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Tilulú de la edición original:


 Hor
 H orse xe . essai sur le transsexualisme  
sexe
Point Hors Ligne, París 1983

Traducción: Cristina Davie

© Catherine Millot
<D Edic
Edicione
ioness Paradiso
© C u t á lo
l o g i is
is S K L
Sagundil L-dic¡
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CATHERINE MILLOT

EXSEXO. 
ENSAYO SOBRE 
EL TRANSEXUALISMO

IJIHUtCOS
EDITORA

 
SOBRE LA TRADUCCIÓN

El neologismo introducido por Lacan  Ho  Horse xe presenta


rsexe
múltiples problemas de traducción que sería ocioso argu-
mentar aquí en detalle. Germán L. García propuso a su vez
otro neologismo, Exsexo , como equivalente, en muchos aspec-
tos, al primero.
Se trataba de sugerir la noción de exterioridad sin recu-
rrir a perífrasis,
perífrasis, o en todo caso a palabras de aspecto «técni-
co», ní a la sustantiyación de algún adverbio, como ju e r a ,  
 porquee produce
 porqu prod uce un efecto imperati
imp erativo
vo —resonan
reso nancia
cia ésta
és ta que
no se halla en el término original—, ni a expresiones que
transmiten una idea de progreso o superación.
 Noo obsta
 N ob stante
nte,, en el inter
in terio
iorr del texto se h a recurr
rec urrido
ido a
distintas expresiones para reflejar distintas connotaciones
del término original en relación con los diferentes contextos,
en particular
particula r en funció
funciónn del sujeto
sujeto al que se atribuía cada vez
 Hors
 Ho rsex e,   teniendo en cuenta
exe, cu enta además la distinción
distinción entre
entre ser¿ y
estar   propia
propia de la lengua española. Tenga en cuenta pues el
lector que expresiones como estarfue fuera
ra del o sér ajen a l 
ajenoo al
sexo traducen matices particulares de  Ho  Horse xe   —resonan-
rsexe
cias que demuestran se trata de un término afortunado.
E.B.

 
DE PIGALLE A CIBELES

 
CAPÍTULO I 

SHE-MALE

 
El Olympia, 1963. Foto Roger Vio
Violl
llct
ct

 
En los pasillos de un hospital psiquiátrico se cruza uno
con figuras extrañas, tales como la silueta de un luchador en
minifalda vacilante sobre unos tacones altos, con las mejillas
azuladas por una barba que fein embargo ha sido afeitada a
ras, y cubiertas de una
un a base de cosmético.
cosmético. Es Rober
Ro bert,t, decidi-
decidi-
damente transexual, dispuesto si llega el caso a andar a
 puñetazos
 puñeta zos por las muj
mujeres
eres del M .L.F
.L .F.,., poc
pocoo com
comba
bativ
tivas as para
pa ra
su gusto. Robert está al borde del delirio: abandonando pro-
visoriamente el burdel donde trabaja como criada, de tanto
en tanto
naza viene al asilo en busca de refugio contra una ame-
de «depresión».
En otros sitios, con otras facilidades, en los cabarets, en
los locales de homosexuales de todo tipo, una rubias des-
lumbrantes, super tíaS muy stars, se presentan imitando en
 play back las canc
ca ncion
iones
es de Marilyn
Mar ilyn Mo
Monroe
nroe,, el modelo de
todas, para pagarse la operación que acabará de hacerlas
«verdaderas mujeres». Aquí la frontera es incierta, desde el

travestido que según la definición de los especialistas está


 preocupado por
po r co
conser
nservar
var bajo el vestido eso con qué pasmar
pasm ar
al prójimo pifiándole por sorpresa, hásta el transexual que
 jam
 ja m ás ha teni
tenido
do sino
sin o oodi
dioo y desprecio
despre cio por algo qque
ue le estorba
esto rba
en nombre de unaun a virilidad que rechaza con todas sus fue fuerz
rzas
as..
En las calles de Pigalle, por la noche, el cliente que gusta de
lo
loss equívocos está servido. Ya Y a no puede
puede saber, pues todos
todo s los
limites se confunden, si aquella soberbia brasileña es una
mujer, un hombre travestido dotado a la vez de senos
flamantes
viril— o unque debe «transformado»,
hombre a los estrógenosprovisto
y de undeórgano muy
una vagina
artificial y que físicamente ya no tiene nada de hombre.
Operaciones de cirugía estética (nariz, mentón, pómulos,
arcos superficiales
superficiales,, manos,
ma nos, pierna
piernas)
s) para feminizar llaa ca
cara
ra y
el cuerpo, operaciones de cirugía de transformación de los
órganos genitales, se practican hoy en cadena en casi toda
Europa,' y desde hace tiempo en los Estados Unidos. Son
innumerable
innume rabless los jóv
jóvenes
enes prostitutos que las llevan a cabo, y
ya no es posible juzgar qué los empuja a ello: las leyes del
mercado de la prostitución, es decir la demanda del cliente
(¿qué es más vendible:
una determinación' un travestí
intima, con o sindecidida
una vocación pene?), odesde
bien
siempre.
Los transexuales se encuentran también en otros sitios
que no son este universo marginal, o sea en cualquier parte.
La dueña de la granja donde usted compra tal vez es un padre
de familia. Religiosos, médicos, enfermeros, empleados, fun-
cionarios, «cambian» de sexo. En Holanda han tratado de
facilitarles enormemente
enormeme nte este paso, y a quie
quienes
nes así lo desean,
 bastan
 bas tan algunas entre
en trevis
vistas
tas con un psicólogo p ara
ar a qu
quee se les
abra el cam
camino
ino de un pro
proceso
ceso de transformación
transformación que concluye
en un cambio de estado civil. Esos hombres convertidos en
mujeres pueden casarse, adoptar niños, las mujeres trans-
formadas en hombres hacen inseminar artificialmente a su
esposa y son los padres totalmente legales de su prole. Ya
existen en Francia algunos casos, y eso no es más que el
comienzo. La reforma de la legislación concerniente a los
cambios de sexo está en curso. Actualmente la tendencia de
los juristas franceses es muy vanguardista, y se contempla

que la libertad de disponer de sí mismo se extienda a la


elección
elec ción del propio sexo. A fin de no subordinar el cambio de
estado civil a unas operaciones qué a pesar de todo son
mutiladorass (mucho
mutiladora (muchoss transexuales se detienen en el curso de
la transformación antes de la ablación de los órganos viriles,
o de los órganos genitales internos en la mujer), se trata de
concedérselo también a los transexuales que hayan conser-
vado su sexo de origen. Pronto la ley será stolleriana: dis-
tinguirá entre el sexo (órgano) y el género (identidad). «Con
nosotros, se entra de repente en la ciencia ficción»,
una transexual. ficción», me decía
SÍ hasta ahora los transexuales casi nunca lograban sus
fines
fines antes de lo
loss treinta años, o más, debido
debido a los obstáculos
obs táculos
exteriores que encontraban, de ahora en adelante ya nada
detiene
detiene a los jóvenes
jóven es que, apenas
ap enas salidos
salidos de la adolescencia,
adoles cencia,
desde los dieciocho años, quieren seguir este camino. Las
amenazas de suicidio, frecuentes en estos casos, son argu-
mentos decisivos para quienes tienen el poder de otorgar el
 permiso: los ps
psiqu
iquiat
iatras
ras..
En los Estados Unidos, esto adquiere la amplitud de un
fenómeno social que hasta llega a inquietar a las feministas.
En auna
de alarma:
larma:obra el reciente, Janice
transexualismo
transexualis G.iaRaymond
mo seria
ser uno de lolosslanzaba
últim osun
últimos grito
medios
inventados por los hombres para asegurar su hegemonía en la
lucha de los sexos. Vendrían a competir con las mujeres en
su propio tterreno,
erreno, amenazan
am enazando do con hacer
hac er pronto de ellas
ellas un
unaa
especie en vías de desaparición. Al respecto cita las decla-
raciones de lo que allá llaman un «she-male », un hombre
transformado en mujer quirúrgicamente: «las mujeres gené-
ticass no pueden
tica pueden pretende
pre tenderr tener el
el valor, la sutileza,
sutil eza, la sensi-
 bilidad, la l a co
comp
mpasió
asión,
n, la amplitud de miras
mi ras qqueue se adqu
ad quier
ieren
en
a trav
través és de la experiencia transexual. Libres Libres de las cadenas
caden as
de la menstruación y de la procreación, las mujeres tran-
sexuales son evidentemente muy superiores a las mujeres
genética
gené ticas.
s. El futuro pertenece a las las mu
mujere
jeress transexuales, E n
un mundo que se agotará alimentando a seis mil millones de.
 personas
 perso nas en el año 20 200000,, la capaci
cap acida
dadd de engeen gend
ndrar
rar n o
 puede ser se r co
consi
nsider
derada
ada un valor.» El trans
tra nsexu
exualialism
smoo seria
s eria así
a sí
uno de los últimos avalares del maltusianismo.

También tendría otra función: la de reforzar los este-


reotipos sexuales, tendiendo con ello a mantener a las mujeres
en el sometimiento a un rol convencional del que estaban
 próximas
 próxim as a liberarse
liberarse.*
.* En
E n efecto, la idea de la mu mujer
jer que
invocan los transexuales es de un conformismo total. Por
fuera de la star y el ama de casa, que son los dos polos de la
identificación femenina de los transexuales, no hay salvación.
Para ellos (como para los médicos, psiquiatras, endocrinó
logos y cirujanos a. los que se dirigen), la feminidad se mide
con la vara de la conformidad a unos roles. En perfecto
acuerdo, colaboran en el establecimiento de las escalas de
feminidad queque luego miden una baterías
batería s de tests, y el consen-
timiento para una operación de cambio de sexo está subordi-
nado a los resultados obtenidos en esos tests. Además, los
transexuales se prestan a una especie
transexuales especie de entrenamiento
entrenami ento para
su futuro rol, según los métodos ensayados por el conduc
tismo, que los somete a un verdadero condicionamiento. Las
escalas de «feminidad» asi establecidas sirven ya para medir
el grado de adecuación a su rol de las mujeres «biológicas»,
y si los resultados se revelan insuficientes, se les ofrece una
terapia conductista para una mejor adaptaci
adaptación.ón. Los «Gender  
 Iden
 Id enti
tity
ty Clin ics » que florecen en numerosos estados están
Cl inics
«sex role control
sirviendo
en caminoasidea convertirse
los fines de en
unacentros
políticadede meter en cintura »a,
las mujeres que cuestionaban los estereotipos sexuales. Para
Janice G. Raymond, la feminidad del transexual no tendría
nada que ver con la de las mujeres «naturales», sería un
genuino artefacto masculino, un fantasma típicamente ma
chista, y la experimentación transexual vendría a ser una de
las fases de la opresión de las mujeres por parte del poder
 patriarcal
 patr iarcal.. En Ja
Jani
nice
ce O . Raym
Ra ymondond vemos asoa soma
marr a veces la
sospecha de que el transexualismo, como arma ofensiva en
la empresa de liquidación de la raza femenina, sería del
mismo tipo que la «mal c hildpill»  de Postgate, que mascu
«malee childpill»
línizando el feto
resolver así permitiríadetener
el problema niños varones a discreción, y
la superpoblación,
Si el transexualismo responde a un sueño, el de cambiar
de sexo, vemos que hace soñar, y hasta devanarse los sesos,
a los no transexuales. Si hasta aquí la diferencia de los sexos

debe mucho a lo simbólico y a sus biparticiones, a lo imagi-


nario que fija los roles, pertenece en última instancia, por lo
que representa en cuanto a la imposibilidad de ser evitada, al
registro
regis tro de lo real, eess de
decir
cir que es ddel
el ord
orden
en de ese irreduct
irreductible
ible
contra el cual bien puede uno chocar indefinidamente. Desde
este punto de vista, ¿cambiaría el status dél transexualismo?
En todo caso es con lo que sueñan losmédicos y los
 jurist
 jur istas,
as, quienes poporr vocvocaci
ación
ón tratan con el fant
fa ntas
asmm a de un
 poder que no con conoc
oceríeríaa limites, poder de tener en jjaq aque
ue a la
muerte —ese otro real—, poder de hacer la ley, de legislar
sin déficit ni superávit la realidad humana. El transexua-
lismo responde al sueño de apartar, incluso de abolir los
limites que marcan la frontera donde comienza lo real.
El transexualismo, sobre todo él transexualismo mascu-
lino, también hace soñar a las mujeres con el acceso a un
saber sobre la esencia eminentemente inasible de la femi-
nidad, pregunta que remite a cada una a aquello que la hace
extraña a si misma. Los transexuales, que pretenden poseer
un alma femenina prisionera de un cuerpo de hombre cuya
corrección exige
exigen,
n, tal vez sean los
los únicos que
que se jact
ja ctan
an de una
identidad sexual monolítica, exenta de dudas y preguntas.
Todos los hombres transexuales tienen una idea, y hasta una
definición
decía uno dede ellos,
la mujer:
lo que«las
nomujeres son dulces
puede menos y amables»
que hacer sonreír
a cualquiera que haya tenido que vérselas, aunque más no
fuera con sólo una de ellas, a la hora de la verdad. También
la belleza es un rasgo inevitable de la mujer, rasgo sobre el
cual volveremos.
En ocasiones los hombres transexuales hacen delirar a
las feministas, que ven en ellos un reconocimiento a la causa
de las mujeres, una abdicación caballeresca de sus prerroga-
tivas viriles, depositadas a los pies de las mujeres. Algunos,
como Robert, ya mencionado, parecen confirmar esta analo-
gía con el amor cortés. Son muchos los transexuales, en
 parti
 pa rticul
cular
ar en los Es
Estatado
doss Unid
Unidos,
os, com
comoo lo ate
atesti
stigu
guaa Ja
Jani
nicece
G. Raymond, que reclaman su admisión en el campo de las
feministas. La posición cortés se encuentra también en los
transexuales que se vuelven «lesbianas» algunos años des-
 pués de hab
haberse
erse he
hech
choo tran
transform
sformar,
ar, y que ab
aban
ando
donanand
ndoo ttoo d a

 bús queda
 búsque da de
d e una relac
rel ación
ión am
a m oros
or osaa con
co n un hombre
hom bre,, que con-
firmaría su feminida
feminidad,
d, van a buscar
busca r ese reconocimiento junto
a una mujer.
Ese viraje hacia la homosexualidad
homo sexualidad femenina
femenina es bastante
basta nte
frecuente, como lo hace notar Colette Piat en «Elles ... les 
travestís», al igual que Janice G. Raymond, quien según su
 punto de vista ve allí una artimaña
artim aña más del patria
pa triarc
rcad
ado.
o.
«Sappho
Sapph o by surgery», titula uno de los capítulos de su libro.
Esos transsexually constructed lesbian-feminists   (lesbia
nismo y feminismo corren aquí parejos), representarían la
realización
de de un
la intimidad de viejo fantasma
las mujeres masculino
entre de penetración
sí, verdadera violación
mental que, según ella, no hace otra cosa que manifestar,
más allá de las apariencias femeninas, su profunda virilidad.
Esta intrusión consumaría un modo insidioso de control de
las mujeres, al estilo de los eunucos encargados de la custodia
de ios harenes.
El transexualismo es hoy en día un fenómeno social,
incluso un síntoma de la civilización. Por tanto es protei
forme, y sólo corresponde a una definición mínima que a su
vez linda con el estereotipo: se define como transexual a una
 personaa que solicita
 person solic ita la modificación de su cuerpo
cue rpo a fm de
conformarlo
confo rmarlo a las apariencias del sexo opuesto,
opuesto, invocando la
convicción de que su verdadera identidad sexual es contraría
a su sexo biológico. El transexualismo es actualmente la
conjunción de una convicción, que no debe nada a nadie, y
una demanda que se dirige al otro. Tal demanda es nueva, ya
que supone una oferta que la suscita, la que hace ia ciencia,
 pues sin cirujano ni endocrinólogo
endocr inólogo no hay transex
tra nsexual.
ual. En
este sentido, el transexualismo es un fenómeno esencialmente
moderno, pero queda la convicción, que no ha esperado a la
ciencia. Un articulo de los años 50 se titula «Forma epidé-
mica de un mal antiguo». En efecto, ya Esquirol describía
XIX,
este
EUisfenómeno,
y sobre todoy Krafft
en los
Kraf sexólogos
ft Ebbing, del siglo observaciones
encontramos Havelock
observ aciones
así como testimonios de aquellos a quienes por entonces aún
no se llamaba transexuales.

CAPÍTULO II

EL IMPULSO HACIA LA MUIER 


MUIER 
EN LA PSICOSIS
 
Travestís de Singapur.
Foto Roger Viollet.

Krafft Ebbing sitúa los casos correspondientes al tran-


sexualismo
sexua lismo como uno de los grados
grados de la inversión sexual, en
una escala que va desde «el hermafroditismo psicosexual» a
«la metamorfosis sexual paranoica». Para ilustrar lo que
considera un fenómeno de transición entre la homosexua-
lidad y la paranoia, nos entrega un documedocumento
nto notable ccons-
ons-
tituido por el perturbador testimonio de un transexual antes
de época, al que Rob
Rober ertt Stoller no desaprobaría eenn más de un
 punto. Se tr
trat
ataa d el re
relat
latoo muy detall
det allado
ado de su vid
vidaa es
escri
crito
to
 porr un médico húngar
 po hún garo,o, que pro
propórc
pórciona
iona más da
dato
toss significa-
tivos sobre la posición transexual que todos los casos de la
literatura psiquiátrica, no obstante ser muy abundante en la
materia.
 Nos
 N os expone algu
algunos
nos rasg
rasgos
os de su infancia qu
quee Stoller,
 por su ppar
arte
te,, tam
tambié
biénn ha recogido en los niños tr
tran
anse
sexua
xuale
les.
s.
Era de una belleza notable, y por encima de todo le gustaba
quedarse junto a su madre, que ló era «todo» para él Como

¡ítregaba a juegos de niña a menudo le llamaban al


 jre qué convien
que dócilmente con vieneedea acomodarse.
trataba un varón, conven
conImitando
venien
iencia
ciasscuanto
a las
 podía a sus compañeros,
compañero s, se esforzaba por «hacerse
«ha cerse el varón».
Recuerda sú pasión desde la infancia por los guantes de piel
de las mujeres, guantes que adoraba ponerse. Stoller señala
también el placer de los transexuales por vestir ropas feme-
ninas, el placer del contacto de ciertas telas sobre la piel.
Asimismo, el traje femenino le atraía como disfraz.
Ridiculizado por sus compañeros debido a sus modales
de niña, soportaba con dificultad la aspereza del contacto
con las telas que se empleaban en la confección de las ropas
masculinas.
 pie
 piel, «Tal vez,
l, haya llegado por la esuavidad
a figurarme
figurarm poconiña
que era una nifrecuente
ña», de .mi
», escribe
esc ribe. A
la edad de doce años pudo
p udo formular que preferiría ser mujer.
mujer.
«Sé —agrega— que no habría temido el cuchillo del cas-
trador para alcanzar mi objetivo».
Ya muchacho se entregó al onanismo. Stoller apunta en
cambio la ausencia corriente de esta práctica en los transe-
xuales. En el curso de este acto se imaginaba ser un hombre
desdoblado, pero por otra parte no sentía deseo por los
hombres. Cuando tuvo relaciones sexuales con una mujer,
adoptó la posición femenina.
Su condición
suicidio, y en lalemisma
hacía desdichado.
época sufrióTuvo dos tentativas
síntomas de
psicóticos.
Una vez pasó quince días sin dormir, y declara haber tenido
entonces muchas alucinaciones visuales y auditivas. «Ha-
 blaba con los muerto
m uertoss y los vivos,
vivos, lo que aún me ocur
oc urre
re hoy
en día», agrega.
Después de cursar estudios de medicina, hizo la guerra
como médico militar voluntario. Luego se casó con una
mujer enérgica de la que estaba muy enamorado, y a la que
«se entregó por entero» con un fervor totalmente femenino.
De esa unión nacieron cinco niños. En aquel entonces a
menudo
ejemplo era víctima
sentir de «malestares
del lado de la próstata femeninos», como
la necesidad de por
ex-
 pulsar
 pulsar algo,
algo, como si debier
deb ieraa parir. Esto
Es to marcó
ma rcó el comienz
com ienzoo
le ciertas sensaciones de transformación corporal que cul-
minaron cuando sufrió una intoxicación con hachís. Entonces

tuvo la impresión de que sus partes genitales se hablan


retirado al interior de su cuerpo, que que su pel
pelvis
vis se eensa
nsanch
nchaba
aba
y que le crecían los pechos, lo l o que le hizo experime
experimentar
ntar «u
«una
na
voluptuosidad indescriptible». Al despertar por la mañana
esa voluptuosidad se volvió terror al sentirse «totalmente
transformado en mujer». La idea obsesiva de que era mujer
subsistió y «se hizo tan fuerte que hoy no llevo sino la
máscara de un hombre; en lo demás me siento mujer desüe
todo punto de vista y en todas mis partes».
Cada mes experimentaba la sensación de que tenía la
menstruación, y cuando mantenía relaciones sexuales con su
mujer le invadía una voluptuosidad que califica de femenina,
relaciones que a su juicio eran del orden de un «amor les
 biano». Sent
Se ntía ía tent
te ntaci
acion
ones
es eróti
eróticas
cas co
cont
ntra
ra las cu
cual
ales
es luchaba
luc haba
y que le hacían desear «ser de sexo neutro, o hacerse neu-
tralizar». Sufría por sentir que ñngía en su vida social y
 profesion
 profe sional.
al. Ci Cite
temo
moss ent
entero
ero este conmo
conmovedo
vedorr pas
pasaje:
aje: « E n
definitiva, suspira por el momento en que podrá quitarse la
máscara: pero dicho momento no llega. Sólo consigue hallar
alivio
alivio a su miseria cuando puede revestir en parte part e el carácter
femenino poniéndose una alhaja, o una falda, ya que no
 puedee sa
 pued salilirr ve
vesti
stido
do de mu mujer;
jer; no es una t a r e a pe pequ
queñ
eñaa
cumplir con sus deberes profesionales cuando uno se siente
como una actriz disfrazada de hombre, y cuando no sabe
dónde
de un ha de pecado,
gran ir a para
pa rarrpero
todono
eso. La re
evita religió
ligión
las n sól
sóloo no
penurias noss pres
que preserva
erva
experi-
menta el individuo que se siente mujer cuando la tentación se
le arrima como a una verdadera mujer, o cuando como ésta
está obligado a sufrirla y a oponérsel
oponérsele.
e. Cuand
Cuandoo un hombr
hombree de
gran estima, que goza de una rara confianza entre el público,
está obligado a luchar contra una vulva imaginaria; cuando
al volver después de un duro trabajo se ve forzado a examinar
el tr^je de la primera señora que aparezca, a criticarla con
ojos de mujer, a leer en su rostro sus pensamientos, ¡cuando
una revista de modas
mod as —yo llas
as amaba ya de ni
niño—
ño— nos
no s intere
intere--
sa tanto como
a ocultar una obra
su estado a sucientífica! ¡Cuando
mujer, cuyos uno está obligado
pensamientos adivina
 puesto
 pues to que
qu e uno tam
tambi
bién
én es mujer, en tanto
tan to que e lla
ll a ha ad
adi-
i-
vinado claramente que uno se ha transformado de alma y de

cuerpo!! ¡V los torm


cuerpo tormentos
entos que nos causa la lucha que debemos
sostener para vencer la debilidad femenina! A veces uno
consigue vivir algún tiempo como mujer, sobre todo cuando
está de vacaciones solo, por* ejemplo llevando vestidos de
mujer, especialmente de noche, quedándose con los guantes,
cogiendo un velo o un antifaz cuando está en su habitación;
entonces se logra tener
ten er un poco ddee tranquilidad del lado de la
la
libido, pero el carácter femenino que se ha implantado exige
impetuosamente ser reconocido. A menudo se contenta con
una modesta concesión, como por ejemplo un brazalete
 puesto
 pues to po
porr deba
debajo
jo de
dell pu
puño,
ño, pero inexorab
inexorablemente
lemente exige uña
concesión cualquiera».
Por otra parte expresa su solidaridad para con las mu-
 jeres,
 jer es, cuyos inte
interese
resess y preocupac
preocupaciones
iones com
compar
parte.
te. E n la
carta adjunta
feminista. a su manuscrito
Subraya autobiográfico
todo lo que no falta
le ha aportado la nota
esa sensibi-
lidad femenina en el ejercicio de su profesión, y deplora que
la carrera de medicina esté cerrada a las mujeres: «si fuera
 posible —conc
concluye
luye—,
—, ca
cada
da médico deber
debería
ía es
estar
tar obliga
obligado
do a
hacer un cursillo de tres meses como mujer; entonces com-
 prende
 pre ndería
ría y es
estim
timarí
aríaa mejor a esa parte de la hum
humananida
idadd de
donde ha salido; sabría entonces apreciar la magnanimidad
de las mujeres, y por otra parte la dureza de su suerte».
Este caso presenta síntomas manifiestamente psicóticos
(alucinaciones, lectura del pensamiento, sensaciones de
transformación
entre corporal),
los transexuales. Lalocuestión
que estádelejos de ser la norma
la estructura de los
transexuales ya ha sido debatida. Podemos situar, de un
lado, a los defensores del delirio parcial (posición frecuente
entre los psiquiatras) para quienes el transexualismo es un
síntoma psicótico, y del otro a aquellos que sostienen que
entre los transexuales no se encuentran ni más ni menos
neuróticos, perversos y psicóticos que en una muestra cual-
quiera de la población. Para estos últimos, a menudo mé-
dicos no psiquiatras, cirujanos y sobre todo endocrinólogos,
el transexualismo depende de un trastorno localizado de la
identidad, y sostienen la hipótesis de que dicho trastorno
sería consecutivo de una impregnación hormonal del cerebro
en el transcurso de la vida'intrauterina, y por tanto la con-

tradicción entre un cerebro de un sexo y un cuerpo de otro


serla la causa perfectamente comprensible de un sufrimiento
 psíquico que la rectific
rect ificaci
ación
ón corporal
corp oral debería
debe ría aliviar.
cia Desde el punto
de síntomas de vistadelpsicoanalítico,
situados la presencia
lado de la psicosis por unao ausen-
clasi-
ficación psiquiátrica no puede ser decisiva. Una definición
estructural de la psicosis relega a segundo plano el aspecto
sintomático. Dicho de otra manera, la ausencia de síntomas
 psicóticoss no excluye
 psicótico exclu ye forzosamente
forzosa mente la existenc
exis tencia
ia de una es-es -
tructura psícótica. Por otra parte, la presencia de unsintoma
dado no proporciona en si misma ninguna indicación estruc-
tural. La indecisión en cuanto al propio sexo, por ejemplo, o
 bien la homose
hom osexuaxualida
lidad,d, son situables como
como formacio
form aciones
nes
imaginarias, y como tal corresponden a efectos derivados de
 posiciones
 por sí una est
estruc
ructur
estru turale
es tructu aless£1diversas.
ctura.
ra. diversas . Ningún
sentirse Ningú
mu jern en
mujer síntoma
síntun
omacuerpo
sella de
de
hombre (o a la inversa) puede adquirir un sentido muy dife-
rente según el contexto. Igualmente la demanda de cambiar
de sexo, que en sí misma es un síntoma, puede emanar tanto
de una hipocondriaca (se han encontrado casos) que alegará
una posición transexual para hacerse quitar los senos, pues
teme que un día el cáncer los ataque, como una histérica que
se propone al deseo de poder de aquel precisamente que.se
ofrece a operarla. La histérica y el cirujano hacen pareja
fácilmente.
Conviene señalar no obstante que los primeros casos de
transexualismo, relatados por los psiquiatras y los sexólogos,
 parecen
 pare cen haber
habe r sido
sid o casos
cas os de psicosis. Lacan
La can sost
so stie
iene
ne que en
la psicosis hay una pendiente hacia el transexualismo. El
caso de Schreber, estudiado por Freud, es ejemplar desde
este punto de vista. El tema trapsexual es constante en su
delirio, y ocupa desde el principio un lugar central en el
«momento
«mome nto fecundo»
fecundo» que preside el desencadenamien
desencade namiento to de la
 psicosis. «|Si
«|S i pudi
pu dier
eraa ser
se r una mujer en el momento
mom ento del
coito!»: esta idea se impone a Schreber, abriendo las com-
 puertas
 pue rtas de un goce intoler
into lerab
able
le que sólo el delirio
de lirio de reden-
reden -
ción volverá aceptable. Como mujer de Dios, ofrecida para
engendrar una nueva humanidad, Schreber se permite al
cabo de largos años de dolorosa elaboración delirante el

goce transexual de qúe es victima ante su espejo. «Ahora


 bien, de allí en más hahabl
blaa tomado
tomad o conc
concienc
iencia
ia indubi
ind ubitabl
table-
e-
mente de que la eviración era, lo quiera o no, un imperativo
absoluto
miso del orden
razonable,
razonable, del quedab
no me universo
quedaba y, en
a sino busca adelaun
hacerme idecompro-
idea
a de ser
transformado en mujer». Puede entonces autorizarse para
«cultivar emociones femeninas, como en lo sucesivo me ha
sido posible, gracias a la presencia en mí de nervios de la
voluptuosidad, he aquí lo que considero como mi derecho y
en cierto sentido mi deber (...) desde que estoy solo con
Dios, esto me obliga a esforzarme por todos los medios (...)
 para
 pa ra da
darr a los rayos divinos (...) la imagen de un unaa mujer
sumida en el éxtasis de la voluptuosidad». «Dios lo quiere»,
concluye al final de sus memorias. Dios exige un estado
constantedice,
impone, de goce
es queySch
su reber
deber
Schrebe r seesmire
miofrecérselo.
re a si mismoLocomo
queo hom-
com Dios
 bre y muj
mujer
er en una sola person
persona,
a, «consuman
«cons umando do el coito
co ito con-
migo mismo».
 

CAPÍTULO r a

CLAVES PARA 
PARA 
EL TRANSEXUALISMO
 
 Ñip
 Ñ ipól
óles
es.. M useo
us eo nacion
nac ional.
al. Fo
Foto
to Bro
Brogi
gi Girau
G iraudon
don..

...Schreber
sola se mire a si mismo como hombre y mujer en una  
persona...

¿Cuál es la causa de esa pendiente transexual que en-


contramos en la psicosis?
La teoría de Lacan proporciona algunas formalizaciones
que son otras
fenómeno tantas claves
transexual. utilizables
Pertenecen para comprender
a diferentes momentos de el
su elaboración teórica, pero se muestran igualmente ope-
rativas y complementarías.
La primera de estas formalizaciones consiste en la fórmula
de la metáfora paterna, que Lacan propone y comenta en
«De una cuestión preliminar a cualquier tratamiento posible
de la psicosi
psicosis».
s». La segunda corresponde a las las fórmulas de la
sexuación (A
(Aun
un,, L ’É
Étour dit  —El
to urdit   —El Aturdicho*—). La tercera
la proporciona el nudo borromeo.
El aporte de Lacan a la teoría freudiana del complejo de
Edipo consist
consistee en mostr
m ostrarar que puede
puede ser
se r abordado
abordad o a partir de
*  Término pro
propuesto
puesto por G.L
G.L.. Garc
Ga rcía.
ía. Alu
Alude
de tanto al aturdir com
comoo a lo dicho
dicho..

la teoría del significante, tal cual la despeja la lingüística


moderna. Desde esa perspectiva, lo que se realiza a través
del complejo de Edipo puedé pensarse como una operación
significante consistente en la sustitución de un significante
 porr otro, es decir
 po dec ir en una
un a metáfora. La operaci
op eración
ón metaf
me tafóri
órica
ca
genera un nuevo sentido que no llevaban en sí mismos los
significantes inicialmente enjuego. La metáfora, con la me-
tonimia, es uno de los dos modos de producción de sentido
 porr el juego
 po jueg o de significantes
signif icantes que permite el lenguaje.
lengu aje. El
complejo de Edipo representa una metáfora particular que
consiste en la sustitución de un significante, el deseo de la ma-
dre, por otro significante, el Nombre del padre. El efecto
de sentido así producido corresponde a lo que en la teoría
analítica se designa con el Símbolo fálico. Si la fórmula
general de la metáfora puede escribirse:

. S, Significante
Signi ficante
a partir del algoritmo saussunano, ----- :— —— — 
s significado

la metáfora paterna se escribirá:


 Nombre del Padre
Padr e Deseo de la madr
madree
 —■ Nomb
Nombre
re del
del Padre
Padre
Deseo de ta rnndre
rnndre Significado
Signifi cado al \ F alo /
sujeto

El deseo de la madre, ya sea la causa de su presencia


presen cia o de
su ausencia, la razón de sus idas y venidas, es lo que cons-
tituye el enigma para el niño. En la fórmula de la metáfora
 patern
 pat erna,
a, ese cará
ca ráct
cter
er enigmático
enigmát ico se inscribe en el lugar
lug ar de la
X , en el plano de la significación
significación correspondiente al deseo de
la madre. Para asegurarse la presencia de esa madre, de la
que depende por todos los conceptos, el niño va a intentar
no sólo encontrar respuesta a ese enigma, sino también igua-
larse a lo que se le aparecerá como el objeto de ese deseo, y
 por tant
t antoo pode
po derr sujeta
su jetarla,
rla, retenerla,
retenerl a, exponiéndo
expon iéndose
se a su desa-
de sa-
 parición.
 

Dicha empresa está destinada al fracaso: dado que el


deseo de la madre parece pasar de un objeto a otro en un
deslizamiento
desli zamiento continuo, su signifi
significac
cación
ión resulta inasible. Na-
N a-
da parece detener la deriva del deseo materno. En el plano
imaginario, esta ausencia de limite se traduce en el abismo
abierto que simboliza lo insaciable de un deseo —deseo que
amenazaron la destrucción al sujeto, que eovano se ofre-
cería a colmarlo—, asi como en el planteo de una pregunta
sin respuesta. El complejo de Edipo quiere decir que a ese
significante, el deseo de la madre, a su significación deses-
 perada
 per adame
mente
nte huidi
hu idiza
za,, va a substi
substituirlo
tuirlo otro signif
significante,
icante, el
del Nombre del Padre, y que dicha sustitución dará final-
mente un sentido al comportamiento materno, asi como a
su discurso. Ese sentido constituye una respuesta al enig-
ma de su deseo, a la vez que una
un a detención en el deslizamien-
desliza mien-
to indefinido de la significación.
Hemos
 podemo
 podemos hadicho
cerr al que
s hace me
menosesea sentido
nos do es s.elEnfalo,
doss nivele
niveles. cuya
un pr
prim erlectura
imer nivel,
quiere decir que la pregunta por el deseo de la madre está
sometida a la problemática de la diferencia de los sexos: es
en esos términos como,
com o, llega a plantearse. E s decir, si el
hecho de que la madre es deseante significa que es carente,
esa carencia quedará representada por la ausencia de pene
en la muje
mujer.
r. El sím
símbolo
bolo de su deseo está asi constituid
const ituidoo por la
imagen del órgano'que, presente en el hombre, la hace por lo
mismo carente. El objeto de ese deseo queda designado
como el objeto que le falta y que ella encuentra en el hombre.
Como
del portador
deseo del falo,
materno, el padre
al mismo poseeqjie
tiempo la clave del enigma
el objeto de ese
deseo. Por tanto el niño se ve relevado de la carga de satis-
facerlo. Además, las separaciones de la madre, sentidas
como un riesgo de aniquilamiento por el niño, que ignora la
la ley, reciben a partir de entonces un sentido que confiere
una permanencia simbólica a esa instancia, más allá de las
alternancias de su presencia y su ausencia en lo real.
A otro nivel, el falo es el símbolo del sínsentido del deseo.
Desde ese punto de vista el Nombre del Padre es el nombre
de ese sinsentido. La razón de la base de sinrazón del deseo.
Como significante, marca el punto de detención de toda
 

 bús queda
 búsque da de sen
sentido
tido,, el punto
pu nto de sinsentido
sinsen tido en tant
ta ntoo consti-
tuyente del limite de cualquier significación. Por tanto, impide
la prosecución de la búsqueda infinita de una respuesta al
enigma del deseo
des eo materno,
matern o, búsqueda que se se confunde con la
de hacerse su objeto y que, por esa razón, confirma su
naturaleza incestuosa. El significante del Nombre del Padre
significa al niño que es al padre a quien incumbe la carga de
ese enigma. Se constituye así un saber cuyo acceso está
vedado, y se sitúa en el lugar del Otro paterno a quien se le
supone. Ese saber se confunde en parte con el Inconsciente.
A partir de esta concepción del Edipo como metáfora,
se puede aprehender la psicosis como el resultado de la ca-
rencia, en la batería significante que constituye la estructura
de un sujeto, de ese significante fundamental que es el
 Nomb
 No mbrere del P adre
ad re,, fundam
fun damenta
entall en tanto
tan to perm
permite
ite m e tafo
ta fo
rizar el
el deseo materno. Lacan da a esta carencia el nombre de
«forclusión»*, lo que significa que el padre no tiene exis-
tencia simbólica para el sujeto, que nada, en los significantes
de que dispone el sujeto, va a representarlo. Esa preclusión
trae consigo toda clase de consecuencias, algunas de las
cuales están en estrecha relación con la posición transexual.
Por otra parte, la existencia simbólica o la preclusión del
 Nomb
 No mbre re del P adre
ad re sósólo
lo se advierten
advier ten por
po r sus efectos
efec tos.. El
 Nomb
 No mbre re del P adre
ad re no es un significante que pued pu edaa encon
encon--
trarse como tal en el curso de un análisis, por ejemplo. Más
 bien rep
r epres
resen
enta
ta aquell
aqu elloo cuya
cu ya existen
existencia
cia es nece
n ecesar
sario
io sup
supone
onerr
 p
 pararaa d ar cuen
cu enta
ta de un conjunto
conju nto de fenómenos
fenómeno s que qu e sólo se
comprenden cuando se los refiere a su presencia o a su
ausencia.
De la simbolización de la función paterna depende, para
un sujeto, la responsabilidad de situarse en relación al falo
como hombre o como mujer. A falta del significante del
 Nomb
 No mbrere del P adre
ad re que
qu e en la est
estruc
ructur
turaa signific
significante
ante incons-
inco ns-
ciente del sujeto representa la función paterna, se producirá
una merma en las posibilidades identificatorias del varón al
 padre
 pad re que se manifestará
manife stará^^ po porr ejemplo, en la inc incon
onsis
sisten
tencia
cia
imaginaria
imaginar ia de la virilidad. El psicótico
psicótico tiene
tiene que vévérselas
rselas con
*(N, del T.) En adelante se traducirá este término francés, de origen jurídico, por su
de l T.)
equivalente español preclusión.
 

un mundo poblado de «hombrecitos hechos a la ligera»,


según las palabras de Schreber, reducidos a la función de
 percheros.
 perchero s. La dife
diferenc
rencia
ia de los sexos se man
manifiesta
ifiesta sólo en la
ropa vacia que cuelga de ellos, y sólo es una cuestión de
simple conformidad con una imagen, como lo atestigua el
médico húngaro que se esforzaba por imitar a sus compa-
ñeros.
forma Esa inconsistencia
de una experiencia dedelirante
la virilidad puede tomar
de eviración la
(cf. la
Entmannung  de Schreber). De todas maneras, el pene no es
más que un trozo de carne desprovisto de significación en la
medida en que no se lo correlaciona con el deseo materno.
La preclusión del Nombre del Padre puede tener también
otro efecto, próximo y sin embargo diferente del delirio de
eviración: el efecto de feminización que Lacan atribuye a la
identificación psicótica al falo que le falta a la madre.
En efec
efecto,
to, la estru
estructura
ctura de dell incons
inconscient
cientee com
comporta
porta cuatro
términos significantes de base: la madre, el niño, el padre y el
falo. El falo interviene de entrada como tercer elemento
entre el niño y la madre, como símbolo del deseo de la
madre, siendo el Nombre del Padre, como cuarto término,
lo que da la razón última a ese deseo. A falta de este cuarto
término, se produce un movimiento de repliegue del niño
sobre el falo, que ya no funciona como tercero. La relación
de la madre con el niño se reduce a una relación dual, en la
que el
el niño está identifica
iden tificadodo al fal
faloo que le fafalta
lta a la madre. EEss
en virtud de esa identificación que el psicótico se ve femi
nizado, ya que la niña (a falta de órgano peniano) es más
apropiada para represen
repre sentar
tar imaginariame
imaginariamente nte al falo, com
comoo lo
ha demostrado Fenichel, quien propuso la ecuación girl
 phallus.  «Po
«Porr de
debe
se consagrará a ber
r ser eell una
volverse falo mujer

—escribe
escribe
(...).Lacan—,
Sin dudael la
paciente
adivi-
nación del inconsciente ha advertido muy pronto al sujeto
que si no puede ser el falo que falta a la madre, le queda la
solución de ser la mujer que falta a los hombres».
Ese «deber ser el falo» se confunde con la exigencia de
ser el objeto del goce de Dios, exigencia que hace de
Schreber un verdadero mártir. Las voluptuosidades que le
tocan en suerte a Schreber son las migajas del goce que él se
consagraa a pr
consagr procura
ocurarr a Dios. «Es m mii debe
deberr ofr
ofrecerle
ecerle ese ggoce,
oce,

 
en la medida que pueda ser del dominio de lo posible en las
condiciones actuales atentatorias contra él orden del uni-
verso, y ofrecérselo bajo la forma del mayor desarrollo po-
sible de la voluptuosidad de alma. Y si al hacerlo, como
recompensa me toca un poco de goce sensual, me siento
 justific
 just ificado
ado pa
para
ra ac
acep
epta
tarlo
rlo en cali
calidad
dad de pe
pequ
queñ
eñaa rep
repara
aració
ciónn
 por el exce
destino exceso
so de
desde sufrim
sufrimiento
hace ientos
tantos s y privac
años.» privacione
ioness que hahann sido mi
El goce es la prueba del éxito de esa identificación del
sujeto al falo, de la adecuación de su ser a lo que falta a la
madre. El falo aparece aquí no tanto como símbolo que
como imagen, casi como artificio que adviene al lugar de la
falta para ocultarla, desmintiendo así la castración materna.
Bajo su forma imaginaria, el falo puede presentarse como la
imagen del propio cuerpo tal como se forma para el sujeto en
su encuentro con
c on su reflejo en eell espejo
espejo,, o con el sem
semejante
ejante al
que se identifica, identificación a partir de la cual se cons-
tituye como
sujeto yo ideal.
se concibe comoLa imagen
unidad, se del espejo, por
caracteriza en lasu que
formael
totalizadora, unificadora. Excluye la falta, y por esa razón se
 presta
 pres ta pa
para
ra simb
simboliz
olizar ar lo que col
colma
ma la falta de la m ad adre.
re. La
imagen
imag en narcisista es así un equivalente del fal faloo ima
imaginario
ginario de
la madre. Por ello el goce schreberiano, el goce imputado por
Schreber al Otro divino, así como el que le corresponde a él,
es un goce narcisista, goce de su imagen de mujer que ofrece
al Otro como testimonio de su no castración. Sujeto y objeto
de contemplación a la vez, lleva a cabo la circularidad de una
completud sin falla, donde se enrosca el goce, como serpiente
que se muerde la cola.
El segu
segundo
ndo tipo de formalizaci
formalizaciónón que permite
permite eelucid
lucidar ar la
 posición tran
transex
sexual
ual y situsituarl
arlaa en relación con la psic
psicosis,
osis, lo
suministran las fórmulas de la sexuación, propuestas por
Lacan en L ’E totour dit t   y el seminario A
urdi  Aun
un..

 
Las fórmulas de la sexuación están construidas a partir
de una lógica proposicional. Cuatro proposiciones, dos de
ellas que caracterizan la parte hombre, y las otras dos la
 parte mujer, son suf suficien
icientes
tes pa
para ra det
determ
ermina
inarr la posic
po sición
ión se-
xual de los seres parlantes. Los sujetos se distribuyen de un
lado o del o'tró según las proposiciones en las que se ins-
criben, constituyéndose en su argumento. Estas cuatro pro-
 posicion
 pos iciones
es definen cu cuatr
atroo ma
manerneras as de relac
rel acio
iona
narse
rse con ununaa
función única: la función fálica. En efecto, cualquiera sea el
sexo biológ
biológico
ico,, es la posició
posiciónn de cada un unoo en relación al falfaloo
lo que lo sitúa como hombre o como mujer. Esto es lo que
significa la fórmula de Freud de que la libido es de natu-
raleza masculina.
A primera vista (una lectura sumaria de Freud, Freud , por eje
ejem-
m-
 plo, pa
pare
rece
ce au
autor
toriza
izarlo
rlo),
), d a rí
ríaa 'l'laa impresión de q u e se ppueduedee
 presen
 pre sentar
tar el lado ho hombmbrere co
comomo car carac
acter
teriza
izado
do p o r la pre-
pre -
sencia del término fálico, y el lado mujer por su ausencia.
Dos proposiciones bastarían. Esto daría, por ejemplo, la
afirmativaVX
escribiría universal
íj>X, ytodos los hombres
la negativa tienen
universal el falo,
todas que se
las mujeres
no tienen el falo
falo,, o ninguna mujer tiene el falofalo,, V X <|>
|>X
X. Las
L as
fórmulas de la sexuación dan cuenta de una relación más
compleja de los dos sexos con ese término único represen-
tado por el falo.
Del lado del hombre tenemos la proposición universal
VX (j)X, todos los hombres se relacionan con la función
fálic
fálica.
a. Lo que también puede leer leerse
se,, todos lo
loss hombres
hom bres eestá
stánn
sujetos a la castración, caen bajo el golpe de esta amenaza.
Esta proposición universal se halla por asi decirlo, fundada
en una proposición particular que la niega. El Todo, para
constituirse, necesita la excepción, es decir un término que
 plantee la exis
existen
tencia
cia de un
unaa exterio
exterioridad:
ridad: no hhayay adentr
ade ntroo si
sinn
afuera. Lo mismo que para enunciar que todas las rayas
trazadas en una hoja son ve vertica
rticales,
les, es preci
preciso
so también plaplan-n-
tear la existencia de al menos una raya no vertical. La
 proposición
 propos ición VX (j)X se encuencuentr
entraa pue
puess coordi
coo rdinanada
da cón esesaa
otra proposición que la niega y que, por tanto, constituye su
limite, HX (f)X, al menos hay Uno que no está sometido a la
función fálica, o sea que no está sujeto a la castración. Esta

 proposi ción tam


 proposición tambié
biénn pu
pued
edee leerse
leerse:: existe U no que dic
dicee no a
la función
función fálica, que incluso
inclu so prohíbe eell go
goce
ce fálico (lo que se
imaginariza como una prohibición que recae en la mas-
turbación o como amenaza de castración). A esta propo-
sición corresponde la función paterna como soporte de la
Ley, como lo que funda la función fálica y a la vez le
 proporc
 pro porciona
iona un límite. E s el lugar del pad
padre
re pr
primi
imitiv
tivoo freu
freu
diano,
que
que,, ende quien
eso, se dice
no está quea la
sujeto goza de todas
castración
castración, las imp
, que mujeres
implica —y
lica entre
otras cosas que no se las pueda tener a todas— así como que
 priva de el ellas
las al ccon
onjun
junto
to de los hijos, lo cu
cual
al es Una mamaner
neraa
de castrarlos. La función del Padre consiste a la vez en dar
consistencia al mito de un goce absoluto que él encarna, y en
situar ese goce como prohibido, inaccesible, ya que la fun-
ción fálica se.basa en la exclusión lógica de ese goce. Lo
universal que caracteriza a lo masculino se define por la
castración, es decir por la exclusión del goce absoluto. VX
(j)X
(j)X,, sig
signif
nifica
ica «na
«nadada ppar
araa ellos», y debería volver a ve verse
rse qué
los colectiviza.  ___ 
Del lado de de la mujer, falt
faltaa eese
se Uno que dice no, 3 X (pX (pX..
Esto puede leerse de varias maneras, a saber: que si las
mujeres no tienen pene en calidad de símbolo fálico, no por
ello dejan
dejan de tene
tenerr alguna relació
relaciónn con la función fálica
fálic a (en el
sentido de que se pudiera excribir VX <j)X). No puede de-
cirse de ninguna de ellas que se excluya de la función fálica,
y por tanto de la castració
castración.n. DDee ning
ningun
unaa 3 X , se pu
pued
edee decir
que no tenga relación con el falo, <¡)X. Esta fórmula puede
leerse también como la ausencia de una amenaza de cas-
tración
ningunaque les concierna:
declaración no se
de este puede
tipo, puesenunciar válidamente
la anatomía no se
 presta
 pre sta par
paraa sos
sosten
tenerla
erla.. La prohibición del ince
incesto
sto tam
tampoc
pocoo
 puede inscribirs
inscribirsee del lad
ladoo de la mujer, al no ap apoy
oyar
arse
se en la
 pertinenci
 pertin enciaa de la am
amen
enazazaa de castra
castración.
ción. As
Asíí pues
pues,, la excl
exclu-
u-
sión lógica del goce absoluto no se produce, y desde ese
momento ninguna totalidad, ninguna universalidad puede
constituirse. Al no estar limitada la función fálica, las mu-
 jeress tampo
 jere tampoco co son colec
colectiviz
tivizables
ables,, no forrnan un tod
todo.o. E s lo
que se escribe con la negación del cuantificador universal,
VX, no todas están sometidas a la función fálica. Las mu-

 jer es tien
 jeres tienen
en a la vez relac
re lació
iónn y no relación
relación,, con el falo y con la
castración. Su relación con la función fálica es del orden de
lo indecidible, de lo contingente. Se puede decir todo sobre
ella,
ella, pero en el sentido de que nad
nadaa puede ser dicho en fa falso
lso
en lo concernien
concerniente
te a esta
es ta relación.
relación. A pa
partir
rtir del he
hecho
cho de que
nada limita la función fálica, se sigue una relación con el
goce diferente de la que rige por parte del hombre. Si las
mujeres no ignoran el goce fálico, si participan de éí, tienen
en
otrocambio unanorelación
goce que r elación
es el gocdistinta
gocee fálico,con
eselloogoce
que qule epone
que tieneelím
tien límite
ite.. E
relaciónEll
con el goce del Otro, simbolizado por él padre de la horda
 primitiva, no está ex exclu
cluido
ido dé su campo. Po Porr imposi
imposible ble que
sea, dicha imposibilidad no queda metaforizada como pro-
hibición. Es el origen del goce suplementario que les co^
rresponde, y que podemos designar con el término de Otro
goce (otro que el goce fálico), por su particular acceso a lo
imposible del goce del Otro.
La ausencia de limite a la ñinción fálica, fálica, la ausencia
ause ncia de la
 prohibición
 proh ibición del ince
in cesto
sto,, dos términos qu quee hay que entende
ente nderr
como la carencia de lo que impediría
impediría al sujeto identificarse al
falo imaginario, de 'lo que prohibiría por tanto el goce abso-
luto, emparenta a la posición femenina con la del psicótico.
A consecuencia de la preclusión del Nombre del Padre,
también el psicótico tiene que enfrentarse a la existencia de
ese Uno que diga «no». Es lo que ocasiona el «impulso hacia
la mujer» de la psicosis.
La feminización inducida por p or la psicosi
psicosiss es un fenómefenómeno no
clínico que confirma la observación. Sin embargo, el tran-
sexualismo es algo más específico que es preciso circuns-
cribir. El transexualismo puro no'conlleva síntomas psicó-
ticos en el sentido psiquiátrico del término. Por otra parte,
Schreber
una mujernoprisionera
expresabaenel un sentimiento
cuerpo dedelhombre.transexual En deél ser
no
encontramos
encontr amos el apego del transexual a su feminidad, sino que
¡sentía la transformación feminizante que sufría como una
violencia escandalosa, contraria al orden del mundo, y si
 poco a poco acom ac omododababaa su imagen a la de una mujer mujer,, era
 para
 pa ra some
someters
tersee a las exige
exigencias
ncias divin
divinas. as.
Si nos atenemos a la definición estricta de la posición

transexual, que supone la convicción de ser una mujer en un


cuerpo de hombre (o a la inversa), y la voluntad deliberada
de hacer lo que fuere para acomodar ese cuerpo a dicha
convicción, en ausencia de cualquier síntoma psicótico, es
 preciso
 prec iso ento
entonces
nces di
dife
fere
renc
ncia
iarr esta posición de la ps
psico
icosi
siss de
tipo schreberiano.
Al menos en lo que concierne al transexual masculino,
 plante
 pla ntearé
aré la hipó
hipótesi
tesiss de que el síntoma tra trans
nsex
exua
uall stricto 
sensu  (convicción y demanda de transformación), corres-
 ponde al int
intento
ento de pa
paliliar
ar la carencia
car encia del N Nomombre
bre de
dell PPad
adre,
re,
es decir poner un limite, un alto, constituir un suspenso a la
función fálica.
El síntoma transexual funcionaría como suplencia del
 Nombre
 Nom bre del Pa
Padr
dre,
e, en tatant
ntoo que el tr
transe
ansexual
xual tiend
tiendee a enc
encar-
ar-
nar a La mujer. No a un unaa mujer, del lado del «no toda», que
implica que ninguna mujer es Toda, toda entera mujer, que
ninguna vale por todas las mujeres —en efecto, la posición
del transexual consiste en pretenderse Toda, toda entera
mujer,
muje r, más mujer que tod todas
as las muje
mujeres
res y qque
ue vale por todas.
Esto puede verse en la pretensión de las «she-male» de que
habla Janice G. Raymond, de ser superiores a las mujeres
 biológicas. E l ideal femen
femenino ino de los tra
transe
nsexual
xuales
es es la super
star, La Mujer con M mayúscula, precisamente esa que
Lacan plantea que no existe. Si bien no lógicamente, puesto
que en los cuantificadores se la puede situar, paradójica-
mente, del lado del hombre
hombre,, en 3 X (j)X (j)X,, al nivel del mito de
que existe Uno que no está sometido a la castración. Es en
ese lugar donde podemos situar la función fálica tanto del
Padre primitivo como de La Mujer que valdría por todas las
mujeres. En efecto, es el lugar del goce como lugar de lo
imposible, el del goce de todas las mujeres, que es supues-
tamente el del Padre freudiano de la horda primitiva. Lugar
del goce de La Mujer, genitivo objetivo, del que se tiene de
ella, y también
tam bién el de
dell goce de L Laa Mujer, genitivo subjetivo, el
que se supone ella experimenta en su radical alteridad. Ese
lugar es aquél donde la castración no vale, lugar del Goce
Total, así como de la Omnipotencia, es decir de lo que se
 pierde en cua
cuanto
nto que uno se inscribe en la función fálica fálica::
 precisamen
 precis amentete esa pér
pérdid
didaa es lo que pone un limite. Este

anudamiento permite discernir que La Mujer es uno de los


 Nombre
 Nom bress del Padr
Pa dre.
e.
Así pues, la posición transexual en el hombre supondría
dos momentos difíciles de distinguir a primera vista, puesto
que el primero corresponde a la posición femenina inducida
 por la care
carencia
ncia del Nom
Nombre
bre del Padre,
Padr e, y el ssegundo
egundo consist
consistee
en encontrar como limite, como suplencia de la función
 paterna,
 pater na, la feminid
feminidad
ad bajo la forma de La Mujer
Muje r imposible.
 No
 Nos s encontra
encopotencia.
segunda ntramos
mos aquí con una
u na elevación de lo fem
femenin
eninoo a llaa
La posibilidad de una suplencia de la función paterna, es
decir que un significante pueda venir a ocupar en la estruc-
tura el lugar vacío dejado por la preclusión del Nombre del
Padre, encuentra su soporte formal en el nudo borromeo.
La teoría de los nudos constituye un dominio de la topo-
logía matemática desarrollado recientemente. El nudo bo-
rromeo, llamado asi porque fue utilizado por los Borromeo
como símbolo de su alianza con otras dos familias, consiste
en el anudamiento de tres anillos, de tal modo que si uno de
los tres se rompe los otros dos quedan libres. Esta propiedad
singular llevó a Lacan a servirse de él como soporte de la
relación, en el Inconsciente, de los tres registros: de lo Sim-
 bólico, unido al lenguaje, de lo Imagina
Imaginario,
rio, que corresp
corr espond
ondee
a las representaciones asociadas al cuerpo, y de lo Real,
dimensión exigida por la imposibilidad de reducir todos los
fenómenos inconscientes a las dos primeras.
I

E l nud
nudoo borromeo
borromeo,, inicialmente compuesto
compuesto por tres aroaros,
s,
 puedee ser genera
 pued gen eraliz
lizado
ado a un
u n númer
númeroo indefinido ddee red
redond
ondeles
eles
sin perder su propiedad característica de deshacerse si uno
de ellos se rompe. Así, Lacan utiliza el nudo de cuatro para
dar soporte formal al complejo de Edipo, que consistiría en
el anudamiento de lo Simbólico* lo Imaginario, lo Real y el
 Nomb
 No mbre re del P ad
adre
re com
comoo cuart
cuarto.
o. La posibi
posibilidad
lidad de un su su--
 plemento
 plem ento quiere decide cirr que otro significante que no sea el
 Nomb
 No mbre re del Pa
Padr
dree puede
pue de venir a dese
desemp
mpeña
eñarr la fiinción de
cuarto, haciendo que el nudo se mantenga. Ciertos síntomas
 pue den te
 pueden tene
nerr esta
es ta funció
función.
n. Ot
Otra
ra forma de sup
suplem
lement
entoo puede
consistir, por ejemplo, en que un quinto anillo, al anudar a
otros dos, haga que cuatro anillos se mantengan unidos,
cuando sin éste la anudadura dejaría libre a uno de ellos.

 Nom
 N om b re del P adre
ad re

A partir de esta nueva formalización se podría situar el


recorrido transexual de la siguiente mañera: a falta del anu-
damient
dami entoo por medio del Nom
Nombrebre de
dell Pa
Padre
dre,, R. S. I.
I . estarían
libres de no estar anudados por un cuarto, que consiste enla
identificación del sujeto a La Mujer. Pero ese cuarto sólo
mantiene unidos a lo Imaginario y lo Simbólico. Lo Real, en
cambio, no queda anudado, y la demanda del transexual
consiste en reclamar que en ese punto se produzca la co-
rrección
rrección que habría de ajust
ajustar
ar lo Rea
Reall del sexo aall nud
nudoo I y SS..

I
La mujer De
Demm anda de corrección quirúrgi
quirúrgica
ca

*E1 síntoma transexual tendría así una función estructural


análoga a la que Lacan atribuye a la escritura para Joyce.
evita
Esto permite
la psicosis.
comprender por medio de qué suplemento se
Esta es la hipótesis que pondremos a prueba a partir de
testimonios de transexuales, y en primer lugar, de los datos
que proporciona el notable trabajo de pionero que fue el de
R. Stoller.

 
Eva. Foto
Fo to Andró Berg
Berg..

...«una figura mitológica monstruosa o divina»...

CAPÍTULO IV 
UNA MADRE DEMASIADO BUENA
 
Estambul.. Museo arqueol
Estambul arqueológi
ógico.
co. F oto Gallimar
Gallimard.
d.

...ese símbolo de la unidad imposible...

 
El término transexualismo  fue introducido a comienzos
de Jos
Jos año
añoss cincuenta por
po r H arr
arryy Benjamín,
Benjamín, qu
quien
ien propuso un
tratamiento de hormonas (del otro sexo) para aliviar la an-
gustia de sus pacientes. Pero es a Robert Stoller a quien
debemos el haber intentado despejar una estructura distinta
del transexualismo. Pensó haber aislado su forma pura, que
relaciona con
con uno de los momentos de de la formaci
formación
ón ddee l «core 
gender identity », del núcleo de la identidad de género —el
género correspondiente a laidentidad sexual en contrapo-
sición al sexo biológico.
Stoller se esforzó por definir los rasgos por los que el
transexual se distingue radicalmente del travestido y del
homosexual
diferencia delafeminado.
transexual,Elel sentimiento
travestido ydeel la identidad se
homosexual (a
sienten hombres), y el lugar de dell órgano
órgano peniano
peniano (vilipendiad
(vilipendiadoo
 porr eell transexu
 po tran sexual,
al, m ientra
ien trass que el travesti
tra vestido
do y eell hom
homosex
osexual
ual
gozan de él), si bien permiten una primera referencia no

orientarse en el dédalo de la clínica. Lo que está


s puramente abstracto: de la definición del tran
 f   del diagnóstico que se haga a partir de ésta
rescripción terapéutica, es decir,
decir, even
eventualmente
tualmente
la transformación hormonal y quirúrgica del sexo. Stoller es
muy claro al respecto: los errores en este dominio pueden
tener como consecuencia la descompensación psicótica de
los pacientes después de la operación.
El transexual es alguien que se siente mujer y que siem-
 pre se ha sentid
sentidoo tal. Fá
Fácilm
cilmen
ente
te pasa por muje
mujerr ssii vvaa ve
vestido
stido
de mujer es femenino, pero no afeminado. No experimenta
goce sexual
atraen, no sellevando ropas femeninas.
siente homosexual, puestoSi que
bien los
los hombres
hombres le
agradan en tanto él se vive como mujer, y por otra parte sólo
si aquéllos son heterosexuales. En sus relaciones amorosas
no soporta que su comp
compañero
añero se interes
interesee po
porr su pene
pene.. Si él
mismoo se entrega, llegado el caso, a la masturba
mism mas turbación
ción,, lo hace
de modo femenino, apretando los muslos por ejemplo, y sin
tocar su órgano.
Pero lo que define al transexual es su infancia, y más pre-
cisamente un cierto estilo de relación con su madre. De
hecho, la esencia del transexual es su madre. Stoller llega
incluso atuvo
 paciente discutir un dre
una ma
madrediagnóstico
diferente de transexualismo
de la que él cara
ca ract si iza
cter el
eriza
como la madre tipo del transexual.
En el marco de la Gender Identity Clinic  en la que
trabaja,
trabaj a, Stoller tuvo ocasión de encontrar algun
algunos os caso
ca soss muy
raros
raros (tr
(tres
es o cuatro en una década) de niñniños
os ddee uno
unoss ccuatro
uatro o
cinco años que se comportaban como niñas, procuraban
vestirse con ropas femeninas, y reivindicaban una identidad
femenina, expresando en particular un marcado interés por
el tocador femenino: ropas, telas, imágenes de la mujer.
A partir
p artir del estudio de estos caso
casoss pl
planteó
anteó la hipótes
hipótesisis de que
esos niños,
analista, erandeaquellos
no ser tratados desde
mismos que al temprana
llegar a laedad
edad por un
adulta
se presentaban como transexuales y reivindicaban la trans-
formación de su sexo. La rareza de tales casos en la infancia
condujo a Stoller a pensar que los verdaderos transexuales
adultos son igualmente raros, y representan una ínfima parte

de los pedidos de cambio de sexo. Ahora bien, tal vez sean


los únicos para quienes esto esté indicado.
Esos niños parecen tener en común una relación privi*
legiada
legia da con
con su madre, marcada
marc ada por un contacto corporal casi
 permanen
 perm anente,
te, ya se
seaa po
porqu
rquee el bebé hub
hubiese
iese prese
pr esent
ntad
adoo tras
tr as--
tornos que le ocasionaran problemas de locomoción, necesi-
tando por tanto que le llevaran, ya porque la madre, depre-
siva, hubiese buscado en las caricias de su hijo el remedio
a su tristeza. H a dorm
dormido
ido mucho tiempo con con ella, que con su su
cuerpo enroscado le hacía un abrigo como si fuera el útero.
 Nunca
 Nu nca se han sesepa
para
rado
do,, el niño ha vivido en la ór
órbi
bita
ta de su
 presencia,
 prese ncia, con la madr
ma dree siempre
siem pre al alca
alcance
nce de la mano (e (enn
las entrevistas
los ha apartadocon Stoller,
jamás, siempre
la madre lo havuelve
llevado a tocarla). Nada
a todas partes
consigo, admitiéndole incluso en los momentos de su aseo:
como si un puente los uniese permanentemente, dice Stoller.
El padre no perturba ese dúo, ya que casi no cuenta para la
madre, no más de lo que ella cuenta para él —se olvida, y
Stoller también, que esto va también en ese sentido—. Se au-
senta del
del hogar, se dedic
dedicaa a su trabajo y a sususs «ho
«hobbies»,
bbies», y se
habitúa a dejar a esos dos seres que vivan el uno para el otro.
Ella goza constan
con stanteme
temente
nte de su
su hijo
hijo.. Éste la colma,
colm a, por él
alcanza al fin la plenitud, ella, que nacida vacía de una
madre vacia,
renunció quisoentanto
del todo ser unencia,
varón.laEse
la adolescencia,
adolesc anhelo,desprovis-
ha dejado dal que no
esprovis-
ta de todo deseo excepto el de tener un hijo completamente
suyo, un varón con nombre de héroe. Él lo es todo para ella,
así como ella es todo para él. A ella ya no le falta nada.
Viven piel contra piel, a menudo sin que medie entre ellos ni
siquiera una prenda de vestir. Una escena representa su
vinculo: ella desnuda, su hijo de pie desnudo entre sus pier-
nas,, mientras
nas m ientras ella unta
u nta de aceite su piel y llee fricciona
fricciona duran
du rante
te
horas.
«Mother’s fem inized ph allus », el falo feminizado de la
iniz ed phallus
madre: tal es el liigar de ese hijo en su deseo. ¿No es esto
común? se objetará. ¿Qué diferencia a estas madres de las
otras madres «C.B.I.» descritas por Bieber, «Ciós Bind ing  
«Ciósee Binding
 Intím
 In te » ,  que retienen a sus hijos en la reclusión de su in-
tímaa te»
timidad, y hacen de ellos unos homosexuales?

■Que está desprovista de cualquier ambivalencia en lo que


a él concierne, responde Stoller/ en el segundo volumen de
Sex and Gender.  Le ama con un amor que carece de hos-
tilidad, y hasta de seducción, un amor puro por decirlo así,
que no contamina ni Eros, el demonio de la lujuria, ni Tána
tos, el deseo mortífero. A difer
diferencia
encia de otra madre «C.B.I.»,
«C.B .I.»,
la del homosexual por ejemplo, que encierra a su hijo en el
doble vínculo de la seducción erótica y una amenaza de
castración con respecto a su virilidad naciente, la madre del
transexual no pretende ser un objeto sexual para sil hijo, no
le requiere que sea el rival de un padre desacreditado. El
 padre
 pad re del peq
pequeñ
ueñoo transe
tra nsexu
xual
al no es un rival, simpl
simplemen
emente
te
es como si no existiera. Su madre no es sobreprotectora,
como una madre de homosexual que disimula su odio con
una solicitud excesiva. La «simbiosis» mantenida con su hijo
no excluye, dice Stoller, la independencia física de este
último, de lo que da fe la precoz soltura de sus movimientos.
El niño transexual y su madre consumarían asi el sueño
de un amor perfecto al que no perturba ninguna incomple
tud, es decir ningún deseo. Una unidad que nada disolvería.
Al menos es el cuadro que describe Stoller en el segundo
volumen de Sex and Gender,  cuadro sensiblemente retoca-
do en relación a los datos clínicos que aportaba en el primer
volumen.
El retrato
tamente de esademadre
desprovista más que hacia
ambivalencia perfecta, tan comple
su hijo, se aleja
sensiblemente del que trazaba entonces. En efecto, en su
 primera
 prim era obr
obraa Stoll
St oller
er ce
cent
ntra
raba
ba su análisis en la envi
en vidia
dia de
dell
 penee de esas muje
 pen mujeres,
res, envidia que su hijo viene a sac saciar
iar
sirviéndole a la vez de falo y de objeto transicional. Apun-
taba que dicha envidia no estaba exenta de odio hacia los
hombres: loslos detes
detesta
ta a todos
todo s excepto a su hhijo
ijo,, su pene es feo
feo,,
salvo el de su hijo. Los fragmentos de análisis de esas ma-
dres, citados por Stoller, muestran que ese odio no perdona
la virilidad de su hijo. Allí donde el segundo volumen pone el
acento en la ausencia de conflicto en la relación madrehijo,
el primer volumen ponía de relieve el deseo completamente
activo de la madre
madr e dirigido a impedir la separac
separaciónión de su hi
hijo
jo..
Ahora bien» la virilidad de ese hijo lleva en sí una dimensión

separadora. Si el transexual tiene horror de su pene, es


 porque repr
re pres
esen
enta
ta «l
«laa es
espi
pina
na clav
clavada
ada en la felfeliz
iz simbio
simbiosissis
madrehijo». El deseo castrador de la madre se expresa
abiertamente en sus sueños: su hijo tiene una espina clavada
en el pie; ella le dice: «déjame quitártela», «no —dice él—,
me harás daño», «de acuerdo», dice ella. Más tarde regresa,
y hay un enorme agujero negro en el pie. Aprieta sobre él, y
sale una cosa voluminosa con cabeza de serpiente que deja
un aguj
agujero
ero tras si. É Éll ni siquie
siquierara ssee hab
había
ía dado cuen
cuentata de que
ella la había sacado. Reconoce en ese agujero el órgano
genital femenino: «¿acaso es eso lo que yo querría que le
ocurriese?» pregunta al analista.
 Noo es el odio lo que le fal
 N falta
ta a es
esaa madre, si sino
no la ca
capa
pa--
cidadd de sop
cida soportar
ortar la expresión de su agresi agresión
ón frente a su hijhijo.
o.
«La madre de Lance, escribe Stoller, ha sometido a éste a
sus deseos, y ello ha tenido lugar en una atmósfera cálida,
 plena de amoamorr e inq
inquie
uietu
tude
dess sob
sobrepr
reprotec
otectora
toras,
s, do
dondndee invisi-
 blementee se me
 blement mezczclab
labaa su neces
necesidad
idad de desdestruir
truir la masc
masculini
ulini
dad de su hijo».
Del primero al segundo volumen de Sex and Gender, 
¿asistiríamos a la construcción de un mito? De los orígenes,
claro está, el mito de un paraíso no perdido, en el que ningún
 pecado
 pec ado llev
llevaría
aría a la expu
expulsión
lsión..
Estas distorsiones parecen responder a las necesidades
de la teoría de la identificación
identificac ión sexual que desa desarrolla
rrolla Stol
Stoller.
ler.
En efecto, el transexualismo representa una de las piedras
angulares del edificio teórico stolleriano. El transexualismo
que interesa a Sto
que Stoller,
ller, el que considera como como el verdade
verdadero,ro, el
 puro, es mas
masculi
culino.
no. El hom
hombre bre tra
transe
nsexua
xuall rresp
espond
ondee al rrevés
evés,,
 por defecto
def ecto,, a la pr
preg
egun
untata ddee Stoller
Stoller:: ¿c$mo se vuelvuelve
ve un
unoo uunn
hombre?
Efectivamente, a diferencia de Freud, para quien todo el
 problema es estataba
ba en sa sabe
berr cómo un niñ niñoo con di disp
spos
osici
icion
ones
es
 bisexuales
 bisexu ales y una libid
libidoo po
porr definición ma mascu sculin
linaa se volv
volvíaía
una mujer, Stoller, apoyándose en los descubrimientos de la
 biología momoderderna,
na, pla
plant
ntea
ea que así como «e «ell pene es un
clítoris
clítoris masculinizad
masculinizado», o», que «el cerebro mac macho ho es un cerebro
hembra androgenizado», la masculinidad psíquica es secun-
daria eri relación a una feminidad primordial, « bedrock », »,

fondo de toda identidad, y que la verdadera cuestión reside


en el hecho de saber
simbióticamente por quéa vía
identificado el niño,
la madre, en un
y por principio
tanto funda-
mentalmente hembra, se vuelve hombre.
El transexual, que justamente no se vuelve tal, lleva a
cabo la experimentación in vivo que permite observar esa
feminidad fundamental, y precisar a contrario lo que nor-
malmente condiciona su superación.
En efecto, según Stoller la identidad de género, que cabe
distinguir del sexo biológico, se constituye en varias etapas,
siendo las fundamentales preedipicas, es decir no conflictua
íes, y dependen esencialmente de un proceso de imprinting, 
de huellas,
resultas dei de impresiones
care-taking,  de recibidas del ymedio
los cuidados ambiente
del hecho de
de que
e| medio humano toma a su cargo al niño. Esta teoría debe
mucho a la etologia. El imprinting  depende a la vez del
modelado imaginario, de la asignación simbólica y del condi-
cionamiento educativo.
Stoller distingue tres capas de la identidad de género: la
 primera, fundamental
fun damental para
pa ra los
los dos sexos, está con
constit
stituid
uidaa por
el bedrock  de
 de la feminidad
fem inidad primordial, formado por el imprin
ting que se efectúa cuando la unión simbiótica primitiva con
la madre en el curso de los primeros meses que siguen al
nacimiento.
núcleo de laLa segundadeconstituye
identidad género queel coregender identity, de
identity,
resulta del conjunto el
las conductas del medio para con el niño, conductas que, en
efecto, difieren según se lo asigne como niña o como varón.
Si la primera capa produce siempre una identidad femenina
de base, cualquiera sea el sexo del niño, la masculinidad en
cambio comienza a constituirse en el segundo momento, que
supone concluida la relación de fusión con la madre propia
de la primera etapa. El núcleo de la identidad de género que
resulta de las expectativas, los estímulos o las criticas del
medio que le rodea constituirá un fondo inalterable que
 perdurará
 perd urará a través de tod
todas
as las vicisitudes de las identifica-
ident ifica-
ciones ulteriores. Incluso el neurótico o el perverso, que ha-
rán identificaciones cruzadas con el otro sexo, conservarán
ese núcleo gracias al cual se situarán sin vacilaciones como
hombre o como mujer.

El tercer y último estrato corresponde al nivel edipico


que, contrariam
contrariamente
ente a los dos primeros nive
niveles
les,, ap
apare
arece
ce como
esencialmente
angustia conflictivo y,(rivalidad
de castración) al mismo contiempo
el padreque
o laviene
madre,a
 perfeccionarlo,, por
 perfeccionarlo po r las con
constru
struccio
cciones
nes defensivas a las que el
complejo de Edipo conduce al sujeto, perturba y complica el
núcleoo de la identidad de género qu
núcle quee Stoller cons
considera
idera como
el nivel más decisivo.
El pequeño transexual se detiene en la primera etapa.
Según Stoller no supera el estadio de confusión identificato
ria con su madre, y ello a consecuencia del estilo de relación
impuesto por ésta, que consiste en prolongar indefinidamente
la relación simbiótica normal en los primeros meses de vida
del niño. Si el transexual se siente mujer, es porque se ha
quedado en esa identidad
ide ntidad femenina de base que constituye el
fondo de toda identidad en el ser humano, y porque nada en
los primeros años de su vida ha venido a obstaculizar la
formación de un núcleo de identidad de género femenino. Ni
la madre, ni el padre, ni siquiera el medio escolar han inter-
ferido nunca en la expresión de la feminidad del joven tran-
sexual. En el curso de un análisis, la madre de uno de ellos
habla al respecto de una verdadera conspiración del medio,
que se hace cómplice de ese comportamiento femenino.
Stoller se sitúa en la línea de los trabajos de Margaret
Mahler y de Greenson sobre los procesos de individuación,
que se efectuarían
simbiosis madrehijo.rompiendo con un estado primitivo de
E sta noció
nociónn de ssimbiosis
imbiosis es poc
pocoo rigurosa
rigurosa des
desde
de un punto
de vista psicoanalítico. Quienes la promueven tienden a ol-
vidar que sólo tiene valor metafórico para caracterizar la
relación de la madre con el recién nacido. En ningún caso la
madre y el hijo forman una unidad biológica. En lo que
concierne
concie rne al plano psíquico, dicha metáfora corresponde m másás
 bien a un mito ddel
el pa
paraí
raíso
so perdid
perdidoo que a alg
algoo ob
observ
servabl
able.
e. L a
unidad con la madre es un fantasma que se construye retroac-
tivamente, sobre la basé de una pérdida, de una Separación
que siempre se ha efectuado ya.
La necesidad de dar consistencia a esta noción de sim-
 biosis con
conduce
duce a St
Stoll
oller
er a cons
construir
truir la Fic
icci
cióón de
d e esa m ad
adre
re

de transexual, desprovista de ambivalencia, es decir de de-


seo, que se completa armonipsamente con su hijo. Esto le
lleva a desconocer
desconoc er lo que no obstante había subraya sub rayado:,
do:, el
hecho de que la asignación al niño de ese lugar fálico trae
consigo la erradicación de su virilidad, como lo atestiguan
los deseos de castración por parte de la madre. El niño está
sometido precisamente
precisam ente a ese deseo materno, y el debe de berr de ser
ser
el falo le es impuesto con el carácter coercitivo que supone
unaa exigenc
un exigencia ia superyoíc
superyoíca. a.
La existencia de esta problemática fálica debilita la hi-
 pótesi
 pó tesiss simbió
simbiótica:
tica: el deseo
des eo matern
ma ternoo de castr
ca strac
ació
iónn revela,
revel a, una
irreductible dehiscencia en el corazón de esa supuesta com
 pletud,
 pletu d, asi como
com o la búbúsqsque
ueda
da por el niño de una feminidad
femin idad
ideal. En efecto, con su pasión por los adornos y la imagine-
ría de la feminidad, éste manifiesta más bien la distancia
entre lo que es y su ideal narcisista, que una confusión de
identidad con la madre. Por ser el falo, está en deuda. El
sufrimiento
sufrimi ento que crece con él da pruebas de esa discordancia,.
d iscordancia,.
Por otra parte, Stoller mismo señala que esa feminidad de
estampa de moda sobré papel satinado que le cautiva, no es
la de su madre, generalmente moderada en este aspecto. Sin
duda se trata
tra ta más bien de ser La Mujer que su madre no ees, s,
ya que ella no es más que una mujer.
Aunque la simbiosis fuera una realidad biológica, no
 podr
 po dría
ía tten
ener
er re
real
alid
idad
ad psíqu
p síquica:
ica: no se puede conce
co ncebirbir al sujeto
sin un Otro, sólo emerge de la constitució
constituciónn de esta alteridad.
Esto está en el fundamento de la lógica e igualmente en
cualquier sistema significante: la existencia de un término
supone siempre al menos otro. Freud no decía otra cosa
cuando enunciaba, en los Tres ensayos para una teoría 
Sexual, que la madre no era aprehendida como una unidad
sino a partir
par tir del
del momento
mom ento en qque ue se perdí
perdíaa como objeto para
él niño. De entrada la madre es Otro, y sobre la basé de esa
alteridad se efectúa la identificación, sobre la base de una
demanda a ese Otro, o de ese Otro, que da muestras de esa
alteridad y de la falla que abre. Lo que constituye al Otro es
su negativa, que hace surgir el fantasma de la omnipotencia
que
todano es otro que el omnipoder de la respuesta, supuesto
demanda. supu esto por

La primera identificación consiste en la identificación a


esa omnipotencia. Corresponde a la identificación primitiva
oral al padre de que habla Freud, que consiste en la incor-
 poración
 pora ción de su poten
pot encia
cia.. Los
Lo s ana
analistas
listas están dividido
div ididoss res-
re s-
 pecto
 pec to de la cuestió
cue stiónn de sa
sabe
berr si la identificació
iden tificaciónn primarí
prim aríaa del
sujeto es paterna o materna. Freud sostuvo contra Jung,
quien la situaba del lado de la madre, que era paterna. Pero
la antinomia cae si en lugar de las las categoría
categoríass marcad
ma rcadas as por la
la
imaginarización del padre omnipotente o de la madre fálica,
nos valemos del término simbólico del Otro, señalando la
necesidad lógica de una omnipotencia como correlativa de
cualquier demanda, es decir de la existencia misma de la
 palabra
 pala bra..
Ese lugar lógico del Otro, en la medida en que no lleva
la marca de la castración, puede ser ocupadoimaginaria-
mente ya sea por el mito del padre de la horda ya por el
fantasma de la mujer fálica. Se trata del lugar del goce
absoluto,
absolut o, ése del cua
cuall podemos
podem os dar la fórmula3
fórm ula3 X<{jX en los
cuantificadores de la sexuación, lugar que es tanto el del
 Nombre
 Nom bre del P adre
ad re como
com o ,el de L a M ujer,uje r, que sería
se ría To
Toda
da..
Esta identificación primitiva al Otro omnipotente constituye
el primer ideal, modelo y polo de exigencia narcisista a la
vez. Dicho ideal supone el falo, lo exige en cierto modo, y es
ese falo, bajo la forma de la imagen narcisista, lo que el
sujeto está obligado a encamar, si nada viene a marcarle que
no puede serlo. A tal exigencia está sometido el pequeño
transexual de Stoller. Queda por saber cómo, según una
lógica en que la parte y el todo son equivalentes, deber ser el
falo
falo lo
lo conduce a qque uerer
rer volverse mujer,
mujer, cosa que nnoo aclaran
los trabajos de Stoller.
La mujer como Nombre del Padre viene precisamente a
 ponerr un limite
 pone limite a esa
es a exigenc
exig enciaia mortificant
mortificantee del O tro,
tro , como
com o
 puede leerse
leer se en los testimo
testi monio
nioss de los tra
trans
nsex
exua
uale
less adultos.
 

CAPÍTULO V

EN EL PALCO DE LA REINA

«Túú erte
«T
volv tambié
también
volvert n po
podrá
e el semeja drás
semejante s aldeca
nte caer ,   
er la noche
Tiresias
Tiresias,
 y co
comm o él,
él, p o r ha
habe
berr hech
h echoo de Ot ro, 
Otro,
adivinar lo que te he dicho».

Lacan. L'E touu r d it  (El


 L 'Eto   (El Aturdicho)
 
D rtA A f y ¡ A ll» t

Son raras las autobiografías de transexuales que escapen


a la falta de originalidad del género, y que estén animadas
 por una inquietu
inquietudd dif
difere
erente
nte de la de un
unaa conform
con formida
idadd con lo
que en
en adelante se prese
presenta
nta como una norma.
norma. H Hoy
oy,, todos lo
loss
transexuales
Jann M
Ja quieren
Morris,
orris, ser stollerianos.
muy británico
británico** ant
antigu
iguoo alumno de Oxford, no
es conformista. Se jacta de debérselo a la ética oxoniense,
según la cual no hay norma. Además, es un periodista que
fue corresponsal de importantes periódicos, y un escritor de
talento.
 No es de loloss qque
ue cae
caenn en la psicología de las familias: de
 papáá y ma
 pap mamá
má no sa sabre
bremo
moss ca
casi
si nada, excepto
exc epto qu
quee su padre
fue «asesinado», murió en la Guerra Mundial. De una even-
tual simbiosis con la madre, ni una palabra. Sin embargo no
es por desconocimiento de los trabajos de Stoller, que por
otra parte cita.
«Transformado» en mujer por las hormonas y la cirugía,
 

en su libro titulado Conundrum, L ’E Enigm


ni gmee   medita sobre la
aventura de su vida. Si la convicción del transexual no es
cuestionable, en tanto vale como argumento en apoyo de la
demanda de transformación, una vez consumado lo irrepara-
 ble, que vuelve ca cadu
duca
ca la dema
demanda,
nda, puede surgi
surgirr com
comoo un
resto irreductible una interrogación. Entonces es el momento
 para
 pa ra el ttranse
ransexual,
xual, sino de
dell análisis, al menos de la es escri
critur
tura.
a.
Y se da el caso en que no sea con el único fin de una
autojustificación.
Su libro se abre y se cierra con el recuerdo de una escena
que según parece vale para él como el núcleo mismo del
enigma, núcleo que no es el edipo. Aun cuando es impotente
 paraa desci
 par descifrarla
frarla,, al menos nos eentreg
ntregaa su texto. Se tr traa ta del
recuerdo más lejano de su vida, probablemente de sus tres o
cuatro años, que asocia con el surgimiento de su convicción
de que habría debido ser una niña. Está sentado debajo del
 piano de su mad madre,re, que está toca
tocando
ndo Sibelius: «la música
caía a mi alrededor en cascada, encerrándome como en una
caverna. Las patas torneadas y compactas del piano eran
como tres estalagmitas negras, y la caja de resonancia for-
maba una alta bóveda oscura por encima de mi cabeza». Jan
Morris reinscribe esta escena «como sumida» en el marco de
una fábula que ocupa el centro de su relato. Se trata de la
historia, que no deja de recordar el cuento de Barba Azul, de
un pobre cazador encumbrado un día por milagro a la digni-
dad real, y que ve todos sus deseos concedidos a excepción
de la prohibición de abrir una determinada puerta del Pala-
cio.
hibidaUny día, no pudiendo
penetra aguantarque
en la habitación más,
no pasa la puerta
albergaba sino pro-
a él
mismo, al pobre cazador de antaño, en harapos, acurrucado
en un rincón del cuarto. Luego, concluye asi su autobiogra-
fía: «si considero mi historia fríamente, en ocasiones me
 parecee que soy un per
 parec persona
sonaje
je de fábula o de al
alegoría.
egoría. E s to me
recuerda al cazador africano y la sala prohibida, y me veo,
no como un hombre o una mujer, como yo mismo u otro,
como un fragmento o un todo, sino simplemente como el
niño sorprendido,  agazapado con un gato bajo el piano
Blüthner».
Esta escena de infancia debe ser considerada como un
 

recuerdo encubridor, en el que se pueden descubrir sin difi-


cultadd las huellas de lo que sirv
culta sirvió
ió para su construcción. Estas
Est as
remiten, sin duda alguna, a las circunstancias de un descu-
 brimiento sorprendente,  el de la castración mamatern
terna,
a, qu
quee a la
vez cubren y traicionan la tercera pata del piano, la evoca-
ción de las estalagmitas negras, y hasta la caída en casca
c ascada
da de
una
vieneoleada que lo inunda
inmediatamente todo. La
a sellar réplica aque
el abismo estaentonces
revelación
se
abrió: debería ser una niña. Dicho de otra manera, que se
 borre la línea se
sepa
para
rado
dora
ra de la difere
diferencia,
ncia, con la que se ve
marcado al mismo tiempo que percibe la falta en la madre.
Para el pequeño Morris, ser niña encuentra su verdad en
lo que al final de sus memorias se revela fue su búsqueda, a
la que no vacila en calificar de mística, la de un más allá del
sexo.
Esta posi
posición
ción exterio
exteriorr al sexo se expresa
expresa a lo larg
largoo de toda
su historia en el fantasma recurrente de ser un agente secre-
campo
to. Mujer
de lo
de los
con
s hombres,
homb
la apariencia
res, en eell ejerci
ejercito
de unto duran
durante
hombre,te laadmitida
guerr
gu erra,
a, donde
en el
es oficial de inteligencia, en los clubes londinenses estricta-
mente reservados a los hom hombres,
bres, se vive ccomo
omo un eesp spía
ía intro-
ducido en el campo enemigo, o como un observador antropo-
lógico que estudiara desde afuera, pero al mismo tiempo
desde el interior, las maneras y las actitudes de los hombres:
«sentado entre ellos, por decirlo así, sin que lo supieran,
 perfeccioné las téctécni
nica
cass de análisis y ob obser
serva
vació
ciónn que más
tarde debía adaptar
adap tar al ofi
oficio
cio de escritor». «Pa«Parara mi,
mi , era como
tener permiso
permiso para escuchar
escu char detrás de las puertas o poder ver
sin ser visto,
visto, al am
ampa
paroro de un espejo sin azogue», ddice ice en otro
lugar. Esta posición de agente secreto, siempre en el otro
campo, en el campo del Otro, siempre en otra parte, no
dejando a los asuntos humanos sino la sombra de sí mismo,
en tanto que él se encuentra absorto cual espectador indife*
rente, sin que aquello le concierna, en el lugar del Otro, se
asemeja hasta Ja confusión a la posición del neurótico obse-
sivo que, por su parte, puede sentirse en lo relativo al sexo
como si fuese uno y otro, e incluso ni el uno ni el otro.
También el obsesivo preserva
preserv a su Dama y eell falofalo de ésta,
ésta, por
cuanto él mismo está es tá ident
identificado
ificado a este últim
último.o. LLoo que vvien
ienee

 
a continuación, sin embargo, escapa a este registro y abre
otras dimensiones. Con todo, es perturbador constatar la
existencia de un funcionamiento típicamente
típicamente neu
neurótico
rótico en un
transexual, al menos hasta que algo trastorne dicha configu-
ración.
Su distanciamiento le permitía un punto de vista privi-
legiado de las cosas, como si las viese «desde un asiento
situado en el recinto reservado de la reina». En efecto, ésta
 parece
 par ece ha
habe
berr sido su posición como sujeto: ,,cu cual
al mi
mirad
radaa
encerrada, oculta, él es el falo que, bajo el velo, brilla por su
ausencia en el recinto de la Dama. Un crítico inglés observó
en él una «curiosa tendencia a desaparecer en tanto persona
detrás de un estilo», lo que Morris atribuye a su distancia
miento, tan involuntario, dice
dice,, «qu
«quee tenía la impresión de no
estar realmente allí, y de observar lo que pasaba desde algúii
silencioso reducto exclusivamente mío. Si no puedo ser yo
mismo, parecía decir mi Inconsciente, prefiero no ser en
absoluto». Un día, en Free Town, en Sierra Leona, el vigi-
lante del puerto
diciéndoles: echó a esta
«marchaos, unosPersona
niños queestá leSola».
importunaban
Las ma-
yúsculas son de Morris, quien comenta: «es como si en mi
extraño aislamiento yo no hubiera estado completamente
encamado».
Exterior al cuerpo, tal es el objeto (a) de Lacan, cuya
estructura topo
topológi
lógica
ca consiste precisamente en esa particparticular
ular
conjunción del
del interior
in terior y el exterior qque
ue podemos calcalific
ificar
ar de
íntima exterioridad. Aquí, designa el lugar de objeto del goce
del Otro que Morris ocupa.
Cuandoo después de su operación, al habe
Cuand haberse
rse co
colocado
locado del
ladomasculino
 bro mujerlino
mascu se ve
de obligado
los club esa londinen
clubes renunciarses,
londinenses,a su
su calidad
m
may
ayor de
or ppes miem-
esar
ar sserá
erá
verse privado en adelante de ese status excepcional, del que
guarda lo que califica de «una perversa nostalgia».
Morris no niega que haber escogido al fin su campo no
haya implicado algunos sacrificios. Disponer de un cuerpo
de hombre, escribe, tenía algo de bueno. El título de uno de
sus capítulos es «El esplendor viril»: el cuerpo masculino es
una maravillosa máquina bien aceitada, siempre lista para
funcionar, un maravilloso instrumento en resumidas cuentas.

 
£1 goce que hallaba en disponer de un cuerpo de hombre
alcanzó su punto culminante con ocasión de la expedición al
Everest a la que siguió como periodista (siempre bajo la
forma de un interiorexterior). En plena posesión de sus
recursos físicos, con el cuerpo tenso por el esfuerzo, se nos
 presen
 pre senta
ta ve
verd
rdade
aderam
ramen
ente
te com
comoo falo erigido
erigid o en la falda
fald a de la
montaña.
Ajeno al sexo, lo fue casi por completo en
en su
su vida
vid a amoro-
sa. Reiteradas veces expresa su desinterés por las satisfac-
ciones genitales, y dice buscar otra sensualidad. Gustaba de
agradar a los hombres, pero desaprobaba el interés de éstos,
demasiado centrado en el sexo. Se casó con una mujer de la
que tuvo cinco hijos* y declara que ese matrimonio, que hubie-
ra debido ser un fracaso, se reveló como un maravilloso
acierto. Si bien el amor que le unió a su mujer no fue sexual
sino de connivencia sororal, sobrevivió a su transformación,
y cuando se divorciaron se hizo pasar por su cuñada. Toda-
vía viven
quiso en parte
ser padre, juntos.
lo que Porélaspirar
según a la maternidad,
era la manera dice,
de aproximar-
se más a aquélla.
Parece que la muerte de uno de sus hijos, una niña
llamada Virginia —reflejo, sin duda, de las preocupaciones
marianas de su padre—, comprometió el frágil equilibrio de su
 posición. Herid
He ridoo asi en su paternidad
pater nidad,, cuyo so
sopo
porte
rte simbóli-
co era sin duda alguna precario, cayó en lo que califica de
«paranoia»,, sin aporta
«paranoia» apo rtarr por cierto in
indicio
dicioss clínicos
clínicos en apoyo
de este autodiagnóstico. No obstante, recuerda unas «migra-
ñas de tipo clásico», «distorsiones visuales y verbales»,
verbale s», a las
que precedían
se excluye «momentosde
la posibilidad de que
exaltación
dichas descabellados». No
distorsiones fuesen
alucinaciones. Cabe apuntar aquí que su transformación en
mujer fue objeto de diversas predicciones, entre las cuales
había una, proveniente de un lector sueco, anunciándole que
el rey
rey Gustavo se dedicaba
dedica ba a realizarla
realizarla a distancia ppor
or m
medio
edio
de rayos.
Tras este episodio «depresivo» decidió tomar unas hor-
monas feminizantes que le había recetado en los Estados
Unidos el doctor Benjamín a quien había consultado hacía
unos años. A partir de entonces vivió un periodo de transi-

 
ción, en el que ya era femenino por arriba y masculino aún
 porr abajo. Cual
 po Cu al una quim
quimera, sitúaa en un no m a n ’s lan
era, se sitú land 
d  
donde su soledad crece con su extrañeza: al presentarse
según
seg ún eell lugar y según las gentes como hombre o co como
mo mujer,
cambiando de identidad gracias a algunos detalles de su
indumentaria de una calle a otra de Londres, de un club a
otro,
 pa sar llega
 pasar a ocurrirle
el control que ennolos
de seguridad, aeropuertos,
sabe a lasehora
dónde colocarse
colocar cuando de
debe escoger entre la fila de hombres y la de mujeres. «Peli-
grosamente» cercano a un hermafrodita, se vive como «una
figura mitológica monstruosa o divina». Si bien a menudo
esto le produce el efecto de una pesadilla, también llega a
gozar dede los equívocos que q ue dicha situación
situación produce.
produ ce. A veces,
dice, se envuelve como con un velo en esa apariencia quimé-
rica que le designa ante la mirada de todos como el ser único
que pretende sen solo en tanto que es £1 Único. Asi pues, en
la medida de lo humanamente posible, encamó ese símbolo
de la unidad
señalado por imposible quesagrado
ese carácter es el falo.
queSeguramente
en la antigüedadse sintió
fue
 patrimonio
 patrimon io de aquellos a quienes el cuchillo sacrificia
sacri ficiall había
hab ía
convertido en servidores de la divinidad, como por ejemplo
en el culto frigio.
Fue al célebre cirujano de Tánger a quien confió la tarea
de resolver el dilema de su doble identidad, y renunciando
con ello a ser todo, se alineó del lado de las mujeres, no sin
sentir que sacrificaba las prerrogativas viriles de las que
había sabido sacar provecho. La pesadumbre que ello le
 produjo se trasluce
trasl uce en las reivindicacio
reivindicaciones
nes feminist
fem inistas
as que a
 partir
 part ir de entonc
en tonceses hace suy
suyas,
as, por ttener
ener la expe
ex perie
rienc
ncia
ia de
d e las
afrentas cotidianas de las que en adelante, en tanto mujer, es
objeto. «Lo quisiera o no me adaptaba. Si se suponía que yo
no era capaz de hacer retroceder un coche coche,, o de desta
de stapaparr una
 botella, sentía que me volvía extrañam extr añamente
ente torpe (...)(... ) los
hombres me trataba
trat abann cada
ca da vez más como
como a alguien
alguien de impor
impor--
tancia secundaria (...) incluso mi mi procurador,
procurador, en un momento
de distracción, me llamó una mañana «hijo mío». Le irrita
que le traten «en repetidas circunstancias sin importancia
como a un ciudadano de segunda clase, no porque yo carez-
ca de inteligencia, o de experiencia, o de carácter, sino

simplemente porque tengo el físico de una mujer», y «hierve


de indignación» ante la idea de que ese sectarismo se aplique
también a las cosas importantes.
La operación que terminó con su viri virilida
lidadd no afectó sólo
el plano
plano de lo real, sino que tuvo una incidencia simbólica
simbólica y
modificó su posición. Aun cuando deseaba ser una mujer
 para
 pa ra ser
se r me
mejor
jor el fal
falo,
o, desd
desdee el mom
momento
ento en qque
ue de
deja
ja de se
serr
hombre
cosas quequedaera laapartado
suya. de esa posición de vacío entre dos
Inmediatamente después de la operación experimenta la
Intensa euforia del triunfo, al sentirse al fin «purificado» por
la ablación de su sexo. Según la lógica propia de la función
fálica, dicha substracción lo completa: «ahora, cuando baja-
 ba la vista
vi sta sobre
so bre mi,
m i, ya no veía
v eía un ser híbrido o uunn a quimera,
quimera ,
era un ser completo. Me M e sen
sentía
tía deliciosamente
deliciosamente pr  prop
opor
orci
cion
onaa
do,   Había sido purificado de esas protuberancias a las que
 por momentos
mome ntos llegué a detes
de testar
tar.. Según mi man
manera era de vever,
r, me
habían vuelto normal».
Erradicado ese símbolo de la diferencia de los sexos,
 borrada
 borra da es
esaa m ar
arca
ca que hace
hac e carente a l otro se sexo
xo,, ya na
nadada
falta a ese Otro en que él mismo se ha convertido, al encar-
nar en adelante al Uno que dice no a la función fálica,
dándole existencia.
A ese ser completo se lo representa con lo loss rasgos
rasgo s de una
figura que exalta, la de la mujer menopáusica, liberada del
sexo y por
po r consiguiente del deseo,
d eseo, y de lo que éste supone de
incompletud. «He llegado a la convicción de que la mayor
aproximación a la perfección a que que puede aspirar la humani-
dad se encuentra en la persona de la mujer realizada —y
 particularm
 partic ularmente
ente en la pe
perso
rsona
na de la mumujer
jer bu
buena
ena,, inteli
inteligente
gente
y sana, que habiendo dejado atrás la menopausia ya no está
atada por los mecanismos sexuales. En todos los países, en
todas las razas, dichas mujeres son, en conjunto, las perso-
nas que más admiro. Y me vanaglorio de haberme hecho
admitir en sus filas, incluso si es en la última fila, lo mism mismoo si
tan sólo es en el flanco de la cohorte». Sin duda la figura tan
 británica
 britá nica de la rerein
inaa Victoria
Vic toria no es ajen
a jenaa a es
esta
ta ide
ideali
alizac
zación
ión
de la
la mujer menopáusica. P or cierto que que se halla
hallababa consagra-
do a una vasta obra sobre la época victoriana cuando se

internó en la vía de la feminización, Curiosa forma la que


adquiere un ideal de pureza que se relacionaba con los
tiempos del Colegio, cuando cantaba en el coro de la Christ
Church, en el culto a la Virgen. Vestido con esas sobrepelli-
ces «que parecían destinadasa negar nuestra masculinidad»,
alcanzaba una especie de «nirvana pueril» exaltándose con
la evocación del «personaje más perfecto y misteriosomiste rioso que el
 propio
 prop io Cristo.
Cr isto..... la enig
enigmá
mática
tica Virgen
Virgen Ma
María»
ría»..
Así pues,Morris
transexual. lo sagrado se encuentra
recuerda también enlaselprácticas
centro del enigma
frigias.de
castración ritual, por medio de las cuales los sacerdotes se
consagraban
consa graban al culto de la div divinid
inidad.
ad. El nombre deldel composi-
compo si-
tor Sibelius, asociado al recuerdo crucial de la infancia, no
carece de resonancias en ese registro. Cómo no recordar en
este punto a Cibeles, a su hijoamante castrado Atis, y a sus
sacerdotes eunuco
eunucos. s.
Estos mitos y estos ritos arrojaban nueva luz sobre la
vocación transexual.

 
LOS RITOS DE LA CASTRACIÓN

 
Roma. Museo
Muse o nuevo del Conservatorio.
Conserv atorio. Foto
Fot o Roger
Ro ger Vio
ioll
lleL
eL

...Diana de Éfeso...

CAPÍTULO VI 
CIBELES Y ATIS

 
, Foto
Fo to Giran don.
don.
Louvre.
..,«/a Gran Madre aventaja a iodos los dioses, sus hijos»...

 
La Madre es la primera divinidad* Símbolo de la vida y
de la muerte, de la fecundidad y de la destrucción, omni-
 potente tanto
tan to para
pa ra el mal como para el bien,
bien , la D
Dio
iosa
sa M adre
ad re
reinó bajo incontables nombres, a través de las regiones y de
los siglos, antes de ser suplantada (¿lo fue del todo alguna
vez?) por las divinidades patriarcales.
Una de las más antiguas es cretense. Soberana de las
montañas, habita en las grutas de las cumbres boscosas.
Cazadora, su guardia está formada por leones, ya que antes
de rodearse
rodearse
fieras, de fieras
a veces fes
ieras ella misma
también fu
fuee una
la Dama leona
leonreptiles,
de los a Dom
Do m adora
ado ra de
encanta-
dora de serpientes, en Egipto. En Caldea la llaman Nana, en
Babilonia Istar, que en Chipre se convierte en Astarté. Rea
Oaia, Deméter, en Éfeso es Diana, con el rostro negro, la
cabeza coronada con una torre, una cuádruple hilera de
mamas sobe el pecho y todo un bestiario sobre el vientre y
los costados*

A menudo la Gran Madre es trinitaria, como las Parcas,


que son una de sus figuras, asi como las Erinias vengadoras,
las musas que antaño fueron tres, al igual que las Gracias.
En las encrucijadas, Hécate con sus tres cabezas aguarda al
viajero. El rey Lear no sabe que la Diosa despliega sus
 personas
 perso nas en sus tres hijas,
hija s, ya que es esposa
espo sa e hi
hija
ja al mismo
mism o
tiempo que madre, pues es la vida, el amor y la muerte.
En sus inagotables entrañas engendra sin cesar tanto la
vida como la muerte, la muerte que la vida lleva, la muerte
oculta en la profundidad de todo ser viviente como su más
íntima posibilidad, y la muerte que lleva la vida, y la hace
más viva. 'Según Rainer María Rilke, el poeta que creció
vestid
ves tidoo de niña por
po r su madre, es la Gran Afirmadora,
Afirma dora, la que
que
siempre dice sí con su boca sombría.
A la Diana
Dia na de Éfeso
Éfe so la serv
servían
ían uno
unoss sacerdotes llamados
Megalobyzes que eran eunucos, sin duda congénitos. En
Hierápolis, Siria, Atargatis
Atarg atis de la que
que hablan Luciano y Apu
leyo. también era reverenciada por un clero de eunucos
vestidos y acicalados como mujeres, a quienes llamaban los
Galos. Estos se habían consagrado a la diosa en una cere-
monia anual, en cuyo transcurso, luego de unas danzas frené-
ticas y cuando la pasión del éxtasis había alcanzado su
 punto máximo,
máxim o, se cast
ca stra
raba
bann a sí mismos con un cuchillo
ritual, y a continuación corrían por la ciudad con sus partes
cortadas en la mano.
En el siglo II d.J.C., Apuleyo los describe en E l Asno
Asno de 
Oro , itinerantes,, yendo de una ciudad a otra de Grecia,
 pasean
 pas eando
do la estat
es tatua
ua de la Dios
Di osaa en un asno. C o n un traje
largo y los ojos pintados, danzaban al son de la flauta y
 profetizaban.
Uno de los cultos metraicos más importantes fue el de
Cibeles, cuyos sacerdotes eran aquellos mismos Galos eunu-
cos de Siria. Tuvo una enorme difusión en el mundo antiguo,
al punto que el emperador Claudio intentó convertirlo en
culto del Estado a fin de llevar a cabo la unidad religiosa del
Imperio.
Originaria de Frigia, Cibeles dominó en primer lugar a
todos los pueblos de Asia mtenor, a sus dioses y sus ritos. Iba
asociada a un hijoamante llamado Atis, que todos los años,

en el equinoccio de primavera, moría para luego renacer.


A los Dias de Lágrimas el 22,23 y 24 de marzo, sucedían, el
25 de marzo, los regocijos que señalaban la renovación
 primaveral
 prima veral de la nnat
atur
ural
alez
eza.
a. Es
Estatass cerem
ceremonias
onias celeb
ce lebraraba
bann el
reencuentro con la fecundidad de la ttierra,ierra, el renacimiento de
la vida después de la muerte invernal, simbolizados por la
muerte y la resurrección de Atis.
Esta pareja de madre e hijo es clásica en los cultos
metraicos. Diana y Apolo son una de sus encamaciones, al
igua
iguall que Afrodita y A Adonis,
donis, Baal y As Astarté
tarté en Sidón, Abdad
y Atargatis en Hierápolis,
Hierá polis, Bel
Bel y Milita en Asiría. Cas C asii siem-
siem-
 pre ese hijoaman
también, hijoa
quienmante
porteamor
es
está
tá acas
castra
la trado
do,, ysacrificó
Diosa es el caso
casusovirilidad,
de AtAtis
is
ofreciéndosela. En conmemoración de este acto, quienes
se consagran al culto de la Madre imitan el gesto de Atis, y
en la embriaguez y el éxtasis de las fiestas rituales se muti-
lan a su vez. Cual iniciación suprema, la castración consagra
la entrada el servicio de la diosa y simboliza un nuevo naci-
miento.
En  Lo
 L o s Fasto
F astos,
s,  Ovidio cita una de las numerosa
numerosass versio-
versio-
nes del mito en la que se supone narra los orígenes del culto.
«Enn medio de los bosq
«E bosques
ues,, un joven frigio de notab
notable
le belleza,
belleza,
Atis,, captura
Atis
amor captu
casto:ralaadiosa
la dio
diosa
sa coronada
coronad
quiso unirloaadeella
torres
paraqque
ue le ama
am aconfiar-
siempre, con
con uunn
le su templo, y le dijo: “procura permanecer siempre niño”.
Él prometió ser fiel a esta orden: “si miento, dijo, que el
 primer amamor
or que me ha haga
ga fal
faltar
tar a mi pr
prom
omesa
esa sea tambié
tam biénn el
último”. Cometió esa falta, y en los brazos de la ninfa
Sagaritis dejó de ser lo que era. La diosa, irritada, exigió el
castigo, y Atis, medio loco, se castró. Desde entonces tal
locura sirvió de ejemplo, y los sacerdotes afeminados, con
los cabellos en desorden, desgarran igualmente su miembro
al que desprecian».
durante
El culto
la época
de Cibeles
clásica,nopues
se consiguió
por sus aspectos
implantarsangrientos
en Grecia
hería la sensibilidad de los griegos de Europa, que despre-
ciaban a los eunucos. Demóstenes expresó su reprobación
en lo relativo a estos ritos, la filósofa griega Phyntis decla-
raba que las mujeres honestas debían evitar las orgias de la

Gran Madre,griega
una ciudad y hasta los comienzos
aceptó del Imperio
el culto frigio. Sólo lasromano
pequeñasni
comunidades de mercaderes frigios y lidios y los esclavos
celebraban las fiestas de Atis.
Fue durante la segunda guerra púnica cuando se introdu-
 jo con gran pomp
pompaa en Roma el cculto
ulto de
de Cibeles, bajo la form
formaa
de una piedra negra, un aerolito según la leyenda, provenien-
te del santuario de Pesinunte. Un oráculo había vaticinado la
victoria a los romanos si se ganaban los favores de la Gran
M ater Idaea. Pero A Atis
tis quedó exc
excluid
luidoo ddel
el santuario instala
instala--
do en el Monte Palatino, y los sacerdotes siguieron siendo
frigios, pues la autocastración era castigada como un crimen
entre los romanos.
Atis no se reunió con la Diosa en ei Palatino hasta la
época imperial, cuando Claudio pensó en rehacer la unidad
del Imperio gracias al culto de Cibeles, e incluyó entonces
las fiestas de Atis en el calendario romano. Carcopino mues-
tra cómo confirió una respetabilidad romana a lo que en los
ritos frigios resultaba escandaloso. Claudio excluyó a los
Galos del culto oficial, sometiéndolos a un Archigallas com-
 puesto
 pue sto por ciu
ciudad
dadano
anoss roma
romanos
nos que con
conserv
servaban
aban su integri-
dad corporal y dependían del Senado. Con esto se aseguraba
el control de la situación e intentaba contener el proselitismo
de culto
el los Galos, quecontaba
de Atis comenzaban
con ela tener
favor imitadores. En efecto,
de las mujeres y los
libertos. Al final del siglo primero, el Código justiniano hizo
de la castración un crimen capital, e incluso en Pesinunte se
excluyó de la jerarquía religiosa a los Galos eunucos, y se
los gravó con un impuesto especial que los comparaba con
las prostitutas, el tributum capitis.  La castración ritual se
reemplazó por el sacrificio deldel taurob
taurobolio,
olio, tomado del cult
cultoo de
Mitra. En Roma pueden verse unos bajorrelieves que represen-
tan a un hombre jovjoven,
en, con gorro ffrig
rigio,
io, sacrificand
sacrificandoo un tor
toro.
o.
 No obs
obstante
tante,, los Ga
Galo
loss subsistieron como pa paria
rias.
s. En
Roma los antiguos esclavos libertos o fugados y los extranje-
ros eran los principales adeptos, y llegaban hasta la inicia-
ción tradicional. Impresionaba su elevada estatura, conse-
cuencia sobre el crecimientq de una castración efectuada en
la adolescencia. Escandalizaban por el aire afeminado que

les daban sus trajes largos, los afeites y las joyas. Se les
acusó dede depravacion
deprav aciones es homosexuales.
homosexuales. San Agustín, que los
vio en Cartago, los describe en la Ciudad de Dios:  «los
cabellos perfumados, el rostro pintado, los miembros ada-
mados, el andar lascivo». En realidad, parece que eran más
ascetas que libertinos, y de hecho sus adornos estaban es-
trictamente regidos por las prescripciones rituales. Ayuna-
 ban,
 ba n, y diaria
dia riame
mente
nte rendía
ren díann cul
culto
to a la diosa poporr med
medioio de
cantos y danzas rituales, acompañados con flauta y salterio,
durante las cuales se flagelaban e infligían puñaladas en el
cuerpo. El éxtasis al que llegaban con este frenesí les abría
las puertas a la inspiración divina: entonces profetizaban e
interpretaban los sueños. También eran curanderos, e iban
 porr las aldea
 po ald eass pred
pr edici
icien
endo
do el futuro, vendie
vendiendo
ndo tal
talism
isman
anes,
es,
 pociones
 pocion es y amuleto
amu letos.
s. Viajab
Via jaban
an en horda
ho rdass vagab
vag abund
undasas y lle-
gado el caso pedían limosna, de donde el nombre que se les
dio de Mendicantes de la Gran Madre.
En E l Asno de Oro Apuleyo da una descripción satírica
del comportamiento de los Galos, que no por ser una carica-
tura deja de constituir un’testimonio: Lucius, transformado
en asno, acaba de ser comprado por un Galo que piensa uti-
lizarlo para transportar en su lomo la efigie de la Gran
Diosa. Llega al medio de un «coro de invertidos»: «brin-
cando de alegría, al instante lanzan unos gritos disonantes,
con voz de mujer cascada y ronca (...) Al día siguiente, se
 ponen unas camisas abigarra
abig arradas,
das, y cada cual se comp
compone
one una
 belleza repulsiva
repulsiv a emba
em badu
durná
rnánd
ndose
ose la cara
ca ra con u n a pintura
pintu ra
arcillosa, y dibujándose el contorno de los ojos con un lápiz
graso. A continuación salen llevando unas pequeñas mitras,
vestidos amarillos color de azafrán, telas de lino fino y seda
(...), con los brazos desnudos hasta los hombros, levantando
 porr los aires unas es
 po espa
pada
dass enormes y hac hachas
has pega
pe gann saltos
como bacantes, y el sonido de la flauta estimula su baile de
 posesos. Tras
Tr as habe
ha berr visitado
visitad o aquí y allá
al lá algunas cas
casuch
uchas,
as,
llegan alanzan
entran, la casa de aullidos
unos campo de un rico propietario.
espantosos, Nocomo
y se abalanzan bien
fanáticos: manteniendo baja la cabeza con unas torsiones
lúbricas de la nuca y un movimiento circular de sus cabellos
sueltos, a veces se vuelven contra sí mismos para morderse

las carnes, y para terminar llegan a acuchillarse los brazos


con
con el acerohasta
látigos de doble filo que llevan».
el agotamiento, y es Por último,cuando
entonces se azotan
«se
apoderan con avidez» de quien les da dinero y víveres y le
transportan en el lomo del desdichado Lucius.
La influencia del cristianismo venció al culto de Cibeles,
Ciertamente, fue objeto de ataques muy virulentos por parte
de los primeros cristianos y de los Padres de la Iglesia. El
Apocalipsis denuncia en Atis al «monstruo», y en Cibeles a
la «Gran Madre de las prostitutas y de las obscenidades de
la tierra». Se castran por vicio, dice San Jerónimo, y San
Agustínn vilipe
Agustí vilipendia
ndia a C Cibeles
ibeles como la.más escand
escandalosa
alosa de la
lass
divinidades paganas:
dioses, sus hijos, no por«la laGran Madre de
excelencia aventaja a todossino
la divinidad, los
 por la enormid
en ormidadad de! crim
crimen.en. Es una monstru
mo nstruosidad
osidad que hac
hacee
 palidec
 pali decer
er a la ddee JJan
anoo . E ste
st e sólo es hor
horrend
rendoo po
porr la deform
deformi-
i-
dad de sus estatuas, ella es horrenda por la crueldad de sus
misterios. El no tiene miembros superfluos más que en efigie.
Ella mutila realmente los miembros humanos. Los desórde-
nes,, los incestos de Jú
nes Júpit
piter
er están por debajo ddee esta inf
infami
amia.
a.
Seductor de tantas mujefres; Júpiter únicamente deshonra al
cielo por Ganimedes, pero ella, por sus afeminados de pro-
fesión, mancilla la tierra y ultraja a los cielos».
Sin embargo, el culto de Cibeles no carece de puntos en
común con la religión cristiana. El sacrificio del Hijo, que
muere y resucita, no falta en esta última; tampoco la Gran
Madre, aunque su figura se escinde en la de la Virgen, ma-
dre dolorosa, y la del Dios terrible que consagra su hijo a la
muerte. Pero sin duda se debe a estas mismas analogías el
que el culto de Cibeles y Atis fuese tan violentamente ataca-
do por los primeros cristianos.
¿Acaso la Pietá no es otra versión de la pareja de Cibeles
y Atis9 ¿No vuelve a encontrarse la Gran Madre en la Dama
negra de los gitanos, o también en Montserrat, donde se la
representa con el rostro negro, como Diana de Éfeso, sobre
un fondo de rocas faloideas? En el monasterio que le está
consagrado existe una célebre escuela de canto cuyos alum-
nos sufrían en otra época la castración, a fin de preservar la
 pureza infantil de sus voces.

La castración
c astración volu
voluntaría
ntaría está lej
lejos
os dde.
e. hallarse
hallarse ausente en
la historia del cristianismo. ¿Acaso no está escrito en el
Evangelio:
Evange lio: «Ha
«Hayy eunu
eunucoscos qque
ue han nacido taltales
es del vientre
vientre de
su madre, los hay a qquienes
uienes los han vuelt
vueltoo asi los hombres, y
los hay que se han hecho tales por el Reino de los Cíelos»?
En las épocas más diversas hubo corrientes religiosas
que preconizaban el eunuquismo voluntario. Orígenes fue
uno de sus adeptos, y su ejemplo estuvo en la base de la
herejía de los Valesianos, quienes creian seguir a la letra la
 prescri
 pre scripció
pciónn de Cr
Cris
isto
to:: «Si un
unoo de tus miembros
miem bros te escanda?
liza, arráncalo».
La secta de los Valesianos sur surgió
gió en Arabia en el sisigl
gloo III,
y fue
fue condenada
 prohibió la mu
mutilaención
tilació elnaño
vo 325
volun
luntaripor
taria el Conci
a entreConciliolio deENic
el clero. Nicea
s ta ea,
, que
prácti-
práct i-
ca cundió lo bastante como para suscitar una nueva prohi-
 bición,
 bición, en el 395, ppor
or par
parte
te del PPap
apaa Leó
Leónn 11.. Si creemo
cree moss a San
Epifanio, los Valesianos estaban convencidos de que la úni-
ca via de salud consistía en la supresión del instrumento del
 pecado,
 peca do, y no co
comp
mprenrendía
díann que JoJoss cris
cristian
tianos
os quisie
qu isieran
ran sus-
traerse a ello. Se dice que llevaron el proselitismo hasta
castrar por la fuerza a quienes caían en sus manos, consi-
derando que debían velar por su salud a pesar de ellos,
A lo largo de la historia de la cristiandad la castración
voluntaria siempre tuvo adeptos, sobre todo en la Iglesia de
Oriente, entre los Patriarcas de Constantinopla y los Metro-
 politas de Rusia. E
 politas Est
staa prácti
práctica
ca ha permanec
permanecido,
ido, segú
segúnn C. Bl
Blon
on
del, «como un mal cristiano sujeto a bruscas recrudescen-
cias».
A una de estas erupciones epidémicas corresponden los
extraños ritos de la secta rusa de los Skoptzy, que desde
el siglo XVIII sobrevivió hasta la Segunda Guerra Mundial,
a pesar de las prohibiciones y condenas diversas
diversas ttan
anto
to de llas
as
autoridades soviéticas como de las zaristas.

CAPÍTULO VII 
VII 

LA SECTA DE LOS SKOPTZY


 
SkopUy Foto E. Piltard.

... en Bucarest se hicieron cocheros...

Un extraño parentesco conecta la secta de los Skoptzy


con el culto frigio. Es como si los ritos religiosos de la
castración, al igual que las aguas ora subterráneas ora resur-
gentes, sobreviviesen a los siglos y a las civilizaciones, de-
mostrando la persistente fascinación de la humanidad por el
fantasma que expresan, fascinación que, en oleadas episódi-
cas, llega hasta arrastrarla al horror del acto.
En los orígenes de la secta de los Skoptzy está el movi-
miento del Raskol. En el siglo XVIII, en Rusia, el patriarca
 Nikone emprendió
emp rendió la reforma de los
los libros
libro s litúrgico
litúr gicos,
s, consis-
tente en corregir
tente corregir los
los errores de traducción
traducción que
que abundaba
abund abann en
los textos sagrados. Ahora bien, para la masa de creyentes
ortodoxos,
el bajo clerolosreprobaron
libros sagrados eran intocables,
la reforma. Hubo quincey millones
el pueblodey
cismáticos (los raskolniki: cómo no pensaren el Raskolnikov
de Dostoievski) que se repartieron en una multitud de sectas.
Algunas
Algun as de ellas
ellas repudiaron a partir
partir de aquel momento
momen to todos

 libros: si los textos religiosos podían se corregidos por el


íu s
hombre, entonces su carácter sagrado se derrumbaba, y con
él la fiabilidad de todos los libros. La base simbólica en la
que
y cabese asentaba
pensar que
la creencia
hasta la popular
relacióndebió
con lapues
Leydesufrió
hundirse,
una
 profund
 pro fundaa conmoció
conm oción.n.
Entre los cismáticos que rechazaron todos los libros, los
Chlisty fueron los predecesores de los Skoptzy. La práctica
de la flagelación mutua en medio de danzas frenéticas que
conducían al éxtasis colectivo reemplazó a la relación con
los libros sagrados.
sagrados . Los CChlisty
hlisty se agrupaban en logi
logias
as secre-
tas, llamadas Naves, cada una de las cuales estaba dirigida
 por una
un a « M adre
ad re de D ioios»
s» (Bogoritsa),
(Bogorits a), as
asoc
ociad
iadaa a un hijo
espiritual
espi ritual denominado
denom inado Cristo. Había tantos Cristos como na-
ves. Los Chlisty se consagraban a un ascetismo riguroso que
implicaba una castidad total, pero sus ceremonias religiosas
tenían fama de terminar en orgías.
Los Skoptzy (que quiere decir castrados) descendían de
los Chlisty y conservaban sus prácticas rituales, pero lleva-
 ban la exigencia
exigen cia de cast
ca stid
idad
ad ha
hasta
sta imponer
impo ner la cast
ca stra
raci
ción
ón a
sus adeptos. Sin duda fue una mujer, una tal Akoulína Iva
novna, Bogoritsa de una Nave de Chlisty, quien introdujo
dicha práctica y fundó la nueva secta. Un tal Selivanov, que
se decía su hijo espiritual, fue condenado por sus prácticas
religiosas y deportado a Siberia en 1775,
Sin duda fue eell verdadero
verdade ro fundador de la secta sec ta Tras
Tra s
haberse evadido en 1795, fue detenido varias veces y encar-
celado por los sucesivos zares, ya en asilos de alienados o en
monasterios,
monasteri os, ya en prisiones. Finalmente
Finalm ente Alejandro lo lib liberó
eró
en 1802, y se instaló en San Petersburgo. La secta conoció
entonces
enton ces una verdadera
verd adera époc
épocaa ddee oro, logró
logró num
numerosos
erosos adep-
tos entre la aristocracia, en la Corte, y en el ejército entre los
oficiales. Los Skoptzy se enriquecieron consíderablémente,
y gracias a esa buena acogida de los seglares desarrollaron
un poder oculto. Sin embargo, la gran cantidad de mutilaci
nes entre los oficiales acabó por obligar al zar Alejandro I a
castigar severamente a Selivanov, y le internó en un con
vento. Nicolás
1843 hubo I, por su parte,
un importante deportó
proceso en el acurso
los Skoptzy.
del cual En
se

descubrió que magistrados y directores de bancos del Estado


camuflaban tras prácticas religiosas ortodoxas su pertenen-
cia a la secta de los Skoptzy. En 1868, otro proceso desen-
mascaró a un importante exportador, honorable y muy cono-
cido, que en nombre de la secta atesoraba inmensas riquezas
destinadas al proselitismo. Deportado a Siberia, montó allí
un astillero de bbarcos
arcos de vapor, y die
diezz años más tard
tardee huyó a
San Francisco con el primer steamer, el día de su botadura.
En 1885 se calculaba en 30.000 el número de Skoptzy en
todo el mundo. Sus adeptos se reclutaban entre todas las
clases de la sociedad, y sus riquezas contribuían al incremen-
to de su número gracias a un proselitismo que no escatimaba
medios, concedían préstamos a pequeños comerciantes que,
si quebraban, se veian obligados a saldar su deuda convir-
tiéndose en adeptos de la secta, con el sacrificio de la libra de
carne que ello suponía
Primum vlvere.: los pobres diablos consentían al sacri-
ficio de su virilidad para beneficiarse de las ventajas materia-
les que proporcionaban a los adeptos. Pero sería un error
creer que sólo la pobreza guiaba a los nuevos candidatos. Si
adherirse a la secta significaba riqueza y ascenso social, era
sobre todo por el prestigio de su ascetismo que los Skoptzy
extendían su influencia. Sin duda lo que había debido produ-
cir más horror —la práctica de la castración como bautismo
espiritual— constituía la causa misma de la atracción que
ejercían. Además, los Skoptzy se reproducían. Si en un prin-
cipio la castración tenía lugar en el curso de la ceremonia de
introducción del adepto, pronto fue diferida para asegurarse
la perpetuación por medio de la procreación. Los hijos de los
Skoptzy eran educados en las creencias de la secta, aislados
del resto del mundo, sin libros ni contacto con el exterior;
aceptaban con entusiasmo la perspectiva de la castración,
que algunas veces les infligían precozmente.
La doctrina religiosa de los Skoptzy no deja de tener
relación con la perspectiva de los gnósticos. También para
ellos el cuerpo y el alma se oponen irreductiblemente, y el
alma no puede asegurar su salvación más que emancipándo-
se de la materia. Por otra parte, es por el sexo que el cuerpo
constituye el mayor obstáculo a la liberación del alma. El

 peca do original es el peca


 pecado pe cado
do de la carne. Jesú
Je sús,
s, el red
reden
entor
tor,,
ofreció a la humanidad el «bautismo por el fuego», el único
que puede redimir la falta original y dar un segundo naci-
mie
miento
nto..élEste
la que E ste bautismo
mismo es la castración
se sometió qque
(«los hay queue se
Jesús
hanpredicó, ya
convertido
en eunucos por el Reino de los Cielos»). El arcángel San
Miguel, vencedor de la serpiente, era reverenciado por los
Skoptzy.
En la noche del sábado al domingo tenían lugar las cere-
monias ordinarias, que consistían en danzas y cantos. Las
danzas eran de cuatro o cinco clases diferentes. Una de ellas
consistía en girar sobre sí mismo, repitiendo indefinidamente
dos únicas sílabas: «DuchBog», EspírituDios, hasta alean
zar el vértigo. A este éxtasis lo llamaban embriaguez o
«cervez
«cer
era vezaamujer,
una espiritual».
espiritual». Tras
Tr as las
vaticinaba ya danzas un profeta,
profaeta,
dirigiéndose la que a veces
comunidad
en su conjunto (profecía general), ya a cada uno en particular
(profecía particular). A las profecías seguía la bendición y la
comida en común, en conmemoración de ía Cena.
Había, además, ceremonias en fechas fijas para celebrar
a antiguos adeptos, o en ocasión de la introducción de un
neófito, de una castración (bautismo de fuego), o de funera-
les. En los ritos de castración sólo estaban presentes tres
 personas:: el neófito, el oficia
 personas oficiante
nte y el jefe de la N ave.
av e. Las
 partess cast
 parte ca strad
radas
as se le ofrecía
ofr ecíann al iniciado, diciéndole:
diciénd ole: «Mira
la serpiente aplastada, mira la cabeza de Adán». Los testícu-
los recibían el nombre de «llaves del infierno», y el pene el
de «llave del abismo». A veces la ablación comprendía sólo
los testículos, o bien también el pene, más raramente el pene
sólo, o un solo testículo. La operación se practicaba con un
hierro al rojo, o con la ayuda de un instrumento cortante. Los
Skoptzy llevaban a menudo estigmas complementarios, cor-
tes o quemaduras en forma de cruz en los hombros, bajo las
axilas, sobre el vientre, la pelvis y los muslos. Dichos estig-
mas conferían títulos: ángel de cinco alas, o de seis alas.
Con las mujeres practicaban la ablación de los pezones o
de los senos, la resección de las ninfas y del clitoris, así como
diversas incisiones en el cuerpo. Algunos Skoptzy habrían
 preconizado
 preco nizado la horca como el único bautismo auténti
aut éntico.
co.

A principios del siglo XX, los Skoptzy tenían un éxito


indudablee entré los fineses, algunas de cuyas comu
indudabl comunidades
nidades se
habían establecido cerca de San Petersburgo. Tras numero-
sas deportaciones, existían una decena de aldeas Skoptzy en
Siberia, en la región de Yakoutsk. A raíz de las persecu-
ciones zaristas, la emigración llevó a que cierto número de
ellos se estableciera en Rumania, donde los dejaban en li-
 bertad
 be rtad de pr
pract
actica
icarr su
suss ritos. Si en R us usia
ia eran so
sobre
bre todo
comerciantes o cambistas, en Bucarest se hicie hicieron
ron cocheros
cocheros,,
y cocheros
cocheros distinguidos
distinguidos.. PPittárd
ittárd,, que fu
fuee a Bu
Bucares
carestt ent
entre
re las
dos guerras para estudiar en ellos los efectos morfológicos de
la castración, en la obra que les dedicó describe su altura
imponente, ligada a la macroscelia, consecuencia de la cas-
tración cuando se la practica antes de la pubertad. Los bra-
zos y las piernas son mucho má máss largo
largoss de lo norm
normal,
al, lo que
eleva notablemente la estatura. Los Skoptzy eran bien tolera-
dos por los
honesto, rumanos, —ayunab
su sobriedad que apreciaban
—ay unabanan frecsu.carácter
uentementelaborioso
frecuentemente y eran casiy
vegetarianos— ¡y su castidad! La policía se congratulaba de
no tener que intervenir jamás en el seno de su comunidad.
Iban vestidos de una manera particular, y se distinguían
 porr la bell
 po belleza
eza de su
suss carr
carruaje
uajes:
s: el coche y el ca
cabb al
allo
lo consti-
tuían la dote de los nuevos adeptos que pasaban por la cas-
tración. Antes de la guerra, la evolución de los medios de
transporte los había llevado a abandonar el coche de caba-
llos por el automóvil, y cuando el último viaje de Pittard a
Bucarest, se habían convertido en taxistas.
Después de la guerra parece que desaparecieron. Sin
duda el comunismo acabó con sus prácticas. En este tema
los bolcheviques sigueron los pasos de los zares, y entabla-
ron a los Skoptzy dos procesos, en 1929 y 1930, a pesar de
que habían tratado de integrarse al proceso revolucionario. En
1927 uno de ellos, Ermakof, había dirigido una carta abierta
a todos los Skoptzy ordenándoles que se organizasen en
comunas, y otro, Menchenine, escribía en 1928 que «las
 partess secre
 parte secretas»
tas» eran
er an la ca
caus
usaa de toda
todass las de
desd
sdich
ichasas de la
humanidad, y que si un hombre adulto decidía librarse de
ellas, esto no podía representar ningún perjuicio para la
 patria
 patr ia socialista.
 

Lionel Rapaport, quien también los estudió antes de la


guerra, se dedicó al tema de las relaciones
relaciones entre la castrac
castración
ión
voluntaría y la salud mental. Coincidiendo con Pittard. con-
cluyó que el estado mental de los Skoptzy parecía satisfac-
torio; no se podía decir que los adeptos de la secta hubieran
sido impulsados a esos derroteros por un desequilibrio psí-
quico manifiesto. Por otra parte, la castración no parecía mal
♦«i«rada psíquicamente. Los casos de suicidio eran rarísimos
en aquellas comunidades, al igual que los casos de melanco-
lía, contrariamente
contrariam ente a lo que se observa eenn la
lass mutilaciones
m utilaciones de
este tipo de origen accidental. La menor frecuencia de per-
turbaciones mentales entre ellos impresionó igualmente a
otro estudioso, Pélikan, hasta el extremo de llevarle a pensar
que era precisamente la castración lo que los protegía.
Rapaport, en la linea de Durkheim, atribuye al poder de
coerción de la conciencia colectiva la interiorización por
 parte del individuo de sus exigencias de sacrificio. La colec-
tividad que las impone aporta al mismo tiempo al individuo
aislado el apoyo que las compensa. Desde esta perspectiva,
la castración en los Skoptzy no seria más que un caso particu-
lar de los renunciamientos que la vida en sociedad impone.
«La castración ritual no seria sino de las formas de sacri-
ficio que la cplecdvidad exige de los individuos, lo c¿e
abunda en la historia». Al plantearse la cuestión de las
condiciones en que emergen los estados mentales colectivos
 patológicos en relación
rela ción a las normas de una épo época,
ca, en par-
ticular a propósito de las epidemias de suicidios, Rapaport
las atribuye a la dislocación de la influencia habitual de
las tradiciones
 presión social sey ate
losnúa,
atenúvalores
a, comosobre elalinvididuo.
al final
fin del Imp
ImperioCuando
erio romanola
roma no
o en el siglo XVIII en Rusia, vemos que emergen estas
manifestaciones autodestructivas, a través de las cuales se
expresa la libertad recuperada del individuo.
La automutilación aparece como una tentativa de auto
curación espontánea, tal cual lo atestiguan las numerosas
declaraciones de los Skoptzy en las que expresan su alivio
tras haberse sometido a la castración: «cuando recibí la
 pureza
 pur eza —declara
—decla ra uno de ellos ante el tribunal—
tribu nal— sentí que me
quitaban un peso de encima. Antes me atormentaba y pen
 

saba constantemente, ahora todo se ha vuelco grato para


mí».
mí ». En otras palabra
pala bras,
s, lo que Rapaport
Rapapo rt señala es
es la rela
relación
ción
entre la alteración de la base simbólica e imaginaria de un
sujeto que constituye la realidad social, y la precipitación
de este último en un acto, acto , sacrificial,
sacrificial, que pone en juego lo
real, en una especie de intento de paliar así la carencia
súbitamente manifiesta de los puntos de referencia en que se
apoyaba.
La realidad social, y aquí está la clave del conformismo
que suscita, compensa por las coacciones y apoyos que
aporta
apor ta la ausencia
ausen cia de la Ley (que cabe distinguir de la las*
s*le
leye
yess
sociales), en tanto que ligada a la función del Nombre del
Padre. Cuando la cohesión de esa realidad se ve comprome-
tida, se desnuda para
pa ra cada
cad a uno su relación concon lo Simbólic
Simbólico,o,
y la eventual preclusión de la instancia paterna precipitaría
al sujeto en la búsqueda de un nuevo apoyo imaginario o
simbólico, o en la búsqueda en lo real de un soporte que le
 permita
 per mita sosten
so stener
La secta deerlossuSkoptzy
universo.
univ erso.proporcionaría a la vez el apoyo
imaginario y simbólico de su doctrina y de su ética, y, en lo
real, el punto limite que constituye la castración.
Pero esto no es más que un aspecto del problema, y no
resuelve el interrogante de la función del sacrificio en los
ritos de castración.
 

CAPÍTULO VIII

¿QUÉ QUIERE LA MADRE?

sacrificioo a  
«La ofrenda de un objeto de sacrifici
oscuros Dioses,noessucumbir
sujetos pueden algo a loenque cap  
unapocos
tura monstruosa».
Lacan, Seminario XI.

 
Skoptzy de Bucarest. Foto E. Pittard

 
Desde el culto metraico hasta los transexuales de hoy,
 pasando
 pasan do por los Skoptzy
Sko ptzy,, persisten
persiste n los
los ritos sacrificiales
sacrific iales de
la castración, mostrando una estructura que la historia deja
intacta.
Se considera que el vértigo del sacrifico halaga a los
Dioses. Los sacrificios —recordemos los de Abel y Caín—
representan otras tantas preguntas dirigidas a la divinidad
acerca de su
Che vuoi? deseo.
 «El ¿Qué significa
sacrificio tengo paraque
ofrecerle que lede
en el objeto agrade?
nues-
tros deseos tratamos de hallar el testimonio de la presencia
del deseo de ese Otro». Los transexuales, como los sacerdo-
tes de Cibeles o los Skoptzy, pagan con su carne la respuesta
a este enigma.
El deseo humano lleva en sí esta dimensión de sacrificio
del objeto del deseo. Hacia allí se inclina, por cuanto el
deseo del hombre es el deseo del otro. Y el Otro reclama lo
que se le debe. Es asi, pues, que la ley moral, la del impera-

tivo categórico, no es otra cosa que «el deseo en estado puro


(el del Otro), ese mismo que desemboca en el sacrificio,
hablando con propiedad,
propieda d, de cuanto es el objeto
objeto de amor
am or en su
ternura humana (...), en el sacrificio y en la inmolación».
Pero lo que el Otro desea en el sacrificio, más allá de su
objeto, es el propio.sacrificio, y más allá todavía, el sacrificio
del deseo. Es el punto donde se encuentran los transexuales
yabre
los las
adeptos al culto
puertas de laallá,
a su más Madre. El el
que es sacrificio
goce. Lodelque
deseo les
agrada
a Dios es aquello de lo que goza, ese goce Otro, más allá de
los limites.
Lo dice la leyenda de Cibeles y Atis; lo que la Madre
quiere es que Atis
A tis le sacrifique
sacrifiq ue el objeto de
de su deseo, la mujer
que ama y, lo que es tanto la metáfora como el instrumento
de su deseo, su pene. Quien quiera consagrarse a su goce,
debe sacrificar su deseo, lo que equivale a decir que el deseo,
insaciable por esencia, es el obstáculo decisivo a la comple
tud del goce. El deseo aspira tanto a su renacimiento infinito
como
no a laapulsión
su propia desaparición,
de muerte. Hay y tieneencomo
Ha y placer morir,suescribe
limite Sade.
inter-
Y es que la muerte es el goce del Otro.
La leyenda de Atis muestra también que quien sacrifica
el objeto de su deseo se convierte en objeto de goce. El Hijo
castrado, o muerto, se transforma en el símbolo del goce del
Otro. Representa esa frontera donde la función fálica no
 participa,
 particip a, y da acceso
acc eso a su más allá mortal.
mortal.
El incesto, es decir el goce
goce del Otro,
Otro, y la castrac
cas tración
ión,, están
ligados hasta el punto de que la una vale por el otro. Atis se
mutila para consagrarse mejor, Edipo se saca los ojos a
 posten
 pos
 por tenori,
ori, pero
el acto. el neurótico
En otra neur
leyenótico
leyenda demuestra
demu estra
da Combabus,
Combabu quecomo
s, tal el castig
cas tigo
Grib o vale
G riboui
ouille,
lle,
se castra para evitar que le acusen de haber gozado de los
favores de la reina Stratonice. La autocastración acaba por
significar el incesto, y por tanto el goce absoluto, ilimitado,
fuera de la ley, pero también fuera del sexo, más allá de la
diferencia de los sexos y de los límites que esto supone para
cada uno de ellos.
Esta oposición del desep y el goce da cuenta, en la
configuración propia de las religiones de la castración, de la

conjunción permanente entre et ascetismo y la orgia. £1


ascetismo de los sacerdotes de Cibeles, el de los adeptos de
los Skoptzy, lo que hoy se llama el apragmatismo sexual de
los transexuales, se sitúan del lado del renunciamiento al
deseo, en tanto que los desenfrenos orgiásticos que se les
imputa, con razón o sin ella, se clasifican del lado de ese otro
goce enigmático, tanto más culpable por cuanto que es miste-
rioso, puesto que se supone prescinde de lo que constituye la
instrumentación
Otro ordinaria
está por decirlo de los goces
así asentado comunes.
en la exclusión£1 del
goceeoce
del
fáli
fálico
co.. Sin duda es es la única man
maneraera de
de simbolizarlo: 3 X ©X, © X,
existe un lugar donde el goce fálico está fuera de juego, un
 punto que mar marcaca su límite, es decir su cará ca ráct
cter
er limitado,
 profundamente
 profun damente insa
insatisf
tisfact
actori
orio.
o. Dicho luga
lugarr indica
indic a el empla-
zamiento estructural del goce, para el cual el falo constituye
un obstáculo.
A primera vista parece paradójico que la identificación al
falo materno
matern o se sitúe junjunto
to a la exclus
exclusión
ión de la función fálica
fálica..
Y es que la función fálica, en tanto que está sostenida por el
 Nombre
 Nom bre del Padre
Pa dre,, colo
coloca
ca al falo en una
un a posición
posic ión irreducti-
irred ucti-
 blemente
 blemen te tercera
terce ra en relació
relaciónn al sujeto, e impide pprec
recisa
isame
mente
nte
tal identificación, reduciéndola a una aspiración vana. Por
otra parte, el goce del Otro que esa identificación significa,
constituye el eje que hace bascular al sujeto del lado de la
identificación al Otro del goce. Ese punto de báscula es
gramatical: se sitúa en el de  que marca él genitivo, por el
cual puede operarse el pasaje de lo objetivo a lo subjetivo.
Objeto del goce del Ot Otroro —genitivo
genitivo objetivo
objetivo:: el Otro
Ot ro goza de
él— se pasa al genitivo subjetivo, y al ser presa de ese goce,
él mismo se convierte en el goce. Gozando de ese goce, da
 por tantanto
to exis
existen
tencia
cia al Otro.
Otro . El goce
goce es el único testim
testimonio
onio
de la existencia del Otro.
Asi es como el transexual llega a identificarse con ese
Otro al que tiende a dar existencia, a través de su tentativa de
encarnación de La Mujer, identificación que ni los sacerdo-
tes de Cibeles ni losSkoptzy tenían que efectuar por cuanto
mito y doctrina daban consistencia a esa figura, y preserva-
 bann su lugar. Oc
 ba Ocururre
re que algunos transexuales
transex uales dan
da n el paso de
la operación
operació n después de un duelo: duelo: una vez queque la perso
persona na que

 pa ra ellos enca


 para en camm ab
abaa al O tro ha des
desapar
aparecid
ecido,
o, ya nada
na da obs-
taculiza el pasaje del lugar del falo imaginario al del Otro,
cuyo vacio los aspira. Agreguemos que al nivel de la relación
dual constituida por la pareja Otrofalo, la inestabilidad de
los lugares es estructural. En efecto, la relación está regida
 por la ley del tr
trans
ansitiv
itivísm
ísmo,
o, el sujeto eess el Otro
Otr o y a la inversa.
A esta reversión se añaden las leyes de la retórica, pues la
 posición transexu
tran sexual
al e st
stáá regida por la metonim
meto nimia,
ia, según la
cual la parte vale por el todo.

 
EL TRANSEXUALISMO FEMENINO

CAPÍTULO IX
¿LAS MUJERES TRANSEXUALES, 
SON HOMOSEXUALES?

«.Falla sacar la lección de la naturali


dadd con que semejantes mujeres pr
da procl
oclaa
man su calidad de hombres, para opo
nerla al estilo de delirio del transexua-  
lismo masculino .»
Lacan, Escritos 1  Ed. S. XXI, p. 300.

 
Existen también mujeres transexuales, aunque han sido
menos estudiadas y el caso parece ser muy raro. También
son menos espectaculares. Para ellas no se trata del star  
system,  sino qu
quee más bien caen en la monotomá de las ropas
viriles. Como decía un cirujano que las operaba, quieren ser
como todo el mundo, es decir hombres. Las mujeres nunca
son como todo el mundo; es que ellas no hacen mundo. Ser
hombre, en resumidas cuentas, es formar parte del destino
común, y es a lo que según parece aspiran las mujeres tran-
sexuales:
demos a serr que
espera
esperar semejante,
qu dinámsemejantes
ica que lasaguia
e la dinámica sus no
nsemejantes.
misPo-
o sea la misma
ma
que anima a los hombres transexuales a pretender ser La
Mujer, la única.
Si adoptamos el punto de vista stolleriano, la etiología no
 puede
 pue de ser
se r la misma: no es ha habb er permanecid
perm anecidoo en la simbio-
sis primiti
primitiva
va con la madre
m adre lo que las
las hace transexuales,
transex uales, pues
pues
dicha simbiosis va en el sentido de la feminidad. Su identifi-

cación masculina supone la intervención del padre y de


fuerzas que contrarresten la feminidad primaria. Las transe-
xuales que Stoller encontró no habían conocido precisamente
una feliz simbiosis. Cuando el nacimiento de sus hijas, las
madres de esas personas padecían alguna enfermedad o de-
 presión,
 presió n, y no estab
es taban
an en condiciones
condicione s de ocu
ocupar
parse
se del bebé.
M ás tarde, el padre se interesó por la criatura hasta
ha sta entonces
abandonada, e hizo de ella su compañera de diversiones, y a
veces de trabajo. La asocia pues a sus actividades viriles, y el
amor que así suscita adquiere de entrada la forma de la
identificación. La niña que
sufre por las presiones se vive como sobre
se ejercen varón,ella
crece
paracomo tal,
obligar-
la a llevar ropas femeninas, que por otra parte no le sientan
 bien. Las primeras
prim eras inqu
inquietud
ietudes
es sexuales la llevan h acia
ac ia las
muchachas, pero no se siente homosexual puesto que se
siente varón. Vive dramáticamente la pubertad y la apari-
ción de la menstruación. Se venda el pecho tanto para impe-
dir que crezcan los senos como para comprimir su relieve
 bajo la camisa.
camisa . En efect
efecto,
o, tan a menudo como pued
pu eden
en se
visten como se sienten, de hombre, y se hacen pasar por tales
ante las muchachas que tratan de conquistar. Normalmente
se fabrican con trapos o caucho el priapo que hará el bulto
adecuado bajo el pantalón, y que a veces está tan bien
hecho como para tener un uso funcional. Una de ellas tuvo
de este modo relaciones sexuales con una muchacha que no
se había dado cuenta de nada, y que luego temía haber
quedado encinta.
A menudo dichas transexuales viven cual hombres, son
consideradas como tales en sus trabajos. En el plano profe-
sional están mucho mejor integradas que los hombres tran-
sexuales, lo que lleva a decir que son más equilibradas.
Mantienen largas relaciones con mujeres que algunas veces
ignoran que no son hombres y, gracias a subterfugios, hasta
se da el caso de que lleguen a casarse con ellas.
Al igual que los hombres transexuales, existían antes de
las técnicas operatorias, pero estas modifican el problema.
Ahora logran hacerse quitar lo senos, los ovarios y el útero,
suprimiendo así las aborrecidas manifestaciones de su femi-
nidad. Toman hormonas másculinas que les modifican la

voz, les desarrollan la pilosidad y la musculatura, y les


cambian la distribu
distribución
ción de las grasas en el cuerpo. £1 ing
ingenio
enio
de los cirujanos se ha entregado con toda libertad a la inven-
ciónn de técnicas diver
ció diversas
sas para fabricar arti
artificialmente
ficialmente el pen
penee
y los testículos, que a veces aunque no siempre son ardien-
temente reivindicados. Como puede sospecharse la cosa no
es fácil. La mayoría de las veces consiste en sacar un trozo
de carne del muslo, o del vientre, y hacer con él una especie
de forro en el cual se introducirá un elemento de plástico
semirigido llamado tutor, y que en ocasiones se utiliza en los
caso
casos
muys dolorosas,
de impotenci
impotencia
A amenudo
m
masculina.
asculina. Las secuelas
se produce oper
operatoria
necrosis atorias
y hays que
son
comenzar todo de nuevo. El problema es aún más complica-
do cuando la paciente se empeña en ser capaz de «mear de
 pie», sin lo cual le pa
parec
recee que no hay virilidad. D eb
ebee pr
prec
ece-
e-
derse entonces a una derivación del canal de la uretra extre-
madamente difícil de practicar, operación dolorosa que a
veces hay que repetir también, y no siempre con éxito.
Que yo sepa, la mayoría de las mujeres transexuales se
contentan con la ablación de sus órganos femeninos y la
inges
ingestió
tiónn de hormona
hormonas,
s, y difi
difieren
eren para más adelante la aadqui-
dqui-
sición de
 perfecc un pene,
 perfeccionadas.
ionadas. Algaguardando
Algun
unasas sue ñanlacon
sueñan invención de técnicas
que un dia más
se consegui-
rá injertarles penes extraídos del cuerpo de hombres muer-
tos. Insensatamente esperan que esos órganos, fijados así
sobre su cuerpo, sean capaces de tener una erección e inclu-
so de procrear. Para ellas no existen limites al poder poten-
cial de la ciencia, sólo es cuestión de tiempo.
A la espera de que esto suceda obtienen, sin pene, el
cambio de su estado civil, y legalmente provistas de una
identidad masculina se casan con mujeres y se convierten en
 padre de niños med
mediante
iante inseminación artificial, si sinn que na-
na -
die sospeche de su identidad original. Generalmente son
 personas
 person as que llevan un unaa vid
vidaa ord
ordenad
enada,a, bie
bienn vi
vista
stass en su
trabajo, bien «adaptadas» en su vida familiar, lo que contras-
ta con la vida «escandalosa» que a menudo llevan los hom-
 bres tran
transex
sexuale
uales.
s. E st
stoo conduce a que algunos médic médicos os que
tratan a mujeres transexuales digan que el verdadero tran
sexualismo es femenino, y que lo loss otros, lo
loss hombre
hombress transe

xuales, son prostitutas a quienes sólo les anima la afición al


lucro.
Al igual que para los hombres, se plantea el interrogante
dell diagnóstico diferencial. ¿Qué relación existe en las muje-
de
res entre el transexualismo y el travestismo por una parte, y
la homosexualidad por la otra?
Lo que caracteriza al travestismo en el hombre y permite
distinguirlo del transexual es la excitación sexual que provo-
ca el hecho de vestir prendas del sexo opuesto, así como la
dimensión siempre presente de la mirada del otro, eventual-
mente pasmado por la revelación del verdadero sexo, oculto
 bajo las ropas.
las mujeres. En A ho
hora
ese ra bien,noesta
sentido haydimensión está
travestismo au
ause
sent
ntee En
femenino. en
las mujeres que se visten de hombre, ello no suscita ninguna
exaltación sexual. Por otra parte, la revelación eventual de
su sexo más bien es motivo de confusión y vergüenza. Para
Stoller no hay duda posible* una mujer que permanentemen-
te se viste de hombre no es un travestido, es una transexual.
La relación con la homosexualidad es más compleja.
Ante todo, la catexis libidinal del objeto sexual es mucho
más frecuente en ellas que en los hombres transexuales, que
tienen poco o ningún deseo, y que a menudo parecen tener
relaciones sexuales con hombres esencialmente por lo que
ello significa en cuanto a reconocimiento de su feminidad.
En la biografía de mujeres transexuales, en cambio, el re-
cuerdo de la emergencia de inquietudes sexuales por las
mujeres en la pubertad, o antes, es constante, a tal punto que
ha sido posible sostener que el transexualismo femenino era
una forma de negación de la homosexualidad, bajo la forma:
«es imposible que yo, una mujer, desee a una mujer, por
tanto soy un hombre». La elección de objeto sexual estaría
 pues primero, y con
condic
dicion
ionaría
aría la identificación como
co mo defen-
sa. No obstante, no parece ser tan simple. Aun cuando esta
dimensión tenga sin duda un efecto de reforzamiento de la
identificación
estar primero. masculina, sin embargo esta última parece
En el primer volumen de Sex and Gender,  Stoller hace
del transexualismo femenino un problema de identificación:
resultaría de una especie de simbiosis con el padre. La etio

logia
en él sería
varón.deLaalguna manera
pequeña inversa habría
transexual a la deltenido
transexualismo
más con-
tactos físicos desde su nacimiento con su padre que con su
madre. Si en el transexualismo masculino la madre está
demasiado presente y el padre ausente, inversamente en el
transexualismo femenino la madre estaría ausente y el padre
excesivamente presente. «Esto indica, concluye Stoller, que
tal vez una presencia excesiva del padre y una ausencia
excesiva de la madre masculinizan a una niña. Así pues, se
 podría plant
pla ntea
earr la hipóte
hip ótesis
sis de que el transex
tra nsexuali
ualismo
smo es
mucho más raro en las niñas que en los muchachos porque es
mucho más
 próxima, an
anteverosímil
s que u n aque
tes madhaya
madre una madre
re ausente excesivamente
y un padre exces
excesiva-
iva-
mente próximo».
Sin embargo, en el segundo volumen de Sex and an d Ge
Gend er  
nder 
Stoller modifica su enfoque, y enuncia la hipótesis de una
 proximid
 prox imidad
ad estru
es tructu
ctural
ral con la posición hom
homosex
osexual.
ual. La hipó-
hipó-
tesis de la simbiosis con el padre no se sostiene, ya que
cuando éste comienza a interesarse por la criatura a menudo
han pasado los primeros años de la infancia. Por otra parte,
la madre no está ausente como objeto de amor para esa niña,
a quien según su manera de ver el padre pone en una posición
de suplencia. Frecuentemente, dice, las mujeres transexuales
tienen el fantasma de salvar a una bella mujer en peligro, y
obtener su amor. A partir de sus estudios complementarios
del transexualismo femenino, Stoller llega a considerarlo
como la consecuencia de un estímulo sistemático de la mascu
Unidad por parte del padre en particular, y como el efecto de
lo que llama «shaping», la formación, que también puede
estar en los orígenes de la feminización en el varón, pero que
es estructuralmente diferente del transexualismo masculino
 puro, definido a pa
part
rtir
ir de la simbios
simbiosis.
is.
La importancia del «condicionamiento», según las pala-
 bras de Stoller es manifie
man ifiesta
sta de cualquier modo en el caso de
«ginandria» relatado por Kraft Ebbing, que parece corres-
 ponder
 pond er perfectamente
perfectam ente a nuestros modernos transexuales
tra nsexuales,, Fue
un caso célebre en su tiempo porque acaparó la atención de
la prensa a raíz de un proceso entablado a un tal conde
V, Sandor. Habia sido acusado por su suegro de falsificación

y usurpación de tierras. Por otra parte, la ceremonia en la


que se consideraba que habia desposado a la hija del quere-
llante habia resultado ser ficticia. Por añadidura, el quere-
llante le acusaba de ser una mujer travestida de hombre.
V. Sandor fué detenido, y en el examen efectivamente se lo
reconoció como de sexo femenino. Vivía como escritor bajo
el nombre de conde Sandor V., y en realidad era la condesa
Sarolta V., miembro de una antigua familia
familia de la ar
aristoc
istocracia
racia
húngara. Desde su más tierna infancia dicha Sarolta habia
sido educada como varón por su padre, quien habia hecho lo
contrario con su hijo, a quien trataba como a una nina. A
Sarolta la llamaba Sandor, le había enseñado a montar, a
cazar,años,
doce a conducir caballos
una abuela y elhabia
a la que manejosidodeconfiada
las armas. A losa
la envió
un convento de niñas con la esperanza de que le corrigieran
sus maneras viriles. Sucedió lo que debía suceder. Sarolta
se enamoró de una interna, una joven inglesa pelirroja a la
que declaró ser un varón bajo sus ropas de muchacha, y se la
llevo consigo. No se sabe muy bien qué fue de esos amores.
Sin embargo, después de esto Sarolta obtuvo de su madre el
 permiso para
p ara volver a se
serr Sandor,
Sandor , vi
vivi
vióó como varón, recibió
una cuidada educación y realizó largos viajes con su padre,
frecuentando con él los cafés y los burdeles. Sandor habia
tenidoo numerosas aventuras
tenid aven turas con mujeres,
mujeres, eenn general bast
bastante
ante
mayores que él,
dudosa. Con solitarias,inconstante
frecuencia y a veces de
en reputación
sus amores, un había
tanto
mantenido no obstante una relación de tres años con una
dama, con la que contrajo matrimonio y vivió maritalmente.
La abandonó por la hija del hombre que le entabló el proceso
que la desenmascaró. A los veintitrés anos, edad que tenía en
la época del proceso, SandorSarolta habia vivido siempre
como hombre, a excepción del ano que pasó en el convento,
y desde los trece años no se habia quitado las ropas mascu-
linas.
Era escritora y colaboraba en los principales periódicos
de su país, pero siempre había vivido de manera dispen-
diosa,
viajes contrayendo
y conquistas.numerosas
n umerosas
Simulaba deudas en eell un
con trapos transcurs
tranpene
scurso
o de sus
bajo sus
ropas, y para montar a caballo fingía necesitar un suspen-

sorio a fin de justificar los vendajes que en realidad servían


 para
 par a mante
hombre,ma ntener
ner el ante
incluso príap
pr íapo.
o.
su Consegu
Con seguía
familia ía pasa
pa sarr muy
política b ien
durante ie nelpor un
largo
noviazgo con su última conquista. La muchacha estaba muy
enamorada, y la pareja vivió feliz hasta que el suegro presen-
tó la
la querella.
querella. En una
un a carta
c arta dirigida
dirigida a Sandor,
Sand or, su «esposa»
«espo sa» le
 particip
 par ticipaba
aba su deseo
de seo de tener un hijo hijo de
d e él.
SandorSarolta perturbó considerablemente a los médi-
cos legistas con quienes tuvo que vérselas. Vestida de mujer
 por primera
prim era vez en diez
di ez años
año s se sentía a disgusto,
disgusto , y también
los incomodaba a ellos por su aire viril con esas ropas que
 parecían prestadas. E n cambio no bien bien se decidi
de cidieron
eron a tratar-
tra tar-
la como hombre, las cosas fueron mucho mejor para ambas
 partes: «Las relaci
rel acion
ones
es con Sando
Sa ndorr hombr
hom bree tienen
tien en lugar con
mucha más desenvoltura, naturalidad y corrección aparente.
La propia acusada lo siente así. Se vuelve más franca, más
comunicativa, más suelta en cuanto se la trata como hombre».
Interrogada acerca de su sexualidad, declara no haber
experimentado jamás la menor atracción física por los hom-
 bres. Sus primeras
prime ras emoci
em ocioneoness sexuales las tuvo con c on la in ingl
gle-
e-
sa pelirroja del pensionado. Sus sueños eróticos sólo afectan
a las
las mujeres, y ella se pone pone en situación mascu ma sculina
lina No
 practica el onani
on anismo
smo,, «indigno de un hombre»
hom bre»,, y jam
ja m á s se ha
dejado tocar los órganos genitales. Se satisface sexualmente
con el goce que proporciona a su compañera. Dice haberse
sentido muy angustiada cuando fue obligada a vestirse de
mujer en la prisión.
El examen físico muestra un cuerpo poco desarrollado,
aunque muy musculoso, con caracteres secundarios muy
 poco marcado
mar cadoss P ú ber
be r tan sólo a los
los diecisiete años
añ os,, tiene
unos senos casi inexistentes, caderas de muchacho y carece
de cintura. Su sexo es completamente femenino, pero se ha
quedado en el de una niña de diez años.
El tribunal pronunció la absolución. Sarolta regresó a sus
ropas masculinas y volvió a vivir en Budapest.
Los hábitos sexuales de Sarolta son típicos de las tran
sexuales. En efecto, a diferencia de las homosexuales «clá-
sicas», las transexuales se oponen a que sus compañeras
toquen las partes femeninas de su cuerpo. Esta es la razón,

 po r otra parte


 por parte,, de que esco
escojan
jan mujeres que no son hom
homose
ose
xuales: quieren ser amadas como hombres, y por mujeres
que gusten
sexuales de los—llegando
buscan hombres. En
a latanto les es posible
impostura, las tran-
como Sarolta—
 pasa
 pa sarr po
porr hom
hombre
bre ante sus amigas
amigas.. Esto
Es to difiere nonotab
tablem
lement
entee
de la posición homosexual, tal como se la describe por
ejemplo en Un caso caso de homosexua
ho mosexualidad
lidad fem inaa  de Freud,
 fe m e n in
donde la exclusión de la virilidad se manifiesta en el interior
mismo de de la relación homosexual. E Enn lo que hace a la homo-
sexual, ésta se propone demostrar que se puede amar y
desear
des ear a alguie
alguienn ppor
or lo que no tie
tiene,
ne, y qu
quee él órgano mascu
masculi-
li-
no no es de ninguna manera indispensable para el amor. Las
transexuales en cambio, parecen en cierto modo cerradas a
esta dialéctica de la falta. Paradlas la virilidad es lo que no
 podría
 po dría faltarles
faltarles..
 

CAPÍTULO X

VÍCTOR Y ALGUNOS OTROS: 


OTROS: 
LA ESPERANZA

«Uno de esos
«Uno esos hombres ante los cuales 
la Naturaleza
Natura leza pu
pued
edee erguirse y deci
decir:
r: 
¡He aquí un Hombre!».
Shakespeare,  J
 Juu lio
li o César 

Epígrafe de la novela de Villiers de


l’Isle Adam, E l deseo de ser un
l’Isle Adam, u n hom
hombre.
bre.
 

El cabaret L e M o no cle
cl e   en 1930 Fo to Roger Viollet

¿Las mujeres transexuales son homosexuales?


 

He tenido
tenido ocasión de entrevistarme
entrevistarme con cierto número de
mujeres transexuales. Dichas entrevistas tuvieron lugar a
 petición mía, y fuera
fue ra del marco
ma rco analítico. D uran
ur ante
te cerca de
un año
me vi a varias
permitió darmede ellas de
cuenta conlacierta
gran regularidad, y suexiste.
diversidad que trato
Si en los hombres la homogeneidad clínica constituye ya un
 problema
 prob lema,, la disp
di spari
arida
dadd de los casos es aún m ás clara del
lado de las mujeres. Consultando la muy reducida literatura
 psiquiátrica
 psiqu iátrica acerca
ace rca del tema, se consta
con stata
ta ya que
q ue en el marco
m arco
de la nosografía clásica el abanico se extiende desde mani-
festaciones claramente psicóticas a una sintomatologia de
tipo histérico. Los delirios de transformación corporal, fre-
cuentes en los hombres, no faltan del lado de las mujeres.
Algunas veces se encuentra en ellas la convicción de poseer
un pene interno, convicción que constituye la base de su
 posición transe
tra nsexua
xual.l. Otras,
Otr as, la demanda tráns
trá nsex
exua
uall esconde
un delirio hipocondríaco. Además, por poco que el deseo de
un tercero se preste a ello, la demanda de transformación de

sexo puede muy bien tener su origen en la vacilación histérica


concerniente al propio sexo. Mencionemos también la gran
 propens
 pro pensión
ión de las mujeres
muj eres a recur
recurrir
rir al cirujano,
cirujan o, tan
tanto
to para
par a
obtener la rectificación corporal que ajustaría su imagen a su
ideal, como para la ablación de tal o cual órgano, las más de
las veces perteneciente al aparato genital. Se ha advertido
la importancia que tiene la apariencia para los transexuales,
a tal punto que a veces parece que su demanda se reduce a
la conformidad de aquella con sus deseos. Lo que esencial*
mente contaría para los transexuales hombres o mujeres
sería la apar
apariencia,
iencia, de modo que los juristas,
jurista s, siguiendo en eso
la opinión de los especialistas, consideran la posibilidad de
conceder el cambio de estado civil a los transexuales no
operados que presenten el aspecto del sexo escogido. Para
los transexuales, el hábito hace al monje y conciben la forma
exterior del cuerpo como otro traje, retocable a voluntad. En
este aspecto la relación de los transexuales con su propio
cuerpo no es muy diferente de la de los candidatos a la cirugía
estética, y en particular de la de esas mujeres que hacen la
fortuna de los cirujanos ofreciéndoles la rectificación de to-
das las partes de su rostro y de su cuerpo.
El predominio de la imagen en la relación de las mujeres
con su propio cuerpo constituye su punto en común con los
transexuales de ambos sexos. Esta primacía de lo imaginario
se explica si se considera la carencia estructural de un signi-
ficante de la feminidad en el Inconsciente. Esto es lo que
atormenta
gación en particular
sobre lo que fundaa la entonces
histérica, el
víctima
ser dedelauna interro-
mujer. La
falta de apoyo simbólico produce un movimiento de rotación
sobre lo imaginario, y el aumento correlativo de los ideales.
A falta de significante, las mujeres ideales comienzan a
 pulular, con la tira
tiranía
nía que ello trae aparejado.
Las mujeres transexuales, por el contrario, buscan aco-
modarse a una imagen viril. Esto no las opone forzosamente
a las histéricas, a quienes la interrogación acerca de su
identidad puede
puede conduc
co nducir
ir a una iden
identific
tificación
ación imaginaria con
el hombre.
hombre. U
Uno
no se colo
coloca
ca del lado homb
hombre re por no sa
saber
ber cómo
situarsema,delsegún
 proble
 problema, lado las
mujer:
pala lo
pa labr
brasquedeesuna
as unademanera
ellas. de zanjar el

De las transexuales que he encontrado, ninguna presen-


taba síntomas psicóticos manifiestos. El encuadre de las
entrevistas mantenidas con ellas no me ha permitido llegar a
una localización estructural de tipo analítico, por lo que no
se tratará
cido que laaquí de diagnósticos.
problemática histéricaSin no embargo,
era ajena amealgunas
ha pare- de
ellas.
Las transexuales que vi me hablaron siempre de buena
gana, aceptando sin reticencias las entrevistas que les propo-
nía. La única excepción fue una que estaba a punto de
hacerse operar, a la que visiblemente no le interesaba ver
cómo volvía a debatirse su decisión, y que se cerraba a
cualquier profundización
profundización del tema. La Lass otras ya estab
estabanan ope-
radas cuando las encontré, y recordaban no sin orgullo las
 pruebas
 prue bas supe
superadas
radas..
día Aal primera
deseo devista,
dar hablar
a conocerde lasuaventura
causa ydehacer
su vida
querespon-
se re-
conozca el sentido de su lucha. En todo caso, parece que a
falta de una identificación viril habían conquistado una iden-
tidad transexual, a través de las batallas libradas a veces en
común. Después de h^ber luchado por que se reconociera su
deseo de cambiar de sexo, para obtener los certificados psi-
quiátricos neces
necesarios,
arios, después de los sufrimientos
sufrimientos de la lass múl-
múl-
tiples operaciones, después de las dificultades de toda clase
con la familia y el medio profesional para que aceptaran el
camino que escogieron,
escogiero n, aún les faltaba la lucha ppor or conseguir
el cambio
nación de de
suestado civil,Yque
proyecto. en cierta
para manera era
ello, obtener una lareforma
culmi-
 juríd
 ju rídica
ica que recon
re conoc
ocier
ieraa el ttran
ransexu
sexualis
alismo
mo com
comoo re
reali
alidad
dad de
 pleno derec
derecho,
ho, y que las leyes lo tuv tuvieran
ieran en cu
cuent
enta.
a.
Al ofrecimiento que yo hice de aquellas entrevistas co-
rrespondió así, de parte de ellas, una demanda de recono-
cimiento de la existencia del transexualismo, del que eran
testigos, y también mártires. Sólo en segundo lugar hacían
valer la demanda de ser reconocidas como hombres, libera-
das al fin de su cuerpo de mujer. Esta preocupación por
hablar en nombre de la causa del transexualismo explica, en
 parte,
 parte
 por
 porcio, nada
el ca
cionad cará
aráct
encter
er
lo ba
bast
questan
ante
te superficial
conc ierne a la de
concierne laria
histo informaci
información
historia pe
perso ón ypro-
rsonal
nal en

 part icular
 particu lar a la infancia. Ant
Antee todo se tra
tratab
tabaa de d ar con
sistencia a esa entidad del transexualismo que justificaba sus
 pasos, y propropor
porcio
cionar
nar las pruebas, tanto de su exis
existenci
tenciaa
como de la pertenencia de quien me hablaba a aquella cate-
goría
Lasclínica.
biografías que presentaron fueron sin duda retocadas
con ese fin apologético, y por lo tanto, quedan bastante este-
reotipadas a efectos de adecuarse a los grandes rasgos del cua-
dro transexual: siempre se sintieron varón; de niñas tenían jue-
gos de varón, nunca desearon sino a mujeres, siempre tuvieron
horror por las características femeninas de sus cuerpos, en el
que se sentían como en una prisión. Desde que tuvieron
conocimiento de la cirugía transformadora quisieron cambiar
cam biar
de sexo. Sufrieron mucho tiempo sin saber que sufrían por-
que eran transexuales, y cuando alguien se lo dijo (siempre
está ese momento de encuentro con un medico que pronun-
cia el diagnóstico) comenzaron a esperar 
Aquí, el nombre dado al sufrimiento psíquico trae al
mismo tiempo la ¡dea de su posible solución. Esta nomina-
ción les confiere una identidad a la que desde ese momento
quedan aferradas, y que ya no aceptan volver a discutir.
Algunas llegan a reconocer que las operaciones no han he-
cho de ellas los hombres en que esperaban convertirse, pero
esa identidad transexual no se ve alterada por las decep-
ciones.
 Noo todas tuvieron la vida
 N vida aventurera, hecha de impos-
turas diversas, de la húngara Sarolta. Pero si bien el relato de
sus infancias es convencional, sus vidas adultas demuestran
ser muy distintas,
Víctor por ejemplo, al que encontré cuando tenia más de
cuarenta años, había vivido como mujer hasta pasada la
treintena. Habiéndose casado muy joven tuvo tres hijos de su
marido, con el que vivió durante quince años. Víctor presen-
ta ese matrimonio como el resultado de un sublime desafio.
Todo el mundo alrededor de la muchacha que era entonces
decJaraba que jamás se casana. «Decían que era un homo-
sexual», dice (uno siempre se pierde en la confusión de los
géneros con los transexuales). La muchacha rechazaba feroz-
mente su feminidad, llegando incluso hasta a hacer gimnasia
 

con pesas para intentar disimular sus senos por medio del
desarrollo de los pectorales. Ese matrimonio también repre-
sentó para Victor la ocasión de hacer frente a su padre, que
 parece no habe
haberlo
rlo vist
vistoo con buenos ojos por ra
razo
zone
ness confu
sas,Sin
tal duda
vez relacionadas
tampoco fuecon ajenalosaorígenes étnicosladel
esta situación novio.
interven-
ción de un médico de la familia, consultado a raíz del males-
tar psicológico de Víctor; lleno de buenas intenciones, le
habría dicho: cásese, se le pasará. Algunos años más tar-
de también a título terapeútico le aconsejaron que tuviese
hijos.
Paradójicamente, ese matrimonio fue un éxito a nivel del
 buen enten
e ntendim
dimient
ientoo entre
entr e Vícto
Ví ctorr y su marido. «Éra
«É ramm os como
dos hombres
hombres que viven juntos»,
junto s», comenta, y cuancuando
do tuvieron
tuvieron
niños se aseguraron la ayuda familiar necesaria para suplir la
 poca
dejabainclinación
inclinació n desalir
libres para Víctor
comoporcompañeros.
la mat
maternid
ernidad,
ad,
Víctorlo que los
profesa
una enorme estima por su marido, del que dice que era «ver-
daderamente un hombre». Ante mi pregunta sobre qué enten-
día por tal, respondió que aquel hombre jamás había inten-
tado imponerle relaciones sexuales, las cuales eran muy
raras entre ellos. A pesar de esto su esposo le fue fiel.
Cuando se divorciaron, en el momento en que Víctor se hizo
operar, recomendó vivamente a su marido que se casara al
fin con una «verdadera mujer».
Esta estima por su marido contrasta con el desprecio de
Víctor hacia su padre, a quien presenta como a alguien
 brutal, especi
esp ecialm
alment
entee en las relacio
relaciones
nes sexuales
sexual es con su mu-
 jer, que le imponía ssin
in miramientos.
miramien tos. A Victor
Victo r le parec
par ecee que la
sexualidad de ese padre se reducía a la satisfacción de una
necesidad. La madre había hecho un «matrimonio de conve-
niencia» y no amaba a su marido, pero se sometía a él.
Víctor reprocha a sus padres la falta de deseo en su unión, y
un día lanza a su padre: «Su hubieses pensado en lo que
hacías cuando me concebiste, yo no habría llegado a esto».
Igualmente, atribuye a la falta de amor de su madre por su
 padre una parte de la responsabilid
respon sabilidadad de su tr
transe
ansexual
xualismo
ismo..
Tuvo un hermano
herm ano menor
m enor hacia
ha cia el cual
cual niega
niega todo
todo sentimiento
sentim iento
de celos, y sin embargo era un varón que sus padres habían
 

deseado, cuando la niña que entonces era Víctor ya habia


nacido.
En la adolescencia $e enamora de una profesora y de las
compañeras de clase, de un modo que no parece muy dife
rente de los clásicos amores «homosexuales» de la pubertad;
así es cómo se entretiene en clase, con su amiga del alma,
cambiando la «identidad».
 Noo tuvo relac
 N r elacione
ioness sexuales
sexu ales con mujeres antes de halla
ha llar-
r-
se provisto de un «pene» que le construyó un cirujano. Un
día me dijo que para no ser como su padre no habia querido
«tocar» a una mujer.
mujer. Cuando
Cua ndo aún estaba casado, una ginecó-
loga a la que consulto recomendó como remedio para sus su-
frimientos psíquicos que tuviera relaciones sexuales con mu
 jeres,
 jer es, consideran
consid erando
do que Víctor
V íctor padecía
padecí a de rechazo
recha zo a su homo-
ho mo-
sexualidad. Sin duda tenia ideas precisas sobre la manera en
que se levantan los rechazos. Víctor intentó ponerlo en prác-
tica, pero no llegó hasta el final ya que le acometieron
violentas nauseas. Antes de iniciar el proceso de transforma-
ción Víctor pensaba que puesto que tenía un cuerpo que no
era el suyo, según sus palabras, ninguna mujer debía tocarlo
Tampoco soportaba verse desnudo en un espejo antes de que
las primeras intervenciones quirúrgicas lo libraran de sus se-
nos. Por otra parte la sexualidad no le interesa gran cosa: el
transexualismo,
transexualism o, me decía,
de cía, no es
es una cuestión de sexo sino de
identidad Por su parte, se contentaría con ternura y afecto,
 pero supone queque eso no satisfaría a sus compañeras,
compañer as, y además,
además ,
sin duda para él la sexualidad forma parte de la virilidad
Tras la operación, que consistió en la plástica de un pene,
tuvo una
local relación
nocturno paracon una mujer joven
homosexuales. En laque encontró
época en queen un
man-
tuve las entrevistas con Víctor se hallaba en un periodo de
transición, las operaciones no estaban completamente acaba-
das y por lo tanto aún no habia hecho las gestiones para
modificar su estado civil. Por entonces frecuentaba casi ex-
clusivamente a otros transexuales, con quienes iba a estable-
cimientos para homosexuales. Esto es algo que me confesó
no sin
sin reticencias, ya que pensaba
pensab a qu
que. contribuiría a reforzar
reforz ar
la tesis según la cual el transexualismo no es más que una
homosexualidad negada.
 

Una vez estuviera terminado el proceso de transforma-


ción, Víctor se proponía romper con el medio transexual y
con todas las relaciones que hubiera hecho en ese periodo de
transición, para vivir en un medio que sólo conociera de él su
identidad masculina
conAparte
mujeres.deCon
mujeres. los dos
transexuales. Víctorhab
de ellas parece sólo
haber tenía un
er tenido relaciones
vínculo
 privilegia
 privilegiado:
do: por una part partee «su madrin
madrina»
a» a la que llam
llamaba
aba
«madrecita» y a cuya casa iba a pasar sus períodos de
convalecencia después de las operaciones. Esta mujer, que
era una señora de edad, le daba —decía— lo que su madre
 jamás
 jam ás le había dado.
dad o. Era viuda, y frente a ella Víctor
Víc tor hacía
hací a
de hijo amante y devoto. Por otra parte, sentía un amor
 platonico por una jo jove
venn a la que admiraba
admira ba mucho, y de la que
secretamente esperaba que le amara cuando por fin se hubie-
ra convertido en un hombre. Su vida sentimental se hallaba
escindida, de un modo bastante masculino, entre una rela-
ción sexual con una mujer poco apreciada y un amor no
camal por otra con la que soñaba.
En el plano profesional, Víctor estaba lo que se dice bien
adaptado Desde hacia mucho tiem tiempo
po trabajaba como con-
table en una empresa de bisutería donde había conseguido
imponer su cambio de sexo, y dedicaba su tiempo libre a la
 pintura.
El pasado de Víctor estaba muy poco de acuerdo con el
retrato típico de la mujer transexual. No vivió toda su vida
 procurand
 procu randoo hacerse
hac erse pasa
pa sarr po
porr un hombre, como Saro Sarolta.
lta. Su
infancia no se corresponde con las que describe Stoller. No
gozó de una relación privilegiada con su padre. Este no
 parece habe
ha berr sido el cacaso
so de ningu
ninguna
na de las mujere
mu jeress transe
tra nse--
xuales que he visto.
Sin embargo, una pequeña anécdota muestra una identi-
ficación precoz con su padre. A la edad de cuatro años, al
querer plantar unas patatas imitándole, recibió de éste una
 paliza memorable.
Su relación con las mujeres no deja de ser esclarecedora
en lo que concierne a la posición de la mujer transexual. El
tono de devoción caballeresca de sus relaciones es sorpren-
dente, y concuerda con las indicaciones de Stoller al respec-
 

to. El deseo de la madre prevalece también aquí, y lleva a


Víctor a presentarse como el hombre que le hacía falta.
Después de su operación, un día le echó en cara: <íquerlas
un varón, pues bien, lo tienes». Fue como varón que Víctor
se vio obligado a ser el falo, y que éste fue el objetivo
de su del
habla búsqueda
resultado queda confirmado
que esperaba por construcción
de una la manera enpeniaque
na: «es, dice, como un rompecabezas, donde aún falta la
última pieza». Está claro que se trata de tapar un agujero,
de realizar esa completud, lo que señala la naturaleza fálica
de su identificación. Asimismo relata una anécdota‘de su in-
fancia, cuya insignificancia contrasta con la importancia que
él le atribuye: su madre le habría pedido que cosiera un
 botón, lo que entonc
entonces es le par
pareció
eció especial
especialmente
mente intol
intolerable
erable..
El parentesco con la posición transexual masculina, que
se revela aquí en la identificación al falo, es aun más sor-
 prendente
 prendent
apoyaba eenenelootr
traa tra
transe
fantasma nsexua
xual
de l a el
«ser la que
hijo llamaré
castrado,E
Enr
nrico
ico,, que de
castigado, se
un Padre Dios», También se llama castración a la abla
ción de los ovarios y del útero, pues la castración peniana y la
que afecta a los órganos sexuales femeninos son equivalentes.
En efecto, en ambos casos se trata de borrar las marcas de la
diferencia de los sexos, en tanto ésta significa la incompletud
y constituye un obstáculo para la identificación fálica. Tras
la ablación de los senos, Enrico experimentó el «absurdo
temor», dice, de que volviesen a crecer.
Sin embargo, la aspiración de igualarse al falo es muy
común y compartida, y como tal no da ninguna indicación
estructural. Por sí sola no permite asimilar la posición de las
mujeres transexuales a sus homólogos masculinos. Parece
quee la problemática de Vícto
qu Víctor,
r, en partic
particular,
ular, está ccen
entra
trada
da en
la cuestión del padre de un modo análogo al que podemos
encontrar en la histeria. Al atacar la virilidad del padre,
Víctor se propone demostrar a su manera qué es un hombre
digno de tal nombre. Lo que plantea un interrogante son las
vías a que se recurre. En efecto, para este genero de demos-
traciones las mujeres saben prescindir del órgano viril real,
 por
guir,loy mism
mismo
hastaodeque para el
oponer ellas se ytrata
pene traeltafalo,
precisam
precisamente
y de ente de distin
demostrar que
 

la virilida
virilidadd puede co
consis
nsistir
tir en desp
despreciar
reciar el órgan
órgano.
o. La reduc-
ción del falo al pene constituye el problema del transexua-
lismo
lismo fefemenin
menino,
o, y es esto en particula
particularr lo que lo distingue de
la homosexualidad femenina.
Si la homosexual pretende distinguirse ofreciendo lo que
no tiene a alguien que tampoco lo tiene; si Se apoya en el
desafio
 bre, consistente
el padre,
pad re, qu
quien eneemostrar
ien cr
cree que pa cómo
ra ellodebe
para bas taamarse
basta con ddaaar un hom-
lo qque
ue se
tiene; si se propone precisamente hacerle saber que es inca-
 paz de da darr lo que no tiene, es decir de dar a la mujer la
 prueba de su prop propia
ia cas
castra
tració
ción,
n, lo que le perm
pe rmitirí
itiríaa a ella
asumir su privación y gozar de la misma; las mujeres tran-
sexuales, en cambio, no parecen más capaces que el hombre
 —a quie
quienn la homosexu
homosexual al da ununaa lecc
lección—
ión— de ofrecer lo qque ue les
les
faltaa Parec
falt Parecee que papara
ra ellas
ellas,, como para sus homólogos mas mascu-
cu-
linos, la dialéctica del don fálico está bloqueada por la con-
fusión entre el órgano y el significante.
La mayoría de ellas, sin embargo, no están atadas a la
demanda del órgano. A menudo se contentan con la erradi-
cación de las partes femeninas de sus cuerpos, y con la apa-
riencia viril que les confieren las hormonas masculinizantes,
y aplazan la posesión de un pene para un futuro indetermi-
nado
na do.. Como A Albcrt,
lbcrt, que lleva barba y ha cons
conserva
ervadodo un sexo
de mujer, pero ha obtenido en Holanda, de donde es origina-
rio, el cambio de su estado civil. Este introduce un matiz
diferente en el retrato típico de la transexual: en su infancia,
desesperado por ser una chica, esperó durante mucho tiempo
ser hermafrodita, esperanza que destruyó la pubertad, a par-
tir de la cual dice haber «bloqueado» las cosas y no haber
 pensado mas frutas
la, robo unas en ello.enEn
Enamamor
el jar orad
jardín
dínado
deo de su mae
su padmaestra
padre stra reg
re para de alárselas.
la escu
escue-
regalárselas.e-
En la adolescencia se en enamoró
amoró de un unaa muj
mujer
er con la que vivi
vivióó
durante diez años, hasta la muerte de ésta. En el transcurso
de las relaciones sexuales que mantenía con ella conservaba
sus ropas, negándose a desnudarse y a que ella tocara sus
Organos genitales. Desde hace ya varios años no tiene rela-
ciones sexuales, pues la imposibilidad de penetrar a sus com
 pañeras
 pañe ras le provoca ca
cadada vez ununaa doloro
dolorosa
sa rebelión,
rebelión , así como
la impresión de un inmenso vacio que lo paraliza. «Es como

 
si cayera en un agujero sin fin, dice. Ante ese miedo frente al
yació, estoy perdido». Albert difiere para más adelante la
adquisición de un pene, puesto que confia en que los progre-
sos harán posibles los injertos de este órgano. Sabiendo que
la consanguineidad aumenta las probabilidades de éxito de
los injertos, pidió a su hermano que fuera el donante en caso
de que éste muñera primero. Vive con esta esperanza, y se
arma de paciencia. Cuando niño fue descuidado por sus
 padres,
 pad res, quie
quienes
nes lo confia
con fiaron
ron a una abuel
abuelaa ppar
araa que lo cri
criara
ara,,
en cambio a un hijo que vino después lo conservaron en el
hogar paterno. A los dieciocho años su abuela, a la qué1
contaba sus problemas, le dijo: «si te sientes hombre, no
tienes más que vivir como un hombre». Y es lo que hizo. En
tanto Víctor hacía suya la teoría según la cual el origen del
transexualismo sería una anomalía congénita, resultado de
una impregnación hormonal fetal, Albert admite la eventua-
lidadd de otro tipo de causalidad Tímidamente exp
lida expresa
resa el
el
deseo de comprend
comp renderer lo que le ha oocurrid
currido:
o: «no querrí
querríaa morir
idiota», dice.que estudia medicina, tampoco tiene prisa por
Michel,
hacerse hacer un pene. No le parece que las técnicas estén a
 puntoo y prefiere agua
 punt ag uarda
rdar.
r. Tie
Tiene
ne veinte años, y ya ha obteni
do los certificados psíquicos necesarios para las intervencio-
nes quirúrgicas. Toma
Tom a hormonas
hormona s masculinizantes
masculin izantes Vive con
una mujer, y desde que su clitoris se ha desarrollado al tomar
testosterona, acepta
ace pta que ella lo ttoq
oque
ue.. Preocupado eexclusiva-
xclusiva-
mente por las diferentes gestiones necesarias para su trans-
formación, habla de sí con reticencia, y declara que ya no
quiere analizarse, «pues si no, no se hace nada». En la
adolescencia fue tratado por una psicologa que le objetaba
que no existe
existe identidad psíquica completamente ma masculina
sculina o
femenina, con lo que está de acuerdo. Sin embargo no puede
ser una mujer, y como no hay un tercer sexo, dice, debe
situarse del lado hombre, «es un mal menor, agrega, y es
absolutamente necesario decidirse».
Esta
Es ta aspiración a un tercer sexo está mucho
mucho más presente
de lo que los estereotipos que se refieren al transexualismo
dejan suponer. Si algunas mujeres transexuales no renuncian
a su pretensión de virilidad, a menudo se revela que dicha

reivindicación esconde la esperanza de escapar a la dualidad


de los sexos. Lo que los transexuales pretenden es pertene-
cer al sexo de los ángeles. Una con quien hablé me dio una
imagen muy rigurosa de esto. No obstante las demás, que la
conocían, no la consideraban de las suyas y la calificaban de
«afeminada». Esta persona, de un porte indiscutiblemente
masculino, llevaba unos anillos bastante llamativos, lo que el
rigor de las otras transexuales en materia de masculinidad
condenaba. La exclusión de que era objeto puede indicar una
diferencia de posición estructural. Con todo, me parece que su
caso representa más bien un ejemplo paradigmático, y mués
tra claramente, conforme a sus pretensiones por otra parte,
una cierta verdad del transexualismo femenino.

 
CAPÍTULO XI 
XI 

GABRIEL 
GABRIEL 
O EL SEXO DE LOS ÁNGELES

E l  Fuerasexo: sobr
sobree ese hombre
ho mbre especuló
especuló 
el alma.

Lacan,  A
 Auu n    Ed. Paidós,
Paidó s, p. 103
103

 
The Angel
Wiiliam B Closson.

 
Le llamaré Gabriel, un nombre de arcángel que se ajusta
a su deseo de no ser más que un espíritu puro. Fue el único
que tomó la iniciativa de entrevistarse conmigo. Sabiendo
que yo había visto a unos cuantos de ellos que le habian
hablado de mi trabajo, me telefoneó un día con el objeto de
encontrarse conmigo para restablecer, según sus palabras, la
verdad sobre el transexualismo. Temía que yo fuese engaña-
da por los otros transexuales y deseaba librarme del error,
 pue
 puess no
sobre sopo
so portar
rtarba
ba la ideaLlegó
el transexualismo». de «que se dije
a la citadijera
conratraje
cual
cu alqu
quie
de ier
r cosa
hombre
(los transexuales se visten preferentemente de este modo
tradicional, pues las ropas masculinas más informales, en
efecto, están menos marcadas por 1a diferencia de los sexos),
con una barba de chivo, el aspecto indiscutiblemente mascu
lino al igual que la voz. De entrada me declaró: «la verdad
sobre el transexualismo es que contrariamente a lo que pre
tenden en general —tener un alma de hombre prisionera de

un cuerpo de
de mujer (o a la inversa)— los transexu
transexuales
ales no son
ni hombres ni mujeres, son diferentes». Esta es la diferencia
que Gabriel quiere que se reconozca. «Los transexuales son
mutantes: diferentes de una mujer cuando es completamente
mujer, diferente de un hombre cuando es completamente un
hombre. Yo siento, y sé, dice, que no soy una mujer, tengo la
impresión de que tampoco soy un hombre. Los otros transe-
xuales
xuales juegan un juego
juego,, se hacen el hombre.» Gab
Gabriel
riel nunca
se sintió
mujer hombre, sino que La
se dijo hombre. porque estabade
desgracia seguro de no sentir-
los transexuales,
según
seg ún éél,l, es que no haya un tercer término,
término, un terc
tercer
er sexo. La
sociedad seria la gran responsable de esta bipolarización,
cuya violencia sufren los transexuales.
Se habia hecho operar hacía unos años. La operación
consistió en la ablación de los senos y los órganos genitales
(útero y ovarios). Siguió un tratamiento de hormonas mascu-
linas que le dio la barba y una voz más viril, pero no trató de
hacerse colocar una prótesis peniana ya que, dice, «querer
un sexo es algo obsesivo, eso no tiene nada que ver con la
de
identidad».
haberse vuelto
Después«más
demonstruoso»
las operaciones
que antes,
tuvo lapero
impresión
paradó-
 jicamen
 jica mentete se sen
sentia
tia má
máss equilibrado: «m
«mee enenco
contr
ntrab
abaa más
interesante antes que ahora, pero ya no tengo esos descensos
a los infiernos que padecia en otro tiempo».
Sobre su historia, en fin, conozco pocas cosas. No se
explayó mucho sobre el tema, y dio muestras de una marca-
da indiferencia por su infancia, indiferencia corriente en los
transexuales que he visto. Una hermana tres años menor que
él, fue, dice «el amor más fuerte de mi vida: mis tendencias se
desarrollaron a partir de ella. Tenía ganas de defenderla
como un caballero con su espada. No quería que nadie se le
acercara y creo que también para ella yo lo representaba
todo. Mi hermana pequeña era como mi hija, como si yo
hubiese sido su padre». Declaró haber querido ser un hom-
 bree pa
 br para
ra su he
herma
rmana,
na, quien le deja ssoña
oñarr que ter
termi
mina
narán
rán sus
dias juntos.
Presentó a su madre como a una persona depresiva,
enferma
enfer ma caracterial, que llevaba los pan
pantalone
talones.s. Era «el hom-
 bre de la familia», dice, y ante mi pregunta sobre lo que

aquello significaba para él, respondió que consistía en asumir


las ^responsabilidades materiales y morales. £1 padre no vol-
vía de su trabajo más que el fin de semana. Se comportaba
«como un principe habituado a ser adulado por sus herma-
nas». Gabriel lo consideraba una molestia y aguardaba su
 partida
 part ida con impac
impaciencia
iencia.. El pa
padre
dre impo
imponía
nía a la m ad
adre
re rela-
ciones sexuales que ella consideraba como una carga (en
las mujeres transexuales es corriente el recuerdo de esta
queja materna). La misteriosa desaparición del padre de su
madre, cuando ésta nació, parece haber tenido gran importan-
cia en el discurso materno. Ese abuelo habría sido asesinado,
y Gabriel asocia la depresión de su madre a esta historia
familiar.
De niña era un varón frustrado, pero no percibía la dife-
rencia de los sexos: «jamás envidié a mis compañeros varo-
nes, para mí no habla sexos bien establecidos». No tenia
 juegos
 jueg os sexual
sexuales
es (la au
ausen
sencia
cia de éstos en los rec
recuer
uerdo
doss de los
los
transexuales es habitual), pero recuerda un fantasma: «ver el
trasero de las niñas», confidencia que había hecho a su
hermana. Sólo se sentía bien en su casa, pero también era
allí donde de
impresión se pasividad,
sentía menos él haber
y no 'mismo. Recuerda
soportado unacomo
sino penosa
un
enorme tormento las manifestaciones de ternura de su ma-
dre. Le horroriza que se exija algo de él, «como una deuda»,
aun cuando necesita que se espere mucho de él.
En la adolescencia se enamoró de una muchacha, y
declaró a sus padres que quería hacerse operar para conver-
tirse en un varón y fundar un hogar. La madre le respondió
que era imposible. El padre le llevó a consultar a los médicos,
 para que verificasen su sexo anatom
anatomico.
ico. «No sé h as asta
ta qu
quéé
 punto no ppensó
ensó que yo esta
estaba
ba loco, y que él era el rrespo
esponsa
nsa
 ble».
 ble ». Una hermana del padre habría estad
estadoo inter
internada
nada en un hohos-
s-
 pital psiqui
psiquiátrico
átrico Su padre, dic
dice,
e, fu
fuee en aque
aquell mom
momento
ento su
salvavidas, y por ello le guarda un emotivo reconocimiento.
Al terminar sus estudios Gabriel entró a trabajar en una
administración donde sufrió mucho, dice cometiendo un lap-
sus, porque «las mujeres teman prohibido llevar faldas».
Siempre que podia se vestía de hombre, y sin saber si era
realizable o no tenía en la cabeza la idea de hacerse operar 

 pa ra cam
 para cambiar
biar de sexo. T uvuvoo varias relacion
rel aciones
es est
estab
ables
les con
mujeres, a las que gustaba sentir superiores a él, «más inteli-
gentes». En un primer momento, dice, me interesaba cere-
 bralmente,, luego eerót
 bralmente rótica
icame
mente
nte y sólo mucho m más
ás tar
tarde
de venía
la ternura. Pero entonces ya no podía acostarme con ellas,
 pues hab
habría
ría ssido
ido com
comoo un incesto.» En sus rela
relacio
ciones
nes sexu
se xua-
a-
les con las mujeres se negaba a que le tocaran o le desvistie
ran. A lo largo de los años mantuvo frente a ellas la ficción,
rayana en la impostura, de que era un hombre «al que le
faltaba una operación para llegar a serlo por completo». Se
las arreglaba para ocultar sus menstruaciones y disimular
su sexo femenino. «Siempre he querido disimular mi cuerpo
todo lo posible, dice. Incluso si me hubiese aceptado como
mujer, no lo hubiera soportado.» Sin embargo, también dirá
que si su cuerpo le molesta, es en la medida en que molesta a
los demás. Rechaza el diagnóstico de homosexuliadad en
tanto no se conside
considera
ra com
comoo una muje
mujer,
r, pero a propósito de un
capítulo de sus memorias, que por entonces estaba escribien-
do, expresa el temor de que al leerlas los demás piensen que
simplemente era «un homosexual que no se asumía».
La muerte de su madre representó un vuelco en su vida.
Durante mucho tiempo sufrió depresiones que, tras un inten
to
unadepsicoterapeuta,
suicidio, le llevaron
la quea le
apelar
dio alalos buenos cuidados
contraseña que jamas de
está ausente en la biografía de los casos que he conocido:
«sabe usted lo que es, le habría dicho, usted es uunn transe
xual (sic)». Este diagnóstico decidió el giro quirúrgico que
tomó el asunto. De aquella psicóloga dice: «no me analizo:
habría sido totalmente incapaz de hacerlo».
Gabriel apunta que dos o tres años después de la muerte
de su madre se sintió liberado, no sólo
sólo del peso de su duelo
duel o sino
también de la carga que ella habia sido en vida para él. Su
madre le decía que la hacía morir, que la clavaba en la cruz.
«Pero, dice, tal vez era ella quien me hacia morir. Cuando
hice aquello la odié M am
fuese.» amáá no era feliz,
feliz, y no quería
quer ía que yo lo
Fue el padre quien pagó la operación. Gabriel considera
quee ahora es peor que ante
qu antes,
s, que aquella intervención hiz
hizoo de
él un monstruo, y que desde entonces está «jodido», pero a

 pes ar de todo piensa


 pesar piens a que era necesaria.
necesaria . E n el plano social las
cosas son
son ahora mas
ma s fáciles par
p araa éél.l. Si
Si la operación
operació n no es una
solución, dice, la sociedad la impone. Ahora puede hacerse
 pasar
 pas ar sin problem
pro blemas
as por
po r un hombre, en tanto que antes su
aspecto equívoco le llevaba a tener que sufrir vejaciones a
cada instante. «Si
«Si se niega la
la operación a un transexua
transe xual,l, se le
condena a muerte. Es como si usted dijera: “hay un miembro
gangrenado, pero no debe operárselo”.»
En el plano sexual en cambio, el equilibrio de antaño se
ha roto. Desde la operación Gabriel ya no tiene relaciones
sexualesa esa
debido con apariencia
mujeres. Se siente incómodo
masculina para seducirlas
sin ambigüedades, que le
deja todo el peso de prevenirlas de que el hombre, en él, es un
hombre sin sexo que no puede presentar, como dice, «lo
demás masculino». «Seria como un impotente que tuviera
relaciones con una mujer», agrega.
Trabaja en una agencia de publicidad donde es socio de
una mujer con la que mantiene unas relaciones difíciles,
 particula
 part icularme
rmente
nte desde
de sde que le ha confesado
confesa do que
que es un transe-
tran se-
xual
xu al Se siente muy
muy afectado
afecta do porque,
porque, según
según pie
piensa
nsa,, a partir
de entonces ella ya no lo considera como a un hombre. Esa
confesión
mente. y sus
Tiene consecuencias
la sensación lo no
de que hanllega
deprimido
a asumirprofunda-
la rea-
lización de sus proyectos, a mantenerlo que promete. «En el
fondo, dice, el transexualismo, está ligado a la proyección de
una imagen que uno tiene de sí, y que hay que sostener en
relación a la mujer que uno ama». No se puede enunciar más
claramente la importancia del registro narcisista, y de la
función del yo ideal en la posición transexual.
Sobre ésta intenta explicarse cuidando la precisión y el
rigor, sosteniendo al mismo tiempo que es un enigma que no
se llegará a resolver, y que él mismo no comprende nada de
loss casos de los
lo los otros
otro s transex
tra nsexuales
uales «Es algo abstrac
abst racto,
to, dice,
es como si fuéramos unos espíritus, como si no hubiéramos
debido tener cuerpo, como si fuésemos complemento de
algo, en alguna parte. Es como si las mujeres hubiesen sido
amputadas de mi mismo. Frente a una mujer, es como si le
faltara algo, y ese algo fuese yo. Yo sentía que era preci-
so que todas las mujeres se interesasen por mí. No busca-

 ba la mujer por la mujer, me sen


sentía
tía com
complem
plementario
entario de ella
ella.»

Pero después de la operación esto ha cairtbiado, ya no se
siente el complemento de una mujer. Y si ya no puede
seducirlas,
seduci rlas, es porqu
porquee no está seguro ddee ser, o de tener, lo qu
quee
les falta. Ya no las desea, puesto que no está seguro de que
aun lo deseen. «Ahora, dice, es otra persona, me siento
diferente de ella.» Le parece que esta diferencia es lo que
mejor caracteriza actualmente a su sen «nosotros, los tran-
sexuales, somos diferentes». Se siente un hombre diferente,
«seguramente
«segurame nte no un
unaa mujer, per
peroo di
diferente
ferente ddee un hom
hombre»
bre»,, y
se considera
ellos superior
tiene algo a loseshombres,
más, que porquea en
su proximidad la relación
mujer. Ena
resumidas cuentas, un poco Tiresias.
Gabriel enuncia de este modo, explícitamente, su iden-
tificación a la falta de la mujer, es decir al falo. Bajo esta luz
se aclaran algunos de sus enunciados: Si no se siente ni
hombre ni mujer, es porque el falo no es ni masculino ni
femenino. En tanto constituye el término en relación al cual
los dos sexos han de situarse, él mismo está fuera del sexo.
Sin duda cuando Gabriel se hizo operar, más allá de su
demanda de ser hombre aspiraba a encamar ese vacío de
diferencia pura, esa Incorporeidad, en el sentido de los estoi-
cos que es el significante fálico como significante de la di
ferencia. No se puede encamar al falo sin la desaparición de
los caracteres sexuales, sin el intento de alcanzar, más allá
del sexo, al ser abstracto, al ser ángel de los espíritus puros.
Podemos preguntarnos, sin embargo, por qué Gabriel no
se mantuvo en la primera posición de complemento fálico
que describe como la suya antes de la operación. La muerte
de su madre parece haber provocado, desde este punto de
vista,
vista, una ruptur
rupturaa de equili
equilibrio.
brio. ¿Lle
¿Llegó
gó a la opera
operación
ción a fin de
hacerse más adecuado para esa complementación, o bien fue
en relación al duelo por su madre, por identificación a la
mujer fálica que ella era, según sus palabras?
 Noo es raro en los tran
 N transex
sexual
uales
es de ambos sexo
sexoss que el
duelo por una relación privilegiada con una mujer precipite
al sujeto en la demanda transexual. Aquí, como sucede a
menudo, a consecuencia de la pérdida del objeto el amor
cedería su lugar a la identificación, identificación tanto más

obligada en cuanto que remite a una imagen de la omnipo-


tencia.
En todo caso, la operación de Gabriel tuvo el efecto de
modificar su posición subjetiva. Parece haber sido desaloja-
do de la posición de falo imaginario de la madre, ahora se
sientee separa
sient se parado
do de la mujer y no ya su
su complemento. Cuando
Cuan do
dice que en adelante no tiene futuro, que está «jodido», y agre
ga que más bien lo pasa mejor, ¿no cabna ver un indicio de que
la intervención quirúrgica ha operado al mismo tiempo un
corte simbolico, y que en el se ha efectuado una cierta
asunción de la castración7 No debe excluirse la posiblidad
 piano
de quesimbolico.
una intervención
Su coste
co ste,
en
, sin
lo embargo,
real puedapuede
tener pare
pa
efectos
rece
cerr en
exor-
e xor-
el
 bitante, pues aquí la libra de carne
carn e no es una metáfo
met áfora.
ra.
 

CONCLUSIÓN
 

Concluir es una necedad, decía Flaubert. En lo que hace


a los transexuales puede ser no sólo necio sino nocivo, dado
lo transexualismo
el que está enjuegocon
deloslo real. Por otraconduce
transexuales parte, trabajar sobre
a revisar no
solamente los estereotipos a los que en cierta manera dieron
lugar los trabajos de los pioneros, que construyeron la enti-
dad transexual, sino también a emitir sucesivas hipótesis, a
medida que la realidad con que uno se encuentra desmiente
las precedentes. Los hilos que uno sigue conducen a veces a
resultados inesperados.
Es así como me había parecido posible plantear la hipó-
tesis de una diferencia radical de posición de las mujeres
transexuales en relación al transexualismo masculino. Unos
quieren ser L
 Laa  Mujer, las otras ser un hombre. La disimetría
 parecía evidente. A ho
horara bien, tras h ab
aber
er es
escu
cuch
chad
adoo a la
lass
mujeres transexuales, y en particular a Gabriel, me inclinaría
más bien a subrayar la proximidad de la posición de los

transexuales dé ambos sexos en lo que concierne a la rela-


ción con el falo y a la identificación con lo que éste repre-
senta
de más allá del
la operación las sexo, incluso, al
transexuales, más alláque
igual del sus
cuerpo. Antes
homólogos
masculinos, estarían identificadas al falo, identificación im-
 posiblee a un goce que la existen
 posibl exi stencia
cia misma de lo Simbólic
Simb ólicoo
excluye. Esta posición insostenible que no obstante las tran-
sexuales procuran mantener desesperadamente, desemboca
en la demanda
dem anda de cambio
camb io de sexo Sin Sin duda esta demanda
apunta inicialmente a consumar esa identificación. Se ha
visto tanto en el caso de Gabriel como en el de Jan Morris
que la operación, al contrario, tiene por efecto apartar al
sujeto de ese lugar. Pero tal vez la demanda de cambio de
sexo
el correspondía
falo, de atravesara una
un
el acirculo
te
tentativa
ntativa
de de salirdel
papel delfantasma
fantasmacon de ser
el
 pasaje
 pasa je al acto, y sobre
so bre todo
tod o de esesca
capa
parr a la exige
exigencia
ncia —im-
 posible de satisf
sa tisfac
acer—
er— de ser
se r el objeto del goce de dell Otro,
Otr o, ese
Otro que no existe. Los hombres transexuales intentan en-
contrar un limite a esa exigencia en su identificación a La
Mujer que viene a suplir al Nombre del Padre.
¿Y las mujeres transexuales? Ellas parten, por el contra-
rio, de que no pueden identificarse a La Mujer, y de ello
concluyen su imposibilidad de ser una m muj
ujer,
er, desconociendo
desconociend o
que el refugio de las mujeres se sitúa en el lugar de la dehis-
cencia que las separa
sepa ra de La Mujer. Es decir,
decir, la imposibilidad
imposibilidad
de su posición,
posición, también
tamb ién para
p ara ellas.
ellas. Desde este
este punto de vista,
vista,
las mujeres tienen algo de transexual. ¿Acaso Freud no decía
que se devenia mujer a veces, y que no era tan simple? Las
mujeres transexuales se refugian como en un puerto en una
identificación masculina, según una lógica del tercero exclui-
do: sino mujer, entonces hombre. Pero muy a menudo la
operación no aporta el mismo sostén que en el caso del
transexualismo masculino. Las mujeres hallan su relación
con la castración en lo real. Ahora bien, el cirujano pretende
desmentir esto, induciendo en la mujer transexual una espe-
ranza que la lleva a aferrarse en un «penisneid» sin reso-
lución posible; en efecto, situar en el futuro la adquisición de
un pene funcional gracias al progreso de la técnica, no hace
sino redoblar el fantasma femenino corriente de obtener un

día el falo codiciado. No obstante, se da el caso, aunque


 parece
 par ecerr ser basta
ba stante
nte raro,
rar o, de que algunas de ellas
ell as,, como
Gabriel, lleguen mediante la operación a concluir que la
castración es un mal irremediable.
Que el transexualismo se funda en el sentimiento íntimo
de ser mujer u hombre es una de las falsas certezas que los
testimonios de los transexuales permiten poner en tela de
 juicio.
Hay otra certeza que es importante discutir: la de que el
remedio al malestar de los transexuales no pueda consistir
más que en el cambio de sexo.
Hemos hablado del transexualismo antes de que este
vocablo fuese acuñado. En cierto sentido no había transexua-
lismo antes de que H. Benjamín y R. J. Stoller lo hubieran
inventado
inve ntado.. Había
Hab ía delirios de metamorfosis sexual,
sexual, que no es
lo mismo. El transexualismo lleva en sí una disposición
hacia el Otro, en particular una demanda. En tanto síntoma,
se constituye completándose con esa dimensión del Otro, y
más en particular con la función del deseo del Otro. Lacan
dijo que el síntoma neurótico se perfecciona en la cura analí-
tica, por el hecho de que el analista da consistencia al deseo
del Otro, como enigma, deseo al que el síntoma se encuentra
anudado. Si el síntoma es un significante que representa al
sujeto, no deviene lo que es sino gracias a su conexión con
otro significante, un significante oculto, no conocido, pero
supuesto en el lugar del Otro, y que constituye ese saber
desconocido sobre el deseo. El analista que ocupa ese lugar,
si no responde, deja abierto el interrogante del deseo.
El transexual que,
q ue, como hemos visto
visto,, se constituye
constitu ye por la
asignación de otro (médico, psicólogo), por haber encontra-
do a su Otro en la ciencia, halla una respueta obturadora,
incluso falaz, al interrogante de su deseo. El deseo del Otro
ya no está velado; el veredicto cae: que se haga operar. El
Otro quiere su castración real. Hallar una respuesta al enig-
ma del deseo del Otro, y una respuesta tal que lo sitúa como
su objeto, no deja de provocar euforia. Pero siempre hay un
resto,
Asíypues,
los transexuales
el transexualdan pruebasin
no existe deelello.
cirujano y el endo
cnnólogo, representa
repre sentantes
ntes del Otro de
de la Ciencia. El
E l hecho de

que ese Otro se ofrezca para responder al interrogante del


deseo conduce al transexual a constituirse en el objeto de su
goce. con
 paga Es elsucobaya
carneofrecido
para daenr cuerpo
pa ra dar consisteyncia
almaala fantasm
consistencia la Ciencia,
fan tasmaa dey
omnipotencia de la Ciencia moderna.
Cuandoo a partir
Cuand par tir de la etiqueta que se le propone un sujeto
sujeto
se ha definido como transexual, en cierto sentido la cuestión
queda cerrada. Ha escogido renunciar a mantener abierto el
interrogante de su deseo. En cierta manera ha renunciado
 por tanto
tant o a su propio
prop io deseo, parapar a consagrarse
consagra rse en adelante
adel ante
al goce del Otro, para mayor gloria de la Ciencia.
¿Es posible otra vía? En particular, ¿se han experimenta-
do otras soluciones diferentes del cambio de sexo? Contra-
riamente a la yleyenda,
transexuales, en verdad
no sin éxito, toda se handeintentado
clase con los
«psicoterapias»
apoyándosee en mayor
apoyándos m ayor o menor medida en en la sugestión,
sugestión, desde
la hipnosis hasta las terapias conductistas, pasando por las
técnicas de condicionamiento. Y funciona: los transexuales
son sensibles a la sugestión. Llegan a discutir su identidad
transexual, así como su elección de objeto sexual y renun-
cian, al menos provisoriamente, a una transformación hor-
monal y quirúrgica.
El carácter monolítico de su posición parece mítico. En
el análisis de los sueños de quienes aguardan una operación
transformadora, ya se había podido constatar que el paso
que se disponían a dar no dejaba de suscitar conflictos psí-
quicos, y que su identidad sexual estaba lejos de hallarse tan
exenta de contradicciones como se ha pretendido
Conocemos los límites
límites de la sugestión
sugestión N o actúa sobre la
causa sino que conduce a la elaboración de construcciones
defensivas. Además la sugestión se ejerce en nombre de la
norma, y supone la exclusión de la dimensión del deseo y de
su interrogación. Esto es lo que tiene en común con la
cirugía.
tearSer
tearse transexual,
se preguntas.
preg me que
untas. ¿Será
¿ Será decíaenGabriel,
realidad es
los renunciar
los a plan-
transexuales
transex uales sólo
quieren no enterarse de nada? El propio Gabriel desmentía
esto
Entonces, ¿por qué no el psicoanálisis? Un día vino a

verme una joven transexual creyendo erróneamente que yo


le daría la dirección de un ciru
cirujano
jano qu
quee practicar
practicaraa las opera-
ciones de cambio
tenia tanto empeñodeensexo. La insté
hacerse a que
operar. Meme dijera por
respondió quequé
al
tener la apariencia de una mujer mientras se sentía hombre,
tenia la impresión de vivir mintiendo. Le objeté que si se
hacíaa opera
hací operarr no haría más que cambia
cambiarr una m
mentira
entira por otra.
En su exigencia de verdad, los transexuales son victimas de
un error, decia Lacan. Confunden el órgano y el significante.
Su pasión, su locura, consiste en creer que librándose del
órgano se libran del significante que los divide sexuándolos.
 

ÍNDICE
 

PRIMERA PARTE  DE PIGALLE A CIBELE S . 5


Capit
Capitul
uloo II..  S he
hem
m ale ...... ..........
..................
..................
...................
......... 7
Capitulo II. - E
Ell impulso hacia la mujer en la psicosis 15
Capítulo
Capítulo III. - Claves para el transexu
transexualismo
alismo . . . 23
Capítu
Capítulo
lo IV
IV.. - Una madr
madre e dem
demasi
asiado
ado bu buenena a .... 39
Capítu
Capítulo
lo V
V.. - En el palco de llaa r e i n a ..................   51
SEGUND
SEGUNDA
TRACIÓN A PARTE.  LOS RI RITOS TOS DE LA CA S-
.............................................................   61
Capítulo VI
VI..  Cibeles y A t i s ... ..........
..........
..........
..........
..........
......
..... 63
Capitulo VII.
VII.  La secta de los Sko Skoptzy ptzy ............   73
Capítuloo VI
Capítul VIII
II..  ¿Qu
¿Quéé quie quiere re llaa M ad re re?? ........ .....  83
TERCERA PARTE
PARTE..  EL TRANSEXUALISMO
FE M E N IN
INOO .....
........
..........
......
..........
..........
.........r
..r ; .......................   89
Capítulo IX.  ¿Las mujere mujeress tr transexuales,
ansexuales, son ho-
mosexuales? .....................................................   91
Capítulo X.  Víctor y algun algunos os otros; la espe esperanz ranzaa . 101
Capítuloo XI.  G
Capítul Gabriel
abriel o el se sexo xo de los los áng ángele eless . . . 11
1155
CONCLUSIÓN ......................................................... 125

BIBLIOGRAFÍA
 

Capítulo 1
H. Benjamín Transvestism and transsexualism  Sympo
sium -Amer. J. Psychother,  8 1954, p. 219230.
R J. S t o l l e r ; Sex and Gender ; 2  vol., Hogarth Press,
1968.
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Piat: Elles ... les «travestís»,  P r e s s e s de la Cité, 1978.
 — Aspects
Asp ects du Tr
Tran
anss
ssex
exua
ualis
lismm in Omicar?  n.° 22/23, 1981.
Capitulo 2
Krafft-Ebbing: Psychopathia Sexualis,  París, 1895. Ob
servation 99.
D. P. S c h r e b e r :  M
 Mém
émoi
oire
ress d ’un névropathe,, París, Le SeUil,
névropathe
1975. (Hay edición castellana: M  Mem
emor
oria
iass de uunn neu
neuróp
rópaa
ta,  Buenos Aires, Ed. Petrel, 1978).
ta,

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