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TRES LUGARES DE SABER EN LA INSTITUCION

Alexandre Stevens
Antonio Di Ciaccia y yo hablaremos, no a partir de curas analíticas, sino, como lo da a
entender nuestro título, a partir de nuestra experiencia en dos instituciones, dos pequeños
hospitales psiquiátricos para niños: el “Antena 110” fundado hace trece años por Antonio Di Ciaccia
y el “Courtil” fundado por mí hace seis años. Mi intención no será pues hablar de psicoanálisis, sino
más bien introducir un problema de extensión del análisis, el del lugar posible del psicoanálisis en
dos instituciones en las que no se practican curas analíticas como tales.
Quiero interrogar tres lugares del saber en las condiciones de trabajo en la institución. Esos
tres lugares son: la teoría analítica introducida en la institución para interrogar y constituir la clínica
que en ella se construye; el saber, en tanto que S2, representa el despliegue mismo de la cadena
significante en el que se trata de introducir al niño psicótico en cierta posición subjetiva (es lo que
llamaré el trabajo preliminar a toda cura posible, este trabajo que debe hacerse con el niño puede
tocarle a la institución); el saber en posición de verdad tal como lo pone a trabajar el discurso del
analista. Saber agujereado por el no-saber, que surge de la cura analítica como tal y que implica,
por ende, un vínculo social diferente al de la institución.
Una referencia tercera
En primer lugar, entonces, la introducción de la teoría analítica especialmente de los
matemas lacanianos, constituye nuestra clínica del niño psicótico.
En sí, esta introducción de la teoría analítica en la institución de niños -al igual que en las
instituciones psiquiátricas- en un nivel explicativo, incluso productivo, es bastante banal. Lo que me
parece más importante subrayar es que, en ambas instituciones a las que nos referimos aquí, este
lugar es necesario. Tiene una función tercera en la relación entre los educadores y los niños.
En el primero de los dos pequeños textos dirigidos a Jenny Aubry, Lacan describe dos lugares
para el síntoma del niño, síntoma definido como “representante de la verdad”.
O bien representa “la verdad de la pareja familiar”. Tenemos aquí una fórmula de la neurosis
en el niño, con el tejido de deudas simbólicas y de deseo insatisfecho que brinda la trama de sus
identificaciones significantes. Es el caso en el que la “distancia entre identificación con el Ideal del yo
y la parte que le cabe al deseo la madre” encuentra una mediación en la función paterna.
Debo precisar que si bien en las instituciones de las que hablo hay también niños neuróticos,
lo esencial de lo que quiero articular concierne al trabajo con los niños psicóticos. En relación a los
niños neuróticos, en el fondo, lo esencial del trabajo consiste en hacer emerger una demanda que
podrá encontrar su destinatario en otra parte: en un analista.
El segundo lugar del síntoma en el niño, tal como lo articula Lacan en este texto, es el caso
en el cual la articulación se reduce mucho cuando el síntoma (...) remite “a la subjetividad de la
madre”. Agrego: es el caso de la psicosis. En ese caso el niño está involucrado como correlativo de
un fantasma. Se trata sin duda del fantasma de la madre, en el que el niño ocupa el lugar del objeto
perdido para ella, cualquiera sea la estructura propia de la madre. Es su objeto. “Realiza la
presencia del objeto a en el fantasma”. En otros términos, el niño no es introducido en este caso en
el discurso más que para ocupar allí el lugar del plus de gozar, el lugar que agujerea el campo del
significante, el que designa el punto de no saber en el hueco del saber.
Un fenómeno clínico que se encuentra bastante a menudo cuando se tienen entrevistas con
los padres de niños psicóticos es la falta de historización del niño. El niño no tiene historia o al
menos la madre no puede relatar más que algunos elementos confusos de la misma. Diría incluso
que esta falta de historia es un signo de la forclusión del nombre del padre. Designa, en efecto, la
ausencia de una mediación en lo que Lacan llama “la distancia entre la identificación con el ideal del
yo y la parte que le cabe al deseo de la madre”. Es también un nombre de lo que es formulado en el
Seminario XI como la holofrase del primer par de significantes. Es, en efecto la ausencia de un
intervalo entre los significantes lo que demuestra y pone en acción la ausencia de historización del
niño que, en la confusión que es mantenido por el discurso materno, no puede localizar, en los
significantes de su historia no constituida, los significantes de sus identificaciones separadas del
lugar donde se le asignó residencia en el discurso de su madre.
Haré entonces dos comentarios a propósito del lugar del saber en la institución.
Primero, me parece que la tendencia “natural”, si puedo decirlo, de la institución sería más
bien el volver a poner al niño en el mismo lugar que ocupa en el fantasma materno. Sería incluso,
diría, la trampa de esas cosas que estuvieron de moda hace algunos años bajo el término de
“terapia institucional”. La referencia a la doctrina lacaniana es un tercero, una referencia tercera,
que produce una distancia entre la posición de los educadores y los elementos, los rasgos en los que
podría identificarse el niño en el material sintomático que produce. Segundo, si el proceso de
rehistorización del niño puede producirse principalmente en el trabajo de entrevistas con los padres,
depende en mucho del trabajo que pueda hacerse con los niños, en la medida en que este trabajo
mismo recibe sus determinaciones significantes de la referencia a la teoría analítica.
Tratamiento preliminar
Quisiera llegar ahora a lo que llamaba un segundo lugar del saber en la institución. Se trata
de la posición del niño psicótico y de su defecto masivo de inscripción en el saber y, por ende, de
sus consecuencias en lo tocante a las posibilidades del trabajo en la Institución y a la posición que
debe sostenerse frente a este defecto del saber. Una observación elemental es que los niños
psicóticos, muchos de ellos, en todo caso aquellos que se colocan fenoménicamente en esa
categoría que se llama el autismo, están poco o nada incorporados a la cadena significante. A
menudo, no hablan. Estar preso en el lenguaje no se equipara a hablar, como el siguiente fragmento
clínico lo muestra claramente.
Se trata de una niña profundamente autista que circula por doquier en la institución y que,
de tanto en tanto, canta una frase o dos, escuchadas en la radio o retomadas de un disco; tenía un
repertorio bastante variado. Se observó bastante rápido que lo que cantaba tenía cierta relación con
la situación del momento. Por ejemplo se la baña, se la lava y ella se pone a cantar “todo desnudo y
todo bronceado”. Seamos claros, no se trata de palabras. Si hay un efecto de sentido que se
produce de ese modo, esto se debe simplemente a que el lenguaje produce sus efectos por sí
mismo. La fórmula está vacía y el sujeto, como máximo, hace de ella “un monolito” -la expresión es
de Lacan, del seminario sobre el deseo a propósito de la holofrase- con la vaga expresión
significante que acompaña la situación descripta.
En el Seminario XI Lacan sitúa al niño psicótico (que toma aquí en el sentido de niño débil)
en una serie, junto con el efecto psicosomático, la psicosis (en su sentido general) e incluso la
paranoia. En todos estos casos “no hay intervalo entre S1, y S2” es decir “el primer par de
significantes se solidifica, se holofrasea”.
Noten de paso, para ser precisos, que Lacan no habla de una holofrase en el sentido de un
término particular que estaría allí pasible de ser descompuesto, incluso interpretable. Dice
simplemente que los significantes se holofrasean. Por lo tanto, lo que está designado allí es una
estructura de funcionamiento significante. Una estructura de captura en masa del significante.
Podría decirse que cuando la posición subjetiva que está involucrada en ella es la de la
psicosis, esta estructura holofraseada otro nombre de la forclusión del Nombre del Padre. Uno puede
preguntarse por qué Lacan no la reduce simplemente a este término, por qué desplaza el acento.
¿Por qué holofrase en lugar de Nombre del Padre?
Jacques-Alain Miller subrayó recientemente en el Seminario de Tercer Ciclo que el Nombre
del Padre no deja de evocar un Otro del Otro -un Otro de la ley en el lugar del significante-, con el
cual Lacan termina su cuestión preliminar. Me parece que la solución que Lacan encuentra en el
Seminario XI es desde este punto de vista especialmente elegante porque, en lugar de un tercer
significante que vendría a dialectizar a los dos primeros, subraya más bien que entre S1, y S2 el
tercer término es un intervalo. El mismo acento se encuentra en el texto a Jenny Aubry que evocaba
anteriormente.
Para volver al niño psicótico, Lacan subraya en este texto que en la serie de casos que
dependen del proceso de la holofrase, el sujeto no ocupa en cada caso el mismo lugar. De este
modo, para la paranoia lo que está en juego es “la ausencia de los términos de una creencia, del
término en el que se designa la división del sujeto”, mediando lo cual reina el fenómeno de la
Unglauben. Para el niño psicótico, es igualmente preciso: el niño ocupa el lugar abajo a la derecha
del cuadro en el que se ve reducido a ser el soporte del fantasma de la madre en un término
obscuro. El cuadro del que se trata es un esquema de cuatro términos que, puede decirse, anticipa
la escritura del discurso del amo, el lugar inferior a la derecha siendo allí bastante claramente el del
objeto a. Es, se los recuerdo, en el mismo lugar donde coloca al niño psicótico en el texto de Jenny
Aubry como objeto del fantasma materno.
Quisiera a partir de aquí realizar dos comentarios para precisar el trabajo que puede ser
hecho en una institución y el que depende, por otro lado, de la puesta en marcha del discurso
analítico, es decir del acto analítico.
La estructura holofraseada del significante define la psicosis de manera general. Es una
manera de situar la dificultad del sujeto psicótico con el campo del significante y, en particular, su
dificultad de localizar el goce en el significante. Desde este punto de vista, en la medida en que el
niño habla, en que hay ciertos puntos de referencia significantes, en que las identificaciones
significantes sean ubicables, se presta cabalmente a ser puesto a trabajar por el acto analítico en
una cura.
Para el niño psicótico existe un problema suplementario. Su posición de sujeto, como lo dice
Lacan en el Seminario XI, es llegar a ocupar el lugar del objeto en el fantasma materno. Me parece
que en este caso, antes de cualquier puesta en marcha posible del acto analítico, existe un trabajo
preliminar necesario Este trabajo puede hacerse en la institución. No digo que no pueda hacerse en
la cura. Pero, incluso cuando se hace en la cura, está fuera del discurso analítico, fuera de las
posibilidades de la Interpretación, en el sentido de la interpretación propiamente psicoanalítica. Esta
objeción que hago se acerca a los comentarios extremadamente esclarecedores que Colette Soler
hizo a propósito de los límites de la interpretación en la cura analítica con los niños.
Tuve recientemente la posibilidad de participar en una entrevista con el equipo del “Antena
110” para el Ane. Una de las personas presentes habló a propósito de su trabajo, del “tratamiento
preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis:... de lo niños, obviamente. Señalo todo mi
acuerdo con esta fórmula. Se trata de introducir al niño a aquello significante que permite hacer
funcionar rasgos de identificación incluso intentar localizar a través suyo el goce. En todo caso que
pueda traer material interpretable otro lado que del sentido puesto en movimiento.

Dos ejemplos
Quisiera, antes de concluir, evocar dos pequeños fragmentos clínicos de ese trabajo
preliminar.
El primero en una cura del niño -es un caso célebre de la literatura psicoanalítica y por otro
una referencia de Lacan-, el segundo es un trabajo de la institución de la que me hago cargo. El
primero, es el caso Dick y las intervenciones inaugurales en él hace Melanie Klein.
Ante ese niño que no habla, Melanie Klein introduce tres elementos significantes: el tren
grande es papá, el trencito es Dick ventana es la estación, es mamá. Le da pues un código a partir
del cual sus acciones podrán ser leidas y, en el mismo movimiento introduce a la palabra.
Evidentemente, estoy de acuerdo con todas las objeciones que pueden hacérsele a esto en la
medida en que se trata para Melanie Klein de introducir sentido. Lo que me parece esencial en esta
intervención inaugural es que plantea un marco significante. Pero ella no es una interpretación
analítica hablando estrictamente. Retomaría mas bien al respecto “la expresión de Estela Solano
cuando sitúa este tipo de intervención como un “forzamiento” significante.
Segundo ejemplo. Se trata de un niño que tuve ocasión de ver en la institución. Al entrar,
presenta un cuadro clásico de psicosis infantil. Retengamos tan sólo que circula sin parar como un
autómata, no se deja detener por nada y se arroja la cabeza baja contra la puerta cuando está
cerrada. Emite ruidos y gritos pero ni una sola palabra. La situación es modificada por una
intervención. Un día en el que se encuentra en una pieza cuya puerta está cerrada no cesa, tal como
es su hábito, de pegarse la cabeza contra la puerta. Se le propone entonces, trazando al mismo
tiempo sobre el suelo una línea entre la puerta y él, que no pase dicha línea. Efecto de sorpresa.
Juego de miradas. Se pone a considerar esa línea como el límite que debe atravesar o no,
dirigiendo, sin ninguna duda, su pregunta al Otro. En los días y semanas siguientes, organiza él
mismo líneas, límites, juega con los bordes. Al mismo tiempo comienza a decir algunas palabras,
que no son aún más que carozos de la palabra -se trata exclusivamente de imperativos- pero que
constituyen empero llamados al Otro. El rasgo que inaugura esta serie no es otra cosa más que una
distancia planteada entre la puerta en la que él iba a golpearse la cabeza y la cuestión del límite, del
corte, que al reducirse en un primer tiempo al ruido de su cabeza, sólo adquiere su destinatario en
la instauración de esa distancia.
Pienso que tenemos aquí un equivalente del forzamiento operado por Melanie Klein, con la
salvedad de que no depende de la inyección de un mito que se presta al sentido.
Quiero llegar a lo siguiente, que este tratamiento preliminar a todo tratamiento posible, que
puede exigir un cierto tiempo no se inscribe en el discurso analítico a y desde este punto de vista se
esta asimismo a producirse en una institución como tiempo anterior a la cura analítica propiamente
dicha.
La ausente
Para concluir, quiero decir una palabra acerca de la tercera posición del saber en su relación
con la institución. Es aquella que no existe. Que sólo está allí como estando fuera. Que sólo está
como ausente. Que sin embargo opera en ella a partir de ese lugar. Es el saber en posición de
verdad, agujereado por el no-saber, es el que pone en marcha el discurso analítico. Dije recién que,
en las dos situaciones a partir de las cuales hablamos, la cura analítica como tal no se realiza.
Agregaré que no creo demasiado en las curas sistemáticas de todos los niños en la institución.
Sitúo el acto analítico como mira de la institución. Pero esta mira está por afuera. Fuera, no
solamente de hecho, sino por estructura, porque se trata de otro lazo social. Diré incluso que
cuando las curas analíticas suceden en una institución o bien no son analíticas o bien la posición
ética del analista hace que ellas estén fuera estructuralmente, aun cuando esto transcurra entre los
muros. Pero entonces, como todo acto analítico, esto sólo puede definirse retroactivamente, a partir
de su final.

de "NIÑOS EN PSICOANALISIS" Ed. Manantial -1992-

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