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“COMUNICACIÓN Y PODER”
TEORÍA HIPODÉRMICA
La teoría hipodérmica. La postura sostenida por dicho modelo se puede sintetizar con la afirmación de que
«cada miembro del público de masas es personal y directamente "atacada" por el mensaje.
Históricamente, la teoría hipodérmica coincide con el peligro de las dos guerras mundiales y con la
difusión a gran escala de las comunicaciones de masas, y representó la primera reacción suscitada por este
fenómeno entre estudiosos de distintos campos.
Los elementos que más caracterizaron el contexto de la teoría hipodérmica son, por una parte, justamente
la novedad del fenómeno de las comunicaciones de masas, y por otra parte, la conexión de dicho
fenómeno con las trágicas experiencias totalitarias de aquel periodo histórico. Recluida entre estos dos
elementos, la teoría hipodérmica es una aproximación global al tema de los mass media (medios masivos)
indiferente a la diversidad entre los distintos medios, que responde principalmente a la pregunta: ¿Qué
efecto producen los media en una sociedad de masas?
El principal elemento de la teoría hipodérmica es en efecto la presencia explícita de una «teoría. de la
sociedad de masas, mientras que en su vertiente «comunicativa. opera complementariamente una teoría
psicológica de la acción. También podría describirse el modelo hipodérmico como una teoría de y sobre la
propaganda: éste, en efecto, es el tema central respecto al universo de los media. Esencialmente en los
años veinte y treinta aparecieron estanterías de libros que llamaban la atención sobre factores retóricos y
psicológicos utilizados por los propagandistas.
El sistema de acción que distingue al comportamiento humano debe ser descompuesto en unidades
comprensibles, diferenciables y observables. En la compleja relación entre organismo y ambiente, el
elemento crucial está representado por el estímulo: éste comprende los objetos y las condiciones externas
al sujeto, que producen una respuesta. «Estímulo y respuesta parecen ser las unidades naturales' en cuyos
términos puede ser descrito el comportamiento. (LUND, 1933, 28). La unidad estímulo/respuesta expresa
por tanto, los elementos de toda forma de comportamiento.
Los mass media constituían «una especie de sistema nervioso simple que se extiende hasta cada ojo y
cada oído en una sociedad caracterizada por la escasez de relaciones interpersonales y por una
organización social amorfa» (KATZ-LAZARSFELD, 1955, 4). Estrechamente vinculada a los temores
suscitados por el «arte de influenciar a las masas, la teoría hipodérmica mantenía por tanto una conexión
directa entre exposición a los mensajes y comportamientos: si una persona es alcanzada por la
propaganda, puede ser controlada, manipulada, inducida a actuar
ECO Y LA “GUERRILLA SEMIOLÓGICA”
(FRAGMENTOS DE ENTREVISTA)
En los años sesenta y principios de los setenta se decía en diversos lugares que sin duda la televisión (y en
general los medios de comunicación masivos) es un instrumento potentísimo, capaz de controlar aquello
que entonces llamábamos el “mensaje”, y que al analizar ese mensaje era posible ejercer influencia sobre
la opinión de los usuarios y hasta directamente moldear su conciencia.
Pero se observaba que aquello que el mensaje decía intencionalmente no era necesariamente lo mismo
que leía el público. Los ejemplos más obvios eran que la imagen de un corral lleno de vacas es “leída” de
manera diferente por un carnicero europeo que por un brahmán de la India, que la publicidad de un
Jaguar despierta el deseo de un espectador adinerado y provoca frustración en un desheredado. En suma,
un mensaje apunta a producir ciertos efectos, pero puede chocar contra situaciones locales, con distintas
disposiciones psicológicas y deseos, y producir un efecto boomerang.
Eso es lo que sucedió en España (Atentado de Atocha, 11 de marzo de 2004)
El mensaje del gobierno quería decir “crea en nosotros; el atentado ha sido obra de ETA”, pero -
precisamente porque ese mensaje era tan insistente y perentorio- la mayor parte del público leyó “tengo
miedo de decir que fue Al-Qaeda”.
Y en ese punto se introdujo el segundo fenómeno, que en su momento fue definido como “guerrilla
semiológica”. Se explicaba así: si alguien tiene el control de la emisión, no puede ocupar la silla ante la
cámara, pero idealmente puede ocupar la silla ante cada televisor.
En otras palabras, la guerrilla semiológica consistía en una serie de intervenciones y actuaciones
producidas, no desde el sitio de partida del mensaje, sino en el lugar al que llega, induciendo a los usuarios
a discutirlo, a criticarlo, a no recibirlo pasivamente. En la década del sesenta, esta “guerrilla” se concebía
de una manera aún arcaica, como una operación de “volanteo”, como intervenciones relámpago en el bar
donde la mayor parte de la gente todavía se reunía ante el único televisor del barrio.
Pero en España, lo que ha dado un tono y una eficacia muy diferentes a esa guerrilla es el hecho de que
ahora vivimos en la época de Internet y de los teléfonos celulares. Así, la guerrilla no fue organizada por
un grupo de elite, de activistas de cierta clase, de alguna “punta de diamante”, sino que se desarrolló
espontáneamente, como una suerte de “tam-tam”, de transmisión boca a boca entre los ciudadanos.
Lo que puso en crisis al gobierno de Aznar, fue un torbellino, un flujo imparable de comunicaciones
privadas que cobró dimensiones de fenómeno colectivo: la gente entró en movimiento; miraba la
televisión y leía los diarios, pero al mismo tiempo cada uno se comunicaba con los demás y se preguntaba
si lo que decían los medios era cierto. Además, Internet permitía la lectura de la prensa extranjera, y las
noticias podían confrontarse y discutirse.
Con el correr de las horas, se formó una opinión pública que no pensaba ni decía aquello que la televisión
quería hacerle pensar. El público verdaderamente puede hacerle mal a la televisión. Y tal vez todos
sentían, como un sobreentendido: “¡No pasarán!”
Cuando, hace algunas semanas, en un debate yo sugerí que si la televisión estaba controlada por un único
patrón era posible hacer una campaña electoral con hombres-sándwich que recorrieran las calles
contándole a la gente las cosas que la televisión no dice, en realidad no estaba enunciando una propuesta
divertida. Pensaba más bien en los infinitos canales alternativos que el mundo de la comunicación ha
puesto a nuestra disposición.
ASCH
Principios de los años 50. El diseño experimental consistía básicamente en que Asch pedía a los
participantes que respondiesen a unos problemas de percepción. Concretamente solicitaba de los sujetos
que indicase en un conjunto de tres líneas de diferente tamaño cuál de ellas se asemejaba más a una línea
estándar o de prueba (la de la izquierda en el dibujo).
Esta sencilla tarea no debería resultar difícil para una persona normal, sin embargo los sujetos
experimentales no siempre decían la respuesta correcta. Realmente el experimento no consistía en una
prueba de percepción sino que trataba de ver como la presión de grupo fuerza a variar los juicios. Las
pruebas del experimento se realizaban a un grupo de unas seis u ocho personas, de las cuales solo uno era
verdaderamente un sujeto experimental ya que los demás (sin saberlo el sujeto experimental) eran
cómplices de investigador. Durante algunos de los ensayos de las pruebas (ensayos críticos) los cómplices
daban respuestas claramente erróneas, es decir, elegían de forma unánime una línea equivocada como
pareja de la línea de prueba (por ejemplo, en el dibujo la línea 1 en vez de la 2, que sería la correcta).
Además emitían sus respuestas antes de que el verdadero sujeto experimental respondiera. En esta
tesitura, muchos de los sujetos experimentales optaron por decir lo mismo que los cómplices del
experimentador, es decir, optaron por las respuestas falsas, de facto, estuvieron de acuerdo con la
respuesta equivocada el 35% de las veces. Por el contrario, solo el 5% de sujetos que respondieron a las
mismas preguntas sin cómplices (es decir, sin presión de grupo) cometieron errores. En diferentes
estudios el 76% de los sujetos apoyaron las respuestas falsas del grupo al menos una vez, esto es, optaron
por la conformidad.
Otro dato interesante que se desprenden de estos trabajos es que cerca de un 25% de los sujetos no
cedieron nunca a la presión del grupo.
https://www.youtube.com/watch?v=tAivP2xzrng
NOELLE NEUMANN
Si la opinión pública es el resultado de la interacción entre los individuos y su entorno social, deberíamos
encontrar en ejecución los procesos que Asch y Milgram han confirmado de modo experimental. Para no
encontrarse aislado, un individuo puede renunciar a su propio juicio. Esta es una condición de la vida en
una sociedad humana; si fuera de otra manera, la integración sería imposible.
Ese temor al aislamiento (no sólo el temor que tiene el individuo de que lo aparten sino también la duda
sobre su propia capacidad de juicio) forma parte integrante, según nosotros, de todos los procesos de
opinión pública. Aquí reside el punto vulnerable del individuo; en esto los grupos sociales pueden
castigarlo por no haber sabido adaptarse. Hay un vínculo estrecho entre los conceptos de opinión pública,
sanción y castigo.
¿Pero en qué momento uno se encuentra aislado? Es lo que el individuo intenta descubrir mediante un
"órgano cuasi-estadístico” al observar su entorno social, estimar la distribución de las opiniones a favor o
en contra de sus ideas, pero sobre todo al evaluar la fuerza y el carácter movilizador y apremiante, así
como las posibilidades de éxito, de ciertos puntos de vista o de ciertas propuestas.
Esto es especialmente importante cuando, en una situación de inestabilidad, el individuo es testigo de una
lucha entre posiciones opuestas y debe tomar partido. Puede estar de acuerdo con el punto de vista
dominante, lo cual refuerza su confianza en sí mismo y le permite expresarse sin reticencias y sin correr el
riesgo de quedar aislado frente a los que sostienen puntos de vista diferentes.
Por el contrario, puede advertir que sus convicciones pierden terreno; cuanto más suceda esto, menos
seguro estará de sí y menos propenso estará a expresar sus opiniones. No hablamos de ese 25% de los
sujetos de la experiencia de Asch cuyas convicciones siguen inquebrantables, sino del 80% restante. Estas
conductas remiten, pues, a la imagen cuasi-estadística que se forma el individuo de su entorno social en
términos de reparto de las opiniones. La opinión dividida se afirma cada vez con más frecuencia y con más
seguridad; al otro se lo escucha cada vez menos. Los individuos perciben estas tendencias y adaptan sus
convicciones en consecuencia. Uno de los dos campos presentes acrecienta su ventaja mientras el otro
retrocede. La tendencia a expresarse en un caso, y a guardar silencio en el otro, engendra un proceso en
espiral que en forma gradual va instalando una opinión dominante.
Basándonos en el concepto de un proceso interactivo que genera una “espiral” del silencio, definimos la
opinión pública como aquella que puede ser expresada en público sin riesgo de sanciones, y en la cual
puede fundarse la acción llevada adelante en público.
Expresar la opinión opuesta y efectuar una acción pública en su nombre significa correr peligro de
encontrarse aislado. En otras palabras, podemos describir la opinión pública como la opinión dominante
que impone una postura y una conducta de sumisión, a la vez que amenaza con aislamiento al individuo
rebelde y, al político, con una pérdida del apoyo popular.
Por esto, el papel activo de iniciador de un proceso de formación de la opinión queda reservado para
cualquiera que pueda resistir a la amenaza de aislamiento.
Entre los autores clásicos ya encontramos a quienes escribieron sobre la opinión pública y mencionaron
que la opinión pública es asunto de palabra y silencio. Tönnies escribe: “La opinión pública siempre
pretende ser autoridad. Exige el consentimiento. Al menos obliga al silencio o a evitar que se sostenga la
contradicción”. Bryce habla de una mayoría que permanece en silencio pues se siente vencida: “El
fatalismo de la multitud no depende de una obligación moral o legal. Se trata de una pérdida de la
capacidad para resistir, de un sentido debilitado de la responsabilidad personal y del deber de combatir
por las propias opiniones”.
El proceso de formación de la opinión pública fundado en la “espiral del silencio” es descrito por
Toqueville, en El Antiguo Régimen y la Revolución. Tocqueville, al mostrar cómo el desprecio por la religión
se convierte en una actitud ampliamente difundida y dominante durante el siglo XVIII francés, propone la
siguiente explicación: la Iglesia francesa “se volvió muda”: “Los hombres que conservaban la antigua fe
temieron ser los únicos que seguían fieles a ella y, más amedrentados por el aislamiento que por el error,
se unieron a la multitud sin pensar como ella. Lo que aún no era más que el sentimiento de una parte de la
nación pareció entonces la opinión de todos, y desde ese momento pareció irresistible ante los mismos
que le daban esa falsa apariencia”.
LAS REDES SOCIALES, EL JUICIO DEL SIGLO XXI
(DIARIO LA VANGUARDIA, ESPAÑA 30/12/2020)