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13/8/2021 Olvidando a Demogue (¿Quién dijo que son siempre "de medios" las obligaciones de los administradores societarios?

Título: Olvidando a Demogue (¿Quién dijo que son siempre "de medios" las obligaciones de los
administradores societarios?)
Autor: Moro, Emilio F.
País: Argentina
Publicación: El Derecho - Diario, Tomo 225, 913
Fecha: 06-12-2007 Cita Digital: ED-DCCLXIX-888

Sumarios

I. Consideraciones liminares. – II. Panorama actual en materia de obligaciones de medios y de resultado. 1.


Aproximación al tema. 2. La razón de ser de la distinción entre obligaciones de medios y de resultado. 3. Una
construcción caída en desgracia. 4. Nuestra opinión. – III. La entidad ontológica de las obligaciones asumidas
por los administradores societarios desde el prisma de la distinción demoguiana. 1. La concepción tradicional.
2. El sofisma y la necesidad de una reformulación. a) Las obligaciones de resultado “fragmentarias” asumidas
por los administradores societarios. b) Una disquisición insoslayable: directores internos y externos. 3. Un
fallo esclarecedor no por añejo menos bueno. – IV. Colofón.

Olvidando a Demogue (¿Quién dijo que son siempre "de medios" las obligaciones de los administradores
societarios?)

Consideraciones liminares

Probablemente Demogue no haya podido siquiera imaginar la repercusión que habría de tener, en el mundo
del Derecho Privado, el distingo –por él trazado (o, por lo menos, jerarquizado)(1)– entre obligaciones de
medios y de resultado.

La profusa incidencia que esta construcción ha vertido sobre la estructura del sistema de responsabilidad civil
de los últimos dos siglos resulta incontestable. Importantes y variopintos segmentos del ordenamiento
reconocen su huella indeleble. Sin ir más lejos, la evolución de los criterios jurisprudenciales que gobiernan el
vasto contorno de la responsabilidad de los profesionales liberales (médicos, abogados, etc.), así como los que
informan otros sectores –quizás de menor importancia (v. gr., agentes de bolsa[2], administradores de
consorcios de propiedad horizontal respecto de algunos deberes[3], etc.)– no permiten arribar a otra
conclusión.

La ponderación legislativa, judicial y doctrinaria de la actuación de los administradores de sociedades


comerciales tampoco ha quedado al margen de la distinción entre obligaciones de medios y de resultado(4).
Antes bien, ha sido este distingo una herramienta a la que se ha echado mano –aunque sólo concibiendo la
existencia de obligaciones de medios– para determinar cuándo un director de una sociedad anónima o un
gerente de una sociedad de responsabilidad limitada ha actuado de manera culposa o dolosa, haciéndose
merecedor, con ello, del deber de reparar el daño irrogado.

Ha sido ésta, bien acabamos de señalarlo, la postura tradicional en la materia. Las obligaciones a cargo de los
administradores societarios son todas ellas y en todos los casos obligaciones de medios y, por ende, no es
posible prescindir de la prueba de la concurrencia de algún factor de imputación subjetivo (culpa o dolo) a los
efectos de endilgar responsabilidad civil a los mismos.

¿Es posible mantener de nos jours una afirmación tan tajante? ¿Es razonable sostener que el amplio abanico de
deberes a cargo, por ejemplo, de los directores de sociedades anónimas abiertas, siga permaneciendo –
indiscriminadamente– bajo el “escudo protector” de las obligaciones de medios(5)? En todo caso, ¿supera el
test de razonabilidad que imponen los arts. 28 y 33 de la Constitución Nacional considerar que ello es así
siempre y en todas las hipótesis concebibles?(6).

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A refutar, así entonces, o, por lo menos, a morigerar, el alcance de aquel criterio tradicional es que se dirigen
estas humildes líneas.

II

Panorama actual en materia de obligaciones

de medios y de resultado

1. Aproximación al tema

Conforme es sabido, el perfeccionamiento de contratos supone una de las fuentes (art. 499, cód. civil) de
mayor importancia dentro del elenco de situaciones jurídicas a las cuales el ordenamiento asigna efecto
creador de relaciones obligacionales (enriquecimiento sin causa, declaración unilateral de voluntad, hechos
ilícitos, etc.)(7). La celebración de un contrato, así las cosas, y sin perjuicio de la mayor gravitación que
corresponda endilgar a la obligación principal dimanada de aquél, importa el surgimiento de una pléyade de
relaciones obligacionales(8). De esta suerte, el plexo obligacional que nace del contrato en su investidura de
causa-fuente muy lejos está de agotarse en una única obligación (principal o no), componiéndose asimismo de
obligaciones accesorias y de los llamados deberes secundarios de conducta(9).

Asentada que está ya la potencialidad del contrato (rectius: del “proceso”`[10] del contrato) para erigirse en
la fuente –no ya de una única y reinante obligación principal, sino de un verdadero plexo obligacional
compuesto por otras obligaciones y por los denominados deberes secundarios de conducta–, corresponde ahora
recordar cuál es la estructura de cada una de dichas relaciones obligacionales. La consistencia del deber
jurídico propio de las obligaciones supone –según es conocido– la realización de un plan de conducta futuro (de
dar, hacer o no hacer) de contenido patrimonial, aunque pudiendo responder a un interés extrapatrimonial: el
deber jurídico obligacional (o prestación)(11). A los fines de la acabada satisfacción de la misma –y
consiguiente verificación del efecto típico de las obligaciones (el cumplimiento espontáneo)(12)–, deviene
necesaria la observancia de determinados comportamientos complementarios que, para decirlo gráficamente,
circundan a modo de “satélites” la prestación objeto de la obligación. Estos deberes secundarios de conducta
–tal la denominación mayormente aceptada en doctrina– coadyuvan, así pues, al óptimo cumplimiento del plan
prestacional.

Según puede observarse, así las cosas, el plexo obligacional que conlleva el perfeccionamiento de un contrato
se compone de: a) obligaciones principales; b) obligaciones accesorias; c) deberes secundarios de conducta
que circundan tanto a la prestación de las obligaciones principales como a la prestación de las obligaciones
accesorias(13) (14). En dicho contexto, así pues –responsabilidad por incumplimiento obligacional(15) (más
comúnmente denominada “responsabilidad contractual”)–, las prestaciones asumidas, dependiendo de su
esencia y carácter intrínseco (y sin perjuicio de clasificaciones tripartitas esbozadas en algún momento[16]),
pueden ser de medios o de resultado(17).

2. La razón de ser de la distinción entre obligaciones de medios y de resultado

Si la conducta humana en interferencia intersubjetiva –tal como lo quería la escuela Ególogica– es el objeto
del Derecho(18) y aquélla es, por antonomasia, tan cambiante y variable como la imaginación misma, fuerza
es concluir que no toda vinculación contractual dará lugar a idéntico tipo de obligaciones en cuanto a su
sustancia. En términos más concisos (y siempre bajo la égida de la responsabilidad por incumplimiento
obligacional): mientras algunos contratos pueden dar lugar a obligaciones de resultado, otros engendran
obligaciones de medios y otros, finalmente, obligaciones de ambas clases.

Como decíamos, no todos los deberes incardinados en el plexo obligacional aludido en el parágrafo anterior
pueden ser del mismo tipo en cuanto a la descripción de la conducta prometida. Por el contrario, existen
casos donde la obligación asumida consiste en la obtención de un determinado hecho (obligaciones de
resultado) y otros donde la obligación reside en el compromiso de obrar con la máxima diligencia y prudencia
posible en aras de obtener cierto objetivo (obligaciones de medios).

¿Podría el ordenamiento jurídico permanecer inerme ante dicha diferencia e imponer un mismo régimen
probatorio de los presupuestos de la responsabilidad? La respuesta negativa asoma contundente. De allí,
precisamente que, desde Demogue en adelante (sin perjuicio de construcciones precedentes en parecido
sentido), se halla considerado que en las obligaciones de resultado la culpa se presume –y que, por lo tanto, el
actor se halla liberado de la carga probatoria al respecto– mientras que, en las obligaciones de medios, es

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requerimiento insoslayable a los efectos de la procedencia de la acción resarcitoria que el actor acredite la
existencia de culpa en el agente(19) toda vez que ninguna presunción en contrario se yergue sobre él(20).

La autonomía de la voluntad es profusa en matices y no sería justo imponer soluciones idénticas a realidades
que, en su esencia misma, difieren de cabo a rabo. No es lo mismo aquella obligación en la cual la diligencia y
prudencia que impone el arte o profesión del deudor está llamada a desempeñar un rol preponderante al
momento de determinar si ha existido o no cumplimiento, que aquella en la cual tales elementos tienen un
muy escueto papel que jugar al efecto. Ello así, es el principio general del Derecho (art. 16, cód. civil) que
impide conferir idéntico tratamiento normativo a situaciones fácticas diversas –derivado, a su vez, del valor
jurídico de la Justicia(21)– el que permite explicar la vigencia del distingo demoguiano. Tan es así que, de otro
modo, no podría explicarse por qué razón, a falta de norma legal en contrario –como ocurre, verbigracia, en
materia de daños causados “con las cosas” (art. 1113, párr. 2º, cód. civil)(22)(23)–, se acepta la inversión del
onus probandi cuando de obligaciones de resultado se trata, exceptuándose la regla del art. 359 del CPCCN y
el inveterado principio de que al actor incumbe la prueba de su derecho (onus probandi incumbit actoris)(24)
(25).

3. Una construcción caída en desgracia

Según es conocido, blanco de numerosos ataques ha sido la clasificación demoguiana. La “brújula”(26) que
ella significara para los “prácticos del siglo pasado”(27) ya no sería tal. Desde quienes sostienen que se trata
de una construcción artificiosa (pues en toda obligación siempre hay una conducta diligente que observar para
arribar al resultado final)(28), pasando por quienes pregonan que su utilidad práctica es casi nula (desde que,
en la realidad de los hechos, la inversión de la carga probatoria que se pregona en las obligaciones de
resultado sería poco menos que inexistente)(29) hasta quienes postulan que, lisa y llanamente, el influjo de la
teoría se manifiesta en el distinto factor de atribución que existe en uno y otro caso (factor subjetivo en las
obligaciones de medios y factor objetivo en las obligaciones de resultado)(30), variados han sido los ataques
propiciados.

Excede, claramente, los límites de este trabajo ingresar al análisis de cada una de estas críticas. Sin perjuicio
de ello, justo es reconocer que la corriente de opinión que pregona la reformulación del distingo apuntando
que la verdadera línea divisoria a trazar entre obligaciones de medios y de resultado discurre no ya por la
dinámica de la carga probatoria, sino por el diverso factor de imputación existente en uno y otro caso
(subjetivo en las primeras, objetivo en las segundas), ha venido ganando terreno –lenta pero
persistentemente– así en la doctrina autoral como judicial(31). A todo evento, y teniendo en cuenta el
limitado marco cognoscitivo que impone el tema sub examine, guarda alguna importancia abordar dicha
crítica –aunque más no sea sucintamente– pues, obviamente, muy distinta es la posición procesal del
accionado por responsabilidad objetiva (fundamentalmente en materia de eximentes) que la de quien lo es
por responsabilidad subjetiva.

4. Nuestra opinión

Quienes defienden la reformulación precitada parten de una premisa que, a nuestro entender, resulta
inexacta. La prestación asumida en las obligaciones de medios resultaría ser, tan sólo, el compromiso de obrar
con la mayor diligencia y prudencia que exija la lex artis, con incidencia casi nula del resultado final esperado
(aleatorio y mediato)(32). Toda vez que para determinar si se ha obrado o no con la diligencia debida es
imprescindible la existencia de culpabilidad en el agente, la prueba de su concurrencia es requerimiento
insoslayable. Por oposición, en las obligaciones de resultado el plan prestacional consistiría solamente en la
obtención del resultado material prometido, con –cuasi total– prescindencia de la diligencia puesta en la
labor dirigida a su consecución, a resultas de lo cual se concluye que la no obtención de aquél permite tener
por configurado el incumplimiento. Incumplimiento y culpabilidad devendrían, así, extremos inescindibles(33)
y, por ende, la ponderación subjetiva que quepa efectuar sobre la conducta del deudor (en cuanto a su culpa
o dolo), cuestión intrascendente.

Siguiendo esa línea se concluye, entonces, que no habría inversión de carga probatoria alguna sino, antes bien
–y a fuerza de ser realistas– un claro supuesto de responsabilidad objetiva(34) (con factor de imputación en la
noción de “garantía”[35]), donde las únicas eximentes que valdrían serían la culpa de la víctima, el hecho de
un tercero y el caso fortuito o fuerza mayor.

Como lo señalábamos al comienzo, el problema está en el punto de la partida. No creemos que se compadezca
con la realidad de las cosas pensar que en las obligaciones de resultado nada tiene que hacer la culpabilidad al
momento de decidirse si corresponde o no endilgar responsabilidad al deudor. Por el contrario, estamos
persuadidos de que la diligencia y prudencia que imponga la lex artis del caso también forma parte –bien que
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un plano reducido– del plan prestacional asumido en las obligaciones de resultado, máxime cuando –como ha
sido moneda corriente en los últimos tiempos– la incertidumbre (en todos los ámbitos económicos) ha venido
ganado carta de ciudadanía(36). En esa inteligencia, en la confluencia de conducta proyectada e interés que
configura el objeto obligacional no creemos que sea ajustado a la realidad negocial de nuestros días conferir
un papel tan nimio –en las obligaciones de resultado– a la diligencia y prudencia. De allí pues que la prueba de
la “no culpa” deba mantenerse como eximente a disposición del deudor.

Por lo demás, es evidente que si la mayoría de las obligaciones de fuente contractual son de resultado(37) y
prevalece la tesis que refutamos, pues entonces prácticamente la completitud del sistema de responsabilidad
civil pasaría a regirse por las reglas de la responsabilidad objetiva cuando la misma es de excepción y exige –
en pos de la seguridad jurídica– de norma expresa habilitante en ese sentido(38)(39).

Es cierto que muchas construcciones teóricas de siglos pasados merecen –por el irrefragable vigor de los
nuevos tiempos– ingresar en el olvido. Decididamente, no creemos que sea éste el caso.

III

La entidad ontológica de las obligaciones asumidas por los administradores societarios desde el prisma de
la distinción demoguiana

III.1. La concepción tradicional

La circunstancia indiscutible de que ningún administrador societario pueda garantizar el éxito de su gestión al
frente de la empresa vuelve razonable considerar a sus deberes como obligaciones de medios. El riesgo ínsito
en toda actividad empresaria y la connatural incertidumbre que gobierna la conducción de la compañía en
cuanto a la obtención o no de utilidades en el decurso de su giro social llevan, casi de la mano, a pensar que
sólo es posible concebir obligaciones de medios en cabeza de los directores de sociedades anónimas o
gerentes de sociedades de responsabilidad limitada.

Abonando idéntica conclusión –aunque desde otra perspectiva– se sostiene que emplazar obligaciones de
resultado en cabeza de los administradores societarios importaría acicatear irrazonablemente el espíritu de
empresa que debe inspirar a estos últimos, colocando una verdadera espada de Damocles sobre sus espaldas
que tan sólo serviría para sumir en la inacción a la gestión directoral(40).

En ese entendimiento, ha sido criterio tradicional de nuestra doctrina y jurisprudencia que, en sede de
antijuridicidad de las conductas de los administradores societarios, es preciso reparar en que sus deberes son
configuradores de obligaciones de medios, por oposición a las de resultado(41)(42).

La cuestión, como es obvio, tiene gran importancia(43) en cuanto a la prueba de la existencia o no de una
conducta antijurídica imputable. En las obligaciones de resultado la omisión del mismo, su no obtención, tiene
por acreditado el incumplimiento y con ello acreditada la culpa; en cambio, en las obligaciones de medios,
quien pretende la atribución de responsabilidad debe allegar los medios de convicción idóneos para poner en
evidencia la culpa del deudor, pues en ella precisamente radica el incumplimiento: no cumplir con la
conducta apropiada, prudente, diligente, tergiversando el plan de prestación que es objeto del deber jurídico
calificado(44).

2. El sofisma y la necesidad de una reformulación

a) Las obligaciones de resultado “fragmentarias” asumidas por los administradores societarios

Con la saludable excepción de algún sector doctrinario(45), o bien el tema ha pasado desapercibido o bien –
como lo referíamos en el parágrafo precedente– la doctrina y jurisprudencia existente al respecto se ha
pronunciado en el sentido de ponderar que las obligaciones de los administradores societarios pertenecen –sin
más– al género de las obligaciones de medios(46).

El problema es que, al no repararse en que el acto jurídico (contrato o no) que anuda a los directores con la
sociedad es causa-fuente –no ya de una única y “gobernante” obligación principal (que sería “de medios”)–
sino de una pléyade de obligaciones, diversas en el carácter de las prestaciones comprometidas(47), se cae en
el reduccionismo de sostener que siempre y en todos los casos estamos ante una obligación de diligencia.

Y es que, por lo demás –y como bien se ha apuntado–, también en los sectores de la responsabilidad médica y
abogadil (tradicionales “bastiones” de las obligaciones de medios), comienza a destacarse la existencia de

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obligaciones de resultado(48). “Fragmentarias” o “parcelarias”, si se quiere, pero obligaciones de resultado al


fin y al cabo.

Veamos un caso típico de la praxis societaria vernácula(49). Una sociedad anónima cerrada cuyos socios y
directores (sean o no meros prestanombres) conviven en paz y cordialidad durante algunos años. Por motivos
ajenos a la dinámica societaria, un día cualquiera los socios (o bien sus dueños desde las sombras) entran en
conflicto y la sociedad por ellos construida pasa a erigirse, ahora, en el elemento de presión favorito para
imponer, uno al otro, las pretensiones del caso. Llegado este momento, se observa que no existe acta de
reunión de directorio labrada en momento alguno, menos aún actas de asambleas, que los estados contables
brillan por su ausencia; en definitiva, que ninguno de los recaudos formales atinentes al funcionamiento
interno de la entidad se han observado. La compañía (al menos formalmente) se ve sumida en la inactividad
más absoluta(50) y sus directores –para el caso es indistinto que sean “reales” o meros prestanombres(51)–
responsables directos del descalabro(52).

¿Puede decirse seriamente que estamos ante obligaciones de medios? ¿Es concebible que para probar la
responsabilidad en casos tales (sea que la pretensión se haya encarrilado bajo el marco de una acción social o
una acción individual) el socio-actor se encuentre compelido a tener que probar la culpa o el dolo de los
administradores? Digámoslo sin ambages: contrario de cabo a rabo al test de razonabilidad más elemental
sería preconizar una solución tal(53). La observancia de deberes tales no está supeditada al alea que justifica
la existencia misma de las obligaciones de medios y la incidencia mayúscula que en ellas tienen la diligencia y
prudencia del deudor(54). Obligaciones como la de llevar al día los libros sociales(55) o convocar
asambleas(56) son perfectamente escindibles del éxito de la empresa gestionada y de las utilidades que se
obtengan, cuestiones ambas que, como es obvio, están enmarcadas en el limbo del riesgo empresario (con la
incertidumbre en cuanto al resultado final que aquél supone) y donde –aquí sí– se justifica total y
absolutamente la existencia de meras obligaciones de medios en cabeza de los administradores
societarios(57).

Empero, ¿qué tiene ello que ver con el “rutinario” deber de efectuar las inscripciones registrales que
correspondan, convocar reuniones asamblearias, labrar actas por cada reunión de directorio, confeccionar
estados contables?(58)(59) Muy poco.

b) Una disquisición insoslayable: directores internos

y externos

Nuestra postura de volver aplicable también a los administradores societarios la construcción demoguiana de
ningún modo podría obviar el distingo, válido para sociedades anónimas de dimensiones considerables (y en el
que viene insistiendo incesantemente la doctrina), entre directores internos (inside directors) –o con
funciones ejecutivas permanentes– y directores externos (outside directors) –o “de asiento”–. En efecto, si el
leit motiv de este trabajo discurre por adecuar a la realidad el carácter de las obligaciones asumidas por los
administradores societarios en cuanto al grado de diligencia que quepa observar en cada una de aquéllas, pues
entonces un total contrasentido supondría ignorar la virtualidad (práctica) de la diferenciación entre
directores internos y externos(60).

Brevitatis causae, puede definirse a los directores con funciones ejecutivas permanentes como aquellos
integrantes del órgano de administración encargados de la gestión (ordinaria y extraordinaria) de la
compañía(61) y a los directores “de asiento” como aquellos que –sin ser quienes delinean el plan de negocios
de la empresa– deberán arroparse de todos los elementos de información necesarios (v. gr., exigiendo la
remisión de minutas previas a las reuniones de directorio) para supervisar la manera bajo la cual los directores
ejecutivos cumplen sus funciones(62).

No cabe duda de que los deberes en cabeza de los administradores societarios que hemos considerado como
obligaciones de resultado, son aquellos típicamente desplegados por el grupo de control de una sociedad
anónima. Su ejercicio será, usualmente, a cargo de los directores internos. Medir, así pues, con esta vara la
responsabilidad de los directores externos asoma como un despropósito pues conocida es la total ajenidad de
éstos para con este tipo de labores, más aún en los casos de sociedades anónimas cotizadas(63).

Va de suyo que la opinión aquí esbozada carece de toda implicancia práctica-normativa. Nuestro régimen
societario, según se sabe, aún preserva –fruto del carácter eminentemente colegiado del órgano de
administración(64)– la regla de la solidaridad para imputar responsabilidad directorial(65). Sólo se tiene en
cuenta la actuación individual –a partir de la morigeración que supuso la ley 22.903– en caso de haberse
asignado funciones en forma personal (vía estatuto, reglamento o decisión asamblearia) y encontrarse dicha
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determinación inscripta en el Registro Público de Comercio (art. 274, párr. 2º)(66)(67). En virtud de esta
circunstancia, sostener –como lo hacemos– que en las sociedades anónimas de considerables dimensiones
(cotizadas o no) es razonable remarcar la existencia de obligaciones de resultado para los directores internos
aunque no para los directores externos, no pasa de ser una mera expresión de deseos que tan sólo sería válida
en caso de una futura reforma legal.

3. Un fallo esclarecedor no por añejo menos bueno

En el precedente “Rodríguez, Adriana M. y otro c. Bóveda, Carlos H. y otro s/ordinario”(68), la Cámara de


Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal (sala A) tuvo ocasión de pronunciarse, justamente, sobre un
caso como el descrito en el parágrafo anterior. A saber: sociedad de responsabilidad limitada con órgano de
administración unipersonal en cuyo desarrollo la inactividad en la gestión gerencial se patentizó en la
inexistencia de convocatorias a reuniones de socios y falta de presentación de balances y aprobación de
estados contables (y otros incumplimientos del tipo) y a resultas de todo lo cual –amén de otras circunstancias
que no viene el caso enumerar (v. gr., asignación arbitraria de honorarios)– se afectó el derecho a percibir
utilidades de los socios, promoviendo éstos acción individual de responsabilidad en los términos del art. 279
de la LSC(69).

Con fallo de primera instancia de excelente factura técnica(70), se hizo lugar a la acción de responsabilidad
impetrada, ratificando el a quem, a su turno, dicho temperamento. En adición, y dados los extremos fácticos
puestos de manifiesto en el caso, la Cámara tuvo oportunidad de expedirse acerca del tema motivo de este
trabajo siendo contundente en considerar que, si bien los deberes a cargo de los administradores societarios
se incardinan –predominantemente– dentro de las llamadas obligaciones de medios, a su lado también existen
obligaciones de resultado, de no poca significación en cuanto a su número y consistencia(71).

Más aún, la Cámara avanzó en dicha senda y enumeró algunas de las obligaciones contenidas en la LSC y que,
en orden a su invocación judicial, pueden tenerse por obligaciones de resultado por todo lo cual no necesita el
socio-actor, en tales casos, probar la culpa o el dolo en los administradores(72).

Por nuestra parte, y como el lector ya fácilmente podrá intuirlo, comulgamos plenamente con la doctrina
dimanada de este precedente. No tiene porqué asustar la bifurcación postulada en materia de administración
societaria: dependiendo de la consistencia de la conducta asumida (prestación) algunas obligaciones de los
directores de sociedades anónimas o gerentes de sociedades de responsabilidad limitada serán de medios y
otras de resultado, allende todo lo cual, como es indudable, la cuestión relativa a la dirección de los negocios
sociales y la procurada obtención de utilidades supondrá siempre meras obligaciones de diligencia(73).

IV

Colofón

La visión unidireccional del fenómeno de la administración societaria en cuanto concierne a los deberes
asumidos por los directores de sociedades anónimas o los gerentes de sociedades de responsabilidad limitada
sólo puede conducir al absurdo. Como ocurre con todo acto jurídico, a través de aquel que se perfecciona con
los directores (sea o no un contrato) surgen una plétora de obligaciones –rectius: relaciones obligacionales– en
cuyo seno, a su vez, existen obligaciones accesorias y deberes secundarios de conducta. No hay razón para
pensar que todas y cada una de estas obligaciones deban ser del mismo talante en cuanto a la descripción de
la conducta prometida. Del mismo modo que ocurre en el terreno de la responsabilidad de los médicos,
abogados –y aun de los administradores de propiedad horizontal–, se impone abordar la prestación proyectada
en cada una de las obligaciones surgidas del acto jurídico celebrado para determinar, en su caso, si
corresponde su categorización como obligación de medios o de resultado.

Así pues, y si bien no parece serio controvertir que, en líneas generales y en orden al éxito económico de la
empresa gestionada, los administradores societarios asumen obligaciones de medios en derredor de las cuales
jamás podría prosperar una acción de responsabilidad (social o individual) sin acreditarse el factor de
atribución subjetivo –culpa o dolo–, no puede negarse que, al lado de aquéllas, también existe un importante
sector gobernado por las obligaciones de resultado.

El contenido mismo de algunas de las obligaciones impuestas desde la LSC a los administradores de compañías
mercantiles (amén de lo eventualmente establecido en el estatuto o reglamento[74]), así como la especial
situación tributaria que plantea el art. 6º, inc. d), de la ley 11.683, no puede sino llevar a la conclusión de que
–si bien, genéricamente, estamos ante una obligación de medios– ciertos de sus deberes específicos
pertenecen a la categoría de las obligaciones de resultado. Y es que, en efecto, en aras del cumplimiento de
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estas últimas, ninguna incidencia –ni positiva ni negativa– inviste el riesgo propio de toda gestión empresaria.
A realidades distintas, así pues, soluciones distintas(75).

Aquel criterio tradicional de considerar –casi dogmáticamente– que sólo a través del régimen probatorio de las
obligaciones de medios resulta posible endilgar responsabilidad a los administradores societarios, de la mano
de fallos como el reseñado y de una corriente doctrinaria cada vez más incisiva al respecto, parece estar
sumiéndose (si no lo está ya) en las fauces del olvido. Enhorabuena.

voces: sociedad anónima - sociedad de responsabilidad limitada - sociedad - obligaciones

(1) Hacemos la salvedad pues algunos autores han emplazado la génesis de la distinción en tiempos anteriores,
en el marco del Derecho Romano o bien, en la doctrina alemana (Bernhoft) de fines del siglo XIX, en ocasión
de comentarse el Proyecto de Código Civil que recibiría sanción legislativa en 1900 (conf. Agoglia, María M.;
Boragina, Juan C.; Meza, Jorge A., Responsabilidad por incumplimiento contractual, Buenos Aires,
Hammurabi, 2003, pág. 48, nota 3). En cualquier caso, es cuestión indiscutida que fue René Demogue, en el
año 1925, al acometer el estudio del régimen de la culpa en el Derecho francés y sus matices en el orbe
contractual y aquiliano, quien patentizó la clasificación entre obligaciones de medios y de resultado (conf.
Mazeaud, Henri; Mazeaud, Jean; Mazeaud, Léon; Chabas, François, Derecho Civil. Obligaciones, Buenos Aires,
Zavalía, 1997, t. I, trad. Luis Andorno, pág. 27, nota 3).
(2) Conf. Pizarro, Ramón; Vallespinos, Carlos G., Instituciones de Derecho Privado. Obligaciones, Buenos Aires,
Hammurabi, 1999, t. 2, pág. 600.
(3) Conf. Highton, Elena I., El administrador en la propiedad horizontal, en Revista de Derecho Privado y
Comunitario, 2002-2, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, septiembre de 2002, pág. 215.
(4) Utilizamos –y utilizaremos en lo sucesivo– la terminología clásica en la materia a los fines de un más fácil y
ameno abordaje del texto. Sin perjuicio de ello, justo es destacar que la clasificación en estudio ha sido
objeto de nomenclaturas diversas, a saber: a) obligaciones “generales de diligencia y prudencia” y
“obligaciones determinadas”; b) obligaciones “de actividad” y obligaciones “de resultado final”; c)
obligaciones “de medios” y obligaciones “de fines” (conf. Mosset Iturraspe, Jorge, Responsabilidad por daños,
Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 1998, t. II, pág. 69).
(5) Estimamos trasladables las reflexiones y conclusiones vertidas en este trabajo al ámbito de las sociedades
anónimas que recurren al ahorro público. Ello, claro está, no va en desmedro de las significativas diferencias
que existen entre los deberes a cargo de los administradores de sociedades anónimas cotizadas y aquellos a
cargo de los administradores de sociedades anónimas cerradas o sociedades de responsabilidad limitada,
máxime teniendo en cuenta el influjo –mundial– de los principios del buen gobierno corporativo (“Corporate
Governance”) a través de la conocida ley “Sarbanes-Oxley” en los EE.UU. y, en nuestro país, antes, a través
del decreto 677/01, con la intensificación del deber de lealtad que todo este movimiento ha supuesto (conf.
Vítolo, Daniel R., Corporate Governance en la nueva dinámica societaria a partir de la Sarbanes Oxley Act de
los Estados Unidos. Difusión y reflexiones, en Embid Irujo, José M.; Vítolo, Daniel R. [Dirs.], Sociedades
comerciales. Los administradores y los socios. Gobierno corporativo, Sante Fe, Rubinzal-Culzoni, 2004, págs.
31 y 36) y las diferencias en los caminos procesales para responsabilizar a los directores que existen (conf.
Balbín, Sebastián, Sobre un nuevo tipo de acción societaria de responsabilidad, RDCO, 2003, año 38, pág. 877
y sigs.). Para un estudio sobre la posibilidad de transpolar al ámbito de las sociedades cerradas los principios
del buen gobierno corporativo, conf. Alegría, Héctor, Corporate Governance (El buen gobierno corporativo),
La Ley, diario del 7-9-07, pág. 3.
(6) Para un análisis acerca de la incidencia y aplicación del juicio de razonabilidad (arts. 28 y 33, CN) en el
orbe del Derecho privado patrimonial, conf. Vasquez Ferreyra, Roberto A., La razonabilidad en el derecho de
las obligaciones, en Ameal, Oscar J. (Dir.) - Tanzi, Silvia Y. (Coord.), Obligaciones y contratos en los albores
del siglo XXI. Homenaje al Profesor Doctor Roberto M. López Cabana, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 2001, pág.
429 y sigs.
(7) La tradicional clasificación de las fuentes de las obligaciones bien puede –y debe– ser reconducida al
criterio unidimensional de ponderar que, en todos y cada uno de los casos (v. gr., voluntad unilateral, gestión
de negocios ajenos, contratos, enriquecimiento sin causa, hechos ilícitos, obligaciones ex lege, etc.) siempre
existe una particular situación de la realidad fáctica a la cual –por su naturaleza propia y razones de política
legislativa– el ordenamiento confiere virtualidad generadora de relaciones obligacionales (conf. Pizarro,
Ramón; Vallespinos, Carlos G., Instituciones..., cit., t. 1, págs. 159 y 168). A mayor abundamiento, conf. Boffi
Boggero, Luis María, Tratado de las Obligaciones, Buenos Aires, Astrea, 1988, t. 1, págs. 103/106.
(8) Conf. Mosset Iturraspe, Jorge, Responsabilidad..., cit., pág. 11. Sin ánimo de adentrarnos en la ciclópea
tarea de diferenciar el concepto de “objeto del contrato” del de “objeto de la obligación”, se ha destacado
que las obligaciones juegan no sólo en la perspectiva de un análisis funcional –efectos– del contrato, sino
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también en la de un análisis estructural –objeto– del mismo (conf. Lorenzetti, Ricardo L., Tratado de los
contratos. Parte general, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2004, pág. 377).
(9) Se ha definido a los deberes secundarios de conducta –“deberes accesorios” (Nebenpflichten) en el
Derecho alemán– como aquellos comportamientos que, si bien no se concretan de manera inmediata en la
prestación misma, le sirven de apoyo e implican una cooperación que la hace idónea para el logro del fin a
que se dirige (conf. Díez Picazo, Luis, Fundamentos del derecho civil patrimonial. Las relaciones obligatorias,
Madrid, Civitas, 1996, t. II, pág. 118).
(10) Conf. Sozzo, Gonzalo, Antes del contrato. Los cambios en la regulación jurídica del período
precontractual, Buenos Aires, LexisNexis, 2005, pág. 11.
(11) Conf. Alterini, Atilio; Ameal, Oscar; López Cabana, Roberto, Derecho de Obligaciones. Civiles y
comerciales, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1999, págs. 53/57.
(12) Conf. Llambías, Jorge J., Tratado de derecho civil. Obligaciones, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1994, t. I,
pág. 82.
(13) Como bien se ha puntualizado, no cabe confundir las obligaciones accesorias con los deberes secundarios
de conducta toda vez que estos últimos no suponen una relación obligacional “autónoma” –como sí ocurre con
las primeras–, todo lo cual repercute en su inexigibilidad por separado a la hora de instar el cumplimiento
(conf. Díez Picazo, Luis, Fundamentos..., pág. 121).
(14) Transpolando esta construcción al ámbito de los directores de sociedades anónimas y su responsabilidad,
conf. Martorell, Ernesto E., Los directores de sociedades anónimas, Buenos Aires, Depalma, 1994, pág. 386.
(15) La terminología adoptada no es antojadiza. Al aludirse a una “responsabilidad por incumplimiento
obligacional” –por contraposición al segmento fáctico englobado en el marco de la responsabilidad aquiliana
(alterum non laedere) y en lugar de la más frecuente expresión de “responsabilidad contractual”– se designa,
con mayor justeza, la responsabilidad derivada de la producción de daños ante la preexistencia de una
obligación determinada en cuanto a su objeto y los sujetos y que, como tal, puede haber surgido de fuentes
diversas al contrato (v. gr., declaración unilateral de voluntad, acto complejo, gestión de negocios ajenos,
etc.) (conf. Pizarro, Ramón; Vallespinos, Carlos G., Instituciones..., cit., t. 2, pág. 469).
(16) Alguna doctrina, considerando insuficiente el sesgo binario de la teoría demoguiana para dar cuenta del
cada vez más complejo entramado negocial de nuestros días, ha esbozado una clasificación tripartita
adicionando un tercer quid: las obligaciones “de medio reforzadas” o “de resultado atenuadas”. En ellas el
deudor, además de poder exonerarse en el plano causal, estaría habilitado para invocar su falta de culpa o –lo
que es lo mismo– el haber obrado con la especial diligencia que imponía la lex artis del caso concreto, lo cual
le estaría vedado en las obligaciones de resultado propiamente dichas (conf. Alterini, Atilio A., Carga y
contenido de la prueba del factor de atribución en la responsabilidad contractual, LL, 1988-B-954).
(17) Conf. Lorenzetti, Ricardo L., Responsabilidad civil de los médicos, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 1986, pág.
243.
(18) Conf. Cracogna, Dante, Carlos Cossio y la Teoría Egológica del Derecho, Bogotá, Universidad del
Externado de Colombia, 2006, pág. 63.
(19) Como es obvio, la inversión en el onus probandi que supone la clasificación entre obligaciones de medios
y de resultado debe ser matizada con el arraigado –y cada vez más frecuente en nuestra jurisprudencia–
criterio de las “cargas probatorias dinámicas”.
(20) Conf. Muller, Enrique C., Responsabilidad médica. Responsabilidad de los establecimientos de salud, en
Saux, Edgardo I.; Muller, Enrique C., Responsabilidad civil contractual y aquiliana, Santa Fe, Universidad
Nacional del Litoral, 2006, pág. 584.
(21) Para un análisis acerca de cómo los valores jurídicos (justicia, seguridad, paz social, etc.) inspiran y
nutren los principios generales que, luego, a su vez, informan el contenido de las normas jurídicas de códigos,
leyes, ordenanzas y demás cuerpos regulatorios, conf. Vigo, Rodolfo L., Principios jurídicos, Buenos Aires,
Depalma, 2000, pág. 93.
(22) Situación ésta que implica la existencia de una presunción de culpabilidad respecto de quien se ha servido
de las cosas para irrogar un daño y que admite la posibilidad de eximirse probando la no culpa, sin perjuicio
de ser aplicable –para la dinámica integral de la obligación nacida de esta hipótesis– el régimen de las
obligaciones concurrentes (conf. Muller, Enrique; Dellamonica, Roberto, Perfiles actuales de las obligaciones
in solidum, Zeus, enero/abril 2003, t. 91, pág. 83).
(23) Asimismo, nuestro Código Civil alude en la “falta de culpa” como eximente de responsabilidad en las
siguientes hipótesis: a) arts. 578, 580, 584 y 586 referidos a los riesgos en las obligaciones de dar cosas ciertas
para transferir derechos reales o restituir a su dueño; b) arts. 611 y 614 en similares supuestos de obligaciones
de dar cantidades de cosas después de efectuada su individualización; c) art. 642, que alude a la imposibilidad
de cumplimiento sin culpa del deudor en las obligaciones alternativas; d) art. 647, sobre la extinción sin culpa
del deudor de “la cosa que forme el objeto de la prestación principal” en las obligaciones facultativas; e) art.
888 sobre imposibilidad de pago o cumplimiento “sin culpa” del deudor; f) art. 1117 que habilita a los
directores de colegios a exonerarse de responsabilidad probando que no pudieron impedir el perjuicio con la
autoridad que su condición les confería “y con el cuidado que era su deber poner”; y, g) art. 1127 sobre
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extravío o soltura del animal que luego habrá de causar el daño sin culpa de la persona encargada de
guardarlo (conf. Trigo Represas, Felix, Teoría general de la responsabilidad civil. Las eximentes, en
Vallespinos, Gustavo, [Dir.], Responsabilidad Civil. Presupuestos, Córdoba, Advocatus, 1997, pág. 294).
(24) Se trata, en definitiva, de una colisión de principios que, como tal –y siguiendo las enseñanzas de Dworkin
al respecto– debe dirimirse en la dimensión del peso (dimension of weight), esto es, sin que la viabilidad de
uno suponga la exclusión absoluta del otro (conf. Lorenzetti, Ricardo L., Las normas fundamentales de
Derecho Privado, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 1995, pág. 234).
(25) Y es que, como bien se ha señalado, por la aceptación en el Derecho judicial de esta teoría se ha arribado
a un verdadero “sacudimiento de los criterios contractuales de responsabilidad, a una fractura de las reglas
generales de imputación” (conf. Mosset Iturraspe, Jorge, Responsabilidad..., cit., pág. 71).
(26) Mayo, Jorge A.; Prevot, Juan M., Responsabilidad contractual, Buenos Aires, La Ley, 2007-1, pág. 455.
(27) Ibidem.
(28) Conf. Mosset Iturraspe, Jorge, La responsabilidad contractual objetiva, Revista de Derecho de Daños,
Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2007-1, mayo de 2007, pág. 30.
(29) Conf. Wayar, Ernesto C., Derecho civil. Obligaciones, Buenos Aires, LexisNexis, 2004, t. I, pág. 128 y
sigs.; De La Fuente, Horacio, Obligaciones de medios y de resultado. Lo positivo y lo negativo de la
clasificación, LL, 1980-A-712.
(30) Conf. Bueres, Alberto J., Responsabilidad civil del escribano, Buenos Aires, Hammurabi, 1984, pág. 55 y
sigs.; Vasquez Ferreyra, Roberto A., La responsabilidad contractual objetiva, LL, 1988-B-1003; Agoglia, María
M.; Boragina, Juan C.; Meza, Jorge A., Responsabilidad..., cit., págs. 56/58 y 65; Pizarro, Ramón,
Responsabilidad civil por riesgo creado y de empresa, Buenos Aires, LL, 2006-214; Picasso, Sebastián,
Obligaciones de medio y de resultado, JA, 1996-II-713.
(31) Corresponde subrayar, por más que discrepemos con ella y reivindiquemos el alicaído distingo
demoguiano, los cimientos sólidos de la postura en análisis. Y es que, entre otros motivos, es un hecho que
también en otros sectores de la responsabilidad civil, como el de la responsabilidad del principal por el hecho
del dependiente, se ha pasado de un primigenio basamento subjetivo (culpa in eligendo o culpa in vigilando) a
un factor objetivo de atribución –garantía– como explicación suficiente (conf. Kemelmajer de Carlucci, Aída,
Daños causados por los dependientes, Buenos Aires, Hammurabi, 1992, pág. 28). Empero, no creemos, ni de
cerca, que sea éste un fundamento idóneo para sostener que las obligaciones de resultado se mueven –
también– en el terreno de la responsabilidad objetiva. Se trata de situaciones sustancialmente diversas que no
vemos posible parangonar.
(32) Y es que, aun cuando partan los corifeos de esta corriente de opinión, de que el objeto en las
obligaciones de medios se estructura –como en toda relación obligacional– en la conjunción del plan de
conducta prometido (diligencia) y el interés esperado (resultado final), es tan mayúsculo y exorbitante el
espacio que, en dicha cohabitación, se asigna a la diligencia asumida que, en definitiva (como se señala en el
texto) el resultado esperado no tiene nada que decir en el devenir de la relación.
(33) Conf. Agoglia, María M.; Boragina, Juan C.; Meza, Jorge A., Responsabilidad..., cit., pág. 56.
(34) A estas alturas aparece necesario, aunque más no sea brevemente, recordar cuál es el fundamento del
instituto de la responsabilidad objetiva. En ese tren, qué mejor que recurrir a las palabras de la eximia vocal
de la Suprema Corte de Mendoza, Dra. Aída Kemelmajer de Carlucci: “El daño puede darse entre un inocente
y un culpable, en cuyo caso no hay dificultad en acudir a los factores subjetivos de atribución. Pero también
es posible que el daño derive del proceder de un sujeto a quien no puede reprochársele su conducta; podría
decirse que se trata de dos inocentes: el que lo sufre y el que lo ha causado; en este caso es donde los
factores objetivos de atribución brindan la posibilidad de que se disponga enjugar un daño aunque no ha sido
injustamente causado, ha sido injustamente sufrido” (conf. Kemelmajer de Carlucci, Aída R.; Parellada,
Carlos, Factores objetivos de atribución, en Mosset Iturraspe, Jorge [Dir.] – Kemelmajer de Carlucci, Aída R.
[Coord.], Responsabilidad civil, Buenos Aires, Hammurabi, 2007, pág. 187).
(35) No obstante construcciones que aluden a un “crédito u obligación de seguridad” como factor objetivo de
imputación (conf. Bueres, Alberto, Responsabilidad..., pág. 60) –que, de todos modos, culminaría
desembocando en la figura de la garantía como factor de imputación (conf. Agoglia, María M.; Boragina, Juan
C.; Meza, Jorge A., Responsabilidad..., cit., pág. 58, nota 15)–, puede decirse sin temor al error que es en
este elemento (“garantía”) donde se asienta la atribución objetiva contractual que pregonan quienes militan
en esta corriente.
(36) ¿Es, entonces, razonable –nos preguntamos– seguir afirmando, dogmáticamente, que en las obligaciones
de resultado se “asegura” la obtención de un determinado hecho u objetivo sin resquicio ninguno para la
diligencia del deudor en su profesión o especialidad?
(37) Conf. Mazeud, Henri; Mazeaud, León; Tunc, André, Tratado teórico y práctico de la responsabilidad civil
delictual y contractual, trad. Santiago Sentís Melendo, Buenos Aires, Ediciones Jurídicas Europa-América,
1977, t. I, pág. 129.
(38) Conf. Saux, Edgardo, Criterios actuales en materia de factores objetivos de atribución de responsabilidad,
en Saux, Edgardo I.; Muller, Enrique C., Responsabilidad..., pág. 298. El tema, por supuesto, es de
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importancia capital y ha resultado profundamente debatido, así en doctrina como en jurisprudencia. De


hecho, bien puede decirse que por sus aguas han navegado las múltiples discusiones suscitadas a raíz del
Proyecto de Código Civil de 1998 y las diversas y recientes propuestas de modificación al Derecho privado
patrio. Siendo ésta la envergadura del asunto, queda claro que no es posible acometer, en este trabajo –
siquiera brevemente– un análisis del tópico. Para un reciente y muy interesante opúsculo sobre la cuestión (sin
perjuicio de la profusa literatura existente al respecto), conf. Ghersi, Carlos, ¿Existe más de un factor
objetivo de atribución: riesgo creado y/o obligación de seguridad?, Revista de Derecho de Daños, Santa Fe,
Rubinzal-Culzoni, 2007-1, mayo de 2007, págs. 33/52.
(39) Obsérvese, a todo evento, que admitir la solución contraria podría llevar al absurdo de pensar que
importantes sectores de la actuación de los administradores societarios (caracterizados por la existencia de
obligaciones de resultado) quedaren regidos por las reglas de la responsabilidad objetiva, cuando ello aparece
a todas luces inconciliable con la dinámica y proyección de la gestión societaria (conf. Calcaterra, Gabriela S.,
La responsabilidad civil en los grupos de sociedades, Buenos Aires, Ábaco, 2007, pág. 176). Tan es ello así que,
aun en situaciones donde se ponen en juego intereses que hacen al bien común e interés general y que, así
pues, revisten un cariz eminentemente “publicístico” –como acontece, verbigracia, en materia tributaria–, no
es procedente la atribución objetiva de responsabilidad y sí es necesaria la existencia de algún tipo de
reproche subjetivo respecto de los administradores en su carácter de realizadores indirectos del hecho
imponible previsto en la ley 11.683 (conf. CS, 10-2-70, “Monasterio Da Silva, Ernesto”, DF, XX-A, pág. 409).
(40) “Es ampliamente justificado que los directores de sociedades anónimas no estén sujetos a obligaciones de
resultado, sino a obligaciones de medio. Que estuvieran sujetos a aquéllas importaría ser poco realista, en
perjuicio del interés público. Restaría espíritu de empresa a los directores si paso a paso hubieran de someter
a revisión sus actuaciones en función del acierto final del negocio y quedar eventualmente expuestos a graves
sanciones la falta de éxito” (Carey, Guillermo B., De la sociedad anónima y la responsabilidad civil de los
directores, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1993, pág. 144). Si bien emplazada en el ámbito del
derecho societario chileno, la fundamentación es plenamente transpolable a nuestro ordenamiento. Se trata,
en definitiva, de evitar enlodar, irrazonablemente, “las dosis de imaginación y audacia que constituyen
ingredientes necesarios para el progreso de la empresa” (Vítolo, Daniel R., Responsabilidad de los
administradores de sociedades comerciales, Buenos Aires, Legis, 2007, pág. 8).
(41) Conf. Rivera, Julio C., Responsabilidad de los administradores sociales (Necesidad de repensar sus
alcances), Buenos Aires, JA-80º aniversario, 1998, pág. 389; Vítolo, Daniel R., Responsabilidad..., pág. 6;
Junyent Bas, Francisco, Responsabilidad civil de los administradores societarios, Córdoba, Advocatus, 1998,
pág. 53; Richard, Efraín H., Los administradores societarios y la insolvencia, RDCO, año 38, 2003, págs. 553 y
568; Otaegui, Julio C., Administración societaria, Buenos Aires, Astrea, 1978, pág. 371; Gagliardo, Mariano,
Responsabilidad de los directores de sociedades anónimas, 2ª ed., Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1994, pág.
549; Verón, Alberto, Ley de sociedades comerciales. Anotada, comentada y concordada, Buenos Aires, Astrea,
2007, t. 3, pág. 214; Balbín, Sebastián, Acción social de responsabilidad contra el directorio, Buenos Aires, Ad-
Hoc, 2006, pág. 22; García Tejera, Norberto J., Deberes de conducta de los directores de S.A. Tratamiento en
las sociedades cerradas y en las sociedades del inc. 1 del art. 299, El directorio en las sociedades anónimas.
Estudios en Homenaje al Profesor Consulto Dr. Carlos S. Odriozola, Buenos Aires, Ad-Hoc, 1999, pág. 21;
Pizarro, Ramón; Vallespinos, Gustavo, Instituciones..., pág. 600. En jurisprudencia, sin perjuicio de numerosos
fallos anteriores y posteriores partícipes de este criterio (ora tácita ora expresamente), conf. CNCom., sala D,
2-4-84, “Álvarez, Manuel c. Guezeui, Julio”, LL, 1985-A-317.
(42) También es éste el criterio que ha predominado en calificados autores del Derecho español. Conf. Girón
Tena, José, La responsabilidad de los administradores de las sociedades anónimas en el Derecho Español,
Anuario de Derecho Civil, Madrid, abril-junio 1959, pág. 447 (cit. en Díaz Etchegaray, José Luis, Deberes y
responsabilidad de los administradores de sociedades de capital, 2ª ed., Madrid, Thomson-Aranzadi, 2006,
pág. 98, nota 41); Alonso Ureba, Alberto, Presupuestos de la responsabilidad, Revista de Derecho Mercantil, nº
198, octubre-diciembre 1990, Madrid, pág. 686; Díaz Etchegaray, José Luis, Deberes y responsabilidad...,
págs. 98 y 99; Cabanillas Sánchez, Antonio, Las obligaciones de actividad y de resultado, Barcelona, Bosch,
1993, pág. 119.
(43) Conf. Díaz Etchegaray, José Luis, Deberes y responsabilidad..., pág. 97.
(44) Apresurémonos a dejar aclarado que el campo de actuación de las obligaciones de resultado
“fragmentarias” de los administradores societarios se ciñe a la esfera de las relaciones internas o
intrasubjetivas –esto es, las que se anudan entre los socios y la sociedad o entre los socios entre sí (conf.
Gagliardo, Mariano, Administración y representación de sociedades comerciales, Buenos Aires, LexisNexis,
2007, pág. 5)– y no al, indudablemente más amplio, elenco de daños causados en las relaciones intersubjetivas
o externas, terreno gobernado por las reglas de la responsabilidad aquiliana y donde los terceros afectados, a
salvo situaciones especiales –v. gr., responsabilidad fiscal (ver, ut infra, nota nº 56, in fine)–, deberán
acreditar la culpa o el dolo de los administradores. Allende dicha puntualización, en cualquiera de las esferas
de responsabilidad en que nos ubiquemos, será indispensable –genéricamente– la acreditación de la autoría, la
antijuridicidad, el daño, la imputabilidad y el nexo de causalidad suficiente, esto es, de los presupuestos de
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toda acción resarcitoria (conf. Nissen, Ricardo A., Curso de Derecho Societario, Buenos Aires, Ad-Hoc, 1998,
pág. 481).
(45) “Aun cuando sea cierto que hay un alto grado de ‘obligaciones de medio’ en el abanico de deberes que el
legislador ha puesto en cabeza del director de sociedades anónimas, no es menos cierto que hay
importantísimas obligaciones de resultado dentro de dicho plexo, como la de efectuar las inscripciones que
correspondan en el Registro Público de Comercio (arts. 10, 60 y concs., LSC), confeccionar la documentación
contable a que se refieren los arts. 61 y sigs. de la ley, presentarle a la asamblea los estados contables
anuales para su aprobación (art. 234, LSC), y muchas otras que sería interminable enumerar. En todos estos
casos, y en otros análogos, si el director no cumple sus obligaciones no hay que demostrar la existencia de
culpa de su parte, porque el objetivo concreto al que estaba orientado su programa de prestación no fue
alcanzado” (Martorell, Ernesto E., Los directores..., pág. 394). Con similar temperamento, conf. Roitman,
Horacio, Ley de Sociedades Comerciales. Comentada y anotada, Buenos Aires, LL, 2006-IV-553 y 554.
(46) El tema de la naturaleza de las obligaciones de los administradores societarios según la génesis de las
mismas (responsabilidad contractual o extracontractual) escapa al marco cognoscitivo de este trabajo. Sin
perjuicio de ello –y de que un análisis pormenorizado de este tópico quedará para otra ocasión– estamos
persuadidos de que la naturaleza de la relación que liga a los administradores con el ente societario (exista o
no “técnicamente” un contrato) se enanca en el orbe de la responsabilidad por “incumplimiento obligacional”
(con la extensión que le hemos dado a esta denominación, ut supra, en la notas nº 7 y 15) dada la
configuración de un deber determinado de no dañar tanto en la faz subjetiva como objetiva y que vuelve
imposible el encuadramiento en la esfera aquiliana. Sobre el punto, conf. Junyent Bas, Francisco,
Responsabilidad..., págs. 27, 137/146 y 152/156.
(47) Y es que, en efecto, vista la cuestión in totum es obvio que (y no puede más que concluirse en ello) los
deberes de los administradores societarios suponen obligaciones de medios. El nudo gordiano del asunto, sin
embargo, finca en reparar que son múltiples y variadas las obligaciones que surgen para el administrador al
vincularse con la compañía y que, así entonces, es necesario autonomizar y colocar en andariveles separados
los distintos deberes a su cargo, confiándoles –por tanto– un tratamiento judicial diferenciado.
(48) Incluso el médico o el abogado tienen obligaciones de resultado, como por ejemplo (en lo que es común a
ambas profesiones), guardar el secreto profesional. Por lo demás, el abogado debe presentar el recurso en
término, apelar las resoluciones que sean adversas, asistir a las audiencias que se le fijen, presentar las
pruebas que tenga en su poder, no dejar perimir la instancia. Son todas obligaciones de resultado en las cuales
la falta de culpa no exime. Lo mismo acontece con el médico, que debe concurrir al quirófano el día y hora
señalados para la operación, leer los análisis, radiografías o estudios, que pide al paciente, higienizarse antes
de empezar la operación. Son las obligaciones de resultado “fragmentarias” o “parciales” que existen en toda
obligación de medios, dentro de la convención global de la prestación convenida y asumida (conf. López
Herrera, Edgardo, Teoría general de la responsabilidad civil, Buenos Aires, LexisNexis, 2007, pág. 542). En
similar sentido, conf. Trigo Represas, Félix A., Responsabilidad civil del abogado, Buenos Aires, Hammurabi,
1996, págs. 142 y 143. Una aclaración necesaria: el fraccionamiento descrito no recae sobre la estructura de
la obligación en sí misma, sino sobre el plexo obligacional dimanante de la causa-fuente (v. gr., contrato) y
que, según ya vimos, se compone de: a) obligaciones principales; b) obligaciones accesorias y c) deberes
secundarios de conducta. Ello implica que sea incorrecto hablar en estos casos de “obligaciones de medios-
objetivas” –como, sin embargo, se ha hecho (conf. Prevot, Juan M., Obligaciones de medios y de resultado.
Revisión crítica de la clasificación, LL, 2007-B-855)– toda vez que, en rigor de verdad, la cohabitación entre
obligaciones de medios y obligaciones de resultado “fragmentarias” se produce dentro de la esfera del plexo
obligacional nacido del contrato y no dentro de cada relación obligacional singularmente considerada.
(49) Para un panorama actual del contexto fáctico que rodea el conflicto societario en la Argentina, conf.
Martorell, Ernesto E., Deviene imprescindible modificar los criterios actuales de interpretación y resolución
del conflicto empresario (societario, concursal o contractual) por parte de la justicia comercial argentina, ED,
217-904 y 905.
(50) Por supuesto que en esta hipótesis puede resultar preferible para el socio afectado –antes que adentrarse
en el tortuoso camino de una acción de responsabilidad– promover la disolución de la entidad con fundamento
en la jurisprudencia que admite esta solución para casos de parálisis en la actividad social y consiguiente
imposibilidad de cumplir el objeto (art. 94, inc. 4º, LSC), por ejemplo, ante sociedades con participaciones
accionarias divididas en mitades iguales y conflicto insoluble y donde resulte imposible ejercitar la exclusión
del socio contumaz (conf. Richard, Efraín H.; Muiño, Orlando, Derecho Societario, Buenos Aires, Astrea, 2004,
pág. 307).
(51) Desde ya que, en casos como el reseñado, corresponderá endilgar responsabilidad, asimismo, a los
“directores de hecho” que, como es claro, desde las sombras, son quienes verdaderamente toman las
decisiones sociales. Empero, y en lo que aquí interesa, ello en modo alguno podría obstaculizar enderezar la
acción de responsabilidad contra aquellos “prestanombres” que –voluntaria y libremente– han aceptado
participar en el emprendimiento como administradores societarios.
(52) Para casos como el reseñado, de estricto y total abandono de las funciones societarias que atañen a los
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directores, bien se ha subrayado la total procedencia de la sanción de responsabilidad prevista en el art. 274 y
sigs. de la LSC (conf. Nissen, Ricardo A., Ley de sociedades comerciales. Comentada, anotada y concordada,
Buenos Aires, Ábaco, 1998, t. IV, pág. 390). En jurisprudencia, sosteniendo que el abandono que los directores
hagan de sus funciones (v. gr., al no llevarse la contabilidad legal, no celebrarse reuniones de directorio, no
confeccionarse balances) constituye incumplimiento que –acreditado el daño– torna viable la promoción de
acciones de responsabilidad, conf. CNCom., sala D, 25-2-93, “Loschi, A. c. Chanel One S.A.”, Doctrina
societaria y concursal, Errepar, t. V, pág. 604; CNCom., sala B, 5-11-93, “Paramio, J. M. c. Paramio y otros
s/sumario”, ED, 156-121; CNCom., sala D, 10-9-92, “Phonotone Co. s/quiebra”, Doctrina societaria y
concursal, t. V, pág. 606 y sigs.; CNCom., sala B, 20-12-06, “Transportes Perpen S.A. s/quiebra c. Ernesto
Perpen y otros s/ordinario (acción de responsabilidad)”, Revista de Derecho Privado y Comunitario, 2007-1,
Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, junio de 2007, pág. 559.
(53) Bien se ha resumido esta línea de pensamiento, en trabajo de reciente publicación, por parte de
calificada doctrina española: “Cuando la responsabilidad del administrador provenga de la infracción del
deber genérico de la diligencia con la que debe desempeñar su cargo, el demandante habrá de probar que el
administrador ha incurrido en culpa, precisamente porque no ha desempeñado el cargo con la diligencia de un
ordenado empresario o de un representante leal (art. 127.1, LSA), lo cual se habrá concretado en unos
determinados hechos o conductas que son contrarios a ese módulo legal, teniendo en cuenta la naturaleza de
las obligaciones o deberes que se imponen a los administradores y las circunstancias en las que deben
desarrollar sus funciones (conf. art. 1104, cód. civil). Estamos ante una obligación de medios, no de resultado,
en la que la prueba de la falta de deber genérico de diligencia tienda a probar el incumplimiento de los
administradores. Cuando la responsabilidad del administrador provenga del incumplimiento de obligaciones
específicas determinadas en la ley o en los Estatutos –y no simplemente del incumplimiento del deber
genérico con el que ha de desempeñar su cargo– bastará con que el demandante pruebe que el acto dañoso es
‘contrario a la ley o a los Estatutos’ (conf. art. 133.1, LSA)” (Sánchez Calero, Fernando, Los administradores
en las sociedades de capital, Madrid, Civitas, 2005, pág. 307).
(54) Algún sector doctrinario, sin perjuicio de adherir al criterio que hemos nominado “tradicional” en la
materia, hace la salvedad de destacar que, trátese de obligaciones de medios o de resultado, en rigor de
verdad, la configuración de la culpa o el dolo en la actuación de los administradores acontecería in re ipsa,
razón por la cual tan sólo sería necesario para el socio-actor acreditar el nexo causal y el daño resarcible; la
prueba de la causación del perjuicio llevaría, así pues, implícito, el reproche subjetivo (conf. Junyent Bas,
Francisco, Responsabilidad..., pág. 75). Desde esta óptica, como es claro, pierde interés determinar en
cabeza de cuál de las partes del conflicto societario está el onus probandi del factor de atribución.
(55) Como bien lo ha destacado la jurisprudencia, la obligación de los directores con respecto a la
contabilidad social atañe a la necesidad de que la confección de los estados contables (balance general,
estado de resultados, estado de evolución del patrimonio neto y estado de flujo de efectivo, notas
complementarias, anexos) se ajuste a la legalidad y a sus funciones propias para con: a) los acreedores, para
que la fijación de las utilidades en el momento oportuno no disminuya la garantía de sus cobros –interés que
se extiende a la valuación de los bienes y clara fijación de los rubros–; b) los acreedores partícipes en las
utilidades; c) los accionistas, actuales y futuros (el ahorro público), para quienes satisface el derecho a la
información, individualmente y para que puedan cumplir su función en la asamblea (art. 234, inc. 1º) (conf.
CNCiv., Com. y de Familia de la 1ª Nominación de Río Cuarto, 16-8-00, “Lacasia, Graciela A. y otro c. Maizco
S.A.”; cit. en Senderovich, Isaac A.; Berenstein, Regina, Vademécum Director S.A. - Socio gerente S.R.L.,
Buenos Aires, LL, 2006-922).
(56) Pueden, así pues, en lo que atañe a directores de sociedades anónimas –y siempre dentro del marco de la
LSC–, sindicarse como obligaciones de resultado: (i) la obligación de llevar al día los libros sociales; (ii) la
obligación de convocar a la asamblea dentro de los cuatro meses del cierre de ejercicio para que se aprueben
los estados contables (art. 234, in fine, LSC); (iii) la obligación de convocar a asamblea cuando se tenga que
renovar las autoridades; (iv) la obligación de instar y efectuar en el Registro Público de Comercio las
inscripciones correspondientes (conf. Roitman, Horacio, Ley de Sociedades..., págs. 553 y 554). Por fuera del
régimen de la LSC, bien pueden considerarse incluidas en este elenco las obligaciones asumidas por los
administradores de sociedades comerciales en su carácter de responsables por deuda ajena y realizadores
indirectos del hecho imponible dimanante de los arts. 6º, 7º y 8º de la ley 11.683 de impuesto a las ganancias.
En efecto, y si bien ya nuestro Máximo Tribunal ha subrayado la imposibilidad de endilgar responsabilidad de
modo objetivo en estos casos (en el precedente “Monasterio Da Silva, Ernesto”), nada impide que pueda
concebirse la configuración de una presunción de culpa y, concomitantemente, la existencia de una obligación
de resultado en cabeza de los administradores societarios para tal hipótesis (conf. Díaz Siero, Arístides;
Blanco, Horacio, y otros, Procedimiento fiscal. Ley 11.683 y complementarias. Análisis integral, Tesis, Buenos
Aires, 1987 pág. 73; cit. en Tupa, Fernando A., Acerca de la responsabilidad tributaria de los directores de las
sociedades anónimas, JA-LexisNexis, 12-10-05, fasc. 2, 2005-IV, pág. 20, nota 64). Para un desarrollo
pormenorizado de la responsabilidad impositiva de los directores de sociedades anónimas y su estado actual,
conf. Vítolo, Daniel R., Responsabilidad..., págs. 491/547.
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(57) Obligaciones éstas que, claro está, habrán de ponderarse a la luz del cartabón del art. 59 de la LSC, que –
según es conocido– estatuye que los administradores y representantes de la sociedad deberán conducirse con
la “lealtad y la diligencia de un buen hombre de negocios” y que supone, ciertamente, una responsabilidad
profesional ya que implica capacidad técnica, experiencia, conocimientos (conf. Halperín, Isaac; Otaegui,
Julio C., Sociedades anónimas, Buenos Aires, Depalma, 1998, pág. 549).
(58) Dicho de otro modo: ¿en qué medida la aleatoriedad ínsita en toda gestión empresaria (que justifica y
explica la virtualidad misma de las obligaciones de medios) incide sobre esta clase de recaudos formales?
(59) Con respecto a la responsabilidad de los administradores por violación de esta clase de obligaciones,
resulta fundamental insistir –en sede del presupuesto de la antijuridicidad– que tan ilícito es aquel accionar
directorial consistente en un hecho positivo como aquel caracterizado por una sucesión de omisiones que
culminan en la ruina de la sociedad (conf. Richard, Efraín, Responsabilidad del directorio por omisión [no
liquidarla ni presentarla en concurso y no llevar contabilidad en forma], Revista de las Sociedades y
Concursos, nº 43, año 9, nov./dic. 2006, pág. 130).
(60) Tal es ello así que viene acrecentándose en nuestro país la práctica de contratar seguros por parte de
directores (esencialmente externos) para poner a resguardo su responsabilidad civil, tributaria y ambiental. En
ese contexto, cada vez más directores recurren a los denominados seguros D&O (Directors and Officers),
conocidos de ordinario en los EE.UU., y que comienzan a serlo en nuestro país a raíz de la mayor exposición
que ha implicado la emisión de Obligaciones Negociables en bolsas extranjeras y la familiarización de
ejecutivos foráneos en la adopción de los mismos (conf. Ensinck, Gabriela, “La hora de los directores
externos”, en Supl. Management & Recursos Humanos, El Cronista Comercial, 3-9-07, pág. 2). Por supuesto
que la traslación de esta práctica foránea a nuestro sistema no ha estado desprovista de problemas, máxime
teniendo en cuenta que en la mayoría de los casos el mecanismo de articulación resulta ser la traducción
integral –y sin cortapisas– de formularios norteamericanos. Ello implica que algunas de las habituales
situaciones excluidas de la cobertura, si bien pueden ser de poca significación para los asegurados en un
régimen societario como el de los EE.UU., claramente pueden no serlo en nuestro ordenamiento (conf.
Sobrino, Walter A., Seguros para Directors & Officers: ventajas e inconvenientes. Un breve análisis desde la
perspectiva de los directores y gerentes, Jornadas Nacionales de Derecho Societario en Homenaje al Profesor
Enrique M. Butty, Buenos Aires, Mac Tomas, 2007, pág. 345). Es lo que ocurre, particularmente, con la
exclusión de la póliza de los reclamos laborales desde que resulta conocida la cada vez más arraigada
tendencia de nuestros tribunales laborales a extender la responsabilidad por empleo informal a los directores
(también a los externos) con base en el art. 54.3 de la LSC.
(61) Conf. Araya, Miguel, Las transformaciones en el derecho societario, RDCO, 2003, año 38, pág. 318.
(62) Conf. Araya, Tomás, Los deberes de los directores de sociedades anónimas, la delegación de funciones y
la responsabilidad, ED, 207-710.
(63) Y es que, si es cierto que a través de la responsabilidad solidaria estatuida en su art. 274 la LSC, más que
mirar con disfavor, directamente “castiga” a los directores de asiento (conf. Balbín, Sebastián, Acción
social..., pág. 41), ¿de qué justicia sería –además– poner a su cargo obligaciones de resultado?
(64) Conf. Nissen, Ricardo A., Ley de sociedades..., cit., t. 4, pág. 373.
(65) Conf. Escuti, Ignacio, Sociedades, Buenos Aires, Astrea, 2007, pág. 294.
(66) Conf. Vítolo, Daniel R., Responsabilidad..., cit., pág. 10.
(67) El Anteproyecto de Modificación a la ley 19.550 del año 2003, ciertamente, mejora la situación al
incorporar un segundo párrafo al art. 274 de la LSC, en el cual se reconoce que la imputación de
responsabilidad se efectuará atendiendo la actuación personal y que la solidaridad regirá sólo entre los
responsables, precisándose, en adición, que de los directores sin funciones asignadas –ya sea temporales o
permanentes– serán responsables por omisión en los deberes de vigilancia general de la gestión empresarial
(conf. Matta y Trejo, Guillermo, Necesidad de adecuar el régimen de responsabilidad del directorio de la
anónima a la realidad de la organización empresaria, en Vítolo, Daniel R. [Dir.], Cuestiones de Derecho
Societario. Homenaje a Horacio P. Fargosi, Buenos Aires, Ad-Hoc, 2004, pág. 362, nota nº 4).
(68) Conf. CNCom., sala A, 17-5-02, “Rodríguez, Adriana M. y otro c. Bóveda, Carlos H. y otro s/ordinario”, LL,
2003-A-842; IMP, 2003-A-1475.
(69) Cabe recordar aquí la pertinencia (y así lo hicieron los actores en el precedente sub examine) de las
acciones previstas en la LSC para cuestionar a los integrantes del órgano de administración por un manejo
desordenado y arbitrario –cuando no inexistente– de la contabilidad social toda vez que el instituto –si se
quiere, “vecino”, a esos efectos–de la rendición de cuentas del art. 68 del cód. de comercio no se compadece
con la subjetividad diferenciada de las sociedades y los conflictos en su seno existentes (conf. Curá, José
María, ¿Rendición de cuentas o presentación de estados contables?, LL, 1995-C-592).
(70) JNCom., Nº 21, Sec. 42, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a cargo entonces (y ahora) del Dr. Germán
Páez Castañeda.
(71) “El comportamiento contrario a esos parámetros, tratándose de una obligación de naturaleza contractual
–sui generis–, como ya se señalara, genera su responsabilidad aun en supuestos de negligencia, sin que sea
necesario comprobar la existencia de dolo, abuso de sus facultades o culpa grave que pudiera ocasionar, no
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pudiendo soslayarse la relevancia que adquiere, en lo que es de interés a las cuestiones traídas a
consideración de esta alzada, para conducir al cumplimiento del interés social, la preparación de los balances
y demás estados contables conforme a los arts. 63 y sigs.; llevar la contabilidad y libros sociales de acuerdo al
art. 61 y convocar la asamblea ordinaria dentro de los 120 días –rectius: cuatro (4) meses– de cerrado el
ejercicio (conf. arts. 159, 234 y 236, ley de sociedades comerciales). Y aun de no compartir dicho carácter,
atento a la variedad del criterio que surge de la doctrina, se arribaría –en orden a la carga de la prueba– a la
misma conclusión, de aceptar que tanto en los supuestos de responsabilidad contractual como en los de la
extracontractual resulta válida la distinción entre los deberes de ‘medio’ y de ‘resultado’ ya que considero,
sin el menor margen de duda, que en las citadas obligaciones resulta insuficiente que el deudor adopte los
medios aptos para alcanzar el resultado, sino que éste integra el objeto de la obligación” (la bastardilla nos
pertenece).
(72) “Y si bien entiendo que las obligaciones de los directores resultan preponderantemente de ‘medios’, una
conducta ‘diligente’ –o sea sólo encaminada a un resultado satisfactorio, pero aleatorio del acreedor–, debe
reconocerse que pesan sobre ellos, también otras que le son impuestas por el propio ordenamiento legal que
resultan, incuestionablemente, obligaciones de ‘resultado’ en las que se asegura el logro del objeto esperado
y no sólo lo obligan a poner de su parte los medios aptos para tal cometido (efectuar las inscripciones
pertinentes, llevar una contabilidad legal, convocar asamblea ordinaria) (arts. 10, 60, 61 y sigs., 157, 159, 234
y concs., ley 19.550)”.
(73) Cabe dejar planteado –bien que para otra oportunidad– el interrogante acerca de si las conclusiones
vertidas respecto de los integrantes del órgano de administración societaria son trasladables a otros órganos
de la compañía (v. gr., sindicatura). Enlazado a ello, huelga recordar que el decreto 677/01, en su art. 15, ha
incorporado a la estructura del directorio de las sociedades anónimas que hacen oferta pública de sus acciones
(salvo las calificadas como PyMEs) al “Comité de Auditoría”, suerte de “sub-órgano” con control no sólo de
legalidad sino también de gestión y que, por tanto, como bien se ha destacado “va más allá de la sindicatura y
del consejo de vigilancia” (Barreira Delfino, Eduardo, Naturaleza del Comité de Auditoría, en Primeras
Jornadas de Derecho Comercial. Homenaje al Dr. Osvaldo Gómez Leo, Buenos Aires, Universidad Austral, 13 de
septiembre de 2007), rigiéndose su responsabilidad –en lo que aquí interesa– por idénticas reglas que las
propias de los directores de toda sociedad por acciones. La resolución 400 de la Comisión Nacional de Valores
complementa el elenco de funciones a cargo del Comité de Auditoría fijado por el decreto 677/01, a cuya
lectura remitimos en honor a la brevedad.
(74) Para las posibles especificaciones en materia de obligaciones de los administradores que pueden
establecerse a través de los Reglamentos, conf. Marinelli, José Luis, Reglamentos internos de las sociedades
comerciales, Buenos Aires, Ad-Hoc, 2007, págs. 62/64.
(75) Esta necesidad de emplazar bajo carriles autónomos las obligaciones de medios de las –puntuales y
específicas– obligaciones de resultado a cargo de los administradores societarios explica que no se haya hecho
mención, hasta el momento, de la conocida “regla de la discrecionalidad” (businness judgement rule), vigente
en varios de los Estados de los EE.UU. (fundamentalmente en el de Delaware) y de la corriente doctrinaria que
preconiza su adopción en nuestro sistema (por todos, conf. Rovira, Alfredo L., Responsabilidad por gestión
empresaria, LL, 2005-E-1137). Según este postulado, los jueces no pueden intervenir en el manejo interno de
la compañía ni modificar sus políticas de gestión aunque las decisiones adoptadas por sus administradores no
hubieren sido muy acertadas o se encontrare probado que otra determinación hubiera arrojado mejor suerte
al emprendimiento, pues –en cualquier caso– cabe presumir que las ganancias de los inversionistas serán, por
regla, mucho menores si las decisiones societarias se sujetan a un escrutinio judicial (conf. Reyes Villamizar,
Francisco, Derecho Societario en los Estados Unidos. Introducción comparada, Bogotá, Legis, 2005, pág. 167).
La línea argumental que sostenemos no se ve erosionada, en lo sustancial, por el influjo de esta teoría. De
hecho, adhiera o no nuestra jurisprudencia a esta visión, lo cierto es que ella –en cualquier caso– demarca las
pautas a seguir al momento de tener que determinarse –en cada caso concreto– si los administradores han
actuado o no siguiendo el cartabón del art. 59 de la LSC en la dirección de los negocios sociales y, según el
criterio que propugnamos, si el incumplimiento versa sobre las obligaciones de resultado “fragmentarias” no
habrá necesidad para el socio actor de acreditar el reproche subjetivo. A todo evento, quedaría circunscripta
la cuestión al campo de la prueba de la “no culpa”.

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