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Su prevalencia aumenta con la edad, varía según la población estudiada y afecta a más de 3 millones
de personas en España. Se estima que 1 de cada 4 mujeres presentará IU alguna vez en su vida,
mientras que en hombres la proporción es de 1 de cada 9. Los pacientes institucionalizados representan
un grupo especial, con una prevalencia en torno al 50-60% (Rodríguez-Núñez R, 2007).
A pesar de que no asociarse a un aumento de la mortalidad, sí que existe gran afectación de la calidad
de vida, repercutiendo en la higiene y en las esferas emocional, social y económica.
Se debe hacer una búsqueda activa de los síntomas de IU, pues los pacientes pueden ocultarlo por
vergüenza, falta de conocimiento, miedo a la cirugía, etc. A través de tres sencillas preguntas comienza
el proceso diagnóstico: ¿Presenta pérdidas involuntarias de orina?, ¿son frecuentes y abundantes?,
¿representa un problema en su vida? (Thüroff JW, 2011).
¿Cómo se clasifica?
Se puede clasificar según la intensidad, la duración y en función de las características clínicas (Brenes
Bermúdez FJ, 2013).
La incontinencia establecida no desaparece a las 4 semanas a pesar de haber actuado sobre las
posibles etiologías causantes.
La pérdida de orina se produce por la realización de un esfuerzo físico (toser, estornudar, reír, cargar
peso…), provocando un aumento de la presión abdominal que supera la presión del esfínter uretral. Es
el tipo de IU más frecuente, fundamentalmente en mujeres menores de 75 años.
Los mecanismos implicados son tanto la hipermovilidad de la uretra (por debilidad del suelo pélvico)
como la deficiencia intrínseca del esfínter uretral (la pérdida del tono intrínseco de la mucosa uretral y
muscular que mantienen la uretra cerrada) (Lim YN, 2009).
Los factores de riesgo relacionados son: parto vaginal, uso de fórceps, edad, obesidad, cirugías, etc.
Se caracteriza por el deseo imperioso de orinar (urgencia miccional) con la consiguiente pérdida de
orina involuntaria, que puede ser desde unas gotas hasta una gran cantidad de orina. Es más frecuente
en mujeres mayores de 75 años.
Puede ser secundaria a trastornos neurológicos por una lesión en la médula espinal, anomalías en la
vejiga (tumores, alteración de la pared, prolapso de órganos pélvicos…), microbioma alterado o
idiopático (Nygaard I, 2010).
Denominada también incontinencia por vaciado incompleto, cursa con goteo. Puede presentarse de
forma aguda o crónica.
Se puede producir por obstrucción mecánica en el tracto de salida (prolapso, estenosis uretral…), por
obstrucción neurológica central o incluso periférica, provocando una hipoactividad del músculo detrusor
(diabetes, deficiencia de vitamina B12, enfermedad de Parkinson, alcoholismo y tabes dorsal) o bien por
factores reversibles como los fármacos.
¿Cómo se diagnostica?
Si bien el cribado de la IU no forma parte de las recomendaciones de las asociaciones profesionales de
actividades preventivas urológicas, la Women’s Preventive Services Initiative es la única organización
que recomienda la detección anual de IU en todas las mujeres, a pesar de que la evidencia es escasa o
insuficiente (O’Reilly N, 2018).
Anamnesis
Existen unas preguntas clave que ayudan a identificar qué tipo y la intensidad de IU que presentan:
• ¿Se le escapa la orina al toser, reír, levantar peso, estornudar? Si la respuesta es afirmativa
sugiere IUE.
• ¿Alguna vez se le escapa la orina cuando nota una sensación repentina de e incontrolable de
ganas de orinar? Se consideraría la IUU.
• ¿Tiene la sensación de que no vacía la vejiga por completo? Habría que pensar en la IU por
rebosamiento.
• ¿Se le escapan gotas o se moja mucho? Valora la gravedad de la incontinencia.
• ¿Utiliza algún sistema de protección para la IU? ¿Cuál? ¿Cuántas veces se cambia al día?
Cuestionarios
Es importante reflejar cómo afecta la clínica a la calidad de vida. Para ello existen cuestionarios
validados para valorar la repercusión de la IU. El International Consultation on Incontinence
Questionnaire (ICIQ-SF) y el King’s Health Questionnaire (KHQ) evalúan específicamente el impacto
sobre la calidad de vida. Por su mayor viabilidad, se prefiere el uso clínico de ICIQ frente al KHQ
(Espuña Pons M, 2007). Otros como ICIQ-UI-SF o IU-4 se centran en el diagnóstico etiológico y el
grado de incontinencia (Espuña Pons M, 2007).
Exploración física
Todas las guías coinciden en la realización de esta prueba para la detección de la IUE, ya que objetiva
la pérdida de orina al aumentar la presión abdominal. El paciente puede estar en decúbito supino o en
bipedestación, siendo más sensible esta última (Patnam R, 2017). Con la vejiga llena o cuando el
paciente está muy sintomático se le pide que tosa mientras el médico observa si existen pérdidas de
orina.
Prueba del hisopo de algodón
Se evalúa la movilidad uretral tras la aplicación de anestésico local (lidocaína intrauretral), se inserta el
hisopo y se le pide al paciente que realice una maniobra de Valsalva. Será positiva si el hisopo se ha
movilizado más de 30º desde su posición de reposo.
Test de la compresa
Diario miccional
Esta herramienta sirve tanto para el diagnóstico como para el seguimiento. Se trata de cuantificar la
frecuencia miccional, la ingesta de líquidos, conocer el número de absorbentes que precisa y cuantificar
los episodios de incontinencia, tanto de esfuerzo como de urgencia.
Diario miccional.
SENSACIÓN
LÍQUIDOS ¿QUÉ ESTABA
HORA MICCIONES PÉRDIDAS DE ORINA DE
INGERIDOS HACIENDO EN EL
URGENCIA
MOMENTO DE LA
AM- Tipo de Cantidad PÉRDIDA?
Cantidad Poco Moderada Abundante SÍ NO
PM líquido orinada
Fecha: / /
Se debe solicitar hemograma, bioquímica con glucosa, función renal, ionograma, calcio y vitamina B12,
además de sedimento y sistemático de orina principalmente para descartar infección, hematuria,
proteinuria o glucosuria.
Método no invasivo, ayuda a cuantificar el volumen de orina residual. No está indicado en todos los
pacientes. Se recomienda en situaciones específicas como la presencia de IU complicada, IU
recurrente y en aquellos pacientes con micción disfuncional o que estén con tratamientos que puedan
empeorar la incontinencia. No existe un punto de corte aceptado para el valor de la orina residual,
aunque se considera que por debajo de 150 ml es aceptable.
Estudio urodinámico
Antes de plantearse un tratamiento se deben identificar los síntomas que obligan a derivar al paciente a
un nivel asistencial especializado (urología, ginecología) para completar con pruebas diagnósticas
específicas y recibir una valoración más detallada.
Los pacientes que presenten IU con las siguientes características son candidatos a la derivación:
Aquellos pacientes que tras el inicio de tratamiento persisten con sintomatología o bien no existe
respuesta al mismo también son candidatos para la remisión a un segundo nivel asistencial.
¿Cómo se trata?
En primer lugar, se debe identificar la existencia de factores que pudieran estar interfiriendo, o bien
provocando una IU transitoria o agravando clínicamente una IU ya establecida, con especial atención a
los fármacos que recibe el paciente.
En los pacientes mayores se debe indagar la posible existencia de una causa subyacente que pueda
estar originando sintomatología propia de la IU. Para ello debe realizarse una evaluación funcional y
cognitiva, un despistaje de síndromes depresivos, así como una evaluación de la presencia de
enfermedades concomitantes como: insuficiencia cardíaca, insuficiencia renal crónica, diabetes,
síndrome de apnea del sueño, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, síndrome metabólico, etc. El
tratamiento adecuado de estas entidades puede disminuir la gravedad de la incontinencia y el impacto
sobre la calidad de vida del paciente.
Independientemente del tipo de IU (IUE, IUU, IUM), el primer escalón de tratamiento para todas ellas
será un tratamiento conservador que incluye:
Tratamiento farmacológico: para este tipo de incontinencia los fármacos tienen un escaso papel.
Tratamiento farmacológico: entre las diferentes opciones se elegirá en función de la eficacia, los efectos
secundarios, la presencia de otras enfermedades y el coste (Shamliyan T, 2012):
• Antimuscarínicos: oxibutinina (5 mg/8 h), tolterodina (2 mg/12 h o 4 mg/24 h), cloruro de trospio
(20 mg/12 h), solifenacina (5-10 mg/24 h) y fesoterodina (4-8 mg/24 h). Son el pilar fundamental
del tratamiento farmacológico. Actúan bloqueando competitivamente los receptores
anticolinérgicos, suprimiendo así las contracciones involuntarias vesicales. Para observar mejoría
se debe emplear durante un periodo de al menos 4 semanas. Los principales efectos adversos
son sequedad bucal, ocular, estreñimiento y visión borrosa. Las contraindicaciones más
importantes son glaucoma de ángulo estrecho, miastenia gravis, retención urinaria, problemas
gastrointestinales graves, insuficiencia renal grave, embarazo y lactancia. Todos tienen una
tolerabilidad similar. Sin embargo, los fármacos de liberación prolongada se toleran mejor.
En pacientes ancianos este tratamiento debe utilizarse con precaución, pues su uso a largo plazo
está asociado a un mayor riesgo de deterioro cognitivo por un efecto acumulativo de los fármacos
anticolinérgicos (Nambiar AK, 2018; Ruxton K, 2015; AGS Beers Criteria, 2019).
• Mirabegrón (50 mg/24 h) (agonista beta adrenérgico): es un agonista potente y selectivo del
receptor β3-adrenérgico de las células musculares de la vejiga durante la fase de llenado. Al
activarse se relaja el musculo detrusor, aumentando la capacidad vesical y disminuyendo el
número de contracciones involuntarias. Se considera tratamiento de primera línea con la misma
evidencia que los anteriores. Los efectos adversos más frecuentes son taquicardia e infecciones
del tracto urinario inferior. Está contraindicado en la hipertensión arterial grave no controlada
(Gratzke C, 2018; Nitti VW, 2013).
Se pueden usar de manera combinada el mirabegrón y los antimuscarínicos si estos no
consiguen todo el efecto deseado, prestando especial atención a la posible retención de orina.
• Otros fármacos como los antidepresivos tricíclicos (imipramina y amitriptilina) o agonistas del
calcio (verapamilo) están en desuso por sus importantes efectos secundarios.
La asociación del tratamiento farmacológico con las modificaciones del estilo de vida hace que se
obtengan mejores resultados.
Tratamiento quirúrgico:
• Toxina botulínica A: se administra mediante inyección anual en el músculo detrusor por vía
intravesical. La mejoría clínica suele aparecer a las 2 semanas. Precisa tratamiento antibiótico
profiláctico. Es importante informar sobre la necesidad de autosondaje o sondaje vesical temporal
antes de comenzar el tratamiento, por si fuera necesario, ya que uno de los efectos secundarios,
además de hematuria, infección urinaria y dolor local, es la retención urinaria. Su uso está
contraindicado en pacientes con ITU recurrente, retención aguda de orina, enfermedades
neurológicas y en tratamiento con antibióticos como aminoglucósidos, tetraciclinas, lincosaminas
y polimixina (Jiménez-Cidre MA, 2016; Schmid DM, 2006).
• Neuromodulación: se realiza estimulación eléctrica durante 30 minutos. Existen dos modalidades
principales: a través del nervio tibial posterior (TPNS) o de los nervios sacros (SNM). No son
tratamientos curativos, pero se considera una buena opción de tratamiento, pues carece
prácticamente de efectos adversos. Indicada cuando existe refractariedad a los tratamientos
previos (Finazzi-Agrò E, 2010).
Por norma general, el tratamiento de la IUM comienza con las medidas conservadoras y, en el caso de
no hallar resultados, se asociará la medida conveniente según el predominio de IUE o IUU.
El tratamiento en este caso será en función de la etiología, ya sea obstrucción al tracto de salida,
hipoactividad del detrusor o retención aguda de orina.
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Autores
Rocío Fernández-Montells
Médico Residente de Medicina Familiar y Comunitaria
Rodríguez
Servicio de Atención Primaria de San José. Servizo Galego de Saúde. A Coruña. España.
Conflicto de intereses
Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.
© Descargado el 14/04/2023 7:05:36 Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización.
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