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ANÁLISIS EXISTENCIAL, INDIVIDUAL Y DE GRUPO

*
TERAPIA DE VALORES

Este procedimiento psicoterápico que se describe a continuación, se basa en las


Teorías Psicodinámicas de Abraham Maslow; haciendo claridad de que, para el
presente capítulo se reemplazará la palabra "autoactualización" (término acuñado
por Maslow), por el concepto "Terapia de Valores", que consideramos mucho más
claro y bastante más rico en contenido de significación.

El análisis existencial o psicoanálisis existencial (que también pudiera llamarse


psicoanálisis integral) individual o de grupo consiste en revisar cuidadosamente la
ubicación de la persona en las diversas esferas de la constelación existencial,
recomiendo, para cada una de ellas, las edades cronológicas del individuo o del
grupo analizados de adelante hacia atrás. Por ejemplo: adultez, juventud,
adolescencia, segunda infancia, primera infancia.

Se tratará de establecer, el grado de sobrecarga, conflicto o frustración que


hubiere podido haber en cualquiera de estas esferas, y las modalidades de
respuesta del Yo.

En algunas esferas como la de la seguridad económica, es obvio que no se van a


explorar en la infancia las frustraciones en la capacidad productiva del individuo,
sino las que sobre su propia vida hubiera proyectado la pobreza excesiva de los
padres.

En la de la seguridad afectivo-sexual, se exploran, no solo las primeras


experiencias sexuales, masturbación, homosexualidad infantil, sino que habrá que
remontarse a las etapas primarias del desarrollo de la personalidad, en que los
orígenes de la sexualidad se confunden con las primeras relaciones del niño con
el padre y con la madre, en busca de la intensidad con que hubieren podido vivirse
los complejos de Edipo o de Electra, por ejemplo.

Por ello, según sea el tema sobre el cual se halle enfocada la exploración
analítica, puede ser utilizada en la terapia individual, o bien la técnica de la
conversación informal, frente a frente, o bien la de las asociaciones libres en un
diván o sillón cómodo ubicado de modo tal, que el paciente no ve al médico. En
este caso las asociaciones libres pueden irse desarrollando al través de una
especie de monólogo prolongado del paciente, o pueden ser ayudadas o
provocadas por medio de la proyección de diversísimas imágenes en diapositivas,
siempre dentro de una instalación en la cual el médico queda fuera del campo
visual del enfermo.

El número de sesiones de psicoterapia analítica es indefinido. Depende del caso


individual y de los resultados del tratamiento. No obstante, en una proporción
importante de los casos, pueden esperarse resultados inicialmente desfavorables
en el orden de las 10 a 15 sesiones.

El médico debe abstenerse, en general, de dar consejos. Es el propio paciente


quien debe obtener, madurar y poner en marcha las actitudes que le sugieran sus
propias conclusiones.

Los objetivos inmediatos del análisis son:

La catarsis
La racionalización

La catarsis
Es el drenaje de "abscesos psíquicos" del Yo. El paciente se alivia contando
sus pesares a un ser humano comprensivo, que tiene a sus ojos el carisma
del saber, y que al mismo tiempo no está incorporado a su vida. Puede
decir cosas que a nadie hubiera podido comunicar y aclarar sentimientos
que en modo alguno se había atrevido a reconocer, ni siquiera ante sí
mismo. Como por ejemplo: odio a mi madre, o bien. Desearía matar a mi
padre. Por ello, no es posible hacer terapia psicoanalítica cuando se trata
de familiares, amigos o conocidos sociales del médico. Este hecho no debe
ni siquiera intentarse.

La racionalización
Es el descubrimiento de ajustes viciosos a la sobrecarga, el conflicto o la
frustración, y de la forma como ellos produjeron distorsiones, disyunciones
o distensiones del Yo, originando perturbaciones neuróticas, psicóticas o
del desarrollo de la personalidad.

Los objetivos mediatos, que vienen a ser los de fondo en este procedimiento
psicoterápico, son la enseñanza al paciente de la Teoría de los valores, y la
escogencia por parte de aquel del tipo de valor cuya adquisición o
acrecentamiento sirva para reemplazar una determinada modalidad de ajuste
neurótico, psicopático o psicótico.
Tampoco en la escogencia de valores debe el médico dar consejos. En esta etapa
se limitará a la exposición de los valores, y a la consideración conjunta con el
paciente, de los que podrían resultar aplicables a la vida del sujeto. Es al paciente
a quien le corresponde poner en marcha sus propias decisiones. De otra manera
la psicoterapia con toda seguridad fracasaría. Desde luego, en un momento
determinado, podrá el médico asesorar al paciente en el campo de las decisiones
ya tomadas por aquel. Por ejemplo, dándole él mismo un manual de conversación,
y vigilando sus progresos en un caso en el que un sujeto limitado socialmente,
desee cultivar el valor útil "conversación con grupos de personas".

TEORÍA DE LOS VALORES*1

Introducción

Terminábamos la lección anterior anunciando que en la actual nos íbamos a


ocupar de otra esfera ontológica, que ya señalamos en la primera de estas
lecciones sobre Ontología, y que es la esfera de los valores. Encontrábamos que
en nuestra vida hay cosas reales, hay objetos ideales y hay también valores.
Ahora bien: ¿en qué sentido hay todo eso? ¿En qué sentido hay cosas reales,
objetos ideales y valores? Las cosas reales y los objetos ideales los hay en mi
vida, en nuestra vida, en el sentido de ser Pero ahora debemos preguntarnos en
qué sentido hay valores en nuestra vida.

Si volvemos a la consideración existencial primaria que nos sirvió de punto de


partid encontramos que las cosas de que se compone el mundo en el cual
estamos no son indiferentes, sino que esas cosas tienen todas ellas un acento
peculiar que las hace ser mejores o peores, buenas o malas, bellas o feas, santas
o profanas. Por consiguiente, el mundo en el cual estamos no es indiferente. La no
indiferencia del mundo y de cada una de las cosas que constituyen el mundo, ¿en
qué consiste? Consiste en que no hay cosa alguna ante la cual no adoptamos una
posición positiva o negativa, una posición de preferencia. Por consiguiente,
objetivamente visto, visto desde el lado del objeto, no hay cosa alguna que no
tenga un valor. Una serán buenas, otras malas; unas útiles, otras perjudiciales;
pero ninguna absolutamente indiferente.

Ahora bien: cuando de una cosa enunciamos que es buena, mala, bella, fea, santa
o profana, ¿qué es lo que enunciamos de ellas? La filosofía actual emplea muchas
veces la distinción entre juicios de existencia y juicios de valor; esta es una
distinción frecuente en la filosofía, y así los juicios de existencia serán aquellos
juicios que de una cosa enuncian lo que esa cosa es, enuncian propiedades,
atributos, predicados de esa cosa, que pertenecen al ser de ella, tanto desde el
punto de vista de la existencia de ella como ente, como desde el punto de vista de
la esencia que la define. Frente a estos juicios de existencia, la filosofía
contemporánea pone o contrapone los juicios de valor. Los juicios de valor
enuncian acerca de una cosa algo que no añade ni quita nada al caudal
existencial y esencial de la cosa. Enuncian algo que no se confunde ni con el ser
en cuanto existencia ni con el ser en cuanto esencia de la cosa. Si decimos, por
ejemplo, que una acción es justa o injusta, lo significado por nosotros en el término
justo o injusto no se refiere a la realidad de la acción, ni en cuanto efectiva y
existencial, ni en cuanto a los elementos que integran su esencia.

Entonces de aquí se han podido sacar dos consecuencias. La primera


consecuencia es la siguiente: los valores no son cosas ni elementos de las cosas.
Y de esta consecuencia primera se ha sacado esta otra segunda consecuencia:
puesto que los valores no son cosas ni elementos de las cosas, entonces los
valores son impresiones subjetivas de agrado y desagrado que las cosas nos
producen a nosotros y que nosotros proyectamos sobre las cosas. Se ha acudido
entonces al mecanismo de la proyección sentimental; se ha acudido al mecanismo
de una objetivación y se ha dicho: esas impresiones gratas o ingratas que las
cosas nos producen, nosotros las arrancamos de nuestro yo subjetivo y las
proyectamos y objetivamos en las cosas mismas y decimos que las cosas mismas
son buenas o malas, o santas o profanas.

Pero si consideramos atentamente esta consecuencia que se ha extraído,


tendremos que llegar a la conclusión de que es errónea, de que no es verdadera.
Supone esta teoría que los valores son impresione subjetivas de agrado o
desagrado; pero no se da cuenta esta teoría de que el agrado o desagrado
subjetivo no es de hecho ni puede ser de derecho jamás criterio del valor. El
criterio del valor no consiste en el agrado o desagrado que nos produzcan las
cosas, sino en algo completamente distinto; por qué una cosa puede producirnos
agrado y, sin embargo, ser por nosotros considerada como mala, y puede
producirnos desagrado y ser por nosotros considerada como buena. No otro es el
sentido contenido dentro del concepto del pecado. El pecado es grato, pero malo.
No otro es el sentido contenido en el concepto del "camino abrupto de la virtud".
La virtud es difícil de practicar, desagradable de practicar y, sin embargo, la
reputamos buena. Como dice el poeta latino: Video meliora proboque, deteriora
sequor "Veo lo mejor y lo aplaudo, y practico lo peor".

Por consiguiente, la serie de las impresiones subjetivas de agrado o desagrado no


coincide, ni de hecho ni de derecho, con las determinaciones objetivas del valor y
del no-valor. Este argumento me parece decisivo. Pero si fuera poco, podrían
añadirse algunos más; ente otros, el siguiente: acerca de los valores, hay
discusión posible, si yo digo que este cuadro me es molesto y doloroso, nadie
puede negarlo, ya que nadie puede comprobar si el sentimiento subjetivo que el
cuadro me produce es como yo digo o no, pues enuncio algo cuya existencia en
realidad es íntima y subjetiva en mi yo. Pero si yo afirmo que el cuadro es bello o
feo, de esto se discute, y se discute lo mismo que se discute acerca de una tesis
científica, y los hombres pueden llegar a convencerse unos a otros de que el
cuadro es bello o feo, no ciertamente por razones o argumentos como en las tesis
científicas, sino por mostración de valores. No se le puede demostrar a nadie que
el cuadro es bello, como se demuestra que la suma de los ángulos de un triángulo
es igual a dos rectos; pero se le puede mostrar la belleza; se le puede descorrer el
velo que cubre para él la intuición de esa belleza; se le puede hacer ver la belleza
que él no ha visto, señalándosela, diciéndole: vea usted, mire usted, que es la
única manera de hacer cuando se trata de estos objetos.

Por consiguiente, de los valores se puede discutir, y si se puede discutir de los


valores es que a la base de la discusión está la convicción profunda de que son
objetivos, de que están ahí y de que no son simplemente el poso o residuo de
agrado o desagrado, de placer o de dolor, que queda en mi alma después de la
contemplación del objeto.

Por otra parte, podríamos añadir que los valores se descubren. Se descubren
como se descubren las verdades científicas. Durante un cierto tiempo el valor no
es conocido como tal valor hasta que llega un hombre en la historia o un grupo de
hombres que de pronto tienen la posibilidad de intuirlo, y entonces lo descubren,
en el sentido pleno de la palabra "descubrir". Y ahí está. Pero entonces no
aparece ante ellos como algo que antes no era y ahora es, sino como algo que
antes no era intuido y ahora es intuido.

De modo que la deducción o consecuencia que contra la objetividad de los valores


se extrae del hecho de que los valores no sean cosas es una consecuencia
excesiva; porque por el hecho de que los valores no sean cosas, no estamos
autorizados a decir que sean impresiones puramente subjetivas del dolor o del
placer. Esto, empero, nos plantea una dificultad profunda.

Por un lado, hemos visto que, como quiera que los juicios de valor se distinguen
de los juicios de existencia, porque los juicios de valor no enuncian nada acerca
del ser, resulta que los valores no son cosas. Pero acabamos de ver, por otra
parte, que los valores tampoco son impresiones subjetivas. Esto parece
contradictorio. Parece que haya una disyuntiva férrea que nos obliga a optar entre
cosas o impresiones subjetivas. Parece como si estuviéramos obligados a decir: o
los valores son cosas, o los valores son impresiones subjetivas. Y resulta que no
podemos decir ni hacer ninguna de esas dos afirmaciones. No podemos afirmar
que son cosas, porque no lo son, ni podemos afirmar que sean impresiones
subjetivas, porque tampoco lo son. Y entonces dijérase que hubiese llegado
nuestra ontología de los valores a un callejón sin salida. Pero no hay tal callejón
sin salida. Lo que hay que esta misma dificultad, este mismo muro en que parece
que nos damos de tropezones, nos ofrece la solución del problema. La disyuntiva
es falsa. No se nos puede obligar a optar entre ser cosa y ser impresión subjetiva,
porque hay un escape, una salida, que es en este caso la auténtica forma de
realidad que tienen los valores; los valores no son ni cosas ni impresiones
subjetivas, porque los valores no son, porque los valores no tienen esa categoría
propia de los objetos reales y los objetos ideales, esa primera categoría de ser.
Los valores no son, y como quiera que no son, no hay posibilidad de que tenga
alguna validez el dilema ente ser cosas o ser impresiones. Ni cosas ni
impresiones. Las cosas son, las impresiones también son. Pero los valores no
son. Y entonces, ¿qué es eso tan raro de que los valores no son? ¿Qué quiere
decir este no ser? Es un no ser que es algo, es un no ser muy extraño.

Pues bien: para esta variedad ontológica de los valores, que consiste en que no
son, descubrió a mediados del siglo pasado el filósofo alemán Lotze la palabra
exacta, el término exacto: los valores no son, sino que valen. Una cosa es valer y
otra cosa es ser. Cuando decimos de algo que vale, no decimos nada de su ser,
sino decimos que no es indiferente. La no-indiferencia constituye esta variedad
ontológica que contrapone el valor al ser. La no-indiferencia es la esencia del
valor. El valor, pues, es ahora la primera categoría de este nuevo mundo de
objetos que hemos delimitado bajo el nombre de valores. Los valores no tienen,
pues, la categoría del ser, sino la categoría del valer, y acabamos de decir lo que
es el valer.

El valer es no ser indiferente. La no-indiferencia constituye el valer, y al mismo


tiempo podemos precisar algo mejor esta categoría: la cosa que vale no es por
eso ni más ni menos que la que no vale. La cosa que vale es algo que tiene valor;
la tenencia de valor es lo que constituye el valer; valer significa tener valor, y tener
valor no es tener una realidad entitativa más ni menos, sino simplemente no ser
indiferente, tener ese valor. Y entonces nos damos cuenta de que el valor
pertenece esencialmente al grupo ontológico que Husserl, siguiendo en esto al
psicólogo Stumpf, llama objetos no independientes o, dicho en otros términos que
no tienen por sí mismos sustantividad, que no son, sino que adhieren a otro
objeto. Así, por ejemplo -psicológicamente, no lógicamente-, el espacio y el color
no son independientes el uno del otro; no podemos representarnos el espacio sin
color ni el color sin espacio. He aquí un ejemplo de objetos que necesariamente
están adheridos el uno al otro. Ahora bien; ontológicamente podemos separar el
espacio y el color; pero el valor y la cosa que tiene valor no los podemos separar
ontológicamente, y esto es lo característico: que el valor no es un ente, sino que
es siempre algo que adhiere a la cosa y, por consiguiente, es lo que llamamos
vulgarmente una cualidad. El valor es una cualidad. Llegamos con esto a la
segunda categoría de esta esfera. Los valores tienen la primera categoría del
valer, en vez de ser, y la segunda categoría de la cualidad pura.

Vamos a examinar esta segunda categoría, la cualidad. Es una cualidad irreal, o


sea que no es real. Una cualidad irreal, ¿Por qué? Porque no es cosa. Una
cualidad irreal es una cualidad tal que si me la represento artificialmente, aparte
del objeto que la posee, no puedo por menos de considerarla irreal. Si yo me
represento el verde aparte de la lámpara, puedo considerar la verdosidad como
algo real, porque tiene todos los caracteres de la realidad. ¿Cuáles son estos
caracteres de la realidad? Los hemos descrito en la lección anterior: tiene ser,
tiene espacialidad, tiene temporalidad y causalidad. Pero si yo separo la belleza
de aquello que es bello, la belleza carece de ser; la belleza no es; no hay algo
entitativamente existente, aunque sea idealmente, que sea la belleza, sino que
siempre belleza es cualidad de una cosa. Por consiguiente, examinando las
relaciones entre la cosa que tiene valor y el valor tenido por cosa, llegamos a la
conclusión de que la cualidad valiosa -el valor- es irreal, en el sentido de que no es
una res, una cosa.

Pero no basta con esto, porque como conocemos otra esfera de objetos que son
los objetos ideales, podríamos sentirnos tentados a sacar de aquí, en conclusión,
que si el valor no es una cualidad real, será quizá una cualidad ideal. Pero
tampoco es una cualidad ideal. Porque ¿qué es lo ideal? Lo hemos definido en
una lección anterior. Así como lo real es lo que tiene causa y produce efectos,
habíamos dicho que lo ideal es lo que tiene fundamento y consecuencia. El
triángulo, el círculo, el número 3, cualquier objeto matemático, las relaciones, son
ideales; lo cual quiere decir que su modo de conexión no es el modo de conexión
por causa y efecto, sino el modo de conexión por fundamento y consecuencia,
como por ejemplo, en el silogismo, y por eso están fuera del tiempo y del espacio,
porque los fundamentos de conexión entre los elementos de un conjunto ideal no
se suceden unos a otros en el tiempo por causación, sino que están conexos fuera
del tiempo por implicación de fundamento y consecuencia. Y entonces si los
valores fuesen el fundamento de la valerosidad de la cosa, yo podría demostrar la
belleza, demostrar la bondad, demostrar los valores mismos, como puedo
demostrar la propiedad de los números o puedo demostrar las propiedades de las
figuras, las relaciones puras, las esencias puras. Más he aquí que los valores no
se pueden demostrar, sino que lo único que puede hacerse es mostrarlos. Luego
los valores no tienen idealidad en el sentido que hemos dado nosotros a esta
palabra. No la tienen, y no son, pues, cualidades ni reales ni ideales. Por eso, la
única manera de designarlos en una manera negativa, y decir que son cualidades
irreales, no reales. Pero no debemos llamarlos ideales, porque entonces los
incluiríamos en el conjunto de las estructuras del ser ideal y los haríamos caer
bajo las leyes rígidas de la demostración.

Todavía con esto no queda perfectamente determinada la estructura ontológica de


los valores, porque, aunque ya sabemos que son valentes y no entes y que son
cualidades irreales, todavía nos falta por decir algunas cosas más. Son, por
ejemplo, extraños por completo a la cantidad, y siendo extraños a la cantidad, lo
son -como ya de pasada lo hemos indicado- al tiempo y al espacio.

Cuando una cosa es valiosa, cuando un cuadro es bello, o un acto es justo o


generoso, lo es independientemente del tiempo, del espacio y del número. No se
puede decir que un cuadro es tantas veces bello. No hay manera de contar, de
dividir la belleza en unidades. No se puede decir que un cuadro empieza a ser
bello, que está siendo bello un tiempo y luego deja de ser bello. No se puede decir
que un cuadro sea bello aquí y feo allí. De modo que los valores son
independientes del número, independientes del tiempo e independientes del
espacio.

Además, los valores son absolutos. Si no fueran absolutos los valores ¿qué
serían? Tendrían que ser relativos. Y ¿qué significa ser relativo? Significa ser valor
para unos individuos y para otros no; para unas épocas históricas y para otras no.
Pero esto no puede acontecer con los valores, porque hemos visto que los valores
son ajenos al tiempo, al espacio y al número. Si hubiese valores que fuesen
valores para unos y para otros no, serían dependientes de esos unos para quienes
son valores y no dependientes de aquellos otros; es decir, estarían en relación al
tiempo, y no pueden estarlo. Si decimos que puede haber valores que lo son para
una época histórica y para otra no, también estarían en dependencia de tiempo y
de espacio, y no pueden estarlo. Pero exclamará alguno: Eso no se puede decir,
supuesto que hay acciones que han sido consideradas como justas y luego más
tarde, en la historia, han sido consideradas como injustas; que hay cuadro u
objetos naturales que han sido considerados como bellos y más tarde, en la
historia han sido considerados como feos, o viceversa; en suma, que no hay
unanimidad en la historia, en el tiempo sucesivo, ni en el espacio, ni en los
hombres al intuir los valores. Pero ésta no es una objeción. Nótese bien que esta
no es una objeción; es lo mismo que si dijera que antes de Pitágoras el teorema
de Pitágoras no era verdad, o que antes de Newton la ley de la gravitación no
existía. No tienen sentido estas suposiciones relativistas; porque lo único que
puede tener y tiene un sentido es decir que la ley de la gravitación no ha sido
conocida por el hombre hasta Newton; pero no que la ley de la gravitación
dependa en su realidad ontológica del tiempo en que fuera descubierta Pues es
exactamente lo mismo. Los hombres pueden intuir tales valores o no intuirlos, ser
ciegos o clarividentes para ellos; pero el hecho es que haya una relatividad
"histórica" en el hombre y en sus actos de percepción y de intuición de valores no
nos autoriza en modo alguno a trasladar esa relatividad histórica del hombre a los
valores y decir que porque el hombre es él relativo, relativo históricamente, lo sean
también los valores. Lo que pasa es que hay épocas que no tienen posibilidad de
percibir ciertos valores; pero cuando las épocas siguientes llegan a percibir tales
valores, ello no quiere decir que de pronto al percibirlos los crean, sino que
estaban ahí, de un modo que no voy ahora a definir, y que esos valores que
estaban ahí son, en un momento de la historia, percibidos o intuidos por esas
épocas históricas y por esos hombres descubridores de valores.

Todo esto encontramos en las dos primeras categorías de esta esfera axiológica,
de esta esfera estimativa, a saber: que los valores no son entes, sino valentes;
que los valores son cualidades de cosas, cualidades irreales, cualidades ajenas a
la cantidad, al tiempo, al número, al espacio y absolutas.

Pero nos queda todavía la tercera categoría importantísima en esta esfera


ontológica. Si analizamos la no-indiferencia en que el valor consiste, nos
encontramos con esto: que un análisis de lo que significa no ser indiferente nos
revela que la no-indiferencia implica siempre un punto de indiferencia y que eso
que no es indiferente se aleja más o menos de ese punto de indiferencia. Por
consiguiente, toda no-indiferencia implica estructuralmente, de un modo necesario,
la polaridad. Porque siempre hay dos posibilidades de alejarse del punto de
indiferencia. Si al punto de indiferencia lo llamamos simbólicamente "0" (cero), la
no-indiferencia tendrá que consistir, necesariamente, por ley de su estructura
esencial, en un alejamiento del cero, positivo o negativo. Esto quiere decir que en
la entraña misma del valer está contenido el que los valores tengan polaridad: un
polo positivo y un polo negativo. Todo valor tiene su contravalor. Al valor
conveniente se contrapone el valor inconveniente (contravalor); a bueno se
contrapone malo; a generoso se contrapone mezquino; a bello se contrapone feo;
a sublime se contrapone ridículo; a santo se contrapone profano. No hay, no
puede haber un solo valor que sea solo, sino que todo valor tiene su contravalor
negativo o positivo. Y esa polaridad constituye la tercera categoría de esta esfera
ontológica; y esta tercera categoría, que llamamos polaridad, está fundada y
arraigada en la esencia misma del valer, que es la no indiferencia; porque toda no-
indiferencia puede serlo por alejarse, positiva o negativamente, del punto de
indiferencia.
Ahora se comprenderá la íntima relación que existe entre los valores y los
sentimientos, y por qué los psicólogos, hace treinta o cuarenta años, cuando
empezó a estructurarse la teoría de los valores, propendieron a decir que los
valores no tenían ninguna entidad propia, no eran cosas, sino impresiones
subjetivas. Y es porque confundieron los valores con los sentimientos. Y ¿por qué
confundieron los valores con los sentimientos? Porque entre los fenómenos
psíquicos los sentimientos son los únicos que tienen como los valores esta
característica de la polaridad. Una, que es positiva y otra, que es negativa. Pero
hay dos tipos de polaridad: la polaridad de los sentimientos, la polaridad
psicológica, y la polaridad de los valores axiológica. ¿Y en qué se diferencian
estos dos tipos de polaridad? En que la polaridad de los sentimientos, a fuer de
subjetiva, es una polaridad infundada; no digo lógicamente infundada, sino
infundada, sin "lógicamente". Mientras que la polaridad de los valores es una
polaridad fundada, porque los valores expresan cualidades irreales, pero objetivas,
de las cosas mismas, cualidades de las cosas mismas; en cambio, los
sentimientos lo que hacen es representar vivencias internas del alma, cuya
polaridad está causalmente fundada, mas toda fundamentación causal es, en
parte al menos, una fundamentación ininteligible; tropieza con un fondo de
ininteligibilidad de fundamento. Esta es la razón por la cual los psicólogos han
podido confundir los sentimientos con los valores. Tenían esto de común: la
polaridad.

Llegamos con esto a la cuarta categoría de esta esfera ontológica de los valores, y
esta cuarta categoría es la jerarquía. Los valores tienen jerarquía. ¿Qué quiere
esto decir? Hay una multiplicidad de valores. Ya he citado una multitud de ellos.
Estos valores múltiples son todos ellos valores, o sea modos del valar, como las
cosas son modos del ser. Pero los modos del valer son modos de la no
indiferencia. Ahora, el no ser indiferente es una propiedad que en todo momento y
en todo instante, sin faltar un ápice, tiene que tener el valor. Luego la tienen que
tener también los valores en sus relaciones mutuas. Y esa no-indiferencia de los
valores en sus relaciones mutuas, unos con respecto a otros, es el fundamento de
su jerarquía. Se comprenderá mucho mejor esta categoría ontológica del valor,
que llamo jerarquía, cuando hagamos rápidamente una clasificación de los
valores.

Vamos, pues, a hacer una clasificación de los valores. El problema es difícil y no


voy a entrar a exponer las dificultades porque nos llevaría muy lejos.

El problema de clasificar los valores ha sido estudiado por casi todos los filósofos
contemporáneos que se han ocupado del valor.
Vamos a tomar una clasificación que anda por ahí y que es probablemente la
menos desacertada; provisionalmente, la más aceptable de todas, que es la
clasificación de Scheler en su libro El formalismo en la ética y la ética material de
los valores. Según esta clasificación, se podrían agrupar los valores en los
siguientes grupos o clases: primero, valores útiles; por ejemplo, adecuado,
inadecuado, conveniente, inconveniente. Luego, valores vitales; como, por
ejemplo, fuerte, débil. Valores lógicos, como verdad, falsedad. Valores estéticos,
como bello, feo, sublime, ridículo. Valores éticos, como justo, injusto,
misericordioso, despiadado. Y, por último, valores religiosos, como santo, profano.

Pues bien; entre estas clases o grupos de valores existe una jerarquía. ¿Qué
quiere decir esta jerarquía? Quiere decir que los valores religiosos afírmanse
superiores a los valores éticos; que los valores éticos afírmanse superiores a los
valores estéticos; que los valores estéticos afírmanse superiores a los lógicos, y
que éstos a su vez se afirman superiores a las vitales, y éstos a su vez superiores
a los útiles. Y este afirmarse superior ¿qué quiere decir? Pues quiere decir lo
siguiente, y no más que lo siguiente: que si esquemáticamente señalamos un
punto con el cero para designar el punto de indiferencia, los valores, siguiendo su
polaridad, se agruparán a derecha o izquierda de este punto en valores positivos o
valores negativos y a más o menos distancia del cero. Unos valores, los útiles, se
apartarán, se desviarán del punto de indiferencia poco; estarán próximos al punto
de indiferencia. Otros valores, el grupo siguiente, los vitales, se apartarán del
punto de indiferencia algo más. Es decir, que puestos a elegir entre sacrificar un
valor útil o sacrificar el valor vital, sacrificaremos más gustosos el valor útil que el
valor vital, porque la separación del punto de indiferencia en que se hallan los
valores útiles está más próximo a la indiferencia. Nos importa menos tirar por la
ventana un saco de patatas que sacrificar un valor vital; por ejemplo, un gesto
gallardo. Pero estos valores vitales, a su vez, nos importan menos que los valores
intelectuales. Es decir, que los valores intelectuales se apartan del punto de
indiferencia más y que son todavía menos indiferentes que los valores vitales, y
así sucesivamente.

Si nosotros tenemos que optar entre salvar la vida de un niño, que es una persona
y, por tanto, contiene valores morales supremos, o dejar que se queme un cuadro,
preferiremos que se queme el cuadro. Habrá quien no tenga la intuición de los
valores estéticos y entonces preferirá salvar un libro de una biblioteca antes que
un cuadro. Esto es lo que quiere decir la jerarquía de los valores.

En la cúspide de las jerarquías coloca Scheler los valores religiosos. ¿Qué quiere
decir esto? Pues quiere decir que para quien no sea ciego a los valores religiosos
(cosa que puede ocurrir), para quien tenga la intuición de los valores religiosos,
éstos tienen jerarquía superior a todas las demás. De esta manera llegamos a
esta última categoría estructural ontológica de la esfera de los valores: la
jerarquía.

Y ahora, para terminar, vayan dos observaciones de relativa importancia para dar
por terminada esta recorrida por la esfera de los valores.

La primera observación es la siguiente: un estudio detenido, detallado, profundo


de cada uno de estos grupos de valores que hemos visto en la clasificación puede
y debe servir de base -aunque de esto no se den cuenta los escritores científicos-
a un grupo o a una ciencia correspondiente a cada uno de esos valores.

De modo que, por ejemplo, la teoría pura de los valores útiles constituye el
fundamento de la economía, sépanlo o no los economistas. Si los economistas se
dan cuenta de ello y estudian axiología antes de empezar propiamente su ciencia
económica y esclarecen sus conceptos del valor útil, entonces veremos cuánto
mejor harán la ciencia económica.

Luego vienen los valores vitales. Pues bien: ¿qué es lo que echamos de menos
desde hace tantos años en la ciencia contemporánea, sino un esclarecimiento
exacto de los valores vitales que permitiera introducir por vez primera método y
claridad científica en un gran número de problemas que andan dispersos por
diferentes disciplinas y que no se ha sabido cómo tratar? Sólo algunos espíritus
curiosos y raros los han tratado. Por ejemplo: la moda, la indumentaria, la
vestimenta, las formas de vida, las formas de trato social, los juegos, los deportes,
las ceremonias sociales etc. Todas esas cosas tienen que tener su esencia, su
regularidad propia, y, sin embargo, hoy, o no están en absoluto estudiadas o lo
están en libros curiosos o extraños como algunos ensayos de Simmel o en notas
al pie de las páginas. Y, sin embargo, constituyen todo un sistema de conceptos
cuya base está en un estado detenido de los puros valores vitales.

Lo demás es bien evidente. Es bien evidente que el estudio detenido de los


valores lógicos sirve de base a la lógica. Es evidente también que el estudio
detenido de lo que son los valores estéticos sirve de base a la estética. Es
evidente asimismo que el estudio de los valores morales sirve de base a la ética. Y
de esto no hay que quejarse, porque efectivamente, en la filosofía contemporánea,
la lógica, la estética y la ética tienen fundamento en una previa teoría de esos
valores.

Del mismo modo la filosofía de la religión no puede fundarse sino en un estudio


cuidadoso, detenido de los valores religiosos. Y hoy también ya empieza a haber
en la literatura filosófica contemporánea una filosofía de la región fundada a base
de un previo estudio de los valores religiosos. Y puedo citar un nombre tanto más
grato cuanto que está por sus creencias religiosas muy próximo a nosotros
(Gründler), que ha escrito un ensayo sobre Filosofía de la religión sobre la base
fenomenológica, es decir, sobre un estudio de los valores religiosos. Esta es la
primera observación.

La segunda observación se enlaza con lo que decíamos en la lección anterior


refutando enérgicamente a aquellos que acusan a la ontología contemporánea de
partir en dos o en tres la unidad del ser. Recuérdese que hubimos de hacernos
cargo de estas críticas, según las cuales distinguir el ser en el ser real, ser ideal,
etc., es renunciar a la unidad del ser. Recuérdese lo que hubimos de contestar a
aquellas críticas. Hubimos de hacerles ver a aquellos críticos que en la serie de
las categorías del ser real la primera era el ser; y en la serie de las categorías de
lo ideal, también la primera era el ser, y que, por tanto, esa distinción o división no
alcanzaba a la raíz ontológica del ser, sino a sus diversas modalidades. Ahora nos
encontramos con esa misma crítica cuando llegamos al campo de los valores;
porque se nos dice: ustedes dividen lo que hay en dos esferas incomunicadas: la
cosas que son, y los valores, que llegan ustedes a decir que no son, sino que
valen. Pero es ingenua esta crítica y puede darse ya por contestada.
Precisamente porque los valores no son, es por lo que no atentan ni menoscaban
en nada la unidad del ser. Puesto que no son, sino que valen, que son cualidades
necesariamente de cosas, están necesariamente adheridos a las cosas.

Representan lo que en la realidad hay de valer. No sólo no se menoscaba ni se


parte en dos la realidad misma, sino que, al contrario, se integra la realidad; se le
da a la realidad eso: valer. En cambio, no se le quita ni se la divide. Precisamente
porque los valores no son entes, sino que son cualidades de entes, su homogénea
unión con la unidad total del ser no puede ser puesta en duda por nadie. Habría de
ser puesta en duda si nosotros quisiéramos dar a los valores una existencia, un
ser propio, distinto del otro ser. Pero no hacemos tal, sino que, por el contrario,
consideramos que los valores no son, sino que representan simples cualidades
valiosas, cualidades valentes, ¿de qué? Pues de las cosas mismas. Ahí está la
fusión completa, la unión perfecta con todo el reto de la realidad.

Por lo demás, este problema de la unidad de lo real es un problema al cual todavía


no puedo dar una contestación plenamente satisfactoria, por una razón: porque
aún nos queda el último objeto. Nos queda por estudiar el último objeto de
aquellos en que hemos dividido la ontología, y este último objeto precisamente es
el que tiene en su seno la raíz de la unidad del ser. Nos queda por estudiar la vida
como objeto metafísico, como recipiente en donde hay todo eso que hemos
enumerado: las cosas reales, los objetos ideales y los valores.

Nos queda todavía la vida como el recipiente metafísico, como el estar en el


mundo. Esa unidad u objeto metafísico que es la vida es lo que estudiaremos en la
próxima lección; y en ella, entonces encontraremos la raigambre más profunda de
esa unidad del ser.
1
(Transcrito de García Morente - Lecciones Preliminares de Filosofía) *

CLASIFICACIÓN DE LOS VALORES*2

Se ha observado con frecuencia que hay diferentes valores o especies de valores.


Desde hace largo tiempo la Axiología se esfuerza por traza un panorama de las
diferentes especies de valores, de bosquejar una tabla de valores. Uno de los
ensayos más agudos de esta clase fue emprendido por Hugo Münsterberg. En su
filosofía de los valores, ya mencionada, construye un sistema axiológico elaborado
en detalle. Ante todo divide los valores en valores vitales y valores culturales. En
estos dos grupos distingue cuatro regiones: valores de la conservación, de
simpatía, de acción y de ejecución. Estas clases se subdividen a su vez en tres
(vivencia del mundo exterior, del mundo de la comunidad y del mundo interior), de
suerte que en total resultan veinticuatro especies de valor.

Un sistema totalmente diferente bosqueja Heinrich Rickert. Pone como base de su


clasificación los pares de conceptos; persona-cosa, actividad-contemplación,
social-asocial y considera que el concepto central al que hay que relacionar la
multiplicidad de los valores y que al mismo tiempo fundamente su jerarquía es el
concepto de "consumación".

También es diferente el sistema de valores de Wilhelm Stern. Su punto de partida


es la tripartición de los valores propios, valores instrumentales y valores reflejos.

A estos esfuerzos, por cierto muy meritorios, para trazar una tabla de valores, se
aplica la observación de Nicolai Hartmann: "Estamos en los comienzos de la
Axiología, lo que se ha hecho hasta ahora no es más que algo exterior, una
búsqueda y compilación que tiene que conformarse con puntos de apoyo
contingentes, históricos, a los cuales, cuando los aprehende, poco puede añadir".
En esta situación nuestra tarea no puede consistir en aumentar el número de
ensayos como los mencionados. El cambio, como corresponde a la intención de
nuestro trabajo, tenemos que limitamos aquí también a lo elemental y
fundamental.
Se puede dividir a los valores desde dos puntos de vista: uno formal, el otro
material. Desde el punto de vista formal los valores se dividen en:

1. Positivos y negativos
Valor positivo es aquello que comúnmente se denomina "valor". Por tanto al
concepto de "valor" se lo usa en doble sentido: por una parte alude al valor
en general, es decir, el valor que por así decirlo es todavía neutral con
respecto a la oposición valor-desvalor, por otra parte se refiere al valor
positivo. Frente al valor positivo se halla el negativo que también se llama
"desvalor". Hemos visto que esta polaridad de valor y desvalor pertenece a
la estructura esencial del orden axiológico, que por ella se distingue
claramente del orden ontológico, que carece de esta polaridad.

2. Valores de persona y valores de cosa


Los valores de persona son aquellos que sólo pueden ser propios de seres
personales. A esta categoría pertenecen sobre todo los valores éticos. Los
valores de cosa son aquellos que son inherentes a objetos impersonales.
Son pues, valores de cosas valiosas, como las que representan los
"bienes".

3. Valores propios y valores derivados


El valor propio se basa en cierto modo en sí mismo. Posee su carácter
axiológico independientemente de todos los otros valores. No depende de
ningún otro valor. Por "valor propio" entendemos por tanto todo lo que por sí
mismo es contenido de valor. Lo opuesto de él es el valor derivado, que
debe su carácter de valor no a sí mismo sino a otro. En la esencia del valor
deducido se halla la referencia a otro valor. Sin éste dejaría de ser valor.
Pero los valores a los cuales está referido son valores propios que prestan
al valor deducido su carácter de valor. Este es, pues, algo prestado,
derivado. Por tanto, por "valor derivado" (o "consecutivo", como también se
lo llama) entendemos todo lo que es apreciado por causa de otra cosa.
Todo lo que es un medio para un fin pertenece a esta clase, es decir, todo
lo útil.

El valor derivado se encuentra en una relación relativamente extrema con


respecto al valor propio. (Al valor derivado también se lo llama "valor
extrínseco"). Pero puede pensarse muy bien que algo se encuentra en una
relación más íntima con respecto a un valor propio. Tal es el caso cuando el
portador de un valor propio no es absolutamente simple, sino que incluye en
sí un todo, una multiplicidad de aspectos (como por partes, notas, fases,
formas de expresión, o de actividad). Cada uno de estos aspectos concurre,
pues, a integrar el valor propio del todo sin ser por ello un valor por sí
mismo. El todo con valor propio irradia, por así decir, su valor sobre todo lo
que le pertenece. A este valor se lo puede llamar, pues, adecuadamente,
"valor radiante". El valor radiante no es, pues, él solo portador de un valor
propio, sino que comparte esta función con otros valores. De aquí que o él
toma parte de un todo de valor propio (así la época de la vida participa de la
vida) o el todo está de algún modo presente en él. En el primer caso
hablamos de "valor participante", en el segundo de "valor simbólico" (la
bandera como símbolo del Estado). Así, al lado de los valores propios y
extrínsecos encontramos el valor radiante, que según lo dicho se encuentra
precisamente entre los dos.

Si se considera a los valores desde el punto de vista material, obtenemos


diferentes clases de valores. El lenguaje muestra que estas diferentes clases
existen, pues las expresiones "agradables", "útil", quieren decir evidentemente
algo distinto de "bello", "noble", "bueno".

Como todos los valores tienen una referencia subjetiva, y el sujeto humano es un
ser sensible y espiritual, todos los valores se reparten en dos clases: los inferiores
o sensibles y los superiores o espirituales. Ambos son tan esencialmente
diferentes que estaríamos tentados de darles diferentes nombres. Como esto por
ahora no es posible -las denominaciones propuestas por los diferentes teóricos del
valor no han conseguido imponerse- hay que subrayar y probar en particular que
el nombre general de "valor" cubre cosas totalmente diferentes.

Ya hemos señalado la diferencia primera y fundamental: los valores sensibles se


refieren al hombre como ser sensible o natural, los espirituales al hombre como
ser espiritual.

Con esto se vincula una segunda diferencia: los valores inferiores son materiales,
los superiores inmateriales. Otro modo de expresar lo mismo es decir que aquellos
representan algo frágil, pasajero, perecedero, y éstos algo imperecedero.

Tiene grandísima importancia para la Axiología una tercera distinción que ataña a
la estructura esencial de ambas esferas de valores: los valores sensibles son
meramente subjetivos y relativos, en cambio los espirituales son objetivos y
absolutos. Los primeros tienen lugar porque ciertos impulsos se dirigen a ciertos
objetos. Así por ejemplo el valor del pan está constituido por el impulso de
nutrición que existe en el hombre. Por consiguiente estos valores se funden
totalmente en el sujeto y dependen por tanto de las condiciones y circunstancias
de éste. Es valioso en este caso lo que al individuo le parece valioso. En
consecuencia, lo que para uno es un valor positivo, para otro puede ser un valor
negativo. (El mismo alimento para uno puede tener sabor agradable y para otro
desagradable). Lo que los sofistas falsamente afirmaban de todos los valores, se
aplica efectivamente a los valores inferiores: el hombre es la medida de todas las
cosas. En este plano no hay un criterio supra-individual, objetivo y absoluto. Pero
precisamente lo específico de los valores superiores reside en que en ellos hay tal
criterio. Los valores espirituales son valores objetivos y absolutos. Por esta razón
se presentan ante cualquiera con la exigencia de ser reconocidos. No se rigen por
el hombre sino que, al contrario, el hombre tiene que regirse por ellos. Por así
decirlo, se hallan como una potencia normativa por encima de la conciencia
estimativa

La clase de los valores sensibles está constituida por:

Los valores de la vida o valores vitales


Son aquellos valores cuyo portador es la vida en sentido natural, el bios. A
ellos pertenece la vitalidad, la salud, etc. Como se sabe, para Nietzsche
estos valores eran los supremos, e incluso los únicos. De esta manera
Nietzsche representaba un biologismo ético o naturalismo.

Los valores de utilidad


Coinciden con los valores económicos. Abarcan todo lo que sirve para
satisfacer nuestras necesidades económicas (comidas, bebidas, vestidos,
habitaciones, etc.), así como todas las herramientas y medios que sirven
para la producción de tales bienes. Se distinguen de los restantes valores
de esta clase porque no son valores propios sino valores derivados.

Los valores espirituales, que constituyen el tema propio de la Axiología son:

Valores lógicos
Esta expresión puede designar dos cosas: la función de conocer y el
contenido conocido. En el primer caso se considera que el conocimiento, el
saber, la posesión de la verdad y el impulso hacia ella es un valor.

En este sentido puede hablarse muy adecuadamente de valores lógicos o


de conocimiento. Desvalores lógicos son la ignorancia, el error, la falta de
interés por la verdad, la ausencia de aspiración hacia la verdad y similares.
Pero el término "valor lógico" puede referirse también al contenido
conocido. Entonces valor lógico es todo lo que cae bajo la oposición
"verdadero-falso". Por ende todo juicio verdadero, toda proposición correcta
es un valor lógico. En este caso se considera por tanto como valor no a la
posesión de la verdad o la aspiración hacia ella sino a la verdad misma.
Esto significa un ensanchamiento del concepto de verdad en el campo
teórico. Ya hemos visto que esta concepción es característica de la
axiología neokantiana, y la denominamos "logización" del valor, pues lo
identifica con la validez lógica.

Contra esta concepción observa con razón Max Scheler: "La verdad no es
ningún valor. Tiene buen sentido dar valor a los actos de búsqueda y de
investigación de la verdad; también la certeza de que una proposición sea
verdadera -como puede hablarse de valores de probabilidad-, y también el
conocimiento de la verdad es un valor; pero la verdad como tal no es un
valor sino una idea diferente de todos los valores, que se cumple cuando un
contenido significativo de un juicio en forma de proposición concuerda con
una situación objetiva y esta coincidencia se da con evidencia. En este
sentido también nuestras expresiones de valor pueden ser "verdaderas" y
"falsas"; por lo contrario no tiene sentido exigir o predicar de un juicio
teórico que sea "bueno" o "bello".

La extensión o, más bien, el empleo primario del concepto de valor, en el


campo teórico contraviene la esencia del valor. La esfera axiológica es una
esfera teórica. Se orienta hacia el aspecto emocional del espíritu. Es un
“ordre du coeur”, como decía Pascal. El valor es siempre algo que
corresponde a nuestro sentimiento de valor. En cambio un juicio verdadero,
como por ejemplo la proposición "Dos veces dos es igual a cuatro", apunta
exclusivamente a nuestro entendimiento; no lo aprehendemos con el
corazón ni con el sentimiento sino con el claro y frío entendimiento. Es,
pues, toto genere diferente de cualquier "valor".

Por cierto, el campo lógico-teorético tiene también una estructura polar.


También él está recorrido en toda su extensión por una oposición
fundamental: la dualidad de lo verdadero y lo falso. Pero esto no constituye
ningún motivo suficiente para considerar a ese campo como un campo
axiológico. La coincidencia formal puede coexistir muy bien con una
diferencia material. Aquella coincidencia se basa en que también lo lógico
pertenece a la clase de los objetos ideales. Pero dentro de esta clase hay
todavía diferencias esenciales. Para hacerles justicia, hay que llamar "orden
de ideas" a la esfera lógica, en oposición al orden de los valores. Por tanto
sólo pueden concebirse como valores lógicos o gnoseológicos los valores
funcionales del saber, del conocer, de la investigación de la verdad. Cuan
general es su validez lo sabía ya Aristóteles al comenzar su Metafísica con
la frase; "Todos los hombres desean naturalmente saber".
Los valores éticos o valores del bien moral
Se caracterizan esencialmente por las siguientes notas:

a) Los valores éticos son valores cuyos portadores no pueden ser


nunca cosas sino personas. Sólo los seres espirituales pueden
realizar los valores morales. El ámbito de estos valores es por tanto
relativamente estrecho, más estrecho por ejemplo que el de los
valores estéticos.

b) Los valores éticos son siempre inherentes a portadores reales.


También por esto se diferencian de los valores estéticos, cuyos
portadores representan una especie de realidad aparente.

c) Los valores éticos tienen el carácter de una exigencia absoluta. De


ellos surge un "deber" sin atenuantes; imperiosamente exigen al
hombre la realización. También por esto se diferencian de los valores
estéticos, que no poseen esta fuerza obligatoria absoluta. Su
realización no se siente como una exigencia incondicionada.

d) Los valores éticos se presentan ante cada ser humano; no pretenden


ser realizados por algunos hombres solamente sino por todos.
Pretenden universalidad. Por el contrario, esto no ocurre con los
valores estéticos, que solicitan sólo a algunos individuos. Todos no
están obligados a hacer arte, a cultivar valores estéticos; pero todo el
mundo está obligado a hacer el bien.

e) También desde otro punto de vista la exigencia de los valores éticos


es ilimitada. Se nos presentan como criterio de toda nuestra
conducta. Toda la vida se halla bajo su exigencia de validez. Nada
debe ocurrir en ella que los contradiga. A esto lo podemos llamar
"exigencia de totalidad", la cual falta en los valores estéticos. "Los
valores estéticos solo pretenden ser realizados en los momentos
elevados de nuestra vida; no se oponen a que en el resto de nuestra
vida no les prestemos atención."

f) El bien moral como tal es formal, aunque incluya múltiples


contenidos axiológicos. Esto ya había sido visto por San Agustín, que
caracterizó la virtud como ordo amoris. Según esto, el bien moral
significa el buen ordenamiento de nuestro amor, de nuestra actitud
hacia los valores. Franz Brentano trata de expresar la misma idea
caracterizando al Bien como aquello que es querido con "buen
amor". El mismo sentido tiene la definición del bien moral en la ética
fenomenológica de los valores: el bien consiste en preferir los valores
superiores.

Los valores estéticos o valores de lo bello


(A lo bello en este sentido amplio pertenecen también lo sublime, lo trágico,
lo agradable, etc.) Las notas esenciales de esta clase de valores ya fueron
nombradas al compararlas con los valores éticos.

Las principales son las siguientes:

a) Lo estético no es lo inherente sólo a personas sino a objetos en general.


Todo objeto, muerto o animado, espiritual o material, real o ideal, puede
convertirse en portador del valor estético.

b) Por su esencia, el valor estético descansa en la apariencia. La realidad


estética es una realidad de apariencia. Esto tiene su fundamento en el
hecho de que el valor estético es un valor de "expresión" (en oposición
al valor ético que es un valor de "acción"). "Lo bello" es la "apariencia
sensible de la idea", dijo Hegel. Cuando algo que no es sensible está
representado en lo sensible, cuando un contenido anímico, una idea
espiritual, se expresa intuitivamente, estamos en presencia de un
fenómeno estético.

Con esto tocamos una última nota:

c) El dato intuitivo del valor estético (que en cambio falta al valor ético), "si
decimos que un objeto es bello, agradable o sublime, no significamos un
concepto o algo conceptual en él, sino algo intuitivamente vivido, que no
es dado en forma inmediata. Además la intuición no es naturalmente
sólo la intuición visual, sino también la de nuestro oído, nuestro sentir
cuando escuchamos una poesía, nuestra fantasía. Sin duda tampoco
captamos el valor por medio de una intuición que permite la aparición de
su objeto como ser perceptible por los sentidos. En pocas palabas la
llamamos "intuición estética." Mientras el valor estético es intuible, "el
valor ético en lo más profundo de su esencia jamás puede tornarse
intuible; es como un sol oculto a nuestra mirada y cuya magnitud, brillo y
energía sólo podemos calcular por los planetas que nos resultan
visibles".
Los valores religiosos o valores de lo santo
Hemos señalado someramente lo peculiar de estos valores. Como ya
hemos observado, no les es inherente ningún deber. A estos valores no
debemos realizarlos porque no podemos y también porque no necesitamos
hacerlo, pues estos valores son realidad. No son valores de deber sino
valores de ser. Por esto se diferencian muy claramente de los valores éticos
y coinciden al mismo tiempo con los estéticos. Sin duda subsiste la
diferencia de que la realidad de lo santo no es como la de lo bello en mera
realidad de apariencia sino una realidad en sentido eminente (ens
realissimum).

Lo santo o lo divino es, pues:

a) Valor y ser al mismo tiempo, valor que es realidad valiosa, realidad de


valor.

b) Lo santo posee una cualidad axiológica especial, específica. No hay que


caracterizarla como síntesis o totalidad de los restantes valores
espirituales. Así lo hace por ejemplo el neokantismo cuando manifiesta:
"Por lo santo no entendemos ninguna clase especial de valores
perteneciente a los valores de validez general, como la constituida por lo
verdadero, lo bueno, lo bello, sino más bien a todos estos valores en la
medida en que se hallan en relación con una realidad suprasensible.
Aquí no se tiene en cuenta que lo santo no vive gracias a los restantes
valores, sino que representa una especial cualidad axiológica. Rudolf
Otto en su libro Lo santo, lo ha probado en forma convincente, como lo
veremos con más detalle en la "Filosofía de la religión".

c) En el carácter ontológico y axiológico de lo santo se basa su


trascendencia. En el campo de lo finito el ser y el valor están apartados.
Por tanto, lo divino sólo puede buscarse como realidad valiosa en el
campo trascendente. Se halla esencialmente más allá del campo del ser
terrenal. Inclusive, por su contenido de valor se halla en cierta oposición
a lo terreno: es lo totalmente "distinto". Por esta razón, todos los
conceptos logrados en lo finito sólo se le pueden aplicar en sentido
simbólico o analógico.

d) A pesar de la trascendencia subsiste una relación íntima entre lo santo y


los restantes valores espirituales. Esta relación es de fundamentación:
aquella realidad axiológica es patria y hogar de todos los valores, que
tienen en ella su más profundo origen metafísico; son como los rayos
que proceden de una fuente luminosa oculta. "Todo valor auténtico
culmina en su relación con Dios, síntesis de todos los valores. No se
entiende ningún valor propio de su propia dimensión de profundidad si
con él no se concibe en qué medida ensalza o enaltece a Dios o, como
también puede deducirse, en qué medida es una irradiación de la
absoluta gloria de Dios. Mientras yo no capte su anuncio de Dios no
habré comprendido su más profunda esencia. En toda verdadera
belleza, en la naturaleza y en el arte, en toda acción moralmente buena,
en el valor propio de la sociedad y unión de personas, en la sublimidad
de lo que es justo, en la majestuosa dignidad de todo conocimiento
verdadero, en el cual un trozo de ente es reproducido justamente a
imagen del Espíritu, en todo ello se encuentra ese anuncio de un mundo
superior. Esa bóveda de donde recibimos las vivificantes irradiaciones
de la absoluta gloria de Dios."
2
(Transcrito de J. Hessen - Tratado de Filosofía) *

LA JERARQUÍA DE LOS VALORES*2

Los valores no solo difieren entre sí sino que también guardan entre sí un cierto
orden jerárquico. Lo mismo que la distinción entre valores positivos y negativos, la
distinción entre valores superiores e inferiores se funda en la esencia del valor.
Inclusive, como sabemos, el orden axiológico tiene una estructura jerárquica que
expresa un orden de grados o importancias. Hay en él un "abajo" y un "arriba", un
"alto" y un "bajo". Ahora tenemos que tratar de ver con más exactitud esta
estructura.

Max Scheler, sobre todo, se ha ocupado extensamente del problema de la


jerarquía de los valores y ha presentado cinco criterios de ordenación jerárquica.

1. Los valores son tanto más altos cuanto más duraderos


La durabilidad es un valor que tiene en sí el fenómeno de poder existir a
través del tiempo, con total indiferencia respecto de cuánto tiempo dura su
portador material. Y esta duración pertenece al hecho de que algo se
encuentra específicamente determinado como "ser valioso". Así, por
ejemplo, cuando cumplimos el acto de amor a una persona, en razón de su
valor personal. Entonces el fenómeno de la duración reside tanto en los
valores a los cuales apuntamos como en los valores vividos del acto de
amor, y por tanto también la “perduración” de estos valores y este acto
inclusive. Sería contrario a una relación axiológica tener una actitud íntima a
la cual correspondiera por ejemplo la frase: “Te amo ahora o un
determinado tiempo". Los valores íntimos son al mismo tiempo los valores
más fugaces por esencia, y los valores supremos al mismo tiempo son los
valores eternos.

2. Mientras más altos son los valores, menos divisibles son


La participación de varios individuos en bienes materiales (por ejemplo el
pan) es posible sólo por su división. Cosa diferente ocurre con los valores
espirituales. Así como carecen de extensión y de divisibilidad, sus
portadores tampoco tienen que ser divididos para ser experimentados por
varios seres. Una obra de cultura espiritual puede ser aprehendida, sentida
y conocida en su valor por cualquier número de personas. Corresponde a la
esencia de estos valores el hecho de ser ilimitadamente comunicables sin
división ni disminución de ninguna clase.

3. El valor fundamentador es superior con respecto al fundamentado


El conjunto de los valores se funda "en el valor de un infinito espíritu
personal y el 'mundo de los valores', que se halla ante él. Los actos
captadores de valores son sólo los que captan los valores absolutamente
objetivos, en tanto ellos se realizan 'en' él, y los valores son sólo valores
absolutos en tanto aparecen en este reino".

4. Mientras más altos son los valores más profunda es la satisfacción que
produce su cumplimiento
Una satisfacción es más profunda que otra "cuando su existencia es
independiente del sentir otros valores y de la satisfacción ligada a ellos,
pero en cambio ésta depende de aquella. Por ejemplo, es muy típico el
fenómeno de que las diversiones externas o los amigos superficiales e
inocuos (por ejemplo en una fiesta o en un paseo) sólo puedan
satisfacernos plenamente si sentimos que nos 'satisfacen' en las esferas
centrales de nuestra vida, es decir, donde nos afectan 'en serio' ".

5. Un último criterio para medir la altura de un valor reside en el grado de su


relatividad
El valor de lo agradable es relativo a seres de sensibilidad, el valor vital es
relativo a seres vivos. Par un ser insensible no existe ningún valor de
agrado; para un ser no vital no hay valor vital. En este sentido ambos son
valores relativos. En cambio valores absolutos son aquellos "que existen
para un 'puro' sentir (preferir, amar), es decir, para un sentir independiente
de la esencia de la sensibilidad y de la esencia de la vida en su función
específica y sus leyes funcionales. De esta clase son por ejemplo los
valores morales. En el puro sentir podemos comprender el sentir este valor,
y de un modo sentimental, sin poner en juego las funciones sensibles del
sentimiento por las cuales nosotros (u otros) gozamos del placer. Así Dios
puede comprender los dolores sin sentirlos".

Frente a estos criterios axiológicos de Max Scheler observa Nicolai Hartman que
son raseros demasiado toscos, que su indicación de la altura jerárquica es
puramente sumaria. "De esta manera no se podrían ver las distinciones más finas
dentro de las grandes clases de valores". Pero ya se ha ganado bastante si se ha
llegado a conseguir un punto de vista para determinar el nivel de las diferentes
clases de valores. Ni pretendía Scheler ofrecer más que esto. La determinación
del grado de valor dentro de las diferentes clases axiológicas es la tarea que
corresponde a los investigadores que trabajan en estos campos.

Es innegable que hay diferencias de jerarquía dentro de las clases individuales de


valores. Tomemos por ejemplo el campo de la Ética. A todas las actividades y
actos no los estimamos del mismo modo. A todo acto no lo llamamos heroico.
Salvar a un niño que se está ahogando, arriesgando la propia vida, es un acto que
valorizamos más que el de dar limosna a un mendigo. Morir por la patria nos
parece moralmente más meritorio que tener sentimientos patrióticos. Colocamos el
amor por encima de la justicia; la valentía por encima de la moderación. La
veracidad y la pureza se hallan en el cosmos axiológico más alto que el mero
autodominio. Así es que, dentro de una clase de valores, hay diferencias de altura.

Al tratar de la clasificación de los valores procuramos determinar con la mayor


exactitud las clases individuales del valor, destacando sus notas esenciales. Con
base en lo dicho en esa oportunidad podemos establecer los siguientes principios
sobre la jerarquía de los valores:

Los valores espirituales se hallan por encima de los sensibles


Este principio tendría que ser evidente por lo que hemos dicho al
caracterizar ambas clases de valores. La aplicación de los criterios
enunciados por Max Scheler lo hace todavía más evidente y excluye toda
duda.

Dentro de la clase de valores espirituales tienen primacía los valores éticos


En efecto, los valores éticos se presentan como más altos que los valores
lógicos y estéticos. Inclusive se distinguen por la nota de la validez
incondicionada ("imperativo categórico"), de la universalidad y de la
totalidad (exigen validez para todo y para todos, es decir, para la totalidad
de la vida). Con respecto a los criterios de Max Scheler habría que señalar
en este caso la "profunda satisfacción" que su cumplimiento produce.
Los valores supremos son los valores de lo santo o valores religiosos
Todos los valores restantes se fundan en ellos. Si por último preguntamos
cómo captamos la jerarquía de los valores, podemos contestar con Max
Scheler: "La superioridad de un valor se da, por necesidad esencial, solo en
la preferencia. La jerarquía de los valores no puede ser nunca deducida
racionalmente, "sólo podemos saber cuál valor es superior realizando cada
vez el acto de preferir y posponer. Hay en este respecto una "evidencia
preferencial intuitiva, que no puede ser reemplazada por ninguna deducción
lógica".

Nicolai Hartmann señala cuan entrelazados se hallan el acto de preferir y el acto


primario de sentir los valores. "El acto de preferir no es un acto del juicio sobre
valores, sino un elemento primario del acto mismo de sentir valores. Toda
diferenciación de las respuestas a los valores y predicados sobre valores se basa
en este elemento de estar, por así decir, mezclados en el sentimiento del valor".

Todo sentimiento concreto de valor se refiere primariamente a una jerarquía; una


intuición de valor estrictamente aislada, como localizada en un punto, sólo existe
en abstracto. "Todo sentimiento vivo de valor se halla sometido a leyes de
preferencia que, a su vez, arraigan en el orden superior de las esencias valiosas;
originariamente no se trata de un sentimiento de valor de carácter estigmático,
sino de un sentimiento de valor de relaciones complejas." Según Hartmann, a
estas leyes de preferencia que imperan imperturbablemente en las honduras del
sentimiento de valor, se las puede llamar "sentido del nivel axiológico". Es el
sentido de un orden ideal sui géneris, incomparable, y cuya dimensión no coincide
con la de ningún otro. El hecho de que haya una relación de nivel muestra, como
subraya Hartmann, que hay una firme y compleja jerarquía que es inseparable de
la esencia de los valores. "Los hombres no pueden modificar esta jerarquía, como
tampoco pueden negar el carácter valioso al valor que han aprehendido. El hecho
de que esta negación se halle presente, sin embargo, en ciertos fenómenos, como
por ejemplo en el de resentimiento, no refuta este hecho fundamental. Aquí se
trata más bien de una violación del sentimiento de valor, de una “mendacidad”
habitual que, como falsificación, se manifiesta en la mala conciencia de los
resentidos".
2
(Transcrito de J. Hessen - Tratado de Filosofía) *
EJEMPLOS PROVISIONALES DE VALORES
UTILIZABLES EN LA PSICOTERAPIA

1. Valores Vitales

Cuidado del sueño.


Baño caliente. Baño de tina. Baño de piscineta con masaje de agua.
Baño frío. Frotación del cuerpo con agua fría. Sauna o baño turco. Baño
de piscina. Baño de sol. Baño de río. Baño de mar.
Masaje.
Relajación dinámica.
Paseos a pie. Gimnasia. Ejercicios yoga.
Dieta de frutas. Dieta de vegetales.
viajes y paseos.
Deporte.

2. Valores Útiles

Labores manuales. Jardinería. Costura. Bordado.


Colecciones.- Estampillas. Monedas. Curiosidades. Recortes de prensa.
Otros.
Trabajo remunerativo. Aprendizaje de técnicas o profesiones para el
trabajo productivo.
Distracciones.
Conversación social.
Baile social.
Juegos de mesa y otros entretenimientos sociales.
Etiqueta.
Cuidado del vestir.

3. Valores Intelectuales

 Conocimientos (Enriquecimiento cultural)


Idioma natal.
Idiomas extranjeros.
Filosofía.
Religión.
Historia.
Geografía.
Ciencias Matemáticas.
Ciencias Naturales.
Ciencias sociales.
Tecnología.

 Información
Lectura de la prensa.
Lectura de revistas.
Otras fuentes de información.

4. Valores Éticos

Aprendizaje y práctica de las virtudes. (Enumeración de las virtudes según


la Ética de Johannes Hessen, obra citada).

Respeto.
Humildad.
Amor.
Veracidad.
Autofidelidad.
Franqueza.
Templanza.
Pureza.
Sinceridad.
Justicia.
Bondad.
Perdón.
Paciencia.
Valor.

5. Valores Estéticos

Literatura
Artículos periodísticos.
Ensayo
Cuento
Poesía.
Novela.
Teatro.
Otros.

Música
Música folclórica.
Música popular.
Música culta
Audición: Discos, cintas magnetofónicas, conciertos.
Ejecución: Canto, instrumentos musicales.

Arte
Artesanía popular.
Pintura.
Escultura.
Arquitectura.
Ballet.
Otros menores.

Formas diversas de recreación artística

Contemplativas:
Cine.
Televisión.
Betamax o similares.

Participantes:
Grupos de música.
Grupos de teatro.
Otros.

6. Valores Religiosos

Cultivo de la oración.
Cultivo de la meditación.
Cultivo de los actos litúrgicos.
Práctica de las creencias.
*El anterior documento fue obtenido del Curso de Fisiología Médica, fascículo correspondiente a la
Parte Tercera: Fisiología de los Sistemas Orgánicos; Sección Octava: Fisiología del Psiquismo.
Escuela de Medicina Juan N. Corpas.

Óscar Javier López Acero


Profesor Titular
Coordinador del Área de Psicoterapias No Convencionales
Posgrados Médico-quirúrgicos
Terapéuticas Alternativas y Farmacología Vegetal
Facultad de Medicina
Fundación Universitaria Juan N. Corpas
oscar.lopez@juanncorpas.edu.co

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