La responsabilidad social de la empresa es incrementar sus beneficios
Cuando oigo a empresarios hablando de manera elocuente sobre “las responsabilidades sociales de la empresa en un sistema de libre empresa” me viene a la cabeza el maravilloso planteamiento de aquel francés que a sus 70 años descubrió que había estado hablando en prosa durante toda su vida. Los empresarios creen que están defendiendo la libre empresa cuando declaman que a la empresa no le preocupan “simplemente” los beneficios, sino también promover unos fines “sociales” deseables; que la empresa tiene una “conciencia social” y se toma en serio sus responsabilidades para crear empleo, eliminar la discriminación, evitar la polución y cualquier otra cosa que sea el reclamo de la cosecha contemporánea de reformistas. De hecho, están —o estarían si ellos o cualquier otro se les tomara en serio— predicando el más puro y genuino socialismo. Los empresarios que hablan en estos términos son títeres involuntarios de las fuerzas intelectuales que han estado socavando las bases de una sociedad libre durante las últimas décadas. Las discusiones sobre “las responsabilidades sociales de la empresa” destacan por su imprecisión analítica y por su falta de rigor. ¿Qué significa decir que “la empresa” tiene responsabilidades? Sólo las personas pueden tener responsabilidades. Una corporación es una persona artificial, y en este sentido puede tener responsabilidades artificiales, pero no puede decirse que “la empresa” en su conjunto tiene responsabilidades, ni siquiera en este sentido vago. El primer paso hacia la claridad al examinar la doctrina de la responsabilidad social de la empresa es preguntar de manera precisa qué implica y para quién. Supuestamente, los individuos que deben ser responsables son los empresarios, es decir, los propietarios individuales o los ejecutivos corporativos. La mayor parte del debate sobre la responsabilidad social va dirigido a las corporaciones, de modo que en adelante dejaré de ocuparme mayormente de los propietarios individuales y hablaré de los ejecutivos corporativos. En un sistema de libre empresa y de propiedad privada, un ejecutivo corporativo es un empleado de los propietarios de la empresa, y tiene una responsabilidad directa para con sus empleadores. Esta responsabilidad es dirigir la empresa con arreglo a los deseos de los mismos, que por lo general serán ganar tanto dinero como sea posible ajustándose a las normas básicas de la sociedad, tanto las plasmadas en las leyes como las plasmadas en las costumbres éticas. Por supuesto, en algunos casos sus empleadores puede que tengan un objetivo distinto. Un grupo de personas podría crear una corporación con un objetivo caritativo, como por ejemplo un hospital o una escuela. El gerente de una corporación de este tipo no tendrá como objetivo obtener beneficios monetarios, sino prestar determinados servicios. Tanto en un caso como en el otro, el punto clave es que, en su condición de ejecutivo corporativo, el gerente es el agente de los individuos que son los propietarios de la corporación o que crean la institución caritativa, y su responsabilidad básica es para con ellos. Ni que decir tiene que ello no significa que sea fácil juzgar hasta qué punto el ejecutivo corporativo está desempeñando bien su cometido. Sin embargo, por lo menos el criterio del rendimiento está claro, y las personas entre las que existe un acuerdo contractual voluntario están claramente definidas. Por supuesto, el ejecutivo corporativo es también una persona en su propio derecho; y, como tal, puede que tenga muchas otras responsabilidades que reconozca o asuma de manera voluntaria: para con su familia, su conciencia, sus sentimientos de caridad, su iglesia, sus clubes, su ciudad, su país. Puede que se sienta obligado por dichas responsabilidades a dedicar parte de sus ingresos a causas que considera respetables, a rechazar trabajar para ciertas corporaciones, e incluso a abandonar su trabajo, por ejemplo, para incorporarse al ejército de su país. Si lo deseamos, podemos referirnos a algunas de estas responsabilidades como “responsabilidades sociales”. Sin embargo, en este sentido el ejecutivo corporativo está actuando como principal, y no como agente; está gastando su propio dinero o tiempo o energía, y no el dinero de sus empleadores o el tiempo o la energía que por contrato se ha comprometido a dedicar a los objetivos de los mismos. Si esto son “responsabilidades sociales”, son las responsabilidades sociales de los individuos, no de la empresa. ¿Qué significa decir que el ejecutivo corporativo tiene una “responsabilidad social” en su condición de empresario? Si esta afirmación no es pura retórica, entonces ello debe significar que el ejecutivo corporativo tiene que actuar de algún modo que no sea en interés de sus empleadores. Por ejemplo, que debe abstenerse de incrementar el precio del producto con el fin de contribuir al objetivo social de impedir la inflación, aunque un incremento de precio fuera en beneficio de los mejores intereses de la corporación. O que debe realizar una serie de gastos para reducir la polución por encima de la cantidad que constituye los mejores intereses de la corporación o de lo que exige la ley con el fin de contribuir al objetivo social de mejorar el medio ambiente. O que, a expensas de los beneficios corporativos, debe contratar a unos indeseables en paro en vez de a unos trabajadores disponibles más cualificados para contribuir al objetivo social de reducir la pobreza. En cada uno de estos casos, el ejecutivo corporativo estaría gastando el dinero de otra persona en beneficio de un interés social general. En la medida en que sus acciones con arreglo a su “responsabilidad social” reducen las ganancias de los grupos de interés, se está gastando el dinero de los mismos. En la medida en que sus acciones incrementan el precio para los clientes, se está gastando el dinero de los clientes. En la medida en que sus acciones reducen los salarios de algunos empleados, se está gastando el dinero de los mismos. Los grupos de interés o los clientes o los empleados podrían gastarse por separado su propio dinero en la acción particular si desearan hacerlo. El ejecutivo está ejerciendo una “responsabilidad social” distinta, en vez de servir como agente de los grupos de interés o de los clientes o de los empleados, sólo si se gasta el dinero de manera distinta a como éstos se lo hubieran gastado. Sin embargo, si el ejecutivo lo hace en realidad está cobrando unos impuestos, por un lado, y decidiendo cómo se gastará el rendimiento de dichos impuestos, por otro lado. Este proceso plantea cuestiones políticas a dos niveles: el principio y las consecuencias. A nivel del principio político, cobrar impuestos y gastarse el rendimiento de los mismos son funciones gubernamentales. Hemos establecido disposiciones constitucionales, parlamentarias y judiciales muy elaboradas para controlar dichas funciones, para garantizar que los impuestos se cobran en la medida de lo posible con arreglo a las preferencias y los deseos del público —al fin y al cabo, “la fiscalidad sin representación” fue uno de las consignas de la Revolución Americana. Tenemos un sistema de comprobaciones y de balanzas para separar la función legislativa de cobrar impuestos y promulgar gastos de la función ejecutiva de cobrar los impuestos y administrar los programas de inversión y de la función judicial de mediar en las disputas e interpretar la ley. Aquí el empresario —ya sea autoseleccionado o nombrado directamente o indirectamente por los grupos de interés— debe actuar simultáneamente como legislador, ejecutivo y jurista. Debe decidir a quién cobrar un impuesto, en qué cuantía y con qué objetivo, y debe gastarse el rendimiento de dicho impuesto, todo ello guiándose únicamente por las exhortaciones generales para contener la inflación, mejorar el medio ambiente, combatir la pobreza, etc., etc. Toda la justificación para permitir que el ejecutivo corporativo sea seleccionado por los grupos de interés es que el ejecutivo es un agente que sirve los intereses de su principal. Esta justificación desaparece cuando el ejecutivo corporativo cobra impuestos y se gasta el rendimiento de los mismos para fines “sociales”. Se convierte entonces, en efecto, en un empleado público, en un funcionario, a pesar de que nominalmente siga siendo un empleado de una empresa privada. Por principio político, es intolerable que tales funcionarios públicos —en la medida en que sus acciones en nombre de la responsabilidad social sean reales y no sólo pura fachada— deban seleccionarse tal como se hace actualmente. Si deben ser funcionarios, entonces deben ser seleccionados mediante un proceso político. Si deben cobrar impuestos y realizar gastos para favorecer objetivos “sociales”, entonces debe crearse una maquinaria social para valorar los impuestos y determinar mediante un proceso político los objetivos que hay que servir. Éste es el motivo básico por el cual la doctrina de la “responsabilidad social” implica la aceptación de la visión socialista según la cual son los mecanismos políticos, y no los mecanismos de mercado, la manera apropiada de determinar la asignación de recursos escasos a usos alternativos. Debido a las consecuencias que de ello se derivan, ¿puede en realidad el ejecutivo corporativo cumplir sus supuestas “responsabilidades sociales”? Por otra parte, supongamos que se le permitiera gastarse el dinero de los grupos de interés o de los clientes o de los empleados. ¿Cómo puede saber cómo debe gastárselo? Se le dice que debe contribuir a combatir la inflación. ¿Cómo puede saber qué acción suya contribuirá a tal fin? Se supone que es un experto en dirigir su empresa, en producir o vender un producto o en financiarlo. Sin embargo, nada en su selección le convierte en un experto en inflación. ¿Comportará su reducción del precio de su producto una reducción de la presión inflacionista? ¿O, al dejar más poder de gasto en manos de sus clientes, simplemente la desviará hacia otra parte? ¿O, al forzarle a producir menos como consecuencia del precio más bajo, contribuirá simplemente a la escasez? Aunque el ejecutivo corporativo pudiera responder a estas preguntas, ¿hasta qué punto puede justificar la imposición de un coste a sus grupos de interés, clientes y empleados para este objetivo social? ¿Cuál es su proporción apropiada y cuál es la proporción apropiada de los demás? Y, tanto si lo desea como si no, ¿se le puede consentir que se gaste el dinero de sus grupos de interés, de sus clientes o de sus empleados? ¿No van a despedirle los grupos de interés? (Ya sean los actuales o los que ocupen su lugar cuando las acciones del ejecutivo corporativo en nombre de la responsabilidad social hayan reducido los beneficios de la corporación y el precio de sus acciones). Sus clientes y sus empleados pueden abandonarle por otros productores y empleadores menos escrupulosos en el ejercicio de sus responsabilidades sociales. […]