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la democracia constitucional
Por James M. Buchanan y Gordon Tullock
Así pues, en todos los asuntos humanos uno se da cuenta, si los examina de cerca,
de que es imposible eliminar un inconveniente sin que surja otro .... Por lo tanto, en
todas las discusiones hay que considerar qué alternativa conlleva menos
inconvenientes y adoptarla como la mejor opción, pues nunca se encuentra una
cuestión clara que no pueda cuestionarse.
Está claro que los costes relevantes de los que nos ocuparemos sólo pueden
reducirse a cero en una proporción relativamente pequeña de todas las
actividades humanas. Sólo es posible eliminar todos los efectos externos de un
pequeño subconjunto de las diversas actividades en las que participan los seres
humanos. Además, incluso cuando es posible eliminar todos los efectos externos
que intervienen en la organización de una actividad, rara vez, o nunca, será
racional que el individuo busque este estado de cosas debido a los costes de toma
de decisiones que se introducirán. No obstante, la minimización de estos costes
relevantes -costes externos más costes de toma de decisiones- es un objetivo
adecuado para la organización social o política. Proponemos llamar a esta suma
de costes externos y costes de decisión los costes de la interdependencia social,
o, para abreviar, costes de interdependencia, teniendo en cuenta que esta
magnitud se considera sólo en términos individuales. El individuo racional
debería intentar reducir estos costes de interdependencia a la cifra más baja
posible cuando considere el problema de realizar un cambio institucional y
constitucional.*49
Este valor único puede compararse con otros dos valores. En primer lugar, puede
compararse con los costes esperados de permitir una acción puramente
individualizada para organizar la actividad. En este caso, la totalidad de los
costes de interdependencia, tal como hemos definido este término, consistirá en
costes externos. En segundo lugar, podemos comparar los costes esperados de
organizar la actividad colectivamente con los costes esperados de una acción
puramente voluntaria, pero no necesariamente puramente individualizada. Si no
se introduce la acción colectiva, el comportamiento privado de los individuos
tenderá a asegurar que cualquier actividad se organizará de tal manera que se
minimicen los costes de interdependencia bajo esta restricción. Es decir, el más
"eficiente" de los dos métodos alternativos de organización tenderá a ser
adoptado en cualquier equilibrio institucional a largo plazo. En un sentido real,
por lo tanto, será necesario comparar los costes de interdependencia de la
organización colectiva sólo con el método más "eficiente" de organización
voluntaria, individual o cooperativa. Sin embargo, como mostrará el análisis,
distinguir entre los dos métodos de organización voluntaria de la actividad tiene
cierta utilidad. En muchos casos, de hecho en la mayoría, se encontrará alguna
acción cooperativa organizada conjuntamente en la solución de coste mínimo
para las actividades no colectivizadas. Alguna acción conjunta tendrá lugar con el
objetivo de eliminar la problemática y costosa interdependencia social. En tales
casos, los individuos asumirán de buen grado los costes añadidos de estos
acuerdos contractuales voluntarios con el fin de reducir las externalidades que se
espera que resulten de una acción puramente individualizada. En otras
condiciones y para otras actividades, los costes mínimos de la acción voluntaria
pueden alcanzarse con poco o ningún esfuerzo conjunto. En este caso, pueden
mantenerse todos los efectos externos del comportamiento individualizado. En
cualquier caso, la comparación pertinente es la que debe hacerse entre el método
más "eficiente" de organización voluntaria y los costes de interdependencia
esperados de la organización colectiva.
En este debate introductorio hay que hacer una observación más. Puede surgir
una acción voluntaria que incluya a todos los miembros del grupo social. En este
caso, la acción puede ser institucionalmente indistinguible de la acción política.
Las instituciones gubernamentales pueden emplearse para llevar a cabo una
acción cooperativa puramente voluntaria. El rasgo característico sería la ausencia
de cualquiera de los poderes coercitivos o compulsivos del gobierno. Un ejemplo
podría ser la organización del cuerpo de bomberos de un pueblo.
Cabe señalar que el método voluntario más "eficaz" para organizar una actividad
puede ser puramente individualista. Así, en aquellos casos en los que a sea menor
o igual que b (a b), nunca se observará la organización representada por b. La
justificación para hacer la distinción entre la organización individualista y la
organización voluntaria, pero cooperativa, de la actividad se deriva del análisis de
aquellos casos en los que b es menor o igual que a (b a).
Ahora tenemos para cada actividad tres costes esperados diferentes que el
individuo puede comparar; éstos se reducen a dos en determinados casos, como
se indica. Hay seis permutaciones posibles de los tres símbolos, a, b y g:
1. (a, b, 4. (b, g,
g) a)
2. (a, g, 5. (g, a,
b) b)
3. (b, a, 6. (g, b,
g) a).
Para continuar con nuestro ejemplo, puede resultar bastante difícil reorganizar la
zona residencial urbanizada. El gran agente inmobiliario que desee comprar
múltiples unidades en una zona a propietarios de una sola unidad puede
encontrarse con unos costes de negociación prohibitivos. El propietario-ocupante
individual que lo desee puede intentar explotar al máximo su posición
negociadora individual y puede, en el caso extremo, asegurarse para sí todo el
importe del "excedente". Enfrentado a propietarios individuales de esta
persuasión, el empresario tendrá pocos incentivos para asumir los costes de
organización que serán necesarios. En tales casos puede estar indicada la acción
colectiva mediante la zonificación. La actividad se caracterizaría por la quinta o
sexta ordenación en lugar de la cuarta.
Este conjunto incluye las actividades más importantes de los gobiernos, medidas
en sentido cuantitativo. La provisión de bienes verdaderamente colectivos, que se
tratará con cierto detalle más adelante, entra dentro de esta categoría general de
actividades. Si no se proporcionara protección policial de forma colectiva,
seguramente se llegaría a acuerdos voluntarios para garantizar cierta cooperación
en la organización de una fuerza policial privada. Las ciudades que no cuentan
con una protección colectiva contra incendios formalmente organizada organizan
cuerpos de bomberos voluntarios. Se podrían citar muchos otros ejemplos para
ilustrar las actividades que corresponden a este conjunto para el individuo medio.
Implicaciones
Hemos definido los posibles ordenamientos que bastan para describir toda la
actividad humana en términos de los costes esperados de la organización privada
y colectiva. A nivel conceptual, podemos llamar a nuestra clasificación una
"teoría" de la organización. Sin embargo, en un sentido más positivo, en realidad
hemos hecho poco más que decir que el individuo debe elegir la organización
que espera que sea la más eficiente. No obstante, al especificar con cierto cuidado
el cálculo individual a este respecto, podemos extraer algunas implicaciones
importantes para una interpretación más positiva de algunas de las cuestiones
políticas del mundo real.
... el gobierno no es algo que simplemente sucede. Alguien tiene que "imponerlo".
C = f(N ), i = 1, 2, ..., N
(1)
i a
N N a
ésimo individuo por las acciones de otros individuos, y donde N se define como
a
el número de individuos, del grupo total N, que deben estar de acuerdo antes de
que se tome la acción colectiva final. Obsérvese que todos los costes
representados por C son costes externos, aunque ahora estemos hablando
i
Obsérvese con precisión lo que representan los distintos puntos de esta curva. El
punto C representa los costes externos que el individuo espera que se le
impongan si se autoriza a un solo individuo del grupo a emprender una acción
para la colectividad. Supongamos que la norma de toma de decisiones es tal que
la acción colectiva puede emprenderse en cualquier momento que lo dicte
cualquier miembro del grupo. El único individuo puede entonces autorizar una
acción para el Estado, o en nombre del Estado, que afecte negativamente a otros
miembros del grupo. Parece evidente que bajo tal regla el individuo debe
anticipar que muchas acciones tomadas por otros que le son desfavorables
tendrán lugar, y los costes de estas acciones serán costes externos en el mismo
sentido que los costes esperados de la actividad privada podrían ser externos. El
hecho de que la acción colectiva, bajo la mayoría de las reglas de toma de
decisiones, implique costes externos de esta naturaleza no ha sido adecuadamente
reconocido. El funcionamiento privado de la planta del barrio con la chimenea
humeante puede imponer costes externos al individuo al ensuciar su colada, pero
este coste no es más externo al cálculo privado del individuo que el coste fiscal
que se le impone involuntariamente para financiar la prestación de servicios
públicos a su conciudadano en otra zona. Bajo la regla de decisión extrema que
permite a cualquier individuo de todo el grupo ordenar la acción colectiva, los
costes externos esperados serán mucho mayores que bajo cualquier organización
privada de la actividad. Esto se debe a que la definición inicial de los derechos de
propiedad impone algunos límites efectivos a los efectos externos que los
particulares pueden imponerse unos a otros. Por el contrario, los derechos
individuales a la propiedad frente a la acción perjudicial del Estado o colectiva
no están tan claramente definidos en los sistemas jurídicos existentes. Los costes
externos que pueden imponerse al individuo a través del proceso de elección
colectiva pueden ser mucho mayores que los que cabría esperar de un
comportamiento puramente privado dentro de cualquier marco jurídico aceptado.
Pero, ¿por qué deben ser positivos los costes externos netos esperados de las
distintas reglas de decisión? Una de las principales tareas de la Parte III de este
libro será demostrar que estos costes externos son, de hecho, positivos, pero un
ejemplo preliminar puede ser bastante útil en esta fase. Limitemos nuestra
discusión a la regla extrema de toma de decisiones en la que cualquier individuo
del grupo puede, cuando lo desee, ordenar la acción colectiva. Puede que
intuitivamente esté claro que el individuo medio no desearía esta regla, pero
necesitamos encontrar una prueba más rigurosa de esta observación intuitiva.
Utilizaremos un ejemplo sencillo. Supongamos que todos los servicios públicos
locales se financian con los ingresos del impuesto sobre bienes inmuebles y que
el tipo impositivo se ajusta automáticamente para cubrir todos los gastos
públicos. Supongamos, además, que cualquier individuo del grupo municipal
considerado puede obtener la reparación o mejora de una carretera o calle cuando
lo solicite a las autoridades municipales. Es evidente que el individuo, cuando
tome una decisión, no tendrá en cuenta todos los costes marginales de la acción.
Tomará su decisión comparando sus costes marginales individuales, que son sólo
una parte de los costes marginales totales, con los beneficios marginales
individuales, que pueden ser iguales a los beneficios marginales totales. En este
ejemplo, el individuo podrá obtener beneficios externos mandando reparar o
mejorar su propia calle. Puesto que cada individuo se verá inducido a hacerlo, y
puesto que los beneficios individuales superarán a los costes individuales en una
amplia extensión de la actividad, seguramente se producirá un exceso de
inversión en calles y carreteras, en relación con otras inversiones públicas y
privadas de recursos. El individuo racional esperará que el funcionamiento
general de esta regla de decisión le imponga costes externos positivos.
Con la regla de decisión más inclusiva, la unanimidad, cada votante es una parte
necesaria de cualquier acuerdo. Dado que cada votante tiene el monopolio de un
recurso esencial (es decir, su consentimiento), cada persona puede aspirar a
obtener todo el beneficio del acuerdo para sí misma. El regateo, en el sentido de
los intentos de maniobrar para que la gente acepte menores beneficios, es el
único recurso en estas circunstancias, y parece muy probable que el acuerdo sea
normalmente casi imposible. Ciertamente, las recompensas recibidas por los
votantes en cualquier acuerdo de este tipo serían directamente proporcionales a
su obstinación y aparente irracionalidad durante la fase de negociación. Si
incluimos (como deberíamos) los costes de oportunidad de los acuerdos que
nunca se alcanzan, parece probable que los costes de negociación se aproximen al
infinito en grupos de tamaño considerable. Por supuesto, éste es el caso extremo,
pero se darían condiciones similares cuando el número de partes necesarias para
aprobar un proyecto determinado se acercara a la totalidad de los miembros del
grupo. Así pues, nuestra función de coste de negociación opera en dos rangos: en
el rango inferior representa principalmente los problemas de llegar a un acuerdo
entre un grupo de personas, cualquiera de las cuales puede ser fácilmente
sustituida. En consecuencia, aquí hay pocos incentivos para invertir recursos en
la negociación estratégica. Cerca de la unanimidad, las inversiones en
negociación estratégica suelen ser grandes y los costes esperados muy elevados.
D = f(N ), i = 1, 2, ..., N
(2)
i a
N N a
Figura 2
donde D representa el valor actual de los costes en los que se espera que incurra
i
Figura 3
Puede ser útil un análisis algo más general de la forma en que el individuo puede
llegar a una decisión relativa a la elección de una norma de decisión colectiva.
Puede decirse que se impone un coste externo a un individuo cuando su valor
neto se ve reducido por el comportamiento de otro individuo o grupo y cuando
esta reducción del valor neto no está específicamente reconocida por la estructura
jurídica existente como una expropiación de un derecho humano o de propiedad
defendible. El individuo perjudicado no tiene ningún recurso; no puede impedir
que se produzca la acción ni puede reclamar una indemnización después de que
se haya producido. Como hemos sugerido en el capítulo anterior, es la existencia
de tales costes externos lo que explica racionalmente el origen de los
reordenamientos contractuales, cooperativos y organizados voluntariamente, o de
la actividad colectiva (gubernamental). El individuo que busca maximizar su
propia utilidad puede encontrar ventajoso o bien celebrar contratos voluntarios
destinados a eliminar la externalidad o bien apoyar disposiciones constitucionales
que permitan sustituir las decisiones privadas por decisiones colectivas.
El único medio por el que el individuo puede asegurarse de que las acciones de
los demás nunca le impondrán costes es mediante la aplicación estricta de la regla
de la unanimidad para todas las decisiones, públicas y privadas. Si el individuo
sabe que debe aprobar cualquier acción antes de que se lleve a cabo, podrá
eliminar todo temor a los costes o daños externos esperados. Sin embargo, como
ya hemos sugerido, también debe tener en cuenta los costes que puede esperar
que le suponga la aplicación de dicha norma. En grupos pequeños, la
consecución de un consenso general o de la unanimidad en cuestiones que entran
en el ámbito de la elección colectiva puede no implicar costes de recursos
demasiado elevados, pero en grupos de un tamaño considerable, los costes del
regateo y de la negociación sobre las condiciones comerciales que pueden ser
necesarias para alcanzar un acuerdo a menudo serán superiores a lo que el
individuo está dispuesto a pagar. El individuo racional, en la fase de elección
constitucional, se enfrenta a un cálculo no muy diferente del que debe afrontar al
tomar sus decisiones económicas cotidianas. Al aceptar normas más inclusivas,
está aceptando la carga adicional de la toma de decisiones a cambio de una
protección adicional contra las decisiones adversas. Al moverse en la dirección
opuesta, hacia una norma de toma de decisiones menos inclusiva, el individuo
está cambiando parte de su protección contra los costes externos por un menor
coste de la toma de decisiones.
Esta doble clasificación general no sugiere, por supuesto, que todas las acciones
colectivas deban someterse racionalmente a una de las dos reglas de toma de
decisiones. El número de categorías y el número de normas de toma de
decisiones que se elijan dependerán de la situación que el individuo espere que
prevalezca y de los "rendimientos a escala" que se esperen de la utilización de la
misma norma en muchas actividades.
Algunas cualificaciones
Antes de discutir algunas de las implicaciones de este análisis generalizado del
proceso constituyente, será útil hacer hincapié en algunas de las salvedades que
deben tenerse en cuenta. En primer lugar, el análisis describe en términos muy
generales el cálculo del individuo individual cuando se enfrenta a la cuestión de
las normas de toma de decisiones adecuadas para las elecciones de grupo. No se
ha considerado la cuestión de cómo podrían combinarse estas elecciones
constitucionales de individuos racionales, ya que aquí nos enfrentamos a la
regresión infinita que ya hemos comentado. Para que las decisiones individuales
sobre cuestiones constitucionales puedan combinarse, deben establecerse algunas
reglas; pero, en tal caso, ¿quién elige esas reglas? y así sucesivamente.
Preferimos dejar de lado esta cuestión y suponer, sin entrar en detalles, que en
esta última etapa, que llamaremos constitucional, rige la regla de la unanimidad.
Esto nos lleva directamente a la segunda salvedad. Parece más probable que se
llegue a un acuerdo sobre las normas generales para la elección colectiva que
sobre las elecciones posteriores que deben realizarse dentro de los límites de
determinadas normas acordadas. Recordemos que sólo intentamos analizar el
cálculo del individuo que maximiza la utilidad y que se enfrenta al problema
constitucional. Esencial para el análisis es la presunción de que el individuo no
está seguro de cuál será su papel exacto en cualquiera de la cadena de decisiones
colectivas posteriores que tendrá que tomar. Por esta razón, se considera que no
tiene un interés particular y distinguible, separado y aparte de sus compañeros.
Esto no quiere decir que vaya a actuar en contra de sus propios intereses, sino
que el individuo no considerará ventajoso votar a favor de normas que puedan
promover intereses sectoriales, de clase o de grupo porque, por presuposición, es
incapaz de predecir el papel que desempeñará en el proceso real de toma de
decisiones colectivas en un momento determinado del futuro. No puede predecir
con ningún grado de certeza si es más probable que forme parte de una coalición
ganadora o perdedora en una cuestión concreta. Por lo tanto, supondrá que a
veces estará en un grupo y a veces en el otro. Su propio interés le llevará a elegir
las reglas que maximizarán la utilidad de un individuo en una serie de decisiones
colectivas con sus propias preferencias sobre las distintas cuestiones distribuidas
de forma más o menos aleatoria.*61
2. Para una o varias de las cuestiones que se plantearán (llamemos K a todo el conjunto), el
resultado según la regla general "más eficiente" comentada anteriormente (que
llamaremos regla A) es predecible.
3. Para una o más de las cuestiones en K (subconjunto L) se espera que el resultado
previsto bajo la regla A sea menos deseable para el individuo que bajo alguna otra regla de
toma de decisiones.
4. Debe existir otra regla (digamos la Regla B) bajo la cual el resultado previsto para el
subconjunto de asuntos L sea más deseable que bajo la Regla A.
Este análisis no sugiere, por supuesto, que todos los individuos vayan a estar de
acuerdo en la elección de las normas antes del debate. Es evidente que las
evaluaciones individuales de los costes previstos diferirán sustancialmente. Sin
embargo, estas diferencias representan conflictos de opinión sobre el
funcionamiento o el funcionamiento de las reglas de decisión, y estas diferencias
deberían ser susceptibles de un análisis y un debate razonables. Esta discusión no
debería ser distinta de la de los posibles participantes en un juego cuando
discuten las reglas apropiadas bajo las que se jugará. Dado que ningún jugador
puede prever qué reglas específicas podrían beneficiarle durante una jugada
concreta del juego, puede, junto con todos los demás jugadores, intentar idear un
conjunto de reglas que constituyan el juego más interesante para el jugador
medio o representativo. Cada jugador tiene interés en hacerlo. Por lo tanto, la
discusión puede desarrollarse sin los intensos conflictos de intereses que se
espera que surjan en el juego posterior.*62
Una tercera, y más importante, matización de nuestro análisis está relacionada
con la segunda. La evolución de las constituciones democráticas a partir del
debate de individuos racionales sólo puede tener lugar bajo ciertas condiciones
relativamente estrechamente definidas. Los participantes individuales deben
abordar el proceso constituyente como "iguales" en un sentido especial de este
término. La "igualdad" requerida sólo puede asegurarse si las diferencias
existentes en las características externas entre los individuos se aceptan sin rencor
y si entre estas diferencias no existen bases claramente predecibles para la
formación de coaliciones permanentes. Sobre la base de una motivación
puramente económica, los miembros individuales de un grupo dominante y
superior (que se consideraran tales y que estuvieran en posesión del poder) nunca
optarían racionalmente por adoptar normas constitucionales que otorgaran a los
individuos peor situados una posición de igualdad en la participación en los
procesos gubernamentales. Por motivos no económicos, las clases dominantes
podrían optar por hacerlo, pero, como la experiencia ha demostrado tan a menudo
en los últimos años, las clases menos afortunadas rara vez interpretarán tal acción
como un avance a su favor. Por lo tanto, nuestro análisis del proceso de
elaboración de la constitución tiene poca relevancia para una sociedad que se
caracteriza por una marcada división de la población en clases sociales
distinguibles o grupos raciales, religiosos o étnicos separados, suficiente para
fomentar la formación de coaliciones políticas predecibles y en la que una de
estas coaliciones tiene una posición claramente ventajosa en la fase
constitucional.
Sin embargo, no hay que exagerar esta salvedad. La igualdad necesaria antes
mencionada puede garantizarse en agrupaciones sociales que contengan grupos y
clases muy diversos. Mientras se garantice cierta movilidad entre los grupos, las
coaliciones tenderán a ser impermanentes. El cálculo individual de la elección
constitucional presentado aquí se rompe por completo sólo en aquellos grupos en
los que no es posible una constitución real bajo formas democráticas, es decir,
sólo para aquellos grupos que no forman efectivamente una "sociedad".
Implicaciones
¿Cuáles son algunas de las implicaciones del análisis de la elección individual de
normas constitucionales que se ha desarrollado? En primer lugar, el análisis
sugiere que es racional tener una constitución. Con esto se quiere decir que será
racional que el individuo elija más de una norma de decisión para la toma de
decisiones colectivas en circunstancias normales. Si se elige una única norma
para todas las decisiones colectivas, no existirá una constitución en sentido
normal.
La segunda y más significativa consecuencia de nuestro análisis es que en ningún
momento de la discusión ha parecido útil o apropiado introducir la única regla
particular de toma de decisiones que tradicionalmente ha estado muy
estrechamente asociada a las teorías de la democracia. No hemos encontrado
ocasión de referirnos específicamente a la regla de la decisión mayoritaria o, en
términos más definidos, a la regla descrita por (N/2 + 1)/N. El análisis ha
mostrado que la regla de la unanimidad posee ciertos atributos especiales, ya que
sólo mediante la adopción de esta regla puede el individuo asegurarse contra los
daños externos que puedan causar las acciones de otros individuos, privada o
colectivamente. Sin embargo, en nuestro análisis preliminar, una vez que se
abandona la regla de la unanimidad, no parece haber nada que distinga
nítidamente una regla de otra. La elección racional dependerá, en cada caso, de la
valoración que haga el propio individuo de los costes esperados. Además, a
priori, no hay nada en el análisis que apunte a una singularidad de la regla que
requiere una mayoría simple para ser decisiva. El punto (N/2 + 1) parece, a
priori, no representar más que una entre las muchas reglas posibles, y parecería
muy improbable que esta regla fuera "idealmente" elegida para algo más que un
conjunto muy limitado de actividades colectivas. En definitiva, no parece que el
51% de la población votante sea muy preferible al 49%.
Figura 6