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Diane Ackerman1
Comida y convivencia
Los otros sentidos pueden disfrutarse en toda su belleza cuando uno está solo,
pero el gusto es en gran medida social. Los seres humanos rara vez prefieren comer
en soledad, y la comida tiene un poderoso componente social. Los bantúes creen que
intercambiar comida crea un contrato entre dos personas que, a partir de entonces,
comparten un <clan de comida>. Nosotros, en general, comemos con nuestra familia,
por lo que es fácil entender que <partir el pan> con un extraño lo asimile al grupo
familiar. En todo el mundo las estratagemas de los negocios se tejen durante
comidas; las bodas terminan en una comida; los amigos se reúnen en comidas
celebradoras; los niños festejan sus cumpleaños con helado y pastel; las ceremonias
religiosas ofrecen comida en gesto de homenaje y sacrificio; a los viajeros que
regresan se les da la bienvenida con comida. Como dice Brillan-Savarin: "Toda
forma de sociabilidad puede reunirse alrededor de la misma mesa: el amor, la
amistad, el negocio, la especulación, el poder, la porfía, el mecenazgo, la ambición,
la intriga...". Si la intención es que un acontecimiento tenga un peso emocional,
simbólico o místico, habrá comida para santificarlo o sellarlo. Todas las culturas
emplean la comida como señal de aprobación o conmemoración, y algunas comidas
se las acredita con poderes sobrenaturales, otras son ingeridas simbólicamente, y
otras en forma ritual, con castigos de mala suerte para (155) los torpes o escépticos
que olviden la receta o se equivoquen en el orden. Los judíos que asisten a un Seder
comen un plato de rábanos para simbolizar las lágrimas vertidas por sus antepasados
cuando eran esclavos en Egipto. Los malayos celebran los acontecimientos
importantes con arroz, el centro de inspiración de sus vidas. Los católicos y
anglicanos toman una comunión de vino y pan. Los antiguos egipcios creían que las
cebollas simbolizaban el universo de muchas capas, y juraban sobre una cebolla
como nosotros podemos hacerlo sobre una Biblia. La mayoría de las culturas
embellece la comida con platos y vasos elegantes, y hace de la ocasión algo especial,
con invitados, música, una visita a un restaurante distinguido o una fiesta informal en
el jardín. El gusto es un sentido íntimo. No podemos gustar cosas a distancia. Y el
? Este texto es un extracto del libro de Diane Ackerman, Una historia natural de los sentidos,
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Comida y sexo
¿Qué sería de las emociones del cortejo sin la comida? ¿Por qué es tan sexy la
comida? ¿Por qué una mujer estadounidense se refiere a un hombre apuesto como un
plato fuerte? ¿O una chica francesa llama a su amante mon petit chou (mi pequeño
repollo)? ¿O un inglés describe a una mujer atractiva como un bocado de crumpet
(una masa plana, tostada, bien recubierta de mantequilla)? El hambre sexual y la
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física siempre han sido aliadas. Como necesidades rapaces que son, desde los albores
de la humanidad siempre nos han estimulado y movido, a través de la hambruna y la
guerra, hacia la saciedad y la serenidad.
Vista desde su lado bueno, cualquier comida puede ser considerada
afrodisíaca. Los alimentos de forma fálica, como zanahorias, puerros, plátanos y
espárragos, han sido apreciados como afrodisíacos en un momento u otro, lo mismo
que las ostras y los higos porque recordaban los genitales femeninos; el caviar porque
eran huevas de una hembra; las ciruelas se ofrecían gratis en los burdeles isabelinos;
los tomates era llamados manzanas del amor y se pensaba que podían haber sido la
tentación de Eva en el Jardín del Edén; cebollas y papas por su aire testicular. (159)
El almizcle, el chocolate y las trufas también han sido considerados afrodisíacos y,
por lo que sabemos, bien podrían serlo. Pero, como los sabios han dicho siempre, la
parte más sexy del cuerpo y el mejor afrodisíaco del mundo es la imaginación.
Los pueblos primitivos vieron la creación como un proceso a la vez personal y
universal; el suelo produce comida, y los humanos (a menudo hechos de arcilla o
barro) producen niños. La lluvia cae del cielo e impregna la tierra, lo que hace surgir
la gruta y el grano de la carne bronceada de la tierra, una tierra cuyas montañas
parecen mujeres reclinadas, y cuyos manantiales brotan como hombres saludables.
Los ritos de la fertilidad, si son realizados con el suficiente frenesí, pueden
alentar a la naturaleza a no ahorrar su tesoro. En las antiguas festividades origiásticas,
los cocineros preparaban carnes y panes en forma de genitales, especialmente penes,
y estatuas de hombres y mujeres de exagerados órganos sexuales presidían esas
celebraciones en las que las parejas sagradas copulaban en público. Una mítica Gaia
arrojaba leche de sus pechos y esa leche se convertía en las galaxias.
La antigua Venus nos muestra sus enormes pechos y caderas que simbolizaban
la fuerza vital femenina, madre de cosechas y hombres. La tierra misma era una
diosa, redonda y madura, radiante de fertilidad, cargada de riquezas. En general, se
considera a las figuras de Venus como exageraciones de la imaginación, pero las
mujeres de aquel entonces puede que fueran en realidad muy parecidas, todas pecho,
vientre y trasero. Embarazadas, debieron de ser enormes masas de formas.
La comida es creación del sexo de las plantas o los animales, y nosotros la
encontramos excitante. Cuando comemos una manzana o un melocotón, estamos
comiendo la placenta de la fruta. (160) Pero aun si no fuera así, y no asociáramos
inconscientemente la comida con el sexo, igualmente la encontraríamos excitante por
razones físicas. Usamos la boca para muchas cosas; para hablar y besar, tanto como
para comer. Los labios, la lengua y los genitales tienen los mismos receptores
nerviosos, llamados "bulbos terminales de Krause", que los hacen hipersensibles.
Hay una similitud de respuesta entre todos esos órganos. (161)
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Comida y nacimiento del cristianismo
En su lucha contra el enemigo Aburrimiento, los romanos pusieron en práctica
cenas que duraban toda la noche y compitieron en la creación de platos raros e
ingeniosos. En una cena, un anfitrión sirvió progresivamente ejemplares menores de
la cadena alimentaria, que eran relleno de los más grandes: dentro de un ternero había
un cerdo, dentro del cerdo, un cordero, dentro del cordero, un pollo, dentro del pollo,
un conejo, dentro del conejo, un lirón, y así sucesivamente.
Otro sirvió una variedad de platos que parecían diferentes pero estaban todos
hechos con los mismos ingredientes.
Eran frecuentes las cenas con un tema, y podían incluir una suerte de caza del
tesoro, en la que los invitados que encontraban el cerebro del pavo real o la lengua
del flamenco recibían un premio.
Dispositivos mecánicos podían hacer que bajaran del techo acróbatas que
traían el plato siguiente, o trasladaban una fuente de huevas de laprea con una polea
en forma de anguila. Los esclavos ponían guirnaldas de flores a los invitados, y les
frotaban el cuerpo con ungüentos perfumados para relajarlos. El suelo podía estar
cubierto hasta la altura de las rodillas con pétalos de rosa. Los platos se sucedían,
algunos con salsas picantes para despertar las papilas, otros con salsas aterciopeladas
para adormecerlas. Mediante tubos se bombeaba al salón aire aromático y los
invitados eran rociados con pesados perfumes animales como la algalia o el ámbar
gris. A veces, la comida misma arrojaba un chorrito de azafrán o agua de rosas a la
cara del comensal. (174)
Los romanos eran devotos de lo que los alemanes llaman Schadenfreude, es
decir que obtenían un placer exquisito de las desdichas ajenas. Les gustaba rodearse
de enanos, incapacitados y deformes, que actuaban o se exhibían en las fiestas.
Calígula hacía combatir a gladiadores sobre la misma mesa de la cena, y le agradaba
que salpicaran a los invitados con sangre y sudor.
No todos los romanos eran sádicos, pero sí lo eran muchos de entre los ricos y
casi todos los emperadores; les estaba permitido torturar, maltratar o incluso matar a
sus esclavos, según quisieran. De al menos un aristócrata romano se cuenta que hizo
engordar sus anguilas con la carne de sus esclavos.
No puede asombrar que el cristianismo surgiera como un movimiento apoyado
por las masas de esclavos, y pusiera en primer plano la negación de sí mismo, la
austeridad, la pobreza como heredera del mundo, una vida rica y libre después de la
muerte y, en última instancia, el castigo para los ricos amantes del lujo, que tendrían
por recompensa las torturas eternas del infierno.
Como observa Philaippa Pullar en Consuming Passions, fue de esa
"conciencia de clase y de orgullo por la pobreza y la simplicidad de la que nació el
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odio al cuerpo. (...) Todas las sensaciones agradables fueron condenadas, todas las
armonías de gusto y aroma, sonido, vista y tacto, debían ser resistidas con firmeza
por los candidatos al Paraíso. El placer era sinónimo de culpa, sinónimo de Infierno.
(...) "Que vuestras compañeras sean mujeres pálidas y delgadas por el ayuno",
instruía Jerónimo. O, en palabras de Gibbon, "se pensó que toda sensación ofensiva
al hombre sería aceptable para Dios". Así, la negación de los sentidos se volvió parte
de un credo cristiano de salvación.
La palabra "vicario" en su sentido lato se refiere al cónsul de Dios en la Tierra
(papa), que vivía como una isla en la corriente feroz de la vida, delicado, al margen,
intocable. (175) Mientras: los matrimonios producían hijos, los toros morían, las
cosechas se consumían en el fuego o desaparecían bajo las aguas, y las celestinas
locales organizaban fiestas para él con matronas y picantes jovencitas (más ardientes
de lo que podía resistir el brío de un santo). No es de extrañar que, algunos papas,
vivieran "vicariamente", y a veces se rindieran a las manías alimentarias y al pecado.
El puritanismo denunció las especias como excitantes del sexo; después
entraron en escena los cuáqueros, que hicieron un tabú de cualquier tipo de lujo, y no
tardó en haber revueltas contra estas revueltas.
La comida siempre ha estado asociada a los ciclos de la sexualidad, el
abandono de la moral y la restricción y otra vez una vuelta a la sexualidad. Pero
nadie lo hizo con tan flagrante convicción como los antiguos romanos. Ellos pusieron
en escena una de las fiestas más locas y lujosas que se hayan visto nunca, con gente
que comía acostada, dos, tres o más en un diván. Mientras poetas libertinos como
Catulo escribían poemas de amor para uno u otro sexo. Ovidio los escribía, llenos de
encanto, sobre su firme amor a las mujeres, y contaba cómo ellas atormentaban su
alma, y cómo se entregaban a juegos de seducción en las cenas. "Si me ofrecieran un
paraíso sin sexo", escribió, "les diría no, gracias; las mujeres son un infierno tan
dulce".
Una de las bebidas con más éxito del mundo es la Coca Cola, una
combinación de intensa frescura, cafeína y una sensación picante en la nariz, que
encontramos refrescante. Se empezó a vender en 1888, y entonces contenía cocaína,
un refrescante en serio; este ingrediente dejó de usarse en 1903. Se sigue
condimentando con extracto de hojas de coca, pero sin la cocaína. El café, el té, el
tabaco y otros estimulantes se empezaron a emplear en el mundo occidental entre los
siglos XVI y XVII, y no tardaron en difundirse por toda Europa. Modernos y
adictivos, ofrecían a los comensales una auténtica sacudida del sistema nervioso, ya
fuera de calma narcótica o de excitación cafeínica y, a diferencia de las comidas
normales, podían ser tomados en dosis, según el nivel que uno quisiera alcanzar o el
grado de adicción que ya tuviera.
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