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[Doctrina] Olvidando a Demogue (¿Quién dijo que son siempre "de medios" las obligaciones de los

administradores societarios?)

Autor/es: Por Moro, Emilio F.. ED, 225-913 [Publicado en 2007]


I

Consideraciones liminares

Probablemente Demogue no haya podido siquiera imaginar la repercusión que habría de tener, en el mundo
del Derecho Privado, el distingo –por él trazado (o, por lo menos, jerarquizado)(1)– entre obligaciones de
medios y de resultado.

La profusa incidencia que esta construcción ha vertido sobre la estructura del sistema de responsabilidad
civil de los últimos dos siglos resulta incontestable. Importantes y variopintos segmentos del ordenamiento
reconocen su huella indeleble. Sin ir más lejos, la evolución de los criterios jurisprudenciales que gobiernan
el vasto contorno de la responsabilidad de los profesionales liberales (médicos, abogados, etc.), así como
los que informan otros sectores –quizás de menor importancia (v. gr., agentes de bolsa[2], administradores
de consorcios de propiedad horizontal respecto de algunos deberes[3], etc.)– no permiten arribar a otra
conclusión.

La ponderación legislativa, judicial y doctrinaria de la actuación de los administradores de sociedades


comerciales tampoco ha quedado al margen de la distinción entre obligaciones de medios y de resultado(4).
Antes bien, ha sido este distingo una herramienta a la que se ha echado mano –aunque sólo concibiendo la
existencia de obligaciones de medios– para determinar cuándo un director de una sociedad anónima o un
gerente de una sociedad de responsabilidad limitada ha actuado de manera culposa o dolosa, haciéndose
merecedor, con ello, del deber de reparar el daño irrogado.

Ha sido ésta, bien acabamos de señalarlo, la postura tradicional en la materia. Las obligaciones a cargo de
los administradores societarios son todas ellas y en todos los casos obligaciones de medios y, por ende, no
es posible prescindir de la prueba de la concurrencia de algún factor de imputación subjetivo (culpa o dolo) a
los efectos de endilgar responsabilidad civil a los mismos.

¿Es posible mantener de nos jours una afirmación tan tajante? ¿Es razonable sostener que el amplio
abanico de deberes a cargo, por ejemplo, de los directores de sociedades anónimas abiertas, siga
permaneciendo –indiscriminadamente– bajo el “escudo protector” de las obligaciones de medios(5)? En todo
caso, ¿supera el test de razonabilidad que imponen los arts. 28 y 33 de la Constitución Nacional considerar
que ello es así siempre y en todas las hipótesis concebibles?(6).

A refutar, así entonces, o, por lo menos, a morigerar, el alcance de aquel criterio tradicional es que se dirigen
estas humildes líneas.

II

Panorama actual en materia de obligaciones

de medios y de resultado

1. Aproximación al tema

Conforme es sabido, el perfeccionamiento de contratos supone una de las fuentes (art. 499, cód. civil) de
mayor importancia dentro del elenco de situaciones jurídicas a las cuales el ordenamiento asigna efecto
creador de relaciones obligacionales (enriquecimiento sin causa, declaración unilateral de voluntad, hechos
ilícitos, etc.)(7). La celebración de un contrato, así las cosas, y sin perjuicio de la mayor gravitación que

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corresponda endilgar a la obligación principal dimanada de aquél, importa el surgimiento de una pléyade de
relaciones obligacionales(8). De esta suerte, el plexo obligacional que nace del contrato en su investidura de
causa-fuente muy lejos está de agotarse en una única obligación (principal o no), componiéndose asimismo
de obligaciones accesorias y de los llamados deberes secundarios de conducta(9).

Asentada que está ya la potencialidad del contrato (rectius: del “proceso”`[10] del contrato) para erigirse en
la fuente –no ya de una única y reinante obligación principal, sino de un verdadero plexo obligacional
compuesto por otras obligaciones y por los denominados deberes secundarios de conducta–, corresponde
ahora recordar cuál es la estructura de cada una de dichas relaciones obligacionales. La consistencia del
deber jurídico propio de las obligaciones supone –según es conocido– la realización de un plan de conducta
futuro (de dar, hacer o no hacer) de contenido patrimonial, aunque pudiendo responder a un interés
extrapatrimonial: el deber jurídico obligacional (o prestación)(11). A los fines de la acabada satisfacción de la
misma –y consiguiente verificación del efecto típico de las obligaciones (el cumplimiento espontáneo)(12)–,
deviene necesaria la observancia de determinados comportamientos complementarios que, para decirlo
gráficamente, circundan a modo de “satélites” la prestación objeto de la obligación. Estos deberes
secundarios de conducta –tal la denominación mayormente aceptada en doctrina– coadyuvan, así pues, al
óptimo cumplimiento del plan prestacional.

Según puede observarse, así las cosas, el plexo obligacional que conlleva el perfeccionamiento de un
contrato se compone de: a) obligaciones principales; b) obligaciones accesorias; c) deberes secundarios de
conducta que circundan tanto a la prestación de las obligaciones principales como a la prestación de las
obligaciones accesorias(13) (14). En dicho contexto, así pues –responsabilidad por incumplimiento obligacional
(15)
(más comúnmente denominada “responsabilidad contractual”)–, las prestaciones asumidas, dependiendo
de su esencia y carácter intrínseco (y sin perjuicio de clasificaciones tripartitas esbozadas en algún
momento[16]), pueden ser de medios o de resultado(17).

2. La razón de ser de la distinción entre obligaciones de medios y de resultado

Si la conducta humana en interferencia intersubjetiva –tal como lo quería la escuela Ególogica– es el objeto
del Derecho(18) y aquélla es, por antonomasia, tan cambiante y variable como la imaginación misma, fuerza
es concluir que no toda vinculación contractual dará lugar a idéntico tipo de obligaciones en cuanto a su
sustancia. En términos más concisos (y siempre bajo la égida de la responsabilidad por incumplimiento
obligacional): mientras algunos contratos pueden dar lugar a obligaciones de resultado, otros engendran
obligaciones de medios y otros, finalmente, obligaciones de ambas clases.

Como decíamos, no todos los deberes incardinados en el plexo obligacional aludido en el parágrafo anterior
pueden ser del mismo tipo en cuanto a la descripción de la conducta prometida. Por el contrario, existen
casos donde la obligación asumida consiste en la obtención de un determinado hecho (obligaciones de
resultado) y otros donde la obligación reside en el compromiso de obrar con la máxima diligencia y prudencia
posible en aras de obtener cierto objetivo (obligaciones de medios).

¿Podría el ordenamiento jurídico permanecer inerme ante dicha diferencia e imponer un mismo régimen
probatorio de los presupuestos de la responsabilidad? La respuesta negativa asoma contundente. De allí,
precisamente que, desde Demogue en adelante (sin perjuicio de construcciones precedentes en parecido
sentido), se halla considerado que en las obligaciones de resultado la culpa se presume –y que, por lo tanto,
el actor se halla liberado de la carga probatoria al respecto– mientras que, en las obligaciones de medios, es
requerimiento insoslayable a los efectos de la procedencia de la acción resarcitoria que el actor acredite la
existencia de culpa en el agente(19) toda vez que ninguna presunción en contrario se yergue sobre él(20).

La autonomía de la voluntad es profusa en matices y no sería justo imponer soluciones idénticas a


realidades que, en su esencia misma, difieren de cabo a rabo. No es lo mismo aquella obligación en la cual
la diligencia y prudencia que impone el arte o profesión del deudor está llamada a desempeñar un rol
preponderante al momento de determinar si ha existido o no cumplimiento, que aquella en la cual tales

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elementos tienen un muy escueto papel que jugar al efecto. Ello así, es el principio general del Derecho (art.
16, cód. civil) que impide conferir idéntico tratamiento normativo a situaciones fácticas diversas –derivado, a
su vez, del valor jurídico de la Justicia(21)– el que permite explicar la vigencia del distingo demoguiano. Tan es
así que, de otro modo, no podría explicarse por qué razón, a falta de norma legal en contrario –como ocurre,
verbigracia, en materia de daños causados “con las cosas” (art. 1113, párr. 2º, cód. civil)(22)(23)–, se acepta la
inversión del onus probandi cuando de obligaciones de resultado se trata, exceptuándose la regla del art.
359 del CPCCN y el inveterado principio de que al actor incumbe la prueba de su derecho (onus probandi
incumbit actoris)(24)(25).

3. Una construcción caída en desgracia

Según es conocido, blanco de numerosos ataques ha sido la clasificación demoguiana. La “brújula”(26) que
ella significara para los “prácticos del siglo pasado”(27) ya no sería tal. Desde quienes sostienen que se trata
de una construcción artificiosa (pues en toda obligación siempre hay una conducta diligente que observar
para arribar al resultado final)(28), pasando por quienes pregonan que su utilidad práctica es casi nula (desde
que, en la realidad de los hechos, la inversión de la carga probatoria que se pregona en las obligaciones de
resultado sería poco menos que inexistente)(29) hasta quienes postulan que, lisa y llanamente, el influjo de la
teoría se manifiesta en el distinto factor de atribución que existe en uno y otro caso (factor subjetivo en las
obligaciones de medios y factor objetivo en las obligaciones de resultado)(30), variados han sido los ataques
propiciados.

Excede, claramente, los límites de este trabajo ingresar al análisis de cada una de estas críticas. Sin
perjuicio de ello, justo es reconocer que la corriente de opinión que pregona la reformulación del distingo
apuntando que la verdadera línea divisoria a trazar entre obligaciones de medios y de resultado discurre no
ya por la dinámica de la carga probatoria, sino por el diverso factor de imputación existente en uno y otro
caso (subjetivo en las primeras, objetivo en las segundas), ha venido ganando terreno –lenta pero
persistentemente– así en la doctrina autoral como judicial(31). A todo evento, y teniendo en cuenta el limitado
marco cognoscitivo que impone el tema sub examine, guarda alguna importancia abordar dicha crítica
–aunque más no sea sucintamente– pues, obviamente, muy distinta es la posición procesal del accionado
por responsabilidad objetiva (fundamentalmente en materia de eximentes) que la de quien lo es por
responsabilidad subjetiva.

4. Nuestra opinión

Quienes defienden la reformulación precitada parten de una premisa que, a nuestro entender, resulta
inexacta. La prestación asumida en las obligaciones de medios resultaría ser, tan sólo, el compromiso de
obrar con la mayor diligencia y prudencia que exija la lex artis, con incidencia casi nula del resultado final
esperado (aleatorio y mediato)(32). Toda vez que para determinar si se ha obrado o no con la diligencia
debida es imprescindible la existencia de culpabilidad en el agente, la prueba de su concurrencia es
requerimiento insoslayable. Por oposición, en las obligaciones de resultado el plan prestacional consistiría
solamente en la obtención del resultado material prometido, con –cuasi total– prescindencia de la diligencia
puesta en la labor dirigida a su consecución, a resultas de lo cual se concluye que la no obtención de aquél
permite tener por configurado el incumplimiento. Incumplimiento y culpabilidad devendrían, así, extremos
inescindibles(33) y, por ende, la ponderación subjetiva que quepa efectuar sobre la conducta del deudor (en
cuanto a su culpa o dolo), cuestión intrascendente.

Siguiendo esa línea se concluye, entonces, que no habría inversión de carga probatoria alguna sino, antes
bien –y a fuerza de ser realistas– un claro supuesto de responsabilidad objetiva(34) (con factor de imputación
en la noción de “garantía”[35]), donde las únicas eximentes que valdrían serían la culpa de la víctima, el
hecho de un tercero y el caso fortuito o fuerza mayor.

Como lo señalábamos al comienzo, el problema está en el punto de la partida. No creemos que se


compadezca con la realidad de las cosas pensar que en las obligaciones de resultado nada tiene que hacer

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la culpabilidad al momento de decidirse si corresponde o no endilgar responsabilidad al deudor. Por el
contrario, estamos persuadidos de que la diligencia y prudencia que imponga la lex artis del caso también
forma parte –bien que un plano reducido– del plan prestacional asumido en las obligaciones de resultado,
máxime cuando –como ha sido moneda corriente en los últimos tiempos– la incertidumbre (en todos los
ámbitos económicos) ha venido ganado carta de ciudadanía(36). En esa inteligencia, en la confluencia de
conducta proyectada e interés que configura el objeto obligacional no creemos que sea ajustado a la
realidad negocial de nuestros días conferir un papel tan nimio –en las obligaciones de resultado– a la
diligencia y prudencia. De allí pues que la prueba de la “no culpa” deba mantenerse como eximente a
disposición del deudor.

Por lo demás, es evidente que si la mayoría de las obligaciones de fuente contractual son de resultado(37) y
prevalece la tesis que refutamos, pues entonces prácticamente la completitud del sistema de
responsabilidad civil pasaría a regirse por las reglas de la responsabilidad objetiva cuando la misma es de
excepción y exige –en pos de la seguridad jurídica– de norma expresa habilitante en ese sentido(38)(39).

Es cierto que muchas construcciones teóricas de siglos pasados merecen –por el irrefragable vigor de los
nuevos tiempos– ingresar en el olvido. Decididamente, no creemos que sea éste el caso.

III

La entidad ontológica de las obligaciones asumidas por los administradores societarios desde el
prisma de la distinción demoguiana

III.1. La concepción tradicional

La circunstancia indiscutible de que ningún administrador societario pueda garantizar el éxito de su gestión
al frente de la empresa vuelve razonable considerar a sus deberes como obligaciones de medios. El riesgo
ínsito en toda actividad empresaria y la connatural incertidumbre que gobierna la conducción de la compañía
en cuanto a la obtención o no de utilidades en el decurso de su giro social llevan, casi de la mano, a pensar
que sólo es posible concebir obligaciones de medios en cabeza de los directores de sociedades anónimas o
gerentes de sociedades de responsabilidad limitada.

Abonando idéntica conclusión –aunque desde otra perspectiva– se sostiene que emplazar obligaciones de
resultado en cabeza de los administradores societarios importaría acicatear irrazonablemente el espíritu de
empresa que debe inspirar a estos últimos, colocando una verdadera espada de Damocles sobre sus
espaldas que tan sólo serviría para sumir en la inacción a la gestión directoral(40).

En ese entendimiento, ha sido criterio tradicional de nuestra doctrina y jurisprudencia que, en sede de
antijuridicidad de las conductas de los administradores societarios, es preciso reparar en que sus deberes
son configuradores de obligaciones de medios, por oposición a las de resultado(41)(42).

La cuestión, como es obvio, tiene gran importancia(43) en cuanto a la prueba de la existencia o no de una
conducta antijurídica imputable. En las obligaciones de resultado la omisión del mismo, su no obtención,
tiene por acreditado el incumplimiento y con ello acreditada la culpa; en cambio, en las obligaciones de
medios, quien pretende la atribución de responsabilidad debe allegar los medios de convicción idóneos para
poner en evidencia la culpa del deudor, pues en ella precisamente radica el incumplimiento: no cumplir con
la conducta apropiada, prudente, diligente, tergiversando el plan de prestación que es objeto del deber
jurídico calificado(44).

2. El sofisma y la necesidad de una reformulación

a) Las obligaciones de resultado “fragmentarias” asumidas por los administradores societarios

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Con la saludable excepción de algún sector doctrinario(45), o bien el tema ha pasado desapercibido o bien
–como lo referíamos en el parágrafo precedente– la doctrina y jurisprudencia existente al respecto se ha
pronunciado en el sentido de ponderar que las obligaciones de los administradores societarios pertenecen
–sin más– al género de las obligaciones de medios(46).

El problema es que, al no repararse en que el acto jurídico (contrato o no) que anuda a los directores con la
sociedad es causa-fuente –no ya de una única y “gobernante” obligación principal (que sería “de medios”)–
sino de una pléyade de obligaciones, diversas en el carácter de las prestaciones comprometidas(47), se cae
en el reduccionismo de sostener que siempre y en todos los casos estamos ante una obligación de
diligencia.

Y es que, por lo demás –y como bien se ha apuntado–, también en los sectores de la responsabilidad
médica y abogadil (tradicionales “bastiones” de las obligaciones de medios), comienza a destacarse la
existencia de obligaciones de resultado(48). “Fragmentarias” o “parcelarias”, si se quiere, pero obligaciones de
resultado al fin y al cabo.

Veamos un caso típico de la praxis societaria vernácula(49). Una sociedad anónima cerrada cuyos socios y
directores (sean o no meros prestanombres) conviven en paz y cordialidad durante algunos años. Por
motivos ajenos a la dinámica societaria, un día cualquiera los socios (o bien sus dueños desde las sombras)
entran en conflicto y la sociedad por ellos construida pasa a erigirse, ahora, en el elemento de presión
favorito para imponer, uno al otro, las pretensiones del caso. Llegado este momento, se observa que no
existe acta de reunión de directorio labrada en momento alguno, menos aún actas de asambleas, que los
estados contables brillan por su ausencia; en definitiva, que ninguno de los recaudos formales atinentes al
funcionamiento interno de la entidad se han observado. La compañía (al menos formalmente) se ve sumida
en la inactividad más absoluta(50) y sus directores –para el caso es indistinto que sean “reales” o meros
prestanombres(51)– responsables directos del descalabro(52).

¿Puede decirse seriamente que estamos ante obligaciones de medios? ¿Es concebible que para probar la
responsabilidad en casos tales (sea que la pretensión se haya encarrilado bajo el marco de una acción
social o una acción individual) el socio-actor se encuentre compelido a tener que probar la culpa o el dolo de
los administradores? Digámoslo sin ambages: contrario de cabo a rabo al test de razonabilidad más
elemental sería preconizar una solución tal(53). La observancia de deberes tales no está supeditada al alea
que justifica la existencia misma de las obligaciones de medios y la incidencia mayúscula que en ellas tienen
la diligencia y prudencia del deudor(54). Obligaciones como la de llevar al día los libros sociales(55) o convocar
asambleas(56) son perfectamente escindibles del éxito de la empresa gestionada y de las utilidades que se
obtengan, cuestiones ambas que, como es obvio, están enmarcadas en el limbo del riesgo empresario (con
la incertidumbre en cuanto al resultado final que aquél supone) y donde –aquí sí– se justifica total y
absolutamente la existencia de meras obligaciones de medios en cabeza de los administradores societarios
(57)
.

Empero, ¿qué tiene ello que ver con el “rutinario” deber de efectuar las inscripciones registrales que
correspondan, convocar reuniones asamblearias, labrar actas por cada reunión de directorio, confeccionar
estados contables?(58)(59) Muy poco.

b) Una disquisición insoslayable: directores internos

y externos

Nuestra postura de volver aplicable también a los administradores societarios la construcción demoguiana
de ningún modo podría obviar el distingo, válido para sociedades anónimas de dimensiones considerables (y
en el que viene insistiendo incesantemente la doctrina), entre directores internos (inside directors) –o con
funciones ejecutivas permanentes– y directores externos (outside directors) –o “de asiento”–. En efecto, si el
leit motiv de este trabajo discurre por adecuar a la realidad el carácter de las obligaciones asumidas por los

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administradores societarios en cuanto al grado de diligencia que quepa observar en cada una de aquéllas,
pues entonces un total contrasentido supondría ignorar la virtualidad (práctica) de la diferenciación entre
directores internos y externos(60).

Brevitatis causae, puede definirse a los directores con funciones ejecutivas permanentes como aquellos
integrantes del órgano de administración encargados de la gestión (ordinaria y extraordinaria) de la
compañía(61) y a los directores “de asiento” como aquellos que –sin ser quienes delinean el plan de negocios
de la empresa– deberán arroparse de todos los elementos de información necesarios (v. gr., exigiendo la
remisión de minutas previas a las reuniones de directorio) para supervisar la manera bajo la cual los
directores ejecutivos cumplen sus funciones(62).

No cabe duda de que los deberes en cabeza de los administradores societarios que hemos considerado
como obligaciones de resultado, son aquellos típicamente desplegados por el grupo de control de una
sociedad anónima. Su ejercicio será, usualmente, a cargo de los directores internos. Medir, así pues, con
esta vara la responsabilidad de los directores externos asoma como un despropósito pues conocida es la
total ajenidad de éstos para con este tipo de labores, más aún en los casos de sociedades anónimas
cotizadas(63).

Va de suyo que la opinión aquí esbozada carece de toda implicancia práctica-normativa. Nuestro régimen
societario, según se sabe, aún preserva –fruto del carácter eminentemente colegiado del órgano de
administración(64)– la regla de la solidaridad para imputar responsabilidad directorial(65). Sólo se tiene en
cuenta la actuación individual –a partir de la morigeración que supuso la ley 22.903– en caso de haberse
asignado funciones en forma personal (vía estatuto, reglamento o decisión asamblearia) y encontrarse dicha
determinación inscripta en el Registro Público de Comercio (art. 274, párr. 2º)(66)(67). En virtud de esta
circunstancia, sostener –como lo hacemos– que en las sociedades anónimas de considerables dimensiones
(cotizadas o no) es razonable remarcar la existencia de obligaciones de resultado para los directores
internos aunque no para los directores externos, no pasa de ser una mera expresión de deseos que tan sólo
sería válida en caso de una futura reforma legal.

3. Un fallo esclarecedor no por añejo menos bueno

En el precedente “Rodríguez, Adriana M. y otro c. Bóveda, Carlos H. y otro s/ordinario”(68), la Cámara de


Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal (sala A) tuvo ocasión de pronunciarse, justamente, sobre
un caso como el descrito en el parágrafo anterior. A saber: sociedad de responsabilidad limitada con órgano
de administración unipersonal en cuyo desarrollo la inactividad en la gestión gerencial se patentizó en la
inexistencia de convocatorias a reuniones de socios y falta de presentación de balances y aprobación de
estados contables (y otros incumplimientos del tipo) y a resultas de todo lo cual –amén de otras
circunstancias que no viene el caso enumerar (v. gr., asignación arbitraria de honorarios)– se afectó el
derecho a percibir utilidades de los socios, promoviendo éstos acción individual de responsabilidad en los
términos del art. 279 de la LSC(69).

Con fallo de primera instancia de excelente factura técnica(70), se hizo lugar a la acción de responsabilidad
impetrada, ratificando el a quem, a su turno, dicho temperamento. En adición, y dados los extremos fácticos
puestos de manifiesto en el caso, la Cámara tuvo oportunidad de expedirse acerca del tema motivo de este
trabajo siendo contundente en considerar que, si bien los deberes a cargo de los administradores societarios
se incardinan –predominantemente– dentro de las llamadas obligaciones de medios, a su lado también
existen obligaciones de resultado, de no poca significación en cuanto a su número y consistencia(71).

Más aún, la Cámara avanzó en dicha senda y enumeró algunas de las obligaciones contenidas en la LSC y
que, en orden a su invocación judicial, pueden tenerse por obligaciones de resultado por todo lo cual no
necesita el socio-actor, en tales casos, probar la culpa o el dolo en los administradores(72).

Por nuestra parte, y como el lector ya fácilmente podrá intuirlo, comulgamos plenamente con la doctrina

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dimanada de este precedente. No tiene porqué asustar la bifurcación postulada en materia de administración
societaria: dependiendo de la consistencia de la conducta asumida (prestación) algunas obligaciones de los
directores de sociedades anónimas o gerentes de sociedades de responsabilidad limitada serán de medios y
otras de resultado, allende todo lo cual, como es indudable, la cuestión relativa a la dirección de los negocios
sociales y la procurada obtención de utilidades supondrá siempre meras obligaciones de diligencia(73).

IV

Colofón

La visión unidireccional del fenómeno de la administración societaria en cuanto concierne a los deberes
asumidos por los directores de sociedades anónimas o los gerentes de sociedades de responsabilidad
limitada sólo puede conducir al absurdo. Como ocurre con todo acto jurídico, a través de aquel que se
perfecciona con los directores (sea o no un contrato) surgen una plétora de obligaciones –rectius: relaciones
obligacionales– en cuyo seno, a su vez, existen obligaciones accesorias y deberes secundarios de conducta.
No hay razón para pensar que todas y cada una de estas obligaciones deban ser del mismo talante en
cuanto a la descripción de la conducta prometida. Del mismo modo que ocurre en el terreno de la
responsabilidad de los médicos, abogados –y aun de los administradores de propiedad horizontal–, se
impone abordar la prestación proyectada en cada una de las obligaciones surgidas del acto jurídico
celebrado para determinar, en su caso, si corresponde su categorización como obligación de medios o de
resultado.

Así pues, y si bien no parece serio controvertir que, en líneas generales y en orden al éxito económico de la
empresa gestionada, los administradores societarios asumen obligaciones de medios en derredor de las
cuales jamás podría prosperar una acción de responsabilidad (social o individual) sin acreditarse el factor de
atribución subjetivo –culpa o dolo–, no puede negarse que, al lado de aquéllas, también existe un importante
sector gobernado por las obligaciones de resultado.

El contenido mismo de algunas de las obligaciones impuestas desde la LSC a los administradores de
compañías mercantiles (amén de lo eventualmente establecido en el estatuto o reglamento[74]), así como la
especial situación tributaria que plantea el art. 6º, inc. d), de la ley 11.683, no puede sino llevar a la
conclusión de que –si bien, genéricamente, estamos ante una obligación de medios– ciertos de sus deberes
específicos pertenecen a la categoría de las obligaciones de resultado. Y es que, en efecto, en aras del
cumplimiento de estas últimas, ninguna incidencia –ni positiva ni negativa– inviste el riesgo propio de toda
gestión empresaria. A realidades distintas, así pues, soluciones distintas(75).

Aquel criterio tradicional de considerar –casi dogmáticamente– que sólo a través del régimen probatorio de
las obligaciones de medios resulta posible endilgar responsabilidad a los administradores societarios, de la
mano de fallos como el reseñado y de una corriente doctrinaria cada vez más incisiva al respecto, parece
estar sumiéndose (si no lo está ya) en las fauces del olvido. Enhorabuena.

voces: SOCIEDAD ANóNIMA - SOCIEDAD DE RESPONSABILIDAD LIMITADA - SOCIEDAD - OBLIGACIONES

1 - Hacemos la salvedad pues algunos autores han emplazado la génesis de la distinción en tiempos
anteriores, en el marco del Derecho Romano o bien, en la doctrina alemana (Bernhoft) de fines del siglo XIX,
en ocasión de comentarse el Proyecto de Código Civil que recibiría sanción legislativa en 1900 (conf.
Agoglia, María M.; Boragina, Juan C.; Meza, Jorge A., Responsabilidad por incumplimiento contractual,
Buenos Aires, Hammurabi, 2003, pág. 48, nota 3). En cualquier caso, es cuestión indiscutida que fue René
Demogue, en el año 1925, al acometer el estudio del régimen de la culpa en el Derecho francés y sus
matices en el orbe contractual y aquiliano, quien patentizó la clasificación entre obligaciones de medios y de
resultado (conf. Mazeaud, Henri; Mazeaud, Jean; Mazeaud, Léon; Chabas, François, Derecho Civil.
Obligaciones, Buenos Aires, Zavalía, 1997, t. I, trad. Luis Andorno, pág. 27, nota 3).
10 - Conf. Sozzo, Gonzalo, Antes del contrato. Los cambios en la regulación jurídica del período

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precontractual, Buenos Aires, LexisNexis, 2005, pág. 11.
11 - Conf. Alterini, Atilio; Ameal, Oscar; López Cabana, Roberto, Derecho de Obligaciones. Civiles y
comerciales, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1999, págs. 53/57.
12 - Conf. Llambías, Jorge J., Tratado de derecho civil. Obligaciones, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1994, t.
I, pág. 82.
13 - Como bien se ha puntualizado, no cabe confundir las obligaciones accesorias con los deberes
secundarios de conducta toda vez que estos últimos no suponen una relación obligacional “autónoma”
–como sí ocurre con las primeras–, todo lo cual repercute en su inexigibilidad por separado a la hora de
instar el cumplimiento (conf. Díez Picazo, Luis, Fundamentos..., pág. 121).
14 - Transpolando esta construcción al ámbito de los directores de sociedades anónimas y su
responsabilidad, conf. Martorell, Ernesto E., Los directores de sociedades anónimas, Buenos Aires,
Depalma, 1994, pág. 386.
15 - La terminología adoptada no es antojadiza. Al aludirse a una “responsabilidad por incumplimiento
obligacional” –por contraposición al segmento fáctico englobado en el marco de la responsabilidad aquiliana
(alterum non laedere) y en lugar de la más frecuente expresión de “responsabilidad contractual”– se designa,
con mayor justeza, la responsabilidad derivada de la producción de daños ante la preexistencia de una
obligación determinada en cuanto a su objeto y los sujetos y que, como tal, puede haber surgido de fuentes
diversas al contrato (v. gr., declaración unilateral de voluntad, acto complejo, gestión de negocios ajenos,
etc.) (conf. Pizarro, Ramón; Vallespinos, Carlos G., Instituciones..., cit., t. 2, pág. 469).
16 - Alguna doctrina, considerando insuficiente el sesgo binario de la teoría demoguiana para dar cuenta del
cada vez más complejo entramado negocial de nuestros días, ha esbozado una clasificación tripartita
adicionando un tercer quid: las obligaciones “de medio reforzadas” o “de resultado atenuadas”. En ellas el
deudor, además de poder exonerarse en el plano causal, estaría habilitado para invocar su falta de culpa o
–lo que es lo mismo– el haber obrado con la especial diligencia que imponía la lex artis del caso concreto, lo
cual le estaría vedado en las obligaciones de resultado propiamente dichas (conf. Alterini, Atilio A., Carga y
contenido de la prueba del factor de atribución en la responsabilidad contractual, LL, 1988-B-954).
17 - Conf. Lorenzetti, Ricardo L., Responsabilidad civil de los médicos, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 1986,
pág. 243.
18 - Conf. Cracogna, Dante, Carlos Cossio y la Teoría Egológica del Derecho, Bogotá, Universidad del
Externado de Colombia, 2006, pág. 63.
19 - Como es obvio, la inversión en el onus probandi que supone la clasificación entre obligaciones de
medios y de resultado debe ser matizada con el arraigado –y cada vez más frecuente en nuestra
jurisprudencia– criterio de las “cargas probatorias dinámicas”.
2 - Conf. Pizarro, Ramón; Vallespinos, Carlos G., Instituciones de Derecho Privado. Obligaciones, Buenos
Aires, Hammurabi, 1999, t. 2, pág. 600.
20 - Conf. Muller, Enrique C., Responsabilidad médica. Responsabilidad de los establecimientos de salud,
en Saux, Edgardo I.; Muller, Enrique C., Responsabilidad civil contractual y aquiliana, Santa Fe, Universidad
Nacional del Litoral, 2006, pág. 584.
21 - Para un análisis acerca de cómo los valores jurídicos (justicia, seguridad, paz social, etc.) inspiran y
nutren los principios generales que, luego, a su vez, informan el contenido de las normas jurídicas de
códigos, leyes, ordenanzas y demás cuerpos regulatorios, conf. Vigo, Rodolfo L., Principios jurídicos,
Buenos Aires, Depalma, 2000, pág. 93.
22 - Situación ésta que implica la existencia de una presunción de culpabilidad respecto de quien se ha
servido de las cosas para irrogar un daño y que admite la posibilidad de eximirse probando la no culpa, sin
perjuicio de ser aplicable –para la dinámica integral de la obligación nacida de esta hipótesis– el régimen de
las obligaciones concurrentes (conf. Muller, Enrique; Dellamonica, Roberto, Perfiles actuales de las
obligaciones in solidum, Zeus, enero/abril 2003, t. 91, pág. 83).
23 - Asimismo, nuestro Código Civil alude en la “falta de culpa” como eximente de responsabilidad en las
siguientes hipótesis: a) arts. 578, 580, 584 y 586 referidos a los riesgos en las obligaciones de dar cosas
ciertas para transferir derechos reales o restituir a su dueño; b) arts. 611 y 614 en similares supuestos de
obligaciones de dar cantidades de cosas después de efectuada su individualización; c) art. 642, que alude a
la imposibilidad de cumplimiento sin culpa del deudor en las obligaciones alternativas; d) art. 647, sobre la
extinción sin culpa del deudor de “la cosa que forme el objeto de la prestación principal” en las obligaciones

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facultativas; e) art. 888 sobre imposibilidad de pago o cumplimiento “sin culpa” del deudor; f) art. 1117 que
habilita a los directores de colegios a exonerarse de responsabilidad probando que no pudieron impedir el
perjuicio con la autoridad que su condición les confería “y con el cuidado que era su deber poner”; y, g) art.
1127 sobre extravío o soltura del animal que luego habrá de causar el daño sin culpa de la persona
encargada de guardarlo (conf. Trigo Represas, Felix, Teoría general de la responsabilidad civil. Las
eximentes, en Vallespinos, Gustavo, [Dir.], Responsabilidad Civil. Presupuestos, Córdoba, Advocatus, 1997,
pág. 294).
24 - Se trata, en definitiva, de una colisión de principios que, como tal –y siguiendo las enseñanzas de
Dworkin al respecto– debe dirimirse en la dimensión del peso (dimension of weight), esto es, sin que la
viabilidad de uno suponga la exclusión absoluta del otro (conf. Lorenzetti, Ricardo L., Las normas
fundamentales de Derecho Privado, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 1995, pág. 234).
25 - Y es que, como bien se ha señalado, por la aceptación en el Derecho judicial de esta teoría se ha
arribado a un verdadero “sacudimiento de los criterios contractuales de responsabilidad, a una fractura de
las reglas generales de imputación” (conf. Mosset Iturraspe, Jorge, Responsabilidad..., cit., pág. 71).
26 - Mayo, Jorge A.; Prevot, Juan M., Responsabilidad contractual, Buenos Aires, La Ley, 2007-1, pág. 455.
27 - Ibidem.
28 - Conf. Mosset Iturraspe, Jorge, La responsabilidad contractual objetiva, Revista de Derecho de Daños,
Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2007-1, mayo de 2007, pág. 30.
29 - Conf. Wayar, Ernesto C., Derecho civil. Obligaciones, Buenos Aires, LexisNexis, 2004, t. I, pág. 128 y
sigs.; De La Fuente, Horacio, Obligaciones de medios y de resultado. Lo positivo y lo negativo de la
clasificación, LL, 1980-A-712.
3 - Conf. Highton, Elena I., El administrador en la propiedad horizontal, en Revista de Derecho Privado y
Comunitario, 2002-2, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, septiembre de 2002, pág. 215.
30 - Conf. Bueres, Alberto J., Responsabilidad civil del escribano, Buenos Aires, Hammurabi, 1984, pág. 55 y
sigs.; Vasquez Ferreyra, Roberto A., La responsabilidad contractual objetiva, LL, 1988-B-1003; Agoglia,
María M.; Boragina, Juan C.; Meza, Jorge A., Responsabilidad..., cit., págs. 56/58 y 65; Pizarro, Ramón,
Responsabilidad civil por riesgo creado y de empresa, Buenos Aires, LL, 2006-214; Picasso, Sebastián,
Obligaciones de medio y de resultado, JA, 1996-II-713.
31 - Corresponde subrayar, por más que discrepemos con ella y reivindiquemos el alicaído distingo
demoguiano, los cimientos sólidos de la postura en análisis. Y es que, entre otros motivos, es un hecho que
también en otros sectores de la responsabilidad civil, como el de la responsabilidad del principal por el hecho
del dependiente, se ha pasado de un primigenio basamento subjetivo (culpa in eligendo o culpa in vigilando)
a un factor objetivo de atribución –garantía– como explicación suficiente (conf. Kemelmajer de Carlucci,
Aída, Daños causados por los dependientes, Buenos Aires, Hammurabi, 1992, pág. 28). Empero, no
creemos, ni de cerca, que sea éste un fundamento idóneo para sostener que las obligaciones de resultado
se mueven –también– en el terreno de la responsabilidad objetiva. Se trata de situaciones sustancialmente
diversas que no vemos posible parangonar.
32 - Y es que, aun cuando partan los corifeos de esta corriente de opinión, de que el objeto en las
obligaciones de medios se estructura –como en toda relación obligacional– en la conjunción del plan de
conducta prometido (diligencia) y el interés esperado (resultado final), es tan mayúsculo y exorbitante el
espacio que, en dicha cohabitación, se asigna a la diligencia asumida que, en definitiva (como se señala en
el texto) el resultado esperado no tiene nada que decir en el devenir de la relación.
33 - Conf. Agoglia, María M.; Boragina, Juan C.; Meza, Jorge A., Responsabilidad..., cit., pág. 56.
34 - A estas alturas aparece necesario, aunque más no sea brevemente, recordar cuál es el fundamento del
instituto de la responsabilidad objetiva. En ese tren, qué mejor que recurrir a las palabras de la eximia vocal
de la Suprema Corte de Mendoza, Dra. Aída Kemelmajer de Carlucci: “El daño puede darse entre un
inocente y un culpable, en cuyo caso no hay dificultad en acudir a los factores subjetivos de atribución. Pero
también es posible que el daño derive del proceder de un sujeto a quien no puede reprochársele su
conducta; podría decirse que se trata de dos inocentes: el que lo sufre y el que lo ha causado; en este caso
es donde los factores objetivos de atribución brindan la posibilidad de que se disponga enjugar un daño
aunque no ha sido injustamente causado, ha sido injustamente sufrido” (conf. Kemelmajer de Carlucci, Aída
R.; Parellada, Carlos, Factores objetivos de atribución, en Mosset Iturraspe, Jorge [Dir.] – Kemelmajer de
Carlucci, Aída R. [Coord.], Responsabilidad civil, Buenos Aires, Hammurabi, 2007, pág. 187).

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35 - No obstante construcciones que aluden a un “crédito u obligación de seguridad” como factor objetivo de
imputación (conf. Bueres, Alberto, Responsabilidad..., pág. 60) –que, de todos modos, culminaría
desembocando en la figura de la garantía como factor de imputación (conf. Agoglia, María M.; Boragina,
Juan C.; Meza, Jorge A., Responsabilidad..., cit., pág. 58, nota 15)–, puede decirse sin temor al error que es
en este elemento (“garantía”) donde se asienta la atribución objetiva contractual que pregonan quienes
militan en esta corriente.
36 - ¿Es, entonces, razonable –nos preguntamos– seguir afirmando, dogmáticamente, que en las
obligaciones de resultado se “asegura” la obtención de un determinado hecho u objetivo sin resquicio
ninguno para la diligencia del deudor en su profesión o especialidad?
37 - Conf. Mazeud, Henri; Mazeaud, León; Tunc, André, Tratado teórico y práctico de la responsabilidad civil
delictual y contractual, trad. Santiago Sentís Melendo, Buenos Aires, Ediciones Jurídicas Europa-América,
1977, t. I, pág. 129.
38 - Conf. Saux, Edgardo, Criterios actuales en materia de factores objetivos de atribución de
responsabilidad, en Saux, Edgardo I.; Muller, Enrique C., Responsabilidad..., pág. 298. El tema, por
supuesto, es de importancia capital y ha resultado profundamente debatido, así en doctrina como en
jurisprudencia. De hecho, bien puede decirse que por sus aguas han navegado las múltiples discusiones
suscitadas a raíz del Proyecto de Código Civil de 1998 y las diversas y recientes propuestas de modificación
al Derecho privado patrio. Siendo ésta la envergadura del asunto, queda claro que no es posible acometer,
en este trabajo –siquiera brevemente– un análisis del tópico. Para un reciente y muy interesante opúsculo
sobre la cuestión (sin perjuicio de la profusa literatura existente al respecto), conf. Ghersi, Carlos, ¿Existe
más de un factor objetivo de atribución: riesgo creado y/o obligación de seguridad?, Revista de Derecho de
Daños, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2007-1, mayo de 2007, págs. 33/52.
39 - Obsérvese, a todo evento, que admitir la solución contraria podría llevar al absurdo de pensar que
importantes sectores de la actuación de los administradores societarios (caracterizados por la existencia de
obligaciones de resultado) quedaren regidos por las reglas de la responsabilidad objetiva, cuando ello
aparece a todas luces inconciliable con la dinámica y proyección de la gestión societaria (conf. Calcaterra,
Gabriela S., La responsabilidad civil en los grupos de sociedades, Buenos Aires, Ábaco, 2007, pág. 176).
Tan es ello así que, aun en situaciones donde se ponen en juego intereses que hacen al bien común e
interés general y que, así pues, revisten un cariz eminentemente “publicístico” –como acontece, verbigracia,
en materia tributaria–, no es procedente la atribución objetiva de responsabilidad y sí es necesaria la
existencia de algún tipo de reproche subjetivo respecto de los administradores en su carácter de
realizadores indirectos del hecho imponible previsto en la ley 11.683 (conf. CS, 10-2-70, “Monasterio Da
Silva, Ernesto”, DF, XX-A, pág. 409).
4 - Utilizamos –y utilizaremos en lo sucesivo– la terminología clásica en la materia a los fines de un más fácil
y ameno abordaje del texto. Sin perjuicio de ello, justo es destacar que la clasificación en estudio ha sido
objeto de nomenclaturas diversas, a saber: a) obligaciones “generales de diligencia y prudencia” y
“obligaciones determinadas”; b) obligaciones “de actividad” y obligaciones “de resultado final”; c)
obligaciones “de medios” y obligaciones “de fines” (conf. Mosset Iturraspe, Jorge, Responsabilidad por
daños, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 1998, t. II, pág. 69).
40 - “Es ampliamente justificado que los directores de sociedades anónimas no estén sujetos a obligaciones
de resultado, sino a obligaciones de medio. Que estuvieran sujetos a aquéllas importaría ser poco realista,
en perjuicio del interés público. Restaría espíritu de empresa a los directores si paso a paso hubieran de
someter a revisión sus actuaciones en función del acierto final del negocio y quedar eventualmente
expuestos a graves sanciones la falta de éxito” (Carey, Guillermo B., De la sociedad anónima y la
responsabilidad civil de los directores, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1993, pág. 144). Si bien
emplazada en el ámbito del derecho societario chileno, la fundamentación es plenamente transpolable a
nuestro ordenamiento. Se trata, en definitiva, de evitar enlodar, irrazonablemente, “las dosis de imaginación
y audacia que constituyen ingredientes necesarios para el progreso de la empresa” (Vítolo, Daniel R.,
Responsabilidad de los administradores de sociedades comerciales, Buenos Aires, Legis, 2007, pág. 8).
41 - Conf. Rivera, Julio C., Responsabilidad de los administradores sociales (Necesidad de repensar sus
alcances), Buenos Aires, JA-80º aniversario, 1998, pág. 389; Vítolo, Daniel R., Responsabilidad..., pág. 6;
Junyent Bas, Francisco, Responsabilidad civil de los administradores societarios, Córdoba, Advocatus, 1998,
pág. 53; Richard, Efraín H., Los administradores societarios y la insolvencia, RDCO, año 38, 2003, págs. 553

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y 568; Otaegui, Julio C., Administración societaria, Buenos Aires, Astrea, 1978, pág. 371; Gagliardo,
Mariano, Responsabilidad de los directores de sociedades anónimas, 2ª ed., Buenos Aires, Abeledo-Perrot,
1994, pág. 549; Verón, Alberto, Ley de sociedades comerciales. Anotada, comentada y concordada, Buenos
Aires, Astrea, 2007, t. 3, pág. 214; Balbín, Sebastián, Acción social de responsabilidad contra el directorio,
Buenos Aires, Ad-Hoc, 2006, pág. 22; García Tejera, Norberto J., Deberes de conducta de los directores de
S.A. Tratamiento en las sociedades cerradas y en las sociedades del inc. 1 del art. 299, El directorio en las
sociedades anónimas. Estudios en Homenaje al Profesor Consulto Dr. Carlos S. Odriozola, Buenos Aires,
Ad-Hoc, 1999, pág. 21; Pizarro, Ramón; Vallespinos, Gustavo, Instituciones..., pág. 600. En jurisprudencia,
sin perjuicio de numerosos fallos anteriores y posteriores partícipes de este criterio (ora tácita ora
expresamente), conf. CNCom., sala D, 2-4-84, “Álvarez, Manuel c. Guezeui, Julio”, LL, 1985-A-317.
42 - También es éste el criterio que ha predominado en calificados autores del Derecho español. Conf. Girón
Tena, José, La responsabilidad de los administradores de las sociedades anónimas en el Derecho Español,
Anuario de Derecho Civil, Madrid, abril-junio 1959, pág. 447 (cit. en Díaz Etchegaray, José Luis, Deberes y
responsabilidad de los administradores de sociedades de capital, 2ª ed., Madrid, Thomson-Aranzadi, 2006,
pág. 98, nota 41); Alonso Ureba, Alberto, Presupuestos de la responsabilidad, Revista de Derecho Mercantil,
nº 198, octubre-diciembre 1990, Madrid, pág. 686; Díaz Etchegaray, José Luis, Deberes y responsabilidad...,
págs. 98 y 99; Cabanillas Sánchez, Antonio, Las obligaciones de actividad y de resultado, Barcelona, Bosch,
1993, pág. 119.
43 - Conf. Díaz Etchegaray, José Luis, Deberes y responsabilidad..., pág. 97.
44 - Apresurémonos a dejar aclarado que el campo de actuación de las obligaciones de resultado
“fragmentarias” de los administradores societarios se ciñe a la esfera de las relaciones internas o
intrasubjetivas –esto es, las que se anudan entre los socios y la sociedad o entre los socios entre sí (conf.
Gagliardo, Mariano, Administración y representación de sociedades comerciales, Buenos Aires, LexisNexis,
2007, pág. 5)– y no al, indudablemente más amplio, elenco de daños causados en las relaciones
intersubjetivas o externas, terreno gobernado por las reglas de la responsabilidad aquiliana y donde los
terceros afectados, a salvo situaciones especiales –v. gr., responsabilidad fiscal (ver, ut infra, nota nº 56, in
fine)–, deberán acreditar la culpa o el dolo de los administradores. Allende dicha puntualización, en
cualquiera de las esferas de responsabilidad en que nos ubiquemos, será indispensable –genéricamente– la
acreditación de la autoría, la antijuridicidad, el daño, la imputabilidad y el nexo de causalidad suficiente, esto
es, de los presupuestos de toda acción resarcitoria (conf. Nissen, Ricardo A., Curso de Derecho Societario,
Buenos Aires, Ad-Hoc, 1998, pág. 481).
45 - “Aun cuando sea cierto que hay un alto grado de ‘obligaciones de medio’ en el abanico de deberes que
el legislador ha puesto en cabeza del director de sociedades anónimas, no es menos cierto que hay
importantísimas obligaciones de resultado dentro de dicho plexo, como la de efectuar las inscripciones que
correspondan en el Registro Público de Comercio (arts. 10, 60 y concs., LSC), confeccionar la
documentación contable a que se refieren los arts. 61 y sigs. de la ley, presentarle a la asamblea los estados
contables anuales para su aprobación (art. 234, LSC), y muchas otras que sería interminable enumerar. En
todos estos casos, y en otros análogos, si el director no cumple sus obligaciones no hay que demostrar la
existencia de culpa de su parte, porque el objetivo concreto al que estaba orientado su programa de
prestación no fue alcanzado” (Martorell, Ernesto E., Los directores..., pág. 394). Con similar temperamento,
conf. Roitman, Horacio, Ley de Sociedades Comerciales. Comentada y anotada, Buenos Aires, LL,
2006-IV-553 y 554.
46 - El tema de la naturaleza de las obligaciones de los administradores societarios según la génesis de las
mismas (responsabilidad contractual o extracontractual) escapa al marco cognoscitivo de este trabajo. Sin
perjuicio de ello –y de que un análisis pormenorizado de este tópico quedará para otra ocasión– estamos
persuadidos de que la naturaleza de la relación que liga a los administradores con el ente societario (exista o
no “técnicamente” un contrato) se enanca en el orbe de la responsabilidad por “incumplimiento obligacional”
(con la extensión que le hemos dado a esta denominación, ut supra, en la notas nº 7 y 15) dada la
configuración de un deber determinado de no dañar tanto en la faz subjetiva como objetiva y que vuelve
imposible el encuadramiento en la esfera aquiliana. Sobre el punto, conf. Junyent Bas, Francisco,
Responsabilidad..., págs. 27, 137/146 y 152/156.
47 - Y es que, en efecto, vista la cuestión in totum es obvio que (y no puede más que concluirse en ello) los
deberes de los administradores societarios suponen obligaciones de medios. El nudo gordiano del asunto,

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sin embargo, finca en reparar que son múltiples y variadas las obligaciones que surgen para el administrador
al vincularse con la compañía y que, así entonces, es necesario autonomizar y colocar en andariveles
separados los distintos deberes a su cargo, confiándoles –por tanto– un tratamiento judicial diferenciado.
48 - Incluso el médico o el abogado tienen obligaciones de resultado, como por ejemplo (en lo que es común
a ambas profesiones), guardar el secreto profesional. Por lo demás, el abogado debe presentar el recurso en
término, apelar las resoluciones que sean adversas, asistir a las audiencias que se le fijen, presentar las
pruebas que tenga en su poder, no dejar perimir la instancia. Son todas obligaciones de resultado en las
cuales la falta de culpa no exime. Lo mismo acontece con el médico, que debe concurrir al quirófano el día y
hora señalados para la operación, leer los análisis, radiografías o estudios, que pide al paciente, higienizarse
antes de empezar la operación. Son las obligaciones de resultado “fragmentarias” o “parciales” que existen
en toda obligación de medios, dentro de la convención global de la prestación convenida y asumida (conf.
López Herrera, Edgardo, Teoría general de la responsabilidad civil, Buenos Aires, LexisNexis, 2007, pág.
542). En similar sentido, conf. Trigo Represas, Félix A., Responsabilidad civil del abogado, Buenos Aires,
Hammurabi, 1996, págs. 142 y 143. Una aclaración necesaria: el fraccionamiento descrito no recae sobre la
estructura de la obligación en sí misma, sino sobre el plexo obligacional dimanante de la causa-fuente (v. gr.,
contrato) y que, según ya vimos, se compone de: a) obligaciones principales; b) obligaciones accesorias y c)
deberes secundarios de conducta. Ello implica que sea incorrecto hablar en estos casos de “obligaciones de
medios-objetivas” –como, sin embargo, se ha hecho (conf. Prevot, Juan M., Obligaciones de medios y de
resultado. Revisión crítica de la clasificación, LL, 2007-B-855)– toda vez que, en rigor de verdad, la
cohabitación entre obligaciones de medios y obligaciones de resultado “fragmentarias” se produce dentro de
la esfera del plexo obligacional nacido del contrato y no dentro de cada relación obligacional singularmente
considerada.
49 - Para un panorama actual del contexto fáctico que rodea el conflicto societario en la Argentina, conf.
Martorell, Ernesto E., Deviene imprescindible modificar los criterios actuales de interpretación y resolución
del conflicto empresario (societario, concursal o contractual) por parte de la justicia comercial argentina, ED,
217-904 y 905.
5 - Estimamos trasladables las reflexiones y conclusiones vertidas en este trabajo al ámbito de las
sociedades anónimas que recurren al ahorro público. Ello, claro está, no va en desmedro de las significativas
diferencias que existen entre los deberes a cargo de los administradores de sociedades anónimas cotizadas
y aquellos a cargo de los administradores de sociedades anónimas cerradas o sociedades de
responsabilidad limitada, máxime teniendo en cuenta el influjo –mundial– de los principios del buen gobierno
corporativo (“Corporate Governance”) a través de la conocida ley “Sarbanes-Oxley” en los EE.UU. y, en
nuestro país, antes, a través del decreto 677/01, con la intensificación del deber de lealtad que todo este
movimiento ha supuesto (conf. Vítolo, Daniel R., Corporate Governance en la nueva dinámica societaria a
partir de la Sarbanes Oxley Act de los Estados Unidos. Difusión y reflexiones, en Embid Irujo, José M.;
Vítolo, Daniel R. [Dirs.], Sociedades comerciales. Los administradores y los socios. Gobierno corporativo,
Sante Fe, Rubinzal-Culzoni, 2004, págs. 31 y 36) y las diferencias en los caminos procesales para
responsabilizar a los directores que existen (conf. Balbín, Sebastián, Sobre un nuevo tipo de acción
societaria de responsabilidad, RDCO, 2003, año 38, pág. 877 y sigs.). Para un estudio sobre la posibilidad
de transpolar al ámbito de las sociedades cerradas los principios del buen gobierno corporativo, conf.
Alegría, Héctor, Corporate Governance (El buen gobierno corporativo), La Ley, diario del 7-9-07, pág. 3.
50 - Por supuesto que en esta hipótesis puede resultar preferible para el socio afectado –antes que
adentrarse en el tortuoso camino de una acción de responsabilidad– promover la disolución de la entidad
con fundamento en la jurisprudencia que admite esta solución para casos de parálisis en la actividad social y
consiguiente imposibilidad de cumplir el objeto (art. 94, inc. 4º, LSC), por ejemplo, ante sociedades con
participaciones accionarias divididas en mitades iguales y conflicto insoluble y donde resulte imposible
ejercitar la exclusión del socio contumaz (conf. Richard, Efraín H.; Muiño, Orlando, Derecho Societario,
Buenos Aires, Astrea, 2004, pág. 307).
51 - Desde ya que, en casos como el reseñado, corresponderá endilgar responsabilidad, asimismo, a los
“directores de hecho” que, como es claro, desde las sombras, son quienes verdaderamente toman las
decisiones sociales. Empero, y en lo que aquí interesa, ello en modo alguno podría obstaculizar enderezar la
acción de responsabilidad contra aquellos “prestanombres” que –voluntaria y libremente– han aceptado
participar en el emprendimiento como administradores societarios.

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52 - Para casos como el reseñado, de estricto y total abandono de las funciones societarias que atañen a los
directores, bien se ha subrayado la total procedencia de la sanción de responsabilidad prevista en el art. 274
y sigs. de la LSC (conf. Nissen, Ricardo A., Ley de sociedades comerciales. Comentada, anotada y
concordada, Buenos Aires, Ábaco, 1998, t. IV, pág. 390). En jurisprudencia, sosteniendo que el abandono
que los directores hagan de sus funciones (v. gr., al no llevarse la contabilidad legal, no celebrarse reuniones
de directorio, no confeccionarse balances) constituye incumplimiento que –acreditado el daño– torna viable
la promoción de acciones de responsabilidad, conf. CNCom., sala D, 25-2-93, “Loschi, A. c. Chanel One
S.A.”, Doctrina societaria y concursal, Errepar, t. V, pág. 604; CNCom., sala B, 5-11-93, “Paramio, J. M. c.
Paramio y otros s/sumario”, ED, 156-121; CNCom., sala D, 10-9-92, “Phonotone Co. s/quiebra”, Doctrina
societaria y concursal, t. V, pág. 606 y sigs.; CNCom., sala B, 20-12-06, “Transportes Perpen S.A. s/quiebra
c. Ernesto Perpen y otros s/ordinario (acción de responsabilidad)”, Revista de Derecho Privado y
Comunitario, 2007-1, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, junio de 2007, pág. 559.
53 - Bien se ha resumido esta línea de pensamiento, en trabajo de reciente publicación, por parte de
calificada doctrina española: “Cuando la responsabilidad del administrador provenga de la infracción del
deber genérico de la diligencia con la que debe desempeñar su cargo, el demandante habrá de probar que
el administrador ha incurrido en culpa, precisamente porque no ha desempeñado el cargo con la diligencia
de un ordenado empresario o de un representante leal (art. 127.1, LSA), lo cual se habrá concretado en
unos determinados hechos o conductas que son contrarios a ese módulo legal, teniendo en cuenta la
naturaleza de las obligaciones o deberes que se imponen a los administradores y las circunstancias en las
que deben desarrollar sus funciones (conf. art. 1104, cód. civil). Estamos ante una obligación de medios, no
de resultado, en la que la prueba de la falta de deber genérico de diligencia tienda a probar el incumplimiento
de los administradores. Cuando la responsabilidad del administrador provenga del incumplimiento de
obligaciones específicas determinadas en la ley o en los Estatutos –y no simplemente del incumplimiento del
deber genérico con el que ha de desempeñar su cargo– bastará con que el demandante pruebe que el acto
dañoso es ‘contrario a la ley o a los Estatutos’ (conf. art. 133.1, LSA)” (Sánchez Calero, Fernando, Los
administradores en las sociedades de capital, Madrid, Civitas, 2005, pág. 307).
54 - Algún sector doctrinario, sin perjuicio de adherir al criterio que hemos nominado “tradicional” en la
materia, hace la salvedad de destacar que, trátese de obligaciones de medios o de resultado, en rigor de
verdad, la configuración de la culpa o el dolo en la actuación de los administradores acontecería in re ipsa,
razón por la cual tan sólo sería necesario para el socio-actor acreditar el nexo causal y el daño resarcible; la
prueba de la causación del perjuicio llevaría, así pues, implícito, el reproche subjetivo (conf. Junyent Bas,
Francisco, Responsabilidad..., pág. 75). Desde esta óptica, como es claro, pierde interés determinar en
cabeza de cuál de las partes del conflicto societario está el onus probandi del factor de atribución.
55 - Como bien lo ha destacado la jurisprudencia, la obligación de los directores con respecto a la
contabilidad social atañe a la necesidad de que la confección de los estados contables (balance general,
estado de resultados, estado de evolución del patrimonio neto y estado de flujo de efectivo, notas
complementarias, anexos) se ajuste a la legalidad y a sus funciones propias para con: a) los acreedores,
para que la fijación de las utilidades en el momento oportuno no disminuya la garantía de sus cobros
–interés que se extiende a la valuación de los bienes y clara fijación de los rubros–; b) los acreedores
partícipes en las utilidades; c) los accionistas, actuales y futuros (el ahorro público), para quienes satisface el
derecho a la información, individualmente y para que puedan cumplir su función en la asamblea (art. 234,
inc. 1º) (conf. CNCiv., Com. y de Familia de la 1ª Nominación de Río Cuarto, 16-8-00, “Lacasia, Graciela A. y
otro c. Maizco S.A.”; cit. en Senderovich, Isaac A.; Berenstein, Regina, Vademécum Director S.A. - Socio
gerente S.R.L., Buenos Aires, LL, 2006-922).
56 - Pueden, así pues, en lo que atañe a directores de sociedades anónimas –y siempre dentro del marco de
la LSC–, sindicarse como obligaciones de resultado: (i) la obligación de llevar al día los libros sociales; (ii) la
obligación de convocar a la asamblea dentro de los cuatro meses del cierre de ejercicio para que se
aprueben los estados contables (art. 234, in fine, LSC); (iii) la obligación de convocar a asamblea cuando se
tenga que renovar las autoridades; (iv) la obligación de instar y efectuar en el Registro Público de Comercio
las inscripciones correspondientes (conf. Roitman, Horacio, Ley de Sociedades..., págs. 553 y 554). Por
fuera del régimen de la LSC, bien pueden considerarse incluidas en este elenco las obligaciones asumidas
por los administradores de sociedades comerciales en su carácter de responsables por deuda ajena y
realizadores indirectos del hecho imponible dimanante de los arts. 6º, 7º y 8º de la ley 11.683 de impuesto a

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las ganancias. En efecto, y si bien ya nuestro Máximo Tribunal ha subrayado la imposibilidad de endilgar
responsabilidad de modo objetivo en estos casos (en el precedente “Monasterio Da Silva, Ernesto”), nada
impide que pueda concebirse la configuración de una presunción de culpa y, concomitantemente, la
existencia de una obligación de resultado en cabeza de los administradores societarios para tal hipótesis
(conf. Díaz Siero, Arístides; Blanco, Horacio, y otros, Procedimiento fiscal. Ley 11.683 y complementarias.
Análisis integral, Tesis, Buenos Aires, 1987 pág. 73; cit. en Tupa, Fernando A., Acerca de la responsabilidad
tributaria de los directores de las sociedades anónimas, JA-LexisNexis, 12-10-05, fasc. 2, 2005-IV, pág. 20,
nota 64). Para un desarrollo pormenorizado de la responsabilidad impositiva de los directores de sociedades
anónimas y su estado actual, conf. Vítolo, Daniel R., Responsabilidad..., págs. 491/547.
57 - Obligaciones éstas que, claro está, habrán de ponderarse a la luz del cartabón del art. 59 de la LSC,
que –según es conocido– estatuye que los administradores y representantes de la sociedad deberán
conducirse con la “lealtad y la diligencia de un buen hombre de negocios” y que supone, ciertamente, una
responsabilidad profesional ya que implica capacidad técnica, experiencia, conocimientos (conf. Halperín,
Isaac; Otaegui, Julio C., Sociedades anónimas, Buenos Aires, Depalma, 1998, pág. 549).
58 - Dicho de otro modo: ¿en qué medida la aleatoriedad ínsita en toda gestión empresaria (que justifica y
explica la virtualidad misma de las obligaciones de medios) incide sobre esta clase de recaudos formales?
59 - Con respecto a la responsabilidad de los administradores por violación de esta clase de obligaciones,
resulta fundamental insistir –en sede del presupuesto de la antijuridicidad– que tan ilícito es aquel accionar
directorial consistente en un hecho positivo como aquel caracterizado por una sucesión de omisiones que
culminan en la ruina de la sociedad (conf. Richard, Efraín, Responsabilidad del directorio por omisión [no
liquidarla ni presentarla en concurso y no llevar contabilidad en forma], Revista de las Sociedades y
Concursos, nº 43, año 9, nov./dic. 2006, pág. 130).
6 - Para un análisis acerca de la incidencia y aplicación del juicio de razonabilidad (arts. 28 y 33, CN) en el
orbe del Derecho privado patrimonial, conf. Vasquez Ferreyra, Roberto A., La razonabilidad en el derecho de
las obligaciones, en Ameal, Oscar J. (Dir.) - Tanzi, Silvia Y. (Coord.), Obligaciones y contratos en los albores
del siglo XXI. Homenaje al Profesor Doctor Roberto M. López Cabana, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 2001,
pág. 429 y sigs.
60 - Tal es ello así que viene acrecentándose en nuestro país la práctica de contratar seguros por parte de
directores (esencialmente externos) para poner a resguardo su responsabilidad civil, tributaria y ambiental.
En ese contexto, cada vez más directores recurren a los denominados seguros D&O (Directors and Officers),
conocidos de ordinario en los EE.UU., y que comienzan a serlo en nuestro país a raíz de la mayor
exposición que ha implicado la emisión de Obligaciones Negociables en bolsas extranjeras y la
familiarización de ejecutivos foráneos en la adopción de los mismos (conf. Ensinck, Gabriela, “La hora de los
directores externos”, en Supl. Management & Recursos Humanos, El Cronista Comercial, 3-9-07, pág. 2).
Por supuesto que la traslación de esta práctica foránea a nuestro sistema no ha estado desprovista de
problemas, máxime teniendo en cuenta que en la mayoría de los casos el mecanismo de articulación resulta
ser la traducción integral –y sin cortapisas– de formularios norteamericanos. Ello implica que algunas de las
habituales situaciones excluidas de la cobertura, si bien pueden ser de poca significación para los
asegurados en un régimen societario como el de los EE.UU., claramente pueden no serlo en nuestro
ordenamiento (conf. Sobrino, Walter A., Seguros para Directors & Officers: ventajas e inconvenientes. Un
breve análisis desde la perspectiva de los directores y gerentes, Jornadas Nacionales de Derecho Societario
en Homenaje al Profesor Enrique M. Butty, Buenos Aires, Mac Tomas, 2007, pág. 345). Es lo que ocurre,
particularmente, con la exclusión de la póliza de los reclamos laborales desde que resulta conocida la cada
vez más arraigada tendencia de nuestros tribunales laborales a extender la responsabilidad por empleo
informal a los directores (también a los externos) con base en el art. 54.3 de la LSC.
61 - Conf. Araya, Miguel, Las transformaciones en el derecho societario, RDCO, 2003, año 38, pág. 318.
62 - Conf. Araya, Tomás, Los deberes de los directores de sociedades anónimas, la delegación de funciones
y la responsabilidad, ED, 207-710.
63 - Y es que, si es cierto que a través de la responsabilidad solidaria estatuida en su art. 274 la LSC, más
que mirar con disfavor, directamente “castiga” a los directores de asiento (conf. Balbín, Sebastián, Acción
social..., pág. 41), ¿de qué justicia sería –además– poner a su cargo obligaciones de resultado?
64 - Conf. Nissen, Ricardo A., Ley de sociedades..., cit., t. 4, pág. 373.
65 - Conf. Escuti, Ignacio, Sociedades, Buenos Aires, Astrea, 2007, pág. 294.

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66 - Conf. Vítolo, Daniel R., Responsabilidad..., cit., pág. 10.
67 - El Anteproyecto de Modificación a la ley 19.550 del año 2003, ciertamente, mejora la situación al
incorporar un segundo párrafo al art. 274 de la LSC, en el cual se reconoce que la imputación de
responsabilidad se efectuará atendiendo la actuación personal y que la solidaridad regirá sólo entre los
responsables, precisándose, en adición, que de los directores sin funciones asignadas –ya sea temporales o
permanentes– serán responsables por omisión en los deberes de vigilancia general de la gestión
empresarial (conf. Matta y Trejo, Guillermo, Necesidad de adecuar el régimen de responsabilidad del
directorio de la anónima a la realidad de la organización empresaria, en Vítolo, Daniel R. [Dir.], Cuestiones
de Derecho Societario. Homenaje a Horacio P. Fargosi, Buenos Aires, Ad-Hoc, 2004, pág. 362, nota nº 4).
68 - Conf. CNCom., sala A, 17-5-02, “Rodríguez, Adriana M. y otro c. Bóveda, Carlos H. y otro s/ordinario”,
LL, 2003-A-842; IMP, 2003-A-1475.
69 - Cabe recordar aquí la pertinencia (y así lo hicieron los actores en el precedente sub examine) de las
acciones previstas en la LSC para cuestionar a los integrantes del órgano de administración por un manejo
desordenado y arbitrario –cuando no inexistente– de la contabilidad social toda vez que el instituto –si se
quiere, “vecino”, a esos efectos–de la rendición de cuentas del art. 68 del cód. de comercio no se
compadece con la subjetividad diferenciada de las sociedades y los conflictos en su seno existentes (conf.
Curá, José María, ¿Rendición de cuentas o presentación de estados contables?, LL, 1995-C-592).
7 - La tradicional clasificación de las fuentes de las obligaciones bien puede –y debe– ser reconducida al
criterio unidimensional de ponderar que, en todos y cada uno de los casos (v. gr., voluntad unilateral, gestión
de negocios ajenos, contratos, enriquecimiento sin causa, hechos ilícitos, obligaciones ex lege, etc.) siempre
existe una particular situación de la realidad fáctica a la cual –por su naturaleza propia y razones de política
legislativa– el ordenamiento confiere virtualidad generadora de relaciones obligacionales (conf. Pizarro,
Ramón; Vallespinos, Carlos G., Instituciones..., cit., t. 1, págs. 159 y 168). A mayor abundamiento, conf. Boffi
Boggero, Luis María, Tratado de las Obligaciones, Buenos Aires, Astrea, 1988, t. 1, págs. 103/106.
70 - JNCom., Nº 21, Sec. 42, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a cargo entonces (y ahora) del Dr. Germán
Páez Castañeda.
71 - “El comportamiento contrario a esos parámetros, tratándose de una obligación de naturaleza contractual
–sui generis–, como ya se señalara, genera su responsabilidad aun en supuestos de negligencia, sin que
sea necesario comprobar la existencia de dolo, abuso de sus facultades o culpa grave que pudiera
ocasionar, no pudiendo soslayarse la relevancia que adquiere, en lo que es de interés a las cuestiones
traídas a consideración de esta alzada, para conducir al cumplimiento del interés social, la preparación de
los balances y demás estados contables conforme a los arts. 63 y sigs.; llevar la contabilidad y libros
sociales de acuerdo al art. 61 y convocar la asamblea ordinaria dentro de los 120 días –rectius: cuatro (4)
meses– de cerrado el ejercicio (conf. arts. 159, 234 y 236, ley de sociedades comerciales). Y aun de no
compartir dicho carácter, atento a la variedad del criterio que surge de la doctrina, se arribaría –en orden a la
carga de la prueba– a la misma conclusión, de aceptar que tanto en los supuestos de responsabilidad
contractual como en los de la extracontractual resulta válida la distinción entre los deberes de ‘medio’ y de
‘resultado’ ya que considero, sin el menor margen de duda, que en las citadas obligaciones resulta
insuficiente que el deudor adopte los medios aptos para alcanzar el resultado, sino que éste integra el objeto
de la obligación” (la bastardilla nos pertenece).
72 - “Y si bien entiendo que las obligaciones de los directores resultan preponderantemente de ‘medios’, una
conducta ‘diligente’ –o sea sólo encaminada a un resultado satisfactorio, pero aleatorio del acreedor–, debe
reconocerse que pesan sobre ellos, también otras que le son impuestas por el propio ordenamiento legal
que resultan, incuestionablemente, obligaciones de ‘resultado’ en las que se asegura el logro del objeto
esperado y no sólo lo obligan a poner de su parte los medios aptos para tal cometido (efectuar las
inscripciones pertinentes, llevar una contabilidad legal, convocar asamblea ordinaria) (arts. 10, 60, 61 y sigs.,
157, 159, 234 y concs., ley 19.550)”.
73 - Cabe dejar planteado –bien que para otra oportunidad– el interrogante acerca de si las conclusiones
vertidas respecto de los integrantes del órgano de administración societaria son trasladables a otros órganos
de la compañía (v. gr., sindicatura). Enlazado a ello, huelga recordar que el decreto 677/01, en su art. 15, ha
incorporado a la estructura del directorio de las sociedades anónimas que hacen oferta pública de sus
acciones (salvo las calificadas como PyMEs) al “Comité de Auditoría”, suerte de “sub-órgano” con control no
sólo de legalidad sino también de gestión y que, por tanto, como bien se ha destacado “va más allá de la

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sindicatura y del consejo de vigilancia” (Barreira Delfino, Eduardo, Naturaleza del Comité de Auditoría, en
Primeras Jornadas de Derecho Comercial. Homenaje al Dr. Osvaldo Gómez Leo, Buenos Aires, Universidad
Austral, 13 de septiembre de 2007), rigiéndose su responsabilidad –en lo que aquí interesa– por idénticas
reglas que las propias de los directores de toda sociedad por acciones. La resolución 400 de la Comisión
Nacional de Valores complementa el elenco de funciones a cargo del Comité de Auditoría fijado por el
decreto 677/01, a cuya lectura remitimos en honor a la brevedad.
74 - Para las posibles especificaciones en materia de obligaciones de los administradores que pueden
establecerse a través de los Reglamentos, conf. Marinelli, José Luis, Reglamentos internos de las
sociedades comerciales, Buenos Aires, Ad-Hoc, 2007, págs. 62/64.
75 - Esta necesidad de emplazar bajo carriles autónomos las obligaciones de medios de las –puntuales y
específicas– obligaciones de resultado a cargo de los administradores societarios explica que no se haya
hecho mención, hasta el momento, de la conocida “regla de la discrecionalidad” (businness judgement rule),
vigente en varios de los Estados de los EE.UU. (fundamentalmente en el de Delaware) y de la corriente
doctrinaria que preconiza su adopción en nuestro sistema (por todos, conf. Rovira, Alfredo L.,
Responsabilidad por gestión empresaria, LL, 2005-E-1137). Según este postulado, los jueces no pueden
intervenir en el manejo interno de la compañía ni modificar sus políticas de gestión aunque las decisiones
adoptadas por sus administradores no hubieren sido muy acertadas o se encontrare probado que otra
determinación hubiera arrojado mejor suerte al emprendimiento, pues –en cualquier caso– cabe presumir
que las ganancias de los inversionistas serán, por regla, mucho menores si las decisiones societarias se
sujetan a un escrutinio judicial (conf. Reyes Villamizar, Francisco, Derecho Societario en los Estados Unidos.
Introducción comparada, Bogotá, Legis, 2005, pág. 167). La línea argumental que sostenemos no se ve
erosionada, en lo sustancial, por el influjo de esta teoría. De hecho, adhiera o no nuestra jurisprudencia a
esta visión, lo cierto es que ella –en cualquier caso– demarca las pautas a seguir al momento de tener que
determinarse –en cada caso concreto– si los administradores han actuado o no siguiendo el cartabón del art.
59 de la LSC en la dirección de los negocios sociales y, según el criterio que propugnamos, si el
incumplimiento versa sobre las obligaciones de resultado “fragmentarias” no habrá necesidad para el socio
actor de acreditar el reproche subjetivo. A todo evento, quedaría circunscripta la cuestión al campo de la
prueba de la “no culpa”.
8 - Conf. Mosset Iturraspe, Jorge, Responsabilidad..., cit., pág. 11. Sin ánimo de adentrarnos en la ciclópea
tarea de diferenciar el concepto de “objeto del contrato” del de “objeto de la obligación”, se ha destacado que
las obligaciones juegan no sólo en la perspectiva de un análisis funcional –efectos– del contrato, sino
también en la de un análisis estructural –objeto– del mismo (conf. Lorenzetti, Ricardo L., Tratado de los
contratos. Parte general, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2004, pág. 377).
9 - Se ha definido a los deberes secundarios de conducta –“deberes accesorios” (Nebenpflichten) en el
Derecho alemán– como aquellos comportamientos que, si bien no se concretan de manera inmediata en la
prestación misma, le sirven de apoyo e implican una cooperación que la hace idónea para el logro del fin a
que se dirige (conf. Díez Picazo, Luis, Fundamentos del derecho civil patrimonial. Las relaciones
obligatorias, Madrid, Civitas, 1996, t. II, pág. 118).

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