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Eva Alexander
A Daisy Piñeiro,
Sin importar los errores que cometa ya sean grandes o chiquitos, siempre
está ahí para mí y me siento muy orgullosa y feliz de decir que en ella no
sólo tengo a mi mamá sino a mi mejor amiga.
Nicole
Contenido
La oscuridad me gustaba.
La lluvia me gustaba.
La soledad me gustaba.
Lo que no me gustaba era encontrarme en medio de la
nada con el coche en una zanja y sin señal en el teléfono
móvil.
—Irrompible, inmejorable y una mierda —espeté abriendo
la puerta del coche y bajando—. ¡Maldita sea mi suerte! —
grité inmediatamente al sentir mis pies hundiéndose en el
barro.
Este no era mi día, no era mi noche ya que entre una cosa y
otra ya se me había hecho tarde.
Miré hacia mis preciosas botas de cuero y di gracias a Dios
por verlas en el escaparate y enamorarme tanto como para
pagar el precio exorbitante que pedían por ellas. Eran únicas,
cosidas a mano y no sé qué más, pero lo único que deberían
haber dicho era que son a prueba de barro.
Caminé a la parte trasera del coche y abrí el maletero.
Tenía una pequeña maleta con ropa y todo lo que necesita una
mujer para un viaje de dos días y una mochila con lo necesario
para hacer mi trabajo.
Si tenía que abandonar el coche en una carretera perdida
era más seguro dejar atrás la maleta. Podía vivir sin ropa
limpia, pero mis vaqueros, camiseta de manga larga y
chaqueta de cuero no iban a protegerme mucho del frío y de la
lluvia.
Abrí la maleta, cogí un jersey y me lo puse rápidamente.
Luego busqué en la bolsa de las botas porque la vendedora me
había regalado un chubasquero con la compra. Me pareció
hilarante, después de pagar más o menos tres mil dólares por
un par de botas van y te regalan un chubasquero de único uso
de color amarillo.
Cogí la mochila, me la puse a la espalda y después de
luchar un poco con el chubasquero conseguí ponérmelo
también. Ya, al menos, mis instrumentos de trabajo estarían
secos si los necesitara. Esperaba que no.
Cerré el coche y seguí el camino que debía hacerlo
conduciendo. No sabía a dónde iba a llegar o sí iba a llegar. La
lluvia caía, no veía más allá de un metro enfrente, pero
recordaba haber visto en el mapa que estaba a poca distancia
de un pequeño establecimiento.
Podría conseguir un coche ahí. Robar, comprar, pedir
prestado. Iba a conseguirlo y llevar a cabo la tarea que me
habían encargado. No era tan difícil, no debería haberlo sido,
pero solo Dios sabía por qué se había truncado la situación.
Esta mañana el pronóstico del tiempo no decía nada de
lluvia y tormentas. Los teléfonos móviles nunca perdían la
señal. Por Dios, funcionaban a veinte pisos bajo tierra y aquí
no. Tal vez había algo de especial en este pequeño pueblo de
Irlanda.
—Especial —murmuré para mí misma.
Caminé con cuidado pensando en cómo explicarle la
situación a mi madre y a mis compañeros. Jesús, la bronca que
me iba a echar mi madre y las bromas que me tocaría aguantar
por lo menos un par de semanas eran algo que no estaba
dispuesta a sufrir.
Total, si yo no decía nada ellos no podían saber que la
había jodido. Si yo no tenía señal ellos tampoco.
Era una mujer dura, corría una hora cada mañana, iba al
gimnasio cada día, entrenaba con Tyler o con alguno de los
chicos. Sin embargo, tras media hora de caminar sentía que
había llegado al final de mis fuerzas.
Sentía algo y ese algo no era bueno. Una presión el pecho,
una pesadez en las piernas como si tuviera botas de cemento.
Sentía miedo al aire que me rodeaba como si tuviera el poder
de ahogarme.
Era raro, más que raro.
Pero yo también lo era así que se pueden ir a dar un paseo.
Algo no me quería aquí y lo entendía, pero se tenía que
aguantar. Tenía que hacer un pequeño recado y solo me
tomaría un minuto. Luego podía volver a mi país, a mi casa y a
mi cama.
Lo que ellos, quien sea que fueran ellos, no sabían era que
yo también era rara. Tan rara que ni siquiera yo entendía los
límites de mi rareza. Podría haberlos averiguado, pero estaba
tan decidida de ser normal que me negaba a admitir que algo
no estaba bien. Que yo no estaba bien.
Aunque, tengo que ser honesta aquí y confesar que me
aprovechaba de los dones de mi rareza. Bueno, dones era
mucho decir. Podría decir que era una intuición super
desarrollada, un séptimo sentido extrafuerte.
Sí, no tenía ningún problema en mentirme subestimando lo
que podía hacer. Mientras tanto a lo lejos vislumbré una luz y
me preparé porque sentía que iba a necesitar esta intuición mía
muy especial.
Me fui acercando a la luz y pude comprobar que eran más
de una. Eran varias casas, algunas ventanas iluminadas,
algunas chimeneas encendidas que me dieron una envidia de
las malas.
Me di cuenta de que estaba a salvo, esta era lo que ellos
llamaban el centro del pueblo con su bar, su tienda y la
consulta del médico que venía dos veces al mes. A salvo, pero
lejos de mi destino.
Verás, había hecho mi tarea antes de venir. Sabía dónde
podía encontrar mi objetivo, donde podía esconderme o donde
pedir ayuda. Aunque, por primera vez desde que trabajaba
para mi madre, no tenía a nadie que me cubriera las espaldas.
Ni siquiera tenía a nadie que pudiera venir en diez, veinte o
sesenta minutos. No había nadie en esta parte del mundo para
ayudarme.
Estaba sola porque esto debía ser algo fácil, algo que
pudiera hacer cualquier persona. En teoría, pero en la práctica
era totalmente el contrario.
Algo iba a ocurrir aquí y no era bueno.
Lo lógico hubiera sido dar la vuelta y volver al coche,
esperar a que pasara la tormenta y pedir ayuda. Oh, pero la ira
de mi madre o su decepción no era algo que quisiera afrontar
así que tomé la decisión de seguir adelante.
Ya pagaría más tarde por mis errores.
Me detuve frente al bar que tenía las luces medio
apagadas, pero el cartel en la puerta decía que estaban abiertos
así que entré.
El ruido de la campanilla me dio la bienvenida, el calor
también así que segura de que estaba haciendo lo correcto
avancé mientras comprobaba el interior.
Ni pequeño ni grande. Olía bien, a patatas fritas y cerveza.
Las mesas alineadas a lo largo de las paredes estaban vacías, ni
un cliente, ni un vaso o una botella de cerveza encima.
En el centro había un pequeño pódium con un micrófono y
dos sillas. Entretenimiento en vivo, no estaba mal para un
pueblo de mil doscientos treinta y cuatro habitantes.
A mi derecha estaba el bar con su barra de madera
envejecida, con sus sillas altas, con su estantería llena de
botellas de diferentes colores y tamaños. Treinta y dos
grandes, doce medianas y siete pequeñas. La mayoría eran de
whisky, el resto gin y rom.
Empecé a contarlas justo cuando escuché su voz.
Lo había notado, de hecho, fue lo primero que vi cuando
entré, pero mi radar de peligro no había sonado así que lo dejé
para el final.
Error.
Su voz me llegó, entró por los oídos y se esparció por todo
mi cuerpo decidiéndose al final por asentarse en la boca de mi
estómago donde despertó a las mariposas.
Ya sabes, esas mariposas que dicen que se sienten cuando
conoces a la persona perfecta.
Pues, vaya mierda. Yo no quería conocerla y mucho menos
en un pueblo perdido en la nada. No, me negaba. El amor se
podía ir a la mierda, yo no lo quería y mucho menos cuando
venía con ese pedazo de hombre.
Tenía tatuajes en los brazos que estaban expuestos por una
camiseta de manga corta. Unos brazos muy musculosos. Una
ancha espalda, un pecho musculoso, todo él era muy
musculoso.
Tenía el pelo oscuro demasiado largo. No mucho como
para ponerlo en una cola de caballo (algo que no me gustaba ni
un poco), pero suficiente como para enroscarse alrededor de su
cuello y deslizarse hacia desde su cara.
Era tan rudo, tan inmensamente atractivo.
Era mi tipo de hombre. En teoría, ¿vale? Porque podría ir a
por un tipo así, por una noche o incluso dos, pero el peligro
emanaba de sus poros, y yo no era tan estúpida como para ir
allí.
Por peligro me refiero a perder la cabeza y el corazón por
él. Pero también, el tipo de hombre que tenía tantos secretos
detrás de sus ojos y en su armario que podrían hacerme perder
la vida.
Entonces, no, gracias, el tío caliente no era de ninguna
manera para mí.
Él estaba detrás de la barra, con los codos apoyados sobre
la barra, mirándome y tenía algo: un carisma, un magnetismo
que me hizo reconsiderar mi decisión de no ir allí.
—Estamos cerrados —la voz profunda y áspera repitió
extrañamente.
Y cometí otro error. Lo miré directamente a la cara.
Como dije, era carismático, magnético y atractivo, pero
esos ojos oscuros con líneas de risa que emanaban de los
costados, su fuerte estructura ósea y su intensidad dirigida a
mí, tenía que admitirlo, era más que carismático, magnético y
atractivo. Era francamente electrizante.
Ojos negros, cabello negro.
El caballero oscuro.
Oh, estaba tan jodida.
Verás, yo era rara. Lo sabía desde que fui capaz de saber
que mi nombre era Ivy Diaz. Mi rareza iba y venía, cambiaba
de un año a otro, pero había algo que nunca cambiaba.
ÉL.
Él apareció en un sueño cuando tenía cinco años. Mejor
dicho, en una pesadilla. Era de noche y estaba con mi madre,
pero ella no podía verme y estaba trabajando. Por trabajar
quiero decir que estaba entrando en un edificio con un arma en
la mano y sus hombres detrás, a la izquierda, a la derecha y
arriba cubriéndola.
Pero fallaron. En mi pesadilla mi madre moría.
Me desperté, o eso creía yo en ese momento, y una voz me
susurró lo que debía hacer. Llamar a mi madre y advertirla.
Me desperté de verdad, gritando y llorando, y cuando mi
padre llegó corriendo le dije que quería a mamá. Ella no estaba
en casa, pero mi padre la llamó.
Vino enseguida. Mi madre se salvó.
Fue la primera vez, pero no la última. Esa voz continuó
apareciendo en mi mente, dormida o despierta, y un día
incluso la vi. Fue en otro sueño y era exactamente el hombre
que me estaba mirando con el ceño fruncido en este momento.
Podría sentarme y pedirle explicaciones, pero ¿era tonta?
No, era una mujer lista y un poco cobarde, pero solo cuando se
refería a mi persona. Si alguien estaba en peligro saltaba a
ayudar sin pensarlo.
—Estamos cerrados. Vete —ordenó, inclinando la cabeza
hacia la puerta detrás de mí.
—Ya lo dijiste. Tres veces —le dije.
—Sí, parece que tengo que repetirme contigo. Los
estadounidenses parecen tener problemas para entender hasta
la más sencilla proposición —dijo en su voz grave.
Me insultó, ¿verdad?
Di un paso hacia la barra, las palabras en la punta de mi
lengua: —No sabes nada de mí y podría decir que no sabes
nada ni de mis compatriotas, así que espero una disculpa —
espeté.
—Espera fuera —gruñó.
Bajé la capucha de mi cabeza, me quité el chubasquero y
lo puse sobre el respaldo de una silla. Luego caminé hacia la
barra y me deslicé en uno de los taburetes.
—Necesito algo y no me iré hasta que no lo consiga —
dije.
—Nena, no te lo voy a decir de nuevo. Estamos cerrados.
Lo miré mientras empezaba a enfadarme.
Vale, podía insultarme, pero, maldita sea, era una mujer
sola, mojada en medio de la noche (bueno, eran las ocho de la
noche) y lo menos que podía hacer era ofrecerme algo caliente
de beber.
—Porque ofrecerme un café y un lugar donde secar mi
ropa es algo que tu madre no te enseñó, ¿verdad? —pregunté.
Y entonces cometí el tercer error.
Le sonreí.
Su mirada bajó a mi boca, sus ojos se oscurecieron.
¡Madre del amor hermoso!
Se inclinó sobre la barra y como estaba más pendiente de
la intensidad de su mirada no presté atención y sus dedos
cogiendo mi barbilla e inclinando mi cabeza, me tomó por
sorpresa.
Cuidado, hija, las sorpresas matan.
Las palabras de mi madre resonaron en mi cabeza, pero
estaba hipnotizada por mi Caballero Oscuro.
—Mi madre me dio la educación adecuada, nena, pero la
vida me enseñó a reconocer los problemas y tú nombre es
Gran Problema —dijo.
—De hecho, es Ivy —susurré.
¡Despierta, Ivy!
Una vez más la voz de mi madre se escuchó alto y claro en
mi mente. Y no, mi madre no tenía dones extraños ni nada
parecido. Era yo. Toda la vida he querido ser como ella.
Perfecta, dura, fría, intocable, invencible.
He vivido toda mi vida tomando en cuenta a mi madre.
¿Qué haría ella, qué diría ella? Era una costumbre algo toxica,
pero era lo que me iba bien. Me había llevado a este momento,
me había asegurado un lugar en la organización.
Era una más de ellos y perder la cabeza por unos ojos
bonitos no era una opción, ni ahora ni nunca.
Me solté inclinando la cabeza hacia atrás.
—Un café solo, por favor, e indicaciones hacia un
establecimiento donde pueda conseguir un coche de alquiler
—dije alto y claro, poniéndolo todo para sonar muy
profesional.
—Deberías saber, Ivy —murmuró, pronunciando mi
nombre por primera vez con su voz grave y profunda
haciéndolo que sonara diferente—. El café te lo puedo servir,
aunque yo debería estar en otro lugar en este momento y
alguien va a estar muy enfadado conmigo por llegar tarde,
pero no puedo ayudarte con el coche. El establecimiento más
cercano está a unos trescientos kilómetros.
Colocó una taza blanca de café sobre la barra y la empujó
hacia mí. Me mordí la lengua al darme cuenta de que quería
preguntarle qué había pasado con el platillo porque esa no era
manera de servir un café.
Sin embargo, debería resolver mis asuntos y marcharme de
allí de una vez. Además, el café olía demasiado bien como
para arruinar mis posibilidades de probarlo. El caballero
oscuro no tenía pinta de aguantar una queja.
Cogí la taza, tomé un sorbo y me quemé la lengua.
—¡Jesús Cristo! —gruñó él.
Lo miré a los ojos sabiendo muy bien que los míos estaban
nadando en lágrimas. Nos miramos durante unos momentos y
su cabreo fue reemplazado con admiración.
Pues sí, aguantaba mucho dolor y quemarme la lengua era
nada en comparación con el entrenamiento a la que me forzó
mi madre desde que tenía edad para sostener un arma en la
mano sin dispararme en el pie.
A ver, dolía, no voy a mentir, pero había mejorado mucho
mi habilidad de ocultar el dolor.
De hecho, era tan buena que ni siquiera mi madre sabía
cuándo lo sentía. Era la mejor de sus empleados y podía hacer
más que recados tontos si no fuera su hija, pero ya llegará ese
momento. Un día. Pronto.
—Si la posibilidad de alquilar un coche no existe, entonces
me gustaría comprar uno si fuera tan amable de decirme donde
podría…
—Nena. No. Hay. Nada. Aquí. Puedes tomar una cerveza,
comprar comestibles y jarabe para la tos. ¿Me entiendes o te
hago un dibujo? —me interrumpió él.
Guapo, pero grosero.
Ah, bueno, no podía ser perfecto y eso era bueno para mí.
Más fácil de resistir a la tentación.
—No hace falta, pero gracias por la oferta —dije.
Me puse de pie y después de echar un vistazo a la taza de
café (que era tan rico que podría aguantar los insultos del
hombre que la había preparado solo para probarla una vez
más) me dirigí hacia la puerta.
—Está lloviendo ahí fuera —dijo él.
—Seré una americana estúpida, pero no tanto —murmuré
empujando la puerta.
Pues no había parado de llover, pero tenía una misión y,
maldita sea, iba a llevarla a cabo.
No podía alquilar un coche, comprar tampoco así que me
quedaba solo una opción. Robar.
Oficialmente, yo no debería robar, tampoco debería saber
cómo hacerlo, pero mi tío consideraba que era una habilidad
que debería dominar. Me enseñó a escondidas de mi madre,
como me enseñó muchas otras cosas que mi madre se negaba a
enseñarme.
Verás, el tío Grant no era exactamente mi tío. Mi madre
tuvo a mi hermana Eva cuando era más joven, es una historia
muy larga, pero fueron separadas. Grant era solo un hombre
que conocía a mi madre y que luego crio y protegió a Eva
hasta que se reencontraron cuando mi hermana tenía dieciséis
años.
Grant continuó siendo uno de la familia aun cuando Eva ya
no necesitaba su protección. Se convirtió en el tío que nos
ayudaba con nuestras travesuras, que nos echaba una mano
cuando la necesitábamos.
Y él me enseñó a abrir la puerta de un coche, como
encenderla sin la llave. Bueno, también me dijo que si mi
madre me pillaba haciéndolo debería tener una buena excusa
preparada.
Mientras forzaba la puerta del coche negro que estaba
aparcado al lado del bar busqué la excusa.
Estaba lloviendo. No vale, la lluvia no mataba.
Era de noche. No vale, hay peligros en la noche, pero ella
me enseñó a defenderme.
Tenía una misión. No vale, podía esperar un día más.
Conocí a un hombre que me hipnotizó con la intensidad de
sus ojos, que me hizo sentir mariposas en el estómago. Conocí
al hombre que será mi perdición.
¡Sí, esa era!
En cuanto encontré la excusa el motor del coche hizo un
ruido tan fuerte que me asusté. Miré alrededor por si alguien
estuviera por ahí para ser testigo de mi delito, pero no había ni
un alma.
Normal, con lo que estaba cayendo solo un loco saldría de
casa.
El todoterreno se deslizó con una facilidad sorprendente
hacia el camino y cuando me alejé lo suficiente me permití
sonreír. Ya faltaba poco para cumplir mi misión. Sin embargo,
mi sonrisa se apagó en cuanto me di cuenta de algo.
Había dos locos fuera de sus casas en este pueblo. Yo y mi
coche que se había averiado y estaba lejos. El caballero oscuro
del bar y algo me decía que él era el dueño del coche que
acababa de robar.
Oh, bueno, por lo menos ya no podré decir que mi vida es
aburrida.
Capítulo 2
Ivy
∞∞∞
Horas más tarde, mi cabeza estaba apoyada en su hombro,
mi brazo alrededor de su apretado estómago y mi pierna entre
las suyas. Me sentía como una muñeca de trapo, como si no
pudiera moverme ni siquiera si mi vida corriera peligro.
Estaba a punto de cerrar los ojos y dormir porque eso era
lo único que me apetecía y lo que podía hacer, pero Kirian
tenía otros planes.
—Te marchaste —dijo.
—¿Y te sorprende? —murmuré en la habitación iluminada
por la luz que había olvidado encendida en el cuarto de baño,
un pequeño rayo que se escabullía por la puerta entreabierta.
—Si hubiera tenido una mujer en mi vida ese beso nunca
hubiera sucedido, americana, no soy un cabrón.
—Pues eres el único, la mayoría de los hombres no
dudarían en hacerlo —dije.
La mano de Kirian estaba en mi cabello, acariciando,
jugando, y en ese momento el movimiento cesó.
—Lo que haga la mayoría no es mi problema, aunque no
puedo decir lo mismo de tu opinión sobre mí.
—¿Importa? Es solo sexo, solo una noche que olvidarás
mañana —le espeté.
Quise levantarme, pero ni mis intentos ni las malas
miradas que le di consiguieron lo que yo quería.
—Era solo sexo, nena, pero eso fue antes de que te tomara
y si no te has dado cuenta, estás ciega.
—Y tú eres tonto, ¿más que sexo? ¿Ah, de verdad? Te
conocí anoche y si recuerdas no quisiste ni ofrecerme un
maldito café.
Kirian me gustaba. Era un hombre muy guapo con un
cuerpo de calendario de bomberos, guapo de perder la cabeza
y babear sobre él incluso con el anillo de otro hombre en el
dedo.
Me gustaba tener sexo con él. Era bueno y no hacía falta
tener experiencia para saberlo, la manera en la que me tomó
fue cuidadosa, cariñosa y también salvaje y dura. Se aseguró
de que tuviera mi orgasmo antes de ir a por el suyo. Se
encargó de protegernos a los otros usando preservativo algo
que, por vergüenza mía, se me había olvidado.
Y lo más importante era que podía tocarlo. Si no sintiera la
atracción increíble que me llevaba hacia él como un imán solo
eso era razón suficiente para quedarme con él.
Porque podía quedarme. Pero necesitaba asegurarme de
que valía la pena el esfuerzo.
Que sí, estaba pensando en la posibilidad de quedarme en
Irlanda. Con Kirian.
—Explica más que sexo —le pedí.
Kirian cogió mi cabello en su puño y acercó mi cabeza al
mismo tiempo que se inclinaba a besar mi cuello.
—No puedo, no hay palabras para lo que siento, pero es
más que una noche, nena. Quiero ver a dónde nos puede llevar
esto. Me convencí de que venía a buscarte para castigarte, pero
no lo he conseguido. Quería verte antes de que desaparecieras
para siempre de mi vida.
Ok. Podía trabajar con eso.
Capítulo 6
Ivy
Odiaba el sol.
Odiaba ese color verde de los árboles.
Odiaba el cielo azul.
Sentada en el porche de la cabaña, vestida con la camiseta
de Kirian, sosteniendo una taza de café en las manos, estaba
enumerando todas las cosas que odiaba. Luego pasé a las que
no me gustaban.
No me gustaba que mi madre me había mentido.
No me gustaba que Kirian no me amaba.
No me gustaba lo que sentía.
No me gustaba ser una mujer egoísta.
Y lo era. Nunca soñé con tener a un hombre en mi vida y
mucho menos uno al que pudiera tocar y amar. Kirian era
mucho más que eso. Era todo.
¿Y qué hacía yo? Enfadarme porque él no sentía lo mismo,
o sea, no había caído enamorado perdidamente con la misma
rapidez que yo.
El canto de un pájaro rompió el silencio de la mañana y
cuando me encontré frunciendo el ceño detrás de la pobre ave
me di cuenta de que tenía un problema.
¿Qué estaba haciendo yo aquí?
¿Cuándo me había convertido en una mujer amargada a la
que le molestaba todo a su alrededor? Me imaginaba a Kirian
despertarse y salir a darme un beso de buenos días solo para
que le dijera que se vaya al diablo.
—Algo no está bien conmigo —murmuré.
—En eso tienes razón —dijo Kirian.
Giré la cabeza y lo vi en la puerta abierta de la cabaña,
justo como esta madrugada. Pecho desnudo y vaqueros, pies
descalzos. Aunque ahora debía añadir cabello despeinado,
sonrisa suave y una mirada más que suave, más que dulce.
¿Cómo podía odiarlo cuando me miraba de esa manera?
Se encaminó hacia mí y sin echar a perder ni una gota de
mi café me levantó, se sentó en mi silla y después de apoyar
los pies en la barandilla, me colocó en su regazo.
—¿Mejor? —preguntó y me encogí de hombros, no
entendía lo que quería decir—. Lo que no estaba bien contigo
era que estabas sola, tiritando de frío. Y ya no lo estás.
Oh, Kirian era un buen hombre. Me estaba cuidando
mientras yo pensaba en marcharme lejos de todo y todos.
De nuevo me quedé callada.
—Ivy —gruñó él.
—No es un buen momento para mí, ¿ok? Me voy a tomar
el café y luego iré a trabajar —dije.
El rostro de Kirian se oscureció. La suavidad y el cariño
desparecieron en cuanto escuchó mis palabras.
—¿Y qué pasó con la conversación que tenemos
pendiente? —preguntó él.
—Puede esperar. Hablaré con mi madre para dejarte en paz
así que puedes volver a tu hotel. Puedo llevarte o encargar que
vengan a recogerte.
—¿Has dormido, Ivy?
—¿Qué? Sí —mentí.
—¿Tienes hambre? —continuó él.
—¿Qué pasa con este interrogatorio, Kirian? Y no me
digas que la siguiente pregunta es si me tiene que bajar la regla
que no respondo.
—Entonces ¿qué diablos te pasa? ¿Qué ha pasado con la
mujer que vino anoche, que me dijo que me amaba? Porque,
nena, déjame decirte que la versión que tengo ahora mismo en
mis brazos no me está gustando nada.
El café llevaba un buen rato en la taza, hace mucho que se
había enfriado y era bueno ya que cuando me puse de pie más
de unas gotas cayeron sobre el pecho de Kirian.
—Si no te gusta entonces mejor me voy —declaré.
Me di la vuelta y me dirigí a la puerta. Entré y de camino
al dormitorio puse la taza sobre una mesita. Me quité la
camiseta de Kirian y la tiré sobre la cama. Entré en el cuarto
de baño para coger mis bragas que había lavado al
despertarme y se estaban secando sobre el toallero.
Y mientras me las ponía, todavía mojadas, me vi en el
espejo. Desnuda, solo los guantes en cubriendo mis manos.
No entendía mi habilidad, ni por qué la tenía ni qué podría
hacer con ella, pero a pesar de que había mantenido el secreto
me sentía algo especial.
Bueno, no era para nada especial si ni siquiera mi alma
gemela me amaba. Oh, algún día sí, pero todavía no.
Sin mis manos podría ser normal, sin esa habilidad que no
había pedido podía conocer a un buen hombre, enamorarme y
ser feliz. La tía Isabella era un genio, podía hablar con ella y
estaba segura de que iba a encontrar una solución.
Estaba dispuesta a todo. Incluso a renunciar a ellas. Podría
obtener unas prótesis bonitas y más fuertes que mis manos.
Ah, ¿cómo es que no había pensado en esto antes?
Volví al dormitorio y después de recoger mi ropa del suelo
empecé a vestirme. Kirian llegó cuando ya estaba vestida y
preparada para marcharme.
—Te vas —dijo.
—Dije que tenía que trabajar, ¿no? —espeté sentándome
en la cama ya que había olvidado ponerme los zapatos.
—Es sábado.
¡Diablos! ¿Era sábado?
Entonces, no, no tenía que ir a trabajar. El sábado era para
la familia, un almuerzo al que no faltaba ningún miembro de la
familia y era una suerte que fuéramos ricos ya que cada año se
añadía por lo menos un miembro más.
Entre tantas bodas y nacimientos podríamos construir una
nueva ciudad, incluso un nuevo mundo.
No podía faltar, nadie faltaba. Mi primo Z había faltado un
par de veces y llevaba meses haciendo de niñera para los más
pequeños como castigo por no acudir. Enfadada con mi madre,
triste o no, debía acudir.
Terminé de atar los cordones de los zapatos y me puse de
pie. Kirian seguía en la puerta, el hombro apoyado contra el
marco.
—No te entiendo, Ivy —dijo.
—Bienvenido al club, no eres el único.
Debería salir ya de aquí, pero él estaba en la puerta y no
quería acercarme. ¿Cobarde? Sí, pero también me sentía al
límite de mis fuerzas y sabía que si no me iba terminaría
diciendo algo que no habría forma de retractar.
—Fue por que dije que no te amo, ¿no? ¡Jesús! Me has
engañado, nena, pensaba que eres una mujer increíble, pero
eres solo una niñata egoísta y malcriada que tiene una rabieta
cuando no consigue lo que desea. Bueno, no tengo por qué
aguantarte. Cuando terminas con tu berrinche sabes dónde
encontrarme —dijo Kirian, e incluso avanzó unos pasos
dejándome el camino libre para marcharme.
¿Era un berrinche? Podría ser, pero si él sintiera algo por
mí no me llamaría niñata malcriada. Tal vez… oh, al diablo
con todo.
Me encaminé hacia la puerta, salí al pasillo y paso a paso
me alejé de Kirian. Antes de abrir la puerta de la entrada giré
la cabeza. Pude verlo en el dormitorio, manos cruzados sobre
el pecho y una expresión indescifrable en su rostro.
Volver o no volver. ¿Por qué volver si él no me quería aquí
y yo tampoco quería quedarme?
Pedir disculpas o no pedirlas. ¿Por qué pedirlas si era lo
que yo sentía?
—¿Sabes, Kirian? Si somos almas gemelas no significa
que debemos estar juntos —dije mirándolo a los ojos cuya
expresión no cambió al escucharme—. Podría buscarte cuando
y si se me pasa el berrinche. Podrías estar en tu habitación de
hotel o no, pero apostaría mi vida que no estarás ahí. ¿Y sabes
cómo lo sé? Porque lo tuyo solo son palabras vacías. Tú no
sientes nada por mí y tampoco lo harás.
Y con eso salí de la cabaña.
Me sentía pesada, tan pesada que caminar hasta el coche
me tomó una eternidad. Pero llegué, entré en el coché y sin
mirar hacia el porche donde estaba Kirian, arranqué.
No sabía si era el final y tampoco quería pensar en ello.
Era sábado y debía darme prisa si quería pasar por mi casa
antes de ir al almuerzo.
No pensé, simplemente conduje y tres segundos después
de que se abriera la verja de mi casa, maldije. El coche de mi
padre estaba en la entrada.
Era su coche, se lo había ganado hace años al tío James en
una apuesta tonta y no le gustaba para nada. Pero a mi madre
sí y era ella la que lo usaba a veces. También le gustaba
molestar al tío y no había nada que le molestara más que ver a
mi madre conducir su coche.
A veces parecían más niños de infantil que abuelos.
Antes de entrar comprobé mis mensajes. Nada de Kirian
que era lo que esperaba encontrar. ¿Idiota, ¿no? Yo me
marchaba y era yo la que esperaba algo de él.
Tenía un mensaje de Ela y otros de Tyler que ignoré. Sin
nada más que hacer para retrasar el momento de ver a mi
madre abrí la puerta y entré.
La encontré en el salón, sentada en mi sofá, con mi juego
de café favorito en una bandeja sobre la mesita. Se había
cambiado, iba vestida para el almuerzo, pero por sus ojeras
diría que había pasado una noche justo como la mía.
Sin dormir.
—Lo siento —dijo ella antes de que tuviera la oportunidad
de decir algo.
—Necesito una ducha —dije sorprendiendo a las dos.
La necesitaba, pero no tanto y por alguna razón solo quería
alejarme. No estaba enfadada, al menos, no con ella.
Mi madre asintió y me fui a mi habitación.
Después de la ducha, me tomé demasiado tiempo para
elegir que ponerme para el almuerzo. Al final me puse un
vestido largo de mangas igual de largas y ajustado sobre el
pecho con la ayuda de unos pequeños botones.
Luego volví al salón donde mi madre estaba rellenando su
taza de café. Al verme llenó otra taza y me invitó a sentarme.
—Vamos a llegar tarde al almuerzo —le dije.
—No importa, tenemos que hablar —dijo mi madre.
—El almuerzo es importante, ¿recuerdas?
—Es importante, es sobre familia, amor y cariño, apoyo y
protección. Siéntate.
Era una orden y no quería obedecer por varios motivos:
estaba cansada, herida, triste, tenía miedo a decirle algo de lo
que luego me arrepentiría.
Me senté en el sofá de cara a ella y cogí la taza de sus
manos. Tomé un sorbo que quemó mi lengua, garganta y
esperaba que no hiciera un agujero en mi estómago. Había
olvidado que a mi madre le gustaba fuerte y caliente. Y
amargo.
—¿Sabes por qué te mandé a Irlanda? —preguntó.
—Porque era fácil y seguro que es lo único que llevo
haciendo desde que empecé a trabajar para ti —murmuré.
—Conmigo, no para mí, pero luego hablaremos de este
tema. Te elegí para la misión por esto —dijo, sacó un papel
arrugado de su bolsillo y me lo extendió.
Lo cogí y vi que era un dibujo de Kirian. En lápiz y en una
esquina había la letra i con un corazón en lugar del punto que a
mis cinco años pensaba que era una manera muy ingeniosa de
diferenciarme de mi hermano.
—No entiendo —dije.
—Lo has dibujado cuando tenías cinco años. ¿Recuerdas
que no te gustaba dibujar? Tus hermanos pasaban horas
dibujando, pero tú no. Un lápiz y un cuaderno en blanco te
hacía correr más rápido que un zorro atrapado en el gallinero.
Pero un día llegué a casa y te encontré dibujando este rostro y
supe que era importante.
No lo recordaba. Bueno, el sueño sí y que pasó a
continuación, pero no el dibujo.
—Te salvó la vida —murmuré.
—¿Cómo?
—Fue un sueño —dije. No quería contar más. Hoy no.
Mi madre lo entendió y continuó: —Cuando vi la foto de
Kirian lo reconocí y supe que debía enviarte ahí. Lo
investigamos, obviamente, y decidí que era el adecuado para
ti, pero no teníamos toda la información. Hay algo sobre él que
no averiguamos a tiempo y tú ya lo habías conocido. Tuve que
enviar a alguien a recordarle a Kirian que no era el hombre
adecuado para ti.
—Por eso me dejó esperando en Dublín.
—Sí, Ivy —susurró mi madre—. Volviste a casa y estabas
sufriendo tanto que me costó muchísimo no ir a buscarlo y a
romperle el cuello. Anoche lo vi y no pude controlarme, todo
lo que quería era hacerlo sufrir. Media hora después de dejarte
en tu casa entendí que al hacerlo sufrir tú también ibas a sufrir.
Hija, sé qué es imperdonable lo que hice. ¡Dios! Tu padre me
dijo que si no lo supiera diría que su madre es la que me parió,
que heredé su maldad.
—Ella fue una asesina —dije.
Mi madre me miró levantando una ceja y corregí: —Ella
mató a una persona inocente e intentó matar a su propia hija.
Tu no matas a inocentes.
—¿Por qué no estás enfadada conmigo? —preguntó
suspicaz.
—No lo sé. Anoche estaba furiosa, pero creo que después
de que Kirian me llamara una niñata malcriada ya no me
quedan fuerzas para sentir.
—¡Idiota! —espetó mi madre—. ¿Por qué dijo eso? Tú
eres la persona más altruista que he conocido en mi vida.
—Le declaré mi amor y cuando él dijo que todavía no
sentía lo mismo por mí, pues me sentó mal. Me enfadé.
¿Quién tiene razón? —le pregunté a mi madre.
Total, era mi madre, ella debía saberlo todo, ¿no? Pero el
tiempo pasaba y mi madre seguía callada.
—Estás buscando la manera de decirme que no tengo
razón, ¿verdad?
—Es que no sé qué ha pasado exactamente, hija. Además,
creo que me he metido demasiado en vuestra relación y es
mejor dar un paso atrás y dejaros hacer lo que pensáis que es
mejor para vosotros.
—Ok, pero antes quiero saber por qué me has mentido
anoche. Pronto o temprano iba a averiguar que Kirian no
estaba muerto.
—Es que no pensé. Simplemente vi la oportunidad y la
tomé. Lo quería fuera de tu vida, fue un impulso tonto del que
nunca pararé de pedirte perdón —dijo mi madre.
Debería estar enfadada con ella, de verdad debería, pero no
me salía. En mi corazón y mente ya no quedaba sitio para
enfado ya que todo estaba ocupado por la tristeza.
—Estás perdonada, mamá. He sufrido más en los últimos
meses que en esas horas pensando que Kirian había muerto.
—Ok, entonces solo queda una cosa más de la que hablar
—dijo mi madre y sabía qué era antes de que terminara de
hablar.
—¡No! No puedo, ahora no —espeté.
Coloqué la taza de café sobre el pequeño plato blanco y
rojo antes de ponerme de pie.
—Si ahora no, ¿cuándo, Ivy? Llevo esperando desde que
eras una niña. Pensaba que necesitabas tiempo, pero han
pasado veinte años y sigues manteniendo en secreto una parte
de ti. ¿Quieres saber por qué siempre te asigno los trabajos
fáciles? Porque tengo miedo por ti, hija. No sé qué puedes
hacer y qué no, no sé si vas a entrar en un trance cómo le
sucedía a Ayala y quedarás vulnerable y a la merced de
cualquier criminal. No te pondré en peligro sin saber qué y
cómo.
—Yo tampoco lo sé, mamá, pero deberías habérmelo dicho
antes en lugar de dejarme pensar que no valía para el trabajo.
—¿Sí? Pues, mira, mientras tú pensabas eso yo creía que
había fallado como madre, que mi propia hija no confiaba en
mi como para contarme que le sucedía. Yo creía que…
—¡No, por Dios! No fue por ti —espeté.
Volví a sentarme y cogí las manos de mi madre.
—Entonces, ¿por qué no hablaste conmigo o con tu padre?
O con Isabella, Dios, tienes tantas personas en tu vida que
harían lo imposible para ayudarte.
—La verdad es que durante mucho tiempo esperé que, si
no hablara de eso, pues que iba a desaparecer. Total, no era
una habilidad extraordinaria con la de tía Ayala. Tocar objetos
o personas y sentir un montón de emociones no es algo que
pueda servir de mucho en la lucha contra las injusticias del
mundo.
—El agente Wilson no estaría de acuerdo contigo. Si no
fuera por esta habilidad que tu consideras insignificante su hija
estaría muerta y él también —dijo mi madre.
—Y ahora no están muertos, solo fuera de la vida de Ela
porque él tampoco es el hombre adecuado para tu hija, ¿no,
mamá?
Mi madre suspiró y por un momento pareció frágil algo
que nunca hubiera creído posible. Era una de las mujeres más
fuertes que había conocido en toda mi vida.
—No he visto nacer a Eva, ni sus primeros pasos o
palabras, ni siquiera cuando aprendió a andar en bicicleta o
cuando besó por primera vez a un chico. Me lo he perdido
todo y por eso hice todo lo posible para estar con vosotros en
cada momento de vuestras vidas, importante o no importante,
yo quería saberlo todo, disfrutarlo. Pero eso que significaba
tanto para mí era lo que menos le gustaba a tu hermano, por
eso mantuvo una parte de su vida secreta justo como tú. Y no
quise investigar en su vida, me dije que tenía derecho a su
privacidad y por eso todos perdimos los primeros años de las
vidas de los gemelos. Sé lo que se siente y me duele saber que
mi hijo está viviendo lo mismo que yo.
—Pero Ivo está bien, mamá —murmuré.
—Sí, y yo también estoy bien. Por eso te envié a buscar a
Kirian pensando que él era el hombre para ti, por eso os separé
cuando me di cuenta de que no era tan perfecto. Por eso
mismo mandé a Dean lejos de Ela. Porque estoy bien, ¿no?
—Bueno…
No sabía que decir, por un lado, se veía mal, muy mal. Por
otro la entendía y no la culpaba y eso era porque el amor de
hija era tan grande como el que sentía ella por mí y mis
hermanos.
—Sabes que la tía Isabella dice que esta familia está
maldita, que no puedes llegar a disfrutar el felices para
siempre sin sufrir antes —dije.
—¿En serio, Ivy? ¿Estás bien con lo que hice? ¿Así como
si nada? —preguntó asombrada mi madre.
Suspirando miré mis manos enguantadas.
—Toda mi vida he aborrecido sentir. Cada vez que tocaba
algo sentía lo mismo que habían sentido las personas que
habían tocado ese objeto antes que yo y la felicidad no es lo
que soporta bien el paso del tiempo, pero el odio sí. Todas las
emociones negativas se quedan ancladas en objetos, en las
almas. Antes de que la tía me regalara los guantes lo sentía
todo y ¿ves está casa? Ninguno de estos objetos me hace sentir
mal. Es mi lugar seguro y estoy segura de que sin que yo te
dijera algo fuiste tú la que lo hizo posible. Oh, también por ti
he sufrido tres meses suspirando y pensando en Kirian, pero
todo el mundo ha pasado por eso por lo menos una vez en su
vida. Estoy bien, mamá.
Había mucho más que decir, pero la manera en la que me
estaba mirando mi madre era extraña.
—¿Vamos al almuerzo? —pregunté.
Capítulo 15
Ivy
¿Casarnos?
Sabes que algo no está bien cuando recibes lo que más
deseas en el mundo y tú corres a encerrarte en el cuarto de
baño.
—¿Qué diablos pasa conmigo? —le pregunté a mi reflejo
en el espejo.
Estaba desnuda, despeinada, con la boca roja e hinchada y
necesitaba una ducha para limpiar las pruebas de lo que había
ocurrido en el dormitorio con Kirian. No me gustaba esa
sensación de humedad que se deslizaba sobre la parte interna
de mis muslos.
Me metí en la ducha sin esperar a que se calentara el agua
y esperaba salir de ahí limpia y con la mente clara.
Bueno, no pasó. De hecho, salí con más preguntas que
antes.
Kirian quería casarse conmigo para demostrarme que no se
iba, que un día iba a amarme como yo deseaba.
—¿Qué te pasa? —le pregunté una vez más al espejo.
Nada. Mi espejo era normal no como el de Blancanieves y
no me contestó así que salí del cuarto de baño. Kirian estaba
en la cama y había acaparado todas las almohadas para
apoyarse contra el cabecero. Mi sábana de algodón egipcio de
color salmón lo cubría lo justo.
Se veía muy bien en mi cama, parecía como si ese fuese su
lugar, como si al construir la casa hubiera elegido
precisamente este lugar para el dormitorio, para colocar la
cama. El lugar perfecto para que el sol entrara y acariciara su
rostro.
Se veía como un dios y solo le faltaba la barba.
—Pincha —dijo Kirian.
—¿Qué? —pregunté mirando las sábanas pensando que
había algo en la cama. Pero era imposible, mi obsesión con la
limpieza mantenía toda la casa impoluta.
Me acerqué a la cama y levanté la sábana, pero no vi nada.
—La barba, Ivy, pincha y no te va a gustar —dijo riendo
Kirian.
Ah, a eso se refería.
—Eso no lo puedes saber —murmuré pensando en ello,
pensando tanto que un cosquilleo interesante recorrió mi
entrepierna.
—Voy a dejarla crecer, pero solo si vienes aquí y me
cuentas por qué has salido corriendo.
—Entonces me moriré sin saber si me gusta o no por qué,
Kirian, no tengo ni maldita idea de lo que me hizo correr —
admití subiéndome a la cama.
—¿No lo sabes? —gruñó.
Envolví mi brazo alrededor de su cuello y me ajusté a su
gran cuerpo, diciendo: —Te he dicho que algo no está bien
conmigo. No hay otra explicación, piénsalo: me enfado si me
dices que no me amas, me enfado si dices que quieres casarte
conmigo. ¿Quién diablos sabe qué está pasando en mi cabeza?
Kirian deslizó las manos sobre mi cadera, murmurando: —
Entonces, vamos a averiguarlo juntos.
Y ya. Como si esas fueran palabras mágicas mi ansiedad
desapareció. Sí, era ansiedad y era otra de las cosas que había
conseguido esconder todos estos años. Era la presión en el
pecho, era el nudo en la garganta, el dolor de cabeza, el miedo
a fallar en todo y a todos.
—Ok —susurré.
—Ok —repitió Kirian.
Nos miramos y me sentía tan bien sin esa pesadez en el
pecho que me eché a reír.
—Nos vamos a casar —dije.
—Ese es el plan, sí. —Kirian sonrió.
Apoyé la cabeza en su pecho y dije: —Nunca soné con
casarme, ¿sabes? Ni siquiera cuando era una niña pequeña y
Ela me obligaba a jugar a las bodas. O sea, quería y a veces
pensaba en enamorarme y pasar el resto de mi vida con el
hombre perfecto, pero nunca tuve muchas esperanzas. Y ahora
no sé qué quiero. ¿Una boda grande? Obvio, mi familia es
grande y no pueden faltar. ¿Y tu familia?
Intenté recordar qué había leído sobre su familia, pero no
pude recordarlo. Que extraño. Ah…
—Solo tengo a la abuela —respondió.
Recordaba a la señora Murphy, pero había algo que no me
cuadraba.
Kirian suspiró.
—Mi madre se enamoró a los dieciséis y estaba tan
enamorada que olvidó que no quería tener hijos, que no quería
pasar a su primogénita la maldición de la magia que era como
solía llamarla. No quiso interrumpir el embarazo porque era
algo impensable para ella y por eso me dio en adopción, su
prima hermana y su marido me criaron como si fuera suyo
hasta que fallecieron en un accidente hace cinco años. Bryn
fue mi madre y lo sabía, aunque todos me lo ocultaron. Me
contaron sobre la magia, sobre todo lo que podía hacer, pero
era tanto trabajo, tanto poder y demasiada responsabilidad para
mí y decidí ignorar esa parte de mí.
Al parecer teníamos más en común de lo que pensaba.
—Y, bruja, no cambiaré de opinión por nada en el mundo,
pero tienes que saber que nuestro primer hijo o hija va a
heredar la magia —continuó él.
—¿Y eso debería asustarme? Mi habilidad no fue
heredada, nadie en mi familia, oh, bueno, está la tía Ayala,
pero no somos familiares de sangre y entonces… ¿sabes qué?
Vamos a dejarlo en que no me importa. Tendremos hijos, con
magia o sin magia, y los amaremos con todo nuestro corazón.
Yo quiero tres, ¿y tú? —pregunté.
—Dos, pero estoy abierto a negociaciones.
Ya me imaginaba que sí.
Había algo que se me olvidaba, algo de lo que deberíamos
discutir, pero, maldita sea, si podía recordar lo qué era. Me
encogí de hombros y cerré los ojos, la siesta que me tomé en el
coche no fue suficiente.
Sin embargo, en cuanto cerré los ojos escuché el rugido del
estómago de Kirian.
Suspirando levanté la cabeza de su pecho.
—Debería prepárate algo de comer, ¿no? —dije.
—No. Yo voy a preparar algo y tú vas a dormir —declaró
Kirian besando mi nariz.
Luego se puso de pie, desnudo lo que mantuvo mi atención
hasta que lo vi acercarse a la puerta con la intención de salir, y
dije: —¿No te vas a vestir?
—¿Esperas visitas? —me preguntó y sacudí la cabeza.
Entonces, él salió al pasillo.
Ok.
Eso era nuevo, extraño y no sabía si estaba cómoda con
eso o no. Sin embargo, después de pasarme por el cuarto de
baño y ponerme una camiseta larga y bragas me fui a la cocina
y encontré a Kirian vestido con sus vaqueros.
Me di cuenta de que no tenía un problema con la desnudez,
excepto cuando envolvía comida y se lo dije. Kirian me miró.
—Recuerdas donde tenía mi boca hace media hora y donde
la tenías tú, ¿verdad, bruja? —dijo.
¿Cómo podía olvidarlo? Lo tenía grabado en la mente y mi
cuerpo también lo había registrado. Estaba más que preparada
para repetirlo, pero no era el momento. Necesitaba algo más
que placer, necesitaba también comida ya que en el almuerzo
lo único que hice fue fingir comer.
—¿Qué decías que ibas a preparar de comer? —pregunté.
—Sándwich de queso fundido —dijo Kirian y gracias a
Dios que se dio la vuelta y no vio mi cara de asco.
No podía comer eso ni siquiera si me estuviera muriendo
de hambre.
—¿Kirian? —murmuré y esperé hasta que se diera la
vuelta para continuar—. Ya sabes que tengo una gran familia,
o sea, un montón de primos que fueron mi alegría durante mi
infancia.
—Ok. —Kirian asintió.
—También fueron mi tortura. Gastar bromas a los mayores
era nuestro pasatiempo favorito en los almuerzos de los
sábados, pero a veces, cuando recibíamos un castigo duro par
alguna travesura y no podíamos hacer de las nuestras, la
víctima era uno de los niños. Y cuando me tocó a mí el
incidente, que no quiero recordar, me dejó con traumas. O sea,
sándwich de queso no. Nunca, ni el sabor, ni el olor, ni el
nombre. Excepto si quieres verme correr al cuarto de baño y
vomitar.
—Entendido —dijo él sonriendo y caminando hacia mí.
Puso los brazos a mi alrededor y me abrazó fuerte.
—No fue tan malo, ¿sabes? Pero no puedo —susurré con
los ojos cerrados.
—Nena, está bien. De hecho, me alegro saber que hay algo
que te puede molestar. Empezaba a preocuparme que fueras
invencible, ya sabes, después de tanto hablar de asesinatos.
Asentí y Kirian besó mi coronilla antes de soltarme y
volver a la encimera donde estaban los ingredientes. Los
recogió y volvió a guardarlo todo en el frigorífico de dónde
sacó unos huevos.
Juntos preparamos un desayuno para cenar, obvio, tenía
comida fresca y congelada. Mi familia era rica, pero no
éramos idiotas y la comida no se tiraba. Al final de los
almuerzos siempre sobraba comida y nos la compartíamos
entre todos.
Porque algunos no querían cocinar, o sea, yo. O no sabían,
o preferían pasar el tiempo haciendo otra cosa que no era
cocinar. Total, tenía el congelador lleno de comida que solo
necesitaba unos minutos en el horno.
Pero no se lo dije a Kirian. Me gustaba verlo moverse en
mi cocina y hablar conmigo, aunque mi parte favorita es
cuando me preguntaba si me gustaba eso u otro.
Era verdad, él quería conocerme mejor.
Y en ese momento todas mis dudas volaron por la ventana
y entendí que ya había llegado mi hombre perfecto, mi tiempo
para ser feliz.
***
El domingo lo pasamos en mi casa, en mi cama y solo
salimos para ir al hotel de Kirian y recoger sus cosas. Me miró
mal cuando le propuse enviar a alguien a recogerlas y dijo algo
sobre que nadie tocaba su ropa interior.
Hombres…
Nos separamos solo cuando él recibió una llamada a la que
contestó cuando salió de la cocina. Y eso era una bandera roja
que como tonta ignoré.
Nos íbamos a casar, ¿qué podía ir mal? No podía
engañarme, lo sabría. Él era mi caballero oscuro, mi protector.
El lunes me fui a trabajar y Kirian dijo que iba a quedarse
a descansar, total, él estaba de vacaciones. Lo dejé en la cama
y es donde esperaba encontrarlo dos horas después cuando
volví.
Había dado dos pasos en la sala de mando y la mirada de
mi madre me congeló en el lugar. Me dijo que tenía el día
libre, de hecho, tenía toda la semana libre y por una vez estuve
de acuerdo con mi madre, tanto que caminé hasta ella y le di
un beso en la mejilla.
Tyler rio por lo bajo.
Vladimir murmuró: —Mujeres—. Y puso los ojos en
blanco. Por eso y porque era feliz y quería molestarlo fui y le
di a él también un beso.
Me gustaba mi trabajo, pero ahora mismo me gustaba más
Kirian y la idea de pasar otro día en casa con él.
Pero Kirian no estaba en casa como dijo y no contestó al
teléfono. Lo tenía apagado.
Lo esperé, preparé el almuerzo y comí sola porque él no
llegó. Eran las cinco de la tarde cuando escuché la puerta
abrirse. Sí, le había dado el código de acceso de las puertas
porque confiaba ciegamente en él.
Y cuando entró en el salón con su ramo de lirios en las
manos y me sonrió, de nuevo, ignoré las banderas rojas.
Había salido a pasear dijo. Vio las flores y pensó en mí.
Vio la pulsera de oro blanco y zafiros rojos y pensó en mí. Me
vio a mí y no pudo aguantar las ganas de llevarme a la cama y
hacerme el amor.
El martes vino y pasó. Salimos a cenar.
El resto de la semana igual y el sábado por la mañana nos
preparamos para acudir al almuerzo. Tenía tantas ganas de ir y
presentar oficialmente a Kirian. Y de anunciar nuestro
compromiso.
Me lo había pedido el jueves por la noche mientras
estábamos tumbados en una manta en mi jardín mirando las
estrellas. El anillo de oro y diamantes pesaba mucho en mi
dedo e iba a ser un problema porque no podía enseñarlo, no sin
quitarme los guantes.
Podía ponérmelo sobre los guantes, pero me gustaba la
sensación sobre mi dedo desnudo. Y esa noche cuando estaba
a punto de dormir me pregunté cómo lo había conseguido
porque no sentía nada extraño al tocarlo.
No pregunté.
Debería haberlo hecho.
Kirian se ganó a toda mi familia, mi padre, mis hermanos.
Todos cayeron, incluso mi madre. Nadie lo vio por lo que
verdaderamente era.
Y por eso los planes de boda siguieron adelante. Yo estaba
ciega de felicidad y con el dinero de la familia nada era
imposible, ni siquiera organizar una boda en diez días. El día
antes Kirian desapareció una vez más diciendo que era el
momento de pasar tiempo con mi familia y que me vería el día
siguiente.
Quería hacer el día de nuestra boda especial. O eso
pensaba yo.
∞∞∞
—Son los nervios —dijo mi madre viendo cómo me estaba
frotando las manos.
Los guantes blancos eran bonitos, de seda suave, pero me
daban un picor insoportable y eso era algo nuevo. Mi vestido
de novia era igual de suave, ligero y bonito. No quería un
vestido de princesa, quería algo sencillo y era lo que había
escogido.
Era un vestido de diosa y me sentaba increíblemente bien.
Era una novia muy guapa y sí, podía decirlo porque
necesitaba todo el ánimo del mundo. Algo no estaba bien.
¿Conmigo? No lo sabía.
¿Era una premonición? ¿Eran los nervios? ¿Eran las
dudas?
Mi vida estaba a punto de cambiar. Para siempre. Obvio,
era lo que quería. A Kirian a mi lado. Era bueno, guapo y nos
llevábamos muy bien. Me escuchaba, me miraba como si yo
fuese su mundo entero.
Lo amaba.
Sin embargo, mi vida iba a cambiar. Él no podía dejar a su
abuela sola y lo entendía, por eso decidí mudarme a Irlanda
con él. La familia no estará muy encantada, pero teníamos una
maldita fábrica de aviones.
Podían coger uno y venir a verme, o enviar uno a
recogerme ya que no pensaba faltar a más de un almuerzo
semanal. Y el trabajo podía hacerlo desde ahí, total, podía
estar detrás de la pantalla de un ordenador en cualquier parte
del mundo.
Además, ya había perdido la esperanza de ser y hacer lo
mismo que mi madre. Ella nunca me lo permitiría, no mientras
trabajara para ella y trabajar para otros no era una opción.
—Nervios dices —murmuré.
—Sí, y es normal. Yo también me pongo nerviosa en las
bodas por lo que ocurrió en la mía. No me relajo hasta ver a la
pareja casada y compartiendo su primer beso.
Lo que ocurrió en la boda de mis padres fue que una mujer
loca disparó a mi padre. Sobrevivió y el resto es historia.
Esperaba no vivir la misma experiencia en el día de mi
boda porque algo iba a ocurrir. Era el instinto, era un
presentimiento, Dios sabía lo que era, pero estaba segura de
que este día no iba a acabar bien.
—El novio ya ha llegado —dijo mi padre entrando en la
habitación que había sido mi dormitorio durante toda mi vida.
¿Por qué tenía tantas ganas de llorar?
Le sonreí a mi padre y fingí no ver las lágrimas brillando
en sus ojos.
Poco después, los dos sonriendo, bajamos al jardín donde
se iba a celebrar la boda. En el pasillo de la planta baja que
llevaba a la biblioteca las paredes estaban decorados con las
fotos de las bodas que habían tenido lugar en esta casa.
Mi foto era la última que tenía un sitio ahí, luego Ela
tendría que buscar otro pasillo donde seguir con su colección y
era perfecto ya que su foto iba a ser la primera.
Sí. Ela se iba a casar con Dean. No estaba sorprendida, ni
yo ni nadie.
El matrimonio era solo un papel, lo que consolidaba una
pareja era el amor y de eso había más que suficiente en mi
vida y en la de mi hermana.
Era bonito que las dos habíamos encontrado el amor al
mismo tiempo, para nosotros, para mis padres no. Mi padre
llevaba días diciendo que no estaba preparado para entregar a
sus hijas.
En cuanto vi a Kirian esperarme junto al altar dejé de
pensar en todo lo demás y le sonreí. Incluso aceleré el paso
haciendo reír a mi padre.
Mi prometido sonrió también, aunque sus ojos se veían
extraños, pero fue al coger mi mano cuando la sentí. La
frialdad empezó ahí donde nuestras manos se tocaban, subió
por mi brazo y se deslizó hasta mi corazón.
Helada me quedé.
No sabía qué iba a pasar, pero sabía que no era bueno.
Eran lágrimas, era sufrimiento y dolor.
¡Maldita sea!
¿Por qué?
¿Qué había hecho para merecer algo así?
Y mientras el sacerdote hablaba sobre amor y la santa
unión de un hombre y una mujer yo pensaba en otras cosas.
Por ejemplo, ¿por qué me casaba un sacerdote si yo no creía
en su Dios? También me preguntaba por qué había aceptado la
propuesta de matrimonio de Kirian y si eso era lo que iba a
traerme dolor y sufrimiento.
Volví a la realidad cuando escuché la pregunta: — Ivy,
¿quieres recibir a Kirian como tu esposo y prometerle serle fiel
en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, y
así amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?
Dije sí y el sacerdote me sonrió, luego miró a mi
prometido.
—Kirian, ¿quieres recibir a Ivy, como tu esposa, y
prometerle serle fiel en las buenas y en las malas, en la salud y
en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de tu
vida?
Escuché la palabra en mi cabeza antes de que resonara alto
y claro para que todos pudieran oírla también. Esos breves
momentos que tuve para prepararme no fueron suficientes.
Un segundo no es suficiente para sentir romperse tu
corazón, para intentar recomponerlo lo más rápido posible y
no echarte a llorar delante de toda la familia. Y lo más
importante, para no mostrarle a él que había conseguido
destruirme con esa palabra de dos letras.
—No.
Capítulo 18
Ivy
∞∞∞
Siete días pasaron desde que Kirian me abandonó frente al
altar. Pensarías que estaría encerrada en mi habitación llorando
y sufriendo. Pensarías mal. Estaba en todos los lugares excepto
mi hogar que se había convertido en un calabazo.
Cada vez que cerraba los ojos, cada vez que me quedaba
dormida llegaban los sueños. Eran buenos, del pasado, de lo
felices que fuimos Kirian y yo en otras vidas. Buenos, de lo
que vivimos juntos en esta.
Eran malos, del presente, de lo que estaba sufriendo
Kirian. Que sí, que el idiota se arrepentía, que me echaba de
menos, que sufría por haberme hecho daño.
¿En serio?
Mi caballero oscuro invadía mis sueños con sus disculpas,
sus peticiones de perdón y de segundas oportunidades. Pero
no, yo no quería saber nada de él y por eso estaba trabajando.
No con mi madre, estaba trabajando en mí. Investigando
sobre mi habilidad, aunque tengo que decir que ni todas esas
noches sin dormir me había servido de mucho. Lo mío no
estaba en los libros.
Bruja no era, ya había hablado con la mujer que contrató la
tía para protegerme y no. No era una bruja, podía serlo si
quería ya que tenía las habilidades necesarias, pero no estaba
en mi sangre.
No sabía qué era, ni hada, ni nada por el estilo.
Lo único que era claro era que estaba muy enfadada.
Intentaba descubrir algo sobre mí y ese idiota no paraba. Y sí,
era a propósito. No había usado sus poderes de hechicero para
salvar a su madre, pero las usaba ahora para torturarme a mí.
Esto debía parar ya.
El problema era que nadie sabía cómo pararlo. La bruja
dijo que nuestra conexión era tan fuerte que ni la muerte podía
romperla, que estábamos predestinados a reencontrarnos en
cada vida hasta el fin del mundo.
Que nada podía romper la conexión.
Ya.
—¿Estás segura de que todo esto es necesario? —preguntó
Tyler.
Cerrando la puerta del coche miré a los hombres que nos
acompañaban. Altos, fuertes, vestidos de traje y armados hasta
los dientes. ¿Por qué? ¿Tenía miedo a algo, tal vez a la señora
Murphy? No, me tenía a miedo a mí y a lo que sentía por ese
cabrón de Kirian.
No estaba segura de poder controlarme al verlo. Podía
correr y abrazarlo o sacar el arma y matarlo. Y no, ninguna de
las dos opciones era aceptable y por eso los hombres, mis
compañeros, tenían instrucciones claras.
No tuve que llamar a la puerta de la señora, ella misma
abrió y salió caminando despacio, apoyándose en su bastón.
—Has vuelto —me dijo sonriendo.
—He vuelto para que me digas como deshacerme de su
nieto, señora Murphy.
Su sonrisa se hizo más grande.
—Eso es imposible y tú lo sabes —dijo mirando mi
abdomen de una manera que me preocupó tanto que me puse a
hacer cálculos.
No, todo estaba en regla. Quedaban tres días para la fecha
prevista de mi siguiente menstruación y nunca fallaba, era
mejor que un reloj suizo. Además, habíamos tomado
precauciones.
Era tonta, pero no tan tonta.
—Lo que usted piensa también es imposible —dije.
—Ya lo veremos, ¿no? —Sonrió y empezaba a irritarme su
alegría.
—¿Me va a ayudar o no? —espeté.
—No. Cometí un error al entregarle a mi nieto los diarios
de su madre que es lo que le llevó a abandonarla el día de su
boda.
Ah, entonces es así cómo había averiguado Kirian sobre su
madre y la manera en la que ella había intentado contactarme.
Bueno, tampoco es que importara mucho.
—Fue un idiota impulsivo, pero ya se arrepiente y sé que
le dará otra oportunidad. Lo sé —continuó la señora Murphy.
Respiré profundamente cuando noté un escalofrió a través
de mi columna y giré la cabeza hacia la derecha. Kirian venía
caminando por el camino de piedras, saludando a los vecinos
con una sonrisa en los labios.
Era más idiota de lo que pensaba si creía que una sonrisa o
ese ramo de pequeñas flores moradas iban a conseguir mi
perdón.
¡Que se joda!
—Y yo sé que tenía mi corazón en sus manos y lo tiró al
suelo, luego lo destrozó bajo la suela de sus zapatos y por eso
no hay perdón —declaré.
Me di la vuelta y me encaminé hacia el coche. Kirian
estaba a unos metros y solo necesitaba dar unos pocos pasos
para alcanzarme que era su intención, pero yo había venido
preparada.
Paul y Fergie se pusieron delante de él mientras Tyler me
abría la puerta del coche, aunque era algo que yo pudiera
hacer. No subí porque Kirian me llamó por mi nombre y lo
miré. Lo vi por encima del hombro de Paul.
Cerré los ojos y recordé el peor de los casos de mi madre,
un padre de familia que había hecho cosas tan horribles que
tuve pesadillas durante meses. Pensé en ese hombre, en todo el
odio que sentía hacia él y abrí los ojos dejando ver a Kirian lo
que reflejaban.
Odio.
—Lo siento —dijo.
—Ya. Yo también —murmuré.
Eso fue todo. Subí al coche y bloqueé las puertas. Luego
esperé a los hombres y nos marchamos sin echar otro vistazo a
Kirian. ¿Para qué alargar el sufrimiento?
Y pensaba que estaba a salvo, pero al salir del pueblo noté
que Tyler desaceleraba y maldecía. La camioneta de Kirian
estaba en el medio de la carretera impidiendo el paso.
—¿Estás segura de que no quieres darle otra oportunidad?
—me preguntó Tyler.
—Sí, pero si cambio de opinión tienes que prometerme
que me vas a disparar. Solo una tonta perdonaría lo que él
hizo. ¿Y piensa que con un ramo de flores y un lo siento todo
va a estar como antes? ¿Pero estamos locos o qué? —espeté.
En cuanto vi a Paul bajar del coche hice lo mismo y me
apresuré hacia Kirian.
—¡No! ¿Entiendes? No. Tú y yo no. Nunca más. Te
perdoné el todavía no, acepté casarme contigo sabiendo que no
me amabas como yo quería, pero lo que hiciste no tiene
perdón, Kirian. Me culpaste a mí de la muerte de tu madre, me
humillaste frente a mi familia, descartaste mi amor como si
fuera un par de zapatos rotos. Nunca, ¿ok?
Su rostro se endureció con cada palabra y mi corazón dolía
por él. ¿Quién era el tonto ahora? Y di un paso hacia él, pero
Paul sabía cumplir órdenes y me lo impidió. Me recordó que
eso no era lo que mi cerebro quería.
—He leído los diarios —empezó Kirian.
Yo no. Había hojeado alguno, pero sabía que mi madre
había guardado el más duro, el que contenía los detales
horribles sobre la vida de Bryn.
—No me importa. La culpa de su muerte la tiene el
hombre que la mató. No tú por no usar la magia, no yo por no
prestar atención a todo lo que aparece o no en los sueños.
¿Podríamos haberla salvado? No lo sabemos y nunca lo
sabremos. Pensar en ello no ayuda a nadie y a Bryn mucho
menos así que déjalo estar. Dejame seguir con mi vida y tal
vez, solo tal vez, antes de morir encontraré la manera de
perdonarte para poder darte otra oportunidad en la siguiente
vida.
—¿Y si te prometo…?
Kirian no terminó su pregunta. El puñetazo que le dio
Tyler lo empujó hacia la camioneta con tanta fuerza que estaba
segura de que había doblado el metal.
—El tiempo de las promesas ha terminado. Las mujeres
deben ser amadas, protegidas y nunca lastimadas —gruñó
Tyler.
Bueno.
¿Dolía verlo golpeado? Un poco, era solo un puñetazo y él
era fuerte, podía con eso y con más.
Y no, Kirian no se defendió y no le devolvió el golpe a
Tyler lo que fue muy extraño, pero elegí no saber lo que estaba
pensando así que di la vuelta y volví al coche. En menos de
dos minutos Kirian quitó su camioneta y pudimos seguir con
nuestro camino.
El fin.
Ya.
De nuevo pensaba que era el fin. No había conseguido
echarlo de mis sueños, pero esperaba que mis palabras le
hicieran entender que ya no había posibilidad de
reconciliación.
El fin. Por fin.
Capítulo 19
Kirian
∞∞∞
Ava
∞∞∞
Eva
∞∞∞
Zayna
Fin
Agradecimientos
Esta parte es muy especial para mí porque aquí es donde
expreso mi gratitud para las personas que me apoyan cada día.
Si me preguntas voy a decir que no necesito a nadie, pero cada
vez que me siento sin ánimos todo lo que tengo que hacer es
subir una historia a Instagram o enviar un mensaje y listo.
Siempre hay alguien ahí para animarme, para ayudarme con
mis dudas y hacer captura de pantalla con los errores de mis
libros.
Mil, mil, mil gracias a Euli, Ramona, Mirna, Paola, Laura,
Nicole Marie, Daisy, MaryCielo, Elena, Ela, Flora, Taty,
LecturasdeCarito, Auri, Rousse, Fatima (sus reseñas son
maravillosas), Karlita, María, Suyi, Janette, Jasminia, Bego,
Vanessa, Daniela M.C, Uranga, Vanesa, Marisol, Fabiola,
Yaima, Julia, Roxana.
Si olvidé nombrarte puedes regañarme.
*Lista libros
Serie Encontrar la felicidad
1.Felices para siempre
2.Mia
3.Sueño de felicidad
4.Ayala
5.El cuento de Evie
6.Simplemente Eva
Sin serie
1.Cumplir un sueño
Serie El Pacto
1.El hombre perfecto (Olivia y Colin)
2.El hombre inesperado (Ian y Samantha)
3.El hombre soñado (Liz y Ryder)
4.El hombre ideal (Sarah y Max)
5.El hombre insuperable (Iris y Kevin)
Serie Novias
1.Perdida
2. Desesperada
3. Liberada
4. Protegida
5.Ilusionada
Serie La Isla(fantasía)
1. Espérame
2. Sígueme
3. Protégeme
Serie ¿Felicidad? No, gracias (a continuación de
Encontrar la felicidad)
1. Avy
2. Aiden
3. Asher
4. Zaid
5. Una esposa para Z
6. Ivo
7. Ivy
8. Próximamente Zayna
Libros en esta serie
¿Felicidad? No, gracias
Después de Encontrar la felicidad llega el turno de los hijos a
buscar su felices para siempre.
Avy
Aiden
Asher
Keira es una mujer joven llena de inseguridades y de miedos
infundados, pero también estaría dispuesta hacer lo que fuese
por conseguir lo que ella considera que le pertenece, y eso
tenía un nombre. Asher.
Asher es un buen hombre, digno hijo de su padre James. Es
rico, guapo y disfruta de la vida y los placeres que le
proporcionaba ser como es…
Su vida es tranquila hasta que Keira entra en ella y pone su
mundo patas arriba.
Él tiene que decidir entre hacer lo que considera que es lo
correcto y bueno para la felicidad de su familia o su propia
felicidad.
Ella tiene que averiguar qué es lo que de verdad desea, lo peor
es que paga un precio muy alto por descubrirlo.
Todo se resume a un engaño, una mala decisión, a no
reaccionar a tiempo, a la intervención de la familia, a un
peligro insospechado…
¿Tendrán su final feliz Keira y Asher? Quizá con un poco de
ayuda lo logren…
Descúbrelo leyendo su historia…
Zaid
Ivo