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ALIMENTACIÓN

. Hemos estudiado ya con detención la manera como los hábitos ancestrales de la recogida de
frutos se transformaron en costumbres de caza cooperativa. Hemos visto, también, que esto trajo
consigo muchos cambios fundamentales en su rutina de alimentación. La busca del yantar se hizo
más complicada y fue cuidadosamente organizada. El impulso de matar la presa tuvo, en parte,
que independizarse del impulso de comer. Los alimentos se llevaron a un hogar base fijo para su
consumo. Hubo que preparar mejor la comida. Con el tiempo, los ágapes se hicieron más copiosos
y espaciados. El papel de la carne en la dieta aumentó considerablemente. Se puso en práctica el
almacenamiento y la distribución de comida. Los machos quedaron encargados de proporcionar la
comida a la unidad familiar. Hubo que controlar y modificar las actividades de defecación.

¿por qué habría que darle esta posibilidad?) Todo el procedimiento de la caza 202 deportiva
implica una ineficacia deliberadamente fraguada, un handicap impuesto por los propios cazadores.
Estos podrían emplear fácilmente ametralladoras o armas más mortíferas, pero esto no sería
«jugar la partida», no sería el juego de la caza. Lo que cuenta es el reto, las complejidades de la
persecución y las sutiles maniobras para lograr el premio.

Una de ellas es que con ello se consigue la «temperatura de la presa». Aunque hemos dejado de
consumir carne recién muerta, la devoramos aproximadamente a la misma temperatura que las
otras especies carnívoras. Estas comen caliente porque la carne no se ha enfriado aún; nosotros lo
hacemos porque la calentamos de nuevo. Otra interpretación es que tenemos los dientes tan
débiles que nos vemos obligados a «ablandar» la carne mediante su cocción. Pero esto no explica
por qué preferimos comerla cuando está aún caliente, ni por qué calentamos alimentos que no
requieren el menos «ablandamiento». La tercera explicación es que, al aumentar la temperatura
de la comida, mejoramos su sabor. Y si añadimos una complicada serie de sabrosos elementos
secundarios a los principales objetos comestibles, el resultado será mejor aún. Pero esto guarda
relación, no con nuestra condición adoptada de carnívoros, sino con nuestro más remoto pasado
de primates. Los alimentos de los primates típicos tienen sabores mucho más variados que los
carnívoros. Cuando un carnívoro ha terminado la complicada operación de perseguir la presa,
matarla y preparar su comida, se comporta de una manera mucho más simple y tosca en la
ingestión del alimento. Se limita a engullirlo, a tragárselo de golpe. En cambio, los monos son
mucho más sensibles a las sutilezas del variado gusto de sus bocados. Disfrutan con ellos, y les
gusta pasar de un sabor a otro. Tal vez, cuando calentamos y aderezamos nuestros platos,
volvemos a los melindres primitivos de los primates. Quizá, gracias a esto, hemos evitado
convertirnos totalmente en carnívoros sanguinarios.

Aclarado esto, hay un aspecto de nuestro verdadero gusto que requiere comentario especial, y es
nuestra innegable afición a lo dulce. Es algo totalmente ajeno al verdadero carnívoro, pero típico
del primate. Cuando la comida natural de los primates madura y adquiere las condiciones
adecuadas para su consumo, suele también endulzarse; por esto los monos reaccionan favo- 207
rablemente a todo lo que posee este sabor en alto grado. También a nosotros, como a los otros
primates, nos cuesta despreciar «lo dulce». A pesar de nuestra fuerte tendencia carnívora, nuestro
linaje simiesco se manifiesta en la predilección por sustancias particularmente azucaradas. Este
gusto nos place más que los otros. Tenemos «dulcerías», pero no «tiendas de agrios». Después de
la comida fuerte, solemos terminar con una compleja serie de sabores dulces, para que sea este
gusto el más duradero. Y es todavía más significativo que, cuando ocasionalmente tomamos algo
entre horas (y aquí volvemos, aunque en pequeña escala, al antiguo hábito de los primates), casi
siempre escogemos sustancias dulces, como caramelo, chocolate, helados o bebidas azucaradas.

El papel de la goma de mascar merece especial mención a este respecto. Esta sustancia parece
haber prosperado únicamente como sustituto de la comida de diversión. Proporciona el necesario
elemento «ocupacional» de alivio de tensión, sin contribuir de manera perjudicial a un exceso de
alimento.

«agricultura mixta». La domesticación de animales y el cultivo de las plantas se desarrollaron


paralelamente. Incluso en la actualidad, con nuestro enorme dominio de los medios zoológico y
botánico, seguimos fomentando ambas tendencias. ¿Qué nos ha impedido esforzarnos más en
una u otra de estas direcciones? La respuesta parece ser que, debido al enorme aumento de 210
las densidades de población, una dedicación absoluta a la carne habría producido dificultades en
lo tocante a la cantidad, mientras que una dependencia exclusiva de las cosechas del campo
habría sido peligrosa en lo que respecta a la calidad

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