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Ivy

Eva Alexander
A Daisy Piñeiro,
Sin importar los errores que cometa ya sean grandes o chiquitos, siempre
está ahí para mí y me siento muy orgullosa y feliz de decir que en ella no
sólo tengo a mi mamá sino a mi mejor amiga.
Nicole
Contenido

Página del título


Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
Libros en esta serie
Capítulo 1
Ivy

La oscuridad me gustaba.
La lluvia me gustaba.
La soledad me gustaba.
Lo que no me gustaba era encontrarme en medio de la
nada con el coche en una zanja y sin señal en el teléfono
móvil.
—Irrompible, inmejorable y una mierda —espeté abriendo
la puerta del coche y bajando—. ¡Maldita sea mi suerte! —
grité inmediatamente al sentir mis pies hundiéndose en el
barro.
Este no era mi día, no era mi noche ya que entre una cosa y
otra ya se me había hecho tarde.
Miré hacia mis preciosas botas de cuero y di gracias a Dios
por verlas en el escaparate y enamorarme tanto como para
pagar el precio exorbitante que pedían por ellas. Eran únicas,
cosidas a mano y no sé qué más, pero lo único que deberían
haber dicho era que son a prueba de barro.
Caminé a la parte trasera del coche y abrí el maletero.
Tenía una pequeña maleta con ropa y todo lo que necesita una
mujer para un viaje de dos días y una mochila con lo necesario
para hacer mi trabajo.
Si tenía que abandonar el coche en una carretera perdida
era más seguro dejar atrás la maleta. Podía vivir sin ropa
limpia, pero mis vaqueros, camiseta de manga larga y
chaqueta de cuero no iban a protegerme mucho del frío y de la
lluvia.
Abrí la maleta, cogí un jersey y me lo puse rápidamente.
Luego busqué en la bolsa de las botas porque la vendedora me
había regalado un chubasquero con la compra. Me pareció
hilarante, después de pagar más o menos tres mil dólares por
un par de botas van y te regalan un chubasquero de único uso
de color amarillo.
Cogí la mochila, me la puse a la espalda y después de
luchar un poco con el chubasquero conseguí ponérmelo
también. Ya, al menos, mis instrumentos de trabajo estarían
secos si los necesitara. Esperaba que no.
Cerré el coche y seguí el camino que debía hacerlo
conduciendo. No sabía a dónde iba a llegar o sí iba a llegar. La
lluvia caía, no veía más allá de un metro enfrente, pero
recordaba haber visto en el mapa que estaba a poca distancia
de un pequeño establecimiento.
Podría conseguir un coche ahí. Robar, comprar, pedir
prestado. Iba a conseguirlo y llevar a cabo la tarea que me
habían encargado. No era tan difícil, no debería haberlo sido,
pero solo Dios sabía por qué se había truncado la situación.
Esta mañana el pronóstico del tiempo no decía nada de
lluvia y tormentas. Los teléfonos móviles nunca perdían la
señal. Por Dios, funcionaban a veinte pisos bajo tierra y aquí
no. Tal vez había algo de especial en este pequeño pueblo de
Irlanda.
—Especial —murmuré para mí misma.
Caminé con cuidado pensando en cómo explicarle la
situación a mi madre y a mis compañeros. Jesús, la bronca que
me iba a echar mi madre y las bromas que me tocaría aguantar
por lo menos un par de semanas eran algo que no estaba
dispuesta a sufrir.
Total, si yo no decía nada ellos no podían saber que la
había jodido. Si yo no tenía señal ellos tampoco.
Era una mujer dura, corría una hora cada mañana, iba al
gimnasio cada día, entrenaba con Tyler o con alguno de los
chicos. Sin embargo, tras media hora de caminar sentía que
había llegado al final de mis fuerzas.
Sentía algo y ese algo no era bueno. Una presión el pecho,
una pesadez en las piernas como si tuviera botas de cemento.
Sentía miedo al aire que me rodeaba como si tuviera el poder
de ahogarme.
Era raro, más que raro.
Pero yo también lo era así que se pueden ir a dar un paseo.
Algo no me quería aquí y lo entendía, pero se tenía que
aguantar. Tenía que hacer un pequeño recado y solo me
tomaría un minuto. Luego podía volver a mi país, a mi casa y a
mi cama.
Lo que ellos, quien sea que fueran ellos, no sabían era que
yo también era rara. Tan rara que ni siquiera yo entendía los
límites de mi rareza. Podría haberlos averiguado, pero estaba
tan decidida de ser normal que me negaba a admitir que algo
no estaba bien. Que yo no estaba bien.
Aunque, tengo que ser honesta aquí y confesar que me
aprovechaba de los dones de mi rareza. Bueno, dones era
mucho decir. Podría decir que era una intuición super
desarrollada, un séptimo sentido extrafuerte.
Sí, no tenía ningún problema en mentirme subestimando lo
que podía hacer. Mientras tanto a lo lejos vislumbré una luz y
me preparé porque sentía que iba a necesitar esta intuición mía
muy especial.
Me fui acercando a la luz y pude comprobar que eran más
de una. Eran varias casas, algunas ventanas iluminadas,
algunas chimeneas encendidas que me dieron una envidia de
las malas.
Me di cuenta de que estaba a salvo, esta era lo que ellos
llamaban el centro del pueblo con su bar, su tienda y la
consulta del médico que venía dos veces al mes. A salvo, pero
lejos de mi destino.
Verás, había hecho mi tarea antes de venir. Sabía dónde
podía encontrar mi objetivo, donde podía esconderme o donde
pedir ayuda. Aunque, por primera vez desde que trabajaba
para mi madre, no tenía a nadie que me cubriera las espaldas.
Ni siquiera tenía a nadie que pudiera venir en diez, veinte o
sesenta minutos. No había nadie en esta parte del mundo para
ayudarme.
Estaba sola porque esto debía ser algo fácil, algo que
pudiera hacer cualquier persona. En teoría, pero en la práctica
era totalmente el contrario.
Algo iba a ocurrir aquí y no era bueno.
Lo lógico hubiera sido dar la vuelta y volver al coche,
esperar a que pasara la tormenta y pedir ayuda. Oh, pero la ira
de mi madre o su decepción no era algo que quisiera afrontar
así que tomé la decisión de seguir adelante.
Ya pagaría más tarde por mis errores.
Me detuve frente al bar que tenía las luces medio
apagadas, pero el cartel en la puerta decía que estaban abiertos
así que entré.
El ruido de la campanilla me dio la bienvenida, el calor
también así que segura de que estaba haciendo lo correcto
avancé mientras comprobaba el interior.
Ni pequeño ni grande. Olía bien, a patatas fritas y cerveza.
Las mesas alineadas a lo largo de las paredes estaban vacías, ni
un cliente, ni un vaso o una botella de cerveza encima.
En el centro había un pequeño pódium con un micrófono y
dos sillas. Entretenimiento en vivo, no estaba mal para un
pueblo de mil doscientos treinta y cuatro habitantes.
A mi derecha estaba el bar con su barra de madera
envejecida, con sus sillas altas, con su estantería llena de
botellas de diferentes colores y tamaños. Treinta y dos
grandes, doce medianas y siete pequeñas. La mayoría eran de
whisky, el resto gin y rom.
Empecé a contarlas justo cuando escuché su voz.
Lo había notado, de hecho, fue lo primero que vi cuando
entré, pero mi radar de peligro no había sonado así que lo dejé
para el final.
Error.
Su voz me llegó, entró por los oídos y se esparció por todo
mi cuerpo decidiéndose al final por asentarse en la boca de mi
estómago donde despertó a las mariposas.
Ya sabes, esas mariposas que dicen que se sienten cuando
conoces a la persona perfecta.
Pues, vaya mierda. Yo no quería conocerla y mucho menos
en un pueblo perdido en la nada. No, me negaba. El amor se
podía ir a la mierda, yo no lo quería y mucho menos cuando
venía con ese pedazo de hombre.
Tenía tatuajes en los brazos que estaban expuestos por una
camiseta de manga corta. Unos brazos muy musculosos. Una
ancha espalda, un pecho musculoso, todo él era muy
musculoso.
Tenía el pelo oscuro demasiado largo. No mucho como
para ponerlo en una cola de caballo (algo que no me gustaba ni
un poco), pero suficiente como para enroscarse alrededor de su
cuello y deslizarse hacia desde su cara.
Era tan rudo, tan inmensamente atractivo.
Era mi tipo de hombre. En teoría, ¿vale? Porque podría ir a
por un tipo así, por una noche o incluso dos, pero el peligro
emanaba de sus poros, y yo no era tan estúpida como para ir
allí.
Por peligro me refiero a perder la cabeza y el corazón por
él. Pero también, el tipo de hombre que tenía tantos secretos
detrás de sus ojos y en su armario que podrían hacerme perder
la vida.
Entonces, no, gracias, el tío caliente no era de ninguna
manera para mí.
Él estaba detrás de la barra, con los codos apoyados sobre
la barra, mirándome y tenía algo: un carisma, un magnetismo
que me hizo reconsiderar mi decisión de no ir allí.
—Estamos cerrados —la voz profunda y áspera repitió
extrañamente.
Y cometí otro error. Lo miré directamente a la cara.
Como dije, era carismático, magnético y atractivo, pero
esos ojos oscuros con líneas de risa que emanaban de los
costados, su fuerte estructura ósea y su intensidad dirigida a
mí, tenía que admitirlo, era más que carismático, magnético y
atractivo. Era francamente electrizante.
Ojos negros, cabello negro.
El caballero oscuro.
Oh, estaba tan jodida.
Verás, yo era rara. Lo sabía desde que fui capaz de saber
que mi nombre era Ivy Diaz. Mi rareza iba y venía, cambiaba
de un año a otro, pero había algo que nunca cambiaba.
ÉL.
Él apareció en un sueño cuando tenía cinco años. Mejor
dicho, en una pesadilla. Era de noche y estaba con mi madre,
pero ella no podía verme y estaba trabajando. Por trabajar
quiero decir que estaba entrando en un edificio con un arma en
la mano y sus hombres detrás, a la izquierda, a la derecha y
arriba cubriéndola.
Pero fallaron. En mi pesadilla mi madre moría.
Me desperté, o eso creía yo en ese momento, y una voz me
susurró lo que debía hacer. Llamar a mi madre y advertirla.
Me desperté de verdad, gritando y llorando, y cuando mi
padre llegó corriendo le dije que quería a mamá. Ella no estaba
en casa, pero mi padre la llamó.
Vino enseguida. Mi madre se salvó.
Fue la primera vez, pero no la última. Esa voz continuó
apareciendo en mi mente, dormida o despierta, y un día
incluso la vi. Fue en otro sueño y era exactamente el hombre
que me estaba mirando con el ceño fruncido en este momento.
Podría sentarme y pedirle explicaciones, pero ¿era tonta?
No, era una mujer lista y un poco cobarde, pero solo cuando se
refería a mi persona. Si alguien estaba en peligro saltaba a
ayudar sin pensarlo.
—Estamos cerrados. Vete —ordenó, inclinando la cabeza
hacia la puerta detrás de mí.
—Ya lo dijiste. Tres veces —le dije.
—Sí, parece que tengo que repetirme contigo. Los
estadounidenses parecen tener problemas para entender hasta
la más sencilla proposición —dijo en su voz grave.
Me insultó, ¿verdad?
Di un paso hacia la barra, las palabras en la punta de mi
lengua: —No sabes nada de mí y podría decir que no sabes
nada ni de mis compatriotas, así que espero una disculpa —
espeté.
—Espera fuera —gruñó.
Bajé la capucha de mi cabeza, me quité el chubasquero y
lo puse sobre el respaldo de una silla. Luego caminé hacia la
barra y me deslicé en uno de los taburetes.
—Necesito algo y no me iré hasta que no lo consiga —
dije.
—Nena, no te lo voy a decir de nuevo. Estamos cerrados.
Lo miré mientras empezaba a enfadarme.
Vale, podía insultarme, pero, maldita sea, era una mujer
sola, mojada en medio de la noche (bueno, eran las ocho de la
noche) y lo menos que podía hacer era ofrecerme algo caliente
de beber.
—Porque ofrecerme un café y un lugar donde secar mi
ropa es algo que tu madre no te enseñó, ¿verdad? —pregunté.
Y entonces cometí el tercer error.
Le sonreí.
Su mirada bajó a mi boca, sus ojos se oscurecieron.
¡Madre del amor hermoso!
Se inclinó sobre la barra y como estaba más pendiente de
la intensidad de su mirada no presté atención y sus dedos
cogiendo mi barbilla e inclinando mi cabeza, me tomó por
sorpresa.
Cuidado, hija, las sorpresas matan.
Las palabras de mi madre resonaron en mi cabeza, pero
estaba hipnotizada por mi Caballero Oscuro.
—Mi madre me dio la educación adecuada, nena, pero la
vida me enseñó a reconocer los problemas y tú nombre es
Gran Problema —dijo.
—De hecho, es Ivy —susurré.
¡Despierta, Ivy!
Una vez más la voz de mi madre se escuchó alto y claro en
mi mente. Y no, mi madre no tenía dones extraños ni nada
parecido. Era yo. Toda la vida he querido ser como ella.
Perfecta, dura, fría, intocable, invencible.
He vivido toda mi vida tomando en cuenta a mi madre.
¿Qué haría ella, qué diría ella? Era una costumbre algo toxica,
pero era lo que me iba bien. Me había llevado a este momento,
me había asegurado un lugar en la organización.
Era una más de ellos y perder la cabeza por unos ojos
bonitos no era una opción, ni ahora ni nunca.
Me solté inclinando la cabeza hacia atrás.
—Un café solo, por favor, e indicaciones hacia un
establecimiento donde pueda conseguir un coche de alquiler
—dije alto y claro, poniéndolo todo para sonar muy
profesional.
—Deberías saber, Ivy —murmuró, pronunciando mi
nombre por primera vez con su voz grave y profunda
haciéndolo que sonara diferente—. El café te lo puedo servir,
aunque yo debería estar en otro lugar en este momento y
alguien va a estar muy enfadado conmigo por llegar tarde,
pero no puedo ayudarte con el coche. El establecimiento más
cercano está a unos trescientos kilómetros.
Colocó una taza blanca de café sobre la barra y la empujó
hacia mí. Me mordí la lengua al darme cuenta de que quería
preguntarle qué había pasado con el platillo porque esa no era
manera de servir un café.
Sin embargo, debería resolver mis asuntos y marcharme de
allí de una vez. Además, el café olía demasiado bien como
para arruinar mis posibilidades de probarlo. El caballero
oscuro no tenía pinta de aguantar una queja.
Cogí la taza, tomé un sorbo y me quemé la lengua.
—¡Jesús Cristo! —gruñó él.
Lo miré a los ojos sabiendo muy bien que los míos estaban
nadando en lágrimas. Nos miramos durante unos momentos y
su cabreo fue reemplazado con admiración.
Pues sí, aguantaba mucho dolor y quemarme la lengua era
nada en comparación con el entrenamiento a la que me forzó
mi madre desde que tenía edad para sostener un arma en la
mano sin dispararme en el pie.
A ver, dolía, no voy a mentir, pero había mejorado mucho
mi habilidad de ocultar el dolor.
De hecho, era tan buena que ni siquiera mi madre sabía
cuándo lo sentía. Era la mejor de sus empleados y podía hacer
más que recados tontos si no fuera su hija, pero ya llegará ese
momento. Un día. Pronto.
—Si la posibilidad de alquilar un coche no existe, entonces
me gustaría comprar uno si fuera tan amable de decirme donde
podría…
—Nena. No. Hay. Nada. Aquí. Puedes tomar una cerveza,
comprar comestibles y jarabe para la tos. ¿Me entiendes o te
hago un dibujo? —me interrumpió él.
Guapo, pero grosero.
Ah, bueno, no podía ser perfecto y eso era bueno para mí.
Más fácil de resistir a la tentación.
—No hace falta, pero gracias por la oferta —dije.
Me puse de pie y después de echar un vistazo a la taza de
café (que era tan rico que podría aguantar los insultos del
hombre que la había preparado solo para probarla una vez
más) me dirigí hacia la puerta.
—Está lloviendo ahí fuera —dijo él.
—Seré una americana estúpida, pero no tanto —murmuré
empujando la puerta.
Pues no había parado de llover, pero tenía una misión y,
maldita sea, iba a llevarla a cabo.
No podía alquilar un coche, comprar tampoco así que me
quedaba solo una opción. Robar.
Oficialmente, yo no debería robar, tampoco debería saber
cómo hacerlo, pero mi tío consideraba que era una habilidad
que debería dominar. Me enseñó a escondidas de mi madre,
como me enseñó muchas otras cosas que mi madre se negaba a
enseñarme.
Verás, el tío Grant no era exactamente mi tío. Mi madre
tuvo a mi hermana Eva cuando era más joven, es una historia
muy larga, pero fueron separadas. Grant era solo un hombre
que conocía a mi madre y que luego crio y protegió a Eva
hasta que se reencontraron cuando mi hermana tenía dieciséis
años.
Grant continuó siendo uno de la familia aun cuando Eva ya
no necesitaba su protección. Se convirtió en el tío que nos
ayudaba con nuestras travesuras, que nos echaba una mano
cuando la necesitábamos.
Y él me enseñó a abrir la puerta de un coche, como
encenderla sin la llave. Bueno, también me dijo que si mi
madre me pillaba haciéndolo debería tener una buena excusa
preparada.
Mientras forzaba la puerta del coche negro que estaba
aparcado al lado del bar busqué la excusa.
Estaba lloviendo. No vale, la lluvia no mataba.
Era de noche. No vale, hay peligros en la noche, pero ella
me enseñó a defenderme.
Tenía una misión. No vale, podía esperar un día más.
Conocí a un hombre que me hipnotizó con la intensidad de
sus ojos, que me hizo sentir mariposas en el estómago. Conocí
al hombre que será mi perdición.
¡Sí, esa era!
En cuanto encontré la excusa el motor del coche hizo un
ruido tan fuerte que me asusté. Miré alrededor por si alguien
estuviera por ahí para ser testigo de mi delito, pero no había ni
un alma.
Normal, con lo que estaba cayendo solo un loco saldría de
casa.
El todoterreno se deslizó con una facilidad sorprendente
hacia el camino y cuando me alejé lo suficiente me permití
sonreír. Ya faltaba poco para cumplir mi misión. Sin embargo,
mi sonrisa se apagó en cuanto me di cuenta de algo.
Había dos locos fuera de sus casas en este pueblo. Yo y mi
coche que se había averiado y estaba lejos. El caballero oscuro
del bar y algo me decía que él era el dueño del coche que
acababa de robar.
Oh, bueno, por lo menos ya no podré decir que mi vida es
aburrida.
Capítulo 2
Ivy

Mi misión era tan sencilla que incluso un niño podía


llevarla a cabo, pero era tan especial que mi madre sintió la
necesidad de enviarme a mí. Que tuve que robar un coche era
algo que mi madre no debía saber y pensaba volver al bar y
arreglar de alguna manera la situación con el caballero oscuro.
Oh, debería dejar de pensar en él usando ese nombre ya
que sentía el deseo de pronunciarlo en voz alta. Bueno, y otras
cosas en las que no debería pensar mientras conducía en una
carretera oscura en medio de una tormenta que parecía
intensificar su fuerza en lugar de aminorar.
Mi destino estaba cerca, de hecho, podía ya notar una
pequeña luz, pero la suerte no estaba de mi lado hoy. El coche
se deslizó hacia la derecha y no importa cuánto lo intenté las
ruedas perdieron la batalla contra el barro y terminé en otra
zanja.
—Este no es tu día, Ivy —murmuré descansando la cabeza
sobre el volante.
Por un momento quise llorar y renunciar, pero luego
recordé que era la hija de Ava Diaz y ni llorar ni renunciar era
algo que pudiera hacer.
Debía ser fuerte, y lo era, de verdad, pero de vez en cuando
quería ser la damisela en apuros rescatada por un príncipe.
Pero, por lo visto, incluso los príncipes se quedaban dentro
cuando había tormenta.
Repetí el proceso de abandonar el coche por segunda vez
esta noche y maldije al darme cuenta de que me había dejado
el chubasquero en el bar.
Pues nada, un poco, o más, de lluvia no iba a matarme así
que me encaminé hacia las casas. Eran cinco y un poco más
allá otras diez. En esta parte del país a la gente le gustaba el
silencio, la soledad, el espacio. Lo entendía, pero ahora mismo
odiaba a la persona que había construido este pueblo.
No podía construirlo todo junto como es normal, no, señor.
El paseo bajo la lluvia duró menos de lo que esperaba y
llegué a la casa solo medio mojada, o sea, mi ropa interior
todavía estaba seca.
La casa era pequeña y aunque no podía verla bien
recordaba de las fotos que había visto que era preciosa. De una
sola planta y de madera, con un jardín enfrente lleno de flores
(las podía oler) y con un sauce enorme que parecía protegerla
y no solo de la sombra.
Magia. Hadas, duendes, fantasmas.
Esta tierra tenía todo lo que me fascinaba y si todo salía
bien tal vez podría quedarme un tiempo e investigar. Tal vez,
incluso podría encontrar respuestas a esa pregunta que me
estaba atormentando: ¿por qué la bisabuela Sarah no había ido
hacia la luz?
Sí, señor. Éramos una gran familia, con sus
excentricidades, sus dones especiales y su fantasma. La tía
Ayala tenía un don, aunque con los años había aprendido a
controlarlo y ahora era una habilidad que usaba solo cuando
era necesario.
Era lo que yo deseaba, aprender lo que podía hacer y lidiar
con ello. La verdad es que más de una vez he deseado no ser
tan especial. Por ejemplo, ¿recuerdas tu primer beso? Ese
momento tan especial cuando el chico acerca su cabeza a la
tuya y sus labios tocan los tuyos y ya sabes lo que sigue.
Pues yo no recuerdo ni la sensación de los labios de
Howard (ya, lo sé, el nombre es raro, pero el chico era muy
guapo) ni nada porque en el momento en que puse la mano
sobre su hombro mi cabeza se llenó de recuerdos, emociones y
sentimientos que no eran míos.
Así fue como descubrí que la vida de Howard era un
infierno debido a sus padres que estaban más interesados en
sus trabajos que en su hijo y su abuelo que tenía un interés
enfermizo en su nieto.
Al final, mi primer beso fue una pesadilla y por eso ahora
mismo era una mujer a un par de años de los treinta que no
había sentido los placeres de un beso o de un orgasmo en los
brazos de un hombre.
¿Qué? Era imposible concentrarme en un beso cuando
sentía lo mismo que la persona que me estaba tocando. Hasta
ahora fue imposible encontrar una persona tocable. Sí, sí,
tocable, o sea, una persona a la que tocar y no sentir nada.
Podía si usaba una de las drogas de la tía Isabella para
dormir a la persona, pero la violación no era lo mío.
Aunque, confieso que me pasó por la cabeza con el
caballero oscuro. Una pastilla pequeña, sin sabor, sin olor en
su bebida y podría ser mío por una noche, su mente vacía de
todo pensamiento.
Ya, no sonaba nada divertido, ¿verdad?
La luz de la puerta se encendió recordándome que tenía
una misión. En dos pasos me encontré delante de la puerta y
llamé. No pasó mucho tiempo antes de escuchar los pasos y un
sonido que no podía ser otra cosa que un bastón.
Normal, la persona a la que buscaba tenía noventa años y
necesitaba ayuda para caminar.
La puerta se abrió escuché sus palabras antes de ver a la
mujer: —Te has tomado tu tiempo en llegar, el té se ha
enfriado.
Si no supiera su edad diría que estaba en los sesenta. Era la
típica abuela, ya sabes, la que te regala galletas cuando tu
madre dijo que no, que has comido suficientes. Tenía el
cabello blanco, el rostro con algunas arrugas y la sonrisa más
amable que había visto en mi vida.
Su alegría se fue cuando me vio, era más que obvio que yo
no era la persona que esperaba.
—Señora Murphy, buenas…
—Ni buenas ni nada, entra antes de que te congeles —
espetó, retrocediendo unos pasos e invitándome a entrar.
Bueno, eso fue mucho más fácil de lo que pensaba. Que
tampoco podía ser tan difícil encontrar una anciana y darle el
recado.
Entré y el olor a galletas hizo rugir mi estómago.
La señora Murphy me miró chasqueando la lengua: —
Estos jóvenes de hoy, que si el azúcar, que si la dieta. Os vais a
quedar en los huesos —dijo mientras caminaba hacia un sofá.
Se tambaleó cuando quiso sentarse y me apresuré a su lado
cogiendo su brazo. La ayudé hasta que estuvo sentada en el
sofá.
Enseguida ella cogió el bastón e indicó hacia un sillón: —
Siéntate, sirve el té y dime quién eres —exigió ella.
Coloqué la mochila en el suelo, me quité la cazadora
mojada y después de sentarme empecé el proceso nada
complicado de servir el té. Las tazas eran pequeñas, con un
estampado floral y me recordaban a unos que teníamos en
casa, un juego de café que fue un regalo de bodas de la
bisabuela. Nunca lo usábamos, simplemente estaba ahí
cogiendo polvo.
—Tenías que hablar, chica —dijo la mujer.
—Ah, lo siento. Mi nombre es Ivy y tengo algo para usted,
es algo que hemos encontrado recientemente y queríamos
devolverle.
—¿Pero? —preguntó ella.
—Pero nada, es suyo y no pedimos nada a cambio —
expliqué.
—Pareces buena chica, pero no. No sé qué estás vendiendo
o qué piensas que se me ha perdido, pero no me interesa.
Toma tu té y luego puedes volver a lo tuyo que también es una
locura, ¿quién en su sano juicio sale a la calle con esta
tormenta? —preguntó ella y justo un segundo después se
escuchó el timbre.
—Eso mismo me pregunto yo —murmuré.
Ella sonrió mientras se escuchaba la puerta y luego pasos,
botas por el sonido, hombre por la fuerza con la que caminaba.
La imagen del caballero oscuro apareció en mi mente y un
momento después en la entrada del pequeño salón de la señora
Murphy.
Alto, oscuro, intenso y muy mojado. El agua se estaba
deslizando por cabello, su rostro y su ropa. Alto, oscuro,
intenso y muy enfadado.
Oh, estaba en problemas.
—Hijo, me vas a mojar todo. ¿Cómo diablos has
conseguido mojarte tanto? No me digas que se te ha
estropeado el coche —dijo ella.
—No, abuela, me lo han robado —respondió él
mirándome.
Oh, estaba jodida.
Cogí mi mochila y la puse en mi regazo pensando que era
mejor hacer lo que debía y luego marcharme. Tenía la
esperanza de que la señora Murphy fuera dispuesta después
que iba a poner una buena palabra para mí.
Ignorando la mirada del hombre que seguramente estaba
pensando en llamar a la policía cogí la caja negra de mi
mochila.
—Señora Murphy, lo que le iba diciendo es que hace poco
encontramos algo que perteneció a su hija y pensábamos que
le gustaría tenerlo —dije.
Coloqué la caja sobre la mesa al lado de la bandeja del té.
La señora Murphy me miró como si fuera un fantasma, luego
miró a su nieto.
—El regalo —murmuró ella.
Él se apresuró, no hacia ella, hacia mí. Me cogió el brazo y
mientras tiraba de mi hacia el pasillo le dijo a su abuela: —
Ahora venimos, nana.
Me empujó, de manera muy borde, a través del pasillo
hasta una cocina pequeña y muy mona. Que sí, que uno de mis
pasatiempos favoritos y secretos era ver cómo vivía el resto
del mundo, encontrar los detalles de cada uno en la
decoración, en todo.
Podías llamarlo pasatiempo, manía o acoso.
Tuve el tiempo suficiente como para echar un vistazo
rápido antes de encontrarme con la espalda contra la pared y
con un hombre grande y enfadado bloqueando cualquier vía de
escape.
Lo que él no sabía era que yo parecía una mujer frágil,
débil, pero no lo era, tenía mis armas secretas. Podía tenerlo
inconsciente en el suelo en medio minuto, pero tengo que
confesar que me gustaba la manera en la que me tenía
atrapada.
¿Qué? Mi vida sentimental era inexistente, la sexual
también y eso me dejaba solo con las novelas y películas
románticas. Y en el mundo del romance no hay nada mejor
que estar en esta misma situación. Bueno, tener las manos del
hombre sobre ti y su boca besándote hasta perder la razón era
mejor, pero eso no era una opción para mí.
—¿Quién eres y qué diablos quieres de mi abuela? —
gruñó él.
Oh, sentí ese gruñido en mi estómago y más abajo. ¿Por
qué encontraba tan atractivo este comportamiento rudo? ¿Por
qué no podía babear sobre un hombre trajeado con un corte de
cabello de miles de dólares?
—¡Diablos! No solo eres estúpida, también eres sorda —
dijo él.
—Es la segunda vez que me llamas estúpida, una vez más
y te vas a arrepentir —amenacé.
—La que va a arrepentirse eres tú si no me dices que es lo
que haces aquí.
—Como ya dije, hemos encontrado una caja que
pertenecía a Bryn Murphy y…
—Pertenece —me corrigió él.
Mi irritación se esfumó cuando recordé que no sabían la
verdad. Mirarlo a los ojos cuando estaba tan enfadado
conmigo era difícil, pero hacerlo cuando veía la esperanza lo
era aún más.
No podía con el dolor, con el sufrimiento de los demás.
Intentaba protegerme de todas las maneras posibles, pero a
veces era imposible. No hacía falta tocarlo para sentir su dolor,
lo hacía solo con mirarlo a los ojos.
—Lo siento, Bryn está muerta. Era tu tía, ¿no?
Él cerró los ojos y antes de que se diera la vuelta pude ver
en su rostro la agonía. Algo no estaba bien aquí. Recordé todos
los detalles de la carpeta que me entregó mi madre.
Bryn Murphy se fue de casa a los dieciocho, trabajó unos
meses en Dublín antes de coger un vuelo a Los Ángeles. Ahí
trabajó mientras tomaba cursos de actuación que le sirvieron
para actuar durante no más de cinco minutos en películas de
televisión.
Tres años después de llegar a Estados Unidos conoció a un
hombre que fue su perdición y eso era algo que los familiares
de ella no deberían saber. Nunca. Lo que le ocurrió, lo que
vivió durante años era tan horrible que tuve pesadillas durante
semanas después de leer el informe.
Mi madre solía decir que los monstruos no se escondían en
el armario o debajo de la cama, los monstruos caminaban entre
nosotros. Eran humanos como tú y yo, era el vecino del
quinto, era la cajera del supermercado o el profesor del
instituto, era el padre que veías en el parque y te saludaba
amablemente.
Bryn tuvo la mala suerte de conocer a más de uno y por
eso uno de los diarios que encontramos se había quedado en la
caja fuerte de la oficina. El dolor que sentía la familia por su
perdida era nada en comparación con saber lo que ella había
sufrido.
—¿Cuándo? —preguntó él.
Seguía de espaldas y lo agradecí, tenía suficiente con notar
el dolor en su voz y no necesitaba verlo una vez más en su
rostro.
—Hace tres meses —respondí.
Su cuerpo se tensó aún más, tanto que si no supiera que era
un hombre de carne y hueso hubiera pensado que era una
estatua.
—¿Cómo?
Molida a golpes. Torturada. Atropellada por un coche. Sin
cabello. Sin uñas. Su rostro irreconocible. Su cuerpo cortado,
amoratado. Su alma destrozada.
¿Podía decirle que mi tía Isabella, que fue la que intentó
salvar su vida después de ser rescatada por mi madre, lloró
cuando la vio? No, no podía.
—Un accidente de coche —dije y todo pasó tan rápido que
no siquiera me di cuenta cuando me encontré una vez más
atrapada entre la pared y el cuerpo del hombre. Esta vez tenía
sus dedos rodeando mi cuello.
Y apretando.
—La verdad, mujer —gruñó.
No podía respirar, no me estaba apretando tanto, pero algo
más estaba pasando que me impedía hacerlo. No sentía. Mi
mente era como un edificio vacío. Nada. Ni preocupaciones, ni
miedos. Nada de nada. Solo yo.
Oh, y era tan increíble, tan bueno que me quitó la
respiración, tan perfecto que no quería vivir de otra manera.
—¿Cómo murió? —repitió el hombre explotando mi
burbuja de perfección y maravilla.
Cubrí la mano que tenía en mi cuello con la mía. Los
guantes protegiéndome de sentir lo que él sentía.
—No quieres saberlo —dije suavemente.
—Tú no decides lo que quiero y lo que no. Habla.
Hombres.
Estuve tentada de decirle la verdad, pero sin importar
como de grande y duro parecía no merecía, no debía saber lo
que sufrió la pobre mujer.
—Ok, no fue un accidente, fue golpeada y sufrió mucho
antes de llegar al hospital donde falleció. Mi tía estuvo con
ella en sus últimos momentos, se fue en paz y eso es todo lo
que necesitas saber.
—No. Necesito más —dijo.
¿Por qué no me sorprendieron sus palabras?
—¿Qué más? —pregunté.
—¿Dónde está enterrada?
—No lo está, su cuerpo está en una funeraria en Dublín
esperando vuestras instrucciones. Siento haber tardado tanto
en venir, pero fue muy difícil averiguar su identidad —dije.
Me miró sin decir nada hasta que mi cuerpo empezó a
sentirse muy caliente, muy cómodo y eso me asustó como el
infierno. Estaba atrapada, con una mano tan grande sobre mí
que podría romper mi cuello en un instante.
—Hay un diario y un collar en la caja, ¿podrías hacerme el
favor de soltarme para poder entregárselos a la señora Murphy
y marcharme?
Hizo algo, pero no lo que yo quería. Deslizó sus dedos
desde mi cuello hasta mi barbilla y dejó caer la cabeza para
que sus labios no estuvieran ni siquiera a una pulgada de
distancia de los míos. Mantuvo sus ojos fijos en los míos.
Fue entonces cuando lo olí. No olía a colonia. Olía a él.
Olía a noche. Oscuro y decadente. Olía a peligro. Olía a placer.
Ya lo suponía, pero ahora era oficial y podía escribir un
mensaje a mi familia para avisarlos que estaba jodidamente en
problemas.
—Necesito algo más —susurró.
No era estúpida, sin experiencia con los hombres, pero
estúpida no y sabía muy bien lo que significaba su mirada.
—No… —comencé.
Inclinó la cabeza y me besó.
Saboreé el whisky en sus labios, eso y algo más que no
sabía que era porque no tenía una puñetera idea de besos, pero
era algo que me gustaba así que le permití seguir. Abrí la boca
y su lengua no rechazó mi oferta.
Me besó, lo besé (cero experiencias, pero mil ganas de
practicar, de sentirlo todo) y luego él se hizo cargo del beso.
Primero fue suave, después duro y al final dejó de besarme
para besar mi nariz. Un beso tan suave, dulce y ligero que me
dejó sin palabras.
No tenía nada. Mis dedos hormigueaban en los guantes por
sentir su piel, por tocarlo, por enterrarse en su cabello. Mi
cuerpo pedía con desesperación más. Más de todo. De besos.
De caricias.
Los ojos de él que antes habían expresado tanto ahora me
estaban mirando con frialdad. ¿Eso quería decir que no le
había gustado el beso tanto como a mí? Era difícil de saber.
Me quitó las manos de encima y retrocedió.
—A la abuela le dirás que Bryn sufrió un accidente de
coche y nada más. Di que no sabes más, no te enrolles que la
abuela sabrá si lo haces. Le das la caja y te vas. ¿Entendido?
—Sí —murmuré.
Luego lo seguí al salón donde la señora Murphy escuchó
con lágrimas en los ojos las malas noticias sobre su hija. No
preguntó más, simplemente cogió la caja y la abrió. Ignoró la
caja de terciopelo que contenía el collar y cogió el diario.
Lo acarició con sus dedos como una madre acaricia un
bebé antes de abrirlo. Leyó la última página y levantó la
cabeza.
—¿Dónde está el siguiente diario? —preguntó.
¡Maldita sea!
Capítulo 3
Ivy

La lluvia había cesado y el cielo estaba despejado haciendo


alarde de millones de estrellas. Cuando era pequeña solía
escabullirme por la noche, me iba al jardín y me tumbaba en el
césped para contar estrellas. Nunca conté más de cien y
siempre despertaba en mi cama.
Quería hacer lo mismo ahora, tumbarme y despertar en
casa. Olvidar lo que sucedió hace minutos en la preciosa casa
de la señora Murphy.
El pueblo estaba en silencio y oscuro. Solo oscuridad a
derecha e izquierda, la única luz atrás en la casita a la que no
podía volver. Tenía muchas millas de caminar hasta la estación
de tren más cercana y aún más hasta un hotel adecuado.
Aunque, me conformaría con un establo y una cama de
heno. Estaba tan cansada que dormiría en cualquier sitio, pero
no podía llamar a la puerta de unos extraños y pedir
alojamiento. Tampoco podía entrar en una casa abandonada
porque no había ninguna.
La señal del teléfono seguía en el viento y no había manera
de avisar a mi madre, que tampoco me apetecía contarle que
estaba en problemas.
Sin otra opción empecé a caminar. Con un poco de suerte
podía llegar a las ocho de la mañana a la estación para coger el
tren a Dublín.
¿Y qué si era de noche y yo era una mujer sola? No había
ni un alma en los alrededores, solo campo y algún que otro ser
mágico que daba menos miedo que los humanos.
Hice una parada al llegar al todoterreno que había
abandonado en la zanja y comprobé por si hubiera algo de
comer. Encontré una chocolatina y una botella de agua abierta.
Las cogí porque tenía hambre y como ya hubo un cambio de
saliva con el propietario del coche encontré aceptable beber de
su botella.
Pero eso era algo que mi tía Isabella nunca debería saber.
Me tendría en el sótano haciendo pruebas para comprobar que
estuviera sana y libre de cualquier virus.
Y lo era, como siempre. Si mis hermanos pillaban un
resfriado yo no, ni una gastroenteritis ni nada. Era la niña con
el sistema inmunitario de hierro y eso era bueno ya que ahora
no me iba a enfermar por ir con la ropa mojada.
Caminé algo más, no prestaba atención a los pasos, iba
pensando en redecorar mi casa que había construido en Lake
Spring, y de repente escuché el ruido de un coche. Giré y lo vi
bastante lejos como para tener tiempo a esconderme, pero no
había ni un árbol ni un arbusto, solo la zanja llena de barro.
Teniendo en cuenta que después debería seguir mi camino
andando y luego coger un tren con la ropa llena de barro
decidí parar, quitarme del camino y esperar. También agarré
mi pistola y llevé la mano a la espalda para esconderla.
El coche se iba a acercando a paso de caracol y cuando
esperaba que pasara por delante hizo lo contrario. Se detuvo,
la puerta del conductor justo enfrente. Había luz suficiente
como para ver el rostro del hombre que me había dado el
mejor beso de mi vida.
Pensaba que lo había dejado todo claro antes que no quería
verme o hablarme, no podía encontrar una razón por haberse
parado ahora. Por bajar la ventanilla y mirarme como si fuera
una cucaracha molesta.
—Contéstame a una pregunta, americana, ¿eres estúpida o
simplemente quieres morir? —me preguntó.
Lo primero que hice fue poner los ojos en blanco, luego
pensé en la mejor manera de mostrarle que era muy lista y que
morir no estaba en mis planes para los próximos cincuenta o
sesenta años.
Pero él continuó: —Porque, nena, solo una mujer estúpida
o con deseos de morir caminaría en la noche sola en un
camino desierto.
—Tú lo has dicho, desierto —dije.
—Ya no —declaró él.
—O una mujer muy lista y más que preparada para
defenderse de cualquier persona que quisiera hacerle daño —
dije levantando la mano y apuntándolo con la pistola—. Y
dime, ¿quieres hacerme daño o podemos seguir cada uno por
su camino?
Tengo que darle crédito al hombre porque lo lógico
hubiera sido mirar la pistola, pero no, él continuó fijándome
con la mirada y me sorprendió cuando su boca esbozó una
sonrisa.
—Chica lista —dijo abriendo la puerta del coche y tuve
que retroceder para evitar que me golpeara—. Tengo que
confesar que no me lo esperaba, de hecho, esperaba empezar
mi día mañana escuchando a la gente del pueblo hablar de la
pobre americana que encontró su muerte en nuestros campos
—dijo cogiendo mi mano y llevándome hacia el otro lado del
coche.
Me dejé llevar porque él no era un peligro. No, en serio.
No lo sentía como amenaza, por lo menos no del tipo del que
estaba hablando él.
—No vas a escuchar nada si no me sueltas —espeté.
Él abrió la puerta y me miró.
—La abuela me regañó por dejarte salir a esta hora y le
prometí que te cuidaría esta noche así que sube. Te llevaré a un
lugar caliente y seco donde pasarás la noche y por la mañana
le podré decir a mi abuela que he cumplido mi promesa.
Caliente y seco sonaba muy bien. Él también estaba muy
caliente. Mi mano se sentía como si estuviera metida en un
horno en su agarre y mi mente tomó un camino peligroso
gracias a ese simple e inocente toque.
Una habitación, una chimenea encendida y sobre una
manta suave dos cuerpos desnudos. Yo. Él.
Me había besado y mi cabeza no se volvió loca. Podía
intentarlo, ¿no?
—No me vendría mal un lugar caliente para esta noche,
pero no aceptaré ayuda de un nombre cuyo nombre no
conozco —dije.
—Kirian Murphy.
Kirian. El oscuro. El caballero oscuro. Había una conexión
ahí que no entendía, pero que sería lo primero que hiciera al
volver a casa. Mientras tanto hice lo que me había pedido y
subí al coche.
Kirian cerró la puerta y después de rodear el coche
también subió. Arrancó sin apartar la mirada de mí.
—¿Vas a guardar la pistola? —me preguntó.
Bajé la mirada a mi mano que seguía sosteniendo la
pistola. Ni me había dado cuenta ya que sostenerla era algo tan
normal para mí. Le puse el seguro y la guardé en la funda que
llevaba colgada de los hombros.
—Gracias, nena.
—Mi nombre es Ivy, no nena y no americana,
definitivamente no estúpida. ¿Crees que podrás recordarlo? —
dije añadiendo un tono dulce a mi voz.
—¿Crees que eres tan importante como para recordar tu
nombre? No, nena, no lo eres. Si fuera por mi hubieras
desparecido de mi vida en el momento en que saliste de la casa
de la abuela.
Oh, bueno, ahí se iba mi oportunidad de explorar esta
atracción que sentía hacia él. Ya. Llevaba toda la vida sin sexo.
¿Qué importaba un poco más de tiempo?
Me mantuve en silencio mientras él conducía, no le
respondí a la pregunta porque no hacía falta. Yo no era
importante para él, solo otra mujer a la que había besado. Una
entre muchas, estaba segura de eso.
Docenas. Cientos. El hombre era guapísimo y no tenía
ninguna duda de que cualquier mujer, sin importar la edad,
desearía un beso suyo o una noche en sus brazos.
Que no era baja autoestima. Sabía muy bien quién era yo y
cuánto valía.
Guapa era, normal que lo era. Mi padre era el hombre más
guapo del mundo, mi madre tenía ese tipo de belleza que te
quitaba el aliento y mis hermanos y yo tuvimos la suerte de
heredar lo mejor de ellos.
Mi cabello era negro como el carbón, más oscuro que el de
mi madre y la razón de las mil bromas que me hizo mi
hermano durante nuestra infancia. Aunque mi padre me decía
que era suave y oscuro como el terciopelo negro para hacerme
sentirme bien.
De mis ojos verdes lo había oído todo, desde que eran del
color del culo de rana al de los esmeraldas o la hierba mojada
en una mañana de primavera. Mi hermano era idiota y mi
padre un amor, pero los amaba a los dos por igual.
Mi cuerpo, de eso no podía decir mucho. No tenía curvas,
tenía músculos. No tanto como Kirian, pero lo mío era como el
hierro cubierto por suavidad porque era una mujer dura, pero
mis quince minutos de cuidados no me los perdonaba ni una
noche, ni una mañana.
Esta noche sí porque mi maleta se había quedado en el
coche averiado y dudaba mucho de que el hotel al que me
llevaba Kirian tuviera mis aceites y mis cremas. Me
conformaba con que tuviera una cama con sábanas limpias y
agua caliente.
—¿Te ha comido el gato la lengua? —Kirian rompió el
silencio con el que estaba más que satisfecha, de hecho, lo
prefería porque me permitía disfrutar de la oscuridad que
reinaba al otro lado de la ventanilla del coche.
—No tengo nada que decir —murmuré.
—Mejor, así podrás responder a mis preguntas —dijo
Kirian.
¡Válgame, Dios!
—Pensaba que te lo había dejado todo claro en casa de tu
abuela, ¿qué más quieres saber?
—Tú. Quiero saber cómo es que has llegado hasta aquí y
luego quiero saber cómo es que tu tía ha pasado meses
intentando averiguar quién era Bryn. Y por qué no os habéis
quedado el collar. Sabes que vale mucho dinero.
No había mentido a su abuela, simplemente me guarde los
detalles horribles que ella no necesitaba saber. Le dije que el
otro diario fue destruido durante un incendio y era verdad.
Más o menos. La misma noche en la que Bryn fue rescatada
tuvo lugar un incendio en la casa donde ella llevaba años
secuestrada.
Pues las llamas quemaron una parte del diario, una parte
insignificante, pero no mentí y eso era lo importante.
Luego le conté que no fue exactamente feliz en sus últimos
años de vida y que por lo menos, su final fue tranquilo. Ahí sí
aguanté la respiración esperando ver si la señora Murphy me
creía.
No sé sí lo hizo, pero hizo como sí. Me dio las gracias por
haber venido y ni me había puesto de pie para despedirme
cuando se echó a llorar. Kirian la abrazó y aproveché para
marcharme.
—En avión —respondí.
—Esa arma que llevas puede darte la impresión de que
eres invencible, pero no es verdad y la promesa que le hice a
mi abuela no te va a proteger, nena. Así que cuida esa actitud.
—Solo porque acepté que me llevaras a un hotel no…
—Solo responde a las malditas preguntas —gruñó Kirian.
Si me hubiera mirada habría visto en mis ojos esa
expresión que Tyler, uno de mis compañeros llamaba la última
mirada. Sin embargo, no podía hacer lo que quería, no podía
matar a un inocente y porque me molestaba no era una excusa
que mi madre aceptaría.
—¿Mi tía? Bueno, mi tía tiene el corazón de un ángel.
Odia las injusticias y ha dedicado su vida a sus pacientes. Bryn
fue uno de los pocos pacientes que no pudo salvar y eso la
dejó tocada. Solo quería devolver a Bryn a su familia.
—Tendrás que darle las gracias de nuestra parte —dijo
Kirian.
—Y el collar, pues, no somos ladrones. ¿Algo más?
—¿Por qué tú? ¿Por qué no habéis enviado la caja por
mensajería? Hubiera sido más fácil.
—La tía insistió —contesté.
—Y tú obedeciste, ¿por qué?
—¿Por qué te importa?
—Porque sí, ¿vas a contestar? —preguntó él.
—No. Si te molesta puedes parar el coche y estaré más que
encantada de bajar y desaparecer de tu vista.
—Puedes bajar. Hemos llegado —dijo apagando el coche.
Estábamos delante de una casa, bueno, creía que era una
casa ya que solo podía ver una pequeña bombilla encendida al
lado de la puerta. Kirian bajó y rodeó el coche para abrir mi
puerta.
¿Qué diablos? Este hombre se comportaba más raro que mi
hermano Ivo.
—Esto no es un hotel —dije rechazando la mano que
extendía para ayudarme a salir del coche.
Kirian se encaminó hacia la puerta y la abrió sin llave ni
nada. Me sorprendí saber que aún quedaban lugares en el
mundo donde la gente no cerraba las puertas. Tal vez debería
echarle otro vistazo a este pueblo antes de irme.
—Es la única opción así que calla y entra —dijo él.
No sabía qué hacer. Seguirlo al interior y pasar la noche en
lo que suponía que era su casa o quedarme aquí fuera y esperar
sentada en las escaleras del porche la salida del sol. No
conocía a Kirian.
De Bryn lo sabía todo, de su madre también, pero no había
nada en los registros sobre Kirian. Había un Keylan Murphy
que era el hijo de una prima de Bryn que fue adoptado. Como
la familia no estaba metida en nada ilegal mi madre no
investigó más. Yo tampoco.
Kirian era un misterio, pero la pregunta era otra. ¿Estaría
segura con él bajo su techo?
Normalmente yo era una mujer muy precavida, además
contaba con la ayuda de la organización, alguien siempre
estaba pendiente de mí. Hoy no, hoy estaba sola y algo me
decía que debería probar mis límites.
Si Kirian intentaba algo yo no tendría ningún problema en
defenderme. De una manera u otra estaría a salvo así que al
menos podría descansar un rato antes de volver a casa.
—No tengo toda la noche, nena —gruñó Kirian.
—Oh, mis disculpas, cielo.
Le sonreí a Kilian de la manera más empalagosa que podía
fingir y la idea era irritarlo tanto como me irritaba a mi cada
vez que no usaba mi nombre. Me había gustado muchísimo la
manera en la que lo había pronunciado, tanto que quería
escucharlo de nuevo.
¿Qué era de locos? Pues sí, pero si no podía tenerlo a él me
tenía que conformar con otros pequeños placeres.
Entré y me paré en el sitio solo después de dar dos pasos.
No vi nada de la casa, no sabía si era grande o pequeña, si era
amueblada o no, si sus paredes eran blancas o azules. Vi a la
mujer en camisón. Vi al bebé en sus brazos. Vi como sus ojos
iban de mí a Kirian y de vuelta una y otra vez.
¡Oh, maldita sea mi suerte!
Ella no pudo esconder la sorpresa que sentía, pero yo sí
pude deshacerme de la decepción que me encerró en su fuerte
abrazo.
Ya lo sé, era una tontería. Hace tres horas ni siquiera
conocía a Kirian y no tenía derecho alguno de sentir que él me
pertenecía, que su lugar estaba en mi vida, en mis brazos, en
mi cama.
Ningún derecho, eso lo sabía mi cerebro, pero mi alma,
maldita sea mi alma, sentía y era lo único que le importaba.
Que Kirian era mi alma gemela.
Sin embargo, no era posible, no en esta vida. Tal vez en la
siguiente.
—Aileen, ¿por qué estás despierta? —preguntó Kirian.
Sentí su mano en mi espalda cuando me empujó hacia
adelante para que pudiera entrar y cerrar la puerta.
—Conor tiene un poco de fiebre —respondió la mujer.
Mi mirada no se apartó de ella mientras Kirian se acercaba,
no quería ver el amor en los ojos de él. Lo vi en los ojos azules
de la mujer y eso fue el último clavo en el ataúd de lo que
podría haber sido entre Kirian y yo.
Kirian cogió al bebé de los brazos de la madre, le susurró
algo y desapareció dentro de una habitación. Aileen me miró
sin saber que hacer. Yo la miré preguntándome cómo de
enfadado estaría Kirian si le robaba una vez más el coche.
Medio segundo duró el intercambio de miradas y Kirian
sacó la cabeza de la habitación lo justo para decirle a Aileen:
—Ella es Ivy, necesita un lugar donde pasar la noche, ¿puedes
preparar la habitación de invitados?
—Claro que sí —le respondió ella sonriendo y se giró
hacia mí con la mano extendida y la sonrisa forzada—. Soy
Aileen.
Acepté su mano, le devolví una sonrisa más o menos
parecida a la suya (o sea, falsa) antes de decir que había dejado
algo en el coche y salir de la casa.
Diez minutos después salía del pueblo y cogía el camino
hacia la estación de tren. Robar un coche estaba mal, pero se
sentía peor pasar una noche en casa de Kirian sabiendo que en
la otra habitación él compartía cama con Aileen.
Locura o no, era lo que sentía.
Llegué antes de lo que esperaba y me quedaban dos horas
de espera hasta la llegada del primer tren. Podía llamar y pedir
que vengan a recogerme, pero me apetecía pasar un tiempo
sola.
Desayuné un café que de café solo tenía el color ya que el
precio era como si fuera oro y el sabor como si fuera agua
sucia, pero mientras me lo tomaba escuché una conversación.
En la sala de espera, a dos sillas de mí estaba sentada una
pareja. Un hombre, una mujer, un niño de unos cinco años
medio dormido y un bebé completamente despierto y atento al
rostro mojado por lágrimas de la madre.
Se iban a Dublín porque no tenían ni dinero ni trabajo. El
banco les iba a quitar la casa y no les quedaba otra opción que
ir a Dublín donde a él le habían ofrecido un trabajo. Podían
sobrevivir con lo que recogían del huerto y con lo que él
ganaba de los pocos trabajillos que hacía para los vecinos,
pero la deuda del banco era algo imposible de pagar.
—¿Cuánto? —pregunté cuando el silencio se había
asentado en la sala. La pareja me miró como si no entendiera
—. ¿Cuánto le deben al banco?
El hombre me miró preguntándose si estaba loca, pero ella,
ella vio la oportunidad y la aprovechó.
—Cuarenta mil euros —dijo ella.
—Les daré cien mil si me hacen un favor —declaré.
Él resopló.
—Señora, está loca —murmuró él.
De nuevo, la mujer quiso saber más: —¿Qué tipo de favor?
—Nada complicado, solo tiene que devolver un coche que
he tomado prestado. Ya sé lo que estáis pensando, esto es
demasiado bueno para ser verdad, pero, verás, tengo que
devolver el coche y no quiero volver a ver al hombre. Es
complicado, ¿sabes? Kirian…
—¿Kirian te ha prestado su coche? —me interrumpió el
hombre.
—Eh —dudé, pensando que seguramente hay más de un
hombre con este nombre en esta zona.
—Kirian Murphy —aclaró la mujer y asentí—. Ok, lo
haremos, pero no aceptamos cheques.
—¡Nora! ¿Qué estás haciendo? Podría tener drogas en el
maletero o Dios sabe que más —dijo el hombre.
—Es Kirian, no le prestaría el coche a una mala persona —
dijo su mujer.
La discusión duró unos cinco minutos antes de que ella me
mirara y dijera que sí. Luego me dio el número de su cuenta
donde transferir los cien mil euros.
Un minuto después ella miraba asombrada el saldo de su
cuenta, un segundo después me abrazaba y me daba las gracias
con la voz entrecortada. Pasaron otros cinco minutos antes de
verlos subir al coche.
El hombre bajó la ventanilla y me miró: — Señora,
pagarme cien mil euros para devolver un coche es una locura,
pero robarle el coche a Kirian es una sentencia de muerte.
Corre tan rápido como puedas, tan lejos como puedas.
No tenía miedo.
No estaba preocupada.
Kirian no vendría detrás de mí, tenía cosas mejores que
hacer.
Una pena.
Capítulo 4
Kirian

Le estaba sirviendo un café a Liam, uno de mis mejores


clientes, cuando se abrió la puerta del bar. Por la mañana mi
único cliente era Liam, la verdad es que abría solo para él
porque sabía que venir aquí y sentarse a la barra era lo único
que lo mantenía cuerdo.
Yo sabía lo que sentía, lo sabía todo sobre demonios y
pensamientos que no querían darte ni un poco de paz.
Noah entró sonriendo de oreja a oreja, tan feliz que el día
en el que nacieron sus hijos o cuando Aileen aceptó casarse
con él.
—Noah, ¿no deberías estar de camino a Dublín? —
preguntó Liam mostrándome de nuevo que, aunque decía que
no le importaba nada de lo que ocurría en el pueblo, estaba al
día con los chismes.
Noah, como muchos antes de él, se vio obligado a
abandonar el pueblo para buscarse un trabajo en la ciudad. Era
una pena. La escuela se iba a quedar con tres niños, las calles
se quedarían sin la risa de su hijo mayor, la abuela sin alguien
a quién molestar con sus consejos sobre la crianza de los
niños.
Era una pena, pero era la vida. Le ofrecí un trabajo a Noah,
pero sabía muy bien que no necesitaba ayuda así que lo
rechazó. El bar perdía dinero en lugar de ganar, pero era algo
que me podía permitir y ni loco iba a quitarle al pueblo el
único lugar donde reunirse, tomar una cerveza y pasarlo bien.
Noah se sentó en el taburete al lado de Liam y deslizó un
brazo sobre los hombros del viejo. Y le dio un beso en la
mejilla.
—La vida me sonríe, Liam —gritó feliz Noah y luego me
miró—. Un café, Kirian y ponle otro a Liam. Y tráeme la
cuenta de este mes, la voy a pagar ahora. La de Liam también,
oh, mierda, trae la de todos.
—Se ha tomado la botella de whisky que la vieja Maeve le
regaló —me dijo Liam.
—Puede ser —murmuré colocando una taza de café sobre
la barra. Luego llené la de Liam sin apartar la mirada de la
cara sonriente de Noah—. ¿Qué fue, el whisky o te has vuelto
loco?
—No, he conocido a una mujer —respondió.
Liam apartó de un manotazo el brazo de Noah mientras
que mi sangre se convertía en hielo. Nora era una buena mujer,
amaba a su familia, amaba a Noah y se quedó a su lado con
una sonrisa en los labios aguantando un apuro detrás de otro.
Mientras el resto del mundo veía el engaño como algo tan
normal como comer, aquí no, aquí solo matar era peor que
engañar a tu pareja.
Maldita esa mujer que se había atrevido a intervenir en el
matrimonio de Noah y Nora.
—No, hombre, no es eso —dijo rápidamente Noah—. Se
llama Ivy y…
—¿Ivy? —gruñí.
Ivy. Si era la misma mujer iba a buscarla y cuando la
encontrara iba a romperle ese bonito cuello.
Me hizo llegar tarde a casa de la abuela, era mi día de
acompañarla y el tiempo que pasaba con ella era corto y muy
precioso. Tiempo que perdí y que luego pasé tranquilizándola
después de recibir la noticia de que Bryn estaba muerta.
Me robó el coche. Le ofrecí, a insistencias de la abuela, mi
habitación de invitados y ella me lo agradeció robando el
coche de la abuela.
Se fue sin una palabra, simplemente se esfumó en la
noche. No quería pensar en lo que sentí cuando Aileen me dijo
que Ivy llevaba demasiado tiempo afuera, cuando me di cuenta
de que se había marchado.
Y después de todo eso hasta le dio tiempo de conocer a
Noah, a enamorarlo y a destruir una familia.
Maldita mujer, iba a pagar muy caro por lo que hizo. Yo
me iba a encargar de que lo hiciera.
—Joder, hombre, no. Me pagó cien mil euros para que te
devolviera el coche —dijo Noah.
—¿Qué coche? —preguntó Liam.
—El de señora Murphy y si quieres saber más se lo tienes
que preguntar a Kirian. Ella dijo que se lo había prestado él,
pero no había llaves. Lo tuve que arrancar con los cables y
alguien lo hizo antes que yo. Parecía tan buena chica, ¿sabes?
Un rostro muy bonito y un aire a ángel, pero con habilidades
que podrían llevarla a la cárcel.
—Esa mujer es un demonio —gruñí.
Noah sonrió.
Liam sonrió.
No le veía la gracia a la situación. Esa mujer había
aparecido durante la noche en mi pueblo y en menos de
veinticuatro horas le había roto el corazón la abuela, me había
robado el coche dos veces. Podría perdonárselo todo, total,
nunca se debía matar al mensajero y ella no tenía culpa alguna
por la muerte de Bryn.
Y que le pague una suma desorbitante a Noah, que era un
golpe de suerte increíble y que cambiaría muchas vidas, no
borraba que era una ladrona. Tenía que pagar.
¿Cómo? No lo sabía todavía. Que sí, que lo que tenía en la
mente no era para nada un castigo. Tenerla noche y día en mi
cama, debajo de mí, a mi merced no era un castigo. Era un
premio y ese demonio de ojos verdes no se lo merecía.
—¿Dijiste cien mil euros? —preguntó Liam.
Noah asintió.
—Cien mil euros. Me hizo la transferencia en el momento
y el banco tardó cero coma dos segundos en coger su parte,
pero aún me quedan sesenta mil. ¿Escuchas, Liam? Sesenta
mil euros. Voy de camino a hablar con Jock, a ver cuándo
puede venir a arreglar el techo y echarme una mano con la
cocina. Por fin, mi mujer tendrá la cocina de sus sueños. Y no
te olvides de traerme la cuenta, Kirian.
—Luego, Noah —murmuré.
Los dejé hablando sobre los planes del hombre que quería
gastar todo el dinero en hacer más fácil y feliz la vida de su
familia. Yo planeaba hacer muy infeliz a esa mujer.
Dar con su paradero no fue muy difícil, pero esta mañana
no tenía mucha paciencia y temía por ese momento en que la
tuviera delante.
Jack, que era el revisor del tren que estaba llevando a la
mujer a Dublín estuvo más que encantado de echarme una
mano con el tema. Me estuvo hablando de su familia mientras
iba de vagón en vagón en busca de ella.
Ya sabía dónde encontrarla, esa mujer no pasaba
desapercibida y no importaba que Jack fuera un hombre
casado desde hace cuarenta años con la misma mujer o que
tuviera seis nietos en casa. Podía apreciar una mujer guapa,
solo apreciar.
Aunque yo pensaba hacerle más que eso.
—No, Kirian. Lo que le harás a Ivy es darle una lección
—dijo mi conciencia.
La ignoré, por primera vez en mi vida ignoré la voz de la
razón y seguí adelante con mi plan.
Escuché a Jack decirme que ya estaba llegando y luego
saludarla.
—¿Sí? —dijo ella.
—Es para usted —dijo Jack y me lo imaginé entregándole
su teléfono móvil.
La escuché murmurar algo antes de decir: —Hola, mamá.
—No soy tu madre —gruñí.
—Por el tono de tu voz es seguro decir que hubiera
preferido que lo fueras. ¿Qué quieres, Kirian? —preguntó ella.
—Algo sencillo. En cinco minutos llegarás a la siguiente
estación, bajas y coges el tren de vuelta. ¿Crees que podrás
hacerlo, americana?
—¿Por qué debería hacerlo? Ya he cumplido con lo que
me había llevado al pueblo y te he devuelto el coche. Si
quieres disculpas te las puedo ofrecer ahora mismo.
—Nena, no quiero disculpas. Tú y yo tenemos algo
pendiente. Regresa —insistí.
—No —dijo ella con una osadía en su voz que me hizo dar
gracias a Dios de que estuviera solo en mi despacho.
¡Joder con esta mujer! ¿Cómo era posible ponerme al cien
solo con su voz?
—Regresa o no te gustará lo que sucederá si te persigo—le
advertí.
De verdad pensaba que esto iba a ser suficiente, que ella
notaría la amenaza en mi tono y que se daría cuenta de que lo
mejor era volver.
Pero estaba equivocado.
—Supones que me vas a encontrar —dijo ella.
—Oh, Ivy, te voy a encontrar —le prometí.
Su respiración cambió y me pregunté por qué razón.
—No lo harás —insistió, aunque su voz no tenía el mismo
tono de antes. Era más suave, más dulce.
Interesante.
—Podemos seguir así hasta mañana y no tengo tanto
tiempo de perder. Dime, nena, ¿voy a hacer el inventario del
bar o a buscarte?
—Haz el inventario porque, en serio, no tenemos nada
pendiente, así que no volveré y tú no tienes por qué buscarme.
Quédate ahí con tu mujer e hijo y cuida a la señora Murphy, en
este momento necesita más atención y cariño.
Y colgó.
¿Qué mujer?
Me puse de pie y metí el teléfono en el bolsillo.
Aileen.
Por eso se marchó en medio de la noche como una ladrona.
Eso quiere decir que ella también sentía la atracción, esa
misma que yo no quería sentir. Pero, teniendo en cuenta la
situación debería hacer algo.
Sabía muy bien las consecuencias de este tipo de atracción.
Como podía torturarte toda la vida si no hacías nada. Cómo
podía arruinarte la vida si hacías algo.
Pensaba ser más listo que mi madre. Todo lo que
necesitaba era una noche, unas horas eran más que suficientes
para saciar el deseo que sentía. Tal vez ni eso, una hora en su
presencia para convencerme de que no era nada más que otra
turista estadounidense que pensaba que al venir a Irlanda iba a
encontrar el tesoro al final del arcoíris.
Salí del despacho y volví a la barra donde Liam seguía
sentado esta vez solo.
—Liam, ¿te importa encargarte del bar hoy? Tengo que
hacer un recado —dije.
—¿Ahora se llama recado a lo de irse detrás de una falda?
Hmm, como han cambiado las cosas —murmuró Liam
levantándose de su taburete.
Vino detrás de la barra, llenó hasta la mitad su taza con
café y la otra mitad con mi mejor whisky. Tomó un buen trago
y me sonrió mostrando el hueco donde le faltaba un diente (lo
perdió aquí mismo en una pelea justo después de la muerte de
su esposa).
—Si vas a quedarte aquí mirándome vas a perder tu
oportunidad. Noah dice que esa mujer es tan guapa que hasta
podría convencer al Satanás de arrepentirse de sus pecados.
No tardará nada en atrapar a otro pobre diablo en sus garras.
Eso no sería tan mala idea. Si tuviera un hombre en su
vida, tal vez no estaría tan tentado de hacerla mía.
No, mía no.
De calentar mi cama una noche.
No había lugar en mi vida ni para ella ni para otra mujer.
Estaba feliz así.
Soltero.
Capítulo 5
Ivy

Irlanda parecía tan bonita y la misión que me había llevado


hasta aquí tan sencilla, triste, pero sencilla. Pero ya no. Irlanda
era una pesadilla.
Iba yo muy tranquila en mi tren hacia Dublín y de ahí
faltaba muy poco hasta mi casa, bueno, muchas horas de
vuelo, pero era fácil. Iba tranquila cuando recibí esa llamada.
En serio, al ver al revisor pensé que mi madre había
averiguado sobre lo ocurrido y quería echarme la bronca.
Lo de mi madre era muy extraño. Cualquier compañero
podía hacer lo que quisiera para cumplir la misión, pero yo no.
Por eso me había enviado aquí, porque era algo fácil y no creía
que existiera la posibilidad de meter la pata.
Y no lo hice. Cumplí la misión y el robo es algo sin
importancia. Mi madre hace cosas peores que eso y nadie le
recrimina nada.
Ahora no solo tenía a mi madre pendiente de cada
movimiento, pero también a Kirian. ¿Qué diablos quería ese
hombre de mí? Tenía a su mujer en casa, a su bebé, ¿qué cosa
teníamos pendiente?
Daba igual, no había posibilidad alguna de que me
encontrara. Ni yo misma sabía dónde estaba. A una hora de
llegar a mi destino el tren paró en una estación y se quedó ahí.
Una avería en el motor o algo parecido dejó a cientos de
pasajeros en una ciudad cuyo nombre no podía pronunciar.
Algunos aprovecharon los autobuses que pusieron a su
disposición, otros decidieron esperar al siguiente tren y yo
pensé que sería buena idea visitar la ciudad y los alrededores.
Que no sé en qué estaba pensando. Tal vez el ambiente, el
paisaje me había hipnotizado y por eso cogí la única
habitación que tenían disponible en el hotel de la ciudad.
Comí en el restaurante y en lugar de ir a la habitación y
dormir fui a dar una vuelta. Tardé menos de veinte minutos en
caminar de una parte a la otra de la ciudad. Compré algo en la
única tienda que estaba abierta, ignoré el bar que sí estaba
abierto y cuando mis pies empezaron a doler con cada paso
que daba volví a la habitación.
Después de una ducha me puse el albornoz del hotel y me
tumbé en la cama. No comprobé el móvil, ni nada,
simplemente me tumbé y me quedé dormida. De hecho, hasta
podría decir que me duché medio dormida.
Soñé, vaya sí lo hice. No hay que ser adivino para saber
con quién soñé.
Kirian fue el protagonista del sueño más caliente que había
tenido en mi vida. Tenía buena imaginación y llevaba usándola
desde que aprendí a satisfacerme sola, pero no se comparaba
con ese sueño.
Fue tan real, las caricias, los besos, él entre mis piernas
abiertas, que cuando me desperté mi cuerpo zumbaba con los
últimos aleteos del orgasmo.
—Oh, diablos —murmuré secando el sudor de mi cuello.
Mi piel se sentía rara, incluso mi propia mano me envió
una corriente de placer a través de mi cuerpo.
Me quité los guantes y estaba deslizando la mano hacia mi
centro cuando llamaron a la puerta. Lo primero que pensé al
escuchar la fuerza con la que estaban golpeando es que el hotel
se estaba quemando. Con el tercer golpe me puse de pie y cogí
el arma de debajo de la almohada. Al cuarto ya estaba
abriendo la puerta.
La lujuria te debilita.
Mirando el rostro de Kirian me acordé de otro de los
consejos de mi madre y vaya sí tenía razón. Abrí la puerta sin
mirar por la mirilla y no importaba que tuviera el arma en mi
mano o que podría matar a cualquiera que estuviera ahí en
menos de tres segundos. Fue un error.
Lo fue porque Kirian no pensaba herirme, lo que pensaba
hacerme era mucho peor. Desde el primer momento en que
abrí la puerta sus ojos no se apartaron de mí. Primero fueron a
mi cabello y él intentó detener su sonrisa.
Falló. Mi cabello era un nido de pájaros y yo lo sabía, no
se lo tomé en cuenta.
Luego se deslizaron hacia mi pecho y si hubiera bajado la
mirada podía haber hecho algo con la apertura de mi albornoz
y no mostrarle a Kirian la mitad superior de mis pechos.
Al final su mirada se detuvo en mis pies, en las uñas de
color rojo vivo, y por el largo momento que los estuvo
admirando podía decir que él tenía un fetiche por los pies. No
sabía cómo me sentía sobre eso, ¿era bueno o malo?
—Te lo dije —gruñó Kirian.
—Aja —murmuré.
Mi mente estaba bloqueada y mi cuerpo todavía estaba en
el mundo de los sueños ahí donde este mismo hombre me
había acariciado hasta hacerme perder la cabeza. Eso era algo
que me gustaría experimentar, el orgasmo soñado fue mil
veces mejor que cualquiera que me había provocado yo misma
o mi vibrador.
—Ivy.
Oh, ya estaba medio perdida, pero cuando él pronunció mi
nombre con ese tono tan grave, cuando escuché la orden de su
voz me derretí. Por eso lo miré a los ojos donde vi la misma
lujuria que me estaba abrumando a mí.
Por eso retrocedí cuando él dio un paso hacia adelante. Por
eso no protesté cuando él deslizó una mano en mi nuca y
rodeó mi cintura presionándome contra su pecho. Por eso
incliné la cabeza y me preparé para el beso.
Sabía que me iba a besar, que me iba a llevar a la cama y
nada ni nadie podía impedirlo. Y lo deseaba, pero no estaba
tan desesperada como para olvidar lo que era justo y que no.
—No —murmuré caminando de espaldas y cuando Kirian
me soltó lo vi mirar la cama. Cambié de dirección, lejos de la
cama grande que estaba a tres pasos detrás de mí.
Kirian me siguió.
¡Maldita sea!
—Tus ojos dicen sí, nena —dijo él mientras seguía
avanzando.
Mi espalda tocó la pared y tuve que detenerme. Su pecho
tocó el mío y se detuvo.
Eché la cabeza hacía atrás, golpeando demasiado fuerte la
pared, pero ignorando el dolor, dije: —¿Y tu esposa qué dice?
Kirian abarcó mis caderas con sus manos y las atrajo hacia
las suyas. Dejó caer la cabeza para que sus labios no
estuvieran ni siquiera a un centímetro de distancia y sus ojos
se mantuvieron fijos en los míos.
—En diez años, antes de que le proponga matrimonio a la
mujer de mis sueños, le preguntaré qué piensa sobre mí
teniendo sexo con una hermosa mujer cuya sonrisa va
directamente a mi polla. Estoy bastante segura de que ella
estará bien con esto.
—Pues yo no estoy bien con tener sexo con un hombre que
ni siquiera es capaz de mentirme para llevarme a la cama.
¿Mujer de tus sueños? Kirian, te voy a contar un secreto sobre
las mujeres y eso es que cuando vamos a la cama con un
hombre no queremos escuchar que no somos la mejor mujer
que hayan visto, besado y tocado. Hay que mentir, ¿vale?
Aunque fuera por un momento, miente, joder, miente —
espeté.
—Ok, nena…
—¡No! —grité. Su olor, algo me decía que no era colonia,
era él y nada más, me estaba despojando del poco control que
tenía y temía asaltarlo antes de estar segura de que no estaba
hiriendo a nadie—. Antes de mentir dime la verdad sobre
Aileen, si no es tu esposa, ¿qué es? ¿Novia, prometida?
—Prima lejana —respondió.
Me dio un breve momento para entender sus palabras antes
de inclinar la cabeza y besarme. Lo creía, por qué lo hacía era
un misterio. Era el instinto que me decía que podía confiar en
Kirian y eso es lo que hice.
Él sabía bien, pero ya había tomado nota de eso la primera
vez que me besó.
Y entonces lo sentí. Algo nuevo. Increíble. Aterrador.
Empezó en la boca de mi estómago y se extendió por todo mi
cuerpo. Algo que me hizo soltar el arma y levantar los brazos
y cerrar los dedos alrededor de su cuello.
A nadie le importó el ruido que hizo la pistola al caer al
suelo.
Kirian movió sus manos de mis caderas, las deslizó y
acarició ambas mejillas de mi trasero mientras sus labios
soltaban los míos y dejaban un reguero de besos por mi
mandíbula hasta mi oreja.
—Kirian —murmuré.
—Joder, nena, ¿te he dicho que tienes el cuerpo más
maravilloso que haya tenido en mis brazos?
—Kirian —repetí.
Amaba pronunciar su nombre.
Él levantó la cabeza, pero también presionó sus caderas
contra las mías. Había algo hermoso en sus ojos, algo duro
más abajo y esa mezcla hizo que mis rodillas se doblaran y
mis dedos se clavaran en su cuello.
—Estoy justo aquí, nena —dijo, inclinado la cabeza y
besándome una vez más.
No estaba simplemente aquí, estaba presionando mi cuerpo
contra la pared, me estaba tocando y yo solo sentía placer.
Simple, maravilloso placer.
Y era tan increíble que no sabía que me gustaba más, si sus
manos sobre mí, si su boca o su sabor.
No pude y tampoco quise evitarlo. Estaba demasiado feliz
y borracha de lo que sentía, él estaba demasiado bueno.
Deslicé los dedos de una de mis manos en su cabello y la otra
mano se movió alrededor de sus hombros. Luego presioné mi
cuerpo contra el suyo y le devolví el beso.
Justo ahí y justo en ese momento las cosas se pusieron
bastante salvajes.
No podía tener suficiente de Kirian. Empecé tirando de su
cazadora y él me quitó las manos de encima por un momento
para quitársela. Seguí con su camiseta, sacándola de sus jeans,
deslizando las manos sobre su piel caliente, lisa y musculosa.
Y si yo era bastante ruda con mis movimientos él lo era
aún más y no tenía ningún problema en tomar lo que deseaba.
Mi boca, mi piel.
Ni siquiera podía prestar atención a una sola cosa ya que
todo era demasiado bueno. Sus manos en mi trasero. Después
de desatar el cordón de mi albornoz sobre mis senos. Su boca
en mi pezón.
Solo eso, solo sus labios sobre mi pezón succionando, me
tuvieron al borde del orgasmo. Y casi estaba allí, pero Kirian
paró. Levantó la cabeza y me miró.
Y me miró un poco más. Parecía querer entrar en mi
cabeza y no lo conseguía. No me importaba lo que pretendía,
yo solo quería sentir.
—Puedo matarte y enterrar tu cadáver tan profundo que
nadie lo va a encontrar. Nunca, ni en mil años —declaré.
Él levantó una ceja.
Oh, no había nada en el mundo que odiaba más que ese
gesto, ese que significaba que él no me estaba tomando en
serio.
—Puedo y lo haré. Para de mirarme y sigue. Quiero
averiguar si el orgasmo real es mejor que el de mi sueño.
Puede que sea peor, no sé —dije pensativa.
—¿Cierras la boca o te la cierro yo? —preguntó Kirian.
—¿Eso es una amenaza?
—¡Joder! —maldijo antes de cubrir mi boca con la suya.
Hubiera dado saltos de alegría, pero preferí disfrutar y él
siguió como si no hubiera parado. Besos, caricias.
Mis dedos tiraron de su camiseta. Sus brazos subieron,
tirando de la camisa y luego inmediatamente mi boca fue a su
pecho, sus pezones, mi mano deslizándose sobre su
entrepierna dura y luego su mano en mi cabello y
posicionando mi cabeza para que él tomara mi boca de nuevo.
Él tiró de mi albornoz que cayó al suelo y enseguida sus
manos volvieron a mi trasero otra vez. Salté y envolví mis
piernas alrededor de él, pero mi mano fue a sus jeans. Abrí la
cremallera, metí la mano y nada más.
Kirian envolvió sus dedos alrededor de mi muñeca y dijo:
—No tan rápido, nena.
—He esperado demasiado, Kirian, por favor —supliqué
con nuestros labios pegados.
En el instante en que sus dedos me soltaron saqué su polla
y lo guíe hacia mí.
Él entró.
Mi cabeza voló hacia atrás.
Grité.
Él maldijo.
Mis piernas presionaron, mis dedos tiraron de su cabello,
mis dientes mordieron su labio mientras me acostumbraba a
sentirlo dentro de mí.
Que, en teoría no era virgen, en practica sí lo era. O sea, mi
primera vez fue con un vibrador. Ya, ya, más que patético,
pero era mejor que nada.
Pero ¿esto? Tenerlo dentro de mí, de carne y hueso, bueno,
no, ya sabes, duro como un hueso, cálido y suave era tan
bueno que me corrí. Suspiré su nombre mientras empezaba a
moverse.
Acepté y disfruté de sus embestidas, inclinando mis
caderas para profundizarlas, sus manos en mi trasero, mis
brazos alrededor de sus hombros, mi boca en su cuello, la suya
en el mío.
El segundo orgasmo me pilló por sorpresa y él levantó la
cabeza de mi cuello, me miró mientras seguía yendo más y
más fuerte y gruñó contra mis labios: —¡Joder, Ivy!
Me miró a los ojos, respirando fuerte y algo pasó entre
nosotros en ese momento. No sabría decir qué fue, pero si mi
vida fuera un libro de fantasía diría que nuestras almas se
reconocieron, que se ataran una vez más para toda la
eternidad.
Pero era el siglo XXI y lo único que ocurrió fue buen sexo,
genial, pero nada más que sexo.
Los dos apartamos la mirada, la suya yendo a la pared de
atrás de mí y mis ojos buscaron en la habitación algo que me
ayudara con la situación bochornosa que estaba viviendo.
Nada. De una mujer inteligente y preparada para cualquier
situación me había convertido en una mujer que no sabía cómo
hablar con un hombre y que se quedaba como una tonta en sus
brazos, con sus manos sobre su trasero y con él enterrado
profundamente…
¡Oh, Dios mío!
Él me estaba tocando, me había tocado. Yo lo había tocado
y lo estaba tocando. Lo único que estaba escuchando en mi
mente eran mis pensamientos. Acaricié la piel suave de su
hombre con mis dedos, lo hice con miedo pensando que tal
vez fuera culpa de la atracción sexual y por eso no tenía la
reacción normal. Pero no.
Deslicé las manos sobre su cuello, hacia su mandíbula y
sobre sus labios.
Nada sucedió.
Sonreí y lo sentí moverse en mi interior. Por lo visto no
había mentido sobre la manera en la que reaccionaba a mi
sonrisa.
—Tu prima, ¿eh? —susurré.
—Sí, ¿y tú?
—Tengo muchas primas, ¿por qué? No me digas que estás
interesado.
Me jaló de la pared, se encaminó hacia la cama y ahí se
tumbó de espaldas colocándome sobre su pecho.
Me levanté, mis manos en su pecho y lo miré.
—No respondas a eso. No me importa. Quiero hacerlo otra
vez.
Me miró y sonrió con la sonrisa más fabulosa que alguien
me había regalado.
Luego me hizo rodar sobre mi espalda.

∞∞∞
Horas más tarde, mi cabeza estaba apoyada en su hombro,
mi brazo alrededor de su apretado estómago y mi pierna entre
las suyas. Me sentía como una muñeca de trapo, como si no
pudiera moverme ni siquiera si mi vida corriera peligro.
Estaba a punto de cerrar los ojos y dormir porque eso era
lo único que me apetecía y lo que podía hacer, pero Kirian
tenía otros planes.
—Te marchaste —dijo.
—¿Y te sorprende? —murmuré en la habitación iluminada
por la luz que había olvidado encendida en el cuarto de baño,
un pequeño rayo que se escabullía por la puerta entreabierta.
—Si hubiera tenido una mujer en mi vida ese beso nunca
hubiera sucedido, americana, no soy un cabrón.
—Pues eres el único, la mayoría de los hombres no
dudarían en hacerlo —dije.
La mano de Kirian estaba en mi cabello, acariciando,
jugando, y en ese momento el movimiento cesó.
—Lo que haga la mayoría no es mi problema, aunque no
puedo decir lo mismo de tu opinión sobre mí.
—¿Importa? Es solo sexo, solo una noche que olvidarás
mañana —le espeté.
Quise levantarme, pero ni mis intentos ni las malas
miradas que le di consiguieron lo que yo quería.
—Era solo sexo, nena, pero eso fue antes de que te tomara
y si no te has dado cuenta, estás ciega.
—Y tú eres tonto, ¿más que sexo? ¿Ah, de verdad? Te
conocí anoche y si recuerdas no quisiste ni ofrecerme un
maldito café.
Kirian me gustaba. Era un hombre muy guapo con un
cuerpo de calendario de bomberos, guapo de perder la cabeza
y babear sobre él incluso con el anillo de otro hombre en el
dedo.
Me gustaba tener sexo con él. Era bueno y no hacía falta
tener experiencia para saberlo, la manera en la que me tomó
fue cuidadosa, cariñosa y también salvaje y dura. Se aseguró
de que tuviera mi orgasmo antes de ir a por el suyo. Se
encargó de protegernos a los otros usando preservativo algo
que, por vergüenza mía, se me había olvidado.
Y lo más importante era que podía tocarlo. Si no sintiera la
atracción increíble que me llevaba hacia él como un imán solo
eso era razón suficiente para quedarme con él.
Porque podía quedarme. Pero necesitaba asegurarme de
que valía la pena el esfuerzo.
Que sí, estaba pensando en la posibilidad de quedarme en
Irlanda. Con Kirian.
—Explica más que sexo —le pedí.
Kirian cogió mi cabello en su puño y acercó mi cabeza al
mismo tiempo que se inclinaba a besar mi cuello.
—No puedo, no hay palabras para lo que siento, pero es
más que una noche, nena. Quiero ver a dónde nos puede llevar
esto. Me convencí de que venía a buscarte para castigarte, pero
no lo he conseguido. Quería verte antes de que desaparecieras
para siempre de mi vida.
Ok. Podía trabajar con eso.
Capítulo 6
Ivy

—Nena, ¿me puedes echar una mano en el despacho? —


preguntó Kirian.
Llevaba cinco minutos secando un vaso con un paño
blanco, las dos cosas no podían estar más limpias y secas, pero
este era mi nivel de aburrimiento y no dude en soltarlas
cuando escuché a Kirian.
La mano me la iba a echar a mí y estaba más que
encantada de ir con él. Giré la cabeza y le sonreí, pero escuché
a Liam resoplar.
—¿Qué? —le espeté.
El hombre que podía ser mi abuelo y, de hecho, estaba
pensando en adoptarlo ya que nunca había conocido al mío.
Abuelos políticos tenía, mis primos fueron tan amables de
compartir los suyos conmigo y con mis hermanos, pero no
venía mal tener uno solo para mí.
Había vuelto al pueblo después de la noche que pasé con
Kirian en el hotel. Dormimos media hora antes de coger su
coche y hacer el camino de vuelta. Simplemente surgió,
¿sabes?
Hicimos el amor y decidimos ver a dónde nos podía llevar
la atracción que sentíamos. Yo quería más, por ejemplo,
averiguar por qué él era la única persona del mundo a la que
podía tocar y no sentir lo mismo que él.
Eran las cinco de la madrugada cuando su alarma soñó y
Kirian la apagó antes de contarme que tenía que volver al
pueblo y abrir el bar. Y mientras él se duchaba pensé en cómo
podía hacer lo que queríamos, él en el pueblo y yo en Nueva
York.
Así que cuando salió del cuarto de baño, después de babear
un minuto entero sobre su cuerpo desnudo, le dije: —¿Puedo ir
contigo? Ya sabes, tengo unas semanas de vacaciones que
pensaba pasar viendo Irlanda, podría empezar en tu pueblo.
A él le gustó tanto mi idea que me lo demostró tomándome
en la cama con las sábanas arrugadas y conmigo sin haberme
cepillado los dientes. Si eso no me convencía de que él iba en
serio nada lo haría.
En el camino empecé a buscar un hotel cerca del pueblo a
lo que Kirian solo dijo que no.
—¿Cómo qué no? —le pregunté.
—Nena, te quiero conmigo y sé que tienes dinero, Noah ya
me ha contado cuánto le has pagado para hacer ese tonto
recado y ya hablaremos sobre eso, pero es una tontería pagar
una habitación que no vas a usar. Tú vas a dormir en mis
brazos y en mi cama.
—Eh, Kirian, no he visto mucho de tu casa, pero ahí no
caben tantas personas. Además, lo que hicimos anoche va a ser
muy difícil de repetir con un bebé al otro lado de la pared.
Y prima o no, Aileen me daba mal rollo y sabía bastante
bien que si mi instinto me decía algo es que era verdad.
—Aileen ha vuelto a su casa. Solo se estaba quedando
conmigo mientras su marido terminaba de pintar su casa, no
quería que el bebé estuviera durmiendo ahí con todo ese olor.
Sonaba bien, más que eso, pero aún tenía ese
presentimiento extraño.
El primer día lo acompañé al bar y pasamos ahí el tiempo.
Me senté en un taburete y charlé con Liam que llegó dos
minutos después de que Kirian abriera la puerta. Di una vuelta
por el pueblo mientras él iba a ver a la señora Murphy y luego
nos fuimos a su casa donde me preparó la cena.
Dormí en sus brazos, eso sí, y fue increíble. Me desperté
con una sonrisa en la cara.
Y aquí estábamos en el segundo día.
No podía decir que no me gustaba, pero lo único que hacía
Kirian era encargarse del bar, servir alguna copa de vez en
cuando, y de mí. O sea, besarme cada vez que tenía un
momento libre y tenía muchos.
Me gustaba, obvio, pero faltaba algo.
Estaba acostumbrada a saberlo todo sobre la persona con la
que pasaba el tiempo y sí, era mi problema ya que solía estar
siempre con miembros de mi familia y los conocía de toda la
vida.
Y Kirian era un libro cerrado, escrito en un idioma
desconocido, envuelto en cuero y con un candado oxidado.
Nuestras conversaciones, que no fueran muchas en el día
que llevábamos juntos, eran sobre el tiempo, Irlanda y sus
costumbres, su gastronomía y su historia. Y él amaba su país,
se le notaba en la voz cuando me contaba historias y
anécdotas, pero yo quería saber más sobre el hombre.
Tomaba el café negro y tan fuerte que yo necesitaba doblar
la cantidad de azúcar y leche que echaba en la taza. No era
goloso, en su despensa no había nada parecido a un postre, ni
chocolate ni galletas.
El agua de la ducha le gustaba fría igual que la única
cerveza que se tomaba en el bar antes de comer. También le
gustaba yo, mis labios, cada parte de mi cuerpo que había
besado, acariciado y trazado tanto que imaginaba que ya podía
distinguirme con los ojos cerrados entre cientos de mujeres.
Viendo que él no quería compartir nada sobre su vida, sus
gustos y aficiones, yo hice lo mismo. Mantuve la boca cerrada
sobre mí. No le hablé de mi familia y ni loca iba a contarle
sobre mi problema. Podría decir que era un don o una
maldición, pero problema sonaba más normal.
O sea, que cuando él dijo que quería ver a dónde nos
llevaba esto de hecho quería ver cuánto tardaría en cansarse de
mí. Y ok, lo entendía. Yo sentía lo mismo.
¿Quería que él fuera el hombre de mi vida, mi caballero
oscuro? Obvio, ¿quién no?
¿Iba a aceptar la relación sexual que me estaba ofreciendo?
Obvio, ¿qué mujer en su sano juicio, soltera y sin
responsabilidades como yo, diría que no a unos días (o
semanas) de amor en los brazos musculosos de Kirian?
Así que nuestra relación tenía fecha de principio y fin y no
quería desperdiciar ni una oportunidad, lo que no quería era
ver la sonrisa de Liam y esa mirada a toda conocedora en su
rostro.
—Nada —me contestó Liam.
—Nena.
El gruñido de Kirian me dio ganas de decir que no, solo
para borrar las expresiones de sus rostros, pero ¿qué puedo
decir? Mi madre tenía razón, el sexo era una debilidad, una
obsesión y por primera vez en mi vida la estaba disfrutando y
no quería currarme.
—Lo que sea —murmuré, caminando hacia el pasillo que
llevaba al despacho de Kirian.
No era exactamente un despacho. Era una habitación
pequeña sin ventanas, con un pequeño escritorio en una
esquina, una estantería que contenía papeles y polvo en la
misma cantidad y un sofá que parecía nuevo y muy
confortable.
Es ahí donde acabé dos segundos después de abrir la
puerta. Kirian me dio la vuelta y su boca tomó la mía en un
beso de lenguas enredadas, caliente y húmedo.
Caminamos, yo con los ojos cerrados, hasta él sofá donde
Kirian sentó para que su espalda quedara contra el asiento del
sofá, yo estaba arriba, y sus dedos se hundieron en mi cabello,
ahuecando mi cuero cabelludo, inclinando mi cabeza y
sosteniéndome contra él para que su boca pudiera continuar
con el saqueo de la mía.
Puse mis brazos en sus hombros, pero solo por un
momento antes de deslizarlos hacia abajo para poder poner
mis manos en su piel. Cuando saqué su camiseta de sus jeans y
deslicé mis dedos sobre el músculo duro y liso, me gustó tanto
que gemí en su boca.
Kirian movió su mano entre nosotros, desabrochando mis
jeans y luego deslizándolos hacia abajo, los dedos de la otra
mano apretando mi trasero.
Empujé mis caderas contra las suyas. Gimiendo. Preparada
para sentirlo dentro.
Ya. Me había vuelto adicta al sexo.
Ahuequé su mandíbula y deslicé mis labios por su cuello y
hacia adelante. Pasé mi lengua por el borde de su camiseta.
Sabía bien. Me he preguntado, más de una vez, qué sabor
tendría la piel de un hombre y creía que nunca lo averiguaría.
Sabía mejor que el café a primera hora de la mañana,
mejor que el helado de chocolate el día antes de la
menstruación y mejor que una cerveza en un caluroso día de
verano.
Planeaba pasar mi lengua sobre todo su cuerpo, pero yo no
tenía el control. Kirian lo tenía y no estaba de humor para
preludio y me puso de pie frente al sofá e inmediatamente hizo
lo mismo.
Comenzó a desabrochar sus vaqueros. Yo también
comencé a desvestirme. Vaqueros abajo y afuera. La camiseta
negra de Kirian voló por encima de mi cabeza. Mi camisa
blanca desabrochada y tirada a un lado, pero la ropa interior de
encaje negro se quedó.
Esta mañana al vestirme se me fue la cabeza un poco
pensando en que por fin alguien podría, bueno, seguramente la
veía y disfrutaría.
Un segundo, ese es todo el tiempo que Kirian tardó en
admirar mi cuerpo envuelto en dos pequeñas piezas de encaje
antes de poner sus manos en mis caderas. Las deslizó sobre mi
trasero, bajando hasta la parte superior de mis muslos donde
me levantó.
Automáticamente, mis piernas rodearon sus caderas aún
vestidas con vaqueros y mis manos fueron a sus hombros
desnudos.
Luego estaba de espaldas en el sofá y su lengua en mi
boca. Me estaba besando, profundo y húmedo, y sus manos
estaban sobre mí. Muy bueno. Muy rápido.
De repente, mi sujetador desapareció y su boca estaba en
mi pecho, sus dedos jugando con mi otro pezón, rodando y
tirando suavemente mientras lo chupaba profundamente en su
boca.
Mi espalda se arqueó y mis manos se deslizaron en su
cabello.
¡Dios!
¿Algún día me cansaría de sentir tanto placer?
Kirian me torturó durante mucho tiempo, alternando de un
lado a otro, dedos y boca, boca y dedos, hasta que me retorcí
debajo de él, mis manos iban a cualquier lugar que pudiera
tocar, alimentando mi propia necesidad de sentirlo.
Su mano dejó mi pezón y fue a mis bragas. Él no los
empujó hacia abajo. Agarró mis bragas y tiró de ellas, ásperas
y apretadas, causando fricción y una sorprendente pero
deliciosa presión exactamente donde yo quería.
Mi cuello se arqueó, un silencioso gemido deslizándose de
mi garganta.
Luego estaba tirando de mis bragas por mis piernas. Estaba
lista, lo necesitaba y no iba a esperar. Debía tenerlo. Tan
pronto como sacó su pene, cerré mi mano alrededor de él y lo
guíe adentro.
Retiré mi mano y la suya fue entre mis piernas, el pulgar
presionando, rodando.
—No hagas ruido, nena —dijo, su voz gruesa.
—Ok —susurré, tratando de concentrarme, sintiéndome
demasiado cerca, tan cerca y bueno que tuve que compartirlo
con él.
Mi mano se curvó alrededor del costado de su cuello, mi
otra mano estaba sobre su hombro y mis ojos se centraron en
los suyos.
—Me encanta sentirte. Me encanta como me haces sentir
—susurré—. Nunca he sentido nada igual.
Pronuncié estas palabras justo antes de que mi cabeza se
disparara hacia atrás, y el orgasmo me abrumara. Fuerte,
abrumador, duradero y sobresaliente como todos los que había
sentido en sus brazos.
Sus ojos se oscurecieron antes de que cubriera mi boca con
la suya en un beso tan desesperado y salvaje que si no hubiera
estado tan enloquecida con el orgasmo me hubiera preocupado
por lo que eso significaba.
Y cuando me folló, lo hizo con fuerza, luego lo hizo con
más fuerza, y luego sus labios se hundieron en los míos
mientras empujaba profundo, una, dos, tres veces, cuatro,
cinco veces hasta que terminó gimiendo en mi boca.
Finalmente, también terminó nuestro beso, sus labios se
deslizaron hacia mi mandíbula, mi cuello, su lengua tocando el
lóbulo de mi oreja, luego levantó la cabeza y me miró.
—¿Nunca?
Sacudí la cabeza.
No le hice la misma pregunta porque ya sabía la respuesta.
A Kirian nunca le habían faltado las mujeres con las que
disfrutar del sexo y lo entendía. Era normal, todos lo hacían.
¿Sentía un vacío en el estómago cuando pensaba en las
otras mujeres, las de antes y las de después de mí? Claro que
sí.
No quería entrar en detalles sobre lo que sentía o la razón
por la que nunca lo hice, pero cuando Kirian me dio un beso
corto en los labios y se levantó, me sentí mal. O sea, ¿no
quería saber más sobre mí?
—Tengo que hacer el inventario, ¿puedes encargarte del
bar una hora? —me preguntó mientras recogía su camiseta del
suelo.
—Sí.
—Gracias, nena —dijo, luego abrió la puerta y salió al
pasillo con el torso desnudo.
Suponía que iba al servicio que estaba justo al otro lado,
pero no entendía por qué no usaba el pequeño aseo del
despacho. Tal vez debería haber preguntado, pero una tristeza
extraña se había apoderado de mí y solo quería silencio y
soledad.
Sin embrago, no iba a obtener ninguna de las dos cosas así
que aproveché como pude el lavabo para asearme antes de
volver al bar. Cuando me puse los vaqueros encontré en los
bolsillos mis guantes.
Me las solía quitar cuando estaba con Kirian, no las
necesitaba cuando lo tocaba y tenía mucho cuidado y no tocar
otra cosa. Él no las había notado y eso era muy extraño, todo
el mundo lo hacía.
Llamaban la atención sin importar el color. El primer par
que la tía Isabella me regaló era negro y era mi favorito, pero
luego me los regaló en todos los colores para ir con cualquier
prenda que me ponía.
Más que regalar, Isabella los creó especialmente para mí.
No sé qué era lo que ella sabía o cómo lo sabía, pero
funcionaban. Podía tocar cualquier persona u objeto sin recibir
informaciones y emociones que no necesitaba.
La noche que conocí a Kirian las llevaba de color verde y
no dijo nada. Obvio, en ese momento era solo una turista y no
podía importarle menos si iba con guantes o sombrero. Pero
ayer tampoco dijo nada y el rosa fucsia que había combinado
con mi camisa no era algo para ignorar.
Hoy llevaba las de color piel porque solo las notabas si te
acercabas mucho y prefería no llamar la atención de los
clientes en el bar. Entonces, la única conclusión era que a él no
le importaba nada. Yo no le importaba.
Y ok, era ok. Me había mentido al decir que esto era más
que sexo y era justo lo que le había pedido. Mentir.
Un día más. Iba a quedarme un día más porque Kirian dijo
que mañana el bar cerraba y que me iba a llevar a ver algo.
Después le diría gracias y adiós.
Liam no dijo nada cuando me vio, de hecho, me miró y
empujó su botella vacía hacia mí. La cogí y le di otra. Luego
se quedó mirando la etiqueta durante mucho tiempo como
sabiendo que no tenía ganas de conversar.
En cambio, algún tiempo después empezaron a llegar
clientes e incluso Kirian hizo su aparición para echarme una
mano.
Y mientras servía bebidas me pregunté si solo habían
pasado un par de días desde que entré en este mismo bar.
Ahora estaba trabajando aquí y me iba a casa con el dueño. A
su casa.
No me reconocía. ¿Quién era yo? Antes de venir era Ivy
Diaz, una mujer con un trabajo, una familia y que no esperaba
vivir las mismas historias de amor maravilloso que vivieron
mis padres, tíos y primos.
Y ahora estaba jugando a camarera a cambio de sexo.
Wow… que bajo había caído.
Con cada minuto, cada hora que pasaba me sumía más y
más en la tristeza. ¿Por qué yo no podía encontrar la felicidad?
¿Por qué no podía ser normal?
Al oscurecerse empezó a caer a lluvia y salí a tomar aire.
Cerré los ojos y respiré profundamente. Noche. Oscuridad.
Sonido de lluvia. Perfecto.
Pero luego sentí un brazo rodeando mi cintura desde atrás,
una mano que movió el cabello hacia un lado y unos labios se
posaron sobre mi cuello.
Era más que perfecto.
—Si no lo supiera diría que eres un hada —susurró Kirian.
—¿Buena o mala?
—Nadie con una belleza como tuya puede ser mala, Ivy.
—La belleza hechiza, podría atraparte y llevarte a mi
bosque, obligarte a dejarme embarazada.
Eso era lo que las leyendas decían, que algunas hadas
querían dar a luz a un ser mitad humano y mitad feérico. Otras
querían formar una familia. Eran leyendas sobre seres mágicos
que cantaban, bailaban y protegían la naturaleza y a los
humanos. También sobre hadas con poderes nocivos que
raptaban niños y los cambiaban con seres feéricos pálidos y
delgados.
Eran cuentos, leyendas y supersticiones. Nadie sabía la
verdad.
—Pero entonces nunca podría verte desnuda —dijo Kirian.
Una de las leyendas contaba que las hadas engañaban a un
hombre de noble linaje transformándose en mujeres de
incomparable belleza para quedar embarazadas y dar a luz a
un ser mágico. Para que el ser sobreviva, el esposo nunca
debía ver a las hadas completamente desnudas.
—Entonces, ¿no quieres vivir en mi bosque, criando a
pequeños seres mágicos? —pregunté.
—No —gruñó Kirian soltándome.
Me quitó las manos de encima como si tuviera la peste o
algo peor, aunque no sabía que podría ser peor que eso. Me
giré para ver su rostro, pero estaba mirando algo en la
oscuridad de la noche y su perfil no me dijo nada.
Por el tono de su voz, la manera y la rapidez con la que me
soltó diría que estaba enfadado, pero ¿por qué? Estábamos
hablando sobre hadas, por Dios, eran leyendas y nada más que
leyendas. Cuentos para niños.
—Kirian, ¿qué pasa?
—Nada, voy a empezar a recoger. Ya es la hora de cerrar
—respondió.
Y mientras lo miraba entrar en el bar me pregunté qué
diablos estaba haciendo yo aquí. Obvio, el sexo era increíble y
él era muy guapo, pero ¿valía la pena?
No me sentía como yo misma. Era otra. Era tan diferente
que no estaba segura de sí me gustaba. Volver a casa parecía
una buena idea, a mi casa ahí donde tendría a mi madre como
jefa y vigilante constante.
O podría quedarme hasta agotar la atracción que sentía
hacia Kirian o la paciencia que necesitaba para soportar su
carácter y sus cambios de humor, sus secretos.
¿Qué debería hacer?
Capítulo 7
Ivy

Tercer día de mi aventura sexual en Irlanda.


Que sí, que era una aventura sexual. ¿Para qué mentir? La
segunda noche con Kirian fue igual que la primera. Él preparó
la cena, pasta con tomate, tomamos una copa de vino en su
porche en silencio y luego nos fuimos a la cama donde lo
único que se escuchó fueron mis gemidos y el ruido que hacía
la cama mientras él me follaba.
Así que no podía quejarme, mi vida sexual era genial por
primera vez en mi vida.
Hoy era jueves, el bar estaba cerrado y Kirian había
prometido pasar el día conmigo. En cambio, estaba sola en su
cocina tomando mi tercer café a las diez de la mañana. Él
recibió una llamada y enseguida murmuró algo mientras
recogía su cazadora y se marchaba.
A dónde y con quién era un misterio fácil de averiguar,
pero no quería tocar mi teléfono y hacerlo. Mi madre sabría en
un instante lo que estaba haciendo y en mi cabeza había
demasiado lío como para necesitar sus críticas.
Había dicho que este era mi último día con Kirian y
esperaba pasarla con él, pero cómo no era posible cogí mi
chaqueta, un paraguas y me fui a pasear. Y a charlar con mi
hermana.
Eva estaba casada con un hombre que a primera vista
parecía difícil, a nivel profesional lo era, pero con ella era un
amor. Con ella y con sus hijos, Vladimir vivía por ellos. Y si
alguien me pudiera dar un buen consejo esa persona era Eva.
Eran las cinco en Nueva York y paseé una hora mientras
esperaba hasta las seis que era cuando Eva se despertaba para
hacer yoga. Caminé sin rumbo por el campo que era lo único
en los alrededores del pueblo y a las 5:59 hice la llamada.
Eva contestó tres segundos después.
—Hola, hermanita —dijo ella.
Eva era especial. Si la tenías enfrente su felicidad y alegría
te ponían de buen humor sin importar cómo de mal lo estabas
pasando. Si escuchabas su voz pasaba lo mismo. Su vitalidad,
sus ganas de disfrutar la vida eran contagiosas.
Hoy no, hoy su voz no pudo alejar mi tristeza.
—Eva —murmuré.
—¡Oh, Dios! Ha pasado —susurró ella—. Te has
enamorado.
—No —solté rápidamente, demasiado rápido y en voz alta,
demasiado asustada para admitir lo que estaba sintiendo como
para preocuparme de que Eva adivinara por qué la estaba
llamando.
—Oh, cariño, lo he visto pasar tantas veces que podría
decir que soy una experta. También puedo decir, de hecho,
puedo jurar que lo tuyo no es para nada diferente de lo que
vivieron nuestros primos.
—Que bien —dije, sentándome en una roca que estaba al
lado del camino.
Miré hacia adelante al campo lleno de flores pequeñas de
color rojo y amarillo. Había esperado vivir una historia
diferente. Verás, el amor, Cupido o quien sea que repartía el
amor en el mundo, amaba a mi familia tanto que cada
miembro conocía a su pareja perfecta.
Era sencillo. Se conocían, se enamoraban, sufrían y luego
vivían felices hasta siempre. Yo esperaba conocer el amor sin
pasar por la tercera etapa, sin el sufrimiento.
—Cuéntame —me pidió Eva, y aunque no quería su voz
suave derribó mis defensas.
—Es guapo y el sexo es increíble.
—Ok, la primera no es imprescindible, pero se aprecia. La
segunda es bastante importante, cariño, pero voy a necesitar un
poco más.
—No tengo más, Eva. Es lo único que está dispuesto a
darme. Sexo, una cena o un desayuno, horas de silencio,
cambios de humor extraños y eso en tres días. ¿Te parece
normal? No puedo sentir tanto en tan poco tiempo.
—¿Normal en nuestra familia? Hermanita, me enamoré de
Vladimir en un sueño que me mostró el fantasma de la
bisabuela. Dime si ves algo normal en esto —dijo Eva.
Era tan normal como mi imposibilidad de tocar algo sin
volverme loca.
—Pero no quiero. ¿Sabes cómo ocurre en las películas? Se
encuentran y se toman su tiempo para conocerse y eso no me
está pasando. Él no me quiere hablar de nada, ni siquiera sé
cuántos años tiene.
—¿Se lo has preguntado?
Me quedé callada cuando me di cuenta de que no lo había
hecho. Esperé a que él lo hiciera y mientras tanto mantuve la
boca cerrada y no compartí nada significativo sobre mí. Tal
vez era eso, él sentía que yo no quería algo más profundo.
—No —respondí.
—Pregunta, hermanita, y luego llámame para decirme qué
tal te ha ido.
—Sobre eso… —empecé.
—Tranquila, sé guardar un secreto —dijo Eva.
—¿Desde cuándo? —pregunté riendo.
—Desde cuando tenías cinco años y cogiste el primer
peluche que tuve. No sé qué te pasó, pero recuerdo muy bien
la desesperación y el dolor que vi en tu rostro o tu llanto que
duró horas.
Cerrando los ojos recordé ese momento, no es que hubiera
sido posible olvidarlo. Fue horrible. El peluche me mostró
todo lo que había sentido mi hermana desde el día que nació
hasta que por fin encontró a mamá.
Grant la cuidó, pero aun así su vida no fue fácil y para una
niña de cinco años fue horrible sentirlo. Fue una de mis
primeras veces y tardé años en darme cuenta de lo que me
estaba pasando.
Pensaba que no lo sabía nadie, excepto la tía Isabella.
—Eva —susurré.
—Es tu secreto, Ivy. Lo compartirás con la familia cuando
y sí estés preparada. ¿Ok?
Asentí sin darme cuenta de que ella no podía verme,
sabiendo que las lágrimas que mojaban mis mejillas eran de
felicidad. Eva lo sabía y nada había cambiado, lo había sabido
casi toda mi vida y aun me amaba.
No me había dado cuenta de cuanto necesitaba saberlo.
—Eva, ¿crees que…?
No terminé mi pregunta. No podía.
—¿Si creo que mamá lo sabe? Nunca lo mencionó, pero ya
sabes que tonta no es y papá tampoco. Tú eres su pequeño
rayo de sol, te conocen mejor que nadie y creo que sí lo saben,
que solo esperan a que les digas algo, a pedirles ayuda si eso
es lo que necesitas.
Me quedé sin palabras.
Nunca me dijeron nada. Yo tampoco, pero eso es diferente.
Pensaba que algo no estaba bien conmigo, que a pesar de que
mis padres me amaban iban a enviarme lejos por no ser igual
que ellos.
Cuando fui suficientemente mayor para poder entender
algunas cosas me contaron sobre la tía Ayala y su don, pero
tampoco dije nada. Pensaba que iban a estar enfadados
conmigo y mi habilidad se convirtió en mi pequeño sucio
secreto.
En mi fortaleza y debilidad.
Aprendí a aguantar el dolor, a no mostrar lo que de verdad
sentía.
Me mantuve lejos de mi familia, estábamos juntos y los
amaba con locura a todos, pero nunca les dejé entrar. Ni
siquiera a papá.
Mamá era otra cosa. A ella siempre la vi tan fuerte y quise
ser como ella incluso cuando averigüé cuál era su trabajo. Yo
quise lo mismo. Ayudar, compartir justicia. Y podía hacerlo,
pero ella siempre me mantuvo alejada dándome los trabajos
menos peligrosos.
Tal vez, fue porque no sabía la verdad. Si le dijera lo que
podía hacer cabría la posibilidad de colaborar más.
¡Sí! Eso haría. Le iba a decir la verdad a mi madre.
—Gracias, Eva —murmuré.
—Gracias, no, hermanita, quiero foto de ese hombre que te
tiene loca. ¿Qué diablos? Fotos y si son con muy poca ropa no
tendré quejas —dijo ella.
—¿En serio, Eva? Has olvidado con quién estás casada,
¿no?
Vladimir, mi cuñado, era ¿cómo decirlo? El sueño de
cualquier mujer. Era alto, moreno, ese aire de chico malo (que
aún conservaba a pesar de haber pasado de los cuarenta años)
y veneraba a mi hermana.
—No, pero un día lo traerás a casa y quiero pruebas de que
fui la primera en saberlo. Ya sabes cómo se ponen los primos.
Sí lo sabía.
Esta familia se alimentaba de chismes, ¿carne, verduras?
No, dale su dosis de cotilleo y se olvidan de comer, de dormir
y de todo lo demás.
Me despedí de Eva y lo hice sonriendo, imaginando el
momento de presentar a Kirian a mi familia. Papá lo odiará a
primera vista solo porque sí, mamá sabrá todo lo que hay que
saber sobre él en dos minutos y el resto le dará la bienvenida
porque cualquier persona que hace feliz a uno de los suyos es
recibida con los brazos abiertos.
Pero todavía no estábamos ahí. Primero necesitaba dejar
las cosas claras, decirle a Kirian que, de verdad, de todo
corazón, quería algo serio con él.
¿Cómo no querer algo serio?
Solo necesitábamos una conversación honesta.
Y con eso en la mente volví a su casa. Como él no había
vuelto tuve la brillante idea de impresionarlo con mis dotes en
la cocina. Me encantaba cocinar y aunque no tuviera todo lo
que necesitaba conseguí preparar un buen almuerzo y un
postre.
Estaba muy orgullosa de mí misma, muy impaciente de ver
a Kirian y más que feliz. Me sentía como si este fuera mi
lugar, ¿sabes? Como ese momento cuando estás en la cama
después de un largo día y sabes que todo está bien, que nada
podría hacerte daño.
Lo que no sabía era que no iba a durar.
Estaba en la cocina porque él no tenía un comedor y como
era más o menos una ocasión especial no quería comer en el
sofá viendo la tele. Había terminado de encender unas velas
que encontré en un cajón cuando él volvió.
Se detuvo en la puerta y me miró con el rostro en blanco.
Y lo supe.
No necesitaba ninguna habilidad especial como para
entender que esto se había acabado.
—Noah arregló tu coche —dijo.
—Ok.
Eso fue todo lo pude pasar del nudo de mi garganta y
luego esperé mirando su cuello. No esperé mucho.
—Tengo que irme por unos días —continuó Kirian.
El nudo se había convertido en una montaña que me
impedía hablar. Asentí porque, aunque pudiera ¿qué le diría?
No te vayas, sé que eres el amor de mi vida. Quiero vivir
contigo, tener hijos contigo, envejecer contigo.
Podría intentarlo, pero eso sería suplicar y yo no estaba
dispuesta a hacerlo.
—Esperaré a que recojas tus cosas.
Le agradecí a la montaña que no me dejó hablar
ahorrándome una humillación y me encaminé hacia el
dormitorio. Kirian no me detuvo, ¿por qué lo haría? Era lo que
quería, a mí fuera de su casa. Que yo deseaba el contrario era
asunto mío.
Era una persona muy ordenada y gracias a eso tardé muy
poco en recoger mis cosas. El neceser del cuarto de baño, la
ropa del cajón que Kirian había vaciado para mí, las zapatillas
que había llevado a dar un paseo.
Al cerrar la maleta también puse mi corazón roto. Ya me
encargaría de arreglarlo en casa. Y las lágrimas, a ellas las
dejaría salir más tarde. Nunca delante de él.
Comprobé una vez más la habitación por no dejar algo ya
que no quería verlo ni hablar con él nunca más. Nada, me
había llevado todo.
Los años de ocultar mis emociones me ayudaron cuando
volví al lado de Kirian. Le sonreí, ni mucho ni poco, solo lo
justo. No quería parecer ni alegre de que me iba ni enfadada
por haber sido echada de su casa.
Solo lo justo.
Lo miré a los ojos porque mentir sabía hacerlo muy bien.
—Ha sido un placer conocerte, Kirian.
El blanco de su mirada desapareció. La furia oscureció sus
ojos y si hubiera sido menos preparada para defenderme habría
echado a correr, pero era fuerte así que me quedé donde estaba
intentando entender qué era lo que le irritaba tanto.
Me había pedido marcharme y lo estaba haciendo.
¿Con quién estaba enfadado?
—¡A la mierda! —exclamó él de repente y pasé de mirarlo
a la cara a tener la maleta volando de mi mano, la cintura
rodeada por dos brazos, la espalda golpeando la pared y la
boca tomada en un beso que me frio el cerebro.
Había una desesperación en el beso que no entendía, pero
que intenté calmar subiendo las manos en su cabello y
mantener su boca sobre la mía.
Estaba aquí y es donde me gustaría estar por mucho
tiempo, quería transmitírselo a Kirian y cuando segundos
después rompió el beso supe que no lo había conseguido.
—Tengo que irme —dijo.
Cerré los ojos porque no podía mirarlo, pero cuando sentí
sus dedos en mi barbilla los abrí.
—Encuéntrame en Dublín dentro de una semana. ¿Puedes
hacer eso, Ivy? —dijo él. No le respondí por que no sabía que
hacer—. Nena, hay cosas que deberías saber y Dios sabe que
no debería contártelas, que lo mejor para ti sería estar lo más
lejos posible de mí, pero no puedo. Lo que siento cuando te
miro es demasiado fuerte, está jodiendo mi control. Dime, ¿me
esperarás una semana?
—Sí, Kirian, te esperaré —prometí.
Después de otro beso que me dejó con las piernas
temblando Kirian cogió mi maleta y la llevó a mi coche.
Luego nos despedimos con otro beso y él se marchó en su
todoterreno.
Y mientras miraba su coche alejarse me pregunté en qué
diablos me había metido. Como nadie tenía las respuestas que
quería hice lo mismo que Kirian, me subí a mi coche y me
marché.
Y continué haciéndome preguntas durante todo el camino.
Solo Dios sabía por qué no averiguaba las respuestas, sería tan
fácil hacerlo, tan fácil como coger el móvil, teclear el nombre
de Kirian y presionar buscar.
De hecho, yo también lo sabía. Quería ser normal, vivir mi
historia de amor con Kirian de una manera normal como lo
hacía el resto del mundo.
Espera, ¿amor?
No podía ser amor. A ver, podía. Existía el amor a primera
vista, pero lo mío con Kirian era atracción a un nivel nunca
visto que necesitaba mucho trabajo hasta llegar a la parte final
y feliz.
Lo que sea.
Llegué a Dublín dos días después porque me tomé mi
tiempo. No tenía nada que hacer en la ciudad y aproveché para
hacer turismo. Viajar sola era algo que solía hacer a menudo.
Me gustaba pasar tiempo conmigo misma, pero ahora no.
Ahora estaba intranquila y nada conseguía calmarme. Y
entrar en una tienda cualquiera en un pueblo sin nombre
empeoró mi situación.
Había parado en el pueblo para comer y al salir del
restaurante vi algo en el escaparate de la tienda. Un collar con
piedras de color morado y era justo el tono de los ojos de mi
tía Isabella. Su cumpleaños estaba cerca y decidí entrar y
comprárselo.
Al abrir la puerta me dio la bienvenida el olor fuerte a
menta y la mujer mayor que estaba sentada detrás del
mostrador. Sus labios se movieron mientras pronunciaba unas
palabras que no entendía, pero le sonreí y me dirigí hacia
donde estaba el collar.
Ya que estaba cogí un par de cosas más para mis hermanas,
luego encontré el rincón de juguetes y perdí la cabeza. Tenía
tantos sobrinos que era un milagro si recordaba todos sus
nombres y al final decidí dar por perdida la lucha y cogerlo
todo.
Juguetes de madera de todo tipo, rompecabezas, coches,
muñecas con vestidos de ganchillo. La mujer insistió en
envolver todos los artículos en papel de regalo blanco con
pequeñas hojas de trébol y terminé sentada en una silla.
Esperando.
Y esperando.
Hizo una pausa de envolver para preparar dos tazas de té,
una para ella y la otra que me ofreció. Cuando terminó ella se
inclinó sobre el mostrador y cogió mi mano.
—Eres fuerte y justo lo que un hombre como él necesita,
pero hace falta más. Amor, suavidad, perdón. Tendrás que
perdonar, Ivy, porque tú lo mereces todo, pero para obtenerlo y
conservarlo tendrás que luchar, perdonar y amar. Amar aun
cuando es más fácil odiar. ¿Entiendes?
—Eh, ¿no? —susurré asombrada.
En ningún momento abrí la boca para decirle a la mujer mi
nombre, ni hablarle sobre Kirian.
—Grábate en la cabeza mis palabras, chica, las vas a
necesitar porque él es tuyo y tú eres suya, pero los dos sois
más cabezotas que la mula de mi abuela y lo vais a estropear
todo con vuestra impaciencia. Espera y cree, chica. Espera y
cree. Vendrá.
—¿Es mío? —pregunté.
Para ese momento ya me había convencido de que la mujer
sabía más de lo que debía y no lo había averiguado mientras
cotilleaba con las vecinas.
—Ese hombre es tuyo tal como tú eres suya desde antes
del nacimiento de los dos —declaró la mujer, luego me soltó la
mano—. Ahora, ¿tarjeta o efectivo?
—Efectivo —dije.
—Vale, tengo los pendientes perfectos para ese collar, ¿los
quieres?
Asentí.
Poco después me marchaba de la ciudad con el maletero
lleno de regalos y la cabeza inundada de pensamientos sobre
mi vida, la de Kirian y sobre el destino.
En Dublín pasé de hacer turismo y me quedé en mi
habitación de hotel trabajando. Mi trabajo era investigación y
más investigación y no de la buena. El trabajo practico era
para mi madre, Vladimir, Tyler o alguno de los otros hombres.
La teoría era para mí y no era menos importante, solo era más
aburrida.
De Kirian no recibí ni una llamada, solo un mensaje unos
cinco minutos después de despedirnos con la dirección de la
cafetería donde debíamos encontrarnos.
Cada mañana caminaba las dos cuadras de mi hotel hasta
la cafetería, me sentaba en una mesa junto a la ventana y pedía
un café. Me quedaba ahí mirando a la calle, a las personas,
esperando ver a Kirian.
Y eso mismo hice el séptimo día.
Había puesto más empeño en arreglarme, por la mañana
había ido a la peluquería del hotel, me había comprado un
vestido negro ajustado y con un escote en forma de corazón.
Y me senté a esperar en la cafetería.
Tomé un café. Tomé dos. Tres. El cuarto se quedó sin tocar
en la mesa.
Esperé cinco horas sentada en la silla.
Kirian no llegó.
Capítulo 8
Ivy

Seis meses después


—¿Sabes qué, Ivy? Deberíamos irnos de vacaciones
juntas, no sé, ¿Irlanda? He visto un documental y es muy
interesante —dijo Ela.
O podría buscar un puente y tirarme. Lo pensé, pero no lo
dije. Lo pensé y no era la primera vez y era horrible.
Yo lo tenía todo, más que cualquier persona del mundo,
pero cuando recordaba al hombre cuyo nombre no quería
pronunciar mi mundo se convertía en una oscuridad inmensa.
Y lo odiaba. No la oscuridad, no mi debilidad, lo odiaba a
él por mentirme. Me hizo esperar durante horas, fui tan
estúpida que lo esperé el día siguiente pensando que había
entendido mal la fecha.
El siguiente también hasta que pasaron siete días y vi la
pena en el rostro de la camarera que me servía el café todos los
días.
Fui tan tonta. Pensaba que él no significaba nada para mí y
estaba equivocada. Lo supe el día que me di cuenta de que no
llegaría, de que nunca tendría esa vida feliz que añoraba.
Estaba trabajando en olvidar, pero no era fácil.
—¿Qué te parece? —insistió Ela.
Era mi hermana, la amaba con todo mi corazón, pero vivía
con la cabeza en las nubes. Yo era una experta en esconder mis
emociones, pero Ela no se daba cuenta de nada. Ni siquiera
notó que me tomé la copa de champán de un solo trago cuando
mencionó la palabra Irlanda.
—¿Por qué no vamos de compras? Incluso podríamos ir
unos días a la playa. Ya sabes, hombres desnudos y piña
colada —dije.
—No, nada de hombres desnudos, por Dios —exclamó
Ela.
La miré mejor y me di cuenta de que no era la única que
tenía la cabeza en las nubes. Algo le estaba pasando a mi
hermana y yo no tenía ni idea. Tenía ojeras bajo el maquillaje
profesional que llevaba, ella tenía mano para eso, y una
tristeza en sus ojos que igualaba a lo que yo sentía.
¿Qué diablos le había pasado a mi hermana?
No podía matar al que no podía nombrar, pero al maldito
hombre que se había atrevido a romperle el corazón a mi
hermana sí.
—Cuéntame —susurré.
Ela sacudió la cabeza, luego miró hacia el cielo que se
estaba nublando con cada minuto que pasaba. La terraza de un
edificio de cincuenta plantas no era el mejor lugar para estar
cuando se acercaba una tormenta, pero no pensaba moverme
de aquí hasta averiguar qué le había pasado a mi hermana.
Necesitaba saber a quién matar porque alguien iba a morir.
—No hay nada que contar, Ivy —dijo Ela.
Nada y una mierda.
Si no quería contarme tenía mis maneras de averiguar lo
que quería. Suspirando me quité los guantes, luego acerqué mi
silla a la de mi hermana y puse el brazo sobre sus hombros.
Esperé un momento por si cambiara de opinión y como seguía
callada dejé la mano, despacio sobre su brazo.
Me preparé porque sabía que en cuanto mis dedos tocaran
su piel estaré inundada con todas sus emociones.
—No lo hagas, Ivy —dijo Ela.
—¿Qué? —pregunté, mi ceño fruncido y los dedos en el
aire.
—No me toques. No estoy bien y no quiero que sientas lo
mismo. Un corazón roto en la familia es suficiente.
—Oh —exclamé asombrada.
Ahí se iba mi secreto. Pensaba que no lo sabía nadie, pero
al final creo que mi secreto era el peor guardado secreto del
mundo. Tal vez, era del que de menos se hablaba. Pero ahora
era más importante arreglar el corazón de Ela.
—Duele, Ivy.
—Lo sé —dije apartando el brazo y la mirada de mi
hermana—. Los hombres son unos cabrones, unos hijos de…
—me callé porque a Ela no le gustaban las palabrotas—. No sé
quién les hizo creer que pueden destrozarnos, que pueden
entrar en nuestras vidas, mostrar lo bien que puede ser y luego
quitárnoslo todo sin una maldita explicación. ¿Es tan difícil
decir una razón? Ah, nena, no eres tú, soy yo —espeté.
—No estoy listo para sentar la cabeza —añadió mi
hermana.
—¡Exacto! —exclamé mirándola—. Luego a los cuarenta
quieren casarse con una de veinte años y se sorprenden de que
ninguna quiere ser ama de casa, embarazada, descalza y
sirviéndole la cena y una cerveza fría cuando vuelve del
trabajo.
—No olvides a los que quieren una relación abierta —dijo
Ela.
—¿Has salido con uno de esos? Dame su nombre que voy
a asegurarme de que nunca más pueda abrir la boca y decir
otra estupidez.
—Las relaciones abiertas son interesantes, algunas salvan
matrimonios.
Antes de que tuviera la oportunidad de darme la vuelta y
ver a quien pertenecía la voz de hombre que se había colado
en nuestra conversación vi la expresión en el rostro de mi
hermana.
¡Maldita sea! Todo lo que yo sentía, tristeza y dolor, se
reflejó en sus ojos antes de que lo escondiera. Estuve muy
orgullosa de ella por la rapidez con la que lo consiguió.
Entonces me di la vuelta para averiguar quién era la siguiente
persona a la que iba a enviar a conocer a Dios.
Era tan guapo que los ángeles iban a agradecérmelo.
Alto, ojos azules, color de cabello mezcla de castaño y
dorado. Incluso tenía esa mandíbula perfecta detrás de las que
todas las mujeres suspiraban. El traje que llevaba ocultaba solo
a medias un cuerpo musculoso y por un momento me pregunté
si debería darle la oportunidad a mi hermana de disfrutar de él
una vez más antes de ponerle fin a su vida.
Estaba mirando a mi hermana de una manera tan
despectiva que los demonios iban a pagarme por llevárselo.
—¡Jódete, Dean! —exclamó Ela.
Dean no hizo lo que le sugirió mi hermana. Le sonrió y
ocupó lo que había sido mi asiento antes de que me pasara al
lado de Ela para darle un abrazo.
Dean me sonrió. A mí.
Oh, el pobre idiota no sabía que su destino estaba sellado
desde que hizo lo que fuera que hizo para romperle el corazón
a mi hermana. Solo eso era suficiente como para acabar con él,
pero ya que odiaba a todos los hombres iba a asegurarme de
que su final será muy, pero que muy doloroso y largo.
Joder, era guapo y si no tuviera el corazón roto, si mi
hermana no lo hubiera visto primero y si pudiera tocarlo sin
perder la cabeza, le hubiera sonreído de vuelta.
En cambio, me incliné sobre la mesa y lo miré a los ojos.
—¿Tienes un último deseo, Dean? —pregunté.
Mi hermana suspiró. Él no perdió la sonrisa.
—Agente Dean Wilson, FBI —dijo mi hermana.
—Investigando la organización criminal de la familia Diaz
—añadió el agente iba-a-conocer-pronto-a-su-creador.
Giré la cabeza hacia mi hermana.
—¿Este tío es real? —pregunté.
—Sí, tan real como sus ganas de meter detrás de las rejas a
mamá incluso si eso significa acostarse con la hija de la mujer
que está investigando.
—¿Por qué sigue respirando?
Mi hermana gimió y apartó la mirada de mí para fijarla en
Dean. Hice lo mismo justo a tiempo para ver cómo se apoyaba
en el respaldo de la silla y sonreír como si hubiera encontrado
el mayor tesoro del mundo.
Bueno, si él pensaba que mi madre era la jefa de una
organización criminal y yo acababa de preguntar por qué
seguía vivo, era normal que se sintiera como el dueño del
mundo.
Que se joda. Éramos invencibles.
—Déjame ver si lo tengo claro, engañaste a mi hermana
para conseguir información sobre mamá —dije.
—Eso es correcto, señorita Ivy Diaz —declaró el agente.
—Oh, sabes mi nombre —dije añadiendo a mi voz una
gran dosis de sarcasmo.
—Sé que le harás compañía a tu madre en la cárcel. Detrás
de las rejas.
Me eché a reír.
—¿Sabes, Ela? Nunca me imaginé que te gustaban los
chiflados —dije mirando a mi hermana, luego giré la cabeza
hacia Dean—. Conozco un buen psiquiatra, te pasaré su
número para ver si puede poner un poco de orden en tu cabeza.
—Tal vez debería usarlo tú, total, eres tú la que va
matando a personas inocentes —dijo Dean.
Matar era lo que hacía la organización no criminal de mi
madre, pero no a personas inocentes. Nunca. Y sí él pensaba
eso era porque trabajaba para alguien más, no solo para el FBI.
Él era uno de los que estaban en la nómina de los mafiosos,
narcotraficantes y la demás escoria que tenía algo en contra de
lo que mi madre hacía.
Como ha conseguido acercarse a mi hermana era un
misterio y un error por el que alguien iba a pagar.
—No he matado a nadie en mi vida —dije poniéndome de
pie, luego puse la mano sobre la mesa y me incliné hacia él—.
Pero te voy a matar a ti por lo que le hiciste a mi hermana —
declaré.
—¡Ivy! —gimió mi hermana.
—¿Qué? —pregunté mirándola—. Te engañó y es lo que
merece. ¿Crees que podré convencerte de hacer lo mismo con
el cabrón que no voy a nombrar que me dejó tirada en Dublín?
—¿Sabes qué, señorita Diaz? Lo puedes intentar y te
prometo que no te lo tendré en cuenta. Intenta matarme y si lo
consigues…
—Perdona, lo voy a conseguir de eso no hay ninguna duda
—dije, Dean aceptando mi interrupción con la sonrisa en los
labios—. Lo que debería preocuparte es cómo lo haré.
El agente Wilson se puso de pie y me miró como todos.
Como si fuera una pobre mujer débil e indefensa. También
hizo lo mismo que todos. Me subestimó.
Estaba demasiado ocupando, mirándome petulante como
para observarme coger el cuchillo de la mesa. De repente, el
pobre idiota se encontró con un cuchillo presionado contra su
yugular.
—Perdona, ¿qué estabas diciendo? —pregunté mientras mi
hermana gritaba mi nombre.
No le hice ni caso.
—Podría romper tu mano antes de que tuvieras la
oportunidad de herirme con ese cuchillo. Además, ni siquiera
está afilado —dijo Dean.
—¿Quieres probar y ver?
—¡Ivy, suéltalo ya! —exigió Ela.
La ignoré.
—Una lección que no os enseñaron en el FBI, agente
Wilson —murmuré retrocediendo y colocando el cuchillo en la
mesa—. Eso era la distracción, el plan era dispararte.
Le mostré la pequeña pistola que había sacado de la funda
que llevaba alrededor de mi muslo izquierdo y que ahora
apuntaba a esa parte tan delicada del cuerpo masculino.
—Detenerte por posesión ilegal de armas podría haber sido
mi plan, ¿eso no te le enseñaron a ti? —preguntó Dean.
Estaba pensando en guardar el arma, pero cambié de
opinión viendo su expresión arrogante. Podía acabar con su
vida en un instante…
—¡Ya basta! Ivy, vete a casa —me ordenó mi hermana. La
ignoré de nuevo, pero se interpuso entre mí y el agente Wilson
—. Vete ya. Luego hablaremos sobre el viaje.
—¿Desde cuando eres tan mandona? —le pregunté.
Ela era la chica tranquila de la familia. Si alguien quería ir
a la playa y ella a la montaña Ela renunciaba a sus deseos. No
importaba si era sobre vacaciones, comida, película o algo
mucho más importante.
Me gustaba saber que había heredado algo de mamá, este
mundo no era para los buenos o débiles.
—Si eso crees que es mandona deberías verla en la cama
—dijo el agente.
Vaya.
No, ni muerta iba a escuchar sobre la vida sexual de mi
hermana. Me hubiera quedado porque antes de girarme vi la
manera en la que lo miraba Ela y sabía que si le dejaba alguna
de mis armas el agente iba a encontrar su muerte bajo la lluvia.
Quería ver a mi hermana empujarlo desde la azotea o lo que
sea que ella decidiera hacer para acabar con la vida de este
hombre.
Pero necesitaban privacidad y yo no quería saber qué y
cómo le gustaba a mi hermana.
Me marché.
No me apetecía volver a casa y como estaba cerca de la
sede de la organización fui a echar un vistazo. Pero antes pasé
por una tienda para asegurarme de que no me seguían. Si el
FBI estaba detrás de nosotros estaba segura de que estaban
usando todos sus recursos y tenían a alguien vigilando a cada
miembro de la familia.
No era tan insólito, a pesar de tener a nuestra
disponibilidad los mejores recursos a veces alguien hablaba.
También a veces a mi madre le apetecía jugar con ellos, con
los agentes de todas las agencias del mundo.
Mi madre tenía ese placer, algo retorcido, de mostrarlos
que han fallado, que hay alguien que está haciendo su trabajo
mejor que ellos.
Lo que no entendía es como los habían dejado acercarse a
Ela, ¿a qué estaba jugando mamá?
Pensé en ello mientras echaba un vistazo a las tiendas del
centro y al final terminé en una tienda de lencería. Si el agente
que me seguía era hombre entonces destacaría en la tienda, si
era mujer también ya que no podía permitirse comprar nada de
ahí con la mierda de sueldo que tenía.
Y era un hombre. Tendría unos cuarenta y vestía un traje
negro. Y era bueno. Le pidió a una empleada ver un conjunto
que quería para su esposa y fingía un interés genuino, pero
más de una vez lo vi buscarme con la mirada.
Cogí un par de conjuntos y caminé hasta los probadores.
Elegí el tercero a la derecha y después de cerrar la puerta
coloqué las prendas en la silla. Luego presioné la mano en la
esquina derecha del espejo y este se abrió.
Entré en el pasillo iluminado por pequeñas luces y caminé
sonriendo mientras la puerta espejo se cerraba a mis espaldas.
Lo que el FBI no sabía, nadie lo sabía, era que había una
vía de escape en cualquier lugar de esta ciudad, de ciudades de
todos los rincones del mundo. Solo se usaban para nuestra
protección o para mantener en secreto la localización de
nuestras sedes.
El único problema era que aquí debía caminar en un túnel
infinito mientras que si me hubiera deshecho del agente arriba
podría haber cogido un taxi.
Me di el paseo largo hasta la puerta del ascensor que debía
llevarme arriba. Repetí el proceso de poner mi mano sobre la
superficie, esta vez era el quinto ladrillo de la decimoctava
fila, y se abrieron las puertas del ascensor.
Las oficinas eran como cualquiera oficina del centro de
Nueva York. Despachos, escritorios, ordenadores, secretarias,
rincón de café. Todo funcionaba mejor que un reloj suizo, cada
empleado conocía y hacía bien su trabajo.
Yo no. Yo sabía lo que tenía que hacer, pero mi madre no
me dejaba. Pensaba sentarme con ella y contarle sobre ese
secreto que le había ocultado toda mi vida, pero estuve
demasiado triste por ese maldito hombre.
Y meses después aquí seguía, haciendo los trabajos menos
peligrosos e importantes.
Yo no tenía una secretaria, total, no la necesitaba, así que
evité mi despacho y fui a la sala de cotilleo. Bueno, yo la
llamaba así. Era una sala enorme con pantallas en lugar de
paredes, escritorios con ordenadores en el centro y un rincón
con tentempiés.
El único en la sala era Tyler que también era el único que
no me apetecía golpear porque no me miraba como si fuera su
hermanita pequeña.
Sin embargo, hoy sí que me miró de manera extraña.
Luego una de las pantallas se encendió mostrando un despacho
moderno y dos hombres. Uno estaba sentando detrás del
escritorio, uno de esos trajeados que pullaban por las calles de
Nueva York.
El otro ocupaba una silla enfrente y no podía ver su rostro.
Pero si pude reconocer su voz.
—¡Mierda! —exclamé.
Si estaba en las pantallas estaba en todas partes. El móvil
de mamá, en la boca de todos mis familiares y de ahí a ser el
chisme favorito el próximo sábado era un pequeño paso.
Me senté en la primera silla y miré a la pantalla, sintiendo
una mezcla de emociones cada una más molesta que la otra.
Sentía vergüenza por tener que contar la historia de como
fui engañada por un rostro guapo a toda mi familia. Odio por
escucharlo reír como si nada. Alegría de verlo. Sentía deseo de
que se diera la vuelta y ver sus ojos.
Miré lo que ocurría en la pantalla como si fuera una
película.
—Eso es lo más retorcido que haya escuchado en mi vida
—dijo Kirian.
—No lo es, piénsalo —dijo el otro hombre—. Todos
tenemos a esa mujer que nos ha escapado, que nos engañó, que
estaba casada e intocable. ¿No sería genial tenerla delante para
decirle lo que no pudiste decirle? ¿O hacerle?
—No, ¿y sabes por qué? Porque no sería real. No quiero
una mujer desconocida que se parezca a mi novia del instituto
o peor, tener un robot. ¿Habéis perdido la cabeza? —preguntó
Kirian.
—No, hombre. Este es el futuro. Podrías tener a cualquier
mujer.
—Puedo tener a cualquier mujer —gruñó Kirian.
—No puedes tener a ¿cómo dijiste que se llamaba? La
señorita Diaz. Tu abuela tuvo mucho que contar sobre ella —
dijo el hombre mientras sus dedos iban a una velocidad
increíble sobre el teclado de su ordenador—. Color de cabello,
ojos, aja, de uno a diez ¿cómo de buena es en la cama?
—Me voy —dijo Kirian poniéndose de pie.
—Espera, espera un maldito minuto casi lo tengo. Listo, la
señorita Diaz llegará a tu habitación de hotel a las siete en
punto y podrás hacer lo que deseas con ella.
—Frank, si esa mujer llama a mi puerta lo que le pediré es
tu cabeza en una bolsa de plástico y entonces en tu funeral
habrá un ataúd cerrado —dijo Kirian.
Su tono era serio, sus ojos oscurecidos con furia, pero al
otro hombre le importaba poco que sentía Kirian.
—Diviértete, hermano. Ya me lo agradecerás mañana.
Kirian se marchó, el hombre volvió hacia su ordenador y
eso fue lo último que vi antes de que Tyler apagara la pantalla.
—¿Qué diablos fue eso? —pregunté.
Capítulo 9
Ivy

Era una mujer lista, más que eso. Mi coeficiente de


inteligencia era con mucho sobre la media, aunque si alguien
me viera hoy no se daría cuenta de ello. Dirían que era una
mujer tonta que iba buscando problemas.
Pero sí, aquí estaba yo en el ascensor que me estaba
llevando a la habitación de Kirian. ¿He mencionado que he
pasado por mi casa, me he duchado, me he arreglado el cabello
y me he puesto un vestido negro y ajustado que hizo girar
muchas cabezas desde que bajé del coche que me dejó en la
entrada del hotel hasta que se cerraron las puertas del
ascensor?
No sabía por qué estaba aquí. Solo sabía que Kirian estaba
en la ciudad y la necesidad de verlo era más fuerte que mi
control.
Tyler me había contado que como el sistema estaba
vigilando constantemente por si hubiera alguna amenaza hacia
nuestra familia la alarma soñó cuando el amigo de Kirian
pronunció mi nombre.
Y sí, Tyler interceptó la alarma antes de que llegara a mi
madre. Eso no quería decir que no podía averiguarlo, pero solo
si la buscaba especialmente así que estaba a salvo. Más o
menos.
El amigo se llamaba Frank Gibbs, era uno de los miles de
abogados de la ciudad que recientemente había recibido una
invitación a un nuevo club. La idea era cumplir las fantasías de
los hombres, nada nuevo ahí, ¿a qué no? Pero lo habían
llevado a otro nivel.
Los clientes podían pagar muchos miles de dólares para
pasar unas horas con una mujer de su elección. Podía ser baja
o alta, morena o rubia, estúpida o inteligente, callada o
habladora, cariñosa o antipática. Podía ser, justo como dijo
Frank, cualquier mujer que se te haya cruzado en el camino.
Podías pasar una hora con tu exmujer, la que había pedido
el divorcio cuando te pilló engañándola y que se llevó a los
niños y la mitad de tu fortuna.
Era un negocio muy peligroso y no entendía cómo habían
encontrado mujeres dispuestas a trabajar en algo así, a jugar un
juego diferente con cada cliente, a tener su cabello teñido cada
día en función de los deseos del cliente.
Y como si fuera poco habían invertido en un robot tan bien
desarrollado que nadie se daría cuenta de que no era humano.
Esto de la inteligencia artificial nos iba a joder la vida y no
porque era mala idea.
Era una buena idea, pero nosotros éramos tan malos que
encontraríamos la manera de arruinar nuestras vidas con su
uso.
Tyler se había quedado investigando el negocio y no tenía
dudas de que en menos de veinticuatro horas desaparecería. Y
yo, pues yo había llegado y estaba llamando a la puerta de
Kirian.
Quería que me abriera. No quería que lo hiciera.
Quería verlo. No quería sufrir.
¿Ves? Ya ni siquiera podía pensar con claridad.
La puerta se abrió.
—¡Jesús Cristo! —exclamó Kirian al verme.
Luego me miró detenidamente y al final se dio la vuelta.
No cerró la puerta así que lo seguí.
Kirian cogió su teléfono y se me quedó mirando mientras
esperaba a que contestaran. Podría apostar a que estaba
llamando a su amigo. Colgó ya que al parecer Frank era un tío
listo y no quería escuchar las quejas de Kirian.
—¿Ya has cobrado? —me preguntó.
Sacudí la cabeza.
La que cobró fue la mujer que el club le había asignado a
Kirian. No se parecía en nada a mí y no sabían cómo pensaban
conseguirlo, pero de todos modos les dejamos cobrarle el
dinero a Frank.
Kirian cogió su billetera de la mesita de noche, contó
algunos billetes y extendió la mano. Me acerqué y los cogí.
Que no tenía ni maldita idea de lo que hacer era más que
obvio.
Él se encaminó hacia la puerta y la abrió, pero antes de que
tuviera la oportunidad de dar un paso él la cerró.
—Me esperaste —dijo.
Me quedé callada.
—Durante días —continuó él—. Te vi, ¿sabes? Ahí
sentada, tomando café, esperando. Notaba como desparecía la
esperanza de tus ojos con cada día que pasaba.
¡Maldito idiota!
Todo fue un juego para él y ya tenía todas las pruebas que
necesitaba para darle un rodillazo en la entrepierna y mandarlo
de una patada fuera de mi vida. Y de mi corazón.
Y ahora solo quería saber la razón.
—¿Por qué? —pregunté.
—Porque te mereces lo mejor y yo soy lo peor.
—Bueno, teniendo en cuenta que te has quedado mirando
como un cabrón sin corazón mientras esperaba durante días,
tienes razón. Eres lo peor.
Él ni siquiera parpadeó al escuchar mis palabras y es
cuando me di cuenta de que de verdad pensaba que no era
bueno para mí. Eso no tenía sentido.
A un cabrón le importaba un pimiento lo que pensaba su
víctima.
—Lo siento, nunca debí haber ido detrás de ti. Hubiera
sido mejor dejarte salir de mi vida —dijo Kirian.
Oh, ahora me estaba matando la curiosidad. Quería saber
sus pecados, sus secretos. Quería saber por qué me había roto
el corazón.
—Pero no lo hiciste —murmuré avanzando hacia él—. Me
gustaría saber a lo que te refieres con peor, ¿estás casado, te
vas a morir, te gustan las cosas pervertidas o qué?
—Peor —dijo.
—¿Traficante, asesino en serie, violador? —enumeré.
—Peor —repitió.
Me detuve cuando me quedaba un paso hasta él y lo miré
frunciendo el ceño.
—No hay nada peor que eso.
—Podría haber salvado a mi madre y no lo hice. Podría
haber salvado muchas personas, puedo salvarlos y no lo hago.
Y eso, Ivy, es peor que cualquier crimen.
De verdad creía lo que estaba diciendo, estaba en la
expresión de angustia de su rostro. Pero yo conocía el mal. Lo
sentía en mi alma sin importar si se escondía detrás de un
rostro carismático, una madre preocupada o un tío que solo
quería el mejor para sus sobrinos. El mal estaba en todos los
sitios, escondido bajo una máscara de normalidad y Kirian era
un cabrón, un idiota que había jugado conmigo, pero no había
ni una pizca de maldad en su alma.
Lo sabía. Lo sentía.
—¿Cómo? —pregunté suavemente.
—¿Puedes prometerme algo? Te pagaré el doble —dijo y
asentí—. Te contaré algo y quiero saber tu verdadera opinión.
No tienes que pensar en si me va a agradar tu reacción o que
no te voy a pagar, solo quiero honestidad.
No me gustaba esto. Él pensaba que estaba hablando con
una mujer que se parecía a mí y dolía que no fue capaz de
decirme a la cara lo que sea que quería decir. Tampoco me
gustaba que en este momento era yo la que lo estaba
engañando.
Pero, nunca me preguntó quién era o qué hacía aquí,
¿verdad?
—Ok —dije.
—¡Joder! Esto es malditamente raro, te pareces a ella,
suenas como ella e incluso caminas como ella —gruñó Kirian
—. Me pregunto si…
—Si sentirás lo mismo si me besas, si me tocas, ¿verdad?
—le interrumpí.
La idea se le pasó por la mente por un segundo, pero la
descartó inmediatamente. Sonreí en mi interior, por lo menos
estaba tomando la decisión correcta.
—Puedo hacer cosas —dijo finalmente y esperé mientras
él iba hacia la ventana dándome la espalda—. Cosas mágicas y
extrañas. Herencia de la familia de mi madre, mi abuela,
bisabuela y cada mujer que nació desde hace cientos de años.
Algo se jodió cuando nací yo, tal vez el destino sabía que mi
madre no iba a tener más hijos y que era yo o nada así que
heredé el don.
No me había dado cuenta de que él se había dado la vuelta
y me estaba mirando. Mi cerebro escuchó la palabra magia y
estaba alucinando.
De todos los hombres del mundo había conocido a uno que
era hechicero. O hada. Podía ser un hada. ¿Existían hadas
hombres?
—Me negué a aprender, a aprovechar de todo lo que podía
hacer y mi madre murió. Podría tocar el peluche de un niño
desaparecido y encontrarlo solo en un minuto, solo con cerrar
los ojos. Pero no lo hago y por eso no pude tenerte. ¿Cómo
disfrutar de la vida, cómo tener a una mujer tan buena y
preciosa durmiendo a mi lado en la cama sabiendo que soy un
monstruo?
¡Oh!
El destino se estaba luciendo hoy.
Yo. Kirian, mi caballero oscuro.
Yo y mi habilidad de leer las emociones al tocar objetos y
personas.
Kirian y su don mágico.
¡Ay, Dios!
Esto estaba más increíble que el fantasma de la bisabuela
que se paseaba por la casa familiar. O la manera en la que el
bisabuelo ponía los ojos en blanco cuando le pedía volver al
cielo y ella decía que no, que todavía faltan bisnietos a los que
echar una mano.
—No dices nada —dijo Kirian.
—Eh, no —murmuré—. ¿Qué debería decir?
—No sé. ¿Qué soy un monstruo?
—No lo eres —dije.
—Sí, lo soy —declaró él.
Le sonreí y luego miré alrededor de la habitación de hotel.
—¿Y qué soy yo, Kirian? ¿Te parezco una persona normal
o un monstruo? —pregunté al mismo tiempo que intentaba
decidirme por un objeto.
No lo estaba mirando así que no lo vi fruncir el ceño.
—Normal —contestó y había algo raro en su voz que me
hizo girar la cabeza hacia él.
Oh, ya se estaba dando cuenta de que algo no estaba bien,
como si algo estuviera bien teniendo en cuenta que estaba en
una habitación de hotel con una mujer que se parecía a una ex
y a la que había pagado.
Entonces noté alrededor de su cuello un hilo fino de cuero
y sabía que de él colgaba un colgante. Era una de las pocas
pertenencias de Bryn que había devuelto a su familia.
Eso era extraño y perfecto para lo que quería hacer.
Me acerqué a Kirian y él retrocedió cuando me vio
levantar la mano.
—Querías honestidad, ¿no? —pregunté.
—Eres tú —murmuró.
—Espera, hay algo más que quiero que sepas antes de
hablar de eso —dije mientras me quitaba el guante de mi mano
derecha.
Luego tiré del hilo y saqué el colgante. Empezó en cuanto
mis dedos tocaron la plata caliente. Ni siquiera tuve tiempo
para ver bien los símbolos que estaban dibujados antes de ser
transportada a otro mundo.
Estaba lloviendo, nada más que bosque a mi alrededor.
Sentía miedo y frío, estaba muy cansada y mis pies dolían
cada vez que aplastaba alguna piña. Necesitaba alejarme, no
sabía de qué estaba corriendo, solo sabía que mi vida
dependía de ello.
De pronto escuché el ladrido de un perro y vi la casa, vi la
luz. Vi al hombre en la puerta abierta. Era alto y grande.
Fuerte. Debía ser fuerte. Lo necesitaba fuerte para
protegerme.
Me esperó en la puerta y lo primero que vi fueron sus ojos
negros. Tan oscuros como la noche que nos rodeaba. Luego,
esos mismos ojos me miraron de arriba abajo. Vieron mi
vestido roto y manchado de barro, mi cabello enredado, mi
mejilla amoratada, el ojo hinchado, el brazo roto. Vieron mi
cabello rojo.
Vi en sus ojos el momento exacto en el que entendió qué
era yo.
—¿Puedes protegerme? —susurré.
—¿Puedes pagarme? —preguntó.
Levanté la mano a mi cuello y agarré con mis dedos fríos
el colgante de plata. Era lo único que tenía y valía mucho, las
piedras preciosas podían comprarte un castillo o matarte al
instante si tu alma era negra.
Era mi bien más preciado que debía legar a mis hijas,
pero no tendría descendencia si no sobrevivía a esta noche.
Quité el colgante de mi cuello y se lo entregué.
El hombre no lo tomó.
—No es suficiente —dijo.
—Es todo lo que tengo —murmuré desesperada, pensando
en lo que me esperaba si no me ayudaba.
—Eso no es verdad.
Sus ojos bajaron hasta mis caderas.
No era una sorpresa, era lo que todos los hombres
deseaban. Una mujer. Asentí porque prefería tumbarme debajo
de su cuerpo grande y aguantar durante unos minutos que
sufrir bajo el ejército de hombres que me seguían.
Entonces él cogió el colgante y se lo puso alrededor del
cuello, el cuero apretándolo, pero no parecía importarle.
Luego me cogió la mano y me metió dentro. Mis piernas
temblaban porque saber y aceptar lo que iba a pasar no
quería decir que estaba preparada para vivirlo.
Sabía que era doloroso, violento, que era placentero solo
para el hombre, que solo el amor verdadero podría hacer de
un acto desagradable uno agradable.
Pero él no me tocó. Llenó un cubo con agua, me entregó
un trozo de jabón y una toalla. Luego se marchó. Me lavé
como pude, me curé las heridas y me cubrí con la manta que
cogí de la cama. Mi vestido estaba inservible.
Me senté en una silla de madera y esperé. Esperé más y al
final el cansancio pudo conmigo. Me quedé dormida y
desperté horas después en la cama. El sol estaba saliendo y el
hombre se estaba lavando en el cubo de agua que ahora
estaba cogiendo el color de la sangre que lo cubría de arriba
abajo.
Oh.
Lo hizo. Me protegió y ahora era el momento de pagar.
Una vez más esperé y esta vez no tuve la suerte de que se
marchara, ni siquiera de desmayarme de miedo. ¿Cómo llegué
aquí si recordaba haberme sentado en la silla?
Estuve ahí durante mucho rato mirando como pasaba los
manos enjabonados sobre su torso desnudo. Luego sobre la
parte inferior de su cuerpo igual de desnudo. Pasó un poco
más de tiempo en su parte frontal.
Auch.
No quería. De verdad, no quería vivir lo que estaba a
punto de vivir.
El hombre se secó el cuerpo con la misma toalla que usé
yo, un trozo de tela pequeño y muy usado, pero limpio. Luego
se dio la vuelta.
Desnudo. Caminando hacia la cama con esa parte de su
cuerpo colgando entre sus piernas, esa horrible parte.
Me pregunté si no hubiera sido mejor ponerle fin a mi vida
tirándome por el acantilado. ¿Por qué no lo pensé antes? Ah,
sí, porque quería vivir para siempre a través de mis hijos y
nietos.
Menuda tontería.
Morir joven era mucho mejor, joven y pura.
Cerré los ojos cuando el hombre se tumbó a mi lado.
—Mi nombre es Kilian —dijo.
Me quedé callada hasta que su mano bajó la manta sobre
mi pecho. Cubrí la suya con mis manos y desesperada por
retrasar el sufrimiento abrí los ojos.
—Viv, mi nombre es Viv y juro por mi vida que quería
cumplir con mi promesa. Juro que sí, pero prefiero morir a
yacer contigo —dije.
—¿Cómo estás tan segura de eso si ni siquiera sabes cómo
es?
—Es horrible, lo sé. Mi madre me lo dijo, lo vi. Lo sé —
murmuré.
—¿Por qué no me das una oportunidad? Si lo encuentras
tan horrible podrás marcharte de mi casa, pero tendrás que
ser honesta. ¿Lo prometes?
Obvio que sí. Asentí sabiendo que iba a estar fuera de esta
casa en un abrir y cerrar de ojos.
Bueno, no ocurrió justo como yo pensaba porque, verás,
me habían enseñado que la honestidad estaba por encima de
todo excepto si mi vida dependiera de ello. Y ahora mismo mi
vida no corría peligro.
Él, Kilian, empezó despacio, acariciando con un dedo mi
brazo desnudo, desde la muñeca hasta el hombro. Y no era
malo y no dolía así que no dije nada y él continuó hacia mi
cuello. Desde ahí, despacio y suave, bajó hacía la parte
superior de mis pechos.
Se detuvo al sentir el latido fuerte de mi corazón y apartó
los dedos, pero solo por un breve momento antes de posar sus
labios justo en ese lugar.
¡Oh!
No protesté, ¿cómo podía hacerlo cuando esos labios
besaban suavemente mi piel? Caricia a caricia, beso a beso el
miedo desapareció de mi mente. Cuando sentí su boca sobre la
mía por primera vez en mi vida fue tan maravilloso que abrí
los ojos y puse las manos sobre el pecho de él y lo empujé.
Me miró en silencio, inquisitivo, pero no preocupado.
—Dijeron que dolía —murmuré.
—Si se hace mal duele y solo un mal hombre haría daño a
una mujer —dijo.
Y justo en ese momento, con su cuerpo desnudo cubriendo
el mío, con su intensa mirada oscura entendí que había
encontrado el sentido de mi vida. Era mi destino llegar aquí, a
la puerta de este hombre, a su cama y vivir con él, tener sus
hijos.
Bajó la cabeza para besarme y todo cambió.
Era de día, estaba en la cama y no debajo de él. Kilian
estaba a mi lado, sosteniendo mi mano y murmurando
palabras bonitas mientras una mujer estaba entre mis piernas
abiertas gritándome.
—¡Empuja ahora!
Empujé y el dolor más atroz pareció romperme en dos
antes de escuchar el llanto de un bebé.
Otro cambio y otra cama, otro bebé. Una niña. Otro bebé.
Un niño.
Cambio. Killian corriendo en un prado con los tres niños,
riendo felices.
Cambio. Nieve, los niños tumbados enfrente de la
chimenea escuchando un cuento que les contaba Kilian, una
camisa en mi regazo y una aguja con hilo en mi mano.
Cambio. Kilian sonriéndome, su cabello blanco. Los niños
mayores con sus parejas al lado. Un bebé en mis brazos.
Cambio. Killian tumbado en la cama. Ojos cerrados. Su
corazón en silencio. El mío roto. Dolor, tanto que ni los hijos
ni los nietos consiguieron eclipsar.
Cambio. Luz. Silencio. Calma. Felicidad. Killian.
Abrí los ojos y ahí estaba él.
Los mismos ojos, la misma intensidad, la misma fuerza.
Era Kilian, mi Kilian.
¿Mío?
Mío.
—¿Ivy? —murmuró Kirian.
Sonreí antes de acercar mi boca a la suya.
Capítulo 10
Ivy

—¿Qué diablos ha pasado? —gruñó Kirian.


Yo quería besarlo, abrazarlo y decirle cuanto me alegraba
habernos encontrado de nuevo.
Almas gemelas. Almas destinadas a encontrarse siempre
durante la eternidad.
No me lo esperaba, en serio. Lo sabía todo sobre el amor a
primera vista, sobre ese amor que no aminora con el paso de
los años, pero esto estaba más allá de cualquier imaginación.
La familia Diaz-Kincaid-Kader era como un imán para el
amor verdadero, eterno y podía decir que yo ganaba el premio
a la historia más increíble.
Mi corazón reconoció a Kirian, recordaba lo que vivimos
juntos, entendía ahora los sueños. Era mi protector, mi
caballero oscuro que me protegía y guiaba cuando lo
necesitaba.
—Ivy, ¿vas a hablar de una maldita vez? —preguntó
Kirian.
—No, me gustaría besarte —dije inclinando la cabeza
hacia atrás.
Pero no, él no estaba de humor para besos. Apartó mi
mano del colgante y retrocedió. No me gustó, pero sabiendo
que era mío podía tener la paciencia necesaria hasta que él
también lo supiera.
—Quiero saber por qué tu rostro reflejó mil emociones
mientras tocabas el colgante —insistió él.
—¿Podemos pedir algo de comer? Estuve demasiado
nerviosa para hacerlo antes de venir —dije.
Kirian maldijo, luego se estiró y deslizó su mano hacia la
parte de atrás de mi cabeza.
—Si no sabes hablar y comer al mismo tiempo tienes unos
minutos para aprender mientras preparan y suben la comida
porque, nena, no voy a esperar más a saber qué diablos está
pasando aquí.
—Esto es de mala educación —dije.
—Pero no te va a matar que es lo que te haré yo si no
consigo las respuestas que quiero.
Él frunció el ceño.
Esperé.
Él frunció más el ceño.
No me quedaba nada, tal vez besarlo porque eso debería
funcionar con cualquier hombre.
Luego preguntó en voz baja, pareciendo resignado y más
infeliz de lo normal: —Siempre vas a salirte con la tuya,
¿verdad, bruja?
Se congeló. Completamente. Su cara. Su cuerpo. Su mano
en mi cabello. Todo de él. Congelado. Incluso el aire a su
alrededor parecía brillar con escarcha.
Bruja. La palabra que solía susurrar en mi oído en la
oscuridad, en la seguridad de nuestra cama.
—Está bien, Kirian —dije suavemente, acariciando su
mejilla.
Kirian sacudió la cabeza, pero lo hizo despacio como si no
quisiera alejar mi mano.
—No, no es normal sentir que haya pronunciado esta
palabra mil veces o que te amo más que nada en el mundo. No
te amo, Ivy. Me gustas, me encantas y podría vivir contigo o
tener un romance tórrido, pero no te amo. ¿Podría amarte? No
digo que no, pero no estoy ahí.
—Estarás, tu corazón me reconoce y por eso…
—¿Mi corazón? —gruñó.
—¿Por qué no llamas para pedir la comida y luego nos
sentamos y te lo explicó?
No quería soltarme y no sabía si tenía miedo a que me
fuera o porque quería romperme el cuello y acabar con esta
locura.
—Tarta de chocolate para postre y un té verde —dije.
También sonreí porque mi sonrisa solía hacer milagros con
la mayoría de las personas, aunque con Kirian no funcionó. De
hecho, la encontró bastante molesta ya que me soltó en un
instante.
Se dirigió hacia la mesita de noche donde estaba el
teléfono y cuando lo escuché pedir mi comida favorita me di la
vuelta sonriendo y caminé hacia la terraza. Abrí la puerta y me
quedé ahí respirando el aire que era de todas maneras menos
fresco.
Esto era Nueva York y el aire era tan nocivo que meter la
cabeza en un horno con el gas encendido. En Irlanda había
tenido problemas, la cabeza me dolía y mis pulmones parecían
no saber qué hacer con ese aire tan puro.
Debería preguntar a la tía Isabella por qué no hacía algo
para arreglar este problema. O tal vez deberíamos marcharnos
todos de las ciudades y volver a los pueblos donde aprender a
vivir con lo imprescindible.
—No sé cuántos pares de zapatos tengo —murmuré sin
darme cuenta de que Kirian había colgado y me estaba
mirando desde muy cerca.
—¿Y eso es muy importante ahora mismo? —me
preguntó.
Me di la vuelta despacio y me quedé quieta en el sitio ya
que un paso más y estaría en sus brazos.
—Ella cosía las camisas cuando se rompían y tenía cuatro
vestidos. Y aunque él le regalaba uno cada año en su
cumpleaños ella lo cortaba para hacer ropa para los niños.
—¿Quién es ella, Ivy?
—Yo. Era yo en otra vida y él era Kilian con tu mismo
rostro y carácter. Creo que también es el mismo hombre que
aparece en mis sueños desde que tenía cinco años. Si quieres
puedo contarte sobre él. Lo llamo mi caballero oscuro y la
primera vez que soñé con él salvó la vida de mi madre. ¿Te lo
cuento?
No respondió.
Sus ojos se posaron en mi boca, levantó su gran mano para
ahuecar mi mandíbula y su pulgar se deslizó suavemente sobre
mi labio inferior.
Esto se sentía bien. Tan bueno, mi barriga se hundió y mis
pechos se hincharon. Sí, su toque podría ser ligero. Muy
ligero. Y muy dulce. Había echado de menos sus caricias y
besos.
Oh.
Me di cuenta de que su mirada se había levantado hacia
mis ojos y supe que esos ojos estaban nublados por mis
palabras. Luego se inclinó para que su rostro estuviera cerca
del mío.
—Sí, bruja. Quiero escuchar todo lo que deseas contarme
—murmuró, deslizando una vez más el dedo sobre mi labio y
luego enderezarse—. Pero primero vas a cenar.
Al parecer la magia de Kirian era más especial que la mía
ya que justo en ese momento llamaron a la puerta. Fue a
abrirse y respiré profundamente. Ok, el plan era sencillo, cenar
y contarle a Kirian que éramos almas gemelas, que una vez
fuimos marido y mujer.
El plan se fue a la mierda cuando escuché a Kirian
preguntar quién diablos era y qué quería y a mi hermana
contestarle que estaba aquí para matarle.
¡Oh, Dios!
En un par de pasos estaba al lado de la Kirian justo cuando
él le preguntaba a mi hermana: —¿Y qué te hice a ti para
merecer una muerte terrible?
—Le has roto el corazón. Es todo lo que hacéis vosotros.
Malditos hombres y el día que fueron creados —espetó
amargada Ela.
¡Oh, ok! El plan había cambiado y un agente del FBI iba a
decirle adiós a este mundo esta misma noche.
—Ela, ¿qué ha pasado? —pregunté empujando a Kirian
fuera de mi camino.
Mi hermana aprovechó y entró en la habitación caminando
directamente hacia el minibar. Ela Diaz no tomaba alcohol.
Nunca. Decía que tenía un sabor horrible y que te volvía
estúpido.
Cogió una botella pequeña de vodka, la abrió y la llevó a
su boca. Dos instantes después su rostro se enrojecía y me
estaba mirando con lágrimas en los ojos.
—¿Quieres explicar esto, Ivy? —preguntó Kirian.
—Eh, no, pero lo haré. Dile hola a mi hermana, Ela, a la
que un hombre le rompió el corazón —dije.
Kirian no dijo hola ni nada, simplemente miró a mi
hermana.
—Volverá —le dije.
Ela, aun sosteniendo la botella, se sentó en el sofá con los
tobillos cruzados y con la falda cubriendo sus rodillas como
una verdadera dama. Esa botella arruinaba la intención, pero
era lo que era.
—No lo quiero —dijo ella.
—Entonces, ¿por qué estás llorando? Si no te importa no
deberías perder ni un minuto de tu valioso tiempo pensando en
él —continuó Kirian.
—Eso no importa —dijo Ela apartando la mirada e Kirian
para fijarla en la mía—. Está muy empeñado en hacer su
trabajo.
O sea, en meternos a todos en la cárcel por nuestro trabajo
de justicieros modernos.
—Mamá se encargará de ello —aseguré a mi hermana.
—No quiero que lo sepa, ¿no puedes encargarte tú?
Podía asesinar a un agente del FBI y deshacerme de las
pruebas, pero ocultárselo a mi madre era tan imposible que ver
volar en el cielo a Papá Noel en Nochebuena. Entendí muy
bien por qué Ela quería guardar el secreto, no es que a nuestra
familia no le importara, pero era una humillación.
Éramos los Diaz-Kincaid-Kader, nadie nos rompía el
corazón, nadie nos hacía daño y nadie nos engañaba.
—Si es lo que quieres es lo que haré, Ela. Lo sabes —dije.
—¿Y qué es eso, Ivy? —preguntó Kirian—. ¿Matarlo?
Verás, ese momento era muy importante porque es cuando
decidía si dejaba entrar a Kirian en mi familia o me condenaba
a una vida de mentiras y verdades a media. Yo sabía que él era
mío, pero él no. Me lo dijo, no sentía lo mismo.
Decirle la verdad sobre mi familia era muy peligroso.
Kirian podía pensar que estábamos locos o que debíamos estar
todos detrás de las rejas y en un abrir y cerrar de ojos estaría
en la primera comisaría de policía denunciándonos.
No es que sirviera de algo, pero él podría intentarlo.
Creo que fue por la visión que tuve, de ver a Kilian en la
puerta de su casa y aceptar proteger a la bruja, que decidí que
me iba a arriesgar.
—El culpable de la muerte de Bryn, ¿sabes qué pasó con él
y con todos los demás? —pregunté.
—Quiero escuchar la palabra cárcel salir de tu boca, pero
eso no es lo que vas a decir, ¿verdad? —dijo Kirian.
—No. Están muertos y puedo asegurarte de que lo que
sufrió Bryn fue nada en comparación con lo que sufrieron
ellos. Fuimos nosotros, yo no porque según mi madre soy tan
frágil que necesito quedarme sentada frente a un escritorio,
pero mis compañeros sí. Mi madre es lo que dirías una
justiciera moderna.
—Y crees que romperle el corazón a tu hermana es un
delito que requiere la pena a muerte, ¿eso me estás diciendo?
—Eh, no. Engañó a Ela para conseguir información sobre
nuestra familia con el propósito de meternos en la cárcel a
todos. Y sí está muy empeñado en hacerlo es un peligro para
nosotros —expliqué.
—Aja —murmuró Kirian.
Ya lo estaba viendo en sus ojos. Estaba preparado para
echar a correr y denunciarnos. Que pena, por Dios.
—No lo entiendes, pero lo harás. Bryn pidió ayuda una
vez, fue a la policía que en lugar de protegerla la llevó de
vuelta a ese lugar. El jefe de policía, el fiscal, incluso un juez,
todos eran amigos de ese cabrón y cerraron los ojos ante los
delitos que cometía. Alguno también obtuvo su parte. La
mayoría son corruptos y si hay alguno que no lo está te
aseguro que no tendrá ningún problema con nuestra manera de
impartir justicia. O sea, el agente es corrupto, me imagino que
alguien de la mafia le está pagando.
Ela se había quedado en silencio, mirando de uno al otro
durante nuestra discusión y cuando Kirian se dio la vuelta y
caminó hasta la ventana, me miró encogiéndose de hombros.
Le respondí de la misma manera.
Ella levantó la mano e hizo un movimiento que lo decía
todo. Después del agente Wilson, Kirian era el siguiente.
Pero no, a él no podría matarlo. Ni yo ni iba a dejar a otra
persona que le hiciera daño.
Sacudí la cabeza.
Ela puso los ojos en blanco.
De verdad, no lo entendía. Ella era la niña bonita de la
familia, tan tranquila e inocente. Ese hombre merecía morir
solo por haberla convertido en esta mujer que hablaba con
tanta tranquilidad sobre asesinato.
Que lo mío era diferente, yo tenía un don, además había
heredado la sangre fría de mamá. En cambio, ella era como
papá. La calma era lo que los caracterizaba a los dos.
Esperamos en silencio a que Kirian tomara una decisión.
Yo quería verlo darse la vuelta y ofrecerme su ayuda. No había
nada mejor para unir una pareja que asesinar juntos.
Aja, y aquí estaba yo dudando de que solo había heredado
de mi madre solo una pequeña parte de su carácter.
También estaba preparada para ocultar mi decepción si él
decidía que no podía lidiar conmigo y con mi familia.
Y cuando se dio la vuelta su rostro estaba en blanco.
¿Y ahora qué?
Capítulo 11
Kirian

Recordaba el día que conocí a Ivy, cada minuto desde la


mañana cuando me desperté sudando después de otra pesadilla
que no recordaba, pero que dejó atrás una tormenta de miedo y
dolor.
Todo el día estuve esperando la desgracia y cuando por fin
llegó fue como si me hubiera golpeado un rayo.
Mentí.
La reconocí desde el primer momento y pensaba hacer
todo lo posible para mantenerla a salvo de mí. Lejos. Pero por
lo visto, al destino no le importaba lo que yo deseaba.
Quería protegerle de mí y mira donde estábamos, en una
habitación de hotel y mi pequeña hada estaba hablando de
quitarle la vida a un hombre. Y esa no era la peor parte,
pensaba acompañarla porque, al diablo, la vida era demasiado
corta para vivir con miedo.
Y yo, yo he sido un cobarde durante demasiado tiempo.
Las dos mujeres, me estaban mirando, esperando mi
decisión y todo lo que yo podía pensar era en cómo de
hermosa se veía Ivy. Su hermana también era una mujer
hermosa, pero no tanto como ella.
—Antes de marcharnos voy a necesitar el plan —dije.
Escuché el suspiro aliviado de Ela, pero estaba demasiado
hipnotizado por la sonrisa de Ivy. Solo deseaba cogerla en
brazos y llevarla a mi cama, pero eso debía esperar hasta
después de darle una lección a ese agente.
—¿El plan? —preguntó Ivy.
—Sí, nena, el plan. Es lo que necesitas cuando vas a
cometer un crimen. Necesitas saber dónde, cómo y cuándo, los
pasos a seguir para cubrir tus huellas y no acabar en la cárcel.
Este tipo de cosas, ¿sabes?
Ivy puso los ojos en blanco.
—¿Cuántos años tienes, Ivy, cinco? No pongas los ojos en
blanco, esto es un asunto serio y si quieres mi ayuda vas a
hacer lo que yo diga, ¿entendido?
—¡Ok, ok, Dios! —exclamó Ivy, mientras caminaba hacia
la mesita donde había dejado su pequeño bolso negro. Sacó su
teléfono móvil y esperaba que no estuviera comprobando sus
redes sociales que era lo único que hacía la gente estos días.
—Creo que me iré a casa —dijo Ela.
—Espera, yo te llevaré. —Ivy dijo con el ceño fruncido.
—¿Sabes, Ivy? No soy una niña que necesita protección
24/7. Estoy harta de todo esto. ¿Quiero salir a ver una amiga?
Necesito tres guardaespaldas conmigo mientras otras cinco
personas están comprobando si mi amiga es suficientemente
buena para compartir mi aire.
—Suficientemente buena como para no venderte al mejor
pagador, Ela —espetó Ivy.
Estaba enojada, no había prueba alguna de lo que sentía en
su rostro, pero de alguna manera lo sabía, lo sentía. Todo era
una máscara y pretendía averiguar por qué mi mujer escondía
lo que sentía.
—Has olvidado decir que es mi culpa que Dean —empezó
Ela.
—No, no vayas ahí. No podías saber que él era un agente
del FBI —dijo Ivy.
—Pero si hubiera dicho que estaba saliendo con él alguien
lo hubiera sabido. Así que sí es mi culpa. Un hombre va a
morir porque lo dejé acercarse demasiado a la familia y…
—Tú necesitas comer algo porque te ha bajado el azúcar y
el cerebro no te está funcionando —espetó Ivy—. Estás
diciendo tonterías, ¿se ha acercado a la familia? Pero si ni
siquiera sabía quién era hasta hoy. Si se acercó fue de otras
maneras, Ela.
—Eso lo dices porque no sabes lo que hice —dijo Ela
suavemente.
—A ver, ¿qué hiciste? Lo has llevado a casa o al despacho
de mamá y le has permitido buscar en sus cosas o yo qué sé,
pero no hiciste nada de eso. Además, hermanita, siento decirte
que tú no sabes nada.
—Ah, ¿no? Entonces, ¿por qué me eligió a mí para obtener
información?
—Porque eres una mujer muy hermosa y él es un hombre
que supongo que quiere hacer su trabajo, pero no diría que no
a pasarlo bien mientras lo hace —dije, dejando boquiabiertas a
las dos mujeres—. ¿Por qué no vamos a averiguar qué es lo
que sabe ese agente y que pretende hacer con esa información?
—propuse.
—Ok —dijo Ivy y cuando miré a su hermana, ella asintió.
Cogí mis cosas de la mesita de noche y estaba preparado
para marcharnos cuando llamaron a la puerta.
—¿Cuántas hermanas tienes? —le pregunté a Ivy.
—Dos, Ela y Eva, pero Eva no me buscaría para matar a
un hombre, solo necesita decírselo a su marido —explicó ella.
Toda mi vida me fui distanciando de la violencia real solo
para terminar en esta habitación hablando de asesinatos con la
mujer que estaba más que seguro que era mi alma gemela.
Maldito destino.
—Podría ser mamá —dijo Ela.
—¿Mamá? No, papá dijo que no iban a volver hasta el
lunes —dijo Ivy.
Me dirigí a la puerta gruñendo cuando Ela empezó a
enumerar cuál de los miembros de su familia podría estar al
otro lado de la puerta. La abrí para averiguarlo.
—¿Algún familiar vuestro trabaja en este hotel? —
pregunté y las respuestas negativas no tardaron en llegar—.
Menos mal —murmuré retrocediendo para dejar pasar al chico
que llevaba el carrito de comida.
Mientras le daba la propina al chico Ivy se acercó y
levantó la tapa de una de las fuentes. Suspiró y la colocó en su
lugar. Levantó la otra y gimió al ver una bandeja con pastelitos
de diferentes formas, sabores y colores.
—Wilson tenía una reunión con su jefe y dado que no
podemos entrar a la sede del FBI y cometer un crimen, creo
que será mejor que cenemos y luego nos pongamos a trabajar
—sugirió Ivy.
Ela miró a su hermana antes de girarse hacía mí y sonreír.
—Tiene una relación extraña con la comida. Está de mal
humor come, está de buen humor come — me susurró.
—Entonces, vamos a comer, ¿no? —dije.
Hace horas pensaba ducharme, tomarme una copa e irme a
dormir sin comer, pero ahora estaba cenando con dos mujeres
hermosas. Más que cenar fui bebiendo de vez en cuando de mi
copa de vino y escuchando la conversación de las hermanas.
Estaban hablando de su hermano y del embarazo de su
cuñada. Me perdí cuando empezaron a nombrar un montón de
personas, pero no pedí explicaciones. Me gustaba demasiado
verlas relajadas, como si una no tuviera el corazón roto y la
otra no estaba planeando matar a alguien después de cenar.
La vida era extraña.
Ivy era extraña, pero no de mala manera. Pensaba que la
estaba protegiendo, pero lo que hacía era quedarme en mi
rincón donde la vida era fácil y tan sencilla que si no tuviera
mi trabajo estaría desde hace mucho tiempo al borde de un
acantilado preparado para morir.
—Tenemos una gran familia. —Ela interrumpió mis
pensamientos.
—Te acostumbrarás si no acabas siendo comida para
tiburones —murmuró Ivy metiéndose en la boca el último
trozo de tarta de chocolate.
Se manchó el labio inferior y deslizó la lengua para
limpiarse. Fue un gesto automático, creo. La miré mientras
pasaba su lengua una y otra vez y no me quedaron dudas de
que me estaba tentando.
Me incliné hacia ella y poniendo el brazo sobre el respaldo
de su silla acerqué la boca a su oído: —Si quieres seguir con el
plan de la noche, para. Si quieres averiguar cuantas veces te
puedo tomar en mi cama, sigue. Es tu elección, bruja.
—Ela, ¿qué te parece si dejamos vivir un día más a
Wilson? —preguntó Ivy.
—No. Vas a tardar, ¿qué? ¿Una hora? Ve y cárgatelo y
luego puedes volver y ya sabes —respondió Ela.
—Ya no eres mi hermana favorita —suspiró Ivy y me eché
a reír a lo que ella giró la cabeza y me echó una mirada que
prometía dolor y sufrimiento, pero que me puso duro. Más de
lo que ya lo estaba.
Deslicé la mano por su hombro, arriba y al notar la
suavidad de su cabello me distraje. Recordé cómo se sentía
sobre mi pecho desnudo, como jugué con sus mechones
mientras dormía tumbada sobre mí.
Y en ese momento prometí que ya no iba a ser un cobarde.
Ivy era mi mujer y ya no la dejaría escapar.
—¿Qué? —susurró suavemente Ivy.
—Nada.
Sonreí y después de deslizar mi mano de su cabello, de
acariciar la línea de su mandíbula con mis dedos, me puse de
pie.
—Vamos, tenemos que cometer un asesinato —dije.
—Oh, ¿por qué no me sorprende que te hayas enamorado
de un hombre que habla de asesinatos sin parpadear? —
preguntó Ela.
Miré a Ivy cuyo rostro se había ruborizado, pero la muy
bruja apartó la mirada.
Estaba bien, teníamos tiempo para preguntas después.
Conseguimos salir de la habitación y coger el ascensor
para bajar. Pensaba acompañar en taxi a Ela a su casa, pero Ivy
tenía otra idea. Presionó el botón del aparcamiento, bajamos y
después de dos pasos se detuvo al lado de un todoterreno
negro.
Ela se subió en la parte trasera sin medir palabra y cuando
Ivy quiso subir en el asiento del piloto le agarré el brazo y la
detuve.
—¿Qué pasa? No me digas que has cambiado de opinión.
—No, para nada, pero cada vez que coges un coche este
termina en una zanja. Yo conduzco —declaré.
—Eso no fue mi culpa, son vuestras carreteras —se
defendió ella.
—Podemos discutir toda la noche o hacer lo que tenemos
que hacer y volver aquí para follar toda la noche. Tú eliges.
Ivy eligió la segunda opción y no tenía ninguna duda de
que lo haría. Vi como sus ojos se oscurecían con la excitación.
Esto iba a ser una noche muy larga.
Recibí indicaciones de Ivy y después de un viaje de unos
veinte minutos conduciendo llegamos a una mansión.
Ela no se dio prisa, de hecho, no se movió de su asiento.
Fue Ivy la que se giró hacia ella: —¿Dudas?
—Estamos haciendo lo justo, ¿verdad? —preguntó Ela.
La respuesta era no, matar nunca era justo. Excepto, tal
vez, si tu vida corría peligro y un corazón roto definitivamente
no era algo grave. Ni siquiera que él fuera un agente
encubierto que usó a una pobre mujer ingenua.
—Estamos protegiendo a la familia y eso es siempre justo.
Para poder seguir protegiendo a otros tenemos que estar a
salvo —explicó Ivy.
—Ok —susurró Ela, abriendo la puerta—. Pero no quiero
saber nada, no quiero escuchar más ni su nombre ni nada. ¿De
acuerdo?
Ivy asintió y su hermana bajó del coche. Esperé hasta verla
entrar en el interior de la casa y solo entonces miré a Ivy y
pregunté: —¿A dónde?
—El plan era ir a casa de Dean y esperarlo ahí, pero estoy
demasiado enojada para sentarme a esperar y para lo que
quiero hacerle necesito privacidad —respondió Ivy, luego me
programó una dirección en el GPS del coche.
La primera parte del camino la hicimos en silencio, Ivy
ocupada con su teléfono móvil y yo preguntándome cómo iba
a llevar a cabo lo que pensaba hacer. Ivy era mi alma gemela,
su familia vengó a Bryn, pero no estaba preparado para
cometer un asesinato.
Necesitaba encontrar una salida de esta situación y si fuera
posible protegiendo a Ivy y a su familia.
—Sabes, nunca he matado a nadie —confesó Ivy.
Conseguí ahogar un suspiro de alivio, pero no la sonrisa.
—Sabes —usé sus mismas palabras—. Matar no es un
imprescindible para la mayoría de las personas, si eres un
asesino a sueldo o un soldado entonces sí, pero tú no eres ni
uno ni lo otro.
—Soy un soldado, tengo el entrenamiento. Meses duros
que pasé entrenando con los mejores SWAT del país, con
Vladimir. Tengo lo que hace falta, pero mi madre piensa que
no, que es demasiado pronto.
—Déjame ver si lo entiendo bien, ¿quieres matar? —
pregunté asombrado.
—Matar por el simple hecho de matar no, por Dios, no soy
ninguna psicópata. Pero quiero que me dejen hacer mi trabajo.
Puedo hacerlo y lo más importante alguien lo tiene que hacer
en este mundo malvado.
—No todos son malvados, nena —dije.
—No, pero una parte sí y la otra parte tiene demasiado
miedo para oponerse. El último caso que investigué se trataba
de un chico de doce años. Su familia tenía una casa de
vacaciones en un país europeo donde la ley del menor dice que
no se les puede imputar nada. ¿Sabes lo que hacía el niño que
en los ojos de la ley era demasiado pequeño para pagar por sus
actos? Pagaba a un grupo de adolescentes para organizar
fiestas con chicas a las que él drogaba y violaba. Doce años,
Kirian, y la justicia no hizo nada. Los padres tampoco ya que
para ellos su hijo era un angelito.
—¿Habéis matado a un niño?
Pasé de asombro al horror y dudé de la salud mental de
Ivy. ¡Joder! Lo que hizo el chico estaba mal, pero la muerte
me parecía demasiado duro.
—No. Por un tiempo los padres dejaron de viajar, el chico
creció y a los veinte volvió, pero sus gustos no cambiaron. Le
seguían gustaban las chicas jóvenes y durante seis meses hizo
lo mismo que antes. Tenía dinero e inteligencia, se creía
invencible y lo fue hasta que una de las víctimas lo denunció,
pero el dinero y un buen abogado lo libraron de la cárcel.
¿Matar a un violador te parece demasiado duro? Un hombre
que usa su poder para forzar a chicas indefensas. ¿Sabes?
Todos piensan que no pasa nada, que una violación no es nada,
no es un crimen ya que la mujer sigue viva, sigue con su vida.
Nadie ve el sufrimiento de…
—Ivy, nena, no… —intenté hacerla callar porque se iba
alterando y sus ojos se habían vuelto de un negro más oscuro
que la noche.
—No, no, no. Dicen que una mujer a punto de ser violada
debe dejarse hacer para seguir con vida. ¿Tú te das cuenta
cómo de anormal sueña eso? Ah, el pobre hombre estaba
indefenso ante la belleza de la mujer con un vestido hasta las
rodillas que volvía a casa después de un duro día en el trabajo
y tuvo la necesitad de forzarla. Que la vida sigue dicen. Sí,
sigue porque las mujeres somos fuertes, pero no deberíamos.
Los hombres que presumen tanto de su fortaleza deberían
proteger a las mujeres, no hacerlas sufrir.
Ivy respiró profundamente mirando hacia delante. La furia
que ella sentía parecía haber salido de su cuerpo y la estaba
envolviendo en una burbuja de color rojo.
Paré el coche aprovechando que estábamos en una
carretera oscura y vacía. Luego extendí la mano y quité su
cinturón. Ivy giró la cabeza, sus ojos seguían echando lo que
parecían dagas mortíferas, pero le sonreí mientras ponía las
manos en su cintura, la cogía y la sentaba en mi regazo.
—Respira —le dije.
—¿Qué te parece que estoy haciendo? —espetó ella.
—¿Sabes qué son las catecolaminas? —pregunté, no
esperaba una respuesta así que continué—. Son unas hormonas
que se liberan cuando una persona siente ira y afecta
directamente el sistema cardiovascular. Los efectos negativos
de la ira en el cuerpo se manifiestan tarde o temprano, puede
llevar a sentir estrés, ansiedad y hasta depresión, de ahí a un
infarto, ictus y otras enfermedades graves hay solo un paso.
La respiración de Ivy se fue calmando poco a poco gracias
a mis palabras o la manera en la que deslizaba la mano arriba
abajo en su espalda.
—Soy joven —murmuró ella.
—Sí, y las personas jóvenes no enferman, ¿verdad?
—Mi tía es un genio de la medicina, no hay nada que no
pueda curar —replicó Ivy.
—Ok, me alegro por ti, pero ¿no sería más fácil no
enfadarte por cosas que no puedes controlar? —dije y ella se
preparó para hablar, pero puse un dedo sobre sus labios para
impedírselo—. Si tienes los recursos para hacer justicia, muy
bien, hazlo, pero no guardes toda esa ira en tu interior, Ivy.
—¡Jesús! —exclamó ella inclinando la cabeza hacia atrás
—. Eres peor que mamá.
No estaba seguro si eso era algo bueno o malo, pero
aproveché que la tenía en mis brazos para acercar mi boca a la
suya y besarla.
Minutos después, muchos minutos después, la puse en su
asiento y arranqué el coche. Su respiración estaba acelerada,
podía escucharla en el silencio del coche. Sus mejillas estaban
enrojecidas y movía sus piernas de una manera inquieta.
Llegamos a nuestro destino. Un almacén abandonado que
parecía el escenario perfecto para un crimen sangriento. Le
eché un largo vistazo mientras rodeaba el coche para abrirle la
puerta a Ivy y memoré todos los detalles. Los iba a necesitar
luego.
—¿Y ahora qué? —pregunté a Ivy que parecía fuera de
lugar en su vestido negro.
—Entremos y esperemos —respondió.
Y como si no tuviera un problema con la oscuridad caminó
hacia la entrada del almacén. Abrió la puerta que no hizo ni un
sonido y entró. La seguí y no vi nada fuera de lo normal.
Muebles rotos, basura, polvo. Una silla en el centro
atornillada en el suelo. Una bombilla encendida en el techo.
Ivy caminó hasta la pared del fondo y presionó su mano
contra la superficie sucia. Enseguida se abrieron lo que
parecían las puertas de un ascensor e Ivy se giró hacia mí: —
¿Vienes?
Esta mujer tenía muchos secretos.
Asintiendo caminé hacia ella, de ahí el ascensor nos llevó
hacia abajo a una sala moderna con puertas de seguridad, con
ordenadores y pantallas detrás de estas, con habitaciones con
duchas y armarios con ropa de camuflaje.
—¿Me ayudas con la cremallera? —preguntó Ivy dándose
la vuelta.
Miré su espalda medio cubierta por la tela, pero no hice
ningún movimiento.
—¿A qué hora vendrá Wilson? —gruñí.
—Le falta media hora, tiempo suficiente para cambiarme y
subir a nuestras posiciones y esperar —dijo Ivy girando la
cabeza para mirarme.
Frunció el ceño al verme sonreír y caminar hacia ella. Puse
una mano sobre su abdomen, la otra en la cintura y le susurré
al oído lo que quería que hiciera.
Luego de un segundo Ivy se inclinó hacia adelante, se
agarró de los bordes de la cómoda y me dejó tomarla.
Duro. Corto. Increíblemente placentero.
Capítulo 12
Ivy

Mi madre tenía razón.


El sexo era una distracción. Lo sabía ahora cuando
esperaba al agente Wilson con un arma en la mano, con el
corazón acelerado y las piernas débiles después de haber sido
tomada de pie.
Fue bueno, ¿eh? No podía decir que no o que no quería
repetirlo, pero no debía hacerlo cuando estaba trabajando.
Lección aprendida. La próxima vez dejaré a Kirian en
casa.
Estábamos preparados. Kirian estaba al lado de la puerta,
detrás de una columna e iba a agarrar a Wilson en cuanto
llegara. Él lo ha querido así, yo hubiera preferido que lo
hiciera alguno de los otros hombres.
Que no estábamos solos, que no quería que mi madre lo
supiera era una cosa y hacer las cosas bien era otra. Los
necesitaba por si la situación se ponía peligrosa y para borrar
las pruebas.
Oh, eso era algo en que no quería pensar.
Matar a un hombre y no cualquier hombre, uno del que mi
hermana estaba enamorada, no iba a ser algo que pudiera hacer
sin que me persiguiera por el resto de mi vida.
—Cinco segundos —escuché en mis cascos y borré todo
de mi cabeza, todo lo que no tuviera importancia en este
momento.
Escuché el ruido del motor antes de ver la luz de sus faros
a través de la ventana. En los próximos cincuenta y tres
segundos averigüé algunas cosas muy interesantes.
Kirian sabía luchar. En unos breves momentos tuvo a
Wilson inmovilizado en el suelo con las manos atadas.
Ver a Kirian luchar me ponía caliente lo que no auguraba
cosas buenas para ninguno de los dos.
Wilson era el agente más tonto y menos preparado que
había conocido en mi vida. Le envié un mensaje que
presuntamente era de Ela citándole aquí. Un almacén
abandonado en medio de la noche. ¿Cómo de tonto puede ser
para no darse cuenta de que esto era una trampa?
Esperé hasta que Kirian lo hubo sentado en la silla, y solo
entonces me acerqué a él.
Wilson había conseguido golpear a Kirian, su ceja estaba
partida y sangrando. Me giré hacia el agente mi puño
preparado para golpearlo, pero no llegué ni siquiera a levantar
el brazo.
Kirian había conseguido más de un golpe y Wilson se veía
mal, pero no tan mal como lo que estaba viendo en sus ojos.
Algo no estaba bien aquí. Ese dolor y sufrimiento, resignación
y desesperación no cuadraba con lo que sabíamos de él.
Padres fallecidos cuando él tenía diez años, vivió de casa
de acogida en casa de acogida, no tenía parientes ni muchos
amigos. Novias tampoco, líos de una noche había tenido tantos
que me aburrí mientras leía su ficha.
¿Qué diablos significaba esa expresión de sus ojos?
¿Amaba a Ela?
Era una posibilidad y la parte buena era que iba a
averiguarlo pronto.
Sin embargo, él se me adelantó diciendo: —Si vas a
matarme hazlo ya. Y rápido si se me permite elegir.
Miré a Kirian que estaba igual de confundido que yo.
—Tu actitud es extraña, Wilson. ¿No deberías amenazarme
con tus compañeros de trabajo que nos meterán en la cárcel o
no sé, pedir misericordia?
—Misericordia es para los inocentes y yo no lo soy —dijo
él.
Oh, ahora estaba más que curiosa y me acerqué a él, pero
Kirian me agarró de la muñeca.
—No lo hagas —ordeñó.
—Haré lo que crea imprescindible y ni tú ni nadie me dirá
otra cosa —murmuré entre dientes.
Estaba tan nerviosa que de un solo movimiento me solté de
su mano y me quité el guante negro. Tenía la mano sobre la
mejilla de Wilson antes de que Kirian tuviera la oportunidad
de impedírmelo.
Las emociones me golpearon fuerte y ya tenía lágrimas en
los ojos cuando llegaron las imágenes. Me tambaleé al quitar
la mano, mi visión nublada, las piernas de goma y con una ira
tan fuerte que incluso podría provocarme un ictus como dijo
Kirian.
Él intentó apoyarme, pero lo rechacé y me senté en el
suelo.
—¿Qué fue eso? —preguntó Wilson.
Yo no era capaz de hablar, mi piel se sentía como si tuviera
mil arañas caminando sobre mí.
—Tú —dijo Kirian—. Eres una persona tan malvada que
ella no puede aguantar tocarte. La pone enferma tu
malignidad.
—No fue él —susurré tan bajo que Kirian no me escuchó,
pero Wilson sí.
—Fui yo. Es mi culpa —declaró el agente.
Sacudí la cabeza.
—Tus padres fallecieron y eso fue una desgracia, pero no
tu culpa. Los centros de acogida, lo que esa mujer hizo, Rissa,
Ela, Yang. Nada de eso es culpa tuya, pero si quieres culparte
de algo cúlpate de no habernos contactado. Esta situación se
hubiera arreglado enseguida y sin nada de sufrimiento, Dean.
—Ivy, ¿qué está pasando? —preguntó Kirian.
—Hay una organización criminal que anda desde hace
muchos años detrás de nosotros y si no hemos acabado con
ellos es porque a Vladimir le divierte jugar con ellos. Rissa es
la hija de Dean que Yang, el jefe de la organización, mandó a
secuestrar para obligarlo a perseguirnos, aunque creo que lo
único que querían era tenernos entretenidos mientras
planeaban otra cosa.
—¡Joder! —maldijo Kirian.
Me puse de pie y mientras desataba a Dean continué
hablando: —Vamos a rescatar a Rissa esta noche y mañana
nos reuniremos con mi madre y Vladimir para decidir qué hay
que hacer.
—No sabes dónde la tienen —dijo Dean.
—Lo sabemos todo —dijo una voz a mis espaldas.
Giré la cabeza solo un poquito hacia Kirian como si
quisiera algo de su fuerza y después me di la vuelta.
—Hola, mamá, ¿qué tal el fin de semana?
—Corto —respondió ella avanzando hacia nosotros.
Mi madre era abuela, pero no se le notaba. Había una
fluidez en su modo de moverse que era envidiable.
Ella echó una mirada muy corta, casi imperceptible a
Kirian, antes de encaminarse hacia Dean que seguía sentado
en la silla. Cuando se acercó a él tenía la pistola en la mano.
—Agente Wilson, tengo que reconocer que me has tomado
por sorpresa. Ir a por mi hija fue muy valiente de tu parte. Y
muy estúpido —dijo mi madre levantando el arma y
apuntándolo—. Pero esto se acaba aquí.
—No, espera. No puedes matarlo —espeté.
Mi madre sin mirarme dijo: —Puedo y lo haré, tú y yo
hablaremos después.
No pensé demasiado lo que hice a continuación, vi a mi
madre preparada para disparar y reaccioné. Me puse delante de
Dean, la pistola de mi madre tocando el centro de mi pecho y
cubrí su mano.
No sabía si podía hacerlo y sí podía lo mío era peor de lo
que pensaba, pero pensé en todo lo que he visto y sentido en la
mente de Dean.
El dolor que sintió cuando sus padres fallecieron, la
ansiedad de no saber dónde iba a dormir la noche siguiente, la
interminable lucha de aprender qué hacer y qué no cada vez
que lo cambiaban de un hogar a otro, al abuso sufrido a manos
de la mujer que había prometido cuidarlo y en lugar de eso lo
usó para cumplir el sueño de su marido de ser padre, el horror
que sintió cuando averiguó que del abuso que sufrió a los
catorce años había nacido una niña o cuando le dijeron que si
no cumplía con lo que le pedían su hija iba a ser vendida a
cualquier persona que estuviera interesada. La repugnancia
que sentía hacia sí mismo al tener que usar a Ela para llegar a
descubrir los secretos de la familia.
El amor que sentía por mi hermana.
Y mi madre muy pocas veces mostraba sus emociones,
pero hoy lo pude ver en su rostro por un breve momento antes
de que se diera la vuelta.
Me sentía débil y respiraba con dificultad, lo único que
quería hacer era volver a casa, pero lo que hice fue inclinar la
cabeza cuando Kirian se paró enfrente, puso las manos sobre
mis hombros y me zarandeó.
—¿Has perdido la cabeza? Nunca debes poner tu vida en
peligro. ¡Nunca! ¿Entiendes, Ivy? —gruñó él.
—Grítale después, ahora tenemos cosas que hacer —dijo
mi madre.
Ella caminó hasta Dean que se había puesto de pie. Se
miraron por unos momentos antes de que mi madre dijera: —
Te ayudaré a rescatar a tu hija, pero luego te quiero lejos de mí
y de mi familia.
—¡Mamá! ¿Y Ela? —espeté.
—Estará bien. Este hombre no es adecuado para mi hija —
declaró mi madre.
—Tú no puedes tomar esta decisión por ella —dije.
—La señora Diaz tiene razón —dijo Dean—. Puse en
peligro a Ela, no pensé en su seguridad o sus sentimientos,
solo pensé en mi hija. Si rescata a Rissa juro que no volverá a
verme en su vida.
—Idiota —escuché murmurar por lo bajo a Kirian.
—Vamos a rescatar a esa chica, ¿vale? Luego hablaremos
—decretó mi madre.
Y lo que decía mi madre se cumplía sí o sí.
Nos subimos a los coches y no llevábamos ni cinco
minutos cuando recibimos toda la información que
necesitábamos. Localización, cómo entrar y salir, cuántas
personas estaban con la chica.
Mi madre estaba en el otro coche con Dean, eso no
auguraba nada bueno y hubiera preferido estar con ella. Estaba
segura de que se estaba culpando por no averiguar la verdad
sobre Dean.
Si no hubiera sido por mi habilidad nunca lo hubiéramos
sabido. Dean hubiera muerto y yo tendría las manos
manchadas con la sangre de un inocente.
—¿Estás bien? —me preguntó Kirian.
—No. Esta noche no ha salido para nada como esperaba —
murmuré girándome hacia él que en lugar de prestar atención a
la carretera me estaba mirando a mí—. No sé por qué fui a tu
habitación de hotel, para verte, para decirte que eres un idiota
o que te eché de menos. Parece que ha pasado una eternidad
desde que me encontré frente a tu puerta.
—Lo sé, pasé de la sorpresa al verte, al besarte, a más
sorpresa al averiguar que no tienes ningún problema en matar
a una persona, a follarte en un el sótano de un almacén
abandonado, de buscar una manera de salvarle la vida a ese
agente, de conocer a tu madre a ir a rescatar a una chica de las
manos de la mafia.
—Una noche muy ajetreada —murmuré.
—Lo que me gustaría saber si el resto de nuestras vidas
será así —dijo Kirian.
¿Nuestras?
Sonriendo me acerqué y puse la cabeza sobre su hombro.
El cinturón de seguridad me estaba apretando, pero sentía la
necesidad de estar cerca de él.
—¿Y sí será así? —susurré.
—Nada, no pasa nada si nos pasaremos las noches
cometiendo crímenes o rescatando jóvenes en apuros, solo
necesito saberlo. Me gusta tener el control, ¿sabes?
—Por eso no has querido aprender sobre magia, porque no
puedes controlarla —dije.
—Algo así.
Fue lo último que dijo ya que habíamos llegado a nuestro
destino, un edificio en las afueras de la ciudad. Grande, feo y
con menos luz que el infierno.
No me sentía bien entrar. Mi cuerpo zumbaba con un
presentimiento y de los malos, malos, pero escuché la voz de
mi madre impartiendo ordenes en los cascos y como tenía que
hacer algo más que sentarme en el coche y vigilar, hice lo que
me ordenaba.
Kirian no me acompañó, él se fue con Tyler y yo sola.
Interesante, pero las ordenes de Ava Diaz no se discuten, se
obedecen.
La misión fue fácil, por lo menos para mí. Solo he tenido
que golpear a un hombre y dejarlo inconsciente en el suelo.
Luego, poco a poco, me fui hacia donde se suponía que estaba
la chica.
Escuché gritos y golpes.
No estaba preocupada. Eran muchos hombres, pero menos
preparados que nosotros. Rescatar a la hija de Dean iba a ser
tan fácil como quitarle el helado a un niño.
Y cuando llegué a una gran sala sonreí viendo que había
tenido razón. Dean estaba abrazando a una chica joven, mi
madre estaba a unos pasos de ellos mirando hacia abajo a un
hombre herido o más bien muerto.
Vaqueros azules. Chaqueta negra de cuero. Camiseta
blanca con una gran mancha de sangre en el pecho.
El hombre muerto era Kirian.
Mi Kirian.
—¡No! —grité y eché a correr hacia él.
No llegué. Tyler me interceptó a medio camino y me
sostuvo mientras intentaba llegar a Kirian.
Lo golpeé. Grité.
No me dejaron acercarme.
Me obligaron a salir y luego dentro de un coche al que
segundos después subió mi madre.
—Ivy.
—No.
Es todo lo que pude decir.
No entendía cómo pudo haber pasado algo. Era Kirian.
Habíamos vueltos a vernos y estaba segura de que nos
esperaba un futuro maravilloso.
Pero no iba a pasar porque lo había matado. Yo lo maté.
Por mi culpa él estaba en ese almacén.
¿Por qué fui a su habitación, por qué no me llevé a Ela de
ahí antes de que tuviera la oportunidad de abrir la boca, por
qué?
—Lo siento, hija —dijo mi madre.
Sacudí la cabeza mientras miraba mis manos enguantadas.
Me las quité despacio, dedo a dedo, y esperaba ver la sangre
ahí. La sangre de Kirian en mis manos. No había mancha
alguna, pero yo podía sentirla.
Pensé en ese momento cuando obedecí la orden de mi
madre. Podría haber dicho que no, Kirian no hubiera muerto y
ahora estaríamos de vuelta a su habitación de hotel donde
podríamos hablar sobre nuestro pasado, presente y futuro.
Pensé en que podría haber vivido mientras el coche nos
llevaba a casa, a la de mis padres. Y cuando el conductor paró,
sin mirar a mi madre, dije: —Quiero irme a casa.
Quería estar sola.
—No es buena idea, Ivy.
—Necesito estar sola, madre. Mañana hablaremos.
Mi madre quiso protestar, pero al final cedió. Bajó del
coche y el conductor arrancó. Ya sabía dónde vivía así que
cerré los ojos y esperé a que me llevara a casa.
Mi familia era dueña de casi toda la ciudad, podría haber
elegido cualquier lugar, pero decidí vivir alejada del ajetreo y
al mismo tiempo cerca. Encontré un terreno en Long Beach en
el que nunca fue construido nada, no era nada más que bosque.
Tardé una semana en diseñar mi casa perfecta y esperé seis
meses a que fuera lista. Era mi rincón, mi espacio seguro y es
donde quería estar ahora.
Al llegar entré y sin encender las luces subí a mi
dormitorio. Me quité la ropa en el camino hacia el cuarto de
baño y después de abrir el grifo de agua me metí en la ducha
sin esperar a que se calentara.
Mi grito se convirtió pronto en llanto.
Después de los días que pasé con él en Irlanda, después de
esperarlo como una tonta en esa cafetería entendí que él no era
para mí, que todo se había acabado. Pero hoy, en menos de un
día había vuelto a tener esperanza.
¿Y para qué?
Para tener mi corazón roto, mi alma destrozada. Ah, y no
podía olvidar que todo fue por mi maldita culpa.
Cuando se me agotaron las lágrimas y las fuerzas salí de la
ducha. Envuelta en mi albornoz de baño que olía a lirios me
tumbé en la cama y me quedé mirando el techo mientras
recordaba cada minuto que había pasado con Kirian.
Recordé el pasado, cuando yo era una bruja y él era mi
Kilian.
No tenía sentido, ¿por qué averiguar eso si solo horas
después iba a perderlo? ¿Para qué sufrir sabiendo que he
perdido a mi alma gemela y que tendré que esperar a la
siguiente vida para estar juntos?
¿Qué mierda de destino era este que jugaba de una manera
tan atroz conmigo?
Me quedé dormida maldiciendo a todo y a todos. Soñé con
mi caballero oscuro. Con Kirian. Con un niño con su sonrisa y
una niña con mis ojos. Con una vida feliz.
Desperté maldiciendo.
Después de comprobar la hora en el reloj de la mesita de
noche me di cuenta de que solo había dormido un cuarto de
hora. Ese reloj había pertenecido a la bisabuela, durante toda
su vida estuvo sobre su mesita de noche y mi padre sabiendo
cuanto me gustaba me lo regaló.
Y mientras lo miraba me di cuenta de algo más. El tiempo
era precioso y desde que me despedí de Kirian antes de entrar
en el almacén y hasta que lo vi en el suelo pasaron justo dos
minutos y treinta y siete segundos.
No escuché ni un disparo. Ni uno solo.
¿Cómo había muerto Kirian? Disparado no era posible.
¿Apuñalado? Posible, pero no había un cuchillo enterrado en
su pecho y todos los hombres de mi madre sabían que en el
caso de un apuñalamiento nunca, pero nunca se saca el
cuchillo porque existe el riesgo de hemorragia.
Me senté en la cama sin apartar la mirada de las agujas del
reloj y de repente mi mano se movió sola hacia adelante. Era
precioso, la bisabuela fue una mujer extraordinaria, pero nunca
había tocado algo suyo por miedo a sentir algo que no debería.
Lo hice ahora. Mis dedos acariciaron la madera, luego la
plata y cuando llegué al pequeño arañazo en el cristal mi
visión se nubló. Volví al almacén justo al momento en el que
Kirian luchaba con un hombre.
Mi hombre sabía luchar. Un golpe, un puño, una patada y
al final Kirian apuñaló al hombre. Justo en ese momento
alguien llegó desde atrás y disparó a Kirian con una pistola
eléctrica.
Cayó al suelo en la misma posición que se me había
grabado en la memoria.
¿Estaba o no muerto?
Iba a averiguarlo, de una manera u otra.
Vestirme me llevó un par de minutos y salir de la casa
menos.
Iba a encontrar a Kirian, vivo o muerto.
Capítulo 13
Ivy

Una hora, veintiocho minutos y catorce segundos.


Ese el tiempo que tardé en averiguar que mi madre, mi
propia madre me había mentido. Al volver al almacén no
encontré nada, el equipo de limpieza ya se había encargado de
borrar todas las pruebas de lo sucedido.
Sin embargo, averiguar la verdad estaba en mis manos así
que me arrodillé en el mismo lugar en el que había visto a
Kirian y después de quitarme los guantes toqué el suelo.
Y sí, había tenido razón. Kirian no estaba muerto.
Simplemente inconsciente. Fue mi madre la que decidió
mentirme. Vi a Tyler mirarla con desaprobación, pero ella era
la jefa, no pudo hacer nada. Ni él ni los otros compañeros.
Dean estaba muy feliz de rescatar a su hija para darse
cuenta de lo que ocurría alrededor.
Ahora que sabía que él estaba vivo tenía que encontrarlo y
eso ya no era tan fácil. No podía usar el sistema ya que mi
madre lo sabría. Podía preguntárselo, ir a casa de mis padres y
pedirle explicaciones a mi madre.
Podía, pero no era aconsejable. Mi ira estaba bajo control
solo porque el deseo de encontrar a Kirian era mayor, más
fuerte. Y ella era mi madre, le debía respeto. La amaba y sabía
que si le diría todo lo que sentía en este momento nuestra
relación se iría al infierno.
Me senté, cerré los ojos y me concentré. Pensé en qué
haría mi madre para asegurarse de que no iba a encontrar a
Kirian.
Podría haberlo llevado al hospital ya que estaba
inconsciente, de vuelta a su hotel o simplemente al aeropuerto
y él ya estaría lejos de mí. Pero no lo sentía lejos.
Ya.
Y mientras estaba ahí con los ojos cerrados me llegó el
olor a madera quemada, a pino y café.
¡Aha!
Me puse de pie de un salto y eché a correr hacia mi coche.
Mi memoria era increíble y recordaba ese olor. Lo notaba
en mi madre de vez en cuando. Tenías las fechas exactas en mi
cabeza y también los casos en los que mi madre estuviera
trabajando en esos momentos.
Luego con una simple búsqueda en Google encontré la
localización que necesitaba. A veces el trabajo de mi madre no
era tan sencillo como deshacerse de una amenaza, a veces
tenía que poner a salvo a las víctimas y para eso teníamos
varias casas seguras.
Una de esas casas olía a bosque, pinos y café.
Ella lo sabría, no tenía ninguna duda sobre eso, pero iba a
ser demasiado tarde. Si encontraba a Kirian mi madre podría
traer todo su ejército que sería en vano.
Oh, sí, mi querida madre, la mujer que amaba y era amada
con locura de su marido, había decidido que Kirian no era el
hombre adecuado para mí. Después tenía que arreglar también
el lío de Ela y Dean, estaba segura de que el agente no iba
romper la promesa que le hizo a mi madre.
La casa estaba en las afueras de la ciudad, en una zona
apartada rodeada de un bosque silencioso. Había vigilancia
constante, alarma de seguridad y un muro alto y electrificado
que mantenía fuera a los intrusos.
Yo era el intruso, pero también era hija de mi madre y era
muy lista. Ella pensaba que al tenerme encerrada todo el día en
un despacho me estaba protegiendo, lo que ella no sabe es que
aprendí mucho.
Incluso aprendí como hackear el sistema que había creado
la tía Isabella y que era inviolable para cualquier otra persona.
Al llegar a la puerta todo lo que tuve que hacer fue teclear un
código y la puerta se abrió sin enviar un aviso a la central.
Había más de una casa, conté cinco cabañas de madera
alguna escondida atrás en los árboles, otras más adelante y
todas a oscuras. El sol estaba a punto de salir y si mi madre
tenía a alguien en las casas deberían estar durmiendo.
Aparqué el coche al fondo en un pequeño claro pensando
en ir caminando de casa en casa hasta encontrar a Kirian. En
cuanto cerré la puerta del coche escuché un crujido a mi
espalda y me di la vuelta tan rápido que me mareé.
La mano se me fue enseguida hacia la funda donde
guardaba mi pistola, pero la volví a guardar cuando vi a
Kirian. De pie en el porche de una cabaña, vestido solo con
vaqueros y descalzo, una taza de café en su mano.
Eché a correr hacia él y menos mal que nos separaban los
metros suficientes como para darle tiempo a colocar la taza
sobre la barandilla del porche antes de atraparme. Mis brazos
se deslizaron alrededor de sus hombros, las piernas rodeando
su cintura y la boca sobre la suya.
Kirian se fue hacia atrás, pero consiguió estabilizarse y
darse la vuelta para caminar al interior de la cabaña. O, eso es
lo que suponía que estaba haciendo. Yo estaba demasiado
ocupada besándolo, tocando su pecho, sus hombros
musculosos.
Oh, esas horas que pensaba que lo había perdido para
siempre fueron horribles y tenerlo ahora en mis brazos eran
tan maravilloso que las lágrimas humedecieron mis mejillas,
pero no dejé de besarlo.
No podía soltarlo. Ni siquiera cuando Kirian me tumbó
sobre una cama y me cubrió con su cuerpo. Intentó separar
nuestras bocas, pero deslicé las manos en su cabello y lo
mantuve ahí donde estaba. Tocándome. Compartiendo beso y
respiración.
Entendió lo que necesitaba y me lo dio hasta que fui capaz
de soltarlo. Entonces él levantó la cabeza y yo abrí los ojos
mientras mis dedos trazaban el contorno de su rostro hasta que
sus dientes atraparon uno de mis dedos.
Tiró del cuero de mis guantes, un dedo a la vez hasta que
me quitó uno y luego pasó al otro. Cerró los ojos cuando mi
mano cubrió su mejilla.
Hice lo mismo.
Kirian estaba vivo. Era mío y nadie me lo iba a quitar. Ni
siquiera mi madre.
—Mío —murmuré.
Kirian no dijo nada, simplemente dejó sus manos flotar
sobre mí, ligeras. Más ligero de lo que nunca había sentido.
Me acarició mientras me besaba, y me besó largo tiempo,
solo su boca sobre la mía, su lengua en mi boca, sus cálidas y
fuertes manos deslizándose sobre mi cuerpo vestido con
vaqueros y camiseta.
Nunca me había besado durante mucho tiempo y me gustó
tanto que me prometí que iba a hacerlo cada día.
Había algo dulce en su beso. Algo hermoso.
Sus labios finalmente se separaron de los míos para
recorrer mi cuello, clavícula, pecho, mientras una de sus
manos ahuecaba un seno por encima de mi camiseta, el pulgar
haciendo círculos perezosos en mi pezón. Esa dulce sensación
se intensificó, y me moví debajo de él, mis manos
deslizándose sobre su piel desnuda.
Kirian gruñó cuando mis dedos repitieron sus movimientos
sobre sus pezones.
—¡Jesús! —gruñó y luego su boca estaba sobre la mía otra
vez, nuestras lenguas bailando, su pulgar haciendo nada más
que esos círculos perezosos, su mano caliente sobre mi pecho.
¡Oh, Dios!
Arqueé mi espalda y moví mi boca de la suya, susurrando
su nombre.
—Eres mía. Ahora. Mañana. El próximo año —susurró
contra mi cuello.
Presioné mi pecho más profundamente en su mano
arqueando mi espalda de nuevo.
—La próxima vida —le susurré.
Su lengua se deslizó a lo largo de mi cuello desde el
hombro hasta la mandíbula antes de bajar por mi cuerpo. Al
mismo tiempo, empujó mi camiseta corta para que se
amontonara alrededor de mis costillas. Sus manos dejaron mis
costillas y fueron a la cremallera de mis vaqueros.
La bajó y después de unos movimientos extraños y algo
peligrosos, lo golpeé sin querer cuando una de sus manos me
tocó detrás de la rodilla haciéndome cosquillas, me quitó los
vaqueros.
Luego sus manos estaban detrás de mis rodillas,
levantándolas y extendiéndolas. Entonces su boca estaba sobre
mí por encima de mis bragas y la risa que me provocó con las
cosquillas me abandonó y dejé salir un gemido.
Mi espalda se arqueó de nuevo, mis dedos deslizándose en
su cabello, mi boca abierta susurrando una y otra vez su
nombre.
Me encantaba cuando me hacía esto. Me encantaba la
manera en la que su lengua se movía arriba abajo, como sus
manos apretaban mis muslos y como de vez en cuando
levantaba para mirarme por un segundo antes de bajar la
cabeza y seguir.
A Kirian le gustaba mi sabor y no le importaba que yo lo
supiera.
Por lo general, tenía hambre. Él era insaciable, tomaba
todo lo que podía dar, lo tomaba fuerte, rápido, drenándome.
Esta vez, no lo hizo.
Esta vez, saboreó, jugó, bromeó. Esta vez me torturó.
Una tortura maravillosa sobre mi ropa interior y me
gustaba, pero quería su boca contra mí.
Mis dedos fueron de su cabello a mis bragas y empujé
hacia abajo. Él se alejó rodando. Levanté mis piernas y él se
hizo cargo, tirando de mi ropa interior, arrojándolas a un lado,
rodando hacia atrás, sus manos abrieron mis piernas y su boca
volvió.
Ahí estaba, el hambre, su lengua penetrando en mí, sus
labios aferrándose y tirando profundamente.
—Kirian —jadeé, levantando mis caderas y hundiendo mis
dedos en su cabello.
El orgasmo ya había comenzado, se había construido y
ahora estaba corriendo rápido. Tan rápido que no tuve tiempo
de aguantar.
Tan rápido, todo lo que podía hacer era dejarlo ir. Y lo
hice.
Mi espalda abandonó la cama, mi cuello se arqueó tanto
que la parte superior de mi cabeza estaba en la almohada, mis
dedos se cerraron en su cabello, mis labios se abrieron y mi
gemido fue largo y silencioso.
Silencioso o no, Kirian sabía que me había hecho llegar al
clímax y no había terminado cuando su cuerpo cubrió el mío y
lo sentí empujar dentro de mí. Su cara se hundió en mi cuello,
su mano en la parte superior de mi cabeza apretando mi
cabello, manteniéndome quieta mientras me impulsaba,
meciendo mi cuerpo con sus embestidas. Su mano pasó entre
nosotros, su pulgar golpeó el lugar y mi cuerpo se sacudió con
su toque.
—Kirian —suspiré.
Se amoldó a sí mismo dentro de mí.
—Me encanta sentirte debajo de mi —retumbó en mi oído,
su pulgar rodando.
—Sí —susurré.
Kirian se hundió más.
—Dime cuánto te gusta, bruja.
Mis brazos habían rodeado sus hombros, mis piernas al
igual que sus caderas, y levanté las mías para profundizar
nuestra conexión. Su pulgar rodó de nuevo.
—Dios —respiré, mi cuello arqueándose de nuevo.
—Dime cuánto te gusta, bruja —repitió Kirian.
Torcí mi cuello y presioné mis labios contra los suyos: —
Me encanta, es lo que me hace sentir entera.
Un gemido reverberó en su garganta, y su boca dejó mi
oído y tomó la mía mientras comenzaba a embestirme de
nuevo, rodando con su pulgar, demasiado, todo exquisito. No
pude contenerme y me solté, mis gritos ahogados por su boca.
Su pulgar se alejó, pero mantuvo sus labios contra los míos
y continuó tomándome, duro, profundo.
¡Ah, Dios!
—Kirian —jadeé.
Me vine de nuevo, mi gemido desapareció en su boca, los
gruñidos de su orgasmo lo ahogaron.
Kirian llegó a su clímax y solo se detuvo por unos
momentos antes de moverse de nuevo, lento, un suave
deslizamiento. Me besó, profundo, húmedo, dulce, luego se
plantó hasta la raíz, levantó la cabeza y su mano en mi cabello
se deslizó hacia un lado de mi cara.
Su pulgar barrió mi pómulo y murmuró: —Nunca más,
Ivy.
Cerré los ojos y giré la cabeza hacia un lado. Su mano dejó
mi rostro y sentí sus labios en mi oído: —Nunca más vas a
alejarte de mí.
No respondí. No hacía falta ya que yo sentía lo mismo.
Luego susurró: — Cometí un error al dejarte salir de mi
vida y sé que te hice daño, pero fue una vez y no volverá a
pasar.
Sus caderas se presionaron contra las mías y eso me gustó
tanto que tuve que tragarme un gemido.
—Tu madre cometió otro esta noche al intentar separarnos
y solo porque sé cuánto amas a tu familia y cuánto ellos te
aman a ti estoy dispuesto a olvidar lo ocurrido.
¡Oh, no!
—¡De ninguna maldita manera! —exclamé intentando
empujarlo, pero al no conseguirlo me di cuenta de que
tampoco lo quería lejos de mí—. No sé a qué estaba jugando
mi madre, pero el perdón no lo conseguirá tan fácil. Me dijo
que estabas muerto, Kirian. ¡Muerto! ¿Sabes cómo es, cómo se
siente al saber que nunca más vas a ver a la persona que amas?
—¿Me amas? —susurró él.
—Te amé desde antes de que te conociera, desde que
llegabas en mis sueños y me cuidabas. Cuando te vi esa noche
ya sabía que ibas a estar en mi vida para siempre, sabía que lo
que teníamos era algo especial, algo hermoso. Las dudas, mías
y tuyas, lo único que hicieron fue retrasar este momento, pero
sí, Kirian, te amo. Te amé en una vida anterior, te amo en esta
y te amaré en la siguiente.
—Bruja —murmuró, y luego tocó su boca con la mía.
Una vez que hubo hecho eso, salió, rodó sobre su espalda y
levantó sus caderas, tirando de sus jeans. Los arrojó a un lado
y luego tiró de las sábanas debajo de nosotros, nos cubrió con
ellas, me acurrucó contra su costado y cerró los ojos.
—¿En serio? —pregunté levantando la cabeza.
Kirian abrió los ojos.
—¿Qué? Ha sido una noche muy larga, nena, y tengo la
impresión de que va a ser un día igual de largo. Vamos a
necesitar toda nuestra energía, así que tenemos que descansar
un rato.
—Pero ¿tú eres tonto? —grité, liberándome de su abrazo y
sentándome en la cama—. Ayer por la mañana pensaba que
nunca más volvería a verte. Por la tarde me entero de que eres
mi alma gemela. Por la noche mi madre me dice que estás
muerto. En la madrugada te encuentro, hacemos el amor y te
declaro mi amor. ¿Y qué haces tú? ¡Te vas a dormir! ¿Esto te
parece bien, Kirian?
—Sí —dijo alargando los brazos, atrapándome y en menos
de lo que me había tomado sentarme me tuvo de nuevo a su
lado, pero esta vez se giró y puso una pierna sobre las mías.
Como si no pudiera escapar si lo quisiera. Este hombre no
sabía quién era Ivy Diaz. Pero, pese a lo furiosa que me sentía,
notaba una languidez en mi cuerpo gracias a su manera de
hacerme el amor, así que decidí que no era el mejor momento
para dejarlo sin descendencia.
—Tú lo dijiste, bruja. Lo que tenemos es especial, es
hermoso y lo que siento es igual de maravilloso. Sé que será
aún mejor, que llegará el día, y que será muy pronto, que te
amaré más que a mi vida, pero ese momento todavía no ha
llegado. ¿Quieres escuchar mentiras? Yo no estoy dispuesto a
mentir a la mujer de mi vida, a la futura madre de mis hijos.
Lo que sea.
Aparté la mirada de la suya y admiré la belleza del techo
de madera. Había algo muy intrigante en la manera en la que
habían sido talladas las vigas.
Su mano ahuecó mi mandíbula y luego se deslizó en mi
cabello. Sabía que quería ver mis ojos, pero dolía demasiado.
No, no quería mentiras, pero tampoco me sentía en el
séptimo cielo sabiendo que él no me amaba como yo lo amaba
a él.
¡Aha! Por eso mi madre me mintió. Ella lo sabía.
—¿Qué te dijo mi madre? —pregunté.
—Ivy, cariño, estoy agotado, ¿no podemos hablar de esto
más tarde? Solo quiero escucharte decir que entiendes por qué
no he reaccionado como deseabas a tu declaración. Luego.
Podemos descansar y hablaremos al despertarnos.
—Lo entiendo —susurré.
O creía mi mentira o no le importaba porque se inclinó
para besar mis labios. Suave y dulce. No me importaba la
suavidad o la dulzura. Quería llorar porque dolía. Y sabía que
no tenía sentido, maldita sea, lo sabía.
Habían pasado tres meses desde que no lo veía, que había
vivido sin él, vale, pensaba en él cada día, pero me había
conformado con la idea de que nunca más iba a verlo. Pero al
verlo, al tocar ese colgante, al averiguar lo que vivimos, lo que
tuvimos en otra vida, todo cobró sentido.
Yo era suya y él era mío. Nuestra vida debía ser una llena
de risas y felicidad, de gritos y gemidos de placer al hacer las
paces, de peleas sobre a quién le tocaba castigar a los niños y
quién se quedaba a dormir más el domingo por la mañana.
Pero él todavía no estaba ahí. No sabía que dolía más, sus
palabras o la mentira de mi madre.
La furia que sentía antes por las acciones de mi madre
parecía tan insignificante en comparación con la tristeza que
sentía ahora.
—Dulces sueños —dijo Kirian.
Se acomodó mejor a mi lado y cerró los ojos.
Eventualmente escuché que su respiración se nivelaba, pero
mis pensamientos no desparecieron de mi mente. Por primera
vez desde que lo había conocido, desde que dormía en sus
brazos, mi mente no me permitía conciliar el sueño.
Y tampoco quería dormir.
El caballero oscuro visitaba mis sueños cuando estaba
triste, preocupada o enojada y no me apetecía verlo. Tampoco
me apetecía dormir con su cuerpo pegado al mío, con su brazo
sobre mi cintura o con su respiración haciéndome cosquillas.
Sentía algo por él, algo que se parecía al odio.
¿Cómo podía ser?
Entonces, ¿el amor era una ilusión? ¿Lo era el odio?
Me quedé ahí quieta mientras salía el sol, intentando
entender lo que sentía. No lo conseguí, ni entender, ni dormir.
No sabía lo que pasaría a continuación y tampoco quería
saberlo.
Quería desaparecer en un lugar tranquilo y oscuro.
Lejos de todo lo que me provocaba dolor.
Capítulo 14
Ivy

Odiaba el sol.
Odiaba ese color verde de los árboles.
Odiaba el cielo azul.
Sentada en el porche de la cabaña, vestida con la camiseta
de Kirian, sosteniendo una taza de café en las manos, estaba
enumerando todas las cosas que odiaba. Luego pasé a las que
no me gustaban.
No me gustaba que mi madre me había mentido.
No me gustaba que Kirian no me amaba.
No me gustaba lo que sentía.
No me gustaba ser una mujer egoísta.
Y lo era. Nunca soñé con tener a un hombre en mi vida y
mucho menos uno al que pudiera tocar y amar. Kirian era
mucho más que eso. Era todo.
¿Y qué hacía yo? Enfadarme porque él no sentía lo mismo,
o sea, no había caído enamorado perdidamente con la misma
rapidez que yo.
El canto de un pájaro rompió el silencio de la mañana y
cuando me encontré frunciendo el ceño detrás de la pobre ave
me di cuenta de que tenía un problema.
¿Qué estaba haciendo yo aquí?
¿Cuándo me había convertido en una mujer amargada a la
que le molestaba todo a su alrededor? Me imaginaba a Kirian
despertarse y salir a darme un beso de buenos días solo para
que le dijera que se vaya al diablo.
—Algo no está bien conmigo —murmuré.
—En eso tienes razón —dijo Kirian.
Giré la cabeza y lo vi en la puerta abierta de la cabaña,
justo como esta madrugada. Pecho desnudo y vaqueros, pies
descalzos. Aunque ahora debía añadir cabello despeinado,
sonrisa suave y una mirada más que suave, más que dulce.
¿Cómo podía odiarlo cuando me miraba de esa manera?
Se encaminó hacia mí y sin echar a perder ni una gota de
mi café me levantó, se sentó en mi silla y después de apoyar
los pies en la barandilla, me colocó en su regazo.
—¿Mejor? —preguntó y me encogí de hombros, no
entendía lo que quería decir—. Lo que no estaba bien contigo
era que estabas sola, tiritando de frío. Y ya no lo estás.
Oh, Kirian era un buen hombre. Me estaba cuidando
mientras yo pensaba en marcharme lejos de todo y todos.
De nuevo me quedé callada.
—Ivy —gruñó él.
—No es un buen momento para mí, ¿ok? Me voy a tomar
el café y luego iré a trabajar —dije.
El rostro de Kirian se oscureció. La suavidad y el cariño
desparecieron en cuanto escuchó mis palabras.
—¿Y qué pasó con la conversación que tenemos
pendiente? —preguntó él.
—Puede esperar. Hablaré con mi madre para dejarte en paz
así que puedes volver a tu hotel. Puedo llevarte o encargar que
vengan a recogerte.
—¿Has dormido, Ivy?
—¿Qué? Sí —mentí.
—¿Tienes hambre? —continuó él.
—¿Qué pasa con este interrogatorio, Kirian? Y no me
digas que la siguiente pregunta es si me tiene que bajar la regla
que no respondo.
—Entonces ¿qué diablos te pasa? ¿Qué ha pasado con la
mujer que vino anoche, que me dijo que me amaba? Porque,
nena, déjame decirte que la versión que tengo ahora mismo en
mis brazos no me está gustando nada.
El café llevaba un buen rato en la taza, hace mucho que se
había enfriado y era bueno ya que cuando me puse de pie más
de unas gotas cayeron sobre el pecho de Kirian.
—Si no te gusta entonces mejor me voy —declaré.
Me di la vuelta y me dirigí a la puerta. Entré y de camino
al dormitorio puse la taza sobre una mesita. Me quité la
camiseta de Kirian y la tiré sobre la cama. Entré en el cuarto
de baño para coger mis bragas que había lavado al
despertarme y se estaban secando sobre el toallero.
Y mientras me las ponía, todavía mojadas, me vi en el
espejo. Desnuda, solo los guantes en cubriendo mis manos.
No entendía mi habilidad, ni por qué la tenía ni qué podría
hacer con ella, pero a pesar de que había mantenido el secreto
me sentía algo especial.
Bueno, no era para nada especial si ni siquiera mi alma
gemela me amaba. Oh, algún día sí, pero todavía no.
Sin mis manos podría ser normal, sin esa habilidad que no
había pedido podía conocer a un buen hombre, enamorarme y
ser feliz. La tía Isabella era un genio, podía hablar con ella y
estaba segura de que iba a encontrar una solución.
Estaba dispuesta a todo. Incluso a renunciar a ellas. Podría
obtener unas prótesis bonitas y más fuertes que mis manos.
Ah, ¿cómo es que no había pensado en esto antes?
Volví al dormitorio y después de recoger mi ropa del suelo
empecé a vestirme. Kirian llegó cuando ya estaba vestida y
preparada para marcharme.
—Te vas —dijo.
—Dije que tenía que trabajar, ¿no? —espeté sentándome
en la cama ya que había olvidado ponerme los zapatos.
—Es sábado.
¡Diablos! ¿Era sábado?
Entonces, no, no tenía que ir a trabajar. El sábado era para
la familia, un almuerzo al que no faltaba ningún miembro de la
familia y era una suerte que fuéramos ricos ya que cada año se
añadía por lo menos un miembro más.
Entre tantas bodas y nacimientos podríamos construir una
nueva ciudad, incluso un nuevo mundo.
No podía faltar, nadie faltaba. Mi primo Z había faltado un
par de veces y llevaba meses haciendo de niñera para los más
pequeños como castigo por no acudir. Enfadada con mi madre,
triste o no, debía acudir.
Terminé de atar los cordones de los zapatos y me puse de
pie. Kirian seguía en la puerta, el hombro apoyado contra el
marco.
—No te entiendo, Ivy —dijo.
—Bienvenido al club, no eres el único.
Debería salir ya de aquí, pero él estaba en la puerta y no
quería acercarme. ¿Cobarde? Sí, pero también me sentía al
límite de mis fuerzas y sabía que si no me iba terminaría
diciendo algo que no habría forma de retractar.
—Fue por que dije que no te amo, ¿no? ¡Jesús! Me has
engañado, nena, pensaba que eres una mujer increíble, pero
eres solo una niñata egoísta y malcriada que tiene una rabieta
cuando no consigue lo que desea. Bueno, no tengo por qué
aguantarte. Cuando terminas con tu berrinche sabes dónde
encontrarme —dijo Kirian, e incluso avanzó unos pasos
dejándome el camino libre para marcharme.
¿Era un berrinche? Podría ser, pero si él sintiera algo por
mí no me llamaría niñata malcriada. Tal vez… oh, al diablo
con todo.
Me encaminé hacia la puerta, salí al pasillo y paso a paso
me alejé de Kirian. Antes de abrir la puerta de la entrada giré
la cabeza. Pude verlo en el dormitorio, manos cruzados sobre
el pecho y una expresión indescifrable en su rostro.
Volver o no volver. ¿Por qué volver si él no me quería aquí
y yo tampoco quería quedarme?
Pedir disculpas o no pedirlas. ¿Por qué pedirlas si era lo
que yo sentía?
—¿Sabes, Kirian? Si somos almas gemelas no significa
que debemos estar juntos —dije mirándolo a los ojos cuya
expresión no cambió al escucharme—. Podría buscarte cuando
y si se me pasa el berrinche. Podrías estar en tu habitación de
hotel o no, pero apostaría mi vida que no estarás ahí. ¿Y sabes
cómo lo sé? Porque lo tuyo solo son palabras vacías. Tú no
sientes nada por mí y tampoco lo harás.
Y con eso salí de la cabaña.
Me sentía pesada, tan pesada que caminar hasta el coche
me tomó una eternidad. Pero llegué, entré en el coché y sin
mirar hacia el porche donde estaba Kirian, arranqué.
No sabía si era el final y tampoco quería pensar en ello.
Era sábado y debía darme prisa si quería pasar por mi casa
antes de ir al almuerzo.
No pensé, simplemente conduje y tres segundos después
de que se abriera la verja de mi casa, maldije. El coche de mi
padre estaba en la entrada.
Era su coche, se lo había ganado hace años al tío James en
una apuesta tonta y no le gustaba para nada. Pero a mi madre
sí y era ella la que lo usaba a veces. También le gustaba
molestar al tío y no había nada que le molestara más que ver a
mi madre conducir su coche.
A veces parecían más niños de infantil que abuelos.
Antes de entrar comprobé mis mensajes. Nada de Kirian
que era lo que esperaba encontrar. ¿Idiota, ¿no? Yo me
marchaba y era yo la que esperaba algo de él.
Tenía un mensaje de Ela y otros de Tyler que ignoré. Sin
nada más que hacer para retrasar el momento de ver a mi
madre abrí la puerta y entré.
La encontré en el salón, sentada en mi sofá, con mi juego
de café favorito en una bandeja sobre la mesita. Se había
cambiado, iba vestida para el almuerzo, pero por sus ojeras
diría que había pasado una noche justo como la mía.
Sin dormir.
—Lo siento —dijo ella antes de que tuviera la oportunidad
de decir algo.
—Necesito una ducha —dije sorprendiendo a las dos.
La necesitaba, pero no tanto y por alguna razón solo quería
alejarme. No estaba enfadada, al menos, no con ella.
Mi madre asintió y me fui a mi habitación.
Después de la ducha, me tomé demasiado tiempo para
elegir que ponerme para el almuerzo. Al final me puse un
vestido largo de mangas igual de largas y ajustado sobre el
pecho con la ayuda de unos pequeños botones.
Luego volví al salón donde mi madre estaba rellenando su
taza de café. Al verme llenó otra taza y me invitó a sentarme.
—Vamos a llegar tarde al almuerzo —le dije.
—No importa, tenemos que hablar —dijo mi madre.
—El almuerzo es importante, ¿recuerdas?
—Es importante, es sobre familia, amor y cariño, apoyo y
protección. Siéntate.
Era una orden y no quería obedecer por varios motivos:
estaba cansada, herida, triste, tenía miedo a decirle algo de lo
que luego me arrepentiría.
Me senté en el sofá de cara a ella y cogí la taza de sus
manos. Tomé un sorbo que quemó mi lengua, garganta y
esperaba que no hiciera un agujero en mi estómago. Había
olvidado que a mi madre le gustaba fuerte y caliente. Y
amargo.
—¿Sabes por qué te mandé a Irlanda? —preguntó.
—Porque era fácil y seguro que es lo único que llevo
haciendo desde que empecé a trabajar para ti —murmuré.
—Conmigo, no para mí, pero luego hablaremos de este
tema. Te elegí para la misión por esto —dijo, sacó un papel
arrugado de su bolsillo y me lo extendió.
Lo cogí y vi que era un dibujo de Kirian. En lápiz y en una
esquina había la letra i con un corazón en lugar del punto que a
mis cinco años pensaba que era una manera muy ingeniosa de
diferenciarme de mi hermano.
—No entiendo —dije.
—Lo has dibujado cuando tenías cinco años. ¿Recuerdas
que no te gustaba dibujar? Tus hermanos pasaban horas
dibujando, pero tú no. Un lápiz y un cuaderno en blanco te
hacía correr más rápido que un zorro atrapado en el gallinero.
Pero un día llegué a casa y te encontré dibujando este rostro y
supe que era importante.
No lo recordaba. Bueno, el sueño sí y que pasó a
continuación, pero no el dibujo.
—Te salvó la vida —murmuré.
—¿Cómo?
—Fue un sueño —dije. No quería contar más. Hoy no.
Mi madre lo entendió y continuó: —Cuando vi la foto de
Kirian lo reconocí y supe que debía enviarte ahí. Lo
investigamos, obviamente, y decidí que era el adecuado para
ti, pero no teníamos toda la información. Hay algo sobre él que
no averiguamos a tiempo y tú ya lo habías conocido. Tuve que
enviar a alguien a recordarle a Kirian que no era el hombre
adecuado para ti.
—Por eso me dejó esperando en Dublín.
—Sí, Ivy —susurró mi madre—. Volviste a casa y estabas
sufriendo tanto que me costó muchísimo no ir a buscarlo y a
romperle el cuello. Anoche lo vi y no pude controlarme, todo
lo que quería era hacerlo sufrir. Media hora después de dejarte
en tu casa entendí que al hacerlo sufrir tú también ibas a sufrir.
Hija, sé qué es imperdonable lo que hice. ¡Dios! Tu padre me
dijo que si no lo supiera diría que su madre es la que me parió,
que heredé su maldad.
—Ella fue una asesina —dije.
Mi madre me miró levantando una ceja y corregí: —Ella
mató a una persona inocente e intentó matar a su propia hija.
Tu no matas a inocentes.
—¿Por qué no estás enfadada conmigo? —preguntó
suspicaz.
—No lo sé. Anoche estaba furiosa, pero creo que después
de que Kirian me llamara una niñata malcriada ya no me
quedan fuerzas para sentir.
—¡Idiota! —espetó mi madre—. ¿Por qué dijo eso? Tú
eres la persona más altruista que he conocido en mi vida.
—Le declaré mi amor y cuando él dijo que todavía no
sentía lo mismo por mí, pues me sentó mal. Me enfadé.
¿Quién tiene razón? —le pregunté a mi madre.
Total, era mi madre, ella debía saberlo todo, ¿no? Pero el
tiempo pasaba y mi madre seguía callada.
—Estás buscando la manera de decirme que no tengo
razón, ¿verdad?
—Es que no sé qué ha pasado exactamente, hija. Además,
creo que me he metido demasiado en vuestra relación y es
mejor dar un paso atrás y dejaros hacer lo que pensáis que es
mejor para vosotros.
—Ok, pero antes quiero saber por qué me has mentido
anoche. Pronto o temprano iba a averiguar que Kirian no
estaba muerto.
—Es que no pensé. Simplemente vi la oportunidad y la
tomé. Lo quería fuera de tu vida, fue un impulso tonto del que
nunca pararé de pedirte perdón —dijo mi madre.
Debería estar enfadada con ella, de verdad debería, pero no
me salía. En mi corazón y mente ya no quedaba sitio para
enfado ya que todo estaba ocupado por la tristeza.
—Estás perdonada, mamá. He sufrido más en los últimos
meses que en esas horas pensando que Kirian había muerto.
—Ok, entonces solo queda una cosa más de la que hablar
—dijo mi madre y sabía qué era antes de que terminara de
hablar.
—¡No! No puedo, ahora no —espeté.
Coloqué la taza de café sobre el pequeño plato blanco y
rojo antes de ponerme de pie.
—Si ahora no, ¿cuándo, Ivy? Llevo esperando desde que
eras una niña. Pensaba que necesitabas tiempo, pero han
pasado veinte años y sigues manteniendo en secreto una parte
de ti. ¿Quieres saber por qué siempre te asigno los trabajos
fáciles? Porque tengo miedo por ti, hija. No sé qué puedes
hacer y qué no, no sé si vas a entrar en un trance cómo le
sucedía a Ayala y quedarás vulnerable y a la merced de
cualquier criminal. No te pondré en peligro sin saber qué y
cómo.
—Yo tampoco lo sé, mamá, pero deberías habérmelo dicho
antes en lugar de dejarme pensar que no valía para el trabajo.
—¿Sí? Pues, mira, mientras tú pensabas eso yo creía que
había fallado como madre, que mi propia hija no confiaba en
mi como para contarme que le sucedía. Yo creía que…
—¡No, por Dios! No fue por ti —espeté.
Volví a sentarme y cogí las manos de mi madre.
—Entonces, ¿por qué no hablaste conmigo o con tu padre?
O con Isabella, Dios, tienes tantas personas en tu vida que
harían lo imposible para ayudarte.
—La verdad es que durante mucho tiempo esperé que, si
no hablara de eso, pues que iba a desaparecer. Total, no era
una habilidad extraordinaria con la de tía Ayala. Tocar objetos
o personas y sentir un montón de emociones no es algo que
pueda servir de mucho en la lucha contra las injusticias del
mundo.
—El agente Wilson no estaría de acuerdo contigo. Si no
fuera por esta habilidad que tu consideras insignificante su hija
estaría muerta y él también —dijo mi madre.
—Y ahora no están muertos, solo fuera de la vida de Ela
porque él tampoco es el hombre adecuado para tu hija, ¿no,
mamá?
Mi madre suspiró y por un momento pareció frágil algo
que nunca hubiera creído posible. Era una de las mujeres más
fuertes que había conocido en toda mi vida.
—No he visto nacer a Eva, ni sus primeros pasos o
palabras, ni siquiera cuando aprendió a andar en bicicleta o
cuando besó por primera vez a un chico. Me lo he perdido
todo y por eso hice todo lo posible para estar con vosotros en
cada momento de vuestras vidas, importante o no importante,
yo quería saberlo todo, disfrutarlo. Pero eso que significaba
tanto para mí era lo que menos le gustaba a tu hermano, por
eso mantuvo una parte de su vida secreta justo como tú. Y no
quise investigar en su vida, me dije que tenía derecho a su
privacidad y por eso todos perdimos los primeros años de las
vidas de los gemelos. Sé lo que se siente y me duele saber que
mi hijo está viviendo lo mismo que yo.
—Pero Ivo está bien, mamá —murmuré.
—Sí, y yo también estoy bien. Por eso te envié a buscar a
Kirian pensando que él era el hombre para ti, por eso os separé
cuando me di cuenta de que no era tan perfecto. Por eso
mismo mandé a Dean lejos de Ela. Porque estoy bien, ¿no?
—Bueno…
No sabía que decir, por un lado, se veía mal, muy mal. Por
otro la entendía y no la culpaba y eso era porque el amor de
hija era tan grande como el que sentía ella por mí y mis
hermanos.
—Sabes que la tía Isabella dice que esta familia está
maldita, que no puedes llegar a disfrutar el felices para
siempre sin sufrir antes —dije.
—¿En serio, Ivy? ¿Estás bien con lo que hice? ¿Así como
si nada? —preguntó asombrada mi madre.
Suspirando miré mis manos enguantadas.
—Toda mi vida he aborrecido sentir. Cada vez que tocaba
algo sentía lo mismo que habían sentido las personas que
habían tocado ese objeto antes que yo y la felicidad no es lo
que soporta bien el paso del tiempo, pero el odio sí. Todas las
emociones negativas se quedan ancladas en objetos, en las
almas. Antes de que la tía me regalara los guantes lo sentía
todo y ¿ves está casa? Ninguno de estos objetos me hace sentir
mal. Es mi lugar seguro y estoy segura de que sin que yo te
dijera algo fuiste tú la que lo hizo posible. Oh, también por ti
he sufrido tres meses suspirando y pensando en Kirian, pero
todo el mundo ha pasado por eso por lo menos una vez en su
vida. Estoy bien, mamá.
Había mucho más que decir, pero la manera en la que me
estaba mirando mi madre era extraña.
—¿Vamos al almuerzo? —pregunté.
Capítulo 15
Ivy

Era una buena actriz, era una profesional en ocultar lo que


sentía y estaba pensando en darle algunas clases a mi hermana.
Ela era un desastre. Se le notaba en los ojos tristes, en la forma
en la que se obligaba a sonreír cuando alguien le hablaba.
No engañaba a nadie. Todos se iban preguntando qué había
pasado y todos se encogían de hombros. Nadie sabía. Mamá sí,
pero ella no estaba diciendo nada. En cambio, papá le echaba
miradas de vez en cuando como diciéndole: ¿Qué hiciste,
mujer?
La pobre Ela pensaba que el agente Dean Wilson estaba
muerto, que por culpa suya la familia estuvo en peligro, que
para él solo fue un trabajo, el medio de conseguir lo que
deseaba.
Ella no sabía que Dean la amaba y fue obligado a hacer lo
que hizo. Y sí, mi vida amorosa era un desastre, pero no quería
lo mismo para Ela.
Me acerqué al bar donde Ivo, mi hermano, estaba
preparando cocktails como un barman profesional y le sonreí.
—Sí, sí, bonita sonrisa, pero no ha funcionado ni cuando
éramos niños y no va a funcionar ahora. Espera tu turno —me
dijo.
—Voy a contarle a Ela sobre el hombre que ama, que no
está muerto y que él también la ama, que no quería usarla para
sacarle información, pero que la vida de su hija estaba en
peligro.
Ivo buscó con la mirada a Ela, de ahí fue a mirar a mamá y
al final de vuelta a mí. Luego se dio la vuelta y cogió un par de
botellas.
—AK-47. Brandy, vodka, ron, Cointreau, bourbon, whisky
escocés, ginebra, jugo de lima —enumeró Ivo mientras
mezclaba las bebidas en la coctelera—. En media hora no
recordará nada, ni sabrá su propio nombre, ni podrá enviar a
mamá al infierno por su papel en esta historia. Porque,
hermanita, esa mirada de culpabilidad en los ojos de mamá no
está engañando a nadie.
—Ah, no, la mitad de esa culpa es por mí —informé a mi
hermano.
Ivo ya había terminado el cocktail de Ela y sacudiendo la
cabeza empezó a preparar otro. Antes de entregarme las dos
copas me miró y su mirada me dio escalofríos: —Parece que
no vale la pena, que es mejor estar solo que hacer sufrir a la
otra persona o sufrir tú mismo, pero sí vale, Ivy. La felicidad
importa y tienes que luchar por ella. Por él.
Asentí y armada con mis bebidas que llevan tanto alcohol
que podían dejar ko incluso a Vladimir me encaminé hacia
donde Ela estaba sentada. En el rincón más apartado del salón
de la casa en la hemos crecido había un sofá de dos plazas.
Era el rincón de Ela donde solía sentarse a leer o a soñar
con los ojos abiertos. Nunca le pregunté qué era lo que soñaba.
Nunca la toqué para averiguarlo.
Me sonrió cuando me senté y me frunció el ceño cuando le
entregué la copa.
—Lo vas a necesitar —le dije y me hizo caso.
Y yo.
Mientras ella llevaba la copa a su boca yo hice lo mismo.
Dos segundos y un trago después las dos tosíamos, las dos
maldecíamos a Ivo.
—¿Qué diablos es esto? —preguntó Ela, su voz ronca.
Me aclaré la voz antes de hablar, probando por si el
alcohol había quemado mi garganta.
—Eso, hermanita, es lo que Ivo piensa que necesitas para
escuchar la verdad sobre Dean —dije.
Mi hermana me miró asombrada.
—¿No era el agente Wilson?
—Se convirtió en Dean cuando me di cuenta de que te
ama.
Ela sacudió la cabeza y me acerqué a ella. Cogí su mano
libre y la obligué a mirarme. Luego le conté lo que había
ocurrido la noche anterior. Me escuchó en silencio y no habló
ni siquiera cuando terminé de hablar.
—¿Ela?
—¿Y qué quieres que haga? ¿Ir detrás de él? No, gracias.
Si me quiere sabe dónde estoy, yo no voy a ir detrás de él —
espetó Ela.
¡Oh, Dios! Sabía que los hombres de la familia se
comportaban como idiotas cuando se enamoraban, pero
suponía que las mujeres éramos un poco más listas que ellos.
Pues, mi hermana me acababa de demostrar que estaba
equivocada.
Oh, espera.
¿Y mi berrinche de esta mañana? Pues era oficial, la
idiotez era la primera etapa cuando un Diaz-Kincaid-Kader se
enamoraba.
—Lo sabe, pero le prometió a nuestra madre que si rescata
a su hija desaparecerá de nuestras vidas, de tu vida. Eres tú la
que tiene que dar el siguiente paso —le dije.
—Él hizo la promesa así que…
—¡Ela Diaz! —grité enfadada y sorprendida con mi
hermana.
Dean hizo lo que cualquier padre haría, eligió la vida y el
bienestar de sus hijos por encima de todo. Entendía que mi
hermana se sentía mal, que se sentía traicionada, pero eso no
era normal.
Me puse de pie.
—No puedo creer qué piensas eso —dije decepcionada.
Y quería decirle mucho más, pero no pude.
Verás, mientras yo estaba hablando con Ela, un coche se
acercó a la verja y el guardia le preguntó quién era y qué
quería. Luego llamó a mi madre y ella le dio permiso para
entrar.
El conductor del coche aparcó frente a la casa, bajó y
llamó a la puerta. Una mujer de ojos morados, podría haber
sido Isabella, mi tía, o Avy, mi prima, le abrió y le invitó
dentro.
Y ese conductor entró en el salón, echó un vistazo
alrededor y sin saludar se encaminó hacia mí. Me alcanzó y
me cogió en brazos, poniéndome sobre su hombro como si
fuera un saco de patatas.
Mi instinto de peligro estaba desactivado en casa, estaba
rodeada de los míos, así que me tomó por sorpresa.
—¿Qué mierda? —grité pensando que era alguno de mis
primos que quería gastarme alguna broma tonta.
Pero, eché un vistazo a la espalda grande, al trasero
cubierto por vaqueros y supe que el hombre no era ningún
familiar mío, aunque estaba muy familiarizada con ese trasero.
—¡Kirian! ¿Qué estás haciendo? —espeté mientras él
caminaba hacia la puerta.
¿La puerta?
Miré a los rostros de mis familiares, algunos asombrados,
otros divertidos y unos pocos preocupados. Y uno solo con
pensamientos violentos.
Cuando Kirian se detuvo giré la cabeza y vi a mi padre con
una expresión furiosa en su rostro.
—La mujer que has cogido como un neandertal es mi hija
y te sugiero que la sueltes antes de recibir un tiro entre las
cejas —dijo mi padre.
¡Oh, mi padre estaba furioso! Eso era nuevo, él siempre
era la calma personificada.
—Un placer, señor Diaz. Kirian es mi nombre y déjame
informarle que un neandertal es lo que su hija necesita cuando
se comporta como una niñata malcriada —dijo Kirian.
Sus palabras obtuvieron variadas reacciones.
—¡Oh, Dios!
Avy, mi prima.
—¡No lo puedo creer!
Lina, la esposa de mi hermano.
—Ah, el pobre idiota. Está muerto y todavía no lo sabe.
Blake, el esposo de mi prima.
—Que alguien le quité el arma a mi madre.
Eva.
—Menos mal, este almuerzo estaba algo aburrido.
Isabella, mi tía.
—¡Jesús Cristo!
James, el esposo de la tía.
Y yo, pues yo puse los ojos en blanco y dije: —¿Sabes,
Kirian? Si algún día llega ese momento en el que me ames
más que la vida, será un día triste porque no me tendrás.
Acabas de ganarte el odio eterno de mi padre.
—Silencio, Ivy —dijo Kirian. Y no solo me mandó callar,
me apretó el muslo. ¡Sí! Justo ahí en frente de mi padre—. Su
hija es la mujer de mi vida, señor Diaz. Lo sé yo, lo sabe ella,
pero no estoy, todavía, completamente enamorado de ella y
por lo que he visto Ivy no aprendió a tener paciencia. Lo
quiere todo y ya, sin demoras. Así que me la voy a llevar y le
explicaré un par de cosas sobre la vida y el amor.
Esperé a escuchar a mi padre protestar, llamar a seguridad
o decirle a mi madre que acabara con Kirian. Pero no.
El cuello me dolía de tanto mirar hacia atrás, esperando su
reacción. Y cuando llegó no era la que yo esperaba. Mi padre
extendió la mano hacia Kirian.
—Puedes llamarme Pablo —dijo.
Se apretaron las manos, mi padre sonrió, Kirian murmuró
algo que estaba demasiado furiosa para escuchar. La sangre
corría por mis venas a una velocidad tremende y era lo único
que podía escuchar, eso y el latido acelerado de mi corazón.
Luego Kirian se encaminó una vez más hacia la puerta y
cuando miré a mi padre mi mirada expresaba lo que sentía y
no era bueno. Mi padre acababa de quedarse sin el primer
lugar en mi pódium de personas favoritas.
Se lo quise dar a mi madre, pero ella me guiñó el ojo. Y
antes de que pudiera buscar a otra persona que pudiera
ayudarme, Kirian salió de la casa.
¡Maldita sea!
Llegó al coche, abrió la puerta y me sentó en el asiento.
Incliné la cabeza y lo miré desafiante. Iba a estar fuera del
coche antes de que él tuviera la oportunidad de llegar al otro
lado. ¿Qué pensaba él, qué era indefensa?
No, no, solo me había tomado por sorpresa. Y estaba
cansada, mi cuerpo por no haber dormido, mi mente por todo
lo que ocurrió en las últimas veinticuatro horas.
—No lo harás —dijo Kirian.
—¿No?
—No, porque eres una mujer que no renuncia tan
fácilmente al hombre de su vida, porque tú eres una luchadora,
bruja —declaró él.
—Tal vez, pero también soy una mujer que sangra cuando
está herida y llora cuando le rompen el corazón —dije.
Me miró, pero luego dejando mi puerta abierta rodeó el
coche. Me estaba dando la oportunidad de correr si eso era lo
que quería.
Vete si no quieres luchar. Vete si no quieres esperar hasta
que te ame como lo mereces. Vete si crees que no vale la pena
esperar. Vete si no quieres mi amor.
No sabía si lo que estaba escuchando en mi mente eran mis
pensamientos o los suyos, pero cuando Kirian se sentó en el
asiento mi mano alcanzó la puerta y la cerró.
—Gira a la izquierda, segunda salida y todo recto —dije
sin mirarlo.
Sin embargo, lo miré cuando Kirian puso la mano debajo
de mi barbilla y giró mi cabeza.
—Gracias —murmuró.
Cerré los ojos e incliné la cabeza hacia atrás, lejos de su
toque. Quemaba. Deseaba algo que no debería, algo que estaba
demasiado cabezota para admitir.
Kirian condujo hasta mi casa sin perderse y sin pedir
indicaciones. Fue como si ya supiera donde debería ir así que
apoyé la cabeza en el reposacabezas y cerré los ojos. No
pretendía dormir, solo descansar un poco y buscar las fuerzas
necesarias para lo que me esperaba a continuación.
No estaba preparada para otra conversación importante, ni
para discusiones. Ni siquiera para hacer las paces. Estaba
agotada.
Y mi cuerpo hizo la elección por mí. Me dormí y no supe
que Kirian llegó a la puerta de mi casa y dio la vuelta, que
condujo durante horas para dejarme dormir.
Me desperté cuando Kirian paró el coche y fruncí el ceño
al darme cuenta de que no estaba en casa.
—¿Te has perdido? —le pregunté.
Kirian sonrió a pesar de escuchar mi voz que era de todo
menos amable. Que era un monstruo cuando me despertaba de
la siesta lo sabía toda mi familia, nadie me hablaba hasta que
comía algo dulce.
Ahora no tenía nada, ni un misero caramelo para calmar el
monstruo que me pedía azúcar. Esto no iba a terminar bien, no,
para nada.
—No, me he quedado sin gasolina —respondió él, ajeno a
lo que me estaba pasando.
Bajó y me quedé en el coche con los ojos cerrados hasta
que me di cuenta de que estábamos en una gasolinera. O sea,
tienda con chuces, refrescos con mil toneladas de azúcar y una
gran selección de chocolate.
Extendí la mano para abrir la puerta y debo de haber
conseguido unas habilidades extraordinarias porque esta se
abrió sola. Pero no, solo era Kirian que me puso una bolsa
blanca en el regazo.
—¿Qué? ¿Tengo pinta de maletero o qué? —le espeté.
—Me pregunto qué pasará si te besara ahora mismo, ¿me
morderías o te calmarías?
—¿Por qué no lo pruebas? —dije sonriendo dulcemente
mientras mi mente ignoraba el cosquilleo que sentí al pensar
en sus besos y se centraba en la manera más rápida y fácil de
deshacerme de Kirian.
Era un monstruo, ¿recuerdas? Mientras no recibía la dosis
de mi droga era incontrolable y en mi mente solo cabían
pensamientos violentos.
—Porque me gustaría envejecer y malcriar a mis nietos,
incluso me gustaría verte con el cabello blanco. Anda, come
algo —dijo cerrando mi puerta.
¿Comer qué?
Miré en la bolsa y gemí. Sí, gemí al ver las chocolatinas de
menta, los M&M, las galletas y el helado Ben&Jerry de
caramel salado. Antes de que Kirian se sentara detrás del
volante ya tenía en la boca una cuchara de helado.
No dijo nada, simplemente condujo. Yo tampoco hablé,
simplemente comí y cuando calmé un poco mis ansias de
azúcar lo miré. Pasamos tan poco tiempo juntos que nunca me
eché la siesta y estaba segura de que nunca le hablé sobre ello.
—¿Cómo lo has sabido? —pregunté.
—¿Intuición? —dijo.
—No cuela, Kirian. Prueba de nuevo.
—No soy goloso, ¿vale? Puedo tomar postre de vez en
cuando, pero no es algo imprescindible en mi vida y cuando de
repente mi mente se llenó de imágenes de chocolate y helado
me di cuenta de que no era yo. Era por ti. ¿Satisfecha?
—Por ahora —murmuré.
Llegamos a mi casa y, como mi bolso con mi teléfono se
había quedado en casa de mi madre, la puerta no se abrió
automáticamente.
—Tienes que acercarte al cajetín —le dije a Kirian
mostrándole la pequeña caja negra.
Y él maniobró el coche hasta dejarlo a diez centímetros de
la caja. Pues, yo podría haber bajado del coche para teclear el
código de apertura, pero ¿lo hice? No, no, porque, verás, lo
que yo no sabía sobre el monstruo de las siestas era que si le
dabas lo que pedía (dulces) y te encontrabas en presencia de
un hombre atractivo, pues pedía más.
Y no pedía dulces.
Así que puse la bolsa en el suelo, me quité el cinturón de
seguridad y me incliné sobre Kirian.
Me miró con una ceja levantada.
—Necesito teclear el código —murmuré, pero mi mirada
no estaba en la pequeña pantalla, ni siquiera en el botón de
bajar la ventanilla del coche. Mis ojos estaban fascinados con
los labios de Kirian.
—Aja —dijo él y como no había apartado la mirada de su
boca vi el esfuerzo que tuvo que hacer para no echarse a reír y
ya que estaba decidí ir más allá.
Me moví hasta que estuve sentada en su regazo y entonces
me moví un poco más hasta sentirlo duro entre mis piernas.
No aparté la mirada de la suya en ningún momento, ni siquiera
cuando sus manos se deslizaron bajo mi vestido para posarse
en mi trasero y mantenerme presionada contra él.
—El código, Ivy —gruñó Kirian.
No quería porque eso significaba volver a mi asiento.
Deslicé las manos de sus hombros a su cabello y acerqué la
boca a la suya.
—Después, después de un beso —susurré.
—No será suficiente y lo sabes.
Estábamos en un punto muerto y solo saber que la caja de
seguridad tenía integrada una cámara de vigilancia me impidió
besar a Kirian y dejar que las cosas siguieran su curso.
De mala gana extendí la mano y presioné el código en la
pantalla, pero cuando quise volver a mi asiento las manos de
Kirian me lo impidieron, bueno, una mano ya que la otra la
puso sobre la palanca de cambio.
Sentí sus músculos tensarse debajo de mí y no pude
mantener la boca cerrada: —Sabes que es ilegal conducir así,
¿verdad?
—¿Quieres hablar sobre legalidad después de lo que
ocurrió anoche? —gruñó.
—Bueno, si te pones así…
—Duro, me has puesto duro y solo quiero llevarte a la
cama y follarte hasta hacerte implorar. ¿Ok, bruja? En algún
momento tendremos que encontrar el tiempo para tener una
conversación así que hazte a la idea.
—¿Por qué esto suena como una amenaza? —pregunté.
—Porque lo es. Porque si una vez más te vas de mi lado
enfadada vamos a tener problemas.
Y en ese momento la lujuria dio un paso atrás y la furia
surgió. Lo miré con los ojos entrecerrados.
—Oh, problemas vamos a tener. De eso estoy segura —
espeté.
No continué porque Kirian apagó el motor del coche,
habíamos llegado frente a mi casa y ni cuenta me había dado.
Abrió la puerta y bajó conmigo en sus brazos. Me puso de pie
al lado del coche solo para agarrar mi mano y llevarme hacia
la entrada.
Eran dos pasos hasta la puerta, de nuevo presioné el código
para abrir pensando enviarlo al diablo una vez dentro. No
pasó.
Me llevó de la mano hacia la escalera, subimos y de ahí
justo a mi dormitorio. Las razones por las que mantuve mi
boca cerrada eran desconocidas para mí.
Entramos y me giró frente a él, empujándome hacia la
cama y luego llevándome, moviéndome con él hasta que me
tumbó y me cubrió con su cuerpo.
Pero no lo dejé salirse con la suya. Me hice cargo con la
boca, las manos y las uñas, y finalmente lo hice rodar sobre su
espalda.
Mi hombre estaba justo allí con su gran cuerpo, boca y
manos talentosas.
Así que lo tomé. Él me tomó.
Yo me subí el vestido, él me bajó la cremallera y mientras
yo me lo quitaba él echó una mano y se quitó su camiseta.
Continué con el sujetador y él con sus vaqueros.
Luego me moví para subirme a su polla dura.
Fue entonces cuando él decidió que ya no le gustaba mi
puesto como jefa y se hizo cargo, me agarró por las caderas y
me llevó a un lugar diferente.
Sobre su rostro. En su lengua. Me aplastó en su cara.
Lo ayudé, meciéndome contra él, ruidos bajos encontrando
su camino a través del nudo de mi garganta.
Hicimos muchas cosas, pero nunca estuve sobre él de esta
manera y no podía decir que no estaba completamente metida
en esto.
Amaba lo que me estaba haciendo.
Lo amaba él.
Mi hombre.
Todo lo que él hacía me excitaba.
Todo lo que me hacía, me hacía volar.
—Podía vivir de tu sabor, de tu sensación en mi lengua —
gruñó Kirian.
—¡Kirian! —susurré con urgencia.
Ya estaba casi allí.
Kirian me apartó, me arrojó sobre mi espalda y rodó sobre
mí.
Sosteniendo sus ojos, sentía los míos aturdidos, abrí las
piernas y las enganché alrededor de sus muslos.
Sin romper su mirada, tomé su polla en la mano y la guio
hacia mi interior.
—Daté prisa —murmuré y él se deslizó dentro.
Cuando sentí mis músculos cerrarse a su alrededor, fue
cuando él cerró los ojos.
Deslicé ambas manos por su espalda y su cabello y lo
memoricé. Solo por sí acaso. Solo por si un día ya no lo
tuviera.
Kirian abrió los ojos.
—Te extrañé, bruja —susurró.
Él se movió dentro de mí, yo me moví con él. Su
respiración comenzó a llegar más rápido, juntos. Sus
movimientos comenzaron a volverse más urgentes, juntos. Nos
miramos a los ojos todo el tiempo, y me hubiera gustado que
estuviéramos juntos, pero me había comido, así que yo estaba
más cerca y llegué antes que él.
No fue un sacrificio y me dio la oportunidad de mirar.
Cuando bajó, fue cuando me besó de nuevo.
Y él no se retiró. Pasó a acariciarme el cuello. Planeaba
quedarse adentro mientras su polla permaneciera lo
suficientemente dura como para mantenerlo allá. No era la
primera vez. Lo hacía siempre que estuviéramos en una cama
y no tuviéramos prisa.
Y es el momento que Kirian eligió para poner mi vida
patas arriba.
—No te amo, bruja, todavía no, no de la manera que
quieres, pero puedo darte algo para convencerte de que esto es
serio. Vamos a casarnos.
Capítulo 16
Ela

Yo soy normal, o sea, no soy especial como mi hermana


Ivy o como la tía Isabella que es muy inteligente, soy tan
normal como cualquier mujer de este mundo, pero con un
poco más de suerte.
He tenido la suerte de nacer en una familia adinerada que
nos ha permitido vivir la vida mejor que el resto de la
población. He tenido la suerte de nacer en una familia
cariñosa.
El mayor drama de mi vida ocurrió cuando tenía trece años
y mi madre me dijo que no podía salir con ese chico que me
gustaba. Que ahora ya no recuerdo su nombre es prueba de
que mi madre tenía razón.
En serio, ¿trece años y ya pensaba que estaba enamorada?
Pobre de mí, no tenía ni idea sobre lo que se sentía al amar a
otra persona con toda tu alma.
A lo que iba, vida normal, algo sobreprotegida, pero nunca
lo he visto como un problema. Siempre he ido acompañada a
eventos o fiestas, mi padre o alguno de los primos estaban
dispuestos a cumplir cualquier capricho.
¿Desfile de moda? Z, mi primo.
¿Recaudación de fondos? Vladimir, el esposo de mi
hermana Eva.
¿Estreno de película? Mi padre ya que me gustaban las
películas de acción como a él.
Citas no he tenido. Hubiera sido imposible aparecer con mi
padre o con alguno de mis primos. Pero no, no he tenido
porque ningún hombre consiguió atrapar mi atención por más
de dos segundos y durante mucho tiempo pensé que mi destino
era permanecer soltera.
Total, en mi familia no había ninguna tía soltera y sabemos
muy bien que todas las familias necesitan una para malcriar a
los niños y escuchar a las mujeres cuando están enfadadas con
los maridos.
Luego lo conocí a él. Agente Dean Wilson.
Bueno, al principio no sabía que era agente del FBI, al
principio solo fue un hombre torpe que tropezó conmigo en
una cafetería y me tiró el café encima.
Tan normal, ¿no? Tan de película romántica. Tan
previsible.
Debería haber sabido en ese momento que su sonrisa era
una mentira, que la mirada de admiración era una prueba de
que había pasado con brío las clases de actuación de la
agencia.
Me pidió disculpas. Las acepté.
Se ofreció a pagar la tintorería. No acepté.
Me invitó a tomar un café para reemplazar el que había
acabado sobre mi vestido y en el suelo. Acepté.
Me dejé hechizar por sus ojos azules y su sonrisa atractiva.
Me tomé un café a pesar de tener el vestido blanco manchado.
Me tomé otro mientras la cafetería se vaciaba. Me tomé uno
más escuchándolo hablar sobre sus viajes, su trabajo, sus
pasatiempos.
Me dijo que trabajaba para una línea de hoteles y que cada
dos por tres tenía que viajar fuera del país.
La excusa clásica, ¿no?
No sé, la verdad es que no sé cómo es que no me di cuenta
de sus mentiras. Podría haber sido la atracción tan fuerte que
sentía, esa misma que me llevó a la habitación del primer hotel
que encontramos a la salida de esa cafetería.
¿El sexo? Pues me gustaba y mucho, pero como no tenía
citas tuve que buscarme la vida y es aquí donde una vez más
tuve suerte de nacer en una familia adinerada.
Había un club, muy selecto, donde hombres y mujeres iban
a cumplir sus fantasías. Yo iba para obtener un orgasmo
cuando los míos ya no eran suficientes.
Y no, no estaba pagando por sexo si eso es lo que estás
pensando. Cada cliente tenía una ficha con sus datos y sus
gustos. A veces algún hombre me pedía una reunión y sí
cumplía con mis requisitos, aceptaba.
Aunque la mayoría de las veces era yo la que buscaba y
proponía. Era todo muy misterioso. Sin nombres, a veces en la
semioscuridad y sin besos. Había tenido mi primera
experiencia sexual con un hombre cuyo nombre no conocía,
pero no le había entregado mis besos. Sí, sí, muy normal no
era si podía entregarle mi cuerpo a un hombre, pero no podía
besarlo.
Volviendo a lo nuestro, el sexo normalmente era genial. De
uno al diez le daría un ocho, tal vez un nueve si al final de la
reunión había contado más de dos orgasmos.
Pues, a Dean Wilson no podía calificarlo de uno al diez.
De uno a cien mil tal vez. Sí, era tan bueno que me llevó a la
habitación de hotel, me presionó contra la puerta mientras sus
manos levantaban la falda de mi vestido. Luego se arrodilló,
me bajó las bragas y me besó.
Sí, eso hizo sin siquiera haber besado mi boca.
Ese fue mi primer orgasmo. El siguiente fue en la cama,
con su boca sobre la mía y con él entre mis piernas abiertas,
con él en mi interior. El tercero fue cuando lo cabalgaba y el
cuarto en la ducha.
Recapitulando, me hechizó con su sonrisa, pero el golpe
fatal fue con el sexo.
Sí, sí, estoy fatal. Fatal de tonta.
Durante dos semanas nos vimos cada día y siempre en el
hotel, hasta que pregunté dónde vivía y entonces me llevó a un
apartamento. Y es ahí donde me di cuenta de que algo no
cuadraba.
Dean tenía una manera de hablar, siempre tan sofisticado,
¿sabes? En la cama era dominante (me encantaba eso de él),
sus modales eran impecables, sabía todo sobre vinos y arte. El
apartamento era grande y lujoso, pero no era él.
Era demasiado perfecto, tanto que solo podía ser falso. No
dije nada en ese momento porque no estaba segura y tampoco
quería renunciar al sexo. Todavía no, pero estaba más atenta a
él.
Un día me preguntó sobre mi familia, otro me pidió verme
el sábado y cuando le dije que tenía planes se ofreció a
acompañarme, otro día quiso ver dónde vivía. Cosas que
parecían normales para una pareja que se estaba conociendo,
pero que hicieron sonar todas mis alarmas.
Sin embargo, fue la suerte la que me hizo averiguar la
verdad. De hecho, mala suerte. Había quedado con Dean en un
restaurante para almorzar y antes había acompañado a mi
prima Avy a la inauguración de una nueva tienda de
smoothies.
Me probé todos y cuando llegué al restaurante tenía que ir
al servicio sí o sí. El de mujeres estaba cerrado por una avería
y la desesperación me hizo entrar en el de hombres. Abrí la
puerta despacio, todo lo despacio que pude y al comprobar que
no había nadie entré.
Me encargué de mis asuntos lo más rápido que pude, pero
no fui tan rápida. Escuché a alguien entrar y me quedé quieta.
Luego escuché la voz de Dean.
—Sí, lo sé, pero no tengo nada. Ela no habla sobre su
familia y no he conseguido una invitación a su casa. ¿Ah, en
serio? ¿Qué mierda crees que estuve haciendo las últimas
semanas? La estoy follando cada día, un poco más y tendré
que comprarme las pastillas azules porque hombre, no puedo
más. Ya, ya. Si quieres cambiamos. Si no consigo nada puedes
enviar al siguiente agente.
Abrí la puerta antes de que Dean colgara y cuando nuestras
miradas se encontraron en el espejo lo vi palidecer. Pero solo
un segundo, luego se puso una máscara que me di cuenta de
que era la que usaba cuando estaba conmigo.
Fui engañada. El Dean que conocía yo era falso, no existía.
—¿CIA, Homeland Security? —pregunté.
—FBI.
Asentí y caminé hasta el lavabo donde me lavé las manos
mientras decidía qué era lo que quería hacer. ¿Llamar a mi
madre? ¡Dios, no! Nunca podría mirarla a la cara y decirle que
me dejé engañar. Decidí guardar el secreto.
—Puedes llamar a tu jefe y decirle que has fracasado en tu
misión y que no, no debe enviar a otro. Aprendí mi lección —
dije.
Me fui y pensaba dejar atrás esta pequeña parte de mi vida.
Total, solo era un hombre y yo no era la primera mujer del
mundo a la que habían engañado. Pero no, Dean tuvo que
aparecer cuando estaba con mi hermana Ivy y de ahí todo se
fue a la mierda.
Dean dijo que iba a seguir hasta meternos a todos en la
cárcel dejando a Ivy sin otra salida que acabar con la amenaza.
Al final averiguamos que él no era tan malo, que al FBI no le
importaba lo que hacía mi madre, pero a la mafia sí y fueron
ellos los que secuestraron a la hija de Dean.
Bla, bla, bla. Él era el héroe de esta historia y yo la villana
porque no creo que me ama, porque dije que si me quiere sabe
dónde encontrarme. Ah, y dije que él eligió a su hija.
Ya.
Pero, maldita sea, yo era la victima aquí y estaba tan
furiosa que le pedí a mi madre que me dijera dónde estaba
Dean.
El cabrón ya había cogido un vuelo e iba de camino a
Hawái. ¿Y que hice? Coger el avión de la familia y seguirlo. Y
por eso estaba aquí, en el aeropuerto esperando que el coche
llegara para llevarme a casa de Dean.
Cuando, por fin, llegó el conductor se disculpó por la
tardanza. Dijo algo sobre una rueda pinchada y si mi madre
me hubiera visto en ese momento se hubiera sentido muy
avergonzada de mí. Acepté las disculpas del hombre, pero lo
hice de mala manera.
Solo quería hablar con Dean, arreglar la situación y volver
a mi vida de antes.
La casa a la que me llevó el conductor era pequeña y la
miré mucho rato antes de atreverme a bajar.
—Espérame aquí —le dije al conductor.
Me quité la chaqueta y la dejé en el asiento antes de bajar.
El calor me golpeó fuerte después de dar un solo paso y
maldije. Por la mañana me había vestido para el almuerzo,
pero el vestido negro y ajustado no era el adecuado para este
clima. Los tacones tampoco.
Me di la vuelta y apoyando una mano en el coche, me
quité los zapatos y después de guardarlos dentro me encaminé
hacia la puerta de la casa. Descalza. Acalorada. Furiosa.
Aunque la furia me iba abandonando con cada paso que
me acercaba más a la puerta. Pero, ya que había llegado hasta
aquí llamé.
Dean abrió y nada. Me miró. Esbozó una pequeña sonrisa
al verme sin zapatos. Lo miré. El calor que sentía se extendió a
una parte muy privada de mi cuerpo al verlo vestido con
vaqueros desgastados y nada más.
Ya ni recordaba lo que hacía aquí, pero dije lo primero que
me vino a la cabeza: —Tú eres el culpable de todo.
—Sí, sí soy.
Ok. No era lo que esperaba, pero iba a aceptarlo. Por lo
menos era honesto y admitía sus errores.
—Le has prometido a mi madre desaparecer de mi vida —
dije.
—Sí, y estoy cumpliendo.
—¿Por qué? —pregunté.
Dean alargó la mano, me agarró del brazo y me tiró hacia
dentro. Luego cerró la puerta y el frescor que había dentro me
impidió protestar.
—¿Por qué, Ela? Porque un día recibí una llamada y tuve
que elegir entre ver morir a alguien que amaba y engañar a una
mujer. Elegí engañar a lo que yo creía que era una mujer rica y
sin importancia, pero él que fue engañado fui yo porque me
enamoré de ella. Lo hice cuando vi su foto, lo supe cuando me
miró como si fuera su príncipe azul y cada vez que me sonreía
recordaba que, de hecho, yo era el dragón.
¿Era posible? ¿Podía creerlo?
—Te has marchado —le recordé.
—Tu madre me lo pidió a cambio de rescatar a mi hija y
no me pareció mal acuerdo. Tú no querías verme y…
—¿Y cómo sabes que eso era lo que yo quería? —espeté
—. ¿No crees que me hubiera gustado saber la verdad? No es
que fuera muy difícil coger el teléfono y llamar: Oye, nena,
¿sabes algo? Te engañé, pero me obligaron y mientras ocurría
todo eso me enamoré de ti. ¿Hubiera sido tan difícil, Dean?
Pasé de gritarle a ser empujada contra la puerta y a tener
sobre mí a un hombre grande y furioso o eso pensaba yo que
significaba esa expresión de sus ojos, nunca se la había visto
antes. Total, yo no lo conocía. ¿Qué era verdad de todo lo que
me había contado?
—¿Sabes lo que es irte a dormir hambriento y sabiendo
que al día siguiente tampoco vas a tener comida porque a tu
padre de acogida no le gusta tu cara? ¿Lo que es dormir
sabiendo que en cualquier momento puedes despertar en
medio la calle? No, no lo sabes porque tú has tenido suerte,
pero yo no. Las cosas buenas no me pasan a mí, señorita Diaz.
Desde que fallecieron mis padres he tenido solo dos: a mi hija
y a ti. Lo primero fue abuso y lo segundo engaño. ¿Crees que
hay alguna posibilidad de ser feliz? No. Mi hija que no sabía
que era mi hija está encerrada en su habitación llorando y
pidiendo ver a sus padres, los mismos que la vendieron a la
mafia. Y tú, no entiendo a qué has venido, pero estoy seguro
de que no estás aquí para besarme, hacer las paces y vivir
felices para siempre.
Había tanto que analizar en sus palabras, pero mi corazón
me estaba pidiendo una cosa y mi mente, como nunca, lo
mismo.
—¿Me amas? —susurré.
—¡Jesús! ¿Para qué te sirve saberlo, Ela? —gruñó Dean.
—Solo contéstame, sí o no.
—Sí, te amo, ¿ok? ¿Ha cambiado algo? No, tú sigues
siendo la niña rica de Diaz-Kincaid-Kader y yo el agente con
un pasado turbio que quería meteros a todos en la cárcel.
—Te amo —dije.
Dean sacudió la cabeza y levantó sus manos para ponerlas
a los dos lados de mi cabeza.
—Lo siento, nena. Nunca fue mi intención —dijo.
—Ok, Dean, ¿mi madre te ha golpeado en la cabeza o
algo? Porque veo que eres un poco lento. Me amas, te amo, ¿lo
pillas? —pregunté.
—La que no entiende eres tú, lo nuestro nunca tuvo una
oportunidad —declaró Dean.
Puse las manos sobre su pecho y lo empujé hasta que dio
unos pasos lejos de mí. Entonces miré a la izquierda y derecha
buscando con la mirada: —¿Dónde está la cocina? Necesito
una bebida.
—A la izquierda —me contestó y es ahí donde me fui.
La casa desde fuera parecía pequeña, pero era más grande
de lo que pensaba. Y bastante bonita. Incluso tenía una isla en
el centro con sus taburetes donde sentarte para desayunar
mientras mirabas a través de los grandes ventanales el océano.
Ahora mismo había sentada ahí una chica. Giró la cabeza
para mirarme y si no hubiera sabido que era hija de Dean lo
hubiera adivinado. Era él, sus ojos, su nariz, la misma mirada
desafiante, pero que estaba segura de que escondía tanto
drama como el pasado de Dean.
—Hola, Rissa, soy Ela —dije sonriendo, ella no me
contestó y yo continué hacia el frigorífico—. Quiero un
mojito, ¿alguien más?
—Yo —se apresuró a decir Rissa.
—Tú no y tú tampoco —dijo Dean y cuando giré la cabeza
para mirarlo continuó: —Estoy seguro de que puedes tomarte
un mojito en tu hotel.
Me di la vuelta y seguí con mi tarea. Era mi día de suerte,
en el frigorífico encontré lima y menta. Feliz cogí las cosas y
las coloqué en la encimera de la isla. Luego fui a buscar las
otras cosas que necesitaba.
—La familia tiene una casa o dos por aquí, no sé dónde ya
que nunca estuve, pero tienes razón, estoy segura de que si
llamo un mojito me esperará. Pero no quiero porque necesito
aclarar este asunto y para eso necesito alcohol y azúcar —
declaré.
—¿Qué asunto? —preguntó Rissa.
Noté la preocupación en su voz y respiré profundamente.
—Dean es idiota —le dije a lo que ella puso los ojos en
blanco—. Me alegro mucho de que estés de acuerdo conmigo.
—¡Hey! —gruñó Dean.
Lo ignoré y le entregué la menta a Rissa.
—Necesito quince hojas —le dije y mientras preparaba las
bebidas hablé: —Verás, tú eres muy joven, pero creo que
podrías ayudarme. Conocí a un hombre y era tan guapo,
inteligente, tan perfecto que me enamoré. Luego averigüé de
que todo fue una mentira, pero yo sigo amándolo y quiero
darle una nueva oportunidad, ¿sabes? Empezar de nuevo de
cero y sin mentiras, pero él dice que no, que no merece ser
feliz. Y yo creo que es una idiotez. Si alguien está dispuesto a
perdonar ¿por qué no aceptarlo?
—Todos merecemos ser felices —murmuró Rissa.
—¿Ves, Dean? —dije sonriendo.
Le entregué una copa a Rissa, la que no llevaba alcohol,
una a su padre que él no aceptó y la dejé sobre la encimera.
Me encogí de hombros y tomé un sorbo de la mía.
—Podrías obligarlo —dijo Rissa.
Dean gruñó.
Yo sonreí.
—Cuéntame más —le dije sentándome a su lado.
—Chantaje —sugirió.
Fruncí el ceño pensando en ello y luego solo porque podía
le pedí el teléfono a Rissa. Era un IPhone y después de
equivocarme dos veces conseguí llamar a mi hermana.
—¿Sí? —contestó Ivy.
—Necesito algo para chantajear a Dean, ¿tienes algo?
Ivy suspiró. Dean maldijo y Rissa ahogó una risita.
—No hay mucho, pequeños hurtos durante la adolescencia
y un par de peleas durante la universidad. ¿Por qué quieres
chantajearlo?
—Porque quiero algo de él y él no quiere, ¿qué otra razón
hay para el chantaje? —le pregunté a Ivy mientras ponía los
ojos en blanco y hacía reír a Rissa.
—Si fueras una mala persona usarías lo de su hija y como
no lo eres tendrás que buscar otra manera —declaró mi
hermana.
Colgué y no me atreví a mirar a Dean, tenía suficiente con
sentir la furia que me llegaba desde él como si fuera un ser
poderoso y malvado.
—¿Y lo quieres solo a él? —susurró Rissa.
La misma pregunta me estuve haciendo desde que
averigüé que tenía una hija, no una niña de cinco años, una
adolescente de quince. Sin embargo, mi hermana tenía razón,
yo no era una mala persona y si amaba a Dean no tenía
ninguna duda de que llegaría a amar a su hija.
—Mi hermana Eva tenía quince años cuando mamá
conoció a papá y fue su aliada porque mi madre era muy
cabezota y no quería admitir que amaba a mi padre. Somos
cuatro hermanos, ¿sabes? Y cada viernes por la tarde mi padre
llevaba a uno de nosotros a ver una película, a tomar un helado
o a lo que sea que nos gustara en ese momento. El primer
viernes del mes era para Eva, ella era suya a pesar de no tener
su misma sangre y estoy segura de que mi padre daría su vida
por ella, por cualquiera de sus hijos. Y soy su hija, he crecido
rodeada en una familia donde la sangre no importa. Lo que sí
importa es el corazón y cuando amas a una persona ese amor
se extiende a los suyos también. No sé sí tengo lo necesario
para ser tu madre, pero puedo ser tu amiga. Le dejaré los
castigos a tu padre y me quedaré con la parte divertida —dije.
Rissa me escuchó con atención y no tardó ni un segundo
en mirar a su padre y decirle: —Si quieres que viva contigo
tienes que darle una oportunidad a Ela.
Dean nos dejó esperar, tanto que estaba pensando en
secuestrar a Rissa y obligarlo. Entonces, me di cuenta de que
estaba rogando por su amor. Yo. Yo que no tuve culpa alguna,
solo me enamoré de él.
—¿Sabes qué? —dije poniéndome de pie y mirando a
Rissa—. Nos vamos a divertir, si quieres salir a tomar café o ir
de comprar todo lo que tienes que hacer es llamarme, ¿ok?
Pero tú, tú Dean Wilson, puedes irte al diablo.
En cuanto pronuncié las palabras eché a correr hacia la
puerta.
¡Al diablo con él! ¿No me quería? ¿Quería vivir en
sufrimiento? Pues muy bien, yo no iba a rogarle. Ya, lo único
que faltaba era arrodillarme e implorar.
El cementó caliente quemó mis pies mientras corría hacia
el coche, pero me aguanté. Escuché la voz de Dean justo
cuando estaba abriendo la puerta, pero no le hice caso. Subí y
bloqueé la puerta porque lo había escuchado correr.
—Arranca ya —le dije al conductor.
Ignoré su mirada curiosa, lo mismo que hice con las
palabras de Dean que me llegaban a través de la ventana.
Pero no. Yo le di una oportunidad cuando no debía, cuando
debía ser él que viniera implorando perdón y lo que no haría
era humillarme más.
Me marché y no miré atrás.
¿Y qué si la primera vez que me enamoraba me rompían el
corazón, que me hacían desconfiar de los hombres, que ahora
de verdad era perfecta para el puesto de tía solterona y
amargada? Sí, porque ahora también era amargada.
Antes no, porque no sabía lo bueno que era amar y ser
amada. Bueno, por un corto periodo de tiempo sentí que él
también me amaba. O fueron imaginaciones mías que también
puede ser.
Y ya nada.
De vuelta a mi vida de joven rica donde pasaba mis días
comprando y las noches en fiestas. Oh, no, algunas noches en
fiestas y otras en el club porque, maldita sea, si dejaba a Dean
ser el único hombre de mi vida que me había dado más de dos
orgasmos.
Iba a hacer lo imposible para encontrar otro que me
satisfaga igual o más. Definitivamente más.
Volví a casa donde durante dos días me encerré en mi
apartamento y no contesté al teléfono, solo envié un mensaje a
mi madre para decirle que estaba bien porque de otra manera
hubiera venido para comprobarlo ella misma.
El tercer día cogí mi portátil y abrí la página del club.
Guapo y bueno en la cama fue difícil de encontrar, había dos
que cumplían con los requisitos, pero las reseñas no eran
buenas.
Ah, sí, había un apartado de reseñas, pero no era para los
clientes, era para el club y como la propietaria era mi tía yo
tenía acceso a esa información. Al no encontrar lo que buscaba
apagué el portátil y fui a abrir una botella de vino.
No tomaba mucho alcohol, solo me gustaba tener una copa
en la mano y beber poco a poco, lo suficiente como para
mantenerme ocupada en las fiestas o para usar como excusa
cuando no quería seguir hablando con alguien.
Hoy quería emborracharme y lo conseguí ya que no había
comido nada. Me quedé dormida en el sofá y desperté con
dolor de cabeza y con un mensaje del club.
Había un cliente nuevo que cumplía con creces mis deseos.
En teoría, en practica tenía que esperar hasta la noche y verlo.
Comí, me pasé dos horas en la bañera y luego
arreglándome, echándome esa loción que olía a peonias y que
le encantaba a Dean. Sí, era tan mala persona que quería
hacerle daño, aunque él no lo supiera.
Iba a entregar mi cuerpo a otro hombre, para besarlo,
tocarlo y volverme loca de placer.
Llegué al club y no estaba nerviosa, solo un poco triste.
¿Esta iba a ser mi vida desde ahora en adelante? Noches de
sexo sin pasión, sin amor, sin abrazos después y charlas sobre
nuestro día.
La habitación que me asignaron estaba vacía y a oscuras,
eso había pedido él y no me importaba mucho mientras
cumplía con lo prometido. Me quedé mirando la cama
extragrande y mi mente se fue a otra cama y a otro hombre.
Entonces llegó mi cita.
Lo escuché abrir la puerta y caminar hasta donde estaba
yo. Se detuvo a mis espaldas y deslizó un dedo sobre mi
espalda desnuda, desde la nuca hasta la parte baja de mi
columna.
Sentí algo, pero ni de lejos lo que sentía cuando Dean me
tocaba. Ok, era normal, debía esperar un poquito más, ¿no?
Y entonces él acercó la cabeza y me susurró al oído: —
¿Me has echado de menos, nena?
¿¡Dean!?
—¡Hijo de…! —grité y no terminé lo que quería decir
porque Dean se movió. Y rápido.
Me tenía sobre la cama inmovilizada bajo su cuerpo en tan
poco tiempo que ni siquiera me dio tiempo a reaccionar.
Me gustó tuve y que fingir un poco, intenté empujarlo,
pero me atrapó las manos. Intenté golpearlo con las rodillas,
pero terminé con las piernas abiertas y con la parte inferior de
su cuerpo acomodada en mi entrepierna. Y ahí ya no pude
fingir.
Sí, era tan débil, pero me quedaba un arma y la usé porque
tal vez sí era un poco mala.
—Sabes que esto es solo sexo, ¿no? No es amor, es
atracción, es adicción a tus orgasmos —dije.
—¿Y qué te hace pensar que tengo un problema con eso?
Todo lo que tengo que hacer es dejarte satisfecha antes de ir al
trabajo, tal vez, incluso podría venir a comer a casa a
mediodía. Estarás tan satisfecha que no pensarás en dejarme.
—Eres idiota —espeté.
—Lo fui, nena, y hablaremos de eso, pero después —dijo
Dean.
—¿Después de qué? —pregunté.
Dean sonrió antes de cubrir mi boca con la suya y sí, sus
besos eran tan buenos y los había echado tanto de menos que
no pensé en nada más. Hicimos el amor y como siempre, Dean
no falló en satisfacer todos mis deseos.
Y estábamos saciados, cansados y abrazados en la cama
cuando me di cuenta de algo y pregunté: —¿Quién?
—Tu hermana —contestó Dean.
Ivy. ¿Por qué no me sorprendía que fuera ella quien me
traicionó?
—Imploré, ¿sabes? Le prometí la luna solo para decirme
donde encontrarte —continuó él.
—¿Por qué, Dean? ¿Por qué querías encontrarme? Pensaba
que habías dicho todo lo que querías decir en Hawái.
—Después de todo lo que he hecho, nena, pensé que no
podía esperar el perdón de ti, y mucho menos la confianza. Y
sigo sin creer que puede haber un futuro para nosotros, ¿cómo
estar seguro de que un día no despertarás y recordarás que
quise traicionarte, ¿cómo saber que podrás confiar en mí de
nuevo? Pero sí tú estás dispuesta a intentarlo entonces yo
también —dijo Dean.
Mi cabeza estaba sobre su pecho y sonreí, pero borré la
sonrisa al mirarlo.
—Primero tienes que jurar lealtad a la familia y hay
pruebas —dije.
—¿Qué tipo de pruebas? —preguntó serio.
Podría jurar que estaba pensando en actos violentos y
sangrientos y me inventé algo. Le susurré sobre un ritual de
iniciación que involucraba una cacería y muchos desafíos que
harían que cualquiera quisiera ir al infierno antes que
pertenecer a nuestra familia.
Y por un momento creyó mis palabras, un breve momento
antes de que se diera cuenta de que estaba bromeando.
—¿Qué te parece si prometo amarte, cuidarte y protegerte
por el resto de tu vida? —propuso él.
—Si viene incluido con un anillo, boda e hijos, acepto.
—Vamos a cerrar el acuerdo, señorita Diaz —murmuró
antes de besarme.
Capítulo 17
Ivy

¿Casarnos?
Sabes que algo no está bien cuando recibes lo que más
deseas en el mundo y tú corres a encerrarte en el cuarto de
baño.
—¿Qué diablos pasa conmigo? —le pregunté a mi reflejo
en el espejo.
Estaba desnuda, despeinada, con la boca roja e hinchada y
necesitaba una ducha para limpiar las pruebas de lo que había
ocurrido en el dormitorio con Kirian. No me gustaba esa
sensación de humedad que se deslizaba sobre la parte interna
de mis muslos.
Me metí en la ducha sin esperar a que se calentara el agua
y esperaba salir de ahí limpia y con la mente clara.
Bueno, no pasó. De hecho, salí con más preguntas que
antes.
Kirian quería casarse conmigo para demostrarme que no se
iba, que un día iba a amarme como yo deseaba.
—¿Qué te pasa? —le pregunté una vez más al espejo.
Nada. Mi espejo era normal no como el de Blancanieves y
no me contestó así que salí del cuarto de baño. Kirian estaba
en la cama y había acaparado todas las almohadas para
apoyarse contra el cabecero. Mi sábana de algodón egipcio de
color salmón lo cubría lo justo.
Se veía muy bien en mi cama, parecía como si ese fuese su
lugar, como si al construir la casa hubiera elegido
precisamente este lugar para el dormitorio, para colocar la
cama. El lugar perfecto para que el sol entrara y acariciara su
rostro.
Se veía como un dios y solo le faltaba la barba.
—Pincha —dijo Kirian.
—¿Qué? —pregunté mirando las sábanas pensando que
había algo en la cama. Pero era imposible, mi obsesión con la
limpieza mantenía toda la casa impoluta.
Me acerqué a la cama y levanté la sábana, pero no vi nada.
—La barba, Ivy, pincha y no te va a gustar —dijo riendo
Kirian.
Ah, a eso se refería.
—Eso no lo puedes saber —murmuré pensando en ello,
pensando tanto que un cosquilleo interesante recorrió mi
entrepierna.
—Voy a dejarla crecer, pero solo si vienes aquí y me
cuentas por qué has salido corriendo.
—Entonces me moriré sin saber si me gusta o no por qué,
Kirian, no tengo ni maldita idea de lo que me hizo correr —
admití subiéndome a la cama.
—¿No lo sabes? —gruñó.
Envolví mi brazo alrededor de su cuello y me ajusté a su
gran cuerpo, diciendo: —Te he dicho que algo no está bien
conmigo. No hay otra explicación, piénsalo: me enfado si me
dices que no me amas, me enfado si dices que quieres casarte
conmigo. ¿Quién diablos sabe qué está pasando en mi cabeza?
Kirian deslizó las manos sobre mi cadera, murmurando: —
Entonces, vamos a averiguarlo juntos.
Y ya. Como si esas fueran palabras mágicas mi ansiedad
desapareció. Sí, era ansiedad y era otra de las cosas que había
conseguido esconder todos estos años. Era la presión en el
pecho, era el nudo en la garganta, el dolor de cabeza, el miedo
a fallar en todo y a todos.
—Ok —susurré.
—Ok —repitió Kirian.
Nos miramos y me sentía tan bien sin esa pesadez en el
pecho que me eché a reír.
—Nos vamos a casar —dije.
—Ese es el plan, sí. —Kirian sonrió.
Apoyé la cabeza en su pecho y dije: —Nunca soné con
casarme, ¿sabes? Ni siquiera cuando era una niña pequeña y
Ela me obligaba a jugar a las bodas. O sea, quería y a veces
pensaba en enamorarme y pasar el resto de mi vida con el
hombre perfecto, pero nunca tuve muchas esperanzas. Y ahora
no sé qué quiero. ¿Una boda grande? Obvio, mi familia es
grande y no pueden faltar. ¿Y tu familia?
Intenté recordar qué había leído sobre su familia, pero no
pude recordarlo. Que extraño. Ah…
—Solo tengo a la abuela —respondió.
Recordaba a la señora Murphy, pero había algo que no me
cuadraba.
Kirian suspiró.
—Mi madre se enamoró a los dieciséis y estaba tan
enamorada que olvidó que no quería tener hijos, que no quería
pasar a su primogénita la maldición de la magia que era como
solía llamarla. No quiso interrumpir el embarazo porque era
algo impensable para ella y por eso me dio en adopción, su
prima hermana y su marido me criaron como si fuera suyo
hasta que fallecieron en un accidente hace cinco años. Bryn
fue mi madre y lo sabía, aunque todos me lo ocultaron. Me
contaron sobre la magia, sobre todo lo que podía hacer, pero
era tanto trabajo, tanto poder y demasiada responsabilidad para
mí y decidí ignorar esa parte de mí.
Al parecer teníamos más en común de lo que pensaba.
—Y, bruja, no cambiaré de opinión por nada en el mundo,
pero tienes que saber que nuestro primer hijo o hija va a
heredar la magia —continuó él.
—¿Y eso debería asustarme? Mi habilidad no fue
heredada, nadie en mi familia, oh, bueno, está la tía Ayala,
pero no somos familiares de sangre y entonces… ¿sabes qué?
Vamos a dejarlo en que no me importa. Tendremos hijos, con
magia o sin magia, y los amaremos con todo nuestro corazón.
Yo quiero tres, ¿y tú? —pregunté.
—Dos, pero estoy abierto a negociaciones.
Ya me imaginaba que sí.
Había algo que se me olvidaba, algo de lo que deberíamos
discutir, pero, maldita sea, si podía recordar lo qué era. Me
encogí de hombros y cerré los ojos, la siesta que me tomé en el
coche no fue suficiente.
Sin embargo, en cuanto cerré los ojos escuché el rugido del
estómago de Kirian.
Suspirando levanté la cabeza de su pecho.
—Debería prepárate algo de comer, ¿no? —dije.
—No. Yo voy a preparar algo y tú vas a dormir —declaró
Kirian besando mi nariz.
Luego se puso de pie, desnudo lo que mantuvo mi atención
hasta que lo vi acercarse a la puerta con la intención de salir, y
dije: —¿No te vas a vestir?
—¿Esperas visitas? —me preguntó y sacudí la cabeza.
Entonces, él salió al pasillo.
Ok.
Eso era nuevo, extraño y no sabía si estaba cómoda con
eso o no. Sin embargo, después de pasarme por el cuarto de
baño y ponerme una camiseta larga y bragas me fui a la cocina
y encontré a Kirian vestido con sus vaqueros.
Me di cuenta de que no tenía un problema con la desnudez,
excepto cuando envolvía comida y se lo dije. Kirian me miró.
—Recuerdas donde tenía mi boca hace media hora y donde
la tenías tú, ¿verdad, bruja? —dijo.
¿Cómo podía olvidarlo? Lo tenía grabado en la mente y mi
cuerpo también lo había registrado. Estaba más que preparada
para repetirlo, pero no era el momento. Necesitaba algo más
que placer, necesitaba también comida ya que en el almuerzo
lo único que hice fue fingir comer.
—¿Qué decías que ibas a preparar de comer? —pregunté.
—Sándwich de queso fundido —dijo Kirian y gracias a
Dios que se dio la vuelta y no vio mi cara de asco.
No podía comer eso ni siquiera si me estuviera muriendo
de hambre.
—¿Kirian? —murmuré y esperé hasta que se diera la
vuelta para continuar—. Ya sabes que tengo una gran familia,
o sea, un montón de primos que fueron mi alegría durante mi
infancia.
—Ok. —Kirian asintió.
—También fueron mi tortura. Gastar bromas a los mayores
era nuestro pasatiempo favorito en los almuerzos de los
sábados, pero a veces, cuando recibíamos un castigo duro par
alguna travesura y no podíamos hacer de las nuestras, la
víctima era uno de los niños. Y cuando me tocó a mí el
incidente, que no quiero recordar, me dejó con traumas. O sea,
sándwich de queso no. Nunca, ni el sabor, ni el olor, ni el
nombre. Excepto si quieres verme correr al cuarto de baño y
vomitar.
—Entendido —dijo él sonriendo y caminando hacia mí.
Puso los brazos a mi alrededor y me abrazó fuerte.
—No fue tan malo, ¿sabes? Pero no puedo —susurré con
los ojos cerrados.
—Nena, está bien. De hecho, me alegro saber que hay algo
que te puede molestar. Empezaba a preocuparme que fueras
invencible, ya sabes, después de tanto hablar de asesinatos.
Asentí y Kirian besó mi coronilla antes de soltarme y
volver a la encimera donde estaban los ingredientes. Los
recogió y volvió a guardarlo todo en el frigorífico de dónde
sacó unos huevos.
Juntos preparamos un desayuno para cenar, obvio, tenía
comida fresca y congelada. Mi familia era rica, pero no
éramos idiotas y la comida no se tiraba. Al final de los
almuerzos siempre sobraba comida y nos la compartíamos
entre todos.
Porque algunos no querían cocinar, o sea, yo. O no sabían,
o preferían pasar el tiempo haciendo otra cosa que no era
cocinar. Total, tenía el congelador lleno de comida que solo
necesitaba unos minutos en el horno.
Pero no se lo dije a Kirian. Me gustaba verlo moverse en
mi cocina y hablar conmigo, aunque mi parte favorita es
cuando me preguntaba si me gustaba eso u otro.
Era verdad, él quería conocerme mejor.
Y en ese momento todas mis dudas volaron por la ventana
y entendí que ya había llegado mi hombre perfecto, mi tiempo
para ser feliz.
***
El domingo lo pasamos en mi casa, en mi cama y solo
salimos para ir al hotel de Kirian y recoger sus cosas. Me miró
mal cuando le propuse enviar a alguien a recogerlas y dijo algo
sobre que nadie tocaba su ropa interior.
Hombres…
Nos separamos solo cuando él recibió una llamada a la que
contestó cuando salió de la cocina. Y eso era una bandera roja
que como tonta ignoré.
Nos íbamos a casar, ¿qué podía ir mal? No podía
engañarme, lo sabría. Él era mi caballero oscuro, mi protector.
El lunes me fui a trabajar y Kirian dijo que iba a quedarse
a descansar, total, él estaba de vacaciones. Lo dejé en la cama
y es donde esperaba encontrarlo dos horas después cuando
volví.
Había dado dos pasos en la sala de mando y la mirada de
mi madre me congeló en el lugar. Me dijo que tenía el día
libre, de hecho, tenía toda la semana libre y por una vez estuve
de acuerdo con mi madre, tanto que caminé hasta ella y le di
un beso en la mejilla.
Tyler rio por lo bajo.
Vladimir murmuró: —Mujeres—. Y puso los ojos en
blanco. Por eso y porque era feliz y quería molestarlo fui y le
di a él también un beso.
Me gustaba mi trabajo, pero ahora mismo me gustaba más
Kirian y la idea de pasar otro día en casa con él.
Pero Kirian no estaba en casa como dijo y no contestó al
teléfono. Lo tenía apagado.
Lo esperé, preparé el almuerzo y comí sola porque él no
llegó. Eran las cinco de la tarde cuando escuché la puerta
abrirse. Sí, le había dado el código de acceso de las puertas
porque confiaba ciegamente en él.
Y cuando entró en el salón con su ramo de lirios en las
manos y me sonrió, de nuevo, ignoré las banderas rojas.
Había salido a pasear dijo. Vio las flores y pensó en mí.
Vio la pulsera de oro blanco y zafiros rojos y pensó en mí. Me
vio a mí y no pudo aguantar las ganas de llevarme a la cama y
hacerme el amor.
El martes vino y pasó. Salimos a cenar.
El resto de la semana igual y el sábado por la mañana nos
preparamos para acudir al almuerzo. Tenía tantas ganas de ir y
presentar oficialmente a Kirian. Y de anunciar nuestro
compromiso.
Me lo había pedido el jueves por la noche mientras
estábamos tumbados en una manta en mi jardín mirando las
estrellas. El anillo de oro y diamantes pesaba mucho en mi
dedo e iba a ser un problema porque no podía enseñarlo, no sin
quitarme los guantes.
Podía ponérmelo sobre los guantes, pero me gustaba la
sensación sobre mi dedo desnudo. Y esa noche cuando estaba
a punto de dormir me pregunté cómo lo había conseguido
porque no sentía nada extraño al tocarlo.
No pregunté.
Debería haberlo hecho.
Kirian se ganó a toda mi familia, mi padre, mis hermanos.
Todos cayeron, incluso mi madre. Nadie lo vio por lo que
verdaderamente era.
Y por eso los planes de boda siguieron adelante. Yo estaba
ciega de felicidad y con el dinero de la familia nada era
imposible, ni siquiera organizar una boda en diez días. El día
antes Kirian desapareció una vez más diciendo que era el
momento de pasar tiempo con mi familia y que me vería el día
siguiente.
Quería hacer el día de nuestra boda especial. O eso
pensaba yo.

∞∞∞
—Son los nervios —dijo mi madre viendo cómo me estaba
frotando las manos.
Los guantes blancos eran bonitos, de seda suave, pero me
daban un picor insoportable y eso era algo nuevo. Mi vestido
de novia era igual de suave, ligero y bonito. No quería un
vestido de princesa, quería algo sencillo y era lo que había
escogido.
Era un vestido de diosa y me sentaba increíblemente bien.
Era una novia muy guapa y sí, podía decirlo porque
necesitaba todo el ánimo del mundo. Algo no estaba bien.
¿Conmigo? No lo sabía.
¿Era una premonición? ¿Eran los nervios? ¿Eran las
dudas?
Mi vida estaba a punto de cambiar. Para siempre. Obvio,
era lo que quería. A Kirian a mi lado. Era bueno, guapo y nos
llevábamos muy bien. Me escuchaba, me miraba como si yo
fuese su mundo entero.
Lo amaba.
Sin embargo, mi vida iba a cambiar. Él no podía dejar a su
abuela sola y lo entendía, por eso decidí mudarme a Irlanda
con él. La familia no estará muy encantada, pero teníamos una
maldita fábrica de aviones.
Podían coger uno y venir a verme, o enviar uno a
recogerme ya que no pensaba faltar a más de un almuerzo
semanal. Y el trabajo podía hacerlo desde ahí, total, podía
estar detrás de la pantalla de un ordenador en cualquier parte
del mundo.
Además, ya había perdido la esperanza de ser y hacer lo
mismo que mi madre. Ella nunca me lo permitiría, no mientras
trabajara para ella y trabajar para otros no era una opción.
—Nervios dices —murmuré.
—Sí, y es normal. Yo también me pongo nerviosa en las
bodas por lo que ocurrió en la mía. No me relajo hasta ver a la
pareja casada y compartiendo su primer beso.
Lo que ocurrió en la boda de mis padres fue que una mujer
loca disparó a mi padre. Sobrevivió y el resto es historia.
Esperaba no vivir la misma experiencia en el día de mi
boda porque algo iba a ocurrir. Era el instinto, era un
presentimiento, Dios sabía lo que era, pero estaba segura de
que este día no iba a acabar bien.
—El novio ya ha llegado —dijo mi padre entrando en la
habitación que había sido mi dormitorio durante toda mi vida.
¿Por qué tenía tantas ganas de llorar?
Le sonreí a mi padre y fingí no ver las lágrimas brillando
en sus ojos.
Poco después, los dos sonriendo, bajamos al jardín donde
se iba a celebrar la boda. En el pasillo de la planta baja que
llevaba a la biblioteca las paredes estaban decorados con las
fotos de las bodas que habían tenido lugar en esta casa.
Mi foto era la última que tenía un sitio ahí, luego Ela
tendría que buscar otro pasillo donde seguir con su colección y
era perfecto ya que su foto iba a ser la primera.
Sí. Ela se iba a casar con Dean. No estaba sorprendida, ni
yo ni nadie.
El matrimonio era solo un papel, lo que consolidaba una
pareja era el amor y de eso había más que suficiente en mi
vida y en la de mi hermana.
Era bonito que las dos habíamos encontrado el amor al
mismo tiempo, para nosotros, para mis padres no. Mi padre
llevaba días diciendo que no estaba preparado para entregar a
sus hijas.
En cuanto vi a Kirian esperarme junto al altar dejé de
pensar en todo lo demás y le sonreí. Incluso aceleré el paso
haciendo reír a mi padre.
Mi prometido sonrió también, aunque sus ojos se veían
extraños, pero fue al coger mi mano cuando la sentí. La
frialdad empezó ahí donde nuestras manos se tocaban, subió
por mi brazo y se deslizó hasta mi corazón.
Helada me quedé.
No sabía qué iba a pasar, pero sabía que no era bueno.
Eran lágrimas, era sufrimiento y dolor.
¡Maldita sea!
¿Por qué?
¿Qué había hecho para merecer algo así?
Y mientras el sacerdote hablaba sobre amor y la santa
unión de un hombre y una mujer yo pensaba en otras cosas.
Por ejemplo, ¿por qué me casaba un sacerdote si yo no creía
en su Dios? También me preguntaba por qué había aceptado la
propuesta de matrimonio de Kirian y si eso era lo que iba a
traerme dolor y sufrimiento.
Volví a la realidad cuando escuché la pregunta: — Ivy,
¿quieres recibir a Kirian como tu esposo y prometerle serle fiel
en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, y
así amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?
Dije sí y el sacerdote me sonrió, luego miró a mi
prometido.
—Kirian, ¿quieres recibir a Ivy, como tu esposa, y
prometerle serle fiel en las buenas y en las malas, en la salud y
en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de tu
vida?
Escuché la palabra en mi cabeza antes de que resonara alto
y claro para que todos pudieran oírla también. Esos breves
momentos que tuve para prepararme no fueron suficientes.
Un segundo no es suficiente para sentir romperse tu
corazón, para intentar recomponerlo lo más rápido posible y
no echarte a llorar delante de toda la familia. Y lo más
importante, para no mostrarle a él que había conseguido
destruirme con esa palabra de dos letras.
—No.
Capítulo 18
Ivy

—Hijo, esa no es la respuesta correcta —dijo el sacerdote,


pero yo estaba mirando a los ojos al hombro con el que creía
que iba a pasar el resto de mi vida y sabía la verdad.
Kirian no quería casarse conmigo.
—¿Por qué? —susurré.
Kirian apretó mi mano, lo hizo tan fuerte que el dolor trajo
lágrimas a mis ojos.
—Bryn murió por tu culpa —contestó.
Sacudí la cabeza diciendo: —No, yo no la conocía. No
tengo…
—¡Ella te conocía a ti! Sabía que eras mía, que estabas
cerca, que podías ayudarla. Intentó contactarte, ¿recuerdas los
sueños? Soñaste con ella.
De nuevo sacudí la cabeza.
Recordaba mis sueños con precisión, además, lo primero
que hacía por la mañana antes de abrir los ojos era pensar en
qué había soñado y recordar todos los detalles para apuntarlos
en mi diario.
No había soñado con Bryn. Nunca.
—Puedes negarlo, pero yo sé la verdad. Vino pidiendo
ayuda y tú no hiciste nada. La abandonaste a su suerte. ¡Has
ignorado sus suplicas! —gritó él y acercando su rostro al mío
continuó: —Y nunca te perdonaré. Nunca podré amar a la
mujer que puede dormir tranquila mientras otros sufren.
Ah, ¿no?
—Te recuerdo que tú hiciste lo mismo, Kirian —murmuré.
Eso lo calló. Dio un paso atrás, pero solo uno ya que
escuché el sonido inconfundible de un arma al cargarse.
Sin mirar ya sabía que la mano que sostenía el arma era la
de mi madre.
—No, mamá —susurré.
Ella dejó de apuntarlo ya que Kirian, sin mirarme ni por un
segundo, empezó a caminar por el camino de pétalos de flores
que solo minutos antes habían hecho mis sobrinas.
Y lo miré marcharse.
Era estúpido. Kirian. Su excusa era estúpida. ¡Había
dejado morir a su madre! No, no lo hice yo. Lo hizo él y por
alguna razón conocida solo por él había elegido el culpable e
infringido el castigo.
Yo.
Era estúpida. Yo. Sí, sí.
Todo estaba ahí, desde el principio hasta ayer por la
mañana cuando se despidió con un beso en la mejilla, pero no
he querido verlo. ¿Por qué me dejé engañar?
Lo miré hasta que el camino se terminó, esperé que se
diera la vuelta y no lo hizo. Entonces me dejé caer al suelo y
suspiré. Miré el ramo de lirios de los valles que aun sostenía
en las manos, el mismo que había llevado mi madre el día de
su boda y que por lo visto estaban malditos.
Debería haber sabido que esto no iba a acabar bien, ¿no?
Sentí una mano ligera sobre mi hombro y sabía que no era
el sacerdote y tampoco mi hermana que era mi dama de honor.
Era la bisabuela.
Puse el ramo en mi regazo y me quité los guantes, luego
levanté la mano y cubrí la de la bisabuela. Sonreí al sentir nada
más que aire y mi propia piel. Total, ella era un fantasma.
—Todo estará bien, ten fe, Ivy.
Escuché sus palabras como si estuviera a mi lado y, de
alguna manera, sí lo estaba. El problema era que no quería
tener fe. Kirian había hecho su elección, aun sabiendo que yo
era suya para la eternidad me abandonó al altar.
Y no, esto no se le hace a la mujer que algún día amarás
más a que a tu vida.
Levanté la mirada y encontré, una a una, las miradas de
mis familiares. Le sonreí a mi padre que intentaba persuadir a
mi madre de que ir detrás de Kirian y matarlo no era una
buena idea. Le guiñé el ojo a mi hermano, le soplé un beso a
mi sobrina.
Los tenía a ellos, ¿para qué diablos necesitaba un hombre
que prefería hacerme sufrir a reconocer que él era el culpable
de la muerte de su madre?
Me puse de pie y pregunté: —¿Quién quiere tarta?
—¡Yo! —Las voces de los niños llenas de alegría
resonaron en el jardín mientras los adultos me miraban
preguntándose si había perdido la cabeza y estaba segura de
que mis primos ya estaban apostando a ver cuánto iba a tardar
en tener una crisis nerviosa.
Horas, iba a tardar horas, hasta llegar a mi casa,
encerrarme en mi dormitorio y llorar, maldecir y gritar todo lo
que no quería hacer frente a ellos.
Así que comimos la comida que había elegido, mi favorita
y la de Kirian, la tarta que era mitad chocolate, mitad fruta y
bebí más de la cuenta porque necesitaba anestesiar un poco el
dolor que se negaba a quedarse al fondo donde podía
ignorarlo.
Estaba sentada bajo un árbol, la espalda apoyada contra el
grande tronco cuando la tía Isabella se acercó. Iba descalza y
sonreí al verla.
—¿Qué pasó con los gérmenes y las bacterias? —pregunté
recordando cada momento de mi infancia cuando me regañaba
por no lavarme las manos, por caminar descalza o por
tragarme el agua de la piscina.
—Agradecería cualquier bacteria o virus que me
enfermaría para una semana o dos solo para no tener lo que
tengo que hacer ahora mismo —dijo Isabella.
Suspirando se sentó a mi lado y de paso rasgando su
vestido ajustado que no la dejaba sentarse bien. Incluso
maldijo y eso no era nuevo para la tía, que no podía mirarme a
los ojos sí.
—¿Quiero saberlo? —pregunté, aunque la verdad era que
no. Ya tenía bastantes problemas como para necesitar más.
—Lo que dijo Kirian, sobre ser la culpable de la muerte de
Bryn, no es verdad. Si alguien es culpable, aparte del cabrón
que la mató, soy yo —dijo ella.
—¿Qué? No, tía. Hiciste lo imposible para salvarle la vida
y sé que sueles hacer milagros, pero no siempre está en tus
manos.
—Tu madre habló conmigo cuando eras pequeña, cuando
justo empezabas a mostrar indicios de habilidades especiales.
Fue difícil averiguar algo cuando tú no querías compartir con
nosotros lo que estabas sintiendo así que hice lo que pude. Ava
no lo sabe, ¿ok? Fui yo la que tomó la decisión.
—¿De qué estás hablando? —susurré.
—Kirian dijo que su madre apareció en tus sueños, pero lo
que él no sabe es que tu casa está protegida. Tú también.
Encontré una bruja hace muchos años que es la que se encarga
de proteger tus guantes, también protegió tu casa y eso quiere
decir que nada y nadie te puede tocar, ni en vida real ni en
sueños. Así que si Bryn intentó contactarte lo que encontró fue
un muro igual de fuerte que toda la magia del mundo.
—¿Magia? ¿Mi habilidad es mágica? —pregunté.
—No lo sé, cariño. ¿Importa?
De hecho, no.
Pero que yo no había recibido el mensaje de Bryn no
quería decir que la culpable era yo. Que yo tuviera protección
no cambiaba nada.
Puse el brazo sobre los hombros de la tía y susurré: —
Gracias por cuidarme.
—Vaya, no esperaba tanta calma de tu parte. Pensaba que
ibas a gritarme por inmiscuirme en tu vida —dijo Isabella.
—Tal vez otro día, hoy quiero disfrutar de mi familia,
total, es todo lo que tengo y que siempre tendré. El amor es
una ilusión para tontos.
Isabella suspiró, pero no intentó convencerme de que no
era verdad. Ella tenía el amor de su marido desde antes de que
naciera yo, sus hijos eran felices al lado de sus parejas. Ella
creía en el amor.
Yo ya no.
Y sí, me sabía las historias de amor de cada pareja de mi
familia y hay más drama ahí que en una telenovela,
sufrimiento, lágrimas y perdón, pero ese último no era algo
que yo pudiera hacer con facilidad. El perdón no borraba el
sufrimiento y siempre, siempre se quedaba ahí en el fondo de
tu mente para volver a recordarte que esa persona fue capaz de
hacerte daño.
Alma gemela o no, culpas injustificadas o no, mi relación
con Kirian había terminado. Tal vez en otra vida.
Tardé horas en llegar a casa, mi familia no quería dejarme
sola y agradecía su cariño y apoyo, pero necesitaba llorar para
poder empezar a curar mi corazón roto.
Mientras subía a mi dormitorio para quitarme el vestido de
novia miré mi casa. Miré las plantas que estaban en cada
esquina, en cada mesita. Aloe vera, lavanda, ruda, agrimonia.
El jardín estaba invadido por el eucalipto y la menta. En
todas las ventanas de la cocina había un tiesto con plantas
aromáticas.
A mí no me gustaban las plantas. Fue la tía Isabella la que
me regaló la primera cuando me mudé y no me parecía nada
extraño que me trajera una cada vez que venía a verme.
Las plantas eran protectoras, algunas mantenían alejadas
las energías negativas, otras alejaban las malas intenciones de
las personas y me pregunté qué más hizo la tía en su afán de
protegerme.
Iba a investigar, pero primero tenía que hacer algo. Tomé
una ducha y vestida con un camisón rosa y bata a juego, cogí
el vestido. Pasé por la cocina para recoger las cerillas en mi
camino al jardín y después de encontrar un lugar despejado
solté el vestido.
Luego le prendí fuego.
Entonces me di cuenta de que Kirian no era el único que se
escondía de lo que era y eché a correr a mi habitación de
donde cogí todos mis guantes.
Los eché al fuego.
Le dije adiós al hombre que debía amarme y protegerme.
Le dije adiós a la mujer que era antes, la que tenía demasiado
miedo a averiguar qué podía hacer.
El día que nací alguien consideró que yo debía llevar esa
carga, que era tan fuerte como para hacerlo entonces debía
serlo, ¿no? Era fuerte.
—¡Soy fuerte! —le grité al fuego, luego levanté la cabeza
y le grité lo mismo al cielo.
Después de esto, cuando el fuego se apagó me fui al
dormitorio donde me tumbé en la cama y lloré.
El fin.

∞∞∞
Siete días pasaron desde que Kirian me abandonó frente al
altar. Pensarías que estaría encerrada en mi habitación llorando
y sufriendo. Pensarías mal. Estaba en todos los lugares excepto
mi hogar que se había convertido en un calabazo.
Cada vez que cerraba los ojos, cada vez que me quedaba
dormida llegaban los sueños. Eran buenos, del pasado, de lo
felices que fuimos Kirian y yo en otras vidas. Buenos, de lo
que vivimos juntos en esta.
Eran malos, del presente, de lo que estaba sufriendo
Kirian. Que sí, que el idiota se arrepentía, que me echaba de
menos, que sufría por haberme hecho daño.
¿En serio?
Mi caballero oscuro invadía mis sueños con sus disculpas,
sus peticiones de perdón y de segundas oportunidades. Pero
no, yo no quería saber nada de él y por eso estaba trabajando.
No con mi madre, estaba trabajando en mí. Investigando
sobre mi habilidad, aunque tengo que decir que ni todas esas
noches sin dormir me había servido de mucho. Lo mío no
estaba en los libros.
Bruja no era, ya había hablado con la mujer que contrató la
tía para protegerme y no. No era una bruja, podía serlo si
quería ya que tenía las habilidades necesarias, pero no estaba
en mi sangre.
No sabía qué era, ni hada, ni nada por el estilo.
Lo único que era claro era que estaba muy enfadada.
Intentaba descubrir algo sobre mí y ese idiota no paraba. Y sí,
era a propósito. No había usado sus poderes de hechicero para
salvar a su madre, pero las usaba ahora para torturarme a mí.
Esto debía parar ya.
El problema era que nadie sabía cómo pararlo. La bruja
dijo que nuestra conexión era tan fuerte que ni la muerte podía
romperla, que estábamos predestinados a reencontrarnos en
cada vida hasta el fin del mundo.
Que nada podía romper la conexión.
Ya.
—¿Estás segura de que todo esto es necesario? —preguntó
Tyler.
Cerrando la puerta del coche miré a los hombres que nos
acompañaban. Altos, fuertes, vestidos de traje y armados hasta
los dientes. ¿Por qué? ¿Tenía miedo a algo, tal vez a la señora
Murphy? No, me tenía a miedo a mí y a lo que sentía por ese
cabrón de Kirian.
No estaba segura de poder controlarme al verlo. Podía
correr y abrazarlo o sacar el arma y matarlo. Y no, ninguna de
las dos opciones era aceptable y por eso los hombres, mis
compañeros, tenían instrucciones claras.
No tuve que llamar a la puerta de la señora, ella misma
abrió y salió caminando despacio, apoyándose en su bastón.
—Has vuelto —me dijo sonriendo.
—He vuelto para que me digas como deshacerme de su
nieto, señora Murphy.
Su sonrisa se hizo más grande.
—Eso es imposible y tú lo sabes —dijo mirando mi
abdomen de una manera que me preocupó tanto que me puse a
hacer cálculos.
No, todo estaba en regla. Quedaban tres días para la fecha
prevista de mi siguiente menstruación y nunca fallaba, era
mejor que un reloj suizo. Además, habíamos tomado
precauciones.
Era tonta, pero no tan tonta.
—Lo que usted piensa también es imposible —dije.
—Ya lo veremos, ¿no? —Sonrió y empezaba a irritarme su
alegría.
—¿Me va a ayudar o no? —espeté.
—No. Cometí un error al entregarle a mi nieto los diarios
de su madre que es lo que le llevó a abandonarla el día de su
boda.
Ah, entonces es así cómo había averiguado Kirian sobre su
madre y la manera en la que ella había intentado contactarme.
Bueno, tampoco es que importara mucho.
—Fue un idiota impulsivo, pero ya se arrepiente y sé que
le dará otra oportunidad. Lo sé —continuó la señora Murphy.
Respiré profundamente cuando noté un escalofrió a través
de mi columna y giré la cabeza hacia la derecha. Kirian venía
caminando por el camino de piedras, saludando a los vecinos
con una sonrisa en los labios.
Era más idiota de lo que pensaba si creía que una sonrisa o
ese ramo de pequeñas flores moradas iban a conseguir mi
perdón.
¡Que se joda!
—Y yo sé que tenía mi corazón en sus manos y lo tiró al
suelo, luego lo destrozó bajo la suela de sus zapatos y por eso
no hay perdón —declaré.
Me di la vuelta y me encaminé hacia el coche. Kirian
estaba a unos metros y solo necesitaba dar unos pocos pasos
para alcanzarme que era su intención, pero yo había venido
preparada.
Paul y Fergie se pusieron delante de él mientras Tyler me
abría la puerta del coche, aunque era algo que yo pudiera
hacer. No subí porque Kirian me llamó por mi nombre y lo
miré. Lo vi por encima del hombro de Paul.
Cerré los ojos y recordé el peor de los casos de mi madre,
un padre de familia que había hecho cosas tan horribles que
tuve pesadillas durante meses. Pensé en ese hombre, en todo el
odio que sentía hacia él y abrí los ojos dejando ver a Kirian lo
que reflejaban.
Odio.
—Lo siento —dijo.
—Ya. Yo también —murmuré.
Eso fue todo. Subí al coche y bloqueé las puertas. Luego
esperé a los hombres y nos marchamos sin echar otro vistazo a
Kirian. ¿Para qué alargar el sufrimiento?
Y pensaba que estaba a salvo, pero al salir del pueblo noté
que Tyler desaceleraba y maldecía. La camioneta de Kirian
estaba en el medio de la carretera impidiendo el paso.
—¿Estás segura de que no quieres darle otra oportunidad?
—me preguntó Tyler.
—Sí, pero si cambio de opinión tienes que prometerme
que me vas a disparar. Solo una tonta perdonaría lo que él
hizo. ¿Y piensa que con un ramo de flores y un lo siento todo
va a estar como antes? ¿Pero estamos locos o qué? —espeté.
En cuanto vi a Paul bajar del coche hice lo mismo y me
apresuré hacia Kirian.
—¡No! ¿Entiendes? No. Tú y yo no. Nunca más. Te
perdoné el todavía no, acepté casarme contigo sabiendo que no
me amabas como yo quería, pero lo que hiciste no tiene
perdón, Kirian. Me culpaste a mí de la muerte de tu madre, me
humillaste frente a mi familia, descartaste mi amor como si
fuera un par de zapatos rotos. Nunca, ¿ok?
Su rostro se endureció con cada palabra y mi corazón dolía
por él. ¿Quién era el tonto ahora? Y di un paso hacia él, pero
Paul sabía cumplir órdenes y me lo impidió. Me recordó que
eso no era lo que mi cerebro quería.
—He leído los diarios —empezó Kirian.
Yo no. Había hojeado alguno, pero sabía que mi madre
había guardado el más duro, el que contenía los detales
horribles sobre la vida de Bryn.
—No me importa. La culpa de su muerte la tiene el
hombre que la mató. No tú por no usar la magia, no yo por no
prestar atención a todo lo que aparece o no en los sueños.
¿Podríamos haberla salvado? No lo sabemos y nunca lo
sabremos. Pensar en ello no ayuda a nadie y a Bryn mucho
menos así que déjalo estar. Dejame seguir con mi vida y tal
vez, solo tal vez, antes de morir encontraré la manera de
perdonarte para poder darte otra oportunidad en la siguiente
vida.
—¿Y si te prometo…?
Kirian no terminó su pregunta. El puñetazo que le dio
Tyler lo empujó hacia la camioneta con tanta fuerza que estaba
segura de que había doblado el metal.
—El tiempo de las promesas ha terminado. Las mujeres
deben ser amadas, protegidas y nunca lastimadas —gruñó
Tyler.
Bueno.
¿Dolía verlo golpeado? Un poco, era solo un puñetazo y él
era fuerte, podía con eso y con más.
Y no, Kirian no se defendió y no le devolvió el golpe a
Tyler lo que fue muy extraño, pero elegí no saber lo que estaba
pensando así que di la vuelta y volví al coche. En menos de
dos minutos Kirian quitó su camioneta y pudimos seguir con
nuestro camino.
El fin.
Ya.
De nuevo pensaba que era el fin. No había conseguido
echarlo de mis sueños, pero esperaba que mis palabras le
hicieran entender que ya no había posibilidad de
reconciliación.
El fin. Por fin.
Capítulo 19
Kirian

La esperanza es lo último que se pierde o eso dicen.


Había cometido errores en mi vida, pero nunca tan graves
como las que cometí con Ivy. Ella era mía y yo lo arruiné todo.
Lo iba a arreglar, aunque fuera lo último que haría en esta
vida.
Podrías decir que era tonto por ir detrás de ella cuando me
había dejado claro que todo ha terminado entre nosotros.
Podrías decir que era un acosador por invadir sus sueños todas
las noches. Podrías decir que me arrepentía tanto de hacerla
sufrir que no podía dormir y solo pensaba en ella.
Podrías decir mucho de mí, pero yo sabía quién era, cómo
era y eso era un nuevo hombre. Había terminado con los años
de cobardía cuando ignoraba mi magia porque era algo que no
había querido.
Que la usaba por primera vez para obtener el perdón de la
mujer que amaba no era mejor que los años de ignorarlas y eso
era otro problema. Ya lo arreglaría después.
Después, cuando haya recuperado a Ivy.
Después, cuando no la haya recuperado y no tendré nada
más que hacer que envejecer y morir solo.
Ella estaba lejos, pero en sus sueños estaba más cerca que
nunca y mi Ivy no se estaba portando bien. Podía verlo ya que
todo lo que hacía en un día volvía a atormentarla durante la
noche.
Estaba forzando su habilidad, se estaba llevando al límite
en su intento de averiguar qué y cómo. Lo que ella no sabía, y
podría haberlo averiguado si solo me hubiera preguntado, es
que ese era el poder de su alma que se había ido acumulando
durante todas sus vidas, que pasaría a la siguiente y a la
siguiente hasta el fin del mundo.
Habían pasado diez días desde que vino a pedirle consejo a
la abuela sobre la forma de romper el lazo que nos unía y ya
no podía esperar más. Necesitaba intentarlo una vez más, pero
quería hacerlo cara a cara.
Quería mostrarle lo que iba a perder si no me daba otra
oportunidad, lo que los dos íbamos a perder.
¿Fui un idiota? Sí, mil veces sí.
¿Podía culpar a la abuela por dejarme los diarios de mi
madre o a mí mismo por romper el código que ella usaba para
escribir lo que de verdad le estaba ocurriendo? No.
Era culpable de sentir demasiado dolor al leer lo que ella
había sufrido, la esperanza que brotó en su corazón cuando
sintió el alma de Ivy cerca, la desesperación cuando no recibió
ninguna respuesta.
Era culpable de no saber controlar mis emociones y
echarle la culpa a Ivy.
Era idiota y si Ivy me permitía iba a pedirle perdón todos
los días hasta el fin de mi vida.
Mis últimas palabras en este mundo serían: Lo siento.
Me despedí de la abuela y conduje al aeropuerto.
Lo que yo no sabía era que, al mismo tiempo, al otro lado
del mundo Ivy estaba viendo mi nombre en la lista de
pasajeros de un vuelo rumbo a Nueva York. Tampoco sabía
que su madre estaba a su lado y se quedó asombrada cuando
Ivy se giró hacia ella y le dijo:
—Ya le he dicho que todo ha acabado. Tal vez deberías
intentarlo tú también.
Su madre no contestó, lo hizo su cuñado Vladimir: —
Estoy libre hoy y no, no tiene nada que ver que hoy es mi día
de acompañar a la niña a clase de ballet. Ese cabrón tiene que
pagar por hacer sufrir a nuestra Ivy.
No lo sabía, pero hubiera ido de todos modos. No podían
hacerme nada peor, ya estaba viviendo un infierno cada vez
que cerraba los ojos y veía la mirada herida de Ivy.
Subí al avión e intenté trabajar un poco, pero yo no tenía
ganas y mi vecina de asiento sí que tenía ganas de leer lo que
estaba escribiendo. Como cualquier escritor odiaba mostrar mi
trabajo antes de tenerlo listo así que dejé a mi pobre
protagonista en una cabaña en el medio del bosque rodeado de
demonios y otros tres tipos de monstruos que habían hecho
una alianza para matar a mi protagonista.
Había empezado a escribir cuando era un niño, era mi
manera de olvidar lo que soñaba. Las pesadillas una vez sobre
el papel dejaban de asustarme y con el tiempo desaparecieron,
pero les había pillado el gusto a las historias de terror y me
convertí en escritor.
Era bueno, tan bueno que el saldo de mi cuenta bancaria
decía que era millonario. No se lo dije a Ivy, la dejé creer que
era el dueño de un bar en un pueblo de Irlanda que también lo
era, pero solo porque era mi pueblo, era mi hogar, era donde
estaba la abuela.
No le conté sobre la casa que tenía afueras del pueblo, esa
que empecé a construir a los veinte la primera vez que soñé
con tener una familia, una mujer e hijos.
Al bajar del avión recogí mi maleta, la mochila y me
encaminé a la salida pensando en coger un taxi hasta el hotel.
Ni había salido bien cuando me topé con cinco hombres
vestidos de traje.
No necesitaba preguntar. Eran los hombres de Ivy o de su
madre.
—¿Vosotros sois el comité de bienvenida? —pregunté.
—Algo así, ahí tienes la limusina esperándote —respondió
uno haciendo un gesto con la cabeza hacia un todoterreno
negro.
Deshacerme de ellos era difícil, pero no imposible. Daba
igual que eran fuertes y armados. Yo tenía mis fortalezas que
ellos no conocían. Sin embargo, ellos me llevarían con su jefa,
y no importaba si era Ivy o Ava.
De hecho, prefería a Ava. Ella me escucharía, me
entendería y luego me echaría una mano con su hija. O por lo
menos eso esperaba.
—¿Y qué estamos esperando? —le dije al hombre.
Subí al coche, a la parte trasera y en cuanto se cerró la
puerta lo supe. Iba a ver a Ava, pero no será un buen
encuentro. No para mí.
Ni siquiera me fijé en el camino, no tenía sentido. Nadie
vendría a rescatarme ni siquiera si pidiera ayuda. ¿La abuela?
Era mayor y enferma, no podía hacer mucho y no quería darle
ese disgusto.
Si moría ya le llevarían mi cuerpo sin vida y ella no tendría
que vivir el resto de su vida sabiendo que no pudo salvarme.
Aceptaba mi destino. Muerte o vida.
La balanza se inclinó hacia la muerte desde cuando vi que
el coche se detenía en un aparcamiento subterráneo. Me
llevaron a una sala amueblada con una sola silla en el medio y
una mesa de metal a un lado.
Las cadenas atadas a las patas de la silla no auguraban
nada bueno, pero en lugar de pensar en lo que me esperaba me
acerqué para echar un vistazo. Si sobreviviera, sería una buena
idea para mi próximo libro o incluso para el actual.
Mi protagonista podría ser atrapado por los monstruos y
debería encontrar una manera para sacarlo del apuro. Tal vez
una horquilla podía hacer el truco, pero era un hombre, ¿de
dónde sacaría una horquilla? Ah, uno de los monstruos había
poseído a una mujer y mi hombre podía provocarla para que se
acercara y poder robársela.
Fácil, ¿no?
Pues lo mío no fue tan fácil.
Entraron cuatro hombres, se ve que pensaban que iba a
defenderme y por eso enviaron tantos, pero no luché, ni
siquiera protesté cuando me encadenaron a la silla y esposaron
mis brazos a mi espalda.
Luego ellos se fueron y entró Vladimir.
—Que extraño, esperaba un poco de resistencia —dijo.
—¿Hubiera servido para algo? —pregunté.
—No, pero hubiera sido más divertido. Ahora tengo que
improvisar.
Eso nunca era bueno.
No lo fue.
Horas de golpes, de puñetazos, de meterme con la cabeza
en un cubo con agua hasta que sintiera la quemazón de mis
pulmones. Algunas de las cosas me eran muy familiares, de
hecho, más de una vez sabía lo que me esperaba solo con ver
los artículos que iban trayendo a la sala porque había descrito
la misma escena de tortura en mis libros.
En algún momento, pudo haber sido una hora después o
diez, Vladimir se detuvo y antes de marcharse apagó la luz.
Pasaron horas en la que el dolor de mis heridas me
mantuvo en un estado de semiinconsciencia. Soñé con Ivy, con
esa vida de ensueño que había esperado disfrutar con ella, con
los tres hijos que nunca íbamos a tener.
En mi sueño ella elegía los nombres: Ren para nuestro
primer hijo, Eden y Sage para las mellizas. Ren tenía mis ojos
y el carácter de su madre y las niñas heredaron todo de ella,
ojos, sonrisa, la mala leche cuando estaban hambrientas.
Estaba en mi mundo de fantasía cuando alguien me tiró
agua fría en la cara. Tosiendo abrí los ojos y vi a la madre de
Ivy.
—Le daría los buenos días, pero ya ve —dije, el dolor en
mi mandíbula aumentado con diez mil con cada palabra que
pronunciaba.
—Ya veo —murmuró ella mirándome de una manera
extraña.
Esperé a que empezara con la tortura porque para eso
había venido, pero la paciencia no era lo mío y mucho menos
ahora cuando lo único que quería el golpe final que me llevaría
al cielo o al infierno, todavía no sabía en qué lado pasaría mi
tiempo hasta cuando llegara el momento de vivir de nuevo.
—Hay una pequeña parte en la mitad de mi muslo
izquierdo que todavía siento. Puedes empezar por ahí —
informé a Ava.
—Ok —dijo ella y ni siquiera tuve tiempo para prepararme
antes de sentir la hoja de su cuchillo penetrar la piel, el
musculo y clavarse en el hueso.
Dejé salir un grito del que no estaba para nada orgulloso.
Había hecho lo imposible para no gritar. No quería pasar mis
últimas horas en este mundo gritando y llorando, quería recibir
mi castigo como un hombre verdadero.
—Por fin —espetó Ava agachándose en frente y
mirándome a los ojos—. Ahora, tú y yo vamos a hablar.
—Hablaremos si eso quieres, pero tengo una condición —
conseguí decir.
—No está en la posición de pedir nada, pero vamos a
escucharlo. ¿Qué es lo que quieres?
—Se culpará por mi muerte, prométeme que harás lo
imposible para ayudarla. Déjala trabajar contigo, dale algo
más que hacer que investigar desde la seguridad de su
despacho, ayúdala a entender que su habilidad no es el
enemigo. Ayúdala a criar a nuestro hijo.
—¿Qué hijo? —preguntó asombrada Ava.
—Ivy está embarazada, pero todavía no lo sabe.
—¿Y cómo es que lo sabes tú?
—Sé cosas, pero eso no importa. ¿Me prometes que la
cuidarás? Lo va a necesitar, Ava —dije.
Ella se puso de pie y salió de la habitación.
O sea, que no, no quería prometerme nada. ¡Maldita sea!
Era mi única oportunidad de ayudar a Ivy.
Estaba mirando como la sangre salía de mi última herida y
me parecía que el rojo hacia juego con el color plata del
cuchillo. Entrecerré los ojos para ver mejor y entonces escuché
la puerta.
Pensando que era Ava dije: —¿Me das un momento antes
de continuar? La sangre y la plata es una combinación
increíble.
Unos momentos después levanté la cabeza. Estaba
sorprendido por el silencio de Ava y encontré a Ivy.
¡Oh, infiernos!
No quería que me viera así.
—Vete, Ivy, cierra los ojos, date la vuelta y vete —dije.
No hizo lo que le pedí. Se encaminó hacia mí con lágrimas
en los ojos y con la mano sobre su boca.
—Joder, Ivy, escúchame, por favor.
De nuevo, hizo oídos sordos a mi petición.
Se arrodilló frente a mi silla y su mano tembló antes de
ponerla sobre mi rodilla. Luego me miró a los ojos y recibí
otra mirada que iba a ser mi tortura por el resto de mi vida.
—No, no, Ivy. Esto no es tu culpa. Es mi castigo por ser un
hijo de puta contigo. ¿Entiendes, bruja? Es mío y de nadie
más.
Ivy no dijo nada y, además, quitó la mano de mi rodilla y
sentó en el suelo. Luego se movió hacia atrás hasta toparse con
la pared y apoyar la espalda. Su silencio me estaba matando y
ni siquiera podía leer nada en su rostro ya que había bajado la
cabeza.
—¿Sabes lo que no entiendo? —preguntó ella y continuó
después de mirarme brevemente—. ¿Por qué el amor no puede
ser fácil? Ya sabes, dos personas se conocen, se enamoran y
viven felices. ¿Por qué hay que equivocarse tanto, cometer
tantos errores para las que luego hay que pedir perdón y
perdonar? Míranos a nosotros, ¿por qué me dejaste esperar en
esa cafetería, por qué me abandonaste frente al altar, por qué te
pedí demasiado cuando era demasiado pronto?
—Porque si fuera fácil no lo apreciarías como se merece
—respondí.
—¿En serio? ¿Crees que no supe desde el primer momento
que precioso era tenerte en mi vida, amarte?
—Tú lo supiste y estabas dispuesta a aceptarlo y disfrutar,
pero yo no. Me asuste. Había tanto que considerar que tomé la
decisión por los dos, era demasiado trabajo y tampoco me
parecía justo que estuvieras conmigo. Yo no era el hombre
para ti.
—Y tenías razón —murmuró Ivy.
Me permití un momento para sentir el dolor que
provocaron sus palabras antes de repetir: —Tenía razón.
Levantó la cabeza para mirarme y la miré. Me grabé cada
ángulo, cada peca de su rostro en la mente.
—¡Dios! Eres tan hermosa —murmuré.
—Debe ser el embarazo que me sienta muy bien —dijo
ella poniéndose de pie.
Luego se acercó y sacó una llave del bolsillo.
—No, Ivy. Esto no ha terminado, no he pagado…
—Kirian, ¡cállate! —exclamó ella.
Abrió los candados y pasó a las esposas. Aunque estaba
libre no me puse de pie. No podía. Fui un idiota, un cabrón, un
cobarde y lo último que quería mostrarle a Ivy era que también
era un debilucho.
—Vamos —dijo alargando la mano hacia mí.
Miré su mano pequeña, luego sus ojos y lo que vi ahí hizo
que mi corazón diera un salto.
—Ivy. No. No puedes —gruñí.
Ella me había perdonado y no podía aceptarlo.
—No puedes decirme qué puedo hacer y que no —dijo
ella.
—No soy bueno para ti, no lo fui al principio y nunca lo
seré. Lo entendí mientras aguantaba el dolor que me causaban
tus familiares porque, nena, ningún dolor que puedan
infligirme puede borrar lo que te hice.
—Que sí, lo que tú digas —murmuró Ivy.
—Por una vez, bruja, hazme caso —dije cansado.
—No, haré lo que me dice mi cerebro porque por primera
vez se ha puesto de acuerdo con mi corazón y ¿sabes por qué?
Porque he sufrido bastante, ¿vale? El amor no es fácil, lo
entiendo y ni loca voy a esperar a la siguiente vida para ser
feliz. Tú y yo vamos a empezar de nuevo o seguir desde ahora
olvidando errores, disculpas y todo lo demás que nos jodió
desde el primer momento. Vamos a recordar que somos almas
gemelas y que vamos a ser padres. Fácil o difícil, ya nos lo
apañaremos.
—Ivy, yo…
—¡Oh, por Dios! —espetó ella y de repente tenía su mano
en la nuca, sus dedos enredados en mi cabello y sus labios
sobre los míos.
Sentí el dolor que me provocaban sus dedos en mi cuerpo
dañado. Pensé en cómo debía oler después de tanto tiempo
aquí, a sangre y sudor. Pensé en que no me la merecía. Pensé y
sentí mucho, pero la suavidad de sus labios y su olor a lirios
me hechizó, me hizo olvidar el dolor, me dio esperanzas, me
hizo ver que era posible.
Y cedí a su beso.
Sin embargo, no había ni una parte de mi cuerpo sin
heridas y aunque quisiera no podía hacer nada más que
presionar mis labios contra los suyos.
—Ahora vamos a curarte para poder seguir con nuestras
vidas —declaró Ivy.
¿Y quién era yo para decir que no?
Había obtenido lo que deseaba, una nueva oportunidad con
ella y esta vez daría mi vida antes de hacerle daño.
Separé nuestras bocas y ella dio un paso atrás. Esperó
mientras yo me ponía de pie y me mordí la lengua para no
gritar de dolor, pero lo conseguí. Me puse de pie y cogí su
mano.
—Hombres —murmuró ella mientras se encaminaba
despacio hacia la puerta—. Sabemos que sois humanos, de
carne y hueso, o sea, no sois invencibles y cuando pretenden
ser super héroes nosotros ponemos los ojos en blanco y
pensamos: que idiotez.
Me hubiera echado a reír, pero no podía así que solo
murmuré: —Anotado.
Salimos de la sala donde un hombre esperaba con una silla
de ruedas. A su lado, apoyado contra la pared y con los brazos
cruzados sobre el pecho estaba Vladimir.
—Puedes llevarte la silla, Kirian va a pretender que es
Superman e irá caminando hasta la enfermería —dijo Ivy.
—No hace falta, ya se ha ganado mi respeto después de la
primera hora en la que no salió ni un sonido de su boca —
declaró Vladimir.
—Lo que yo decía, idiotas —murmuró Ivy.
Empezamos a caminar, pero Vladimir no había terminado
y dio un paso hacia nosotros.
—No tienes ninguno protagonista ruso —me dijo y por un
segundo olvidé con quién estaba hablando y me pregunté
cómo habían averiguado que era escritor—. Es el tiempo de
cambiar eso, ¿no crees?
—Ok, un ruso de corazón frío será mi próximo
protagonista. ¿Otra sugerencia? —dije.
—Ahora que me lo preguntas no diría que no a una
dedicatoria especial o incluso a echarte una mano con algo de
información. A tus escenas de tortura les faltan un toque de
realidad.
—De sadismo quieres decir —susurró Ivy.
Ahora sí pudimos seguir nuestro camino que fue tan largo
que más de una vez estuve a punto de pedirle a Ivy esa silla de
ruedas, pero llegamos a la sala donde una enfermera me
ordenó que me tumbara en una camilla.
Ivy me ayudó y la estaba mirando cuando sentí el pinchazo
en mi brazo. Los ojos de la mujer que amaba fueron lo último
que vi antes de que la oscuridad me acaparara.
Epílogo
Ivy

Cómo era posible amar a alguien con toda tu alma y al


mismo tiempo desear golpearle con lo que estaba al alcance de
tus manos era un misterio y esperaba averiguar la respuesta
antes de dejar a mi hijo, que todavía no había nacido, sin
padre.
En este momento estaba en mi casa, en mi cocina
arreglando en un jarrón las flores que me había regalado
Kirian. Cada vez que salía tenía que volver con flores. Si no
hubiera sido ya rica podría abrir una floristería.
Me traía flores y cada vez su pregunta era: —¿Quieres
casarte conmigo?
Mi respuesta era: —Te amo más de lo que hubiera creído
posible, pero para mí casarme es sinónimo de estar en el altar
y escucharte decir la palabra no. Así que no, no pasaré por eso
de nuevo y no hay nada que pudieras hacer para que cambie de
opinión.
Intentó convencerme desde el momento en que se despertó
en el hospital. Sí, sí, Vladimir estaba tan impresionado con el
aguante de Kirian que se dejó llevar y provocó más daño de lo
que hacía falta.
Habitualmente si Vladimir se ponía a trabajar las personas
no sobrevivían y Kirian fue una excepción. Claro que tendría
las cicatrices que le iban a recordar por el resto de su vida a
esos días, pero él decía que era un recordatorio bueno, que
había aprendido una lección muy valiosa.
Yo prefería olvidar que había ocurrido. Se me hacía un
nudo en el estómago cada vez que pensaba en lo que mi
familia le hizo a Kirian. Lo que yo le hice. Él me rompió el
corazón, pero nosotros herimos su cuerpo, aprovechamos el
poder que teníamos para venganza y eso no era justo.
Habíamos caído muy bajo, nos convertimos en las mismas
personas contra las que luchábamos y por eso no podía tener lo
que más deseaba.
No podía ser la esposa de Kirian Murphy.
La mujer con la que compartía su cama y vida sí, la madre
de su hijo también, pero nunca su esposa y eso era justicia,
aunque él nunca lo entendería.
Esos días nos han cambiado a todos.
Kirian ya no quería vivir en Irlanda, me contó una historia
sobre familia y no sé qué más tonterías y convenció a su
abuela a venir a vivir a Nueva York. Ella, bueno, estaba en la
gloria.
Mi familia siempre estaba preparada para añadir nuevos
miembros y Nana, que es como la llamaba Kirian y ella dijo
que prefería a su nombre, se había propuesto conocer mejor a
su nueva familia.
Se pasaba unos días en Nueva York con alguno de mis
primos, luego se marchaba a Lake Spring y así desde hace tres
meses cuando acudió al primer almuerzo oficial. Fue amor a
primera vista para ella y una bendición para nosotros.
Ella entró en casa de mis padres y antes de saludar a nadie
miró hacia arriba en las escaleras y dijo: —Buen día, Sarah.
Mi madre había puesto los ojos en blanco, Kirian frunció
el ceño y mi padre se echó a reír y llamó a Isabella para
contarle que su abuela seguía dando vueltas por la casa.
En algún momento el sobrenatural se había colado en
nuestras vidas y ya nos parecía normal, ni siquiera
parpadeamos cuando se trataba de fantasmas o caballeros
oscuros que invadían nuestros sueños.
—Bruja —gruñó Kirian.
Ni siquiera levanté la mirada de mis flores, conocía
demasiado bien ese tono y sabía que venía a continuación. Me
miraría con esos ojos suyos tan bonitos, sonreiría mientras
intentaba hechizarme con palabras dulces y cuando eso fallaba
me hacía el amor.
Y no, hoy no estaba de humor. Además, tenía el día
planeado y no había ni un momento de perder.
—Mi respuesta no ha cambiado y no, lo que dicen sobre
que las bodas hacen a una mujer desear ponerse el vestido
blanco y hacer lo mismo es una leyenda urbana. Solo quiero
ver a mi hermana casarse y pasarlo bien en su día. Nada más.
¿Podrías hacerme el favor de darme unos días de descanso de
las propuestas de matrimonio?
—Ok —dijo Kirian y eso era tan asombroso que levanté la
cabeza tan rápido que me dolió el cuello.
—¿Ok? —repetí.
—Sí, pero solo si me contestas a una pregunta —dijo y a
pesar de saber que me iba a arrepentir asentí—. ¿Qué es lo que
más te molesta de mi propuesta? Sé que teme que se repita lo
de la primera vez, pero quiero saber si hay posibilidad de
hacerlo de otra manera.
Sacudí la cabeza.
No podía. No debía.
Kirian me miró y estaba decepcionado y preocupado, tal
vez un poco triste también. Aun así, se acercó y me besó en la
mejilla.
—Ok, bruja —susurró.
Parecía defraudado y me dolía más que a él, pero era lo
justo.
Horas después estaba viendo a Ela casarse con Dean, su
dama de honor era Rissa, la hija de él que tenía una sonrisa tan
brillante que ya había roto un par de corazones y causado
discusiones entre los primos más jóvenes de la familia.
Mis padres miraban a la pareja feliz con sonrisas en sus
rostros así que todo estaba bien en la familia Diaz y más desde
que Dean dijo que iba a invertir en su propia empresa de
seguridad, algo que lo llevaría lejos de los peligros que
involucraban ser un agente del FBI.
Dijo que quería ser un padre presente para su hija que
hasta ahora no había tenido la posibilidad de conocer, que
quería ser un esposo que no faltaba a ninguna cena o que podía
quedarse más en la cama con su esposa por las mañanas.
Dijo que quería tener libertad y al mismo tiempo cuidar de
su familia.
La vida de la nueva formada familia, Dean, Ela y Rissa,
iba a ser tan perfecta como una película romántica.
Y ahí estábamos todos en el jardín en el que habíamos
dado nuestros primeros pasos y que ahora mismo era el testigo
silencioso de un nuevo comienzo.
La vida de Ela con su nueva familia.
Mi vida con Kirian y dentro de unos meses con nuestro
hijo.
Mientras yo sonreía pensando en todo lo bueno que nos
esperaba en el futuro Kirian me estaba mirando a mí, los otros
también me estaban mirando. El silencio me hizo mirarlos y es
entonces que Kirian dio un paso hacia mí y cogió mi mano.
La llevó a su boca y presionó suavemente sus labios sobre
mis nudillos.
—Kirian, ¿qué está pasando? —susurré preocupada por
cómo me miraba.
—Ivy, eres todo lo que siempre soñé y todo lo que
necesitaré. Mi vida fue tuya desde el principio de los tiempos
y será tuya hasta el final. Permíteme ser el hombro en el que te
apoyes y el compañero de tu vida. Permíteme estar allí para
atraparte si tropiezas, llevarte a través de cada umbral y
enamorarme de ti todos los días. Permíteme unir mi vida a la
tuya, no simplemente como tu esposo, sino como tu amigo, tu
amante y tu mayor apoyo. Permíteme amarte, bruja.
Permíteme cumplir tu sueño. Permíteme ser tu esposo —dijo
Kirian.
Eso era más de lo que había soñado, era tan maravilloso
que temía que fuera un sueño y que me despertaría para darme
cuenta de que estaba sola en mi cama.
—No es un sueño, amor, pero si me dejas prometo que el
resto de tu vida será uno. Di que sí —continuó Kirian como si
estuviera leyendo mis pensamientos y tal vez lo hacía.
Lo quería y lo intenté, de verdad, intenté decir las palabras,
pero no salían. Algo se empeñaba en bloquear la salida de esa
afirmación que tanto deseábamos los dos. Sin embargo, nada
me impedía mover la cabeza y es lo que hice.
Asentí.
Kirian sonrió y mientras deslizaba un anillo en mi dedo
declaró: —Con este anillo, te prometo que te amaré para
siempre, que nunca tendrás que enfrentarte al mundo sola.
Y con mis ojos nublados por las lágrimas vi su rostro
acercándose al mío solo para detenerse de repente.
—No tan rápido —dijo mi madre y en ese momento se
rompió el control que mantenía las lágrimas en mis ojos y
empezaron a deslizarse sobre mis mejillas. Era demasiado
bueno como para ser verdad o eso pensaba yo hasta que mi
madre tomó mi mano y me puso algo ahí.
Miré hacia la palma de mi mano donde un anillo grande de
plata brillaba, pero lo que vi fue a un hombre que se parecía
mucho a Kirian tumbado en una cama. Era mayor y al cabo de
sus fuerzas, a punto de decir adiós al mundo.
Al lado de su cama, sentado en una silla estaba una mujer
que después de unos momentos reconocí como la tatarabuela.
Sostenía su mano y le susurraba suavemente.
Entonces el hombre se quitó el anillo, se lo entregó a ella y
le dijo: —Cuídalo, lo voy a necesitar para convencerla de que
debe ser mi mujer.
Sacudí la cabeza para alejar las imágenes de mi mente y
miré a Kirian.
Entonces, deslizando el anillo en su dedo dije: —Te
tomaré como mi esposo y estaré a tu lado en las buenas y en
las malas. Te amaré. Me reiré contigo, lloraré contigo, gritaré
contigo, creceré contigo y crearé contigo. Seré tu esposa y tu
compañera en todas las aventuras de la vida, esta vida y las
venideras.
Y cuando Kirian me besó escuchó decir al sacerdote que
había oficiado la ceremonia de Ela y Dean declarándonos
marido y mujer. Y a mi madre decir:
—Mi misión ha terminado. Por fin, puedo relajarme.
—Buena suerte con eso —murmuró Ela acariciando su
abdomen.
Escuché reír a mi padre y vi sonreír a mi esposo.
Y esta fue mi historia de amor con su sufrimiento,
lágrimas, risas y final feliz. Será feliz de hoy en adelante, con
lágrimas de alegría y a veces de sufrimiento, pero la vida es
así. Para reconocer lo bueno tienes que vivir lo malo.

∞∞∞

Ava

Ava estaba en la terraza de su dormitorio, el suyo y de su


marido. Llevaban más de media vida juntos, tuvieron hijos, los
vieron crecer y ahora ya les tocaba dejarlos vivir sus vidas,
construir sus propias familias.
Y eso a Ava no le gustaba.
Quería nietos a los que malcriar, pero con el aumento de su
familia también llego un hecho que Ava se había negado a
reconocer.
Estaba envejeciendo.
Sus hijos ya eran mayores, sus hijas estaban embarazadas,
pero Ava, en su corazón se sentía como si tuviera treinta años.
Su cuerpo no se sentía de treinta, pero podía levantarse de la
cama por la mañana sin quejarse de dolor de espalda, seguía
entrenando cuatro días en el gimnasio y nadaba cada noche.
Ava no se sentía vieja.
Sin embargo, algo había cambiado en su vida. Algo le
entristecía cada vez que miraba a su esposo y él apartaba la
mirada.
¿Qué le pasaba a Pablo? No podía estar enfadado con ella
por inmiscuirse en la vida amorosa de sus hijas, o sea sí, pero
lo hablaron y ya estaba arreglado. Pablo lo entendía, Ivy y Ela
la perdonaron y ninguno de sus yernos dormía con un arma
debajo de la almohada.
No se sentía así desde esos primeros días cuando se lío con
Pablo. Intentó hablar con él, pero dijo que nada, que no le pasa
nada, pero Ava no era tonta. Además, llevaban media vida
juntos y sabía cuándo Pablo mentía.
Algo le pasaba.
Pensó en llamar a Isabella, era tan hermana de Pablo como
suya, de alguna manera podía ayudarlos, pero era tarde para
hacer esa llamada. James era un ogro cuando no dormía sus
ocho horas.
Ava suspiró. No sabía qué hacer, ¿volver al dormitorio
donde su marido se había tumbado en la cama y le había dado
la espalda sin un beso o quedarse en la terraza y congelarse de
frío?
—Vaya mierda —exclamó ella.
Ella no era una cobarde. Llevaba desde los cinco años
enfrentándose a la escoria del mundo, luchando por su vida y
la de los demás y ¿no podía averiguar qué le pasaba a su
marido?
Si él tenía un problema debía decírselo a la cara. Si la
estaba engañando, que tuviera las pelotas para decírselo. Que
ella lo mataría más tarde no era el problema en este momento.
Ella necesitaba saberlo así que se puso de pie y en cuanto
entró en el dormitorio caminó hasta la cama y encendió la luz.
Pablo abrió los ojos y miró a Ava. Estaba demasiado
espabilado para fingir que lo había despertado.
—¿Qué te pasa? —preguntó Ava—. Y no me digas que
nada que no te creo. ¿Te has enamorado de tu secretaria y no
sabes cómo decírmelo? ¿Qué pasa?
Los gritos de Ava, que sí, que estaba gritando porque
sentía que estaba perdiendo el amor de su vida y no sabía
contra quién tenía que luchar.
Pablo se sentó en la cama y apoyó la espalda contra el
cabecero, una vez más sin mirar a los ojos de su mujer y a Ava
se le rompió el corazón al entender que lo había perdido.
¿Cómo había pasado?
Ella seguía de pie de milagro, pero ningún golpe que había
recibido en su vida le había dolido tanto. Pablo era su hombre,
el padre de sus hijos, su amor, su todo. ¿Cómo vivir sin él?
Sabía que debía luchar, pedir explicaciones, pero no se
sentía capaz de escuchar las palabras, de recibir la
confirmación de sus labios, que todo había acabado así que se
dio la vuelta y caminó hasta el vestidor.
Antes de entrar ya se había quitado el camisón porque
ahora ya no le preocupaba tentar a su esposo. Hace semanas
que Pablo no la tocaba, desde ese fin de semana que la había
llevado a pasar en la playa y que Ava tuvo que ponerle fin
después de unas horas ya que había problemas que solo ella
podía resolver.
Sabía que ya tenían una edad y que era normal, que las
relaciones sexuales no eran lo mismo a los veinte que a los
cuarenta, pero lo echaba de menos. Los besos, los abrazos.
Se vistió con ropa de trabajo, vaqueros y camiseta,
cazadora de cuero y botas. No olvidó las armas, nunca lo
hacía.
—¿Vas a trabajar? —preguntó Pablo cuando ella volvió al
dormitorio.
—Sí, ¿no es obvio?
—Sí, fue una pregunta tonta. Ya debería saber qué es lo
que amas más en el mundo —dijo él.
—En este momento es lo único que me queda —espetó
ella—. Mis hijos ya tienen sus familias y mi marido me dejará
por una mujer más joven. Así que sí, Pablo, voy a trabajar.
Ava estaba tan enfadada que no vio el cambio en los ojos
de Pablo o la manera en la que su cuerpo se tensó. Ni notó el
tono de su voz cuando preguntó: —¿Otra más joven?
—¿No es obvio? Es por eso que llevas semanas distante y
no quieres nada conmigo —explicó Ava.
—¿Me haces un favor, Ava? —preguntó Pablo suavemente
y continuó cuando ella asintió—. Ve a guardar las armas en la
caja fuerte y cambia el código de seguridad.
—¿Por qué? —susurró ella.
—Porque, maldita sea, mujer, estoy tentado de meterte una
bala entre ceja y ceja por pensar que podría estar con otra
mujer. ¿Qué te pasa a ti? No he amado a otra mujer en mi vida
y si crees que a esta edad podría engañarte es que no me
conoces tan bien como pensaba.
Ava no fue a guardar las armas. Miró a su esposo
preguntándose qué estaba pasando. Si no la engañaba,
entonces ¿qué estaba pasando?
—Pablo —murmuró.
—No, Ava. Ni Pablo ni nada, no me mires de esa manera
que si antes estaba enfadado ahora estoy que me lleva el diablo
y no sé qué pasará. Vete, ya hablaremos mañana —decretó
Pablo.
Ava no se fue.
—¿Me sigues amando? —preguntó Ava suavemente como
si tuviera miedo.
—¿Cómo podría no hacerlo, Ava?
—¿Entonces?
Pablo miró a Ava sabiendo que ella tenía razón, lo suyo ya
había llegado al final, pero no porque ya no había amor,
porque la amaba demasiado como para quitarle algo que la
hacía feliz.
—Supe desde el principio que si ataba mi vida a la tuya iba
a tener que compartirte con tu trabajo, es una parte tuya, es lo
que te hace ser la mujer perfecta para mí. Y viví
preguntándome en cada momento del día y de noche si ese era
el último beso que te daba, si era la última vez que te decía que
te amo. Mientras los niños eran pequeños pude distraerme,
pero ahora con ellos volando del nido me doy cuenta de que ya
no puedo más. ¿Sabes que hablé con Ivo de jubilarme? Quiero
pasar mi vejez malcriando a mis nietos y me hubiera gustado
pasarla contigo, pero lo que voy a tener a tu lado es horas y
horas de preocupaciones. Y no puedo, Ava. Tu trabajo es tu
vida y…
—Mi familia es mi vida. Tú eres mi vida —espetó Ava.
Metió la mano debajo de la cazadora y sacó el arma.
Luego caminó hasta la cama y la colocó en el regazo de Pablo.
—Si yo merezco una bala por pensar que me estabas
engañando tú también mereces una por no decirme que estabas
pensando eso, por mentirme todos estos años —dijo Ava.
—¿Qué querías que hiciera? —preguntó él.
—Decírmelo, joder, ¿qué más? Oye, Ava, ¿sabes qué cada
día me pregunto si será nuestro último día?
—Hubieras renunciado, sí. Lo sé porque me amas y amas a
nuestra familia, pero yo también te amo y no podía pedírtelo.
—Oye, Pablo, creo que la vejez nos ha jodido el cerebro
—dijo Ava.
—Yo también, amor, yo también lo creo —murmuró Pablo
alargando los brazos.
Ava no perdió ni un segundo y sentándose en la cama, lo
abrazó. Tampoco intentó esconder las lágrimas de alivio que
se deslizaron sobre su mejilla y de ahí en el pecho desnudo de
Pablo.
Ella no sabía qué hacer. La gran parte de su vida fue la
mujer de Pablo y madre, pero había otra parte aún más grande
que fue Ava, la mujer que protegía a Isabella y a toda su
familia, desde hace años era una de las pocas personas en este
mundo que protegía y vengaba a los inocentes.
Renunciar no iba a ser fácil ya que no sabía cómo hacerlo,
cómo ser de otra manera. Sin embargo, iba a intentarlo. Pablo
tenía razón.
Había llegado el momento de jubilarse.
—No me siento vieja —murmuró Ava.
—Y tampoco tienes el cuerpo de una —dijo Pablo
deslizando la mano bajo la camiseta de Ava.
Ella inclinó la cabeza riendo, pero Pablo le robó la risa con
su beso. Luego le robó el aliento cuando le hizo el amor y ella
no sabía cómo era posible que fuera mejor después de tanto
tiempo. Tal vez porque había pensado que todo se había
terminado.
Horas después las armas estaban en la caja fuerte y ellos
dos en la cama, desnudos y abrazados.
—Vladimir puede continuar —dijo Ava—. Ivy también, ya
está preparada.
—Aha —murmuró Pablo que pensaba que pasaba de
preocuparse por su mujer a estar atemorizado de perder a su
hija.
—Sabe lo que hace, Pablo, además, ella tiene su habilidad
especial que la protegerá. Y a Kirian.
—Si tú lo dices.
—Lo digo, sí. Ahora tienes que decirme qué diablos vamos
a hacer con el resto de nuestras vidas porque ni muerta voy a
acompañarte a jugar al golf —espetó Ava.
—Viajar, malcriar a los nietos, hacer el amor —dijo Pablo.
—No es suficiente.
—Podemos…, joder, no sé. Ya encontraremos algo.
Ava sonrió sabiendo que su marido iba a encontrar algo,
siempre lo hacía. Total, se lo prometió. Le prometió amarla y
lo cumplió. Le prometió una familia y cumplió.
Y ahora iban a pasar los últimos años juntos. Que no
tenían pinta de ser los últimos, ella se sentía mejor que nunca y
él también.
A veces se miraba en el espejo y se preguntaba por qué
parecía una mujer de cincuenta cuando tenía mucho más. Tal
vez era culpa de Isabella, tal vez esas vitaminas que los
obligaba a tomar eran especiales.
Tal vez Ava tenía más de unos años para pasar con el amor
de su vida. Y si no siempre le quedaba la otra opción.
Ser un fantasma como la abuela de Pablo.
Oh, las cosas que podía hacer ella…
Ava se quedó dormida sonriendo y Pablo no. Él abrazó a
su esposa por qué estaba tan feliz que no podía conciliar el
sueño.
Por fin Ava era solo suya.

∞∞∞

Eva

—Mamá ha perdido la cabeza —dijo Eva mientras recogía


los platos y los llevaba al fregadero.
Vladimir gruñó algo y ella tomó una respiración profunda.
Ni siquiera necesitaba escuchar sus palabras, ya conocía ese
tono. Se dio la vuelta con las manos en las caderas y miró a
Vladimir.
Él no dijo nada y eso que sabía que no había nada que le
molestaba más. Claro que luego las cosas iban a ser explosivas
en el dormitorio o en cualquier habitación de la casa teniendo
en casa que los niños estaban con Taty y Jared.
—Vladimir no. Esto todo lo que te voy a decir, ¿me
entiendes? No te vas a meter en la vida amorosa de nuestros
hijos —ordenó Eva.
—Ok.
—¿Ok? —repitió incrédula Eva.
—Sí, ok. Liam es casi un adulto y no me apetece nada
hablar de sus novias y Lilith, pues es mucho más fácil. Ella
nunca tendrá una vida amorosa, declaró Vladimir.
Ya.
Esa fue la preocupación de Eva desde el día que habían
nacido los niños. Liam era fuerte como su padre y Vladimir lo
había preparado para la vida. En cambio, Lilith era su ojito
derecho. No había niña más malcriada que ella en todo el
mundo.
Y no, no era una niña mala. Todo lo contrario, era una niña
inteligente, cariñosa, responsable. Y una niña. Liam y Lilith
eran mellizos, pero él era casi un adulto a sus diecisiete años y
ella era una niña.
Eva estaba perdida, sabía que no existía ninguna manera
de convencer a Vladimir. Su Lilith iba a quedarse soltera el
resto de su vida o mientras su padre estuviera vivo.
Esa noche no discutieron más, Eva no creía en discutir sin
una buena razón, pero hicieron el amor y ella debía despertarse
con una sonrisa en la cara como siempre.
Pero no.
Se despertó con el estómago revuelto como los últimos
días.
No. No. No.
Eva repitió en su cabeza la palabra. No era posible. ¡Por
Dios! Tenía cuarenta años y después del primer embarazo no
había vuelto a quedarse embarazada y lo habían intentado. No
hicieron pruebas porque no lo vieron necesario, estaban felices
con dos niños.
Hasta esa mañana cuando Eva miró durante mucho rato la
prueba de embarazo.
Embarazada.
Volvió al dormitorio al mismo momento en que Vladimir
entraba. Había salido a correr como cada mañana y como
siempre pensaba en hacerle amor en la ducha solo que esta vez
se detuvo a dos pasos de ella cuando vio lo que le estaba
entregando.
Cogió la prueba y Eva entendió que su marido le había
ocultado algo. Deseaba más hijos.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó ella.
—Eva, no —gruñó él poniendo las manos en los dos lados
del rostro de Eva—. Estoy muy feliz con nuestra familia, no
podría ser más feliz, pero tampoco voy a mentir y decir que no
quiero verte embarazada, que no quiero pasar noches hablando
contigo mientras mi hijo o hija se queda dormido
amamantando en tus brazos. Vamos a ver a Isabella, a ver si
todo está bien antes de…
—De nada, Vladimir. Todo está bien y serás padre de
nuevo —dijo Eva sonriendo.
Las cosas pasaban por algo y este pequeño no estaba
buscado, pero iban a recibirlo con los brazos abiertos. ¿El
momento era adecuado? ¡Diablos, no! Ella estaba pensando en
yernos y nueras, no en pañales.
Pero, maldita sea, un bebé siempre era una alegría.
O dos.
—¿Cuáles crees que son las posibilidades de tener otra vez
mellizos? —preguntó Vladimir.
—Ni idea, pero vamos a averiguarlo.
Y es lo que hicieron. Isabella no los pudo atender, pero su
hija, Avy, sí.
—Tranquila, esta vez no serán dos —dijo Avy mientras se
preparaba para la ecografía.
—Aha, porque Lina no acababa de dar a luz a dos niños la
semana pasada —murmuró Eva.
Ah, mierda.
—Soy demasiado mayor para tener hijos —se quejó ella.
—No digas tonterías —la regañó Avy frunciendo el ceño.
Lo frunció un poco más y Eva entendió que estaba jodida.
Eran dos. De nuevo. De donde iba a encontrar la paciencia
para criar y educar otros dos niños era un misterio que
esperaba resolver en los próximos meses.
—¿Niño y niña? —preguntó Eva.
—Eh —Avy le sonrió y eso puso de los nervios a Eva.
—¿Dos niños? Ok, no pasa nada —dijo Eva.
—Dos niñas.
Eva respiró aliviada. Pensaba que iban a ser tres o más.
Vladimir no respiró aliviado. Él empezó a planear el futuro
de sus hijas.
Verás, Ava había cometido algunos errores, pero él no iba a
jugarse el futuro de sus hijas. Ellas necesitaban a alguien
fuerte y capaz de amarlas y protegerlas.
Y él iba a buscarlos. Tenía tiempo de sobra, pero el joven
que sería el marido de su Lilith aún no estaba preparado para
ocupar el puesto de protector. Necesitaba entrenamiento y era
lo que iba a hacer Vladimir en los próximos meses.
Luego estará ocupado con sus bebés.
Evalyn y Vlad nacieron antes de tiempo, sanos y guapos, y
Vladimir tuvo que renunciar a la última parte que tenía
preparada para el hombre de Lilith, pero tenía confianza en él.
Adam Greyson no iba a defraudar a Vladimir, no si quería
vivir.

∞∞∞

Zayna

Era un día normal de verano, caluroso, bonito y perfecto


para una fiesta.
Raed Kader, a pesar de que tenía una resaca terrible
decidió ir ya que recordaba que la hermana de un compañero
suyo iba a venir.
Richard Kincaid no tenía ganas de salir de casa, prefería
estudiar para el próximo examen, pero escuchó una
conversación de sus padres y estaban preocupados por él. Por
lo visto, sus padres preferían un hijo que salía de fiesta y
llegaba a casa de madrugada a uno que era responsable y
estudiaba.
George Diaz nunca decía que no a una fiesta, se vistió,
cogió su coche (el último modelo, exclusivo y caro) y se fue
pensando en volver a casa con una chica. O dos.
Y en esa fiesta los tres jóvenes se conocieron y desde ese
momento fueron mejores amigos. Con los años sentaron
cabeza, Raed se casó con la mujer con la que estaba
comprometido desde que era un niño, Yamina, y tuvieron un
hijo, Zein. Bueno, juntos tuvieron a Zein.
Richard conoció a Laura y tuvieron dos hijos, James y
Claire.
George se casó con Ann y sus hijos se llamaban Pablo y
Mia.
Bueno, pues a partir de la amistad de los padres los niños
crecieron juntos, los chicos, Zein, Pablo y James, se fueron de
fiesta juntos como hicieron sus padres antes. Y todo fue bien,
normal, bien hasta que un día James conoció a Isabella.
Aunque la verdad es que su vida de normal no tenía nada,
había tantos secretos en las familias que esperaban el
momento perfecto para salir a luz.
Pues llegó Isabella y con ella Ava. Y estas dos mujeres
iban a cambiar la vida de muchas personas.
Entonces…
—¡Zayna!
Zayna maldijo y se puso de pie rápidamente. Luego se dio
la vuelta y guardó el documento antes de apagar su portátil.
—Vamos a llegar tarde, hija —dijo Mia.
—Ya voy —murmuró Zayna.
Su madre la miró como solo ella sabía hacerlo, como si
supiera que estaba haciendo algo que no debería. Y tenía
razón, Zayna quería escribir la historia de la familia Diaz-
Kincaid-Kader.
Había tanto que contar en la familia, bueno y malo, y
Zayna pensaba que era una historia preciosa que no debería
perderse. Ella estaba segura de que se iba a perder porque,
aunque no le gustaba pensar en eso, sus padres envejecían con
cada día que pasaba.
Bueno, no se les notaba mucho y eso también creía que era
un secreto que debía averiguar, pero la edad no mentía y
Zayna quería poner en el papel la historia de la familia para las
próximas generaciones.
Su tía Isabella había hecho tanto por el mundo entero y a
Zayna no le parecía justo que nadie lo supiera. Y Ava, ella
había salvado tantas vidas que había perdido la cuenta.
El mundo debería saber que alguien estaba del lado de los
buenos, que alguien estaba ahí a ayudarlos cuando todos los
demás los fallaban.
Alguien luchaba por ellos contra los villanos que pensaban
que eran los dueños del mundo. Alguien debería recordarles
que juntos éramos fuertes, que nadie nos podía obligar a
obedecer, que no tenía sentido luchar entre nosotros por cosas
tan tontas como política, ropa o gustos.
Y Zayna quería ser la mujer que iba a hacerlo, aunque no
sabía cómo hacerlo. Todavía no, pero ya encontraría una
manera.
Lo que Zayna no sabía era que su destino ya estaba escrito,
que pronta iba a tener que añadir su propia historia al libro que
quería compartir con el mundo.
Ella se fue al almuerzo como hacía desde el día que nació.
A veces se preguntaba por qué no se aburría, pero llegaba y
tardaba dos segundos en averiguar la respuesta a esa pregunta.
¿Cómo aburrirse con lo que estaba pasando?
El almuerzo de hoy era en casa de Ayala y Linc y si
querías desmayarte pues lo ibas a tener muy difícil ya que no
tenías ni donde caerte. La casa estaba llena. Zayna empezó a
contar, pero perdió la cuenta cuando contó a los hijos de su
primo Ivo dos veces.
Renunció y decidió buscar un lugar donde sentarse a tomar
un zumo de naranja que de hecho era una mimosa, o sea, tenía
más champán que zumo. Lo encontró, se sentó y luego hizo lo
que le encantaba hacer: mirar a su familia.
Sus padres, Mia y Zein estaban conversando con su
hermano, Zaid, y su esposa Sky. Su padre había acaparado a su
nieto, Zain y su madre le estaba arreglando las flores que
llevaba en el cabello su nieta Daisy. Lily, la hermana de Sky
(pero para todos era su hija y punto) soltó un grito al ver llegar
a Belle que era hija de mi primo Ivo y su esposa Lina.
Ella, Lina, iba detrás de la pequeña, pero el bebé que
llevaba en los brazos decidió que estaba muy infeliz con su
vida y quiso gritarlo al mundo entero. Lina suspiró, pero Ivo
cogió el bebé y le entregó al otro bebé que dormía
plácidamente en sus brazos.
Mellizos, gemelos y hasta trillizos. Zayna no quería hijos.
No. Ni uno. Que le gustaban y mucho, eran tan adorables,
incluso con sus travesuras y rabietas. Había algo especial, y
aterrador, en ver crecer a un pequeño, en enseñarlo, en
moldearlo para llegar a ser un adulto responsable.
Pero eso no era para Zayna, el amor no era para ella y
tampoco lo era el matrimonio, pero esa era otra historia. Por
ahora tenía suficiente con su familia.
Miró un poco más allá y vio a Isabella sentada en un sofá
rodeada de sus nietos. No sabía que era lo que brillaba más, la
sonrisa o su mirada morada, y Zayna se preguntó que hubiera
sido de estas personas sin Isabella.
¿Hubiera conocido Ava a Pablo?
¿Hubiera renunciado su padre, Zein, a su herencia por el
amor de su madre, Mia?
¿Hubiera nacido ella, sus hermanos, sus primos? ¿Y los
sobrinos?
¿Qué hubiera pasado con Sky, Storm, Blake, todas las
parejas de sus primos?
Zayna amaba a sus padres, pero amaba mucho más a
Isabella.
Miró a su alrededor y sonrió feliz. A pesar de todo,
secretos, traumas, engaños y sufrimiento, todos los miembros
de su familia eran felices.
Estaban los que habían encontrado el amor y tenían hijos o
esperaban la llegada de su primer retoño.
Y luego estaban los solteros que ya eran minoría.
Ella y su hermana Zara.
Las hijas de Evie y Namir, Aurora y Bella.
El hijo de Ayala y Linc, Luca. Melie, la hermana de Ayala.
Los gemelos, Reid y Andrew, que eran idénticos y tan guapos
que llevaban rompiendo corazones desde el primer día de cole.
Aria también era guapa, pero ella tenía un carácter de demonio
de Tasmania y su padre no podía ser más feliz sabiendo que
nadie se atrevería a meterse con ella.
La chica que tenía nombre de demonio y apariencia de
ángel era Lilith, hija de Eva y Vladimir, pero a sus dieciocho
era demasiado joven para pensar en amor, igual que su
hermano Liam.
Aunque Zayna había notado las miradas furtivas que le
echaba Liam a Paula, la hija de Grant y eso era algo que
prefería no saber porque si llegaba a ocurrir iba a ser peor que
la tercera guerra mundial.
Los hijos de Isabella y James, los tres, ya habían
encontrado a sus parejas y los abuelos estaban ocupados
malcriando a los nietos.
Los de Ava y Pablo también, aunque todavía no tenían
hijos, excepto a los de Eva y Vladimir que dentro de unos años
iban a… ¡Oh, Dios! Los mayores iban a casarse (en algún
momento en los próximos cinco o diez años) y los pequeños
todavía estaban en pañales.
En ese momento Zayna se dio cuenta de que era imposible
explicarle a alguien los lazos familiares de los Diaz-Kincaid-
Kader.
Iba a intentarlo y no importaba si tardara un montón de
años. No tenía nada más importante que hacer.
¿Amor?
Había suficiente a su alrededor y no, ella no necesitaba a
un hombre a su lado, a sostenerle la mano, a sonreírle desde el
otro lado del jardín, a traerle una copa de champán, a
masajearle los pies o darle un beso.
No, Zayna no necesitaba un hombre.
Pero Zayna olvidaba que el destino tenía un plan para cada
miembro de la familia Diaz-Kincaid-Kader. Cada uno de ellos
iba a encontrar el amor verdadero, quisieran o no.

Fin
Agradecimientos
Esta parte es muy especial para mí porque aquí es donde
expreso mi gratitud para las personas que me apoyan cada día.
Si me preguntas voy a decir que no necesito a nadie, pero cada
vez que me siento sin ánimos todo lo que tengo que hacer es
subir una historia a Instagram o enviar un mensaje y listo.
Siempre hay alguien ahí para animarme, para ayudarme con
mis dudas y hacer captura de pantalla con los errores de mis
libros.
Mil, mil, mil gracias a Euli, Ramona, Mirna, Paola, Laura,
Nicole Marie, Daisy, MaryCielo, Elena, Ela, Flora, Taty,
LecturasdeCarito, Auri, Rousse, Fatima (sus reseñas son
maravillosas), Karlita, María, Suyi, Janette, Jasminia, Bego,
Vanessa, Daniela M.C, Uranga, Vanesa, Marisol, Fabiola,
Yaima, Julia, Roxana.
Si olvidé nombrarte puedes regañarme.
*Lista libros
Serie Encontrar la felicidad
1.Felices para siempre
2.Mia
3.Sueño de felicidad
4.Ayala
5.El cuento de Evie
6.Simplemente Eva
Sin serie
1.Cumplir un sueño
Serie El Pacto
1.El hombre perfecto (Olivia y Colin)
2.El hombre inesperado (Ian y Samantha)
3.El hombre soñado (Liz y Ryder)
4.El hombre ideal (Sarah y Max)
5.El hombre insuperable (Iris y Kevin)
Serie Novias
1.Perdida
2. Desesperada
3. Liberada
4. Protegida
5.Ilusionada
Serie La Isla(fantasía)
1. Espérame
2. Sígueme
3. Protégeme
Serie ¿Felicidad? No, gracias (a continuación de
Encontrar la felicidad)
1. Avy
2. Aiden
3. Asher
4. Zaid
5. Una esposa para Z
6. Ivo
7. Ivy
8. Próximamente Zayna
Libros en esta serie
¿Felicidad? No, gracias
Después de Encontrar la felicidad llega el turno de los hijos a
buscar su felices para siempre.

Avy

Ella es la niña bonita de papá, la que decide dejar atrás la


seguridad de su hogar, la protección de su familia, y empezar
una vida nueva siendo solo ella misma.
Él es el chico guapo de la ciudad, él hombre que cualquier
mujer desearía tener en su vida.
Se conocen y pasa lo que tiene que pasar, se enamoran sin
contar con lo que cada uno esconde, tampoco faltan las
personas que los quieren separar.
Avy quiere un final feliz como el de sus padres. Blake no
quiere a otra mujer en su vida a la que proteger.
¿Conseguirán lo que desean?

Aiden

Todo empezó con una confusión.


Un simple beso.
Addison se confundió de hermano y besó a Aiden, a partir de
ese momento su mundo cambió.
Debían trabajar juntos y solo trabajar porque era lo que los dos
querían (o eso era lo que pensaban). Pero acabaron en la cama
antes de poner un pie en la oficina.
Debían ser felices y comer perdices, pero la felicidad no es
fácil de lograr y más cuando hay personas y sobre todo
demonios y miedos del pasado que no te dejan avanzar.
Aiden luchará por su felicidad.
¿Lo hará también Addison?
Conseguirán su felices para siempre… o no.

Asher
Keira es una mujer joven llena de inseguridades y de miedos
infundados, pero también estaría dispuesta hacer lo que fuese
por conseguir lo que ella considera que le pertenece, y eso
tenía un nombre. Asher.
Asher es un buen hombre, digno hijo de su padre James. Es
rico, guapo y disfruta de la vida y los placeres que le
proporcionaba ser como es…
Su vida es tranquila hasta que Keira entra en ella y pone su
mundo patas arriba.
Él tiene que decidir entre hacer lo que considera que es lo
correcto y bueno para la felicidad de su familia o su propia
felicidad.
Ella tiene que averiguar qué es lo que de verdad desea, lo peor
es que paga un precio muy alto por descubrirlo.
Todo se resume a un engaño, una mala decisión, a no
reaccionar a tiempo, a la intervención de la familia, a un
peligro insospechado…
¿Tendrán su final feliz Keira y Asher? Quizá con un poco de
ayuda lo logren…
Descúbrelo leyendo su historia…

Zaid

Después del fallecimiento de su abuela Sky se va a Nueva


York a vivir con su hermana. De camino conoce a un hombre
moreno, guapo y de ojos morados que luego se convierte en su
jefe.
Zaid, el de los ojos morados, decide que la mejor opción para
él es un matrimonio de conveniencia. ¿Y qué mejor opción
que su asistente que lo rechazó cuando se conocieron?

Una esposa para Z

Z necesita una esposa perfecta, pero conoce a Storm que es un


perfecto desastre.
Él la quiere y ella lo quiere, pero está convencida de que no
puede ser suya.
Él quiere luchar por ella. Ella solo quiere un poco de felicidad,
solo una pincelada de lo que podía haber tenido si no hubiera
cometido un error. ¿Fue un error?
Él quiere ser su príncipe encantado y derrotar el ogro infernal
que era el pasado de Storm.
¿Habrá final feliz para el cuento de Storm y Z?

Ivo

No fue amor a primera vista, fue amor a primer mensaje.


Hablaron y hablaron durante meses y cuando se conocieron la
tierra tembló, el sol dejó de brillar… bueno, ya me entiendes.
Lina se enamoró perdidamente de X (porque ni siquiera sabía
su nombre verdadero), pero no estaba preparada para el
compromiso que él deseaba.
Así que se dijeron adiós y su historia de amor terminó…
¿terminó?

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