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Voces: DAÑOS Y PERJUICIOS ~ INDEMNIZACION ~ DAÑO RESARCIBLE ~ PERDIDA DE CHANCE ~

RUBROS INDEMNIZATORIOS
Título: El daño por pérdida de chance o hacia el retorno de la distinción entre daño y perjuicio
Autor: Sáenz, Luis R. J.
Publicado en: RCyS2014-XI, 9
Cita Online: AR/DOC/3631/2014
Sumario: I. Introducción.— II.- El daño naturalístico y el perjuicio resarcible.— III.- La pérdida de
chance como daño fáctico.— IV. Conclusión
Abstract: Podemos darle un ámbito propio al conocido daño por pérdida de chance, que no constituye una
consecuencia resarcible más del hecho ilícito, sino el daño propiamente dicho, del cual surgirá la afectación de
los distintos intereses cuyo resarcimiento se persigue. La propugnada autonomía del daño por pérdida de la
oportunidad, entonces, no queda determinada por tratarse de un tertius genius entre el perjuicio patrimonial y el
moral, sino como un supuesto particular de daño desde el punto de vista material.
I. Introducción
El daño por pérdida de chance, en la actualidad, ha merecido la aceptación casi unánime de la doctrina y la
jurisprudencia. Es más, podemos decir que, en la actualidad, se trata de un supuesto de daño resarcible
habitualmente aplicado por los jueces al decidir los casos en que son llamados a resolver, y es tomado en cuenta
en los supuestos fácticos más variados. (1)
Sin embargo, y pese a su asidua aplicación, una lectura de los distintos estudios doctrinarios sobre el tema
permite advertir que no existe un concepto uniforme de pérdida de chance, como tampoco media acuerdo en
cuanto a la forma en que los requisitos generales del daño se configuran en este supuesto "intermedio" entre el
hecho y el "resultado final" (2) o no; etcétera. Y ello sin contar a aquellos autores que, directamente, rechazan su
aplicación, considerándolo una herramienta peligrosa y ambigua, tanto para determinar su procedencia como
para establecer el monto indemnizable. (3)
No pretendemos ingresar en el análisis de cada uno de los tópicos mencionados precedentemente. Al
respecto, nos basta con señalar que, como lo hemos dicho en otras oportunidades, consideramos a la pérdida de
chance como un daño autónomo, constituido por el menoscabo ocasionado a la víctima por la frustración de la
posibilidad actual y cierta de que un acontecimiento futuro se produzca, sin que se pueda saber con certeza si, de
no haberse producido el evento dañoso, ese resultado esperado habría efectivamente ocurrido. (4)
En el presente trabajo pretendemos, por el contrario, poner el acento en otro de los aspectos relevantes del
concepto en estudio, que consiste en que la pérdida de chance, a diferencia de lo que ocurre —por ejemplo—
con el lucro cesante o el daño emergente, constituye un daño "naturalístico" (5) o fáctico, y no jurídico, es decir,
que se configura como el menoscabo material del cual, luego, se extraerán las consecuencias resarcibles, que
pueden ser tanto de naturaleza patrimonial como extrapatrimonial.
Para ello, es preciso dar un concepto de daño "fáctico", y retornar a una vieja distinción que, hoy en día, ha
sido prácticamente dejada de lado por la doctrina y la jurisprudencia, y a la cual el ordenamiento jurídico
vigente ni siquiera se refiere, la que existe entre daño y perjuicio [I]. Luego, analizaremos por qué consideramos
que la pérdida de chance es un daño evento o fáctico, y las principales consecuencias de entender este concepto
desde dicha óptica [II].
II. El daño naturalístico y el perjuicio resarcible
El daño, apreciado desde un punto de vista material, consiste en la lesión que recae sobre un bien —u objeto
de satisfacción, como lo señala Zannoni (6) —, y que es distinto del perjuicio desde un punto de vista jurídico.
Cuando hablamos de este tipo de menoscabo, nos estamos refiriendo al daño desde un punto de vista físico o
material, más allá de que dicha lesión genere, a su vez, consecuencias jurídicas. Se trata del daño "evento", en
sentido fáctico, que resulta indispensable para la construcción del hecho idóneo en que se funda la
responsabilidad, y que debe diferenciarse —como queda dicho— del daño como lesión a un interés, en cuanto
motivo de resarcimiento. (7)
La afectación del bien, que causa la lesión de los intereses que un sujeto de derecho tiene sobre él —que es
lo resarcible—, presupone la lesión a cosas, derecho, bienes inmateriales con valor económico, y también puede
tratarse del proyecto existencial, la intimidad, el honor, etc., que constituyen para el derecho objetos de
satisfacción no patrimoniales. (8)
Por el contrario, el perjuicio resarcible, a diferencia del daño fáctico o naturalístico, estará dado por las
consecuencias jurídicas de la lesión que, desde un punto de vista material, recayó sobre esos bienes. En efecto,
el perjuicio o daño jurídico, en sentido estricto —no fáctico—, es la lesión a un interés jurídico, sea éste
patrimonial o extrapatrimonial. De tal modo, el daño será patrimonial o moral, según cuál sea la naturaleza del
interés afectado. (9) El interés es, entonces, el valor relativo que un bien tiene para un determinado sujeto. El
perjuicio debe entenderse desde el ángulo del individuo, de manera tal que si existen diversos damnificados
pueden existir diversos intereses para cada uno de ellos, es la posibilidad de que una o varias personas puedan

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ver satisfechas sus necesidades mediante un bien o bienes determinados. (10)
Veámoslo a través de un ejemplo. En un accidente de tránsito una persona sufre lesiones de gravedad en su
integridad física. En este supuesto, el menoscabo resarcible no se encuentra dado por dichas lesiones, sino por
las consecuencias del daño que le fue inflingido desde un punto de vista material. Así, serán perjuicios
resarcibles —por vía de hipótesis—: a) la incapacidad sobreviniente, los gastos de atención y de tratamientos
médicos en que tuvo que incurrir el damnificado (daño emergente); b) las ganancias que se vio privado de
obtener por las curaciones a las que fue sometido (lucro cesante); y c) la afectación de su integridad espiritual
por la producción del hecho ilícito (daño moral). Todas estas consecuencias surgen, como se advierte a primera
vista, de la afectación del mismo bien jurídico, la integridad física de la víctima que, a la postre, no constituye
un daño resarcible. (11)
La distinción a la cual nos estamos refiriendo, entre daño naturalístico y perjuicio resarcible, es primordial, y
no tenerla en cuenta trae, muchas veces, importantes confusiones. Para ejemplificar ello nos basta con referirnos
a las distintas clases de daño que, en puridad, surgen como daño desde un punto de vista fáctico (daño psíquico,
daño biológico, daño a la imagen, etc.), y que se pretenden valorar como supuestos "autónomos" de perjuicios
resarcibles, cuando, en puridad, se trata de daños desde un punto de vista fáctico, del cual emanarán las
consecuencias resarcibles, partiendo del sistema binario previsto en nuestro ordenamiento (patrimonial y moral).
(12)
Todos estos supuestos daños "autónomos" que consistirían en tertius genius ajenos a la distinción entre daño
patrimonial y moral enunciada, son consecuencia de confundir el daño "fáctico" con las consecuencias
resarcibles. En efecto, carece de autonomía todo supuesto perjuicio que pretenda identificarse en función del
bien sobre el cual recae la lesión (la psiquis, la estética, la vida en relación, el cuerpo, la salud, etc.). En todos
estos casos, habrá que atender a las consecuencias que esas lesiones provocan en la esfera patrimonial o
extrapatrimonial de la víctima, que serán, por lo tanto, subsumibles dentro de alguna de las dos amplias
categorías de perjuicios previstas en nuestro derecho.
Por ende, resulta primordial distinguir claramente entre estas dos categorías (daño evento y perjuicio
resarcible) para poder determinar cuál es el menoscabo sufrido por la víctima desde un punto de vista
naturalístico, para luego evaluar las distintas consecuencias (morales y patrimoniales) de dicha afectación. Y,
para lograr ello, creemos preciso retornar a una distinción que, hoy día, ha sido prácticamente dejada de lado por
la doctrina y la jurisprudencia, y a la cual el ordenamiento vigente ni siquiera se refiere: la que existe entre daño
y perjuicio. (13) Sobre esta cuestión, recuerdan los hermanos Mazeaud que el perjuicio es considerado, el día de
hoy, como sinónimo de daño, pero en sus orígenes ambos términos tenían una significación diferente: el daño
de la ley Aquilia estaba vinculado con la afectación de la integridad de una cosa, pero dicha lesión generaba una
indemnización sin necesidad de valorar si se producía alguna lesión al propietario de dicho bien, que no era lo
resarcible. Por ello, los jurisconsultos romanos se esforzaban en sustituir la noción de daño por la de perjuicio,
pues comprendieron que lo que importaba no era la comprobación de un atentado material contra una cosa, sino
el perjuicio sufrido a causa de ese hecho por el propietario. Por eso decidieron que el simple daño que no
causaba perjuicio no da lugar reparación. (14)
En la actualidad, se le encuentra otra utilidad a dicha distinción, que es la que propugnamos en este trabajo.
En este sentido, el daño estaría constituido por la afectación objetiva del cuerpo (daño corporal), a las cosas
(daño material) o a los sentimientos (daño moral), mientras que el perjuicio, que procede del daño, son las
repercusiones subjetivas y concretas de dicha lesión en el patrimonio o en la persona de la víctima. (15) Como lo
señala Bénoit, el daño es un hecho: es toda afrenta a la integridad de una cosa, de una persona, de una actividad,
o de una situación, mientras que el perjuicio lo constituye el conjunto de elementos que aparece como las
diversas consecuencias que se derivan del daño para la víctima del mismo. Mientras que el daño es un hecho
que se constata, el perjuicio es, al contrario, una noción subjetiva apreciada en relación con una persona
determinada. (16)
Volver a esta clasificación distintiva entre daño y perjuicio nos permitirá, como podrá advertir el lector,
determinar con claridad el ámbito del daño evento y del perjuicio resarcible, en el sentido que antes lo hemos
postulado. Y ello tiene otras consecuencias, además de la enunciada anteriormente. En efecto, nos ayudará a
determinar con mayor claridad quién es el titular del perjuicio cuyo resarcimiento se persigue, más allá que
quién sea el titular del bien sobre el cuál recayó el daño desde un punto de vista naturalístico. Por ejemplo, si la
víctima muere como consecuencia del hecho ilícito, los damnificados indirectos podrán reclamar las
consecuencias resarcibles que, a nivel personal, les ocasionó esa lesión material a la integridad física de otro
sujeto. Es que la distinción tiene importancia para explicar que la posibilidad de obtener una indemnización no
radica sólo en cabeza del propietario del bien afectado, sino también del individuo para el cual ese bien
representaba algún tipo de interés resarcible. (17)
Llegados a este punto del análisis, consideramos que la distinción entre daño y perjuicio que postulamos
reviste particular importancia para determinar el ámbito de la pérdida de chance, pues, como ya lo hemos
adelantado, consideramos que la pérdida de una oportunidad no constituye un perjuicio en sentido estricto, sino
un daño naturalístico, del cual emanan distintas consecuencias resarcibles, que pueden ser tanto de naturaleza

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patrimonial como moral. Pero a esta cuestión nos referiremos en el apartado siguiente.
III. La pérdida de chance como daño fáctico
Para ingresar en el análisis de la pérdida de chance como daño (en el sentido estricto del término), nada
mejor que partir de un caso práctico. Por ejemplo, una acción de daños y perjuicios promovida por la persona e
hijos de un paciente que falleció por la mala praxis en que incurrieron los médicos que lo atendieron en el
nosocomio demandado. En el caso, el enfermo ingresó al establecimiento asistencial debido a que sufría un
infarto, y los demandados —los galenos y el nosocomio—omitieron realizar un correcto diagnóstico, pese a
existir signos que hacían sospechar la patología que presentaba el paciente. Así, con un examen clínico
superficial que insumió pocos minutos, y sin realizar otras comprobaciones, optaron por derivarlo a otro
establecimiento, alegando la falta de convenio entre la clínica y la empresa de medicina prepaga a la cual se
encontraba afiliado el interesado. Finalmente, y debido al retardo en que se incurrió en su atención, el paciente
falleció. El tribunal actuante, luego de considerar que efectivamente existió una conducta negligente por parte
de los médicos que atendieron al paciente, tuvo por comprobada la responsabilidad de los codemandados y, en
consecuencia, concluyó que estos últimos debían resarcir los daños y perjuicios ocasionados al enfermo,
consistentes en la pérdida de una chance de curación. (18)
En el precedente antes reseñado se vislumbra que el daño por pérdida de chance es un daño autónomo, pero
no se trata de un tertius genius entre el perjuicio patrimonial y moral, sino de una categoría perteneciente al
daño naturalístico. Es decir, no es una consecuencia más del hecho ilícito, sino el daño fáctico propiamente
dicho, del cual surgen las consecuencias resarcibles. En efecto, el daño está dado por la pérdida de la posibilidad
de curación que padeció la víctima, como consecuencia del accionar de los médicos, mientras que las
consecuencias resarcibles son los perjuicios que reclamaron sus familiares, y que pueden ser de naturaleza
patrimonial o moral.
Esto no sucede únicamente en el ámbito de la responsabilidad médica, sino que puede extenderse a todos los
casos en los cuales se encuentre involucrada una pérdida de chance. Por ejemplo, frente a la acción iniciada por
la víctima de un accidente contra el letrado que lo representó en la acción de daños, en donde caducó la
instancia (19), el daño evento es la pérdida de la posibilidad, del cual pueden emanar tanto consecuencias
patrimoniales (el porcentaje del reclamo en el juicio originario) como extrapatrimoniales (la afectación
espiritual de la víctima por la imposibilidad de obtener la admisión de su derecho).
También en este último caso la pérdida de chance nace como un daño "naturalístico", del cual, a su vez,
deben extraerse los distintos intereses jurídicos, que es lo resarcible.
Ahora bien, la caracterización de la chance que propugnamos, como daño desde un punto de vista fáctico,
resulta primordial. En efecto, identificar a la pérdida de una posibilidad como daño en sentido estricto tiene,
desde un primer momento, dos consecuencias de particular trascendencia. En primer término, la existencia o no
del áleas en estos supuestos importará la admisión o el rechazo de la demanda, por la inexistencia de daño. En
segundo lugar, determinará la forma en que deberá cuantificarse el daño sufrido por la víctima.
La primera cuestión es, entonces, que la existencia o no de la posibilidad determinará, a su vez, la existencia
o no del daño desde un punto de vista fáctico y, por ende, la procedencia o no de la acción promovida, pues, en
el caso de que se compruebe la inexistencia del áleas invocada, el actor no habrá probado el perjuicio cuyo
resarcimiento persigue. Hemos tenido ocasión de comentar un fallo que ejemplifica el supuesto, en el cual no se
encontraba acreditada la pérdida de la posibilidad como daño "físico". Una señora concurrió a un hospital a fin
de ser atendida por un cuadro de ginecorragia producido en la posmenopausia, y se encontraba acreditado en el
expediente que no se efectuaron los estudios pertinentes —dada su patología—, que recién fue advertido meses
después por otro galeno. Finalmente, la víctima falleció, debido a la dolencia antes mencionada. El tribunal de
alzada concluyó —creemos que con acierto— que su accionar no había ocasionado una pérdida de chance de
sobrevida de la víctima y, en consecuencia, no mediaba un daño resarcible. (20) Este caso, a su vez, presentaba
la particularidad de que se encontraba debidamente probado el factor de atribución, pues surgía prístina la
negligencia del galeno en la atención del paciente. Sin embargo, el rechazo de la demanda se fundó, justamente,
en la inexistencia de un daño desde el punto de vista material. Ello así pues, determinada la inexistencia de la
chance, y al no existir un menoscabo fáctico, nada cabía decir respecto de los distintos intereses de los
familiares de la paciente que podían verse afectados, pues todos ellos emanaban de la pérdida de la posibilidad
en sí misma (v.gr. daño moral, etc.).
Por el contrario, en los casos en los cuales —como hemos dicho— la chance se encuentra debidamente
acreditada, se tendrá por propagado el daño y, por ende —acreditados los demás elementos de la
responsabilidad—, será procedente determinar la indemnización correspondiente.
Sentado lo anterior, es primordial tener en cuenta, a los fines de analizar la pérdida de chance, que el estudio
de su existencia y de la cuantificación de los perjuicios resarcibles consecuentes debe realizarse en dos etapas
claramente diferenciadas. En efecto, es necesario verificar que la víctima contaba con chances ciertas de obtener
el beneficio o de no sufrir la pérdida. Pero, una vez comprobada la existencia de esa posibilidad, la
cuantificación del perjuicio nunca afectará su certidumbre. Es decir, determinada la existencia de la chance, no

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puede volver a discutirse la procedencia de la acción instaurada. El exiguo o importante nivel de posibilidades
con que contaba la parte interesada afectará el quantum del perjuicio, pero no su certeza. (21)
Ello nos lleva a la segunda consecuencia trascendental de la concepción de la pérdida de chance que
propugnamos, es decir, a la cuantificación de los perjuicios que resultan de la pérdida de chance que, como ya lo
hemos dicho, es un daño naturalístico. Para ello, presenta particular relevancia la relación existente entre el
menoscabo por pérdida de chance y el resultado final, pues para poder determinar la cuantificación del
perjuicio, deberemos establecer primero el valor del daño final y, a partir de él, calcular el quantum de la
chance.
Entonces, el primer paso para poder determinar la cuantificación respectiva consiste en establecer cuál es el
valor del "daño final", para afectar luego ese valor al porcentaje de chances perdidas. Debemos diferenciar,
entonces, entre aquellos supuestos en los que se perdió la posibilidad de obtener una ganancia (a los que
llamaremos, en adelante, daño por pérdida de chance "positiva"), de los casos en que se frustró la posibilidad de
evitar un perjuicio (pérdida de una chance "negativa").
Cuando lo que está en juego es la ganancia perdida, habrá de determinarse cuál era el monto de esa
ganancia, y sobre ese resultado, calcular la probabilidad de que ese resultado se produjera. Puede encuadrarse,
en estos supuestos, el daño generado por la mala praxis de un abogado, cuando su conducta negligente hace
perder a su cliente la posibilidad de ganar el litigio. Para poder determinar el monto de la indemnización habrá
de analizarse, por un lado, cuál era la pretensión promovida por el accionante y, por el otro, cuáles era las
chances de arribar a un resultado favorable. El porcentaje de chances aplicado al monto de la pretensión original
permitirá determinar cuál será el resarcimiento correspondiente.
En este ejemplo, el daño generado por la pérdida de una posibilidad es justamente el daño "naturalístico".
Ahora bien, distinta es la situación cuando la chance perdida recae sobre la evitación de un perjuicio futuro.
El supuesto paradigmático es el de la responsabilidad médica, cuando el accionar culpable del galeno hace
perder al paciente chances de curación o supervivencia. Mientras que cuando se frustra la obtención de una
ganancia la cuantificación de la pérdida de chance partirá del monto de ese beneficio pretendido, al perderse la
oportunidad de evitar un perjuicio, la valuación de la chance estará determinada por el valor del resultado final
efectivamente producido. Respecto de dicho valor se determinará el resarcimiento correspondiente por la
frustración de la chance. (22)
En los supuestos de responsabilidad médica en los cuales lo comprometido es la chance de no morir con la
que contaba el paciente, deberá aplicarse un procedimiento por demás complejo para la determinación del valor
de las chances frustradas, consistente en, primero, valuar el daño resarcible como si el objeto de la acción fuera
el resultado "final" que se produjo. Luego habrá de establecerse cuál era el porcentaje de chances de obtener la
ganancia o de evitar el perjuicio. Por último, deberá aplicarse el porcentual de chances con las que contaba el
sujeto al valor del "resultado final".
Un reciente fallo de la Sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil nos sirve para ejemplificar
lo que pretendemos exponer. En ese caso los padres de un menor demandaron al nosocomio y a la médica que
lo atendió a fin de obtener el resarcimiento de los daños que les había ocasionado la pérdida de chance de
curación del niño, debido a que en dicho centro de salud no fue detectada, por la mala praxis del galeno, la
enfermedad que padecía y que, finalmente, lo condujo a la muerte. El tribunal, luego de tener por acreditada la
negligencia médica y la existencia de la posibilidad de curación de la víctima, consideró que, al momento de
producirse el hecho ilícito, el menor contaba con un 40% de chances de curarse de la enfermedad que padecía.
Finalmente, aplicó dicho porcentaje al monto total de los daños resultantes de la muerte del menor (resultado
final). De esta forma quedó determinada la chance resarcible y su cuantificación. (23)
Como se advierte, es primordial que en los supuestos de pérdida de chance los magistrados analicen la
existencia de la posibilidad, y otorguen un valor a dicha chance, para poder, a partir de ella, cuantificar el monto
del daño resarcible, partiendo del cálculo al cual antes nos hemos referido.
Sin embargo, dentro de esta cuantificación de la chance en general, fácil resulta advertir que se encuentran
contenidos todos los intereses sufridos por las víctimas, y que deberán ser tenidos en cuenta al momento de
calcular la chance. Así las cosas, si se trata de un supuesto en que existen diversos damnificados (v. gr. la
cónyuge y los hijos de la víctima), será preciso distinguir los distintos intereses afectados en la pérdida de esa
chance. Entonces, la indemnización quedará determinada, para cada uno de ellos, por la indemnización que les
habría correspondido si el resulta final fuera lo resarcible, aplicando, en cada caso, el porcentaje de chances con
que contaba la víctima.
IV. Conclusión
A modo de corolario, creemos de vital importancia volver a una distinción clara entre el daño "fáctico" y las
consecuencias resarcibles, lo que, como lo hemos visto —al menos sucintamente— a lo largo del presente
trabajo, tiene consecuencias relevantes. Asimismo, para dar un marco adecuado a esta distinción es importante
retornar a la distinción entre daño y perjuicio, y entender al primer término en su sentido estricto —como hecho
del cual emanan las consecuencias resarcibles—, para dejar el ámbito del perjuicio a los distintos intereses que

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pueden verse afectados por la producción del menoscabo.
Partiendo de dicha clasificación, a su vez, podemos darle un ámbito propio al conocido daño por pérdida de
chance, que no constituye una consecuencia resarcible más del hecho ilícito, sino el daño propiamente dicho,
del cual surgirá la afectación de los distintos intereses cuyo resarcimiento se persigue. La propugnada
autonomía del daño por pérdida de la oportunidad, entonces, no queda determinada por tratarse de un tertius
genius entre el perjuicio patrimonial y el moral, sino como un supuesto particular de daño desde el punto de
vista material.
(1) SÁENZ, Luis R. J., "La pérdida de chance es un `daño-evento´, y no un `daño-consecuencia´", RCyS
2013-I, 117.
(2) Es pertinente aclarar que entendemos por resultado final la consecuencia que, en definitiva, sufre la
víctima, pero que no guarda nexo de causalidad con el hecho ilícito que se imputa al agente.
(3) PREVOT, Juan M., "El nexo de causalidad en los casos de responsabilidad médica", LL 2005-D, 982.
El autor citado, junto con Chaia, pretenden establecer diferencias entre la pérdida de una chance en general y la
aplicación del instituto en la mala praxis médica (PREVOT, Juan M. — CHAIA, Rubén A., Pérdida de chances
de curación, Astrea, Buenos Aires, 2007).
(4) SÁENZ, Luis R. J., "El daño resarcible en el proyecto de reforma del Código Civil", en Revista de
Derecho Privado, Infojus, Buenos Aires, 2013, nro. 3, p. 143 y ss. El concepto esbozado encierra, en sí mismo,
adoptar una postura determinada en cuanto a una serie de caracteres de la pérdida de chance, a saber: a) que se
trata de un daño cierto, y no meramente hipotético y eventual, toda vez que consiste, justamente, en la pérdida
de la posibilidad; b) que no nos encontramos ante un supuesto —como lo postula un sector de la doctrina
(MEDINA ALCOZ, Luis, La teoría de la pérdida de oportunidad, Thomson, Madrid, 2007)— de aligeramiento
de la relación causal, ante las dificultades probatorias que ella acarrea; y c) que es un daño autónomo, que no
puede verse inmerso en las categorías de daño emergente y lucro cesante.
(5) Utilizando la terminología acuñada por BUERES, Alberto J., "El daño injusto y la licitud o ilicitud de la
conducta", en TRIGO REPRESAS, Félix A. — STIGLITZ, Rubén S., Derecho de daños. Primera parte, La
Rocca, Buenos Aires, 1996, p. 165.
(6) ZANNONI, Eduardo A., El daño en la responsabilidad civil, Astrea, Buenos Aires, 2005, p. 50.
(7) VÁZQUEZ FERREYRA, Roberto A., "Daños y perjuicios derivados de la lesión a la integridad física
de la persona", LL 1991-D, 144, PREVOT, Juan M., "El daño extracontractual", RCyS 2011-IX, 251.
(8) ZANNONI, El daño en la..., p. 51.
(9) BUERES, "El daño injusto y la licitud...", cit., p. 172; VINEY, Geneviève — JOURDAIN, Patrice, Les
conditions de la responsabilité, en GHESTIN, Jaques (dir.), Traité de Droit Civil, Librairie Générale de Droit et
Jurisprudence, París, 2006, ps. 15 y ss.
(10) BUERES, "El daño injusto y la licitud...", cit., p. 170; CALVO COSTA, Carlos A., Daño resarcible,
Hammurabi, Buenos Aires, 2005, p. 72.
(11) Aunque sea una verdad de Perogrullo decirlo, cabe recordar que los arts. 1084 y 1085 del Cód. Civil
vigente (como así también el art. 1745 del último proyecto de Código Civil) no asignan un valor intrínseco a la
vida humana, sino un valor presunto para otros, y este no es el valor de la vida, sino los valores que con su vida
y en el curso de su despliegue pudo haber aportado el fallecido a la subsistencia de sus familiares (ZAVALA
DE GONZÁLEZ, Matilde, Resarcimiento de daños, Hammurabi, Buenos Aires, 1996, t. 2b, p. 27; CNCiv., Sala
A, 10/5/2012, "Benítez, Ramona c. Estevao, Carlos Fernando y otros s/ daños y perjuicios").
(12) GALDÓS, Jorge M., "Daño a la vida de relación", LL 2006-D, 921.
(13) Trigo Represas señala, en este sentido, que en nuestro medio los vocablos "daños" y "perjuicios" han
sido considerados como expresiones equivalentes, máxime atento a que, además, nuestro Código Civil emplea
indistintamente ambas denominaciones en muchos de sus artículos, como resulta del texto del art. 1069 de dicho
cuerpo legal (TRIGO REPRESAS, Félix A., Pérdida de chance, Astrea, Buenos Aires, 2008, p. 2 y ss.).
(14) MAZEAUD, Henrí — MAZEAUD, León — MAZEAUD, Jean — CHABAS, François, Leçons de
droit civil, Monthrestien, París, 1991, p. 395.
(15) REISS, Lydie, Le juge et le préjudice. Étude comparée des deroits français et anglais, Presses
Universitaires D´Aix Marseille, Marseille, 2003, p. 18.
(16) BÉNOIT, Francis-Paul, "Essai sur les conditions de la responsabilité en droit public et privé

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(Problèmes de causalité et d´imputabilité)", JCP, 1957, I, p. 1351 (citado por HENAO, Juan Carlos, El daño.
Análisis comparativo de la responsabilidad extracontractual del estado en derecho colombiano y francés,
Universidad Externado, Bogotá, 1998, ps. 76 y ss.
(17) HENAO, El daño..., cit., p. 78.
(18) Cám. de Apel. en lo Civ. y Com. de Mar del Plata, Sala II, "Mailde, Hilda G. y otros c. Loza, Felipe y
otros", 01/2/2012, RCyS 2012-IV, 155.
(19) CNCiv., Sala H, "V., A. c. R., J. y otro s/ daños y perjuicios", LLOnline AR/JUR/43845/2014.
(20) CNCiv., Sala F, 30/10/2003, "García Paz, José R. c. Pere Vignau, Osvaldo y otros", RCyS 2004, 654;
SÁENZ, Luis R. J., "Los límites al resarcimiento por pérdida de `chance´ en la responsabilidad civil médica",
DJ 2004-3, 1160.
(21) SÁENZ, Luis R. J., "La pérdida de chance es un `daño-evento´, y no un `daño-consecuencia´", RCyS
2013-I, 117.
(22) CHABAS, François "La pérdida de chance en el derecho francés", JA 1994-I, 217; SÁENZ, Luis R. J.,
"Algunas consideraciones de la pérdida de chance como daño resarcible", en Revista Crítica de Derecho
Privado, Carlos Álvarez, Montevideo, 2008, n° 5, ps. 603.
(23) CNCiv., Sala A, "Torres, Antonio c. Clínica Bessone", 4/5/2012, L. 582.467. No se nos escapa el
hecho de que algún sector de la doctrina ha considerado relevante en este aspecto la gravedad de la conducta
que haya desplegado el agente (MAYO, Jorge A., "La pérdida de `chance´ como daño resarcible", LL 1989-B,
102). No creemos que ello sea así, pues ese extremo tendría relevancia, en todo caso, al nivel del factor de
atribución, para imputar responsabilidad al agente por su dolo o culpa. En cambio, en nada incide ello sobre las
chances de la víctima. La introducción de ese criterio a efecto de cuantificar la indemnización implicaría una
sanción al dañador por las características subjetivas de su conducta, ajena a los principios que informal el
sistema de responsabilidad civil (SÁENZ, "Algunas consideraciones...", cit., ps. 603 y ss).

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