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La actividad de la representación
El trabajo psíquico tiene un equivalente trabajo de metabolización característico de
lo orgánico, que es la actividad de representación. Según Aulagnier (1977):
“La actividad psíquica está constituida por tres modos de funcionamiento: el
proceso originario, el proceso primario y el proceso secundario. Las
representaciones originadas en su actividad serán respectivamente: la
representación pictográfica, la representación fantaseada, y la representación
ideica”.
Los tres procesos no están presentes desde inicios en la actividad psíquica, sino
que se suceden temporalmente, y ello se genera en una exigencia de trabajo que
se le impone a lo psíquico, consistente en conocer una propiedad del objeto
exterior que antes no existía. Según esta autora:
“Esta sucesión temporal no es mensurable, todo induce a creer que el intervalo
que separa el comienzo del proceso primario del secundario es extremadamente
breve, de igual modo veremos que la actividad del proceso secundario es
sumamente precoz”.
El mundo le es representado al bebé en los primeros tiempos de vida por el
espacio de su propio cuerpo y el espacio psíquico de las personas que lo
rodean. Lo originario implica una interacción entre el fondo representativo y una
actividad orgánica cuyos efectos en el campo psíquico sólo podemos percibir en
momentos singulares, como en el caso del autismo.
La primera representación que la psique se forja de sí misma estará vinculada a
dos tipos de encuentros (fuentes): los estímulos provenientes del cuerpo y las
producciones de la psique materna.
El proceso originario se caracteriza por una única propiedad: la de estar regido
por el placer y displacer del afecto presente en ese encuentro. Cuando el registro
de la necesidad (corporal) se transforma en acuciante para la psique, y el intentar
acallarla vía alucinación resulta fallido, se impondrá a la misma representar a
través del pictograma el displacer generado por la ausencia del objeto (madre que
acuna por ejemplo).
Debemos aclarar que en estos tiempos de la psique, el pequeño cachorro humano
no diferencia aún zona de objeto, sino que el pictograma liga indisolublemente
zonaobjeto, y conlleva el afecto concomitante. Por lo tanto, el displacer originado
en la ausencia del objeto o en su inadecuación, por exceso o por defecto,
involucrará ausencia, exceso o defecto de la zona misma. En este sentido, el
objeto malo es indisociable de la zona mala. Este objeto-zona complementario es
la representación primordial mediante la cual la psique pone en escena toda
experiencia de encuentre entre ella y el mundo.
La imagen del objeto-zona complementaria es el pictograma de fusión: de no
recibir un aporte sensorial continuo, la psique afronta dificultades para no alucinar
la información de que carece. Este proceso de inscripción de lo negativo es lo que
se denomina pictograma de rechazo, y consiste en el desmantelamiento de la
zona donde recayó el daño.
Pero ¿cómo se tramita para el bebé el rechazar fuera, si el afuera aún no está
construido? En los primeros tiempos de su constitución si se produce una
pérdida de objeto (que al ser vivida displacenteramente es rechazada fuera) se
produce una pérdida de sujeto, que nos representamos como agujeramiento
corporal.
En estos tiempos tempranos, las pérdidas son representadas como mutilaciones
en la simbolización del cuerpo. Entonces, según sea el caso, podemos decir que
una boca no puede sonar o no puede comer, que los ojos ven pero no miran, o
que las manos no toman los objetos sino que se limitan a aletear. En la superficie
continua del cuerpo algo ha sido inscripto en su negatividad.
El concepto de pictograma de rechazo posibilita pensar de una manera sutil la
diferencia entre una inscripción positiva y una inscripción negativa.
Los niños/as de los que nos estamos ocupando son asediados por temores
elementales, tales como “estrellarse, caer en el abismo, esparcirse, explotar y
perder el hilo de la continuidad que garantiza su existencia… temor al agujero
negro de no existir” (Tustin, 1989). Y en razón de ello, las reacciones de
encapsulamiento protegen la parte dañada y taponan el pánico de ser destruido,
pero ello trae como consecuencia que el funcionamiento psíquico quede dañado e
inmovilizado a la vez.
Si por alguna razón el bebé interpreta que el contacto intersubjetivo le esté
negado, le resulta muy fácil refugiarse en las sensaciones (autoerotismo negativo),
ya que el funcionamiento psíquico de esos momentos tempranos de la vida está
caracterizado por una satisfacción pulsional autoerótica, donde no existe una
organización de conjunto (Laplanche y Portalis, 1971).
Las reacciones autistas hacen que en lugar del llamado al otro, el niño/a se refugie
en objetos y figuras autistas sensación. “En consecuencia la excesiva
preocupación del niño/a autista por sus figuras y objetos de sensación coarta su
desarrollo cognitivo, lo que explica que en muchos casos puede aparecer como un
deficiente mental”.
Según Tustin, “este empleo masivo y excluyente de la encapsulación
autogenerada dominada por sensaciones, constituye el rasgo distintivo del
autismo”. Los niños/as autistas están envueltos en sus propias sensaciones
corporales, creando su propia cobertura protectiva, que les permite vivir
desconociendo su dependencia de los otros.