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TEMA 8.1.

- EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS EN EL SIGLO


XIX. EL DESARROLLO URBANO.
1.- Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. La pervivencia del régimen
demográfico antiguo.

El siglo XIX y el primer tercio del siglo XX experimentaron importantes transformaciones demográficas
en el contexto del cambio social operado en la transición del Antiguo Régimen a la Edad Contemporánea.
Frente al estancamiento de la población en siglos anteriores, durante el siglo XIX, la población en España
experimentó un crecimiento estable y sostenido. En este período se consolidaron las tendencias que
observamos en la actualidad. La población española presentó las siguientes características:

1.- Crecimiento moderado de la población: en realidad la población creció de un modo importante,


pero más lentamente si lo comparamos con otros países del entorno. A lo largo del siglo XIX, la
población española pasó de 10,5 millones de habitantes, estimados en el Censo de Godoy de 1797, a unos
18,5 millones en 1900 y 23 millones en 1930. Es decir, la población de España casi se duplicó en un
siglo, pero su crecimiento fue menor que sus vecinos europeos. Gran Bretaña, por ejemplo, pasó de 10,9 a
36,9 millones de habitantes entre 1800 y 1900.

2.- La causa de este escaso crecimiento -al menos en los dos primeros tercios del siglo XIX- se debió a la
persistencia del régimen demográfico antiguo caracterizado por tasas muy altas de natalidad (+ de
35%o) y por tasas muy altas de mortalidad (+ de 30%o), en especial de la población infantil (+ de 180%o).
Para comprender esta circunstancia, contraria a lo que estaba ocurriendo en la mayoría de los países de
Europa Occidental, habría que entender que:

● La alta natalidad se explica como consecuencia de los comportamientos impuestos por la


férrea moral religiosa y la altísima mortalidad infantil. Además de que, en una sociedad
mayoritariamente rural como era la española, los hijos eran considerados como fuerza de
trabajo que aportaba ingresos a la unidad familiar desde pronta edad y eran un seguro de vejez
para sus padres.
● Las altas tasas de mortalidad estaban muy relacionadas con las precarias condiciones
higiénico-sanitarias, sobre todo en los barrios populares de las ciudades donde todavía a
finales del siglo XX podíamos encontrar barrios con mortalidades infantiles del 300%o.
● Los altos índice de muerte catastrófica (hambre, epidemias y guerras).
o La deficiente alimentación, sumado a las periódicas crisis de subsistencia agraria
provocaba «hambrunas», como las que se produjeron entre 1866 a 1868, debilitaban a
la población y aumentaban sustancialmente la mortalidad. Las crisis de subsistencia
tuvieron impactos más graves en las provincias del interior que en las costeras, donde
las importaciones de alimentos vía marítima atenuaban la carestía.
o Las enfermedades infectocontagiosas eran las principales causas de mortalidad,
puesto que todavía no había medicamentos adecuados para curarlas. Tan sólo, la
viruela empezó a ser controlada por la extensión de la vacuna. Enfermedades como el
sarampión, la disentería, la fiebre amarilla, el cólera o la tuberculosis golpeaban con
asiduidad en forma de epidemia. Por ejemplo, el cólera, mortal en el 90 % para aquel
que lo contraía, asoló España en cuatro pandemias lo largo del siglo XIX (1834-1855-
1865 y 1885), dejando por su causa 800.000 fallecidos. Las enfermedades infecciosas
afectaban a toda la población, pero eran especialmente dañinas entre las clases
populares, que sufrían de hacinamiento, desnutrición y miseria. Aún así, prueba de que

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las enfermedades afectaban a todos la tenemos en la muerte de Alfonso XII por
tuberculosis en 1885 o de su esposa Mercedes en 1878 por tifus.
o Las guerras también fueron una sangría para la población española a lo largo del
siglo XIX, tanto por las muertes que ocasionaban como por los que no nacían fruto de
la inseguridad del momento. Especialmente negativa fue la guerra de Independencia
desarrollada entre 1808 y 1814 donde las bajas directas para España fueron de 270 000
combatientes y 200 000 civiles, a los que había que sumar la generación de los no
nacidos. Las consecuencias demográficas de la guerra de Independencia se
mantuvieron durante el tiempo: la generación combatiente diezmada nacida entre
1802-1811 dio origen a otra generación diezmada en 1832-1841; luego, esta segunda
generación diezmada estuvo en el origen de la tercera, en 1862-1871. La inestabilidad
política y las guerras de emancipación americanas y carlistas también supusieron un
freno al crecimiento humano.

3.- Importancia de los movimientos migratorios: los desplazamientos de la población hacia el exterior o
emigración se vieron potenciados por las crisis agrarias. Hasta 1850 la emigración fue reducida por la
emancipación de la mayor parte de las colonias españolas que frenó esta corriente de salida y que sí se
daba de forma considerable en Gran Bretaña y Alemania. La emigración a gran escala comenzaría, sin
embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Se calcula que entre 1853 (fecha en que se levanta la
prohibición que existía de emigrar) y 1900 abandonaron el país 1,4 millones de españoles, número que se
incrementó entre 1900 y 1914. Cuba y Puerto Rico, al continuar durante el siglo XIX vinculadas a
España, fueron territorio constantes a los que llegan emigrantes en forma nutrida -sobre todo desde que en
Cuba se empieza a temer el predominio de color-, aunque luego permanecen o reemigran a otras partes.
Las políticas de atracción de emigrantes que se promueven en Brasil y Argentina intensifican la partida a
estos destinos desde España a partir del 1853. La emigración española fue rápidamente creciente, hasta el
extremo de que, tras la restauración de Alfonso XII, llegó a constituirse una Junta que habría de estudiar
el problema y proponer los medios para detener o aminorar la sangría demográfica.

Galicia fue la región española que más emigrantes envío. Casi medio millón de gallegos marcharon a
América entre 1853 y 1900. Pero también fue muy importante la emigración desde Canarias, Asturias o
País Vasco. Una pequeña porción de estos emigrantes consiguieron hacer las Américas, es decir, formar
un patrimonio económico considerable y algunos de ellos, los denominados indianos, retornaron a sus
lugares de origen. Pero la mayor parte pasó a formar parte de los nuevos países en donde recalaban.

En cuanto a las migraciones interiores, a partir de 1860, la población inició un paulatino éxodo rural
que comportó el aumento de la población urbana, especialmente de las capitales de provincia y de las
regiones litorales. Se incrementó el éxodo rural debido al estancamiento y vida miserable del mundo
agrario tras la última desamortización y a las expectativas de trabajo que ofrecían las ciudades. La
tendencia fue el abandono de la Meseta Central (salvo la ciudad de Madrid) para concentrarse en las áreas
industriales periféricas y en la costa mediterránea y atlántica meridional, que llegó a concentrar el 45% de
la población española. Este movimiento de población tuvo como consecuencia un importante crecimiento
urbano, que fue mayor en Madrid, Barcelona o Bilbao, ciudades en pleno crecimiento industrial. Lo
veremos en el siguiente punto.

2.- El desarrollo urbano.

Uno de los hechos más significativos del siglo XIX fue el crecimiento de las ciudades. Londres, París,
Berlín, Roma, Moscú o Viena vieron multiplicada su población. La ciudad se convirtió en el signo de la
modernidad y en el epicentro de las transformaciones sociales, políticas, culturales y económicas que
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propugnaba el nuevo sistema liberal.

Las ciudades crecieron por la llegada de población rural, motivada más por la falta de oportunidades del
mundo rural que por la atracción de la débil industria de las urbes. Hasta mediados del siglo XIX, la
concentración demográfica en las ciudades fue pequeña. Ante la debilidad de la industrialización, los
factores principales de urbanización fueron la capitalidad provincial y el comercio marítimo. El
crecimiento más importante se dio a partir de 1850 en Madrid, centro político y administrativo, y en
Barcelona, principal núcleo industrial y hacia donde se dirigían los flujos más importantes de población,
no tanto por la demanda de trabajadores como por la miseria rural, que hacían preferible el éxodo aun en
condiciones inciertas. A partir de los años ochenta se suma la ría del Nervión en Vizcaya como foco de
atracción de inmigrantes.
El retraso de la industrialización queda reflejado en el censo de 1860, en que se aprecia que el sector
primario seguía absorbiendo a dos tercios de la población, frente al 13% del sector industrial y el 24% del
sector servicios, claramente dominado por el servicio doméstico, que era una de las principales salidas
laborales para los campesinos que marchaban a las ciudades. Sin alcanzar las cotas de los países
industriales europeos en los que se llegó a multiplicar por cuatro la tasa de urbanización (v.gr. Alemania),
España entre 1850 y 1900 fue capaz de duplicar su nivel de urbanización. Experimentaron un elevado
aumento de población ciudades como Madrid, Barcelona y, más tarde, el País Vasco y la costa peninsular.

La expansión urbana obligó a la reforma de los espacios urbanos y obligó al desarrollo de


infraestructuras: redes de abastecimiento de agua y alcantarillado, empedrado de calles, sistemas de
alumbrado (petróleo, gas y luego electricidad), transporte público (tranvías...). Toda esta red de
infraestructuras permitieron que cambiaran las condiciones de habitabilidad en las ciudades, aumentaron
la calidad de vida y mejoraron la salubridad e higiene, reduciendo así las elevadas tasas de mortalidad.

Desde los años 50, el aumento de la población en ciertas ciudades, así como el crecimiento de la
incipiente industria y las nuevas actividades como el ferrocarril, no podían satisfacerse simplemente con
la liberación o mejor aprovechamiento del terreno de los cascos antiguos. Era necesario de proceder al
derribo de las murallas y de ensanchar las ciudades. La muralla había perdido todo valor militar, ante los
progresos de la artillería y su función fiscal como aduana interior era contraria al espíritu del capitalismo
y el libre comercio. Las ciudades se expandieron mediante nuevos barrios modernos o ensanches.

El ensanche estaba definido por un plano geométrico que pretendía diseñar un crecimiento equilibrado,
capaz de absorber la emigración del campo. Además, los ensanches trataban de consolidar la
especialización social y económica de las ciudades, segregando a la población en diferentes espacios
según su clase social. El modelo seguido en toda Europa fue diseñado por el barón Haussmann en París.
En España, sus teorías fueron recogidas por el ingeniero catalán Ildefonso Cerdá, autor del plan de
ensanche de Barcelona, aprobado en 1860. Cerdà planteó su ensanche como una ciudad completamente
nueva, cuya característica principal es el trazado ortogonal uniforme, con tres ejes oblicuos (Diagonal,
Meridiana y Paralelo) que facilitan su recorrido. La unidad básica del Ensanche es la manzana de 113
metros de lado y achaflanada en sus esquinas, de manera que se crean pequeñas plazas en los cruces. Se
preveían cuatro anchuras de calle (20, 30, 50 y 100 metros), la existencia de jardines en el interior de las
manzanas y una edificabilidad mucho menor que la que finalmente se autorizó. La uniformidad en el
trazado, convierte al proyecto de Cerdà en una ciudad sin segregación social, aunque la realidad se
acabaría imponiendo en su desarrollo.

También en ese año se aprobó el plan de ensanche de Madrid, elaborado por el ingeniero Carlos María
de Castro. La capitalidad hacía preciso crear una ciudad moderna que sirviera de espacio simbólico para
el nuevo Estado liberal. El Plan Castro suponía el paso de la ciudad de 800 a 2.300 hectáreas, basándose
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en un cálculo sobre el aumento de población de la ciudad, lo que suponía añadir una corona de terreno a
la ciudad por norte, este y sur. El ensanche de Castro se asemeja al de Cerdà en el trazado ortogonal. La
unidad básica de edificación debía ser la manzana regular, con vértices achaflanados y patios interiores.
La ciudad de Castro estaba segregada socialmente desde el principio, con su barrio aristocrático en el eje
de la Castellana, zona burguesa en el actual barrio de Salamanca, y barrios obreros como Chamberí o el
situado al sur del Retiro y de la estación de Atocha. El plan ordenaba los usos del suelo (residencial,
industrial, militar, esparcimiento, agropecuario). Sin embargo, la construcción del Ensanche fue
notablemente lenta, prolongándose entre las décadas de 1860 y 1930 y siendo muy desvirtuado por
intereses especulativos y el propio periodo de tiempo durante el que se ejecutó. Así, por ejemplo, en 1864
se redujeron los espacios verdes al 30 ó 20%, permitiendo que los espacios libres de las manzanas se
convirtieran en calles particulares. En 1876 se cambiaron las Ordenanzas en materia de altura y masa de
los edificios con lo que la anchura de las calles se fue reduciendo y se permitió construir con más de tres
y cuatro pisos.

Tomando como modelos a Madrid y Barcelona, otras ciudades derribaron sus murallas y elaboraron
proyectos de ensanche (Bilbao -1863-, San Sebastián -1864-, Valencia -1865-, Zaragoza -1894). Los
ensanches impulsaron el negocio inmobiliario, convirtiéndose en fuente de grandes fortunas, y generaron
una demanda de mano de obra que permitió absorber a los inmigrantes procedentes del mundo rural.

A pesar de este desarrollo de las ciudades, hacia 1930 la población española era predominantemente rural:
el 70% de la población vivía en núcleos de menos de 20.000 habitantes. Sólo Madrid y Barcelona
superaban el medio millón de habitantes y por tanto alcanzaban la categoría de metrópolis, estando muy
atraás Valencia y Sevilla con algo más de cien mil habitantes.

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