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TEMA 1 - LA CRISIS Y SUS MANIFESTACIONES.

EL AUGE
ECONÓMICO DE LAS PROVINCIAS UNIDAS E INGLATERRA
1.1. Características y alcance de la crisis
La historiografía del s. XVII ha evolucionado desde considerar la existencia de una crisis general,
que abarcaba los distintos ámbitos de la actividad humana hasta posturas bastante más matizadas.
La idea de crisis se ha centrado esencialmente en la económica. Fenómenos como la
intensificación de las guerras, polarización social con el empobrecimiento de los más débiles, las
reacciones que provocó o el avance del absolutismo, actuaron a la vez como causas y efectos,
contribuyendo sin duda a aumentar las dificultades de muchas zonas.
En el análisis tradicional de los aspectos económicos de la crisis, junto a otros indicadores, tiene
un papel muy importante el final de la llamada revolución de los precios, con su estancamiento
y el comienzo de su caída, que parecía coincidir con el descenso de las llegadas de metales de
América. En líneas generales, el cambio de tendencia de los precios se inició a comienzos de
siglo en los países mediterráneos y más adelante, con cronologías diversas, en otras zonas,
retrasándose hasta los años 40 en el noroeste europeo, para bajar de forma generalizada en la
segunda mitad de siglo. Pero la revolución de los precios del siglo anterior no dependió solo
de los metales preciosos, por lo que el descenso de las llegadas de plata tampoco pudo tener
una excesiva importancia a la hora de explicar la crisis del siglo XVII.
Para Michael Morinea, considera que la llegada de los metales preciosos no disminuyó en el
siglo XVII, sino que continuaron a un nivel alto durante la primera mitad y superaron la segunda
los máximos de finales del siglo XVI, para llegar a estas conclusiones se basa en las gacetas
mercantiles e informes de cónsules extranjeros. Con ello contradice a Hamilton, que solo tuvo
en cuenta los registros oficiales y no los elevados niveles de fraude. No todos los especialistas
han aceptado sus datos, pero sí probaría que es equivocado identificar retroceso de los precios
con crisis, porque es evidente que aquel no afecta a todos por igual teniendo efectos positivos
para los compradores.
También la idea de una crisis general se ha venido abajo ante la evidencia de una evolución
diferenciada de las economías europeas:
• Las mediterráneas sufrieron diversas crisis, en ocasiones agudas.
• Otras, sobre todo Atlántico Norte (Provincias Unidas, Inglaterra) evolucionaron de
forma positiva.
Parece más correcto considerar que el periodo que va de 1580-1600 a 1680-1730, fue una época
de dificultades y reajustes en la economía, que afectó de forma diferente a las diversas zonas y
países, perjudicando a unos que se deprimieron y beneficiando a otros que se desarrollaron. En
su conjunto, la economía europea experimentó un crecimiento, aunque menor que el siglo XVI.
Se produce una redistribución según Morineau.
Abandonada la idea de una crisis general, hay más bien diversas crisis de diferente intensidad
y amplitud, con cronologías no siempre coincidentes y que afectaron de forma desigual a los
distintos territorios y sectores económicos. En el Mediterráneo las dificultades se presentaron
de forma más temprana (finales del siglo XVI) aunque también fueron más precoces en el inicio
de la recuperación (años 60 u 80 de la centuria). En el noroeste Atlántico, la crisis se retrasó hasta
los años centrales del siglo, prolongándose aproximadamente hasta 1730. Los territorios más
afectados fueron los países mediterráneos y los de Europa oriental y fue menos aguda en
Francia la Europa central y los países escandinavos. Las Provincias Unidas e Inglaterra,
pese a que no carecieron de dificultades, experimentaron un claro crecimiento económico. La

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consecuencia esencial del periodo de dificultades de la economía europea fue la transferencia del
protagonismo económico desde el Mediterráneo al Atlántico, un cambio que no solo fue
económico sino también conllevó cambios en el desarrollo de transformaciones sociales, la
política, el pensamiento, la cultura o la ciencia.
Sobre las causas de las dificultades económicas son diversas como lo fueron sus manifestaciones.
Una de las más destacadas fue el enfriamiento climático, la “pequeña edad glaciar” que se
caracterizó por la frecuencia de inviernos largos y fríos, junto a veranos húmedos y poco
calurosos, con fases especialmente críticas durante el cambio de siglo, los años 1640-1665 y entre
1690 y 1710. Este fenómeno afectó negativamente a la producción agrícola, incrementó la
frecuencia de malas cosechas creando hambre, enfermedad y muerte que incidía sobre una
población que había experimentado un importante crecimiento en el siglo XVI. Algunos autores
inciden en que la interpretación maltusiana no resulta suficientemente explicativa y habría
que añadir otras variables como el régimen señorial, la estructura de la propiedad de la tierra
o la creciente presión fiscal, que generaban una importante extracción del producto agrícola de
las manos del campesino, contribuyendo al empeoramiento de sus condiciones de vida
1.2. La evolución demográfica
La población muestra claramente la inexistencia de una crisis general y su distinta incidencia.
En conjunto, Europa no creció con la misma intensidad de la centuria anterior, pero el balance
general resultó positivo pasando -según Livi Bacci- de unos 111 millones en 1600 a 125 en
1700.
Las dificultades demográficas se iniciaron a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, con
una serie de malas cosechas y epidemias (1596-1603), que, aunque crearon dificultades en
muchas zonas de Europa, solo dejaron una huella perdurable en los países mediterráneos,
marcando en muchos territorios una tendencia clara al retroceso de la población:
• Norte de Italia, la de 1630-31, que afectó también a Toscana.
• Para Alemania y Europa central la fase más dramática estuvo vinculada a la Guerra de
los Treinta Años (1618-1648), con todos sus males asociados (hambre, peste, guerra y
muerte).
• En los años centrales de la centuria, de 1640 a 1660, con una incidencia especial de la
peste mediterránea entre 1647 y 1652, la del noroeste de 1665 a 1667 o la Guerra del
Norte (1654-1660) en el espacio Báltico y la Europa oriental.
• Una última fase de dificultades se produjo entre 1690 y 1715, coincidiendo con el
cambio de siglo y la guerra de sucesión de España, siendo especialmente sensible en
Francia, con dos terribles crisis de subsistencias de 1693-1694 y 1709.1710. Según
William Doyle, la carestía de Finlandia en 1696-97, que provocó la pérdida de un tercio
de la población, fue probablemente la peor de la historia.
Aunque las cifras globales no son demasiado precisas, en Alemania y Europa centro-oriental,
la Guerra de los Treinta Años supuso pérdidas que se repartieron de forma desigual,
castigando sobre todo las zonas con mayor presencia de ejércitos y operaciones bélicas, como los
valles de los grandes ríos. No obstante, las valoraciones han tendido a moderarse, si hace tiempo
se pensaba que Alemania pudo perder entre la mitad y 2/3 partes de su población, hoy se
considera que entre 15% y un 20%, bajando de 20 a 16-17 millones de habitantes. Según Günter
Franz, la guerra entre Suecia y Dinamarca (1658-1660) provocó una pérdida del 20% de la
población danesa, aunque las valoraciones generales esconden siempre diferencias internas.
Un caso significativo es el de España, donde la crisis se focalizó casi exclusivamente en el
interior castellano, frente a una periferia en la que se dieron casos de crecimiento, como el área

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cantábrica debido en buena parte a la extensión del cultivo de maíz o la zona mediterránea pese
la incidencia de la expulsión de los moriscos. En conjunto la población pasó de 6,8 millones a
7,5. En Italia descendió en la primera mitad del siglo de 13,5 a 11,7 millones, caídas que afectó
especialmente al norte, para recuperarse posteriormente, alcanzando hacia 1700 las cifras
iniciales. En Francia, el crecimiento compensó las frases negativas especialmente intensas al
final, pasando de 19,6 a 22,6 millones, siendo mayor el aumento la segunda mitad de la centuria.
En los países del norte se dio también un saldo positivo a pesar de las dificultades. Ya en la
primera mitad del siglo, Inglaterra pasó de 4,1 millones a 5,2 descendiendo a 4,9 hacia 1700.
En las Provincias Unidas se pasó de 1,5 a 1,9 millones. Menos fiables son las cifras de los países
escandinavos, aunque parece que aumentaron un 50% a pesar de las guerras. El resultado fue un
aumentó del peso demográfico del área noroccidental, contribuyendo a la transferencia
económica hacia esa zona. También hubo cambios en el centro de gravedad de diversos
países, muy claro en España, consagrándose el predominio de la periferia sobre el centro.
Particular de incidencia en la crisis demográfica tuvo la mortalidad catastrófica producida por
las diversas epidemias (peste, tifus, viruela, gripe, tercianas, sarampión…), que si bien veían
reforzados sus defectos cuando coincidían con malas cosechas, no las necesitaban para actuar. La
más importante era la peste, cuya incidencia y frecuencia recordaron al terrible siglo XIV. La
primera gran oleada tuvo lugar entre 1596 y 1603, la conocida como peste atlántica, la mayor
catástrofe demográfica de Europa desde la peste negra. La siguiente (1628-1632), afectó sobre
todo al norte y centro de Italia y Francia. Según Carlo Cipolla, eliminó a 1,1 millones de
personas, una cuarte parte de la población. A mediados de siglo (1647-52) se desencadenó otro
gran ataque sobre los países del Mediterráneo que incidió fuertemente en Andalucía, Valencia,
Cataluña, Aragón, Mallorca y Murcia, y fue muy grave en la península italiana entre 1656 y 1658.
La de 1663-1670, que fue la última de las grandes pestes europeas bien documentadas, afectó
a los países del noroeste de Europa, con grandes mortandades en ciudades como Londres (69.000
muertes en 1665 y otras 100.000 en el resto de Inglaterra). Prácticamente todos los territorios
padecieron ciclos o oleada de peste. Francia, por ejemplo, sufrió 4 entre 1600 y 1670 que
frenarlo en considerablemente la tendencia al incremento natural de población.
A parte de tales oleadas, hubo una gran cantidad de epidemias de carácter local o regional de
forma que pocas localidades se libraron de ella (Londres, Ámsterdam, Nápoles). A partir 1670
el peligro de la peste comenzó a ceder, con episodios menos frecuentes y, lo que es muy
importante, cada vez más localizados (y posiblemente no imputables ya la peste propiamente
dicha) como la de entre 1676 y 1685 que afectó a las regiones españolas del Mediterráneo. No
obstante, continuaron produciéndose otras epidemias mortíferas.
Al estancamiento retroceso demográfico contribuyeron otra serie de elementos propios de una
época de dificultades, que se dieron sobre todo en las áreas más afectadas por la crisis. En primer
lugar, los comportamientos voluntarios: incremento del celibato, retrasó la edad del
matrimonio, retroceso de la natalidad, excepcionalmente prácticas contraceptivas. En las regiones
con posibilidades de crecimiento, vinculadas a la expansión de la industria rural, el acceso
al matrimonio fue en general más temprano y la población creció. La mortalidad
catastrófica incidía muy negativamente en las ciudades, cuya concentración de población
facilitaba el contagio, si bien hay que pensar también que las medidas profilácticas se aplicarían
en ellas con mayor efectividad que los ámbitos rurales.
El auge de la ciudad, que había caracterizado el siglo XVI, se interrumpió en el XVII, aunque
obedeciera a múltiples causas. las más afectadas fueron las ciudades del Mediterráneo, lo que
provocó una ruralización de la población italiana y española, especialmente en Castilla, que
había sido la más beneficiada por el auge urbano del siglo anterior. La excepción fueron las
ciudades capitales, beneficiadas por el efecto de atracción generado por la progresiva

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importancia de las Cortes barrocas. El caso de Madrid es especialmente significativo en
contraste con ciudades como Toledo o Burgos entre otras, así como en otras áreas, Valencia desde
la peste de 1647 y Sevilla a partir de la terrible de 1649. Otra excepción fueron algunos puertos
como Málaga y sobre todo Cádiz, progresivamente beneficiada por el desplazamiento del
comercio con América en perjuicio de Sevilla. En el noroeste europeo, en cambio, el mayor
auge urbano estuvo vinculado especialmente a la actividad económica.
A mediados de siglo, las 3 grandes ciudades europeas que superaban los 300.000 habitantes
eran París, Londres y Nápoles. Según Peter Laslett, a finales del siglo XVII, más de un inglés
de cada 10 vivía en Londres (550.000-575.000 habitantes) a pesar de los numerosos ataques de
peste sufridos en los dos primeros tercios de la centuria. En 1700, Ámsterdam tendría unos
220.000 habitantes. el mayor peso urbano del Mediterráneo a finales del siglo XVI no se mantuvo,
desplazándose hacia el noroeste.
Según datos de Jan Vries, 38 ciudades experimentaron un crecimiento notable entre 1600-
1750, siendo responsables del 80% del aumento neto de la población urbana en dicho siglo y
medio, demostrando la combinación de dos fenómenos:
• Pérdida de población de muchas ciudades
• Concentración en un número selecto de estas.
Treinta de las ciudades eran capitales políticas y/o puertos marítimos con una importante
actividad mercantil. Solo 7 se situaban en el ámbito mediterráneo: 3 capitales (Madrid, Turín y
Roma) y 4 puertos (Cádiz, Livorno, Málaga y Toulon), los tres primeros dominados por
comerciantes de la Europa septentrional.
Los movimientos de población también fueron muy importantes, junto a las migraciones de
radio corto, muchas veces estacionales en busca de trabajo, las del campo a la ciudad o las
permanentes de diferente alcance, las que tuvieron un mayor efecto demográfico fueron las
que se dirigieron a otros continentes, sobre todo América. La causa principal fue la
superpoblación entendida de acuerdo con las posibilidades de subsistencia. Otras migraciones
estuvieron determinadas por colonizaciones, provocando importantes transferencias de
población. Con ello se produjeron muy diferentes movimientos:
• Sicilia: Migración interior auspiciada por nobles propietarios de feudos que fundaron
130 localidades entre finales del siglo XVI y mediados del siglo XVII.
• Provincias Unidas: La desecación de nuevos polders en la primera mitad de siglo atrajo
otros emigrantes de las propias Provincias Unidas y de Alemania.
• Por despoblación previa: Como Alsacia, Franco Condado o el sur de Alemania que
tras la guerra recibieron una importante emigración suiza.
• Motivos políticos: 14.000 escoceses colonizaron el Ulster al que se unieron muchos más
entre 1688 y 1715. La sujeción de Irlanda por parte de Cromwell propició también otras
migraciones desde Inglaterra o Gales.
• Servicio militar: No regresando soldados a sus países, especialmente si eran pobres
como Suiza o Escocia, que suministraban abundantes mercenarios a los ejércitos.
Las migraciones más sensibles fueron las religiosas, sobre todo por su concentración en un
corto de tiempo y por ser forzosas. Así su papel fue muy importante en la colonización inglesa
de América del Norte, aunque fueron significativos otros movimientos:
• Expulsión de los moriscos de España (1609-1614): Respondía a una mezcla de motivos
religiosos, políticos y raciales. Salieron un mínimo de 300.000 personas al Norte de
África, la mayoría de los reinos de Valencia y Aragón.

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• Hugonotes tras la revocación del edicto de Nantes (1685): Llevo a 150.000-200.000
personas a zonas como las Provincias Unidas (50.000-60.000), Inglaterra (40.000-
50.000), Alemania (30.000), Suiza (22.000) o las colonias inglesas de América (10.000-
15.000). A diferencia de los moriscos que eran campesinos y gente sin importancia social,
pertenecían a ámbitos muy variados, lo que supuso para Francia una pérdida cualitativa
considerable.
• Protestantes y católicos: Iniciada el siglo anterior, buscaron territorios propicios a sus
creencias. Solo en Bohemia emigraron entre 1620-48 100.000 personas. Muchos
protestantes contribuyeron a la colonización de Brandenburgo, Pomerania o la Prusia
ducal así como al incremento demográfico en los países escandinavos.
Con respecto a las emigraciones al Nuevo Mundo se dirigieron no solo a la América española
o portuguesa, también a las colonias establecidas en el siglo XVII por Inglaterra, Francia o
las Provincias Unidas. Aunque también existió emigración a las colonias de Asía fue mucho
menor.
• España: Carlos Martínez Shaw ha reducido a 100.000 personas la estimación del número
de inmigrantes españoles a América en el siglo XVII, una cifra similar al siglo anterior,
con una participación creciente de las regiones del norte y del este.
• Portugal: Son cifran aún más complejas, si bien se ha calculado una salida anual de 2.000
emigrantes, que subieron a unos 5.500 entre 1700 y 1720, atraídos por el oro brasileño.
• Inglaterra: Saldrían unas 378.00 personas entre 1630 y 1700.
• Provincias Unidas: Se calcula en un cuarto de millón en los siglos XVII y XVIII, la
mayoría hacia Asia, aunque este flujo de población fue ampliamente compensado por
los inmigrantes que desde Europa llegaban a los Países Bajos.
• Francia: Muy escasa, sobre todo hacia Canadá (27.000 personas entre 1600 y 1730) o las
Antillas.
1.3. Agricultura y ganadería
El sector primario fue tal vez el que más sufrió la incidencia de la crisis, como lo prueba el
descenso generalizado de los precios, que habían sido los principales protagonistas en el
crecimiento del siglo anterior; la contracción del consumo, o la disminución de la producción y
de la productividad cerealista, que presenta No obstante múltiples modalidades regionales. los
mayores retrocesos se dieron en las regiones más afectadas por las dificultades, coincidiendo con
los años más duros.
El propio descenso de precios estimulo la reducción de la productividad, a lo que contribuyó
también la presión de señores y dueños de tierras para paliar los efectos de la crisis sobre sus
economías, con medidas como la usurpación de tierras comunales o la revisión de las rentas.
Obviamente su capacidad para presionar a los campesinos tenía un límite, por lo que dicha
presión se ejerció sobre todo en las primeras fases de la crisis, a finales del siglo XVI y
comienzo del XVII en los países mediterráneos. Después hubo de moderar las exigencias, si bien
a ellas se añadió también la presión fiscal de los gobiernos, con gran necesidad de recursos
para las guerras, cuyo momento culminante fue la Guerra de los Treinta Años. Salvo en Inglaterra,
las Provincias Unidas y algunas zonas de Francia, la disminución de la presión demográfica, junto
a los efectos negativos de guerras y enfermedades, incidió también en la reducción de la
superficie cultivada, que en muchos territorios favoreció a la ganadería.

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Las respuestas a la crisis fueron distintas según los diferentes lugares:
Europa oriental, al este del Elba: las dificultades de los señores ante la caída de producción
y productividad, el descenso de las exportaciones de cereales o el aumento de los costes de
exportación llevaron a la desaparición de los ya escasos restos de independencia de la comunidad
campesina. Se aumentó la extensión de los dominios a costa de las pocas propiedades campesinas
y bienes colectivos que quedaban. También empeoraron las parcelas de tierra que los señores
cedían a los campesinos para su subsistencia. El resultado fue un incremento de la
concentración de la propiedad de manos de los aristócratas, la práctica desaparición del
campesinado libre, la generalización de la servidumbre, el aumento de las prestaciones de
trabajo obligatorio y el empeoramiento de las condiciones de vida de los siervos.
Inglaterra: Es el extremo opuesto al caso anterior. Aunque hubo también una reacción de los
poderosos, sus resultados fueron más favorables para la evolución económica. Los efectos
sociales fueron también negativos, aunque las condiciones de vida de los estratos inferiores del
mundo agrario no fueran comparables a los siervos de Europa oriental. La fuerte presión de la
gran propiedad, muy consolidada al inicio del siglo, condujo a la desaparición del pequeño
campesinado entre 1660 y 1740 e incremento la emigración del campo a la ciudad. La propia
revolución contribuyó a ello al acabar con las limitaciones feudales que frenaban la concentración
de la propiedad, permitir la privatización de bienes comunales y eliminar desde 1660 a las trabas
a los enclosures, que hacia 1700 ocupaban aproximadamente el 50% del campo inglés. Al
contrario que en zonas europeas en retroceso, la demanda hizo que la superficie cultivada
aumentará a lo largo de la centuria, gracias a la roturación de montes, la transformación de pastos
en campos de cereal o el drenaje de la zona de marismas de la Inglaterra oriental (Fenlands).
En la segunda mitad del siglo, el campo inglés comenzó a configurarse sobre la trilogía
formada por grandes propietarios, arrendatarios que explotaban las tierras con métodos
capitalistas y jornaleros asalariados procedentes del campesinado empobrecido. Los
arrendatarios serían los principales responsables de la introducción de nuevos métodos de
cultivo por su deseo de incrementar la productividad ante la caída de precios. Muchos de estos
métodos los tomaron de los Países Bajos, donde se practicaban desde la baja edad media. Así los
ingleses combinaron la introducción de plantas forrajeras, leguminosas y cultivos intensivos
con una dedicación esencial a la producción de cereales para alimentar a la población, a
diferencia de las Provincias Unidas, que los importaban del Báltico y podrían diversificar su
producción. El resultado no fue únicamente la eliminación del barbecho, sino una agricultura que
permitía una mayor dedicación a la ganadería, favoreciendo su estabulación, lo que
redundaría en el incremento de la productividad cerealista. Aunque lejos de los neerlandeses,
avanzó hacia la diversificación y especialización, con regiones dedicadas a la cría ganadera,
cereales, combinación de ambas o la horticultura en los alrededores de Londres, etc.
El sistema Norfolk establecía una rotación de cosechas de 4 años (u hojas), alternando trigo,
nabos, cebada y plantas forrajeras como el trébol y la alfalfa. Otras innovaciones eran el drenaje
y los wáter meadows (prados inundados). Estas transformaciones consiguieron autoabastecerse y
evitar la crisis productiva de finales de siglo y convirtiéndose en un importante exportador que en
el primer tercio del siglo XVIII rivalizaría con el Báltico en el abastecimiento de Europa.
El modelo a imitar seguía siendo las Provincias Unidas que destacaron tanto por la
especialización como por la comercialización. Al igual que Inglaterra supuso un paso importante
en la transformación de la agricultura en un sentido capitalista. En las Provincias Unidas
disminuyó la importancia de la nobleza y la agricultura se sometió a los intereses de los
mercaderes. Productos como queso, mantequilla, carne, tulipanes o plantas industriales se
convirtieron en protagonistas, mientras que el abastecimiento de trigo provenía del Báltico. El
retraso en el descenso de los precios en el norte de Europa posibilitó que la primera mitad del

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siglo XVII fuera la edad de oro de la construcción de polders, incrementándose en una cuarta
parte la tierra cultivable. Otras zonas de Agricultura intensiva desde el siglo XV y XVI, fueron
Lombardía, algunos territorios de Alemania (Renania, Baja Sajonia, Frisia oriental o Schleswig-
Holstein y el norte de Francia.
En muchas zonas de Europa occidental los efectos ya descritos de la crisis en el mundo agrícola
generaron un fuerte endeudamiento del campesinado más débil, que llevó con frecuencia a la
pérdida de sus propiedades o arrendamientos, afectando a la comunidad rural empobrecida por
la restricción de sus bienes y derechos colectivos. También desaparecieron los sectores agrarios
medianos, como los del Reino de Nápoles, intermediarios entre nobleza propietaria y mercaderes
extranjeros (genoveses sobre todo que extraía en el cereal). Los beneficiarios de tal polarización
social fueron la nobleza y el clero como principales propietarios de la tierra, pero también los
rentistas urbanos, lo que explica que este fenómeno incidiera en mayor medida sobre los
territorios más cercanos y accesibles a las ciudades. En conjunto aumentó la gran propiedad.
Desde el punto de vista productivo se mantuvo el predominio del cereal, en el que la mayor
innovación fue la difusión del maíz que desde el siglo XVI fue extendiéndose por zonas húmedas
como Galicia y el Cantábrico español y posteriormente sur de Francia y norte de Italia,
contribuyendo decisivamente a paliar las crisis gracias a su alta productividad y resistencia, así
como su adaptación a sistemas de rotación de cultivo que permitían eliminar el barbecho.
También fue importante la difusión del arroz que se extendió por Lombardía y el Reino de
Valencia.
Los cultivos industriales tuvieron también un papel innovador en ciertas áreas, favoreciendo
la implantación de manufacturas rurales. En diversas zonas del Mediterráneo se extendió el
cultivo de la Morera para la alimentación del gusano de seda. En Galicia, oeste de Francia,
Países Bajos y Alemania se difundieron el lino y el cáñamo. Otras novedades inducidas por la
demanda urbana fueron tantos las frutas y hortalizas en el entorno de las ciudades, como la
vid, que se desarrolló sobre todo en Francia y el Mediterráneo con la peculiaridad de que la
demanda de vinos fue estimulada también por la cada vez más sofisticadas sociedades de la
Europa del noroeste. En conjunto fueron pequeñas modificaciones, mucho menos significativas
que las de la Europa del noroeste ilimitadas además a zonas geográficas reducidas. No obstante,
no dejaron de suponer una respuesta a la crisis con el tímido inicio de cierta especialización
regional.
1.4. Industria, comercio y finanzas
Uno de los sectores más afectados por la crisis fueron las manufacturas textiles urbanas
tradicionales, como las situadas al norte de Italia o en el sur de los Países Bajos. Frente a ella, en
diversos territorios europeos se recurrió a una fuerte expansión de la práctica del
verlagssystem, (también conocido como sistema doméstico, industria rural, industria a
domicilio o protoindustrialización). Las dificultades de la sociedad rural favorecieron el
proceso al favorecer un complemento económico. Al propio tiempo, el descenso de los precios
agrarios, al liberar recursos, aumentó la demanda de productos textiles destinados un amplio
mercado. Fuera de las exigencias gremiales se podía adaptar los productos a las condiciones de
mercado, ofreciendo paños de menor calidad (new drapperies), la agricultura estaba
favoreciendo el desarrollo del capitalismo contribuyendo al proceso de acumulación del
capital mercantil.
El epicentro de estas transformaciones fue Inglaterra, que ya contaba a finales del siglo XVI
con una producción importante de paños baratos, introducidos por los flamencos que huían
de su país a causa de la guerra y que constituían casi la tercera parte de las exportaciones textiles,
pese al predominio aún evidente de las old drapperies o producción tradicional (destacando los
paños semielaborados que eran acabados y teñidos en los Países Bajos). Diversos elementos, y
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entre ellos la crisis comercial de 1619-1622 o la influencia negativa de la guerra sobre los
mercados del norte y centro de Europa, afectaron negativamente a la pañería tradicional, sin
que los ingleses fueran capaces de hacerse cargo de toda la producción. También los cambios
en la alimentación del ganado, a consecuencia de las novedades introducidas en el campo,
provocaron un empeoramiento de la calidad de la lana inglesa, lo que favoreció la expansión
de las new drapperies. La menor calidad estos paños, junto a la reducción de costes abaratar
su precio de venta, accediendo a un mercado más amplio. Su gran expansión se produjo sobre
todo a partir de los años veinte en zonas como el suroeste de Inglaterra o el Yorkshire occidental.
La lana irlandesa contribuyó a aportar la materia prima, al tiempo que la expansión mercantil
inglesa por áreas cálidas como el Mediterráneo o las colonias amplió sustancialmente la
demanda de unos paños que eran además más ligeros y frescos que los tradicionales.
Las nuevas pañerías se difundieron por las Provincias Unidas, favorecidas por la emigración
de artesanos calvinistas flamencos. El centro principal fue en la ciudad holandesa de Leiden,
que pudo compensar los mayores costes del trabajo urbano por la abundancia de mano de
obra experta y la introducción de innovaciones técnicas. Sus paños baratos (principalmente
estameñas y fustanes) tuvieron un amplio éxito fuera de las Provincias Unidas, especialmente
en el Mediterráneo donde desplazaron a los textiles tradicionales italianos. Los problemas
surgieron desde mediados de siglo, cuando fueron desplazados por los ingleses, lo que les
obligó a reconvertirse hacia tejidos de alta calidad y precio que redujo la pujanza anterior de la
ciudad. Este caso ejemplifica los problemas de la manufactura textil neerlandesa, incapaz de
competir colas new drapperies inglesas, tanto por su fuerte base urbana como por la
dependencia de materias primas procedentes del exterior. Ámsterdam y Leiden tenían paños
ingleses y Haarlem blanqueaba lino alemán, flamenco o francés. La producción de las
Provincias Unidas, especialmente Holanda, era un elemento más de su sorprendente
desarrollo económico en el siglo XVII, basados, sobre todo -y fuertemente dependiente- de su
hegemonía Mercantil, por lo que entró en crisis hacia los años setenta, cuando los ingleses
comenzaron a superarles en el comercio marítimo. La industria rural no fue un fenómeno
exclusivo de Inglaterra. Al concluir el siglo, densas redes protoindustriales se habían extendido
por zonas de Países Bajos, Francia o Alemania (Westfalia, Silesia, Sajonia meridional).
Francia mantuvo bien hasta los años 30 a su industria textil urbana, desde esa fecha
comenzaron sus problemas, derivados tanto de las dificultades económicas como de los
conflictos sociales relacionados con el mundo gremial o de las consecuencias de las guerras con
España. La situación mejoró en las décadas finales del siglo gracias a la política mercantilista
de Colbert, que implicaba el proteccionismo arancelario y la promoción de la actividad
manufacturera. En zonas como Amiens o Beauvais se logró una cierta complementariedad entre
la industria rural y la urbana, al tiempo que la protoindustria se extendía sobre todo en el
norte, el oeste o el Languedoc, este último favorecido por los estímulos de la exportación hacia
el Mediterráneo oriental por el puerto de Marsella. También en Lyon se supo aprovechar de
la decadencia de Génova, principal centro sedero de Europa.
Fue significativa la decadencia de los centros pañeros italianos (Venecia, Lombardía y
Toscana), dentro de un fenómeno de contracción general de su textil. Su demanda se hundió
ante las new drapperies, más ligeras y baratas. El problema no era la alta calidad de sus tejidos
sí no los elevados costes de producción por el nivel salarial defendido por los gremios, o la
fiscalidad. La industria de la seda resistió en general mejor que la de lana, especialmente en
Bolonia y Florencia y no tanto en Génova, favorecida por la gran difusión de la hilatura de la
seda en el mundo rural. Por ello, especialistas como Paolo Malanima habla más de una
reconversión desde la pañería de la lana a los hilados de seda, si bien el auge de estos no
compensó la caída de la primera.

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Más intensa fue la crisis de la pañera castellana, que muchas localidades supuso su práctica
desaparición. Se mantuvo en Segovia, centro principal de la corona de Castilla. pero con una
fuerte reducción y diversificación de su actividad, incluyendo artículos de baja calidad. En el
entorno de Segovia y en la Sierra de los Cameros hubo también una cierta ruralización. A
finales del siglo se inicia la recuperación de la pañería de Cataluña, centrada en localidades
semiurbanas como Igualada, Sabadell o Tarrasa, bajo el impulso de pequeños mercaderes
empresarios. También se expandió la seda, sobre todo en Barcelona o Valencia, que supieron
aprovechar la crisis de Toledo, principal núcleo anterior.
Pese al predominio textil, en otros sectores como la minería o la metalurgia experimental, los
principales avances se localizaron en la Europa del norte y del noroeste. Gran importancia
tuvo la industria metalúrgica sueca activada por comerciantes neerlandeses, y a la que, además
de la abundancia de materias primas (cobre, hierro y combustible en madera) el rey Gustavo
Adolfo concedió privilegios fiscales. Los ingresos de la Hacienda gracias a la exportación de
cobre fueron una de las bases del poderío político y militar de Suecia. A finales de siglo
suministraba un tercio de la demanda europea de hierro.
La metalurgia inglesa, también importante, se vio frenada por la falta de combustible a causa
de la deforestación. Sin embargo, Inglaterra recibía prácticamente a la mitad de la producción
sueca, que se encargaban de transformar en artículos metálicos en lugares como Birmingham
o Sheffield, adaptándose a las circunstancias, capacidad demostrada también en la resolución de
los problemas del combustible con el carbón mineral, cuyo principal centro de producción
era Newcastle. Su generalización para el consumo doméstico convirtió a Londres en su principal
mercado, al tiempo que un número creciente de manufacturas lo utilizaban en sustitución de la
leña o el carbón vegetal. Su empleo en la metalurgia planteaba problemas que se resolverían en
el siglo XVIII convirtiéndose en la principal fuente de energía para la revolución industrial.
También fueron relevantes las manufacturas neerlandesas de la alimentación, como la
producción de azúcar o la industria pesquera basada en empresas capitalistas de cierta
importancia, las dedicadas al blanqueo de lino (Haarlem), o la construcción naval, con una
prosperidad que seguía el ritmo del propio país iniciando su decadencia a partir de los años
setenta.
En el caso de Inglaterra, la progresiva autonomía de las manufacturas respecto al capital
Mercantil se manifestaba, por ejemplo, la cantidad de actividades que ellas apoyaban sobre
una importante concentración de capital fijo (minas, cervecerías, azucareras, elaboración de
papel o de vidrio, etc.). En conjunto la evolución de las manufacturas europeas confirmó la
definitiva transferencia del centro de gravedad del Mediterráneo al Atlántico. Italia o
España (especialmente Castilla), se convirtieron al concluir el siglo en exportadores de
materias primas e importadores de manufacturas.
También el comercio se vio negativamente influido por el parón en el crecimiento
demográfico y las dificultades económicas, hasta el punto de que entre 1620-1650, se generaliza
la evolución a la baja de las rutas mercantiles: comercio Báltico, tráfico vacuno entre
Dinamarca, Países Bajos y Renania e incluso los prósperos mercados en expansión como el de
los esclavos en América o el comercio con las Indias orientales. Especial importancia tuvo la
decadencia de los comerciantes mediterráneos, que, desde la última década del siglo XVI,
sufren la competencia ventajosa de ingleses y neerlandeses, llegados inicialmente para abastecer
de grano a las ciudades costeras, lo que les permitió iniciar una ruta comercial permanente en la
que introducían también sus manufacturas textiles, y ya en el siglo XVII, pimienta y especias. La
llegada de los neerlandeses al Índico supuso además la crisis definitiva del comercio de
Venecia con los puertos mediterráneos del Levante que había logrado mantenerse durante
buena parte del siglo XVI, perdió su papel de redistribuidora de productos asiáticos y supuso el

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triunfo definitivo de las rutas marítimas frente a las terrestres. La crisis de las economías
mediterráneas y las de Alemania con ocasión de la Guerra de los Treinta Años incidieron
además de forma negativa sobre las anteriores áreas mercantiles interiores venecianas, se
produjo la transferencia hacia el Atlántico, aunque exclusivamente en beneficio de las
economías del noroeste pues también decayó el comercio español con América y los
portugueses se veían desplazados por los neerlandeses en Asia.
El nuevo centro mercantil y financiero fue Ámsterdam, que contaba con una ventaja que
nunca tuvo Amberes, la disponibilidad de una poderosa flota mercante, que llegó a ser
superior a la de los demás países juntos. Gracias a este predominio naval, los neerlandeses
además de la pesca de altura dominaron los tráficos marítimos y el intercambio internacional de
bienes y expandieron ampliamente al comercio, rompiendo anteriores límites. Para ello
contaron desde el siglo 17,1 barco creado específicamente para el transporte de mercancías, la
fluyt (flauta) o fluit-ship. Estrecho y alargado, con una gran capacidad de carga, despreciaba
la protección dedicando también para almacenamiento espacios en que otro barco situaban
cañones y necesitaba menos tripulación que otros buques. A ello unía bajos costes de producción
y explotación, y una financiación novedosa gracias al rederijen, que proporcionaba un capital
muy dividido entre gran número de pequeñas empresas, lo que distribuía beneficios, pero
también riesgos. Gracias a este barco ofrecieron fletes a bajo precio además de que otras dos
características de su comercio eran:
• Especialización en mercancías voluminosas (cereales, sal, madera, ladrillos, etc.): La
principal razón radicaba en el control económico que ejercían sobre el Báltico, en el
siglo XVII, más de 2/3 partes de los barcos que atravesaban los estrechos del Sund llevaban
pabellón neerlandes y en 1666 atraía 3/4 partes del capital activo en la Bolsa de
Ámsterdam. Del Báltico obtenían cereales (Para su urbanizada sociedad y también para el
sur de Europa y el Mediterráneo), pertrechos para la construcción naval, pescado, pieles…,
que intercambiaban con productos de la península Ibérica como el vino, la sal y
especialmente la plata de América con la que lograban saldar el déficit de su comercio
con el Báltico.
• El carácter de intermediarios (eran llamados despectivamente como carreteros del mar),
que traficaban con productos no necesariamente propios. También introdujeron en el
Mediterráneo productos textiles y coloniales de elevado precio. En el Mediterráneo
convirtieron al puerto de Livorno en uno de sus centros principales de redistribución de
mercancías.
El dominio neerlandés del tráfico intercontinental se inició con su presencia en Asia a partir
de los años 90 del siglo XVI. Pero la actividad se reorganizó con la creación en 1602 bajo el
impulso de los Estados Generales, de la compañía de las Indias orientales (Verenigde Oost-
Indische Companie), conocida también como la VOC por sus siglas, que agrupaba a todas las
anteriores. Se trataba de una compañía fuerte, auténtico representante de las Provincias Unidas en
Asia, que contaba con un capital fijo basado en la emisión de acciones negociables en la bolsa de
Ámsterdam:
• Planificó la expansión mercantil.
• Organizó los viajes.
• impuso un estricto control de la actividad.
El deseo de imponer su monopolio le llevó a enfrentarse por la fuerza a los portugueses en
Oriente, logrando controlar el comercio de las especias y el tráfico interasiático entre el Índico y
el Pacífico. Sus amplios beneficios consiguieron reducir el déficit crónico del comercio europeo
con Asia.

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Menor éxito tuvo en América. En 1621 (mismo año en que se reanudó su guerra con España)
crearon la Compañía de las Indias Occidentales (West Indische Compagnie, WIC), cuyos
principales objetivos eran el Caribe, Brasil y Guinea. Asimismo, para introducirse en el tráfico
de esclavos arrebataron a los portugueses varios de sus enclaves en la Costa de Oro (actual Ghana).
Pese a grandes éxitos como la captura de la flota de nueva España en Matanzas (Cuba) por Piet
Heyn en 1627, que permitió repartir un dividendo del 75%, las deudas se acabaron ahogando la
compañía, que pasó por dificultades. Refundada en los años 70, se dedicó al lucrativo tráfico de
esclavos. A mediados de siglo, los neerlandeses poseían la mayor flota Mercantil del mundo, con
más de 2.000 naves de gran tonelaje que suponía el 75% de la flota mercante europea.
La creación de la Bolsa de Ámsterdam en 1609 consagro a dicha ciudad como centro principal
de las finanzas europeas, separando de forma definitiva la negociación de valores de las
mercancías, constituyendo un avance decisivo en la evolución del capitalismo mercantil. Como las
numerosas autoridades monetarias y las bancas privadas de las provincias Unidas no eran
adecuadas para atender las necesidades de una red internacional del comercio, el municipio de la
capital holandesa creó aquel mismo año el Banco de Ámsterdam, con el objetivo de centralizar
las principales operaciones europeas de compensación de letras de cambio que hasta entonces
se realizaban en grandes ferias, y regular el cambio de monedas. Además, aceptaba depósitos y
realizaba transferencias entre cuentas de los clientes, resultando esta función de enorme
importancia al permitir compensar los intercambios del gran comercio que realizaban con un
patrón monetario inalterable, el llamado florín banco. Se convirtió en depósito preferente de
los excedentes monetarios, pero no compraba ni descontaba letras, ni emitía billetes, si bien sus
recibos de depósito circularon en ocasiones como tales después de 1658. En un principio tampoco
prestaba directamente a los comerciantes, aunque más adelante concedería créditos. Era
esencialmente un Banco de cambio, al igual que lo fueron otros que siguieron este modelo como el
de Hamburgo (1619).
Con todo, al no contar ni con una sólida estructura productiva ni con un potente mercado
interior, el auge económico dependía en exceso de su superioridad marítima lo que le convertía
en un gigante con pies de barro, que se vio afectado muy negativamente por la acción de sus
competidores. Las 3 guerras mercantilistas o guerras comerciales con Inglaterra entre los años 50
y comienzos de los 70, o la agresión de Luis XIV en 1672 contribuyeron a desgastarlas, en beneficio
sobre todo del papel mercantil de Hamburgo, que se hizo con buena parte del comercio entre
Occidente y el interior de Alemania. Pero lo que más daño les hizo fue el auge del comercio
internacional inglés a partir de los años 70. No obstante, la actividad financiera de Ámsterdam
continuaría siendo muy importante en el siglo XVIII.
La supremacía Mercantil inglesa era mucho más sólida, basada en una producción textil
reestructurada (que rivalizaba con la neerlandesa en la península Ibérica y el Mediterráneo), el
auge de sus otras actividades industriales, una potente Marina con crecimiento estimulado por
las Actas de Navegación, la expansión colonial en América, una amplia práctica Mercantil con
dicho continente o una creciente y sofisticada demanda interior. Si en 1572 la flota inglesa era
de 50.000 toneladas, en 1686 llegaba a las 340.000. El papel de intermediarios aumentó de forma
importante. Hacia 1640 las exportaciones representaban tan solo un 3,5% de sus exportaciones,
mientras que en 1700 suponía un 31%. Los productos coloniales, sobre todo azúcar y tabaco (que
importaban, procesaban y reexportaban), fueron el capítulo del comercio inglés que creció más
rápidamente en la segunda mitad del siglo XVII. Gracias al Banco de Inglaterra, creado en 1694,
y al crecimiento de su Mercado de Valores, Londres comenzaba a tener cierto peso en el mundo
financiero.

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1.5. El mercantilismo
El término mercantilismo, describe una vieja y generalizada práctica económica, presenta ya en
la Baja Edad Media y que domina la economía europea durante casi toda la Edad Moderna.
No es una escuela o corriente, sino un conjunto de prácticas y escritos de carácter teórico sobre
la economía. La propia inexistencia de una línea clara hace que deba hablarse más bien de
mercantilismos, pues existe una serie de elementos que permiten diferenciar el francés, el
inglés, el neerlandés o el español, e incluso dentro de cada uno hay autores o prácticas diferentes.
Sin duda alcanzó su cénit en el siglo XVII, antes de que en siglo XVIII surgieran otras corrientes
de pensamiento como la fisiocracia y el liberalismo, pero sus orígenes son anteriores y perduró
durante la centuria siguiente.
Según Pierre Deyon, los tres elementos fundamentales de todo el mercantilismo eran:
• El incremento del poder del estado.
• La apología del trabajo y de los intercambios.
• La extrema atención que se concede a la balanza comercial.
También consideraban favorable el incremento de la población y el de la riqueza de los
súbditos. Las doctrinas mercantilistas coincidían en la consideración de que la riqueza disponible
era limitada, por lo que cada país debía competir con el resto para lograr una porción más
grande, evaluable en metales preciosos, lo que hacía necesario proteger la moneda y el stock de
oro y plata. Era pues un nacionalismo económico, que exigía la intervención de los gobiernos
en la economía, lo que contribuía a reforzarlos y a incrementar las haciendas públicas.
En el siglo XVII, superadas las visiones más monetaristas o bullonistas, excesivamente ligadas
al atesoramiento, la idea dominante era que la clave para hacerse con la mayor cantidad de
dinero estaba en el comercio, y más concretamente en conseguir una balanza mercantil
favorable. Para ello había que procurar exportar productos manufactureros (mas valiosos) e
importar materias primas (más baratas). El país que exportaba materias primas se empobrecía
porque entregaba a otro la posibilidad de incrementar su valor con la manufactura. Para evitar que
otros participaran en la ganancia que se podía obtener con el comercio, el ideal era que se hiciera
en barcos propios implicando la protección al desarrollo de la marina mercante y la creación de
compañías privilegiadas con exclusividad para comerciar con una determinada zona.
Dentro de Europa no resultaba fácil que un competidor cediera sus materias primas y compara
a otro los productos manufacturados, por las políticas de protección, por lo que se usaron dos
instrumentos:
• Promoción de las manufacturas.
• Aranceles aduaneros que impidieran la exportación de materias primas y gravaran
fuertemente la entrada de manufacturas.
Tales prácticas suponían una dura competencia entre los distintos países, que conllevó
guerras mercantiles, como las que enfrentaron a Inglaterra con las Provincias Unidas entre 1651
y 1672. Pero el mercantilismo también impulsaba la expansión fuera de Europa, buscando
territorios cuya economía se subordinase a la del propio país mediante el pacto colonial:
establecimiento forzoso de una relación de dependencia económica por la que las colonias eran
abastecedoras de materias primas (algodón, tabaco, azúcar, etc.) y compradoras obligadas de
manufacturas de la metrópoli.
El francés Jean Baptiste Colbert, de acuerdo con la idea general del mercantilismo, consideraba
necesario estimular el crecimiento de la población y la riqueza, que incrementarían a su vez
el consumo interno. Por ello, junto al comercio exterior era necesario alentar la producción

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propia, que alimentara el mercado francés y redujera la dependencia exterior. Para él “las
compañías de comercio son los ejércitos del rey y las manufacturas de Francia sus reservas”. De
hecho, ambos fueron los dos pilares de la política económica francesa como ministro de Luis
XIV, conocida como colbertismo.
Ya en tiempos de Mazarino se había creado la compañía de China (1660) en la que los objetivos
comerciales se mezclaban con los misionales. Entre 1664 y 1672 Colbert dio un gran impulso a
la creación de compañías mercantiles, a las que reservaba inicialmente el monopolio del
comercio de una parte del mundo, a los que algunos casos (sobre todo en América), añadirían
la gestión del poblamiento y colonización. Surgirían así compañías de las Indias Occidentales,
Orientales, del Norte o de Levante (comercio con el Mediterráneo oriental), a las que se unirían
otras como la Compañía de Guinea (1684), ya tras la muerte de Colbert, dedicada a la trata
negrera y el comercio triangular, con los otros dos vértices en Nantes y la isla de Santo Domingo.
Tales compañías, basadas en la iniciativa y financiación gubernamental, pretendían movilizar
capitales privados, pero por lo general no se vieron suficientemente respaldadas por estos. La
más exitosa fue la de las Indias Orientales, pese a los recelos que suscitó entre los comerciantes la
intervención estatal, aunque sus resultados quedaron muy lejos de la VOC holandesa. En 1674,
coincidiendo con la crisis de la WIC neerlandesa, fue disuelta la Compañía de las Indias
Occidentales, pasando el gobierno francés a administrar sus colonias en América.
Colbert promovió la creación de manufacturas reales y estimuló la iniciativa privada mediante
exenciones fiscales, monopolios de fabricación y venta, préstamos, privilegios y otras medidas.
Surgieron tres tipos:
• Manufacturas del rey: cuyo destino era proveer las necesidades suntuosas de la corte
(muebles, porcelana, tapices, vidrio, espejos, etc.), como la des Gobelins, en París, que
fabricaban tapicerías y muebles.
• Manufacturas reales: Eran unas 30 y recibían ayuda financiera y atendían sobre todo
sectores considerados estratégicos, como la minería o la metalurgia.
• Manufacturas privilegiadas: Gozaban algún tipo de monopolio o ventaja.
Para favorecer la producción nacional convenía asimismo atraer a artesanos extranjeros
especializados que difundieran sus conocimientos, procurando impedir la marcha de los
propios.
Su éxito también fe relativo, faltaba la iniciativa privada y la iniciativa permanente del gobierno
creaba un marco cómodo poco apto para las innovaciones tecnológicas y los riesgos vinculados al
negocio capitalista.
El impulso al comercio se complementó con otras medidas de apoyo a la construcción naval
y mejora de infraestructuras (navales y terrestres), entre las que destaca el canal de Midi, canal
Royal de Languedoc o el canal Dos Mares (ponía en contacto fluvial Atlántico y Mediterráneo)
ejecutada entre 1666 y 1681. Con la ayuda de las elevadas tarifas aduaneras a los productos ingleses
y de las Provincias Unidas, la flota mercantil pasó de las 130.000 toneladas en 1663 (repartidas
entre barcos de poco tonelaje) a 150.000 en 1700, con ya un predominio de barcos con gran
capacidad de carga.
El mercantilismo de las Provincias Unidas es el más curioso. Pionero en el desarrollo económico
y mercantil en el siglo XVII, su peculiaridad residió en basarse más en la práctica que en las
aportaciones teóricas, resultando contradictorio con muchos de los principios aplicados en otros
países: predomino en el comercio, el carácter de intermediarios que tenían los comerciantes
o la inexistencia de un respaldo que podía proporcionarles un Estado fuerte. Además, fueron
defensoras de la libre circulación por los océanos y la no existencia de trabas aduaneras. Su

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comercio internacional permitió a su economía captar los metales preciosos para saldar el déficit
con el comercio con el Báltico y Extremo Oriente. Todo ello no quiere decir, que no practicasen
un cierto mercantilismo (monopolios, grandes compañías, reglamentos industriales), pero no el
proteccionista en auge en Inglaterra y Francia a mediados del siglo XVII en Francia e Inglaterra,
y que en buena parte fue reacción del predominio mercantil neerlandés. En el fondo el
mercantilismo era una práctica de los menos fuertes contra los más fuertes. En la segunda
mitad del siglo XVIII, Inglaterra, una vez lograda la supremacía comercial también defendería
los principios propios del liberalismo mercantil.
1.6. Cambios y tensiones sociales
La crisis económica tuvo su reflejo en evidentes repercusiones sociales, las cuales, pese a las
lógicas diferencias locales, tuvieron un patrón común con dos elementos esenciales:
• La reacción de los poderosos, en el intento de transferir al campesinado los efectos de la
crisis.
• La polarización social.
Las manifestaciones y consecuencias fueron múltiples. La vieja nobleza vio disminuir sus rentas
de la tierra, a lo que unía con frecuencia un consumo excesivo y desorganizado. El resultado fue
un enorme endeudamiento, aspecto esencial de lo que Lawrence Stone llamó para Inglaterra, la
crisis de la Aristocracia, pero el fenómeno fue generalizado. Como los sistemas de mayorazgo
excluían la tierra del mercado libre, los reyes hubieron de intervenir y nombrar
administradores que garantizaran el pago de las deudas, dejando a los nobles una cantidad que
les permitiera sobrevivir con la dignidad propia de su rango, los llamados en Castilla alimentos. En
Sicilia se creó la llamada Diputación de los Estados nobles.
La reacción de los poderosos abarcó medidas muy diversas:
• Incremento de la presión sobre los campesinos.
• Apropiación de bienes comunales.
• Reivindicación de derechos jurisdiccionales, etc.
Al igual que en el siglo anterior, el objetivo de quienes se elevaban socialmente era el
ennoblecimiento, lo que da lugar a nuevas noblezas. La relación de vieja y nueva nobleza no
siempre fue buena, generando especialmente en el siglo XVII un deseo de establecer diferencias
y cierta obsesión por frenar los procesos de ennoblecimiento. Además de esta reacción, la alta
nobleza trató de compensar el debilitamiento de su papel militar o de la administración (en
competencia con los juristas), con la reivindicación de su papel político. En Francia mantuvieron
una actividad levantisca frente al poder de los favoritos durante las minorías de edad de Luis
XIII y Luis XIV. En España, donde su colaboración con la monarquía se había asentado en el
comienzo de la Edad Moderna, evolucionaron hacia su conversión en una élite de poder, que
consiguió apoderarse del mismo -aunque en el marco de la lucha de facciones cortesanas- a través
de la aristocratización de la política.
La polarización social supuso un adelgazamiento del sector intermedio, los burgueses. El afán
de ennoblecimiento conllevaba imitar el modo de vida de la nobleza, abandonando negocios. A
esto se unió el pragmatismo de invertir capitales en la seguridad que suponía las tierras o en
rentas como la deuda pública. El capital se alejó así de las inversiones productivas salvo el
caso de las Provincias Unidas e Inglaterra, si bien no quedaron libre de esta tendencia, cuando
la burguesía mercantil comenzó a verse desplazada por los ingleses. En Inglaterra, los propios
nobles, no influidos por el prejuicio contra los negocios, invirtieron en actividades creadoras de
riqueza.

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Aunque las dificultadas económicas perjudicaron también con frecuencia a la pequeña
nobleza, los principales efectos sociales de la crisis, incluida la presión fiscal de las monarquías,
afectaba al pueblo llano, incrementándose la distancia entre ricos y pobres. La mayor rigidez social
iba en la línea de exigir con mayor ímpetu los derechos vinculados a cada grupo, lo que
ampliaba las distancias. Así pequeños campesinos propietarios, pequeños arrendatarios y los
jornaleros, así como los trabajadores de la ciudad junto al enorme grupo de marginados, fueron
los más perjudicados. Para su atención surgieron en el mundo católico iniciativas como la de
Vicent de Paul en Francia o las leyes de pobres inglesas (iniciadas en la centuria anterior) que
crearon un modelo luego copiado en las Provincias Unidas o Francia.
La crisis incrementó las reacciones de quienes más la padecieron. En el siglo XVII se dio paso
a un notable aumento de la conflictividad social, con manifestaciones de distinta índole:
• Mundo campesino: Motines de subsistencia, reacciones antiseñoriales, movimientos
contra los enclosures en Inglaterra, levantamientos contra el pago de diezmos, fiscalidad
o reclutamientos o alojamiento de tropas.
• Ciudades: Algunos movimientos específicos, como los conflictos gremiales.
En muchos casos, sobre todo en los levantamientos principales, el campo y la ciudad se unían
en una revuelta. También creció el bandolerismo y la delincuencia, fenómenos de resistencia
pasiva y litigios.
Las revueltas sociales más conocidas fueron:
• Baja Austria (1596-97).
• Iván Bolotnikov en Rusia (1606-07).
• Alta Austria (1626-27) que respondía a una mezcla de motivaciones religiosas y
reivindicaciones del campesinado.
• Revueltas francesas de los Croquants, que se suceden entre 1624 y 1643, en diversas zonas,
especialmente en sur. Los Nu-Pieds en Normandía.
• Levantamientos campesinos ingleses y alemanes de los años 20.
• En Europa oriental, desordenes campesinos frecuentes, culminados con la revuelta dirigida
por el cosaco Don Stenka Razin (1670-71) contra la nobleza rusa y los representantes del
zar.
Muchas de las reacciones populares violentas se produjeron en los periodos más críticos,
como la década de 1640, y tendieron a mezclarse con motivos políticos que afectaron a
territorios tan variados como las Islas Británicas, Cataluña, Portugal, Sicilia, Nápoles o Francia.
Pero también hubo levantamientos en la segunda mitad de siglo como los que se produjeron en
la Francia de Luis XIV, Cataluña o el reino de Valencia.

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TEMA 2 - REVOLUCIÓN CIENTÍFICA, CULTURA Y RELIGIÓN
EN EL SEISCIENTOS
Una parte de la historiografía reciente cuestiona el concepto de revolución científica señalando las
diferencias entre el concepto actual de ciencia y sus objetivos en los siglos XVI y XVII. El término
“revolución” empezó a usarse por los ilustrados para subrayar la importancia de los cambios en
la forma de analizar la realidad material, que dieron la vuelta radicalmente a las formas de
interpretar el mundo y pusieron las bases de unos conocimientos, que, por primera vez, pudieron
llamarse de forma apropiada ciencia, en cuanto eran susceptibles de ser demostrados.
Uno de los mayores argumentos en contra de la teoría de la crisis general del siglo XVII lo
encontramos precisamente en este ámbito, ya que fue cuando la Europa moderna halló el método
para llegar a conocimientos ciertos e iniciar los descubrimientos, que, en distintos campos del
saber, han ido constituyendo el acervo científico y la base de los sabores técnicos hasta el siglo XX,
en el que la ciencia avanza hacia nuevos planteamientos. En realidad, los descubrimientos
científicos del siglo XVII no surgen de la nada. El cuestionamiento de la ciencia heredada de la
Antigüedad se inició en el renacimiento e incluso antes, si bien eran posturas aisladas de escasa
resonancia frente a la aceptación general de las explicaciones clásicas.
2.1. Los conocimientos heredados en astronomía, física y medicina
Aristóteles era la base de los conocimientos físicos, mientras que la dinámica de los astros tenía
como fundamento a Ptolomeo. Ambos se complementaban perfectamente y se apoyaban en las
doctrinas de los cuatro elementos de Empédocles: tierra, agua, aire y fuego. La edad media cristiana
había aceptado las teorías de Aristóteles, sacralizando as al comprobar que se correspondían con
las observaciones de la Biblia. En ellas la tierra era el centro del universo y en torno a ella
giraba los planetas y el sol, dentro de sus respectivas órbitas. Existían dos mundos, el lunar y el
sublunar (la Tierra), cada uno de ellos dotado de su propia física. En el mundo lunar, los planetas
se movían en órbitas circulares (el movimiento circular se consideraba el más perfecto) y estaban
compuestos de un elemento incorruptible conocido como quinto elemento (la quintaesencia). En la
Tierra, la característica permanente era el cambio y la materia se componía de los 4 elementos ya
citados, el movimiento era rectilíneo y se explicaba por la tendencia natural propia de cada 1 de los
elementos de acuerdo con la teoría aristotélica de las causas finales.
Esta explicación sencilla, era incompatible con el incremento de las observaciones y el avance de
las matemáticas, como ocurrió a la hora de explicar la trayectoria de los proyectiles. También para
salvar la teoría de la centralidad de la Tierra, que las observaciones no confirmaban, se acudió a la
complicada teoría de los ecuantes, se produciría un fuerte viento se desviarían los cuerpos en su
caída.
La química nunca había formado parte del cuadro de las disciplinas clásicas. La teoría de los
4 elementos aplicaba sobre todo a la física, mientras que lo que hoy conocemos como química
entraba en el campo de la alquimia, desarrollada especialmente en el mundo árabe y la Edad Media,
y fuertemente mezclada con la astrología, que relacionaba los metales con los planetas.
Los conocimientos en medicina apenas se habían alejado de la época de Hipócrates y Galeno,
cuya principal aportación era la teoría de los humores. Los médicos basaban su diagnóstico en
inspección de orina, sangre, esputos o excrementos, y sus remedios principales eran la sangría, la
dieta, la purga o el uso de diversas drogas. Todas ellas estaban encaminadas a restablecer el
equilibrio de los humores propio de la salud que al verse alterado producía enfermedad. La cirugía
bastante elemental, estaba separada de la medicina y la practicaban habitualmente gentes que
habían aprendido su oficio por medio de la práctica, sin pasar por las universidades, e incluso los
barberos. En la interpretación del mundo naturaleza existían 3 importantes tradiciones
intelectuales o mentalidades:

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• El organicismo, presente también por ejemplo en el pensamiento político, el universo se
explicaba por analogía con el mundo de los seres vivos.
• El magicismo, vinculado a las tradiciones pitagórica, neoplatónica, hermética o cabalística,
entendía la naturaleza como una obra de arte cuyas claves misteriosas era necesario
desentrañar, esencialmente a través de las matemáticas, vinculadas a los números claves y
el sectarismo.
• El mecanicismo, consideraba que el universo funciona como un reloj, cuya exactitud está
regida por leyes matemáticas. Esta última sería la tradición intelectual predominante en
los principales protagonistas de la revolución científica y la única que habría de
consolidarse, pasando a la ilustración y al mundo contemporáneo. Era también la más
moderna, pues, aunque tiene orígenes lejanos, en Arquímedes, se reaviva en la Italia
renacentista a partir de inventos de la técnica como las máquinas de Leonardo. No obstante,
las otras dos tradiciones influyeron también en algunos de los impulsores de la revolución
científica.
2.2. El método científico; experimentación y matematización de la naturaleza
Uno de los primeros renovadores en el campo de la astronomía fue el danés Ticho Brahe (1546-
1601), muy vinculado a la astrología, que no aceptaba plenamente la teoría copernicana, pero con
la ayuda de las matemáticas utilizó ampliamente y mejoró los instrumentos de observación de
los cielos entonces disponible. El resultado de su observación metódica sería la publicación
póstuma de las Tabulae Rudolphinae (1627) completadas por su discípulo Johannes Kepler, un
luterano alemán, que desarrolló lo esencial de su actividad en Graz y en Praga. Buscó la razón del
universo basada en números clave pitagóricos y pese a su firme creencia en la astrología buscó
demostrar la relación entre las órbitas planetarias y las armonías musicales, siendo el
verdadero iniciador de la astronomía moderna. Sus observaciones fueron plasmadas en sus
famosas leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del Sol, demostrando
entre otras cosas que tales órbitas no eran circulares, sino elípticas y no uniformes. rompió también
la separación aristotélica entre los mundos lunares y sublunar, demostrando que la física era única
para la tierra y los cielos. Por último, al afirmar que los planetas eran cuerpos inertes cuyos
movimientos respondían a causas físicas, acabó con dos milenios de creencia en un movimiento
natural intrínseco.
Galileo Galilei (1564-1642) trato de aportar una base física del universo geométrico
heliocéntrico legado por los astrónomos. Para ello, perfeccionó el telescopio astronómico,
desarrollado en Holanda a comienzos del siglo, que permite descubrir los satélites de Júpiter, que
confirmaba la teoría de Copérnico, así como observar las fases de la luna, Venus y Marte o las
manchas solares que contradecían la teoría de la incorruptibilidad de las esferas del cielo
aristotélico. Mecanicista convencido, estudio y aportó leyes explicativas al movimiento de los
cuerpos, tanto celestes como terrestres, formulando las leyes del péndulo, las de la caída libre de
los cuerpos con movimiento uniformemente acelerado olas de la trayectoria de los proyectiles, lo
que le convierte en el primer físico moderno. Sin embargo, pese a la importancia de sus
aportaciones lo esencial fue la crítica del método y el sistema tradicional de la ciencia y la
propuesta pionera de un nuevo método científico.
2.3. Avances en el conocimiento. La nueva física: de Galileo a Newton
Galileo, en su obra Il Saggiatore (1623), escribió que el gran libro de la naturaleza estaba escrito
en lenguaje matemático, si bien tal afirmación iba en un camino distinto de la tradición magicista
de una naturaleza misteriosa cuyas claves numéricas habías que desentrañar, identificando la única
vía posible para el conocimiento científico. En la observación de la naturaleza no había que
buscar las esencias, lo cualitativo, sino las magnitudes susceptibles de ser cuantificadas (medida,

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peso, forma, movimiento, etc.), desdeñando otras percepciones no cuantificables. En este cambio
trascendental estaba la primera gran aportación metodológica de la nueva ciencia. Los dos pasos
imprescindibles para llegar al conocimiento son:
• La experiencia sensata: consiste en la observación determinado fenómeno, extrayendo de
ella los elementos cuantitativos que permitan realizar una hipótesis explicativa, que puede
o no ser correcta.
• La demostración necesaria: forzando la naturaleza mediante el experimento, que
constituye así el intermedio entre la razón y la realidad.
El método combina la inducción con la deducción matemática y permite pasar de la
observación de la realidad concreta a una explicación expresada en leyes matemáticas, cuya
certeza vendrá avalada por la posibilidad de repetir indefinidamente el experimento.
Con su método, Galileo puso las bases del empirismo, el conocimiento intuitivo que fuerza la
naturaleza mediante el experimento para llegar a la ciencia. Si para la epistemología aristotélica la
materia era incognoscible y solo la generalización de la forma permitía el conocimiento, para
Galileo el objeto de la ciencia será precisamente a la materia, no la abstracción de la forma, lo
que le valió la acusación de materialismo en la línea del atomismo de Demócrito. Pero, los
problemas más conocidos de Galileo fueron con la Iglesia chocando con el pensamiento tradicional
de base teológica que consideraba atribuible al error humano cualquier propuesta contraria a las
doctrinas admitidas. Galileo finalmente condenado confinamiento perpetuo y obligado a
retractarse tras la publicación en 1632 de su diálogo (inicialmente aprobado por la Iglesia) creía
que tanto la naturaleza como la revelación no podían contradecirse, al ser ambas obras de Dios,
El auténtico problema era la defensa desesperada del principio de autoridad, crear nueva ciencia
estaba arrumbando de forma definitiva, frente a la reacción de la Iglesia y la mayor intolerancia de
aquellos años.
El francés René Descartes (1596-1650) constituye otro de los grandes genios innovadores de la
ciencia en el siglo XVII. Su gran obra será el Discurso del Método (1637), un libro excepcional
con una amplia base religiosa en el que duda de la realidad del mundo externo, pensando que bien
podría ser una ilusión de los sentidos. Una de sus grandes aportaciones es el método analítico,
consiste en dividirlo todo, descomponiéndolo en el mayor número posible de partes o
elementos constitutivos, con el objetivo de observar las causas la naturaleza y los efectos y
proceder por último su composición y rearticulación. Pero pese a su amplia base matemática y
física, y el desarrollo de la geometría analítica, su mecánica es esencialmente metafísica y
cualitativa lo que contribuye a debilitar su sistema. El racionalismo cartesiano logró constituir
un sistema explicativo sobre el hombre y el mundo capaz de superar el de la escolástica medieval,
había restaurado los fundamentos del cristianismo, pero la Iglesia y muchos creyentes no se
sintieron satisfechos con los desarrollos de la mecánica cartesiana, pues pensaban que se acercaba
peligrosamente al ateísmo.
Como señalaría el propio Newton, el mecanicismo de un universo material esencialmente
distinto de Dios permitía pensar en que el universo seguiría funcionando si Dios
desapareciera. En este sentido es posible rastrear una influencia cartesiana en los orígenes del
deísmo que desarrollará la ilustración en el siglo XVIII. Durante bastantes años parecía evidente el
triunfo del racionalismo y su método deductivo. No obstante, el empirismo resurgiría las décadas
finales del siglo, especialmente en Inglaterra con la figura de Isaac Newton, creador de la física
moderna, quién realizaría toda la síntesis de los avances precedentes en física y astronomía, no solo
los producidos por investigaciones empíricas, sino también, a pesar de su decidido
anticartesianismo, las aportaciones de la física de Descartes. La religiosidad de Newton respondía
a unas creencias peculiares, tal como escribió a Locke, era un convencido antitrinitario que negaba

19
la divinidad de Cristo y defendía la unidad de Dios, una herejía difundida entre un reducido grupo
de estudiosos vinculados a los teólogos arminianos.
Pese al rigor de sus planteamientos científicos, no siempre fue capaz de separarlos de la
metafísica y la religión, influido probablemente por el neoplatonismo bajista de Cambridge. Para
Newton, las leyes físicas no eran una necesidad, como afirmaba Descartes, pudo haber dado otras
y hecho la creación de cualquier otra manera, con ello el mayor exponente del empirismo restituía
adiós a un universo del que las teorías racionalistas procedentes de descartes la habían alejado. Su
obra principal, Philosopiae naturalis Principia Mathematica (1686), estableció las leyes
fundamentales del movimiento, formulando la ley de la gravitación universal “todos los
cuerpos se atraen en razón directa de sus masas y en razón inversa del cuadrado de sus distancias”.
Pero la aportación de Newton fue mucho más amplia: cálculo infinitesimal, la óptica y las teorías
de la luz y del color, formuló el concepto de masa. Además, desarrolló nuevos instrumentos
técnicos, como el primer telescopio reflector, y consagró el método empírico como el único que
permitía llegar a la verdad científica, prestigiando hasta el punto de que, durante bastante tiempo,
trato de aplicarse no solo a las Ciencias físico-naturales, sino también a estudios humanísticos como
la propia política.
La física newtoniana acabó por imponerse, aunque la gravitación universal encontró resistencia,
especialmente en el continente por parte sobre todo de Huygens y Leibniz. Como señalara John D.
Bernal, Newton estableció, de una vez por todas, la visión dinámica del universo, en lugar de
la imagen estática que había satisfecho a los antiguos. Con sus aportaciones, el universo se hacía
comprensible y en buena medida previsible, lo que conllevó, por ejemplo, que el astrónomo
Edmund Halley, predijera el regreso del cometa que lleva su nombre. Al propio tiempo, el avance
de la ciencia sobre bases seguras iniciaba una progresiva especialización en el conocimiento
que estaba muy lejos de la realidad anterior. Los avances del conocimiento comenzaban a
resquebrajar la unidad de la ciencia y hacían cada vez más difícil abarcar más de un campo.
difícilmente volvería a darse un sabio universal como Leibniz, quien se ocupó de metafísica,
epistemología, lógica, filosofía de la religión, matemáticas, física, geología, jurisprudencia o
historia.
2.4. Barroco y Clasicismo. Características de la cultura barroca y modelos europeos
El término “Barroco”, de origen discutido, fue acuñado en el siglo XVIII para definir de forma, un
tanto despectiva, las tendencias artísticas dominantes durante un largo período anterior. De la
historia del arte pasaría a otras manifestaciones culturales, como la literatura o la música,
para definir más adelante la cultura de una época en un sentido más amplio. Surgido esencialmente
en Italia, al igual que el renacimiento, su centro geográfico se sitúa en Europa occidental, con
una cronología amplia que va desde los años 80 del siglo XVI hasta bien entrado el XVIII, si
bien la fase culminante sería entre 1600 y 1680. Sus tres vinculaciones esenciales, que contribuyen
a definirlo y explicar lo son:
• La Contrarreforma: explica tanto su matriz romana como la importancia que alcanza en la
ciudad eterna y el hecho de que se desarrollará esencialmente en el ámbito dominado por
la Iglesia católica. El Concilio de Trento impulsó la recristianización de los fieles, la
gran mayoría de los cuales no sabía leer o no leían habitualmente, lo que aconsejaba recurrir
al mensaje visual y accesible. Los templos habían de transmitir a los fieles de los
conocimientos esenciales del dogma definido en Trento. Nada mejor para ello que
impresionar vivamente sus sentidos: emocionar con imágenes impactantes pero
controladas por la Iglesia para evitar desviaciones con representaciones poco convenientes
al decoro, como alguna de las del Renacimiento. Todo ello explica la sustitución de formas
clásicas y reposadas (humanizadas) del Renacimiento por otras en agitado movimiento,

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el abandono de la belleza serena por la necesidad de representar a una religión basada en
el esfuerzo del hombre por lograr la salvación.
• La cultura cortesana, y su imperante necesidad de transmitir también una serie de
valores a través del espectáculo: potencia política y social, identificación con la Iglesia,
patente en el recurso a las mismas formas artísticas, esplendor, necesidad de sumisión de los
grupos sociales inferiores…
• Por último, no puede entenderse sin las diversas crisis que recorren buena parte de la
centuria. No solo la recesión y las dificultades económicas, sino también las grandes guerras
(como la de los Treinta Años), o las revueltas, sublevaciones y guerras civiles. En este
sentido, sería la expresión de la sensibilidad de una época atormentada.
El Barroco, especialmente la arquitectura religiosa o civil, es un arte enormemente teatral, en el que
prima la decoración fastuosa y detallista (la apariencia) sobre los elementos constructivos, así
como el impacto y la atracción de lo sorprendente. La obsesión por el movimiento lleva una
sucesión de curvas, contracurvas, columnas salomónicas, fachadas ondulantes o salientes, juegos
de luces y sombras estela y toda otra serie de elementos. La arquitectura religiosa de Roma se
enriquece enormemente con las aportaciones de autores como Maderno, Bernini o Borromini,
especialmente en San Pedro. estas expresiones se extendieron a las historias visuales de los retablos,
a la escultura (Bernini) o a la pintura, en el que la obra genial de Caravaggio supondría el punto
esencial de partida. Se como transfiguración del aparente, los contrastes de luz y sombra, los
trampantojos o engaños (pictóricos, escultóricos y arquitectónicos), la representación del instante
fugitivo, naturalezas con concretas y fugaces, el retrato realista frente a los arquetipos de la belleza
clásica.
En el arte civil, el barroco plasma la suntuosidad de la sociedad cortesana encabezada por los
monarcas Palacios y villas campestres, con sus parques y jardines, que combinan la naturaleza
con fuentes y grutas artificiales. también el brillo de las ceremonias, reflejo del poder y la grandeza
de sus protagonistas, como las entradas de príncipes, ceremonias de matrimonios reales victorias
bélicas entre otras. Pero el barroco no se limita aún estética en el mundo del arte y las ceremonias,
sino que afecta al resto de expresiones culturales, hasta el punto de que puede hablarse de un
universo barroco, que, frente a la armonía precedente, descubre un mundo dominado por la
contradicción y la tensión entre fuerzas opuestas, aunque complementarias: bienmal, razón-
instinto…
La visión crítica, propia del Barroco y el desengaño del mundo provoquen y explican reacciones
diversas, desde el hedonismo y el epicureísmo, al escepticismo de los libertinos, o al refugio
religioso o místico. Tal vez de la salida más interesante fuera el recurso a la moral estoica,
iniciado los años de cambio de siglo y que alcanzó un gran desarrollo entre las élites europeas por
su atractivo para sobrellevar tiempos difíciles. Otra de las grandes aportaciones de la cultura barroca
será la ópera, mezcla de música y teatro, que se inicia en Italia con el Orfeo de Monteverdi (1607).
España fue uno de los países más influidos por la cultura barroca, que coincidió con el
momento culminante de su Siglo de Oro:
• Escultores: como Gregorio Fernández, Martínez Montañés o Pedro de Mena.
• Pintores: Ribera, Zurbarán, Murillo y Diego Velázquez.
• Escritores: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Calderón de la
Barca…
Su incidencia no es la misma en todos los autores y creadores. En los Países Bajos españoles,
Rubens es el principal representante de un auge de la pintura barroca en el mundo flamenco, que

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cuenta también con otros grandes autores como Van Dyck, quien desarrolló buena parte de su
actividad en la corte inglesa.
Por el contrario, la huella del barroco fue escasa en Francia al igual que en Inglaterra, su
incidencia fue asimismo reducida en las Provincias Unidas, los países luteranos del norte o
Alemania, desgarrada por la guerra. La simplicidad de líneas y la ausencia de iconografía de las
iglesias reformadas, orientadas a la palabra, la música y el canto, eran poco propicias a las
complicaciones artísticas. Las provincias Unidas no obstante vivieron un formidable siglo
pictórico barroco con autores como Rembrandt, Frans Hals o Johannes Vermeer, principales
representantes de una pintura, que además de su calidad, aporta una temática moderna y
claramente civil reflejo de la vida cotidiana de la pujante burguesía neerlandesa. El barroco se
extendería tardíamente por los Estados de los Habsburgo o por Polonia. El triunfo en la defensa de
Viena frente a los turcos en 1683 provocó, especialmente en Viena o Praga, un auge en la
construcción de Palacios e iglesias.
Desde mediados de siglo se desarrolló en Francia una estética que ha sido definida como
Clasicismo, caracterizada por el culto a la antigüedad, el imperio de las normas, las líneas
rectas y los volúmenes definidos, aunque también incorpora elementos del barroco. Este arte surge
con el auge político francés y sirve la afirmación a la Francia de Luis XIV, pero también el
presidente lo que explica su claro predominio a partir de los años 60 en que se inicia el reinado
personal de dicho monarca, quien pone las artes y la cultura al servicio de su propia glorificación.
El Palacio y los jardines de Versalles o la Iglesia de los inválidos serán sus principales
realizaciones artísticas, pero donde el clasicismo francés alcanza su máximo esplendor es en la
literatura, en la que defiende el ideal del hombre honesto que opone a la moral caballeresca valores
como la mesura, la razón y el dominio de sí mismo. Precisamente la Francia de Luis XIV fue,
sobre todo a partir de 1687, el epicentro de la llamada querella entre antiguos y modernos,
una polémica cultural que no se limitó a Francia y que tuvo innumerables consecuencias, trufada
además en muchos casos de intereses políticos, como defensa de la preminencia de Luis XIV. En
la Francia del siglo XVII destacan Asimismo algunos autores que han sido considerados como
precedentes de la Ilustración, como Pierre Bayle o Bernard le Bouyer de Fontenelle. Otros
protestantes franceses refugiados en las provincias Unidas crearon también obras críticas
precursoras del pensamiento ilustrado como el caso de Jean Leclerc. En las Provincias Unidas,
Inglaterra o Alemania de la segunda mitad de la centuria aparecen también personajes que
resultarán claves en el desarrollo del pensamiento. Uno de ellos es el filósofo holandés Baruch
Spinoza, otro el también filósofo y tratadista político inglés John Locke y también Newton o
Leibniz.
2.5. La lenta aplicación de las reformas tridentinas. Tensiones Iglesia-Estado y
querellas sobre la Gracia. El misticismo.
Desde el punto de vista religioso, el siglo XVII supone la continuación del tiempo largo de la
Reforma, en la doble variante protestante y católica. Al igual que las últimas décadas del siglo
anterior, lo más característico sería la rigidez combativa de las actitudes contrareformistas, que
explica conflictos de la envergadura de la Guerra de los Treinta Años. No obstante, la intensidad
religiosa comenzó a ceder en las décadas finales, coincidiendo con lo que Paul Hazard llamado la
crisis de la conciencia europea, marcada por el desarrollo del espíritu crítico y el inicio, aún lento
y localizado, de la descristianización. El paralelismo entre los católicos y protestantes evidente en
muchos aspectos. No obstante, en el espacio dominado por el protestantismo, los nuevos credos y
las formas de religiosidad derivada de ellos se habían impuesto ya en el siglo anterior, asistiendo
ahora a un proceso de división interna, sobre todo en el mundo luterano y en Inglaterra.
La reforma en la Iglesia católica había sido más tardía y se enfrentaba además con la inercia de la
religión tradicional, por lo que su implantación se dice de forma más lenta abarcando buena parte

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del siglo XVII. Se trató esencialmente de un proceso de recristianización, de formación religiosa
de las élites y las masas; en definitiva, de reorganización eclesiástica y revitalización de
creencias y prácticas religiosas. Frente al sacerdocio universal de los protestantes, Trento reforzó
el peso de la jerarquía y configuró una Iglesia con un perfil más claramente clerical que la
anterior a la reforma. Por lo demás, en ambos sectores del cristianismo las disputas teológicas se
centraron sobre todo el problema de la Gracia. en los dos se desarrollaron tendencias místicas
deseosas de lograr una experiencia directa con Dios y surgieron las reacciones de los libertinos y
racionalistas.
El mapa religioso no presenta gran originalidad con respecto al siglo anterior. Las zonas de
influencia se mantuvieron estables, a excepción de la expulsión de los hugonotes de Francia (1685).
En el área central del continente, los cambios fueron mayores a consecuencia del desarrollo de la
Guerra de los Treinta Años, con un resultado final que, a grandes rasgos, ratificó le existencia de
un norte de Alemania de predominio protestante y un sur católico. La imposición de la reforma fue
lenta en las instituciones, creencias y costumbres. En la Segunda mitad del siglo XVI, los países
pioneros habían sido España y buena parte de Italia. En Francia, Alemania, Países Bajos, bohemia
y Polonia no se realizó hasta el siglo XVII, con cronologías diversas. El país que encabezaba la
renovación religiosa es ahora Francia, con un ímpetu especialmente intenso en los años centrales
de la centuria. También el siglo XVII fue una época dorada para las ediciones religiosas, lo que
prueba la existencia de una fuerte demanda de catecismos, devocionarios, vidas de Santos,
sermonarios, textos litúrgicos, meditaciones místicas, etc.
En el aspecto disciplinario, hubo una reorganización claramente jerarquizada de la Iglesia y
una intensa labor de reforma de los eclesiásticos. Dicha tarea tubo resistencias de todo tipo y
entre ellas las de muchos componentes del alto clero donde casi todas las familias de la nobleza
principal tenían miembros segundones que pretendían mantener la acumulación de beneficios y
eran reacios a la residencia en su diócesis o el cumplimiento de sus obligaciones pastorales. Poco
a poco, sin embargo, se fue produciendo una renovación cuyo resultado fue la configuración de un
clero mejor formado gracias a los seminarios en cada diócesis, con una vida más austera y ejemplar
y más controlado por una jerarquía a la que se impuso de forma más eficaz la atención pastoral y
el Gobierno de la diócesis, con la obligación de realizar visitas a las parroquias.
La actividad renovadora fue especialmente intensa en el clero regular, con una actuación muy
destacada de los jesuitas, la orden más dinámica surgida de la reforma católica, que desempeñó
un papel muy importante en la recatolización de amplios espacios, incluidos territorios
reconquistados al protestantismo o cercanos a zonas protestantes. Su actividad se desarrolló en
múltiples terrenos, especialmente en la enseñanza. A lo largo del siglo les fueron encomendadas
una serie de universidades como las de Münster en Alemania o la de Salzburgo en Austria o Praga
en Bohemia. Su papel fue especialmente destacado en los numerables colegios, destinados
especialmente a los hijos de familias acomodadas. Otra orden importante fue la de los
Capuchinos, predicadores muy activos que desarrollaban además tareas poco agradables como el
cuidado de apestados incurables. Entre las órdenes femeninas, se extendieron por Europa las
carmelitas descalzas, fundadas por Teresa de Jesús el siglo anterior, y las ursulinas, dedicadas a la
enseñanza de niñas.
La Enseñanza y la asistencia fueron los dos capítulos esenciales de la acción de las nuevas
órdenes. Tanto la Iglesia católica como los protestantes realizaron un considerable esfuerzo por
extender entre las masas la instrucción y la práctica religiosa, controlando el cumplimiento de esta.
Junto al papel de las escuelas enseñanza del catecismo, el centro básico de actuación en el mundo
católico fue la parroquia, desde la que se trata de intensificar la presencia de la religión en la vida
cotidiana de los fieles. Se revalorizaron los sacramentos, se impuso la obligación de bautizar a
los recién nacidos en los 3 primeros días y se controló existencia de la misa dominical, vigilando

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la prohibición de trabajar en domingos y festivos o exigiendo el cierre de las tabernas en las horas
de culto. Pero donde se impuso un mayor control fue en la práctica, obligatoria desde Trento, de
confesar y comulgar por la Pascua Florida.
Especial importancia tuvieron las misiones periódicas, dirigidas sobre todo a las capas
populares y al mundo rural, que creaban durante unos días un clima de saltación religiosa. Tenían
mucho de espectáculo destinado a impresionar al público sencillo (quemas de libros, sermones,
escenificaciones de la Biblia o vida de los Santos, etc.). En la actividad de estas misiones interiores
(distintas de las que iban a tierras de infieles) tuvieron un especial protagonismo los Jesuitas y los
Capuchinos. El objetivo era popularizar el conocimiento de las principales oraciones, generalizando
su práctica habitual. También el teatro se puso al servicio del mensaje religioso
contrarreformista, tanto en los colegios de jesuitas, cuyos alumnos solían representar obras en
latín como en ambientes más populares como prueban los autos sacramentales. En la
intensificación de la vida religiosa católica desempeñaron también un papel importante en las
cofradías o asociaciones, que agrupaban a los laicos bajo advocaciones religiosas. Muchas de
ellas se crearon ahora, ya no tanto vinculadas al mundo gremial cuanto relacionadas con las
prácticas piadosas. los jesuitas fundaron y dirigieron muchas.
Otro rasgo importante del siglo XVII fue la intensificación de los conflictos regalistas entre los
poderes soberanos y el papa. A ello contribuyeron el reforzamiento del poder real en la línea
del absolutismo y el paralelo incremento del que tenía el papá en el seno de la Iglesia católica,
claramente reformado en el Concilio de Trento. En ocasiones, los Reyes se encontraron apoyo, al
menos parcial, en sus propias iglesias nacionales, ya que muchos de sus obispos o avales deseaban
también limitar las injerencias de la Santa Sede. Junto al regalismo político, existe también un
regalismo eclesiástico, en el que no faltaban planteamientos teológicos.
Un primer conflicto se planteó en la reunión de los Estados Generales de 1614, cuando el rey
se negó legalizar los decretos del Concilio de Trento, basándose en una propuesta del Tercer
Estado que no admitía que ningún otro poder sobre la tierra tuviera derecho alguno sobre el reino
de Francia. Pero, sin duda, el elemento que potenció al máximo el “galicanismo” (regalismo
francés) fue el avance del absolutismo monárquico con Luis XIV. El monarca disfrutaba de la
llamada regalía temporal, que le otorgaba rentas de una serie de sedes episcopales durante el
tiempo que estuvieran vacantes, algo que extendió a todo el Reino apoyado por un edicto respaldado
por la Facultad de Teología de la Sorbona. Pretendió además conseguir la regalía espiritual o
derecho de presentación de candidatos a los beneficios eclesiásticos de las diócesis vacantes,
iniciando un largo conflicto con el papa Inocencia XI. En 1682, la Asamblea del Clero, aprobó
la declaración de los cuatro artículos redactados por el obispo de Meaux, que reafirmaban las tesis
galicanas y conciliaristas. El Papa denunció el acuerdo entre los obispos y el rey y se negó a dar
la investidura canónica a los obispos nombrados por Luis XIV. En 1688 había 35 diócesis vacantes,
ese año el conflicto llegó al máximo cuando Inocencio XI excomulgó al embajador francés. El
resultado fue que las tropas reales ocuparon el enclave Pontificio de Avignon y el condado
Venesino y empezó a hablarse abiertamente de cisma. Un primer acercamiento se produjo con el
nuevo papá Alejandro VIII (1689-91). A cambio de algunas cesiones, Luis XIV renunció al derecho
de asilo de la embajada romana y restituyó los territorios ocupados, no obstante, el Papa declaró
nulos los cuatro artículos. Inocencio XI (1691-1700) confirmó en sus sedes a todos los obispos,
después de que cada uno le enviara una carta manifestándole su sentimiento por lo ocurrido, el rey
retiró la orden de que se enseñarán los cuatro artículos galicanos, aunque sin anularlos,
conservando la regalía temporal salvó en Cambrai y Lyon.
El regalismo no agotaba los conflictos de la Santa Sede con los soberanos católicos. Tras la rebelión
de Portugal el papá se encontró en una situación difícil por lo que se negó a nombrar obispos en
dicho territorio para evitar problemas con Felipe IV. Ante ello, el rey portugués, Juan IV, los

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nombró directamente, amenazando un cisma que no se resolvió hasta el reconocimiento formal
de su independencia. Un caso similar se produciría a comienzos del siglo XVIII cuando en el curso
de la Guerra de Sucesión de España, Clemente XI se vio obligado a optar entre los dos príncipes
enfrentados, generando las consiguientes tensiones con el perjudicado.
Por otro lado, la gran preocupación teológica es la cuestión de la gracia necesaria para la
salvación, que adquieren este siglo un destacado protagonismo. Tanto el catolicismo como las
diversas confesiones protestantes se vieron afectados por las disputas en torno a ella. Frente al
pesimismo antropológico que había inspirado la Reforma protestante, la restauración católica
estaba más cerca del humanismo, no solo por su mayor confianza en las capacidades del ser
humano de contribuir a su salvación, sino también por su visión más positiva del mundo.
Paralelamente, dentro del protestantismo se dieron reacciones frente a la creencia básica en la
miseria del hombre ante Dios, más próximas a las doctrinas de la Iglesia católica sobre dicha
cuestión. El gran problema de fondo era la dificultad de conciliar la potencia infinita de Dios y
su omnisciencia (que le permitía conocer desde siempre quién habría de salvarse) con la libertad
humana: dilucidar si la Gracia divina, necesaria para la salvación, era una concesión genérica de
Dios que el hombre podía aprovechar libremente, o, por el contrario, una concesión gratuita
ilimitada aquellos quienes Dios había elegido para salvarse (predestinación). La Iglesia católica,
defendía que la Gracia es un don gratuito, concedido todos los bautizados en virtud de los
méritos de Cristo. El hombre, con su libre albedrío, podía rechazarla o aceptarla, colaborando
su salvación con las buenas obras y la práctica de los sacramentos vehículos de la Gracia. Los
protestantes creían en la justificación únicamente por los méritos de Cristo, llegando hasta la
postura más radical del calvinismo, defensor de la predestinación.
Las distintas interpretaciones sobre la conciliación de Gracia divina y la libertad humana
dieron lugar, dentro de la Iglesia católica, a la polémica De auxiliis, que se desarrolló en los años
finales del siglo XVI y principios del XVII, enfrentando principalmente a los Jesuitas con los
Dominicos, con una destacada participación de los teólogos españoles. Detrás de esta polémica, se
encontraban posturas distintas en el terreno de la moral, que los jesuitas se inclinaban hacia el
probabilismo, por la que aceptaban cualquier opinión no manifiestamente absurda ni
explícitamente condenada por la Iglesia, aunque hubiera otra más probable. Aunque también detrás
de la polémica estaban los enfrentamientos entre miembros de las diversas órdenes. La querella se
cerró en falso (se permitió que Dominicos y Jesuitas defendieran sus posturas) pues subsistían en
el seno de la Iglesia posturas teológicas enfrentadas, que resurgiría en el siglo XVIII con el
jansenismo, movimiento religioso de matriz agustiniana caracterizado por una postura extrema
respecto a la cuestión de la Gracia, que sostenían que Dios quiso salvar a toda la humanidad, pero
después del pecado original solo salva a los predestinados, a los que otorga la Gracia. Aunque
Dios ha decidido quiénes se salvarán, la práctica religiosa es un camino para descubrir la
pertenencia al grupo selecto de los elegidos, lo que proporciona un cierto consuelo ante la terrible
incertidumbre derivada de la predestinación. Esta doctrina pronto se extendió por los Países Bajos
del sur y sobre todo por Francia, derivando de ella una religiosidad rigorista, pesimista y
austera, plagada de exigencias morales. El jansenismo fue derivando. Había un jansenismo
moral-espiritual, de fuerte influencia en el rigorismo moral de los siglos posteriores y un
jansenismo político, que fue el mayoritario en el siglo XVIII, caracterizado por el galicanismo
y la oposición a los jesuitas. Los jansenitas, con apoyos en el alto clero, a pelearon un concilio
general, pero ya muerto Luis XIV, fueron excomulgados en 1718, pese a lo cual continuaron a lo
largo del siglo con un perfil cada vez más político y vinculado al galicanismo.
Otra de las reacciones frente a la omnipotencia divina fue la mística, puesta de moda en Europa en
la segunda mitad del siglo XVII, a partir sobre todo de las traducciones de libros españoles cómo
“De la oración y la meditación” de Fray Luis de Granada. La mayor novedad en este terreno fue
el quietismo, cuyos antecedentes se encuentran en la vasta corriente de los alumbrados,

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especialmente relevantes en la España del siglo XVI. El terminó quietismo o molinosismo refleja
la actitud de dejamiento y abandono que preconiza, sin desarrollar ninguna actividad que pudiera
estorbar la unión íntima con Dios. Hay que abandonarse pasivamente a la voluntad divina, en
forma de oración contemplativa, interior, espiritual para llegar a la Unión íntima con Dios.
2.6. El mundo protestante
El problema del luteranismo era hacer frente a las divisiones internas surgidas tras la muerte
de Lutero. Para evitarlas, los príncipes impulsaron el establecimiento de una línea ortodoxa
mediante la Concordia de Wittenberg (1580), basada en diversos acuerdos en la doctrina. Las
universidades alemanas desempeñaron un papel fundamental en la teología, en la que la obra
principal fueron los Loci theologici (1610-1625) de Johann Gerhard. Pero la gran novedad
dentro del campo luterano en la segunda mitad de siglo fue el pietismo, movimiento que tuvo
gran difusión en Alemania pese a los ataques de la ortodoxia. Su iniciador fue el alsaciano Philip
Jacob Spener, quien, siendo Pastor en Frankfurt, propuso la creación de los collegia pietatis o
asambleas semanales de feligreses escogidos (1670). En su obra Pia Desideria (1675) defendió
la necesidad de renovación religiosa, tanto en los conocimientos bíblicos como la predicación en
la práctica de la religión predominando el sentimiento. Su recepción fue diversa: perseguido en
algunos Estados y universidades, pero protegido en otros como en Brandeburgo con Federico III.
Se trataba de sustituir la rigidez del luteranismo ortodoxo por una fe más viva y una práctica
revitalizada, más cercana a la emoción de la experiencia religiosa.
Pese a la obsesión por la ortodoxia, el principio del libre examen propició la división del
protestantismo, llegando incluso a la aparición de numerosos heterodoxos o creyentes
independientes (cristianos sin Iglesia). Más organizadas, se desarrollaron corrientes o sectas, que
fueron generalmente perseguidas. Algunas eran fruto de un viejo tronco que se resistía a
desaparecer como los anabaptistas o los husitas. Los primeros tuvieron alguna importancia en las
Provincias Unidas y en Inglaterra dando origen a comienzos del siglo los baptistas, partidarios del
bautismo adulto y por inmersión. Los husitas, provenientes de la predicación del bohemio Jan Hus,
sobrevivir en el exilio difundiendo su creencia en la bondad del hombre y el progreso vinculado a
la educación, la ciencia y la caridad.
Otras desviaciones eran nuevas, como los menonitas, seguidores del anabaptista neerlandés
Menno Simons, contemporáneo de los grandes reformadores protestantes del siglo anterior, que
defendían la separación entre Iglesia y el Estado, postura que también adoptaron los baptistas
ingleses, defensores Asimismo de la tolerancia. Para huir de las persecuciones, comunidades
menonitas se establecieron en Europa oriental y, desde 1683, en Pennsylvania. Más radical desde
el punto de vista teológico fue el socinianismo, antitrinitario, negaba la Trinidad, y con ello la
divinidad de Cristo, al tiempo que revalorizaba el libre arbitrio y las buenas obras,
propugnando una religión tolerante, razonable y sencilla. Los socinianos se extendieron por las
Provincias Unidas y posteriormente por América del Norte, donde hubo otros grupos contrarios a
la Trinidad o unitaristas, que desde mediados del siglo XVI se habían desarrollado también en
Transilvania. En Inglaterra, a finales de siglo, llegaron a tener cierta influencia en sectores cultos,
como el propio Newton, si bien su oposición a la Trinidad los excluiría de la tolerancia iniciada
tras la revolución de 1688.
Inglaterra fue precisamente donde se multiplicaron las sectas al socaire de los cambios sociales y
políticos:
• Los cuáqueros o Sociedad de Amigos: Fundados por George Fox (1646) y que se
extenderían con sus discípulos Willian Penn (fundador de Pennsylvania) y Robert Barclay,
autor de los principales textos teológicos de dicho movimiento. Los cuáqueros insistían en
la luz interior, el Cristo inmediato, presente en cada hombre, predicando Asimismo el amor
fraterno y las buenas obras.
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• Durante la guerra civil y la época de Cromwell se desarrollaron los independientes o
congregacionistas, que rechazaban cualquier control eclesiástico más allá de la
congregación local y abogaban por una completa tolerancia dentro del protestantismo, los
más radicales partidarios de la quinta monarquía, de carácter milenarista, que
consideraban inmediata la segunda venida de Cristo.
Los principales problemas religiosos en Inglaterra se derivaron de la lucha entre la Iglesia
oficial, anglicana, y los puritanos de orientación calvinista y contrarios a la existencia de
obispos. Animados por la llegada de Jacobo I, escocés educado en el presbiterianismo, los puritanos
pidieron una reforma de la Iglesia oficial. Pero, aunque se celebraron las conferencias de Hampton
Court (1604), no sirvieron sino para reafirmar la vinculación del trono con la Iglesia
anglicana. Se impuso entonces a las universidades el juramento el episcopaliano, y en 1610 el rey
proclamó en Glasgow la Iglesia episcopaliana de Escocia. La Iglesia anglicana se convirtió en
mera extensión del poder real: los obispos eran prácticamente funcionarios y la parroquia era la
base del sistema impositivo y de la administración real. Muchos puritanos, como los ocupantes
del Mayflower (1620), emigraron entonces hacia las colonias de Norteamérica.
El conflicto se recrudeció con Carlos I y la llegada de William Laud como arzobispo de
Canterbury (1633). Varios puritanos fueron castigados, se censuraron libros y se prohibió predicar
a varios pastores. En 1638 los escoceses firmaron un Covenant y expulsaron a los obispos, dando
origen a una guerra que contribuiría a desencadenar la Revolución inglesa. El régimen puritano
de Cromwell suprimió los obispos y el Prayer Book, adoptando una nueva confesión de fe
presbiteriana de 34 artículos. La Iglesia anglicana volvió al poder con la Restauración, y en 1662
el Parlamento votó un Act of Uniformity, que obligaba a los eclesiásticos a aceptar el libro de
oraciones oficial: los ministros que se negaron fueron expulsados y el intento de reintroducir el
episcopalismo en Escocia costó 18.000 víctimas. Carlos II y Jacobo II se inclinaron hacia el
catolicismo promulgando en 1672 y 1687 sendas declaraciones de indulgencia para favorecer a los
católicos, que beneficiaron también a los disidentes del anglicanismo, pero el Parlamento se opuso
a la tolerancia religiosa y tras denunciar un complot papista provocó una amplia represión. Tras la
Revolución Gloriosa, Guillermo III promulgó el Toleration Act (1689), que autorizaba a
celebrar públicamente su culto a todos los protestantes que aceptaran el dogma de la
Trinidad. También desaparece en esta épica la organización episcopal del territorio escocés. La
tolerancia excluía a los católicos, que ni siquiera podían ocupar cargos en el Parlamento de Europa.
A lo largo del siglo XVII hubo también en Europa posturas unionistas o sincretistas de distinto
alcance. David Pareus, Un luterano convertido al calvinismo, o el presbiteriano escocés John
Durie, pretendieron unir a todos los reformados. Entre los protestantes, la parroquia o la
Iglesia local por un también el centro de la vida comunitaria. Los sermones, los cánticos,
especialmente de los salmos, así como la música eran parte esencial de las prácticas religiosas que
se realizaban en ellas, caracterizadas Asimismo por un control rígido de los fieles. La
obligatoriedad de asistir a los servicios religiosos dominicales se veía respaldada por las
sanciones a quienes faltasen. El rigor era distinto dependiendo de las diversas confesiones siendo
especialmente duro en los calvinistas más estrictos o los puritanos, que perseguía en el teatro y
otras diversiones, como haría en Inglaterra Cromwell.
La polémica de la Gracia también afectó a los protestantes, especialmente en el seno del calvinismo,
mezclándose intereses políticos y sociales, además de rivalidades internas. El enfrentamiento
teológico surgido en el seno del calvinismo agudizó en la Inglaterra de la primera mitad del siglo
XVII las tensiones entre anglicanos y puritanos, pues mientras la Iglesia anglicana adoptaba
posturas cercanas al arminianismo, los puritanos defendían la doctrina clave calvinista estricta. En
el Prayer Book se recogía la confesión de fe presbiteriana adoptada por Cromwell, en el que se
afirmaba que Dios había destinado unos hombres a la vida eterna y otros a la eterna muerte.

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También en el campo luterano hubo sectores que acudieron a la mística. Johan Arndt (1586-1621)
fue precursor del pietismo. Jacob Böhme (1575-1624), difundió en una amplia obra escrita un
panteísmo místico. dentro del anglicanismo se llegó a postular una religión más espiritual llegando
en casos extremos a negar la necesidad de una Iglesia organizada. Entre los disidentes ingleses, los
cuáqueros, con su búsqueda de la iluminación interior, se acercaban también a las tendencias
místicas.

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TEMA 3 - EL AUGE DEL ABSOLUTISMO.
LA FRANCIA DEL SIGLO XVII
3.1. Las doctrinas políticas en el siglo XVII
Las principales aportaciones de la teoría política del siglo XVII fueron los que giraron en torno
al Derecho natural, al contrato social y a la consideración del individuo como punto de partida
de toda argumentación. No obstante, el pensamiento político estuvo condicionado por la
realidad dominante, que era el absolutismo, bien fuera para justificarlo (defenderlo) o para
oponerse a él y plantear otras formas de poder. Se distinguen así tres grandes líneas de
pensamiento:
• El iusnaturalismo: que se independiza de la justificación teológica del Derecho natural e
insiste en la crítica al poder absoluto.
• El absolutismo: que alcanza sus principales justificaciones teóricas.
• Teorías basadas en la exaltación del individuo y el contrato social: comienzan a poner
las bases al constitucionalismo del periodo liberal.
Aunque minoritarias, hubo también teorías políticas socialmente más radicales, especialmente
en Inglaterra durante la guerra civil, como fue el caso de los levellers o los diggers. en realidad, la
mayoría de los autores parten del Derecho natural, lo que implica dos elementos necesarios:
• El estado originario de la naturaleza.
• El contrato social.
Aunque casi todos los defensores del contrato basaban en él la limitación del poder y el derecho de
resistencia, hubo autores como Thomas Hobbes que lo usaron como base del absolutismo. Con el
avance de las Ciencias físicas y matemáticas y del racionalismo, el siglo XVII contempló desde sus
inicios un proceso gradual de liberación de la filosofía política con respecto a la teología. Los
hechos sociales y políticos empezaron a concebirse como fenómenos naturales, susceptibles de
ser estudiados mediante la observación, el análisis lógico y la deducción, procedimientos en los
que la revelación no desempeña ningún papel. Esta tendencia era perceptible escritores jesuitas
como Francisco Suárez, presidió más claramente en sectores arminianos del calvinismo, con
autores como Hugo Grocio que criticaba la rigidez impuesta por la insistencia en la predestinación.
Desligados además del derecho canónico que se imponía a los católicos, era más fácil para los
calvinistas volver a las concepciones precristianas del Derecho natural, como las de estoicos.
Platón o Aristóteles. El precedente de Grocio es el jurisconsulto alemán Johan Althaus que en su
Politica methodice Digesta (la política metódicamente concebida) de 1603, consideraba la
asociación como un elemento esencial de la naturaleza humana y explicaba los diferentes
grupos sociales sin recurrir para nada a la teología. En el terreno político abogaba por la
existencia de un contrato entre el pueblo y el gobernante, la soberanía reside necesariamente
en el pueblo como cuerpo y es sin alienable, es decir, no pasa de una familia o clase gobernante,
por lo que el poder revierte al pueblo, es quien lo ejerce y lo pierde. Esta teoría era la exposición
más clara hasta entonces de la soberanía popular y la limitación del poder, si bien no tuvo gran
influencia. Se había inspirado en la descripción del Estado comunidad formada por diversas
ciudades y provincias obligads a una ley común inspirada en los Países Bajos, vecina de su ciudad
alemana de Emdem. No obstante, seguía vinculado a la teoría calvinista de la predestinación.
La primera separación completa entre el derecho natural y la religión se debe al holandés
latinizado como Hugo Grotius (Grocio) (1583-1645), quien, como buena parte de los hombres de
ciencia del siglo XVII, partía del platonismo. El Derecho natural es una idea, un tipo modelo
como la figura geométrica perfecta, que no deriva su validez de la concordia con los hechos, lo

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que permitiría definir unas normas más allá de la realidad de las relaciones entre los Estados. Para
Grocio, la sociedad se basa en una serie de tendencias o valores como la seguridad, la
propiedad y otros, que contrarrestan las inclinaciones egoístas del individuo. Tales valores
están en la naturaleza del hombre y conforman el Derecho natural, el cual es un dictado de la
recta razón que no requiere de Dios, pues ordenaría exactamente lo mismo en la hipótesis de que
Dios no existiera. Grocio identifica lo natural con lo racional, no hay nada arbitrario. La razón
ha de ser el método para construir el Derecho positivo como una ciencia deductiva, con
proposiciones evidentes de las que ningún espíritu razonable puede dudar. También realiza
aportaciones en el desarrollo del Derecho internacional o el
Derecho de gentes, que pretendía regular las relaciones entre Estados soberanos en la línea abierta
antes por Francisco de Vitoria o Francisco Suárez, así denunció como contrario a la ley natural y
el naciente Derecho de gentes la apropiación de los mares por cualquier potencia, en orden a los
intereses de las Provincias Unidas.
Otra de las grandes figuras del iusnaturalismo y el Derecho de gentes fue el jurista sajón Samuel
Pufendorf, que abogó por la separación entre la razón natural y la teología, siendo la ley de la
naturaleza el fundamento legítimo y racional de la Constitución Política. Por ello, el respeto a los
derechos naturales del hombre es un requisito indispensable para el mantenimiento del orden y la
paz social.
Por el lado del pensamiento absolutista sus máximos exponentes fueron, Thomas Hobbes,
Bossuet, y, en menor medida Filmet. El inglés Thomas Hobbes (1588-1679), partiendo del
ambiente creado por la Guerra Civil inglesa y el horror que le produjo la decapitación de Carlos I,
defenderá en sus obras De Cive (1642) y Leviathan (1651) un absolutismo ajeno a cualquier
consideración religiosa o ética, basado exclusivamente en el utilitarismo, lo que le hizo
sospechoso entre los defensores acérrimos del poder real. Hobbes, como mecanicista, busca
asimilar la psicología y la política a las ciencias físicas para analizar la sociedad desde una rigurosa
visión naturalista y científica, una especie de materialismo. Para Hobbes, el hombre es el enemigo
de cualquier otro (homo homini lupis), con la consecuencia de la guerra contra todos y la única
salida tal situación de destrucción mutua es la entrega del poder a un individuo. Solo así se
creará el grado necesario de seguridad que requiere la sociedad, la vida civil y el poder
religioso. Un punto clave es el individualismo tajante que contribuye a explicar la defensa del
absolutismo, solo los individuos pueden tener derechos y actuar, si un grupo de hombres actúa
colectivamente es porque un individuo lo hace en su nombre, la sociedad es una ficción; sin
soberano no hay sociedad. El poder del soberano es absoluto e irrevocable, lo que podría tener
consecuencias negativas para los súbditos, pero serían peores las derivadas del vacío del poder.
En una línea contraria a la de Hobbes, el obispo francés Jacques Bénigne Bossuet (1627-1704)
vinculará el poder absoluto con la divinidad. Lleva al extremo, la vieja teoría del derecho
divino de los reyes, y pese a la discrepancia de partida se basaba también en el argumento de
Hobbes de que no puede haber una situación intermedia entre el absolutismo y la anarquía.
En el caso de Robert Filmer (1588-1653) no deja de ser curioso, por su obra tuvo una escasa
difusión. Su libro principal, Patriarcha or the Natural Power of Kings, escrito probablemente antes
de la guerra civil, no sería publicado hasta 1680 y se difundió sobre todo por la reacción en contra
de Locke y otros autores. Su postura tomada del Antiguo Testamento es de carácter patriarcal y el
último fundamento del poder real está en la voluntad de Dios.
La tercera de las grandes líneas de pensamiento se desarrolla esencialmente en Inglaterra,
cuya evolución intelectual ya había dado frutos en el terreno de la teoría política antes de la
revolución. En el tránsito del siglo XVI al XVII, el autor principal fue profesor de Oxford Richard
Hooker, cuyos escritos dieron lugar a 8 volúmenes publicados a partir de 1594 en los que defendía
una ley positiva basada en el consenso de los súbditos y en la ley natural. Años después, sir

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Edward Coke, en sus escritos sobre las leyes e instituciones, publicados entre 1628 y 1644
defendería la limitación de la autoridad del Rey. La experiencia revolucionaria inglesa, igual que
otros elementos relevancia como las guerras de Italia o la crisis de las guerras de religión en Francia,
favoreció el desarrollo de las teorías sobre el poder.
Así surgieron doctrinas republicanas como las de James Harrington o John Milton.
Harrington, aristócrata y amigo de Carlos I, defendió el republicanismo como consecuencia de
la evolución social y económica, entendiendo que el Parlamento reflejaba la nueva
organización de la propiedad surgida de la revolución, pues consideraba que la distribución de
la propiedad determinaba el Gobierno y su forma. En cuanto a Milton, en su obra Aeropagitica,
defiende la libertad de prensa e información, así como la libertad religiosa con excepción de
los católicos a los que considera idólatras e incapaces de lealtad a otro gobernante que no fuera el
papa. En la Inglaterra de finales del siglo, la crítica de la monarquía absoluta aparece en
diversos autores y obras, pero el mayor esfuerzo en la tarea de proponer un régimen político capaz
de evitar el absolutismo sería el del empirista y filósofo John Locke (1632-1704), quien puso los
cimientos más firmes de la que habría ser la teoría política del liberalismo decimonónico. Su
libro, Tratados sobre el gobierno civil, publicado después del triunfo de la segunda
Revolución inglesa, aunque escrito antes de esta, dedicaba el primero de tales tratados a refutar
la teoría del derecho divino de los Reyes de Filmer y el segundo a delinear las bases de un
poder político alejado de las tentaciones absolutistas, que identifica como una monarquía
subordinada al poder civil (Parlamento). El punto de partida es el contrato social, que permite
a los individuos pasar del estado de naturaleza a la sociedad civil, inspirada por valores como
la razón y la tolerancia, que resuelve los conflictos y hace posibles las aspiraciones de cada uno
en la vida, la libertad, la propiedad, etc. Los hombres, libres por naturaleza, no crean el
Estado para anular sus derechos naturales, sino para salvaguardarlos. El poder civil solo tiene
derecho a existir en la medida en que se deriva del derecho individual de cada hombre a protegerse
a sí mismo y a su propiedad. Para evitar el abuso de poder proponen una separación de poderes,
aún no demasiado precisa, qué diferencia el legislativo (Parlamento) con el Ejecutivo (supeditado
al anterior). Un individuo o grupo que alcanzarán suficiente de consenso podría romper
legítimamente el contrato en el que se había basado la comunidad política sin disolver está y con
ello legitimaba la revolución si tiene un amplio respaldo, aunque no dejó claro el paso entre el
derecho de rebelión individual y el grado de consenso necesario para legitimarse. Sus ideas
habrían de influir ampliamente en la revolución norteamericana de 1776 y servirían de
fundamento para la división de poderes propuesta por Montesquieu en el siglo XVIII.
La guerra civil y el periodo republicano propiciaron también en Inglaterra el desarrollo de
teorías sociales y políticas predemocráticas como las de los levellers (niveladores), o radicales
como las que sustentaban los diggers (cavadores). Las principales aportaciones de los primeros,
liderados por el coronel John Lilburne, era en su concepción del derecho natural como fuente de
derechos inalienables. El individuo y sus derechos constituyen la base de toda estructura social y
la autoridad solo existe para proteger los derechos de los individuos sobre quién se ejerce. Sus
bases el mutuo acuerdo y consentimiento de los gobernados, en el caso de los levellers el
Agreement of the People, que diseñaba una República con un Parlamento de base social
bastante más amplia que la defendida por los sectores dominantes de la Revolución, con el
sufragio universal de los varones o, cuando menos, la menor restricción posible del sufragio basada
en la propiedad. Pese al radicalismo de su nombre, no se oponían a la desigualdad social y
económica o a la propiedad, sino únicamente a la desigualdad legal características del Antiguo
Régimen. Los diggers, con precedentes en los movimientos campesinos y anabaptistas alemanes
de la Reforma o en propuestas radicales surgidas especialmente los levantamientos populares, eran
pocos y pacíficos. Su líder, Gerard Winstanley, partiendo del Derecho natural (fuente de un
derecho comunal a los medios de subsistencia), anunciaba proféticamente un tiempo en el que la

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tierra volvería a ser posesión común y nadie osaría dominar a los demás, ni a matar para disponer
de más tierra que otro. Precursores del comunismo utópico, la propiedad privada, fruto de la
avaricia y ambición, es el origen de todos los males, lo que les realizaba también con la creencia
cristiana extendida en la edad media de que la posesión de bienes en común era una forma de vida
más perfecta.
3.2. El absolutismo
En sentido literal, el absolutismo se define como la práctica política -respaldada por una serie de
teorías- en la que el rey se sitúa por encima de la ley positiva; es decir esta no le concierne. La
fórmula romano-medieval Principes legibus solutis est constituye el origen de la expresión rey
absoluto, a diferencia del Rey concernido o sometido a la ley. El absolutismo fue surgiendo a lo
largo de un dilatado proceso, que sobre sus bases medievales llega a su culminación en los siglos
XVII y XVIII. Su avance se ve reforzado por la propia índole de la sociedad estamental,
estructurada sobre el privilegio, la desigualdad legal entre los hombres y grupos. Tal tipo de
sociedad necesitaba un poder situado por encima y capaz de otorgar o quitar los privilegios. Un
poder superior más allá del Derecho, que pudiera hacer las excepciones en las que se basaba la
existencia de un ámbito excepcional o privilegiado. Por ello se habla desde la Baja Edad Media del
poder absoluto de los Reyes, el poder por encima del Derecho, lo cual no implica necesariamente
que sus actos no tuvieran límites, pues también el pactismo admitía un monarca capaz de
privilegiar.
Las leyes positivas, las legisladas por los hombres están por debajo de estas. De tal forma que
el mayor límite al poder real era la propia conciencia del monarca y su temor de Dios, un
freno mucho más eficaz de lo que pudiéramos pensar en sociedades tan fuertemente sacralizadas.
Los Reyes tenían deberes que cumplir, entre ellos, asegurar la buena administración de la justicia
y defender a sus súbditos. También eran conscientes de la responsabilidad que adquirían, todo lo
cual solía llevarlos a actuar con prudencia y dejarse aconsejar. Para muchos de sus
contemporáneos que la distinguen bien de la tiranía o el despotismo, la monarquía absoluta era la
más eficaz. Los tratadistas políticos, incluidos algunos partidarios del absolutismo como Hobbes,
trataron de establecer ciertos límites al poder absoluto entre los que se encontraban el Derecho
privado y la propiedad, los parlamentos o las leyes fundamentales del Reino. Las tendencia
expansiva y monopolizadora del poder real se encontró desde muy pronto con numerosas
resistencias de otros poderes (parlamentos, Iglesias, noblezas, letrados, ciudades, etc.). Tales
resistencias lograron en muchos casos moderar la realidad del absolutismo y frenar su avance. No
obstante, el absolutismo avanzó en buena parte de la Europa del siglo XVII y su máximo exponente
(por su mayor éxito) fue Luis XIV.
Como culminación al proceso de reforzamiento del poder de los príncipes propio del
Renacimiento, el absolutismo comparte unas características que se pueden ver en todas las
monarquías:
• Mayor presión fiscal y ampliación de los ingresos de las haciendas reales.
• Incremento del poder militar y naval en una época de guerras casi constantes.
• Avance de la codificación.
• Desarrollo de la diplomacia (con agentes que no representan a los territorios, sino a sus
monarcas).
• Complicación del aparato administrativo, con la aparición del valimiento.
• Consolidación de la burocracia al servicio del aparato estatal.
• Auge de los financieros dispuestos a prestar dinero al rey, recaudar sus impuestos o arrendar
rentas.
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También fueron muy generalizadas las oposiciones suscitadas por el absolutismo, que en
ocasiones dieron lugar a revueltas de diversa índole, desde levantamientos populares a reacciones
de grupos privilegiados. En los casos más graves, como las rebeliones de los años 40 en el seno
de la monarquía española o la Fronda en Francia, las revueltas sumaron descontentos diversos,
poniendo en serias dificultades al poder. Solo en Inglaterra la rebelión (auténtica revolución
política) hizo caer el trono, qué hizo falta un segundo levantamiento casi 50 años después, la
Revolución inglesa frenó eficazmente el avance del absolutismo poniendo las bases de un
modelo político alternativo.
3.3. Enrique IV y la recuperación de Francia
Primer monarca francés de la Casa de Borbón, Enrique IV (1589-1610), desarroló tres tareas
principales:
• La pacificación del Reino. Se iniciaría propiamente tras el final de la guerra en 1598 e
implicó el reforzamiento de la autoridad real, apoyada sobre todo en los hombres de leyes,
en perjuicio de la aristocracia. El principal centro de poder será el Consejo. En las
provincias, continuó la tendencia al sometimiento de los gobernadores nobles en beneficio
del poder comisarial de los maitres de requetés (peticiones) enviados de la corte, que en
ocasiones permanecen varios años.
• La reconstrucción material tras los desastres provocados por medio siglo de guerras
intermitentes. En el ámbito financiero su gran colaborador fue Maximilien de Béthune,
posteriormente duque de Sully, quien como superintendente de Finanzas logró recuperar
un satisfactorio nivel de eficacia que le permitió duplicar los ingresos gracias sobre todo a
los impuestos indirectos. Se apoyó en un amplio número de empleados públicos que
accedieron a sus cargos mediante la compra del oficio y que a partir de 1604 vieron
cumplidas sus aspiraciones de ascenso social gracias al llamado Edicto de la Paulette,
el cual les permitía heredar los cargos a cambio del pago de un pequeño porcentaje
anual sobre su valor de compra. Con ellos incrementaron sus ingresos y se aseguraban
la lealtad de este sector emergente, al tiempo que bloqueaba la formación de sistemas
clientelares vinculados a la aristocracia. la presencia de esas nuevas dinastías de oficiales
en los parlamentos, con el considerable aumento de la noblese de robe que ello supuso,
contribuyó a acentuar la sumisión de tales cámaras de Justicia mientras los Estados
Generales siguieron sin convocarse.
Pese a las dificultades, Enrique IV logró importantes resultados en la reconstrucción
económica, aunque inferiores a los que decían sus propagandistas. La paz permitió la
regularización de la explotación agrícola y ganadera, ayudada por algunas disposiciones
regias como la reducción de las rentas o la moratoria concedida a los atrasos. Más
importante fue la aportación real al crecimiento de las manufacturas y el comercio
beneficiados por las prácticas mercantilistas. Compañías manufacturas diversas (paños
de especial calidad, sedas, armas, etc.) surgieron amparadas por los monopolios de
fabricación y venta y la política aduanera, al tiempo que se recuperaba también el artesanado
tradicional. A esta fase de cierta prosperidad colaboraron otras medidas como la devaluación
de la moneda en 1602 o la atención de la red interior de comunicaciones. No obstante, el fin
de la coyuntura económica favorable limitó el alcance de la recuperación. Uno de sus
problemas más importantes era el considerarle poder de la gran nobleza, respaldado
por sus extensos territorios y numerosos vasallos, y menos dispuesta que en países como
España a plegarse ante el poder real.
• La vuelta a una política exterior ambiciosa que le enfrentaría inevitablemente con
España. Otro el gran problema fue la pervivencia del sentimiento católico de los antiguos
miembros de la Liga, hostil a iniciativas como las concesiones a los protestantes, la alianza
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con los herejes de los Países Bajos o la política exterior contraria a España. El resultado,
cuando aún no había erradicado completamente el clima de violencia de los tiempos de la
guerra, fueron varios atentados contra la vida del monarca que murió en uno de ellos en
mayo de 1610.
3.4. Luis XIII. La regencia y la obra de Richelieu
El asesinato del Rey llevó al poder a su esposa María de Medici, regente (1610-17) de su hijo
Luis XIII (16101643), que tenía solo 9 años. Medio siglo después de la de Catalina de Médici las
circunstancias abocaron a una nueva regencia, otra vez procedente de una reina de la familia ducal
florentina. María era cercana al partido católico y a la política española, lo que supuso un
cambio importante sustituyendo a los consejeros de Enrique IV por gente cercana a la reina entre
los que destacó el italiano Concino Concini. El acercamiento a España provocó amplios
descontentos, a los que se sumarían los protestantes preocupados por el sesgo católico de la política.
En una Asamblea General de los principales nobles hugonotes (Saumur 1611), comenzó a destacar
el liderazgo del duque Henri de Rohan, yerno de Sully.
Otro sector descontento era el de los príncipes de sangre y la alta nobleza, que trataban de
recuperar poder político. Entre los primeros, los príncipes de Condé y Contí o el conde de
Soissons, no se resignaban a quedar fuera del Consejo creado para asesorar a la regente.
Muchos altos nobles como los duques de Angouleme y Vendome (bastardos de sangre real), el
duque de Nevers (pariente de los Gonzaga) o el duque de Guisa entre otros estaban indignados por
el poder de Concini. Para aplacarlos, la regente les entregó generosamente cargos y dádivas del
tesoro real, aunque únicamente hasta 1613, mientras duraron los remanentes conseguidos por
la buena gestión de Sully. Muchos de ellos se retiraron entonces a sus territorios iniciando un
período de agitación que llevó a la reina a firmar con Condé por el tratado de Sainte-Menehould
(1614), en el que se comprometía a suspender el doble matrimonio real acordado con España,
a entregar las nuevas pensiones y a convocar los Estados Generales.
La reunión de los Estados Generales en París en octubre de 1614 y marzo del año siguiente,
fue poco eficaz y demostró los desacuerdos entre los tres órdenes que lo formaban. La solicitud
más demandada fue la supresión de la Paulette, en la que estaban de acuerdo los dos primeros
órdenes y parte del tercer estado. Este solicitaba también el fin de las pensiones a los nobles y la
reducción de los impuestos. Los nobles esperaban respaldó sus reivindicaciones de participar en
el Gobierno político, pero no encontraron el apoyo necesario. La corona no logró la resolución
de sus problemas financieros y el clero en el que comenzó a destacar el obispo de Luçon,
Armand Jean du Plessis, futuro cardenal-duque Richelieu (1585-1642), no consiguió superar
las reservas galicanas del tercer estado al registro de los decretos del Concilio de Trento. La
reina decidió entonces celebrar las bodas reales hispanofrancesas, que tuvieron lugar en noviembre
de 1615. Sin embargo, tuvo que enfrentarse pronto a la sublevación de miembros de la alta
nobleza como Condé y Vendome, mientras el de Rohan reclutaba tropas protestantes en el
sudoeste, por ello se vio obligado de nuevo a pactar con el príncipe Condé (tratado de Loudun,
mayo de 1616), que le permitía entrar en el Consejo, aunque fue un arreglo muy provisional, ya
que preocupada por la popularidad del príncipe la reina le hizo detener y destituyó a algunos de los
consejeros procedentes de tiempos de Enrique IV, lo que permitió a Concini a reorganizar dicha
institución con gentes cercanas a él, entre los que estaba Richelieu.
En 1617, el joven Luis XIII (17 años) decide ocupar el poder y destituye a Concini, asesinado
poco después. Richeliu y sus colaboradores fueron apartados y la reina madre desterrada. El duque
de Luynes, favorito de Luis XIII, tan codicioso como su antecesor, apenas cambió inicialmente la
trayectoria anterior, pese al regreso de algunos colaboradores de Enrique IV y la convocatoria de
una asamblea de notables en Rouen (diciembre de 1617). En 1619 la reina se escapó de Blois y
junto a varios nobles rebeldes se enfrentó a su hijo, logrando de Luynes el Gobierno de Anjou. En

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junio de 1620 una serie de nobles se agrupan detrás de ella en una nueva sublevación conocida
como Guerra de la Madre y el Hijo. En agosto las tropas reales dispersaron a los rebeldes,
entrando entonces en acción la figura del hábil Richelieu, quien consiguió reconciliar al rey con
su madre acabando con el peligroso frente abierto por su exilio, a cambio consiguió el capelo
cardenalicio.
Desactivado momentáneamente el problema nobiliario, el rey y Luynes, marcharon a Béarn
(Navarra francesa) donde restituyen del culto católico y los bienes secularizados y unieron de forma
definitiva el Reino de Navarra al de Francia. Tales medidas desencadenaron una revuelta
protestante en el sudoeste, preludio de una gran ofensiva real contra las provincias protestantes
rebeldes (Poitou, Saintonge, Guyena y Languedoc), en la que murió Luynes. No obstante, su
fracaso en el sitio de Montpellier llevó a Luis XIII a negociar con Rohan la renovación del
Edicto de Nantes (tratado de Montpellier de 1622). Sin consejeros de relieve e instado
reiteradamente por su madre supera su reticencia hacia el antiguo colaborador de Concini, y llama
al Consejo a Richelieu, cardenal desde 1622. Con su acceso al poder, Richelieu, perteneciente
a una familia noble de Poitou, comenzaría una nueva etapa, el sistema seguía siendo el mismo,
pero la diferencia radicaba en la inteligencia y capacidad política del personaje, cuya
personalidad y ambición contrastaban con el carácter débil y la escasa afición de Luis XIII a
dedicarse a los asuntos de Gobierno, si bien tuvo mérito su apoyo decidido frente a muchas
oposiciones de su larga etapa de Gobierno (1624-42) que se divide en dos grandes períodos:
Primero (1624-1630): Tuvo que hacer frente a los dos grandes problemas de los años
anteriores: los protestantes y la alta nobleza. Los protestantes se rebelaron de nuevo bajo la
dirección del duque de Rohan y su hermano, el de Soubise, respaldados por la importante plaza
fuerte de La Rochele. El cardenal sin fuerza naval suficiente negoció un acuerdo (1626) que
renovaba el de Montpellier. Semanas más tarde, el heredero del trono, Gastón de Orléans, hermano
menor del Rey encabezaba en la corte una conspiración fallida para asesinar a Richelieu, en la que
participaban la reina madre (arrepentida de su apoyo anterior) y los príncipes de sangre. El cardenal
castigó con firmeza a los comprometidos llegando a decapitar a los más débiles y otros como el
duque de Vendome siendo detenidos. A los más encumbrados procuró neutralizar con un edicto
real que ordenaba la destrucción de numerosas fortalezas, combinando firmeza y prudencia. Para
conseguir un marco legal más favorable, recurrió a la fórmula ya adoptada por Luynes, de
reunir una Asamblea de Notables, más fácil de manejar que los Estados Generales, la cual aprobó
un amplio programa de reformas entre diciembre de 1726 y febrero de 1627, pero la pervivencia
de la insurrección protestante y la implicación en la Segunda Guerra de Mantua, le impediría de
momento llevarlas a la práctica. Era el momento de atacar La Rochele que contaba con la ayuda de
Inglaterra e iniciar una política de fortalecimiento marítimo cuyo primer paso era el dominio de
los puertos. Tras un asedio de 13 meses en los que desalojaron el duque de Buckinham la plaza fue
rendida y sus privilegios y fortificaciones destruidas, mientras que en el terreno religioso se
restableció el culto católico, aunque siempre vivirá el reformado. Otra expedición contra los
protestantes acabó con la resistencia del Languedoc (dominio del duque de Rohan). Tras ambos
éxitos Richelieu impuso el edicto de Gracia de Alés (1629), que reducía de forma considerable
lo concedido a los hugonotes por el Edicto de Nantes. se mantenían todas las concepciones
religiosas civiles y jurídicas, pero se anulaban las políticas (derecho a celebrar asambleas) y las
militares (plazas de seguridad).
La Política de Richeliau revivo los descontentos en la corte donde sus enemigos se agruparon
en el partido católico devoto, que se oponía a cualquier tolerancia con el protestantismo y a la
política internacional contra la Casa de Austria. Sus miembros principales eran la reina madre y
Gastón de Orleans (Monsieur), además de la reina Ana (esposa de Luis XIII), el cardenal Bérulle
o al canciller Michle de Marillac. La situación se complicaba además por los frecuentes
levantamientos populares de esos años motivados por las dificultades económicas y la fiscalidad.

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Frente a la política católica, Richelieu, que encabezaba el partido de los buenos franceses,
defendía la separación de los intereses del Estado de los de la religión, tanto dentro como fuera
de Francia, cuya supervivencia exigía oponerse a la política de los Habsburgo. la situación se hacía
más complicada como pudo comprobarse 1630 en el que se sumó el hambre y la peste dando lugar
a una oleada de sublevaciones populares al tiempo que la intervención francesa en Mantua hacía
difícil cualquier alivio fiscal. María intentó deponer a Richelieu, pero Luis XIII le reitera su
confianza y tras la jornada des Dupes (de los engañados), Richelieu desarticula a su oposición
con destituciones, exilios y alguna ejecución: el hermano del Rey huyó a Lorena y María de
Medici se refugió en los Países Bajos.
El triunfo de los devotos dio paso a la segunda fase de Gobierno (1630-42), que se caracteriza
por su dedicación prioritaria al enfrentamiento exterior contra los Habsburgo y la puesta en
práctica de una serie de reformas orientadas al fortalecimiento de la autoridad real. El cardenal
se basa en las instituciones existentes, introduciendo en ellas gente de su confianza para
controlarlas. La principal sigue siendo el Consejo reducido a Consell des Afaires, que reúne
junto al rey y a Richelieu, a los principales ministros o cabezas de las distintas parcelas que
tienden a especializarse (finanzas, justicia, guerra, asuntos exteriores…). Los cuerpos de
oficiales, respaldados por la posición hereditaria de sus oficios y su frecuente ascenso social
(noblesse de robe), contribuyen al reforzamiento del poder real. En la administración provincial
exige a los gobernadores una obediencia más firme, pero crea otra figura dependiente del poder
central la de los intendentes muchos de los cuales eran dependientes del Consejo del Rey, su
poder, limitado en el tiempo, pero creciente, le incumbían asuntos judiciales, administración militar
y orden público. La organización de una incipiente red policial proporciona además una
detallada información, también utiliza escritores a sueldo, así como la Gazette publicación
semanal (primer periódico oficial de Europa) y la Academie française, instituida en 1635 con la
intención de ligar la cultura al poder. Su política interior y exterior exigía cada vez más dinero
El impuesto más importante, la taille, duplicó su importe 1635 pero la necesidad de
incrementar los ingresos hizo necesario además el recurso a la venta masiva de oficios y derechos
de sucesión de éstos (Paulette), la reducción de rentas y el recurso al crédito.
Después de 1630 la política de Richelieu siguió provocando oposición de miembros importantes
de la familia real y el alta nobleza que ahora contaban con el apoyo exterior de sus enemigos.
En 1632 lo intentó el duque Henri de Montmorency, gobernador del Languedoc (1632), quien logró
el respaldo de María de Medici y Monsieur. Tras su fracaso en 1636 Gastón de Orleans se mezcló
en un complot para asesinar al cardenal encabezado por el Conde de Soissons, primo del Rey. Al
año siguiente se descubrió correspondencia secreta de la reina Ana con las Cortes de Madrid y
Bruselas, o en 1642, meses antes de la muerte del cardenal, el Marques Cinq-Mars, amigo del Rey,
tramo otro complot para asesinar al cardenal con el apoyo del Conde Duque de Olivares, cuyo
descubrimiento le costó la vida. A partir de 1635 con la participación abierta de Francia en la
Guerra de los Treinta Años, se vive un auténtico régimen fiscal de guerra, que provoca
oposiciones y revueltas populares. Algunas surgieron en el propio clero, influido por el partido
devoto y sometido también a la presión fiscal lo que llevó al destierro de varios prelados tras la
asamblea de 1641 en la que defienden la inmunidad de los bienes de la Iglesia. También hubo
oposición en los parlamentos cada vez más sometidos. Las revueltas se incrementaron en campos
y ciudades, con el apoyo frecuente de parlamentos, nobleza de toga y gentes de sectores sociales
intermedios, incluso algunos señores. En 1643, desaparecido ya el cardenal, hubo un importante
levantamiento en la zona oeste.
Pese a las oposiciones y el amplio malestar provocados por su política, no cabe duda de que
Richelieu había dado pasos importantes en el fortalecimiento de la autoridad real y la
recuperación del papel de Francia en la política internacional. Pero su obra era frágil, amenazada
desde dentro y desde fuera y su éxito se basaba en el equilibrio entre los resultados del esfuerzo

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exterior y la capacidad del Reino para soportarlos, un problema parecido al de su competidora
España, aunque en esta el poder estaba más firmemente asentado.
3.5. La minoría de edad de Luis XIV. Mazarino y la Fronda
A la desaparición del cardenal siguió unos meses después la del propio monarca. El nuevo rey,
Luis XIV (16431715), fruto muy tardío del matrimonio real, no había cumplido aún los 5 años, por
lo que el testamento de su padre instituyó un complicado Consejo de Regencia del que además
de la reina Ana y el inquieto Gastón de Orleans, estaban miembros de la familia real formaban
parte, así como colaboradores de Richeieu: el italiano Giulio Nazarino, cardenal desde 1641, el
canciller Pierre Seguier y dos ministros de Estado.
La reina consiguió, no obstante, que el Parlamento de París invalidará el testamento,
otorgándole a ella todo el poder. Su acierto fue ponerse en manos del cardenal Mazarino (1602-
1661), quien, con una personalidad diferente y un carácter más suave y dúctil, fue un eficaz
continuador de la política de Richelieu. Mazarino hubo de enfrentarse también a conjuras para
asesinarle, como la temprana del duque de Beufort, así como la renaciente indisciplina nobiliaria,
a la que empezaban a sumarse miembros de los parlamentos, tribunales y otros organismos. Las
necesidades de la guerra le obligaron a continuar la política fiscal de su predecesor, lo que
siguió provocando descontentos e insurrecciones, sobre todo en el sur, incrementando también el
malestar de los grupos dominantes, que veían atacada su exención tributaria. En los mismos
años en los que se desarrolla la revolución inglesa, el amplio malestar existente en Francia daría
lugar a la gran revuelta conocida como la Fronda, que estuvo cerca de dar al traste con los logros
alcanzados por la política de ambos cardenales. La influencia de los acontecimientos ingleses es
evidente, así como la de otros grandes levantamientos de esos años: Cataluña, Portugal, Palermo o
Nápoles, todos de la monarquía de España. la guerra y sus elevados costes era la causa principal
de las dificultades de ambas monarquías rivales.
La Fronda (1648-1653) coincide con un periodo de malas cosechas y crisis de subsistencias.
No obstante, las múltiples y variadas oposiciones al cardenal y su política no se funden nunca,
lo que contribuiría al triunfo del poder real frente a ellas, La Fronda atraviesa cuatro grandes
etapas:
La Fronda parlamentaria (agosto de 1648 a marzo de 1649): fue protagonizada sobre todo por
el Parlamento de París en el que se juntaban el deseo de sus miembros de asumir mayor papel
político en el Reino (tomando como ejemplo el Parlamento inglés) y por otro, la inquietud ante la
posible suspensión de la Paulette, con la que Mazarino presionaba a los parlamentarios a aceptar
las decisiones reales. En enero de 1648, el Parlamento de París anuló diferentes edictos fiscales
que imponían las nuevas tasas propuestas por el superintendente de Finanzas. Aunque Mazarino
trató de atraerse a sus miembros con exenciones fiscales los parlamentarios se unieron con los
magistrados de las otras cortes soberanas y reunidos en una asamblea única celebrada en julio
redactar un documento que desmontaba buena parte de la política de los cardenales: suprimía
intendentes y reforzaba el poder de los tribunales soberanos. El control que exigían sobre la
introducción de impuestos y tasas atrajo el respaldo del pueblo de París, cuyo orden público además
era competencia del Parlamento. Uno de los artículos exigía la revocación de todos los contratos
de empréstitos de la Hacienda Real, lo que implicaba una especie de bancarrota generalizada.
Aconsejada por Mazarino, la regente aprobó el 31 de julio la mayoría de los 27 artículos, pero
aprovechando un Te Deum en Notre-Dame para celebrar la victoria de Lens, fueron detenidos los
cabecillas de Parlamento. Tal acto de fuerza provocó la reacción inmediata de la ciudad, que
construyó numerosas barricadas. Mazarino decide ganar tiempo liberando al líder más popular,
consiguiendo que el Parlamento pidiera retirar las barricadas, pero la tensión no desapareció,
trasladándose los reyes y la corte fuera de la ciudad. Una nueva declaración real (24 de octubre)
aceptó los 27 artículos, la corte regresó a París en pleno triunfo del Parlamento que pretende

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controlar al Gobierno, pero en realidad Mazarino y la regente seguían ganando tiempo en espera
de contar con las tropas libres tras la paz de Westfalia. En la noche del 5 al 6 de enero de 1649, la
familia y el rey huyen de París y la capital fue sitiada durante 10 semanas por el Ejército del príncipe
de Condé (vendedor de Rocroi y Lens). De su defensa se encargaron la milicia burguesa, tropas
populares ynobles respaldados por el clero. Se inicia entonces la producción de panfletos satíricos
contra el cardenal, los conocidos como mazarinades, que seguirán apareciendo durante varios años.
Después de devastar el sur de Ille-de France, se unió a los frondistas el vizconde de Turenne, otro
de los militares triunfadores de Alemania. El riesgo de que arrastrara con él a todo el ejército francés
de Alemania fue conjurado hábilmente por Mazarino, a base de pagos y negociaciones con sus
principales jefes. En 1649, la revuelta se extendió a los parlamentos de Burdeos y Aix, y los
rebeldes se pusieron en contacto con España. Pero la revuelta comenzó a desintegrarse por su
heterogeneidad y también por hechos como la decapitación de Carlos I de Inglaterra, que
asustaba a los parlamentarios más moderados. La Paz de Rueil, inició la pacificación, pero
siendo un cierre en falso.
La segunda fronda o la fronda de los príncipes (enero-diciembre 1650): El propio Condé fue
el protagonista. Reforzado su papel político, encarna la vieja aspiración de la nobleza de
intervenir en la gobernación del reino, por lo que se trata de convertirse en el principal apoyo del
rey, a los que se une el odio, y sobre todo el desprecio a Mazarino. A instancias de este, Condé es
detenido y por orden de la reina enviado al puerto de Le Havre, junto a sus familiares Conti y
Loungueville. Por fortuna para el poder real, la mayoría sectores parisinos implicados en la primera
Fronda no quisieron respaldarla, por lo que los tres príncipes se apoyan en una serie de nobles y
en su poder territorial en Normandía, Guyena, Poitou, Provenza o Borgoña. Mazarino moviliza
al ejército real forzando la capitulación de Burdeos, Champagne o Rethel pese al apoyo de tropas
españolas.
La victoria de Mazarino dio paso a la tercera fase, la llamada Unión de las Frondas (diciembre
1650septiembre 1651). El ambicioso eclesiástico Gondi, a quien Mazarino bloquea el acceso al
cardenalato, pone de acuerdo con los descontentos con el primer ministro. El Parlamento de
París recupera su programa de reformas, solicita la libertad de los príncipes y, el 3 de febrero, pide
la destitución de Mazarino, quien hábilmente se aleja de París, esta vez sin la familia real,
convencido de que, con él ausente, los rebeldes serían incapaces de mantenerse unidos. El clero,
dirigido por Gondi (ya cardenal de Retz) se enfrenta al Parlamento, con quién tampoco se entiende
Condé. Desalentado por las divisiones, Condé marcha a Guyena en espera de apoyos. El 7 de
septiembre de 1651, Luis XIV, cumple trece años, comienza oficialmente su mayoría de edad.
La marcha del príncipe dio paso a la fase final de la Fronda, la llamada de Condé (septiembre de
1651-agosto de 1653), que fue también la más anárquica. Apoyado en Burdeos y la Guyena,
Condé mantuvo contactos con España, Cromwell o el duque de Lorena, y logró el respaldo de
varios territorios descontentos. Una revuelta popular expulsó de Burdeos a su gobernador,
instalando un gobierno conocido como el Ormée (olmedo, por la plaza con olmos donde se reunía),
que supondrá una experiencia comunitaria radical. La familia real se instala en Poitiers, donde se
reúne con Mazarino en enero de 1652. Durante más de un año, el rey siguió las campañas militares
y la vuelta de Mazarino con un ejército de Alemania pagado por él, provocó la reacción del
Parlamento de París en contra suya y de Condé. En Francia actúan ahora ejércitos
nobiliarios, como el de la hija de Gaston de Orléans, Ana María de Montpensier (la Gran
Mademoiselle) que se apodera de Orléans, o el formado por Condé, que se enfrenta varias veces no
decisivas con el ejército real. Mientras los españoles se apoderan de Gravelinas (1652) y el duque
Carlos IV de Lorena interviene con sus tropas en el interior de Francia, atemorizando la región
parisina con sus pillajes. La batalla final contra Condé se produjo en Saint-Antoine, bajo los
muros de París, y en ella triunfa el ejército real de Turenne, solo con el auxilio de las tropas de
la Gran Mademoiselle, que dominaban la Bastilla, permite al príncipe salvar al resto de su ejército

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y entrar en la ciudad, que se ha radicalizado. La presencia de Condé incrementa el desorden.
Incapaz de entenderse con el lugarteniente del rey, Gaston de Orléans, el Parlamento o el cardenal
de Retz, se apoya en sectores radicales, que realizan asesinatos y toman el Ayuntamiento,
precipitando el deseo de orden.
El 13 de octubre huye Condé a los Países Bajos Españoles donde se pondrá al servicio de Felipe
IV hasta el final de la guerra. El 21 de octubre, Luis XIV y su madre entran en París rodeados
del entusiasmo popular, los bienes de Condé son confiscados y el príncipe huido condenado a
muerte, también son desterrados algunos parlamentarios partidarios de Condé y el cardenal de Retz
apresado por orden del Rey. Gastón de Orléans es confinado como con anterioridad a Blois, donde
permanece hasta su muerte. Mazarino no regresa hasta el 3 de febrero de 1653, siendo también
aclamado. En los meses siguientes logró imponer la tranquilidad en las provincias en que
proseguían los desórdenes. En Burdeos, el Gobierno cada vez más radical de Ormée, que había
entrado en contacto con los levellers ingleses, fue forzado a capitular en agosto de 1653.
El carácter revolucionario de la Fronda es discutible si se compara con la revolución inglesa.
En realidad, nunca cuestionó la monarquía, sino que fue esencialmente un intento de variar el
rumbo hacia el absolutismo. Las protestas surgen de los privilegiados, bien fuera los
parlamentarios (noblesse de robe en su mayoría) o la alta nobleza, cada uno de los cuales tienen
sus propuestas políticas. Al propio tiempo, es una de las demostraciones más habituales de
fuerza de una alta nobleza reacia a someterse y capaz de movilizar provincias enteras gracias a
sus redes clientelares. Ese es el sentido de la participación popular en el reino, unido al malestar
por la fiscalidad y los tiempos de crisis, a los que se unen París, epicentro de la revuelta, la
capacidad de movilización del clero dirigido por Gondi. Pese a la interminable sucesión de
momentos difíciles, la corona resistió, ayudada no solo por la habilidad de Mazarino, la regente
y al futuro rey, sino por el apoyo de muchas de las fuerzas del Reino. La Fronda no solo se ve
minada por las divisiones en su seno, sino que se manifiesta incapaz de incorporar de forma
decidida a otros grupos sociales. Al contrario, la prolongación de los desórdenes, la violencia y
la inestabilidad, crearon un deseo mayoritario de vuelta a la normalidad.
Para Luis XIV fue una experiencia terrible que no olvidaría jamás, pero también enormemente
instructiva. La decisión de crear una nueva corte en Versalles obedecía a su rechazo a una ciudad
que le traía recuerdos desagradables. También el uso decidido que hizo del poder y la exigencia
de absoluta fidelidad a todos sus súbditos provienen de esta época, el monarca absoluto por
excelencia fue en buena medida hijo de la Fronda. El regreso de Mazarino implicó la
restauración de un poder central fuerte. La oposición y las agitaciones a la política fiscal no
desapareció, pero el cardenal, confiado en el apoyo de la reina y el joven monarca, supo poner las
bases del absolutismo. Los intendentes, reintroducidos en 1655, volvieron a encabezar la
administración territorial, los nobles permanecieron vigilados y el Parlamento de París vio limitada
su capacidad de controlar las decisiones reales. La continuación de la guerra con España hasta 1659
impidió modificar la política fiscal, causante de buena parte del malestar. También Mazarino
aprovechó para acumular una importante fortuna.
3.6. El reinado personal de Luis XIV
Educado por el cardenal, su padrino de bautismo a quien siempre respetó, el rey permaneció
entregado a los placeres y ajeno a la política. Fue la muerte de Mazarino (marzo de 1661), lo que
le decidió hacerse con las riendas del poder entre el escepticismo de los cortesanos. Pronto, sin
embargo, demostraría su enorme inteligencia y capacidad política, llegando a convertirse en la
personalización del monarca absoluto. La adopción del Sol como emblema es significativa de su
identificación con la fuente del poder, la ley y la justicia. Su Gobierno se basa en un pequeño
grupo de consejeros, heredados muchos de ellos de Mazarino, que el monarca elige
cuidadosamente entre gentes de sectores sociales intermedios, recientemente ennoblecidos o a los

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que el ennoblecerá, lo que contribuye a reforzar su lealtad. Durante su larguísimo reinado
gobernará con la estructura política preexistente: el Conseil du Roi (Consejo del Rey),
institución que hace referencia al conjunto de los consejos al servicio del Rey y que se desdobla en
diversos consejos especializados, el más importante, proveniente de finales del siglo XVI es el
ahora denominado Conseil d’en haut, que se ocupaba de los asuntos internacionales y las
principales cuestiones interiores, centro de la acción política y autentico Consejo de Ministros.
El rey llamaba al consejo a quien quería, lo que otorgaba al interesado la dignidad del ministro de
Estado, que llevaba aneja una pensión. No obstante, fueron muy pocos los que accedieron a él,
pues en los primeros años lo formaban solo tres personas y nunca pasaron de cinco. En total solo
hubo 17 ministros en los 54 años del reinado personal lo que nos habla de una notable estabilidad.
El rey no era un burócrata, sino alguien que tomaba decisiones asesorado por los organismos y
personas que su disposición, en ocasiones decidía al margen del Consejo. La asistencia regular solía
limitarse a quienes asumieron cargos como secretarios de Estado de algunas de las principales
competencias ministeriales como finanzas o Asuntos Exteriores, sin embargo, no todos los titulares
de las secretarías de Estado tenían acceso habitual al Consejo. Además, existía una Secretaría de
Estado de la Casa Real y más adelante se crearía otra de la religión pretendue réformee,
encargada del protestantismo francés. Otro cargo importante era el de canciller, depositario del
sello real, cabeza de la administración de Justicia y teóricamente el segundo personaje del Reino,
si bien la reorganización posterior a la caída de Fouquet le desposeyó de algunas atribuciones
financieras y varios de quienes ocuparon dicho puesto no formaron parte del Conseil d’en haut.
El conjunto de los consejos que integraban el Consejo del Rey se dividía en dos grandes
grupos: aquellos que eran presididos por el monarca, que asistía a las sesiones, y otros con
competencias más administrativas a los que Luis XIV no asistía o lo hacía raramente haciéndose
representar por el canciller. Del primero estaban también el Consejo de despachos (instituido hacia
1650) y encargado de la administración interior y la correspondencia con las provincias en contacto
con los intendentes y los gobernadores, el Consejo real de Finanzas (creado en 1661) a raíz de la
caída de Fouquet, cuyo cargo de superintendente fue suprimido, y el consejos de conciencia,
reorganizado por Luis XIV y encargado inicialmente de examinar los méritos de los candidatos a
obispos o abadías, si bien más adelante el rey solía asignar tales beneficios asesorado únicamente
por su confesor, siempre un jesuita. Al segundo grupo de consejos, presididos en nombre del Rey,
estaba el Consejo de Estado privado de las partes que administraba en nombre del Rey la justicia
civil y criminal de última instancia o el Consejo ordinario de Finanzas que se ocupaba de los
contenciosos administrativos y financieros. Por último, en un tercer nivel, existió una serie de
sesiones subalternas de naturaleza heterogénea, cuyo número oscila a lo largo del reinado, que
reciben según los casos los nombres de consejos, despachos o comisiones y que secundan el trabajo
de los consejos situados por encima de ellas.
La política interior tuvo como principal objetivo la imposición indiscutida de su poder. Para
ello necesitaba evitar que volvieran a surgir las oposiciones de tiempos anteriores,
protagonizadas sobre todo por la alta nobleza y los magistrados de parlamentos, tribunales y
otros altos organismos. La corte y la vida cortesana, impuesta por el monarca, fueron el gran
antídoto contra las veleidades nobiliarias. Los grandes señores continuaron ostentando los
gobiernos de las provincias, pero ahora los nombramientos serán por solo 3 años, aunque
renovables, siendo obligados a recibir a la corte, junto al rey, dejando sus gobiernos y funciones
militares en manos de lugartenientes de la nobleza inferior. Los parlamentarios se vieron
obligados a registrar los edictos reales sin deliberación ni voto, pudiendo presentar después
respetuosas amonestaciones, que el rey no estaba obligado a atender. Cuando el Parlamento de
Rennes hizo un conato de resistencia (1675), el rey reaccionó enérgicamente desterrando sus
miembros. A partir de 1665, Las Cortes soberana subieron cambiar su nombre por el de
superiores, los cuerpos de oficiales fueron vigilados, lo mismo que las asambleas del clero, para

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cortar cualquier tentativa de oposición. En ellos tuvieron un importante papel los intendentes y
sus agentes, que crearon una auténtica red policial de informadores. Los Estados provinciales, ya
debilitados desde el siglo XVI, continuaron existiendo, siendo los principales los de Bretaña,
Borgoña y Languedoc, pero sus reuniones se espaciaron y su capacidad de oponerse al poder real
prácticamente desapareció. También fueron controladas las ciudades, asumiendo el rey el
nombramiento directo de los magistrados de muchas de ellas. Los intendentes fueron la pieza
clave para el control del Reino, cabeza efectiva de la administración territorial, con amplios
poderes (justicia, policía, hacienda, etc.).
Otros dos instrumentos para la imposición del orden fueron la reorganización de las finanzas
reales y la reforma de la legislación a la que se intentó dotar de cierta unidad. En ambos aspectos
fue decisiva la aportación de Colbert, quienes 1660 y 1672, aprovechó la relativa tranquilidad
exterior para reordenar las rentas, creando impuestos indirectos nuevos como la gabela de la
sal, que pagarían también los privilegiados, investigó las deudas contraídas y disminuyó los
intereses que pagaba la corona. Con ello duplico las rentas percibidas y consiguió un
presupuesto equilibrado, gracias también a la mejora conseguida por las políticas mercantilistas. A
finales del reinado, con el aumento de las necesidades financieras, hubo importantes iniciativas de
reforma fiscal, con la creación de impuestos como la capitación en 1695 o la dixieme (décima)
en 1710, que afectaban también a los privilegiados. En 1665, Luis XIV creó un Consejo de
justicia, formado por consejeros de Estados y parlamentarios, que en los 20 años siguientes
redactaría 6 grandes ordenanzas que regularían diversas materias legales.
Un aspecto destacado fue la política religiosa, con la supresión del edicto de Nantes, que supuso
la eliminación oficial del protestantismo francés. La unidad de fe reforzaba su poder, aunque no
parece que los protestantes (unos 800.000 en toda Francia), supusieran un peligro una vez
superadas las grandes luchas religiosas de tiempos anteriores, como se demostró con su lealtad
durante la Fronda.
La actuación contra ellos se explica por el deseo de satisfacer a la Iglesia de Francia, cuyo
apoyo resultaba necesario en los enfrentamientos galicanos con Roma, o la puesta en
marcha de una política de prestigio y autoridad propia de quien aspiraba a sustituir como
cabeza del mundo católico a sus parientes los Reyes de España. Inicialmente su política se limitó
a restricciones la interpretación del edicto de Nantes, presiones para la conversión y
dificultades e incomodidades diversas en la vida diaria. En 1681 se inició un sistema de violencia
militar vinculado al alojamiento de cuerpos de ejércitos en las zonas de población hugonote
(Languedoc, Bearn, Guyena, Delfinado y Gex), las conocidas como dragonnades, que llevaron a
numerosas localidades a abjurar en masa para evitar tal castigo.
Los templos fueron destruidos, las academias para la formación de pastores cerradas y a los
protestantes apartados años antes de los cargos públicos se les prohibió ser magistrados, abogados
o médicos. Finalmente, en octubre de 1685, el edicto de Fontainebleau revoco el de Nantes,
ilegalizando el protestantismo. Aunque hubo numerosas conversiones, se calcula que entre
150.000 y 200.000 hugonotes huyeron a países protestantes. Una parte importante de la
propaganda surgida en Europa contra Luis XIV procedería a partir de entonces de estos
emigrantes y los países protestantes. La intensificación de la religiosidad del Rey durante su
madurez se ha relacionado con la influencia de su segunda esposa, Francóise d’Aubigne, devota
y vinculada durante un tiempo con el quietismo pese a sus orígenes protestantes.
La familia real, los príncipes, la alta nobleza y el alto clero, apartados del poder fueron obligados a
desempeñar unas exigentes funciones cortesanas, que tienen mucho que ver con el culto divino en
la Iglesia y que alcanzarían su máximo esplendor en el Palacio de Versalles, mandado edificar por
el rey y sede principal de la corte. El incremento del poder real no fue suficiente para evitar
desencadenamientos de numerosas revueltas campesinas, motivadas por la guerra, impuestos y

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años de malas cosechas. La represión fue siempre muy dura como las de Miquelets en el Rosellón
(1666-67) y la de los Bonnets rouges en Guyena y Bretaña (1675) que se inició en Burdeos y
prendió por Rennes y Nantes, pasando al mundo rural, con matices antiseñoriales. En 1693-1694 y
en la primera década del siglo XVIII, el reino sufrirá grandes crisis económicas, con muy duros
años de hambre y epidemias. No obstante, no volvieron a producirse importantes
levantamientos motivados por los impuestos y durante la Guerra de Sucesión de España la gran
revuelta sería la de los camisards, protagonizada por resistentes protestantes.

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TEMA 4 - LAS REVOLUCIONES INGLESAS
4.1. Interpretaciones de la revolución. Inglaterra a comienzos del siglo XVII
El siglo XVII contempló en las Islas Británicas el más importante proceso político de todos los que
se produjeron en Europa. A diferencia de otras monarquías, donde triunfaba el absolutismo, la
Corona fracasó en su intento de avanzar por esta vía, provocando un levantamiento que acabó con
la decapitación del rey y la implementación de una república. Esta revolución fue un cambio
radical que, aunque con algunas vacilaciones y retrocesos posteriores puso las bases del
parlamentarismo y la monarquía limitada que se impondría décadas más tarde.
Esta revolución no solo se explica desde el punto de vista político, ya que confluyen aspectos
sociales y económicos. A diferencia de las revoluciones de finales del siglo XVIII, influidas por el
pensamiento ilustrado y la idea de progreso, los protagonistas tenían como modelo ideal la vuelta
a unos ideales del pasado (muy idealizados) que la Corona había subvertido con sus innovaciones.
Las dos corrientes de interpretación de la revolución han sido la whig (hoy desprestigiada) y la
marxista:
• La corriente whig está basada en el excepcionalismo de la historia británica (especialmente
la inglesa) dotada de virtualidades notables en los diversos órdenes de la actividad humana,
vio en ella el anticipo de las democracias en Occidente y el modelo a imitar.
• La corriente marxista, en la que ha destacado Christopher Hill, la explica como
consecuencia de unos cambios económicos y sociales que llevaron a una lucha de clases que
no podía dejar ajena a la política.
Sin adscribirse a ninguna de estas dos posturas, pero cogiendo elementos de ambas esta la particular
postura de Lawrence Stone, caracterizado por un análisis detallado de la realidad social. Desde
finales de los 70 han surgido una serie de planteamientos revisionistas (destacando Conrad
Russell) críticos con ambas interpretaciones, ya sea por el anacronismo, chauvinismo y la visión
presentista de los whigs o el determinismo marxista. Estas visiones destacan la importancia de los
actores individuales, el protagonismo destacado de los conflictos religiosos (un tanto olvidados
entre las causas principales) así como el carácter no solo inglés sino británico,
circunscribiéndolas dentro de los problemas de las monarquías de esa centuria, especialmente a las
de agregación o compuestas.
Aunque la Revolución no afectó exclusivamente a Inglaterra, fue esencialmente inglesa.
Inglaterra tenía una de las sociedades más evolucionadas de Europa, con una clase burguesa de
cierta importancia, como resultado de los avances en varios sectores de la economía. También se
diferenciaba del resto del continente en que una parte de la nobleza (la gentry, híbrido rural y
urbano, de la pequeña nobleza y burguesía), unas 16.500 familias en 1600 consiguieron un
desarrollo económico que no tenía su correspondencia en poder político. Así, aunque ocupaba
importantes posiciones en la política a escala social, el poder central se hallaba en manos de la alta
nobleza cortesana.
No era la única diferencia, también lo era religiosa. La alta nobleza estaba alineada con el
anglicanismo oficial, mientras que en la gentry y la burguesía lo era el puritanismo. En lo
político, la alta nobleza cortesana se inclinaba por el absolutismo mientras los puritanos se
oponían, exigiendo libertades frente al poder político y religioso tal y como lo defendían
Richard Hooker o Edward Coke a finales del siglo XVI. Por ello censuraban los privilegios y
beneficios económicos de aristócratas, grandes mercaderes y dignatarios eclesiásticos, así
como la rigidez de la estructura social tradicional basada en la sangre, la política social
discriminatoria y las limitaciones que imponía el poder central a los condados y poderes
locales.

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En resumen, una economía más evolucionada favoreció el desarrollo de una sociedad más
avanzada y crítica, a la que contribuyó la efervescencia de las corrientes de corrientes religiosas
surgidas de la Reforma. En contraste con este desarrollo económico y social, el de la capacidad
de la monarquía inglesa fue más limitado comparado con España o Francia, con un sistema
fiscal, con ingresos insuficientes, y organización militar, con un ejército reducido, más
arcaico.
4.2. Las tendencias absolutistas de los primeros Estuardo y los conflictos con el
Parlamento
La muerte sin hijos de Isabel I convirtió en heredero a Jacobo VI de Escocia (I de Inglaterra), hijo
de María Estuardo y bisnieto de la hermana mayor de Enrique VIII, Margarita. Al reinar en Escocia
desde la deposición de su madre en 1567, su acceso al trono inglés dio paso a una monarquía
compuesta, formada por Inglaterra, escocia e Irlanda, la Gran Bretaña, de la que se titularía
rey desde 1604. A pesar de ser educado en el presbiterianismo, dominante en Escocia, apostó
decididamente por el anglicanismo a pesar del peso creciente del calvinismo en ese momento.
Este cambio de postura pudo deberse a su clara inclinación al absolutismo y su consideración de
que la Iglesia anglicana y la organización episcopal eran esenciales para la subsistencia de la
monarquía.
A pesar de la esperanza inicial de los católicos (mayoritarios en Irlanda y abundantes aún en la
nobleza y norte de Inglaterra) los persiguió, como a los protestantes disidentes. En este contexto en
noviembre de 1605 un grupo de católicos radicales entre los que estaba Guy Fawkes protagonizó
el fracasado Complot de la Pólvora con la intención de hacer volar el parlamento cuando estuviera
presente el rey. Lo que si tuvo Jacobo I fue una buena relación con los parlamentos de Escocia e
Irlanda, por encima de el de Inglaterra, especialmente por la habilidad en el patronazgo con sus
respectivas noblezas. En cambio, en Inglaterra, su apuesta por el anglicanismo y tendencias
absolutistas le alejaron del Parlamento, especialmente con los Comunes que se elegían con
sufragio censitario entre propietarios de cierta importancia en el que ganaban peso los puritanos
(Los Lores los nombraba el monarca entre los pares y la alta nobleza, pudiendo incrementar su
número).
En esta coyuntura la monarquía se enfrentaba a una difícil situación financiera heredera con una
deuda de más de 400.000 libras debida en buena parte a la guerra y agravada por la disminución de
los ingresos reales por la inflación y en la que los gastos excesivos de la corte no ayudaban a aliviar.
Se tomaron distintas medidas:
• El lord tesorero, sir Robert Cecil, conde de Salisbury, actualizó en 1608 la suma de los
impuestos que se había mantenido desde 1558.
• Proyectó una reorganización de los ingresos reales que fue bloqueada por el parlamento en
1610.
• El bloqueo llevó a que se pidiera un préstamo forzoso en 1611 y la venta masiva de cargos y
títulos.
• El rey se vio obligado a convocar el parlamento, a pesar de que solo suponían un 15% de
los ingresos de la Hacienda Real. Su importancia estaba tanto en el aumento de liquidez
como que este gesto implicaba normalidad política.
El parlamento de 1614 (Parlamento Addled) no solucionó ningún problema ni aprobó
ninguna medida durante sus dos años de vida. Jacobo I se resignó a vivir de los ingresos que no
requerían aprobación parlamentaria (enajenación del patrimonio real, venta de títulos, creación de
monopolios…), con un crédito real escaso y beneficiándose en un principio de una situación de paz
que permitía cierta austeridad. La situación cambió con la Guerra de los Treinta Años y bajo la

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escusa de la petición de ayuda de su primo Federico V del Palatinado (derrotado en la Montaña
Blanca) convocó un nuevo parlamento en 1621. Aunque consiguió dos subsidios, el Parlamento
protestó en defensa de sus privilegios y libertad de expresión que acabó con la disolución del
Parlamento y la detención de quienes habían organizado la protesta.
El último parlamento fue convocado en 1624 y terminó después de la muerte de Jacobo I, en
la que coincidió con la postura de la corona contra los Habsburgo tras el fracasado intento de
matrimonio de su heredero Carlos I con la infanta María, hermana de Felipe IV.
La muerte de Jacobo I dejó el trono en manos de Carlos I. El nuevo rey continuó las tendencias
absolutistas de su padre, reforzada por un elevado sentido de la dignidad real, que le alejaba de
la habilidad en el trato de su padre. El resultado es que durante su reinado se agudizaron los
enfrentamientos con el Parlamento, del cual era difícil de prescindir por las mismas necesidades de
financieras de su padre agravadas por la intervención ocasional en la guerra. A este choque se unió
la continuidad de Buckingham en el poder, algo extraño en la figura del valido muy personal y
unido a cada monarca. La religión también le distanció. Aunque decididamente anglicano su
matrimonio con Enriqueta María de Francia, hermana de Luis XIII, la tolerancia a al culto católico
en palacio y el gusto por la pompa, le hizo sospechoso. Pero lo que más irritó a los puritanos fue
la protección a clérigos contrarios al calvinismo y defensores de cultos cercanos al catolicismo
como Richard Montagu y especialmente William Laud, a quienes identificaban con el odiado
arminianismo, pocos años después de que la ortodoxia calvinista neerlandesa lo condenara en el
Sínodo de Dordrecht.
En 1625 ante un inminente enfrentamiento con España el Parlamento votó dos subsidios y
aprobó, aunque solo por un año el tonnage y el poundage, dos aranceles de elevado rendimiento
procedentes de la Baja Edad Media que afectaban respectivamente a la importación de vino y a la
importación y exportación de otras mercancías. El hecho de limitarlos a un año, cuando a otros
monarcas como Enrique VII se les había concedido de forma vitalicia, respondía a la doble
voluntad del Parlamento de controlar a la Corona y reformar el sistema de tarifas. Sin
embargo, Carlos I disolvió la asamblea antes de lanzar el fracasado ataque a Cádiz (1625). Así el
Parlamento de 1626 (del que había excluido a los principales opositores nombrándolos sheriffs)
apenas contribuyó a las necesidades de la Corona y manifestó el descontento existente con
Buckingham (responsable del fracaso de Cádiz como lord Almirante) mediante de un impeachment
bajo la acusación de tiranía. Nuevamente, el rey disolvió el Parlamento.
En este contexto la Corona procuró recaudar el dinero que necesitaba de diversas formas,
como imponiendo varios subsidios a espaldas del Parlamento y el establecimiento de un
préstamo forzoso. Las importantes cifras de esto último le permitieron intervenir en el socorro de
La Rochele (1627), otro fracaso, mientras que los castigos que se impusieron a quienes no lo
pagaron incrementaron el malestar existente. En 1628 convocó otro Parlamento para conseguir
fondos para otro socorro a La Rochele (que fracasó, como también otro más), consiguiendo varios
subsidios, pero los Comunes le presentaron una petición de derechos (Petition of Rights) que
resumía sus reivindicaciones, entre las que estaba la ilegalidad de los impuestos no aprobados en
el Parlamento, el encarcelamiento sin juicio previo, los alojamientos forzosos o la aplicación del
derecho militar a civiles. Carlos I lo aceptó, pero al continuar sus problemas con el Parlamento, en
1629 encarceló a varios de sus miembros y disolvió la asamblea.
La declaración del Rey de que durante un tiempo no convocaría Parlamento junto a la
represión y política financiera llevó a una grave crisis política, que inició una segunda fase de
su reinado, el de su gobierno personal conocido como la tiranía (1629-1640). Sin Buckingham
(asesinado en 1628) sus colaboradores más cercanos fueron Thomas Wentworth, antiguo
miembro de la oposición parlamentaria nombrado conde de Strafford y William Laud, decano
de la capilla Real y desde 1622 arzobispo de Canterbury. Sin recursos, firmó la paz con Francia

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(1629) y España (1630), cerrando unas intervenciones deslucidas que habían afectado al prestigio
de la monarquía. El rey gobernaba con el asesoramiento de su Privy Council y una serie de juntas
o comités especializados.
La ausencia de recursos dependientes del Parlamento procuró paliarse con una importante
venta de cargos (30-40% de los ingresos), la creación y venta de monopolios (sal, vino, jabón…),
nuevas tarifas aduaneras, multas y otras medidas como el ship money (1634) un viejo impuesto
que se utilizaba para aumentar la flota en caso de guerra pero que Carlos I lo convirtió en una tasa
sobre el valor de rentas, anualidades y cargos y que en 1635 lo extendió a todo el reino. Solo pudo
mantenerlo hasta 1639 pues su impopularidad y negativa a pagarlo creció (uno de los líderes
parlamentarios, John Hampden, planteó en 1637 su dudosa legalidad a los tribunales). Además, la
Corona recibía (como en España o Francia) un 60% de sus ingresos ordinarios en 1635 de
empréstitos de hombres de negocios a cambio de la administración temporal de diversas rentas.
Pese a su aislamiento, fueron años de fastos y ceremonias (con la presencia de pintores como
Rubens o Van Dyck) a la vez de un cierto auge cortesano del catolicismo, lo que supuso motivos
adicionales de descontento de los abundantes puritanos como también lo fue la política religiosa
tendente a reforzar a la Iglesia Anglicana en Inglaterra, Escocia e Irlanda. En Escocia chocó con
los presbiterianos, religión principal de los grupos dirigentes, que se en 1638 se comprometieron
a defender la religión, leyes y libertades del reino. Una nobleza que no quería perder las tierras
y derechos obtenidos con la secularización del siglo anterior y que no había abandonado el uso
de las armas. La reacción del rey fue intentar reunir un ejército, pero su fracaso (solo logró disponer
de 15.000 soldados) señalaba claramente su escasa capacidad de movilización. Aunque los
dirigentes de la Iglesia escocesa abolieron el episcopado, la conocida Primera Guerra de los
Obispos no existió, ya que antes de un enfrentamiento ambas partes acordaron la pacificación de
Berwick, que no fue sino una breve tregua, ya que las tensiones continuaron crecieron. El conde de
Strafford defendió la solución militar y para cuya financiación convenció al monarca a que
convocara el Parlamento.
El 13 de abril de 1640, tras 11 años de gobierno personal, el Parlamento volvió a reunirse.
Carlos I deseaba conseguir un importante subsidio, pero lo que encontró fue un aluvión de quejas
(sobre todo de los Comunes, pero también de algunos lores) por el tiempo transcurrido desde la
última convocatoria junto a una serie de reivindicaciones políticas que llevó a disolverlo el 5 de
mayo. Es el conocido como Parlamento Corto. Algunos de sus líderes fueron presionados,
amenazados e incluso presionados, mientras que un ejército escocés tras derrotar a las tropas
realistas ocupó la zona de Newcastle en la segunda Guerra de los Obispos.
Forzado a pactar, Carlos I convocó un nuevo Parlamento, el Parlamento Largo, activo hasta
1653. Se trató de una asamblea aún más radical, decidida a llevar a cabo una reforma política en el
quedaran claro sus prerrogativas. Su gran triunfo fue forzar al rey a que sacrificara sus dos
principales colaboradores: Strafford ejecutado tras la preceptiva firma por el rey de su sentencia
y el arzobispo Laud, desposeído de sus cargos y encerrado en la Torre de Londres.
En el terreno normativo (en el que destacaría John Pym) se suprimió los tribunales de
prerrogativa regia, se declaró ilegal el ship money y otras exacciones y aprobó el Triennial
Act o Dissolution Act, que obligaba al rey a convocarlo al menos cada tres años, una duración
mínima de 50 días para las sesiones y conformidad del propio Parlamento para su disolución. No
salió adelante ni un plan para acabar con las deudas y convertir los subsidios del Parlamento
en aportación anual ni otro para suprimir el Episcopado en Inglaterra, pero sí se creó una
comisión para la reforma de la Iglesia anglicana. El entusiasmo popular se manifestaba en el envío
de buen número de peticiones y quejas al Parlamento.

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A finales de 1641 ya con el ejército escocés retirado, se produjo una insurrección en Irlanda en
el que murieron 3.000 protestantes en el Ulster. Ante la desconfianza hacia el Parlamento
concibió la idea de que ellos se encargaran de reprimir la protesta. Pym presentó ante los
Comunes la “Grand Remonstrance” (protesta), en la que criticaba severamente la actuación del
monarca en los años anteriores y solicitaba restringir las facultades reales, proponiendo, entre
otras coas que el nombramiento de ministros y embajadores contara con la aprobación del
Parlamento. En una sesión con grandes enfrentamientos se aprobó lo que suponía un ataque sin
precedentes a la prerrogativa real. El parlamento había ido demasiado lejos, pero la reacción
del rey, que se presentó con tropas en la Cámara de los Comunes con la intención de detener a
5 líderes (entre ellos Pym y John Hampden) sin conseguirlo, supuso una agresión al Parlamento
que rompió sus relaciones.
Con el pueblo de Londres sublevado, el Parlamento, dirigido por Pym, excluyó a los obispos
de la Cámara de los Lores y, por iniciativa de Cromwell, creó un comité de Defensa que trata
de hacerse con el control de las tropas. El rey rechazó la lista de jefes militares que le fue presentada
por el Comité y abandonó Londres, instalándose con su familia en Oxford, donde se preparó
para enfrentarse al Parlamento con las armas. Paralelamente, y atribuyéndose facultades
militares que carecía, el Parlamento promulgó una Ordenanza de la Milicia. En agosto, ambas
cámaras declararon traidores a los seguidores del rey, mientras las tropas reales, en Nottingham, se
disponían a actuar contra los que consideraba reales.
4.3. La guerra civil
El bando realista se hallaba a grandes rasgos respaldado por la Iglesia anglicana y la alta nobleza,
incluida la católica, parte de la gentry y sectores conservadores; desde un punto de vista territorial,
sus mayores apoyos estaban en los condados del norte y del oeste. Era conocido como el ejército
de los cavaliers.
El principal respaldo de los parlamentarios eran los puritanos, pero también tenían muchos
partidarios ente la gentry y la burguesía urbana, así como los trabajadores de las ciudades, sobre
todo Londres, y los campesinos de los condados del este y sur del reino. Era conocido como los
rounds heads, por su pelo corto.
Con todo, la lealtad básica hacia la figura del rey era muy fuerte en las sociedades del Antiguo
Régimen, e Inglaterra no era una excepción. Muchas zonas y localidades les hubieran gustado
mantenerse al margen, por lo que la guerra fue protagonizada por una minoría, aunque muy
concienciada, en la que el papel fundamental correspondía a puritanos progresivamente
radicalizados, conscientes de que estaban luchando por su religión y modelo social.
La efervescencia política generada por la Revolución y la guerra facilitó el surgimiento de
diversos grupos y tendencias político-religiosas. Sectores procedentes del puritanismo
evolucionaron hacia posturas más radicales:
• Los independientes, que pesa a su moderación social acabarían defendiendo la creación
de una república basada en el sufragio censitario.
• Los levellers, encabezados por John Liburne, que abogaban por la supresión de la Cámara
de los Lores, la igualdad política y social, una importante ampliación del sufragio y
completa tolerancia religiosa.
La extensión del radicalismo entre los sectores sociales inferiores hizo que muchos diputados
opuestos hasta entonces al Gobierno del Rey cambiarán de actitud. no hay que olvidar que al
inicio de la guerra tuvo lugar un amplio movimiento campesino contra los enclosures que asustaría
a la mayoría de los dueños.

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La guerra fue larga y cruenta afectando en mayor o menor medida a toda Gran Bretaña pese al
protagonismo de Inglaterra. después de que el rey logrará pactar con los rebeldes irlandeses en
octubre de 1643, tropas de dicho Reino se incorporaron al Ejército real como también los escoceses
realistas. El Parlamento, Por su parte, consiguió un importante apoyo en Escocia, fruto de
acuerdos que, además de colaboración militar, proyectaban impulsar el puritanismo en Inglaterra.
La mayor parte de las batallas y enfrentamientos fueron escasamente decisivos y se alternaron
con numerosos contactos fallidos para llegar a una solución. Inicialmente, la ventaja parecía estar
de parte de los Caballeros, aunque solo fuera por su mayor preparación militar. No obstante, pronto
se distinguió en el bando del Parlamento Oliver Cromwell (1599-1658), miembro de una
familia de la gentry de terratenientes medianos, perteneciente al grupo de los independientes y que
ya había formado parte anteriormente de la Cámara de los Comunes. La guerra le brindó una
ocasión excepcional para demostrar su capacidad organizativa y de liderazgo creando una
agrupación de caballería, los ironsides, de gran capacidad combativa como demostraron en
la victoria de Marston Moor (1644).
El Ejército del Parlamento distaba de mantener una postura unánime, con sectores moderados
dispuestos a pactar con el rey y cuánto él representaba. Ello llevó al enfrentamiento a finales de
1644 de los condes de Essex y Manchester con las posturas más radicales de Thomas Fairfax
y Cromwell, triunfando estos últimos y creando el New Model Army inspirado en el Ejército
sueco de Gustavo Adolfo. Surgió así un prototipo militar fanatizado basado en la convicción
puritana de sus soldados y de gran eficacia en el combate. La deriva puritana del Ejército se
correspondió a su mayor protagonismo en el Parlamento cuya principal víctima fue la Iglesia de
Inglaterra. Los obispados y los tribunales eclesiásticos fueron suprimidos, así como el prayer book
o las celebraciones de Navidad. Fue en ese momento cuando se ejecutó a William Laud (enero de
1645) y en junio las tropas mandadas por Fairfax y Cromwell vencieron a los realistas en la
decisiva batalla de Naseby, preludio de su rendición y fin de la Primera Guerra Civil.
Meses después el rey fue hecho prisionero y comenzó un período en el que Parlamento como
el Consejo de oficiales (creado por Cromwell para contrarrestar el Consejo de soldados, los
llamados agitators) le hicieron diversas propuestas de paz en la que las dos grandes cuestiones
serán la religión y los poderes del Rey:
• Las Proposiciones de Newcastle (1646), las más radical, exigía la implantación del
calvinismo.
• Las Heads and Proposals (1647), firmadas por jefes militares como Henry Ireton (yerno
de Cromwell) y John Lambert.
Ninguna salió adelante, tanto por culpa de Carlos I, pero también por la presión de los sectores
más radicales del ejército, influidos por los levellers, cuyas doctrinas se habían difundido
ampliamente por el New Model Army. En las conferencias militares de Putney (otoño de 1647), se
llegó a discutir la elección de los jefes y oficiales por los soldados. No obstante, Cromwell logró
en ellas un compromiso consiguiendo mantener la unidad del Ejército y la disciplina.
Entre 1647 y 1649, Liburne y otros presentaron el Agreement of the People, una serie de
manifiestos que planteaban una organización republicana basada en la soberanía popular, el
sufragio universal y la libertad religiosa, lo que alarmó profundamente a los sectores
moderados del Parlamento. Junto a los moderados que hubieran querido disolver al Ejército,
había grupos de radicales y gentes como el propio Cromwell, cercanos a los intereses de la alta
burguesía que no veían con buenos ojos las reivindicaciones de los levellers, que representaban las
aspiraciones de igualdad política de la pequeña burguesía y los artesanos. Deseoso de aprovechar
tales diferencias y alterar la situación a su favor, el rey que había logrado escapar llegó a un
acuerdo con los escoceses que aceptaron respaldarle a cambio de su aprobación del Covenant, lo
que supuso el inicio de la Segunda Guerra civil en la que además el Ejército tuvo que enfrentarse
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en el arranque de 1648 a diferentes alzamientos tanto de monárquicos como de contrarios a las
políticas del Parlamento. En Escocia Cromwell obtuvo la victoria de Preston (agosto de 1648), que
le permitiría entrar en Edimburgo.
Aunque el Parlamento seguía buscando un acuerdo, el Ejército decidió entonces dar un golpe
de mano. EL 6 de diciembre de 1648 las tropas mandadas por el coronel Pride arrestaron o
separaron de sus cargos a 231 de los 470 miembros con que contaba la Cámara de los
Comunes. Era el comienzo del que sería llamado Rump Parliament (trozo de Parlamento),
formado mayoritariamente por independientes. El paso siguiente, pese a la protesta de los Lores
que no lo aprobaron, fue la creación del alto Tribunal encargado de Juzgar al Rey, que
sustancia el proceso en 8 días condenando a Carlos I a ser decapitado como traidor, tirano,
asesino y enemigo público. Solo 59 de los 135 miembros firmaron la sentencia que se ejecutó el 30
de enero de 1649. Tanto su defensa como en la ejecución, el monarca actuó con absoluta dignidad
y entereza. Por primera vez en la Historia Moderna de Europa un Tribunal revolucionario
condenaba a muerte a un rey.
4.4. La República y el Protectorado de Cromwell (1649-1660)
La eliminación de Carlos primero dio lugar a la creación de una República, la Commonwealth
(mayo de 1648), en la que Oliver Cromwell logró controlar el poder, con la ayuda del Rump
Parliament y un Consejo de Estado de 41 miembros. inicialmente el nuevo régimen se consideró
desligado de Escocia, unida inicialmente por los lazos dinásticos de los Estuardo. Los escoceses
estaban además ofendidos por el proceso de ejecución del Rey en el que no se les tuvo en cuenta y
sentían una fidelidad especial hacia una dinastía originaria de su Reino, como demostraron con el
reconocimiento casi inmediato del heredero, Carlos II, lo que provocó la reacción inglesa, la cual
se hizo extensiva al aplastamiento de la revuelta católica de Irlanda.
El New model Army intervino con éxito en ambos reinos lo que supuso la vuelta De hecho a la
Gran Bretaña de tiempos de la monarquía. Especialmente dura y sangrienta fue la represión de
Irlanda con hechos como la matanza de la población civil en Drogheda (1649). Para controlarla
mejor en el futuro, Cromwell promovió la inmigración masiva de colonos ingleses (muchos de ellos
soldados) a los que otorgó no solo el poder social y político, sino también las tierras confiscadas a
los rebeldes. Las transferencias de tierras fueron enormes y decenas de miles de católicos
tuvieron que emigrar al continente o las colonias de Norteamérica. Si antes de Cromwell los
católicos poseían el 60% de las tierras con Cromwell bajó al 8-9%, aunque con la Restauración
aumentaría al 20%. los que permanecieron en la isla quedaron en una situación clara de
subordinación civil y política. En Escocia, venció a los legitimistas en Dumbar (1650), lo que le
permitió someter todo el sur del Reino, completando su éxito el año siguiente con la victoria
de Worcester. Carlos segundo huyó a Francia y en 1652 se impuso en la Unión de Escocia a
Inglaterra (anulada 1660), que en realidad era un duro sometimiento de aquella a esta que le privaba
de cualquier autonomía.
La Republica era un régimen oligárquico, que pronto encontró la oposición de los levellers,
con Liburne denunciando la imposición de nuevas cadenas. Cromwell les depuró en el seno del
Ejército y se enfrentó a los grupos radicales políticos o religiosos que surgieron al final de la
guerra o durante los años de la República:
• Los diggers, creados en 1649 por Gerard Winstanley, a partir de los levellers y que defendía
la igualdad social y la abolición de la propiedad privada.
• Los milenaristas, que preconizaban la llegada de la Quinta Monarquía.
• los cuáqueros, corriente religiosa contraria a cualquier jerarquía.

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• Otros grupos minoritarios, todos los cuales decaerían en su importancia durante la
segunda mitad de la década.
Otros sectores de oposición política, como realistas, católicos, anglicanos o puritanos opuestos
al sector dominante, fueron controlados mediante represión y censura. Aunque existía una
tolerancia religiosa (limitada a diversos credos protestantes), la vida pública se tiñó
progresivamente del rigor puritano, prohibiendo toda una serie de diversiones. En cambio, la
intensidad de los años de la guerra fue el mejor caldo de cultivo del desarrollo del pensamiento
político con la publicación de las obras de Hobbes, Milton, Harrington u otros.
Las tensiones entre el Parlamento y el Ejército continuaban, por lo que, en abril de 1653,
Cromwell, de acuerdo con el Consejo de oficiales disolvió el Rump Parliament, tras lo cual creó
un nuevo Consejo de Estado de trece miembros, qué nombre a su vez el conocido como
Parlamento Barebone, cuyos 140 parlamentarios de los que solo 11 procedían de Escocia e Irlanda
fueron seleccionados sobre todo por su religión (Cromwell les llamaría “gobierno de los santos”).
Aunque de corta vida, entre sus realizaciones figura la legalización del matrimonio civil y la
abolición de los diezmos. En 1653 se adoptó el llamado Instrumento de Gobierno, obra
básicamente del general John Lambert, que fue la primera Constitución escrita británica.
También instituyó un solo Parlamento para los tres reinos y facilitó a Cromwell (quien rechazó el
título de rey) la consolidación de su poder al proclamarse Lord protector de la Commonwealth.
En los años siguientes, mantuvo su papel dominante, en realidad dictatorial, respaldado por la
militarización del país dividida en 12 regiones bajo el mando de un comandante. Con todo, tuvo
frecuentes desavenencias con los sucesivos parlamentos pues como los Estuardo recaudó impuestos
y reclutó tropas sin su respaldo. En 1657, un grupo de parlamentarios redactó una nueva
Constitución, en la que además de crear una segunda cámara que reforzaba el Parlamento
(The Other House), insistió en proclamar rey a Cromwell, que, pese a volver a rechazarlo imitó
la pompa regia en su segunda investidura como Lord Protector. Aunque le concedieron
también la Facultad de nombrar heredero, no lograría instaurar un régimen duradero.
La República y el Protectorado no resolvieron ninguno de los grandes problemas políticos de
la monarquía, si bien la actuación de Cromwell (más moderada en el terreno social y político que
en el religioso) resultó muy positiva para el desarrollo económico y la expansión mercantil de
Inglaterra. Realizó una política contraria a la alta nobleza (principal apoyo de la monarquía) y
favorable a los intereses burgueses:
• Supresión de la cámara de los Lores.
• Sometimiento de los nobles al procedimiento judicial y derecho penal común.
• Supresión de algunos derechos feudales o de las restricciones de la propiedad de la
tierra (que facilito la expansión del movimiento de los enclosures y la inversión de
capitales en la agricultura y ganadería).
• Una importante tarea de unificación legislativa que eliminó estatutos y privilegios locales
de ciudades y condados, impulsando el comercio interno y la difusión de las manufacturas.
• Modificaciones fiscales que favorecieron la acumulación y la inversión de capital, así
como el incremento de la renta de la tierra.
• Apoyo decisivo a la iniciativa privada en el comercio internacional y el desarrollo
marítimo de Inglaterra, en una clara política mercantilista.
El mayor problema para ello era la fuerte competencia holandesa. Al tratarse también de una
República Protestante propuso a las Provincias Unidas una unión política y económica, oferta
envenenada que está rechazó, lo que llevó al Parlamento a promulgar una Navigation Act
fuertemente proteccionista (1651), que reservaba el comercio a través de sus puertos a navíos
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ingleses o del país del que provinieron las mercancías, en claro perjuicio para los neerlandeses,
especialistas en un comercio intermediario. Ello llevó a la Primera Guerra Mercantil entre
ambos países (1652-1654), ganada por los ingleses pese a los iniciales éxitos del almirante Tromp,
que tras su victoria en las costas de Dover llegó a entrar en el Támesis llevando el pánico a Londres.
Por el tratado de Westminster, los neerlandeses aceptaron el Navigation Act que les
perjudicaba lo que supuso la quiebra del monopolio en holandés del comercio del tabaco,
azúcar, pieles o bacalao, y el incremento de la participación inglesa en el tráfico de esclavos. Era
el primer retroceso visible de la hegemonía comercial de las provincias Unidas y un cubo dos
guerras más en las dos décadas posteriores (ambas de corta duración), no modificaron esta
tendencia con un protagonismo creciente del comercio inglés.
Las colonias era el mejor apoyo para la expansión de la economía inglesa. La ayuda que prestó
a la Portugal rebelde (1654), decisivas para su independencia de España, facilitó su expansión
comercial:
• Conquistó Jamaica en 1655.
• Arrebato en Cádiz los tesoros de los galeones españoles en 1656.
• Participó en la Batalla de las Dunas en 1658 lo que le permitió anexionarse el puerto de
Dunkerque.
Por otro lado, le introducción del Navigation Act en las colonias norteamericanas, en virtud del
cual su comercio sería monopolizado en adelante por barcos ingleses, no solo las sometió
claramente desde el punto de vista político, sino que supuso la imposición en ellas del pacto
colonial, que implicaba la subordinación económica a la metrópoli.
La Revolución, tuvo también repercusiones favorables sobre la cultura, mentalidad y espíritu
religioso de los ingleses. Fue ciertamente un periodo de represión política, pero fue compatible
con una disminución de la censura o medidas como la abolición de la pena de muerte en la hoguera
por herejía. La desaparición del poder que ejercía en tiempos anteriores la Iglesia anglicana
suprimió el control del Gobierno sobre las parroquias y la educación, al tiempo que la lectura de la
Biblia y la proliferación de escuelas puritanas favoreció la alfabetización. Todo ello hizo posible
una mayor libertad de opinión en materia religiosa, que se extendería a campos como la
reflexión social, política, etc.
4.5. La restauración de los Estuardo (1660-1688)
A la muerte de Cromwell (septiembre de 1658) le sucedió su hijo Richard (1658-1660), con
quien salieron a la luz las tensiones internas que abrirían paso a la Restauración. Incapaz de
realizar la tarea de su padre y enfrentado a los jefes militares abandonó el poder en mayo de 1659.
El Consejo de oficiales convocó al Rump (al que consideraba depositario de la legalidad), que los
meses siguientes fue objeto de nuevas disoluciones y convocatorias, antes de que el general
George Monck, lo utilizará para convocar elecciones en 1660 de la que surgió el Parlamento
Convención, con mayoría de monárquicos, que llamó al trono a Carlos II. En virtud de la
declaración de Breda, Carlos II (1660-1685) se comprometió a mantener las conquistas
principales de la Revolución:
• Gobierno con el Parlamento.
• La common law tradicional que limitaba la autoridad del monarca.
• El imperio de la Ley.
Sin embargo, coma algunos de los cambios que se produjeron demostraban que la monarquía y sus
partidarios anhelaban los tiempos anteriores. La vuelta de la monarquía era el resultado de un
deseo de estabilidad y orden, pero la mayoría de la nación política y buena parte de la opinión

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pública no estaba dispuesta a perder las libertades conseguidas, lo que explica a la larga su
fracaso. El rey decretó una amnistía de la que el Parlamento Convención excluye a los
regicidas (29 fueron citados y 10 ejecutados). El cadáver de Cromwell fue exhumado de la abadía
de Westminster y decapitado el 30 de enero de 1661, aniversario de la ejecución de Carlos I,
quedando su cabeza expuesta en lo alto de un poste a la entrada de la abadía hasta 1685.
Tras la disolución del Parlamento Convención a finales de 1660, sería elegido el Parlamento
Cavalier, con mayoría de grandes propietarios monárquicos y anglicanos, que permanecería activo
hasta 1679 y eliminaría buena parte de las iniciativas del período republicano. Las restricciones
impuestas a la nobleza desaparecieron y el Parlamento contó de nuevo con una Cámara de
los Lores. El Ejército fue depurado en la mayoría de los puritanos destacados fueron
paulatinamente reemplazados en sus cargos, al tiempo que el monarca dejaba traslucir su
orientación claramente absolutista, con las consiguientes tensiones con los sucesivos Parlamentos.
La Iglesia anglicana volvía a ser la oficial, y aunque no recuperó el poder que le daba la temible
Court of High Commision, le fueron devueltas sus posesiones territoriales, lo mismo que a los
nobles y propietarios que habían emigrado. El Parlamento Cavalier impulsó una dura
reacción anglicana y antipuritana. En mayo de 1662, un nuevo Act of Uniformity obligó a todos
los eclesiásticos a suscribir el nuevo Prayer Book, y 1760 pastores que se negaron a hacerlo fueron
expulsados de su parroquia y perseguidos. Estas y otras disposiciones que formaron parte del
llamado código Clarendon, afectaron no solo a los puritanos, sino también a independientes y
cuáqueros y significaron la vuelta a la intolerancia de los primeros Estuardo. La Iglesia anglicana
de la restauración se alejaba definitivamente de las posturas calvinistas a pesar de que 1672 el rey
sin contar con el Parlamento decretó la libertad de cultos.
Pese a las simpatías del monarca, la opinión pública mayoritaria era claramente contraria a
los católicos, a los que vinculaba con el absolutismo, convirtiéndose en chivos expiatorios de todos
los males que afligen al país como la peste de Londres (1665-1666) o el incendio de 1666, hasta
llegar a ser acusados de forma infundada en 1678, de un complot para asesinar al rey y a numerosos
protestantes (Popish Plot).El duradero clima misterio y persecución que se creó llevó al
apresamiento de numerosos católicos y a la muerte de una veintena de ellos, incluidos varios
jesuitas. Unas y otras acusaciones llevaron el Parlamento a una serie de leyes, los Test Acts,
excluirán a los católicos de cualquier cargo o empleo público. El propio hermano del Rey y
heredero, Jacobo, duque de York, hubo de renunciar en 1633 al cargo de gran almirante y el
Parlamento Cavalier, expulsó de la cámara a los Lores católicos. En el terreno de la vida cotidiana,
el puritanismo dio paso durante la restauración a una relajación de costumbres que empezaba
por la propia corte.
En el reinado de Carlos II surgieron las dos grandes tendencias que protagonizarían la política
británica durante los siglos siguientes:
• Los tories, más inclinados al reforzamiento de la autoridad real, la aristocracia y la Iglesia
anglicana. Socialmente abundaban entre los propietarios territoriales.
• Los whigs, contrarios a la alta nobleza y más celosos de los derechos del Parlamento.
Representaba sobre todo los intereses de la gran burguesía mercantil.
La mayor conquista del Parlamento Cavalier fue un nuevo Triennial Act (1664) que obligaba
al rey a convocarlo como mínimo cada 3 años. No obstante, Carlos II no lo respetaría, pues
desde 1681 al final del reinado gobernó sin Parlamento. Otro avance importante hacia la
consolidación de los derechos y libertades individuales fue la promulgación por el Parlamento de
mayoría whig qué le sucedió de la ley del Habeas Corpus (1679) que prohibía el arresto arbitrario
y suponía una limitación del poder de la corona por el King’s Bench, el más alto Tribunal criminal
británico, que garantizaba el cumplimiento de la common law. La actividad parlamentaria se

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concentró, sin embargo, en la defensa de los intereses de los propietarios y hombres de
negocios: impulsando los enclosures o los nuevos Navigations Acts (1660, 1663), en la línea de la
política proteccionista de Cromwell.
Los whigs encabezaron la oposición a las tendencias absolutistas de la monarquía restaurada,
intensificada por el hecho de que Carlos II, sin descendencia, dejaba como heredero su hermano el
duque de York, absolutista y católico. Al disponer de mayoría en la Cámara de los Comunes
(1679), lograron la aprobación del Bill of Exclusion, que le apartaba de la sucesión. Carlos II,
no lo aceptó y disolvió el Parlamento, así como los dos que fueron elegidos posteriormente, que de
mayoría whig, ratificaron la ley de exclusión. Tras marzo de 1681 no volvería a convocar ningún
otro. La reacción de los whigs fue organizar distintos complots:
• El primero de ellos foro organizado por el protector de Locke, Anthony Ashley Cooper,
segundo Conde se Shaftesbury, que tuvo que huir a las Provincias Unidas (1682).
• En 1683 Se descubrió el Rye House Plot, que planteaba una sublevación en diversas
ciudades el asesinato del Rey y el duque de York quién serían sustituidos por él duque
Monmouth, hijo ilegítimo de Carlos II.
A raíz de las conjuras, Carlos II, quien desde la disolución del último Parlamento actuaba en la
práctica como un monarca absoluto apoyado financieramente por los subsidios de Francia,
mantuvo un Ejército permanente, restableció la censura y suprimió las libertades de 65
ciudades, incluidas Londres. Antes de morir se convirtió al catolicismo.
En la política exterior, la venta de Dunkerque a Francia (1662) disminuyó la popularidad del
monarca en el Parlamento, que sí apoyó de forma entusiasta su política antiespañola,
simbolizada por la alianza portuguesa y el matrimonio con Catalina de Braganza (1662), así
como la Segunda Guerra mercantilista con las provincias Unidas (1665-1667). Esta fue
precedida por las nuevas leyes de navegación de 1660 y 1664 y la expansión colonial con hechos
como la anexión de Tánger y Bombay (como dote de la princesa portuguesa) o la toma de nueva
Ámsterdam por los colonos ingleses (1664). Iniciada por los neerlandeses, dirigidos por el
almirante Michiel de Ruyter, tuvo como escenario principal el mar del norte, con diversas
alternativas como la victoria de Ruyter en aguas del Cabo de North Foreland (1666). En
Londres se sufrió una terrible epidemia de peste en 1665 y, al año siguiente, un importante incendio.
En 1667, Ruyter remontó el Támesis, originando diversos destrozos y provocando el pánico y la
indignación de la ciudad. Pero el avance francés en los Países Bajos durante la guerra de
devolución llevó a los neerlandeses a firmar la paz en Breda (1667), en la que a cambio del
Surinam (cedido por Inglaterra), y de ciertas suavizaciones es en los Navigation Acts, entregaron a
Inglaterra sus posesiones en América del Norte (Nueva Amsterdam pasó a denominarse Nueva
York y Fort Orange, Albany). En los meses siguientes, Carlos II se uniría con las provincias Unidas
y Suecia a la Triple Alianza de la Haya, formada para frenar la política agresiva de Luis XIV.
Desde 1668, la política exterior de la restauración sería bastante dependiente de Francia. El
tratado secreto de Dover (1670), a cambio del compromiso de restablecer el catolicismo, Luis XIV
se comprometió a entregar a Carlos II dos millones de libras tornesas, a los que añadiría otros 3
cada año que Inglaterra interviniera en la guerra que proyectaba contra las Provincias Unidas. Pese
al alivio que tales aportaciones suponían para las escasas finanzas de la Corona, la opinión
pública no vio con buenos ojos la alianza y la entrada en la guerra, que daría lugar a la tercera
guerra anglo-neerlandesa (1672-1674), en la que la flota inglesa sufrió 2 derrotas a manos de
Ruyter (Solebay 1672 y Texel 1673), antes de firmar la paz separada con las Provincias Unidas.

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La relación con los otros dos reinos británicos no mejoró. Aunque 1660 se anuló la Unión de
Escocia impuesta por Cromwell y la Restauración procuró mejorar la relación con Irlanda, la
política religiosa las nuevas leyes de navegación (que les sometía a los intereses mercantiles de
Inglaterra) crearon nuevas tensiones.
A la muerte de Carlos II, le sucedió su hermano Jacobo II (1685-1688), quien contaba casi
exclusivamente con el apoyo de los tories, que no habían votado la ley de exclusión. Al acceder
al trono tenía 52 años y contaba con una amplia experiencia naval y política, pero su reciente
protagonismo en la dura represión a las insurrecciones whigs había incrementado su impopularidad.
se produjeron así dos rebeliones contra él, instigadas por los whigs: la del duque de Monmouth en
Cornualles y la de Argyll en Escocia (en la que la oposición al nuevo rey se mezclaba con
reivindicaciones escocesas). Ambas acabaron con la derrota y ejecución de sus líderes y una severa
represión. La revocación en Francia del edicto de Nantes (1685) animó a Jacobo II a presionar,
con escasa prudencia, para restaurar la religión católica. Pese a contar con un Parlamento casi
exclusivamente tory no logró eliminar los Test Acts, que impedían a los católicos el acceso a cargos
públicos, y el Habeas Corpus. No obstante, situó a varios católicos en cargos importantes miden
de dispensas de la ley y mantuvo un Ejército cuantioso. Dicha política incrementó el
radicalismo anticatólico, especialmente importante entre los whigs y, junto a la reacción contra
su política absolutista, acabó provocando el movimiento político que le forzó a abandonar el poder.
Es importante recordar que, pese a la obra de los Tudor en el siglo XVI, el poder real había
avanzado escasamente comparado con el resto de las monarquías europeas: La Hacienda de
la corona era débil (a pesar de los progresos de los años 40 con la introducción de tasas sobre el
consumo o la propiedad territorial), el tamaño del Ejército reducido con escasez de oficiales y
burócratas dependientes del Rey. Ello explica el descontento de los monarcas con la situación y
su intento de introducir cambios. Tampoco se había resuelto la escasa participación de los
territorios no ingleses en la gestión política , que se agudizó con Jacobo II.
4.6. La revolución Gloriosa de 1688
Jacobo II tenía dos hijas protestantes mayores de edad, María y Ana, ambas casadas. En 1673 se
había casado en segundas nupcias con la católica María de Módena con la que había tenido 4 hijos
todos los cuales había muerto al poco tiempo. El desencadenante de la segunda Revolución
inglesa o Revolución Gloriosa fue el nacimiento de un hijo varón, Jacobo, el pretendiente
Jacobo III (1688-1766), que fue bautizado en el seno de la Iglesia católica. Los whigs Y una buena
parte de los tories, con personajes como el marqués de Halifax, decidieron entonces llamar al trono
al estatúder de Holanda, el calvinista Guillermo de Orange, junto con su esposa María Estuardo,
hija mayor de Jacobo II. Desde las Provincias Unidas colaboraron activamente whigs exiliados
como lord Shaftesbury o el propio John Locke.
A diferencia de la primera, no fue violenta. En virtud del Acuerdo de Magdeburgo (1699),
organizado por las Provincias Unidas y los conspiradores whig, Dinamarca y una serie de Estados
protestantes alemanes (Brandenburgo, Sajonia , Hannover y Hesse-Kassel) se pusieron de acuerdo
para distraer la atención de Francia en el Rin (lo que conseguirían hasta el final de la Guerra de los
Nueve Años) y favorecer así el asentamiento de Guillermo de Orange en el trono británico. Con un
Ejército de unos 15.000 hombres y 600 barcos de transportes desembarcó en Inglaterra el 5 de
noviembre. Los motines anticatólicos, las deserciones en el Ejército (entre ellas la de John
Churchill, futuro duque de Malborough) por la propia indecisión del Rey, que quemó los
documentos de un pacto acordado con los orangistas, hicieron muy difícil la situación del monarca.
Tras la derrota en Reading (diciembre de 1688), huyó con su familia después de arrojar al
Támesis el sello real. Capturado por unos pescadores, pudo exiliarse al final Francia el día 23 de
diciembre. Al igual que en la revolución anterior se eligió un Parlamento Convención qué estudio
las diferentes alternativas y resultó más días de febrero de 1689, Guillermo II y su esposa,
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fueron coronados. Era la segunda ocasión en que el rey no frenaba la apropiación de un rey hacia
el absolutismo. El mismo día en que fueron coronados, los nuevos Reyes firmaron el Bill of Rights
(Declaración de Derechos) que habría aprobado el Parlamento, y que establecía las bases
constitucionales del nuevo régimen, y, ante todo, el sometimiento de la Corona a la voluntad de la
nación expresada en el Parlamento, que mantuvo sus dos cámaras tradicionales. Ello inauguró un
sistema de monarquía limitada, en la que los poderes del Parlamento eran muy grandes, pues
no solo participaban en la elaboración de las leyes, que obligaban al propio rey, sino que influía
de forma decisiva en la elección y el control de los ministros. Todos los impuestos deberían ser
aprobados por el Parlamento.
No obstante, el monarca se reservaba la política internacional y tenía derecho de veto. El Bill
of Rights reafirmaba el Habeas Corpus y establecía el derecho a la existencia de una prensa libre,
el carácter no permanente del Ejército, la libertad individual, el derecho a la propiedad o los de
reunión y opinión. Un nuevo Triennial Act (1694) limitó a 3 años el tiempo de actuación de un
Parlamento, ya no se trataba como las disposiciones anteriores de forzar su convocatoria sino
de garantizar su renovación periódica.
Pese a la pervivencia del Privy Council, la política dependerá cada vez más del Gabinete, que
reúne a los diversos ministros. No obstante, continuaron las tensiones entre el poder real y el
Parlamento, especialmente graves en tiempos de Guillermo III. El crecimiento del Ejército
fue uno de los motivos de enfrentamiento ya que la intervención activa en la política europea
(iniciada con la Guerra de los Nueve Años) exigía que la corona dispusiera de hombres y recursos
muy superiores a los que tradicionalmente había tenido. También, aunque era una sociedad este
rutinariamente libre si se la compara con las del continente, no todos los sectores gozaban de tales
libertades y derechos que beneficiaban sobre todo a los propietarios. Había una clara división
entre los propietarios y los que no lo eran.
En el terreno religioso, el Toleration Act (1689), que no incluía a católicos, antitrinitarios, judíos
y ateos, puso fin a la persecución de los disidentes protestantes, si bien mantuvo su exclusión de
cualquier cargo o profesión pública (Parlamento, universidad, corporaciones, etc.), lo que explica
la dedicación de muchos de ellos al comercio y otras actividades productivas. En la política
económica, la principal novedad fue la creación del Banco de Inglaterra (1694), primer Banco
Nacional de la historia de Europa y que serviría de modelo a otros posteriores, si vienes de una
empresa privada, que prestaba interés el Tesoro Público y hasta mediados del siglo XVIII no
ejercería funciones de control de las finanzas. La iniciativa se debió principalmente a los tories,
que, avanzada ya la Guerra de los Nueve Años, buscaron hacer frente a la crisis financiera.
El resultado a largo plazo fue la creación de un clima de confianza entre Gobierno y
contribuyentes, que permitía el establecimiento de una deuda pública en la que el banco
gestionaba el crédito y movilizaba los recursos financieros. Era el comienzo de lo que la
historiografía británica considera una revolución financiera. El elemento esencial de esta
transformación, que aumentaría enormemente la potencia británica y permitiría financiar las
costosísimas guerras de finales de la centuria y comienzos del siglo XVIII, fue el auge del
comercio exterior, con el incremento del tonelaje y del rendimiento de los aranceles
proteccionistas que se multiplicaron a lo largo del siglo. A diferencia del modelo francés cuya
potencia se basaba en el fortalecimiento del poder real, la de la Gran Bretaña está estrechamente
ligado a la iniciativa privada, la sociedad civil y el capitalismo. La reconstrucción de Londres
simboliza el comienzo de la gran potencia británica.
Desde un principio, el nuevo régimen contó con la amenaza de los Estuardo desposeídos del
trono. Frente al monarca reinante existiría durante mucho tiempo un pretendiente Estuardo
(Jacobo II o sus herederos), que con el apoyo habitualmente de Francia y el respaldo interno de
los conocidos como jacobitas intentarían reiteradamente revertir la situación. La primera vez, con

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la ayuda de Francia, entre 1689 y 1691, con el desembarco de Jacobo II en Irlanda donde
sería derrotado. La consecuencia fue la abolición del Parlamento irlandés y la continuación del
dominio inglés sobre dicho reino. Al final del siglo, tres cuartas partes del suelo irlandés
pertenecieron a protestantes anglo-irlandeses o a propietarios asentistas ingleses, quedando solo un
14% en manos católicos, proporción que tendería a descender por la supresión para ellos de la
primogenitura que garantizaba la transmisión íntegra de las propiedades. También en Escocia
hubo un gran apoyo al monarca depuesto, ya en 1688, John Graham de Claverhouse, primer
vizconde de Dundee encabezó una rebelión apoyada por los clanes de las Highlands. Pese a su
muerte en combate en julio de 1689, los desordenes y la represión violenta continuaron algunos
años.

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TEMA 5.- GUERRA Y POLÍTICA EN LA EUROPA DE LUIS XIV
Después de las paces de Westfalia y los Pirineos, buena parte de Europa se hallaba exhausta y
necesitada de un período de paz. Sin embargo, el medio siglo largo que transcurre hasta los tratados
de Utrecht-Rastatt (1713-14) fue un período de frecuentes conflictos, derivados casi siempre de
la política agresiva de Luis XIV. Más allá de los deseos de establecer una serie de principios que
regulase en el orden europeo, Westfalia dejó el campo abierto a las iniciativas particulares de cada
soberano, que habrían de chocar con las de sus vecinos y competidores. Las paces consagraron la
emergencia de nuevos poderes, sobre todo Francia y en el este Suecia y Brandeburgo, ambos de
órbita francesa.
5.1. La política agresiva del Rey Sol
En 1661, a raíz de la muerte del cardenal Mazarino, Luis XIV, quien contaba apenas con 23 años,
inició su largo reinado personal convertiéndose en la personificación mayor del absolutismo.
En el ámbito internacional, sus ambiciones le llevaron un expansionismo agresivo, que acabaría
concitando en su contra a la mayoría de los soberanos europeos. Poseía el reino más rico y poblado
de Europa, pero su capacidad de movilizar recursos se debió a la política absolutista y
centralizadora. La hegemonía de Francia tuvo como contrapartida sobre todo en las últimas
décadas, el empobrecimiento de muchos sectores sociales y zonas geográficas. Sobre las
motivaciones de esta agresiva política exterior, algunos autores aluden a la necesidad de reforzar
la defensa de Francia a través de sus fronteras naturales en el este (al principio de su reinado, en
1662, compró Dunkerque a los ingleses y negocio la sucesión de Lorena) o a las aspiraciones
sobre los territorios de la monarquía de España.
Sin embargo, la motivación más sólida parece ser su ansia de gloria, algo coherente con su
mentalidad absolutista y la ideal clásico que domina la cultura francesa de esos años. Convencido
de la preeminencia de la corona de Francia, miembros de una familia de reciente acceso al trono y
obsesionado por el recuerdo de la precariedad del poder real durante la Fronda, defendió el origen
divino de su poder absoluto y desarrolló todo un programa de autoglorificación. La corte, el
ritual y las ceremonias, las edificaciones, la escultura, la pintura o la propaganda contribuía a su
exaltación, lo mismo que el éxito en la creación de un aparato de poder centralizado y el designio
de elevar la Francia a primer lugar en el concierto internacional.
Los triunfos bélicos eran esenciales, por lo que no era extraño verle entrar en las ciudades
conquistadas a la cabeza de sus ejércitos. Su divisa, Nec pluribus impar, manifestaba su disposición
a no reconocer como igual a ningún otro soberano. El poderío internacional de Francia, que
culminan el reinado de Luis XIV, se asienta sobre la política de reforzamiento del poder real
emprendida por Enrique IV y proseguida por los cardenales
Richelieu y Mazarino, y cuenta con toda una serie de eficaces colaboradores del Rey entre los
que destacan:
• Michel Le Telier y su hijo, el marqués de Lovois, secretarios de Estado de Guerra.
• Vauban: constructor de fortificaciones fronterizas y en las plazas ganadas.
• Colbert: superintendente general de Finanzas hasta su muerte en 1683 y principal artífice
de una poderosa Marina de Guerra.
• Generales y almirantes como Condé y Turenne, en las primeras décadas que habían ganado
prestigio en la última fase de la guerra de los 30 años, Schomberg o el duque de
Luxemburgo en la guerra de los 9 años, y los duques de Berwick, Vendome y Villars en
la de Sucesión Española. En la Marina, Abraham Duquesne o el conde de Tourville.

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La acción internacional de Luis XIV fue ante todo un resultado de la buena organización
burocrática y la eficacia administrativa del aparato estatal. El Ejército fue su efecto más
llamativo, pues el predominio francés no se basó apenas en innovaciones técnicas o
armamentísticas. Francia elevó el número de hombres bajo sus armas a cifras nunca conocidas
hasta entonces, perfeccionando de forma considerable la organización militar, reclutamiento,
estructuración de los mandos y las diversas unidades, disciplina o la atención a los soldados. El
Ejército de Luis XIV fue un modelo a imitar, que serviría de inspiración en el siglo siguiente a
Prusia y Rusia.
También es importante el importante papel de los diplomáticos y la red de informadores y
espías distribuida por las Cortes. Su éxito supuso que el rey de España Carlos II nombrase heredero
su Nieto combinando su inteligencia de política y el temor que inspiraba Francia, pero también a
la habilidad de sus diplomáticos.
A pesar de todo ello, la política exterior de Francia tuvo muchos éxitos, pero también fracasos,
con un balance final con claroscuros, con el agravante de que la hegemonía internacional fue
efímera y no sobrevivió a Luis XIV. El éxito en la contención de su política se debió, en buena
parte, a la creación de sucesivas coaliciones internacionales en su contra, tarea en el que la
diplomacia española jugó un papel importante. El hecho de que enemigos tradicionales como
España, las Provincias Unidas, Inglaterra o el Imperios se juntaran (tanto soberanos católicos como
protestantes), es indicativo de la secularización y los principios estatal istas que comenzaban a
dominar la escena internacional. También Luis XIV tuvo como adversarios algunos políticos
destacados, como Guillermo III de Orange, estatúder de Holanda y desde 1688 rey de Inglaterra,
generales prestigiosos cómo Eugenio de Saboya o el inglés duque de Marlborough y almirantes
como los holandeses Tromp y especialmente de Ruyter, el mayor genio naval del siglo XVII.
5.2. Las primeras guerras (1667-1678)
Pese a las transformaciones que se estaban produciendo en las relaciones internacionales, subsistían
muchos de los elementos tradicionales, y entre ellos el decisivo papel político de los matrimonios
principescos. La boda de Luis XIV con la infanta española María Teresa, hija mayor de Felipe
IV, que inició simbólicamente una nueva era de amistad franco-española tras la Paz de los Pirineos,
habría de ser uno de los hechos más decisivos del reinado, ya que reforzaba las aspiraciones
del monarca francés sobre los territorios de la monarquía de España. Luis XIV, estaba
convencido de que la gloria de Francia solo podía edificarse en oposición a los Habsburgo
madrileños. Así, a pesar de la amistad oficial, apoyo a los rebeldes portugueses frente a
España. En 1663, el general Schomberg, al servicio de Francia venció a Juan de Austria en
Ameixial y, dos años después, las tropas mandadas por el marqués de Caracena en la decisiva
batalla de Villaviciosa. En febrero de 1668, mientras los ejércitos de Luis XIV invadían el Franco
Condado, España se había obligado a reconocer por el tratado de Lisboa, la independencia de
Portugal.
Tras la muerte de Felipe IV (1665), Luis XIV, basándose en un uso del derecho privado de
Brabante, que establecía la primacía de los hijos del primer matrimonio (aunque fueran mujeres),
sobre los del segundo, hizo que sus juristas defendieran los derechos de su esposa sobre una serie
de territorios de la vieja herencia borgoñona: el Franco Condado, Luxemburgo, Henao y
Cambrai. Con el pretexto de la devolución de estos, qué habría de darle el nombre a la guerra
(1667-1668), su Ejército ocupó en un auténtico paseo militar, amplias zonas de los Países Bajos y,
posteriormente, el Franco Condado. Luis XIV esperaba que sus gestiones diplomáticas le
garantizasen la aquiescencia o al menos la neutralidad de los países no implicados directamente,
para ello firmó una alianza con las Provincias Unidas (1662) y al año siguiente renovó la
Confederación del Rin, una coalición contra los Habsburgo procedente de la época de Mazarino
(1658), que no impediría más adelante, en una jugada genial separar al emperador de sus parientes

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madrileños, al firmar con él un tratado secreto de reparto de la monarquía de España (1668).
Confiaba también en su amistad con Suecia y sus buenas relaciones con Inglaterra a pesar de
su apoyo a las Provincias Unidas en la segunda guerra anglo-neerlandesa (1667-68). A pesar de
ello, el riesgo que la agresión francesa supuso para la paz y para la incipiente idea de equilibrio,
hizo que las dos potencias atlánticas, Inglaterra y las Provincias Unidas, concluyera la guerra en
que estaban inmersas y juntos Suecia constituyera la Triple Alianza de La Haya (1668). La
mediación de los coaligados llevó a comienzos de mayo al tratado de Aquisgrán (Aix-la-Chapelle),
en el que, a cambio de la restitución del Franco Condado, España cedía una nueva franja
territorial en los Países Bajos que incluía 12 ciudades entre ellas Lille y Charleroi. al igual que
en todas las anexiones territoriales del reinado, Vauban procedió a fortificar las nuevas posesiones
que suponían un avance de la frontera francesa e incrementaban la seguridad de su Reino.
La riqueza de las Provincias Unidas y la concurrencia que tal situación propiciaba con los
planteamientos mercantilistas de Colbert, pero sobre todo las ambiciones territoriales de Luis
XIV, su desprecio hacia la pequeña República de mercaderes o el protagonismo que esta tuviera
en la formación de la Triple Alianza, le llevaron a la idea de atacar a los neerlandeses,
rompiendo una tradición de alianza desde tiempos de Enrique IV. Previamente, realizó
una preparación diplomática con acuerdos con Inglaterra, Suecia y determinados príncipes
alemanes. El Tratado secreto de Dover (junio de 1670), comprometía a ambos países auxiliarse
mutuamente en el caso de una futura guerra con las Provincias Unidas, a cambio de lo cual el
soberano británico recibiría un fuerte apoyo financiero. Luis XIV rompió así la Triple Alianza,
por el lado más débil, la frágil y coyuntural coalición anglo-neerlandesa al tiempo que evitaba
que Suecia, su tradicional aliada, volviera a unirse a sus enemigos. Los acuerdos con el arzobispo-
elector de Colonia, que era el príncipe-obispo de Lieja, le garantizaban su complicidad para atacar
desde dicho Obispado el territorio neerlandés. El peligro que pudiera significar Austria
parecía eliminado por el tratado de 1668, No obstante, firmó otro tratado en 1671 para garantizar
la neutralidad.
En una rápida campaña comienzos del verano de 1672, los ejércitos franceses de Condé y
Turenne, con el rey a la cabeza, invadieron las Provincias Unidas, llegando hasta Utrecht. La
dolorosa percepción de su fragilidad defensiva provocó en Ámsterdam una reacción violenta
contra el régimen republicano y la entrega del poder al estatúder Guillermo de Orange, que
lideraba los intereses centralistas y orangistas frente al republicanismo del patriciado urbano. El
gran pensionario Johan de Witt y su hermano Cornelis fueron linchados por una multitud de
orangistas. Solo la ruptura de los diques que defendían del mar buena parte del territorio de las
Provincias Unidas, frenó la invasión, cuyo único progreso posterior fue la toma de Maastrich. La
agresión provocó una serie de reacciones que dieron lugar entre 1673 y 1674, a la formación
de la Gran Alianza de La Haya, segunda de las coaliciones antifrancesas de la época de Luis
XIV, de la que formaban parte, junto a las Provincias Unidas, España, Austria, el desposeído duque
de Lorena, el elector de Brandeburgo y un buen número de príncipes alemanes con la excepción de
Baviera y Hannover, pues el elector de Colonia, que vio su territorio invadido por el Ejército
imperial, se pasó al bando aliado. En cuanto a Inglaterra, el malestar creado por su intervención
en la guerra obligó a Carlos II a firmar la paz con los neerlandeses (febrero 1674). La conocida
como Guerra de Holanda se desarrolló especialmente en los Países Bajos españoles (atacados
por Francia en 1673), la zona del Rin y Cataluña, pero se extendió también a otros ámbitos, como
el mar del norte y el canal de la Mancha, el Mediterráneo, las Antillas o la ruta de las Indias
orientales. Las contiendas europeas, cómo habría de ser habitual en el futuro, comenzaban a afectar
a los espacios coloniales.
En los Países Bajos la guerra fue claramente favorable a los franceses con la victoria de Condé
frente a los aliados en Seneffe (1674) seguida por una serie de conquistas de plazas gracias a las
tácticas de sitio de Vauban (Lieja, Luxemburgo, Limburgo, Gante, Ypres, entre otras). En el Rin,

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las armas de Francia también avanzaron al comienzo del conflicto, devastando el Palatinado o
conquistando el Franco Condado (1674). La ocupación de Alsacia por las tropas alemanas fue
respondida por una decidida reacción del Ejército mandado por Turenne (victoria de Sinzheim en
1674). Pero su éxito propició la contraofensiva de Austria, Brandeburgo y Brunswick, obligaron a
Turenne a replegarse a los Vosgos, desde donde emprendería un vigoroso contraataque que obligó
a los alemanes a retirarse al otro lado del Rin (victorias de Mulhouse, Colmar y Türkheim). En
1676 cruzó el Rin y obtuvo su última gran victoria en Salzbach, donde encontró su muerte. A pesar
de ello Condé y François de Créqui, lograrían conservar Alsacia frente a los ataques enemigos.
En Cataluña, la guerra comenzó con la invasión del Rosellón por parte de los españoles
dirigidos por el duque de San Germán. Sus éxitos iniciales como la derrota del mariscal
Schomberg en Maurellas (1674) fueron seguidas de un claro retroceso, Schomberg recuperó
Bellegarda e invadió Cataluña ocupando Figueras y llegando hasta las murallas de Gerona. En
1678 los franceses conquistaron Puigcerdá. La rebelión de Mesina (julio de 1674), dio pie a Luis
a intervenir en el Mediterráneo. Con ello complicaba la vida a la monarquía de Carlos II, abriendo
un nuevo frente. Desde septiembre de 1674 envió diversas expediciones, que, aunque le
garantizaron la supremacía naval (por la debilidad hispana) apenas le permitieron extender
sus conquistas en tierra. Las tropas de Carlos II mantuvieron sus posiciones y ni Sicilia y Nápoles
se produjeron los levantamientos armados antiespañoles en los que confiaba la estrategia francesa.
Al contrario, la reacción dominante fue de lealtad. Las dos principales batallas fueron navales y
de resultado incierto. En marzo de 1676 la flota francesa de Duquesne se enfrentó cerca de las
islas Lipari a una agrupación naval neerlandesa mandada por Ruyter, que acababa de llegar a Sicilia
en ayuda de los españoles y en abril entraron en combate en los mares de Catania donde fue herido
mortalmente el almirante neerlandés. El único gran éxito naval francés se produjo en junio
cuando su flota cañoneó los barcos aliados encerrados en el puerto de Palermo.
La prolongación de la guerra y la ausencia de resultados tangibles fueron debilitando la
posición de Francia, así como el estado de sus finanzas. El malestar interior desembocó en una
serie de revueltas. En junio de 1675, su aliada Suecia, que trataba de amenazar Austria por el norte,
fue derrotada en la batalla de Fehrbellin (Pomerania) por el elector de Brandeburgo, que conquistó
dicho territorio y provocó el retroceso sueco hasta el final de la guerra, apenas paliado por la alianza
que formalizó en 1677 con la Polonia de Jan Sobieski. Inglaterra mantenía su neutralidad, pero
su opinión pública estaba cada vez más preocupada por la prepotencia francesa. En 1677, María,
hija del duque de York y sobrina del soberano inglés, contrajo matrimonio con el estatúder
Guillermo de Orange, nietos ambos del ajusticiado Carlos I. Meses después, el acercamiento
anglo-neerlandés se plasmó en una alianza militar contra Luis XIV, que aceptó las propuestas
para el fin de la guerra que venían haciéndose desde tiempo atrás.
Las paces de Nimega (1678-79) supusieron un gran triunfo para las Provincias Unidas, que
recuperaron la totalidad de su territorio y lograron la abolición de las tarifas proteccionistas
francesas. Territorialmente la gran beneficiada fue Francia, a costa esencialmente de España,
que perdió el Franco Condado y 14 plazas fronterizas de los Países Bajos recibiendo a cambio
algunas ciudades del interior de estos que se hallaban en manos francesas desde la Paz de
Aquisgrán. Luis XIV conseguía un nuevo avance territorial en la frontera nororiental
incorporando lo que aún no poseía de Artois, parte de Flandes y del Henao. Con ello, incrementaba
sus territorios y racionalizaba las fronteras con los Países Bajos españoles. Además, Francia
incorporó Friburgo de Brisgovia que cambió a Austria por Philipsburg, y se anexionó el territorio
de Lorena que desde los años 30 había ocupado en varias ocasiones, la última en 1670.

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5.3. El cenit de la hegemonía francesa. Las reuniones (1680-1684)
Los años que transcurren entre Nimega y la tregua de Ratisbona marcan el punto culminante
del predominio de Luis XIV en el viejo continente. Sus cortesanos le otorgaron el sobrenombre
del Grande, y la municipalidad de París hizo edificar la Plaza de las Victorias con una estatua en
su honor. En el ámbito Internacional logró mantener en el Báltico la situación favorable a
Carlos XI en virtud de las paces de Saint-Germain-en-Laye y Fontainebleau. Hasta entrados
los años ochenta tiene lugar la primera fase del largo reinado, un periodo fecundo, dominado por
las iniciativas centralizadoras de la maquinaria estatal y la guía económica de Colbert, que se
benefició una coyuntura en general favorable. A partir de entonces sí inicia sin embargo una
segunda y última fase en la que fueron más frecuentes los inviernos largos y fríos, las malas
cosechas y el hambre. El incremento del esfuerzo bélico hizo crecer la presión fiscal y el
malestar de los franceses, que ya no vieron culminados con los éxitos precedentes los empeños
Exteriores de Luis XIV.
La conveniencia de perfeccionar en beneficio de Francia el tratado de las fronteras, en muchos
casos confuso, así como el afán de gloria de Luis XIV, le llevaron a aplicar desde 1679 un
ambicioso plan de ocupación territorial, amparado por el prestigio y el temor que despertaban
sus ejércitos y basado en las imprecisiones de las paces anteriores, especialmente la de Nimega
que concedía a Francia una serie de territorios con sus dependencias. Las políticas de las
reuniones consistían en reivindicar jurídicamente, a través de las Cámaras de Reunión, y
ocupar después, todos los territorios que en algún momento hubieran formado parte o
dependido de cualquier circunscripción de las que pertenecían a Francia. La localización en los
archivos de documentos que justificaran la vinculación llevaba la ocupación de este por las tropas
francesas sin previa declaración de guerra. Se trataba de una absoluta arbitrariedad, avalada por
los juristas de Luis XIV, con la finalidad de anexionarse la orilla izquierda del Rin, en perjuicio
de posesiones españolas y territorios alemanas.
Por dicho método, se ocuparon diversas zonas de los Países Bajos y Luxemburgo, así como una
serie de plazas antaño vinculadas a los tres obispados de Lorena, Metz, Toul y Verdún, el condado
de Montbeliard dependientes tiempo atrás del Franco Condado-, el Sarre o el ducado de Deux-
Ponts -cuya sucesión le había sido prometida al rey de Suecia-. Pero la anexión más simbólica fue
la ciudad libre alsaciana de Estrasburgo, puerta del Imperio, en el que el monarca francés entró
solemnemente en 1681 baja la leyenda: Clausa Germanis Gallia (Francia cerrada a los alemanes).
Con la vista puesta en el ducado de Milán, logró que el duque de Mantua le cediera la fortaleza
de Casale, en el Monferrato (1681), punta de lanza en la zona.
La reacción del resto de Europa ante tales desmanes, mezcla de temor e indignación, hizo que se
formara una coalición defensiva integrada por las Provincias Unidas, Suecia, el Emperador y
España (1682). A finales del año siguiente, ante la invasión de los Países Bajos, España se
encontró sola. En los años posteriores sufrió los ataques franceses en los Países Bajos,
Luxemburgo (conquistado por Schomberg) y Cataluña. En mayo de 1684, Luis XIV trató de que
Génova abandonar su tradicional alianza con España sometiendo a la capital a un duro
bombardeo y humillando a su dogo trasladándole a Versalles a pedir disculpas. Ningún aliado de
España intervino: los Países Bajos firmaron una tregua y el Emperador luchaba contra los turcos
en Viena (1683). El deseo de evitar una guerra llevó a la tregua de Ratisbona (1684), que difería
durante 20 años la solución de las cuestiones planteadas, reconociendo provisionalmente a Francia
la libre posesión de los territorios incorporados en las reuniones. La tregua fue el momento más
alto de la trayectoria de Luis XIV.

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5.4. Europa contra Luis XIV. La guerra de los Nueve Años (1688-1697)
La convicción de los gobernantes europeos de que era necesario un frente sólido a la agresiva
política francesa se fue consolidando. Hubo tres hechos principales que determinaron el giro
antifrancés en la segunda mitad de los años 80:
• El triunfo del emperador frente a los turcos que le cercaban y que dejó a Leopoldo I las
manos libres para intervenir más activamente en la política europea.
• La decidida política de Luis XIV contra los protestantes franceses, que le llevó a anular
en 1685 el edicto de Nantes, con la consiguiente expulsión de entre 150.000 y 200.000
hugonotes, provocando indignación en países protestantes especialmente en las Provincias
Unidas, lugar principal de acogida, Suecia y Brandeburgo, cercanos en muchos momentos
a la política francesa.
• La segunda Revolución inglesa, que en 1688 expulsó del trono al católico Jacobo II,
inclinado hacia el absolutismo, colocando en su lugar a su hija María y su yerno holandés
Guillermo III de Orange. La presencia en el trono inglés de uno de sus mayores enemigos
les alejaba, tras haber aprovechado Luis XIV la debilidad y necesidades financieras de
Carlos II.
Por primera vez parecía constituirse una alianza en contra de su poder en la que figuraban
también España y el Imperio, en un momento en el que el mundo germánico, que se sentía
directamente atacado por la política francesa, estaba recuperando buena parte de la población y las
energías perdidas en la Guerra de los Treinta años. Todos estos motivos determinaron la formación
de un bloque contra Luis XIV, constituyéndose en 1686 La Liga de Augsburgo, que agrupaba
al emperador y varios príncipes alemanes (los electores de Baviera, Sajonia y el Palatinado) junto
con España y Suecia, que tenían tierras en el Imperio. Más adelante se unieron Brandeburgo y
otros estados alemanes, las Provincias Unidas, Inglaterra y el Papa, quien, a pesar de la
expulsión de los protestantes se encontraba enfrentado en Francia por la pugna en torno a las
regalías galicanas. Por último, en 1689 se unió Saboya, el territorio italiano más vinculado a la
política francesa, cuyo soberano, el duque Víctor Amadeo II, había estado sometido hasta entonces
a la tutela de Francia. El conjunto de pactos entre los diversos participantes del bloque antifrancés
fueron la base de la Gran Alianza, cuyo acuerdo principal entre el Emperador, Inglaterra y las
Provincias Unidas se firmó en Viena en mayo de 1689. La ocasión para la guerra la
proporcionaron dos incidentes:
• La sucesión del obispo-elector de Colonia, en la que el papa confirmó al candidato
imperial frente al de Luis XIV.
• La principal, la sucesión del Palatinado, en la que la muerte del duque calvinista Carlos
II (1685), Nieto de Federico V y último de su linaje, había dejado el trono en manos de
su pariente Felipe de Neoburgo, católico y suegro del emperador Leopoldo I. Para
evitar el refuerzo de sus enemigos, el soberano francés defendió los derechos de su
cuñada, Isabel Carlota, duquesa de Orleans y hermana del fallecido elector. Luis XIV
invadió las posesiones papales de Aviñón y el condado de Venesino, buena parte del
Obispado de Colonia y el Palatinado, este último saqueado, provocando la indignación de
la mayoría de los príncipes alemanes.
La guerra, que había sido denominada de formas diversas según los historiadores y los países (de
los Nueve Años, de la Liga de Augsburgo, de la Gran Alianza o de Orange), fue una
prolongada lucha de desgaste, que se desarrolló en varios escenarios: el Palatinado, Los Países
Bajos españoles, el norte de Italia, Cataluña e Irlanda, además de la guerra marítima y la lucha
anglofrancesa en el continente americano y en la India. En el curso del conflicto, Francia padeció

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de serias dificultades financieras, económicas y humanas. El malestar de las capas más bajas de
la población llegó al máximo con el hambre de 1693-1694, tras malas cosechas:
• Luis XIV acogió en su corte al destituido soberano inglés Jacobo II y promovió un
desembarco legitimista (marzo de 1689), apoyado en la católica Irlanda, que logró tomar
Dublín, aunque fue derrotado al año siguiente en Drogheda, por las tropas de Guillermo
III.
• En los Países Bajos españoles, las tropas francesas dirigidas por el duque de Luxemburgo
derrotaron a los aliados en las batallas de Fleurus (1690), Steinkerke (1692) y
Neerwinden (1693), conquistando, entre otras, las plazas de Mons (1691) y Namur (1692).
• En el norte de Italia, Nicolás Cartinat venció a las tropas austriacas de Eugenio de
Saboya en la batalla de Staffarde (1690) y en 1693 derrotó de forma decisiva al Ejército
saboyano en Marsaglia.
• En el mar, la Armada francesa que mostraba una clara superioridad en el
Mediterráneo, bombardeó Alicante 1691. En el canal de la Mancha, los franceses
derrotaron a la flota inglesa y neerlandesa en el cabo de Beveziers (1690) y arrasaron varios
lugares de la costa inglesa. Dos años más tarde, sin embargo, la escuadra anglo-neerlandesa
mandada por el almirante Edward Russel derrotó la flota francesa de Tourville, en la Batalla
de la Hogue, frenando el creciente poderío marítimo francés. En los años posteriores los
corsarios lograron suplir con cierto éxito las carencias navales de Luis XIV y en 1693 la
escuadra de Tourville venció a la anglo-neerlandesa que escoltaba barcos mercantes en
Lagos, la costa sur de Portugal.
• En América la guerra repercutió en el Caribe y el Golfo de México. Cartagena de Indias
fue ocupada por los franceses en 1697: los colonos ingleses norteamericanos atacaron
establecimientos franceses del estuario del San Lorenzo, el Valle del Hudson y Acadia,
mientras que los franceses actuaban contra Nueva Inglaterra y amenazaban Nueva York y
Massachusetts.
• En otros ámbitos coloniales, los ingleses tomaron Gorea y Saint Louis, en Senegal, y los
neerlandeses Pondichéry, en la India.
• En 1695, los españoles tomaron Casale, que demolieron, y recuperaron Namur. Pero 1696
el tornadizo Víctor Amadeo II de Saboya se pasó al bando francés a cambio de la
restitución de sus territorios.
• En Cataluña, los franceses se apoderaron de la fortaleza de Rosas (1693) y en 1697,
Vendome consiguió un triunfo tan significativo y simbólico como la conquista de
Barcelona.
Después de muchos años de guerra, el agotamiento de los contendientes empujaba hacia la
paz. En Inglaterra defendiendo esta opción el partido tory coincidiendo con una aguda crisis
financiera, que llevó a la creación del Banco de Inglaterra (1694). Pero la conclusión del conflicto
se veía propiciada asimismo por las paces parciales (como la de 1693 con el Papa o la ya citada
con Saboya) y por la expectativa de la sucesión española. En 1696 el único interesado en
continuar la guerra parecía ser el emperador, quien deseaba reconquistar los territorios que
habían pertenecido a los Habsburgo en Alsacia. En virtud del tratado de Ryswick (1697), Luis
XIV, que había apoyado a los Estuardo, reconoció como rey de Inglaterra Guillermo III.
Desde el punto de vista territorial se restableció el orden de Nimega, por lo que Francia devolvió
todas las anexiones hechas con la política de reuniones con la excepción de Estrasburgo, así como
las conquistas realizadas en el curso de la guerra. El duque de Lorena recuperó casi todo su
territorio. Las Provincias Unidas no solo obtuvieron condiciones favorables de comercio con

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Francia, sino también el derecho de establecer guarniciones en una serie de ciudades de los Países
Bajos españoles con los que lograron crear una franja defensiva frente a Francia. Saboya recibió la
fortaleza de Pinerolo (en manos francesas de 1631), a lo que se unió la restitución al duque de
Mantua de la fortaleza de Casale, con lo que Francia perdió sus escasas posesiones en Italia. En
conjunto, la paz resultó favorable para España: recuperó Luxemburgo y los territorios y plazas
conquistados por Luis XIV después de Nimega. Se ha dicho tradicionalmente que el rey francés
ante la inminencia de la desaparición de Carlos II, quería propiciarse de su generosidad a la
opinión pública española. En cualquier caso, Ryswick suponía un primer retroceso en su
trayectoria y un importante triunfo de la coalición general contra su política.
5.5. Los tratados de reparto de la Monarquía de España
Una de las claves principales de la política internacional durante la segunda mitad del siglo XVII
era la decadencia de España, contrastada por su derrota ante Francia a mediados de la centuria y
con su consiguiente incapacidad para mantener durante mucho tiempo su enorme, variada y
dispersa estructura territorial. Ella aportaba a las relaciones internacionales una idea o sensación de
provisionalidad que afectaba tanto a Europa como a otros continentes especialmente América. Por
ello, la falta de sucesión de Carlos II fue la ocasión para llevar a cabo dicha reordenación
territorial, pues en el caso de que hubiera tenido un hijo se habrían buscado otras vías para
redistribuir sus dominios. A medida que transcurría su reinado, el futuro de la monarquía de
España se fue articulando en torno al problema de la sucesión que se convirtió progresivamente
en el gran asunto de la política europea. Este problema tuvo un efecto positivo para la política
exterior española pues contribuyó a defender la integridad de sus dominios a la espera de la
solución que hubiera de adoptarse a su muerte. A ello colaboró el temor de otras potencias
europeas a la ambición expansionista de Luis XIV, así como la habilidad y el pragmatismo de
la política exterior y la diplomacia española, a partir de la decepción provocada por la falta de apoyo
del emperador Leopoldo I en ocasión de la Guerra de Devolución. Sin embargo, el futuro de la
monarquía de España no dependía de las decisiones que se tomaran en Madrid sino de los
intereses de las principales potencias europeas. A falta de heredero directo, hijo o hija del rey,
entraron en juego los príncipes que podía alegar derechos a la herencia de Carlos II, sus
familiares más cercanos, descendientes de las hijas y hermanas de Felipe IV, por lo que podía recaer
o en Habsburgo austriaco o un miembro de la casa francesa de Borbón.
La hija mayor tanto de Felipe III y Felipe IV se había casado con el rey de Francia (Ana con
Luis XIII y María Teresa con Luis XIV) y la menor con el emperador (María con Fernando III y
Margarita con Leopoldo I). Era evidente el derecho preferente a la sucesión a las mayores, pero
en las capitulaciones matrimoniales con Francia se habían incluido renuncias a sus derechos
sucesorios, por lo que daría pie a una discusión jurídica de su validez, que, si era aceptada, pasaría
a la rama Habsburgo, que además tenía la ventaja de tratarse de la misma casa dinástica,
algo de enorme importancia en la época. El emperador Leopoldo I, hijo de Fernando III era nieto
de Felipe III y primo carnal de Carlos II. Casado en 1666 con la infanta Margarita, constituía la
línea familiar más cercana. Pese a la temprana muerte de Margarita, tenía una hija, la archiduquesa
María Antonia.
Luis XIV era igualmente nieto de Felipe III y primo carnal de Carlos II. También reforzó su
relación con el matrimonio de María Teresa, medio hermana de Felipe IV. Pero a diferencia de
Leopoldo I, si tuvo un hijo varón, el gran delfín (1661-1711), que era en consecuencia la persona
que reunía mayores lazos de parentesco con la familia real española: mientras el archiduque
Carlos (hijo segundo de Leopoldo I) era únicamente nieto de una infanta española, el gran delfín,
que trasmitió sus derechos a su segundo hijo Felipe V, era hijo y neto de sendas infantas. Los lazos
eran mayores con los Borbones de Francia, pero los monarcas españoles y su entorno
vinculaban la idea de familia al tronco Habsburgo.

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En octubre de 1692 surgió una nueva candidatura, cuando la archiduquesa María Antonia,
casada con el elector Maximiliano Manuel de Baviera desde 1685, dio a luz en Viena a José
Fernando Maximiliano. Dos meses más tarde moría la madre, pero dejando a su hijo con grandes
posibilidades. El recién nacido, además no solo era nieto de la única hermana del padre y
madre de Carlos II (y su pariente más cercano) sino que su pertenencia a una casa dinástica
menor suscitaba menores reticencias, provocando numerosas simpatías y que Carlos II le dejara
como heredero en sus dos primeros testamentos de Carlos II de 1696 y 1698.
Francia y el emperador reivindicaron su derecho a la totalidad de la herencia. Los tratados
de reparto fueron obra esencialmente de Luis XIV, que, aunque los negoció siempre en
nombre de la paz, supo utilizarlos en beneficio de sus intereses. Al primer tratado, de 1668 en
unas coyunturas completamente distintas y firmado Luis XIV y el Emperador Leopoldo I, les
siguieron los de 1698 y 1700 firmados Luis XIV, Guillermo III de Inglaterra y los Estados
Generales de las Provincias Unidas. En ambos el organizador fue Luis XIV, pero la diferencia
estaba en que adoptó una táctica completamente distinta.
• En el primero, no quiso aislar a Austria, sino que aprovechó la reciente segunda guerra
mercantil entre las Provincias Unidas e Inglaterra para conseguir la neutralidad del
emperador en las reivindicaciones en los Países Bajos Españoles que darían igual a la
Guerra de Devolución. De acuerdo con las cláusulas del tratado firmado en Viena el 19
de enero de 1668, en el caso de que Carlos II muriera sin descendientes el emperador
recibiría la Península Ibérica (a excepción del Reino de Navarra y la plaza catalana de
Rosas), las Islas Baleares y Canarias, las Indias occidentales, Milán, con el derecho de dar
la investidura del ducado de Siena, el enclave costero de Finale, los presidios de Toscana y
las posesiones del mar de Liguria hasta el límite del Reino de Nápoles y el Reino de Cerdeña.
El rey de Francia obtendría Navarra, Rosas, los Países Bajos, el Franco Condado,
Filipinas, las plazas de la costa de África y los reinos de Nápoles y Sicilia con las islas
adyacentes a ambos. Si se hubiera llevado a cabo este tratado habría implicado la
desaparición de la monarquía de España distribuida entre Francia y el Imperio. Austria
se mantuvo neutral en la Guerra de Devolución y puso a disposición de los contendientes la
ciudad imperial de Aquisgrán en la que concluyeron las paces. Sin embargo, cuando
Leopoldo I se unió al bloque antifrancés en ocasión de la Guerra de Holanda, el tratado pasó
a ser letra muerta ante las desavenencias provocadas por el expansionismo de Luís XIV.

• A finales de la década de los 80, al constituirse la gran alianza de 1689, Luis XIV buscó
el apoyo secreto de Inglaterra y las Provincias Unidas. Por aquellos meses, el segundo
matrimonio de Carlos II, con la alemana Mariana de Neoburgo, auguraba el incremento de
la influencia austriaca en la corte de Madrid. Para Leopoldo I, el nacimiento de su Nieto
José Fernando Maximiliano de Baviera no variaba la situación, basándose en la
renuncia que, sin contar con Carlos II, había impuesto a su hija al contraer
matrimonio con el elector de Baviera. afortunadamente no se había conocido en España
la enorme equivocación que había cometido en 1668 al aceptar repartir la monarquía con el
soberano francés. Luis XIV aspiraba también a la totalidad de la herencia, que estaba
dispuesto a reivindicar por la fuerza si fuera preciso, pero la capacidad demostrada por
sus enemigos en la Guerra de los Nueve Años le aconsejaba ser prudente y tratar de
garantizarse los territorios que más le interesaban. Negociando los tratados conjuraba
además el riesgo de que Carlos II dictar un testamento favorable a Austria, a la que siempre
sintió cercano al rey de España por los lazos familiares y la colaboración política. El
resultado fue el tratado de reparto de 1698, una jugada maestra por la que Luis XIV
consiguió romper la coalición internacional que se había enfrentado en los años

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anteriores, pactando con Inglaterra y las Provincias Unidas Island o Austria, que resultó
además enormemente perjudicada. Firmado en La Haya en octubre, adjudicaba el trono de
España y el conjunto de la monarquía a José Fernando de Baviera, con excepción de los
reinos de Nápoles y Sicilia, los presidios de Toscana, Finale y la provincia de Guipúzcoa
que serían para el delfín y el ducado de Milán para el archiduque Carlos. Un artículo secreto
nombraba al elector Maximiliano II Manuel de Baviera tutor de su hijo durante su minoría
de edad y heredero universal de todos sus reinos y coronas en el caso de que José Fernando
muriera antes que él sin descendencia.
La muerte del pequeño príncipe de Baviera cambió las cosas volviendo a la situación previa
en 1692 con dos únicos candidatos lo que llevó a un tercer tratado de reparto firmado en
Londres el 3 de marzo de 1700 y en La Haya el 25. El Archiduque heredaría toda la monarquía
salvo Guipuzcoa, los reinos de Nápoles y Sicilia, las plazas de Toscana y el marquesado de Finale,
que serían del delfín, y el ducado de Milán que pasaría a manos del duque de Lorena a cambio de
la cesión de sus Estados al heredero de Luis XIV. El emperador disponía de un plazo de tres meses
para adherirse y en caso de que no lo hiciera los firmantes adjudicaría la parte del archiduque a un
tercer príncipe.
Al final el tratado de reparto de 1700 no se llevó a la práctica pues el tercer y último
testamento de Carlos II adjudicó todos los territorios y reinos al duque de Anjou, nieto
segundo de Luis XIV, con la condición de que la herencia española no se unirá nunca con una
posible herencia francesa lo que le obligaría a renunciar a una de ellas. Indignados por el
reparto, los consejeros de Estado llegaron a la conclusión de que la única posibilidad de salvar
la integridad de la Monarquía era recomendar al rey, urgirle en realidad, que declarase
heredero único al nieto del Rey de Francia, único capaz de defenderla, pese a que no era seguro
que Luis XIV (que fue el primer sorprendido de la decisión), aceptará la totalidad de la herencia
para su nieto el lugar del reparto que tenía para él la ventaja de que los territorios que se adjudicaban
al delfín se hubieran integrado en la corona de Francia cuando la heredase. Así, el testamento de
Carlos II, plenamente válido desde el punto de vista jurídico y que anulaba las renuncias
precedentes, tuvo una importancia excepcional al conferir a Felipe V una legitimidad de
origen (plus de legitimidad) que sería determinante para garantizar la lealtad de la mayor parte de
sus súbditos y que le llevaría en última instancia a ganar la guerra en el interior de España.
Otro efecto positivo del testamento fue que impidió la realización de los tratados de reparto
con lo que al menos inicialmente los consejeros de Estado lograron el objetivo de que no se
desmembrara el reino a pesar De que diera lugar a una marcada injerencia del soberano francés
en los años posteriores. Sería precisamente esta actitud de Luis XIV en su política ambiciosa la
que llevó a una guerra que hubiera podido evitarse con mayor prudencia y al final de esta, y el
reparto que los consejeros de Estado y Carlos II con su último testamento habían intentado a toda
costa de impedir.
Los tratados de reparto carecían de base jurídica alguna, y aunque se realizaron en nombre de
la paz, escondían ambiciones evidentes. No obstante, parecían ser la única posibilidad, en
principio pacífica, de resolver los problemas vinculados a la inviable estructura territorial de la
Monarquía de España. Asimismo, el interés de diversos países por buscar un arreglo que evitase
la guerra no dejaba de suponer un paso adelante en la política internacional. Con el tiempo,
la solución acabaría articulándose también con la idea del equilibrio, al principio imprecisa y
vaga, pero que alcanzaría un claro desarrollo de los tratados de paz que pusieron fin a la Guerra de
Sucesión.

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5.6. Las transformaciones militares del siglo XVII
La forma de hacer la guerra evolucionó sobre las bases de los ejércitos anteriores. No hay
cambios decisivos, si no que se produjo un desarrollo en varios sentidos. La más importante
fue el aumento de la capacidad organizativa y logística, que permitió mantener y reunir
ejércitos bastante mayores en número a los de la centuria anterior. Las formas de combate apenas
variaron, se generalizó el uso de la pólvora y la artillería, así como los nuevos tipos de
fortificaciones, al tiempo que se perfeccionaron las armas de fuego individuales y colectivas.
Su mayor protagonismo y el progreso de las técnicas de fortificación dieron lugar a fortalezas
estrelladas cada vez más complejas, en las que los ingenieros trataban de defender o atacar
teniendo en cuenta todos los ángulos. Si ya en el siglo anterior la abundancia de fortificaciones hizo
casi anecdóticas las batallas a campo abierto, dicha tónica continuó sobre todo la segunda parte de
la larga Guerra de los Países Bajos (1621-1648), en la que las defensas predominaron sobre los
ataques más que en el periodo anterior.
La forma dominante de la guerra fueron los sitios y asedios de plazas, que contaban con grandes
guarniciones que dificultaba la formación de ejércitos para salir en campaña. A partir del último
cuarto de siglo, las operaciones de sitio fueron perdiendo importancia por el debilitamiento de
los sistemas de defensa gracias a innovaciones y mejoras en el ataque a plazas como
consecuencia de los avances en la artillería. El número de piezas artilleras de asedio casi se
multiplicó por diez a lo largo del siglo. Gustavo Adolfo había destacado en la mejora de la
movilidad de la artillería en campaña pero las innovaciones principales fueron francesas con la
invención de los morteros de tiro curvo que superaban las defensas y cuya combinación con el
notable incremento del número de cañones permitió a Vauban revolucionar las tácticas de sitio,
aunque curiosamente, Vauban, es conocido sobre todo por sus fortificaciones, terreno en el que se
inspiró en las desarrolladas por los españoles en Flandes, especialmente durante los años del
Gobierno del Conde de Monterrey (1670-75).
En la infantería continuó la tendencia iniciada en el siglo XVI hacia la reducción de las picas
en beneficio de las armas de fuego, de forma que hacia 1600 dos terceras partes de los infantes
eran arcabuceros o mosqueteros. En el siglo XVII, los mosqueteros impusieron a los
arcabuceros, que habían predominado en la centuria anterior. Se trataba de un arma pesada y larga,
de más calibre, pero con mayor potencia y alcance. En cuánto las tácticas solían combatir en
mangas móviles, separadas del escuadrón de picas que le servía para refugiarse, especialmente los
ataques de la caballería enemiga. En los años noventa del siglo XVI, los neerlandeses, Mauricio de
Nassau, adoptaron una nueva formación la llamada contramarcha, perfeccionada
posteriormente por Gustavo Adolfo de Suecia, aunque sus innovaciones no parecen tan genuinas
pues sistemas parecidos aplicaban por los españoles en Flandes. El objetivo de la contramarcha
era conseguir una cadencia casi continua de disparos, para los que Mauricio de Nassau redujo
a diez en las filas de tiradores y perfeccionó la táctica de la salva, haciendo que, una vez efectuado
el disparo, la primera fila se retirarse hacia atrás para permitir disparar a las siguientes. El relevo
constante permitió una alta cadencia de disparos, aunque exigía entrenamiento y disciplina:
• El resultado era que las filas de mosqueteros hacían cada vez menos profundas y más
largas, evitando al mismo tiempo las formaciones cerradas que ofrecían un blanco fácil a la
artillería.
• El inconveniente era que resultaba más vulnerables a la caballería, aunque esta temía
sus descargas.
Gustavo Adolfo introdujo una nueva formación táctica, la Brigada, constituida por 4 escuadrones
(o dos regimientos de combate) formados en flecha, con el cuarto escuadrón en reserva. Los
cambios tácticos iniciaron la evolución hacia el orden lineal, que sería el característico del siglo
XVIII. Pero también influyeron dos importantes innovaciones en armamento:
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• La llave de chispa o pedernal: surgió en diferentes ejércitos a comienzos del siglo (entre
ellos el francés y el español) y teóricamente mejoraba los anteriores sistemas de mecha o
de rueda para la ignición de la pólvora, pero tardaría en generalizarse por su elevado
precio y por la reticencia sobre su fiabilidad pues se desgastaba y no siempre creaba la
suficiente chispa.
• La bayoneta: Surgieron a lo largo del siglo diferentes tipos, aunque acabaría imponiéndose
a finales de la centuria la bayoneta de cubo puesta a punto por Vauban en 1687. Su gran
ventaja era que permitía dotar de arma blanca al mosquetero, lo que suponía el fin de
las picas.
La aplicación de la llave de chispa o pedernal en unos mosquetes cuyo tamaño se había
reducido los convirtió en fusiles -también llamados en España escopetas- pronto mejorados
además por la bayoneta. Su uso se extendió en la segunda mitad del siglo XVII, aunque su
difusión en masa no llegaría hasta el siglo XVIII, en el que el fusil se convirtió en el arma más
utilizada por la infantería europea. A finales del siglo XVII aparecieron también los granaderos
muy importantes en sitios y otras operaciones, pues llevaba una bolsa con granadas que prendían
con una mesa poco antes de tirarlas iban equipados con gorro sin alas para evitar que les dificultará
el lanzamiento. Para que no quedarán inermes se les dotó de fusil con bayoneta y llave de chispa,
pues la mecha podía prender involuntariamente las granadas.
La caballería evolucionó basando su fuerza en la rapidez, lo que dio paso a la proliferación de
caballerías ligeras, algunas incorporando armas de fuego (arcabuces, carabinas y pistolas). Los
suecos fueron pioneros en aligerar el armamento defensivo de la caballería para hacerla más rápida,
generalizando las cargas a galope con sable, como habían aprendido de la caballería polaca. La
caballería pasó de ser un 15% de los ejércitos a un tercio, destacando la caballería española,
integrada por componentes de diversas naciones, que fue siempre muy superior a la francesa, sobre
todo en Flandes.
En cuanto a las formas de reclutamiento siguieron predominando los voluntarios. La figura
del empresario militar alcanzó un gran desarrollo, especialmente en la Guerra de los Treinta
Años, reclutando ejércitos al servicio de monarcas. El Ejército más novedoso fue el de Suecia,
basado en un servicio militar obligatorio repartido por distritos, que correspondían a las
antiguas provincias rurales, dotadas de una amplia cohesión comunitaria. Los sentimientos
religiosos y nacional le aportaban además cierto carácter patriótico. Otro modelo de conscripción
sueca se dio lugar en tiempos de Carlos XI, basado en que cada grupo de granjas tenía que
sostener y proporcionar un soldado y para ello le cedieron un lote, construir una casa de madera y
cuando se encontraban movilizados trabajaban las tierras y se ocupaban del mantenimiento de su
familia. Otro caso peculiar es el New Model Army de Cromwell, en el que el sentimiento
religioso puritanos se unía el carácter revolucionario.
Durante las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del XVIII, hubo en muchas zonas
de Europa un cierto declive de los empresarios militares y de los coroneles o capitanes que
reclutaban su propia unidad pasando el reclutamiento a realizarse directamente o al menos ser
controlada por las estructuras administrativas de los diferentes Estados. El caso más destacado es
el de Francia, en la que los sistemas de reclutamiento administrativo que desarrollaron y la
mayor utilización de extranjeros dio lugar a fines de siglo a un Ejército que superaba ampliamente
los 300.000 hombres. La Francia de Luis XIV se convirtió en el modelo militar de las décadas
finales del siglo, cuyo avance principal tuvo lugar en la organización administrativa con el refuerzo
de la dependencia del Ejército con respecto al rey, estructurando un cuerpo de oficiales y fijando
la jerarquía de los grados y el sistema de ascenso basado en la antigüedad. También generalizó el
uniforme y se favoreció la renovación técnica de las armas y se extendió la construcción de
cuarteles que permitieron separar al Ejército de la población civil, evitando el malestar que

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producían los alojamientos. En otros países se generalizó también el uso de uniformes y se crearon
agrupaciones o compañías de inválidos, al ganador que la monarquía de España destinó a
guarniciones en zonas tranquilas. Existe dificultad de aportar cifras de soldados. En Francia el
60% de los soldados que figuraban en las muestras podrían considerarse efectivos:
• Con Felipe III la monarquía de España mantuvo siempre más de 100.000 soldados, suma
que su hijo incrementó hasta acercarse a los 200.000 en 1640, lo que superaba al Ejército
francés que entre 1635 y 1642 no pasó de 80.000 hombres en campaña, a partir de entonces
las tropas descendieron, aunque se mantuvieron frecuentemente entre los 120.000 y 150.000
hombres. En la segunda mitad de siglo el Ejército español de Carlos II mantener unos
80.000-100.000 soldados (112.000 en 1676).
• En 1648 el Ejército sueco llegaría a 90.000 hombres (70.000 en Alemania), manteniendo
entre 55.000 y 70.000 durante la Gran Guerra del Norte. Contaba hacia 1700 con 100.000
hombres.
• En las Provincias Unidas se alcanzaron los 120.000 en 1629 reduciéndose hasta unos
60.000 después de 1642.
• El gran ejército europeo, era el de Luis XIV, con 134.000 hombres en la Guerra de
Devolución, 253.000 en Holanda y 340.000 en la de los Nueve Años, su momento
culminante, no pasando de los 255.000 en la Guerra de Sucesión de España.
• Un caso peculiar es el inglés que en sus mejores momentos no pasó de los 30.000-60.000
hombres, situándose por debajo de los 20.000 y durante la restauración raramente llegó a
los 10.000 entre regimientos y guarniciones, solo al final de centuria con la llegada de
Guillermo III y su participación en la política europea estableció un ejército británico de
34.000 miembros que creció durante la Guerra de los Nueve Años, llegando según algunas
fuentes a los 100.000 miembros.
Según Geoffrey Parker, a finales del siglo XVII se produjo el mayor crecimiento de los
ejércitos europeos desde los inicios de la Edad Moderna, que se consolidaría durante la Guerra de
Sucesión de España, en la que la movilización de tropas alcanzó una cuantía hasta entonces
desconocida.
El problema de calcular los soldados se extiende a los barcos o unidades de guerra naval, que
en la segunda mitad del siglo eran casi
exclusivamente barcos de guerra,
abandonándose la costumbre de usar
mercantes armados. Las cifras variaban
en los distintos años y disminuían en los
de paz.
La dificultad para organizar y
mantener un número elevado de
hombres se veía especialmente en las
batallas, con más combatientes que en la centuria anterior.
En Nördlingen, por ejemplo, los Habsburgo contaban con 33.000 soldados, 15.000 aportados por
España con solo 3.000 españoles, que se enfrentaron a 25.000 protestantes, de los cuales 12.000
murieron. La elevada mortalidad no solo se daba en las batallas, también se producía por otras
causas (enfermedades, faltas de higiene, etc.). Cuando los ejércitos eran muy iguales, la cantidad
de muertos en el campo de batalla era mayor, y cuando había diferencia los derrotados que
se retiraban o huían eran objeto de grandes matanzas. También muchas guarniciones en plazas
fuertes eran eliminadas tras su conquista. Según Jan Lindegren entre 1620 y 1719 se perdió medio

69
millón de hombres, el 30% de los hombres adultos suecos y finlandeses, porcentaje mucho más
elevado que el 10% de castellanos que entre 1559 y 1659, morirían en las guerras.
5.7. Las relaciones internacionales del Báltico a los Balcanes
Pese a su enorme extensión, la Europa del Báltico y el este tendía a comportarse como un
espacio único en las relaciones internacionales, conectado además en el sureste por los extensos
reinos de Polonia y Rusia. Ello explica que la lucha por la hegemonía llevará en ocasiones
algunos de sus monarcas inmiscuirse en zonas teóricamente alejadas, como la intervención de
Suecia en Rusia a comienzos del siglo XVII o el ataque de Carlos X de Suecia a Polonia a
mediados del mismo y la reacción que suscitó. Junto a los intereses económicos y las ambiciones
de los soberanos, la existencia de muchos territorios, fronteras mal definidas fue un acicate para las
guerras casi continuas que se vivió durante el siglo XVII. Las líneas de fuerzas principales de
la política exterior fueron la rivalidad entre Dinamarca y Suecia por la supremacía en el
Báltico, la existente entre Suecia y Polonia, o la que enfrentaba a esta con Rusia.
Suecia era el país más activo y el enemigo de casi todos, especialmente a partir del logro de la
supremacía en el ámbito Báltico. La triple aventura sueca de los años veinte (Gustavo Adolfo),
cincuenta (Carlos X) y el cambio de siglo (Carlos XII) es sin duda el hecho más destacado de la
historia del Báltico en el siglo XVII. No deja de sorprender que lo hiciera un país que, pese a la
dificultad de llegar a cifras precisas, antes de las penurias de finales del siglo XVII no tendrían más
de un millón de habitantes. Otro hecho a destacar es que los países del norte tienden a
involucrarse cada vez más en la política europea, como lo demuestran las intervenciones de
Dinamarca y Suecia en la Guerra de los Treinta Años, la participación de Suecia en la Triple
Alianza de La Haya (1668) o su relación con la Francia de Luis XIV.
En el siglo XVII se inició en el norte una larga guerra entre Suecia y Polonia (1600-1611) que
concluye en una tregua y en la que los suecos sufrieron la desastrosa derrota de Kirchholm (1605),
donde casi un ejército entero de 8000 hombres fue aniquilado por la caballería polaca cuatro veces
inferior. La causa principal del enfrentamiento fueron las ambiciones de Carlos IX sobre
Livonia y los territorios costeros de Lituania, en su deseo de alejar a Polonia del Báltico, aunque
influyó también la reivindicación por Segismundo III Vasa del trono sueco del que había sido
expulsado por Carlos. En 1610, tras pactar con los boyardos, el rey polaco intervino en Rusia
en plena época de las Turbaciones, llegando a ocupar Smolensko y Moscú. Su hijo Ladislav fue
elegido zar a cambio de la promesa de mantener la religión ortodoxa, pero el propio Segismundo
aspiraba a la corona rusa y se enfrentaba además a su rival Carlos IX que se había inmiscuido
en el conflicto en el apoyo de uno de los pretendientes del trono. La presencia de ambos ejércitos
sirvió para aglutinar la reacción rusa, que llevó a la asamblea imperial a proclamar zar a
Miguel Romanov.
En la Paz de Stolbova (1617), Suecia recibiría de Rusia los territorios de Ingria, con la región
de Narva y Carelia (al norte del lago Ladoga). En la Paz de Deulino (1618), entre otros
territorios, Rusia cedió a Polonia Smolensko, que intentaría recuperar sin éxito años más
tarde en un nuevo enfrentamiento con PoloniaLituania (1632-1634). La nueva dinastía cerraba
la crisis internacional abierta por la época de las Turbaciones corre el olvido de sus
pretensiones de salir al Báltico. Arkhangelsk (en el mar Blanco) y Astracan (junto al mar Caspio),
serían durante mucho tiempo los principales puertos del comercio exterior moscovita, cuyas
relaciones mercantiles con Occidente se realizaban también a través de Suecia y Polonia.
Las primeras décadas de la centuria vieron también el empeño de Dinamarca por mantener su
hegemonía en el Báltico. Carlos IX de Suecia trataba de abrir rutas comerciales con el
Atlántico a través de la escasamente poblada Laponia, al norte de Noruega, con la intención
además de cobrar peajes a los barcos ingleses o neerlandeses que comerciaban con Arkhangelsk.
Asimismo, fundó en la parte sueca del estrecho de Kattegat el puerto de Göteborg (1607), en
70
el que se extendió la práctica de trasladar a los barcos suecos las mercancías occidentales que
iban hacia él Sund, con lo que se evitaba pagar el peaje, del que los barcos suecos estaban exentos
desde la Paz de Stettin (1570). Tales motivos llevaron a Cristian IV de Dinamarca a enfrentarse
con Suecia en la guerra de Kalmar (1611-1613), concluida en la paz de Knared, por la que
Dinamarca incorporó Laponia al Reino de Noruega y recibió compensaciones de Suecia por la
devolución de Kalmar y otras plazas de las que se había apoderado. En 1617, el monarca danés
desarrollo en su territorio de Holstein el pequeño puerto de Glükstadt, en el estuario del Elba,
para competir con Hamburgo, situada aguas arriba. En 1622 abolió los privilegios mercantiles
de la Hansa en sus territorios y en 1627 creó en dicho puerto un peaje obligatorio para los barcos
pasarán por el estuario. La propia intervención danesa en la Guerra de los Treinta Años
obedecía, entre otras razones, al deseo de Cristian IV de garantizar su predominio en el
Báltico, por lo que su derrota perjudicaría de forma decisiva tales aspiraciones. En el este, Gustavo
II Adolfo de Suecia volvió a insistir a partir de 1617 en apoderarse de Livonia, tomando la ciudad
hanseática de Riga, puerto más importante de la zona, preludio de la conquista de toda Livonia
(1625), dominada hasta entonces por los polacos, que no obstante mantendrían hasta los repartos
de finales del siglo XVIII el control de una pequeña parte. A finales de dicho año, con un éxito
mucho mejor que el de la guerra de Kalmar, los suecos habían ocupado también el ducado de
Curlandia, vasallo de Polonia y al siguiente iniciaron la conquista de la Prusia polaca, con el
importante puerto comercial de Danzig.
La campaña fue exitosa, con el apoyo del elector de Brandeburgo y duque de la Prusia
oriental, cuñado de Gustavo Adolfo, y la colaboración de la población protestante sometida a
Polonia. Pero no lograrían ocupar Danzig ni el curso del Vístula. Tropas del Imperio acudieron al
auxilio de Polonia invadiendo Brandeburgo.
Desde 1627, el elector de Brandeburgo le retiró su apoyo, dándoselo a Polonia-Lituania. La
guerra con Polonia concluyó por la paz de Altmark (1629), en realidad una tregua por seis
años, en la que Suecia recibió la mayor parte de Livonia, con el puerto de Riga, así como
otros puertos del sudeste del Báltico, entre ellos Memel en el ducado de Prusia, así como el
reconocimiento del derecho a gravar las mercancías polacas en el Báltico.
Los suecos controlaban ahora una parte importante de los puertos de dicho mar que va
camino de convertirse en un lago sueco, pero Gustavo Adolfo no se dio por satisfecho.
Siempre ambicioso imbuido en su misión como defensor de la causa
protestante y ahora plenamente confiado en su capacidad militar y molesto por la intervención
del imperio en su enfrentamiento con Polonia, intervino en la Guerra de los Treinta Años, en
la que constituiría una pesadilla permanente para los ejércitos católicos. En el curso de esta,
la tregua de Altmark fue prorrogada en 1635 por 26 años más y aunque Suecia retrocedió
posesiones (abandonó los puertos de Prusia Oriental cedidos en 1629) y tuvo que suprimir las
tasas que gravan el comercio polaco.
Entre 1643 y 1645, Dinamarca y Suecia se enfrentaron en una nueva guerra, con qué
favorable la segunda debilitó su presencia en el frente alemán. La Paz de Brömsebro (1645),
Dinamarca tuvo que entregar a Suecia varias provincias limítrofes además de las islas
bálticas de Gotland y Ösel. En el terreno Mercantil fue obligada a reconocer la exención de
tasas a todos los barcos y mercancías procedentes de puertos en poder de Suecia, para cuya
garantía hubo de ceder a dicho país por 30 años la provincia de Halland. A la Paz de Brömsebro
se unió la de Westfalia, que supuso un importante incremento de territorial para Suecia en
el norte de Alemania, pero tales logros no servirían para garantizar la paz. Carlos X sería el
primero en volver a la guerra deseoso de hacer realidad las viejas ambiciones sobre Polonia,
es la conocida Guerra del Norte (1654-1660), en que se enfrentó prácticamente con todos los
príncipes de la zona;

71
• En 1654, aprovechando la crisis provocada por la insurrección de los cosacos del
Dnieper y la invasión de territorios polacos limítrofes con Rusia por parte del zar Alejo I,
Carlos X invadió Polonia iniciando
el periodo conocido en ella como El Diluvio, que no concluiría hasta la Paz de Oliva. En
Poco tiempo conquistó Varsovia, Cracovia y una parte importante del Reino además de
firmar un pacto con el que Lituania quedaba desligada de Polonia y bajo el protectorado de
Suecia. Contó con ayuda de Transilvania y del elector de Brandeburgo.
• En 1655 tras sus éxitos, los excesos del Ejército sueco y las diferencias religiosas con la
población provocaron la reacción polaca. El temor ante el expansionismo de Suecia llevo
a la intervención de sus enemigos del entorno.
• En 1656 Rusia invadió la posesión sueca de Livonia, el imperio se alió con Polonia en
1657 y Dinamarca declaró la guerra a Suecia.
• En 1657 el monarca sueco, que había obtenido éxitos militares importantes en territorio
polaco, dirigió sus tropas hacia Dinamarca con el apoyo de su suegro el duque de Holstein-
Gottorp, vasallo del Rey danés. Con los estrechos congelados paso a las islas danesas en
enero y febrero de 1658 obligó a Dinamarca a firmar la Paz de Roskilde, en la que
entregó a Suecia los territorios que completaban el dominio de Carlos X sobre el
extremo sur del actual territorio sueco. La posesión de Escania significaba que él Sund
ya no sería controlado únicamente por Dinamarca, al pasar la otra orilla a manos de
Suecia. El duque de Holstein-Gottorp fue desligado del vasallaje del Rey de Dinamarca.
Carlos X proyecto entonces una intervención en Alemania aprovechando la crisis sucesoria
abierta por la muerte del emperador Fernando III, pero no llegó a realizarla porque la resistencia
de Dinamarca a cumplir lo pactado provocó una nueva guerra (1658-1660), en la que Carlos X
atacó el corazón del reino, especialmente Copenhague. Asistidos por la flota neerlandesa y con
la unión en el continente de los ejércitos de Polonia, Austria y Brandeburgo contra las posesiones
en Pomerania Occidental. En 1659 la colisión de sus enemigos le infligió una severa derrota en
Nyborg y con su Ejército prácticamente aislado las islas de Dinamarca se vio obligado a firmar
la Paz de Oliva (1660) con Polonia, el Imperio y Brandeburgo y con Dinamarca. Gracias En
buena parte al apoyo de Francia, logró salir bien parada, pese al retroceso een la fase final del
conflicto. La gran perjudicada fue Polonia que recuperó el resto de los territorios perdidos en la
guerra tuvo que reconocer a Suecia la posesión de Livonia y renunciar su soberanía sobre
Prusia Oriental o Ducal. También Dinamarca, con qué en el tratado de Copenhague recuperó las
amplias zonas del Reino que había perdido, confirmó a Suecia las cesiones realizadas dos años
antes. Los tratados supusieron el cenit de la hegemonía sueca en el ámbito del Báltico. En 1661
firmó con Rusia el tratado de Kardis, por el que el zar abandonaba Livonia.
Las décadas posteriores vieron la confirmación de la decadencia de Polonia y el
mantenimiento, aunque con algunas dificultades de la hegemonía sueca. La decadencia polaca se
completó años más tarde cuando, en el tratado de Andrusovo que ponía fin a su larga guerra
con Rusia (1654-1667), hubo de ceder al zar una parte de la Rusia Blanca con Smolensko y la
Ucrania al este del Dnieper, con la ciudad de Kiev. En una especie de canto de cisne, Polonia
protagonizaría en los años ochenta una acción destacada en política exterior, con la dirección de su
rey Jan Sobieski y la participación de sus tropas en el Ejército que levantaría el sitio turco de Viena.
Por lo que respecta a Suecia, habitual aliada de Francia, se enfrentó en la Guerra de Holanda
(16721678) al creciente poder de Federico Guillermo de Brandeburgo, sufriendo en Pomerania
la sorprendente derrota de Fehrbellin (1675), que abrió un periodo muy difícil para ella ante
los victoriosos ataques por tierra y mar no solo del gran elector Federico Guillermo, que conquistó
Pomerania, también de las Provincias Unidas y Dinamarca. Solo la ayuda francesa impidió la
derrota de su aliada que en virtud de los tratados de Saint Germain y Fontainebleau (1679), logró
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la restitución de los territorios perdidos y el mantenimiento de su soberanía en el Báltico,
respaldada por un amplio dominio territorial en las costas de dicho mar.
En el sureste de Europa, la época de Luis XIV, contempló un doble y complementario proceso,
por el que los Habsburgo avanzaron en la creación de un potente estado sobre él Danubio y
los Balcanes en la medida que se iniciaba el retroceso de las posesiones otomanas. Leopoldo I
obtuvo éxitos decisivos en la lucha por terminar con la independencia de Hungría, motivó sus
frecuentes enfrentamientos con los turcos.
A partir de la mayoría de edad del sultán Mohamet IV (1656), el Imperio otomano logró
recuperarse un tanto de su prolongada decadencia, gracias a la ocupación sucesiva del cargo
del gran visir por los Köprülü, miembros de una dinastía de origen albanés. El segundo de ellos,
Ahmed (1661-1676), quién fue seguramente el mejor estadista de la familia, trató de consolidar el
poder turco en los Balcanes y el Mediterráneo.
• En 1664 logró la soberanía otomana sobre Transilvania, aunque fue derrotado en San
Gotardo por las tropas de Austria y la Liga Santa.
• En 1669 consiguió que sus tropas rindieran Candia, tras una resistencia de un cuarto de
siglo, iniciando la conquista del resto de Creta, posesión veneciana hasta entonces.
• Al norte del Mar Negro, aprovechó la crisis de Polonia para apoderarse de Podolia y
la Ucrania polaca (tratado de Bugacz de 1672).
Más ambicioso, aunque menos realista, su yerno y sucesor, Kará Mustafá (Mustafá el Negro)
(1676-1683) trató de reeditar el ideal de Solimán el Magnífico de someter a la cristiandad y
aprovechando las querellas de la nobleza húngara con el emperador (frecuentemente estimuladas
por Luis XIV), envió un potentísimo Ejército que puso sitio a Viena en 1683, obligando a huir
a Leopoldo I. El papa Inocencio XI envió una cuantísima ayuda económica y solicitó el auxilio de
diversos soberanos, pero el único príncipe europeo que acudió en ayuda del emperador fue Juan
Sobieski, rey de Polonia y brillante general, que trató de unir a la nobleza polaca bajo el ideal
de la cruzada antiturca. Al mando de un Ejército integrado por polacos, austriacos y contingentes
bávaros, sajones y de otros países, obtuvo la decisiva victoria de la colina de Kahlemberg (1683)
que supuso la desbandada del Ejército sitiador y la condena a muerte del visir. El desastre animó
a Austria, Polonia y Venecia con los auspicios del papado, constituyeron una Liga Santa (1684),
a la que se unirían dos años después Rusia:
• Polonia logró recuperar los territorios perdidos en 1672.
• Los venecianos conquistaron Dalmacia, el Peloponeso, Corinto y Atenas, cuyo
bombardeo en 1687 causó graves daños al Partenón.
• Austria inició la reconquista de Hungría apoderándose de Buda (1686) y Transilvania
(1690), inició la marcha hacia el sur por los Balcanes, donde tomó Belgrado (1688) y Nish,
hasta llegar por el Danubio a la ciudad de Viddin (Bulgaria).
Luis XIV mantuvo habitualmente una política de buena relación con los turcos, que, entre
otras razones, suponían una constante amenaza para el emperador. Su condición de príncipe
católico, sin embargo, le había llevado 1644 colaborar con 6.000 hombres en la victoria austriaca
frente a los turcos en San Gotardo. En 1683, por el contrario, optó por continuar sus relaciones
amistosas con la Gran Puerta, que no lo fueron tanto con los poderes berberiscos del norte de
África. Conflictos por el rescate de los cautivos y competencias mercantiles en el Mediterráneo le
llevaron en los años 80 a bombardear repetidamente Argel y Trípoli. Con ocasión de la Guerra
de los Nueve Años (1689-1697), un nuevo miembro de la familia Köprölü, Mustafá Zadé,
consiguió recuperar efímeramente el Peloponeso y el Valle del Morava (Nish y Belgrado) durante
1689-1691. Sin embargo, la pérdida de Azov, en Crimea, por los rusos de Pedro I (1696) la

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importante victoria de Eugenio de Saboya en la batalla de Zentha, obligó a los turcos a firmar
la Paz de Karlowitz (1699), por la que
• Cedía en Austria la totalidad de Hungría con Transilvania, Eslavonia y Croacia, a excepción
del banato de Timisoara.
• A Venecia, Dalmacia y la península de Morea (o Peloponeso).
• A Polonia, Podolia y la Ucrania Occidental.
• A Rusia, Azov.
Dicha Paz supuso el comienzo del retroceso turco en Europa y la confirmación de la vocación
imperial de Austria sobre los Balcanes y el sureste europeo.

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TEMA 6.- HACIA UNA NUEVA DEMOGRAFÍA. LA SOCIEDAD.
6.1. El auge demográfico del siglo XVIII.
El siglo XVIII marca una serie de novedades importantes en la demografía europea que
permiten considerarlo como el inicio de los grandes cambios que harían posible el paso del
régimen demográfico antiguo a moderno. Con todo, es un siglo caracterizado en general por la
expansión económica, pero subsistían muchas de las características que habían lastrado
permanentemente la tendencia natural al crecimiento:
• Elevada mortalidad ordinaria.
• Muy alta mortalidad infantil.
• Fuerte dependencia de los ciclos naturales de las cosechas.
• Escasa capacidad defensiva frente a las enfermedades.
• Azote periódico de la mortandad extraordinaria.
En realidad, el siglo XVIII sigue perteneciendo al régimen demográfico antiguo, aunque en
ciertos aspectos, y en determinadas zonas, si intuyen ya los cambios y se inicia la curva
ascendente de la población que ha llegado ininterrumpidamente hasta nosotros, lo que permite
considerarlo un período de transición. Por primera vez se superaron ciertos topes de población
europea, la cual en conjunto apenas había crecido entre 1350 y 1700, ya que al final del periodo
era apenas un 30% superior a la de tres siglos y medio antes.
Aunque la preocupación demográfica ya tenía precedentes en tiempos anteriores y el tamaño de la
población era un elemento esencial en los planteamientos mercantilistas, será ahora cuando los
tratadistas y políticos comienzan a considerarla como piedra angular de la prosperidad de un país:
más fuerte cuántos más habitantes poseyera. Es por ello el siglo en el que se inicia los grandes
censos o recuentos de población organizados por los gobiernos y realizados con una precisión cada
vez mayor. Viejos conceptos como vecino o fuego, propios de las averiguaciones de población con
fines fiscal o militar, serán sustituidos progresivamente pero el habitante. Surge así la demografía,
vinculada inicialmente a la economía política, e interesada en conocer la cuantía y detalles más
concretos (sexo, grupos de edades, estado civil, etc.), Junto a datos de carácter económico, como
la distribución geográfica de los habitantes, actividades que realizaban y otros.
Fue sobre todo en la segunda mitad de la centuria cuando las monarquías, influidas por la
Ilustración, pusieron en marcha censos y averiguaciones. Uno de los precedentes teóricos fue
el texto del ingeniero militar francés señor de Vauban, quien en 1686 publico un Methode génerale
et facile pour faire le dénimbrement des peuples. Ya desde los años veinte Suecia se interesó por
la contabilidad de bautizos y defunciones, y a partir de 1748 elaboró cada 3 años censos completos
de su población. También hubo importantes iniciativas en España. A mediados de siglo, aunque
restringida a la mayor parte de la corona de Castilla, se llevó a cabo un formidable y modélica
averiguación demográfica, económica y social que fue el catastro promovido por el marqués de
la Ensenada (1750-1754). De entre los censos organizados por monarcas ilustrados destacan los
de María Teresa de Austria o el de Fernando IV de Nápoles (1764). En España, en tiempos de
Carlos III se realizaron los promovidos por el conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla
o el más completo de Floridablanca (1786-87), que además de los numerosos datos demográficos
aportaba un buen número de informaciones de interés económico y social. Ya Con Carlos IV hubo
un último recuento, el llamado de Godoy o de Larruga.
Sorprende que tales iniciativas no se llevaron a cabo ni en Inglaterra ni en Francia, los dos
países más avanzados del continente. En la primera, diversos debates parlamentarios plantearon
cuestiones como la ilicitud moral por la defensa de la libertad individual por ello se retrasó el primer

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censo hasta 1801, el mismo año que en Francia, en la que sí hubo a mediados de siglo recuentos
parciales llevados a cabo por los intendentes de sus territorios. A los censos oficiales se unieron
algunos privados, indicativos del interés que comenzaba a despertar la cuestión entre algunos
ilustrados.
Pese a su abundancia y fiabilidad de muchos de ellos, el conocimiento detallado de la demografía
del siglo XVIII sigue basándose como fuente primaria en los registros parroquiales en los que
se conoce, aunque con limitaciones, factores que determinan el incremento descenso de la
población como natalidad, nupcialidad, mortalidad y migraciones. Todo ello, junto con las dudas
que plantean los datos de diferentes países y regiones, nos hacen movernos aún en un terreno poco
seguro, aunque más que antes.
Si a comienzos de siglo la población total europea era de unos 125 millones de habitantes, en
1750 era de 146 y en 1800 llegaba aproximadamente a los 195, lo que supone un incremento del
56%. El incremento mayor se produjo entre 1750 y 1800, con tasas medias anuales del 0,6%.
La presencia de la preocupación demográfica dio lugar a posturas contrapuestas los cuales
abrieron un debate que persistió a lo largo del siglo:
• Por un lado, los que, como Montesquieu, consideraban que la población de la tierra no
llegaba a la décima parte de la del mundo antiguo lo que hacía temer que pudiera
despoblarse.
• Los que temían la consecuencia de una población excesiva, entre los que destacó el clérigo
anglicano Thomas Malthus (1766-1834), quien en su libro An Essay on the Principle of
Population (1798), señaló el diferente ritmo de aumento de la población y de la
disponibilidad de alimentos, haciendo ver los riesgos de que el incremento de aquélla se
enfrentará con los límites impuestos por esta, base de la teoría conocida como
Maltusianismo.
El aumento demográfico del siglo no afectó solo Europa. Pese a la dificultad de calcular las cifras
de otros continentes, la población total de la tierra según los datos de Jean Noël Biraben, pasaría
de 680 millones en 1700 (578 en 1600) a 771 millones en 1750 y 954 millones en 1800. El
crecimiento no afectó por igual a todos los países europeos, existiendo importantes diferencias
regionales dentro de estos:
Los principales incrementos demográficos se dieron en países con una fuerte expansión
económica o en territorios anteriormente poco poblados y con unas economías débiles, objeto
de una intensa inmigración colonizadora (Pomerania Prusiana creció un 138% frente al 133% de
Inglaterra), siendo también muy elevados los incrementos de población en el ducado de Prusia,
Silesia, Hungría o el interior de la Rusia europea. Los mayores incrementos demográficos del
siglo se vieron en el Nuevo Mundo, donde las colonias inglesas de Norteamérica dieron un salto
espectacular de 300.000 habitantes a más de 5 millones en 1800 (1.666%) teniendo como causa
fundamental la inmigración masiva desde Europa.
Gran Bretaña es la mejor prueba de los efectos positivos de la interrelación entre economía y
demografía. Inglaterra y Gales pasaron de 4,9 millones a 8,6 millones (75,5%), Irlanda de 3
millones en 1725 a 5,3 millones en 1800 y Escocia de un millón a 1,6 en 1800. El Crecimiento
demográfico sería aún mayor habida cuenta de que se calcula que desde Gran Bretaña e Irlanda
pasaron a América del Norte cerca de un millón de personas.
En Alemania, solo en 1730-1740 se recuperaron los niveles anteriores a la Guerra de los
Treinta Años, unos 20 millones, después de aquella fecha en algunas regiones orientales hubo
incrementos del 100% o superiores.

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Suecia, pasó a lo largo del siglo de 1,37 millones a 2,35 millones, lo que supone un aumento del
71,5%, similar al de Noruega, cuyos 520.000 habitantes de 1700 pasaron 880.000 un siglo después
(69%).
Francia, España e Italia experimentaron un crecimiento más moderado. Francia que en 1700
era el país más poblado de Europa, pasó de 22,6 a 29,3 millones, solo superados en aquella fecha
por Rusia con 39 millones, lo que supone un incremento del 29,6%, aunque con importantes
diferencias regionales. Tal crecimiento escaso se ha explicado por factores diversos:
• Una estructura económica con fuerte desproporción entre población y trabajo, que
generaría entre 4 y 5 millones de pobres en 1790.
• Un bajo nivel de salarios reales.
• La incidencia de las crisis cerealistas.
• El mantenimiento de una edad relativamente alta de acceso al matrimonio (27 años para
los hombres y 25 para las mujeres a finales del siglo).
• Una importante proporción de celibato.
Algunos de estos factores contribuyen a explicar también la compleja crisis que llevaría la
Revolución.
En el caso de España, pasó de 7,4 a 10,6 millones en 1800, un 43,2% más, con diferencias
regionales también importantes:
• Los mayores crecimientos se dieron en el litoral Mediterráneo.
• En Extremadura y Andalucía los tuvieron más moderados.
• En las regiones del Cantábrico, especialmente en el litoral, apenas crecieron debido a que
habían llegado prácticamente al límite de sus posibilidades tras el aumento demográfico del
siglo anterior gracias al maíz.
En el caso de Italia, el crecimiento también fue contrastado, pues si bien pasó de 13,6 a 18,3
millones (34,5% más), hubo una gran diferencia entre el norte, más próspero que creció menos,
y el sur y las islas, que lo hicieron en mayor medida, especialmente el Reino de Nápoles.
Las Provincias Unidas tuvieron un crecimiento modesto pasando de 1,9 millones en 1650 (casi
el doble que 1500) a 2,1 millones en 1800, un 10,5% que refleja un cierto estancamiento. En la
Europa del Este y del Norte, la disponibilidad de espacio de tierras facilitó los crecimientos
demográficos que debieron mucho a la inmigración. Es el caso de la nueva Monarquía de Prusia
(Pomerania oriental, Silesia o la zona este de la propia Prusia), en la que además de la inmigración
colaboró la disminución de la edad de acceso al matrimonio o el leve descenso de las tasas de
mortalidad, frutos ambos de una coyuntura económica favorable. En Rusia, el aumento fue
espectacular (16 millones a 39 millones en un siglo), encontrando la explicación al reparto de
Polonia y la intensa colonización de algunas regiones, especialmente en la segunda mitad de siglo.
En cuanto a la densidad de población, en 1800 las más elevadas eran las de Inglaterra o
Alemania, con 66 y 68,6 habitantes por km respectivamente. También con diferencias
regionales, ya que en Inglaterra las regiones industriales del noroeste superaban los 200. Le
seguían Italia (60,7) y Francia (43,4), mientras que España, menos poblada, tenía una media
de 21, aunque algunas regiones del norte superaban los 50 o 60. En el otro extremo, la densidad de
Rusia entre 1794 y 1796 (según datos de Marcel Reinheard) era de 7,1, con grandes variaciones
regionales, desde el 0,7 a 25,8 habitantes por km2 de zonas más pobladas del centro.

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El crecimiento demográfico benefició ampliamente a las ciudades, aunque durante toda la Edad
Moderna siguieron alojando un porcentaje de población muy inferior al del mundo rural.
Según datos de Jan de Vries, que toma únicamente en consideración las localidades a partir de
10.000 habitantes, el territorio más urbanizado era Holanda (28,8%), seguido de Inglaterra y
Gales (20,3%), los territorios de la actual Bélgica (18,3%) y Escocia (17,3%). Más baja proporción
tenían Italia (14,4%), España (11,1%) o Francia (8,8%) similar a Portugal (8,7%). Los países
escandinavos ofrecieron una media del 4,6%, Austria-Bohemia 5,2% y Suiza 3,7%, la más baja
de todas (sin datos de Rusia) era Polonia con un 2,5% de población urbanizada. Aunque no
ocurrió así en todos los países, la proporción de habitantes de las ciudades aumentó en general
a lo largo del siglo, a causa sobre todo de la inmigración, que corregía la tendencia urbana de
predominio de la mortalidad sobre la natalidad:
• Poca higiene, excrementos y malos olores.
• Mala pavimentación (en Londres el primer Paving Act es de 1762).
• Falta de agua.
• Mala Iluminación nocturna, con más inseguridad.
• Enterramientos dentro de las ciudades (hasta que a finales del siglo la política ilustrada
insistió en abrir cementerios del exterior)
Todas estas condiciones de la vida urbana empeoraban en los barrios más populares y
afectaban de manera especial a los inmigrantes pobres. No es de extrañar que Londres, por ejemplo,
tuvieran 1751-1780 una mortalidad del 43,3 por 1000 frente al 30,4 del conjunto de Inglaterra y
Gales. Otro de los grandes peligros urbanos era el fuego, en Bruselas en 1695 el incendio
destruyó cerca de 4.000 casas, por ejemplo. Las ciudades europeas con más habitantes seguían
siendo Londres, París y Nápoles, que continuaron su crecimiento:
• Londres: Pasó de 550.000-575.000 habitantes en 1700 a 675.00 a mediados de siglo y
900.000 en 1800, lo que le convertía en la segunda ciudad más poblada tras Tokio.
• París: Contaba en 1789 entre 550.000 y 600.000 habitantes.
• Nápoles 417.000 habitantes en 1796.
Por encima de 100.000 habitantes había en 1700 10 ciudades pasaron a 17 en 1800, 5 de ellas
por encima de 200.000. las ciudades que más crecen son las capitales políticas como ocurre
también con Berlín (143.000 habitantes en 1783) o cortes de Estados menores como Dresde,
cabezas del electorado de Sajonia (58.000 habitantes en 1791) o la nueva ciudad de San
Petersburgo, que alcanzó los 230.000 habitantes en 1800. Otro tipo de ciudad que creció de
forma importante fueron los puertos marítimos como Nantes (de 40.000 a 80.000 habitantes
entre 1720 y 1790), muy vinculada al comercio de esclavos, pero también Le Havre, Marsella o
Burdeos que en los 70-80 acaparó el 25% del comercio exterior. En Inglaterra destacaron Bristol y
Liverpool (que pasó de 12.000 a 78.000 habitantes). Otro gran grupo de las ciudades que crece
son las industriales como Leeds, Birmingham o Manchester, esta última, símbolo de la Revolución
Industrial que pasó de 12.500 habitantes en 1717, a 20.000 en 1758 y 84.000 en 1801.
El número de ciudades que superaron el listón de los 10.000 habitantes aumentó en el curso
de la Edad Moderna de 154 en 1700 a 364 en 1800, con un incremento solo en la segunda mitad
del siglo del 40%, al tiempo que las personas que vivían en ellas pasaron de 3,5 millones a 12. En
el siglo XVI, el 71% de las ciudades, y entre ellas las más grandes, se situaban la mitad sur con más
del 50% de los habitantes de ciudades por encima de los 10000 habitantes en la región mediterránea
(España, Portugal e Italia), pero dicha proporción se redujo en 1800 a poco más de un tercio. Según
Jan de Vries el aumento de la población urbana no estuvo relacionado necesariamente con la
expansión demográfica de la zona respectiva, pues los mayores incrementos se dieron tanto en
78
territorios cuya población crecía como en otros en los que estaba estancada o retrocedía, solo
la segunda mitad del siglo XVI se había producido una coincidencia entre un rápido crecimiento
de la población y una rápida urbanización. En cuánto al ritmo, el único territorio europeo que
experimentó un proceso de urbanización gradual durante toda la Edad Moderna fueron las
islas británicas (incluída Irlanda). Las demás áreas registraron la mayor parte de su crecimiento
urbano en un período relativamente breve de la misma.
6.2. Causas del crecimiento de la población
Como ocurría habitualmente en el régimen demográfico antiguo, la natalidad estaba en relación
directa con la marcha de la economía, teniendo en cuenta que tras el retroceso del siglo anterior
la superficie cultivada europea estaba en condiciones de soportar un incremento notable de
población. La producción seguía dependiendo estrechamente de la naturaleza, con periódicas
malas cosechas y carestías. No obstante, el siglo XVIII contempló una mejora generalizada del
clima, que disminuyó la frecuencia e intensidad de las crisis de subsistencias. En plena Guerra de
Sucesión de España, fue especialmente crudo en Francia el invierno de 1709, a partir de entonces,
sin embargo, la situación mejoró y las carestías no volvieron a provocar mortandades masivas
en Europa occidental y nórdica, lo que era un hecho novedoso que anticipaba el cambio de
régimen demográfico, si bien las crisis provocadas por las malas cosechas y el alza de precios
fueron frecuentes en las dos últimas décadas del siglo. La expansión de los intercambios y la
integración progresiva de los mercados ayudaron a paliar las crisis de subsistencias, pues
ampliaron el radio de acción del comercio, facilitando el abastecimiento desde zonas lejanas. Otro
elemento favorable al crecimiento demográfico fue la mejora de la alimentación, gracias, entre
otras razones, a la difusión de cultivos de rendimiento muy superior como el maíz o la patata,
aunque también contribuyó la expansión del trigo y algunos cereales secundarios.
A finales del siglo XVIII, como punto de llegada a un largo proceso de cambio, buena parte de
Europa constituye un área de baja nupcialidad, lo que ya de por sí era una forma de limitar la
reproducción. No obstante, lo más novedoso ahora será el inicio de un cierto control de los
nacimientos. En la Francia posterior a 1770 hubo una tendencia a la reducción de la natalidad, que
se mantuvo, no obstante, a niveles elevados (en torno al 38 por 1000) debido a causas como el
descenso de la nupcialidad, aumento del celibato o retraso de la edad del matrimonio. Parece
ser que las prácticas contraceptivas -existentes en todo tiempo y lugaralcanzaron en la Francia
del siglo XVIII una extensión hasta entonces desconocida, con la particularidad de que afectó en
buena medida a sectores sociales elevados y llegando en las últimas décadas de este siglo a los
grupos populares. Fuera de Francia afectó también a la burguesía de Ginebra. Aunque los datos no
son claros y se deducen sobre todo de testimonios literarios y tratados de moral el incremento de la
contracepción por métodos naturales ha sido interpretado en ocasiones como consecuencia de la
incipiente descristianización.
Otro de los factores que contribuyó al crecimiento fue la disminución de la mortalidad, si bien
las tasas ordinarias no experimentaron cambios significativos. Los limitados avances de la
medicina no fueron más allá de las mejoras en la distribución y el uso de sustancias como la quinina
contra las fiebres, mercurio contra las enfermedades venéreas, la toma de cítricos contra el
escorbuto o la discutida práctica de la inoculación de la viruela. Mayor incidencia tuvieron
probablemente las mejoras higiénicas puestas en práctica en algunos países por la política
ilustrada. Los poderes públicos colaboraron con disposiciones como la apertura de cementerios
fuera de ciudades y la prohibición progresiva de enterrar dentro de estas, medidas para propiciar la
limpieza de las calles, pavimentación, canalizaciones de agua potable y alcantarillado, saneamiento
de áreas pantanosas, etc. No conviene exagerar la importancia de la incidencia de tales
disposiciones que, aunque formaron parte de la política ilustrada distaron mucho de ser
generalizadas y con frecuencia no tuvieron gran éxito, habida cuenta además de la escasez de

79
cambios en la higiene personal de la mayoría de la población. Mayor fue la incidencia de las
mejoras en la alimentación y la mayor disponibilidad de alimentos
En Cualquier caso, la variación principal afectó a la mortalidad extraordinaria, que atacó a los
europeos con menos virulencia que el siglo anterior. El hecho más importante fue la retirada de
la peste en Europa occidental, cuyos últimos grandes contagios se dieron en los años 60 y 70
del siglo anterior, aunque continuó endémica en los Balcanes, lo que explica sus últimas
apariciones en la Europa del siglo XVIII. Durante la Gran Guerra del Norte, la epidemia de 1708-
1713 devastó los Balcanes, Austria, Bohemia, Europa Oriental y el Báltico, llegando a extenderse
hasta el sur de Alemania e incluso Italia. Los dos últimos brotes de peste en el Mediterráneo fueron
consecuencia de contagios transmitidos por vía marítima como la que ocurrió entre 1700 y 1722 en
Marsella y Provenza. En 1743 hubo un contagio en Mesina, con un alto número de víctimas, pero
después la peste quedó restringida a los Balcanes, Oriente y otros continentes solo incidente en
Europa occidental en casos aislados. Como causa del fin de la peste se ha señalado la sustitución
de la rata negra, portadora de pulgas que la transmitían, por la rata gris, procedente de Asia
y que no vive en contacto con el hombre, pero parece que la peste desapareció en muchos lugares
antes de su llegada. Más importancia tuvieron otros elementos, un conjunto de ellos, como
mejora de eficiencia tras siglos de lucha, cuarentenas, cordones sanitarios o las drásticas
medidas para cortar el contagio. Con todo ello sí hubo epidemias distintas a las pestes y se
mantuvo la vinculación mortífera entre malas cosechas, desnutrición y enfermedad como
ocurrió con la carestía del Reino de Nápoles que unida a la viruela provocó 160.000 víctimas en
1764 (40.000 solo en la capital), un 4,5% de la población. Pese a la dificultad de identificar las
enfermedades a partir de unas fuentes que utilizan un mismo nombre para males que hoy
distinguimos, las relevantes fueron el tifus (debido a la falta de higiene), la viruela, el sarampión,
la difteria, la disentería, etc.
Los mayores avances médicos se dieron en la lucha contra la viruela, enfermedad vírica con
una especial incidencia sobre la población infantil. Un primer método, objeto de fuertes debates,
fue la inoculación. En China ya se practicaba en el último cuarto del siglo XVII, pero fue Lady
Wortley Montagu, esposa del representante británico en Turquía, quien la introdujo En Europa en
la década de los 20. Partiendo de la idea de que casi todo el mundo habría de pasar antes o
después de dicha enfermedad, se trataba de una práctica preventiva consistente en introducir
en un individuo sano pus procedente de un enfermo, con la finalidad de provocar una reacción
que el inmunizará. Las dudas sobre su eficacia, junto con las infecciones que provocó, alimentaron
una agria polémica que incluso llegó a las Cortes principescas.
Mucha mayor importancia tendría a finales de siglo el descubrimiento por el médico de inglés
Edward Jenner de la primera vacuna (1796), cuyo nombre procede de las vacas, pues observó
que la viruela de estos animales inmunizaba a los humanos. Aunque algunos autores consideran
que la victoria contra la viruela se debió en mayor medida al aislamiento de los focos de contagio,
fue un paso gigantesco en la historia de la medicina y pronto se difundió por Europa. En los
primeros años del siglo XIX la corona española organizó una expedición encabezada por el médico
Francisco Javier Balmis, para extenderla por sus posesiones ultramarinas, vacunando a 50.000
personas en la primera expedición que dio la vuelta al mundo con una finalidad sanitaria.
Se ha señalado también la menor envergadura y frecuencia de las guerras, así como que la mayor
disciplina de los ejércitos redujo saqueos y actos vandálicos. Tal constatación es discutible, ya que
hubo muchas guerras y en ellas la mortalidad fue elevada. La de Sucesión de España, que
inauguró el siglo, provoco en el conjunto de los países implicados una cifra estimada de 1.250.000
víctimas muchas de ellas por enfermedad. Solo en Francia costó un millón de muertos, incluidos
los civiles y quienes perecieron por la gran hambruna de 1709. Para Europa fue la guerra más
mortífera desde la de los Treinta años y hasta las napoleónicas.

80
El fuerte crecimiento demográfico de muchos territorios de la Europa oriental haya su
principal explicación en la colonización de nuevas tierras inmigración generada por ella. Al
retirarse los turcos, muchos colonos germanos avanzaron hacia zonas escasamente pobladas
de Hungría y el sur de Rusia. Se calcula que entre 1689 y finales de siglo, Hungría recibió unos
350.000 inmigrantes. Asimismo, desde finales del siglo XVII a la muerte de Federico II (1786) se
asentaron en los diversos territorios dominados por Prusia en torno a 430.000, una parte importante
procedente del sur de Alemania. La conquista de Silesia por Prusia (1740) fue seguida de una
intensa colonización con vistas a consolidar su dominio. También Catalina II atrajo una
inmigración importante a las regiones del Volga, a la que se sumó a finales de siglo otra en dirección
al Mar Negro. La disponibilidad de tierras favorecía en todas estas zonas la reproducción de
los recién llegados, con edades tempranas de acceso al matrimonio. Menos éxito tuvo la política
de atraer población extranjera para colonizar Siberia. Otro caso fue Alsacia, asolada durante la
Guerra de los Treinta Años, que, desde mediados del siglo XVII, acogió una importante
inmigración con la participación notable de suizos, y que fue responsable del fuerte crecimiento
demográfico que experimentó en el siglo XVIII. Pero nos solo organizaron inmigraciones los
monarcas ilustrados del centro y el este de Europa también lo hicieron algunos occidentales, como
fue el caso de Carlos III, quien promovió a partir de 1767 el asentamiento de unos 6.000
colonos católicos suizos y alemanes en Sierra Morena. Con todo, la migración más importante
fue la que se desplazó a otros continentes. Hacia 1800 América del Norte e Iberoamérica estaban
pobladas por 4,5 y 4 millones de habitantes de origen europeo, sobre todo británicos, españoles y
portugueses, con aportaciones menores de neerlandeses, alemanes y franceses. En conjunto, las
causas del crecimiento demográfico generalizado del siglo XVIII son complejas y siguen
siendo objeto de discusión entre los especialistas. En última instancia, el fuerte incremento de la
población obedeció a causas diversas o la combinación de varias de ellas. El propio crecimiento
sirvió de estímulo para la expansión agraria y la mejora de los cultivos, el incremento de la
producción manufacturera e industrial, el auge del comercio y las comunicaciones u otras
series de elementos que desempeñaron el doble papel de causas y efectos del incremento
demográfico.
6.3. Los privilegiados: nobleza y clero
Durante el siglo XVIII persistió la sociedad estamental, que solo se vio alterada en la última
década por los cambios revolucionarios en Francia. La existencia de privilegiados era la
consecuencia de la desigualdad ante la ley propia del Antiguo Régimen, en virtud de la cual
algunos grupos estaban protegidos por leyes privadas más favorables que las que afectaban al
común. Tales diferencias ampliaban por el reconocimiento de los demás y el respeto social
que se debía a su superioridad. Los códigos de honor, las etiquetas y los usos sociales codificaban
los comportamientos, imponiendo obligaciones tanto a los inferiores como a quienes disfrutaban
del privilegio. El conocimiento de la crisis posterior ha llevado con frecuencia a considerar el siglo
XVIII como una etapa de decadencia y debilidad de la nobleza ante el acoso de la burguesía, pero
la realidad es que los privilegios se mantuvieron en vigor y en ciertas zonas incluso se
reforzaron, hasta el punto que muchos autores consideran este siglo como el periodo de apogeo
de lo nobiliario visible tanto en la participación de los nobles en el poder político como el
volumen de sus patrimonios o el predominio social de sus valores. No obstante, la crítica
ilustrada se cebó con frecuencia en las desigualdades, lo que contribuyó al desgaste del
estamento en mayor medida que en tiempos anteriores. Casi toda Europa, se dio un proceso de
estrecha colaboración entre corona y nobleza, una vez superadas las tensiones anteriores. Era
una condición ineludible para el triunfo del absolutismo, que alcanza ahora su máxima
expresión. En Prusia y Rusia, las potencias emergentes del este, el incremento del poder real
se basó en el fortalecimiento de los privilegios nobiliarios. Ningún monarca podía prescindir del

81
apoyo de sus nobles, como lo demuestra el fracaso de la política del emperador José II para limitar
sus privilegios.
El predominio social de los nobles, en un siglo de claro auge de la burguesía, hizo que muchos
personajes procedentes del Estado llano que ansiaban consagrar su ascenso social se integraron
en la nobleza. Ello, unido a las necesidades fiscales y al deseo de los monarcas de ampliar su
respaldo social, es más los llevó a dispensar de forma generosa títulos y reconocimientos de
nobleza, al tiempo que se hacía menos exigentes los requisitos para acceder a ella. Algunos
viejos linajes, dañados por la crisis económica del siglo anterior y el agotamiento biológico o
pérdida de poder político se vieron relevados por nuevos nobles, hasta el punto de qué avanzado
y el siglo XVIII, una parte importante de los titulados procedentes de la baja nobleza la
burguesía tenía un origen reciente. El factor decisivo de encubrimiento fue el servicio al rey
lo que muestra la importancia que había alcanzado la corona en el juego de poderes. En buena
parte de Europa, la aristocracia tradicional se vio obligada a compartir el poder político con
burgueses y nuevos nobles. La promoción de una nueva nobleza de servicio la practicaron
hábilmente entre otros, los Reyes españoles de la casa de Borbón, lo que les permitió reducir el
elevado protagonismo político que había alcanzado la alta nobleza en la etapa final de sus
antecesores. Con frecuencia, la vieja nobleza quedó relegado a organismos despojados de su
anterior importancia política como los consejos españoles o los parlamentos franceses, mientras
burgueses y luego los nobles ocupaba mayoritariamente a los nuevos cargos unipersonales:
ministros son miembros del gabinete en Francia e Inglaterra, Secretarios de Estado en España…
El origen burgués de la mayoría de los nuevos nobles influyó en un cierto cambio de
mentalidad de la nobleza, qué hizo más tenues sus fronteras con la burguesía. El resultado
fuera menor prevención nobiliaria hacia las actividades productivas y una menor la obsesión
de los nuevos nobles por abandonarlas. Muchos miembros de la nobleza supieron gestionar
hábilmente sus patrimonios para obtener de ellos un mayor beneficio aumentando las posesiones
agrarias y con frecuencia modernizándolas, aplicando propuestas por la fisiocracia o por el
naciente capitalismo agrario. En Inglaterra participaron ampliamente de los enclosures, que les
permitieron aumentar sus propiedades, pero tanto en Francia como en otros países hubo nobles
implicados en fenómenos similares de concentración y utilización capitalista de las tierras en
perjuicio habitualmente de los pequeños campesinos y los usos comunitarios de la tierra.
También en las mejores de explotación de fraguas o minas y hubo bastantes que no desdeñaron
los beneficios que ofrecían actividades mercantiles, industriales o financieras. Muchos de los
nuevos nobles se habían enriquecido con ellas y continuaron haciéndolo, pero hubo Asimismo
miembros de la vieja nobleza, especialmente en Inglaterra que se adaptaron a los nuevos tiempos.
Aunque su efecto no fuera importante, algunos gobiernos trataron de animar a la nobleza a que
participar en los negocios. Ya desde tiempos de Colbert, diversos edictos exhortaban a la nobleza
francesa dedicarse al comercio, y en 1701 Luis XIV derogó la regla casi olvidada que excluye a los
nombres de las actividades mercantiles algo que se repitió en 1765 y se amplió la creación de
manufacturas y la banca en 1767. En España, había también precedentes de finales del siglo XVII,
la autorización para comercial se les dio en 1765, a instancia de las Sociedades Económicas de
Amigos del País, y en 1783 declaró que las actividades manuales no eran incompatibles con ella.
Con todo, persistieron las prevenciones contra determinadas actividades, así como la tendencia del
estamento a cerrar sus filas frente a los advenedizos. En Francia, por ejemplo, se produjo una
reacción nobiliaria que tuvo diversas manifestaciones y empleo el predominio en los altos cargos.
La nobleza era siempre minoritaria, pese a que hubiera variaciones importantes entre unos y
otros países y territorios. En Francia en 1789 se sitúa en 1,39%, en España era mayor, un 4,5%
del total, aunque con una gran variación entre territorios. Por ejemplo, en el Cantábrico hay un gran
número de hidalgos mientras en la meseta sur de Andalucía mantenían proporciones bajas. En

82
Inglaterra y Gales, incluyendo la gentry, se ha calculado que supondrían algo más del 3%. Solo
en Polonia subía hasta aproximadamente un 10% aunque la mayoría eran miembros de la pequeña
nobleza. Por regla general, donde eran menos abundantes se diferenciaban más del común,
mantenía más privilegios y eran más ricos. Otra constatación es que la proporción de nobles
tendió descender, aunque se crearon muchos nuevos también hubo familias que desaparecieron o
fueron incapaces de mantener su estatus, al tiempo que el aumento de la población contribuyó a
reducir el porcentaje de nobles. A medida que avanzaba el siglo la importancia creciente de la
burguesía hubo de contribuir a rebajar la vinculación, antes estrecha, entre nobleza y extenso social.
Más compleja resultó la situación del clero en los países católicos. La ilustración favoreció la
secularización y el absolutismo ilustrado se empeñó en reforzar el control regalista de los
monarcas sobre las iglesias nacionales, lo que les permitió reducir las exenciones fiscales, derechos
de asilo y otros privilegios. Muchas de las reformas que se propusieron el Europa católica tenían el
punto de mira en la enorme propiedad territorial de la Iglesia, que no solo servía para aliviar
las necesidades fiscales de la corona, sino para modernizar la propiedad y mejorar el rendimiento
de la tierra. Aunque no todos los ilustrados compartían las críticas a los eclesiásticos, muchos
consideraban que había un número excesivo de clérigos, frailes, monjes y monjas, criticaban
el celibato porque no contribuye al aumento de la población o consideraban que se trataba de
un sector improductivo y ocioso, cuando lo ignorante y ganado por la superstición. El blanco
predilecto era el clero regular. Todos los gobernantes inspirados en la ilustración deseaban reducir
el número de miembros de las órdenes religiosas, lo que explica las diversas medidas que se
impusieron durante la segunda mitad de la centuria en Francia, España o Nápoles, y sobre todo en
Austria durante el reinado de José II, siendo la víctima principal la Compañía de Jesús.
En el mundo protestante no existía un clero tan variado y estructurado. Sus pastores y en su caso
obispos no se veían tampoco respaldados por la enorme propiedad territorial y riqueza de la Iglesia
católica por lo que no puede hablarse propiamente de un clero privilegiado similar al católico,
aunque gozara reconocimiento y respeto social, junto a la capacidad de orientar las conciencias y
los comportamientos. En territorios no católicos el incremento del poder real afectó al clero,
como ocurrió en Prusia o Rusia, donde quedó subordinado a los intereses del soberano, quien
controlaba su formación y actuación. En Suecia, en la segunda mitad del siglo XVII se habían
convertido casi en funcionarios. En Inglaterra y la Irlanda anglicana, la dependencia de los
pastores con respecto a los propietarios territoriales que conferían con frecuencia los beneficios,
atrajo hacia tales puestos a muchos segundones de la gentry, dando lugar al personaje literario de
los squarson, mixto de squire y parson (párroco) .
6.4. La consolidación de la burguesía
Si la nobleza y el clero tenían un lugar preciso en el orden estamental, este el caso de la burguesía,
cuya sola existencia suponía una anomalía, pues no encajaba dentro del mismo. Formaba parte
de la terminología francesa del Tercer Estado o del Estado llano o común en Castilla. Pero el
elemento revolvedor era el dinero, que le había permitido desde su aparición en la baja edad
media, romper la división horizontal estática de los estamentos para elevarse hacia los
superiores, hasta tal punto que, estatus jurídico aparte, sus diferencias con el resto del Estado ya no
eran con frecuencia mayores que las que les separaban con la nobleza.
La peculiaridad del siglo XVIII con respecto a los anteriores es la consolidación de dicho
grupo pasándose de burgueses (individuos individuales) a burguesía, un sector social específico
de rasgos definidos. Sus miembros más significativos eran los provenientes esencialmente de
carácter mercantil, aunque el desarrollo de las finanzas y posteriormente de la industria
comenzaba a definir otras figuras. Los principales burgueses eran comerciantes internacionales
o de cierto nivel de negocio como armadores o propietarios de manufacturas destacadas y sobre
todo en Inglaterra de las nuevas industrias, empresarios mineros, asentistas y arrendatarios de

83
impuestos, inversores de cierta cuantía en las compañías por acciones, banqueros y otros. Esta
relación puede hacer pensar que existía una especialización de funciones, pero la realidad es
que los burgueses desarrollaban varias de las actividades descritas. Más que una mentalidad,
lo que les definía era haber conseguido un nivel aceptable de riqueza a través de diversas
actividades capitalistas. Esta burguesía de los negocios habría que sumar otro sector que también
venía desarrollándose desde los siglos anteriores, los miembros de la burocracia de monarquías
y poderes soberanos. El nivel de vida de estos no provenía de actividades capitalistas, pero es un
nivel de ingresos y disponibilidad de bienes materiales como su mentalidad y en muchos casos sus
relaciones sociales y cultura estaba más cerca de los sectores más elevados de la sociedad con
quienes frecuentemente se relacionaban. Como los burgueses procedentes del capitalismo muchos
de ellos se integraron en la nobleza, como venían haciendo en los siglos precedentes.
Un tercer sector más novedoso era el de las profesiones liberales, algunas de las cuales como
los periodistas se habían iniciado en el siglo XVII y se habían consolidado durante esta centuria.
Abogados, médicos, impresores, libreros, etc., existían con anterioridad, pero se reforzaron en este
siglo. Otra profesión, aunque no fuera de carácter liberal, es la de militar. El desarrollo en el siglo
XVIII de la carrera militar abrió sus filas a los burgueses, con la ventaja adicional de que el
Ejército solía ofrecer una rápida vía de ennoblecimiento.
Los distintos grupos de burguesía la hacía un sector no uniforme. Por debajo de los más
importantes, los más ricos, había un grupo numeroso de clase media, cuya actividad y nivel de
riqueza de influencia era menor. La distinción entre burgueses triunfantes y los que no tenían tanto
éxito es importante. Según William Doyle, el credo antiaristocrático de la Revolución Francesa
surgió principalmente de la burguesía inferior quienes habían ido creándose unas expectativas que
el antiguo régimen no era capaz de satisfacer.
Sobre si tenían conciencia de su propia identidad y aspirar a imponer sus valores como alternativa
al dominante modelo social nobiliario, está claro que los burgueses triunfantes del siglo XVIII
no planteaban un conflicto con la nobleza sino que aspiraban a beneficiarse de sus ventajas
incluyéndose en ella. Esto no quita que fueran cada vez más conscientes de los valores que
incorporaba. Lentamente estaba esbozándose la transición de la sociedad estamental hacia la
sociedad de clases basada en la riqueza y en los valores burgueses pero esta no acabaría de
imponerse hasta bien entrado el siglo XIX con el liberalismo fruto de la Revolución francesa. Pero,
el hecho de que los burgueses se hicieran a sí mismos, frente a quienes recibían los privilegios
por su cuna, implicaba una valoración nueva del trabajo y el mérito, además de virtudes y
actitudes distintas a las de la nobleza. Por ello, más que los valores de los individuos podemos
referirnos a unos principios propios de un sector social que llevaba en su desarrollo un germen
de destrucción de los valores nobiliarios, y especialmente los privilegios. Solo así se explica
que surgieran algunas vías de reconocimiento sociales distintas a las tradicionales como a la orden
de Carlos III en España, que premiaba a los méritos individuales en los distintos campos de
actividad.
Algunos historiadores han querido ver el reflejo de valores burgueses en los cambios del gusto
artístico literario que tienen lugar durante el siglo XVIII. La propia Ilustración fue en gran
medida el resultado de una concepción burguesa del mundo. Otra característica apreciable y
síntoma de una conciencia de su propia identidad es la presencia entre los burgueses de numerosos
disidentes religiosos. Sin duda alguna fueron los países más avanzados los que experimentaron
una mayor presencia de la burguesía. Inglaterra, no solo contó con la más abundante de
Europa, también la más diversificada, gracias al inicio de la Revolución industrial, al igual que
las Provincias Unidas, pese a que carecían del dinamismo del siglo anterior. El caso de Inglaterra
es paradigmático de hasta qué punto los principales grupos sociales participaban y obtenían
beneficios de la economía capitalista sin las contradicciones que se daban en el continente. La

84
nobleza intervenía ampliamente las actividades económicas, mientras que los financieros los
grandes comerciantes y los patrones de la industria tenían intereses también en la agricultura y, si
lograban insertarse en las filas de la alta nobleza, no por ello entendían que hubieran de abandonar
sus actividades.
El modelo contrario el de Francia, cuya crisis social y política responde en buena medida al
anquilosamiento de los modelos sociales y la consiguiente falta de perspectivas para los burgueses
fuera del camino clásico de integrarse con la nobleza mediante la compra de tierras u oficios y el
olvido del comercio, las finanzas o cualquiera hubiera sido la actividad que le había hecho emerger
del tercer estado. En el terreno institucional, mientras que la burguesía inglesa accedía a la Cámara
de los Comunes, los parlamentos franceses eran un coto cerrado de los oficiales y la noblesse de
robe.
Más débil era la burguesía de otros países, limitándose a la esencialmente mercantil en las
capitales políticas y algunas ciudades importantes y puertos de mar. En el caso de España, la
burguesía industrial solo aparece tímidamente en Cataluña desde mediados del siglo, vinculada al
sector textil. La burguesía es evidentemente una clase urbana por lo que a medida que avanzamos
hacia el este de Europa, la usencia de ciudades importantes y el fuerte predominio de la agricultura
señorial, fue la propia nobleza terrateniente polaca o rusa la que se ocupó de gestionar el comercio,
las manufacturas o la minería, beneficiándose en tales actividades del trabajo de los siervos, igual
que hacía en sus tierras.
6.5. Campesinos y trabajadores de las ciudades
Pese al auge de la ciudad y los avances en comercio y manufacturas de algunas zonas de las
primeras industrias modernas, la mayoría de los europeos seguía siendo campesinos, cuyos
porcentajes se sitúan en Francia o España en torno al 80% de la población. Se mantenía la vieja
división que marcaba grosso modo el río Elba, entre el campesinado libre, al oeste, y el
predominio de la servidumbre en el este, que se reforzó incluso en Rusia o Polonia. No
obstante, aún subsistían restos de servidumbre en regiones de Alemania o de Francia (como
los campesinos de la Jura). Dentro del campesinado del Europa occidental existían numerosas
diferencias, marcadas habitualmente por las tierras que poseían, si bien arrendatarios de cierta
importancia y con arrendamientos cómodos (enfiteusis, cesiones a largo plazo), formaban parte
también de la élite rural.
Francia era probablemente el país con mayor porcentaje de propiedad campesina, si bien,
según William Doyle, disminuyó entre 1660 y 1800, de una cuantía cercana al 40% a otra más
próxima al 30%. Pero el cambio más importante en este sentido se dio en Inglaterra, donde
los más de 4.000 Enclosure Acts dictados por el Parlamento facilitaron la concentración de la
propiedad de manos de aristócratas y miembros de la gentry, en perjuicio de los yeomen,
arrendatarios y propietarios de menor envergadura que habían constituido una clase media estable
agrícola en los siglos anteriores. Muchos campesinos emigraron a la ciudad o las nuevas
industrias, al tiempo que el incremento de las explotaciones y la búsqueda de una mayor
productividad ampliaban la demanda de mano de obra jornalera, en un claro proceso de
proletarización que implicaba un deterioro de las condiciones de trabajo. A finales de la centuria,
los pequeños propietarios poseían cerca del 20% de la superficie cultivada. La decadencia de la
propiedad campesina general en Europa tenía excepciones como la de Suecia, donde entre 1700
y 1815 pasó de un 31,5 al 52,6%. En España la proporción en 1797 era menor, cerca del 22%, y se
concentraba sobre todo en las regiones del norte.
En la Europa continental, la situación del campesinado apenas varió, y las ideas ilustradas sobre
la educación popular con la exaltación de la producción agraria por parte de la fisiocracia, tuvieron
escasos efectos sobre las condiciones de vida de los campesinos. La estructura de la propiedad
experimentó pocos cambios en manos abrumadoramente de la nobleza y el clero (en los países
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católicos), y la actividad agrícola y ganadera continuó dependiendo estrechamente en la naturaleza
y sus ciclos, todo ello agravado por el peso de la fiscalidad real, las rentas señoriales en su caso,
los diezmos y las contribuciones a la Iglesia católica, la renta de la tierra si se trataba de
arrendatarios o las deudas contraídas.
Quienes se encontraban en peor situación eran los jornaleros, que solo disponían de su trabajo
para subsistir, viéndose abocados como muchos de los pequeños propietarios y arrendatarios,
a emigrar si sus circunstancias empeoraban, pasando muchos de ellos a la amplia categoría de
los pobres y mendigos. Muchos campesinos complementaban su actividad, o la de la unidad
familiar, con labores manufactureras de trabajo a domicilio, especialmente en el sector textil
de la lana o el lino, de la misma forma que numerosos trabajadores urbanos realizaban alguna tarea
agarrarías destinada generalmente al autoconsumo.
Artesanados agremiados y trabajadores asalariados convivieron en la ciudad, entre estos
últimos, una de las categorías más numerosas serán los criados y sirvientes, de diversos niveles
que por ejemplo en el París de los años 80 suponía el 16% de la población. En otras capitales
importantes y ciudades más pequeñas la proporción disminuye, pero seguía siendo elevada,
especialmente en las que abundaban los nobles y ricos burgueses. Pese a ventajas como la garantía
de alimentación, habitualmente alojamiento y vestuario estaban sometidos un fuerte control que
les impedía encontrar trabajo sin referencias positivas del anterior. Una disposición de 1720
les obligaba en París a tener una licencia certificada por su último patrón, sin la cual podían ser
arrestados como vagabundos, en Londres en 1796 se estimaba que había 10.000 servidores sin
trabajo. Otro número importante de trabajadores, 13% en París en los 80, eran los dedicados a
trabajos eventuales, contratados en muchos casos por un día, salida laboral más viable para la
mayoría de los inmigrantes.
Los gremios estaban fuertemente instalados especialmente en los países centroeuropeos y
mediterráneos. No obstante, las ansias de libertad económica llevaron a muchos tratadistas
atacarlos de forma reiterada siendo el chivo expiatorio de todos los males de la producción. Aunque
las autoridades solían defenderlos, entre otras razones por su utilidad para estructurar y controlar
el mundo del trabajo, lo cierto es que el sistema gremial entró en decadencia en buena parte del
continente antes de su desaparición con las reformas del liberalismo. En muchos lugares la vida
gremial se ve alterada por tensiones derivadas del dominio de los maestros, la dependencia
excesiva y el bajo salario de muchos de los aprendices, o la frustración de muchos oficiales que
veían cerrado por diversos medios el paso a la condición de maestro y con ella la posibilidad de
establecerse por su cuenta. Aunque no se puede generalizar todas estas restricciones y problemas,
el alto precio a pagar, la exigencia de la obra maestra con las facilidades que encontraban los
hijos de los maestros para suceder a sus padres eran algunos de los motivos de su descontento.
La dependencia del patrón del taller era en ocasiones muy grande. Junto a los problemas que
existentes en el seno del mundo gremial otro muy relevante en el de la competencia con los
mercaderes-empresarios como sucedió en Lyon, entre el conjunto de productores de seda,
gremio en el que durante todo el siglo había un exceso de maestros, con los mercaderes-empresarios
que dominaba la producción y el mercado de la principal manufactura de la ciudad.
El control de los trabajadores no se limitaba a los agremiados, sino que se intensificó con los
sistemas de trabajo vinculados a la naciente industria, vigilándose su vida privada, tabernas
que frecuentaban, prohibiéndoles circular a partir de una determinada hora de la noche, etc. En
Francia, una ley de 1781 impuso a todos los operarios la posesión de una cartilla que debía ser
firmada por cada patrón. Los trabajadores trataron de defenderse constituyendo asociaciones
que les permitieran obtener condiciones mejores las cuales fueron prohibidas reiteradamente
tanto en Francia como en Inglaterra, en esta última, la prohibición fue gradual, dependiendo de los
oficios, hasta hacerse universal en 1799. Muchas asociaciones se convirtieron en secretas para

86
sobrevivir, entre las existentes en diversos países europeos destacan laos compagnonages, surgidos
inicialmente para agrupar en Francia a oficiales (compagnons) descontentos, aunque se extendieron
también a otros sectores.
Con todo, el sistema gremial no dejaba de ser una estructura protectora, por la que fuera de
los gremios las condiciones de trabajo tendían a empeorar, con jornadas laborales aún más
abusivas, más disciplina de horas y mayor exigencia productiva. Esto ocurría especialmente las
nuevas fábricas, concentraciones de trabajadores que surgen donde se inician las primeras fases
de la Revolución industrial. En cuanto a los salarios, que cerró en general por detrás de los precios,
adecuándose solo en las áreas en las que creció rápidamente la demanda de trabajo como en el norte
de Inglaterra o Cataluña. En otras zonas la tendencia fue la disminución cuanto mayor era la
disponibilidad de mano de obra. Por otra parte, las leyes de mercado, útiles para el empresario y
el empleador, desproteger a los trabajadores, con salarios que apenas cubrían la subsistencia. Ello
se manifestaba sobre todo en las concentraciones de trabajadores y especialmente en las primeras
fábricas, cuyos ambientes poco higiénicos propiciaban además la aparición de enfermedades
laborales. En muchos casos, como ocurría en las minas, pero ligero el trabajo infantil, por no hablar
del tradicional de las mujeres en la hilatura o la manufactura cederá del norte de Italia o del Valle
del Ródano.
La obsesión por la productividad en los inicios de la Revolución industrial deterioro de las
condiciones del trabajo, así como las de las viviendas y la salubridad que rodeaba la vida de los
trabajadores, la mayoría de los cuales se había visto forzada a abandonar el más protector mundo
campesino. Se inicia así el proceso de proletarización, que acercaba a los trabajadores a los
pobres difuminando con frecuencia la frontera entre ellos, lo que implicaba el aumento de la
pobreza en unas dimensiones que no había tenido hasta entonces. En Europa del Este, la situación
del trabajador de las minas o las empresas dedicadas a la metalurgia no era distinta a la de los
siervos del mundo campesino.
La tecnificación de la producción, sin embargo, dio auge asimismo a la figura del especialista,
auténtico mirlo blanco del mundo laboral, capaz de obtener importantes salarios y ventajas
diversas en virtud de sus conocimientos y el dominio de unas técnicas que todos deseaban copiar.
Aunque tanto los especialistas como la competencia que generaba existían anteriormente, ahora se
incrementan ambos. Las ofertas para traerles allí donde se quería instaurar una producción
novedosa formaban parte en ocasiones de un auténtico sistema de espionaje industrial en una época
caracterizada por la competencia mercantilista entre distintos países.
6.6. Pobreza y marginación. La conflictividad social
Las mayores concentraciones de pobres se daban en las ciudades, atraídos también por la
mayor con presencia de las instituciones de caridad asistencial. En momentos de carestía, masas
de pobres sacudieron la ciudad, que solía reaccionar expulsando a muchos de ellos. El problema se
incrementó con las dificultades que afectaban a distintos territorios en las últimas décadas del siglo.
En Francia, coincidiendo con la crisis económica de los años 70 y 80, el número de pobres aumentó
enormemente, y en Alemania, a finales de siglo cuando se extendió el pauperismo muchas de las
ciudades reforzaron la vigilancia para impedir la entrada.
Los tratadistas ilustrados se preocuparon de distinguir al pobre coyuntural, merecedor de
ayudas, del vago y ocioso, que vinculaban a la delincuencia, por lo que propusieron que fuera
aislado y reprimido para proteger el orden público. Desde los siglos anteriores venían creándose
instituciones que combinaban la reclusión con el trabajo obligatorio, las cuales proliferaron
en el siglo XVIII: casas de trabajo como la establecida por Federico II en Berlín, capaz de acoger
a más de 1.000 personas, hospitales, workhouses inglesas, las cuales extendieron desde la creación
de la primera en Bristol gracias un consorcio entre varias parroquias (1696), los alberghi dei poveri,

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como los que se construyeron en Nápoles o Palermo, o el hospicio y casa de corrección creado en
San Fernando de Henares muy cerca de Madrid (1766).
En el mundo rural los desórdenes solían ser una reacción frente al precio excesivo la mala
calidad de la harina o el pan, generalmente en el periodo de malas cosechas. La culpa del
desabastecimiento recae habitualmente sobre las autoridades municipales en los casos más graves
tendía a desplazarse hacia los más ricos a quienes se culpaba, con razón o sin ella, de especular
para enriquecerse. Un carácter más general tuvo la oposición suscitada por la liberalización
del comercio de granos que de acuerdo con las ideas de la fisiocracia fue decretada inicialmente
en Francia o España a mediados de los años sesenta, generando una política titubeante al respecto.
Los abundantes motines que tuvieron lugar en España en 1766, generados en última instancia
por la carestía, respondían a distintas motivaciones y entre ellas el malestar creado por la
liberalización en 1765 del comercio interior de grados. En el motín de Esquilache, el descontento
fue aprovechado por organizar un motín de corte con intenciones evidentemente políticas. En
Francia la “guerra de la harina” (1775), extendió los motines y violencias por una amplia zona,
llegando a París, y no se debió exclusivamente a la mala cosecha de aquel año sino los temores
creados por la eliminación del año anterior de las restricciones al comercio de cereales. Los
desórdenes por la carestía fueron frecuentes en toda Europa en años de malas cosechas,
habitualmente motines, rurales y urbanos, de carácter local.
Ciertas manifestaciones de violencia rural obedecen al malestar provocado por fenómenos
como el avance de los enclosures en Gran Bretaña. En 1742 se produjo en el sureste de Escocia
la llamada Levellers Revolt (revuelta igualitaria), caracterizada por acciones de violencia nocturna
contra los propietarios de cierta importancia, con la finalidad de evitar que expulsarán a sus
arrendatarios para acercar sus tierras y convertirlas en pastos. En los años 60, los whiterboys
irlandeses se opusieron también a los enclosures, destruyendo las vallas o mutilando el ganado.
Pero sus reivindicaciones eran más complejas, por lo que posteriormente amenazaron a
recaudadores de los diezmos, propietarios y otras gentes, con violencia generalmente nocturnas.
Otra forma de protesta, no específicamente rural o urbana, aunque conectada al putting-outsystem,
era la destrucción de instrumentos de trabajo que Hobsbawm ha interpretado como una
forma de atacar al empresario para obtener aumentos salariales en un sistema de producción
dispersa, como lo era también la destrucción de materias primas, el incendio de la casa del patrón,
etc. La introducción de máquinas, sobre todo en la segunda mitad del siglo, amplió las
posibilidades de protesta, añadiendo al descontento de los operarios el temor de que se redujeran
los trabajadores. Aunque el luddismo inglés surgiría propiamente en la segunda década del siglo
XIX, de Ned Ludd, quien al parecer rompió dos telares en 1779.
Una de las principales revueltas campesinas en Europa occidental fue la de los camisards, que
tuvo lugar en Languedoc (Francia) entre 1702 y 1705, en plena Guerra de Sucesión de España.
Los participantes eran hugonotes y el desencadenante fue la persecución de los campesinos
protestantes de las Cévennes. Al igual que harían posteriormente los whiteboys, se opusieron a
los diezmos, aunque por motivos distintos. Para los que irlandeses católicos la causa era el
excesivo rigor en el cobro, mientras para los camisards rechazaban mantener una Iglesia que
no era la suya. Las reiteradas malas cosechas del decenio anterior habían aumentado además el
descontento. Pese a la dura represión, que incluyó la destrucción de centenares de pueblos, el
protestantismo no pudo ser erradicado de entre los campesinos del Languedoc.
En conjunto, sin embargo, el siglo XVIII fue un período de relativa tranquilidad en el mundo
rural, gracias a la buena coyuntura económica y a la menor incidencia de epidemias, guerras
y otros azotes. Esto no es válido para la Europa del este del Elba, donde la mala situación del
campesinado, sujeto a la servidumbre, hizo de las revueltas un fenómeno endémico. Es cierto
que, en algunas zonas, como las dependientes de Prusia, no aparecieron grandes desórdenes, tal

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vez por el rígido control de la nobleza, pero en otros países hubo frecuentes levantamientos contra
las corveas, tributos, etc.
• Una de las principales fue la Revuelta de Bohemia de 1775, que superó otra muy notable
de 1679. El año anterior José II había tratado sin éxito de suavizar las presiones sobre
el campesinado, lo que agudizó la desesperación del mundo rural, influido por las
noticias que llegaban de la gran revuelta rusa de Pugachov. Bandas armadas se apoderaron
de buena parte del Reino, quemaron castillos, amenazaron a los administradores y
programaron la abolición de las corveas. En marzo trataron incluso de marchar sobre
Praga, pero carecían de armas y preparación militar por lo que fueron dispersados con
facilidad. Con todo, los rebeldes habían logrado atemorizar a los señores, por lo que los años
siguientes el emperador pudo atemperar las corveas y otras prestaciones y la oposición
que había encontrado antes de la revuelta.
• Hungría padeció sublevaciones campesinas a lo largo de todo el siglo, la más importante
la revuelta Rákókki (1703-1711), que fue en realidad un levantamiento nacional
generalizado, que creó grandes dificultades al emperador, empeñado en esos años en la
Guerra de Sucesión de España. Al igual que en bohemia lograron los levantamientos
campesinos lograron mejorar la legislación. Así en una amplia zona del Danubio, el boicot
a las corveas, diezmos y otras tasas (1765-1767) llevó a María Teresa promulgar
disposiciones en dicho sentido, de la misma forma que las revueltas de Transilvania en
1784 influyeron en la decisión de José II de abolir la servidumbre en Hungría.
• Rusia, es el lugar en el campesinado padecía la servidumbre más duro lo que explica la
mayor frecuencia, amplitud y violencia de las rebeliones. Solo en 1708 hubo en Rusia 43
insurrecciones campesinas. Con todo, la pulsión principal del siervo era la huida que fue
muy frecuente pese a las muchas leyes que trataron de evitar la. Entre 1719 y 1727 se
denunció la desaparición de un mínimo de 200.000 siervos. Uno de sus principales
destinos serán las tierras de los cosacos, en el sureste junto a los ríos Don, Volba y Jaik,
que eran territorios de fronteras dedicados fundamentalmente a la cría ganadera. Dada la
importante llegada de fugitivos, el uso habitual de armas y el ambiente de libertad que en
ellas se respiraba, no es de extrañar que fuera la cuna de muchas de las grandes revueltas
como las del cosaco Bulavin (1707-1708), que se inició como respuesta al intento del
Gobierno de perseguir a los siervos allí refugiados, pero que recogió posteriormente
diversas oposiciones en la reforma de Pedro I, y entre ellas la de un número importante de
Antiguos Creyentes, grupo cismático surgido en el seno de la Iglesia rusa en la segunda
mitad del siglo XVII, que veía al occidentalizante zar como un Anticristo. Pese a que llegó
a reclutar a 30.000 hombres, no se extendió a otras zonas de Rusia y fue finalmente
aplastada por las tropas imperiales, que establecieron guarniciones en la cuenca del Don.
Muchos cosacos se desplazaron entonces más al este, junto al Jaik, donde se iniciaría en
1772 la revuelta encabezada por Pugachov, un aventurero que se hizo pasar por Pedro III,
el marido de Catalina II, asesinado 10 años antes. La elección del desaparecido zar obedecía
a la costumbre rusa de los encubiertos o pretendientes, personas capaces de aportar
una legitimación, que se veía reforzada en este caso por la popularidad del zar entre los
siervos, pues con él habían concebido esperanza de ser emancipados. Pugachov saqueó
Kazán (1774), y en su retirada provocó levantamientos de siervos en el curso del Volga,
hasta implicar hasta unos 3 millones de campesinos. Varios miles de nobles y
funcionarios fueron asesinados, pero cuando más peligrosa parecía la revuelta se deshizo
por la hostilidad de los cosacos del Don, la vuelta a la normalidad de los campesinos
del Volga ante la cercanía del invierno o la firma de la paz con Turquía, que permitió a
Catalina II reforzar el Ejército con el que combatía. Tras ser derrotado sus propios

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hombres le entregaron siendo ajusticiado en enero de 1775, preludio de una dura represión
que tuvo además el efecto de reducir la cantidad e importancia de los levantamientos
campesinos en los años siguientes. A diferencia de lo ocurrido en los territorios de los
Habsburgo, las revueltas no llevaron una reducción de las cargas, sino de identificación
aún mayor entre la zarina los intereses de la nobleza, que acentuó el control y represión
de los siervos.
Aunque no siempre resulta fácil distinguir las protestas urbanas de las rurales, que con frecuencia
se mezclaban, había una tipología específica de alteraciones urbanas, entre las que se incluyen
las huelgas, que a menudo de generaban incidentes. Las causas principales de las protestas urbanas
eran los bajos salarios, coincidiendo habitualmente con los periodos de carestía, por lo que a
muchos de tales incidentes se denominados tumultos del pan. Una forma de manifestar las
quejas, en Inglaterra o Francia, n las peticiones al rey o al Parlamento. Aunque no solían ser
eficaces, dieron lugar en ocasiones a marchas hacia Westminster o Versalles, que mostraban una
notable capacidad de organización de los convocantes. En mayo de 1750, una multitud procedente
de París marchó en protesta sobre Versalles, donde fue dispersada a tiros. A veces las alteraciones
urbanas eran el reflejo de la lucha política como ocurrió en Ginebra (1781-1782), cuando los
residentes que carecían de la condición de ciudadanos se levantaron contra la oligarquía y tomaron
el poder hasta que las tropas de Francia, Berna y Saboya, tras asediar la ciudad restablecieron la
antigua Constitución. Era al igual que en los siglos anteriores una reacción típica de los sectores
sociales emergentes y excluidos del poder, que se produjo en otras ciudades como Lieja, antes de
que las tropas prusianas restableciesen la situación precedente (1789-1790).

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TEMA 7.- LAS TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN UNA FASE
DE EXPANSIÓN
En el terreno económico el siglo XVIII supone el inicio de un cambio decisivo. En sus últimas
décadas comenzó en Inglaterra la Revolución Industrial, nueva fase del capitalismo y fundamento
económico de un mundo sustancialmente distinto. Este elemento localizado y en inicio no fue el
más característico de la economía.
7.1. El pensamiento económico
Los distintos tipos del mercantilismo que habían dominado el siglo anterior continuaron
durante el siglo XVIII, pero surgiendo planteamientos nuevos, que comenzaban a evidenciar
el agotamiento de las propuestas clásicas. Entre los numerosos teóricos vinculados aún al
mercantilismo se encuentran:
• Jerónimo de Ustáriz (1670-1732), autor de la obra Teórica y Práctica del Comercio y la
Marina.
• Neomercantilistas más innovadores como los franceses:
o Pierre Le Pesant, opuesto a Colbert, fijaba la riqueza de un país no en la
abundancia de moneda, sino en su producción e intercambios, y reclamaba una
política de expansión basada en la libertad de los mercados y el equilibrio
natural de los precios.
o Jean-François Melon o François Veron Duverger de Forbonnais, valoran el papel
del crédito y, más que en la masa monetaria, insisten en la importancia de su
velocidad de circulación.
A medida que avanzaba el siglo las doctrinas del mercantilismo se adaptaban peor a las
necesidades de una economía en pleno auge. No solo olvidaba la agricultura, sino que sus
principios, propios de una época de penuria, suponían un obstáculo para conseguir el desarrollo
manufacturero. Surgieron así pensadores críticos, difíciles de clasificar, precursores de las ideas
económicas que a finales del XVIII sustituirán al mercantilismo:
• Richard Cantillon, banquero irlandés afincado en Francia, que en Essai sur la nature du
commerce en general (1755) cuestionaba las bondades de un comercio exterior excesivo
(que estimulaba, por ejemplo, el consumo de lujo, generador de importaciones que
implicaban una hemorragia de dinero) defendiendo la preeminencia de los propietarios
territoriales, vinculandose con la fisiocracia.
• David Hume, en su Politcal Discourse (1752), defendía un régimen de libre concurrencia
y libre cambio.
La novedad del siglo XVIII será la aparición de dos corrientes de pensamiento económico:
• La fisiocracia: o gobierno de la naturaleza, tendrá una pervivencia escasa (siglo XVIII).
o Su principal exponente fue François Quesnay (1694-1774) con la obra Tableau
Economique (1758), donde formula los principios básicos de dicha escuela.
o El principal es considerar la agricultura como fuente única de riqueza, pues solo
ella produce un bien nuevo, mientras que el comercio o la industria se limitan a
distribuir o transformar. o Esto no significa que no sean necesarias para los
productos agrícolas lleguen a su consumidor.
o Para conseguirlo ambas actividades, y especialmente el comercio, han de ser libres,
incluido el mercado fundamental de los cereales, de acuerdo con el principio

91
laissez-faire, laissez passer. o La importancia de la agricultura exige un
incremento de la producción defendiendo la propiedad libre de la tierra con la
supresión de manos muertas y estructuras de origen feudal.
La fisiocracia constituye una poderosa corriente de pensamiento con personajes como Turgot
y dio lugar a la publicación de una serie de periódicos de duración variable destinados a difundir
sus propuestas, tales como el Journal economique (1751) y otros posteriores. La fisiocracia
preconizaba una economía basada en grandes propiedades o explotaciones agrarias,
respaldadas por una importante aportación de capital, y un orden social encabezado por los
propietarios agrícolas. Su aportación a la formación del capitalismo es evidente ya que su influjo
no se limitó a Francia, extendiéndose a partir de los años 70 por países gobernados según las
máximas del absolutismo ilustrado. En las últimas décadas del siglo sus propuestas fueron
superadas coincidiendo con el auge del comercio internacional y la industria.
• El liberalismo: Se desarrollará sobre todo posteriormente convirtiéndose en la gran doctrina
económica del capitalismo en los siglos XIX y XX.
o Algunos de sus elementos aparecen en diversos autores ya desde finales del siglo
XVIII entre ellos los fisiócratas.
o El padre del liberalismo será el escocés Adam Smith (1723-1790), con su obra
Ensayo sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las Naciones, publicada en
1776 y que constituye una de las cumbres del pensamiento económico planteando
por primera vez en su conjunto la economía política (lo que hoy llamamos economía),
aunque algunos autores piensan que este mérito le corresponden a Cantillón, respeto
al orden natural que busca regular la economía. o La ley de la oferta y la demanda
es la que rige el mercado de forma natural, ambas se basan en el valor real de las
mercancías consecuencia del trabajo que cuesta fabricarla sin la necesidad que el
comprador tiene de ellas.
o El mercado se regulará de forma automática gracias a la “mano invisible” de los
intereses mutuos, pues nadie comprará caro sí puede hacerlo barato o por lo
hicieron el artículo que ninguno quiera comprar.
o El valor de trabajo aumenta cuanto más especializado sea y también en la
medida en que el fabricante logre mejorar la productividad mediante la inversión
de capital.
o La acumulación de capital y su inversión son los motores esenciales de la
economía y el crecimiento económico.
Ambas están fuertemente vinculadas a la valoración de la naturaleza propia del pensamiento
ilustrado y a la idea de Newton, de que, igual que existe un orden en la naturaleza, hay un
orden natural de las economías y las sociedades que hay que restablecer con independencia de
cualquier moral o religión. Así será posible conseguir la prosperidad material y social capaz de
garantizar la felicidad individual y el progreso colectivo. Ambas teorías encontraron fuertes
resistencias, como prueba no solo la pervivencia de las aduanas interiores en toda Europa o la
frecuente adopción de medidas proteccionistas, sino que incluso en Gran Bretaña las actas de
navegación permanecieron vigentes hasta 1849 así como el poder que mantenía una compañía
privilegiada como la East India Company. La inercia de las políticas mercantilistas era un muy
grande.
En otro sentido la exaltación del individualismo que hacían las nuevas teorías despertó
reacciones que podemos considerar protosocialistas o antecedentes e incluso del comunismo
como fue el caso de EtienneGabriel Morelly, en su obra Code de la Nature (1755), basada en

92
ideas de Rousseau, en el que defendía la supresión de la propiedad individual y el establecimiento
de una sociedad en la que la libertad quedará reducida en aras de la igualdad. También destaca
Gabriel Bonnot de Mably que consideraba que la igualdad y la Comunidad de bienes eran
conformes al orden natural o en Gran Bretaña, Willam Godwin (1756-1836) que criticó el derecho
de propiedad en nombre de la utilidad social, reclamando un nuevo reparto de los bienes parece
que debido a la solidaridad humana.
7.2. La coyuntura. Moneda y precios
Ya en las décadas finales del siglo XVII se inicia una recuperación económica, pese al freno
que suponen las grandes guerras que cierran y abren las dos centurias (Nueve Años y Sucesión
de España). Una cierta estabilidad no se alcanzará, por tanto, hasta los años veinte o treinta,
en los que se reafirma la expansión, que se intensificará posteriormente en las décadas centrales del
siglo y llega, con diferencias regionales, hasta los años setenta-ochenta. Hay, pues, medio siglo de
crecimiento, especialmente intenso en la segunda mitad. Las décadas finales son más complejas,
con dificultades económicas en muchas zonas de Europa, inciden también en la grave crisis abierta
por la revolución francesa y los conflictos internacionales que provoca. Entre 1685 y 1715, los
precios, con anterioridad a la baja, tienden a mantenerse. Desde los años treinta y más
decididamente a partir de los cincuenta, habrá un nuevo ciclo de alza prolongada, que se agudiza
luego de 1760-1780. El mayor aumento lo experimentaron los precios agrícolas, los cuales, según
Wilhelm Abel, aumentaron un 250% en Inglaterra entre 1730-40 y 1801-10, cuantía
ligeramente superada por las Provincias Unidas y Austria. En Alemania y el norte de Italia lo
hicieron un poco más de él 200% y en Francia un 163%. En el conjunto de Europa al menos se
duplicaron. Los cereales, y especialmente el trigo, fueron los productos que experimentaron un alza
mayor. En general, la renta de la tierra aumentó bastante más que los precios y los réditos del
comercio e industria, lo que revalorizó mucho el suelo agrícola, elevó los arrendamientos y
perjudicó claramente la capacidad adquisitiva de los campesinos, sobre todo a finales de siglo. En
Inglaterra la renta de algunos propietarios aumentó entre un 200 y un 400% entre 1760 y 1800. En
conjunto, el incremento de los salarios fue también por detrás del aumento de los precios, lo que
perjudicó también a los sectores populares urbanos y a los asalariados del campo y la ciudad.
El crecimiento de los precios, como ocurrió en el siglo XVI, obedece a múltiples factores, y
entre ellos el notable incremento de los metales preciosos disponibles en Europa, que superaron
ampliamente las fases más favorables del siglo XVI. El gran protagonista fue el oro de Minas
Gerais (Brasil), descubierto en la última década del siglo XVII y que tuvo su auge hacia 1730, si
bien su producción empezó a descender desde mediados del siglo. La producción de plata en la
América española fue incrementándose, pasando de un estancamiento inicial al auge de la
plata mexicana en las dos décadas finales de la centuria. Los dos grandes beneficiarios fueron
Gran Bretaña y España, en esta última las grandes cantidades que recibió a finales de siglo no
solo provocaron una importante inflación (también en Portugal), sino que como ocurriera en el
Quinientos, al superar sus capacidades industriales, mercantiles y financieras, acabaron
beneficiando a Inglaterra y otras economías más avanzadas.
En cuanto a la moneda, la abundancia de metales favoreció su alta estabilidad hasta
aproximadamente los años 80. Para ello fueron decisivas las reformas adoptadas en España en
1680 y 1686, que pusieron fin a las manipulaciones de precios, o en Francia en 1726, que
estabilizaron su moneda hasta la Revolución. En 1774 Inglaterra adopta el patrón oro, gracias
a su dominio del brasileño.

93
7.3. Agricultura y ganadería
Pese a la atención al del mercantilismo, una aplastante mayoría de la población europea
trabajaba en la agricultura, cuya prosperidad era imprescindible para la alimentación
regular, el aumento de la renta de la tierra y el desarrollo del comercio y las manufacturas. El siglo
XVIII tuvo un clima más benigno que el anterior, lo que influyó en la mejora de las cosechas,
aunque no faltaron años malos y crisis de abastecimientos.
Todavía en el siglo XVIII seguían predominando en Europa los campos abiertos (openfields)
a pesar de que se intensificó en muchos territorios la tendencia hacia los cercamientos
(enclosures) vinculada a los proyectos para hacer más rentable la explotación agraria y se para
la agricultura y ganadería. EL resultado será el incremento de la propiedad privada y el tamaño
de las fincas, con la consiguiente restricción de los usos y aprovechamientos comunales. El reto
principal será producir más para una población creciente lo que se conseguiría, sobre todo,
como en el siglo XVI, mediante la extensión de la superficie cultivada y los pastos en perjuicio
de bosques y tierras baldías, si bien las limitaciones de dicho sistema pusieron en cuestión los
sistemas tradicionales de propiedad y uso de la tierra. No obstante, y sobre todo en la segunda mitad
de la centuria, con una menor disponibilidad de tierras para roturar, hubo zonas en las que
contribuyeron también las innovaciones técnicas, que permitían incrementar la producción
mediante el aumento de la productividad, eliminando el barbecho, como lo venían haciendo desde
siglos atrás en las zonas más evolucionadas de la agricultura europea. Aunque fueron progresos
focalizados, sobre todo en valles de latitudes medias con climas templados y húmedos, señalaban
el camino por el que habría de avanzarse en el siglo siguiente. También se adaptó a la progresiva
mayor importancia de las ciudades, algunas por su envergadura condicionaban ampliamente la
producción de un amplio territorio entorno.
En el siglo XVIII se desarrolla un notable interés por la agronomía, qué tiene que ver con la
revalorización de la naturaleza propia de la ilustración, la importancia concedida a la tierra por
la fisiocracia y el auge de los precios agrícolas y del suelo. Esta se centra es mejorar la
productividad de la tierra y la cría de ganado con métodos más eficaces, que se analizan en tratados
o publicaciones periódicas especializadas y tratan de difundirse entre los campesinos a través de
sociedades y escuelas agrarias. Destaca el inglés Jetrho Tull, quién inventó una nueva máquina
sembradora o en Francia Henry-Louis Dhamel du Monceau, quién sistematizó las experiencias de
los escritos ingleses y fue autor de obras propias. La química, entonces en ciernes, colaboraría
con los primeros estudios sobre la composición de los suelos, al tiempo que se iniciaban
especialidades como la zootecnia. A principios de siglo empezó a utilizarse en los Países Bajos el
arado brabante, más complejo y eficaz que los anteriores. En los años 70 y 80 se desarrollaron en
Inglaterra máquinas rudimentarias para trillar, aventar y otras labores. En ganadería se empezó
a practicar cruces cuidadosamente estudiados y en diversas zonas se producirá una mejora en la
alimentación y cuidado de los animales, que aumentaba sus rendimientos. Especialmente en la
segunda mitad del siglo, los gobiernos influidos por el absolutismo ilustrado impulsaron
reformas agrarias, orientadas entre otros fines a:
• Mejorar la distribución de la propiedad.
• Limitar los privilegios señoriales.
• Aumentar la productividad.
No obstante, en la mayoría de los casos, elementos como la supervivencia de las viejas estructuras
de propiedad, la calidad de los suelos, el peso de la fiscalidad, el extendido endeudamiento del
campesinado o el conservadurismo agrario supusieron un potente freno para los cambios. Los
mayores éxitos se centraron en la desecación de zonas pantanosas (especialmente en la costa
italiana) o la organización de migraciones para colonizar espacios vacíos, que fueron

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responsables de los mayores incrementos del siglo la extensión de la superficie cultivada,
especialmente en Rusia, Austria o Prusia. En los Países Bajos, donde ya existía un alto índice de
aprovechamiento de la tierra, hubo a partir de 1765 una fiebre de construcción de polders.
El objetivo principal de los diversos tratadistas era difundir la rotación de cultivos que
permitiera eliminar el barbecho y establecer una nueva relación entre agricultura y ganadería como
ya se había realizado en los Países Bajos, Inglaterra o Lombardía. El Norfolk System, permitía el
cultivo de en 4 hojas, en la que alternar trigo, nabos, cebada o avena y trébol u otras plantas
forrajeras. El aprovechamiento de la tierra a distintos niveles por la diferencia en la
profundidad de las raíces de unos y otros Unido al abono procedente del ganado facilitaba la
recuperación del terreno y permitía eliminar los periodos de descanso consiguiendo cuatro
cosechas en un año, orientadas tanto a la alimentación humana como a la cría ganadera, con un
resultado adicional de mejora en los rendimientos. Donde se puso en práctica consiguió un avance
productivo importante basado en el triángulo: producción agraria intensiva, cría de ganado
estabulado y acceso al mercado urbano. También se hicieron experiencias en la producción de
frutales, huertas, sistemas de regadío y otros aspectos. En muchos casos fueron los Reyes quienes
las promovieron en tierras propias. En general no se lograron resultados dignos de mención, pero
lo novedoso era el interés científico por la tierra, que ponía unas bases aún imprecisas de los grandes
cambios posteriores.
Más importancia tuvieron los cambios en las plantas cultivadas.
• En general hubo una expansión del trigo candeal, más valioso para la alimentación
humana, a costa del centeno en la Europa del norte y de la cebada en la meridional.
• Se incremento del cultivo de la vid, estimulado por la mejora del nivel de vida y la demanda
urbana, con algunas regiones avanzando hacia la especialización para mercados más
amplios como el caso de Champagne en Francia, Jerez en España y Oporto en Portugal.
• El maíz, limitado con anterioridad a zonas húmedas como el norte de la península Ibérica,
se afirmó ya avanzado el siglo XVII en el valle del Po y el suroeste de Francia,
extendiéndose a lo largo del siglo XVIII, lo que supuso una mejora en la alimentación
dada su alta productividad en comparación con otros cereales y su mayor resistencia a
cambios climáticos. También eliminaba el barbecho, aunque requería de altas
cantidades de abono animal y agua lo que limitaba su expansión a regiones húmedas en
las que desplazó a los cereales secundarios (mijo, sorgo) convirtiéndose en la base esencial
de la dieta popular.
• La patata fue el cultivo más novedoso con 3 grandes ventajas:
o Su capacidad para adaptarse a suelos pobres,
o Su elevado rendimiento, cuatro veces superior al del centeno o Su alto valor
nutritivo.
A cambio, exigía una abundante mano de obra, si bien este inconveniente se convertía en
una ventaja al tratarse de un período de crecimiento demográfico. En Irlanda o Alemania
su introducción se produjo a raíz de las malas cosechas de 1740 y 1770, y en algunas
zonas de Alemania, Dinamarca, Prusia o Sajonia era ya casi un monocultivo a finales de
siglo. En España se difundió por Galicia en la segunda mitad del siglo, pero no se
generalizaría hasta la primera mitad del siglo XIX.
• Avance de la ganadería estabulada, vinculado al proceso de intensificación del cultivo y
el aumento de la demanda de carne, especialmente por el consumo urbano. Aunque se dio
en diferentes zonas, tuvo su apogeo en Gran Bretaña, con un notable incremento de los
prados y herbazales para su alimentación, particularmente en Irlanda y Escocia. Mientras en

95
Inglaterra y el norte de Europa predominaba la ganadería bovina, en el Mediterráneo la ovina
experimentó un gran crecimiento.
El país en el que la agricultura y ganadería experimentaron un mayor progreso fue
Inglaterra, gracias a la conjunción de los cambios agrarios con factores como:
• La existencia de un marco institucional adecuado.
• La importancia de la propiedad libre de la tierra gracias al desarrollo de los enclosures.
• La emergencia de un mercado nacional.
• Los comienzos de la revolución industrial.
• La disponibilidad financiera
Hacia 1700 los campos abiertos ocupaban la mitad de la tierra cultivable, mientras en 1820
solo quedaban sin cercar un 3% de la misma. Otro hecho relevante fue la especialización
productiva de comarcas y regiones, una vez que la integración de los mercados interiores los
liberaba de la necesidad de producir cada una de ellas todos los artículos necesarios para la
subsistencia. Surgieron regiones orientadas a la industria, cuya alimentación provenía de fuera de
estas y otras dedicadas a la producción agrícola y ganadera, especialmente a los condados del sur
y del este. Si las primeras atraían mano de obra obrera, la mejora de producción de las segundas
sirvió para mantener la ocupación en el campo, que a su vez se convirtió en comprador de productos
industriales. La especialización también facilitó la puesta en práctica de mejoras de
organización y la aplicación de las rotaciones de cultivos, lo que hizo posible, por ejemplo, que
en 1794 el condado de Norfolk no solo contribuyera al crecimiento de Londres, sino que
exportarse más trigo que todo el resto de Inglaterra. En todo caso, se requería de una mayor
aportación de capital, surgiendo bancos rurales. El auge económico del campo atraía dinero y
proporcionaba importantes beneficios, muchos de los cuales se reinvertían, como en canales para
el riego o el transporte. Aunque la mejora de los rendimientos agrícolas era compleja, Pierre Léon,
señala un incremento en Inglaterra o Francia en relación con los siglos XVI y XVII, si bien dentro
de los límites modestos propios aún de una agricultura del antiguo régimen.
7.4. El auge del comercio
El Aumento de la demanda y el crecimiento económico del siglo resultaron beneficiosos para
el conjunto de las actividades productivas, incluido el comercio, que había sido el pionero en
introducir métodos capitalistas y que fue el sector más dinámico del siglo XVIII. Los diversos
mercados alcanzaron un nivel de relación e integración muy superior al de los siglos anteriores, lo
cual, al difundir la información:
• Redujo las posibilidades especulativas y los márgenes de beneficio.
• Regularizó la actividad Mercantil.
• Contribuyó de manera decisiva la expansión de los intercambios.
La contribución principal de los Gobiernos se dio en el terreno legislativo, con disposiciones
orientadas a la eliminación de obstáculos interiores (aduanas, prohibiciones, etc.) que no
siempre avanzaron lo suficiente o tuvieron efectividad que buscaban. Los Habsburgo, por
ejemplo, eliminaron las barreras interiores por decreto en 1775 en el marco de las políticas de
absolutismo ilustrado, en otros países como Francia el proceso fue muy lento, iniciado por Colbert
en 1664 no se concluiría hasta los comienzos de la Revolución en 1790. Un caso particular fue el
de la liberalización del mercado interior de cereales. En España se introdujo en 1665 y se mantuvo
pese a ciertas dudas en años de malas cosechas. En Francia fue más problemática y tras unos
primeros edictos (1763-1764) se volvió a las limitaciones anteriores. Una nueva liberalización se
produjo en 1774. En casi todos los países en que se implantó resultó inicialmente un fracaso por

96
las malas cosechas, precariedad de infraestructuras y las prácticas especulativas. Un tercer modelo
fue el británico en el que los intereses privados colaboraron activamente en la gestión de los
asuntos públicos, y en lugar de eliminar las barreras interiores se utilizaron para mejorar las
infraestructuras. A partir del 1663, se autorizó los turnpike trust, sociedades anónimas
encargadas del mantenimiento de las carreteras, que además de los capitales aportados por
sus miembros se financiaban con el cobro de peajes y derechos de paso.
El auge del comercio se vio favorecido por el avance de las comunicaciones, que contribuyeron
a ampliar el radio de los mercados. En tierra mejoraron los caminos o carreteras iniciándose
una evolución significativa, también se construyeron puentes, así como posadas para facilitar los
viajes. En Francia o España la iniciativa corresponde a los gobernantes empeñados en la
modernización económica del país, en Inglaterra, las obras se debieron a la iniciativa de particulares
que compañías por acciones. Algo parecido ocurrió con la construcción de canales, que ampliaba
las posibilidades del Comercio Interior de forma más rápida y barata que la terrestre, lo que
propició su extensión, especialmente en territorios pequeños como las Provincias Unidas e
Inglaterra, pero también en Francia. La construcción de canales se extendió a otros países los
que realizó Federico II de Prusia para unir el Elba con el Oder y este con las minas de carbón
de la alta Silesia, facilitando el transporte sobre todo de mercancías pesadas.
También hubo avances en la navegación o la construcción naval. En la primera, el principal fue
la invención del cronómetro que permitía fijar con precisión la longitud, distancia del barco
determinado meridiano. En la construcción naval, siguiendo la estela marcada anteriormente por
los neerlandeses de diferenciar claramente el comercio marítimo de la guerra, los barcos mercantes
aumentaron en el espacio de carga al prescindir de cañones y zonas dedicadas a la defensa.
Hubo, asimismo, un perfeccionamiento de las técnicas aumentó la resistencia y duración de
los cascos, extendiéndose desde 1780 la práctica de forrarlos con cobre. Otra evolución fue la
eliminación de los castillos elevados de proa y popa o el predominio de los buques alargados y
estrechos que facilitaba su rapidez y maniobrabilidad. Entre los prototipos que se desarrollaron
estaba el indiamen, construido para el comercio trasatlántico y que superaba las 1.500
toneladas, así como algunos barcos más pequeños y ligeros como las corbetas, las goletas o el
brick. El aumento del calado de los grandes buques determinó un proceso de selección en los
puertos que requerían servicios e instalaciones cada vez más complejos, lo que explica que
disminuyera el número de los importantes preparados para albergar el comercio a gran escala. El
resultado de todas las innovaciones citadas fue un aumento de los viajes, pero también la
intercomunicación por medios como el correo, cuya organización, seguridad y eficacia avanzó
grandemente en los principales países.
En el comercio Interior, la tienda permanente iba sustituyendo poco a poco las ciudades a los
mercados y ferias, cada vez más limitados al espacio rural. Muchos de los comerciantes locales se
agrupaban en gremios, siguiendo el modelo de la producción artesanal. El hecho más novedoso
fue la expansión de algunos mercados interiores, especialmente el inglés, cuyo crecimiento le
convirtió en el principal consumidor de sus productos, por encima del exterior y que fue resultado
de la consolidación de una extensa clase media con creciente poder adquisitivo, y sobre todo coma
del avance hacia el mercado nacional integrado con epicentro en Londres (el primero en la historia
de Europa) gracias al desarrollo de la infraestructura de comunicación, que lograron una fuerte
caída en el precio del transporte interno.
El comercio marítimo era cada vez más especializado y con menos riesgos, lo que permitió
reducir considerablemente el precio de los fletes al tiempo que el aumento de las compañías
dedicadas a los seguros marítimos facilitó el abaratamiento de estos. Durante la centuria, Gran
Bretaña se convirtió claramente en la primera potencia Mercantil gracias en buena medida a
los tratados de Methuen (1703) y Utrecht (1713), respectivamente su presencia legal en el

97
comercio de las posesiones ultramarinas portuguesas y españolas. Su hegemonía se vería
confirmada por la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que redujo a la mínima expresión las
colonias francesas y consolidó la presencia británica en la India y en Norteamérica, sin que el
retroceso posterior por la independencia de los EE. UU. repercutirá seriamente en su hegemonía
mercantil.
Pese a que el Mediterráneo había perdido ya definitivamente su predominio económico, en el
siglo XVIII hubo una cierta reactivación del comercio con el próximo Oriente dominado por
los turcos, en la que no solo participaron barcos neerlandeses, ingleses sino también franceses,
respaldados por las buenas relaciones diplomáticas con el imperio otomano y que la cláusula de
nación más favorecida otorgada por el sultán benefició grandemente. Este comercio tenía como
base el puerto de Marsella y se exportaban baños franceses y artículos de lujo, así como se
reportaban los coloniales. Otros puertos participaron en este comercio como el de Livorno al que
se incorporó Trieste, puerto de los Habsburgo, que permitía la salida del imperio del Mediterráneo.
El fuerte crecimiento económico de los territorios austriacos a partir de los años cuarenta
incrementó su importancia permitiéndole competir incluso con la cercana Venecia cuya actividad
mercantil, vinculada siempre al Próximo Oriente, experimentó también una recuperación en este
siglo.
Mayor fue la reactivación del tráfico en el Báltico, como muestra el hecho de que los peajes del
Sund se multiplicarán por 17 entre 1700 y 1790. Junto a los neerlandeses, comerciaban
activamente los británicos, pero también países alejados que necesitaban productos
procedentes de dicho mar especialmente los requeridos por la construcción naval. El auge
económico de países ribereños como Prusia o Rusia contribuye a explicar la actividad mercantil en
el Báltico. El crecimiento de la nueva ciudad de San Petersburgo desplazó en buena medida el
protagonismo portuario de Riga, mientras en el norte de Alemania se desarrollaban las de
Hamburgo (se convertiría en el principal centro Mercantil y financiero de la Europa del norte) y
Königsberg, perjuicio sobre todo de Lübeck.Dentro de Europa, las rutas eran múltiples y
relacionaban países y áreas diversas en distancias variables. Los productos que circulaban era
básicamente los ya conocidos de los siglos anteriores siendo la más llamativa la comunicación
entre las economías del norte y el sur, que en buena parte se resumía en los intercambios entre el
Báltico y el Mediterráneo:
• El Báltico: aportaba hierro, cobre, maderas, alquitrán, lino, cáñamo, pieles o cereales,
aunque la importancia de este último descendió en el siglo XVIII.
• El Mediterráneo: comerciaba con frutos secos, aceite, vino, lana o seda.
Gran Bretaña seguida por Francia era el país de mayor actividad del comercio europeo ya
fuera por lo que importaba del continente con por lo que exportaba o por su papel de intermediario.
La reexportación a Europa de productos coloniales desempeñó un papel muy importante,
circulando mucho más que en tiempos anteriores. El gran comercio marítimo en el Atlántico era
el que se desarrollaba con América, que aportaba entre otras cosas los medios de pago para el
comercio y la economía europeos. La mayor parte de este se centralizaba en un número
reducido de grandes puertos como Ámsterdam, Londres, Liverpool, Nantes, Burdeos, Lisboa o
Cádiz. Si el primero continuó la decadencia iniciada ya en el siglo anterior, aunque mantenía un
importante papel mercantil y financiero, Londres fue el gran puerto europeo reforzado a finales
de siglo con el inicio de la industrialización. Liverpool basó en gran medida su fortuna en el
comercio esclavista. En Francia, el predominio inicial de Nantes (primer puerto francés en la trata
de negros) fue sustituido progresivamente por Burdeos. Lisboa y Cádiz eran cabeceras de los
comercios coloniales de Portugal y España.

98
En América había 3 grandes áreas de Comercio:
• Norte: Constituida por las Trece colonias británicas, que experimentaron un formidable
aumento demográfico y un importante crecimiento económico.
• Centro: constituida por las Antillas, en las que se habían asentado diversas potencias
europeas durante el siglo anterior.
• Las extensas posesiones españolas y portuguesas.
El hecho más decisivo para el comercio de los europeos en América fue la expansión de los
cultivos de plantación pasados en mano de obra esclava que afectó a los tres ámbitos señalados si
bien en distinta medida. Aunque se trataba en todos los casos de territorios subordinados a los
intereses económicos de las respectivas metrópolis, la economía de plantación llevaba al extremo
dicha dependencia, al crear en ellos una agricultura especializada. Las diversas plantaciones,
establecida sobre todo en las islas de las Antillas, pero también en las colonias británicas del sur o
en otras zonas en las que el clima lo permitía, se dedicaban a la producción de una serie de artículos,
en su mayor parte de consumo, aunque no de primera necesidad, que era cada vez más demandados
en Europa: azúcar, ron, café, tabaco, cacao, además de otros como el algodón que conseguían a un
coste muy inferior al que venía de Oriente. Los grandes beneficios que obtenían los llevaron a
adoptar un régimen de práctico monocultivo que apenas dejaba tierra disponible para otros
usos agrícolas por lo que necesitaban ser abastecidas de alimentos y bebidas que no producían,
además de las manufacturas y otros objetos elaborados procedentes habitualmente del otro lado del
Atlántico.
Era el pacto colonial, por el que los establecimientos anglosajones en la costa norteamericana,
además de los artículos obtenidos en sus plantaciones del sur, exportaban a Gran Bretaña
productos agrícolas y ganaderos, maderas, hierro o pescado. A cambio compraban a la
metrópoli sus manufacturas y sobre todo esclavos negros, imprescindibles para su economía de
plantación, saldando con dinero (plata u oro) el mayor valor de los productos aportados por
los británicos. La situación, aunque con más protagonistas europeos, era similar en el área de las
Antillas, si bien aquí las plantaciones eran omnipresentes y el intercambio se basaba en los
consabidos productos, incluido el ron y algunas materias tintoreras, a cambio de manufacturas y
esclavos. En cuánto a las posesiones españolas y portuguesas, Brasil produjo especialmente
azúcar, y lo más importante, oro, que benefició ampliamente a los británicos. En las colonias
españolas había una producción más diversificada, en la línea de los siglos anteriores: productos
tintoreros, cuero, tabaco, alimentos coloniales (azúcar, cacao, café, etc.) y metales preciosos,
especialmente la plata que como el oro brasileño servía para compensar el mayor valor de los
productos aportados por los europeos.
La gran protagonista del comercio internacional fue Gran Bretaña. entre 1700 y 1800 sus
importaciones crecieron en un 523%, las exportaciones lo hicieron en un 568% y las
reexportaciones en un 906%. El tonelaje de su marina aumentó en un 326%. El segundo país en
importancia fue Francia que tuvo sus mejores momentos a partir de 1720-1730, una vez superada
la crisis de la Guerra de Sucesión de España y el período final del reinado de Luis XIV. Hacia
1789, pese a la derrota en la Guerra de los Siete Años, el volumen de su comercio exterior era
similar al británico, a lo largo del siglo su valor había aumentado en un 300% y el tonelaje de
su marina mercante en un 204%. En su caso, el peso del comercio europeo era mayor que el del
Intercontinental, en el que destacaba desde los años 60 el que realizaba con las Antillas, mientras
que en Gran Bretaña el notable crecimiento se basaba en el que realizaba fuera de Europa. A pesar
de la intromisión de otros países, también el comercio americano otorgaba a España un papel
Mercantil importante.

99
7.5. Las finanzas
El auge del comercio propició el desarrollo de las finanzas, especialmente en el último tercio de
siglo. En realidad, ya desde sus orígenes la actividad financiera y bancaria había surgido del mundo
de los comerciantes, ante la necesidad de tener instrumentos de pago y de crédito. Una de las claves
del negocio era la información más amplia posible sobre precios y mercancías. Al igual que
en el siglo anterior, la principal plaza seguía siendo Ámsterdam, cuyas firmas y grandes
comerciantes, a través del crédito, centralizaba en un amplio volumen de las operaciones
mercantiles. A mediados de siglo, los créditos que poseía en letras de cambio extranjeras le
rentaban unos 6 millones de florines al año. No obstante, sendas crisis en 1763 y 1773
implicaron una pérdida de confianza en este tipo de negocio, por lo que los financieros de
Ámsterdam reorientaron buena parte de su actividad hacia préstamos a gobiernos europeos,
práctica cuya importancia creció en plazas con peso específico en movimientos de capital como
Génova, Ginebra o Frankfurt. Es significativo que, hasta comienzos de los años 80, la mitad de
los capitales neerlandeses estuvieron invertidos en Gran Bretaña, sobre todo en el Banco de
Inglaterra, la East India Company y en títulos de deuda pública. En 1777 Lord North estimaba
que los neerlandeses controlaban 3/7 partes de la deuda pública británica. Para Braudel, el exceso
de dinero disponible hizo que la banca holandesa se dejará atrapar por los que llamó “pérfidos
engranajes de los préstamos a los Estados europeos”, lo que provocó serias pérdidas con ocasión
de la quiebra de Francia en 1789, la Revolución y el ciclo de guerras posteriores, que afectaron
aún más a Génova y Ginebra. Por debajo de los grandes bancos y firmas, había financieros de
diversos niveles, que como en el pasado, arrendaban rentas de diversas haciendas, realizaban
asientos con monarcas, príncipes y republicas, y gestionaban la deuda pública o escala municipal
y local, ocupándose de los abastos públicos o de facilitar el crédito a los particulares.
Actividades como el cambio, el crédito o el depósito venían realizándose tradicionalmente en
los bancos los cuales se desarrollan y asumen actividades nuevas o escasamente practicadas antes,
como la gestión de las inversiones de sus clientes o la emisión de billetes que al igual que las letras
de cambio, servían como medios de pago. Los primeros billetes fueron emitidos por orfebres
ingleses en el siglo XVII, poco antes de que el Banco de Estocolmo, creado en 1656, decidió hacerlo
en 1661 para sustituir las pesadas monedas de cobre con las que se realizaba la mayor parte de las
transacciones, fue pionero, aunque ello provocó su ruina (1664) siendo refundado como Banco de
Suecia (Sveriges Riskbank) en 1668. Las 25 entidades bancarias que había en Londres en 1725
pasaron a 52 en 1786. Fuera de Londres, una red de bancos provinciales, unos 400 en 1793,
extendían su actividad por todo el país. Muchos de los bancos privados también emitían billetes y
bonos.
En 1773 se creó una cámara de compensación encargada de controlar la liquidación de saldos con
el Banco de
Inglaterra, que regulaba el mercado monetario. Si el gran Banco Europeo del siglo XVII había sido
el de Ámsterdam, la creación en 1694 del Banco de Inglaterra, vinculado a las necesidades
financieras de la corona, supuso una importante novedad que acabaría convirtiéndolo en el
regulador de las finanzas británicas y modelo a imitar. En su origen fue un consorcio de
financieros que hizo un préstamo al Gobierno de 1,2 millones de libras en un momento de
dificultades a causa de la guerra de la Liga de Augsburgo. progresivamente conseguiría gestionar
el crédito y la deuda pública, mejoró el mecanismo de pagos dependientes del Gobierno y emitió
billetes, apoyado en sus depósitos sin el respaldo del Parlamento, si bien hasta 1742 no logró el
monopolio de emisión. Su carácter estatal tardaría en consolidarse, sufriendo durante un tiempo la
competencia de otras entidades que trataban de reemplazarlo.

100
En Francia, no hubo un Banco Nacional hasta 1800, si bien en 1776 se creó una Caja de
Descuento, que descontaba las letras, emitía billetes y prestaba dinero a la Hacienda real, lo
que le puso al borde de la quiebra en 1787 por la voracidad de esta y el impago de sus créditos. En
España, más cercana en este punto el modelo inglés, los poderosos Cinco Gremios Mayores
de Madrid desempeñaron funciones de banco público con el apoyo de la Corona, hasta que en
1782 Carlos III creó el Banco de San Carlos (origen del Banco de España) constituido al igual
que el de Londres por un consorcio de financieros. Otros bancos nacionales inspirados en el modelo
inglés se crearon en Austria (1705), Escocia (1727), Prusia (1765) o Rusia (1769).
En las bolsas, el auge de las compañías por acciones extendió la compraventa de sus títulos. En
1747, gracias a la intensa actividad financiera internacional de los negociantes neerlandeses, la de
Ámsterdam comerciaba con las de numerosas empresas privadas de diversos países, y también con
títulos de deuda pública. En 1711 se organizó en Inglaterra la Stock Exchange, una agrupación
de agentes que negociaba con los títulos de buen número de compañías del país. Una bolsa
similar se creó en 1720 en Hamburgo, y posteriormente en París (1724), Berlín o Viena (1771), las
cuales negociaban también ampliamente con títulos de deuda pública. En alguna ocasión, la
especulación y deseo de obtener ganancias rápidas provocaron problemas importantes. El caso
más significativo fue la South Sea Company, creada en 1711 y que en 1719 ofreció a la corona
la consolidación de 31 millones de deuda pública sobre la base de los beneficios mercantiles
que esperaba obtener en la América española con el derecho de asiento de negros. Las acciones
de la compañía, conocida desde entonces como la South Sea Bubble (burbuja de los mares del
sur), subieron enormemente, pero todo se desplomó cuando los esperados beneficios no llegaron.
En el lado positivo provocó el Bubble Act (1720), disposición parlamentaria que trató de evitar
casos similares. Lo cierto es que en la Gran Bretaña posterior la especulación ordenada sirvió
para financiar actividades como la construcción de canales e intervino también en sectores como
los seguros marítimos o la actividad de las grandes compañías mercantiles. Un caso de
especulación nociva, prácticamente simultaneo, fue la Banque Royale creada en Francia por
el banquero escocés John Law (1716), quien por medio de depósitos y la emisión de billetes trató
de hacer frente a una parte de la enorme deuda de la Hacienda real consiguiendo los beneficios
gracias a las ganancias esperadas por la Compañía de Occidente o del Mississippi que obtuvo el
monopolio del comercio en Luisiana. Pese a la oposición del Parlamento de París, dominado por
los rentistas, al principio ambas empresas fueron bien. En 1720 se fundieron banco y compañía,
pero la desorbitada promesa de dividendos a sus accionistas generó una oleada especulativa que
hizo explotar la burbuja quebrando el banco y provocando la huida de su fundador el banquero
escocés John Law. El papel moneda hubo de retirarse de la circulación y las pérdidas fueron
cuantiosas, con el resultado de que dejó en Francia un fuerte recelo hacia las experiencias
bancarias y monetarias que perduraría el resto del siglo con consecuencias muy negativas:
• Impidió que la Hacienda real se financiará con créditos ventajosos y tuviera la
posibilidad de dividir la carga de los préstamos más costosos.
• El mantenimiento del control de hombres de negocios particulares sobre las finanzas
del Reino contribuiría a orientar los capitales hacia la renta más que hacia la inversión
productiva.
En la segunda mitad del siglo, las principales empresas industriales de Francia fueron
financiadas ampliamente con capitales recogidos en la bolsa de París.
En España, el fuerte incremento de la deuda pública y la intervención en la Guerra de la
Independencia de los Estados Unidos llevaron a emitir vales reales, a propuesta del banquero
Francisco Cabarrús. Eran títulos de deuda que podían también ser utilizados como papel
moneda, tanto en el pago de impuestos como en el comercio al por mayor. Pronto se
devaluaron, entre otras cosas por el elevado volumen de la emisión, (452 millones de reales). En

101
1788 la deuda superaba los 2.000 millones, mientras los ingresos estaban en torno a los 618. La
creación del Banco de San Carlos (1782) había obedecido, entre otros motivos, a las
necesidades de valoración de los vales y establecer la confianza en ellos, si bien volverían a
devaluarse por nuevas emisiones para financiar las guerras de la década siguiente. A final de siglo,
con la Hacienda Real en enorme dificultad, se creó una Caja de Amortización para hacer
frente a los pagos derivados de ellos.
7.6. Manufacturas e industria. Los comienzos de la revolución industrial
Aunque la Revolución industrial dio sus primeros pasos en Inglaterra en las últimas décadas
del siglo XVIII, este fenómeno no alcanzaría su plenitud hasta el siglo XIX. Por ello, lo que
caracteriza al conjunto de Europa durante el siglo XVIII es la continuidad de las
manufacturas tradicionales, en la que los cambios afectaron que es exclusivamente a las formas
de organización del trabajo.
El siglo XVIII constituye la etapa final de los gremios, objeto de severas críticas por parte de las
nuevas teorías económicas, que llevaron en algunos casos a su eliminación. El primero en
suprimirlos fue el gran duque de Toscana Pedro Leopoldo a partir de 1770, en Francia a pesar de
la eliminación efímera realizada por Turgot en 1776, resistirían hasta la revolución; José II los
disolvió de los diversos territorios que dominaba entre 1784 y 1787 y en España, aunque la mayoría
de los gremios subsistieron, a partir de 1770 perdieron buena parte de sus privilegios y monopolios.
En Inglaterra estaban ya en plena decadencia a comienzos del siglo en favor del trabajo libre. En
el siglo XVIII se extienden 3 formas de organización del trabajo más novedosas que los
gremios, aunque ya conocidas de siglos anteriores:
Las empresas protocapitalistas: Existían actividades que, por los requerimientos del trabajo
al que se dedicaban, ya venían organizándose de forma concentrada, reuniendo en un mismo
lugar a todos los trabajadores y realizando en él todas las fases de producción como haría
posteriormente el sistema de fábrica. El alto coste en esa infraestructura si las actividades que
desarrollaban suponían también un anticipo de dicho sistema. No obstante, había grandes
diferencias, tanto por las características del mercado al que se dirigían, cuánto por el hecho de que
su producción y productividad estaban dentro de los márgenes de la economía de subsistencia.
Estas empresas protocapitalistas, como las minas, la construcción naval, los arsenales o algunas
metalúrgicas habían sido estimuladas por los príncipes en muchos casos para abastecer a los
ejércitos o la Marina activando diversos tipos de Industria rural o de manufacturas laneras como
las que ahora se crean en Berlín, Moscú o Guadalajara (1718), con la finalidad principal de vestir
a los soldados.
Las manufacturas reales: En Francia, el colbertismo del siglo pasado había llevado a Luis XIV a
establecer manufacturas reales e industrias privilegiadas para estimular la producción en
determinados sectores. Este modelo se extendió en el siglo XVIII no solo en Francia también a
los países que desarrollan el absolutismo ilustrado. Frecuentemente se concentran en
producciones de lujo que tenían un mercado restringido, aunque fueran concebidos también
como producciones de prestigio. Sin embargo, el respaldo del poder real no logró compensar
los problemas derivados de la falta de iniciativa individual y la escasa capacidad para competir
en el mercado, lo que llevó en muchos casos al fracaso financiero.
El sistema doméstico: Mucha más importancia tuvo en el siglo XVIII el sistema doméstico o
verlagssystem ya existente a comienzos de los tiempos modernos, en el que un mercader-
empresario o mercader-industrial compra la materia prima y a veces los útiles de trabajo con el
dinero logrado por su actividad mercantil y la distribuye entre numerosos hogares-taller,
generalmente campesinos, para comerciar posteriormente el trabajo elaborado en ellos. El recurso
al campo para huir de los gremios es lo que le lleva a denominarse industria rural pero recibe
también otros nombres como protoindustria y sistemas de trabajo a domicilio. En muchas
102
ocasiones, sus promotores no se limitaban a los campesinos, sino que lograban poner también
a su servicio a muchos talleres gremiales. En la manufactura lanera, frente a la importancia
pasada de ciudades como Leiden, la actividad más poderosa ahora se concentraba en una serie de
regiones que trabajaban no tanto en los paños tradicionales, como otras producciones de
menor calidad (sargas, estambres). Es el caso de Inglaterra del Yorkshire, Lancashire o Norfolk.
En Francia la industria lanera se dispersa por regiones como Normandía, Picardía, Langedoc,
Champagne o Berry; en Alemania por Renania o Berg y en España, por la Sierra de Cameros,
Bejar o los montes de Toledo. Pero el trabajo a domicilio fue también el responsable del
crecimiento de otros sectores textiles:
• La sedería (Lyon), bajo el control de medio centenar de mercaderes-empresarios, y también
en Piamonte o Valencia.
• El lino, con Flandes, Holanda, Normandía y Bretaña en Francia y la Baja Sajonia o Suabia
en Alemania.
• El algodón: las Midlands en Inglaterra, Bélgica, Alsacia, Normandía y Lille (Francia).
Neuchatel (Suiza). Dresde o Cataluña.
El sistema de industria a domicilio no se limitó al sector textil, sino también a la cuchillería en
torno a Sheffield o Solingen, la ferretería (Namur o Lieja), la pequeña metalurgia (Birmingham)
incluso la industria relojera a Suiza o diversas fases de la producción de artículos tan variados como
el pulido de espejos, la fabricación de tintes y otros. El resultado fue una notable regionalización
de la producción en muchas zonas de Europa, lo que dio lugar a lo que Pierre Léon llamó una
concentración nebulosa. Hubo empresarios que tuvieron a su mando a miles de trabajadores
dispersos para lo que contaban con una red de agentes subordinados y también otros que instalaron
talleres urbanos para el acabado de algunos productos. La manufactura de paños de la familia Von
Robbais en Abbevile, fundada originalmente 1685 a instancias de Colbert, llegó a contar con 10.000
trabajadores a domicilio y 1800 concentrados en un taller, por ejemplo. Algunas empresas
concentraron un elevado número de trabajadores, con todo, el sistema doméstico no era sino una
solución provisional con evidentes limitaciones, la principal el ritmo estacional del trabajo agrícola
a las que se unen los problemas de control de una producción dispersa, el aumento de costes del
transporte o la escasa flexibilidad frente a los requerimientos de la demanda.
Estos tres sistemas anticiparon la figura del empresario industrial:
• La concentración de la actividad productiva en un único espacio.
• Separación entre capital y trabajo.
• La necesidad de máquinas complejas.
No podían, sin embargo, hacer frente al reto de incrementar la producción y reducir al tiempo
los costes, lo cual se fue resolviendo gracias a la progresiva mecanización y a su vez concentrar
la mano de obra y las diversas fases de la producción. Tales modificaciones supusieron el inicio
de la Revolución industrial y el sistema de fábrica. Los cambios que habrían de iniciar la
Revolución industrial tuvieron lugar esencialmente en el sector textil del algodón y en la
metalurgia. La mayor adaptabilidad del algodón a los requerimientos de las nuevas máquinas
le llevó a imponerse a la lana, pero sin suponer una crisis de la producción lanera, que en el siglo
XVIII mantuvo un alto nivel vinculados sobre todo el sistema doméstico. También aumentó las
manufacturas de lino o de seda, aunque el éxito del algodón en Inglaterra supuso un salto
cualitativo que abriría una nueva era. La Revolución industrial, que se inicia en Inglaterra en
las dos últimas décadas del siglo, significo un proceso completo de crecimiento en el que
intervinieron todos los sectores de la economía y por tanto sus causas son múltiples y complejas:

103
• Aumento del capital fijo.
• Mecanización y producción en serie (Factory system), rompiendo las limitaciones
precedentes.
• Definición de los derechos de propiedad mercantil e industrial mejor que en el
continente.
• Estructura social más evolucionada con una mentalidad comercial más abierta.
• Avance de un mercado nacional sin barreras internas o ausencia de restricciones legales
al comercio.
• El comercio exterior, tanto como demanda estimulando la producción sino también como
proveedor de materias primas (algodón, tintes…). Las ganancias obtenidas con el
proporcionaron una parte importante del capital que luego se reinvertiría en la industria.
• Acumulación de inventos que ampliaron exponencialmente la capacidad productiva,
estimulados por las propias condiciones económicas y sociales de Inglaterra.
Los inventos que se suceden en Inglaterra durante las últimas décadas del siglo XVIII
convirtieron la manufactura algodonera, que a comienzos de siglo era una actividad marginal,
en la pionera de una nueva industria, los inventos más relevantes fueron:
• La lanzadera volante (1731) de John Kay, un mecanismo sencillo que aumentaba la
rapidez en el tejido, duplicaba la producción y reducía la necesidad de mano de obra, sin
embargo exigía una mayor cantidad de producto con hilos más fuertes.
• La spinning-jenny de James Hargreaves (1765), un utensilio portátil que aceleraba
precisamente el hilado, permitiendo al trabajador manejar al tiempo un número de carretes
que fue creciendo con las sucesivas versiones y al que le sucedieron más complicadas como
el waterframe, inventada por Richard Arkwright (1768), en la que podía utilizarse la fuerza
del agua y la mule-jenny o spinning-mile de Samuel Crompton (1779), que perfeccionaría
las anteriores, permitiendo trabajar con gran número de usos.
• El telar mecánico, en un principio complicado y difícil de manejar, inventado por Edmund
Cartwright y que pudo aprovechar un hilo abundante de los inventos anteriores.
Todo el proceso se complemento con inventos menores en cardado, peinado y demás labores
preparatorias. Entre 1780 y 1800, las importaciones de algodón en bruto se multiplicaron por
8 para alimentar la nueva industria, que aprovechaba además mucho mejor tal materia prima
logrando un hilo más fino y resistente.
La invención más trascendente fue la máquina de vapor cuyos primeros usos se remontan a
finales del siglo XVII (Thomas Savery 1698) y la bomba de fuego de Thmas Newcomen (1711),
basada en la presión del aire, que se aplicaba bombear agua de las minas. Fue el escocés James
Watt, quién creó una máquina de vapor (1789) que perfeccionó los años posteriores asociados
con el industrial Matthew Boulton, el cual aportó la precisión adquirida en la fabricación de
cañones. Se empezó a comercializar a mediados de la década de los 70 ahorrando una cantidad
considerable de energía y sobre todo permitiendo transformar el movimiento de vaivén en
circular el cual era también más uniforme que el generado por la energía hidráulica. Con ello
se conseguía una energía no dependiente de los caprichos de la naturaleza abriendo amplias
posibilidades a su desarrollo. Desde 1789, las máquinas de vapor de Watt y Boulton, empezaron a
utilizarse en los telares.
La otra gran industria fue la metalúrgica. Los grandes productores de hierro en bruto eran Suecia
y Rusia, pero la primera exportaba una parte importante de su producción, principalmente a
Inglaterra, que encabezó también las transformaciones de la metalurgia, y a los Países Bajos. Un

104
avance fundamental fue el que se produjo en las técnicas de fundición con la sustitución del
carbón vegetal por mineral gracias sobre todo a Abraham Darby, quien a comienzos de siglo
puso a punto en Coalbrookdale, una mezcla de hulla calcinada (coque), turba y polvo de
carbón. La esta mejora que ello supuso la producción de hierro se vio incrementada por su hijo
quien perfeccionó los sistemas de inyección de aire en sus altos hornos. En 1784, Herry Cort
inventó el procedimiento de la pudelación o pudelaje, que permitía obtener acero y hierro de
más calidad. En estos tuvo un papel muy importante en la aplicación de la química, que alcanza
su estatus científico en el siglo XVIII. La utilización del coque eliminó la ubicación obligada de
las forjas en los bosques y junto a los ríos, situándose ahora junto a los yacimientos de carbón
fósil como los del sur de Gales y de Yorkshire Hola zona occidental de las Midlands, bien
comunicadas con las fábricas por ríos navegables o canales, lo que redujo los costes de transporte.
Todo ello llevó también a que redujera su dependencia del hierro sueco, qué importaba por la
dificultad de eliminar las impurezas del suyo propio.
Los inventos y nuevas máquinas afectaron también a otros sectores como la sedería en el que
el francés Vaucanson realizó modificaciones mecánicas que se extendieron a la producción en serie
de telas pintadas gracias al cilindro de Bonvalet y Perrotin. La introducción en Inglaterra, a
comienzos de siglo, de un procedimiento de hilado o torcedura de la seda inventado en Italia en el
siglo XVI permitió la construcción en Derby de una primitiva fábrica con 300 trabajadores
funcionando con energía hidráulica. En las Provincias Unidas, se iniciaron avances en la
preparación de pasta de papel.
En Inglaterra, las nuevas máquinas y la aplicación del vapor al proceso productivo lograron
una formidable reducción de costes, al producir mucho más en menos tiempo y con menos
trabajo rompiendo las limitaciones de la localización que implicaba la dependencia anterior a la
energía hidráulica. A partir de los años setenta, la industria algodonera inglesa dio el salto
cualitativo que define una auténtica revolución productiva como demuestra la evolución de las
cifras de importación de algodón.
A comienzos del siglo XIX, la producción de algodón en Inglaterra superaba ligeramente a la de
la lana. En las exportaciones los tejidos de algodón suponen el 39% del valor total mientras
que la de la lana había descendido del 70% al 24%. Entre 1700 y 1800 las exportaciones de telas
de algodón, que es inexistentes al principio, crecieron un 5637% concentrándose en las dos últimas
décadas del siglo. También en el continente hubo un impulso de la manufactura algodonera,
aunque no en la misma medida. La producción francesa se multiplicó por dos entre 1772 y 1766
y en Cataluña experimentó un formidable crecimiento, sobre todo a partir de los años 80, aunque
se vio muy afectada por la coyuntura final de crisis de cierre de siglo. Ya desde finales del siglo
empezaron a difundirse por Europa las nuevas máquinas y adaptarse a la lana, si bien su
efectividad en un principio no fue grande, ya que la revolución industrial es un proceso complejo
que no puede reducirse la maquinización. La misma aplicación del vapor a las máquinas fue menos
compleja en el continente.
También en la metalurgia inglesa se produjo un salto cualitativo. Las mejoras de Darby y Cort
hicieron posible la fundición de grandes cantidades de hierro y la consecución de un acero de alta
calidad.
• La producción de hulla pasó de 2,9 millones de toneladas en 1700 a 10,2 millones en
1800.
• La de hierro elaborado de 20.000 en 1700 a 150.000 en 1800 y 235.000 en 1806.
• Las fábricas de los Darby que fundían 600 toneladas por año a comienzos del siglo
pasaron a 14.000 a finales.

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En otros países también aumentaron la producción y el consumo, aunque en proporciones
mucho menores. Francia producía en 1789 750.000 toneladas de carbón mineral (14 veces menos
que Inglaterra) y 150.000 de hierro. Otras regiones importantes en dicha producción fueron
Lieja, los alrededores del macizo central francés y el Valle del Ruhr o Silesia en Alemania.
Pero la mayor parte de la siderurgia europea seguía predominando las fraguas, aunque
también se extendieron los altos hornos tradicionales. Un caso característico es el de Rusia,
en la que había 141 a finales de siglo, muchos de ellos en los Urales. En 1800, más de 300.000
operarios trabajaban en sus minas y fraguas y su producción anual de hierro fundido
superaban las 160.000 toneladas.
La mecanización vinculada al inicio de la revolución industrial extendió las fábricas. El elevado
coste que hubiera implicado distribuir costosas máquinas en numerosos talleres exigía concentrar
en un único espacio haciendo que fueran los trabajadores quienes se desplazaran. Nació así
una nueva forma de organización del trabajo, el Factory System, al tiempo que comenzaban a
desarrollarse auténticas regiones industriales, caracterizadas por la concentración geográfica de
fábricas distintas y diversos tipos de industrias, que comparten infraestructuras y servicios, como
el eje Manchester-Liverpool, Birmingham, sur de Gales…
Otra Forma de concentración, en este caso vertical, agrupaba en la metalurgia desde las
minas de hierro carbón a las fábricas, o el sector textil, el conjunto de los procesos de
transformación de la materia prima hasta el acabado del producto. Es el caso, en la siderurgia
inglesa, de John Wilkinson o de la localidad de Le Creusot, en la francesa, hacia los años 80.
Surgieron también los primeros cárteles, agrupaciones industriales de empresas que
realizaban una misma actividad para tratar de controlar la producción, el mercado y los
precios y propiciarse el favor de los gobiernos, como la Gran Entente del Noroeste de hulleros
en 1771.
La Acumulación de inventos y la aplicación del vapor de las nuevas máquinas inició la era de
la mecanización, que ponía fin a la producción artesanal basada en los conocimientos y la
habilidad del artesanado, ayudado por una serie de herramientas específicas, y en ocasiones
sofisticadas. La producción de las nuevas industrias estaba orientada al mercado y no a cubrir
las necesidades básicas propias de la economía de subsistencia. Se realizaban para un
comprador desconocido y habitualmente lejano, lo que primaba la eficiencia de los métodos
de producción, la cantidad antes de la calidad, así como la organización para producir y llegar
al mercado más que la habilidad productiva. Frente a la mano de obra cualificada del sistema
gremial, ahora buena parte de los trabajos podrían ser realizados por trabajadores sin cualificación,
lo que ampliaba enormemente la oferta laboral de las nuevas industrias.

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TEMA 8.- EL SIGLO DE LAS LUCES
8.1. La Ilustración: concepto y características
La Ilustración, que constituye el elemento cultural más característico del siglo XVIII, es un
fenómeno complejo, con múltiples matices y manifestaciones, lo que ha llevado a considerarlos,
desde distintas perspectivas, como un sistema de ideas y valores, un movimiento ideológico-
cultural, o bien una actitud individual, la del hombre ilustrado. En realidad, fue las tres cosas,
abarcando la totalidad del pensamiento de la actitud de quienes participaron. Constituyó, como
afirmara Kant, la salida de la minoría de edad del ser humano, proceso de autonomía por el que
la interpretación del mundo y la vida se emancipan de la anterior tutela de la teología, tradición o
principio de autoridad, y pasan a guiarse por la razón, la luz que disponen los humanos para
guiarse. Esta idea de iluminación, opuesta a las tinieblas de la ignorancia, origina su nombre.
La confianza la razón le une directamente a la Revolución científica del siglo XVII, de la que
sería una consecuencia o culminación. El rechazo del principio de autoridad, así como la
importancia que adquiere ya entonces la razón, acabarían convirtiendo a esta en la regla
imprescindible en todos los ámbitos de la existencia. Aunque cuenta con antecedentes en el
renacimiento sus padres son los grandes pensadores y científicos de la centuria anterior, si bien el
concepto de razón de los ilustrados se vincula esencialmente al empirismo de Newton o Locke, que
rechaza las ideas innatas se utiliza la razón para ordenar la experiencia sensible, sin excluir por ello
influencias y entre ellas la muy importante de Leibniz, vinculado al racionalismo.
La ilustración se inicia en un período impreciso que iría desde finales del siglo XVII hasta las
dos o 3 primeras décadas del XVIII. Los pioneros son Inglaterra y las Provincias Unidas, estas
últimas, merced a el clima de tolerancia, la industria editorial y la huella de personajes como
Spinoza o el francés Bayle, exiliados desde 1681. No por casualidad serán los dos países más
prósperos del siglo desvelando la matriz esencialmente burguesa de la Ilustración. Pronto
arraigaría en Francia, donde adquiere características peculiares que la convierten en el
prototipo que se difundiría desde mediados del siglo por Europa y la América anglosajona e
Ibérica, si bien en otros países no alcanzó el desarrollo y la importancia que tuvo en suelo francés.
El final de la Ilustración -y de las reformas- tuvo mucho que ver también con la política, pues la
Revolución francesa, extendió los temores frente a unas ideas que habían influido sin duda en ella.
No obstante, ya en las últimas décadas del siglo, coincidiendo con las dificultades económicas
y sus repercusiones sociales, comenzaba a percibirse el influjo de la filosofía que exaltaba el
sentimiento, así como algunos elementos propios del prerromanticismo, como el irracionalismo,
la sensibilidad y otros.
En el terreno social, muchos de los ilustrados pertenecieron a las variadas categorías de la
burguesía, sobre todo las más vinculadas al saber y a la cultura. pero hubo también numerosos
nobles, así como eclesiásticos y por supuesto mujeres pertenecientes a la nobleza a la burguesía.
De lo que no hay duda es que de que la ilustración fue un fenómeno urbano, que proliferó
sobre todo en las ciudades principales ya fueran cortes o centros de vida cultural de los diferentes
países o las grandes ciudades portuarias y mercantiles.
Las características se deducen del papel principal que se le da la razón, cuya utilización se dirige
contra todas las ideas y conocimientos heredados, que han de pasar ahora por su tamiz para ser
admitidos o rechazados. Es la crítica universal, actitud crítica frente a todo, que constituye su
segunda característica. Otras son la secularización, el interés por el hombre y la naturaleza (con
claros antecedentes en el renacimiento), el afán de conocer el orden natural para aprovechar sus
fuerzas sin alterar sus leyes. El cosmopolitismo, más allá de Estados y fronteras, el utilitarismo o
la búsqueda de lo práctico que en el terreno científico implica una reacción contra saberes
especulativos y las posibilidades de la técnica que implica el deseo de mejorar la vida humana

107
y la sociedad del que surge el interés por la economía (economía política). La idea del progreso
que surge ahora supone un cambio decisivo respecto a los siglos anteriores. El pasado idealizado
deja de ser la referencia para situarse en el futuro, en un mundo nuevo alcanzar y por el que luchar,
lo que estaba plagado de significados e implicaciones. El paraíso perdido se sustituye por el mundo
del mañana.
El afán por difundir los conocimientos explica que los libros abandonen el latín y se escriban en
las respectivas lenguas nacionales, si bien el francés es el idioma internacional de los ilustrados. El
amplio desarrollo de la prensa, que había aparecido en el siglo XVII, facilita la difusión de las
ideas, frenadas sin embargo por la importancia del analfabetismo pese a los numerosos intentos de
los ilustrados por enseñar a leer y extender las luces. Una de las formas más usuales de ejercer la
crítica es la ironía llegando en ocasiones al sarcasmo con maestros refinados como Voltaire.
Las universidades, centros tradicionales de enseñanza superior, quedaron en casi todo Europa al
margen de las ideas ilustradas a excepción de algunas pocas como Viena, Edimburgo o Glasgow,
entre otras. Por lo que los lugares de expresión de aquellas, además de los libros y la prensa
fueron las academias científicas que proliferan en distintos países, las tertulias y salones, los
clubes en Inglaterra, diversas agrupaciones privadas, como las sociedades de amigos del país en
España, las logias masónicas o los cafés o teatros. Con frecuencia, las anfitrionas fueron mujeres
de la nobleza o de la alta burguesía. El personaje principal clave de la ilustración es el philosophe,
término que no se refiere a quien estudia la filosofía, sino a quien lo utiliza en sentido amplio. La
propia filosofía se entiende de una forma utilitaria y se concibe como alguien que trata de
realizar una tarea útil. Tal vez por esta practicidad, la filosofía del siglo XVIII tiene un fuerte
contenido divulgador de los principios y saberes. Como sucedió con el humanismo, los filósofos
se reconocen miembros de una comunidad transnacional y cosmopolita si bien el peso de lo
nacional es mayor ahora que en los siglos XV y XVI.
Procuran reunirse y debatir entre ellos. En su combate por cambiar las cosas no se enfrentan
únicamente a la realidad, con sus potentes inercias, sino también a muchos enemigos que les surgen.
Son los antiilustrados, que proceden de diversos sectores y cuyo común denominador es la
defensa del viejo orden: nobles que ven amenazado el régimen señorial y sus extensas propiedades
territoriales, eclesiásticos alarmados por el proceso secularizador, gentes partidarias del orden
imperante y otros. En muchos casos se apoyan en universidades, reductos de la vieja escolástica
cuyas cátedras pertenecían mayoritariamente a miembros de las órdenes religiosas. Los medios de
difusión de sus ideas son los mismos que los de sus enemigos, con la única diferencia de que
cuentan también con sermones y a veces hasta cartas pastorales de algún prelado. con frecuencia el
cruce de críticas dio lugar a muchas veces a través de panfletos o escritos breves.
Un protagonismo evidente en la oposición procede de las iglesias, mayor en sus jerarquías.
Desde el seno de la Iglesia católica hubo ataques contra la Ilustración, bien fuera en defensa de
argumentos históricos, si bien con frecuentes errores y exageraciones. Los apologetas franceses
(que buscaban demostrar la verdad de la religión revelada), crearon irónicamente el término
onomatopéyico cacouat para burlarse de sus cacareos. Otros autores reaccionaron frente al espíritu
crítico, trataron de refutar sus ideas o atacar el deísmo. Los más radicales presentan la Ilustración
como un “monstruo” vinculado a la herejía o al ateísmo. También hubo reacciones en el mundo
protestante. En Gran Bretaña, se manifestaron tanto la crítica del deísmo como del sensismo. En
la primera internet figuran una serie de apologetas cristianos, algunos de ellos clérigos, que
defendía la existencia de Dios con argumentos metafísicos y en contra del pensamiento de
individuo de Hobbes. En Alemania, más que una crítica intelectual hubo reacciones, como la
exégesis bíblica protestante o la de ciertos pietistas, como en la Universidad de Halle o en otros
lugares de Prusia en tiempos de Federico II, los cuales adoptaron tendencias místicas y
irracionalistas, que se extendieron también por otros territorios incluido el este de Francia. Las

108
reformas religiosas que se produjeron en el mundo protestante postulaban un cristianismo del
corazón, en líneas con el pietismo, que tenía mucho de respuesta contra la Ilustración.
No obstante, no es justo reducir la actitud de la Iglesia a las reacciones ante ilustradas pues hay
también una ilustración cristiana, no exclusivamente católica, que acepta la depuración de las
creencias y prácticas derivadas de la crítica ilustrada, así como las nuevas explicaciones de la
ciencia surgida en el siglo XVII, pero entiende que los valores de la ilustración y los avances
científicos pueden convivir con la fe y la práctica religiosa. Aunque la mayoría de los ilustrados
más conocidos (sobre todo en Francia) fueran deístas o ateos, la ilustración cristiana afectó a
bastantes de los personajes a los que hemos hecho referencia y seguramente a muchas personas
anónimas que participaron de la ilustración, teniendo como precedentes en el mundo católico a
figuras como Erasmo, Luis Vives o Tomás Moro, que al igual que ellos plasmaron su crítica de la
organización eclesiástica y el clericalismo, así como algunas devociones y prácticas religiosas u
otros aspectos, en la búsqueda de una religión más auténtica en la que los laicos tuvieran además
un papel mayor.
La Ilustración tuvo también sus límites, aunque en la valoración de estos, hay que tener en cuenta
el anacronismo de analizarla desde los supuestos actuales. Uno los principales fue el de la
consideración de la mujer, que apenas varió respecto a tiempos anteriores con la única salvedad
de que los ilustrados tendieron a secularizar las relaciones sociales. Filósofos como Montesquieu,
Diderot o Voltaire apoyaban el divorcio (aprobado en 1792 con la Revolución), pero no una
consideración social igualitaria de las mujeres que únicamente defendería a Condorcet en los
comienzos de la Revolución. La propia enciclopedia afirmaba que el destino de la mujer era tener
hijos y alimentarlos y Rousseau le asignaba un papel esencialmente doméstico, vinculado a la
maternidad y dependiente del hombre. Contra esta visión surgieron algunas figuras como
Theodor Gottlieb von Hippel (amigo de Kant) que en 1792 escribió un estudio en el que abogaba
por la igualdad de la mujer y una educación igualitaria o la escritora Mary Wollstonecraft (1759-
1797), que defendió los derechos de la mujer y fue precursora del feminismo.
8.2. Gran Bretaña y Francia
A diferencia del continente, en Gran Bretaña la difusión del pensamiento ilustrado se vio
favorecida por las libertades políticas y el régimen de opinión pública existentes, que contaba
con prensa periódica (el primer diario se fundó en 1702), clubes, cafés, gabinetes de lectura y otros
lugares de encuentro y debate. Tal vez por ello, su Ilustración no tuvo el carácter subversivo de la
francesa, sino que fue moderada y esencialmente filosófica, centrada en el estudio de los
problemas del conocimiento y en la religión, si bien también hubo escritores como Daniel Defoe,
cuyas novelas Robinson Crusoe (1719) o Moll Flanders (1722) encierran una visión optimista sobre
las posibilidades del ser humano, a las que se contraponen la dura sátira implícita de Los Viajes de
Gulliver, del eclesiástico Jonathan Swift (1726).
La epistemología o teoría del conocimiento profundizó en el camino que había abierto el
empirismo de Locke. El obispo anglicano George Berkeley (1685-1753), cuyo pensamiento se
conoce como inmaterialismo o idealismo subjetivo (que influiría en Kant), afirmó que solo es
evidente la existencia del espíritu o la mente, identificándola con cualidades que aprecia no
perciben los sentidos, sin que se pudiera demostrar la realidad de las sustancias corpóreas que le
sirven de sustento; es decir, la materia. Más allá fue David Hume (17111776), quien negó la
posibilidad de demostrar existencia de cualquier sustancia, tanto material como espiritual,
diferenciando impresiones e ideas; aquellas son lo único cierto y proceden de los sentidos o las
experiencias, mientras que las ideas desarrollen impresiones. El conocimiento se obtiene a través
de los sentidos, pero la mente o espíritu humano obtiene una representación de la naturaleza que
no prueba la existencia del mundo exterior. Hume niega también la causalidad que considera
indemostrable. El escepticismo de Hume o el inmaterialismo de Berkeley le sitúa en una vía

109
escasamente ilustrada, aunque ejemplo eran otros aspectos como su ética, orientada a la
búsqueda de la felicidad, o la crítica de la religión revelada y los milagros desde argumentos
racionales. Más propiamente ilustrado fue el escocés Thomas Reid (1710-1796), quien en sus
Investigaciones sobre la mente humana defendió el papel de la razón y la capacidad de conocer la
realidad, aunque estableció también como norma de conocimiento y demorar el sentido común el
cual indica sin duda alguna la existencia del mundo exterior.
Otra aportación británica a la Ilustración estuvo en la preocupación por las cuestiones
religiosas y morales. El deísmo encontró alguno de sus principales formuladores teóricos en las
islas británicas desde finales del siglo XVII. también se desarrollaron tempranamente en Inglaterra
posturas partidarias de una moral natural al margen de la religión, basadas en la idea iusnaturalista
de la existencia de un sentido moral innato en el ser humano. El tercer conde de Shaftesbury,
Anthony Ashley Cooper, hijo del protector de Locke, defendió como norma de moralidad la
utilidad y la búsqueda de la máxima felicidad, llegando a afirmar que la regla moral se adapta a
la armonía del universo, a la belleza y a la serenidad frente a los que llama extremismos religiosos.
Cree en el perfeccionismo progresivo de la humanidad y mantienen una postura optimista a
diferencia de la del médico Bernard de Mandeville, quien llegó a defender la utilidad del vicio para
la vida pública y que era necesario que subsistieran vicios como el fraude coma el lujo o la vanidad.
También hubo, antes incluso de que lo hiciera Rousseau, exaltaciones del sentimiento como las
novelas de Samuel Richardson, la poesía prerromántica de Thomas Gray o Edward Young y los
llamados poetas de cementerio.
Francia fue el epicentro de la Ilustración, sus pensadores, muchos de ellos escritores o
divulgadores, fueron los que ejercieron de forma más amplia la capacidad crítica basada en
la razón, que llevó a muchos de ellos a un radicalismo progresivo a medida que avanzaba el
siglo. Sus principales precursores nacionales fueron Bayle y Fontenelle, si bien influyeron también
los pensadores y científicos del siglo XVII, Spinoza, y la admiración por la política y la sociedad
inglesa que muchos conocían por viajes y estancias en las islas. Su marcado afán divulgador hizo
que gente como el propio Voltaire se ocuparán de difundir a Newton o Locke, siguiendo la tradición
inaugurada por Fontenelle, quien había introducido en Francia el pensamiento newtoniano.
Ya hacia mediados del siglo XVIII el movimiento ilustrado francés había llegado a su
plenitud, como muestra sobre todo el comienzo de la gran obra que fue la Enciclopedia o
Diccionario razonado de las Ciencias, de las artes y los oficios. La idea inicial consistía en traducir
del inglés con ligeras modificaciones la Cyclopaedia de Chambers (1728), pero el objetivo se fue
ampliando y bajo la dirección de Diderot y el físico y matemático Jean Le Rond d’Alembert, se
organizó un ambicioso proyecto en el que se quiso dar cuenta de los “esfuerzos del género
humano en todos los géneros y en todos los siglos”. La obra exaltaba la razón y criticaba la
tradición y la religión y contó con más de 150 colaboradores, entre ellos especialistas de todo tipo
de saberes, incluidos los principales nombres de la Ilustración francesa. Evitando hábilmente la
censura, su primer volumen se publicó en 1751 provocando ya polémica entre partidarios y
detractores. En 1752, con el segundo volumen, la Iglesia consiguió para realizarla. No obstante, la
edición pudo continuar gracias a importantes protectores en la corte, especialmente la poderosa
madame Pompadour. La polémica no hizo más que crecer a medida que aparecían nuevos
volúmenes. Se le oponían sobre todo las autoridades religiosas, los jesuitas o el delfín Luis
Fernando de Borbón (1729-1765), hijo de Luis XV, mientras que el Parlamento de París tardaría
en pronunciarse, haciéndolo en 1759 coincidiendo con la condena del papa Clemente XIII,
suspendiendo la publicación, aunque la impresión continuó de forma clandestina. Después de la
Guerra de los Siete Años, el Gobierno permitió la venta de los volúmenes ya preparados. En 1765
contaba con 17 a los que en años siguientes se añadieron otros 11 de planchas tras completar los
28 en 1772, en la segunda mitad de los años 70 se editó un suplemento que elevó a 35 el número
total de volúmenes. Fue traducida pronto a otras lenguas y reimpresa y reeditada e imitada

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por iniciativas similares en la propia Francia, Inglaterra o Alemania. La enciclopedia supuso una
formidable puesta al día de todos los conocimientos de la época desde una óptica variada de autores,
ilustrados todos ellos, pero cuyas diferencias de criterio en las diversas materias (filosofía, religión,
economía, política, etc.) muestra la propia variedad de la Ilustración, si bien todos compartían dos
elementos básicos de la misma: el uso de la razón y el espíritu crítico.
Junto a la Enciclopedia, la cumbre de la ilustración francesa estuvo representada por los 3
grandes pensadores que se ocuparon de cuestiones sociales y políticas: Montesquieau, Voltaire
y Rousseau, fueron los que lograron mayor influencia tanto en Francia como fuera.
Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755), se sitúa generacionalmente
en una fase inicial de la Ilustración. Magistrado, miembro de la noblesse de robe (fue presidente
del Parlamento de Burdeos), fue un humanista con ciertos paralelismos con su paisano Montaigne.
Sus dos obras principales son:
• Letteres persannes (Cartas persas, 1721), en las que utiliza la sátira para criticar con
dureza al despotismo, los dogmas absurdos, el papa, el clero, etc., desde el recurso
ficticio de la impresión que causa en dos viajeros persas.
• L’espirit des Lois (El espíritu de las Leyes, 1748), cuya importancia es tal que constituye
uno de los libros fundacionales de los regímenes democráticos.
Admirado por la experiencia política británica que conoció durante una estancia en Inglaterra, se
propuso analizar las condiciones de las que dependía la libertad, para descubrir los medios de
restaurar las antiguas libertades de los franceses, de acuerdo todavía con la referencia tradicional a
una edad dorada. Para ello intentó basarse en los métodos que con tanto éxito se usaban en las
Ciencias de la naturaleza. Como señala Carmen iglesias, trató de aplicar al estudio de la realidad
política y social una instrumentación teórica tomada de la física con el objetivo de elaborar una
teoría sociológica del Gobierno y del Derecho, mostrando que la estructura y funcionamiento de
ambos dependen de las circunstancias en que vive un pueblo. Pese a tal relativismo sociológico,
difícilmente compatible con unas leyes Morales evidentes, Montesquieu, influido como tantos
otros por él iusnaturalismo, creía que la naturaleza aporta un canon de Justicia absolutamente
anterior al Derecho positivo y consideraba que la sociedad se rige por una ley natural
fundamental, que identifica con la razón y que al operar en distintos medios y lugares produce
diferentes instituciones. Las formas de Gobierno, inspiradas en la división tripartita clásica son para
él la república, la monarquía y el despotismo, basada respectivamente en la virtud, el honor y el
temor. Atribuye la libertad de que goza Inglaterra a la separación de poderes y la existencia de
frenos y contrapesos entre ellos.
Pese a la trascendencia que han tenido tales doctrinas no son nuevas, ya Platón defendió una
forma mixta de Gobierno, está presente en el historiador Polibio o en el constitucionalismo
medieval y moderno y y también en los precedentes ingleses culminados en el siglo XVII con
James Harrington y John Locke. No obstante, la idea de la forma mixta del Gobierno nunca
había tenido un significado muy definido y la aportación de Montesquieu consistió en
modificar la antigua doctrina y convertir la separación de poderes en un sistema de
equilibrios y contrapesos jurídicos. El Espíritu de las leyes fue editado 22 veces en pocos meses
y traducido a numerosas lenguas, lo que prueba su éxito, pero la crítica hacia muchas de las
realidades y prácticas políticas (desigualdades fiscales, intolerancia, esclavitud, tortura, etc.)
suscitaron la oposición de importantes sectores En Francia y fuera, y en 1751 fue incluida en el
índice de libros prohibidos de la Iglesia católica.
François Marie Aroeut, conocido como Voltaire (1694-1778), es quien ha personalizado en
mayor medida la Ilustración. También su experiencia en Inglaterra le llevó admirar su sistema
político y su avanzada sociedad. También vivió en Prusia, llamado por Federico II, antes de

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recluirse en Ferney, cerca de la frontera suiza. Su carácter vehemente, irónico y agresivo, se
combinaba con virtudes como su gran inteligencia y capacidad de trabajo, así como la
independencia de criterio o la amplitud de sus intereses. Todo ello le llevó a protagonizar numerosas
polémicas. Escéptico y deísta, fue hostil a las religiones reveladas. Criticó duramente la
intolerancia, la Biblia, la Iglesia católica y el cristianismo, llegando hasta el propio Jesucristo. Su
obra escrita fue enorme, abarcando diversos géneros literarios, la historia, la filosofía o el ensayo.
En su Diccionario Filosófico (1764), muestra su mentalidad cercana a la burguesía y la opción
por las reformas en la línea del absolutismo ilustrado, contraria a extremismos políticos. En una
de sus novelas más conocidas, Candido o el optimismo, criticó el optimismo ilustrado basado en
última instancia en Leibniz, ante la realidad del mal.
El tercero de los grandes personajes fue Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), un pensador que,
al tiempo que, ilustrado, es precursor del romanticismo por su exaltación del sentimiento,
especialmente en su novela La nueva Eloísa (1760), o Las confesiones, escritas al final de su vida.
Esta doble adscripción tiene que ver también con sus contradicciones, que no se quedaron en la
teoría, sino que afectaron a su propia vida. Pese a su defensa de la educación, a la que dedicó su
importante tratado Émile ou de l´Éducation, envió al hospicio a sus 5 hijos. Vivió en diversos
lugares, Francia, sobre todo en París, en su Ginebra natal y, tras ser desterrado de Suiza, en
Inglaterra para regresar a Francia. De carácter difícil se enfrentó a los enciclopedistas con quienes
rompió a finales de los 50. Como filósofo ilustrado es uno de los que tiene mayor influencia en la
Revolución francesa por su crítica social o su defensa de la igualdad y la soberanía popular.
En su Discurso sobre el origen y fundamentos de la desigualdad en los hombres (1755) denuncia
los males que se derivan del paso del Estado de naturaleza, en que los hombres son libres, a la
sociedad civil, que les corrompe con la propiedad privada, el afán de riquezas, la injusticia o el
despotismo, si bien conviene aclarar que no concibe el estado de naturaleza como algo que haya
existido o pueda existir, sino como una mera abstracción conceptual.
En el Contrato Social (1762) desarrolla tales teorías, así como sus propuestas políticas. Considera
al hombre como bueno por naturaleza, al contrario que Hobbes, que pierde su libertad natural
incondicionada a cambio de la más segura libertad civil, en la que la comunidad, el pueblo,
cuerpo moral o colectivo que se establece en el contrato, pasa a ser el depositario inalienable de la
soberanía. Dicha cesión de libertad se realiza a cambio de ventajas como el imperio de la razón,
el Derecho, la propiedad (siempre que nos oponga al interés público) o la igualdad, y puede dar
lugar a 3 fórmulas distintas y definidas por la diferente relación entre la soberanía (el pueblo)
y los gobernantes: la democracia, la aristocracia y la monarquía.
Por último, en Émile ou de l´Éducation (1762), condenado por el arzobispo de París y las
autoridades de Ginebra, como con el Contrato Social, propugnaba una educación basada en las
tendencias naturales frente a la influencia negativa de la sociedad y en la que, además de la razón,
se insiste en la importancia de los sentidos. Pese a su condición deísta, concibe una religiosidad
interior en la que cabe la oración, como relación cordial de alabanza al autor de la naturaleza. La
huella de Rousseau ha sido enorme, probablemente la mayor de todos los ilustrados, reivindicado
por liberales, socialistas, revolucionarios o comunistas.
De entre los muchos personajes que participaron en la Enciclopedia, destacan tres:
• Diderot: Filósofo influido por Locke y Shaftesbury, autor teatral, novelista, ensayista y
personaje polifacético, con frecuencia contradictorio. Pasó de una confianza inicial en la
razón al escepticismo y el materialismo: Su postura religiosa evolucionó desde el deísmo,
a una indiferencia lo que le valió la acusación de ateísmo. En el terreno de la moral la
desliga de la religión aceptando una norma basada en el altruismo y el sacrificio propio.
También evolucionó en la política, desde su apoyo al absolutismo ilustrado a la crítica de
la sociedad y a posturas favorables a la rebelión social.

112
• Condillac: Perteneciente a una familia de noblesse de robe, se ocupó sobre todo de los
problemas del conocimiento, que consideraba fruto de las sensaciones en la línea del
empirismo lockiano, si bien pensaba que las reflexiones no eran más que sensaciones
transformadas, sin que en el internet tuviera nada que no procediera de estas. Su Tratado de
las sensaciones (1754) es la principal exposición de su pensamiento sensualista o sensista.
• Helvétius: Es una figura compleja y peculiar. Fue fermier général de impuestos, lo que le
proporcionó una gran fortuna. Considerado como un filósofo materialista, lo fue solo de
forma relativa, pues, aunque consideraba la creencia en Dios y en el alma como un resultado
de la incapacidad del ser humano de comprender la naturaleza, y veía en las religiones,
especialmente a la católica, un despotismo destinado a mantener la ignorancia para
explotar mejor a los hombres también las referencias a un Dios del estilo de los deístas son
frecuentes en su obra. La base de la moral es el interés egoísta definido como el impulso
hacia la búsqueda del placer y la eliminación del dolor. Las leyes habían de procurar
equilibrar los intereses personales con el interés general, tratando de lograr el mayor bien
del mayor número de personas. Considera a la educación como el instrumento esencial
para la reforma de la sociedad, convencido de que todos los hombres tienen la misma
capacidad para el conocimiento. La condena por el Parlamento de París y la Sorbona de su
primera obra importante, Sobre el espíritu (1758), que fue quemada, influyó en la
prohibición de la Enciclopedia en 1759.
Los dos principales defensores de la existencia exclusiva de la materia fueron La Mettie y el
barón D’Holbach. El primero, medico, publicó dos libros de título revelador: Historia natural del
alma y El hombre máquina. Si el primero lo obligó a abandonar al Ejército, el segundo le valió la
expulsión de las Provincias Unidas. La Mettie, Ateo, su norma moral era el hedonismo, defendía
la inexistencia del alma. Más radical y también más coherente fue D’Holbach. De origen alemán
y autor de numerosos artículos para la Enciclopedia sobre geología o metalurgia, para él solo existía
la materia, que es eterna y está dotada de movimiento. Ateo y contrario a todas las religiones, que
consideraba obstáculos para el avance moral de la humanidad, admite como único criterio moral
el egoísmo, lo útil, no obstante, como ser social, el hombre busca su propio interés ilustrado, es
decir, tiene en cuenta lo que interesa también por el de los demás, lo que redunda en su beneficio.
Las dos últimas corrientes, los filósofos del progreso y los utópicos socializantes, se desarrollan
sobre todo avanzado el siglo, al tiempo que se agudizaban los problemas en Francia. Entre los
filósofos del progreso destacan:
• El fisiócrata Turgot.
• El conde de Volney.
• Marqués de Condorcet (1743-1794), futuro girondino, para quien el progreso del espíritu
humano haría desaparecer la desigualdad política y social. En su obra De l´admissions
des femmes au droit de cité (1790) defendía el derecho de ciudadanía de las mujeres y el
voto femenino.
• Benjamin Constant (1777-1831), aunque perteneciente a una generación posterior,
también participa en dicha corriente confiando en que el progreso llevará a un Estado
y religión perfectos.
En los utópicos ideales fueron:
• Etinne-Gabriel Morelly, que postulaba la abolición de la propiedad privada.
• Abate Gabriel Bonnot de Mably, quien mantuvo también tesis igualitarias.
• Benedictino Dom Deschamps, que defendía la Comunidad de bienes y el amor libre, si bien
su extremismo provocó la desconfianza de gentes como Rousseau o Helvetius.
113
8.3. Alemania y otros países
A pesar de la presencia de personajes como Voltaire o Helvétius en la corte prusiana, la Ilustración
alemana fue bastante autónoma a la francesa, menos orientada a la divulgación, más
moderada y vinculada al mundo universitario. Al Igual que la Ilustración inglesa, es
básicamente un movimiento filosófico en el sentido más genuino del término, implicando además
una actitud vital. Se desarrolló en las universidades, desde el comienzo del siglo sobre la base del
iusnaturalismo precedente, su objetivo era la enseñanza de los principios económico-
administrativos y políticos como base teórica a la intervención de los gobiernos en campos muy
diversos (sanidad, educación, asistencia social) con la finalidad de conseguir el bienestar público
(wolhfart).
Los dos primeros representantes de la ilustración alemán son Christian Thomasius (1665-1728) y,
sobre todo, Christian Wolf (1679-1754), que además tuvieron una importante contribución al
Derecho de gentes.
• Thomaius: Influye el iusnaturalismo de Grocio o Pufendorf. Profesor universitario en
Leizpig y Halle, abandonó sus orígenes pietistas para exaltar la importancia de la razón,
capaz de por ella sola de conocer el Derecho natural, su interés por la búsqueda de la utilidad
de la filosofía, le hizo abogar por reformas propias de la ilustración, como la lucha contra la
tortura o los procesos de brujería.
• Wolf: Continúa la corriente racionalista de su maestro Leibniz. Fue sobre todo un
divulgador metódico del pensamiento de su maestro, lo que hizo mediante una obra amplia,
aunque no demasiado profunda. Profesor pietitsta en Halle, convencido del carácter
práctico de la filosofía, fue expulsado en 1723 por un discurso en el que defendía que las
enseñanzas de Confucio llevaban al bien por la razón natural, tras pasar por Marburgo
regresaría a ella en 1740 llamado por Federico I, Su prestigio fue grande en Alemania y la
Europa central, hasta el punto que Kant le consideró como el mayor de todos los filósofos
dogmáticos (1787), antes de que la influencia de la filosofía inglés y la evolución del
pensamiento kantiano determinaron su decadencia.
Lessing enlaza la Ilustración con el prerromanticismo, en cuya variada obra destaca su vertiente
literaria (poesía, prosa y sobre todo su importante contribución a la renovación del teatro alemán).
En La educación del género humano (1780) considero que la aportación fundamental de las
religiones positivas era la contribución al proceso de adquisición de una moral más elevada,
la cual esperaba que fuera el fruto de la ética racional. Al final de su vida escribió un texto utópico,
Ernst y Falk. Diálogos para masones, en el que anunciaba un futuro sin prejuicios religiosos, en el
que triunfaránl a fraternidad, la justicia y la igualdad. Opuesto al absolutismo de Federico II, lo
materializó en diversas obras.
La gran figura del pensamiento alemán, aunque supone una superación no la ilustración, es
Inmanuel Kant (1724-1804), precursor del idealismo y que constituye una de las grandes cumbres
del pensamiento universal, así como uno de los filósofos con mayor influencia en el mundo
contemporáneo. En la Teoría del Conocimiento, afirmó que la mente humana es capaz de
alcanzar la verdad en las Ciencias, defendiendo por tanto la objetividad de los principios de estas.
En su Crítica de la razón pura (1781) ataca la metafísica, pues considera que no conocemos las
cosas tal como son sino tal como se presentan ante nuestra facultad de conocer (fenómenos).
Superando la dicotomía entre racionalistas y empiristas, considera que el conocimiento se basa
por una parte en los conceptos a priori de nuestra percepción sensible: el espacio y el tiempo,
que no son propiedades reales de las cosas. Con dicha teoría puso límites a la razón reduciendo
su capacidad objetiva al mundo sensible y la ciencia experimental.

114
La Crítica de la razón práctica (1788) se dedica a estudiar los fundamentos de la moral y el
problema de la libertad humana afirmando que existe una razón de orden práctico que se funda
en el hecho absoluto de la ley moral, en una experiencia que está en la base de nuestro ser, a la
que denomina imperativo categórico. La ley moral como fundamento de nuestras acciones crea
en los seres humanos la conciencia del deber, qué es el concepto básico en la ética de Kant
(rigorismo kantiano). Lo no sometido a las condiciones del mundo sensible tiene sus raíces en un
mundo no sensible, inteligible, imposible demostrar teóricamente. No obstante, los postulados de
la razón práctica (Dios, le inmortalidad del alma, la libertad, etc.) son creencias racionales que es
necesario suponer para que la acción moral sea de hecho posible.
En la segunda mitad del siglo se desarrolló en Alemania el movimiento cultural del Sturm und
Drang (Tempestad e Ímpetu), exaltador de lo germánico y precursor del Romanticismo, en el
que destacan:
• Johann Gottfried Herder (1744-1803): en su variada obra destaca su condición de
historiador y filósofo de la historia. En contra del cosmopolitismo ilustrado y la idea de una
cultura basada en los modelos universales, defendió la pluralidad de culturas, arraigadas
en los diferentes espíritus de cada pueblo, lo que le abrió un amplio cauce a la valoración
de las características nacionales para el romanticismo.
• Johann Wolfgang Goethe (1749-1832): Su obra excepcional se inscribe más propiamente
en el período posterior de la Revolución francesa y el mundo napoleónico, aunque ya en
1774 inicia la ética romántica con la novela Las desventuras del joven Werther.
Aunque Carente de la originalidad de los modelos ya analizados, la Ilustración también se manifestó
en otros países, entre ellos los mediterráneos.
En España fue tardía y tuvo un alcance menor que en los que se han analizado, centrándose en
un intento de depurar la religión y las reformas que buscaban la modernización del país. Después
de los novatores de finales del siglo XVII y principios del XVIII, preilustrados que pusieron los
cimientos de la renovación científica y la valoración de la razón. La principal figura de la primera
mitad del siglo fue el benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), cuya obra principal,
el Teatro Crítico Universal, constituye una aportación fundamental en su empeño de criticar las
supersticiones, errores y costumbres irracionales. Desde mediados de siglo, con Fernando VI y
Carlos III, muchos de los principales ilustrados serán políticos comprometidos con el reformismo
como el marqués de la Ensenada, José de Carvajal, y más adelante los condes de Campomanes y
Aranda, el Conde de Floridablanca, e incluso el propio Gaspar Melchor de Jovellanos.
En la Italia de la primera mitad del siglo destacan eruditos como el modenés Ludovico Antonio
Muratori o el filósofo Napolitano Giovanni Battista Vico. Ya en plena ilustración tienen especial
importancia el jurista milanés Cesare Beccaría (1738-1790), humanizado del derecho penal el
filósofo economista Antonio Genovesti, que en 1754 ocupó la Universidad de Nápoles la primera
cátedra de economía política de Europa.
8.4. Ciencia y cultura en el siglo XVIII
La ciencia y la cultura progresaron a partir de las sólidas bases que les proporcionaban
respectivamente la revolución científica del siglo XVII y la propia Ilustración. Después del gran
cambio del siglo anterior, las Ciencias avanzaron con la seguridad que les proporcionaba el nuevo
método científico.
En las matemáticas, lenguaje en el que está escrito el universo, destacó el desarrollo del cálculo
infinitesimal hola aparición de la geometría. El principal matemático fue el suizo Leonhard
Euler (1707-1783).
En la física, los estudios e investigaciones se realizaron sobre todo en tres frentes:

115
La electricidad: frente a la idea tradicional de que la conductividad dependía del calor de
los cuerpos, el inglés Stephen Gray descubrió que la causa eran los materiales, que
clasificó como buenos o malos conductores, Asimismo puso las bases para el estudio de la
corriente eléctrica. El francés Charles François Du Fay, tras comprobar la posibilidad de
electrizar cualquier cuerpo puso de moda los experimentos con electricidad que continuó
el holandés Pieter van Musschembroek, quién descubrió la llamada “botella de Leiden”
(1745), primer condensador eléctrico. Destacaron también, entre otros varios estudiosos, los
italianos Luigi Gavini, que descifró la naturaleza eléctrica del impulso nervioso, y
Alessandro Volta, inventor de la pila eléctrica (1800). Más practico resulto el invento del
pararrayos por Benjamin Franklin, avance plenamente ilustrado, ya que demostraba que
el Rayo era un fenómeno físico y contribuye a desterrar el miedo que provocaba.
En el calor, destaca el polaco Daniel Gabriel Farenheit, el francés René Antoine Ferchault
de Réaumur y el sueco Anders Celsius (1742). Especial importancia tuvieron también los
avances del conocimiento del calor específico y la construcción del calorímetro de
Laplace y Lavoisier (1783), que servirían a Watt para perfeccionar la máquina de vapor.
En la trayectoria de los cuerpos celestes permitieron a Alexis Claude Clairaut predecir la
vuelta del cometa Halley. La exploración de los cielos mejoró gracias en buena parte a los
avances desarrollados por los telescopios. A final de siglo el francés Pierre Simon Laplace
a través de El Sistema del mundo (1796), explicó el universo de forma ordenada,
indicando su origen a partir de una nebulosa algo,que constituye la base de las teorías
actuales de la formación estelar.
En la medicina se describieron mejoras en algunas enfermedades ya conocidas y se localizaron
otras como la diabetes, las fiebres tifoideas, la varicela o la tuberculosis ósea. Las pulsaciones
y la temperatura sirvieron progresivamente para detectar la enfermedad y se empleó la electricidad
contra la parálisis, la gota o el reumatismo. En la farmacopea, la quinina se utilizó contra la fiebre
y la malaria o la ipecauna contra la disentería. También hubo avances importantes en la obstetricia
y en la cirugía que adquirió rango académico a partir de la creación por Luis XV de una Academia
de estudio en 1735. También hubo progresos en la la higiene y la medicina preventiva como la
inoculación y posteriormente vacuna contra la viruela.
En la química, aunque no se incluyó en la nueva ciencia hasta avanzada la centuria, no impidió
algunos avances en las investigaciones, especialmente en la determinación de los cuerpos simples.
Antoine Lavoisier abrió una nueva época al convertirla en una ciencia que opera con magnitudes,
como la física, dotándola de un lenguaje y un método. Estableció el concepto de elemento,
sustancia simple que no se puede dividir, contribuyó a elaborar la ley de la conservación de la
materia al demostrar que en una reacción la cantidad de materia es igual al principio y fin, e
investigó la composición del agua y la combustión, rechazando la teoría del flogisto.
Se desarrollaron las Ciencias de la naturaleza que permitirían un mejor conocimiento de la tierra,
los materiales inanimados que la componen y los seres vivos que la habitan. Los dos grandes
naturalistas fueron:
• Georges Louis Leclerc: francés, basándose en la observación y la experimentación, escribió
una Histoire naturelle, genérale et particulère, en 44 volúmenes, que era un formidable
compendio de conocimientos en el que contó con la ayuda de colaboradores. Su obra Les
époques de la Nature (1778), condenada por la Iglesia, señaló una serie de períodos en la
evolución de la tierra, abriendo un abanico de posibilidades de estudio que desarrollaría
más adelante diferentes Ciencias.

116
• Karl Linneo: Se dedicó el mundo vegetal y animal, es especialmente a las plantas. Por su
formidable esfuerzo de clasificación, basado en la nomenclatura binomial, se le considera
el padre de la moderna taxonomía. No obstante, participa de una idea estática de la
naturaleza, obra para el de la creación, en contraste con otros como Pierre-Louis Moreau
de Maupertuis (1698-1759), que consideraba que las especies actuales son el resultado
de cambios lentos y evoluciones, incluyendo la selección natural y el posterior
evolucionismo.
Junto a la ciencia también avanzó la técnica la cual permitió inventos que resultarían
fundamentales en el desarrollo industrial. Mezcla de ciencia y técnica fueron los inicios de la
aeronáutica con los primeros globos aerostáticos en la que fueron pioneros los hermanos
Montgolfier (1783), llegando a atravesarse en globo aerostático el canal de la Mancha dos años
después. También se desarrolló el telégrafo óptico de señales, y a finales del siglo los primeros
experimentos del telégrafo eléctrico.
En el mundo de la cultura y de las letras, los grandes protagonistas fueron los ilustrados que ya
se han analizado, en cuanto a los géneros literarios, predominó la prosa sobre todo en novela,
ensayo y memorias. El teatro, claramente secularizado, se centró en la vida diaria a través de la
comedia de costumbres. En las artes continuó inicialmente el barroco, el cual produjo además en
estos años la tendencia del Rococó, un arte sin grandes pretensiones intelectuales que tuvo su
principal manifestación en las artes menores, los interiores y la decoración. En la segunda
mitad del siglo se impuso el Neoclasicismo, una vuelta a los modelos clásicos, al equilibrio y la
simplicidad de las líneas. Sus principales aportaciones se vieron en la arquitectura civil en la que
destacaron diversos Palacios realizados en Europa a imitación del de Versalles. En pintura
comenzaba a predominar el retrato, signo de una época que reivindicaba al ser humano
vinculado en la pintura inglesa a la belleza del paisaje. Especial importancia tuvo la música,
barroca en sus comienzos con Bach y Händel, y que más adelante evolucionaría con personajes
como el austriaco Haydn o la gran figura del también austriaco Mozart, principal representante
del estilo clásico y tal vez el mayor genio de la historia de la música.
8.5. El catolicismo y las otras confesiones cristianas
Al tiempo que avanza en la tolerancia y la indiferencia religiosa, desciende un tanto el interés por
la Iglesia y la religión. Se trata además de un período en el que la Iglesia carece de grandes ideas
y figuras, es como si, concluido el doble ciclo de la Reforma y la Contrarreforma, instalado
una atonía, nostalgia de épocas más heroicas. A mediados del siglo XVII había concluido el gran
ciclo de Fundación de órdenes religiosas, las pocas que se crean en el siglo siguiente son poco
relevantes y en muchos casos con escasa trayectoria, la más importante los redentoristas, fundada
en Nápoles. Mientras, desde los sectores ilustrados surgieron abundantes críticas al clero y los
religiosos católicos. Se censuraba su número excesivo, las cosas formación ignorancia de muchos
de sus miembros, su fanatismo, inutilidad… Estas críticas, no siempre justas, influyeron en diversos
gobernantes ilustrados, que adoptaron medidas para reducir el número de eclesiásticos. Ya sea por
ellas, por los efectos de la época o por otros motivos coma lo cierto es que en la segunda mitad
de siglo el clero experimentó una disminución en algunos casos drástica: En la Lombardía
austriaca los regulares disminuyeron un 74% y los seculares un 11% entre 1782 y 1799; en España,
según Maximiliano Barrio, los seculares permanecieron estables, pero los regulares descendieron
un 24% entre 1752 y 1797.
La Paz de Westfalia, había consagrado la pérdida del poder internacional del papado, que fue
agudizándose desde entonces. El propio desplazamiento hacia el norte del centro de gravedad de la
política europea acabó perjudicándolo. La nueva potencia dominante era Gran Bretaña, como las
emergentes en el siglo XVIII, no eran católicas. Dentro del Europa obediente a Roma, el siglo se
caracterizó por una intensificación de las luchas regalistas, qué obedece no solo las aspiraciones

117
de los príncipes del absolutismo ilustrado por controlar a la Iglesia en sus territorios, sí no también
a la desaparición de los graves conflictos religiosos de los siglos anteriores. La existencia en el
seno de la Iglesia de una poderosa corriente es episcopalista y conciliarista, ahora reforzada,
ayudó a las aspiraciones regalistas, lo mismo que la actitud mayoritaria de los ilustrados. El
regalismo más importante fue el galicanismo francés, fuertemente mezclado con el jansenismo
político, pero dicha corriente también fue importante en otros países: regalismo en España,
josefinismo en Austria, jurisdiccionalismo en Italia, febronianismo en Alemania. Con frecuencia
se usa también el término de jansenismo en España o en Italia, tomado de la realidad francesa.
No se trataba solo de derechos sobre las iglesias de sus Estados, sino que las Cortes católicas
trataban de intervenir también en la propia cúspide del poder Pontificio, cómo se manifestaba
por ejemplo en los cónclaves. La supresión de la Compañía de Jesús en 1773 fue una
consecuencia de las fuertes presiones de las coronas. Muchas de las confesiones regalista se
plasmaron en concordatos entre los que destacan los de Benedicto XIV (1740-1758) con Cerdeña-
Piamonte (1741), Nápoles-Sicilia (1741), España (1753) o Austria (1757). No obstante, los
intentos de conseguir más poderes sobre las iglesias nacionales continuaron, con logros como
el Tribunal español de la Rota, organismo bajo el control del poder real obtenido por Carlos tercero
en 1773. Unos años antes había tenido lugar el principal conflicto realista del siglo, que influyó en
la supresión de los jesuitas, el Monitorio de Parma (1768), un documento Pontificio que condenaba
la política regalista de aquel ducado y que provocó una reacción de protesta de los otros príncipes
de la familia Borbón, que en España dio lugar a la publicación del Juicio imparcial sobre el
monitorio de Parma del Conde de Campomanes, y el establecimiento del exequatur o pase regio,
autorización real para los documentos pontificios que había caído en desuso. Las tensiones
regalistas se acentuaron a raíz del Sínodo diocesano de Pistoia (1786), que aspiraba a reformar
la Iglesia en la línea de las doctrinas episcopalista, siendo condenado por el papá Pío VI. En los
primeros años de la revolución francesa sería aprobada la Constitución civil del clero (1790), que
suponía un triunfo en toda la regla de la tesis galicanas y jansenistas, antes de que Napoleón atacara
directamente al poder de los papas Pío VI y Pío VII.
Una de las principales repercusiones del regalismo fueron las expulsiones y la supresión de la
Compañía de Jesús. La oposición a los jesuitas procede de sectores diversos, entre los que están
numerosos ilustrados y los jansenistas que ya en el siglo anterior les habían convertido en su bestia
negra. El considerable poder e influencia de los jesuitas, así como el apoyo al absolutismo, explica
una parte de tales enemistades. No obstante, esta enemistad también refleja que fueron una orden
peculiar (no son monjes ni frailes), dotada desde su fundación un especial protagonismo e
importancia en el seno de la Iglesia, en la que cuestiones como su probabilismo y el laxismo moral,
o la defensa de los ritos orientales, les habían ganado numerosas antipatías. También habían
ocupado buena parte de los confesonarios reales, de la educación de las élites, teniendo un
destacado papel intelectual y por ello generaron grandes envidias y enemistades entre las otras
órdenes, que les disputaban aspectos tan importantes como el influjo social o el dominio de las
cátedras universitarias. La oposición contra ellos no provenía exclusivamente de fuera sino
también de dentro de la Iglesia. En España, por ejemplo, la defensa de la creencia en Inmaculada
Concepción de la Virgen María les enfrentó con los dominicos. Con todo, la clave principal estuvo
en su oposición al regalismo y su especial su sumisión al papado (tenían un cuarto voto canónico
de obediencia al papa). Especial importancia tuvo también, desde mediados del siglo, el
enfrentamiento con los Borbón. Algunas cuestiones contribuyeron a desgastarles, especialmente
los conflictos vinculados a las reducciones del Paraguay por la quiebra de las empresas
comerciales en la Martinica del padre Antoine Lavalette, que llevaría a su expulsión de Francia.
El primer país del que fueron expulsados fue Portugal (1759), al que seguirían los diversos Estados
de los Borbones entre 1764 (Francia) y 1768 (Parma). La expulsión de España, apoyada en la
acusación de haber participado en los motines de 1766, dio paso a la elaboración de una pesquisa

118
secreta, que, por los métodos más variados, recopiló todo tipo de materiales en contra. Con sus
datos, el Conde de Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla, escribió el Dictamen fiscal en qué
se basaría la expulsión que constituye una suma de todos los argumentos delante jesuitismo. El
odio contra ellos llevó incluso a las Cortes borbónicas a conseguir en el cónclave de 1769 la
elección del franciscano Antonio Ganganelli, Clemente XIV (1769-1774), quien, influido por
presiones como la decisiva del nuevo embajador español José Moniño -futuro Conde de
Floridablanca- a firmar el breve Dominus ac Redemptor (1773), que decretaba la supresión de
la compañía. En compensación, Francia y Nápoles devolvieron al papá los territorios que ambas
habían ocupado antes como reacción contra el Monitorio de Parma: Avignon y el condado
Venaissin por un lado, y el Benevento y Pontecorvo, por otro.
Las expulsiones y la supresión de la compañía dieron origen a una gran desamortización
eclesiástica, sirviendo sus bienes como base para la creación de parroquias, seminarios e
instituciones educativas. Curiosamente, fueron dos monarcas no católicos quienes protegieron a
los jesuitas: Federico II de Prusia y Catalina II de Rusia. La propia Madre Teresa de Austria, al
principio es neutral, acabó apoyando la postura anti jesuítica de los Borbones, bajo la influencia de
sus hijos, el futuro José II y María Carolina, reina consorte de Nápoles desde 1768. La Compañía
de Jesús no sería restablecida hasta 1814.
La decadencia religiosa afectó también al mundo protestante, especialmente a las iglesias más
rígidamente organizadas, como es el caso del calvinismo neerlandés, afectado ya desde fines del
siglo anterior por la tolerancia y la descristianización, o de la Iglesia anglicana, cuya jerarquía se
convirtió prácticamente en un cuerpo de funcionarios al servicio del poder. Los wihgs exigieron
una sumisión absoluta como requisito para los clérigos que deseaban hacer carrera, mientras el
Gobierno dominaba el episcopado formado por miembros de la nobleza y la gentry. La decadencia
afectó menos a los luteranos y otras iglesias no tan jerárquicas.
A lo largo del siglo continuó pujante el pietismo alemán iniciado en el siglo anterior. De su seno
surgieron las iniciativas reformistas más notables, como la protagonizada por el Conde Nikolaus
Ludwing von Zinzendorf (1700-1760), que supuso el tiempo una reacción al racionalismo ateo
de la ilustración y contra la falta de tensión religiosa del protestantismo de su época. Él, que tenía
como arrendatarios de sus tierras en Sajonia a grupos perseguidos de los hermanos moravos, de
inspiración husita, creó la fraternidad o Comunidad de Hermanos de Herrnhut (1727).
Mezclando ideas pietistas con otras de los hermanos moravos y algunas propias suyas, se
propuso crear pequeñas iglesias cuyo fin era revitalizar y unificar las iglesias dentro de la
confesión luterana, por lo que se le considera unionista. La comunidad, rígidamente organizada
y dotada de severas reglas, que afectaban a la vida familiar y diaria de sus miembros, atrajo a
numerosos pietistas alemanes y hermanos moravos, pero la alarma de los nobles, los gremios y la
Iglesia luterana provocó la reacción de las autoridades que le expulsaron de Sajonia en 1732.
Estableció entonces hermandades en otras zonas de Alemania, las Provincias Unidas y los países
bálticos, la América británica (donde habían huido muchos de sus seguidores) e Inglaterra. En 1747
se le permitió volver a Sajonia y su Iglesia fue reconocida, a pesar de sus excesos irracionalistas y
sensuales que proporcionaron argumentos a sus enemigos. En 1773 sería consagrado obispo de los
hermanos moravos, que le consideraron el renovador de su Iglesia.
La influencia de Zinzendorf se extendió también al principal reformador británico del siglo,
John Wesley, quien, tras entrar en contacto con la comunidad de este en Londres, se lanzó a
predicar con su hermano Charles, exaltando la experiencia religiosa, el perfeccionamiento a
través del amor a Dios y la santificación mediante los sacramentos. Al no permitírsele predicar
las iglesias, lo hizo en las calles, logrando un gran éxito entre las clases medias y bajas con su
propuesta de una religión del corazón y la defensa de la solidaridad. Su Iglesia basada en una serie
de pequeñas comunidades (de diez a doce miembros), que, además de las prácticas religiosas,

119
debían vigilarse y ayudarse la búsqueda de la salvación. Pese a que no deseo establecer una nueva
Iglesia, sino continuar dentro del anglicanismo, el nombre de metodismo -o Iglesia metodista-
con que se conoce su reforma procede del método de disciplina interior que elaboró, logrando una
amplia difusión de las comunidades por Gran Bretaña y Norteamérica, donde pronto se
convertiría en la confesión más numerosa, a partir de la predicación entusiasta de George
Whitefield. Un aspecto importante fue su preocupación social, que llevó a sus miembros a postular
por la reforma de las prisiones o la abolición de la esclavitud.
En el siglo XVIII continuaron las tendencias unionistas, sobre todo entre los protestantes
alemanes, siguiendo la estela de Leibniz entre otros. En Francia, P.D. Rouvière, abogado del
Parlamento de París, escribió el Essai de Reunión des protestants aux catholiques-romains (1756),
dirigido a aquellos, que tuvo algunos seguidores en tiempos de Luis XVI. partía de la base de que
las diferencias entre los cristianos eran escasas, pero no parece que todos pensarán lo mismo.
8.6. Deísmo, masonería y descristianización
Muchos de los ilustrados se oponían a cualquier religión revelada, frente a la que defendían una
religión natural, basada en la razón y opuesta al Dios de los cristianos. Consideraban que los
dogmas como los milagros son contrarios a la razón, que se admite a un Dios creador, ser
Supremo causa primera, arquitecto del mundo, autor de las leyes eternas e inmutables de la
naturaleza, cuya existencia se prueba por la perfección de esta. Esta son las características básicas
del deísmo, que tiene muchos paralelismos con los librepensadores, quienes reclamaban para la
razón la independencia de cualquier criterio sobrenatural, con la peculiaridad de que el deísmo
acepta la existencia de un Dios al que se llega con la razón. Más que deísmo en singular, habría que
hablar deísmos, por la dificultad de reducir aún a las diversas posturas existentes.
• Los ingleses destacaron en los análisis teóricos.
• Los franceses fueron más prácticos y generalizados, con Voltaire, como uno de sus
principales y más ingeniosos representantes.
El deísmo no surge propiamente en el siglo XVIII, sino que tiene precedentes en los siglos
anteriores. Especial importancia tienen los deístas británicos, que constituyen una de las
corrientes del pensamiento ilustrado más potentes en las islas. Ya John Toland (1670-1722)
atacó al cristianismo y saltó la religión natural rechazándolo como opuestos a la razón,
evolucionando posteriormente a posturas cercanas al materialismo. Menos radical fue Matthew
Tindal (1656-1733) que defendió que el cristianismo era un trasunto de la religión natural. Henry
Saint-John, vizconde de Bolingbroke (1678-1751), líder de los tories, fue también deísta, aunque
se cuidó de oponerse a la Iglesia anglicana. Alexander Pope, también tory representa un deísmo
poético. Algunos de los deístas ingleses que eran una comunidad espiritual, con himnos como ritos
y ceremonias.
La masonería se inspira en las agrupaciones o confraternidades de maçons (albañiles) surgidas en
la Edad Media, especialmente entre quienes intervenían en la construcción de grandes templos.
Basadas en principios religiosos, se dotaron de símbolos y contraseñas y usaron el secreto para
protegerse. A partir del siglo XVII comenzaron en entrar en ella gentes de extracción más
elevada, con mayor formación intelectual, en calidad de miembros honorarios o free-maçons, de
donde deriva el termino “francmasón” que identificará posteriormente a los masones. En la Gran
Bretaña, muchos de ellos fueron jacobitas, deístas o gentes de otros grupos mal considerados
que encontraron en la presencia a una logia (nombre que recibía el local en que se reunían) una
forma secreta de crear relaciones y organizarse. Al cabo, los francmasones se separaron de las
agrupaciones ordinarias y en 1717 (considerada la fecha inicial de la masonería especulativa o
filosófica), cuatro logias de Londres se federaron, constituyendo la Gran Logia de Inglaterra,

120
que adoptó una estructura interna basada en los gremios. En 1723 aprobó las Constituciones de
Anderson para regirla.
Pronto se difundió por el continente, aunque los tiempos y grados de implantación variaron.
También evolucionó y surgieron divisiones, como la del rito escocés, que se desarrolló en Francia
avanzado el siglo. El recelo de las autoridades se debió en buena parte a su esoterismo y secretismo.
En Francia fue más abierta y celebró reuniones con presencia de filósofos y otras gentes. En
1738, el gobierno neerlandés la prohibió. Más adelante el papa Clemente XII la condeno, al igual
que sus sucesores y diversos gobiernos. En España Fernando VI y su hermano Carlos III (primero
en Nápoles y luego en Madrid), en Prusia fue apoyado en principio por Federico II, pero luego se
sintió decepcionado, al igual que Catalina II que reacción contra ella en 1779. También llegó a
América, primero la anglosajona y luego a la ibérica. Franklin y los tres primeros presidentes
de los Estados Unidos fueron masones, de cuño británica, conservadora, reglamentarista y
algo aristocrática, distinta de la anticlerical y politizada de los países mediterráneos.
La masonería es en parte un fruto de la Ilustración, aunque recibe de otras influencias. Opuesta a
los ateos, defendía el deísmo, el culto al gran arquitecto, la moral natural, fraternidad y tolerancia.
La razón y la idea de progreso eran parte esencial de sus convicciones, que los llevaba a
promover la virtud y la caridad. Entre sus miembros y pese a las jerarquías internas se practicaba
la fraternidad y la igualdad, si bien muchas logias estaban limitadas a nobles y la mayoría excluían
a mujeres y judíos.
Además de la masonería hubo en el siglo XVIII numerosas sectas, entre las que destacaron los
Rosacruces, que reivindicaban precedentes en los siglos anteriores, o los iluminados fundados en
Baviera, por Johann Adam Weishaupt (1776) para ayudar al triunfo de la razón y la religión natural.
En Alemania, donde tuvieron mayor presencia, ambas se mezclaron a veces con la masonería, lo
que contribuyó al desprestigio de esta.
También aumentó el ateísmo y la indiferencia religiosa, especialmente en Francia, extendiéndose
en ciertos ambientes el proceso de descristianización. En Francia destaca Jean Meslier, cuyos
textos fueron conocidos por la antología que hizo Voltaire, que, desde el deísmo y el absolutismo
ilustrado de aquel, desdibujaba el ateísmo y el radicalismo político del autor, cura párroco de las
Ardenas, cuya obra se considera por muchos como el texto fundacional del ateísmo y el
anticlericalismo franceses. El cura Meslier habla con acritud de la inexistencia de Dios, la
falsedad de todas las divinidades y religiones, y critica duramente la Iglesia y Jesucristo. Su
ateísmo radical es también una reacción ante la injusticia y la explotación del pueblo, en la que
denuncia la vinculación de la Iglesia y el poder, y preconiza la revolución y la abolición de la
propiedad privada.
De la Ilustración arranca la fractura entre razón y fe, que produjo también una quiebra entre
cultura y la religión. Aquella se emancipó de esta, al tiempo que se iniciaba la marginación de lo
sobrenatural, lo cual suponía un cambio radical con respecto al pasado y habría de convertirse más
adelante en una de las características del mundo actual. En otro sentido, la relativa secularización
tuvo efectos positivos como la mejora de las condiciones de vida de las minorías religiosas, la
desaparición paulatina de las quemas de brujas o la decadencia de la Inquisición española.

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TEMA 9. LAS RELACIONES INTERNACIONALES
El siglo XVIII fue un período de intensas guerras. Los derechos dinásticos continuaron teniendo
una enorme importancia en las relaciones entre príncipes, la religión, en cambio, fue disminuyendo
su protagonismo. Desaparecida la hegemonía española, o al final la francesa, que había
caracterizado los siglos anteriores, el predominio se repartirá entre varias potencias. En este siglo
se profesionalizó la diplomacia, el número de embajadas y representaciones creció de forma
considerable, al igual que la red consular. También para su éxito, las secretarías de Estado
encargadas de los Asuntos Exteriores desarrollaron servicios auxiliares de traductores, archiveros,
expertos en cifras, asesores jurídicos y otros.
9.1. La Guerra de Sucesión española
A la muerte de Carlos II (1700), la mayor parte de las potencias europeas, con excepción del
Imperio, reconocieron como heredero a Felipe V. Sin embargo, Luis XIV, quién influía
descaradamente en su nieto, no tardó en obtener beneficios de la nueva situación. Así, el
soberano francés por lo que los derechos de Felipe al trono francés y se apresuró a enviar tropas a
los Países Bajos españoles para expulsar a las guarniciones neerlandesas establecidas en virtud de
la paz de Ryswick. También mandó flotas y comerciantes franceses a los puntos estratégicos del
comercio hispano con las Indias y logró la concesión a una compañía francesa del monopolio del
tráfico de esclavos (1702). Su prepotencia alertó a Inglaterra y las Provincias Unidas, que
decidieron apoyar al emperador con quien constituyeron la Gran Alianza de La Haya (1701).
La respuesta de Luis XIV fue reconocer al pretendiente Estuardo, Jacobo III, quien acababa de
heredar los derechos de su padre, lo que provocó una oleada de belicismo entre los whigs ingleses
que dirigiera entonces el Gobierno. En 1702, la Gran Alianza declaró la guerra a los Borbones,
iniciando un conflicto que afectó a buena parte de Europa, en el que estaban en juegos dos
cuestiones esenciales: la hegemonía continental vinculado a la posesión de toda o una parte
sustancial de la herencia de Carlos II, y el comercio colonial.
El conflicto dividió la mayor parte del continente en dos bandos antagónicos:
• Los aliados: a los que se unieron Dinamarca, Prusia, la mayoría de los príncipes alemanes,
y a partir de 1703, Saboya y Portugal.
• Francia y España: apoyados por el elector de Baviera y los pocos poderosos Colonia y
Mantua.
El 12 de septiembre de 1703, en Viena, los aliados proclamaron rey de España al archiduque Carlos
de Habsburgo, con el nombre de Carlos III. La unidad de cada uno de los bandos distaba de ser
real pues había en ellos desavenencias que influirían en el curso de la guerra, especialmente graves
entre los aliados. Inglaterra y las Provincias Unidas, por ejemplo, tenían sus propios objetivos
y más que defender los derechos del archiduque prendieron reparto de la Monarquía de España. La
guerra recordaba bastante la última de las colecciones europeas frente al expansionismo de Luis
XIV, pero no tuvo exclusivamente una dimensión internacional, sino que afectó también a España,
en la que desde 1705 y gracias al apoyo de los aliados los partidarios del pretendiente austriaco, los
austriacistas, consiguieron dominar los territorios de la corona de Aragón, abriendo un nuevo
frente de lucha. Más aún, cada uno de ambos conflictos se resolvió de forma distinta. Mientras
la guerra continental favoreció a los aliados en España el triunfo correspondió al bando borbónico.
La guerra se desarrolló en el norte de Italia, Los Países Bajos, el Rin y, ocasionalmente,
Francia. A España apenas la afectó hasta 1705 y se produjeron asimismo acciones menores en
ambas Américas. Aunque en el norte de Italia hubo enfrentamientos entre Francia y el imperio a
mediados de 1701, las primeras batallas importantes se produjeron en el verano de 1704 en
Baviera, cuando los aliados mandados por el duque de Marlborough, el príncipe Eugenio de
Saboya y Luis de Baden, vencieron en dos ocasiones sucesivas a los franceses y bávaros que

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pretendían tomar Viena, la segunda, la Batalla de Blenheim (o segunda Batalla de Höchstädt), con
el resultado de que Baviera permaneció ocupada por los austriacos hasta el final de la guerra y
Francia amenazada tuvo que abandonar los territorios alemanes. Francia sufrió también un
retroceso en los Países Bajos y en el norte de Italia donde es una alianza con Saboya se rompió en
1703.
Por primera vez en 1705 Luis XIV intentó negociar, dispuesto a un reparto de los territorios de
la Monarquía de España. La situación habría de empeorar, según Joaquim Albareda, 1706 fue el
annus horribilis para el bando borbónico. En mayo John Churchill, duque de Marlborough,
venció en Ramilies, al norte de Namur, lo que obligó a los franceses abandonar buena parte de los
Países Bajos españoles. En Italia tuvieron que levantar el asedio a Turín tras lo cual los aliados
conquistaron los ducados de Milán y Mantua y en España una expedición aliada conquistó
brevemente Madrid durante el verano. En 1707 se produjo la primera gran divergencia entre la
guerra internacional y la de España. En la primera una expedición austriaca de 10.000 soldados
se apoderó sin apenas resistencia del Reino de Nápoles. España perdió en dos años ante Austria sus
dos principales enclaves italianos. Sin embargo, cuando peor estaban las cosas en el bando
borbónico, el duque de Berwick, hijo natural del desposeído rey de Inglaterra Jacobo II, derrotó
a los aliados del Conde de Galway y el portugués marqués Das Minas en la Batalla de
Almansa, cambiando el rumbo de la guerra en la península Ibérica y facilitando la reconquista de
los reinos de Valencia y Aragón y el inicio de la de Cataluña.
El avance aliado en Europa continuaría en los años siguientes. En 1708 conquistaron el Reino
de Cerdeña, y sobre todo lograron el importante triunfo de Oudenarde, en el alto Escalda, que obligó
a los franceses a retroceder a la zona entre Gante y Brujas. Meses después los aliados entraron en
el territorio francés donde se apoderaron de una serie de localidades incorporadas años atrás por
Luis XIV como Lille, que constituye uno de los puntos claves de la línea defensiva construida por
Vauban. En 1708-1709 los franceses llegaron al límite tras la rendición de Tournai y Mons, lo
que se unió a un invierno muy frío y una mala cosecha extendiéndose la carestía y el hambre. Tras
la derrota en la llanura de Malplaquet (septiembre de 1709), y las posteriores conquistas aliadas, el
soberano francés o su territorio invadido y el país exhausto, estuvoa.de abandonar a Felipe V a su
suerte en las conversaciones de paz de Gertruyindenberg (1710), solo lo impidió la presión excesiva
de los aliados, quienes le exigieron que expulsará a Felipe V del trono.
En 1710 se produjo en España el proyectando contraataque aliado una vez que el emperador
José I, tras vencer a los rebeldes húngaros que apoyaba a Luis XIV, pudo enviar tropas a Barcelona,
poniendo de evidencia la fuerte dependencia de los austracistas de la ayuda exterior, mientras Felipe
desde 1709 apenas tenía ayuda de fuera. Una segunda expedición le permitió reconquistar el Reino
de Aragón y entrar nuevamente en Madrid, también por poco tiempo, sufriendo las derrotas de
Brihuega y Villaviciosa (diciembre de 1710), a manos del duque de Vendome, que les impidieron
conservar el reconquistado Reino de Aragón.
Pese a estos éxitos en un secundario frente, la guerra mantenía la tendencia claramente favorable
los aliados, pero la situación cambió con la nueva década cuando por acontecimientos ajenos a la
guerra: llegada al poder en Inglaterra de los tories (1710), cansados de la guerra y los daños a
sus intereses mercantiles, y especialmente la muerte del emperador José I en 1711, que convirtió
al archiduque en el nuevo emperador Carlos VI, empujó la situación a la paz. La solución
austriaca no convenía ya que se convertía en una amenaza (unir a las posesiones austriacas el
Imperio español), el cansancio generalizado, el incendio de Río de Janeiro por los corsarios
franceses (1711) o el triunfo del duque de Villars sobre Eugenio de Saboya en Denain (1712) se
aceleró las conversaciones de paz. Por otro lado, la guerra en España se había decantado
claramente en favor de Felipe V, gracias al apoyo de los castellanos, si bien el conflicto interior
se prolongó más que el internacional y la resistencia austracista continuó con dos enclaves que

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tardaron en caer: el 11 de septiembre de 1714 el general francés duque de Berwick tomó Barcelona,
y al año siguiente Mallorca.
9.2. El sistema de Utrecht
En las conversaciones de paz, el temor a que pudieran reforzarse demasiado las Casas de
Borbón o Habsburgo llevó iniciativas como la formulada por los británicos en 1712, y que fue
aceptada por Luis XIV, aunque no por Felipe V, de que el duque de Saboya fuera coronado rey de
España y Felipe V obtuviera cambio Sicilia, Piamonte y Saboya, manteniendo como era el deseo
de su abuelo, sus derechos a la corona de Francia. Otra posibilidad sugerida por el archiduque-
emperador, era que España y las Indias pasaron al duque de Saboya, que le entregaría a cambio sus
Estados y le reconocería -de forma honorífica- el título de rey de España además de casar al príncipe
de Piamonte con una de las hijas del fallecido José I. El problema era que Luis XIV no aceptaba
la renuncia de Felipe V al trono de Francia, lo que incrementaba las posibilidades de que un
tercero, el duque de Saboya (descendiente de Felipe II y citado como tal en el testamento de Carlos
II) se convirtiera en rey de España. Al final Felipe V aceptó la exigencia británica de renunciar
a sus posibles derechos a la corona de Francia, realizándolo formalmente ante las Cortes de
Castilla en noviembre de 1712, y el tratado firmado en Utrecht en 1713 (complementado con los
de Rastatt y Baden de 1714) fue mejor para él de lo que podría haber sido.
La derrota del bando borbónico supuso la desmembración de la monarquía transmitida por
Carlos II a Felipe V. El objetivo del último de los Austrias españoles quedo incumplido y en
adelante España se reduciría básicamente al territorio actual, aunque conservando su inmenso
imperio de ultramar. Las paces reorganizaron Europa mediante el reparto de los territorios que
habían pertenecido a la Monarquía de España, pero marcaron Asimismo la derrota final de Luis
XIV y el fin de la hegemonía francesa. Las paces incluían buen número de acuerdos de carácter
político, territorial y comercial:
• Políticos:
o Reconocimiento de Felipe V como rey de España (aceptado por todos los firmantes
alteración del emperador).
o Luis XIV se vio obligado a interrumpir su apoyo a los Estuardo. o Dos soberanos
europeos fueron elevados a la categoría de Reyes: El elector de Brandeburgo, que ya
en 1701, dentro de la preparación diplomática del conflicto, había obtenido del
emperador el título de rey de Prusia, y el duque de Saboya, quien pasó a ser
también rey al recibir de España el Reino de Sicilia.
o Se aceptó la creación por Leopoldo I del noveno electorado imperial: Hannover,
vinculado en Inglaterra por el Act of Settlement (1701), que adjudicaba a los
duques la sucesión del trono inglés, como sucedería en 1714 con la llegada de Jorge
I de Gran Bretaña.
• Territorial:
o Austria tuvo en su poder el ducado de Mantua, recibió todos los dominios
europeos que hasta entonces dependían de España, a excepción de Sicilia: Países
Bajos, Luxemburgo, el ducado de Milán, los presidios de Toscana, El Reino de
Nápoles y el de Cerdeña.
o El duque de Saboya obtuvo Sicilia además de algunos territorios de la Lomellina y
la Valsesia, que pertenecían hasta entonces el ducado de Milán y el ducado de
Monferrato (quitado al duque de Mantua por su apoyo a los borbónicos).
o Francia tuvo que abandonar algunas de las localidades más avanzadas
conseguidas recientemente los Países Bajos como Tournai o Ypres y demoler las
125
fortificaciones de Dunkerque frente a la costa inglesa, pero sus pérdidas principales
fueron en América donde cedió a Inglaterra Acadia y la isla de Terranova (importante
pesquería), la bahía de Hudson, en la que se abastecía de pieles, y la isla de San
Cristóbal en las Antillas. A cambio incorpora definitivamente el Principado de
Orange, posesión de la familia principesca holandesa en el interior de Francia.
o Las Provincias Unidas, escasamente recompensadas, recibieron el derecho a situar
guarniciones defensivas en la frontera con Francia (Ypres, Charleroi, Gante,
Namur…).
o Prusia pasó a dominar el Güeldres español y el principado de Neuchatel en Suiza. o
Gran Bretaña: Gibraltar y Menorca, tomados por agrupaciones navales en el curso
de la guerra en 1704 y 1708 respectivamente.

• Comerciales: Fueron las principales ganancias de Gran Bretaña, especialmente comercio


con las Indias o Título de nación más privilegiada en el comercio colonial hispano (que
poseía antes Francia).
o Derecho de asiento: permitía durante 30 años el monopolio del comercio de negros
(4800 esclavos anuales), con una escala en el Río de la Plata.
o Navío de permiso: tenía derecho a enviar, una vez al año con cada flota española y
libre de aranceles, un buque mercante de 500 toneladas a las Indias españolas
(Veracruz y Portobelo).
La realidad superaría con creces ambas concesiones, que supusieron la primera quiebra legal del
monopolio hispano sobre el comercio de sus Indias.
o Las cláusulas comerciales afectaban también a Francia, cubo de conceder a Gran
Bretaña el establecimiento del arancel de 1664, mucho más liberal que el de 1667, y
se comprometió a otorgarle el tratamiento de la nación más favorecida, al tiempo que
renunciaba a los privilegios concedidos por el Felipe V a los comerciantes franceses.
Gran Bretaña se consolidaba como la gran potencia Mercantil del futuro, apoyada además de
las grandes ventajas que el reciente tratado de Methuen le otorgaba en relación con Portugal
y sus colonias.En ciertos aspectos, la Guerra de Sucesión de España no fue sino una más, aunque
las más decisivas de las guerras mercantiles y coloniales iniciadas en el siglo anterior y que habrían
de intensificarse.
La Paz de Utrecht consolidó el predominio comercial británico frente a Francia en un momento
en el que las Provincias Unidas estaban ya muy lejos de su antiguo esplendor. En lo sucesivo, los
capitales de los neerlandeses se dirigirían con mayor frecuencia hacia empresas, las
compañías y los empréstitos ingleses que hacía los negocios de su propio país. La rivalidad
colonial anglo-francesa no estaba aún resuelta y se agudizaría en el siglo XVIII, aunque la Paz
de Utrecht inclinaba claramente la balanza en favor de Gran Bretaña. Los territorios cedidos
por Francia fueron el primer paso hacia el monopolio británico de América del Norte donde el
Canadá francés se veía acosado por los británicos, al tiempo que los territorios oficialmente
franceses, desde el San Lorenzo al Mississippi, bordeaban por el oeste las colonias inglesas de la
costa. El objetivo principal de los tratados era evitar que pudiera surgir una nueva
hegemonía, la cuestión era cómo conseguirlo. Solo la existencia de una normativa superior -pese
a la dificultad de exigir su cumplimiento- podría poner cierto freno, pero el Derecho internacional
apenas había desarrollado. Por ello, no quedaba otra alternativa que la fuerza y es lo que se trató de
hacer al establecer el sistema del equilibrio europeo, a partir de una idea que se había desarrollado
en las últimas décadas del siglo XVII y la que tenía bastante que ver la contraposición de 2 grupos

126
antagónicos en el seno de la política británica. Su base eran Francia y Austria, dos poderes
continentales fuertes y enfrentados, quedando Gran Bretaña como el fiel de dicha balanza, el
garante exterior desde su aislamiento insular y su dominio de los mares. Este equilibrio exigiera la
colaboración de todos, independientemente de sus relaciones con los poderes dominantes. Es lo
que se pretendió realizar, con poco éxito, mediante congresos como los de Cambrai y Soissons en
la década de los veinte.
9.3. Gran Bretaña y Francia como garantes de la paz
En realidad, el sistema diseñado en las paces que pusieron fin a la Guerra de Sucesión era de
un equilibrio inestable; no por Francia, bastante satisfecha de haber conseguido mantener peso su
retroceso internacional las principales adquisiciones del reinado de Luis XIV, sino por Austria. El
emperador seguía reivindicando la herencia española, a la que se unía un problema más grave la
falta de un heredero varón que convirtió a la sucesión en la obsesión diplomática de Carlos VI,
obligándole a una negociación continua en el imperio y las cancillerías europeas para conseguir
que reconocieron la Pragmática Sanción promulgada en 1713 que establecía el derecho preferente
de sus hijas en caso de ausencia de varón. Su aceptación no iba a ser fácil, y muchos países supieron
sacar partido de su debilidad:
• Inglaterra: Molesta por las ambiciones mercantiles del emperador, no la aceptó
inicialmente, pese a que ella mismo hubiera adoptado poco antes parecidas soluciones
sucesorias.
• Francia: vio la ocasión para debilitar a su enemigo.
Carlos VI fue sumando apoyos en las diversas cortes del Imperio, pero no pudo evitar
movimientos en su contra, estimulados en ocasiones por Francia lo que impidió que Austria
ejerciera el papel que se había pensado para ella como segundo centro de gravedad de la política
de equilibrio. Además, la política de Europa centro-oriental estaba caracterizada por la
fragmentación y la escasa estabilidad política, a lo que se incrementó la crisis del imperio. Ello
obligó a una temprana rectificación del esquema inicial, sustituido por una alianza entre la
Gran Bretaña y Francia, acordada ya en 1716 una vez desaparecido Luis XIV, y que, aunque no
estuvo exenta de recelos y tensiones, no se rompería hasta 1731.
El primer ataque al equilibrio surgió con el llamado revisionismo español de Utrecht,
consecuencia del malestar por la pérdida de los territorios italianos. Se unían una reivindicación
del propio Felipe V, que al poco tiempo de haber ocupado el trono había viajado sus posesiones
italianas, que seguía considerando parte de su patrimonio dinástico a la que se unían la presencia
de italianos en la corte donde no había desaparecido la vieja idea de una unidad de la Monarquía
inspirada en el testamento de Carlos II. Un tercer elemento eran los intereses de la segunda
esposa del monarca, Isabel de Farnesio, quien tenía evidentes posibilidades sucesorias tanto a
los ducados de Parma y Piacenza, pertenecientes a su familia, como el de Toscana, carente de
heredero. El consejero de Felipe V era entonces el eclesiástico parmesano Giulio Alberoni, que
había desempeñado un papel decisivo en el matrimonio del Rey. Con el pretexto de la detención
del inquisidor general José Molines en Milán, se organizó una flota que meses después del
nombramiento de Alberoni como cardenal, conquistó sin demasiados problemas Cerdeña
(1717), aprovechando que el emperador estaba ocupado en la guerra contra los turcos (1716-1718).
La facilidad de la conquista, a la que colaboró el apoyo de los sardos, estimuló una segunda y más
ambiciosa expedición que el año siguiente se apoderó del reino de Sicilia. Nuevamente resultó
decisivo el apoyo interior señal de las simpatías creadas por la larga presencia española en tales
reinos. Ambas conquistas eran además una prueba de la capacidad naval y militar de España, pero
la preparación diplomática no había logrado el respaldo francés, por lo que este país, Gran
Bretaña, las Provincias Unidas y Austria constituyeron la cuádruple alianza (1718). En agosto,

127
la flota inglesa infligió a la española una severa derrota en la batalla del Cabo Passero, en el extremo
suroriental de Sicilia y en diciembre el resto de los integrantes de la alianza declararon la guerra a
España que al final hubo de negociar desde la debilidad después de que un cuerpo de Ejército
francés tomará Fuenterrabía y San Sebastián. Por el tratado de La Haya (1720), Felipe V
renunció a las conquistas, se adhirió a las cláusulas de Utrecht y renunció nuevamente a sus
aspiraciones al trono francés, motivo principal de sus malas relaciones con el regente duque de
Orleans. Ya en sus primeros contactos, el regente y el ministro inglés James Stanhope habían
acordado satisfacer tanto a Austria como España. A cambio de que abandonara cualquier
reivindicación sobre esta, el emperador recibiría el Reino de Sicilia qué cambiaría al duque-
rey de Saboya por el menos importante de Cerdeña. En cuanto a España, el Infante Carlos de
Borbón, hijo mayor de Felipe V e Isabel de Farnesio, sería reconocido como heredero del gran
ducado de Toscana. De momento, sin embargo, solo tuvo efecto el cambio de Sicilia por Cerdeña.
Esta primera crisis reforzó la alianza franco-británica, que se veía respaldada respectivamente
por las ambiciones del regente a heredar el trono en caso de que muriera el pequeño Luis XV y la
necesidad de apoyos de Jorge I, recién instaurado en el trono británico. El acuerdo logró también
neutralizar los riesgos para el equilibrio procedentes del sudeste europeo y del Báltico mediante su
apoyo a las paces de Passarowitz (1718) y Nystad (1721), fue, no obstante, una solución débil y
provisional. La emergente supremacía rusa en el Báltico era una amenaza para la hegemonía
marítima británica, lo mismo que las ambiciones de Austria en el comercio marítimo, al que accedía
desde el norte del Adriático, y, sobre todo, por los puertos de los Países Bajos. La mala sintonía
con la familia Borbón española era un evidente elemento de debilidad para Francia. Para reforzar
la relación familiar, en 1721 firmaron un tratado defensivo en el que entre otras cosas estipulaba
un doble matrimonio hispano francés que incluía a Luis XV y al Príncipe de Asturias, y acordaba
la colaboración francesa para la recuperación de Gibraltar. El rey de Inglaterra y duque de Hannover
no mantenía buenas relaciones con el emperador, por lo que se sumó de forma efímera a este
acuerdo, comprometiéndose a solicitar del Parlamento la devolución de Gibraltar.
El malestar español constituía en los primeros años 20 el principal motivo de inquietud en la
política europea. Pero, a diferencia de los tiempos de Alberoni, el objetivo de Italia no era tanto
la recuperación de los antiguos reinos del sur si no se centraban en los ducados de Parma,
Piacenza y Toscana, cuyos duques carecían de sucesor directo. En 1724-1725 se reunió el
Congreso de Cambrai, con el objetivo prioritario de resolver las tensiones suscitadas entre
Austria y España a propósito de los ducados, intentando poner en práctica la política de
entendimiento internacional diseñada en Utrecht, pero fue un fracaso. Influyó la resistencia del
emperador a renunciar a la soberanía sobre Parma y Piacenza y el conflicto hispano-inglés sobre
Gibraltar, a lo que se uniría más adelante el alejamiento entre Francia y España. Inesperadamente,
en enero de 1724 Felipe V abdicó, si bien volvería al trono meses después tras la muerte prematura
de su hijo Luis I.
El hecho de que no se solucionarán los problemas pendientes explica en buena parte el primer
gran cambio de alianzas del siglo, que acercó a Madrid y Viena, ambos necesitados de apoyo
internacional para sus aspiraciones. El personaje clave en España fue el barón de Ripperdá, un
aventurero neerlandés que alcanzó un gran poder en la corte al comienzo del segundo reinado de
Felipe V. Este acercamiento implicaba para España el abandono de la alianza francesa, si bien los
acontecimientos se precipitaron cuando el duque de Borbón, nuevo regente, devolvió a Madrid a la
pequeña infanta española María Ana victoria, enviada a Francia desde 1721, con 3 años para su
futuro matrimonio con el rey de Francia. Unas semanas después, 30 de abril de 1725, se firmó el
tratado de Viena, por el que el emperador reconocía al rey de España y Felipe V la Pragmática
Sanción, ambos pactaban una alianza defensiva frente a Francia e Inglaterra, y Carlos VI prometida
en matrimonio a una de sus hijas y aceptaba la herencia del Infante Carlos a los tres ducados
italianos.

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A instancias de Gran Bretaña, se formó como reacción la Liga de Hannover, que incluía
Francia, las provincias Unidas y durante un tiempo a Prusia que abandonó la Liga intimidada
por la formalización de la alianza entre Austria y Rusia en 1726. La situación nos llevó a la guerra,
gracias sobre todo a la llegada al poder en Francia del cardenal André Hercule de Fleury, quien no
deseaba el conflicto y confiaba en que el acuerdo hispanoaustriaco sería efímero. El único acto
bélico fue un frustrado intento de sitiar Gibraltar en 1727. Fleury, principal consejero de Luis
XV entre 1726 y 1743, era partidario de una política de paz y deseaba restablecer la alianza
entre los Borbones, para una vez caído Ripperdá negociar con Viena y con Madrid:
• De Austria, logró el compromiso de suspender por siete años los privilegios de la
Compañía de Ostende, que preocupaba a los británicos, y renunciar a las ventajas
mercantiles obtenidas de España.
• De España, consiguió que levantara el sitio de Gibraltar.
En virtud de los acuerdos preliminares de paz se reunió un nuevo Congreso Internacional en la
localidad francesa de Soissons (1728-1729), el objetivo de resolver los contenciosos entre
Inglaterra y España, para lo que se celebró también la Convención de El Pardo (1728). Como el
cardenal esperaba, el entendimiento entre Viena y Madrid duró poco tiempo, por la reticencia
austriaca a formalizar el matrimonio de Carlos y María Teresa y permitir la entrada de guarniciones
españolas en los ducados italianos. El resultado fue el restablecimiento de las alianzas previas
entre Francia, Gran Bretaña y España, formalizadas en el tratado de Sevilla (1729), que
aseguraba el Infante don Carlos la herencia de los ducados de Parma, Piacenza y Toscana. Cuando
a finales de febrero de 1731 murió sin sucesión del duque de Parma y Piacenza, Antonio Farnese,
las tropas del emperador ocuparon los ducados, pero la mediación inmediata de Inglaterra logró
que se mantuvieran los acuerdos gracias a un nuevo tratado firmado en Viena (marzo de 1731).
9.4. Las guerras de Sucesión de Polonia y Austria
Al igual que la política de Fleury en los años anteriores, la intervención británica había
conseguido impedir la guerra, lo que prueba que el sistema no carecía de ventajas, pese a los
recelos crecientes entre Francia y Gran Bretaña. Pero los conflictos sucesorios, hicieron imposible
el mantenimiento de la paz. En 1731, el reconocimiento por parte de Inglaterra de la
Pragmática Sanción (a cambio de la supresión de la Compañía de Ostende), llevó una alianza
con Austria que puso en cuestión el entendimiento anglo-francés sobre el que se había basado
hasta entonces el equilibrio de Utrecht.
Dos años después, la muerte de su rey dio lugar a la Guerra de Sucesión de Polonia (1733-1738),
cuyo trono electivo era una fuente habitual de problemas. El fallecido, Augusto II, elector de
Sajonia, había obtenido la corona gracias al apoyo de Rusia. El monarca deseaba que le sucediera
a su hijo Augusto, pero una parte de la nobleza polaca defendía la candidatura del suegro de Luis
XV, Estanislao Leczinski, al que apoyaban también Francia y otros países. Eran las dos principales
opciones, pero no se descartaban otra. A la muerte del Rey, Leczinski, quien ya fuera rey años
atrás respaldado por Carlos XII de Suecia, contaba con los más firmes apoyos, pero el
emperador decidió sostener Augusto de Sajonia, a cambio de que éste apoyará la Pragmática
Sanción. La candidatura del hijo del monarca fallecido contó además con el importante respaldo
de Rusia, movida por su creciente ambición de intervenir en Polonia y el deseo de bloquear a
Leczinski, al que apoyaba su enemiga Suecia. Leczinski, que viajó a Polonia a instancias del
Gobierno francés, fue recibido con entusiasmo y proclamado rey con el apoyo de la mayoría de la
Dieta, pero un Ejército ruso invadió Polonia y logró que el sector minoritario de la asamblea
proclamará Augusto III.

129
La guerra que siguió entre Francia y Austria, con sus respectivos partidarios, fue la primera
ocasión en que se enfrentaron los dos grandes poderes continentales de la balanza diseñada en
Utrecht. Además de la neutralidad de las Provincias Unidas, Francia contaba con el apoyo de
España y de Saboya-Cerdeña, a cuyo duque-rey se le prometía la conquista del ducado de Milán.
El plan del secretario de Asuntos Exteriores Chauvelin era cambiar Milán por los territorios propios
del duque de Saboya lindantes con Francia. El acuerdo con España se plasmó en el primer pacto de
familia (1733), que garantizaba Felipe V la restitución de Gibraltar y la entrega al Infante don
Carlos de los dominios que se conquistaron en Italia. Pese a su inclinación hacia Austria, Inglaterra
prefirió quedarse al margen y ejercer el papel arbitral que Utrecht la había encomendado.
Para Francia, uno de sus objetivos era apoderarse del ducado de Lorena, lo que explicaba que
ese territorio pese a ser neutral fuera uno de los frentes en que se desarrolló la lucha que respetó la
mayor parte del territorio polaco y tuvo sus principales escenarios en Alemania y la línea del Rin,
receptiva Lombardía o el Reino de Nápoles. Francia deseaba alejar la guerra del Báltico para evitar
que las provincias Unidas e Inglaterra rompieran su neutralidad, no obstante Rusia sitio y tomó
Danzig, donde se había refugiado Leczinski, antes de sumarse al Ejército austriaco que combatía
en Alemania. Su participación decidida, junto a la intervención de Suecia y los turcos, aliados
tradicionales de Francia, resultó decisiva para consolidar la victoria de Augusto III, pero Austria
no salió indemne del conflicto. Sin la ayuda de Inglaterra y Prusia, que habían sido sus aliados,
perdió el Reino de Nápoles tras la batalla de Bitonto (1734) frente al Ejército español del Conde
de Montemar y posteriormente el de Sicilia.
Las primeras conversaciones de paz, celebrada se distancia de las Provincias Unidas e Inglaterra,
no dieron resultado y no deja de ser curioso que algo tan tradicional como un matrimonio
principesco desempeñará un papel importante en la resolución del conflicto. El compromiso entre
el duque Francisco III Esteban de Lorena y la hija mayor del emperador, María Teresa,
permitió llegar a los acuerdos preliminares de Viena en 1735, en los que nuevamente se puso en
práctica la fórmula de intercambio de territorios. El acuerdo sería esperar casi tres años, pues
Inglaterra, España y Saboya no estaban conformes con la solución propuesta. La paz de Viena de
mayo de 1738 respetaba lo esencial lo convenido a finales de 1735:
• El trono de Polonia sería para Augusto III de Sajona, pero Estanislao Leczinski recibiría
en conversación el ducado de Lorena, qué habría de pasar a Francia a su muerte.
• El desposeído duque Francisco III, esposo de María Teresa, fue confirmado como gran
duque de Toscana, cuyo trono había ocupado el año anterior tras el fallecimiento de Juan
Gastón el último de los Medici, mientras que Parma y Piacenza pasarían al emperador.
• El Infante español Carlos de Borbón renunció a los ducados italianos que le habían sido
concedidos en el tratado de Sevilla, pero se le reconocía los reinos de Nápoles y Sicilia,
junto con los presidios de Toscana.
• El duque-rey de Saboya recibía las ciudades de Novara y Tortona, hasta entonces era
Lombardía austriaca.
• Francia aceptaba la Pragmática Sanción.
El resultado de la guerra indicaba una serie de modificaciones importantes. España lograba
revertir en beneficio de su dinastía una parte notable de las pérdidas que sufrieron en
Utrecht, equilibrando con la presencia en los reinos de Nápoles y Sicilia el predominio
austriaco sobre Italia vigente desde entonces. La guerra mostraba la pérdida de influencia de
Francia en el este y el Báltico, en beneficio sobre todo de Rusia. Dicha razón, junto al progresivo
alejamiento entre Francia y Gran Bretaña, llevó a los franceses, según Jeremy Black, a formar una
entente con Austria, que duraría hasta 1741 y que prefiguraba la futura reversión de alianzas de
1756. El entendimiento entre ellos tuvo entre otros efectos el frenar las ambiciones de España en

130
Italia, al tiempo que Inglaterra trataba de acercarse, con no demasiado éxito, a Prusia y Rusia, la
última de las cuales mantuvo su alianza con Austria. Las rivalidades en el mundo colonial no
tardarían en enfrentar a franceses y británicos, pero antes llevaron a un conflicto entre Gran
Bretaña y España, conocida como la guerra de la Oreja de Jenkins, iniciada en 1739 y que
acabaría convirtiéndose en un apéndice del nuevo enfrentamiento europeo.
Aunque Gran Bretaña tardó en intervenir, la Guerra de Sucesión de Austria (1740-1748) su
primer enfrentamiento con Francia desde la Guerra de Sucesión de España. Muchos países
habían reconocido la Pragmática Sanción, lo que no impidió que algunos concibieran planes de
reparto de los territorios Habsburgo, pero La presencia de una mujer en el trono de Austria dio pie
a la reclamación del duque Carlos Alberto de Baviera y el duque-rey de Sajonia Auguto III,
casados con las dos hijas del emperador José I, hermano mayor del fallecido. La guerra comenzó
a partir de la impetuosa intervención de Federico II de Prusia, quien recién ascendió al trono
aprovechó para ocupar en diciembre de 1740 la rica región minera y manufacturera de Silesia,
unida a Brandeburgo por el curso del Oder. Francia, inicialmente había reconocido a María Teresa,
respaldo a Carlos Alberto de Baviera y organizó una coalición en su favor, en la que además de
Prusia, que hasta entonces había actuado por su cuenta y solo pretendía que se le reconociera la
posesión de Silesia, formaron parte los electorados de Sajonia, el Palatinado renano y los tres
eclesiásticos de Maguncia, Colonia y Téveris, lo que suponía contar con 7 de los 9 votos que elegían
al emperador. Tratando de evitar sorpresas en el Báltico, Francia presionó a Suecia para que
controlara a Rusia, si bien el pequeño enfrentamiento entre ambas (1741-1742) fue favorable a esta.
En 1741, Francia tener un elevado poder sobre Europa y Gran Bretaña se limitó, con escasos
resultados, a tratar de reconciliar a Prusia con Austria y crear una coalición antifrancesa.
Las tropas de Francia y Baviera tomaron Linz en agosto de 1741 y Praga en noviembre, al tiempo
que el duque de Baviera recibía muestras de apoyo en Austria y Bohemia, en la última de las cuales
se coronó rey. En 1742, apoyado por la mayoría de los electores, se convirtió en el emperador
Carlos VII, pero los austriacos, con un respaldo fuerte de tropas húngaras invadió Baviera tomando
Múnich el mismo día en que era coronado en Frankfurt. En realidad, las bases de la coalición eran
débiles:
• En junio de 1742, Prusia firmó con Austria unos preliminares de paz, tras ofrecer
Austria una gran resistencia (en la batalla de Mollwitz de 1741 derrotaron a la caballería
prusiana, obligando a huir a Federico II, que obtuvo la victoria gracias a su infantería, pero
con bajas muy numerosas).
• También se retiró Sajonia, que no tardaría en pasarse al bando contrario.
• La guerra colonial con España había retrasado la intervención de Gran Bretaña, además,
Jorge II, interesado por su electorado de Hannover, había llegado a un compromiso secreto
con Carlos VII, que cuando lo conoció la opinión pública llevó a la dimisión de Walpole.
Con la llegada de William Pitt al Gobierno consideró necesario enfrentarse a Luis XV,
respaldar a Austria y convertir a Alemania en un ámbito de oposición a Francia. Una
de sus primeras iniciativas fue el establecimiento de una alianza defensiva con Prusia por
el tratado de Westminster (1742), tras lo cual intentó acercar a los dos candidatos al trono
imperial y poner de acuerdo con los príncipes del imperio en la resolución de los conflictos
territoriales que le enfrentaban.
• En 1743, el duque-rey de Saboya y Cerdeña, inquieto por la intervención de los españoles
en el norte de Italia y desesperanzado de obtener nada de Francia, se pasó al bando de los
Habsburgo a cambio de cesiones territoriales en su anhelado ducado de Milán.

131
• El tratado de Fontainebleau, que suponía el segundo pacto de familia entre los
Borbones, unía España el bando francés, centrando nuevamente sus objetivos en las
aspiraciones a la herencia italiana de Isabel de Farnesio.
En 1743 se produjo la victoria del Ejército anglo-hannoveriano en Dettingen, en la que intervino
el rey Jorge II, le permite unirse con los austriacos, que obligaron a los franceses abandonar la
orilla oriental del Rin. Bajo el mando de Carlos de Lorena, hermano de Francisco, las tropas de
Austria penetraron en la baja Alsacia, pero cuando peor parecían ponerse las cosas para los intereses
de Francia, Federico II volvió a entrar en acción. Alarmado por los avances de Austria, en
mayo de 1744 firmó en Frankfurt una Nueva Alianza con Carlos VII y quienes la apoyaban, y en
junio otra con Francia tras lo que dio inicio a la llamada Segunda Guerra de Silesia (1744-1745),
en la que su Ejército, de acuerdo con los franceses invadió otra vez Bohemia y se apoderó de Praga,
lo que obligó a Austria a concentrar allí el grueso de sus fuerzas. Si bien el regreso del Ejército de
Carlos de Lorena obligó a los prusianos a retroceder. Federico II, que había entrado así mismo en
Sajonia, tomando su capital, Dresde, se retiró también de ella y firmó la paz con María Teresa a
finales de 1745.
En el norte, las tropas francesas dirigidas por el brillante mariscal Mauricio de Sajonia, hijo de
Augusto II, tras haberse visto obligadas a abandonar su proyecto de invadir Inglaterra desde
Dunkerque por los daños causados por un temporal a su flota, iniciaron la conquista de los Países
Bajos, algo que hicieron eficientemente incluyendo la toma de Bruselas en 1746 y un par de plazas
neerlandesas. Las reducidas tropas austriacas, disminuidas por la necesidad de acudir a otros
frentes, contaron con la importante ayuda de Gran Bretaña y las Provincias Unidas. En Italia, los
enfrentamientos entre las tropas franco-españolas y austriacosaboyanas se desarrollaron con
distintas alternativas en Niza, Saboya, Génova, el ducado de Milán y el Valle del Po. Un último
escenario estuvo en las colonias tanto en América como en la India:
• En Norteamérica se produjeron en las islas de Cape Breton, a la entrada Del Golfo de San
Lorenzo y junto a la península de acadia, cuyo puerto, Luisburgo, que se había convertido
en un centro comercial importante, fue conquistado por colonos de Nueva Inglaterra con la
ayuda de barcos ingleses en 1745.
• En la India, los franceses tomaron Madrás (1746).
La guerra se fue prolongando con nuevas operaciones y alternativas en los diversos frentes,
pero pronto comenzó a ver indicios de cansancio de los contendientes:
• La muerte de Carlos VII a comienzos de 1745 facilitó el acercamiento en el Imperio,
pues su hijo, Maximiliano Alberto firmó la paz con María Teresa y reconoció como
emperador al marido de esta, Francisco de Lorena.
• Tanto Francia como Inglaterra -conmocionada por el desembarco en Escocia del
pretendiente jacobita Carlos Eduardo, derrotado en Culloden en 1746- deseaban concluir
la guerra.
• En España, Fernando VI, estaba menos interesado que su padre en situar a su medio
hermano en Italia.
Por ello, se reunieron en Aquisgrán un Congreso que reflejaba una vez más el auge de la
diplomacia, con personajes como el francés conde de Saint-Séverin, el inglés John Montagu, cuarto
Conde de Sandwich o el austriaco Kaunitz. En el tratado firmado 1748:
• Los contendientes devolvieron las conquistas territoriales en los diversos frentes de
lucha.

132
• A cambio del reconocimiento definitivo de la Pragmática Sanción, que reconocía María
Teresa como heredera de su padre en los territorios dominados por los Habsburgo, y de la
aceptación como emperador de su esposo.
o Cedió una pequeña parte del milanesado a Saboya.
o A Felipe de Borbón, hijo segundo de Felipe V e Isabel de Farnesio y yerno de Luis
XV, los ducados de Parma y Piacenza, a la que se unía el de Guastalla, posesión de
los Gonzaga que los austriacos incorporaron de Milán el año anterior tras la muerte
de su duque sin herederos. Con ello se completaba la instalación en territorios
italianos de los dos primeros hijos varones del segundo matrimonio de Felipe V, lo
que ponía fin definitivamente a la política de revisionismo español posterior Utrecht,
al tiempo que los Borbones aumentaban su presencia en Italia.
• Pero, la pérdida más importante de Austria fue la cesión a Prusia de Silesia, pese a que
esta no participó en las conversaciones de paz.
• Francia, que había ocupado buena parte de los Países Bajos austriacos hubo de
abandonarlos.
• España, no vio reconocida sus pretensiones de recuperar Gibraltar y Menorca.
En realidad, los dos grandes problemas de fondo, la rivalidad entre Austria y Prusia y el
enfrentamiento colonial entre Francia e Inglaterra, distaban de haberse resuelto, por lo que más
que una paz duradera, muchos vieron en el tratado de Aquisgrán una tregua.
9.5. La Guerra de los Siete Años y los conflictos posteriores
El ascenso de Prusia en el tablero internacional alteró sustancialmente la balanza de poderes
establecida en Utrecht. Dentro del ámbito alemán suponía un competidor para Austria, como lo
había demostrado en la reciente guerra, lo que llevó a María Teresa a replantearse sus alianzas. Con
la recuperación de Silesia en mente la reina se encomendó al conde Wenzel von Kaunitz, embajador
en Versalles entre 1750 y 1753, que tanteara una posible alianza, lo que realizaría en secreto, al
margen del Conseil d´en haut y del austriaco Secretario de Estado francés marqués D´Angerson,
partidarios de continuar la alianza con Prusia. En septiembre de 1755 la oposición a Prusia inspiró
también el acercamiento entre Gran Bretaña y Rusia, que en la Guerra de Sucesión de Austria
únicamente se había intentado con Suecia en una breve campaña.
Mientras, en Europa comenzaba a gestarse lo que algunos autores han considerado una
revolución diplomática, las conflictivas relaciones entre Francia y Gran Bretaña en el mundo
colonial llevaron a la guerra. Ya en los años anteriores había habido enfrentamientos entre ellas
tanto en América del norte como en la India. En esta los problemas se incrementaron después de la
Paz de Aquisgrán, pero en diciembre de 1755 las compañías de Comercio respectivas acordaron no
intervenir en los asuntos de los indígenas y devolver mutuamente las conquistas realizadas desde
1748. El acuerdo, sin embargo, no se haría efectivo coma pues los problemas en la desembocadura
del río San Lorenzo, la zona de los Grandes Lagos y el Valle del Ohio llevaron en enero de 1756
a la declaración de guerra por parte de Francia, al no conseguir la devolución de las numerosas
presas navales realizadas por los británicos. Unos días después, en Europa, Federico II de
Prusia, quien temía a Rusia, deseaba conjurar los riesgos de la reciente convención anglo-rusa, y
desconfiaba del poder de Francia en el espacio centro-oriental, por ello firmó con Inglaterra el
tratado de Westminster, por el que se garantizaban ambas sus posesiones en el continente. Era un
compromiso pensado sobre todo para proteger las posesiones respectivas de Silesia y Hannover en
caso de que fueran atacadas, excluyendo la guerra marítima que acaba de declararse.

133
El tratado, que pasaba por encima el apoyo que había prestado Prusia a los jacobitas británicos,
indignó a Francia y precipitó el cambio de alianzas que acababa con el sempiterno
enfrentamiento entre Francia y Austria. La defección de Prusia especialmente dolorosa,
puesto que Francia había defendido sus intereses en Aquisgrán pese a la política cambiante de
Federico II en la última guerra. El acercamiento franco-austriaco, favorecido por el acceso de
Kaunitz al cargo de canciller, se formalizó en el primer tratado de Versalles (mayo de 1756)
que era un pacto defensivo en caso de agresión de Gran Bretaña o sus aliados.
La zarina Isabel entendió que el tratado ponía en cuestión su reciente convención con Gran
Bretaña, firmada esencialmente en clave anti prusiana. Estos importantes cambios, que rompían
los alineamientos tradicionales, tuvieron entre otros efectos el de estabilizar la situación en
Italia, que apenas cambiaría hasta las guerras revolucionarias, pero también en el imperio y los
Países Bajos, teatros durante siglos de los enfrentamientos entre los Habsburgos y Francia. La
alteración de las alianzas despertó posiciones tanto en la corte británica como en la francesa, en
la primera por la importancia que se daba a Hannover y el coste que ello suponía, en la segunda
porque no se fiaban de Austria. Pero los hechos consolidaron los nuevos bloques y llevaron a
la guerra, a raíz de una nueva iniciativa del arriesgado Federico II, que en agosto de 1756 invadió
Sajonia perteneciente al duque-rey de Polonia Augusto III, aliado de Austria y suegro del delfín
de Francia. Ello conllevo a que en mayo de 1757 se firmará el segundo tratado de Versalles,
que convertía la alianza defensiva en ofensiva y la ampliaba entre otros a Suecia, que
ambicionaba Pomerania. Por su parte, Gran Bretaña y Prusia lograron el apoyo de algunos
príncipes alemanes. Nuevamente se planteaba una guerra casi general, de la que apenas se
quedaba fuera España, requerida por ambos, pero decidida a mantener la neutralidad que preside
al reinado de Fernando VI, y las Provincias Unidas, aliadas de Inglaterra desde las últimas
décadas del siglo anterior. Daba el comienzo a la Guerra de los Siete Años (17561763),
caracterizada no solo por la plena incorporación de las colonias a los conflictos europeos (hasta
el hecho de haberse iniciado en ellas), sino porque tanto a Francia como a Gran Bretaña le
interesó mucho más la guerra marítima que el enfrentamiento europeo. Según Gaston
Zeller, se desarrollaron simultáneamente dos guerras distintas que acabarían en dos espacios
diferentes:
• Una entre Federico II y la coalición de sus adversarios, que tuvo como escenarios
Alemania oriental, Silesia o las fronteras de Bohemia y Polonia.
• Otra, entre Gran Bretaña y Francia que se combatió en los mares, las colonias y la zona
occidental de Alemania.
Después de la invasión de Sajonia, Federico II entró con su Ejército en Bohemia, con la
intención de conquistar Praga, pero fue derrotado por los austriacos en Kolin (junio de 1757), lo
que le obligó a retirarse. Por las mismas fechas, el Ejército francés ocupó Hannover. Sin poder
contar con la ayuda británica, Prusia se vio atacada por varias zonas ya que los suecos
desembarcaron en Pomerania y los rusos entraron por el este en sus territorios, mientras los
franceses y austriacos amenazaban sus posiciones en Sajonia y un destacamento austriaco se
acercaba a Berlín. La decisión y habilidad de Federico II, junto a la preparación de sus tropas, le
permitió aplastar a franceses y austriacos en Rossbach (Sajonia) en noviembre, preludio de otra
victoria contra Austria en Leuthen, un mes después gracias a la cual recuperó Silesia. A mediados
de 1758 derrotó a los rusos en Zorndorf, expulsándoles de sus Estados. Entretanto, habían
negociado un nuevo acuerdo con Gran Bretaña, que incrementaba los recursos y tropas
aportados por esta, deseosa sobre todo de recuperar el dominio de Hannover. Agobiada por las
dificultades financieras, Francia hubo de abandonar dicho ducado en 1758, ante la ofensiva del
duque Fernando de Brunswick-Lüneburg, al mando de tropas británicas y de diversos Estados

134
alemanes. Su victoria en la batalla de Krefeld (junio de 1758) empujó a los franceses más allá de
la orilla occidental del Rin.
Tanto a Gran Bretaña como a Francia les interesaba sobre todo su enfrentamiento en el mar
y las colonias, lo que hizo que especialmente Gran Bretaña se implicará menos en el continente.
En El Mediterráneo los franceses se apoderaron de Menorca (1756), cuya pérdida llevo en
noviembre al nombramiento de William Pitt como secretario de Estado. Pero la situación de
emergencia en que se hallaba las colonias francesas se inclinó al nuevo ministro duque de Choiseul,
a negociar un nuevo acuerdo con Viena, el tercer acuerdo de Versalles, concluido en marzo de
1759, que permitiría a Francia concentrarse en la guerra marítima, limitando su ayuda en
Europa al envío de tropas y subsidios. No logró evitar sin embargo, ni los diversos ataques a sus
puertos y costas ni las derrotas navales o las pérdidas en ultramar.
En los frentes del este, austriacos y rusos lograron algunos triunfos importantes sobre el Ejército
prusiano, especialmente el de Kunesdorf (cerca del Frankfurt del Oder) en agosto de 1759 que fue
la batalla más dura de la guerra y la mayor derrota sufrida por Prusia, dejando abierto el camino
hacia Berlín, pero la falta de acuerdo de los aliados salvó a Federico II. Nuevamente en 1760 los
rusos llegaron hasta las inmediaciones de la ciudad, cuyos suburbios saquearon, aunque no tardaron
en retirarse. De nuevo la habilidad o la suerte del monarca que supo sacar partido de las indecisiones
de sus enemigos, le permitieron derrotarlos en 1760 tanto en Silesia como en Sajonia, pero estaba
llegando al límite de sus fuerzas y contaba ya muy poco con Inglaterra, cuyo nuevo soberano, Jorge
III, que apenas se sentía alemán, deseaba la paz, lo que provocó la salida de Pitt del Gobierno en
octubre de 1761.
En la guerra marítima y colonial, los franceses llevaban la de perder. Los británicos les
vencieron en varias ocasiones en 1759 espacialmente importante fueron las derrotas de Lagos
(cerca del Algarve portugués) o en la bahía de Quiberon (Bretaña). En Norteamérica las zonas
principales para Francia eran los territorios del Canadá, la región de los grandes lagos y los valles
del río Ohio, vía natural que llevaba desde el Canadá al Mississippi, del que es afluente y la
Luisiana. En ellas hubo muchos incidentes con resultados diversos, pero las operaciones
principales no se iniciaron hasta 1758, ya con Pitt, conquistando Luisburgo y apoderándose
de toda la isla de Cape Breton. Con fuerzas superiores y en su avance conquistaron los fuertes de
Frontenac (salida del San Lorenzo al lago Ontario) y Duquesne (sobre el Ohio, donde iniciaría la
construcción de Pittsburgh en honor de William Pitt). Ya en 1748 colonos de Virginia con la ayuda
de comerciantes de Londres habían fundado la Ohio Company lo que prueba su interés por aquella
región. En 1759 avanzaron por el río San Lorenzo en septiembre tomaron Quebec, en agosto se
apoderaron del lago Champlain y en septiembre de 1760 capítuló Montreal. última plaza
francesa en Canadá. Tan fuerte derrota se completó en el Caribe con la pérdida de las islas de
Guadalupe (1759) o Martinica (1762). En la India, donde la guerra se mezclaba en ocasiones
con conflictos con los indígenas y poderes locales, el hecho más importante fue la toma por los
británicos de Chandernagor (1757), que les permitió dominar toda Bengala. Después de varios
meses de asedio en 1761 se apoderaron de Pondichery y unas semanas después Mahe.
Tratando de superar su desventaja en la guerra marítima logró involucrar a España, con cuyo
nuevo rey, Carlos III, firmó el Tercer Pacto de Familia en agosto de 1761, preludio de su
intervención en la guerra al año siguiente. Es evidente que a los españoles tampoco les interesaba
el predominio marítimo de Gran Bretaña con quien mantenían varios litigios en América, pero su
incorporación tardía a la guerra no cambió la dinámica de los triunfos británicos y solo sirvió a
España para compartir la derrota (pérdida de Manila y La Habana). En el frente europeo, la
posición de la alianza franco-austriaca se debilitó con la defección de Rusia, cuyo nuevo zar, Pedro
III, admirador del Rey prusiano, firmó con él una nueva paz que le salvó otra vez del desastre en
mayo de 1762. También Suecia firmó la paz con Prusia, restituyéndole Pomerania. El cansancio

135
que hacía mella en todos abocaría a comienzos de 1763 a los tratados de Hubertsbourg
(Polonia) y París, los cuales pusieron fin respectivamente al enfrentamiento austro prusiano y a la
guerra colonial.
Tratados de Hubertsbourg:
• Prusia adquirió definitivamente Silesia y el condado de Glatz, si bien devolvió Sajonia al
duque-rey de Polonia. A cambio, Federico II, se comprometió apoyar la elección del hijo de
María Teresa, José II, al trono imperial.
Tratado de París:
• Gran Bretaña: Aunque la opinión pública fue crítica, supuso un evidente triunfo británico.
Obligó A Francia abandonar en su beneficio la isla de Cape Breton, y todas sus
posesiones en Norteamérica (Valle del San Lorenzo, Valle del Ohio y la orilla izquierda u
oriental del Mississippi).
• Francia solo se quedó con el derecho de pesca en el estuario del San Lorenzo y la costa
de Terranova así como los islotes de Saint Pierre y Miquelon, en manos británicas desde
Utrecht. En el Caribe Francia recuperó las ricas islas azucareras de la Martinica y
Guadalupe, además de Santa Lucía, pero perdía la Dominica, Granada, San Vicente y
Tobago. En Europa devolvió Menorca a los ingleses y en África perdió sus factorías en
Senegal. En la India solo mantuvo los escasos enclaves que poseía en 1748 y poco después
disolvería la Compañía Francesa de las Indias Orientales.
• España: recuperó La Habana y Manila, pero cedió la Florida a los británicos, aunque
fue compensada por Francia con la Luisiana occidental en la orilla derecha del
Mississippi que incluía la capital, Nueva Orleans. Se trataba de un territorio enorme, que en
teoría ocupaba casi todo el centro de los EE. UU. actuales, pero en realidad salvo la zona
próxima Nueva Orleans era un espacio no colonizado.
El resultado de la guerra en Europa fue más equilibrado. Prusia, que estuvo a punto de
sucumbir durante el conflicto perdió un 10% de su población y padeció numerosos daños. La
confirmación de su importancia suponía la emergencia de una peligrosa bipolaridad con
Austria en el seno del imperio. Una tercera potencia fue Rusia, que aspiraba también un papel
creciente en el espacio centro-oriental. En los años siguientes, la conflictividad en la zona estuvo
vinculada sobre todo a las siempre difíciles sucesiones en el trono electivo polaco.
En la guerra marítima, el triunfo británico fue indudable, reduciendo a la mínima expresión la
presencia colonial francesa. La victoria potenciaba su hegemonía en los mares del mundo y su
dominio comercial dejando al tiempo en los dos países borbónicos vencidos un evidente deseo de
desquite. El Pacto de Familia continuó teóricamente en vigor, pero en el incidente con Gran
Bretaña por la posesión de las Islas Malvinas, que fueron incorporadas a la Gran Bretaña (1770-
1771), España no recibió ayuda de Francia.
Pese a su triunfo en la paz de París, Gran Bretaña quedó aislada en los 20 años posteriores,
tras haber roto con Prusia en 1762 a raíz de la paz con Rusia. Las relaciones diplomáticas en el
continente se estructuraron sobre el mantenimiento de la alianza entre Francia y Austria,
contrarrestada por la que se estableció entre Federico II y Rusia. En las 3 décadas que median entre
la paz de París y el comienzo de las guerras derivadas de la revolución francesa (1792), la mayor
parte de las tensiones y los conflictos armados tuvieron lugar en Europa oriental, mientras que en
la central y occidental no hubo más enfrentamiento bélico que la breve Guerra de Sucesión de
Baviera (1778-1779), la cual enfrentó nuevamente a Prusia con Austria, que no obtuvo la ayuda de
su aliado francés. Las potencias occidentales, con sus finanzas exhaustas, concentraron sus
esfuerzos en la competencia colonial, al tiempo que perdían importancia en el este, especialmente

136
Francia, como lo demuestra el hecho de que no pudiera impedir el primer reparto de Polonia
(1772), la derrota de Turquía frente a Rusia (1774), ni tampoco en 1787 el enfrentamiento entre
esta y Austria, ambas aliadas suyas. La diplomacia francesa tuvo como gran objetivo mantener
el aislamiento británico, lo que facilito el que la prevista anexión de Lorena a la muerte de
Estanislao Leczinski se realizará sin problemas (1766), lo mismo que el fortalecimiento de su
posición en el Mediterráneo occidental con la compra a Génova de Córcega (1768).
La rebelión de las colonias británicas contra Jorge III daría Francia y España la gran ocasión
para vengarse de los británicos. Ambas, a las que se unieron posteriormente las Provincias
Unidas, intervinieron en apoyo de los colonos, con el añadido del enfrentamiento franco-británico
en la India, mientras los países del norte de Europa respondieron con la formación de la
llamada Liga de los Neutrales (1780), que mostraba el malestar generado por la prepotencia
británica en el mar. Por el tratado de Versalles (1783), que puso fin al conflicto, Francia recuperó
el archipiélago de Saint-Pierre y Miquelon, perdido en la guerra, que incrementaba sus derechos
pesqueros en la zona, la isla de Tobago en las Antillas, cedida en 1763, sus posesiones en Senegal
y en la India la factoría de Pondichery. España, se le devolvieron Menorca y las llamadas dos
Floridas, la oriental perdida 20 años antes, y la occidental, correspondiente a la franja costera que
enlaza con Nueva Orleans (zona de Pensacola), que había sido conquistada durante la guerra. No
logró la restitución de Gibraltar pese al asedio que la sometió entre 1779 y 1782. Buscando romper
su aislamiento, Gran Bretaña firmó en 1786 un tratado comercial con Francia, pero a finales de la
década el comienzo de la revolución provocaría un cambio profundo en las relaciones
internacionales.
9.6. Transformaciones militares y navales
Pese A la idea extendida de que las guerras del siglo XVIII se caracterizaron por operaciones
limitadas y maniobras para eludir el combate, lo cierto es que continuaron siendo tan
sangrientas como en el siglo anterior. Geoffrey Parker señala que las batallas de Federico II hasta
el 40% de sus soldados podrían ser bajas, como consecuencia del incremento de la potencia de
fuego. No era tanto una cuestión de precisión como de los estragos que causaba el tiro a corta
distancia y la mejora de su cadencia. Si hubo cierta mejora en el respeto a la población civil y los
saqueos que seguían las conquistas de plazas, lo que contribuyó la mejora de la disciplina y la
generalización del uso de uniformes. En muchos lugares se construyeron cuarteles, pero también
continuaron los alojamientos entre la población civil.
En las técnicas y el armamento se consolidaron los importantes avances del siglo anterior. Ya
se habían abandonado las picas gracias al uso de la bayoneta que unificó el arma de la infantería.
Asimismo, las armas de mecha fueron reemplazadas por los fusiles de chispa, más rápidos y ligeros,
cuyo uso ofrecía varias ventajas:
• Evitaba que los soldados fueran descubiertos mientras encendían las mechas.
• Permitía el uso de la bayoneta.
• Hacía más sencillo el disparo.
A ello se unió la generalización de un invento del siglo anterior, el cartucho, que juntaba en una
pieza el proyectil y la pólvora, facilitando la recarga y la cadencia de disparos. También se
perfeccionó la artillería con la introducción de una nueva mira, un dispositivo de tornillo que
permitía calibrar con más precisión la elevación, o el incremento de la cadencia de tiro. Artilleros
e ingenieros fueron las dos armas más renovadas y contaron con un prestigio que se derivaba de
los conocimientos requeridos para sus oficiales. En la segunda mitad del siglo sobre todo se
multiplicaron las academias militares.

137
En el aspecto táctico tampoco hubo grandes novedades. Carlos XII logró una organización más
flexible de las tropas, con nuevos tipos de formaciones que les daban una mayor capacidad
ofensiva, también perfeccionó el sistema de señales mudas mediante el uso de códigos con
banderas. Desde 1759 se desarrollaron en Francia las divisiones, que permitirán a los comandantes
controlar ejércitos cada vez mayores. Una aportación importante que proporcionó éxitos a Federico
II de Prusia, fue el llamado orden de ataque oblicuo, una variación de la táctica lineal de la época,
más dinámica y que protegía a los flancos más débiles, si bien exigía gran adiestramiento, disciplina
y rapidez. En su obra Essai general de tactique (1770), el conde Guibert (al que leyó Napoleón),
proponía una disposición abierta sobre el terreno que permitía incrementar la velocidad de
maniobra en las operaciones. En 1778 se crearon en Francia batallones de infantería ligera.
Los principales avances se dieron en la organización, jerarquización y dependencia de los
ejércitos con respecto a los monarcas, convirtiéndose Prusia y Rusia en modelos a imitar. Federico
Guillermo I aumentó el tamaño del Ejército prusiano y su disponibilidad para entrar en acción,
gracias a una intensa instrucción y frecuentes maniobras, de modo que cuando subió al trono su
hijo Federico II, el ejército de Prusia era una fuerza importante que contaba con 83.000 soldados
bien armados que a su muerte en 1786 pasarían a 190.000, el mayor porcentaje de Europa en
relación con la población del país. La originalidad del sistema militar residía sobre todo en la
mejora del abastecimiento (incluido el material de guerra) que le permitía mover a sus ejércitos
con relativa rapidez siempre que no se alejasen demasiado del territorio prusiano. Los
cambios en Rusia resultaron más complicados porque se produjeron en plena guerra contra Suecia.
El responsable fue Pedro I, que no quería depender de la caballería nobiliaria, y que tras la derrota
de Narva (1700) introdujo en 1705 un modelo de reclutamiento general, mientras contra la
costumbre del Ejército ruso de que muchos de sus oficiales eran extranjeros hubo un proceso
marcado de nacionalización que fue menos eficaz en la Armada, a la dedicó grandes esfuerzos
construyendo una flota para la campaña de Azov. A su muerte en 1725 Rusia poseía 35 navíos de
línea y 16 fragatas entre otras muchas naves. Preocupado por la formación, creó academias
militares y navales y organizó la escala de rangos.
Antes o después los diversos países fueron aplicando las reformas militares que habían tenido
éxito en otros:
• Austria: se realizaron a partir de los años 40 y sobre todo tras la conclusión de la Guerra de
Sucesión en 1748. El objetivo era conseguir un Ejército eficiente, dependiente del poder real
incapaz de enfrentarse con éxito a Prusia y los turcos. La reforma principal fue la sustitución
progresiva de los empresarios militares dueños de los regimientos, que eran controlados
de hecho por la alta nobleza, por un Ejército profesional con los oficiales formados en las
academias entre los que había nobles de rango medio e inferior y también plebeyos que
pronto constituían una nobleza de servicio.
• Francia: Cuyo modelo militar había sido tan importante en tiempos de Luis XIV, no aplicó
reformas hasta después de la severa derrota con los prusianos en Rossbach (1757),
gracias en buena parte a Gribeauval. Sus resultados se comprobarían a partir de 1792, a
partir de las especiales circunstancias de la Revolución. También se modernizaron los navíos
y el armamento y mejoraron los puertos.
En los relativos los reclutamientos se fue reduciendo en general el porcentaje de los
extranjeros y voluntarios gracias a la implantación progresiva de sistemas de conscripción
vinculados a la idea de servicio u obligación militar de los propios súbditos. En Francia, las
milicias obligatorias se utilizaron también para proporcionar soldados a la Ejército regular.
En cuanto a las fuerzas navales no cabe duda del predominio de Gran Bretaña que en 1725
contaba con 120 navíos de línea y 137 en 1790. En el aspecto técnico, desde los años 70 la Armada
británica generalizó el revestimiento de cobre de las quillas, que redujo el deterioro, aunque
138
ralentizó la movilidad de los buques. En 1756, Francia tenía 45 navíos de línea y 75 en 1775. Cifras
también importantes, aunque inferiores tenía España, qué pasaría de 38750 a 60 en 1775 y 74 en
1790. De hecho, la combinación de la armada francesa y española suponían la mayor amenaza
para la superioridad británica. Otra importante fuerza naval era la rusa que en 1785 contaba con
49 navíos de línea entre el Báltico y el mar negro, cuya base de Sebastopol dejó vivamente
impresionado en 1787 al emperador José II cuando la visitó en compañía de Catalina II

139
140
TEMA 10.- FRANCIA, GRAN BRETAÑA Y LOS ESTADOS UNIDOS
Francia y Gran Bretaña constituían los dos grandes poderes europeos. Su historia política había
seguido desarrollos distintos en el siglo XVII, dando lugar respectivamente al modelo más acabado
del absolutismo y a la creación de un régimen parlamentario que limitaba el poder real. Pero tal
divergencia no podía ocultar semejanzas: solidez de sus economías, intereses en las colonias y el
comercio mundial, el papel hegemónico que se disputaban o la importancia en ambas del
pensamiento o la cultura ilustrada. La evolución de ambas fue opuesta: Gran Bretaña superó sus
dificultades y Francia se vio abocada a la crisis del Antiguo Régimen y la Revolución.
10.1. Francia después de Luis XIV. La Regencia
La muerte de Luis XIV, en septiembre de 1715, tras 72 años de reinado fuertemente marcado por
su personalidad, convirtió en rey a su bisnieto Luis XV (1715-1774), un niño de 5 años que accedía
al trono tras la desaparición de su abuelo el gran delfín, de su padre el duque de Borgoña hermano
mayor del Rey de España Felipe V, y sus dos hermanos mayores de corta vida. La regencia le
correspondió al duque Felipe de Orleans (1674-1723), sobrino del fallecido monarca y primero
de los príncipes de la sangre, al que Luis XIV trató de controlar mediante un Consejo de Regencia,
pero el duque consiguió que el Parlamento de París anulará el testamento y le otorgará plenos
poderes. Su ambición llegaba incluso la posibilidad de reinar en caso de que el pequeño rey
falleciera, anhelo compartido por Felipe V, quien siempre consideró superior su derecho a la
posible herencia, lo que le dificultó sus relaciones con el regente.
Los primeros años de la Regencia se caracterizaron por el intento de Felipe de Orleans de
apoyarse en los muchos descontentos que había creado en la política de Luis XIV entre la
nobleza, ya fuera de epée o de robe. Una de sus primeras medidas fue el traslado de la corte desde
Versalles a París, donde prodigó el lujo a pesar de la delicada situación de la economía para los
enormes gastos de las guerras. Las deudas superaban los 2300 millones de libras con intereses
anuales de 100 millones, lo que obligaría a varias crisis y bancarrotas parciales en los años de la
Regencia. A instancias del duque de Saint Simon (1675-1755), pero el partido aristocrático y autor
de unas extensas memorias críticas sobre la corte francesa, modificó la estructura administrativa,
sustituyendo la Secretaría de Estado por 6 y luego 8 nuevos consejos, dominados por la
nobleza. Asimismo, y a cambio de la anulación del testamento, devolvió a los parlamentos el
derecho a objetar las disposiciones reales. En 1718, ante el fracaso y alto coste del sistema
polisinodial, el regente inició la supresión de los nuevos consejos (completado en 1723),
acompañada por la restauración de las secretarías de Estado de Luis XIV. Este año de 1718
supuso el paso de una regencia más alegre y permisiva a otra autoritaria, en la que la figura principal
fue el abad Gullaume Dubois, secretario de Asuntos Exteriores.
El Parlamento de París fue el epicentro del principal conflicto interior por su oposición a la
bula Unigenitus (1713) que había condenado numerosas proposiciones jansenistas. La muerte de
Luis XIV dio pie al Parlamento a insistir en su oposición, no tanto por la adhesión al
jansenismo cuánto por el galicanismo de la mayoría de los parlamentarios, que rechazaba
cualquier intromisión del papá en la Iglesia de Francia. Se vioi además favorecido por el hecho de
que un prelado de tendencia jansenista, el cardenal Louis Antoine de Noailles, arzobispo de París,
hubiera sido nombrado en 1715 presidente del Consejo de Conciencia. La tolerancia que
encontraron en un principio en el regente cambió en 1718. En septiembre, el papa excomulgó a
quienes se opusieron a la bula, lo que incrementó las protestas y el abad Dubois, antiguo preceptor
del regente, impulso la bula, la cual fue ordenada en agosto de 1720 por una declaración real que
el Parlamento, presionado, hubo de registrar en diciembre. Las protestas serían calladas por el
influjo progresivo en la corte del obispo André Hercule de Fleury, preceptor de Luis XV y
miembro principal del nuevo Consejo de Conciencia creado en 1720, quién haría de la defensa de

141
la bula una cuestión de principios, considerando a los jansenistas como rebeldes frente a la
autoridad real.
Otro grave problema de la Regencia, que enfrentó también al duque de Orleans con el
Parlamento de París, fueron las especulaciones del banquero escocés John Law, cuya quiebra 1720
produjo grandes pérdidas a los inversores y dejó sin resolver la crisis de la deuda. El malestar
subsiguiente llevó al Parlamento a tratar de poner fin a la Regencia, adelantando la mayoría de edad
del monarca lo que le valió el destierro a Pontoise. Como si fuera un símbolo de la vuelta al pasado
tras diversos fracasos, la corte regresó a Versalles, donde Dubois, elevado al cardenalato 1721, fue
nombrado primer ministro en agosto de 1722. El 25 de octubre de ese año tuvo lugar la
consagración como rey de Luis XV. A la muerte de Dubois en agosto de 1723, volvió al poder
durante unos meses el duque de Orleans, que moriría en diciembre.
10.2. El reinado personal de Luis XV (1723-1774)
Un príncipe de la sangre, el duque de Borbón y príncipe de Condé, Louis Henry de Borbón-
Condñe, dirigió el Gobierno los primeros años (1723-1726), pese a la antipatía hacia el del
joven rey, quién se hacía aconsejar sobre todo por su preceptor Fleury, y a la impopularidad
generada por su enriquecimiento con la especulación de Law. Su gestión más duradera fue el
matrimonio del rey con María Leczinska (1725) hija del ex rey de Polonia Estanislao, pues el rey
deseaba consolidar la sucesión cuanto antes. En el aspecto económico fueron años difíciles por la
necesidad de afrontar la crisis financiera y monetaria, por lo que se crearon nuevos impuestos,
especialmente uno de carácter directo, la cinquantieme (1725), que grava aproximadamente con un
2% la producción y las rentas sin excluir a los privilegiados. El momento elegido fue especialmente
malo dada la crisis agrícola de los años 1724-1725. El descontento de los sectores más
desfavorecidos ocasionó algunos motines, al tiempo que se agravaba la impopularidad del
duque, pero su política tuvo consecuencias positivas pues en 1726, una vez estabilizado el valor
de la libra, la deuda descendió a 1.700 millones y su coste a 47 millones. En estos años se
recrudecieron también las persecuciones contra los protestantes, por lo que muchas familias que
habían resistido con la derogación del edicto de Nantes emigraron a las provincias Unidas o a
Prusia, especialmente del Languedoc o el Delfinado.
En 1726 el duque de Borbón fue reemplazado por Fleury, quién unos meses después sería
elevado al cardenalato. Pese aquella tenía 73 años gobernaría Francia hasta 1743, contribuyendo
poderosamente a la estabilidad política. Aunque no pudo evitar las guerras, su búsqueda
deliberada de la paz en política internacional obedecía en buena parte a la pervivencia de los
grandes problemas interiores:
• La situación de la Hacienda real: adoptó una política conservadora que dejaba la
administración de los impuestos a la Ferme Géneale, que era el sistema tradicional en manos
de los asentistas por el que regulaban la mayoría de ellos, principalmente los indirectos.
Suprimió la cinquantieme y siguió luchando por estabilizar la moneda. Posteriormente, más
que elevar los impuestos, su objetivo fue un control más eficaz de los gastos. Solo cuando
fue necesario por las guerras de sucesión de Polonia y Austria elevó algunos tributos,
duplicando por ejemplo el donativo del clero o restableciendo la dixieme (décima), un
impuesto sobre propiedades y rentas creado en 1710 y que había sido suprimido por la
regencia. El resultado fue una reducción significativa de la deuda.
• Las tensiones religiosas: en relación con el jansenismo, cada vez más mezclado con el
galicanismo, mantuvo una política de firmeza que inspirará ya en los últimos años de la
regencia. En 1729 el rey nombró arzobispo de París a Vintimille de Luc, un antijansenista
que prohibió ejercer a cerca de 300 curas. Las exigencias de que la bula Unigenitus fuera
registrada como una ley del Reino provocó una fuerte resistencia del Parlamento de París,
que hubo de plegarse aunque no se rindió. Al año siguiente, los magistrados reiteraron
142
los principios del galicanismo parlamentario, afirmando en un decreto que los
eclesiásticos con jurisdicción eran responsables ante el rey y el Parlamento. Fleury
contraataca con Luis XV y les obligará a registrar una declaración de disciplina (1732) que
restringía nuevamente el derecho de los parlamentos oponerse a las disposiciones reales. El
Parlamento suspendió su actividad, siendo castigado con el exilio a 139 de sus miembros.
Dada que dicha institución contribuye a asegurar el abastecimiento de alimentos y leña la
capital, mantener la higiene en los lugares públicos y regular los gremios, hospitales y
prisiones, generó un bloqueo institucional. Ello y la presión de una parte importante de la
opinión pública llevaron a la corona a dar marcha atrás, suspendiendo la declaración de
disciplina en diciembre. Fue una tregua, pues mientras el cardenal se mantuvo en el poder
los parlamentos no pudieron intervenir en asuntos relativos a la bula Unigenitus.
El enfrentamiento entre el poder real galicanismo (lo contrario que había ocurrido con
Luis XIV), parecía un contrasentido pues uno de los principales objetivos de este era
precisamente el fortalecimiento de aquel, pero la causa no era solo la oposición tradicional
de la corona al jansenismo, sino el hecho de que los parlamentos utilizaron el
galicanismo para reivindicar su papel constitucional, como garantes de las leyes
fundamentales del Reino frente al absolutismo. La corona, por otra parte, trataba de evitar
las peligrosas consecuencias que jansenismo y galicanismo podían tener sobre la Iglesia y
la sociedad. Otro peligro procedía del Richerismo, una corriente muy difundida entre el
bajo clero y denominada así por el teólogo Edmond Richer, que extendía la idea de la
superioridad colectiva sobre la individual no solo a los concilios respecto a los papas, sino
los sínodos diocesanos sobre el obispo por las asambleas parroquiales en relación con el
párroco. Aparte de la vertiente eclesial, resultaba inquietante la posible aplicación de tales
propuestas al ámbito político.
Los años de Gobierno de Fleury fueron positivos para la economía francesa, gracias a la fase
expansiva de la economía, pero también al rigor administrativo y la política mercantilista de
Philibert Otry, controleur général de las finanzas entre 1730 y 1745, que facilitó el auge de las
manufacturas y el comercio. Otra aportación importante fue la del canciller D’Aguesseau en la
modernización de los textos legales y los procedimientos judiciales.
A la muerte del cardenal, Luis XV manifestó su voluntad de gobernar personalmente si bien
el periodo que entonces iniciaba más que por el protagonismo del Rey iba a estar marcado desde
1745 por el de su amante, la marquesa de Pompadour, Jeanne-Antoinette Poisson (1721-1764),
rodeada del círculo formado por sus amigos entre los que destacaban los financieros hermanos
Pâris, la marquesa de Tencin y su hermano el cardenal, o el mariscal de Richelieu. Pese al
importante mecenazgo cultural de la marquesa, protectora de la Enciclopedia y los ilustrados, el
sistema suponía un evidente paso atrás, con un Gobierno sometido a las intrigas cortesanas.
Entre 1743 y 1758 se extiende un período caracterizado por la ausencia de un ministro
principal. Pese a que hasta en 1748 Francia intervino en la Guerra de Sucesión de Austria. Al fin
de esta, el gran problema fue nuevamente la deuda, que alcanzaba los 1.200 millones de libras,
con un déficit de la Hacienda real de aproximadamente 100 millones al año. Entre otras medidas,
el inspector general Jean-Baptiste de Machault d’Anouvillle, crear un impuesto nuevo, la vingtieme
(1749), graba en un 5% todos los ingresos y rentas, incluidas la de los privilegiados, lo que provocó
alteraciones populares, así como la oposición de los parlamentos, varios Estados provinciales
y sobre todo el clero, indignado también por un edicto de aquel mismo año sobre las manos
muertas, que trataba delimitar las donaciones de bienes a favor de la Iglesia. En su contra se desató
una fuerte campaña anticlerical con la participación de filósofos como Voltaire y el propio
Parlamento de París, el cual, pese a la protesta inicial, había registrado la orden real que establecía
el impuesto. La Corona reaccionó con dureza contra la Asamblea del Clero, que fue disuelta, y

143
contra los Estados del Languedoc y Bretaña, pero acabó cediendo a finales de 1751 eximiendo al
clero del nuevo tributo.
El problema del jansenismo-galicanismo seguía presente, al tiempo que la oposición del
Parlamento de París al absolutismo se veía alentada por el auge de la Ilustración en Francia, que
llegaba a su madurez a mediados del siglo. Cuando algunos obispos trataron de imponer su
autoridad a los jansenistas los conflictos se reavivaron, lo que provocó un fuerte enfrentamiento
con el Parlamento, que no solo intervino en el asunto, sino que en abril de 1753 publicó las
Grandes Remonstrances, en las que reivindicaba su papel de garante del orden constitucional
y se atribuía la representación nacional en ausencia de los Estados Generales, que no se convocaban
desde 1614. El rey suspendió su actividad y desterró los magistrados a Pontoise, a pesar del apoyo
que recibieron de los otros parlamentos y del resto de los altos organismos judiciales del Reino,
que se consideraban afectados por el ataque a la magistratura.
Unos meses después, los miembros del Parlamento regresaron, pero sus ataques contra los
obispos antijansenistas continuaron. Para ponerlos fin, Luis XV impuso una ley de silencio sobre
la bula Unigenitus e intentó evitar al Parlamento reforzando las atribuciones del Grand Conseil
(1755), tribunal soberano creado por Luis XII. Pese a que los certificados de confesión
desaparecieron tras la intervención del papá Benedicto XIV, el conflicto se complicó por las
necesidades financieras derivadas de la Guerra de los Siete Años, que llevaron a la creación
temporal de una segunda vingtieme (1756). Lo más grave fue la publicación de una nueva
Declaración de Disciplina que limitaba aún más la capacidad del Parlamento de objetar las
disposiciones reales y prohibía a la huelga de sus magistrados, muchos de los cuales dimitieron. A
comienzos de 1757 Luis XV sufrió un atentado en Versalles a manos de un tal Damiens, antiguo
criado del que se culpó a los jansenistas y a sus enemigos los jesuitas. Finalmente, el clima de
tensión y la necesidad de financiar la guerra llevaron un acuerdo. El rey suspendió la
declaración de disciplina y, a cambio, los magistrados que habían dimitido regresaron a sus
puestos.
La inestabilidad ministerial posterior a cabo con el nombramiento de Etiene François de
Choiseul como secretario de Estado de asuntos extranjeros, convirtiéndose durante un largo
período en el ministro principal (1758-1770). La Guerra de los Siete Años fue una dura prueba
que obligó a la imposición de nuevas tasas incluido una tercera vingtieme (1760) que sería
suprimida al término del conflicto en 1763. Una vez superada la guerra, los años de Gobierno de
Choiseul fueron positivos para la economía, en la que continuó la fase expansiva que se vio
favorecida por la política de impulso a la manufactura, el comercio y la agricultura, si bien en esta
el apoyo al cerramiento de campos en perjuicio de los comunales generó la oposición del
campesinado. Sus dos grandes problemas fueron:
• Las sempiternas dificultades financieras: La deuda generada por la guerra las agravó, más
teniendo en cuenta que el conflicto resultó desfavorable y que perdió buena parte de sus
colonias, lo que llevó a Choiseul a realizar un importante esfuerzo para recuperar la
potencia del Ejército y la Marina. Las iniciativas en el terreno financiero fueron muchas,
algunas de ellas en línea de las propuestas de la fisiocracia de crear un impuesto territorial,
pero fracasaron en su mayor parte por la oposición de privilegiados, los principales
propietarios de la tierra, que muchas ocasiones contaron con el respaldo de los
parlamentos. Varios de los sucesivos encargados de Finanzas del gobierno de Choiseul
hubieron de dimitir.
• La oposición de los parlamentos: Pasó de centrarse en la cuestión jansenista-galicana
articularse en torno a la fiscalidad. El conflicto con el poder real no se limitaba ya a los
parlamentos, sino que se extendió a la alta magistratura del Reino, la cual incluía a los
miembros de los consejos soberanos que ejercían atribuciones similares en provincias de

144
reciente incorporación; a las cámaras de cuentas encargadas de la jurisdicción financiera
en las ciudades con Parlamento y las cours des aides, que juzgaban en materia fiscal. Todas
ellas estaban integradas por dinastías de magistrados miembros de una poderosa noblesse
de robe que aspiraba a intervenir en la dirección política del Reino.
La expulsión de los jesuitas en 1762 fue una consecuencia de la necesidad de contemporizar
con los parlamentos, cuyas mayorías galicanas o jansenistas tenían a los jesuitas como enemigos
irreconciliables. La ruina de las actividades mercantiles promovidas por el padre Lavalette en
la Martinica, que arrastró una serie de comerciantes de Marsella, y el proceso que dio lugar en
1761 con la apelación final de los jesuitas al Parlamento de París, crearon el clima adecuado para
que ni Choiseul ni el propio rey lograron oponerse a la voluntad del Parlamento, que 1762 expulsó
a los jesuitas de su jurisdicción, siendo imitado por otros parlamentos provinciales. Era un triunfo
más de los magistrados frente a la corona, seguido en 1765 de un conflicto entre el comandante
militar de Bretaña, duque de Aiguillon, y el Parlamento de Rennes, que fue apoyado por los Estados
de aquella provincia.
El rey ordenó el traslado a Versalles de los magistrados, donde les amonestó, lo que provocó su
dimisión en bloque y la detención de varios de ellos. Finalmente, el duque presentó su renuncia
y el Parlamento fue restablecido (1769), los magistrados quisieron someterle a juicio y el duque
en su condición de par del Reino, exigió ser juzgado por el Parlamento de París, pero Luis XV
anuló el proceso (1770).
La muerte de la marquesa de Pompadour (1764) había dado paso a una nueva amante y
favorita del monarca, madame Jeanne du Barry, que se vinculó al partido devoto, en el que
además de las hijas del Rey figuraban entre otros René Nicolas de Maupeou, un enemigo de los
parlamentos, que fue nombrado canciller en 1768 o el abate Joseph Marie Terray, al frente de
las finanzas del año siguiente. El predominio de las gentes del entorno de la Du Barry debilitaba
la posición de Choiseul, una de cuyas últimas gestiones fue el matrimonio del delfín con María
Antonieta de Austria, siendo destituido en 1770. Le sustituyó el duque de Aiguillon,
constituyéndose desde entonces un triunvirato del que formaba parte tambien Maupeou y
Terray.
Los años del triunvirato (1770-1774) se caracterizaron por una reacción de la corona contra
los parlamentos:
• En noviembre de 1770, un nuevo Reglamento de Disciplina provocó la oposición del
Parlamento de París, que se declaró en huelga, por lo que fue disuelto en los primeros días
de 1771, medida que también se aplicó a otros parlamentos díscolos.
• En febrero de 1771, Maupeou inició una reforma de estas instituciones tendentes a
disminuir su poder, que incluía la supresión de la venalidad y el derecho a heredar las
magistraturas, la abolición de las tasas judiciales, el nombramiento de jueces cuyos cargos
podrían revocarse o el establecimiento de tribunales de nuevo cuño en varias ciudades
situadas dentro de la jurisdicción del Parlamento de París, así como en Normandía y
Languedoc. La Cour des Aides, que habría protestado y pedido la convocatoria de Estados
Generales y el Grand Conseil fueron eliminados. Era un cambio que alteraba
sustancialmente instituciones seculares de Francia y que encontró eco favorable en parte de
la opinión pública como el partido devoto o desde otras perspectivas, como a las del propio
Voltaire. Pero para otros como el filósofo Diderot le pareció una arbitrariedad que
avanzaba hacia el despotismo.

145
• En la Hacienda, Terray aplicó una política autoritaria que entre otras cosas logró una
importante reducción del déficit, prorrogó dos vingtiemes y creó algunos impuestos. Su
inclinación a la libertad económica le llevó a suprimir la Compañía de las Indias Orientales
y los bienes comunales.
Las iniciativas del triunvirato provocaron numerosas críticas y descontentos frente a lo que
los parlamentos llamaban el despotismo ministerial. Paulatinamente se había ido conformando
una oposición de los magistrados que, al igual que ocurriera en Inglaterra en el siglo anterior, trataba
de frenar el absolutismo.
10.3. Luis XVI y el planteamiento de la crisis
La muerte del Rey dejó el trono en manos de su nieto Luis XVI (1774-1793), cuya coronación, la
última del Antiguo Régimen, habría de revivir la ceremonia ancestral de la imposición de las manos
propia de los Reyes taumaturgos. El principal cargo del Gobierno lo ocupó el conde Jean-
Fréderic de Maurepas, al tiempo que Charles Gravier, Conde de Vergennes, se encargaba de
los Asuntos Exteriores y el fisiócrata Janne Robert Jacques Turgot de Hacienda. Dado el
carácter conciliador con que comenzaba el nuevo reinado, la reforma de los parlamentos fue
suspendida. En noviembre de 1774 se restauró el funcionamiento del Parlamento de París, si bien
su capacidad de huelga y de ponerse las disposiciones reales quedó reducida. Aunque podría
interpretarse como un triunfo de los magistrados, los parlamentos salían debilitados de la larga
lucha, y, de hecho, entre 1774 y 1787 no se opusieron a las iniciativas del Gobierno con la
firmeza anterior. Los problemas fundamentales de los años siguientes fueron los relacionados con
la Hacienda real, sobre todo a partir del inicio de 1778 de una coyuntura negativa que creó graves
tensiones sociales.
Pese a los intentos de algunos gobernantes anteriores por modificarla, la fiscalidad francesa seguía
basándose muy escasamente sobre la tierra, en perjuicio del comercio y las manufacturas. A
estos unía una amplia exención a los privilegiados, la desigualdad entre los diversos territorios o
los abusos en los sistemas de recaudación, todo lo cual no solo tenía unos efectos sociales negativos,
sino que suponía un obstáculo para el crecimiento económico. A diferencia de Inglaterra que
desde la revolución de 1640 había comenzado a crear una finanza basada en los impuestos
indirectos, la tributación más cuantiosa provenía de un impuesto directo como era la taille,
que se cobraba de formas diversas según se tratase pays d’etats -en que no afectaba a las
propiedades de los nobles- o pays d’elections, seguido en importancia por una tasa indirecta, la
gabelle, sobre el consumo de sal. En 1774, el fisiócrata Turgot liberalizó el comercio de los
cereales en el interior de Francia, pero la coincidencia con una mala cosecha favoreció la
especulación y dio lugar en abril de 1775 a los motines populares conocidos como “guerra de
la harina” duramente reprimidos. Sus ideas y algunas medidas liberalizadoras abarcaban la
agricultura y la industria e incluirá la supresión de aduanas interiores, la abolición de derechos de
origen feudal y las prestaciones personales de trabajo (corveas) o la eliminación de los gremios,
pero es su propuesta más ambiciosa fue la creación de un impuesto de carácter territorial, que
habría de ser pagado por todos los propietarios rurales a excepción del clero (1776). La oposición
de los parlamentos y de los enemigos de la corte al pago de impuestos por parte de la nobleza
provocó su caída en mayo de aquel año.
Tras los gremios y las prestaciones de trabajo obligatorio, dirigió la Hacienda del banquero
ginebrino y protestante Jacques Necker, quien hubo de hacer frente a los gastos derivados de
la participación en la guerra de independencia de las colonias británicas de Norteamérica, que
le obligó a conseguir nuevos créditos, lo que le dio gran popularidad al financiar la guerra sin
nuevos impuestos. Trató de aplicar algunas ideas fisiócraticas de Turgot y con la finalidad de
renovar el sistema fiscal, proyectó la creación de una serie de asambleas consultivas
provinciales, cuyos miembros serían elegidos entre los propietarios de acuerdo con la

146
representación estamental. Sus ideas coincidían con el principio de que no podía introducirse un
impuesto sin representación (como alegaban los rebeldes de Norteamérica). Inicialmente el rey
limitó tal reforma a Berry (1778) y Guyena (1779), cuyas asambleas analizaron la mejora del
reparto de la taille, pero el intento de Necker de generalizar dichas instituciones provocó la
oposición del Parlamento de París, a la que se unieron muchos de sus enemigos, entre ellos del
clero molestos por la presencia de un protestante en el Gobierno. En mayo de 1781 presentó su
dimisión, al no lograr que el rey ampliará sus poderes, no sin antes haber publicado un Compte
rendu, el primer balance anual de las finanzas del Reino.
En 1783, tras los enormes gastos causados por la guerra de la independencia americana, se
volvió a imponer durante 3 años la tercera vingtieme. Un antiguo intendente, Charles Alexandre
de Calonne, se encargó entonces de la Hacienda, insistiendo en algunas propuestas de sus
antecesores como la sustitución de las vingtiemes por un impuesto territorial en especie, la
liberalización del comercio de granos, o la creación de asambleas provinciales consultivas de
propietarios de tierra que participarán en los procesos de imposición y cobro de nuevas tasas. Para
evitar la oposición del Parlamento y obtener un amplio consenso, recurrió a una institución
en desuso, la Asamblea de Notables nombrada por el rey, que reunida en Versalles (1787), acabó
rechazando sus propuestas, entre otras cosas por la negativa a aprobar un impuesto sobre la tierra.
Luis XVI le sustituyó en abril por el arzobispo Loménie de Brienne, quien se encontró con la
malísima cosecha de 1786, que retrasó el pago de impuestos, provocando bancarrotas. Brienne
mantuvo las propuestas de su antecesor que chocaron de nuevo con la Asamblea de Notables.
Ante el bloqueo al que parecía haberse llegado, en agosto de 1787 el Parlamento de París
indicó que el único órgano que podía corregir las decisiones de la asamblea eran los Estados
Generales, un recurso al que ya habían aludido algunos parlamentos en los años sesenta. La
Protesta de sus magistrados, cuando el rey les obligó a registrar los nuevos edictos fiscales,
supuso un nuevo destierro del Parlamento seguido de una nueva imposición de la autoridad del Rey
(lit de justice) en el mes de diciembre. Era el inicio de la llamada revolución de los privilegiados,
que se caracterizó por numerosas manifestaciones de rebeldía implicando a muchos nobles. La
efervescencia generalizada obligó al rey el 8 de agosto de 1788 a convocar los Estados generales
para que se reunieran en mayo de 1789. Unos días después decretó la bancarrota general y volvió
a poner a Necker al frente de las finanzas.
Como señala Jeremy Black, el endeudamiento de todos los Estados de la época era muy elevado,
pero ello no significa que estuvieran en quiebra y no les impedía afrontar nuevas guerras. El nivel
de endeudamiento per cápita en Gran Bretaña era muy superior al de Francia, pero se
trataba de una deuda consolidada, lo que disminuye la gravedad del problema, mientras que en
1789 Francia destinaba el 60% de sus ingresos al pago de los intereses. Para Fernand Braudel la
deuda era en principio soportable siempre que no superará el doble del producto nacional bruto,
cosa que no ocurrió ni en Gran Bretaña ni en Francia, pero el problema estaba sobre todo en su
administración financiera. Su deuda en 1789 era de 3.000 millones y su producto nacional bruto
podía calcularse en torno a los 2.000, dentro de lo aceptable, pero su política financiera a diferencia
de la británica no era coherente ni eficaz.
La crisis francesa y el desmoronamiento del Antiguo Régimen fueron el resultado de la
combinación de muchos factores: políticos, sociales, económicos, religiosos… El
empeoramiento de la situación política e institucional, que llevó la revuelta de los privilegiados,
estaba acompañado por el cambio de la coyuntura económica desde finales de los años setenta,
entre cuyas múltiples manifestaciones podemos citar la crisis agrícola, la disminución de los
beneficios agrarios, la reducción de la capacidad adquisitiva del campesinado, las epidemias, el
aumento de la desocupación entre los jóvenes (agravado por la restricción de la posibilidad de
emigrar tras la pérdida de las colonias), la contracción del mercado artesanal ante el descenso de la

147
demanda rural o el malestar social en el campo y la ciudad. Todos estos elementos contribuyen a
explicar el eco posterior de las propuestas revolucionarias. A todo ello se une el caldo de cultivo
creado por muchas de las propuestas de la ilustración, el influjo de la independencia americana y
los debates políticos que suscitó o el aumento de la participación política, con sus tensiones y
expectativas, creados a comienzos de 1789 por las elecciones de los delegados que habrían de asistir
a los Estados Generales.
10.4. La consolidación del parlamentarismo británico
Cuando Guillermo III murió, subió al trono Ana I (1702-1714), hija del primer matrimonio de
Jacobo II, con la cual habría de concluir la dinastía Estuardo, pues, aunque había tenido 19
embarazos antes de convertirse en reina ninguno de sus vástagos logros se revivir más de unos
meses, probablemente por sífilis del padre, el príncipe Jorge de Dinamarca. Al final del reinado de
Guillermo III, el Act of Sttlement (1701), que exigía que el rey fuera anglicano, había asignado
su sucesión al duque elector de Hannover, de la dinastía alemana de Brunswick Lüneburg,
cuya anciana madre, la princesa palatina Sofía de Wittelsbach, nieta de Jacobo I, era la
pariente protestante más cercana a los monarcas británicos. Las resistencias que ello provocó en
Escocia (tierra originaria de los Estuardo) y las tensiones subsiguientes fueron uno de los motivos
que llevaron a los dos Acts of Union, firmado respectivamente por los parlamentos de
Inglaterra y Escocia en 1707, que constituían a ambos reinos en una unidad política, el reino
de Gran Bretaña (o Reino Unido de Gran Bretaña), que, en 1800, al unirse Irlanda, se convertiría
en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda.
La unión de 1707 fue el resultado de un acuerdo parlamentario, diferente a la Nueva Planta
española iniciada en aquel mismo año. Pese al mayor peso de Inglaterra (la mayoría de los
diputados eran ingleses en el Parlamento común), había un deseo de los escoceses por participar
en la prosperidad Mercantil británica y en la aventura colonial, bien recibido por los ingleses,
que deseaban acabar con los problemas anteriores en la relación entre ambos reinos.
El reinado de Ana I no fue importante solo por esto, sino por el triunfo en la Guerra de
Sucesión de España, lo cual supuso un paso decisivo hacia la hegemonía que habría de
disfrutar durante todo el siglo, además de conseguir cesiones territoriales de Francia en América
y privilegios comerciales de España en el comercio con las Indias. El tratado de Methuen con
Portugal (1703) le dio un amplio acceso al imperio colonial luso, estableciendo una clara
dependencia política portuguesa respecto a Inglaterra, que ha durado hasta tiempos recientes.
En la política británica predominaron los whigs, que representaban sobre todo los intereses
mercantiles. Las dos coaliciones contra Francia (1688-1697 y 1701-1713) estuvieron propiciadas
por ellos, que eran partidarios de la guerra como medio para consolidar la implantación colonial y
el dominio de los mares. Solo en 1711 perdieron el Gobierno en beneficio de los tories, opuestos a
la guerra y los gastos militares, que se mantuvieron en el poder hasta 1714. La opinión pública
británica, especialmente la inglesa, era la más evolucionada y su peso influía en el Gobierno y en
los cambios políticos, teniendo como una de las claves la difusión de la prensa de todo tipo
(periódicos, diarios, panfletos), a los que se unían los clubes y coffe-houses, que eran lugares en
los que se leían tales publicaciones. La existencia de 2 grupos políticos dominantes hacía que cada
1 de ellos tuviera su prensa favorita y sus autores preferidos.
Los whigs dominaron la política británica durante más de medio siglo, a lo que contribuyó la
preferencia de los Reyes por su apoyo decidido a la nueva dinastía, menos claro inicialmente
entre los tories. En los últimos años del reinado de Ana, cuando éstos tuvieron mayoría en el
Parlamento, hubo intentos que no fructificaron de cambiar la ley sucesoria en favor de los Estuardo.
Aunque no todos los tories compartían tal inclinación, una de las primeras medidas del nuevo
monarca fue alejarlos del poder, pese a la mayoría que tenían en ambas cámaras. El Gobierno y su
clientela tenían una amplia capacidad para controlar el sistema electoral, lo que llevó a que
148
los whigs obtuvieron una amplia mayoría y nada más constituirse el nuevo Parlamento 1715
varios líderes tories fueron procesados por traición: el vizconde de Bolingbroke huyó a Francia,
pero el Conde de Oxford, Robert Harley, principal miembro del Gobierno entre 1715 y 1714, fue
encarcelado casi dos años en la torre de Londres, generando manifestaciones de comerciantes y
artesanos de Londres que demostraron que la oposición a la nueva dinastía no se limitaba a un
sector de los tories.
En septiembre de 1715 se produjo una rebelión jacobita en Escocia, al frente de la cual se puso
el pretendiente Jacobo III, llegado desde Francia. La revuelta fracasó pese al apoyo de los
highlanders, habitantes de las tierras altas, al no ser capaz de aunar los descontentos provocados
por la nueva dinastía. Para evitar nuevos problemas, el gobierno decidió consolidar la mayoría
de que disfrutaba en la Cámara de los Comunes, logrando que está aprobada el Septennial
Bill, que prolongaba a 7 años el plazo previsto por la Triennial Act para la convocatoria de nuevas
elecciones. El momento era también delicado porque se estaba negociando una alianza con Francia
a la que algunos ministros se oponían. La crisis reforzó el papel de James Standhope en el
gabinete, al tiempo que salían del mismo el vizconde Townshend y su cuñado Robert Walpole
(1717).
El hecho de que la nueva dinastía se consolidará no deja de ser curioso, habida cuenta de que
Jorge I (17141727), que llegó al trono con 54 años, viajaba con frecuencia a su ducado alemán,
apenas hablaba inglés y tenía escaso interés en los asuntos de Gran Bretaña, con la que le ligaba
menos lazos que a los exiliados Estuardo, cuya corte permanecía en la cercana Francia. La causa
principal fue la amplia oposición que suscitaba el catolicismo del pretendiente Estuardo como
la intromisión de los países que le respaldaban en los asuntos británicos. De hecho, una nueva
intentona de los jacobitas escoceses en 1719, que contó con el apoyo de España, tuvo una
importancia mucho menor.
Los años del Gobierno de Stanhope se basaron en la buena relación exterior con Francia, que
suponía una garantía importante para el equilibrio de Utrecht. A ambos le interesaba la paz en
un momento de inestabilidad política, ya fuera en Gran Bretaña por la implantación de la nueva
dinastía y la amenaza jacobita, o en Francia por la minoría de edad de Luis XV y las ambiciones
sobre el trono del regente Felipe de Orleans. Más complicadas fueron las cosas en la política
interior. En 1711, los tories habían aprobado la Occasional Conformity Act, que aplicaba de forma
estricta la ley que reservaba los cargos públicos a los anglicanos. Stanhope fracasó en el intento de
modificarla como también en el Peerage Bill (1719), un proyecto que, al limitar la capacidad del
Rey de crear pares, hubiera garantizado la mayoría que tenían en ella los whigs. El triunfo fue de
la oposición en los Comunes encabezadas por Walpole, quien en abril de 1720 volvió al
Gobierno junto con Townshend, en un momento en el que llegó la grave crisis provocado por la
South Sea Company. La impopularidad de Stanhope y el conde de Sunderland, los dos miembros
del gabinete que habían tenido alguna responsabilidad en ella, fue enorme, no exenta de
acusaciones de lucro. El primero murió poco después y Sunderland dimitió.
Al igual que en los tiempos de Guillermo III, la corona tenía como competencia propia la política
internacional y el Ejército, lo que no quiere decir que el Parlamento y la opinión no intervinieran,
pues el rey no podía declarar la guerra sin la autorización de aquel, que solía mantener su tradicional
oposición aumento del número de soldados. En el Parlamento, las divisiones internas fueron
numerosas y no era raro que quienes no estaban en el Gobierno se opusieran a los miembros de su
partido que lo ocupaban.
El eje del debate político y la acción legislativa era de la cámara de los Comunes, con 558
diputados elegidos de forma censitaria por un grupo reducido de unos 200.000-250.000 electores,
todos ellos varones, que reflejaban los intereses de los propietarios de la tierra y del mundo urbano
mercantil, manufacturero y profesional. Cada circunscripción elegía dos diputados, pero la lista

149
de aquellas era un de los tiempos de Isabel I, lo que hacía que mientras localidades despobladas
(burgos podridos) elegirán diputados, importantes núcleos de población desarrollados
posteriormente como Liverpool o Manchester, no estuvieran representados. William Pitt, por
ejemplo, fue diputado desde 1734 con solo 27 años gracias a que su familia disponía del burgo
podrido de Old Sarum, cerca de Salisbury. También las elecciones distaban de ser limpias, pues
había un alto grado de manipulación y corrupción, que continuaba una vez elegido el Parlamento.
El propio Walpole fue en su juventud un hábil manipulador de las elecciones en beneficio de
Stanhope. Mucho menos importante era la Cámara de los Lores, cuyos poderes eran más judiciales
que políticos, al tratarse del máximo Tribunal de apelación. Contaba de 220 miembros, 26 de los
cuales eran obispos y el resto 178 pares o altos nobles ingleses y 16 escoceses, cuyos puestos eran
hereditarios y que en la mayoría de los casos eran importantes propietarios territoriales con gran
influencia local. El poder de los grupos dirigentes se extendía el territorio, a través sobre todo de
dos instituciones: el lord liutenant y los jueces de paz, controlados respectivamente por la
aristocracia terrateniente y la gentry.
Robert Walpole pasó a controlar el gabinete en 1721, aunque hasta 1742 no existía el cargo
de primer ministro. Por ello, como sus sucesores, se apoyó en su condición de primer Lord del
Tesoro. Su largo período de Gobierno coincide durante bastantes años con el también dilatado del
cardenal Fleury, con quién tiene similitudes, como el papel de ambos en la estabilización de los
respectivos sistemas políticos, la prosperidad económica o la inclinación a la paz. Ligado a
Stanhope en los comienzos de su carrera política, su política abandono el tradicional belicismo de
los whigs para centrarse en el desarrollo económico y social de Inglaterra, con el respaldo del
sistema de paz y equilibrio europeo diseñado en Utrecht, que la alianza con Francia trataba de
garantizar.
Mantuvo el poder con Jorge II (1727-1760), pese que se habían distanciado. El monarca trato en
principio de sustituirle, pero pronto volvió a confiar en él, gracias en buena parte al apoyo de la
reina consorte, Carolina de Brandeburgo-Ansbach. En sus primeros años de Gobierno, la política
exterior, respaldada por su alianza con Francia, estuvo en manos de su cuñado lord
Townshend, pero Walpole se interesó cada vez más en ella en los años 30, un periodo más
complejo en la relación con Francia. La inclinación a la paz y la neutralidad que mantuvo durante
la Guerra de Sucesión de Polonia (1733-1738), tuvo el precio de una pérdida de influencia en el
continente. En 1739 no tuvo más remedio que declarar la guerra a España ante la reacción del
Parlamento y la opinión pública tras los incidentes en el comercio con América. También
procuró mantenerse al margen del conflicto cuando los primeros años 40 se inició la Guerra de
Sucesión de Austria, buscando no comprometerse hasta finalizar la guerra que mantenía con
España.
En política interior sus inicios estuvieron marcados por el temor a una nueva conspiración
jacobita que le llevó a encarcelar a varios sospechosos y a suspender durante años el Habeas
Corpus Act, que desde 1679 prohibía al arresto arbitrario de los súbditos. También impuso una tasa
a los católicos para resarcirse de los gastos causados para evitar el complot. En el terreno
económico una de sus preocupaciones fue reducir la deuda pública y sus tasas de interés. Otro
de sus objetivos fueron la lucha contra el fraude y el contrabando y la mejora del sistema fiscal
creado en el siglo anterior, que resultaría mucho más propicio al crecimiento económico que los
del continente. Su va a ser a los impuestos indirectos:
• El excise, o conjunto de tasas sobre el comercio de muy diversas mercancías.
• Las aduanas, que aportaban cerca del 70% de los ingresos totales.
El principal impuesto directo era el land tax, sobre las propiedades territoriales, el cual a lo
largo del siglo sería una tributación flexible, que solo comentaba en los periodos de guerra, lo
que permitió a Walpole reducirla pese a que las tierras habían aumentado mucho su valor a causa
150
de la paz y el alza de los precios. A todo ello hay que unir que se apoyaba en la garantía de la deuda
que suponía el Banco de Inglaterra.
Los años de su Gobierno completaron un cuarto de siglo en que Gran Bretaña estuvo
prácticamente al margen de la guerra, lo que, unido a su política mercantilista, reguladora de un
sistema heredado, permitió un importante crecimiento manufacturero y mercantil, gracias al cual
Inglaterra vivía a mediados de siglo un extraordinario desarrollo comercial. La quiebra
especulativa de la South Sea Company había puesto en crisis el modelo de las compañías
monopolistas, del que sobreviviría la East India Company, frente a la emergencia de empresas
comerciales libres, mejor adaptadas a los nuevos tiempos.
La clave del poder de Walpole fue su capacidad para ganar elecciones gracias a su alianza con
magnates locales, el clientelismo, la habilidad para controlar las mayorías o la corrupción.
Desde finales de los años 20 hubo de enfrentarse a una oposición cada vez más consistente,
encabezada por lord Bolingbroke, a quien en 1723 se le había permitido regresar de su exilio en
Francia, y en la que no solo estaban los tories, sino parte de los whigs y algunos recalcitrantes
jacobitas. En la propia corte el enfrentamiento con Walpole se articuló en torno al príncipe de Gales,
Federico Luis (1707-1751). Parte de la prensa y la opinión pública estaban también contra su
Gobierno. Su habilidad para controlar la cámara de los comunes y las elecciones le permitió, no
obstante, enfrentarse a ellos como lo prueban sus victorias electorales de 1727 y 1734, la última de
las cuales hizo que Bolingbroke abandonara la lucha, retirándose a Francia. Desde entonces, su
principal obstáculo fue William Pitt (1708-1778), quién representaba políticamente a los
grupos más dinámicos del comercio y las finanzas, que defendían una política exterior más
agresiva, sobre todo en las colonias. El descenso en 1741 de los diputados que la apoyaban hizo
que perdiera algunas votaciones en la cámara de los comunes y fue 1 de los motivos que le llevaron
a abandonar el poder en 1742.
Caído Walpole no hubo un proceso contra él, pese a los intentos y acusaciones de la oposición. Le
sustituyeron gentes surgidas de su entorno. A diferencia de sus años de gobierno, la política
exterior iba a pasar a un primer plano. Desde la Secretaría de Estado, John Carteret impulsó la
intervención en Europa en favor de los intereses de Hannover en contra de Francia. La oposición
de los hermanos Henry y Thomas Pelham le hizo caer (1744), pero su cercanía al monarca dio lugar
a una relación difícil entre el rey y el gabinete encabezado por Henry Pelham desde mediados
de 1743, que se manifestó por ejemplo en la oposición de Jorge II a qué William Pitt entrara
como secretario de guerra. Solo la dimisión del gabinete hizo ceder al rey en 1746.
No parecía el mejor momento para tales disensiones porque en el verano de 1745, estando el rey
en Hannover, se había iniciado en Escocia un nuevo levantamiento jacobita encabezado por el
hijo del pretendiente, Carlos Estuardo, conocido por sus partidarios como Bonnie Prince
Charlie (1720-1788). Además de un importante respaldo, contaba con la ayuda de Francia, la cual
proyectó incluso una invasión naval que resultaría fallida por el mal tiempo. Con la colaboración
militar de los clanes de las Highlands, los jacobitas tomaron Edimburgo y en septiembre derrotaron
al Ejército real en la batalla de Prestonpans. Las tropas británicas que apoyaban a Austria en los
Países Bajos, donde combatían con las francesas de Mauricio de Sajonia, hubieron de regresar para
hacerles frente. En el otoño rebeldes invadieron Inglaterra por el norte tomando Carlisle,
Manchester y Derby, provocando el temor en el propio Londres. No obstante, al no encontrar el
apoyo qué esperaban, regresaron a Escocia donde en diciembre habían tomado Glasgow. En abril
sufrieron una severa derrota en Culloden, cerca de Inverness, ante el Ejército del duque de
Cumberland, hijo segundo del Rey británico, lo que hizo que el levantamiento se deshiciera, con el
hijo del pretendiente huyendo y escondiéndose durante meses hasta su regreso a Francia. La
represión fue muy dura con numerosos arrestos y ejecuciones, además de una serie de medidas para
desorganizar el sistema de clanes imperante en las montañas escocesas, que llevó a muchos

151
habitantes a emigrar a América. De hecho, fue la última de las intentonas de los partidarios de
la dinastía destronada y el movimiento jacobita acabarías teniendo eso prácticamente a finales de
los años 80 con la muerte de Carlos Eduardo, último descendiente directo de Jacobo II.
Henry Pelham estuvo al frente del Gobierno hasta su muerte en 1754, sucediéndole su
hermano mayor Thomas, duque de Newcastle. Ambos contaron con Pitt, quien no solo
controlaba la mayoría whig en el Parlamento, sino que tenía un fuerte apoyo del mundo de los
negocios y la opinión pública. Las complicaciones de la política exterior de los inicios de la Guerra
de los Siete Años propiciaron un primer Gobierno de Pitt en noviembre de 1756, seguido unos
meses después por un acuerdo entre el y Pelham para compartir el Gobierno, que llevó a Pitt,
nunca visto bien por el rey, a dirigir la política militar durante la guerra.
10.5. El reinado de Jorge III
A la muerte del Rey le sucedió su nieto Jorge III (1760-1811), pues el padre de éste, Federico,
murió en 1751. Su reinado supuso la consolidación definitiva de la dinastía, no solo por la
desarticulación pocos años antes del movimiento jacobita, sino por tratarse del primer monarca
Hannover nacido y formado en suelo británico. El rey intervino en la vida política de forma
más directa que sus antecesores. Su tendencia al reforzamiento de las prerrogativas reales,
entre las que reivindicaba la capacidad de elegir a los ministros, le inclinaba hacia los tories,
más cercanos a estas ideas. Decidido acabar con la mayoría whig, que había dominado el
Parlamento desde el cambio de dinastía, si inmiscuya en el control de las cámaras mediante
sobornos y prebendas. En 1761 puso al frente del Gobierno al tory escoces John Stuart, conde de
Bute, que había sido su preceptor. Con el se concluiría la guerra, a pesar de que muchos intereses
mercantiles eran partidarios de continuarla, representados políticamente por Pitt y su gente. El
malestar de estos, que contaban con un fuerte respaldo en la opinión pública, le llevó a dimitir en
abril de 1763, dos meses después de la firma de la paz, se abrió paso a unos años de gobiernos
whigs inestables, mientras en el Parlamento se formaba un partido dispuesto a respaldar la
política real.
La situación especialmente delicada porque las repercusiones financieras de la guerra llevaron
a incrementar la presión fiscal sobre las colonias, agravando el descontento de estas.
Paralelamente, en la vida política y la opinión pública británica aparecían corrientes radicales,
que no se sentían representadas por los dos partidos y deseaban una mayor libertad de prensa
y una amplia reforma del sistema electoral. Fruto de estas se crearon numerosas asociaciones
especialmente en Londres y Yorkshire. Ese fue el caso de John Wilkes, periodista y diputado que
fue objeto de arrestos y expulsiones desde 1763, sirvió de detonante para una sonada campaña de
prensa y opinión con reiterados incidentes en Londres entre 1768 y los primeros años setenta. Pese
a las dificultades a que hubo de enfrentarse, fue elegido diputado en varias ocasiones y 1774 lord-
alcalde de Londres.
En 1770, el rey trató de recuperar la estabilidad y frenar a los descontentos poniendo al frente
del Gobierno al tory lord North, quien se mantendría en el poder durante un dilatado periodo (1770-
1782), respaldado por el triunfo de los amigos del Rey en las elecciones de 1774 y 1780, así como
el apoyo entre otros sectores del clero anglicano y los metodistas. Con él se lograría una nueva
estabilidad acompañada de un saneamiento financiero que permitió reducir los impuestos por
primera vez después de la guerra. La clave de la estabilidad volvió a estar en los sistemas por
ortodoxos de control de las mayorías parlamentarias, pero el escollo de su Gobierno estuvo la
sublevación de las colonias norteamericanas y la guerra que le siguió obligaron a un nuevo
incremento de la fiscalidad, avivando tanto la oposición en el Parlamento como en la opinión
pública, culpando al ministro y al propio rey de la pérdida de las colonias.

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Otros dos problemas fueron Irlanda y los católicos:
• Irlanda: sometida en la práctica un trato colonial desde el siglo anterior, asistí al nacimiento
de un sentimiento nacionalista, que el Gobierno trató de calmar mediante la anulación de
los Test Acts, que excluían a los católicos de la vida pública o la confesión de la
autonomía legislativa al Parlamento de Dublín (1782). Para conseguir esta última, fue
revocada la legislación de la época Tudor que sometía al Parlamento irlandés al control
del Privy Council, así como las facultades legislativas sobre Irlanda del Parlamento
británico y la conducción de la cámara de los Lores del Tribunal Supremo de apelación de
dicho Reino. Tras otro decreto de 1783, el Lord lugarteniente representante real en
Irlanda, se constituyó prácticamente en la única instancia que permitía armonizar las
legislaciones irlandesas y británicas, lo que suponía un importante paso adelante.

• Católicos: Se pusieron en marcha ciertas iniciativas para mejorar su situación legal,


como el Papist Acts, que fue aprobado también por el Parlamento de Irlanda que provocó
en Londres los llamados Gordon´s Riots, a comienzos de junio de 1780, motines
organizados por el diputado escocés George Gordon, presidente de la Protestant Association
of London, si bien escondían motivaciones no estrictamente religiosas, fruto del
descontento político y la crisis económica de aquellos años de guerra. Durante varios días
hubo amenazas al Parlamento y quemas de capillas católicas, pero también ataques a
propiedades de los whigs notorios y gentes de elevada posición económica como el incendio
de la casa del arzobispo anglicano de York. La reacción de temor que produjeron bloqueó
cualquier acuerdo con el movimiento reformista.
La marcha negativa de la guerra contra las trece colonias marcó el final del Gobierno de lord
North quien hubo de dimitir en marzo de 1782, siendo sucedido por otros varios gabinetes y entre
ellos el encabezado por el propio North y Charles James Fox, cubo de reconocer la independencia
de los Estados Unidos. La derrota frente a los colonos americanos supuso la vuelta al poder de
los whigs, cuando en diciembre de 1783, Jorge III designó como primer Lord del tesoro a William
Pitt el Joven (para distinguirlo de su padre, William Pitt el viejo). Al llegar al poder tenía solo 24
años, pero lograría controlar la política inglesa hasta su muerte, durante más de dos décadas, sin
abandonar el poder hasta 1801, gracias a su capacidad para aunar los intereses de la gentry y el
mundo de los negocios y en la habilidad política que le llevó a apoyarse de sectores de ambos
partidos. De hecho, huyó de los whigs más radicales que deseaban limitar el poder real tras la
marca de intervención personal de Jorge III, y favoreció la renovación de los tories. En 1785
fracasó en su intento de hacer aprobar una reforma electoral que hubiera eliminado una serie de
Burgos podridos, pero al menos logró una cierta renovación de la Cámara de los Lores, mediante
la incorporación a ella de algunos miembros de sectores sociales enriquecidos.
Una de sus realizaciones más eficaces fue la reducción de la deuda generada por la guerra
contra las colonias, para la que se basó en una amplia creación de impuestos indirectos sobre los
artículos más variados, lo que constituye una característica de la Hacienda británica. Como
consecuencia de la guerra, el gasto público anual había ascendido en Gran Bretaña desde los 10,4
millones de libras en 1775 a 29,3 millones antes de concluir 1782, aumentando la deuda de 127
millones de libras en 1775 a 232 millones en 1783. La ventaja sobre Francia era que, en Gran
Bretaña, como antes en las Provincias Unidas, el desarrollo de un sistema de deuda pública
consolidada respaldado por el Banco de Inglaterra permitió una progresiva reducción de los
tipos de interés de los préstamos a largo plazo que bajaron desde un máximo del 14 por 100 en
1690 al 6-7% en los años de la Guerra de la Sucesión de España, 9% en 1714, reducirse por debajo
del 4 e incluso del 3%.

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Durante los años del Gobierno de Pitt, Gran Bretaña reafirmó su hegemonía marítima y
colonial, al tiempo que se iniciaba en ella la Revolución industrial. Desde finales de los años 80, la
progresiva enfermedad mental de Jorge III y las repercusiones de la revolución francesa sirvieron
para reforzar su Gobierno. La decapitación de Luis XVI llevo un sector importante de los tories
a coligarse con él en 1794, lo que dio origen a un giro conservador de su política, dirigido sobre
todo contra el radicalismo. En Irlanda, el ejemplo de lo ocurrido en Francia alentó el
independentismo lo que llevó a la revuelta de 1798. En 1800, Pitt promovió la incorporación de
Irlanda en la Unión, de forma que se constituyó formalmente el Reino Unido de la Gran Bretaña e
Irlanda. También intentó abolir las leyes contra los católicos, pero la oposición de Jorge II le llevó
a presentar la dimisión en 1801.
10.6. La Independencia de las colonias de América del Norte
La independencia de las colonias inglesas en Norteamérica (1776-1783) supone la primera
experiencia revolucionaria del ciclo, que coronado por la revolución francesa y proseguido por la
independencia de las colonias americanas de España y Portugal, puso en crisis las estructuras del
antiguo régimen a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Sus causas son diversas y
complejas, acumulándose los motivos de queja frente al sometimiento económico de la
metrópoli, que le obligaba a comprar las manufacturas inglesas, pero lo que permitió que coagulará
en una reivindicación de la independencia fue la lenta creación de una conciencia política de su
propia identidad. En muchos casos, sus raíces se remontaban al inicio de los asentamientos en el
siglo XVII, al tratarse de gentes que hubieron de salir de las islas a causa de sus ideas religiosas o
políticas.
No obstante, la diversidad de las colonias no favoreció tal proceso, hizo que no fuera sino con el
tiempo y la contribución decisivas de escritores e ideólogos, cuando la conciencia de la
singularidad americana se vinculó a valores como la libertad, la tolerancia, la secularización
de la vida pública o el reconocimiento de los derechos individuales. En ellos era evidente la
huella de la ilustración, como también la idea de progreso implícita en la aspiración a una sociedad
basada en principios como el utilitarismo o el bienestar. Ya entre los fundadores de las primeras
colonias hubo defensores de la secularización de la vida pública, la soberanía popular o la
libertad religiosa ideas que fueron reformuladas más adelante por autores cómo John Wise, quien
propuso la participación directa y democrática en la vida pública o Jonathan Mayhew, que
formuló la teoría del derecho a la resistencia frente al Gobierno británico o ya en época de la
revuelta de las colonias Thomas Paine, el cual defendió en sus obras los derechos individuales y
el concepto de independencia política.
En el trasfondo de las reivindicaciones de unos territorios que ocupaban un casi 2000 km de la
costa atlántica de América del Norte estaba su formidable crecimiento demográfico y su
dinamismo económico, reflejado en la enorme expansión de la superficie colonizada. Las
diferencias entre las colonias eran muy grandes:
• En el norte, están las de Nueva Inglaterra (Connecticut, Massachusetts. Rhode Island y
Nueva Hampshire), pobladas en gran parte por puritanos emigrados de Inglaterra y
dedicadas preferentemente a la agricultura, con propiedades de tamaño familiar y
medio que hasta 1750 pudieron conseguirse a buen precio. La madera de sus bosques y la
pesca en otros importantes recursos. La ciudad más importante era Boston con unos 20000
habitantes.
• En el centro estaba Nueva York, Nueva Jersey Pennsylvania y Delaware, en el que había
también importantes comunidades de origen neerlandés o alemán. Su actividad económica
se basaba en la producción de cereales y madera y la principal ciudad era Filadelfia con
45.000 habitantes, mientras que Nueva York tenía unos 16.000 a mediados de siglo.

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• En el sur estaban Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia, de
clima subtropical, tenían economías de plantación, que proporcionaban algodón, tabaco
o arroz, gracias a la abundante mano de obra esclava procedente de África. También
exportaban otros productos como madera y añil (índigo), plan tintorera de la que se obtenía
el color azul.
En las colonias del norte y el centro, el comercio aumentó constantemente a lo largo del siglo,
pero la balanza comercial negativa y la exigencia de la metrópoli de que le pagaran en efectivo
los artículos que enviaba llevaron a los colonos a resarcirse en el comercio con el Caribe, al
que exportaban cereales, carne y madera, a cambio de algodón, azúcar y sobre todo melazas coma
de las que obtenían el ron. Contaban para ello con cierta complicidad del Gobierno británico, el
cual, a pesar de la ley de melazas de 1733 protegía su comercio en el Caribe, no perseguía el
contrabando que no estaba tipificado como delito y en última instancia consideraba beneficioso
para sus intereses. Mayor era la dependencia de las colonias del sur, cuyos productos eran
exportados en su totalidad a Gran Bretaña a cambio de manufacturas, cuyo precio superior
generó un endeudamiento crónico de los colonos, que animó muchos a la revuelta.
Pese las diferencias jurídicas existentes en su origen, todas las colonias estaban basadas en
una confesión real y tenían sistemas de Gobierno similares, con un gobernador que representaba
al monarca y una asamblea elegida por los propietarios. En Londres existía una Junta de comisarios
de Comercio y plantaciones, que apenas intervenía en la gestión de las colonias.
El alejamiento entre las colonias y la metrópoli se incrementó después de la Guerra de los
Siete Años, pues mientras aquellas se dieron cuenta de que el triunfo sobre los franceses en
América del norte se había debido esencialmente a su esfuerzo, el Gobierno de Londres, acuciado
por las deudas generadas por la guerra, reforzó su presión sobre ellas. También, la
movilización favoreció la extensión de un sentimiento unitario que ya había manifestado
anteriormente, como lo prueba el Congreso de siete colonias convocados en Albany en 1754, en
el que Benjamin Franklin la creación de un Comité Federal elegido por los colonos y un
presidente nombrado por el rey. Los años de la posguerra pusieron en evidencia o crearon otros
motivos de malestar:
• La falta de tierras para los recién llegados.
• La promesa incumplida de concederlas en el oeste a los veteranos americanos de la
guerra.
• La prohibición de asentamientos más allá de los Apalaches, cuyas tierras fueron adscritas
a la corona en 1763.
Las compañías que habían parcelado y vendido terrenos en el oeste, los nuevos inmigrantes que
veían bloqueadas sus posibilidades de asentarse, traficantes de pieles y muchos antiguos soldados
se unieron al descontento.
La Ley del Azúcar de 1764, complementada por un bloqueo naval y duras sanciones a los
infractores, trató de poner fin al comercio que realizaban con el Caribe, Al tiempo que los
aranceles sobre los productos procedentes de la metrópoli pasaban del 2,5 al 5%. Se crearon
asimismo nuevos tributos para financiar 10.000 soldados y el Parlamento les aplicó una ley del
timbre aprobada en 1765, que grababa determinados actos administrativos. Todas estas medidas
mostraban una falta de sintonía entre la metrópoli y los colonos, para quienes fueron una ofensa,
entre otras cosas porque no se les había consultado, entendiendo que su dependencia era de la
corona y no de un Parlamento en el que no estaban representados. Surgieron incidentes con
funcionarios de la metrópoli, y la ley del timbre ocasionó diversos motines, algunos de ellos
violentos. Los delegados de nueve colonias se reunieron en Nueva York y llegaron a un acuerdo de

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boicotear los productos británicos, al tiempo que los descontentos comenzaban a organizarse en los
llamados Hijos de la Libertad.
El efecto de las protestas, con la consiguiente alarma de los comerciantes de Gran Bretaña,
hizo caer al primer Lord del tesoro, George Grenville, responsable principal de tales
disposiciones que fueron abolidas en 1766. Pero en 1767 las leyes Townshend grabaron la
entrada en América de productos como el té, el papel, el vidrio, el plomo las pinturas. La
agitación renació provocando un nuevo boicot a las importaciones británicas que se extendió hasta
que el Parlamento retiro tales tasas a excepción del té (1770). Tres años más tarde se aprobó
el Tea Act con el que trataba de resolver al tiempo los muchos problemas financieros de la East
India Company y atacar el contrabando de dicho producto, para lo que organizó su envío directo
sin necesidad de pasar por Gran Bretaña. En realidad, no creaba ninguna nueva tasa y permitía
reducir el precio del té, pero implicaba la aceptación de la establecida por Charles Townshend,
que seguía vigente lo que provocó la reacción de las colonias. En diciembre de 1773 se produjo
el famoso motín del té de Boston en el que los hijos de la libertad disfrazado de indios tiraron al
mar el cargamento llevado desde Oriente por la compañía. El Parlamento contraatacó con una serie
de disposiciones que castigaban duramente a Boston y su puerto, además de enviar nuevas tropas
a América y prohibirse las reuniones públicas. En 1774, y a propuesta de Benjamin Franklin, la
asamblea de Virginia convocó el primer Congreso continental que se celebró septiembre en
Filadelfia. En él se demostró que los partidarios de la negociación con la metrópoli seguían
predominando frente a quienes deseaban la ruptura encabezados por el virginiano Patrick Henry,
mientras las colonias organizaban milicias Armadas y se preparaban para resistir, con el
protagonismo destacado de Massachusetts y Virginia.
La guerra se inició por un pequeño incidente, cuando en abril de 1775 se produjo en Lexington un
enfrentamiento no buscado entre las milicias y el Ejército del general Thomas Gage, que mandaba
las tropas en Boston. Este y otro combate sangriento junto a dicha ciudad, en Bunker Hill, hicieron
que lord North, que encabezaba el Gobierno británico, tratará de evitar la guerra mediante la
negociación, para lo que Franklin fue enviado a Londres como embajador, donde se reunió con Pitt.
Pero en diciembre, el segundo Congreso Continental, reunido en Filadelfia, decidió organizar
un Ejército y nombró comandante en jefe al virginiano George Washington, personaje dotado
de una amplia experiencia militar, entre la que se unía la lucha contra los franceses en el Valle del
Ohio durante la Guerra de los Siete Años. En realidad, seguía sin plantearse la ruptura con
Jorge III, pese a que continuaban los enfrentamientos y surgían escritos como el de Thomas
Paine, Common Sense (1776), en favor de la independencia, que alcanzaría una tirada de un millón
de ejemplares. En mayo de 1776 la guarnición británica de Boston se rindió. El envío de tropas
por parte de Londres -incluidos 18000 mercenarios procedentes de Hesse- llevó el 4 de julio
de 1776 al Congreso de Filadelfia aprobar la Declaración de Independencia redactada por
Thomas Jefferson inspirada claramente en principios de la ilustración.
A la declaración le siguió una guerra de casi 7 años, en la que los colonos eran inferiores desde
el punto de vista político y militar, pues carecían de un Gobierno central, Ejército experimentado e
industria que le proporcionará armas, municiones o uniformes, así como fuerzas navales. Sus
ventajas serán el entusiasmo, el hecho de que combatían en su propia casa, la lejanía y el elevado
coste que les suponía la guerra a Gran Bretaña, o la indudable capacidad de Washington. Pero
necesitaban aliados, por lo que Franklin fue a Versalles. En un principio no consiguieron el
compromiso directo del Conde Vergennes, Secretario de Estado de Asuntos Exteriores, y lo
único que consiguieron fue el envío de armas y subsidios, además de la colaboración de una serie
de voluntarios, entre los que destacó el marqués de Lafayette, así como algunos prusianos y polacos.
Pese a que en septiembre de 1776 no pudieron impedir el desembarco británico en Nueva York,
queda mayoritaria contraria a la independencia, los colonos consiguieron frenar el avance del

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Ejército británico en Trenton (diciembre) y Princeton (enero de 1777), ambas en el Valle del
Hudson. En 1777, los británicos atacaron con dos ejércitos, uno desde Canadá y el de Nueva York,
tratando de dividir por el centro a las colonias sublevadas. Pese a que el segundo tomó Filadelfia,
avanzada por los rebeldes, el de Canadá, fatigado por las marchas, lluvias torrenciales escaso de
víveres, capituló cerca de Saratoga. La victoria decidió a Francia a entrar en la guerra en 1778,
a la que se uniría al año siguiente España en virtud del tratado de Aranjuez y en 1780 las
Provincias Unidas, después de que Inglaterra les declara la guerra. Deseoso de crear una gran
coalición contra Gran Bretaña, Vergennes supo explotar el error británico de interferir en el
comercio de algunos países que no intervinieron en la guerra, lo que llevó estos a la creación de
una Liga en favor de la libertad de los mares, conocida como Liga de los Neutrales (1780), en la
que participaron las Provincias Unidas, Prusia, Rusia, Suecia, Dinamarca, Nápoles y Portugal.
La Guerra no se limitó a Norteamérica, sino que afectó a otros espacios marítimos,
especialmente a las Antillas y la costa de la India. Los franceses se apoderaron de Tobago y otras
antiguas posesiones, aunque no pudieron conquistar Jamaica (1782). Con la ayuda francesa, en
octubre de 1781 los colonos derrotaron al Ejército de Jorge III en la decisiva batalla de Yorktown,
que puso fin prácticamente a la guerra, si bien los enfrentamientos marítimos continuaron en las
Antillas y el Índico. Por el Tratad de Versalles (1783), Gran Bretaña reconoció la independencia
de las Trece Colonias, naciendo la primera República independiente situada fuera de Europa,
aunque de matriz europea.
Una vez concluida la guerra, las antiguas colonias hubieron de organizarse en un Estado,
hacer frente a la deuda generada, detener la inflación del papel moneda, dotarse de una moneda
única, crear un sistema de impuestos, organizar la expansión hacia el oeste y resolver otros muchos
problemas. Junto a un plan de recursos financieros puesto en marcha por Jefferson y Alexander
Hamilton, y basado sobre todo en una serie de derechos de aduanas, se celebró a petición de
Virginia una Conferencia en Annapolis (1786), que propuso una convención con poderes
constituyentes. Reunida en Filadelfia en mayo de 1787 55 delegados de los estados, en ella se
elaboró una Constitución, que era en realidad un compromiso entre las tendencias
federalistas y las autonomistas. Dicha Constitución, que aún sigue vigente, aunque con las ligeras
modificaciones de las enmiendas aprobadas desde entonces, distingue las competencias de los
Estados de las del poder federal. En este último se establece una rígida separación de poderes entre
el legislativo, a cargo de la Cámara de Representantes y el Senado; el judicial, en manos de un
Tribunal Supremo independiente, y el Ejecutivo, encabezado por el presidente, qué nombre dirige
el Gobierno. Una vez que los Estados ratificaron la Constitución, George Washington fue elegido
presidente por unanimidad, iniciando su mandato en marzo de 1789. La Constitución de 1787,
avanzada y plenamente ajustada a los principios ilustrados, se convirtió inmediatamente en un
modelo, pronto reivindicado por países que atravesaban crisis político-sociales, como Irlanda o las
Provincias Unidas, incluso por la propia Francia, que iniciaban aquellos años la revolución contra
las estructuras del Antiguo Régimen

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TEMA 11.- LA EUROPA DEL CENTRO Y EL SUR
11.1. El Absolutismo ilustrado
La expresión “despotismo ilustrado” surge en la historiografía romántica a mediados del siglo XIX
para designar un conjunto de objetos y prácticas de Gobierno que se extendió por buena parte de
Europa en la segunda mitad del siglo XVIII. Sus dos términos definen la actuación política de unos
gobernantes cuyas reformas pretendían, al tiempo, la mejora económica y social de sus territorios
y el reforzamiento de su poder.
El hecho de que los países más avanzados de Europa (Gran Bretaña, Francia y las Provincias
Unidas), quedaron al margen del despotismo ilustrado ha llevado a caracterizarlo, de forma
un tanto excesiva, como propio de países menos avanzados, si bien es cierto que implica el deseo
de modernizar en poco tiempo el propio territorio. Historiadores como Ribot prefieren hablar de
absolutismo ilustrado, pues si bien es cierto que afecta a países con monarquías despóticas
como Rusia, la mayoría de los principios ilustrados se inscriben en la traducción del
absolutismo y, aunque refuerzan su poder, no hay razón para considerar que éste se transforme en
despotismo.
Los dos componentes del concepto -absolutismo e ilustrado-, resulta en principio antitéticos,
lo que ha llevado a numerosos historiadores a poner en cuestión su existencia. La ilustración
rechazaba el absolutismo -y más aún el despotismo-, pero muchos ilustrados consideraban
que la única vía para hacer reformas profundas en poco tiempo era la utilización del poder
real, para lo que había que reforzarle en el sentido absolutista, liberándolo de todo tipo de trabas,
y entre ellas los grandes poderes que tenía la Iglesia los países católicos.
Por su parte, buen número de príncipes entendieron que el pensamiento ilustrado, con su carga
racionalista, contenía elementos capaces de hacer más eficaz su Gobierno y mejorar la vida
de sus súbditos. Su gran modelo político era Luis XIV, el rey absoluto por excelencia, del que
admiraban la eficacia de las medidas que llevaron a incrementar notablemente su poder, reduciendo
el tiempo el de los estamentos e instituciones del reino. Algunos Soberanos ilustrados
protegieron y mantuvieron una relación cordial con destacados representantes de la
ilustración, por ejemplo, Federico II y Catalina II, por ejemplo. Todos eligieron ministros a
personas vinculadas a la ilustración, lo que no implica qué tales príncipes estuvieran dispuestos a
respaldar muchas de sus propuestas. En el fondo era una especie de alianza tácita, matrimonio
de conveniencia por parte de gentes que confiaban en la capacidad de la vía reformista para cambiar
la realidad. Pero obviamente este imponía sus limitaciones, como afirmaba Catalina II, no es lo
mismo escribir sobre un papel que hacerlo sobre la piel humana.
Ambas aspiraciones encuentran un terreno de entendimiento en una serie de objetivos que
constituía la esencia del absolutismo ilustrado, el incremento en la centralización del poder:
• Con una mayor burocracia que amplía su eficacia en todo el Reino.
• El aumento del prestigio internacional de la dinastía.
• El incremento de los ingresos de la Hacienda real.
• Reorganización de la fiscalidad en busca de una recaudación mayor, con menos
excepciones y pérdidas de ingresos en el proceso recaudatorio.
• La reordenación y clarificación de la administración de Justicia, que incluye la
recopilación y modificación de códigos con la doble finalidad de hacer la justicia más
claramente dependiente del soberano y mejorar su aplicación en beneficio de los súbditos.

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• El estímulo de la actividad económica, eliminando obstáculos sobre todo los que, desde
las perspectivas de los fisiócratas, impedían su crecimiento: propiedades en manos muertas,
derechos colectivos sobre las tierras, restricciones en la circulación de cereales, etc.
• La promoción de la educación, la ciencia y la cultura.
• La secularización de sociedad y enseñanza, que pretendía superar las viejas
intolerancias religiosas.
Dentro de los objetivos citados hay algunas actuaciones políticas claramente significativas,
siendo la principal el ataque a los privilegios de la Iglesia, que interesaba claramente al
regalismo, compartido por los monarcas y la mayoría de los ilustrados:
• Facilitaba la expansión del poder real.
• Incrementado el patrimonio y la fiscalidad de la corona.
• Clarificaba y simplificaba la estructura jurídica.
• La reordenación de la propiedad de la tierra.
• La laicización de la cultura.
El ataque al poder del clero y al dominio que ejercía las órdenes religiosas sobre la enseñanza
facilitaba además las reformas en el terreno de la educación. Pocas medidas como las propias
del regalismo ofrecían tantas vertientes en consonancia con los objetivos del absolutismo ilustrado.
Sin olvidar que el regalismo se explica también desde la doble perspectiva de la supremacía del
poder real y el deseo de incrementar su patrimonio. Los monarcas ilustrados, algunos de ellos
católicos sinceros como María Teresa de Austria o Carlos III De España, aceptaban mal que la
Iglesia de sus territorios dependiera de una instancia exterior como el papado. Por otra parte, su
riqueza y patrimonio incitaban su avidez.
También privilegios de la nobleza eran un límite para el poder de los monarcas, un obstáculo
para las reformas de la propiedad de la tierra, pero en este terreno, las resistencias fueron
mayores, por lo que muchas de las medidas propuestas no se llevaron a cabo. Era una demostración
más de los límites evidentes del absolutismo ilustrado, una forma de Gobierno que nunca pretendió
cambiar en profundidad las estructuras del Antiguo Régimen. Su inicio se situaría en 1740 con el
ascenso de dos de sus principales representantes: Federico II de Prusia y María Teresa de Austria,
y su final en 1790, año de la muerte del hijo de esta, José II, cuando se iniciaba la revolución
francesa que alertaría a los gobernantes europeos del peligro de las ideas ilustradas, interrumpiendo
bruscamente las reformas. A pesar de la existencia previa de medidas reformistas similares, lo
característico de la segunda mitad de la centuria es la frecuencia e intensidad de las reformas
y el elevado número de Estados en que se aplican: Prusia, Austria, Rusia con Catalina II, España
con Carlos III o el gran dique de Toscana Pedro Leopoldo al que se unen una amplia serie de
soberanos y gobernantes-
11.2. Las Provincias Unidas
El poder de Guillermo III como rey de Inglaterra en las últimas décadas del siglo XVII no
dejó de inspirar recelos en la República de las Provincias Unidas, excitando en ella una
oposición republicana que supo sacar provecho de la falta de sucesión del estatúder y rey de
Inglaterra. A su muerte 1702 y pese a que en nombre del príncipe de Orange a su sobrino Juan
Guillermo Friso, los Estados Provinciales de Holanda decidieron dejar vacante el cargo de
estatúder, rechazando también un candidato alternativo, el príncipe Jorge de Dinamarca, esposo de
la reina Ana de Inglaterra, impulsándose el republicanismo y dejando el poder en manos de una
oligarquía burguesa encabezada por el gran pensionario Antonio Heinsius.

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La muerte desde 1720 provocó una nueva pugna entre republicanos y orangistas en la que se
impusieron los primeros respaldados por Holanda, parte de Zelanda, Utrecht y Overijssel. El intento
de restaurar el poder de la familia Orange fracasó (1722-1723), pero las Provincias Unidas no
acabarían de superar el bucle creado por la tensión orangismo-república, que venía desde sus
orígenes y que contribuiría a debilitarlas. En 1734, cuando el hijo de Friso, Guillermo IV, se casó
con una hija de Jorge II, Gran Bretaña se convirtió en un firme apoyo del estatuderato. Pero fue
nuevamente una emergencia nacional la que propició su vuelta tras 45 años de gobierno
republicano, una invasión de Francia.
En el curso de la Guerra de Sucesión de Austria, las derrotas en los Países Bajos austriacos
de los ejércitos de Austria, Gran Bretaña y las Provincias Unidas por el mariscal de Sajonia
fueron seguidas de la invasión del Ejército francés en 1747. En una reacción nacional apoyada
por Gran Bretaña, numerosos sectores de la República respaldaron entonces al príncipe de
Orange, facilitando un golpe de Estado, que, si bien no logró frenar al Ejército francés hasta su
retirada al año siguiente en virtud de la Paz de Aquisgrán, permitió a Guillermo IV para los dientes
sin restaurar una autoridad similar a la que había tenido Guillermo III. Si este había sido estatúder
de casi todas las provincias entre 1672 y 1702, Guillermo IV lo fue de todas entre 1747 a su muerte
en 1751. Su hijo Guillermo V (1751-1795) tenía entonces tres años, por lo que se estableció una
regencia encabezada por su madre la inglesa Ana de Hannover hasta la muerte de éste en 1759 y
posteriormente hasta la mayoría de edad del príncipe en 1766 por su preceptor Luis Ernesto de
Brunswick. Guillermo V, quien contaba con el respaldo británico y prusiano (nieto de Jorge II y
sobrino de Federico II), fue estatúder de todas las provincias, con un poder que le permitía nombrar
numerosos cargos de entre las listas que representaban. como capitán y almirante general dominaba
el Ejército y la Marina, si bien eran los Estados quienes decidían el tamaño de ambos.
Con los años fue creciendo la oposición, especialmente en los primeros ochenta a raíz de la
actuación ambigua de Guillermo V durante la intervención contra Gran Bretaña en ocasión
de la guerra de la independencia de los Estados Unidos. Bajo la inspiración del federalismo
norteamericano, los republicanos crearon el movimiento patriótico, respaldado sobre todo por
la baja burguesía, mientras que las oligarquías urbanas de Ámsterdam y otras ciudades deseaban
limitar los poderes del estatúder, pero desconfiaban del movimiento patriótico. Los patriotas
organizaron corporaciones libres de burgueses para acabar con los gobiernos municipales
orangistas y en muchos municipios se abolieron los derechos del estatúder. En una reunión de la
Federación Nacional de todas las corporaciones libres celebrada en Utrecht (1786), se llegó incluso
a discutir el establecimiento de una asamblea representativa de todo el pueblo de los Países Bajos.
Los patriotas organizaron milicias y pidieron ayuda militar a Francia, cuyo apoyo ante las presiones
de José II de romper el bloqueo del Escalda establecido en los tratados de Westfalia había
incrementado su prestigio entre los patriotas. Luis de Brunswick fue apartado del poder y los
Estados generales redujeron las atribuciones a Guillermo V, que en 1785 había tenido que
abandonar La Haya. en 1787 muchas ciudades se levantaron contra él, lo que propició la entrada
del ejército prusiano, respaldada de nuevo por Gran Bretaña. Las corporaciones libres no pudieron
detener su avance y muchos patriotas tuvieron que huir al extranjero. El Gobierno Orange fue
restablecido bajo la garantía de una triple alianza firmada con Gran Bretaña y Prusia (1788)
y en la que Francia agobiada por sus propios problemas no pudo intervenir en apoyo de los
republicanos algo que sí hizo en 1795 la Francia revolucionaria creando en ellas la República
Bátava.
La debilidad política de las Provincias Unidas constataba con su economía. El comienzo de
siglo no fue demasiado positivo pues en 1713 las finanzas de la República estaban exhaustas, lo
que llevó al tesoro en 1715 a suspender pagos durante 9 meses. El desgaste de las guerras contra
Luis XIV y especialmente la de Sucesión de España había sido muy grande. No obstante, la
economía neerlandesa volvería a ocupar un lugar destacado, aunque no fue su mejor época y

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habían perdido el protagonismo Mercantil que mantuvo durante buena parte de la centuria
anterior. Sus manufacturas no tenían el vigor de otros tiempos y cada vez más burgueses adoptaban
títulos y modos de vida nobles, incluidas la posesión de tierras, pero a pesar de ello era una de las
economías más evolucionadas del continente. Su sector más importante era ahora las finanzas,
que llevó a buena parte de los países europeos a pedirles dinero prestado, alcanzando una
especial importancia la participación de capital neerlandés en la deuda nacional británica.
Ámsterdam era además un gran centro de negocio de los seguros marítimos europeos, pese a
la competencia de Londres. Las provincias Unidas destacaban también en la existencia de una
mayor libertad política que los demás países del continente con una prensa abundante y una actitud
bastante más permisiva hacía el debate político e ideológico.
11.3. El auge de Prusia
El reino de Prusia comienza con el siglo, en 1701, cuando el margrave-elector de Brandeburgo y
duque de Prusia, se convierte, por concesión imperial, en rey de tales territorios, qué diferencia del
primero no pertenecía al Imperio. Los diversos dominios sobre los que gobernaba Federico I (1688-
1713) constituyen una de tantas monarquías de agregación existentes en la Europa moderna,
fruto de la incorporación por sus titulares de sucesivos territorios. El nuevo rey de Prusia era
margrave (marques) de Brandeburgo, duque de Magdeburgo, Pomerania y Cléveris y conde de
Mark y Ravensberg. Todos estos Estados, algunos separados del núcleo central, integraban el
patrimonio dinástico de la nueva monarquía, cuyos dominios continuarían incrementándose, hasta
convertirse, ya en el siglo XIX, en el poder aglutinador de la unificación alemana.
Aunque el nuevo Reino fuera uno de los más significativos de su linaje, la línea política ya venía
marcada desde el siglo XVII por su padre, el gran elector Federico Guillermo, quien basó su
poder en la centralización y la fuerza militar. Ambas se convirtieron con Federico Guillermo I
(1713-1740), el llamado rey sargento, en dos señas de identidad del Reino, cuyos soberanos se
acercaron en el ejercicio de su autoridad a formas autocráticas, en las que dejaban claro el origen
divino de su poder, desligado del pacto feudal o Constitución tradicional alguna. La propia
estructura social se adaptó este modelo de monarquía militar, en el que el Ejército era un elemento
esencial para la integración social y política de los diversos territorios. A cambio del monopolio
de las tierras con siervos, Federico Guillermo I, consiguió que la misión esencial de los nobles
fuera el servicio al rey en el Ejército de acuerdo con los viejos usos feudales, logrando, pese a las
resistencias, un Ejército cuyos oficiales procedían de la nobleza.
Entre sus varias reformas destacan:
• Ejército: aumentó su tamaño y su disponibilidad para entrar en acción, gracias a una intensa
instrucción y frecuentes maniobras que él mismo supervisaba, de forma que cuando subió
su hijo al trono, Federico II, el Ejército de Prusia era ya una fuerza importante que contaba
con 83.000 soldados bien armados que a su muerte en 1786 pasarían a 190.000.
• Hacienda: Consiguió que los ingresos aumentarán desde 3,4 millones de táleros algo más
de 7 millones, 5 de los cuales se gastaban en el Ejército.
• Administración: Fue la reforma clave, ya que puso los fundamentos de una estructura
institucional que permitía el reforzamiento del poder central y la superación de las
instituciones feudales, sobre la base de un amplio cuerpo burocrático fuertemente
dependiente del poder real, muchos de cuyos miembros conocen el Derecho y han sido
formados en las llamadas Ciencias camerales, que se enseñaban en universidades como la
de Halle. Buena parte de ellos han sido educados además en el pietismo, que defendía una
moral del cumplimiento del deber y del trabajo.

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Dos instituciones se encargaban del Gobierno:
• La Comisaría General de Guerra, creada en 1674, y que en los primeros años del reinado
se ocupaba de los territorios dependientes de la nobleza señorial.
• El Directorio General de Finanzas, instituido en 1713, se ocupaba de los dominios del
Rey.
Ambos fueron fusionados en 1723 en el Directorio General y Supremo de Hacienda, Guerra
y Dominios, conocido también de forma privada cómo Generaldirektorium, cuyas amplísimas
competencias le convirtieron en un auténtico Consejo de Gobierno bajo la dirección del monarca.
Lo componían 6 departamentos que se dividían las provincias, encabezado cada uno de ellos por
un ministro, y un número indeterminado de consejeros que llegó a alcanzar las dos decenas. No
obstante, los Asuntos Exteriores y la justicia formarían departamentos distintos, separados en
tiempos de Federico Guillermo I.
El Gobierno situado en Berlín, capital de Brandeburgo, extendía su poder hacia el territorio
a través de las provincias. En 1723, una institución de nuevo cuño, los comisariados de guerra,
se fundieron con las antiguas cámaras provinciales, controladas por magistrados y otras
autoridades, dando lugar a las cámaras provinciales de guerra y dominios, instituciones colegiales
orientadas primordialmente al servicio del Ejército que reunía en todas las competencias
gubernativas. En las ciudades, la reforma de 1723 unificó los cargos anteriores para crear los
comisariados de guerra e impuestos. En cuánto al campo, la diferente dependencia jurídica de la
tierra, ya fuera del Reino de los nobles, establecía diferencias, pero en todo caso existían oficiales
reales encargados de garantizar los dos objetivos principales de la monarquía: el cobro de impuestos
y el reclutamiento, además de funciones habituales como mantener el orden.
El deseo del monarca de promover la explotación y productividad de la tierra incrementará
al tiempo la población de las regiones con menor número de habitantes le llevó a organizar la
inmigración a la Prusia oriental de más de 20.000 protestantes expulsados por el obispo de
Salzburgo (1732). En la manufactura y el comercio aplicó las doctrinas mercantilistas;
favoreció la agricultura mediante nuevas roturaciones y limitó las prestaciones de los campesinos
a que los señores. La economía creció durante su reinado y la demanda de uniformes para un
Ejército mayor beneficiosa rama de actividad textil, dotada de protección estatal.
El apogeo de Prusia en el siglo XVIII llegó no obstante con Federico II (1740-1786), uno de los
prototipos del soberano del absolutismo ilustrado, aunque su poder tuvo tintes autocráticos que
permitían hablar en este caso de despotismo. Sus vinculaciones con las luces se veían reforzadas
por sus relaciones con Voltaire, D’Alembert y otros filósofos. Pese a la oposición de su padre, con
quien tuvo frecuentes enfrentamientos, recibió una amplia formación ilustrada y fue autor de
diversas obras, dedicadas esencialmente a cuestiones políticas, lo que ha llevado considerarle un
rey filósofo, si bien su principal vertiente era la militar.
Gracias a las reformas realizadas por su padre, Federico II se encontró una estructura
institucional que apenas hubo de modificar, aunque acabó con los restos de viejas instituciones
anteriores como la Dieta de Prusia. El órgano principal de Gobierno continuó siendo el Directorio
General, cuyos departamentos se incrementaron, sobre todo por la creación de una serie de ellos
dedicados a las diversas actividades económicas (Comercio e Industria, Correos, Minas, Montes),
así como otros para el territorio recién conquistado de Silesia Hola administración militar. Cada
departamento era encabezado por ministro, que se integraba, en un gabinete presidido por el rey.
No obstante, también sustrajo una parte de la Hacienda del Directorio General y la puso
directamente bajo su tutela.

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El paso posterior, después de la Guerra de los Siete Años, fue la creación de la Administration
Génerale des Droits du Roi (1766), dirigida por un arrendador de impuestos francés e integrada
por expertos de dicho país, a los que encargó la recaudación de los impuestos sobre el consumo,
que suponían más de un tercio de los ingresos. Era un ataque al directorio cuya lealtad criticaba
y al que sustrajo posteriormente otros departamentos (Minas y Montes), así como determinadas
competencias. Para el control del buen funcionamiento de toda la administración introdujo un
sistema de información y espionaje, con agentes llamados fiscales, que inspeccionaba el
comportamiento de todos sus miembros. La búsqueda de racionalizar la administración de
hacendística, unida al incremento de los impuestos y la carga fiscal hizo que los ingresos pasarán
de 7 a 18 millones de taleros.
Más importancia tuvieron reformas propiamente ilustradas como la eliminación de la tortura
y de la pena de muerte, que quedó reservada a delitos de lesa majestad. En el terreno legal puso
en marcha un ambicioso proyecto de codificación, pensado como paso previo a una reforma general
del derecho, que concluiría en 1794, en el que se publicó el Código Civil, en el que incluía normas
penales, administrativas y de otro tipo. Mantuvo el principio de libertad religiosa, aunque no
respaldado por derecho alguno, lo que le permitió la presencia de diversas confesiones en sus
territorios, incluidos silesia de mayoría católica. Varias de sus medidas fueron encaminadas a
reducir la discriminación de los judíos.
Aunque impulsó la extensión de la enseñanza, teóricamente obligatoria hasta los 13 años
(1763), faltaron los maestros necesarios para ponerla en práctica. Hubo también un auge de la
Universidad, también en su vertiente científica como en su condición de vivero de la burocracia.
Todo ello tuvo su reflejo en el mundo de la cultura como en la opinión o prensa, aunque como el
límite la crítica a su poder y su obra de Gobierno. Otro lunar de su Gobierno fue la pervivencia de
la situación de los siervos, pese a sus declaraciones bienintencionadas, las medidas en favor del
campesinado fueron poco significativas, entre otras razones por la necesidad de contar con los
nobles terratenientes (junkers).
Sus años de Gobierno vivieron un importante crecimiento económico, favorecido por la
protección a la agricultura y su política mercantilista. En línea con el colbertismo, favoreció las
manufacturas de lujo (porcelana, seda, terciopelo), pero también el desarrollo de las minas de
carbón y hierro, ambas muy importantes en Silesia o en la zona del Ruhr, así como la metalurgia,
en la que destacaron los altos hornos de Spandau, cerca de Berlin. También busco mejorar las
infraestructuras, especialmente los canales, y el Comercio Interior con la reducción al mínimo de
las barreras internas. En 1765 se creó un Banco Nacional tomando como modelo el de
Inglaterra. Federico II intensificó la colonización interior de sus territorios incrementados por la
anexión de Silesia en 1740, llegando a fundarse en ellos más de 900 poblaciones. La colonización
fue especialmente intensa en los estados del este, especialmente tras las enormes pérdidas
generadas por la Guerra de los Siete Años.
A su muerte subió al trono su sobrino Federico Guillermo II (1786-1797), quien, si bien continuó
el engrandecimiento de sus dominios gracias al segundo y tercer reparto de Polonia, no
mantuvo en la política interior el absolutismo ilustrado de su predecesor, fuertemente influido por
el rosacruz Johan Christoff Wöllner, que él impuso una política de ortodoxia cristiana contraria a
la ilustración.

164
11.4. Austria y la Monarquía de los Habsburgo
De entre todas las monarquías de agregación o compuestas existentes en Europa, la de Austria era
en el siglo XVIII la más compleja, al estar integrada por un conjunto muy variado de
territorios cuyo núcleo eran los Estados patrimoniales de los Habsburgo, incrementado
posteriormente con Bohemia y Hungría, más las posesiones en Italia y los Países Bajos que había
recibido de España en el Tratado de Utrecht. El resultado era un imperio extenso, variado y
disperso, con Estados muy distintos desde el punto de vista étnico, lingüístico, cultural o
constitucional y marcados en algunos casos por problemas religiosos. El gran problema era
armonizar tal conjunto y dotarlo de unas estructuras de gobierno eficaces, para lo que
necesitaba también de unos recursos hacen dísticos elevados.
Después de la gran crisis que supuso la Guerra de los Treinta Años, el poder central se había
fortalecido, aparte de que se había reconquistado la mayor parte del antiguo Reino de Hungría. En
1699, la Paz de Karlowitz había reconocido al emperador como soberano hereditario de
Hungría, pero la situación distaba de ser firme como lo demostró la revuelta de Derenc Rákoczi II
a comienzos del siglo, que dio lugar largo conflicto que entorpeció su intervención en la Guerra de
Sucesión de España. En el acuerdo final, el emperador aceptó respetar los derechos y libertades
estamentales de los húngaros, lo que suponía un freno para el absolutismo, que avanzó No
obstante gracias a la creación en dicho reino de un ejército, en buena parte mercenario para
defenderse de los turcos.
El gran problema de los Habsburgo era la falta de sucesores masculinos que ya había planteado
a finales del siglo XVII. En septiembre de 1703, el archiduque Carlos, hijo segundo de
Leopoldo I, fue proclamado en Viena rey de España, el emperador y sus dos hijos firmaron
el Pactum mutuae succesionis, un acuerdo familiar parecido a los que existían en los siglos
anteriores entre las ramas españolas y austriaca, que establecía la herencia mutua en caso de
extinción de alguna de las líneas. Sin embargo, lo más importante era que en previsión de que
ninguno de los dos hijos tuviese herederos varones aceptarían los derechos sucesorios de las
mujeres, naturalmente con preferencia de las hijas del futuro emperador José I, la mayor de las
cuales había cumplido los cuatro años. Cuando el archiduque se convirtió en el emperador
Carlos VI (1711-1740) quiso cambiar las cosas en beneficio de su propia descendencia, lo que
explica el que promulgará la Pragmática Sanción en 1713, años antes de que nacieran sus hijos.
La muerte a los 7 meses de su primogénito y el nacimiento al año siguiente de la mayor de sus
hijas, María Teresa, hizo aún más urgente el respaldo interno e internacional a la pragmática.
Buena prueba del incremento que había experimentado el poder del emperador fue que todas las
dietas o Estados generales de sus territorios la aceptaron, solo Hungría y el Tirol se quejaron de
que ya se hubiese promulgado sin su consulta previa, aprobándola finalmente a pesar de que
conculcaba el derecho de Hungría a elegir rey en el caso de que se extinguiera la línea masculina.
En el gobierno de sus estados Carlos VI mantuvo las instituciones centrales heredadas, si bien
en las principales decisiones utilizo sobre todo una Conferencia Privada, más restringida que
él Consejo Privado. Su reivindicación del trono español y la incorporación de varios de los
antiguos dominios de la monarquía de Carlos II le llevó a crear el Consejo Supremo de España
(1713) con secretarias para aquel territorio y el de los Países Bajos (1717). En 1736 tras la pérdida
de Nápoles y Sicilia sustituyó el primero de ellos por un Consejo de Italia. Asimismo creó dos
nuevas cancillerías para los Estados italianos y los Países Bajos. En sus años finales hubo de hacer
frente de nuevo a otra revuelta de la inestable Hungría dirigida hasta su muerte en 1738 por José
Rákókzi, hijo de Ferenc. El resultado final, con la paz de Belgrado, supuso para el emperador un
retroceso en los Balcanes.

165
Su hija María Teresa I (1740-1780) mostró pronto una habilidad política que le ayudó a
superar las dificultades vinculadas a su herencia. Consiguió, tras su juramento ante la Dieta, el
apoyo militar de los húngaros, descontentos por el escaso respeto que había tenido su padre
a los acuerdos con ellos. Pronto se convertiría en uno de los modelos del absolutismo ilustrado,
en cuyas prácticas veía el medio más apropiado para aumentar su autoridad y fortalecer sus Estados.
Sus primeras reformas se realizaron en los territorios patrimoniales de los Habsburgo y en Bohemia,
núcleo de su poder, pero dotados con una administración compleja que pese a su afán centralizador
había adaptarse a las peculiaridades constitucionales de los diferentes Estados. Dos decretos de
1749 separaron la administración de Justicia de las cuestiones administrativas y financieras. La
política exterior quedó en manos de una cancillería estatal instituida al inicio del reinado y las
cuestiones militares permanecieron a cargo de las del preexistente Consejo de Guerra.
El resto de la administración se puso bajo la dependencia del Directorium o Directorio
Público de las Cámaras, organismo con amplísimas competencias de gobierno interior, cuyo
poder se hacía efectivo por medio de las diputaciones, que coexistieron con la división de los
diversos territorios en círculos (kreise) o circunscripciones análogas, dirigidas por un funcionario
al servicio de la Corona, generalmente un noble local. En 1761 se creó un Consejo de Estado
Consultivo cuya función era reforzar la unidad entre las distintas provincias. De esta forma, y
aunque no siempre funcionó como la reina deseaba, se fue creando la menstruación civil, diferencia
de la judicial. El afán de unificar y centralizar la justicia se complementó con el inicio de la
codificación del derecho civil y penal, que daría lugar a la Constitutio Criminalis Theresiana
(1768), Código Penal que ponía fin a los procesos de brujería, aunque mantenía la tortura.
Otras reformas fueron las del Ejército y la Hacienda en la que se reorganizó la recaudación
y se crearon nuevos impuestos, el principal una contribución sobre la tierra qué, aunque con
resistencias (violentas en Carintia), acabó imponiéndose en los territorios patrimoniales y en
Bohemia.
En educación, a mediados de siglo la reina reformó en un sentido secular la Universidad de Viena
dominada hasta entonces por los jesuitas, en 1746 fundó el Theresanium para educar a los hijos
de la nobleza, en 1751 una Academia militar y en 1754 una Academia Oriental para el servicio
diplomático. Un aspecto poco conocido fue su aversión a los judíos a los que expulsó de Bohemia
(1744), si bien la intervención de Gran Bretaña y otros países le llevó anular tal decisión cuatro
años más tarde.
A partir de 1765, en que su hijo José II fue coronado emperador se inició una nueva etapa del
reinado en la que ambos compartieron la regencia. Dicho periodo asistiría a una segunda fase
reformista, más absolutista que la anterior por el influjo de la personalidad del emperador. Se
intensificaron las reformas y se extendieron a otros territorios.
• En Hungría, la Dieta de 1764 se negó a reducir las cargas que pesaban sobre los
campesinos. La reacción fue un decreto de 1767, el Urbarium, que convertía a los
siervos húngaros en arrendatarios hereditarios con libertad para abandonar su tierra, y
limitaba sus aportaciones a los señores. medidas similares introdujeron en otros estados.
• En 1768 se creó una Comisión Agraria, encargada de revisar los cambios promovidos en
el mundo rural por tales disposiciones y fomentar la instrucción del campesinado.
• Otros avances sociales de la reina fueron la eliminación de algunas exenciones y
privilegios.
En estos años se iniciaron las medidas realistas que habrían de intensificarse durante el
reinado de José II. En 1768 se impuso una contribución al clero y más adelante fueron
desamortizados algunos bienes de monasterios y conventos. Especial importancia tuvo el interés
por la educación, de cuyos niveles básicos se encargó la corona a partir de 1774, utilizando para

166
ello las propiedades confiscadas a monasterios y conventos o el patrimonio enajenado los jesuitas
tras la supresión de la Compañía, que sirvieron también para la creación de hospitales o el
sostenimiento de parroquias pobres.
En la economía, las medidas mercantilistas de apoyo a la producción y el comercio se
complementaron con mejoras en las comunicaciones.
La muerte de María Teresa dio paso al reinado en solitario de José II (1780-90), el cual
mantuvo a la política reformista, aunque aplicándola de forma más intransigente. Su
incidencia en el regalismo y las cuestiones relacionadas con la Iglesia y la religión fue tal que ha
permitido hablar del josefinismo como una variante peculiar y personal del regalismo. Influido por
las doctrinas del alemán Von Hontheim, más conocido por su seudónimo de Febronius, que
escribió contra el poder temporal de los papas, deseaba una Iglesia nacional similar a la de los
países reformados, al servicio de los intereses dinásticos de una monarquía de Derecho divino. Por
ello, gobernó la Iglesia de sus territorios como si de un papá se tratara. También actuó sobre el
ceremonial, en el que introdujo modificaciones y en la religiosidad popular prohibió
manifestaciones que consideraba ligadas al fanatismo suprimiendo las procesiones, cofradías
religiosas y peregrinaciones. En otros terrenos afirmó que el patrimonio era un mero contrato civil
por lo que obligó a que fuera validado por las autoridades civiles y permitió el divorcio. También
abolió la Inquisición y la censura eclesiástica sobre la imprenta y la prensa, dictó una ley de
tolerancia religiosa que permitía que luteranos y calvinistas ocuparán sus cargos públicos (1781),
y amplió los derechos de los judíos. En la educación asumió la enseñanza a cargo de la corona
(1783), lo que supuso un nuevo golpe contra el dominio que había tenido tradicionalmente la
Iglesia.
En la corte unió organismos, lo que le permitió incrementar la centralización y reducir los
gastos. Asimismo, dividió el territorio en distritos bajo el mando de gobernadores nombrados por
él. Algunas reformas de tiempos de su madre, como la reunificación financiera, la
contribución sobre la tierra fueron aplicadas a territorios que habían quedado al margen de
ellas, lo que obligó a unificar los derechos de propiedad territorial. En 1786 se publicó la primera
parte del nuevo Código Civil, y en 1787 promulgó un nuevo Código Penal que sustituía al de
su madre, en el cual, pese a los numerosos delitos políticos que se contemplaban, se limitaba la
pena de muerte y se aboliera la tortura. Sus iniciativas para repartir la fiscalidad de forma
equilibrada, que suponía acabar con la excepción de la nobleza y con los diezmos, provocaron un
gran malestar entre los afectados, lo mismo que la abolición de la servidumbre (1781-1782), que
se extendió a Hungría en 1785, sustituyendo las prestaciones por el pago de rentas a los señores.
Pero la resistencia y las revueltas que hicieron anular algunas disposiciones. En los años ochenta
realizó un censo de población y ni un catastro en todos sus estados, con la finalidad de conocer su
riqueza real y ajustar a ella la fiscalidad.
A pesar de todo esto los resultados fueron escasos y en ocasiones efímeros, como ocurrió con
algunas medidas fiscales. Al final de su reinado su autoritarismo dio lugar a diversas revueltas,
desde Hungría y Bohemía a los Países Bajos, hasta el punto de que Federico Guillermo II llegó a
proponer la independencia de Hungría y los Países Bajos y una posible partición de Austria,
llegando a negociar alianzas con el imperio turco y Polonia que se hallaba en una fase de
recuperación. Antes de la muerte del emperador, llegó a concentrarse un Ejército en Silesia, pero
la intervención de Gran Bretaña obligó a Prusia a pactar un acuerdo con su sucesor Leopoldo II,
que garantizaba el respeto a la soberanía austriaca. Leopoldo II (1790-1792) hubo de negociar
con los estamentos y moderadores las reformas, devolviéndoles derechos y libertades que
suprimieron muchas de las medidas del absolutismo ilustrado josefino. El sistema fiscal volvió
al de tiempos de María Teresa y la servidumbre fue restablecida. Asimismo, y pese a la amplitud e
intensidad de la reforma del josefinismo, la reacción antiilustrada provocada por la Revolución

167
francesa acabaría con la mayor parte de ella. Francisco II, hijo de Leopoldo, sería el último
emperador del Sacro Imperio (1792-1806), institución que suprimió en 1806, convirtiéndose en
Francisco I, primer emperador de Austria (1804-1835).
11.5. Los territorios italianos
En Italia las dinastías más reformistas fueron, además de los Saboya, las que se instalaron en
ellas a raíz de las diversas guerras de la primera mitad de siglo. El dominio de Austria sobre
los reinos del sur concluyó en los años treinta, pero en su breve período de Gobierno y pese a la
resistencia de los privilegiados, hubo numerosos intentos de reforma, entre ellos un catastro
encaminado al cambio de fiscalidad. Tal vez lo más significativo fuera el regalismo, que se vio
favorecido por la fuerte tradición anticurialista existente en el Reino de Nápoles, con juristas
como Pietro Giannone que criticaba el dominio secular de la Iglesia sobre el Reino atacaba la
jurisdicción eclesiástica y afirmaba la plena soberanía del Rey y la autonomía del Reino con
respecto al papado. Aunque señalaba principios de libertad y tolerancia que habían de desarrollarse
con la ilustración, implicaba también una concepción del mundo basada en valores civiles, frente
al predominio de los morales y religiosos que fue condenada por el arzobispo de Nápoles
excomulgando a su autor, con la excusa de haber sido impreso sin la licencia de las autoridades
eclesiásticas.
Más eficaz y prolongado fue el reformismo en el ducado de Milán, también de fuerte impronta
regalista, lo más importante fueron los intentos, desde 1718, de realizar un catastro que,
mediante la revisión y valoración de las diversas propiedades, permitirá establecer una
fiscalidad más ajustada a la riqueza del Estado. Esta medida suscitó protestas, especialmente por
parte de la Iglesia. Esto y la invasión que sufrió el ducado en 1733 durante la Guerra de Sucesión
de Polonia, frenaron el proyecto, que ya por entonces era casi completo en cuanto a los bienes
eclesiásticos. Los trabajos continuaron después en tiempos de María Teresa I y sirvieron de base
una nueva ley fiscal (1760), si bien para entonces la Iglesia había logrado salvar sus prerrogativas
fiscales con el concordato de 1757. En 1762, no obstante, la reina impuso el exequatur, que
obligaba a la aprobación real de las disposiciones pontificias; en los años siguientes se
intensificaron las disposiciones regalistas que llegarían al máximo a partir de la incorporación al
poder de José II, que aparte de las medidas generales como la tolerancia religiosa, suprimió una
amplia cantidad de monasterios, de cuyos bienes se apropió. Lombardía fue un campo de pruebas
de muchas de las medidas de José II relativas a la Iglesia y la religión, que posteriormente aplicó
en sus territorios austriacos. En la reforma de la enseñanza, entre otras disposiciones, creó una
Diputación de Estudios de Lombardía (1786), la cual elaboró un proyecto de instrucción general
en los primeros niveles. Otras reformas en dicho territorio fueron la abolición de los gremios o la
supresión de aduanas interiores, reforzando el centralismo mediante la supresión de instituciones
tradicionales como el Senado (1786), centro de poder del patriciado milanés, que fue sustituido por
un Consejo de Gobierno o la división del ducado en ocho intendencias. Pero, como ocurrió en otros
dominios, la mayoría de darle reformas fueron anuladas tras su muerte.
Otro territorio vinculado a los Habsburgo era Toscana, cuyo gran duque soberano fue desde
1737 Francisco Esteban de Lorena, esposo de María Teresa de Austria y emperador a partir de
1745. El Gobierno ejercía en su nombre un Consejo de Regencia quien se enfrentó a los privilegios
inmunidades de la Iglesia. Las principales reformas se realizaron cuando le heredó su hijo Pedro
Leopoldo (1765-1790), quién ocuparía más adelante el trono imperial a la muerte de su hermano
José II. El nuevo gran duque, modelo de soberano ilustrado, inició en 1770 una supresión gradual
de los gremios, y a comienzos de los 80 se eliminaron las aduanas interiores. Asimismo, y a
cambio de un canon anual fijo, entregó a los aparceros tierras de la corona con la finalidad de
promover la propiedad, y procuro mejorar la formación de los campesinados. Durante un tiempo
incluso, el gran duque estuvo cercano al obispo jansenista de Pistoia y Prato, Scipione de Ricci,

168
organizador del Sínodo diocesano de Pistoia (1786), en el que presentó a discusión de los
obispos un documento doctrinal de 57 puntos, pero hábilmente el gran duque supo desmarcarse
a tiempo ante las protestas de episcopado y la condena de Pío VI, quedándose en los límites
del regalismo estrictamente jurisdiccional. En ese mismo año tuvo lugar la publicación del
Código Penal, que, entre otras medidas, suprimía la tortura, la pena de muerte y la confiscación de
bienes del condenado. Fue sin duda la principal realización del absolutismo ilustrado toscano, pues
el proyecto de redactar una Constitución que implicaba la separación de poderes se quedó en
borrador. En 1790, cuando partía hacia Viena, una fuerte reacción popular manifestaba los
numerosos descontentos ocasionados por sus reformas.
También hubo importantes iniciativas reformistas en los territorios en los que se instalaron los
dos infantes españoles hijos de Felipe V e Isabel de Farnesio.
Carlos llevó a cabo una amplia política reformista, antecedente del posterior absolutismo
ilustrado, ayudado por los españoles conde de Santisteban y José Joaquín de Montealegre, y
posteriormente por el jurista Toscano Bernardo Tanucci (1698-1783). Tuvo a su favor la
coyuntura económica favorable y la buena acogida de sus súbditos, no demasiados contentos con
las imposiciones fiscales austriacas. Sus reformas buscaron imponer la superioridad política
institucional del monarca y recortar los poderes de los barones, la nobleza togada y la
Iglesia, por lo que suprimió el poderoso Consejo Colateral Napolitano y creó una Junta de
Gabinete y varias secretarías, de acuerdo con el modelo de la España de Felipe V. el deseo de
promover el crecimiento económico en el marco del mercantilismo llevó a la creación de una
Junta de Comercio (1735), recuperando la que ya existiera en el periodo austriaco, integrada ahora
por juristas y hombres de negocios, todos ellos napolitanos. En 1739 se instituyó el Supremo
Magistrado de Comercio, tribunal con amplias competencias en cuestiones económicas, no
exclusivamente mercantiles. Otras de las muchas medidas que se pusieron en práctica fueron la
reforma de la jurisdicción feudal de los varones o los intentos de reorganización hacendística. En
1737 se inició la elaboración de un catastro general, que trataba sí de conocer la población
y la riqueza del Reino como base para una racionalización de los impuestos. También crearon
dos importantes manufacturas la de la seda de San Leucio y la de porcelana de Capodimonte
creada en 1750. Carlos intentó también introducir fábricas de cristales y de espejos, aunque solo
se mantendrían estas, sobre todo la de Castellamare, que funcionó desde 1745. Especialmente
importante fue la fábrica de arcabuces de Torre Anunziata, que emancipó al Reino de la
dependencia exterior.
Estas reformas prosiguieron en los años siguientes a la marcha a España de Carlos III. El
marcado protagonismo de Tanucci continuó hasta 1767, durante la minoría de edad de Fernando
IV (1759-1825), y se mantuvo después hasta 1777, en el que fue destituido por influencia de la
reina María Carolina de Habsburgo, hija de María Teresa. En los años posteriores continuaron los
esfuerzos de reforma administrativa y legislativa y la lucha contra los privilegios feudales y
eclesiásticos. También fueron importantes las realizadas en Sicilia por el virrey Domenico
Caracciolo (1781-1786), quien entre otras acciones limitó la jurisdicción señorial y proyectó la
elaboración de un catastro que no llegó a concluirse. Tras la caída de Tanucci, María Carolina, con
la ayuda del inglés John Acton, trató de alejar a Nápoles de la órbita española coma en beneficio
de una alianza con Austria e Inglaterra.
Especial importancia tiene el regalismo napolitano, conocido también como
jurisdiccionalismo, cuyo vigor se basaba en la fuerza que había tenido ya a finales del siglo XVII,
aliado habitualmente al poder político y centrado en las relaciones con las autoridades religiosas
del Reino. Uno De los más dilatados conflictos con Roma fue causado por la investidura papal de
Carlos como rey de Nápoles, que recordaba al que se produjo a comienzos del siglo XVIII con
motivo de la disputa por el trono en la Guerra de Sucesión de España. En 1741 Carlos y Benedicto

169
XIV firmaron un concordato, que ponía fin a las tensiones anteriores y a las de la época
austriaca. Ello confirió al rey ciertos derechos fiscales y jurisdiccionales sobre la Iglesia, preludio
de la supresión en el Reino de la Inquisición romana (1746).
El reinado de su hijo fue también un período plagado de tensiones jurisdiccionales intentos
de imponer tributos a la Iglesia o limitar el número de eclesiásticos. La expulsión de los jesuitas
a finales de 1767 dio pie a la expropiación de muchos de sus bienes, así como intentos de reformar
la enseñanza a partir de los proyectos del ilustrado Antonio Genovesi, que contemplaba la creación
de escuelas públicas. En las propiedades expropiadas en Nápoles y Sicilia hubo iniciativas de
reforma agraria en la línea propuesta por los ilustrados, entregando lotes de tierras a una serie de
cultivadores, con escaso éxito. En los años 80 la política reformista en Sicilia del virrey Domenico
Caracciolo abolió la Inquisición en dicho reino. El punto culminante de la política regalista fue
la supresión en 1789 de la chinea, ofrenda simbólica que reconocía anualmente a la
dependencia feudal del Reino de Nápoles respecto a Roma. Ese mismo año, por su sola
autoridad y sin intervención del papá. Fernando IV anuló el matrimonio del duque de Maddaloni,
uno de los más importantes nobles napolitanos.
A los primeros soberanos de la Casa de Borbón se debió también la realización de algunas
importantes obras públicas, como las excavaciones de Pompeya y Herculano y la construcción del
teatro San Carlo inaugurado en 1737, 40 años antes de la Scala de Milán. Carlos de Borbón hizo
construir el bello Palacio Real de Caserta, sobre el modelo de Versalles, y los de Capodimonte y
Portici. Como de los Farnese, llevaron a Nápoles una parte importante de las excepcionales
colecciones artísticas de dicha familia ducal. Pese a todo ello, el balance fue escaso, en buena
parte por la resistencia de la gran mayoría de los grupos dominantes (nobleza, Iglesia). Más
que a la dinastía los avances se debían a fuerzas sociales nuevas (letrados, burgueses,
intelectuales…), las cuales habían emergido en el Reino ya antes de la llegada de los Borbones,
ejerciendo un importante protagonismo en la ilustración napolitana, que era una de las más
destacadas de Europa. Cuando se produjo En Francia la Revolución, Los Borbones
napolitanos, igual que los españoles y otros monarcas europeos, abandonaron la política
reformadora, habida cuenta además de que María Antonieta era hermana de María Carolina de
Nápoles.
Los ducados de Parma, Piacenza y Guastalla, pertenecientes a Felipe de Borbón (1748-1765),
destacaron sobre todo por su regalismo que fue uno de los más marcados de Europa por
iniciativa sobre todo del francés Guillaume Dutillot, que los gobernó entre 1756 y 1771. En 1764
se limitó el derecho de amortización; al año siguiente muchas de las propiedades eclesiásticas
fueron sometidas a tasación, recortando fuertemente la inmunidad fiscal del clero. En 1768 se
prohibió la apelación a tribunales extranjeros (Roma), se estableció el exequatur y fueron
expulsados los jesuitas, lo que permitió, como en otros sitios una reforma educativa. La reacción
de Roma no se hizo esperar y en enero de 1768 el breve de Clemente XIII conocido como Monitorio
de Parma, reafirmaba el origen Pontificio del ducado y anulaba los edictos emitidos desde 1764 en
materia eclesiástica y amenazaba a sus autores con la excomunión. Avalado por la fuerte reacción
de los países borbónicos, que vieron en el monitorio un ataque a su casa, Dutillot no se
amedrentó y contestó con la confiscación de bienes algunas congregaciones religiosas y la
supresión de la Inquisición (1769). No obstante, el nuevo duque, Fernando I (1765-1802),
destituyo a Dutillot (1771), se reconcilió con Roma y dio marcha atrás en muchas de las medidas
influido también por su esposa, María Amelia de Habsburgo, otra de las hijas de María Teresa. El
del duque Fernando es un caso significativo de fracaso en la educación pues todos los valores
ilustrados que le fueron inculcados cuidadosamente por preceptores como Condillac, no lograron
impedir su apego a la beatería y las formas de religiosidad más criticadas por la Ilustración.

170
En Saboya, las reformas se en práctica ya en el siglo XVII, sobre todo en los primeros años del
largo periodo de Gobierno de Víctor Amadeo II, que llega hasta 1730 en que abdicó su hijo. La
principal de ellas fue la realización de un catastro iniciado en 1697 y que hacia 1712 aportaba
bastantes datos para Niza y Piamonte. Basándose en ellos pudo reincorporar a la Corona algunos
territorios usurpados, así como reducir las tierras libres de impuestos, el número de feudos, los
derechos feudales y las exenciones fiscales de los privilegiados. La sagacidad del duque durante la
Guerra de Sucesión Española, ajena a las lealtades inconmovibles, le proporcionó grandes réditos,
consiguiendo el título de rey que entre otras ventajas le facilitó la culminación de sus reformas
centralizadoras. Así, después de la guerra creó nuevos consejos de Gobierno (1717) y reforzó las
competencias de los intendentes, que extendió a los nuevos territorios incorporados de Monferrato
y Cerdeña, promovió la codificación de las leyes en las llamadas Constituciones piamontesas
(1723-1729) y suprimió la venta de cargos de Justicia. También reformó los estudios
universitarios de Derecho, que se extendió luego a otras facultades. Ello le costó el enfrentamiento
con las órdenes religiosas que dominaban hasta entonces la Universidad, lo que le llevó a expropiar
algunos de los bienes de estas, con los que creó una red de escuelas públicas e instituyó el Collegio
delle Province, para alumnos sin recursos a los que facilitaba el acceso a la Universidad. Pese a que
los logros de las reformas educativas que emprendió no fueron excesivos, constituían un modelo
para los gobernantes ilustrados posteriores.
Con su hijo, Carlos Manuel III (1730-1773), el reformismo estuvo representado sobre todo por
Giovanni Battista Bogino (1701-1784), quien tras la conclusión de la Guerra de Sucesión
Austriaca (1748), llevó adelante iniciativas como la reorganización de la administración local,
reforzando el papel de los intendentes o el comienzo de un catastro para las provincias recién
incorporadas. La más importante fue la abolición de la feudalidad de Saboya (1771). Desde 1759,
Bogino se ocupó en la corte de los asuntos de Cerdeña, dónde modifico nuestros órganos de
Gobierno y los tribunales de Justicia, redujo la jurisdicción señorial, promovió la cultura ilustrada
y extendió a las universidades de Cagliari y Sassari las reformas realizadas en Saboya durante el
anterior reinado. Victor Amadeo III (1773-1796) continuó la política de su padre, es la desaparición
de Bogino y en 1783 fundó la Academia de Ciencias de Turín.
En las repúblicas oligárquicas de Venecia y, sobre todo, de Génova apenas hubo reformismo
ilustrado. En Venecia lo más destacado fue el regalismo, que contaba con importantes
precedentes, y por la que en 1766 se logró reducir las competencias del Santo Oficio (Inquisición
romana), limitar las amortizaciones eclesiásticas, suprimir algunos conventos o prohibir la
publicación de la bula In coena Domini, documento Pontificio en el que se especificaban todas las
excomuniones. En el terreno económico las únicas medidas importantes fueron la libertad de
exportación de cereales (1754) o el desarrollo de la Marina mercante en los años 80, que no frenó
la decadencia en el comercio internacional, a la que se unía el malestar de los sectores burgueses
excluidos del poder político.
Más tradicional fue la política de Génova, donde el descontento popular contra el Gobierno
del patriarcado de la capital, que dejaba fuera a otros sectores sociales y a la nobleza
provincial, se puso de manifiesto durante la insurrección de 1746, motivada directamente por la
ocupación austriaca durante la guerra. La situación, sin embargo, siguió sin cambios, agudizando
el malestar de territorios como Córcega, que desde 1729 estaba en una situación de casi permanente
rebeldía, que llevaría al Senado genovés a vendérsela a Francia en 1768.
En cuánto al poder del papado, experimentó un claro retroceso en el siglo XVIII, como
consecuencia de factores como la política regalista de numerosos príncipes católicos, las
críticas procedentes de la Ilustración, la progresiva de sacralización de la existencia o el avance de
la descristianización. Tal retroceso, entre otras consecuencias, provocó un descenso de las
cantidades de dinero que los papas recibían de los países católicos, y alentó las tensiones

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separatistas en el interior de los Estados Pontificios, sobre todo en Bolonia y su territorio,
agudizadas por los efectos negativos de las campañas militares de la primera mitad del siglo. Los
pontífices de mayor relevancia fueron:
• Clemente XII (1730-1740): Llevó a cabo un reformismo político y económico, que
aumentó la autonomía de ciertos territorios y trato de mejorar las comunicaciones y
estimular el comercio.
• Benedicto XIV (1740-1758): Intentó abrigarse al pensamiento ilustrado, incrementar las
relaciones entre la Iglesia y la sociedad y establecer cauces de entendimiento con los
soberanos católicos mediante diversos concordatos.
• Pio VI (1775-1799): Internamente, elaboró un catastro de propiedades y promovió el libre
comercio.
11.6. España y Portugal
El cambio dinástico en España, con la llegada de Felipe V (1700-1746), propició una serie de
reformas que afectaron tanto a la estructura constitucional de la monarquía como su sistema
de Gobierno. El trasfondo de estas es complejo, pues en la propia cultura política finisecular existía
la conciencia de la necesidad de cambios, muchos de los cuales se pusieron en la práctica o se
ensayaron durante el reinado de Carlos II. Luis XIV, su corte y los franceses que acompañaban al
joven rey consideraban necesario reducir el poder político de la alta nobleza y reordenar el sistema
de Gobierno en un sentido similar al de Francia con el resultado de un notable incremento del poder
real y una mayor centralización. La estructura interna de la monarquía en España era
compleja, pues los diferentes reinos y territorios mantenían su personalidad constitucional y
sus instituciones, leyes y monedas y otros elementos, de acuerdo con el modelo original de las
monarquías de agregación, lo que suponía un inconveniente para tales reformas.
Pero la superación de los territorios de la corona de Aragón contra Felipe V proporcionó una
oportunidad inigualable para la centralización, dentro de la lógica jurídica de la época, que
entendía que tales reinos y Estados habían perdido todos sus privilegios por el delito de lesa
majestad. Sucesivos decretos de Nueva Planta entre 1707 y 1716, promulgados a medida que se
iba a reconquistando, abolieron las constituciones privativas e instituciones de los diversos
territorios de aquella corona, en los que se crearon nuevos organismos de Gobierno claramente
dependientes del poder real. En el terreno legal, y a excepción del derecho civil catalán, que
subsistió, fueron sometidos en adelante a las leyes de la corona de Castilla, aboliendo el privilegio
de estrangería y a que reservaba los puestos públicos a los naturales. En cuanto a la fiscalidad
se creó un impuesto nuevo que pretendía ser equivalente a las llamadas rentas provinciales de
Castilla, formada por una gran variedad de tributos, si bien su contribución quedó bastante por
detrás de la Castellana, sobre todo porque las cuantías de dicho impuesto se mantuvieron estables
durante todo el siglo, al tiempo que crecía en la población y la riqueza de tales territorios.
La abolición de las aduanas entre Castilla y la corona de Aragón favoreció las economías más
prósperas de la periferia catalana o valenciana, hasta tal punto de quebrar en 1783 el monopolio
madrileño de los Cinco Gremios Mayores. Asimismo, la Nueva Planta facilitó a los súbditos de la
corona de Aragón el acceso al comercio con América, que alcanzó en el siglo XVIII su fase de
mayor rentabilidad. A partir de la Nueva Planta, solo el Reino de Navarra y las provincias vascas
que fueron leales a Felipe V, mantuvieron sus constituciones y especificidades institucionales y
jurídicas. Pero la centralización no se limitó a la corona de Aragón, como demostraría la creación
de los intendentes que, a imitación de los franceses, se convirtieron en los representantes
territoriales del poder real.
Los cambios afectaron también a la corte, donde los consejos de tiempo de los Austrias fueron
postergados por un Despacho o Consejo de Gabinete, a imitación de Francia. Con el tiempo, el

172
Consejo de Gabinete, que desaparecería en los años 20, fue perdiendo importancia en favor de una
serie de secretarías de Estado y de despacho, que suponían la transformación del régimen de
Gobierno colectivo de los consejos en otro individual, antecedente de los futuros ministros.
Aunque el número de secretarias varió, desde 1721 durante la mayor parte del siglo hubo
cinco: Estado, Guerra, Marina e Indias, Hacienda y Justicia. Los consejos pervivieron, a
excepción de los de Aragón, Flandes e Italia, que fueron suprimidos el perder su función, pero
quedaron marginados de la decisión política, tendiendo a ser el refugio de una alta nobleza
indignada por el progreso de gentes de condición inferior, especialmente letrados, miembros de la
baja nobleza y militares. La única excepción fue el Consejo de Castilla, que extendió su poder a la
corona de Aragón y se convirtió en un organismo fundamental en el Gobierno interior y la
administración de Justicia. Junto a el mantuvieron su importancia algunas juntas,
especialmente la de Comercio y Moneda, creada en 1679 y que desde 1730 dependería
básicamente de la Secretaría de Estado y del despacho de Hacienda. Las Cortes de Castilla se
extendieron también a la corona de Aragón, pero su poder fue prácticamente inexistente pues solo
fueron convocadas en 3 ocasiones (1713, 1760 y 1789).
El reinado de Felipe V fue una etapa de mejora económica basada en el mercantilismo, así
como la reconstrucción militar y sobre todo naval, si bien las diversas guerras dejaron a la Hacienda
en situación precaria a la muerte del monarca. El reinado de Fernando VI (1746-1759) fue el
preludio de la época reformista. La situación de paz y la mejora de la Hacienda hicieron posible
toda una serie de medidas y proyectos cuyo principal responsable fue el marqués de la
Ensenada, el más destacado de los gobernantes de aquel reinado. Junto a la reconstrucción naval
iniciada por José Patiño (1666-1736) y por él mismo en el reinado anterior, se empezó la
construcción de caminos y canales o se creó el Real Giro, primer esbozo de Banco Nacional, que
sería suprimido tras la caída de Ensenada (1754), pero su principal proyecto fue el intento de
sustituir las rentas provinciales de la corona de Castilla por un impuesto único proporcional
a la riqueza, a imitación de los que la nueva planta había introducido en la corona de Aragón. Para
ello ordenó el llamado catastro del marqués de la Ensenada (1749-1759), tendente a conocer la
población y la estructura económica y social de las diferentes provincias de Castilla. Pese a que el
llamado proyecto de la única contribución fracasó por las muchas resistencias, la amplia
información que dejó constituye una de las más estibas que disponemos en Europa sobre población,
economía y sociedad. Durante el reinado de Fernando VI se firmó con Roma el concordato de 1753,
que ponía fin al conflicto regalista del reinado anterior y reconocía al rey de España el Patronato
universal o derecho de presentación de todas las dignidades eclesiásticas tanto en indias (donde ya
existía) como en España, lo que asentó firmemente la autoridad real sobre el episcopado. El rey
recibiría en adelante los bienes de las sedes episcopales vacantes que anteriormente pertenecían al
papa, quien renunció, Asimismo a una serie de reservas o derechos económicos.
Los casi 30 años del reinado de Carlos III (1759-1788) marca en el momento culminante del
absolutismo ilustrado. En la cúspide del poder comenzaron a aparecer en una serie de juntas o
reuniones de los secretarios de Estado y del despacho, cuya importancia progresiva llevó a la
creación de la efímera Junta Suprema del Estado (1787-1792), encabezaría el conde de
Floridablanca. Cuando el Conde de Aranda le sustituyó como secretario de Estado, la Junta se
suprimió y el decaído Consejo de Estado se convirtió en la principal institución de la monarquía.
La política reformista, cuya principal institución impulsora fue el Consejo de Castilla abarca
múltiples campos: Ejército, economía, educación o sistema de valores sociales. Una serie de
gobernantes ilustrados, como Pedro Rodríguez de Campomanes (conde de Campomanes,
1723-1802), el conde de Aranda (1719-1798), o Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811),
pusieron en práctica buen número de iniciativas reformistas, encaminadas a conseguir un
progreso económico y social basado en las ideas de la Ilustración y respaldado por la minoría social

173
reformista, la cual se agrupaba las sociedades económicas de amigos del país que surgieron por
doquier.
Por lo que a la economía se refiere, es necesario citar los proyectos de reforma agraria, las
repoblaciones, el ataque a los privilegios de la Mesta, la libertad del comercio Interior de
granos, la construcción de caminos y canales, el fin del monopolio del comercio con América, la
protección a una serie de compañías mercantiles monopolistas, el establecimiento de manufacturas
reales, la protección del trabajo artesanal, la atracción de artífices extranjeros conocedores de
nuevas técnicas, la erosión del sistema gremial o la creación del Banco de San Carlos, primer banco
nacional (1782). Otra serie de medidas tendieron a limitar el poder de los estamentos
privilegiados, favoreciendo al tiempo un cambio en los valores sociales. En este sentido merece
la pena referirse a la tímida política de incorporación de señoríos a la Corona, o la más decidida
encaminada a disminuir las atribuciones jurisdiccionales de los señores y evitar abusos, las críticas
a los mayorazgos y a la amortización de la tierra, la expulsión de los jesuitas, el ataque a la casta
de los colegiales mayores mediante la reforma de la tales instituciones que dominaban ampliamente
los oficios y cargos públicos, el control de la Inquisición y la merma progresiva de sus atribuciones,
las reformas municipales y los intentos para reincorporar a la corona a los oficios municipales
enajenados Hola qué reacción de la orden de Carlos III para premiar el mérito y la virtud o la
dignificación de los oficios mecánicos.
Por lo que a la Iglesia se refiere, en estos años arreciaron las voces en favor de una
desamortización eclesiástica. La expulsión de los jesuitas, que dominaban la enseñanza y los
colegios mayores, hizo posible la apropiación de sus bienes. En la senda regalista de sus
antecesores, Carlos III confirmó unilateralmente el exequatur o pase regio (1768), imprescindible
para la ejecución de las disposiciones pontificias.
Con todo, muchas de tales iniciativas carecieron de coherencia, no tuvieron la eficacia deseada o
no pasaron de la categoría de proyectos. Por otra parte, el ataque de los estamentos privilegiados
y a los centros tradicionales de poder, aunque fuera con frecuencia tímido, no dejó de suscitar
reacciones, que contribuyeron en muchos casos a abortar las iniciativas reformistas. El motín de
Esquilache en Madrid (1766) estuvo en buena parte orquestado por los aristócratas
descontentos. En el terreno político se iniciaba una división entre dos grupos: los partidarios y
los enemigos de las reformas, que reproducía bastante fielmente la fractura ideológica en pro y en
contra de la ilustración. En cualquier caso, y pese a sus timideces y fracasos que es el reformismo
ilustrado tuvo un efecto benéfico, favorecido inicialmente por la buena coyuntura económica.
La Crisis revolucionaria francesa lo cambió todo, poniendo en cuestión el sentido de la ideología
ilustrada y provocando una fuerte reacción contra los que se consideraban sus excesos. Sus propios
impulsores, como Floridablanca, asustados por el sesgo de los acontecimientos. El reinado de
Carlos IV (1788-1808), mantuvo ciertas iniciativas reformistas, entre las que destaca la
desamortización conocida como desamortización de Godoy (de bienes raíces vinculados a la
Iglesia como hospitales, obras pías y cofradías), pero hechos diversos como las guerras en las que
se vio envuelta España, la progresiva dependencia de Francia revolucionaria y el fin de la expansión
demográfica con una mala coyuntura agrícola que repercutió en 9 desastrosa situación de la
Hacienda (enredado en parte del reinado anterior tras la guerra de la independencia de los Estados
Unidos) Hola propia y fundamental crisis política que llevó a la caída del favorito Manuel Godoy
y la abdicación de Carlos IV (1808), anunciaban el cuarteamiento definitivo del Antiguo Régimen.
En el caso de Portugal, en los primeros años de la Guerra de Sucesión de España, Pedro II de
Portugal cambió su anterior alianza con Luis XIV (1701) por la vinculación a Inglaterra en
el Tratado de Methuen (1703), cuya trascendencia fue mucho mayor del mero paso al bando
aliado, pues sería el inicio de una dependencia secular de Portugal respecto a Gran Bretaña, que

174
si bien los sitúa en una posición semicolonial, tuvo como contrapartida el apoyo británico en
la defensa de su imperio.
El rey Juan V (1706-1750) se vio favorecido por el hecho de que en el tránsito del siglo XVII a
XVIII los portugueses encontraron grandes cantidades de oro en Brasil, origen de una
prosperidad tal qué hacía en 1738 el diplomático Luis de Cunha propuso trasladar la corte a Río de
Janeiro y dejar un virrey en Lisboa. El problema, similar al que tuvo España con la plata en los
siglos anteriores, es que el oro que fluía a las arcas reales en virtud de los impuestos sobre la
extracción y el comercio no se utilizó para modernizar la economía portuguesa. Eso sí, la
riqueza permitió a la corona avanzar en el absolutismo de lo que es buena prueba el hecho de
que las Cortes no fueran convocadas entre 1698 y 1820. La construcción del Palacio de Mafra o
los rituales cortesanos fueron otras manifestaciones de tal proceso. avanzado el reinado de Juan
V se comenzó a sustituir los consejos de Gobierno por secretarías de Estado, al estilo francés
o español, creándose inicialmente tres: una para los asuntos del Reino, otra para los territorios de
ultramar y la tercera para la diplomacia y la guerra. Sus relaciones con Roma fueron tensas,
incluido un período de ruptura entre 1728 y 1732 pero finalmente el monarca recuperó el
derecho de presentación de obispos.
El absolutismo ilustrado portugués tendría lugar en el reinado de José I (1750-1777) y su
figura principal fue el diplomático Sebastiao José de Carvalho e Melo (1699-1782), conde
Oeiras desde 1759 y marqués de Pombal desde 1770. Gobernante estricto, dirigió el país con
mano dura desde los primeros años 50 hasta 1777 esforzándose por impulsar el crecimiento de la
economía tanto en Portugal como en Brasil lo que exigía atemperar el dominio que Gran Bretaña
ejercía sobre ella. Una sus primeras reformas fue la del comercio colonial en la que adoptó medidas
para reducir el contrabando británico y fundó la Compañía de Grao Para e Maranhao (1755), que
recibió el monopolio del comercio en el norte del Brasil y el Amazonas. En Portugal fundó la
Compañía Geral de Agricultara das Vinhas do Alto Douro (1756), de carácter privilegiado y
encaminada a proteger los intereses de la nobleza terrateniente de la región, cuyos miembros eran
los grandes productores, frente al dominio británico del comercio de sus vinos que dejaba, no
obstante, importantes ingresos a la Corona. Pero al asignar a los grandes productores el derecho
exclusivo a la venta, generó un importante menoscabo a los productores menos importantes
y otras gentes vinculadas a la venta local del vino, cuyo malestar desencadenó el motín de Oporto
de 1757, que si bien forzó a la compañía a restablecer la libertad de producción y venta, mostró la
intransigencia de Pombal. La ciudad fue tomada al asalto y el motín duramente reprimido con más
de 400 condenados, algunos de ellos a muerte.
Pombal fue uno de los grandes enemigos de la Compañía de Jesús., con la que se enfrentaban
entre otras razones por la defensa que está haciendo de las reducciones en América frente a la
rectificación de fronteras acordadas por el Tratado de Madrid de 1750, o el deseo de acabar con la
excepción fiscal que disfrutaban las misiones jesuíticas en el norte del Brasil. Tras el terremoto de
Lisboa de 1755 un misionero jesuita publicó un escrito por el que interpretaba como un castigo
divino la política de Pombal, pero el elemento final que convenció al ministro de la necesidad de
acabar con las misiones jesuíticas fue la rebelión de los indios guaraníes contra el Gobierno
portugués. En 1758 se produjo el intento de asesinato de José I, el cual abrió una investigación y la
vigilancia de las casas jesuíticas arrestando a varios nobles de la familia Távora, con la que bombal
estaba fuertemente enfrentado. El poderoso duque de Aveiro y varios miembros de la familia
Távora, incluido el marqués que había sido virrey en la India, fueron condenados a muerte y
descuartizados. La marquesa fue decapitada y el resto de la familia recluida en prisiones. También
fueron inculpados algunos jesuitas. En 1759 Portugal se convirtió en el primer país que
expulsaba a los jesuitas, confiscado sus bienes en 1760, a lo que se unía el clima de terror desatado
por el que Pombal concibió como un castigo ejemplar, que supuso una agresión sin precedentes a
la nobleza.

175
En los años siguientes se incrementaron las reformas. En 1759 se constituye una nueva
compañía privilegiada, la de Pernambuco y Paraiba, la cual estimuló la importación de mano de
obra africana y logró aumentar de forma notable la producción azucarera de aquellas capitanías al
norte de Brasil. En 1761 creó el Erario Regio, que centralizaba la gestión de la Hacienda
portuguesa. Las malas relaciones con Roma si bien no influyeron tanto en ellas la expulsión
de los jesuitas cuántos la oposición Pontificia autorizar el matrimonio de la princesa María
con su tío Pedro, hermano del rey, que dio lugar a una ruptura de las relaciones entre 1760 y
1769. El ministro aprovechó esos años para establecer el exequatur y la superioridad de los
tribunales portugueses sobre los jueces eclesiásticos, autorizándolos a revisar las decisiones de
estos. También actuó contra la Inquisición, cuyas competencias quedaron ampliamente reducidas
eliminando la distinción entre viejos y nuevos cristianos y quitando al Tribunal la censura de libros
a la vez que acaba con su independencia de actuación o prohibir sus autos de fe.
Como otros gobernantes del absolutismo ilustrado, uno de los efectos de la expulsión de los jesuitas
en los ataques a la Inquisición fue la reforma educativa, con el objetivo de reorganizar los planes
de estudios y subordinar la enseñanza al poder civil. Los profesores fueron sometidos a un examen
previo y se creó una Junta que seleccionó los libros de estudio y organizó la reforma de la
enseñanza, especialmente en la Universidad. Hechos como la invasión española en 1762, con
ocasión de la Guerra de los Siete Años, la presión de Gran Bretaña contra las compañías
monopolísticas o la crisis económica de principios de los años 70, tras la reducción de la producción
del oro brasileño, frenaron las reformas.
Aunque Pombal trato de compensar la crisis promoviendo las manufacturas la reducción del
precio del azúcar brasileño por la competencia de otros productores agravó la situación.
Muchos de los enemigos que la dura política de Pombal había ido creando se acercaron a la heredera
del trono, por lo que tras la muerte del Rey 1777, el marqués fue cesado y sometido a un proceso
por corrupción y abuso de autoridad que no llegó a concluir. Con él, cayeron algunos de sus
colaboradores, al tiempo que quedaban en libertad muchos de los encarcelados y regresaban al país
que los exiliados. Parte de su obra fue desmontada al suprimirse las compañías privilegiadas,
pero otras disposiciones quedaron vigentes. El reinado de María I (1777-1816) continuó las
reformas, aunque a un ritmo más pausado. En los años noventa, en que el futuro Juan VI asumió la
regencia por enfermedad mental de la reina, alcanzaron puestos importantes algunos colaboradores
de Pombal, que rescataron iniciativas anteriores como la supresión de los bienes de manos muertas
o la reforma del sistema penitenciario.

176
TEMA 12.- EL BÁLTICO Y EL ESTE EUROPEO
12.1. Los conflictos en el Báltico y el Noreste
Coincidiendo con la Guerra de Sucesión al trono de España tuvo lugar la llamada Gran Guerra
del Norte (17001721), que fue el resultado de las tensiones creadas por una nueva relación de
fuerzas poco compatible con el predominio de Suecia en el Báltico. Todo comenzó cuando el
nuevo rey de Polonia, Augusto II de Sajonia, formó una coalición con Rusia y Dinamarca. A
comienzos de 1700, el ejército danés invadió Gottorp, territorio reclamado por Federico de
Holstein, cuñado del rey sueco mientras Augusto II atacaba Riga y los rusos Narva.
Entonces tuvo lugar una extraordinaria demostración de fuerza por parte del joven rey Carlos
XII de Suecia, brillante general pero poco realista. Marchó hacia Copenhague, obligando a
Federico IV a separarse de la coalición y reconocer la independencia del ducado de Holstein-
Gottorp, meses después derrotó a Pedro I de Rusia en Narva y en 1701 levantó el asedio de Riga
y se apoderó de Curlandia. En 1702 aprovechando las desavenencias entre el rey la nobleza
polaca invadió dicho reino, conquisto Varsovia y derrotó a Augusto II en Klissow, lo que
permitiría dominar Polonia en los años siguientes hasta el punto de destituir a su monarca y colocar
en su lugar a Estanislao Leczinski (1704). Más tarde invadió Sajonia y forzó a Augusto II a
renunciar a la corona y separarse de la coalición en 1706. Su poder llegó a tal punto que Luis XIV,
en plena Guerra de Sucesión de España, le propuso que atacara Austria. La intervención personal
del duque de Malborough (que se entrevistó con el monarca) y una serie de concesiones del nuevo
emperador José I, hicieron que Carlos XII desatendiera la demanda y se centrara en Rusia, en aquel
momento su único enemigo.
Pedro I, tras la derrota de Narva conquistó Ingria, Carelia, Estonia y Livonia, todos territorios
suecos, entre 1701 y 1705. En 1703 fundó San Petersburgo, en el extremo oriental del golfo de
Finlandia. Carlos XII actuó, pero en lugar de ir en auxilio de su ejército sitiado en Curlandia
concibió la idea descabellada de atacar Moscú en 1707, fracasando. Los rusos asolaron el territorio
por el que avanzaba y busco auxilio de los cosacos de Ucrania. Desgastados por el hambre y el frío
del invierno de 1708-1709, fueron derrotados en Poltava (julio 1709). La derrota activó la
coalición antisueca:
• Rusia tomó Riga, Reval y Viborg (1710), facilitando su acceso al Báltico.
• Augusto II recuperó Polonia.
• Dinamarca invadió Suecia.
• Prusia se unió a la coalición (1713) y los aliados invadieron la Pomerania sueca. La
conquista por Prusia de Stettin, junto al Oder, amenazó la presencia sueca en el norte de
Alemania, por lo que Carlos XII, que se había fugado de la prisión turca de Demotika (1714)
acudió a defender Stralsund, sin éxito.
• En 1715 el rey de Inglaterra y elector de Hannover, Jorge I, se une a la coalición.
• Aconsejado por su ministro Görtz, Carlos XII decidió conquistar Noruega para tener una
salida al Atlántico y debilitar a Dinamarca a la vez que iniciaba acercamientos con Rusia ya
que Pedro I ya había conseguido su salida al Báltico, pero Gran Bretaña y Francia, aliadas
desde 1716 impidieron la reconciliación. Carlos XII fracasó muriendo en el sitio de
Friedrikshald.
Suecia firmó la paz con Hannover, Prusia y Dinamarca (Tratados de Estocolmo de 1719-20)
por los que cedió a Dinamarca el Schleswig, a Prusia buena parte de la Pomerania Occidental
incluida Stettin y a Hannover los territorios de los obispados de Bremen y Verden, con lo que solo
conservó en Alemania Stralsund, Wismar y la isla de Rügen. En 1721 firmó la Paz de Nystad con

177
Rusia por la que Rusia le devolvió la Finlandia meridional, pero a cambio se le reconoció a Rusia
la posesión de Ingria, Estonia, Livonia, una parte de Carelia incluida Viborg y las islas de Dago
y Ösel, reforzando su presencia en el Báltico. En el terreno económico fue abolida la exención de
la aduana danesa que disfrutaban los barcos suecos que atravesaban el Oresund.
Al igual que en Occidente, las paces de Estocolmo-Nystad, que repartieron el Imperio sueco,
sancionaron en el Báltico una situación de equilibrio, con la aparición de Rusia, cuya presencia
inquietaba a Gran Bretaña, preocupada por el riesgo que pudiera suponer para sus intereses
comerciales. La mediación francesa no logró acercar ambos países, pero, aparte de cuestiones
comerciales el Báltico vivió un siglo XVIII bastante Pacífico solo interrumpido por las
repercusiones de grandes conflictos europeos como la guerra sueco-rusa (1741-43), que fue un
conflicto menor en el marco de la guerra de Sucesión de Austria, la intervención de Suecia en la
Guerra de los Siete Años dentro del bando francés (1752-62), o bien el conflicto de Suecia con
Rusia entre 1788 y 1790, aprovechando una de las guerras ruso turcas. En todos estos casos Suecia
tuvo un papel protagonista, arrastrada por su vieja tradición de belicismo, si bien sin la fuerza
de comienzos de siglo como lo demostró el hecho de que no lograse recuperar ninguno de los
territorios perdidos. La presencia de Rusia en la zona oriental del Báltico fue un elemento
estabilizador, como el interés esencialmente continental de la política de Prusia o el pacifismo
y menor capacidad naval y militar de Dinamarca. Pero, la tranquilidad del Báltico fue compatible
en las últimas décadas de la centuria con cambios profundos en los territorios ribereños del
sureste, como consecuencia de sucesivos repartos de Polonia que desaparecería del mapa.
De todas las potencias de la zona, la más importante fue sin duda Rusia, que además de su
alianza y protección a Dinamarca llegaría a ejercer una cierta tutela sobre Polonia y también en
algunos períodos sobre Suecia. La alianza entre produce Rusia en 1764 tendría gran importancia
en el futuro, ya que no solo establecía mutuo apoyo defensivo (excluyendo los posibles ataques de
los turcos a Rusia), sino que ambos países se comprometían a mantener sin cambios la situación en
Polonia y Suecia. Era la conocida como Alianza del Norte o Sistema Nórdico, ideado por el
ministro ruso Nikita Ivanovich Panin, que respondía también al deseo de regular el Báltico y la
Europa del noreste sin intervención de las potencias occidentales. Rusia deseaba asegurar la paz
para llevar adelante una serie de reformas interiores. Prusia, temerosa del enorme poder que habían
mostrado los rusos en la Guerra de los Siete Años, quería controlarlo. La alianza posterior de
Catalina II con José II (1781), puso las bases para un acuerdo más amplio.
El gran problema de la Europa del noreste era Polonia, cuya difícil estabilidad se veía
comprometida por cada nueva sucesión al trono. Desde la entronización de Estanislao II en
1764, la influencia rusa en ella fue creciente, pero también Prusia y Austria tenían ambiciones
sobre su territorio, lo que explica que acabará utilizándose como base de un acuerdo entre las tres
a costa de dividirla. Hacía tiempo que el monarca prusiano deseaba incorporar el territorio de la
Prusia Real, perteneciente a Polonia y que separaba sus posesiones de Pomerania y el ducado de
Prusia. Rusia y Austria ambicionaban territorio polaco, en el que María Teresa había ocupado el
enclave Zips, reclamado por los húngaros. La posibilidad de resolver mediante un reparto un
determinado problema político no era nueva, no obstante, existían grandes diferencias con
Europa occidental y central, esencialmente que es un espacio con fronteras menos definidas y
tradiciones diferentes. Así en virtud del primer tratado de reparto de Polonia (1772):
• Catalina II: parte de la Livonia polaca y la Rusia Blanca (Bielorrusia) hasta el Dvina y el
Dniéper.
• María Teresa y José II: Galitzia oriental y la Pequeña Polonia, menos Cracovia.
• Federico II: la Prusia occidental a excepción del puerto de Dantzig y Thorn, así como el
territorio polaco hasta el río Netze.

178
Únicamente Francia, poco influyente ya en la zona, intentó sin éxito impedir el reparto.
Además de Polonia, el otro objeto de la alianza entre Prusia y Rusia en 1764 era mantener el
statu quo en Suecia, donde Rusia se oponía al absolutismo de Gustavo III y alentaba la
oposición contra él. En 1788 aprovechando el conflicto ruso-turco, el monarca sueco atacó San
Petersburgo, sin contar como era preceptivo con la conformidad de la Dieta. Dinamarca, aliada de
Rusia, le declaró la guerra, aunque fue forzada por Gran Bretaña y Prusia a cesar las hostilidades.
El rey de Suecia llegó a negociar un acuerdo con los turcos (1789) y trató de conseguir también
el apoyo de Polonia, cuya corona ambicionaba. En 1790, mientras Gustavo III obtenido algunos
éxitos se formó una alianza anti rusa a partir de la triple alianza entre Gran Bretaña, Prusia y las
Provincias Unidas, surgida en 1788 con motivo de las de la crisis de estas últimas. Pese a que Suecia
hubo de enfrentarse con serios problemas como el separatismo alentado en Finlandia por un amplio
grupo de militares, Catalina II firmó en 1790 un acuerdo de paz, en el que si bien no hubo
cesiones territoriales aceptaba el instrumento de Gobierno sueco de 1772 y se comprometía a
no intervenir en la política interior de Suecia. Al año siguiente, Gustavo III estableció una
alianza con Rusia (1791), que buscaba sobre todo su protección ante el temor de que el Reino se
verá afectado por los movimientos revolucionarios como los de Francia.
Un temor parecido a que el espíritu revolucionario francés influyera en la efervescencia nacionalista
de Polonia llevó a Catalina II a pactar con Prusia el segundo reparto de aquella (1793). Rusia
incorporó Podolia, la Ucrania occidental y el oeste de Bielorrusia (gran parte de Lituania) y Prusia
se quedó con Danzig, la región de Thorn y Posnania. Los acontecimientos revolucionarios de
Francia estaban extendiendo la idea de que solo una coalición de los demás países podría
restaurar en ella la autoridad real, lo que ya en 1791 había propiciado la reconciliación de
Austria y Prusia y reuniría a ambas con Rusia para pactar el tercer y último reparto de Polonia
que borró del mapa a dicho país (1795): Rusia obtuvo Curlandia y el resto de Lituania; Austria,
la Polonia meridional con Cracovia, y Prusia se quedó con el territorio restante, que incluía a
Varsovia.
12.2. El retroceso internacional de Turquía
Tras la victoria de Pedro I el Grande sobre los suecos en Poltava (Ucrania), la expansión de un
cierto paneslavismo propició la intervención del zar en dicha zona, aliado con los príncipes de
Moldavia y Valaquia, con la intención de expulsar a los otomanos. Sin embargo, su derrota en el
río Prut (1711) le obligó incluso a devolver Azov a los turcos. El sultán entregó entonces los
principados autónomos de Moldavia y Valaquia a griegos del barrio ortodoxo de Fanar en Estambul
que en adelante serían conocidos como los príncipes fanariotas. En 1715, el contraataque de los
turcos para reconquistar la Morea, cedida a Venecia en 1699, propició la firma de una alianza
defensiva entre Austria y Venecia (1716) y el inicio de una nueva guerra contra el Imperio turco.
Tras una serie de victorias, Eugenio de Saboya reconquistó Belgrado (1717). si bien se vio frenado
por una epidemia de malaria. La intervención de Gran Bretaña y las Provincias Unidas llevó a la
paz de Passarowitz (1718), en la que los turcos recuperaron la península de Morea, pero hubieron
de aceptar un retroceso mayor que el de 1699, que ratificaba su decadencia. Austria, la gran
beneficiada, recibía Temesvar, que completaba su dominio sobre Hungría, así como parte de
Bosnia, el norte de Serbia con Belgrado y la pequeña Valaquia.
En 1735, utilizando el pretexto de que tropas turcas que actuaban contra Persia habían atravesado
el Daguesthán, los rusos tomaron de nuevo la ciudad de Azov, y el año siguiente invadieron
Crimea, mientras las tropas de su aliado el emperador invadió Valaquia, la parte de Serbia en poder
de los turcos (conquistando Nis) y Bulgaria. Con el respaldo diplomático de Francia, su aliada
tradicional, Turquía firmó la paz con Persia, lo que le permitió concentrar sus tropas en el Danubio
y el mar Negro. Gracias en buena parte a las mejoras técnicas que introdujo en sus ejércitos

179
el Conde Bonneval, un noble francés renegado, en el primero de ambos frentes los turcos
reconquistaron Nis infringieron varias derrotas al Ejército del emperador mientras en el
segundo obligaron al Ejército ruso a retroceder hacia Ucrania. Rusia pudo comprobar como ya
lo hiciera Pedro I años antes que los turcos eran un enemigo bastante más difícil de batir que los
polacos o los suecos, en buena parte por las condiciones de la guerra en el sureste, con enormes
distancias , grandes problemas de logística y abastecimiento o un menor desarrollo de los sistemas
de fortificación, lo que imponía un tipo de operaciones menos regular que las que se practicaban
en otras zonas de Europa, caracterizado por la abundancia de incursiones, las guerrillas u otras
operaciones similares. En virtud de los tratados de paz firmados en Belgrado y Nis (1739),
Rusia devolvió sus conquistas, a excepción de una pequeña franja territorial entre los ríos Bug y
Dnieper, y la fortaleza de Azov, que había de ser desmantelada. Además las provincias del Cáucaso
serían declaradas independientes y el mar negro quedaba cerrado a los barcos rusos. En cuanto a
Austria, restituir a Turquía la ciudad de Nis, y lo más importante las posesiones que le había
arrebatado la Paz de Passarowitz, de las que Carlos VI únicamente conservaría el banato de
Ternesvar (Timisoara), que serviría de frontera entre ambos imperios hasta 1914.
Los intentos rusos por someter Crimea, que era un estado vasallo de los turcos, llevaron a
Estambul, que se sentía reforzada por su alianza con Francia, a declarar la guerra a Rusia en
1768. El Ejército ruso invadió Crimea y avanzó por Besarabia, Moldavia y Valaquia; su flota del
Báltico acudió al Mediterráneo e infligió una severa derrota a los turcos en el canal entre la isla de
Chíos y la localidad de Çesme en Asia Menor (1770). Prusia, Austria o Gran Bretaña, por
diversas razones no deseaban ver alterada la situación de la zona y solo Francia quería la
continuación de la guerra, en la esperanza de que el posible fracaso de Rusia le permitirá
recuperar su influencia en Polonia. La petición de un armisticio por los turcos y las negociaciones
para el reparto de Polonia interrumpieron la guerra, pero tras ello Rusia atacó de nuevo en los
Balcanes, donde tras varias alternativas llegaron a Bulgaria (1774), lo que obligó a los rusos a
capitular. La Paz de Kütchük-Kaynardja, Rusia devolvía Moldavia, Valaquia y Besarabia
quedándose solo con Azov y parte de la costa en el mar negro, pero a cambio de estas cesiones
territoriales obtenía concesiones mucho más importantes para ella, cómo era la libre navegación
por el mar negro y los estrechos de los dardanelos y el Bósforo, y el derecho a proteger a los
ortodoxos existentes en el imperio turco además de la independencia de Crimea, que la dejaba
prácticamente en sus manos, anexionándose la en 1783 y fundando el puerto de Sebastopol,
logrando que su posesión y la de la región de Kubán, al noreste del mar negro, le fuera reconocida
por la Convención de Edirne (1784).
A causa de nuevas disputas territoriales, los turcos volvieron a declarar la guerra a Rusia en
1787, recibiendo de nuevo el apoyo de su aliada Austria. Pese a que unos años antes las tropas sus
triacas habían tenido un relativo éxito en la Guerra de Sucesión de Baviera, en este caso las
operaciones militares fueron un fracaso (1788), agravado por la falta de apoyo de Rusia que
tampoco obtuvo buenos resultados al comienzo del conflicto. La presión de Prusia y Gran Bretaña,
obligó a Austria abandonar la guerra coincidiendo con la crisis sucesoria que produjo el final del
reinado de José II. Rusia continuó, y por la paz de Jassy (1792), adquirió el territorio entre los
ríos Dniester y Bug, que consolidaba su dominio sobre la costa norte del mar Negro y alejaba
la posibilidad de que se estableciese una alianza entre los turcos y Polonia, proyecto que
influiría también en la decisión rusa de eliminar este último país. En 1794 fundó en la costa de
Ucrania la ciudad portuaria de Odesa. Los tratados firmados por Rusia y Turquía entre 1774 y
1804 hicieron desaparecer prácticamente las zonas autónomas entre ambos imperios,
otorgando a los rusos importantes ventajas mercantiles en las que subsistieron (Moldavia,
Valaquia). El largo enfrentamiento con los turcos acababa con un retroceso de estos y la
confirmación del avance de Rusia en el sureste europeo.

180
12.3. Dinamarca
El principal ejemplo del absolutismo ilustrado en el mundo Báltico fue el de Dinamarca-Noruega,
los dos reinos en el que el régimen absolutista instaurado en 1660 se mantendría hasta 1848. Los
monarcas de la casa Oldemburgo se apoyaban para ello en una nueva nobleza de servidores
civiles y militares, procedentes sobre todo de Alemania, Noruega o los ducados de Scheleswig-
Holstein, y también la burguesía danesa, los cuales les permitían mantener al margen a la
aristocracia terrateniente danesa que había controlado el poder antes de 1660.
El rey actúa con su Consejo o gabinete, por debajo del cual se sitúan diversos colegios (kollegier)
encargados de la administración, si bien pronto aparecieron las camarillas o clientelas propias de
las monarquías absolutas. Frente a su interior sumisión a Dinamarca, El Reino de Noruega tendió
a ser considerado en pie de igualdad, extendiéndose la expresión de los Reinos Gemelos para
referirse a ellos.
Los tres primeros reinados, de Federivo IV (1699-1730), Cristian VI (1730-1746) y Federico
V (1746-1766), fueron de recuperación económica antes del gran período reformista de
Christian VII (1766-1808), que tuvo su apogeo en los años 80. Salvo en el inicio del siglo, marcado
por la importante convulsión de la Gran Guerra del Norte, Dinamarca no volvió a verse inmersa en
conflictos bélicos durante el resto de la centuria, lo que favoreció su evolución económica. A pesar
de figurar entre los vencedores apenas logró conversaciones en el tratado de paz de
Estocolmo, y aunque consiguió en ellos cesiones importantes, no logró su aspiración de incorporar
la totalidad de los ducados de Schleswig y Holstein, que garantizaban su seguridad. El mayor
problema, que arrastraría hasta 1733, procedía de su enemigo y anterior vasallo el ducado de
HolsteinGottorp, a la política sueca y, más adelante, a Rusia, a cuyos tronos accederían sendos
miembros de dicha casa. la guerra agravó la situación en el campo ya fuera por la fiscalidad y los
reclutamientos, las malas cosechas o el empeoramiento de las condiciones del trabajo agrícola. En
1702 Federico IV había abolido la servidumbre, limitando la fijación del campesino a la tierra
a los seis años del servicio militar, pero la guerra y la depresión agrícola, con el abandono de
los campos y la huida a la ciudad, llevaron a restablecerla parcialmente en 1733, adscribiendo
al campesinado durante los años en que podía ser reclutado, aumentando ahora a 22 (entre los 14 y
36 años). Fue una medida que estabilizó el trabajo en el campo y garantizó el aprovisionamiento
de soldados, a la que se unieron posteriormente otras disposiciones de corte mercantilista, como la
creación de compañías privilegiadas para el comercio colonial, el apoyo a la Marina, la promoción
de las manufacturas o la creación de un sistema crediticio en las ciudades con la Fundación del
Banco de Copenhague en 1736.
Asimismo, y con el ánimo de reforzar la instrucción popular y facilitar la lectura de la Biblia, en
tiempos de Federico IV se promovió la creación de 240 escuelas rurales en dominios de la
corona. También en estos años se reconstruyó Copenhague tras el incendio de 1728. La primera
mitad del siglo contempló una expansión del pietismo procedente de Alemania, con Federico V, la
alta nobleza volvió a la dirección de los asuntos públicos en los que intervinieron también algunos
alemanes. En política exterior si durante la guerra de los 7 años permaneció en la órbita francesa
su debilitamiento internacional llevó a que después de 1763 a firmar una alianza con Rusia (1765).
Aunque el rey no participó por su enfermedad mental, el reinado de Cristian VII vivió dos
grandes periodos reformistas:
• Johann Friedrich Struensee (1770-72): disolvió el Consejo y prescindió de los colegios
encargados de la administración, hizo emitir dos millares de decretos y ordenanzas en
alemán, los cuales imponían una reforma autoritaria y un tanto radical basada en ideas
ilustradas que incluía la libertad ilimitada de prensa y expresión, la abolición de la tortura,
la reducción de la fiscalidad campesina, la tolerancia religiosa, la asistencia pública, la
protección a la infancia y otra amplia serie de medidas. Estas medidas les enfrentaron a
181
casi todos, desde la Iglesia a los terratenientes, la burguesía (molesta por la ruptura del
proteccionismo a las manufacturas), la burocracia o la ciudad de Copenhague cuya
autonomía trató de limitar.
Tan amplio espectro de enemigos provocó su caída, preludio de su proceso de ejecución. El
matrimonio real fue disuelto y la reina Carolina Matilde (en relación con Struensee) exiliada
a Hannover. La mayoría de las medidas quedaron en nada a excepción de la legislación de
pobres y la mayor de igualdad en el acceso a la justicia. Aunque no desapareció, se redujo
el derecho a la libertad de expresión.
Se restauró el Consejo, y entre 1772 y 1784, estableció un Gobierno conservador
contrario al reformismo, espero que vuelva a interesarle la política en buena parte una
reacción frente al desenfreno innovador del período anterior. Entre otras medidas,
restringido a daneses, noruegos y habitantes de holstein el acceso a los empleos públicos y
favorecer la enseñanza del danés. En 1773, gracias a la mediación de Rusia se hizo realidad
la vieja ambición danesa de incorporar a la corona el ducado de Holstein-Gottorp, que
suponía reconstruir su soberanía directa sobre los ducados de Schleswig-Holstein.
• Regencia del príncipe heredero, desde 1784: El futuro Federico VI se encargó de la
regencia y repartió del poder a Guldberg y su clan. Con la ayuda del encargado de política
exterior Bernstorff, figura principal de su gabinete hasta su muerte en 1797, supo rodearse
de una serie de ministros eficaces, que impulsaron importantes reformas durante los últimos
15 años del siglo. Entre ellas sobresalen las agrarias. La Gran Comisión Agraria creada en
1786 fue la gran impulsora de transformaciones que llevaron a la abolición de la servidumbre
(1788), fijándose un período de 12 años para acabar con sus restos. Propuso el contrato
libre en sustitución de la corvea y una serie de medidas posteriores facilitaron el acceso de
los campesinos a la propiedad de la tierra. Pese a la resistencia de muchos propietarios y las
lógicas dificultades, tales disposiciones iniciaron la transformación del sistema feudal
imperante en el mundo rural danés.
El reformismo afectó también a la liberalización de las manufacturas y el comercio,
que acabó con los monopolios. Noruega dejó de ser un mercado exclusivo del grano
danés, Copenhague perdió sus privilegios en relación con otros puertos, el mercado de
Islandia se abrió a todos los súbditos de la corona, y los terratenientes nobles perdieron sus
privilegios de exportación de ganado. En 1797 se rebajaron las tarifas aduaneras y se
suprimieron muchas restricciones a la importación. En 1800 hubo una importante reforma
liberalizadora del funcionamiento de los gremios tendiendo a que fueran más abiertos. Es
curioso que todas estas medidas las llevará a cabo un régimen absolutista, si bien
contaba con características peculiares, pues la aristocracia señorial no era la única
clase dirigente. Por otra parte, las reformas no fueron impuestas sino el resultado de una
amplia negociación en beneficio de la racionalidad económica, y contaron con el respaldo
de la opinión pública, muy desarrollada desde la ley de libertad de prensa de 1784. No
obstante, a finales del siglo, los efectos de la revolución francesa, la muerte de Bernstorff y
otros elementos pusieron fin al reformismo.
12.4. Suecia
El caso de Suecia es también significativo. El reforzamiento del poder real realizado por el rey
sueco Carlos XI, permitió a su hijo Carlos XII (1697-1718) protagonizar la Gran Guerra del
Norte, con la que se abría el siglo XVIII y que concluiría con la derrota y la pérdida de la
hegemonía en el Báltico. Tras este conflicto la política sueca en el siglo XVIII (de forma parecida
al caso danés) se concentró esencialmente en el Gobierno interior con una escasa presencia en los
conflictos internacionales, mayor en cualquier caso que la de Dinamarca.

182
El largo periodo de ausencia del Rey que participaba en las campañas al frente de sus ejércitos,
Suecia un vacío de poder que deshizo en buena parte la obra de su padre e incrementó la oposición
al absolutismo, a lo que contribuyó también el malestar provocado por el gran esfuerzo militar y
financiero (sobre todo desde 1714) y el consiguiente desgaste económico. La repentina muerte de
Carlos XII sin sucesión directa facilitó las cosas, al permitir al Parlamento (Riksdag) la
aprobación de los 3 instrumentos legales que pusieron las bases de un nuevo régimen en el
que el propio Parlamento asumía la mayor parte de los poderes:
• La Forma de Gobierno (1719).
• La Constitución (1720).
• El Reglamento (1723).
Era el comienzo del llamado periodo Frihetstiden o Era de la Libertad, que abarcaría buena parte
del siglo, hasta 1772. En realidad, se trató de un período complejo, con desacuerdos entre los
Estados representados en los cuatros brazos del riksdag (nobleza, clero, burguesía de las
ciudades y campesinado libre), si bien era vidente el dominio de la primera, con un clero reducido
a la condición funcionarial desde las reformas de Carlos XI, una representación de las ciudades
dominadas por alcaldes y otras autoridades y un campesinado controlado.
Entre las diversas comisiones que nombraba destacó el Comité Secreto, auténtico centro del
poder por su condición de Diputación Permanente en el intervalo entre las sesiones del Riksdag,
que se reunía al menos cada tres años. Lo componían 50 nobles, 25 eclesiásticos y otros tantos
burgueses quedando fuera de los campesinos. El rey presidía un Consejo (Rad), que no era del
Rey sino del Reino, integrado por 18 consejeros nombrados y responsables ante él Riksdag, el
principal de los cuales será el presidente de la Cancillería, que hacía las veces del primer ministro.
Sus decisiones se tomaban por votos, teniendo uno cada miembro y dos el rey.
La nobleza, que se cierra sobre sí misma y protege sus patrimonios, prácticamente
monopoliza los cargos civiles y militares, dejando poco espacio para la oposición, que tardará en
organizarse. la aristocracia terrateniente empobrecida durante los reinados de Carlos XI y Carlos
XII, pierde poder en beneficio de la mediana y pequeña nobleza de servicio que desempeña cargos
en la administración y el Ejército, no desapareciendo las tensiones entre los diversos sectores
nobiliarios.
Para el trono vacante hay dos candidatos: Carlos Federico de Holstein-Gottorp, hijo de la hermana
mayor de Carlos XII, y Federico, príncipe heredero de Hesse y esposo de su hermana pequeña
Ulrika Leonor. Pero no fue elegido ninguno de ellos, sino la hermana menor de Carlos XII, cuyos
derechos eran inferiores a los de su sobrino. Uno de los requisitos que se le exigieron fue renunciar
a sus derechos hereditarios y más adelante jurar la forma de Gobierno. El reinado de Ulrika
Leonor, de poco más de un año (noviembre 1718 y febrero 1720), estuvo marcado por
numerosos choques a causa de su tendencia absolutista, siendo obligada a dictar en su esposo
Federico I (1720-1751) quien, a diferencia del duque de Holstein- Gottorp, qué decía de derecho
sucesorio alguno, lo que le hizo depender absolutamente del Riksdag.
Entre 1720 y 1738 el finlandés Arvid Horn (1644-1742) fue el principal ministro, partidario
como sus contemporáneos Fleury o Walpole de la paz. Bajo su mandato hubo una recuperación
económica gracias al proteccionismo mercantilista y el saneamiento de la Hacienda Pública,
que contó cómo en el pasado con la venta de tierras de la corona. Se produce una bipolarización
política:

183
• Sus enemigos más belicosos (denominados “sombreros” o hattarna) se constituyen en los
años 30 en torno a la idea de una revancha frente a Rusia con el apoyo de Francia, una
restauración de la gran potencia y una política económica más agresiva mediante un
mercantilismo más estricto. Son oficiales del ejército, nobleza de servicio y la burguesía más
potente.
• En el lado contrario estaban los conocidos como “gorros” (mössorna), partidarios de
Horn, en su mayoría propietarios territoriales nobles, dignatarios del clero y clases
medias.
Ambos partidos eran estructuras de patronazgo que se diferenciaban por sus pretensiones a los
diversos cargos y su postura en la política exterior. súbase era un electorado relativamente amplio
en las diversas circunscripciones, y los cambios de peso e influencia política de uno u otro se
reflejaban en el Riksdag y en el Consejo, haciendo variar el Gobierno.
En los años de dominio de los sombreros, Suecia se enfrentó con Rusia (1741-43) en el marco
de la Guerra de Sucesión de Austria. Al término de las campañas hubo de ceder a Rusia parte
del sur de Finlandia y aceptar que, en el Tratado de Abo, le impusiera la sucesión del trono
en la casa de Hollstein-Gottorpo emparentada con los Romanov y con evidentes derechos a la
corona sueca.
Adolfo Federico I (1751-1771), cuñado de Federico II de Prusia fue el primero de los monarcas
de dicha familia y el último de la Era de la Libertad. Pronto demostró su incomodidad con los
escasos poderes que el sistema le reservaba, por lo que en 1756 organizó un fallido golpe de Estado.
En 1765, tras su alineamiento contra Prusia, en la Guerra de los Siete Años, los sombreros
(apoyados por Francia) salieron del poder, en el que permanecían desde 1738, en beneficio de
los gorros (que tener el apoyo de Gran Bretaña, Dinamarca y, sobre todo, Rusia). En los años 60
los herederos de los primitivos gorros desarrollaron una política menos mercantilista, más
preocupada por la agricultura, la iniciativa privada, la libertad de prensa e imprenta salvo
para los escritos religiosos o la eliminación de los privilegios. Este programa reformista junto al
rigor económico alarmó a la nobleza y no obtuvo resultados significativos. Los descontentos
trajeron de nuevo al poder a los sombreros en 1769. En 1771 tras una nueva victoria electoral, los
gorros plantearon en el Riksdag la igualdad de nobles y plebeyos en el acceso a las funciones
públicas. Ese mismo año murió Adolfo Federico I, heredando el trono su hijo Gustavo III (1771-
1792), quien promoverá dos golpes de Estado sucesivos (1772 y 1789) que le permiten acabar con
la Era de la Libertad y reimplantar el absolutismo. Cada golpe iniciará una etapa distinta en un
reinado que se caracterizará por el reformismo propio del absolutismo ilustrado. El de 1772
(respaldado por sectores de la nobleza y Francia y favorecido porque Rusia no podía intervenir al
estar ocupada en las negociaciones con los turcos) le permitió asumir todo el Poder Ejecutivo y la
dirección del Gobierno, además de compartir el legislativo con él Riksdad, el monarca con
capacidad de veto. Poco a poco los partidos se fueron desvaneciendo. Los años siguientes, hasta
1786, pese a que los rusos intrigaban favoreciendo la oposición al rey y el separatismo finlandés,
fue un periodo de reformas variadas: libertad del comercio de granos, tolerancia religiosa, pero sin
abandonar el luteranismo, reforma del Código Penal con la abolición de la tortura, orden en la
administración y política financiera, etc.
No obstante, hubo un retroceso en la igualación social iniciada los años anteriores o la libertad
de expresión. Pese a que la política fue en general favorable a la nobleza, el rey no logró su apoyo,
deseosa de un mayor poder y descontenta por la postergación del Riksdag. Cuando el monarca lo
reunió en 1786 se manifestaron las diversas opciones provocadas por la política real y la de 1789
la nobleza censuro agriamente al rey por haber entrado el año anterior en guerra con Rusia sin su
aprobación como era preceptivo. La marcha negativa de la contienda agudizó las críticas, pero
la situación provocó al tiempo la reacción anti nobiliaria de los plebeyos, que contaban con el

184
apoyo del Ejército. El miedo a que pudiera ocurrir algo parecido al reparto de Polonia jugó a
favor de Gustavo III, que en una reunión tempestuosa del Riksdag, consiguió que fuera
aprobada el Acta de Unión y Seguridad, que le otorgaba casi plenos poderes especialmente la
administración y la política exterior. El triunfo frente a los rusos en la segunda Batalla de
Svenskund (julio de 1790) completó el triunfo del monarca que iniciaba la fase final de su reino,
más absolutista que en el periodo anterior, aunque apoyada en sectores socialmente distintos. Fue
una etapa de absolutismo ilustrado cuyas reformas fueron más allá que en otros países, pese a la
reacción contraria del monarca ante los sucesos que estaban ocurriendo en Francia desde 1789.
Los privilegios de la nobleza se redujeron, permitiéndose a los plebeyos el acceso a los cargos
en igualdad de condiciones para lo que se le reservaron cupos en las instituciones. Fueron
suprimidos todos los restos de derechos feudales en el campo y se inició la transformación del
Estatuto jurídico de los campesinos, que pudieron redimir sus tenencias enfiteuticas, y acceder a la
propiedad de la tierra. Por primera vez, además, los representantes de los campesinos en el Riksdag
tuvieron acceso a su Comité Secreto. La oposición agudizó su descontento a causa del desorden
de las finanzas tras la guerra con Rusia, lo que llevó a un grupo de nobles radicales, en 1792
asesinar al rey. Tras una regencia (1792-96) dirigida por su hermano menor, el duque Carlos,
accedió al trono su hijo Gustavo IV Adolfo (1792-1809), quien acabaría siendo depuesto por un
golpe de Estado, lo que supuso el fin del absolutismo.
12.5. Rusia
En el siglo XVIII Rusia se convertiría, junto a Prusia, en el otro gran poder emergente
europeo, lo que tenía un hondo significado pues no solo contaba cada vez más en las relaciones
internacionales, sino que culminaba su acercamiento a Europa, siempre problemático por su
situación periférica y su inmensa extensión.
Para ello fue esencial el reinado del zar Pedro I (1689-1725), quien afianzó su poder a partir de
la derrota del cuerpo militar de élite de los strelsi (1689), que pretendía el retorno de su medio
hermana Sofía. El zar acababa de regresar de un viaje de incógnito por Holanda, Inglaterra, Francia
y Austria, que interrumpió camino a Venecia cuando tuvo noticias de la conjura. No obstante, fue
un viaje fundamental para su formación, en el que se interesó sobre todo por la construcción naval.
El conocimiento de otros países reforzó claramente su apuesta por la occidentalización si bien sus
modelos fueron los monarcas de territorios cercanos, especialmente Carlos XI de Suecia o Federico
Guillermo de Prusia. En 1696 había logrado la difícil conquista de Azov, en la desembocadura del
río Don, quedaba Rusia en la salida al mar negro, pese a las muchas complicaciones que habían de
plantearse en el futuro para hacerla efectiva. Más importante fue la Fundación de San Petersburgo
(1703) y y la cercana base naval de Kronstadt, que le permitía una salida al Báltico, pronto
consolidada por las conquistas obtenidas en la guerra con Suecia. En 1721, durante una ceremonia
religiosa en la que celebraba el final de esta, el zar asumió el título de emperador.
Su política implicaba un importante proceso de reformas encaminado a superar los atrasos
de su país, incrementados por la huella negativa de la guerra. Para ello se benefició de la coloración
de militares extranjeros, así como los estímulos procedentes de la zona de Ucrania, anexionada en
1667, cuyas élites compartían la cultura europea con un destacado protagonismo de la Academia
de Kiev. Pero la base de su autoridad era su capacidad y decisión para hacer uso del enorme poder
autocrático de base sagrada que constituía el patrimonio de los zares, aunque no todos supieran
utilizarlo. Ello no evitó el surgimiento de importantes resistencias, sobre todo de los Antiguos
Creyentes, así como un notable rechazo popular contra las innovaciones occidentalizantes (vestido,
afeitado, calendario juliano, etc.), que se unían al malestar por la fiscalidad, las numerosas y
variadas prestaciones forzosas de mano de obra o los reclutamientos. También tuvo que hacer
frente a las sublevaciones cosacas de Bulavin en el Don (1707-1708) e Iván Mazepa en Ucrania,
quien se unió al Ejército sueco antes de la derrota de éste en Poltava (1709).

185
En 1700 rebajó el poder de la Duma, creando una Cancillería teóricamente subordinada a
ella, pero dependiente del zar y encargada de dirigir el Gobierno y las finanzas. Estaba integrada
por unos 8 miembros, que eran los jefes de los principales prikazy. En 1711, con ocasión de su
marcha la campaña militar en Ucrania creó un Senado de 9 miembros, que sería el órgano de
coordinación política y administrativa en su ausencia con todo tipo de competencias. Pronto el
Senado se hizo permanente, asumiendo la política hacendística, el Ejército, las funciones de un
Tribunal Superior u otras. Los antiguos prikazy u oficinas de Gobierno especializadas fueron
reestructurados en una serie de colegios administrativos (inicialmente nueve) inspirados en
Suecia (1717-18). Senado y colegios quedaban fuertemente sometidos al control del zar y la figura
principal era el procurador general, representante del zar en el Senado para el control del territorio
ruso estableció desde 1708 una serie de gubernya (en plural gubernii) a cargo de gobernadores, y
en 1719 los dividió en provincias, regidas por voivodas y estás en distritos. Todo el sistema
administrativo se regulaba por un Reglamento General aprobado en 1720 que trataba de ordenar y
racionalizar la administración. La segunda reforma importante fue la militar, que le permitió contar
con un Ejército fuerte, inspirado en los modelos occidentales y crear de la nada una Marina de
Guerra.
La tercera reforma fue la de la Iglesia ortodoxa rusa. La oposición del patriarca Adriano a sus
proyectos absolutistas llevó a Pedro I a dejar vacante el patriarcado durante dos décadas después
de la muerte de aquel en 1700 nombrando a cambio un vicario o guardián y administrador del
patriarcado. Finalmente, en 1721 abolió el patriarcado y dio una nueva Constitución o Estatuto
religioso en la Iglesia ortodoxa rusa, a cuyo frente situó el Santo Sínodo, colegio de 11 a 14
miembros, todos ellos obispos y eclesiásticos nombrados por el zar y presididos por un procurador
Supremo laico que le representaba y tenía capacidad para tomar decisiones. Se trataba en realidad
de uno más de los colegios administrativos creados en el entorno del zar lo que prueba el grado de
sometimiento de la Iglesia del poder real. Desde entonces, todos los obispos serían iguales, serviría
quedando los metropolitas y arzobispos a simples rangos honoríficos. El sistema, auténtico
cesaropapismo, se mantuvo hasta 1917.
La cuarta de las reformas afectó a la sociedad cuya clase dirigente aceptó la europeización
propuesta y su sometimiento al zar. Los dos elementos básicos de la misma fueron la
introducción del principio de primogenitura para la herencia de títulos y patrimonios, que
como Occidente facilitaba la dedicación de los otros hijos a la milicia, la administración o la Iglesia,
y la Tabla de Rangos, inspiradas en disposiciones similares de Suecia, Dinamarca o Prusia y en el
análisis de las noblezas occidentales. La tabla mantenía la preeminencia de las viejas familias de
boyardos (alta nobleza), pero convertía al servicio del Rey en la vía única del ascenso social y
ennoblecimiento, fijando equivalencias entre las distintas funciones públicas y la jerarquía social,
en la que se adoptó un orden de títulos similar al de otros países europeos, introduciendo los de
conde y barón. Era el primer paso para la creación de una élite burocrática, civil y militar, de
cultura occidental, que caracterizaría a Rusia en las generaciones posteriores, haciendo aún
más profunda su separación de la gran masa popular, mayoritariamente campesina.
El complemento para ello era la reforma de la educación. En 1701 instituyó en Moscú el
Colegio de matemáticas y náutica, tanto para servir a la Armada como a la sociedad civil. En la
enseñanza primaria ordenó la creación en cada provincia de escuelas de números, así llamadas por
la importancia que se daba a las matemáticas (1714), abriéndose más de 40 en las décadas
posteriores, y en 1721 inició la creación de escuelas episcopales. En 1718 patrocinó una
Academia de Ciencias que se inauguraría poco después de su muerte. Las reformas también fueron
positivas para la economía. Las necesidades creadas por la construcción de una flota de guerra,
armas y piezas de artillería, pólvora, uniformes para el Ejército estimularon la siderurgia de
los urales y el desarrollo de diversas manufacturas estatales, arsenales, astilleros, etc.

186
El enfrentamiento con su hijo Alexis, encarcelado y muerto en prisión en 1718, dejó al zar sin
heredero varón. En 1722 Pedro I cambió el sistema sucesorio precedente, qué habría
beneficiado hasta entonces al varón mejor situado entre los herederos del zar, por un ucás en el
que otorgaba al soberano reinante el derecho de elegir sucesor. Tres años después, cuando
murió sin haber hecho uso de tal prerrogativa, comenzó un largo período de inestabilidad en el que
se sucedieron varios tales of harinas carentes de relieve y de nuevo volvieron los tiempos
dominados por la intervención de camarillas nobiliarias y cuerpos militares para derrocar o imponer
a un nuevo zar. Más allá de la modificación legal de 1722, el gran problema era la inexistencia de
unas leyes fundamentales al estilo de Occidente, que salvaguardarán la legitimidad. Pese a los
vaivenes y supresión de algunas reformas (entre ellas el principio de la primogenitura, que fue
anulada 1730 por las presiones de la alta nobleza en beneficio del sistema tradicional del reparto
entre hijos), las consecuencias de estos años no parecen tan negativas, gracias en buena parte a la
permanencia de la alianza entre el trono y nobleza.
Los dos únicos periodos de mayor estabilidad fueron los de las zarinas Ana e Isabel. Ana, hija de
Iván V (que fue zar junto con Pedro I) duquesa de Curlandia, Reino de 1700 30740 años de dominio
político de la nobleza de los territorios rusos del Báltico. Un año después, tras el teórico reinado de
Iván VI, que era un bebé, un nuevo golpe de fuerza elevó el trono a Isabel Petrovna (1741-1761),
hija de Pedro I, quien restableció el orden en la administración central y tuvo que enfrentarse al
problema de que la crisis había favorecido la autonomía en las provincias y municipios. en su
reinado se abolieron las aduanas interiores (1751), se creó el Banco de empréstitos de la nobleza
(1754) y avanzó el proceso de occidentalización de la cultura rusa. Desde un principio había
nombrado sucesor a su sobrino Pedro, duque de Holstein-Gottorp, que se casaría con una alemana,
la princesa Catalina de Anhalt.
El reinado de Pedro III fue muy breve (1761-62), pues una facción de la nobleza y la guardia
real apartó del poder, forzándole a abdicar en su esposa. Muchos de los golpistas esperaban que
ella hubiera proclamado zar a su hijo Pablo y hubiese quedado como regente, más al no pertenecer
a los Romanov, pero no contaban con su ambición, inteligencia y la colaboración de los hermanos
Orlov. Para evitar problema el desposeído zar fue asesinado, y también Iván VI (1764), el niño
depuesto 23 años antes por Isabel Petrovna, al tiempo que se instalaba en San Petersburgo un
régimen de estrecha vigilancia, con prohibición total de reuniones públicas y privadas y numerosos
espías, que llevó a la eliminación de los sospechosos.
Catalina sería zarina de Rusia desde 1762 a 1796 y uno de los monarcas europeos más
importantes del siglo XVIII. Ella fue la gran continuadora de la obra de Pedro I, para la que
resulta básica la centralización política. Supo apoyarse para ello en los principios del absolutismo
ilustrado (en este caso más propiamente despotismo, dado su poder autocrático) que conocía de
primera mano por su formación francés. Su actuación política se dividió en dos grandes etapas:
• La primera fue la época de sus declaraciones programáticas, proyectos y algunas
reformas innovadoras. Entre ellos destaca el manifiesto de 1762 en el que animaba a los
extranjeros a asentarse en Rusia y sobre todo la Instrucción (Nakaz) de 1767 para la
Comisión Codificadora (Comisión Legislativa) que acaba de convocar el año anterior con
el objeto de codificar el derecho y en el que estaban todos los sectores sociales menos los
siervos. En ambos documentos quedaba claro su deseo de gobernar con sus principios, una
especie de absolutismo constitucional. Pero la comisión, excesivamente heterogénea fue
incapaz de responder a lo que pedía y disuelta un par de años después, si bien algunos de
sus planteamientos serían útiles para reformas futuras.

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• La segunda, tras la revuelta de Pugachov, abandonó muchos proyectos para reforzar
la unión con la nobleza en la que se apoyaba su poder. La debilidad de la burguesía rusa
hacía aún más necesario este pacto diseñado por Pedro I, que hicieron del absolutismo ruso
un equilibrio entre nobleza, burocracia y trono.
En el terreno religioso su política fue continuación de la de Pedro I, acabando con los
resquicios de su autonomía, suprimiendo conventos y utilizando los bienes de la Iglesia para
financiar su política. No obstante, con ella cesaron las persecuciones a los disidentes y acogió a
los jesuitas expulsados, también permitió a los musulmanes de sus territorios mantener sus
mezquitas. Tras la anexión de Polonia, millones de católicos, tanto de rito latino como ruteno
(uniatos) pasaron a depender de Rusia. A pesar de que los tratados de división les aseguraban el
libre ejercicio de su culto, los rutenos fueron separados de Roma a la fuerza, entregando sus iglesias
y episcopados a los ortodoxos. Aunque en menor medida, las iglesias de rito latino también
sufrieron la intolerancia rusa.
En el gobierno central existía un Consejo Imperial, creado por Pedro III en 1762, en el que
estaban representados altos cargos y parientes del zar, pero Catalina, aconsejada por Nikita Panin,
concentró el poder en el Senado, formado por 25 o 30 altos dignatarios en cuyo seno creó seis
departamentos que se repartían los asuntos de gobierno, convirtiéndose en el auténtico gabinete del
gobierno a los órdenes de la zarina (176364). En 1768 instituyó el Consejo de la Alta Corte, del
que formaban parte gentes cercanas a la emperatriz como Potemkin o Beznorodko.
Después de la rebelión de Pugachov reformó en su sentido centralista a la administración
territorial, en buena parte como reacción. En 1775, el mismo año en el que fue ajusticiado, una
reforma provincial elevó el número de gubernii o gobernaciones a 50, inspiradas en las intendencias
francesas y subdivididas en distritos, al frente de cada una de ellas situó a un gobernador dotado de
muy amplias competencias y poderes. Los distritos fueron puestos bajo el mando de la nobleza
local, que colaboraba con los gobernadores en la recaudación fiscal y mantenimiento del orden.
También creó órganos judiciales para cada estamento.
En la política social, especialmente en la segunda parte de su reinado, fue claramente
favorable a la nobleza, que formaba parte de su aparato burocrático y constituía un estamento
imprescindible para su gobierno. Con la Carta de la Nobleza (1785) reafirmaba su autonomía y
reconocía de forma explícita sus privilegios. A los que ya recibía la nobleza normalmente en Europa
(honoríficos, fiscales, judiciales, etc.) unía otros dos muy importantes que garantizaban su estatus:
monopolio (junto a la Corona) de posesión de tierras con siervos y el dominio sobre el subsuelo, y
las actividades industriales y mercantiles. También promulgó una Carta de las Ciudades, que
reglamentó el gobierno urbano y los derechos de los habitantes.
A pesar de sus proyectos, su política social no se extendió a la mejora de la situación del
campesinado, pues ello hubiera supuesto enfrentarse a la nobleza, por lo contrario, agravó sus
condiciones: prohibió que los siervos demandaran a sus señores, permitió que lo señores
sentenciaran sin intervención de los tribunales públicos y redujo a la servidumbre a 800.000
campesinos en Ucrania y el Don.
Su política económica favoreció la libertad de comercio, las manufacturas y la industria,
liquidó monopolios y se inspiró en ideas de la fisiocracia. Rusia experimentó un crecimiento
económico indudable, influido por la coyuntura económica. También fue importante el
mecenazgo cultural, aunque existía control de las publicaciones. Bajo su protección surgió un gran
número de instituciones y sociedades científicas y culturales y promovió la expansión de la escuela
elemental siguiendo el modelo austriaco y prusiano. En los años 90, sin embargo, y al igual que en
otros países, los ecos de la Revolución Francesa frenaron el reformismo y originaron un cierto
cierre a las influencias exteriores, así como alguna represión.

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12.6. Polonia
El Caso de Polonia habría de ser en el siglo XVIII la combinación del fracaso de un país
incapaz de crear un poder político centralizado y eficaz. A ello contribuía su enorme extensión,
850.000 kilómetros cuadrados, y la carencia de fronteras naturales con sus vecinos, pero sobre todo
la resistencia de su nobleza (especialmente la alta, propietaria de grandes latifundios basados
en la servidumbre) a aceptar un poder monárquico fuerte. Polonia era De hecho una República
aristocrática, sometida al poder de las grandes familias de la nobleza, que contaban con ejércitos
privados y de la que dependía la abundante nobleza media y baja (slachta). El poder de veto de
cualquiera de los miembros de las dos cámaras de la Dieta (Sejm) era la demostración
principal de la ineficacia del sistema que llevaría su desaparición a finales del siglo. El Gobierno
provincial estaba en manos de las dietinas (asamblea de nobles).
Tras la muerte de Jan Sobieski (Juan III), la dieta eligió al elector de Sajonia, Federico Augusto I,
de la casa Wettin, que se había convertido al catolicismo, quien reinaría como Augusto II. con él
se inicia el periodo de los Reyes sajones, no entendido como una sucesión ordenada de padres a
hijos, pues el trono estuvo sometido a disputa antes y durante el propio reinado del primero y a su
muerte dio lugar a una guerra de sucesión. La elección de Augusto II (1697-1733) fue sobre todo
una imposición de los poderes del entorno, esencialmente de Pedro I de Rusia, ante el retraso
en llegar del candidato francés, François Louis de Borbón-Conti, príncipe de Conti, que había sido
elegido previamente. Los primeros años de su reinado estuvieron marcados por la Gran Guerra del
Norte, que tuvo efectos muy negativos de carácter económico como las devastaciones de los
ejércitos extranjeros en tierra polaca, o la política de tierra quemada aplicada en ella por Pedro Ipara
proteger Moscú de una ofensiva sueca, pero también en el terreno político, cómo fue la división de
la nobleza entre partidarios de Suecia y de Rusia o la propia inestabilidad del trono.
Suecia depuso Augusto II y entronizó a Estanislao Leczinski (1704-1709), y solo después de
la batalla de Poltava pudo regresar el rey sajón. Establecida ya la paz, Rusia mantuvo
guarniciones en suelo polaco, confirmando la dependencia de Polonia, al tiempo que la dieta (1717)
con el respaldo ruso, debilitaba aún más el poder del monarca frente a los nobles. De nada, valieron
las buenas intenciones del monarca quien trató de aplicar fórmulas de Gobierno propias de su
experiencia como duque elector de Sajonia. Las desavenencias entre el monarca y la dieta
fueron cada vez más importantes, la consolidación en el trono de Augusto III testimoniaba
de nuevo el cada vez más evidente protectorado que ejercía Rusia.
A diferencia de su padre, Augusto III (1733-1763) apenas estuvo en Polonia, por la que mostró
un escaso interés, permaneciendo en Dresde, la capital de su electorado de Sajonia, mientras la
anarquía nobiliaria aumentaba en su Reino sometido a las rivalidades de las grandes familias.
A pesar de ello la economía agraria y latifundista polaca vivió una fase positiva a partir de los años
30, respaldaba por una buena coyuntura general pero también por la reducida intervención en las
guerras (incluida la de su propia sucesión) por parte de un Reino que cada vez contaba menos en el
concierto internacional.
En 1763 cuando murió el monarca, los candidatos al trono eran su hijo Francisco Javier de
Sajonia, al que apoyaban Francia y Austria, el noble polaco Stanislas Augusto Poniatowski,
respaldado por Rusia y el clan Czartoryski y el Conde Branicky, que contaba con partidarios
en Polonia. Con el respaldo de las tropas rusas, en septiembre de 1764 fue elegido su candidato,
unos días antes de que Prusia y Rusia firmaran una alianza defensiva que afectaba a la situación de
Polonia. Estanislao II (1764-1795) fue un monarca influido por la ilustración, que trató de
frenar la anarquía y el declive exterior mediante una serie de reformas vinculadas al
absolutismo ilustrado. El problema es que su poder estaba muy lejos del absolutismo, lo que
dificultaba la puesta en práctica de dicha política, viéndose frustradas muchas de sus iniciativas
por la oposición interior y la influencia que ejercía Rusia. en sus primeros años creó una especie de

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gabinete, con ministros dependientes de él, limitó el poder de la dieta que sustituyó por el voto de
la mayoría y restringió las atribuciones de está en el terreno económico y administrativo. A
instancias de Rusia, la dieta aceptó la libertad de culto y el acceso de no católicos a cargos públicos,
una reforma que resultó efímera ante la reacción interna y los desórdenes, en buena parte contra
Rusia que propiciaron la intervención militar de Catalina II (1767). En adelante Rusia tutelaría
Polonia, cuya dieta recuperó el liberum veto, mientras el gabinete veía limitada sus atribuciones,
sería el principio del fin, cuando el recelo de otros países del entorno al predominio ruso lleve a
Federico II a proponer el primer reparto de 1772 en el que Polonia perdió 130 por 100 de su
territorio y el 35% de su población.
En los años siguientes no fue el rey quien impulsó las reformas sino la oligarquía nobiliaria a
través de la llamada Dieta de Partición (1773-1775), la cual trató de reorganizar el poder en
beneficio propio. Para ello creó un Consejo permanente (1775), elegido por ella y encargado del
Gobierno, que se dividía en 5 ministerios. En esta época se buscó modernizar el derecho, codificar
las leyes, reorganizar la administración financiera y secularizar la educación, sin embargo, la
oposición interna conservadora y las intromisiones del embajador ruso continuaron limitando su
éxito y efectividad.
Una tercera y última iniciativa reformista, con un mayor respaldo social, fue la planteada por
la gran dieta (1788-1792), a la que se ha llegado a comparar con la Asamblea Constituyente
francesa, tanto por los poderes que acumulaba como por la ambición de reorganizar en
profundidad el sistema político. La iniciativa fue del partido patriota, formado por los diputados
de la nobleza media, aunque contó con el apoyo del Rey, algunos aristócratas ilustrados y parte de
la burguesía, que aprovecharon el hecho de que Rusia estuviera en guerra con Suecia y Turquía
(1788-1792), lo que dificultaba su control. Se trataba de una situación desesperada para salvar el
país de la crisis que lo acechaba, cosa que trató de hacer la Constitución de 1791, que fue aprobada
contando con la presión de las masas populares de las ciudades, especialmente de Varsovia. La
Constitución establecía la soberanía nacional y la separación de poderes, y reforzaba el poder
real, que declaraba hereditario e irresponsable. Meses después la dieta organizó el reclutamiento de
un Ejército de 100.000 hombres, objetivo que reduciría después a 65000. Pero, aunque no atacaba
las estructuras del antiguo régimen, despertó una reacción interna conservadora y prorrusa,
la contrarrevolución de Targowica, y alertó a Catalina II, quien consideró inaceptables tales
reformas, por lo que sus tropas invadieron Polonia (1792) y anularon la Constitución.
En 1793, Rusia y Prusia, la cual había visto con interés las reformas que debilitaban a Rusia,
impusieron un segundo reparto por el que se apoderaban de tres quintas partes de lo que quedaba
de Polonia, reducida ahora a un pequeño protectorado ruso con un Ejército limitado 15.000
hombres. La reacción fue una amplia serie de revueltas, que trató de aglutinar el general
Tadeus Losciusko (1794), quien proclamó el Acta de Insurrección, por la que establecía una
especie de jacobinismo radical bastante confuso, pero que sirvió de pretexto para que Austria,
Prusia y Rusia invadirán el país (1794) y procedieran al tercer y último reparto (1795), que
suponía la desaparición de Polonia.

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