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En términos generales, las transformaciones económicas del siglo XVIII sirven como
preámbulo de la revolución industrial, aunque se ha ido matizando y rebajando la
importancia de los acontecimientos hasta las últimas décadas del siglo, cuando se inicia
la recuperación de la crisis. En cualquier caso, el siglo XVIII es un siglo de expansión
que va a contrastar con las lecturas del XVII, considerado el siglo de la crisis. Durante la
segunda mitad del siglo, la economía europea va a conocer una fase de notable expansión
y de transformación económica sin llegar a tener el carácter revolucionario que los
historiadores de la economía le atribuían al Take Off (despegue) de la industrialización.
Lo que se habla es de que en el siglo XVIII tenemos una intensificación de las actividades
tradicionales de la economía y, fundamentalmente, de los sectores manufacturero y
mercantil porque las limitaciones al crecimiento agrario van a permanecer estancadas
hasta el siglo XIX. En esta revisión, se intenta explicar el crecimiento económico
acentuando, sobre todo, el gran papel que jugó el desarrollo de la actividad mercantil y el
comercio, produciendo la formación de un sistema de mercados conectados cada vez con
secciones anteriormente aisladas, donde la competencia aparece como uno de los
elementos motrices en el desarrollo de la economía capitalista.
El siglo XVIII (incluso desde el final del XVII) marcó el inicio del despegue económico
europeo respecto del resto del mundo. Habitualmente se ha concedido un gran peso en
este despegue a la Revolución Industrial, como fenómeno claramente diferenciador. Sin
embargo, si estudiamos a fondo la economía europea -de acuerdo con la idea de atender
la evolución de las economías regionales- vemos que la Revolución Industrial sólo afectó
tardía y limitadamente a una economía que estaba en claro crecimiento desde mucho
antes. Por lo tanto, entre las causas del largo crecimiento europeo del setecientos no se
encuentran grandes novedades ni cambios radicales, sino sobre todo una intensificación
del crecimiento basada en:
1. Incremento de las relaciones y la competencia comercial entre los propios países
europeos, facilitado por un marco político en el que ningún Estado fue capaz de
imponerse claramente a los demás.
Frente al caso inglés, se habla de una Europa con un crecimiento moderado o pausado.
Los casos más representativos van a corresponder con territorios con menos cambios
económicos y una base agraria. Se habla de Francia, España e Italia, menos las provincias
del norte de Italia. Francia era el país con más población y en 1680 tenemos 20 millones
de personas y en 1820 tenemos 30 millones, es decir, el 39% de crecimiento. Esto quiere
decir que su potencial demográfico pierde importancia relativa en el siglo XVIII. Sigue
teniendo muchos habitantes, pero hay zonas que, proporcionalmente, crecen más, además
de que en algunas zonas hay unos grandes índices de crecimiento. Los demógrafos
franceses lo achacan a que el mundo agrario está sujeto a las inclemencias del tiempo y
la fluctuación de las cosechas que son muy importantes, hasta el punto de que el impacto
de las carestías determina climas de agitación social. El sistema era señorial y no tenía
medios para superar esa situación de dependencia. En el siglo XVIII no hay apenas
cambios agrarios, se producen mejoras en los hábitos higiénicos, que es lo que realmente
ayuda a aumentar la población, aunque apenas cambia la esperanza de vida respecto a
épocas anteriores.
En las zonas donde hay un crecimiento más rápido del a población son las regiones el este
de Europa, que estaban menos desarrolladas y, sobre todo, las del continente
norteamericano. Aquí destaca el reino de Prusia, sobre todo tras el final del siglo XVII,
que va a tener dos fases: una primera que corresponde a una política de estado,
colonizaciones impulsadas desde el gobierno, en el que, en la expansión, se hace una
política de atracción de población para colonizar las nuevas tierras, es una política
mercantilista de estado. Hacia 1780 se situaba con una tasa de inmigración del 5%.
Rusia era muy grande, pero su crecimiento, en general, fue muy rápido, pasa de 15 a 38
millones de habitantes. Esto se debe a los impulsos de la colonización y repoblación por
parte del Estado. Hay zonas que crecen más del 200%. El caso más espectacular es el de
las colonias norteamericanas, con tasas del crecimiento del 1666%: se pasa de 300 mil a
5 millones en las colonias norteamericanas. Esto se debe a las altísimas tasas de
inmigración y unas altas tasas de natalidad.
La última gran peste que se registra es en 1720 en Marsella, aunque sigue habiendo
localmente crisis, pero no de unas dimensiones como las grandes mortandades del siglo
XVI. No obstante, la esperanza de vida apenas cambia. La viruela causa enormes estragos,
escarlatina, sarampión…, que afectarán sobre todo a las zonas urbanas. Aunque la
vacunación ya se conocía, no hay una vacunación general contra la viruela hasta 1796 y
a partir de ahí hay vacunaciones sistemáticas. Si bien existe un consenso sobre las fases
del proceso de transición al ciclo demográfico moderno, la cuestión no es tan clara
respecto de su cronología de inicio, aunque se asume que no tuvo lugar antes de 1780.
Desde que 1965 Hajnal estableciera la línea que lleva su nombre, los historiadores de la
población han dividido Europa en dos grandes áreas situadas a los lados de la diagonal
Helsinki-Trieste. De esta forma, podemos hablar de un modelo de alta presión
demográfica en el primer caso, y uno de baja presión en el segundo.
Los incrementos más notables se dieron en los países con mayor expansión económica
(Inglaterra, que aumentó en un 133% entre 1680 y 1820) o que desarrollaron amplios
procesos de colonización (Pomerania prusiana, 138% entre 1700 y 1800). Sin embargo,
Francia sólo creció en un 32%, y las Provincias Unidas en un 8%.
A pesar de que estas regiones aumentan mucho su población, el territorio que más la
incrementó fue Norteamérica, donde se pasó de unos 300.000 habitantes en 1700 a 5
millones en 1800. Este gran crecimiento se produjo, principalmente, por la colonización
de nuevas tierras, que llevó consigo la creación de nuevos asentamientos y la puesta en
cultivo de más tierras.
Se trata de un crecimiento todavía dentro del marco del denominado “ciclo demográfico
antiguo”, caracterizado entre otros factores por una alta tasa de natalidad, seguida de cerca
por la mortalidad ordinaria (adulta e infantil). Durante este siglo se registraron tímidos
avances en la reducción de la mortalidad, debido al menor impacto de las pandemias
(desaparecer la peste, aunque aumenta la viruela), y por unas mejores condiciones
económicas que permite una mejor alimentación (desaparición de las hambrunas)
Las causas de esta revolución demográfica aún no están del todo claras. Es importante la
relativa disminución de las guerras y la influencia de los progresos de la medicina ya
mencionados, aunque afectan sólo a una minoría. Respecto a las condiciones climáticas,
también podemos ver mejoras: suben las temperaturas y disminuyen las lluvias, lo que
podría explicar el crecimiento de los rendimientos del cereal y la disminución de las
fiebres y otras epidemias, además de la mejor alimentación de la población. La patata se
convierte en un alimento muy valioso durante los períodos de escasez de trigo. También
se comienza a extender el cultivo del maíz, sobre todo en la Europa meridional.
En este sentido, el diseño de una política sanitaria básica fue de gran ayuda mediante
controles administrativos, el desarrollo de infraestructuras preventivas, el establecimiento
de cordones sanitarios fijos, la desecación de zonas húmedas en las que proliferaban
enfermedades como el paludismo, la retirada de basuras de las vías públicas, la
construcción de conducciones de agua potable, y la retirada de los cementerios de los
centros urbanos.
Con todo, las actividades agrarias continuaron siendo prioritarias en Europa, incluso en
los países líderes: eran las que continuaban reuniendo un mayor porcentaje de población
laboral, las de mayor peso en el PIB y las que producían y eran a la vez el destino de la
mayor parte de las rentas.
A diferencia de otros sectores donde los cambios son muy importantes, la agricultura
ofreció una imagen de continuidad y aparente estabilidad, siendo los cambios más
significativos la agricultura intensiva y la rotación de nuevos cultivos, que comenzó en
los Países Bajos ya en el siglo XVI y que ahora se extiende al resto de Europa, aunque
con diferencias regionales.
Este paso de la agricultura extensiva la intensiva que se comenzó a producir en los Países
Bajos ya en el siglo XVI no pudo exportarse a otros países hasta el XVIII por diferentes
motivos: la agricultura todavía dependía en gran medida del clima y la calidad del suelo,
además de la escasez de tierras de regadío; no podían reproducirse los elementos que
habían propiciado esta “revolución agrícola.
Entre las escasas novedades en los modelos de cultivos, la más significativa fue la
extensión de los sistemas intensivos desarrollados en Flandes, Brabante, Zelanda,
Holanda e Inglaterra. Se trataba de una mejor planificación de la unidad de explotación
agrícola, con el objetivo de superar la dependencia climática, aumentar el número de
cosechas y aportar productos agropecuarios y materias primeras en el mercado: lúpulo
(para cerveza), tintes, colza y lino. Para eso se necesitaba un cultivo muy intensivo, sólo
obtenible con altos niveles de abono de la tierra. Era una agricultura similar a la de las
huertas mediterráneas, pero con mayor variedad de productos destinados al mercado
urbano.
De esta forma, para la mayoría de los europeos la agricultura siguió siendo extensiva
durante el siglo XVIII y, por lo tanto, muy dependiente de las condiciones climáticas, las
plagas y otros elementos externos. Esto significaba la extensión de las roturaciones y los
cultivos, las cuales fueron más amplias que en los siglos anteriores por la mayor presión
demográfica y la movilidad de los campesinos, además de un mayor compromiso de los
Estados y autoridades en eliminar los obstáculos y facilitar las roturaciones. De esta
forma, se pusieron en cultivo zonas que antes no se habían roturado, desecando lagunas,
talando bosques y, aunque en menor medida, aumentando el regadío.
El tipo de agricultura que se practica es diferente según los territorios. Tenemos una
agricultura con rendimientos elevados en las zonas con mayor crecimiento demográfico,
Inglaterra, las Provincias Unidas y los Países Bajos; zonas de rendimientos medios en los
lugares con un crecimiento demográfico menor, Francia, Italia y España; zonas de
agricultura tradicional en zonas con un crecimiento demográfico también medio, Rusia y
los países escandinavos; y zonas de agricultura extensiva, con rendimientos mucho más
bajos, en la Europa del este, donde encontramos grandes propiedades.
Las grandes zonas de producción agrícola fueron aquellas donde se desarrollaron sistemas
intensivos: Flandes, Brabante, Zelanda, Holanda e Inglaterra. En estos lugares se llevó a
cabo una planificación de la unidad de explotación agrícola para así superar la
dependencia climática, aumentar el número de cosechas y aportar productos
agropecuarios y materias primas al mercado.
Sin duda, hubo un gran interés por la agronomía, con proliferación de escritos sobre el
tema: The new hourse-ploughing husbandry (Jethro Tull, 1731), inspirador del Tratado
del cultivo de la tierra (Duhamel de Monceau, 1751), y El agricultor experimentado
(Cosimo Timci, 1760). En general, estos escritos se centraban más en los problemas
técnicos que en los problemas estructurales. De todos modos, sus aportaciones más reales
estimulaban la sustitución del barbecho para nuevos cultivos (nabo, trébol), y llamaban
la atención sobre las ventajas del uso de máquinas y la asociación de la ganadería con la
agricultura (para mejorar la fertilización). De este modo, la agricultura se puso de moda,
así como el agricultor y lo que representaba, incluyendo la preocupación y el interés por
estos temas mostrado por reyes y nobles.
En este estímulo entró también la fisiocracia, que desde mediados XVIII puso en la
agricultura el origen de toda riqueza. Alejaban así los principios mercantilistas y
reclamaban una actividad económica más libre, sin restricciones ni privilegios (laissez
faire), así como la importancia de la ley natural y los derechos de propiedad (implícitos
en la naturaleza humana). Para los fisiócratas, sobre una propiedad libre de la tierra sólo
cabía un único impuesto, justo y universal. El papel del gobierno debía quedar limitado a
permitir la libre circulación de los productos y rentas procedentes de la agricultura, y de
manera especial el comercio libre del cereal. Ya se sabe que cuando se aplicaron, estos
principios terminaron siendo contraproducentes. El problema estaba en que era también
necesario modificar las estructuras de propiedad heredadas, así como las condiciones
fiscales y de mercado. Todo esto llevó a que la mayoría de los gobiernos del XVIII
emprendieron políticas agrarias, donde los mayores logros se consiguieron en el apoyo a
la extensión de cultivos (Proyectos de roturación y desecación), y en las políticas de
colonización. Va a faltar reformas profundas en las estructuras de rentas y de propiedad,
lo cual imposibilitaba, por ejemplo, las necesarias reducciones fiscales.
Esta evolución transforma por completo la sociedad rural. Los partidarios de los nuevos
métodos critican, cada vez más, la utilización de los bienes comunales, que permitían
malvivir a los miembros más pobres de las comunidades, y los derechos de uso, que
limitaban el derecho de propiedad. De esta forma, el individualismo agrario se pone de
manifiesto en el aumento de los cercados y los repartos de los bienes comunales,
fomentados por los gobiernos en la mayoría de los países europeos. Sin embargo, este
proceso se enfrenta con la resistencia popular y provoca el abandono del campo.
A pesar de esto, las mejoras son lentas y no se podía esperar, se necesitaban nuevas tierras,
por lo que la importancia de barbecho en el sistema de rotación de cultivos comenzó a
disminuir, de forma que el sistema de rotación trienal comienza a disminuir y el período
de barbecho a desaparecer. Además de esto, aumenta la superficie cultivada, ya sea
desecando laguna, talando bosques o aumentando el regadío. En los Países Bajos ya había
un gran aprovechamiento del suelo, pero en la segunda mitad del XVIII comenzó a
ganarse tierra al mar con los pólders, pero este proceso comenzó a agotar la superficie de
cultivo disponible, con la consiguiente escasez de recursos y el enfrentamiento con formas
de posesión de las tierras en las que los derechos de propiedad estaban peor definidos o
era más cuestionados, como ocurría con los bienes comunales.
Por parte, en Inglaterra se desarrolló el Norfolk system, estimulado por una elevada
demanda urbana y un activo proceso de privatización de la tierra mediante cercamientos
enclosures. Realmente, esto no fue una nueva técnica, sino un nuevo marco institucional
y de estímulos que favoreció el cambio. Lo que permitió las transformaciones agrarias
durante el siglo XVIII fue la profundización de un mercado más libre de la propiedad de
la tierra, con un retroceso de los bienes comunales, y una mayor implicación de los
agricultores ingleses en la economía de mercado.
3. La expansión comercial
Aunque a la industria se le ha dado habitualmente una importancia "revolucionaria", la
actividad que con diferencia más estimuló el crecimiento del XVIII fue el comercio. Su
propio dinamismo hizo que tanto a particulares como a gobiernos les resultara cada vez
más atractivo intervenir y participar en esta actividad. De hecho, conforme aumentaban
las oportunidades económicas y disminuían las restricciones sociales y mentales respecto
del comercio, aumentaban los comerciantes y socialmente se valoraban más sus éxitos
(progresiva desaparición de las antiguas imágenes peyorativas existentes contra ellos).
El comercio se volvió también más seguro, existía más información y llegaba con
regularidad. De este modo, se redujo la opacidad del mercado y los anteriores márgenes
especulativos, y la actividad se hizo más regular y estable. Este incremento de la actividad
generó a su vez más demanda de servicios comerciales y financieros, barcos, instalaciones
portuarias y logísticas.
La actividad comercial se hizo más atractiva para un mayor número de gente, y los
comerciantes se hicieron más necesarios. El resultado fue la constitución de redes cada
vez más espesas que prestaban servicios comerciales y financieros. También aumentó el
estímulo del comercio para las autoridades gubernamentales, las ideas mercantilistas que
priorizaban una balanza comercial favorable potenciaron la instrumentación fiscal de las
relaciones comerciales, y consiguientemente fuente de ingresos fiscales.
La mayor parte del comercio siguió realizándose entre mercados regionales y locales
dentro del espacio europeo. No obstante, se produjeron una serie de transformaciones en
cuanto al volumen de intercambios, al aumento de los productos y al desigual desarrollo
de las áreas geográficas.
Los obstáculos terrestres comenzaron a desaparecer poco a poco, puesto que los Estados
comenzaron a mejorar las rutas y ofrecer posadas seguras, aumentando así la seguridad y
estimulando la regularidad e intensidad del tráfico. Otro obstáculo eran los numerosos
aranceles que había entre los diferentes estados e, incluso, dentro del mismo. Para
suprimir estas barreras, los estados tuvieron asumir con sus finanzas públicas el coste de
estos mantenimientos privados o comprar o compensar a los poseedores de estos
privilegios con nuevos derechos. Por esto, el proceso fue lento y no fue igual en todos los
lugares:
* Francia lo inició (Colbert) en 1664 y no lo culminó hasta la Revolución.
* Los Habsburgo lo consiguieron en 1775.
* En cambio, en Inglaterra el proceso fue al revés: en 1,663 el Parlamento autorizó la
creación de sociedades anónimas que se encargaban del mantenimiento a cambio de poder
cobrar peajes, pero sometidos a contrato y plazo limitado, lo que con el incremento del
tráfico viario se convirtió en un negocio rentable y foco de atracción de capitales.
Durante el siglo XVIII, la mayoría de los países europeos se incorporaron a la carrera por
el comercio ultramarino. El método más utilizado fue el modelo seguido por las grandes
compañías holandesas de las Indias orientales (la VOC y la EIC). A lo largo del XVIII
aumentaron las compañías con privilegios estatales y capital privado, destinadas a
explorar determinadas regiones o productos. A las potencias marítimas tradicionales se
sumaron Dinamarca, Suecia, Austria, Prusia y Rusia. La mayor competencia que produjo
esto fue un estímulo para el desarrollo del comercio marítimo y para la mejora del marco
de actuación, con leyes internacionales y la disminución de la piratería.
A pesar del desplazamiento del centro del tráfico marítimo del Mediterráneo al Atlántico,
las marinas mediterráneas consiguieron un gran crecimiento en el siglo XVIII y
recuperaron las posiciones perdidas ante las marinas atlánticas. Una gran novedad en este
comercio marítimo mediterráneo fue la incorporación de Austria, cuya salida tradicional
había sido hacia el Báltico y el Mar Negro, pero ambas posibilidades le suponían graves
conflictos, por lo que apostó por su puerto en el Adriático que, gracias al impulso estatal,
llegó a competir con Venecia. De esta forma, el puerto de Trieste fue clave para dar salida
al crecimiento económico del Imperio a partir de 1740.
Este resurgimiento del comercio mediterráneo fue muy importante para Venecia. Para
facilitar la entrada de productos venecianos en el Imperio Otomano, se llevó a cabo una
importante política de neutralidad en las guerras Europas, lo que le valió la continuidad y
expansión de consulados en el Imperio.
España también participó de este proceso. Las flotas mercantes catalanas y mallorquinas
consiguieron relacionar las necesidades de sus economías regionales con el ofrecimiento
de servicios de cabotaje en el Mediterráneo occidental, al tiempo que aprovecharon la
posibilidad de encontrar cargamentos para exportar hacia América por Cádiz. La red de
cabotaje llegó hasta Malta, de donde los catalanes conseguían la mayor parte del algodón
necesario para su industria textil; y también al norte de África, donde la posibilidad de
obtener trigo y coral permitió un activo comercio, aunque compitiendo con los franceses.
3.2.2. El Báltico
A esto se le añadió el crecimiento económico de los países de esta zona. Suecia consolidó
su posición como potencia regional y llevó a exportar directamente a las colonias. Rusia,
por su parte, tuvo un crecimiento mucho mayor, gracias al puerto de Riga y al de San
Petersburgo.
3.2.3. El Atlántico
A pesar del crecimiento del comercio del Mediterráneo y el Báltico, el del Atlántico siguió
siendo el protagonista. El éxito de los puertos (Amsterdam, Londres, Liverpool, Nantes,
Burdeos, Lisboa y Cádiz) encargados de organizar la mayor parte del tráfico europeo,
proporcionar los instrumentos financieros y los medios de pago del conjunto del comercio
y de una buena parte de la economía europea del momento.
Los puertos evolucionaron de forma diferente. Por su parte, Ámsterdam fue perdiendo su
posición en el siglo XVII, en beneficio del puerto de Londres y Hamburgo. A pesar de
esto, mantuvo hasta finales de siglo su capacidad para ofrecer servicios comerciales y
financieros. El gran puerto del momento fue el de Londres debido a la superioridad de la
economía inglesa y al apoyo institucional a la expansión comercial. Por su parte, el de
Liverpool se desarrolló gracias al comercio esclavista con África y las conexiones con el
comercio americano. Por su parte, en Francia, el gran puerto fue el de Nantes, con una
gran actividad en la importación de materias primas para la industria textil y metalúrgica.
A pesar de esto, el de Burdeos alcanzó gran protagonismo por su importación y
reexportación de productos coloniales. Lisboa se mantuvo en una posición destacada por
el crecimiento de Brasil y el aumento de las relaciones comerciales con los británicos. El
traslado de Sevilla a Cádiz de la Casa de Contratación hizo que la ciudad desarrollara una
importante labor de coordinación del tráfico marítimo español, y manteniendo esa
posición privilegiada durante todo el siglo.
3.3. El comercio con América y Asia
3.3.1. El comercio con América
En cuanto al papel moneda, los billetes comenzaron a ser emitidos por los bancos (Banco
de Suecia, 1661). Hay que garantizar el valor de los papeles, por lo que aparecen los
bancos reales o privados que, normalmente, van a estar vinculados a los compromisos de
las deudas de los gobiernos. Inicialmente, el billete se compraba, y tenía un valor de
resguardo del valor pagado; después, al contar con la garantía del Estado, podían
intercambiarse para ajustar pagos entre terceros. El Banco de Inglaterra se fundó en 1694
para ayudar a la comercialización de la deuda nacional, estando sus billetes apoyados por
los depósitos del propio banco y por la promesa del Parlamento de apoyar la deuda. Sin
embargo, hubo experiencias traumáticas, como la francesa, que llevó a la interrupción de
la emisión de papel moneda desde 1720 hasta la Revolución. Suecia, Austria, Rusia y
España (1779) sí que lo emitieron siempre para conseguir medios para financiar las
deudas del Estado.
Durante el siglo XVIII, la mayoría de los países europeos se incorporaron a la carrera por
el comercio ultramarino. El método más utilizado fue el modelo seguido por las grandes
compañías holandesas de las Indias orientales (la VOC y la EIC). A lo largo del XVIII
aumentaron las compañías con privilegios estales y capital privado, destinadas a explorar
determinadas regiones o productos. A las potencias marítimas tradicionales se sumaron
Dinamarca, Suecia, Austria, Prusia y Rusia
Una de las principales novedades que sirvió de estímulo para que la industria europea
aumentara en gran medida el volumen de la producción, fue su creciente orientación hacia
los consumidores y clientes anónimos, ya que se trabajaba para mercados cada vez más
distantes.
Desde el punto de vista del empleo, la industria textil fue uno de los sectores más
importantes. La “nueva pañería” ligera producida en pequeñas ciudades, había cobrado
protagonismo desde finales del siglo XVI, pero ahora estaba en decadencia porque era
incapaz de competir con los nuevos productos. El predominio de la producción lanera se
mantuvo en todas las regiones hasta 1770, momento en el cual la obtención de lana era
más complicada.
La lencería de lino y la elaboración del cáñamo entró en auge durante este siglo, aunque
a finales del mismo entró en competencia con el algodón. La industria sedera continuó
siendo un feudo de los países mediterráneos debido a las condiciones climáticas y a la
tradición. Los centros italianos continuaron en decadencia, viéndose los mejores
resultados en los lugares donde parte de la producción se trasladó al domicilio.
La mayor novedad fue la difusión del algodón utilizado desde el XVI mezclado con otras
fibras, fue un tejido clave en el XVIII sin otras fibras. En buena parte, se debió a la moda,
por la demanda de las telas indias, indianas o coco, que resultaban ligeras y con diseños
muy atractivos. Se copiaron estas telas y su producción se llegó a generalizar a través del
sistema de industria a domicilio. Esta industria creció mucho hasta 1780, momento en
que la competencia inglesa limitó las condiciones de expansión de los otros países,
aunque también fue notable en Francia, si bien bajo un modelo diferente con mucha mano
de obra en Francia; y gran mecanización a Gran Bretaña.
Al amparo de las crecientes necesidades de los estados, que son uno de los elementos
fundamentales de la demanda de determinados productos, habrá dos sectores
fundamentales: la minería. La producción minera en el siglo XVIII sufre un aumento de
la demanda. Entre los sectores dedicados a la producción de elementos básicos para lo
que será luego el desarrollo de las manufacturas es la minería del carbón, el uso de carbón
mineral es tardío porque la siderurgia usaba carbón vegetal. La cantidad de carbón vegetal
para el mantenimiento de hornos de fundición suponía la deforestación de amplias zonas.
La producción es costosa y se necesita mucha temperatura para conseguir el mineral de
hierro. La deforestación se convirtió en un serio problema, además de la creciente
utilización de la madera por parte de la marina.
La metalurgia del hierro supuso la tercera producción más importante del siglo a la
demanda tradicional (Armamento y baratijas), se sumó ahora la demanda para la
construcción de edificios y la producción de máquinas y herramientas, sobre todo
agrícolas. Los principales productores de hierro en bruto eran Suecia y, desde 1780,
Rusia. La demanda era predominantemente británica, debido a las necesidades de las
flotas mercantes y militares (aunque los cascos de los barcos continuaban siendo de
madera). La metalurgia también experimentó una notable expansión en Alemania, destaca
Silesia, por sus excelentes recursos naturales necesarios para los altos hornos.
Con semejante tecnología, Inglaterra y, a partir de 1830, una parte de la Europa occidental
habría comenzado a invadir el comercio mundial de manufacturas baratas y de elevada
calidad, que habría terminado por hundir la producción oriental.
En realidad, el propio término, desde sus primeros usos en el cambio del siglo XVIII al
XIX, resulta engañoso, porque no fue nada revolucionario, si 'revolucionario' se entiende
como sinónimo de repente o brusco, sino que se trató de un proceso lento, no excluyente
de otros tipos de industria ni limitado al marco industrial, se fueron transformando todos
los sectores de la economía y de la sociedad. No hay tampoco una única causa (La
disponibilidad de carbón, la industria del algodón, los mercados coloniales, el desarrollo
político ...).