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¿Por qué diagnosticar?

En el psicoanálisis lacaniano, el diagnóstico tiene consecuencias clínicas, pues, la manera en que


un analista obra difiere considerablemente dependiendo de la estructura clínica (psicosis,
neurosis o perversión) que tenga delante. Si un analista acciona de la misma forma con un
psicótico que como lo haría con un neurótico, esto puede desencadenar un brote psicótico. Por
eso es importante el diagnóstico desde temprano en el análisis.

No obedece a motivos de registro, y no se hace a la usanza de concordar el cuadro de síntomas


con una patología específica, como lo hace la psiquiatría contemporánea, pues, un mismo
síntoma puede presentarse en distintas estructuras.

Más un tamizaje que un diagnóstico

De esta manera, se arriba a la idea de que, en el psicoanálisis lacaniano, el diagnóstico necesita,


para dar con la estructura subyacente, de identificar la relación con el lenguaje y la transferencia
que el individuo presenta. No basta con identificar síntomas positivos, como las alucinaciones o
los delirios, porque, de hecho, estos también se presentan en otras estructuras. Existe la noción
de una estructura prepsicótica hacia la cual el analista deberá tener una vista muy aguda.

Causa de la psicosis: la forclusión

La forclusión implica el rechazo radical de un elemento particular del orden simbólico (es decir,
del lenguaje), y no cualquier elemento: el elemento que en cierto sentido sostiene y ancla el
orden simbólico en su totalidad. Cuando este elemento es forcluido, todo el sistema simbólico se
ve afectado; como se ha señalado en buena parte de la literatura sobre la esquizofrenia, por
ejemplo, el lenguaje opera de modo muy diferente en la psicosis de lo que lo hace en la neurosis.
Lacan afirma que el elemento forcluido en la psicosis concierne íntimamente al padre y se refiere
a él como “Nombre-del-Padre” (Fink, 2007, p. 107)

Lo que cae bajo la acción de la represión retorna, pues la represión y el retorno de lo reprimido
no son sino el derecho y el revés de una misma cosa. Lo reprimido siempre está ahí, y se expresa
de modo perfectamente articulado en los síntomas y en multitud de otros fenómenos. En cambio,
lo que cae bajo la acción de la Verwerfung tiene un destino totalmente diferente (…) todo lo
rehusado en el orden simbólico, en el sentido de la Verwerfung, reaparece en lo real (Lacan,
1956, p. 24).

El Nombre-del-Padre

El Nombre-del-Padre es el principio guiador de cada organización sociocultural. Es una instancia


reguladora y simbólica: no se necesita de un padre de carne y hueso para que opere. Tenemos
que una madre puede ejercer su función, así como instituciones y otros dispositivos. En ese
sentido, puede adoptar diversas formas, pero lo importante es que asocia al Padre como
significante pues este, en su forma simbólica, encarna la ley. Por ejemplo, una madre viuda que
cuando castiga a su hijo, exclama: “si tu padre viese cómo te estás comportando”.
Se tienen muchas dudas en el círculo lacaniano acerca de cómo este significante es pasado a cada
nuevo sujeto (en este caso, los niños). En primer lugar, se tiene la idea de que, el niño, que en sus
primeros meses se concibe como una extensión de la madre, en una relación estrictamente
imaginaria. Pero que, cuando el padre interviene, para separar al niño, o incluso para hacerlo
saber de que no ella no le pertenece a él solamente (y esto es lo que implementa en él la
naturaleza exogámica de las relaciones humanas), es aquí cuando se funda el Nombre-del-Padre.
Conocido como Nom-du-Pére en francés, que fonéticamente también suena a Non-du-Pére, el
No-del-Padre, como este que exclama “¡no!” ante la relación madre-hijo, y que es esa
exclamación la que dicta la ley.

Por otro lado, tenemos la idea de que la instauración de este significante no es tanto una rivalidad
entre los padres por ganar el amor y atención del hijo, sino que es más una acción separada de
cada padre por ver donde sostienen la posición simbólica del Nombre-del-Padre en relación con
su hijo. De esta manera, Lacan divide la triangulación edípica en dos subestructuras: madre-hijo-
Nombre-del-Padre, y padre-hijo-Nombre-del-Padre. Cada uno debe hacer conocer al niño que
existe un orden simbólico sobre el que ellos no son sino meros actores, aún estando en su
posición paternal, y que deben obedecerla estrictamente. Deben enseñar que ellos no encarnan la
ley, pero que esta ley la trasciende y que deben cumplirla tanto como cualquier otra persona.

Miller (1987) también señala la implicación subjetiva del niño en esta decisión por rechazar el
Nombre-del-Padre, recordando que no se debe tratar solo de influencias exteriores a las que el
niño es atrapado. No obstante, para Lacan, la naturaleza de esta ‘decisión’ es imposible de
investigar. Es por ello que se tienen muchas preguntas en lo que concierne la instauración de este
significante: ¿es suficiente con que solo un padre deshonre la función paterna? ¿Y si los dos la
degradan, inducirá esto automáticamente la psicosis en el niño o se debe cumplir alguna otra
condición auxiliar? ¿Qué hay de la posición subjetiva del niño, cuya naturaleza es imposible de
probar o explorar?...

Síntomas: la alucinación
Freud nos dice que la alucinación es la primera vía de la que dispone el bebé para su satisfacción:
por ejemplo, cuando tiene hambre, el bebé primero alucina una primera experiencia de
satisfacción, en lugar de llevar a cabo una actividad motora, como el llanto, para atraer la
atención de uno de sus padres, que de ese modo le proporcionaría el alimento. La alucinación es
una modalidad característica del «pensamiento» del proceso primario y desempeña un papel en
los ensueños diurnos, el fantaseo y los sueños. De esta forma, está presente en todas las
categorías estructura les: neurosis, perversión y psicosis. Tomada en su sentido más amplio, por
lo tanto, la alucinación no es un criterio de psicosis: su presencia no constituye una prueba
concluyente de que el paciente sea psicótico, como así tampoco su ausencia constituye una
prueba definitiva de que el paciente no lo sea.

Por ejemplo, un neurótico tiene una alucinación sobre su ex esposa, pero tras cuestionar la
naturaleza de ese fenómeno, se da cuenta de que es imposible que pueda haber ocurrido, pues
ella no pudo haber entrado en la casa sin que él se diese cuenta. No cuestionó que tuvo una
visión, pero cuestionó el contenido de la imagen. La creyó sin creerla.
Tenemos entonces que la base sobre la que diferenciar parece ser una dicotomía entre la realidad
y la fantasía, pero de hecho, los propios neuróticos a veces tienen problemas diferenciando estos
dos aspectos. Por lo que más bien se basa en una dicotomía entre la certeza contra la duda. No se
trata de probar de que la alucinación fue real o no, pero del significado que concierne a este
fenómeno. Un psicótico puede estar seguro de que su alucinación fue solo vista por él, pero el
también está seguro de que solo él la puede ver porque “el es el mensajero de Dios”. En cambio,
un neurótico no solo probará y dudará del significado o de la interpretación que pueda ser
atribuida a la alucinación, sino que se reclamará, “¿es que estoy loco por haber tenido esta
alucinación, doctor?”.

En un neurótico, la alucinación se presenta entonces como fantasía o ensoñación diurna. El deseo


de este hombre neurótico por ver a su exposa (lol) fue tan fuerte que ella apareció ante él.

Cuando Freud nos dice que a veces las histéricas alucinan, lo que parece querer decir es que sus
pensamientos y deseos se tornan tan poderosos (están tan hipercatectizados -es de y deseos se
tornan tan poderosos (están tan hipercatectizados -es decir, tan investidos de energía o libido-),
que las histéricas los «ven» o «escuchan» como si se estuviesen poniendo en acto o cumpliendo
en el presente. Fantasean tan intensamente, que el acontecimiento parece palpable o real. Sin
embargo, en sus mentes persiste alguna duda respecto de los acontecimientos fantaseados. (Fink,
2007, p. 114)

Los neuróticos bien pueden ver y escuchar todo tipo de cosas -pueden tener visiones y escuchar
voces, tener sensaciones táctiles y percibir olores-, pero no tienen alucinaciones verdaderas.
Pueden fantasear, escuchar voces superyoicas o provenientes de otras instancias psíquicas, y
demás, pero una alucinación verdadera requiere una sensación de certeza subjetiva de parte del
paciente, una atribución del fenómeno a un agente externo, y se relaciona con el retorno desde
afuera de algo que ha sido forcluido (Fink, p. 115)

Perturbaciones en el lenguaje

Aunque los neuróticos tienen la sensación de que ellos dominan un cierto territorio del lenguaje
que hablan, también es cierto que en ellos se infiltra el discurso sociocultural subyacente de la
época, así como de expresiones que simplemente no son de su creación, pero este fenómeno no
solo es más acentuado, sino que es lo que caracteriza al psicótico, y es visto cuando Lacan
afirmó que el sujeto no habla, sino que es hablado.

Esto es cierto de los psicóticos, pues ellos se sienten habitados por un lenguaje, donde los
pensamientos son implantados en su cabeza. La dimensión del Otro está perdida en el
psicótico. Para explicar esto, debemos concebir al Otro como la dimensión de lo desconocido en
el lenguaje. En la frase “tú eres mi maestro”, no sabemos si este interlocutor al que nos referimos
es o realmente quiere ser nuestro maestro, pero lo suponemos. Es la parte que desconocemos del
destinatario y en tanto, es lo que hace que las relaciones interpersonales no sean totalmente
imaginarias y basadas en alter egos de nuestra propia persona. El Otro es lo que hace que sean
hechas asunciones. De esta manera, el lenguaje actúa como una barrera entre nosotros. Pero esta
barrera no solo borra el acceso al otro completo; pero también urge a las personas a hacer
acuerdos acerca de sus contribuciones específicas en la interacción, y a disponerse a sí mismos
en el establecimiento de pactos simbólicos.

En el psicótico, el Otro es excluido. Esto no significa que el lenguaje y el habla no existan, sino
que el lenguaje perdió su dimensión de lo desconocido. Para el psicótico, nada es incierto de lo
que está siendo transmitido y los mensajes o palabras solo tienen un solo significado. Esto trae a
colación el ejemplo de una mujer que creía que su marido le había volteado sus ojos (sacado por
Freud de Victor Tausk), porque la palabra Augenverdreher quiere decir engañador, pero ella es
incapaz de asimilar el significado de la palabra sino solo de su sentido literal. En palabras de
Freud, es incapaz de relativizar el significado de la palabra (la representación-cosa) a partir de su
significante (la representación-palabra), y de allí deviene su síntoma.

En este sentido, los psicóticos son incapaces de crear nuevas metáforas, y esto según Lacan se
debe al fallo inaugural del psicótico que es la instauración de la metáfora paterna. El sujeto pasa
por una metáfora inicial donde el Nombre-del-Padre elide el Deseo de la madre: la instancia
simbólica del Padre como encarnador de la Ley se sobrepone a la relación estrictamente
imaginaria que la madre perpetra. Esto para Lacan es una metáfora donde lo simbólico se
superpone sobre lo imaginario.

El discurso del psicótico, curiosamente, está desprovisto de metáforas originales,


específicamente, de dispositivos poéticos a través de los cuales la mayoría de las personas
pueden crear nuevos significados. Gracias a la imitación, un psicótico puede aprender a hablar de
la manera como otras personas pueden hacerlo (Seminario III, p. 285), pero la estructura esencial
del lenguaje no se integra del mismo modo (Fink, 2007, p. 121)

La metáfora paterna tiene considerable afinidad con el complejo de castración tal como Freud lo
describe: el niño se ve forzado a renunciar a cierto goce, a cierta relación con la madre, debido a
una demanda o a una amenaza proferida por el padre. En pocas palabras, esto corresponde a lo
que Freud denomina «represión primaria»», o lo que podríamos llamar «primera represión».
(Fink, 2007, p. 121)

A menudo se ha señalado que los psicóticos tienen predilección por los neologismos. Puesto que
no puede crear nuevos significados usando las mismas viejas palabras por medio de la metáfora,
el psicótico se ve conducido a forjar nuevos términos, y les atribuye una significación que a
menudo describe como inefable o incomunicable. A diferencia de todos los otros términos que
empleamos, que pueden definirse con palabras conocidas, estos neologismos no pueden
explicarse o definirse. El significado de una palabra o expresión común siempre se refiere a otros
significados, pero el psicótico emplea palabras que no se refieren a ningún significado conocido
o posible de explicar. Lacan describe los neologismos como una de las «rúbricas» de la psicosis
(Seminario III, pp. 43-44).

Superposición de lo simbólico sobre lo imaginario

El “estadío del espejo” es el momento donde el niño inviste de libido su propia imagen en el
espejo, pues le proporciona una forma de unidad y coherencia, una imagen estructurante a todo
el caos de percepciones y sensaciones que le habitaban posteriormente a este evento. No
obstante, en 1960 Lacan reformula este concepto: la importancia que adquiere el estadio del
espejo es el resultado del reconocimiento, el -que se expresa con un asentimiento o la aprobación
de los padres gesto aprobador que ya ha adquirido significación simbólica, o con expresiones
tales como: «¡Sí, bebé, ese eres tú!», que a menudo pronuncian los padres en estado de éxtasis,
admiración o simplemente turbación-. (Fink, 2007, p. 118). Ya no es la identificación de la
propia imagen pero el reconocimiento simbólico que los padres hacen sobre esta imagen.

En los seres humanos, la imagen en el espejo puede revestir algún interés a cierta edad, tal como
suce de en los chimpancés, pero no es formadora del yo, de un sentimiento de sí, a menos que
sea ratificada por una persona importante para el niño. (Fink, 2007, p. 118)

Lacan vincula esta ratificación con lo que Freud denomina ideal del yo (Ichideal): el niño
internaliza los ideales de sus padres (metas que se expresan simbólicamente), y se juzga a sí
mismo de acuerdo con esos ideales. (Fink, 2007, p. 118)

De este modo se establece un nuevo orden: se produce una reorganización (o una primera
organización) en el primer caos de percepciones y sensaciones, sentimientos e impresiones. Lo
simbólico, las palabras y las frases que usan los padres para expresar sus pun tos de vista
respecto de su hijo reestructuran, sobreimprimen o se «superponen» al registro imaginario -el de
las imágenes visuales, auditivas, olfativas y otras percepciones sensoriales de todo tipo, y el de la
fantasía-.27 El nuevo orden simbólico o lingüístico se impone sobre el antiguo orden imaginario,
razón por la cual Lacan habla del dominio y la naturaleza determinante del lenguaje en la
existencia humana. (Fink, 2007, p. 118)

La superposición de lo simbólico sobre lo imaginario (el camino «normal» o «neurótico») lleva a


la supresión o al menos a la subordinación de las relaciones imaginarias caracterizadas por la
rivalidad y la agresividad (tal como se discute en el capítulo 3) a las relaciones simbólicas,
dominadas por cuestiones tales como los ideales, las figuras de autoridad, la ley, el rendimiento,
los logros, la culpa, etc. Esta superposición se relaciona con la noción del complejo de castración
freudiano, que, en el caso de los varones produce un ordenamiento o una jerarquización de las
pulsiones bajo el primado (o la «tiranía», para usar un término de Freud)29 de la zona genital. La
sexualidad alegremente polimorfa se organiza debido a la función de padre, que pone a funcionar
la represión del apego edípico del niño a su madre. El padre -que en la obra de Freud es por
excelencia el padre simbólico, el padre exigente y proscriptor- produce una socialización de la
sexualidad del niño: lo obliga a subordinar su sexualidad a normas culturalmente aceptadas (es
decir, simbólicas). (Fink, 2007, p. 119)

En la psicosis esta superposición no se produce. Podemos, en el nivel teórico, afirmar que ello se
debe a la falla del establecimiento del ideal del yo, al no funcionamiento de la metáfora paterna,
a que no se pone en marcha el complejo de castración, y a una serie de otros factores. El punto
aquí es que lo imaginario continúa predominando en la psicosis, y que lo simbólico, en el grado
en el que es asimilado, queda «imaginarizado»: es asimilado no como un orden radicalmente di
ferente que reestructura el primero, sino simplemente por imitación de otras personas. (Fink,
2007, p. 119)
Transferencia en la psicosis

Freud clasificó la ansiedad histérica (fobia), histeria de conversión y la neurosis obsesiva como
neurosis de transferencia, porque el lazo emocional que conecta el paciente al analista adquiere
en estos casos una ‘importancia extraordinaria y positiva para el tratamiento’. Por otro lado, los
pacientes que sufrían de neurosis narcisistas -demencia precoz, paranoia o melancolía- ‘no tenían
capacidad para la transferencia o solo residuos insuficientes de ella’. Por tanto, cuando el analista
es encarado con la tarea de distinguir entre neurosis y psicosis, estos deben investigar si el
paciente es capaz de desarrollar y mantener un lazo emocional.

Ahora bien, lo que realmente caracteriza la transferencia psicótica es que esta es una que tiene un
soporte estrictamente imaginario, pues al estar el Otro excluido, el psicótico se ve marcado por
un extraño entrelazamiento con los otros, en una relación impregnada de rivalidad y
competencia. Los agentes divinos de Schreber invaden tanto su mente y su cuerpo tanto como él
invade su sustancia, lo cual determina una cierta rivalidad. Schreber tiene una relación espejo
con su propio mundo, donde su propia desintegración corpórea es reflajada en la fragmentación
de los cuerpos divinos. Es como si los persecutores de Schreber fueran imágenes virtuales de él
mismo.

A diferencia de Freud, Lacan si creía en que la instalación de la transferencia era posible en los
psicóticos, pero era una transferencia distinta a la del neurótico. En primer lugar, distingue entre
una forma imaginaria y una forma simbólica de transferencia, donde es solo esta última la que es
beneficiosa para el análisis y la primera sirviendo solo como un obstáculo. La transferencia
simbólica presupone que existe la dimensión del Otro y por tanto la dimensión de lo
desconocido, lo que implica un grado de ignorancia.

Cuando el sujeto se compromete en la búsqueda de la verdad como tal es porque se sitúa en la


dimensión de la ignorancia; poco importa que lo sepa o no. Es éste uno de esos elementos que
los analistas llaman readiness to the transference, disposición a la transferencia. Existe en el
paciente disposición a la transferencia por el solo hecho de colocarse en la posición de
confesarse en la palabra, y buscar su verdad hasta su extremo, en el extremo que está ahí, en el
analista (Lacan, 1954, p. 404)

Cuando la ausencia de esta ignorancia se sitúa en el análisis, aún se instala una transferencia,
pero es una de tipo imaginario que es potencialmente destructiva. Con la exclusión del Otro, no
testifican a un grado de ignorancia acerca de lo que les ocurre, más bien actúan sobre un bien
engranado conocimiento de la naturaleza de su padecimiento. El corolario de este cimentado
conocimiento psicótico es que los demás solo pueden ser interactuados como si fuesen alter egos,
una contraparte imaginaria que sostiene y valida la certeza del individuo.

A diferencia de la instalación del Sujeto supuesto saber, como sujeto a quien el neurótico se
dirige en búsqueda del conocimiento (de su padecer), los psicóticos no tienen porque investir al
analista de esta posición, ya que ellos ya conocen todo lo que hay por saber. De esta forma,
cuando se dirigen a un analista, no están suponiendo que ellos saben, sino que quieren que a
alguien que entienda y autentique sus experiencias. Quieren a un ‘testigo de cargo’ (en inglés,
witness for the prosecution, Nobus hace un juego de palabras ‘witness for the persecution’).
La invasión de goce

Lacan afirma que el cuerpo, en la neurosis, está esencialmente muerto. Está escrito con
significantes; en otras palabras, ha sido sobrescrito o codificado por lo simbólico. El cuerpo
como organismo biológico es lo que Lacan denomina lo «real», y es progresivamente socializado
o «domesticado» hasta el punto de que la libido se retira de todas salvo de unas pocas zonas: las
zonas erógenas. Solo en estas zonas el cuerpo aún está vivo, en cierto sentido, o es real. Aquí la
libido (o el goce) es canalizada y contenida. Este no es el caso de la psicosis: la jerarquía de las
pulsiones lograda en forma imaginaria puede colapsar cuando vacila el orden imaginario que la
sostiene. El cuerpo, que en su mayor parte ha quedado vaciado de goce, de repente se ve
anegado, invadido por él. Vuelve con una venganza, podría decirse, pues el psicótico puede muy
bien experimentarlo como un ataque, una invasión, o una entrada forzada. (Fink, 2007, p. 128)

La neurosis, en general, se caracteriza por el profuso control que el yo y el superyó ejercen sobre
las pulsiones. Cuando el neurótico realiza actos físicos verdaderamente agresivos, habitualmente
se encuentra ebrio o alterado por otras razones (por ejemplo, cuando alguien lo hace enojar
repetidamente, cuando se ve empujado hasta el límite, cuando algo le quita el sueño o cuando
ingiere drogas); solo entonces las restricciones de la conciencia son levantadas suficientemente
para que el neurótico tome acción directa. Actuar en forma directa y efectiva es, en verdad, una
de las cosas más difíciles para el neurótico.

La ausencia de la función paterna afecta a todas las funciones simbólicas, y por lo tanto no debe
sorprender que afecte a todo lo que comúnmente asociamos con la moral y la conciencia. Esto no
quiere decir que el psicótico siempre actúe en forma «inmoral»; más bien, quiere decir que
incluso una ligera provocación puede conducir al psicótico a actuar de manera seriamente
punible.

El psicótico es más proclive a la acción inmediata, y no experimenta prácticamente ninguna


culpa luego de herir, matar, violar a alguien o luego de realizar cualquier otro acto criminal. El
psicótico puede manifestar vergüenza, pero no culpa.

La ‘feminización’ (o la ausencia del Falo simbólico)

La feminización en la psicosis parece ser indicativa no de la ausencia total de un padre real en la


familia del niño, sino de la (al menos ocasional) presencia de un padre que no estableció una
relación simbólica, sino solo una relación imaginaria con su hijo: una relación tirana donde el
niño adopta una posición pasivamente ‘femenina’. Esta posición femenina puede estar
disimulada durante un periodo prolongado, ya que el psicótico hombre se identifica con sus
hermanos y amigos, y los imita, en un intento por actuar como un hombre. Cuando se produce un
desencadenamiento psicótico, las identificaciones imaginarias o las «muletas imaginarias»
(Seminario III, p. 231) del paciente colapsan, y su posición esencialmente femenina reemerge o
se le impone. (Fink, p. 130-131).

Por su parte, Nobus (2000) habla sobre este fenómeno, señalando que la función del padre es
inducir una sexuación normativizada que sobreescribe a la natural (le sexual vs le sexuel? -
Laplanche)… Esto es logrado a través de una serie de normas que dictan lo que es masculino y lo
que es femenino, y lo que debería estar involucrado en pertenecer a alguno de los dos géneros. El
principio de este orden sexual simbólico es el falo simbólico (F), que representa una marca de
diferencia entre los dos significantes, incluyendo la masculinidad y la feminidad. Cuando la
función paterna es forcluida el falo no se establece en el orden simbólico, lo cual induce una
cierta mezcla de los significantes (apodada ‘holofrase’ por Lacan), lo cual también ofusca las
diferencias culturamente instaladas entre lo masculino y lo femenino. Por ejemplo, Schreber
estaba convencido de que su cuerpo estaba siendo emasculado en víspera de su nueva
transformación en una mujer que luego de ser inseminada por los agentes divinos, engendraría
una nueva especie humana.

La falta de pregunta

El deseo -el deseo humano, no el tipo de deseo que antropomórficamente les atribuimos a los
animales o a los objetos inanimados (por ejemplo, «La ardilla quiere encontrar las bellotas que
enterró en otoño», «El sol está tratando de salir»)- se forma a partir del lenguaje y existe solo en
el lenguaje. Y está sujeto a una dialéctica o movimiento típico del lenguaje. (Fink, 2007, p. 132)

Se olvida que lo propio del comportamiento humano es el discurrir dialéctico de las acciones,
los deseos y los valores, que hace que no solo cambien a cada momento, sino de modo continuo,
llegando a pasar a valores estrictamente opuestos. [...] La posibilidad de poner en cuestión a cada
instante el deseo, los vínculos, incluso la significación más perseverantes de la actividad humana
[...1 es una experiencia tan común que nos deja atónitos ver cómo se olvida esta dimensión
(Seminario III, p. 32).

En el trabajo con los neuróticos estamos acostumbrados a observar una evolución de sus deseos,
fantasías, valores y creencias en el transcurso de su terapia. Desde luego, a veces nos desalienta
la inercia que encontramos en ciertas áreas de la vida del neurótico, pero quizá más común es el
neurótico que expresa sorpresa ante la facilidad con la cual ha podido desembarazarse de
identidades e ideas que apenas un tiempo antes le parecían medulares en su «personalidad». El
defensor más acérrimo del machismo pronto reconoce tendencias (Fink, 2007, p. 132)

Por su parte, el psicótico se caracteriza por la inercia, la falta de movimiento o dialéctica en sus
pensamientos e intereses. el psicótico reitera una y otra vez las mismas frases; la repetición
reemplaza la explicación. La «dialéctica del deseo» no tiene lugar. En los psicóticos no existe un
deseo propiamente humano. Cuando la estructura de lenguaje falta, también falta el deseo. (Fink,
2007, p. 132)

Preguntas:
Puntos de capitón, ¿qué significan?

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