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Nasio en “Los gritos del cuerpo” nos dice que “el psicoanálisis piensa que lo que produce un

efecto o es un significante o es una imagen. Una imagen que por más virtual y por más pasiva
que sea, es capaz de transformar un cuerpo, es capaz de matar o de hacer nacer otro cuerpo”.

Lacan menciona al tatuaje como una de las prácticas sociales que “desmiente en las sociedades
avanzadas ese respeto de las formas naturales del cuerpo cuya idea es tardía en la cultura”28.

Marilú Pelento define al tatuaje como “un enigma o enmascara un enigma y requiere un
trabajo interpretativo. Por eso en el proceso analítico tiene importancia poder dilucidar efecto
de qué lógica o de qué lógicas resultó ser tal o cual tatuaje”.

“El tatuaje nos revela un rasgo esencial del ser humano, la necesidad de procesar y significar
sus vivencias y experiencias y darles alguna forma de expresión. Una característica inherente a
su práctica es la presencia de un pensamiento mágico animista en el que el hombre y la
naturaleza se fusionan en una misma cosmovisión”. Sloninsky de Groba

El tatuaje aparece como un organizador simbólico de los duelos. El modo de perder y recordar
cambia a partir de que la marca queda en la piel.

El dejar un diseño en la piel puede dar lugar a un pensamiento en imágenes como un


pensamiento a desarrollar.

Simbolización:

La simbolización es un proceso de suma importancia en la práctica del tatuaje, ésta se define


como la representación mental de un objeto externo que ya no está.

El símbolo según Grassano de Píccolo, “es todo objeto, representación plástica, abstracta o
verbal, que adquiere capacidad representativa de otros objetos, representaciones y
experiencias emocionales sin confundirse con éstos”31.

El objeto puede ser una representación plástica, idea, un concepto abstracto o una palabra.

La adolescencia está asignada por los cambios que introduce la pubertad, esto es la irrupción
de las diferentes manifestaciones físicas que acompañan la maduración sexual. Peter Blos la
define como una segunda etapa de separación e individualización. Asi, durante la adolescencia
se reeditan situaciones de la infancia y las temáticas de la autonomía y el logro de un sentido
de identidad ocupan un primer plano. La noción de identidad comprende una experiencia de
captación auto subjetiva (¿Quién soy yo?), asi como la afirmación de una identidad sexual.

Estos cambios corporales, de enorme impacto emocional y no siempre de aparición uniforme,


exigen una constante adaptación física como mental.

Situaciones de duelo por el cual atraviesa el adolescente:

La pérdida del cuerpo infantil en el pasaje a la adquisición de un cuerpo adulto;

La resignación de los padres edípicos (como objetos de elección amorosa) junto con los modos
infantiles de relación (idealización y dependencia), que incluye tanto a las imágenes
interiorizados como a las figuras reales,

La caída de la propia omnipotencia (el pensamiento mágico infantil).

Estos duelos conforman, siguiendo a Jeammet, más que un cuadro depresivo sintomático, una
problemática depresiva con características propias. Esto es, temas vinculados a la amenaza de
pérdida de amor, abandono y o disminución de la autoestima (sean situaciones reales,
fantaseadas, conscientes o inconscientes), las dificultades de separación y ambivalencia, y/ o el
déficit o la ausencia de figuras parentales. Así, «contrariamente al adulto, el adolescente no se
queja directamente de que está deprimido. Esto supondría confesar una debilidad y reconocer
una dependencia, contra la que está justamente tratando de luchar. [...] El adolescente acepta
la angustia con mayor facilidad, y también aquí, contrariamente al adulto, es necesario buscar,
detrás de la angustia, la reacción depresiva.

Su aparición en la adolescencia responde, a dos vertientes principales: el procesamiento de


duelos y la temática de la identidad.

Los cambios puberales inciden en la experiencia corporal inmediata (modificaciones de la


apariencia exterior) y en la representación mental del cuerpo (la imagen corporal). Que este
crecimiento físico pueda ser asimétrico-y que haya un resultado final incierto o, en última
instancia, insatisfactorio, supone de por sí un motivo importante de frustraciones. Es en este
contexto, en el que aún prevalecen vivencias de ajenidad, cuando más probablemente tenga
lugar la inclinación a tatuarse. En efecto, un aspecto presente en las entrevistas es que el
tatuaje comporta un fuerte sentimiento de apropiación del cuerpo.

En cuanto al procesamiento de las nociones edípicas, la elección del diseño ilustra el


predominio de ciertas identificaciones. Por ejemplo, tatuajes que revelan un simbolismo fálico
en las mujeres (Tatuarse una cobra), o tendencias pasivas feministas en los hombres (el gatito
de hellow Kitty), o, por el contrario, el dibujo constituye una manera de contrarrestar un
conflicto subyacente en el armado de la identidad sexual. Otra posibilidad hace a fantasías de
bisexualidad (diseños de seres mitológicos o animales) por otra parte las inscripciones alusivas
al nombre de una o ambas figuras parentales o de tatuar su rostro nos hablan de la
persistencia de rasgos edípicos.
Así mismo, cierta cuota de la omnipotencia infantil tiende a conservarse en la cualidad mágica
del tatuaje, a veces expresada explícitamente, esto es, desde adquirir las cualidades que se le
atribuyen (“Me hace sentir seguro tener un dragón en mi cuerpo”).
Los motivos de hadas, duendes, personajes de dibujos animados, sea cual sea su contenido son
indicativos de aspectos inmaduros de la personalidad. Otros diseños que representan
momentos felices, estarían expresando un modelo idealizado de vida, así como la fantasía de
perduración de momentos.
El tatuaje también aparece frente a perdidas reales, otras experiencias de perdida pueden
deberse tanto a la ausencia como al déficit de alguna figura parental, como a ciertos ideales
que se intentan recapturar

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