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1 Julien, Philippe, Psicosis, perversión, neurosis, Amorrortu, Buenos Aires, 2002. El autor
sostiene que no es una neurosis porque instituye un lazo social que muestra lo imposible de
la posición del Amo. ¡Son justamente las características de la neurosis histérica, que no es
una neurosis entre otras sino el lenguaje de la neurosis como tal! ¿Julien supone, acaso, que la
neurosis no es un lazo social?
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saber lo que es posible saber, lo que es necesario aquilatar y los límites
de la imposibilidad, de tal modo que en cada caso sea posible situar
a las alternativas del analizante en función de la tríada acto, pasaje al
acto, acting-out; y ya se sabe, el acto está entre el acting y el pasaje, del
mismo modo en que el síntoma está entre la inhibición y la angustia.
Síntoma y acto: términos medios que se borran para pasar a los extre-
mos y al mismo tiempo para sostenerlos; a la vez, el síntoma coagula el
acto y es condición de posibilidad de éste. La psicopatología psicoana-
lítica, si es algo, es una nosografía del acto, lo cual supone considerar
lo que hay de real en el afecto, la deriva sin inscripción y la inscripción
sin deriva, que habitualmente hemos calificado de “fijación libidinal”;
supone, también y decisivamente, redistribuir el campo del acto en
relación al goce. Tarea que nos remite a un momento clave de la ela-
boración lacaniana: el seminario “La Angustia”, el que se conecta, más
allá de las falacias de la cronología, con la bolsa del cuerpo, ese cuerpo
humoral transido de agujeros y de remiendos que Lacan retoma de la
vieja medicina mítica y lleva a sus últimas consecuencias en el semi-
nario “El Sinthome”, cuando proclama que la palabra puede ser, y de
hecho es, un cáncer que prolifera en el sujeto y lo corroe. ¿Podemos
integrar esta perspectiva con las disyunciones alienantes que siempre
hacen del acto analítico, de sus antecedentes y de sus consecuentes,
una encrucijada del sujeto antes que una ubicación estática en el cam-
po de la enfermedad?
No hay patología sin norma y no hay norma sin ideal; sobre estos
parámetros epistemológicos se funda la ciencia médica. Pero tanto la
norma como el ideal se dicen de varias maneras, digámoslo para imitar
al maestro griego. El ideal del Yo, por ejemplo, sutura imaginariamen-
te la falta que no obstante reconoce. Pero toda acción, todo arte que
pertenezca a las ciencias morales (diré ‘conjeturales’ para no ofender
a los ortodoxos) tiene una finalidad que, a diferencia de la finalidad
del Ideal del Yo, es inmanente3. La finalidad de esta última estructura es
externa, está al servicio del amor al padre y a la censura sacrificial de
los mociones pulsionales. En cambio, el fin que orienta –lo querra-
mos o no– a la dirección de la cura, el analista como desecho, como
apariencia de a, es inmanente. En cuanto a la norma, me parece que
la argumentación esbozada desconoce toda la complejidad de la posi-
ción freudiana4 para quien toda norma es patológicamente normal o
3 He tratado de pensar la noción kantiana de ‘finalidad sin fin’, cuya riqueza no ha sido
advertida fuera del campo académico donde, como corresponde, duerme el sueño de los
justos, es decir de los eruditos en citar y citar y citar...
6 Me parece que es éste el lugar desde el cual se puede leer la metáfora paterna, cuya
escolarización, para nada ajena a la pedagogía del mismo Lacan, la ha transformado en un
cachivache confuso e inútil. El padre de la religión, a la vez sacrificial y separador, cuyo primer
aspecto sepulta al segundo, es el referente concreto y primero del análisis: identificar ambos
aspectos, separarlos, es una invención del análisis sobre la huella del conflicto que hace de
la operación paterna algo más que una endeble utopía, aunque su fragilidad sea evidente.
Es mérito del psicoanálisis haber traído a la ciencia oficial y positivista el malestar de la
paternidad.
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ilusión) el lazo social –esa relación social que Simmel, en su Sociología,
ligaba al secreto, a la división entre lo privado y lo público, a la opaci-
dad–, es él mismo la enfermedad y la denuncia de la enfermedad. A
diferencia de la nosografía corriente, lazo social, malestar en la cultura,
patología y psicopatología de la vida cotidiana, son nominaciones
parcialmente equivalentes que convergen sobre un fenómeno sinto-
mático repetido y repitiente.
Un poco por todos lados nos topamos con críticas a las “tipificacio-
nes mórbidas” y a la “psicopatología freudiana”, críticas que invocan
el detalle, la singularidad (singularidad que muchas veces es asimilada
a un fonologismo ignorante), los márgenes de las demarcaciones “rí-
gidas”; críticas que a veces son tácitas, pero no menos efectivas, como
cuando se exploran viejas e imprecisas nociones, sin remitir en ningún
caso a las clásicas estructuras freudianas.