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1. La noción del proceso.

En el lenguaje común, existe una diferencia clara entre los conceptos de “proceso” y
“procedimiento”; el “proceso” implicaría una serie de actos o fenómenos que se suceden en
el tiempo, mientras que el “procedimiento” es un método, un esquema, una forma de hacer
las cosas. En el lenguaje técnico-jurídico, sin embargo, despliegan un significado distinto,
aunque se mantienen algunas conexiones con el lenguaje común. A primera vista, pueden
parecer sinónimos, pero hay algunos matices que los distinguen y pueden cobrar una cierta
importancia.
Por una parte, la palabra “proceso” se reserva para el ejercicio del poder jurisdiccional,
pero no para otras instituciones jurídicas que presentan una cierta similitud. Por ejemplo,
una multa de tráfico se tramita por medio de un procedimiento administrativo en el que se
suceden una serie de actos en el tiempo, se aportan pruebas si es necesario, se hacen
alegaciones, etc., pero no puede hablarse de proceso administrativo, salvo que el sujeto
sancionado decida impugnar la resolución ante el orden contencioso-administrativo, una
vez haya agotado la vía administrativa.
En el marco de la actuación jurisdiccional, el proceso es lo mismo que el litigio o el pleito,
esto es, un determinado conflicto o controversia entre dos o más sujetos (las partes) que,
una vez ejercitada la acción, resuelto por el poder judicial aplicando el Derecho. Desde esta
perspectiva, podría decirse que el proceso no es otra cosa que el ejercicio y contenido de la
actividad jurisdiccional en un supuesto concreto.
En cambio, el procedimiento se refiere en principio a la sucesión ordenada de actos
procesales a través de los cuales el proceso se sustancia, es decir, se manifiesta, toma
forma, se lleva a cabo; se refiere por tanto a la manifestación externa y formal del proceso.
Si se utiliza el esquema metafórico del continente/contenido, el proceso sería el contenido,
mientras que el procedimiento sería el continente. De la misma manera, un contrato, en sí
mismo (contenido), no es más que un acuerdo de voluntades, que puede manifestarse o no a
través de un documento escrito (continente); un despido es la extinción unilateral de un
contrato de trabajo (contenido), que puede y debe tomar forma a través de una “carta de
despido” (continente).
Desde otra perspectiva, más cercana al lenguaje común, el procedimiento se identifica a
veces con las reglas de procedimiento, es decir, con el esquema abstracto en torno al cual se
articulan y ordenan los distintos actos procesales: así, por ejemplo, puede establecerse que
en primer lugar, el actor formule la pretensión en un escrito llamado demanda, que
después, el juez deba decidir si la demanda es admisible o no, etc.
Cada uno de los actos procesales debe realizarse en el momento procesal oportuno, es
decir, en la fase fijada en abstracto en las normas de procedimiento. Por ejemplo, el juez no
puede inadmitir la demanda durante el juicio oral ni puede dictar sentencia en la fase de la
contestación a la demanda; tampoco las partes pueden proponer testigos cuando el asunto
está visto para sentencia. Esto es así por razones de orden lógico y necesidades
organizativas; de hecho sucede en cualquier actividad humana que se organice en torno a
un esquema ordenado de actos que se suceden en el tiempo (nadie espera que los novios
inauguren el baile antes de comenzar el banquete de bodas o que el cliente de un restaurante
pida la cuenta antes de que le sirvan la comida). Pero, además, en el marco del proceso, es
especialmente importante que todos los actos se realicen de manera ordenada para
garantizar la igualdad de las partes y el principio de audiencia.
Estos factores son los fundamentos de la preclusión. La preclusión consiste en la
imposibilidad de realizar un acto procesal determinado cuando ha transcurrido el momento
procesal oportuno o el plazo previsto por el ordenamiento para su realización. Por ejemplo,
hemos visto que, en el seno del orden social, la excepción declinatoria debe plantearse en
el acto del juicio, en el momento de la contestación a la demanda. No tiene sentido que el
demandado plantee la incompetencia del órgano judicial que está enjuiciando el asunto
cuando éste ha quedado visto para sentencia, o cuando se está interrogando a un testigo.
2. TEORÍAS SOBRE EL PROCESO.
La teoría general del proceso puede definirse como el conjunto de conceptos, instituciones
y principios comunes a las distintas ramas del enjuiciamiento. Más específicamente, es la
parte general de la ciencia del derecho procesal que se ocupa del estudio de los conceptos,
principios e instituciones que son comunes a las diversas disciplinas procesales especiales.
Concebir la Teoría del Proceso como una disciplina unitaria contribuye a resaltar el carácter
científico del Derecho Procesal, puesto que es mucho más compatible con los fines de la
ciencia pensar en un cuerpo de conocimientos generales, que en varios cuerpos particulares
(uno por cada rama del Derecho Procesal, por ejemplo), con proposiciones a veces
contradictorias entre rama y rama. En este punto es preciso recordar que la teoría es un
conjunto de principios explicativos de uno o más sectores de la realidad que resumen el
conocimiento existente, proporcionan una explicación para los acontecimientos observados
y pueden permitir, incluso, predecir la ocurrencia de acontecimientos no observados. Si
bien esta caracterización corresponde más bien a la ciencia experimental, también es
posible su aplicación a las ciencias humanas, a condición -como hemos dicho- de tener un
adecuado nivel de generalidad y un razonable número de investigaciones. Como es sabido,
la investigación ayuda a comprobar y a desarrollar la teoría, aclara conceptos y puede llevar
a la reformulación o extensión de la teoría.
Esto fue claramente percibido por Carnelutti, quien afirmó lo siguiente: Estoy seguro de no
equivocarme al afirmar que la ciencia del derecho procesal no alcanzará su cima hasta que
no se haya construido sólidamente una parte general, en que los elementos comunes a
cualquier forma de proceso encuentren su elaboración. Los elementos comunes más allá de
toda duda son la ·acción, la jurisdicción y el proceso. La idea de una teoría unitaria se
impone con naturalidad tan pronto se profundiza sobre estos conceptos. El problema que
hemos encontrado en la literatura consultada, sin embargo, es que los autores, una vez que
han identificado estos elementos comunes, al tratarlos separadamente, no nos ofrecen nada
que no sea distinto a lo que plantean los autores que ignoran esta preocupación por
establecer una teoría común.
Para evitar dicha situación, este trabajo pretende expresamente identificar elementos
comunes en los procesos propiamente dichos, en las elaboraciones teóricas de la disciplina
procesal y en la vida misma de las instituciones procesales en la realidad.
Los tipos de proceso
En cuanto a los procesos específicos, no cabe duda que aquellos que parecen más opuestos
son el civil y el penal. Para algunos autores, como Montero Aroca, sólo existe un criterio de
distinción entre procesos, a saber, si con el proceso el tribunal tiende a imponer una pena o
si no es esta la función del tribunal. Estamos así entre pena y no pena, que es lo mismo que
decir entre proceso penal y proceso civil. Ellos existen en tanto expresión de dos grandes
principios, el de necesidad que informa el proceso penal y el de oportunidad, que informa el
proceso civil. Por cierto, que el Derecho moderno es testigo de los avances que cada uno de
estos principios hace en el proceso gobernado por el otro. Ahora bien, si estos procesos
aparecen tan delimitados y opuestos ¿qué pueden tener en común?
En ambos procesos las partes dependen de un participante heterónomo que va a realizar una
adjudicación. Utilizamos aquí la fructífera distinción entre formas autónomas y
heterónomas de resolución de conflictos. Todo proceso parte del supuesto de la
imposibilidad, y aún la ilegalidad, de la autotutela. La justicia con mano propia está
prohibida, por lo que la definición del status de alguien acusado de haber dañado un bien
jurídico protegido por el Derecho, o la determinación de qué derecho prevalece en caso de
controversia, o la declaración respecto a la producción de un hecho al cual el Derecho le
asigna una consecuencia relevante, tiene que estar a cargo de un tercero. Este tercero suele
ser el juez. En el campo penal no cabe la aplicación de pena fuera de proceso, ni cabe que
alguien que no es un juez predeterminado por la ley decida el caso. Por ello no es posible
llevar un caso penal a arbitraje. En el terreno civil, el Derecho acoge la intervención del
árbitro como un adjudicador, pero permite el arbitraje sólo en determinados casos, como
aquellos en los cuales las partes tienen facultad de libre disposición y los de naturaleza
ambiental.
Este tercero que pronuncia el Derecho debe tener ciertas características, fundamentalmente
las de independencia e imparcialidad. La independencia se define en función de los otros
poderes del Estado, mientras que la imparcialidad en función de las partes. El juez está
separado de los otros poderes del Estado y por encima de las partes.
En ambos procesos las partes deben estar dispuestas como adversarios, es decir, cada una
debe estar en posición de enterarse de los planteamientos de la otra y en aptitud de
refutarlos puntualmente con todos los medios de defensa a su alcance. Esta característica,
común a los distintos procedimientos, es la que permite apreciar las debilidades de un
sistema penal estrictamente inquisitivo, como aquel en el cual el propio juez instructor
realiza la investigación y decide. Mucho más lógico y justo es el sistema llamado de
igualdad de armas, en que el juez decide a partir de los planteamientos de la acusación
(Ministerio Público) y de la defensa, sin involucrarse en la investigación del caso.
En ambos procesos hay que mostrarle al juez que los hechos ocurrieron de determinada
manera. Algunas personas no llegan a entender que los hechos juegan un papel similar en
importancia tanto en lo civil como en lo penal. La rama civil del proceso ha dependido más
bien de las lucubraciones doctrinarias de los abogados, sin llevarse a la práctica lo que se
enseña en las Facultades de Derecho desde el primer año, es decir, que la norma jurídica
comporta la asignación de una consecuencia a determinada conducta, y que para
encontrarle significado jurídico a dicha conducta se necesita aprehenderla con la mayor
claridad. Y ésta es una cuestión de hechos, que nos conduce invariablemente a una cuestión
de prueba. A esta percepción se debe la notable flexibilidad que se observa en los Códigos
procesales civiles modernos precisamente en materia de prueba, donde las enumeraciones
de los medios probatorios no son taxativas sino enunciativas, se ha eliminado la prueba
tasada, se ha dotado al juez del máximo de iniciativa en materia de ofrecimiento de medios
probatorios y se ha consagrado el principio de la libertad en la apreciación de la prueba.
En ambos procesos funciona de igual manera el razonamiento del juez: Él debe reconstruir
los hechos como cree, en efecto, que ocurrieron. En este sentido el juez es como un
historiador, que desecha ciertas fuentes y que con las que acepta, con las que considera
valederas, se forma una imagen mental de lo que ocurrió. En este proceso las pruebas son
fundamentales. El juez no puede dar por existente ningún hecho si no ha sido
adecuadamente probado. Y esto vale por igual para los sistemas donde existe la institución
del jurado. Una vez que en la mente del juez cristaliza una imagen de lo que ocurrió,
procede determinar si esos hechos corresponden a los contemplados por la norma jurídica y
a los cuales ella asigna consecuencias específicas. Este proceso admite hasta tres momentos
dentro de él, tal como lo desarrolla con mucha precisión Hitters, y son la fijación, la
interpretación y la calificación de los hechos. Este último comprende la operación llamada
de subsunción.

Proceso declarativo y proceso ejecutivo


Ya se ha visto como la actividad jurisdiccional incorpora dos actividades íntimamente
relacionadas pero que pueden separarse a efectos analíticos: juzgar y hacer ejecutar lo
juzgado. Cada una de estas actividades se corresponde con un tipo de proceso.
Los procesos declarativos o procesos de cognición (“cognición” significa “conocimiento”)
son aquellos en los que el órgano judicial conoce, es decir, juzga, un conflicto concreto,
dictando una resolución que responde a las pretensiones planteadas mediante la aplicación
del Derecho. Una vez que el órgano judicial se ha pronunciado formalmente, se espera que
los destinatarios de la resolución la cumplan voluntariamente, pero ello no siempre sucede
así (por ejemplo, puede suceder que el empresario se niegue a readmitir a un trabajador o
que la empresa demandada desaparezca del mercado). En estos casos, la parte afectada por
el incumplimiento puede emprender un proceso ejecutivo (o de ejecución). Nos
ocuparemos del proceso ejecutivo más delante de manera que en este tema nos referiremos
exclusivamente al proceso declarativo, salvo que se indique otra cosa. Algunos
procesalistas mencionan un tercer tipo de proceso llamado proceso cautelar; consiste en
una serie de medidas vinculadas a un proceso principal y destinadas a asegurar la eficacia
de éste (por ejemplo, una prisión provisional en el orden penal o un embargo preventivo).
Las modalidades procesales
Como sucede en otros órdenes jurisdiccionales, en el orden social existe una gran
diversidad de pretensiones posibles (por ejemplo, no es lo mismo impugnar un convenio
colectivo que reclamar unos salarios dejados de percibir); ello puede implicar que las reglas
de procedimiento sean distintas, para adaptarse a diversas situaciones.
En nuestro ordenamiento procesal laboral existe una “modalidad de procedimiento” de
carácter general, que se llama “proceso ordinario”, así como una serie de modalidades
especiales que se adaptan a la especificidad de algunas materias, y se denominan “procesos
especiales” (se utiliza aquí la palabra “proceso” de manera relativamente impropia como
sinónimo de “modalidad procesal”). El proceso ordinario regula el núcleo básico de las
reglas de procedimiento en el orden social y opera siempre en ausencia de regulación
específica. Así pues, de un lado, se tramitará por el proceso ordinario cualquier materia que
no esté referida en la regulación de los procesos especiales (por ejemplo, una reclamación
de cantidad, o una extinción indemnizada del contrato de trabajo a iniciativa del trabajador
fundada en un incumplimiento del empresario); de otro lado, los procesos especiales se
limitan a establecer algunas especialidades, de manera que supletoriamente rigen las reglas
del proceso ordinario; por esta razón, podría argumentarse que no constituyen modalidades
procesales en el sentido más estricto del término, sino que más bien se establecen algunas
peculiaridades en función del objeto del proceso. En el esquema 3.1 se resumen las
distintas modalidades procesales, que se verán a lo largo del curso.
Modalidades procesales
Proceso ordinario: reglas generales de procedimiento
Procesos especiales: algunas especificidades procedimentales sobre el armazón del
“proceso ordinario”
-Proceso de tutela de la libertad sindical y tutela de los demás derechos fundamentales
Procesos de carácter colectivo:
-Relativos a los estatutos sindicales
Denegación del depósito
Impugnación de estatutos
-Conflicto colectivo
-Impugnación de convenios
-Elecciones a representantes del personal
Denegación de registro
Impugnación de los laudos
Procesos de carácter individual
-Procesos de despido
-Impugnación de sanciones
-Clasificación profesional
-Movilidad geográfica y modificación sustancial
-Vacaciones
-Discrepancias en materia de conciliación de la vida familiar y laboral o derechos
asociados a la violencia de género
Procesos de Seguridad Social
-Proceso general de Seguridad Social
-Especialidades de Accidentes de Trabajo y enfermedades profesionales
-Revisión de actos declarativos de derechos
-Reclamación de prestaciones indebidas de desempleo
Procesos de oficio
-Impugnación de actas de infracción
-Acuerdos de reestructuración empresarial
-Resoluciones sancionadoras con perjuicios económicos

3. Sujetos del proceso (el Juez).

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