Está en la página 1de 92

Capítulo 1

Judith

No puedes seguir así Jud—oigo que me susurra Cristian.


Miro hacia arriba y lo veo asomado por la borda mientras yo cuelgo por el exterior
sujetada por el arnés.
Le sostengo la mirada un segundo y le observo con esa gorra de Jorge Lorenzo
que nunca se quita y sus ricitos morenos saliendo por debajo, humedecidos por el sudor.
Su mirada me traspasa, soy incapaz de mantenérsela cuando me mira así, está enfadado
conmigo, o más bien decepcionado, que es peor, pero me es más fácil ignorarlo que
enfrentarme a la realidad, así que sigo con lo mío y hago como si no hubiese escuchado
nada.
Tiene razón—añade Álvaro.
Con un cansado suspiro ahora tengo que mirar hacia abajo para ver a mi otro amigo en la
pequeña embarcación de cinco metros de eslora, la que estamos utilizando para limpiar
el casco de este yate. Me observa con los ojos empequeñecidos por el sol y esa cara de
impotencia que pone cuando no sabe qué hacer conmigo. Resoplo de nuevo y tampoco
respondo, pero de pronto me cae un chorro de agua encima y vuelvo a mirar hacia arriba
con el ceño fruncido mientras me limpio el agua de la cara.
No me ignores—dice Cristian enfadado.
Os recuerdo que estamos trabajando y que no necesito niñeras, sé cuidarme sola
contesto con el pulso acelerado.
Cada día está más claro lo bien que te cuidas, solo hay que verte la cara
dice señalándome con el dedo—si no hubiese intervenido, aquella tía te hubiera hecho
pedazos en un santiamén.
No puedo defenderme ante la evidencia, tampoco recuerdo gran cosa de lo que pasó
anoche, tan solo que una chica me asestó un buen tortazo en la cara y que Cristian me
libró del siguiente. Cuando me he despertado esta mañana he visto que tengo el pómulo
izquierdo un poco inflamado y amoratado, aunque sinceramente me molesta más no
haber dormido bien, que el golpe, apenas me duele.
Ya hemos tenido esta conversación otras veces—contesto agotada mientras alterno la
mirada entre uno y otro—intento hacerlo lo mejor que puedo, ¿vale?
Eso lo entendemos—sigue Cristian—pero no creo que meterte en líos sea la mejor forma
de descargar esa rabia que sientes, hay otras maneras Jud—dice guiñándome un ojo
divertido.
Eso me hace sonreír, y al hacerlo siento un pequeño pinchazo de dolor en el pómulo, que
me recuerda el guantazo que recibí por provocar a esa chica.
Así que según vosotros lo que tengo que hacer es dedicarme a follar como una posesa—
digo mientras Cristian me tira otro refrescante chorro de agua por encima.
Tampoco es eso—dice Álvaro alcanzándome una botella para que beba—mírate Jud, eres
preciosa, tienes a todo el puerto babeando por ti, puedes meter en tu cama a quien
quieras y lo sabes.
Es lo malo de que tus dos únicos amigos sean tíos, creen que todo se puede resolver con
un polvo, lo que no consigo, ni pienso contarles nunca, es que el sexo para mí se ha
convertido en un arma de doble filo, antes lo disfrutaba y me ayudaba a liberar tensiones,
durante unas horas me sentía relajada y libre de esa losa que siento que me oprime el
pecho, pero desde hace un par de meses ni siquiera el sexo me ayuda, hay veces que
tengo que fingir los orgasmos y otras en las que me desespero tanto que ni siquiera eso,
simplemente tengo que parar. Reconozco que es algo que me tiene muy inquieta, ya es lo
que me faltaba, estar tan bloqueada que soy incapaz de dejarme llevar y sentir placer. Me
descuelgo y bajo junto a Álvaro mientras también lo hace Cristian, es hora de desayunar
un poco y recobrar energía.
Aceptamos trabajar aquí una temporada porque pensamos que salir de Menorca y tener
un cambio de aires te vendría bien—dice Cristian mientras devoramos nuestros bocadillos
—pero llevamos poco más de una semana y no ha cambiado nada, sigues igual.
Yo no os pedí que vinierais ni os obligué, solo os lo propuse, ahora no me vengáis con
reproches—contesto de mal humor—si esto no os gusta, cuando acabemos este barco
podéis volveros a Menorca, yo acabaré los demás.
No es un reproche Jud, y sabes de sobra que nosotros iremos contigo al fin del mundo,
pero no puedes seguir anclada en lo que te pasó con Ibai, hace demasiado tiempo de
aquello—añade Álvaro provocándome un pinchazo en el pecho.
Hace nueve años que trabajamos juntos, me crie humildemente junto a mi padre sin
haber conocido nunca a mí madre, o al menos recordarla, murió cuando yo tenía dos
años. Mi padre también falleció muy joven, yo tenía veintidós años, estaba en mitad de
una carrera universitaria que no me acababa de convencer y que abandoné con la excusa
de su muerte. Siempre vivimos de alquiler, y lo único que heredé tras su muerte fue su
posesión más preciada, una pequeña embarcación de recreo. Mi padre me había
enseñado a utilizarla, de hecho se me daba mejor a mí que a él, y cuando faltó, la utilicé
para ganar algo de dinero limpiando los cascos de los yates en el puerto mientras
pensaba en qué hacer con mi vida.
Había vivido siempre entre barcos, mi padre no solo me había enseñado a manejarlos,
sino que me enseñó a repararlos y a mantenerlos, él era perro viejo en ese mundo y
conocía todas las técnicas y lo que yo llamo “truquillos” para que nuestro barco fuese
siempre el más reluciente del puerto.
Recuerdo que no necesité mucho esfuerzo para conseguir el primer cliente, en el puerto
todo el mundo nos conocía, y no sé si por pena hacia mí o por respeto hacia mi padre,
Antonio, uno de los encargados del muelle, le habló de mí a un empresario que acababa
de atracar y que se iba a quedar una semana en la isla, su barco necesitaba un buen
lavado de cara y aceptó pagarme con antelación lo que pedí. Yo había hecho mis
números, aquel barco no me iba a dar de comer, con lo que aquel hombre me pagó
compré todos los productos y herramientas que necesitaba para llevar a cabo una tarea
complicada y de mucho esfuerzo. Me pasé doce horas diarias a pleno sol dedicándome
con esfuerzo a dejar aquel barco tan reluciente que cuando su dueño volvió me dio
trescientos euros de propina.
No es necesario—dije por educación.
Claro que lo es—contestó satisfecho—
si te lo doy es porque lo mereces, has hecho un trabajo impresionante Judith, no te
menosprecies.
Lo que él no sabía era que esos trescientos euros fueron los que me permitieron comer
aquel mes. Dos semanas después conseguí otro barco algo más pequeño, pero esa vez ya
tuve beneficios, las horas colgada del casco a pleno sol, las agujetas en los brazos que no
me dejaban descansar por la noche, el cansancio sumamente agotador, y aguantar los
piropos de los cuatro babosos de turno tuvieron su recompensa. Conforme pasaron los
meses no solo adquirí más experiencia y destreza, sino que valoré cuanto valía realmente
el trabajo que hacía y me di cuenta de que estaba muy bien remunerado, y no hablo solo
del precio que yo pueda cobrar por hacer mi trabajo, también de las impresionantes
propinas que al principio me abrían los ojos como platos y a las que ahora estoy más que
acostumbrada, sino que me encantaba, me encanta lo que hago, disfruto observando un
casco estropeado y decidiendo por dónde y cómo voy a empezar a dejarlo reluciente
como el primer día.
Al cabo de un año y medio, mi fama había recorrido todo el puerto y se había extendido a
otros, empezaron a lloverme ofertas, tanto de empresas de alquiler de embarcaciones
como de patrones que me querían trabajando en exclusiva para sus barcos. Las decliné
todas, siempre he sido una persona independiente y autónoma, me gusta decidir para
quien trabajo y cuando. Fue entonces cuando me di cuenta de que no podía con todo yo
sola, tenía más trabajo del que podía abarcar y decidí contratar a alguien para que me
ayudara, el primero fue Cristian, y casi un año después llegó Álvaro.
Si hay algo que entre los tres no podemos hacer, simplemente no se hace, no quiero una
gran empresa ni dejar de trabajar, la limpieza de barcos es algo muy delicado y ellos me
han demostrado que son tan esmerados y pulcros como yo, confío en ellos y no quiero a
nadie más.
En este tiempo se han convertido en mi pequeña familia, Cristian ha adoptado el papel de
protector y Álvaro el más difícil de todos, el de intentar hacerme comprender las cosas.
Hace un par de semanas un empresario para el que hemos trabajado en varias ocasiones
me llamó para decirme que iba a atracar cinco de sus barcos en el puerto de Tossa de
Mar, y quería que yo me ocupara del mantenimiento mientras estuvieran ahí. No suelo
aceptar este tipo de encargos, no tantos barcos juntos ni desplazarme a otro puerto para
trabajar, pero últimamente siento que me ahogo, y pensé que pasar unas semanas fuera
de la isla sería la solución. Cuando se lo propuse a mis compañeros no pusieron objeción
alguna,
Álvaro ha alquilado un apartamento junto a su mujer en esta preciosa población,
Cristian se aloja en casa de un amigo que tiene aquí y yo estoy en un apartahotel cuyas
cuatro paredes se me hacen tan pequeñas como las de mi casa de Menorca.
Después de que Álvaro mencione a Ibai se hace un silencio entre nosotros, los dos saben
que no me gusta hablar de ese tema, al igual que saben que aunque me costó un par de
años superarlo, ya no estoy enamorada de él. El problema no es Ibai en sí, sino lo que me
hizo, él se llevó consigo toda mi seguridad, dejó mi ego y mi autoestima por los suelos y
me creo una desconfianza de la que no consigo deshacerme y que no me permite amar a
nadie, o mejor dicho, dejar que me amen. Ese es mi problema según la conclusión a la
que llegaron mis amigos hace algún tiempo.
No sé porque no seguiste quedando con Ángel, ya sé que es un poco raro pero es buen tío
y se deshace cada vez que te ve, sé que lo encuentras atractivo—
empieza a decir Cristian.
Llamo a Ángel muchas veces—digo sin entender.
No me refiero a que lo llames para echar un polvo Jud,
permítete conocerlo y deja que él te conozca mejor, muéstrale a la auténtica Judith, estoy
seguro de que hay química entre vosotros y estará encantado de venir a pasar unos días
aquí.
Te recuerdo que tiene un crío del que pasa completamente, parece mentira que no lo
conozcas, Ángel es un tío que repele el compromiso, le gusta ir a su aire, por eso nos
llevamos bien, porque pasamos un buen rato juntos y después cada uno a lo suyo.
No quería ser tan explícita ni tan fría, pero me toca la moral que su desesperación por
verme con alguien les haga pensar que me vale cualquiera.
¿Habéis terminado con vuestro recital de consejos amorosos?
Pregunto de mal humor—porque si es así, tenemos trabajo.
Vuelvo a envolver la parte del bocadillo que no he sido capaz de comerme y subo al yate
en silencio seguida de Cristian.
Después de una larga jornada bajo un sol que cada día me parece más abrasador regreso
al que es mi supuesto hogar durante las semanas que pasemos aquí. En cuanto cruzo la
puerta me desnudo y me meto bajo la ducha con el agua tibia, después de tantas horas
de sol mi cuerpo arde
y no soporto el agua caliente.
Cuando salgo me pongo unas braguitas y me miro al espejo mientras reparto crema por
todas las partes que alcanzo de mi cuerpo para hidratarme.
En Menorca siempre le pido a mi vecina Sonia que me eche en la espalda,
pero aquí no conozco a nadie y lo cierto es que empieza a picarme mucho.
Al acabar apoyo ambas manos en el mueble del baño y me miro como si no me conociera,
siempre me ha gustado la imagen que me devuelve el espejo, pero últimamente ni
siquiera eso consigue levantarme la moral, me siento sola, muy sola.
Los días van pasando, ya estamos acabando el tercer barco y he conseguido portarme
bien desde la última conversación que tuve con mis amigos, pero hoy voy a romper esa
racha.
No puedo con la rabia y la impotencia que siento,
hay días que me supera y solo tengo ganas de llorar, la sola idea de volver a ese
apartamento donde nadie me espera me consume, así que hoy voy a salir y que sea lo
que tenga que ser.
Vuelvo al mismo local donde esa chica me abofeteó la cara,
creo que lo normal sería buscar otro por si acaso, pero hoy siento tanta rabia que
reconozco que no me importa encontrármela de nuevo,
otro bofetón tal vez consiga relajarme y quitarme la tontería.
Me apoyo en la barra y mientras me sirven escaneo el local en su busca,
Cuando sucedió lo de Ibai mis ataques de ansiedad eran continuos, y tras la insistencia de
Cristian y Álvaro accedí a hacer unas cuantas sesiones de terapia con una psicóloga.
Recuerdo que uno de los mejores consejos que me dio para paliar los ataques cuando los
tuviera, fue que pensara en un color cualquiera y a partir de ahí me limitara a pensar en
objetos que fuesen de ese color. Aunque en su momento pensé que aquel consejo era
inútil, reconozco que en ocasiones me ha funcionado, eso y visualizar las letras de las
matrículas de los coches que veo y buscar palabras que las contengan, a ser posible en el
mismo orden. Pero hoy nada funciona, y cuando ya me duele el pecho de tanto suspirar,
me levanto y me meto en la ducha con el agua fría, me siento debajo del chorro y me
abrazo las rodillas dejando que el agua me congele,
hasta que finalmente me meto en la cama muerta de frío y me duermo por puro
agotamiento.
Por la mañana estoy de un humor de perros, por suerte mis amigos me conocen y en
cuanto ven mi cara y mis ojeras, Álvaro simplemente me da un beso en la mejilla y
desaparece para preparar nuestra embarcación. Cristian me mira fijamente un segundo y
se acerca con calma.
¿Quieres hablar? —pregunta dulcemente.
Niego con la cabeza y me muerdo los labios, su amabilidad no hace más que aumentar mi
sensibilidad, y con ello mis ganas de llorar vuelven. Lo odio.
¿Segura? —insiste sabiendo cuanto me duele.
Apártate—le pido de mal humor.
No—sentencia con firmeza impidiéndome subir al barco.
Mi pulso se acelera y lo miro enfurecida mientras mis lágrimas resbalan sin control por
mis mejillas encendidas.
¿Estás cabreada? —dice dándome un pequeño empujón.
No me toques Cristian—le advierto alzando la voz.
En cuanto lo hago miro a nuestro alrededor, es temprano y hay muy poca gente en el
puerto.
¿Qué vas a hacer si te toco? —Dice dándome otro empujón en tono vacilón—¿vas a
pegarme?
Esta vez lo empujo yo, lo hago con ímpetu y con toda la rabia que tengo, apoyo ambas
manos en su pecho y empujo con fuerza para apartarlo de mi camino, pero no consigo
gran cosa, Cristian es muy corpulento y con una sonrisa chulesca me da otro empujón
algo más fuerte que me desestabiliza y acaba de encenderme por completo. Arremeto
contra mi amigo con rabia y descontrol y me siento muy victoriosa cuando una de mis
manos roza su preciada gorra de Jorge Lorenzo y cae al suelo. Él me mira con los ojos muy
abiertos pero no dice nada, simplemente se limita a parar todos los golpes que cree que
pueden hacerle daño y a dejar que le dé los que no. Yo no digo nada, descargo toda mi
frustración contra el cuerpo de mi amigo hasta que no puedo más y él me rodea con sus
brazos y atrapa mi cuerpo con fuerza para mantenerlo pegado al suyo, finalmente me
rindo y hundo mi cara en su pecho para llorar hasta que no me quedan fuerzas para
seguir haciéndolo.
Cuando me separo de él, Álvaro también está a nuestro lado y me ofrece una botella de
agua y un pañuelo para que me limpie. Tras eso los tres subimos al barco para
cambiarnos de ropa y empezar con nuestra calurosa tarea. Me quito la camiseta y me
quedo en bikini unos segundos con el bote de protector solar en la mano, no tengo que
decir nada, Álvaro me lo quita y me pone la crema por la espalda haciéndome sentir un
alivio inmenso. Después me pongo una camiseta de tirantes con los laterales abiertos,
unas mayas cortas y la gorra, y ya estoy lista para colocarme el arnés.
La mañana transcurre de una forma ligeramente relajante para mí, saben que no van a
sacarme ni una sola palabra y que lo único que necesito es que me dejen un poco de
espacio, así que se limitan a hablar entre ellos como si yo no estuviera allí y se lo
agradezco, oírles me relaja, incluso alguna vez sonrío disimuladamente ante alguna de las
gilipolleces que sueltan. Antes de comer he terminado la zona para la que necesitaba el
arnés y ahora estoy con Álvaro haciendo la parte más cercana al agua mientras que
Cristian se está ocupando de las paredes de la cabina cuando oigo que me llama. Miro
hacia arriba y lo veo asomado por la borda con su gorra, sus ricitos y una sonrisa.
Una mujer pregunta por ti—dice alzando las cejas y diciendo un guau sordo que Álvaro y
yo leemos en sus labios—está en el muelle—dice haciéndome un gesto con la cabeza.
¿Será la chica del bar que viene a partirme la cara otra vez? No creo, Cristian me lo
hubiera advertido. Reconozco que salgo del barco con cierta desconfianza, pero cuando
alzo la vista, la imagen que me encuentro no es la de una mujer con pinta de ir armando
peleas en los bares, la verdad es que me impacta y durante unos segundos tal vez
demasiado largos me quedo inmóvil observándola, entiendo la reacción de Cristian,
incluso yo reconozco que la mujer que se planta ante mí es jodidamente atractiva. Viste
un vestido blanco con falda algo volada, sandalias a juego, incluso la correa de su reloj es
blanca, está claro que pertenece a lo que yo llamo el mundo de los billetes morados.
Tiene una larga melena de color castaño claro y mechas rubias, las ondulaciones
pronunciadas caen por delante de uno de sus hombros, no puedo ver el color de sus ojos
porque lleva gafas de sol, labios gruesos y pintados en color discreto y algo de maquillaje
resaltando sus pómulos.
¿Eres Judith Marcos?
pregunta haciéndome volver a la realidad.
Sí, ¿y usted es? —pregunto algo aturdida.
Soy consciente de que debo de tener un aspecto horrible, después de tanto llanto tengo
que tener unas ojeras importantes, toda yo estoy sudada y mi mal humor no ha
desaparecido del todo, lo último que necesito hoy es el escaneo de una pija,
pero como no se quita las gafas tampoco veo exactamente dónde enfocan sus ojos.
Me llamo Ivana Harbor, me gustaría hablar contigo. ¿Te importa si vamos a un lugar más
tranquilo? —dice extendiéndome la mano.
Estoy trabajando—contesto mientras estrecho la suya.
Agarra mi mano y la aprieta con firmeza, es un gesto que me gusta y me inspira cierta
confianza, no soporto a la gente que me aprieta ligeramente la mano con la punta de los
dedos o que simplemente pone la suya para que yo la estreche, lo considero un signo de
falsedad, así que sea lo que sea lo que quiere esta mujer ya se ha ganado un punto.
Hablar de negocios también es trabajar—dice con seguridad.
La observo y miro el reloj, faltan dos horas para que terminemos nuestra jornada y no me
gusta dar mi brazo a torcer, y mucho menos quiero que piense que me impone.
Acabaré en un par de horas, deme otra más para llegar a casa y darme una ducha y nos
vemos a las nueve si le parece bien.
Se quita las gafas y me enfoca con unos ojos color miel en los que me pierdo durante
otros cuantos segundos, me mira seria, creo que no está acostumbrada a recibir
negativas, pero también parece inteligente y por mi forma de mirarla creo que
comprende que no pienso ceder, al menos no ahora.
Está bien, quedamos a las nueve en la entrada de la muralla del castillo, no comas nada,
te invito a cenar mientras te cuento lo que quiero—resuelve sin preguntar mi opinión.
No me da opción a contestar, se coloca las gafas y se marcha por donde ha venido
mientras yo la observo embobada, ese vestido deja a la imaginación las curvas que
esconde debajo y es en eso en lo único que puedo pensar mientras se aleja con sus
elegantes pasos.
Vaya pivonazo—dice Cristian apareciendo a mi lado como un fantasma—esta sí que es de
esas maduritas que mejoran con la edad.
Eres un cerdo—contesto dándole un empujón mientras hace un movimiento de caderas
hacia delante y hacia detrás—no me extraña que sigas soltero—digo con una ligera
sonrisa.
Si no fuera porque le conozco y sé que es un trozo de pan que pierde la fuerza por la
boca, Cristian sería el típico tío del que pensaría que es un baboso gilipollas que solo
piensa en follar, aunque en parte es así.
Es por trabajo? —pregunta Álvaro que intrigado también se ha acercado para verla.
Supongo—digo encogiéndome de hombros.
¿Supones? —
Pregunta Cristian divertido—sea lo que sea lo que te pida dile que sí,
yo para esa mujer trabajo gratis si hace falta.
Está claro que ahora mismo es mini Cristian quien está hablando—
digo enfocando su paquete—volvamos al trabajo anda.
No es mini—murmura ofendido.

Capítulo 2
Ivana

La verdad es que me ha sorprendido gratamente la primera imagen


que me he llevado de la tal Judith,
aunque me ha molestado su negativa a hablar conmigo cuando he ido,
también me ha gustado su decisión, demuestra profesionalidad
y personalidad a partes iguales, y eso para una mujer en un negocio dominado
mayoritariamente por hombres es imprescindible.
No he podido evitar recorrer su cuerpo con la mirada, está muy morena,
y teniendo el trabajo que tiene no me extraña,
pero además es un moreno de esos bonitos, tiene la piel cuidada e hidratada,
y ese tono tan oscurecido, contrasta con el castaño claro de su pelo
y le da un aire muy seductor,
junto a sus ojos verdes y ese cuerpo en el que no hay lugar para una sola pizca de grasa.
Falta un minuto para las nueve cuando la veo aparecer, me gusta la puntualidad.
Me ha costado un poco reconocerla, ahora va vestida con unos vaqueros ajustados de
color azul claro y una camiseta de cuello ancho que deja al descubierto uno de sus
hombros.
Tiene el tono de pelo algo oscurecido porque lo lleva mojado todavía,
y esas ojeras que antes le he notado ahora están disimuladas con un poco de maquillaje,
la verdad es que la chica llama la atención sin la necesidad de arreglarse demasiado.
Gracias por venir
digo amablemente en cuanto se detiene a mi lado—
Espero que tengas hambre.
Puedo imaginar el cansancio que debe arrastrar después de tantas horas de trabajo bajo
un sol de justicia, no recuerdo ningún verano tan caluroso como este,
aunque todos los veranos tengo el mismo pensamiento.
La verdad es que sí—confiesa cuando empezamos a caminar
aunque suene extraño, con tanto calor me cuesta comer durante el día,
Así que la comida más fuerte suelo hacerla por la noche.
Lo entiendo—digo con sinceridad—
Aunque estoy segura de que a ningún médico le gustará oír algo así.
Me mira ligeramente y se encoge de hombros, en seguida aparta la mirada,
pero no antes de que yo note
una profunda tristeza en sus ojos que no ha sido incapaz de esconder.
Caminamos pocos minutos por las estrechas calles del casco viejo y la voy observando de
vez en cuando, camina con ambas manos metidas en los bolsillos delanteros de sus
vaqueros
y el gesto serio, no sé si por el cansancio o porque simplemente no está de buen humor,
la verdad es que es una chica que me intriga bastante,
me pregunto en qué estará pensando.
Tras leer la carta y elegir nuestros platos me mira impaciente, parece que el silencio la
está incomodando y lo último que quiero ahora es que le entren ganas de irse.
Si te parece voy a ir directa al grano—
le digo captando por completo su atención.
Adelante—dice después de dar un sorbo a su copa de vino.
Poseo una empresa de venta y alquiler de embarcaciones,
yo siempre me he encargado del papeleo, de la trastienda para que me entiendas,
de atender al público se encarga una comercial y el encargado, y de los barcos y la
logística se encargaban mi marido y mi hermano.
Judith me mira sin entender, pero no dice nada.
Mi marido murió hace casi dos años
digo mientras sus cejas se alzan con sorpresa.
Lo siento mucho—añade sin dejar de mirarme.
Gracias. Tras su muerte—continúo con cierta frialdad
Fue mi hermano quién se ocupó de todas las cosas que él hacía,
pero hace seis meses conoció a una venezolana y se enamoró hasta tal punto que se fue a
vivir con ella a su país.
Desde entonces he tenido que asumir sus tareas y si te soy sincera estoy a punto de
volverme loca—confieso agotada.
¿Por qué no contrata a alguien?
me sugiere bajo un gesto de obviedad.
En ello estoy—le sonrío—
Pero no es fácil encontrar a alguien de confianza y que además se sepa manejar en este
mundillo, Alejandro me está ayudando mucho mientras encuentro a esa persona,
pero la verdad es que estamos sobrepasados.
¿Quién es Alejandro? —quiere saber.
Perdona,
Alejandro es uno de los patrones que trabaja para mí, mi hombre de confianza por así
decirlo.
Muy bien, ¿y qué pinto yo en todo esto?
Aprecio que sea clara y vaya directa al grano.
El otro día, hablando con Alejandro, me dijo que varios de los barcos necesitan
mantenimiento, pero sobretodo uno de ellos, es el más grande que poseo y precisamente
el que una multinacional ha alquilado para sus empleados durante quince días, tengo que
entregarlo dentro de seis semanas y quiero que esté lujoso como el primer día.
Sé que eres la mejor en lo tuyo, el rumor de que trabajas en nuestro puerto se ha
extendido como la pólvora y quiero que trabajes para mí—digo con seguridad.
Judith esboza una ligera sonrisa que no consigo interpretar y que me llena de
incertidumbre.
En primer lugar señora Harbor
dice sin apartar su bonita mirada de mí—
Mi cuadrilla y yo solo estamos aquí de paso,
Me pareció interesante una oferta que me hicieron y acepté,
Pero cuando acabemos nos volvemos a Menorca.
Y en segundo lugar,
si tanto ha oído hablar de mí sabrá que yo no trabajo en exclusiva para nadie
Sentencia dejándome con el tenedor clavado en la ensalada.
No estoy acostumbrada a cerrar tratos, lo mío son los números,
pero a la vez mis números también dependen de que ella acepte,
la empresa tiene una reputación que debo mantener, y aunque estuviera dispuesta a que
otros trabajasen en ese barco, Alejandro ya me ha dicho que va a ser bastante difícil
conseguir a alguien a estas alturas, las empresas como la de Judith van saturadas cuando
se acerca la temporada alta.
Está bien—concedo—
creo que he sonado un poco prepotente Judith,
no pretendía decirte lo que debes hacer, sé que no te casas con nadie,
Pero concédeme solo ese barco, al menos por ahora, ya estás en Tossa,
no creo que te venga de quedarte un poco más, así amortizarás el viaje.
Soy consciente de que no lo estoy haciendo bien, está claro que negociar no está dentro
de mis habilidades, y lo sé por la mirada incendiaria que acaba de lanzarme.
Permítame informarla de que no trabajo sola, somos tres,
y yo no puedo decidir por mis compañeros por muy dueña de la empresa que sea,
yo me rijo por mis propias normas y en ellas no está la de putear a mis trabajadores.
Cristian no creo que fuese un problema en caso de que decidiera ayudarla,
pero Álvaro tiene una familia, no sé si él estaría dispuesto a quedarse más tiempo aquí.
¿Y tú? —digo de pronto.
Judith se calla de golpe, está claro que no esperaba esa pregunta y lo cierto es que no sé
porque he sido tan mal educada,
tal vez me haya podido la intriga que me despierta esta chica.
Cómo es el barco? —pregunta ignorando mi descaro anterior.
Rápidamente busco en mi móvil la carpeta donde guardo las fotos y se lo cedo.
Judith las va pasando mientras las mira con atención.
Es un barco demasiado grande—susurra negando con la cabeza.
Te pagaré lo que me pidas Judith, el dinero no es problema te lo aseguro.
No lo entiende—dice algo ofendida—
no es una cuestión de dinero sino de tiempo, usted dice que necesita entregarlo en seis
semanas, ese tiempo es el que necesitaríamos para dejarlo como debe estar teniendo en
cuenta lo que veo en las fotografías, yo todavía tengo dos barcos por acabar
y para ello necesito unas dos semanas.
Si quiere un consejo, busque otra empresa, y búsquela rápido.
Me dejo caer contra el respaldo abatida,
acabo de decidir que no quiero a otra empresa, la quiero a ella.
Concédeme esas cuatro semanas...
Yo no hago chapuzas—me corta de mal humor.
No es lo que te pido, céntrate en lo principal, en lo que se ve,
y el resto lo haces cuando me devuelvan el barco y a ti te vaya bien,
no hace falta que sea aquí, haría que lo llevasen a Menorca si fuera necesario.
¿Por qué esa insistencia en que sea yo? pregunta extrañada.
He vivido siempre a la sombra de mi marido Judith,
él siempre se llevaba el mérito de todos los logros de la empresa porque era la cara
visible, tal vez te sonará frívolo teniendo en cuenta que murió,
pero quiero dejar claro que no necesito a ningún hombre para seguir adelante con un
negocio que yo he sudado y sufrido tanto o más que él.
Este cliente es muy importante, no hablo de algo monetario,
es una cuestión de reputación, y si quiero lo mejor para el barco que voy a entregarle
necesito a la mejor, solo te pido que te lo pienses al menos durante esta noche,
no me des una negativa tan rápido por favor.
Cuando termino de hablar me siento agotada y perdida,
Judith me ha arrancado una confesión, un pensamiento que siempre me ha aturdido
y ha dejado a la vista una muestra de mi orgullo herido.
Es la primera vez que digo en voz alta lo que siento ante alguien desconocido,
y la verdad es que al hacerlo he notado un alivio inmenso.
Está bien, ¿hoy qué día es? —
se pregunta a sí misma en voz baja.
Es miércoles—le contesto con una sonrisa.
Lo siento, hay días que me desoriento—se excusa,
también con una ligera sonrisa que me atrapa—
mañana hablaré con mis compañeros y echaremos un vistazo a su barco si no le importa,
lo he visto atracado en el muelle.
Por supuesto—me apresuro a decir—
daré instrucciones para que el vigilante os permita subir.
Perfecto, pásese el viernes por la mañana por el muelle y le daré una respuesta.
No se haga ilusiones, no le prometo nada
añade cuando ve que sonrío.

Capítulo 3

Judith

¿Piensas contarnos qué te dijo? —


me asalta Álvaro antes de que ponga un pie dentro del barco.
Buenos días para vosotros también—contesto con ironía.
Déjate de saludos y escupe—me pide Cristian.
Quiere que nos ocupemos de sus barcos, sobretodo de uno en concreto,
pero es demasiado grande, tendríamos que pasarnos al menos un mes más aquí
digo mirando a Álvaro.
Si eso es lo que te preocupa por mí no hay problema Jud, a María le gusta mucho este
lugar, estará encantada de quedarse un mes más.
¿Entonces trabajaremos para ella? —me pregunta Cristian entusiasmado.
Yo no he dicho eso, primero quiero que echemos un vistazo al barco,
es muy grande y lo tiene comprometido para dentro de seis semanas,
tendríamos que acabarlo en cuatro y depende del estado en el que esté realmente no
podremos hacerlo, ya sabéis lo que pienso de los trabajos hechos con prisas,
al final siempre hay un contratiempo o una cagada.
¿Pues a qué estamos esperando? pregunta Cristian ansioso.
Me rindo, mi amigo a veces me agota.
Me doy media vuelta y los tres caminamos hasta dar con el enorme barco de Ivana
Harbor.
Flipa—dice Cristian en cuanto lo ve.
Álvaro y yo sonreímos, pese a que está a punto de cumplir los cuarenta
a veces se comporta como un auténtico crío.
Me presento ante el vigilante de seguridad y nos invita a pasar,
los tres paseamos por la cubierta en silencio, cada uno observando a su manera,
así lo hacemos siempre.
Tras un buen rato salimos del barco y volvemos a por nuestra embarcación,
Álvaro la lleva hasta el barco de Ivana y desde el agua observamos el estado del casco.
Doy un suspiro profundo y Cristian se pega a mi espalda.
Sabes que podemos hacerlo si apretamos un poco—me susurra.
Estoy de acuerdo—secunda Álvaro.
No contesto y volvemos a nuestro trabajo en el otro barco,
me paso todo el día dándole vueltas al asunto, valorando los pros y los contras.
Cuando llego a mi supuesto hogar me doy una ducha y me siento en la terraza con el
portátil, abro una plantilla de Excel donde tengo varias fórmulas para calcular tiempos,
costes, extras, honorarios, materiales y demás, y voy rellenando los campos.
Al precio final le incremento un diez por ciento más en concepto de alojamiento
y lo doy por finalizado.
Ahora que lo he acabado y no tengo nada más que hacer me vuelve a invadir la inquietud,
así que me visto y después de comerme las sobras de la pizza que cené anoche,
me voy de nuevo al bar.
Tras unas cuantas consumiciones y haberme quitado a unos cuantos tíos de encima
mientras mi frustración crece sin control, me voy al baño para refrescarme la cara,
cuando voy a entrar una chica sale y chocamos, y como soy medio gilipollas y no consigo
encontrar una forma decente de canalizar mi rabia, no se me ocurre otra cosa que mirarla
enfurecida y empujarla de nuevo.
A ti qué coño te pasa?
Me grita devolviéndome el empujón
¿quieres que te parta la cara o qué?
Está claro que quiero, porque en cuanto lo dice me acerco a ella con una chulería que no
sé de donde he sacado y me paro a escasos centímetros de su cara mirándola con
provocación, deseando que cumpla su advertencia y me parta la cara.
No es ella quien lo hace, es una amiga suya quien me coge por el cuello clavándome las
uñas y me empotra contra la puerta en un movimiento tan rápido que no sé muy bien
como he acabado golpeándome la cara contra el secador de manos.
El golpe me duele una barbaridad, aun así intento enfocar para ver dónde está esa tía
y volver a vacilarle como la capulla masoquista que parece que soy,
pero no es a ella a quién veo, es a Cristian que de nuevo aparece de la nada
y tras disculparse por entrar en el baño de chicas,
me coge por la cintura y me arrastra hasta la calle.
Eso me enfada, es la segunda vez que me meto en líos aquí
y la segunda que Cristian aparece.
¿Me sigues? —le grito enfurecida en cuanto me obliga a sentarme en un banco.
No te sigo, solo ha dado la casualidad de que he venido por aquí a tomar algo—
contesta calmado.
Claro, y también te has equivocado de baño y te has metido en el de las chicas,
¿verdad?
Cristian ignora mi comentario y se agacha frente a mí con el gesto relajado,
intentando transmitirme parte de su calma.
Dime qué te pasa Jud, sabes que puedes confiar en mí—me suplica.
No me pasa nada que no me pasara antes...
No es verdad, sé que lo que te hizo Ibai te hizo desconfiar de la gente y cerrarte,
desde aquello solo te he visto utilizar a los tíos para llevártelos a la cama,
pero a ninguno le has permitido acercarse para nada más.
Sus palabras me duelen porque están cargadas de razón,
por mucho que intento culpar a Ibai de mi estado soy yo,
y únicamente yo, quien ha levantado ese muro a mí alrededor y no dejo pasar a nadie
porque me aterra que vuelvan a hacerme daño.
Tú haces lo mismo con las tías—me defiendo.
Yo lo hago porque soy un cerdo mujeriego Judith, y eso lo sabes,
pero jamás me he cerrado a enamorarme de nadie, simplemente no ha pasado,
pero tú parece que en lugar de poner de tu parte para mejorar las cosas haces lo
contrario, ahora pasas directamente de los tíos y te dedicas a buscar peleas como una
pandillera, ¿qué te pasa Jud?
¿Hay algo más que yo no sé? pregunta preocupado.
No—le miento.
¿Entonces por qué te metes en líos?
Nunca habías hecho esto antes, mira cómo te han dejado la cara otra vez, joder—
me señala enfadado.
Me encojo de hombros,
Cuando lo pienso vuelvo a culpar a Ibai, me digo a mí misma que es otra cosa más de mí
que se ha llevado, pero sé que no es cierto, en el fondo soy consciente de que soy yo, la
culpa es mía y de mi ansiedad, últimamente no consigo relajarme y como consecuencia
no puedo disfrutar del sexo con normalidad.
Puedes llevarme al hotel Cristian? —
le suplico con los ojos bañados en lágrimas.
Mi amigo obedece en silencio,
sabe que ya no va a sacarme una sola palabra más y se da por satisfecho porque al menos
ha conseguido que escuche sus teorías.
Cuando llegamos Cristian me acompaña hasta la misma puerta de mi apartamento y me
abraza con fuerza, noto cierto dolor cuando lo hace pero no me quejo,
necesito ese abrazo.
Después de ducharme no dejo de darle vueltas a lo que Cristian me ha dicho sobre mi
comportamiento, me gustaría tener fuerza para cambiar, abrirme y dejar entrar a alguien
en mi vida que realmente valga la pena, pero no me veo capaz,
yo sola no puedo y no se me da bien pedir ayuda,
me duermo llorando mientras pienso en eso.

Capítulo 4

Ivana

Por fin es viernes y nunca mejor dicho, hoy Judith me dará una respuesta y espero y
deseo con ansia que sea positiva, porque si no voy a tener un problema serio. Desayuno
tranquilamente y sobre las diez de la mañana me presento en el barco en el que trabajan,
de nuevo es al hombre de la gorra de Jorge Lorenzo al que veo, parece que él suele
trabajar en la cubierta y Judith y su otro compañero desde su embarcación para limpiar el
casco.
—Buenos días—lo saludo sin llegar a subir.
El hombre se gira y me dedica la mejor de sus sonrisas, reconozco que tiene su atractivo,
pero está claro que es un ligón que salta de cama en cama en cuanto tiene ocasión. Aun
así le sonrío ligeramente, ganármelo a él quizá me ayude si su jefa me da una negativa.
—Buenos días señora Harbor, permítame que me presente formalmente, soy Cristian,
compañero y amigo de Judith, es un placer—dice tendiéndome la mano.
Desde luego educado es.
—Igualmente Cristian, ¿podrías avisar a Judith, por favor? —le pido amablemente.
—Por supuesto—dice mientras se asoma por la borda—Jud, la señora Harbor está aquí—
la llama elevando el tono de voz.
Tras eso, coloca una escalerilla hecha de cuerda con peldaños de aluminio y al momento
veo asomar la cabeza de Judith, lleva puesta una gorra de color blanco y su melena
recogida en una cola que sale por el hueco del cierre de la gorra. Camiseta blanca de
tirantes y un pantaloncito corto que deja sus largas y morenas piernas al descubierto.
Antes de acercarse a mí se seca el sudor que perla su cuerpo con una toalla, y después de
dar un largo trago a una botella de agua que su amigo le ofrece, finalmente coge su
pequeña mochila y sale a mi encuentro.
—Hola—me saluda con cansancio.
Lo cierto es que a pesar de ser relativamente temprano hoy hace mucho bochorno y la
sensación de calor es mayor que otros días.
—Hola Judith—le sonrío.
Me devuelve la sonrisa y cuando la tengo justo delante me doy cuenta de que tiene un
hematoma por encima del ojo derecho.
—¿Qué te ha pasado en la cara? —pregunto preocupada.
—No es nada, solo un golpe—contesta sin entrar en detalles.
No le insisto, pero en cuanto echamos a caminar me doy cuenta de que tiene varios
arañazos en el cuello, y por las marcas, está claro que son las uñas clavadas de alguna
mujer, ¿hago bien queriendo contratar a esta chica? La verdad, me da igual lo que haga
en su tiempo libre siempre que cumpla con el trabajo. Nos sentamos en la primera
terraza que encontramos y Judith no pierde el tiempo.
—Lo haremos—sentencia.
No puedo expresar verbalmente el alivio y la emoción que siento cuando escucho esas
dos palabras, pero por lo visto mi cuerpo sí y Judith sonríe y me advierte.
—No sonría, primero mire el precio, quizá eso no le haga tanta gracia—dice divertida
extendiéndome un sobre que saca de su mochila.
La desafío con la mirada y se la mantengo hasta que abro el sobre y saco el presupuesto.
Asiento varias veces con la cabeza mientras alzo las cejas, es una suma importante, pero
lo que no le digo es que estaba dispuesta a pagar el doble si hacía falta.
—Veo que solo cuentas cuatro semanas de trabajo Judith, recuerda que después de que
me lo devuelvan quiero que lo acabes.
—Lo haremos en cuatro semanas, en las fotos parecía más de lo que realmente era
cuando fuimos a verlo, si alargamos un poco las jornadas diarias y dedicamos algunos
sábados, tendrá usted un barco impecable para la fecha señalada.
—Tutéame por favor—le pido con una amplia sonrisa.
Judith asiente y veo de soslayo como me observa mientras leo detenidamente todos los
puntos del presupuesto, la verdad es que está todo muy detallado y eso me gusta.
—¿Dónde os alojáis? —pregunto cuando veo el porcentaje de gastos de alojamiento.
—Álvaro y su mujer han alquilado un apartamento, Cristian está en casa de un amigo y yo
en un apartahotel.
—Eres la única que está sola, ¿por qué no te alojas en mi casa? —Le propongo—tengo
espacio de sobra, te aseguro que tendrás toda la intimidad que necesites y a la vez
compañía si te apetece. No lo digo por pagar menos, te pagaré esa parte en su totalidad.

No tengo muy claro porque le he propuesto lo que acabo de decirle, pero desde que la
conozco no puedo dejar de ver tristeza en esos preciosos ojos verdes que tiene y a la vez
me veo reflejada en ella, creo que se siente tan sola y tan vacía como yo, solo que ella no
sabe cómo llevarlo.
—Se lo agradezco—dice con sinceridad—pero por ahora creo que me quedaré donde
estoy.
—Como quieras, pero si cambias de opinión no dudes en decírmelo.
—Gracias—sonríe débilmente.
—¿Te encuentras bien Judith? Pareces agotada...
—Sí, no te preocupes, es solo que esta noche no he dormido mucho y me duele un poco
la cabeza, hoy es un día de esos en el que las horas pasarán lentas—se lamenta con media
sonrisa.
—Todo pasa Judith—murmuro dulcemente.
Su mirada se entristece más y noto cierta vulnerabilidad durante unos segundos que
rápidamente esconde tras un trago a su refresco. No sé qué me pasa con Judith, me
arranca un instinto protector que no he sentido nunca con nadie y me hace decir cosas
que incluso a mí me sorprenden cuando me oigo.
—Supongo que sí—susurra.
—Bien—digo intentando cortar ese ambiente incómodo—¿entonces cuándo comenzáis
exactamente con mi barco?
—Este en el que estamos lo acabamos entre hoy y mañana, para el otro calculo que
necesitamos unos seis días, puede que siete, después nos pondremos con tu barco.
—Perfecto entonces, no te entretengo más Judith, espero que tu día no sea muy pesado,
y cuídate por favor—le pido mirando su cuello.
Sonríe traviesa y asiente.
—Toma mi tarjeta, detrás te he escrito mi número personal, usa ese si necesitas cualquier
cosa, lo que sea Judith—insisto.
—Lo haré.
Judith desaparece entre la gente y yo me encamino hacia la tienda sin poder quitármela
de la cabeza. ¿Es normal que piense tanto en una mujer?

***
Los días comienzan a pasar, Judith se pone en contacto conmigo en un par de ocasiones
para pedirme que me ocupe de conseguirle algunos materiales que se les están acabando
y así prevenir que ya estén en mi barco cuando les hagan falta. Me gusta su
profesionalidad, está claro que es más joven que yo, no creo que tenga más de treinta y
dos o treinta y tres años y aun así parece tener una larga experiencia y resolución en su
trabajo, es una lástima que sea incapaz de aplicarla a su vida personal, estoy segura de
que esa tristeza desaparecería de su mirada. Finalmente recibo otra llamada suya en la
que me dice que ya han acabado los barcos y que al día siguiente comienzan con el mío.

***
Ya llevan dos días trabajando para mí y estoy tentada de presentarme en el puerto en
varias ocasiones pero me contengo, lo hago porque en realidad dudo de si quiero hacerlo
para ver cómo avanzan o si solo quiero hacerlo porque sigo sin poder quitarme a esa
chica de ojos verdes de la cabeza. Finalmente decido que dejaré pasar un par de días más
antes de ir, tampoco quiero que piensen que me despreocupo de mi negocio.
—Está a punto de caer una buena—me dice Alejandro que entra a darme unos papeles.
Llevo toda la tarde encerrada en el despacho contestando correos, arreglando papeles y
preparando contratos, me he metido tan de lleno en lo que hacía que apenas he
levantado la vista de la pantalla del ordenador, y ahora que lo hago y miro por la ventana
el cielo está completamente oscuro.
—Pero si hace un momento hacía un sol increíble—comento extrañada.
—Ya hace rato que las nubes han comenzado a tapar el sol señora Harbor, debería irse a
casa, esto no tiene buena pinta—murmura cuando un trueno ensordecedor me hace dar
un respingo.
Miro el reloj, son casi las ocho de la tarde.
—Dile a Sonia que cierre y marchémonos todos, Alejandro—le ordeno.
Para cuando salimos a la calle el cielo está de un tono gris oscuro que asusta, solo se
esclarece cuando los rayos cegadores que anuncian más truenos hacen acto de presencia.
Comienzan a caer las primeras gotas mientras camino hacia mi coche, al principio son
dispersas y gordas, pero cada vez caen con más frecuencia, así que aligero el paso, no
tengo paraguas y cada gota que me cae me traspasa, la temperatura ha caído en picado y
sigue cayendo, para cuando me meto en el coche estoy bastante mojada y tengo frío.
Cierro la puerta y parece que he tenido suerte, porque de pronto comienza a caer el agua
como si fuera una cascada, hacía mucho tiempo que no veía llover así.
Enciendo las luces y me pongo en marcha muy despacio, no vivo muy lejos y lo único que
deseo es llegar a casa y protegerme de la tormenta, pienso en una ducha de agua
caliente, una copa de vino y sentarme en el sillón de mi habitación para ver como la
tormenta azota mientras yo estoy calentita y a buen recaudo, me encanta. Oigo los
truenos por encima del ruido del manantial de agua que cae sobre mi coche y de pronto
se levanta un aire muy fuerte, las ramas de los árboles van de un lado a otro hasta casi
rozar el suelo en ocasiones, en menos de dos minutos las calles se están convirtiendo en
ríos, la gente está refugiada en los portales y ni los más valientes corren porque el agua
no los deja ver. Miro el termómetro de la temperatura exterior y parpadeo un par de
veces, cuando he ido al despacho a las cuatro estábamos a treinta y tres grados, ahora
estamos a diecisiete y medio.
Sigo avanzando con los limpiaparabrisas a toda marcha y me cuesta mucho ver pese a
que voy muy lenta. Por fin llego, reconozco que lo he pasado mal, pero ahora que estoy
esperando a que la puerta de la calle se abra para meter el coche me siento aliviada.
Mientras espero veo a una chica caminar por la acera, va a tener que rodear mi coche
para seguir su camino, pero cuando miro bien me doy cuenta de que es Judith, en
pantalón corto, camiseta de tirantes y calada hasta los huesos con el frío que hace.
Camina despacio con los brazos cruzados sobre el pecho intentando protegerse del frío,
está claro que está helada.
—¡Judith!—le grito bajando un poco la ventana.
El agua sigue cayendo a raudales y empapando mi brazo y el interior del coche. Judith alza
la vista con los ojos empequeñecidos y se limpia el agua de la cara con una mano para
enfocar. Tengo que reconocer que algo se enciende en mi interior cuando veo que me
observa, el agua chorrea por sus carnosos labios y da un brillo especial e hipnotizador a
sus preciosos ojos.
—¡Sube! —le ordeno en cuanto noto que me reconoce.
—¡Estoy empapada! —me grita.
—¡No me hagas bajar a buscarte Judith, haz el favor de subir! —insisto.
Creo que tiene tanto frío que no replica más, rodea el coche mientras subo la ventana y
entra corriendo y se sienta a mi lado.
—Voy a mojártelo todo—susurra.
La observo un segundo antes de atravesar la puerta y meter el coche en el garaje. Está
tiritando, los dientes le castañean y tiene la piel pálida, teniendo en cuenta lo morena que
es, es algo que me preocupa bastante. En cuanto bajamos del coche le cojo la mano y tiro
de ella, Judith me sigue torpemente sin quejarse y la llevo directamente al baño.
Enciendo la luz, abro el grifo del agua caliente y comienzo a quitarle la ropa. Tiembla
tanto que prácticamente no se mueve, sus músculos están engarrotados y soy yo quien va
quitándole las prendas pegadas del cuerpo todo lo rápido que el agua me permite. No hay
nada más complicado que quitar una prenda mojada.
En cuanto la tengo completamente desnuda la meto en la ducha y entro con ella, cierro la
mampara y la acompaño hasta colocarla justo debajo del chorro de agua caliente, pero en
cuanto lo hago Judith da un respingo y echa un paso atrás.
—Quema—susurra.
Toco el chorro de agua extrañada, tengo la temperatura fijada y en mi opinión está
caliente pero no quema, aun así la bajo unos cuantos grados y parece que por fin está a
su gusto. Se queda completamente inmóvil bajo el chorro intentando que el calor entre
en su cuerpo, mi ducha es grande, yo estoy atrás donde el agua no me moja pero sí que
tengo espacio suficiente para desnudarme con comodidad. Ahora que ya estoy desnuda
me acerco a Judith y le coloco las manos en los hombros, en cuanto me nota tengo la
sensación de que la recorre un escalofrío y empieza a agacharse hasta que se sienta en el
suelo de la ducha. Desengancho la alcachofa y me siento detrás de ella, colocando mi
cuerpo entre la pared y su espalda para protegerla del frío de las baldosas. Judith apoya
su espalda en mis pechos, se abraza las piernas y se deja hacer mientras voy echándole
agua lentamente, procuro que vaya cayendo por todo su cuerpo y con mi brazo libre la
rodeo. Al menos ya está recobrando su color.
Así comenzamos a pasar minutos y poco a poco empiezo a ser consciente de cómo
estamos, es lo más extraño que he hecho nunca, sobre todo si tengo en cuenta que estoy
desnuda abrazada a una mujer también desnuda, pero lo he hecho todo sin pensar, ha
sido instintivo, Judith lo necesitaba y lo sigue necesitando, y sinceramente, no me siento
nada incómoda por mucho que me extrañe.
—¿Estás segura de que no prefieres que suba un poco la temperatura del agua Judith? Te
ayudará a entrar más rápido en calor—le susurro.
—Paso demasiadas horas al sol—susurra también—siento que mi cuerpo arde, y el agua
caliente me molesta, ¿tú tienes frío? —pregunta preocupada.
—No, yo estoy bien, tranquila.
Volvemos al silencio anterior, yo continuo esparciendo agua lentamente por su cuerpo
hasta que con el brazo que tengo rodeándola noto que su pulso y su respiración se están
acelerando, me detengo un instante dejando el chorro caer en su nuca y observo los
pequeños espasmos respiratorios que intenta disimular. Judith está llorando. Siento un
nudo en el pecho cuando me doy cuenta, no sé qué hacer, casi no la conozco, pero está
claro que es demasiado reservada y no sé cómo puedo ayudarla. La aprieto con fuerza
contra mí para que sepa que me tiene ahí y eso la hace perder el control y llorar de forma
desconsolada.
—Todo pasa—le susurro otra vez.
Y vuelvo a echar agua sobre ella permitiendo que se desahogue cuanto necesite. No sé los
minutos que pasamos así hasta que por fin se calma, entonces echa la cabeza hacia atrás
para apoyarla en mi hombro y con una mano coge la mía para que le eche el agua
directamente en la cara. Lo hago y ella se limpia, después las dos nos ponemos en pie con
dificultad y alguna mueca de dolor que nos hace sonreír, hemos estado tanto rato en la
misma posición que me duelen las articulaciones. Nos enjabonamos y aclaramos y cuando
salimos cojo un par de toallas del armario, le echo una por encima de los hombros y
Judith se envuelve y se sienta sobre un pequeño taburete que tengo en el baño mientras
yo me seco.
—¿Sigues teniendo frío? —pregunto colocando una mano en su mejilla.
—Un poco—confiesa.
Sus mejillas arden, así que imagino que está destemplada, puede que incluso tenga algo
de fiebre. Me enrosco la toalla alrededor del cuerpo y cojo otra más pequeña y le seco el
pelo para que no tenga que sacar los brazos de la suya. Me cepillo el pelo y después se lo
cepillo a ella, Judith no se mueve, ni protesta como sería de esperar en ella, sé que tiene
carácter y que en condiciones normales todo esto no estaría pasando, pero ahora no se
encuentra bien y creo que tiene la moral por los suelos, se está dejando cuidar y a mí me
encanta que me deje hacerlo. Vamos a mi habitación y le presto ropa interior, le doy un
pantaloncito corto de pijama y una camiseta.
—¿Tienes una más ancha? —dice observando la camiseta.
—Claro...
Entonces me doy cuenta, por eso siempre que la veo viste camisetas anchas, es por el
mismo motivo por el que no aguanta el agua caliente, la piel de sus hombros y espalda
está demasiado sensible y le molesta.
—No te la pongas todavía, voy a echarte un poco de crema si te parece bien—le comento.
Afirma con la cabeza y en su mirada verde lo único que veo es un agradecimiento que no
es capaz de expresar con palabras. Me echo bastante crema en las manos y me lo tomo
con calma extendiéndola delicadamente por su espalda, sus hombros y su nuca. Me gusta
el tacto de su piel, reconozco que tocarla de esta manera me resulta muy agradable y me
apena tener que parar. De ahí la llevo al sofá, le doy una sábana para que se la eche por
encima y me voy a la cocina y caliento dos tazas de caldo.
No estoy pasando esta noche de lluvia como había planeado, pero esto no es peor, la
compañía de Judith me agrada, y sentir que en parte la estoy ayudando me hace sentir
muy bien, aunque ella no lo esté.
—¿Qué te apetece cenar? —le pregunto cuando se termina el caldo.
—No tengo hambre, solo estoy algo cansada.
Su mirada me confirma lo que dice, y como no se encuentra muy bien tampoco le insisto
para que coma. Se pierde en su mundo mirando por la ventana y yo aprovecho para
volver al baño y recoger toda nuestra ropa y secar el suelo. Cuando vuelvo sigue tal y
como la he dejado.
—Hoy dormirás conmigo Judith, me preocupa que te encuentres mal o te suba la fiebre y
estés sola...
Y como lleva haciendo desde que ha subido al coche no protesta. Cuando nos acostamos
se queda tumbada boca arriba, entra algo de luz por la ventana, he dejado la persiana
subida porque desde la cama puedo ver la luna, es algo a lo que me he acostumbrado
antes de dormirme y a Judith no le ha importado, aunque hoy está tapada por las nubes.
Me giro hacia la silueta negra de la chica de ojos verdes y le toco la frente un segundo
para ver si tiene fiebre, no consigo saberlo, su temperatura corporal es alta, pero creo
que por el efecto del sol.
—¿No puedes dormir? —le pregunto media hora más tarde al notar que se mueve
mucho.
—No—susurra.
—¿Te apetece hablar de lo que ha pasado en el baño? —pregunto con calma.
No quiero agobiarla, pero tampoco quiero que piense que me es indiferente, por alguna
razón todo lo que le pueda pasar me preocupa más de lo que debería.
—Otro día—susurra de nuevo.
—Está bien—concedo satisfecha—¿qué te parece si hoy te cuento yo parte de mi historia
y el próximo día me cuentas tú la tuya?
—¿Parte? —pregunta extrañada.
—La mía es tan aburrida que seguro que consigo que te duermas antes de acabar—
bromeo.
Judith sonríe y eso me gusta, pero todavía me gusta más cuando se gira y se coloca de
lado mirando hacia mí. Noto su intriga por conocer mi historia y me hace sentir una
extraña alegría que quiera saber algo de mí. Empiezo a contarle como conocí a mi marido,
lo locamente enamorada que estaba y como ambos empezamos nuestro negocio
comprando una pequeña embarcación que utilizábamos para llevar a los turistas a calas
escondidas y poco frecuentadas.
—Lo hicimos con la idea de conseguir algo de dinero extra durante las vacaciones de
verano, ese año teníamos planeado ir de vacaciones de navidad a Nueva York y
queríamos hacerlo a lo grande, los dos éramos jóvenes y ambiciosos. El caso es que
prácticamente desde el primer día comenzamos a tener clientes, mi marido tenía don de
gentes y lo que al principio eran tres o cuatro salidas diarias se acabaron convirtiendo en
unas quince en pocos días. Vimos las grandes posibilidades que tenía aquello y durante
las horas que no trabajábamos nos dedicábamos a buscar rutas nuevas y contemplar todo
tipo de posibilidades como las de adentrar simplemente a las personas en el mar para
hacer snorkel o darse un simple baño.
Poco a poco he ido bajando más el tono de voz hasta que lo he convertido en un susurro,
no sé si mi historia la ha aburrido profundamente o si simplemente oírme la ha calmado,
pero Judith se ha dormido.

Capítulo 5
Judith

La alarma de mi móvil ha sonado a las cinco en punto de la mañana como cada día y me
he sobresaltado, en todo momento he tenido claro que no estoy en mi apartamento y
que a mi lado está Ivana durmiendo. He apagado la alarma lo más rápido que he podido y
me he girado para observarla, no puedo verla muy bien pero no se mueve, y por el sonido
de su respiración pausada y lenta entiendo que duerme plácidamente. Aunque anoche
me encontraba fatal cuando me acosté, ahora me encuentro como si me hubieran
reseteado y cargado las pilas, no noto ese frío incómodo ni la pesadez que sentía en mi
cuerpo, está claro que tanto la ducha, como el tazón de caldo y haber descansado un
poco, me ha sentado muy bien.
No quiero despertarla, bastante ha hecho ya por mí como para que encima la moleste de
madrugada para que me preste algo de ropa, la mía acabó en su cubo de la ropa sucia.
Como es muy pronto y sé que no habrá mucha gente por la calle decido que me voy a ir
tal cual estoy, con el pantalón de pijama, la camiseta y las chanclas, pero no sin antes
darle las gracias. Me siento en su sofá para escribirle un mensaje con el móvil y enviárselo
más tarde, pero pienso que eso es algo muy frío teniendo en cuenta lo agradecida que
estoy por lo que hizo ayer por mí. Busco en mi bandolera y saco la pequeña libreta que
siempre llevo y un bolígrafo, el papel está húmedo pero servirá, creo que un
agradecimiento escrito a mano es más personal y sincero, escribir un mensaje de texto en
el móvil es fácil, sobre todo para alguien como yo, me cuesta mucho expresar lo que
siento y a veces parezco una mal educada simplemente porque no encuentro la forma de
decir un simple gracias.
“Buenos días Ivana,
Gracias por cuidar de mí ayer, necesitaba a alguien y tú supiste darme exactamente lo
que me hacía falta sin esperar nada a cambio. No se me dan bien estas cosas, me cuesta
mucho expresarme, pero no he querido irme de aquí sin darte las gracias.
P. D. Me he llevado la ropa que me dejaste, te la devolveré en cuanto la lave”

Llego al barco y esta vez es Cristian quien me pone protector solar mientras Álvaro deja
en la cocina del yate unas bolsas con el desayuno que su mujer María nos ha preparado.
—Ayer llegué empapado—se queja Cristian mientras le pongo crema a él—si no cojo un
catarro será un milagro.
—Yo llegué muy destemplada, pero hoy me encuentro perfectamente—continúo sin dar
más explicaciones.

Pasamos toda la mañana dedicándonos al exterior de la cabina, hay algunas zonas con la
pintura rascada o algún arañazo y varias manchas de líquido, probablemente de alguna
fiesta.
Hoy hace un calor muy pegajoso e incómodo, demasiado bochorno, por más agua que
bebo parece que nunca me sacio, hasta que Cristian aparece de pronto con una
manguera y nos acribilla a Álvaro y a mí para después refrescarse él. Parece que eso me
despierta y me activa, le pido que me eche más y después nos sentamos un rato a la
sombra para intentar recuperar energía.
—Ni los exquisitos manjares que nos ha preparado María me reactivan—comenta Cristian
—hoy estoy medio muerto, no puedo con mi alma.
—Que exagerado—le dice Álvaro con cansancio.
Dicho eso y como caída del cielo aparece María con una bolsa isotérmica, y tras besar a
Álvaro la abre y saca cuatro cucuruchos.
—Nata para Cristian, vainilla para Álvaro y Jud, y chocolate para mí—dice contenta.
—Gracias María, eres la mejor—digo mientras rompo el papel.
—Lo sé—bromea—¿y sabes cómo puedes agradecérmelo?
La miro con ojos entornados y sonrío.
—¿Esto es un soborno, María? —bromeo mostrando el cucurucho.
—No me gustaría tener que llegar a eso para que aceptes venir esta noche a cenar a casa,
tú también Cristian—dice señalándolo—vendrán un grupito de amigas y amigos muy
majos que he conocido en la piscina y quiero presentarles a mi segunda familia.
—Yo voy donde me digan—responde Cristian divertido con la boca manchada como un
crío.
Todos reímos ante la imagen, pero yo no he respondido, si solo fuésemos los cuatro iría
encantada, pero no tengo el ánimo para conocer a gente nueva, pensar en tanto barullo y
tener que sonreír por compromiso me agobia, pero es María, y son mis amigos, no puedo
decir que no.
—De acuerdo—digo intentando mostrar algo de entusiasmo.
—Perfecto—dice encantada—os dejo entonces, voy a hacer la compra y a prepararlo
todo. No acabéis tarde, a las nueve os quiero a todos en casa duchados y guapos.
—Más guapo no sé si podré ponerme, pero lo intentaré—bromea Cristian arrancándonos
otra sonrisa.
María se marcha y los tres nos ponemos de nuevo a trabajar con las pilas cargadas, el
parón y el cucurucho frío con su respectiva dosis de azúcar nos ha dado energía a los tres.
Estoy acabando de pulir la parte baja de la cabina cuando veo una figura aproximarse por
mi izquierda.
—Buenos días—dice Ivana desde el fondo del barco.
Álvaro la saluda con normalidad, pero Cristian se pone en pie de un salto y saluda con su
famosa sonrisa de conquistador nato, es como un niño al que le han puesto un caramelo
delante. Ivana lo saluda sonriente y me mira divertida, está claro que ya ha calado a mi
amigo.
—¿Tienes un segundo Judith? —me pide sin moverse.
—Sí, claro.
Dejo lo que estoy haciendo y me acerco a la mujer para la que ahora trabajo.
—¿Te da miedo tu barco? —bromeo sin entender porque se ha quedado junto a la
pasarela.
—Los olores fuertes me molestan, y los productos que utilizáis lo son—dice restándole
importancia—no quiero entretenerte mucho, solo quería saber cómo estás, ¿te
encuentras mejor? —pregunta preocupada.
—Sí, de hecho esta mañana me he levantado muy bien, gracias por ayudarme ayer Ivana
—contesto algo abochornada.
—Me alegro de que te encuentres mejor, y no has de darme las gracias, lo hice encantada
—dice con sinceridad.
—Aun así te lo agradezco—insisto otra vez.
—¿Sabes cómo puedes agradecérmelo? —pregunta entornando los ojos con una sonrisa
que me pone muy nerviosa.
—¿Cómo? —pregunto intrigada.
—Dejando que hoy te invite a comer...
Lejos de molestarme su propuesta me gusta, pero también me inquieta, Ivana tiene algo
que me atrae y me gusta cómo me trata, si la dejo acercarse a mí puedo acostumbrarme
a eso y después pasarlo mal cuando me vaya. Aun así, en esta ocasión he decidido
aceptar, es lo mínimo que puedo hacer.
—Con una condición—digo alzando las cejas son seguridad.
—¿Cuál? —quiere saber.
—Yo invito, o pago yo o no voy—la amenazo.
Sé que mi seguridad le gusta y le divierte, lo noto en su forma de mirarme y es así como
quiero que me vea siempre y no como ayer, ese momento de debilidad no puede volver a
repetirse delante de ella ni de nadie.
—Muy bien Judith, tú invitas—concede—¿te parece bien el restaurante de la otra noche?
Hacen unas paellas deliciosas, a ver si conseguimos que hagas una comida como Dios
manda—sonríe.
Noto como salivo al pensar en la paella, me encanta, y además comienzo a tener algo de
hambre. Tal vez comiendo en un restaurante con aire acondicionado la comida me entre
mejor. Tras eso se marcha y quedamos una hora más tarde directamente en el
restaurante. Ivana nos dio permiso para usar todas las instalaciones del barco, así que me
ducho allí mismo y cuando llego al restaurante la encuentro en la puerta esperando con
una sonrisa que me altera. Nos sentamos y la observo mientras le pide al camarero
nuestra comida, lleva una blusa con un botón de más desabrochado, tiene un escote
precioso y la verdad es que estoy teniéndome que esforzar mucho para no mirarlo
constantemente, pero como ahora está distraída clavo mis ojos en él y de pronto siento la
tentación de tocarlo, dejo volar mi imaginación y pienso en desabrochar esos botones
que faltan y en lo que encontraría debajo. Pensarlo hace que me entre calor y me pongo
nerviosa, aparto la mirada de golpe cuando el camarero se va y doy un trago a mi refresco
sorprendida, ¿desde cuándo siento yo ganas de tocarle los pechos a una mujer?
—No acabaste de contarme la historia—le digo deseosa de que hable y me ayude a alejar
esos pensamientos de la cabeza.
—¿La historia? —pregunta extrañada.
—Sí, de tu negocio, creo que me quedé dormida—digo haciendo una mueca de disculpa.
Ivana se ríe y le quita importancia.
—Ya te dije que era aburrida, ¿qué es lo último que recuerdas? —pregunta clavando su
intensa mirada en mí.
—Que visteis un nicho de mercado—digo encogiéndome de hombros.
—Bueno, pues eso lo resume todo un poco Judith, tras ver lo bien que nos estaba
saliendo la jugada buscamos más alternativas para ofrecer a los turistas, y antes de que
acabara el verano decidimos que lo que habíamos ganado lo invertiríamos en otra
embarcación. Obviamente no nos llegaba pero tampoco nos faltaba mucho, así que
pedimos un préstamo en el banco y a partir de ahí doblamos los servicios y con ello los
ingresos. En invierno evidentemente la cosa bajó, pero aun así seguíamos ganando sumas
importantes, conseguimos pagar aquel préstamo relativamente rápido y después de que
mi marido se sacara el título de capitán nos metimos en un préstamo mayor y compramos
el primer yate para el verano siguiente. A partir de ahí fue trabajar mucho, invertir lo
ganado durante los tres primeros años y después ya lo ves, poco a poco fuimos creciendo
hasta convertir aquel pequeño capricho de una pareja joven en un negocio millonario.
¿Puedo preguntarte algo? —dice de pronto.
—Claro.
—Por lo que veo te llevas bien con tus dos compañeros, ¿por qué no te alojas con alguno
de ellos? Estoy segura de que te lo habrán sugerido...
La miro y sonrío levemente, tiene razón, tanto Álvaro y María me insistieron en que me
quedara en su apartamento como Cristian con él y su amigo.
—Me gusta tener intimidad—respondo escueta.
—¿Sabes lo que creo Judith? —dice endureciendo su expresión.
—Dime.
—Creo que alguien te hizo mucho daño, y que tu forma de protegerte ha sido
hermetizarte para que nadie vuelva a hacerlo—sentencia con seguridad.
No soy capaz de articular palabra, tan solo la escucho mientras la rabia recorre mi cuerpo
al sentirme descubierta, a veces tengo la sensación de que Ivana Harbor tiene el poder de
meterse en mi cabeza, o eso o me estoy volviendo demasiado predecible.
—Puedo llegar a entenderlo—continúa—a nadie le gusta sufrir y todas hacemos lo que
creemos que es mejor, pero en tu caso y por lo poco que te conozco me aventuro a decir
que para ti ya no lo es, ese método ahora te hace más mal que bien Judith, puede que te
funcionara al principio, pero la soledad es demasiado mala como para encima elegirla por
voluntad propia, no lo hagas.
—Gracias por el consejo—consigo decir sin poder mirarla a los ojos.
—¿Qué te hicieron Judith? Cuéntamelo por favor—me suplica dulcemente.
—Tal vez otro día—digo tragando saliva.
—¿Sabes una cosa? —Dice sin dejarme responder—me intrigas Judith, reconozco que hay
algo en ti que me atrae, no sé muy bien qué es, pero salvo que tú me pidas lo contrario
voy a intentar ganarme tú confianza.
Su confesión me sorprende y me gusta, yo no lo hubiera descrito mejor, porque así es
como me siento yo cuando estoy con ella, intrigada por descubrir cada día un poco más
de su historia.
—No te voy a impedir nada Ivana—sonrío ligeramente—pero tal vez no te guste lo que
encuentras, si es que lo encuentras.
—Me gustan los retos—responde contenta—y yo decidiré si lo que encuentro me gusta o
no, no te preocupes.
Me dedica una mirada cargada de seguridad y satisfacción que me traspasa, pero
mantengo la compostura, yo también la miro a los ojos con media sonrisa, porque mi otra
alternativa es mirar su escote y no me parece muy ético, aunque me muera de ganas de
hacerlo.

Después de la comida vuelvo al barco, creo que comer tanto no ha sido buena idea, ahora
me siento a punto de explotar y con esta calor tengo la sensación de que en cualquier
momento puedo desmayarme, me atiborro de agua y paso la tarde como puedo hasta
que por fin llego a casa y como siempre me comienzo a desnudar en cuanto cruzo la
puerta, me ducho, vuelvo a echarme crema y sin ponerme una sola prenda me dejo caer
en la cama exhausta, necesito descansar al menos cinco minutos antes de prepararme
para la cena de esta noche en casa de Álvaro y María.

Capítulo 6
Ivana

Esta semana estoy hasta arriba de trabajo, el papeleo me devora y los problemas con los
barcos parece que se multiplican en lugar de reducirse, Alejandro intenta liberarme de
percances como el de esta mañana, cuando otra embarcación tripulada por un par de
niños pijos y borrachos ha colisionado contra una de las nuestras, pero al final he tenido
que intervenir. Por suerte todo el mundo ha resultado ileso tanto en una embarcación
como en la otra, pero el barco tiene daños considerables y no puedo utilizarlo en esas
condiciones, he tenido que mover cielo y tierra para conseguir uno con el que cubrir
todas las excursiones previstas con este y estoy de un humor de perros cuando mi amiga
Sara entra en mi despacho y se sienta frente a mí con cara de satisfecha.
—Te vas a quedar ciega de tanto mirar la pantalla—me dice contenta.
—Sara estoy ocupada, ¿quedamos luego? —le pido amablemente.
Pero no contesta, y ante eso alzo la vista y veo como coge una hoja en blanco, la arruga
hasta convertirla en algo parecido una bola y me la lanza a la cabeza.
—¿Así tratas tú a las amigas? —se queja divertida.
Su gesto me arranca una sonrisa y finalmente cedo y me recuesto en el respaldo de mi
silla.
—Soy toda tuya, ¿a qué viene esa cara de alegría? —pregunto entornando los ojos.
—Salva pasará la noche en Tarragona, así que soy libre—dice con entusiasmo.
—¿Tienes esa alegría en el cuerpo porque tu marido no estará esta noche? —insisto.
La conozco, sé que hay más, Sara es muy expresiva, y que Salva pase un día fuera no es
ninguna novedad.
—Por eso y por el polvo que acabamos de echar, ¡ha sido una pasada Ivana! —exclama
con los ojos muy abiertos.
Me da la risa, sabía yo que toda esa alegría tenía que tener un trasfondo sexual.
—¿Intentas darme envidia? —pregunto fingiendo un enfado.
—Si no follas es porque no quieres, no vayas de víctima—se ríe—pero bueno, he pensado
que esta noche nos vamos a cenar y así ya tienes excusa para llevarte a un hombre a tu
cama y que te quite las telarañas de ahí abajo.
—¿Qué te hace pensar que hay telarañas ahí abajo? —murmuro siguiéndole la corriente.
—La mano no cuenta, ni tus juguetitos tampoco—exclama traviesa y yo sonrío.
—De acuerdo, ahora en serio Sara, tengo trabajo, si quieres seguimos hablando esta
noche.
—Está bien—concede poniéndose en pie—ponte bien mona que te presentaré al primer
machote que se ponga a tiro.
Me río, Sara es incansable cuando se le mete algo en la cabeza, seguro que me acaba
presentando a alguien.
—Oye, Sara—digo de pronto—¿te importa si invito a una amiga? Está aquí por trabajo y
no conoce a mucha gente.
—Claro, dile que se venga—responde contenta—así podré charlar con alguien mientras
tú ligas—dice guiñándome un ojo.
Le digo adiós con la mano mientras cruza la puerta, no tiene remedio. Cuando por fin se
va cierro y suspiro, adoro a mi amiga, pero a veces me pone nerviosa con todo ese
ímpetu. Me siento de nuevo, apoyo la cabeza en el respaldo de la silla y cierro los ojos un
segundo mientras pienso en que debo llamar a Judith para invitarla esta noche, mi
imaginación se desata y veo sus preciosos ojos verdes, su piel suave y morena, y entonces
la recuerdo desnuda en mi ducha y me excito pensando en lo mucho que me gustaría
volver a repetir esa escena en otras condiciones. Abro los ojos alterada, ¿qué me pasa? Yo
jamás me he sentido atraída por una mujer y creo que eso es lo que me está pasando con
Judith y me inquieta.
Unos golpes en la puerta me asustan y me sacan de mis pensamientos a la vez que mi mal
humor vuelve. La puerta se abre y veo entrar a Lucas, eso me sorprende, pero cuando veo
como me mira lo entiendo todo. Lucas es el dueño de una de las empresas de la
competencia, y aunque somos eso, competidores, en muchas ocasiones nos ayudamos
mutuamente para cumplir con contratos que el otro no puede. Eso es lo que hace Lucas
aquí, él es quien me va a prestar una de sus embarcaciones hasta que yo pueda arreglar la
mía, previo pacto monetario, por supuesto.
—Te traigo el contrato—dice alzándolo con una mano mientras sonríe.
—No hacía falta que vinieras Lucas, podías habérmelo enviado por email—digo mientras
él avanza hasta pararse al otro lado de la mesa.
—Lo sé, pero quería verte—dice con la mirada encendida.
Este es el motivo real por el que ha venido, quiere sexo. Lucas y yo no tenemos nada, creo
que ni siquiera nos caemos bien mutuamente, él es un cazador nato y a mí los hombres
así no me van, pero reconozco que es muy atractivo y que ahora lo único que me apetece
de un hombre es sexo, nada más, y con él puedo tenerlo sin miedo a que después me
monte un drama o espere una declaración de amor, ya lo hemos hecho otras veces y
después actuamos como si no hubiera pasado nada, cada uno a lo suyo.
—Estoy ocupada—murmuro.
Si se ha creído que va a venir aquí y follarme cuando le dé la gana está muy equivocado,
esto solo pasa cuando yo lo digo, cuando yo concedo. Lucas me mira y sonríe, aunque es
un conquistador no es un pesado ni un baboso, así que deja el contrato sobre la mesa y se
dirige hacia la puerta. Eso me gusta, ahora el control es mío, ahora va a pasar porque yo
quiero, porque estoy excitada y porque quiero asegurarme de que los hombres me siguen
atrayendo.
—Lucas—lo llamo antes de que salga de mi despacho.
Se gira y me da un repaso con descaro en cuanto me pongo en pie.
—Cierra la puerta y echa el pestillo—le ordeno.
Mientras él obedece y se asegura de que nadie puede entrar yo rodeo la mesa y me
siento sobre ella. Lucas viene hasta mí con paso decidido y mete su cuerpo entre mis
piernas frotando su enorme erección contra mi sexo mientras me besa. Suspiro
profundamente al sentirlo, notarlo tan duro me vuelve loca de deseo. Lucas es muy tosco
y bruto, no es nada delicado y reconozco que para un polvo ocasional me gusta así, sin
rodeos, salvaje y primitivo.
Su lengua se retuerce feroz en mi boca mientras él se desabrocha su elegante pantalón y
yo me subo la falda del vestido hasta la cintura, aquí no hay preliminares ni tiempo para
caricias delicadas, él quiere follarme y yo que me folle, no hay más. En cuanto se coloca el
preservativo yo me abro para recibirle deseosa por sentirle dentro y él murmura:
—Agárrate fuerte.
Eso me excita, sé porque lo dice y en cuanto me rasga el tanga provocándome un roce
que me escuece en la cadera me agarro a su nuca con fuerza y lo rodeo con las piernas,
Lucas entra en mí con un embiste tan certero como profundo y ahogo un grito en su
pecho, resoplo sin quejarme, me ha dolido un poco pero a la vez me ha gustado, siempre
me pasa lo mismo con él. Lucas me mira una sola vez para confirmar que todo está bien, y
en cuanto asiento ya no hay más atenciones, agarrando mis nalgas con fuerza comienzan
las embestidas y con ellas mis jadeos, me gusta su ritmo, me gusta su profundidad, me
gusta la fuerza de sus movimientos y me pone mucho como me mira, Lucas es muy bueno
para un aquí te pillo aquí te mato y eso es justo lo que necesito ahora, liberarme. Su ritmo
comienza a aumentar y mi respiración se acelera, hundo la cara en su cuello y cierro los
ojos, pero en cuanto lo hago solo puedo ver a Judith desnuda en mi ducha y eso me
provoca una excitación extrema que me cuesta controlar, rápido separo mi cabeza y abro
los ojos completamente encendida y muerta de deseo.
—¿Qué te pasa? —pregunta Lucas sin dejar de entrar y salir de mi interior.
—Nada—suspiro aturdida.
Mi reacción le ha descolocado y no quiero que pare, así que vuelvo a hundir mi cara en su
pecho, vuelvo a cerrar los ojos y Judith vuelve a aparecer, siento que ardo, pensar en ella
me provoca un placer tan desconocido como inmenso, noto como me cierro y mi sexo
atrapa su erección, empiezo a volar, mi cuerpo se revoluciona entre placer, jadeos y
gemidos y finalmente exploto clavando las uñas en la espalda de Lucas sin control alguno.
Él emite un sonido ronco ante el dolor que le causa y tras unas pocas embestidas más, se
ahoga en otro suspiro y se detiene exhausto entre mis brazos. Tras el tiempo
imprescindible para recuperarnos nos recolocamos la ropa y lo acompaño a la puerta.
—Siento lo del tanga—susurra sin mirarme.
—Descuéntamelo de la factura—susurro yo también.
Veo cómo se muerde los labios para no reír y yo también me contengo, es la primera vez
que hacemos una broma sobre esto y me ha gustado, al final hasta puede que algún día
me acabe cayendo bien.
—Llámeme si hay cualquier contratiempo con la embarcación señora Harbor—disimula
cuando ve que aparece Alejandro.
—Lo haré.
Nos despedimos y vuelvo a mi despacho satisfecha, sin tanga y a la vez preocupada por lo
que me pasa con Judith. Tras hablar un rato con Alejandro sobre algunos asuntos por fin
se marcha y llamo a la morenaza de ojos verdes.
—Dime Ivana—responde tras unos cuantos tonos.
Su respuesta jovial y cercana me agrada tanto que durante un segundo me bloqueo y
siento un nudo de nervios en el estómago.
—Hola Judith—contesto al fin—¿te interrumpo?
—Bueno, depende—contesta divertida—si fueras otra persona te diría que fueses al
grano porque estoy trabajando y no puedo perder el tiempo, pero tú pagas, así que
perderé el tiempo que tú consideres—se ríe.
Me encanta que esté de buen humor, hasta ahora solo he disfrutado de su alegría en
momentos muy puntuales, la he visto triste, cansada y llorando, pero riendo pocas veces,
y aunque no la pueda ver me la imagino y con eso ya me conformo.
—Te noto contenta, me alegra mucho que estés así—murmuro sinceramente.
—He dormido toda la noche del tirón, casi seis horas—confiesa más seria.
—¿No duermes bien?
El día que durmió en mi casa recuerdo que le costó dormirse, estando dormida la oí
quejarse como si le doliera algo y sé que se despertó en varias ocasiones, pero pensé que
era porque extrañaba la cama. Mi pregunta la desconcierta, tarda en contestar y sé que
su dosis de alegría ha terminado por hoy, pero ya está hecho, así que insisto.
—Judith...
—Me cuesta dormir más de un par de horas seguidas, cualquier ruido me despierta y
después me cuesta mucho conciliar el sueño de nuevo—confiesa.
—¿Llevas mucho tiempo así? —pregunto preocupada.
—Unos meses, pero estoy acostumbrada, una vez a la semana me tomo un relajante y
caigo plana, tampoco he sido nunca de dormir muchas horas, así que... —dice restándole
importancia.
Suspiro y sé que me oye, le diría que fuese al médico o hiciera algún deporte, está claro
que Judith tiene una ansiedad de caballo, pero no soy nadie para darle consejos y mucho
menos por teléfono.
—¿Para qué has llamado Ivana? ¿Necesitas algo? —pregunta inquieta.
—Sí, perdona, te llamaba porque esta noche he quedado con una amiga para cenar, he
pensado que a lo mejor te apetecía venirte, Sara es un tía muy normal, seguro que te cae
bien...
Otra vez silencio y ya sé que la respuesta será no, tan solo está buscando una excusa para
darme una negativa, Judith me desconcierta cada vez más, en ocasiones tengo la
sensación de que me quiere cerca y en otras, como la de ahora, me evita.
—Te lo agradezco Ivana, pero mañana trabajo y ya sabes que madrugo, no quiero
acostarme tarde.
—Está bien—digo sin insistir—pero si cambias de opinión llámame, ¿de acuerdo? Ahora
cuelga y vuelve al trabajo, que me sales muy cara—bromeo en tono guasón.
Judith se ríe y se despide con un simple adiós que me sabe a muy poco.

***

—¿No viene tu amiga? —pregunta Sara en cuanto me ve entrar sola al restaurante.


—No, mañana madruga y no se quiere acostar tarde.
—Vamos, que te ha dado plantón—se ríe.
—Exacto—confieso sintiéndome así, plantada.
La cena con Sara transcurre con normalidad, no le he hablado de mi encuentro con Lucas
ni lo haré nunca, sé lo que diría: cualquiera menos Lucas. Su fama de mujeriego le
precede y confieso que nunca le recomendaría a una amiga que se acercase a él, pero él
es precisamente la dosis justa de lo que yo necesito, desde que mi marido murió no he
sentido deseo de compartir mi vida con nadie, pero tengo mis necesidades y para eso
Lucas es perfecto.
Tras un buen rato de charla con Sara que me sienta muy bien y consigue desconectarme
de todo lo que me preocupa, insiste en que vayamos a tomar una copa, al principio le
digo que no, pero sé que estará suplicando hasta la mismísima puerta de mi casa, así que
claudico.
—Solo una copa—le aclaro—después me voy a casa.
—Una copa y nos vamos, prometido—responde contenta.
Nunca he sido de salir a tomar nada por la noche, para eso soy más hogareña, prefiero
una copa de vino en casa en buena compañía o sola, pero en casa. Sigo a mi amiga por la
calle mientras ella habla sin parar de sus próximas vacaciones hasta que por fin se detiene
en un bar cerca de la playa. En cuanto entramos mi gesto cambia y me pongo de un
humor de perros tras escanear el local, lo primero que veo es a Judith sentada en la barra
hablando alegremente con un chico, es más de media noche, menos mal que no quería
acostarse tarde. La sangre me hierve, no sé si es por la decepción que siento porque me
haya mentido o si son celos puros y duros, pero la escena me molesta enormemente.
—¿Pasa algo Ivana? —me pregunta Sara extrañada.
—No—contesto de mal humor.
—Vale chica, que carácter más raro tienes a veces—dice con normalidad—¿te apetece
que nos sentemos o nos quedamos en la barra?
Lo primero que pienso es en decirle que lo que me apetece es irme, pero tras meditarlo
unos segundos cambio de opinión y decido quedarme y tomarme la copa que le he
prometido.
—Sentadas—sentencio.
Tras echar un vistazo descubrimos que solo hay un par de mesas libres, así que le
pregunto a Sara que quiere tomar y le pido que se siente mientras yo voy a la barra.
Reconozco que soy una persona que en caliente digo barbaridades, siempre que me
enfado intento calmarme primero para poder pensar en el motivo y decidir si realmente
merece la pena estar enfadada por ello, pero ahora no puedo controlarme, conforme me
voy acercando a la barra y veo como ese chico tontea con ella mi enfado crece. Me coloco
a su lado, Judith está girada hacia el otro para estar de cara al chico y ni siquiera se
percata de mi presencia, pido las consumiciones y mientras pago oigo al muchacho:
—¿Me dejas acabar lo de la otra noche?
Un escalofrío me recorre el cuerpo, está claro que además de despechada estoy celosa.
Judith le contesta, pero en ese momento un par de chicas se han puesto a mi otro lado
con la risa tonta y no he podido escucharla. Tengo la tentación de estrangularlas a las dos
y pedirles que guarden silencio, pero ahora ya es tarde, sea lo que sea lo que la morena
ha dicho nunca lo sabré, y aunque lo intento no consigo morderme la lengua.
—Pensaba que mañana madrugabas—susurro en su oído mientras miro al chico de forma
incendiaria.
Judith da un respingo y se gira, su cara es un poema cuando me ve y se siente pillada.
—Ivana... —empieza a decir.
Pero la corto, no quiero que me mienta más, y menos a la cara.
—Tranquila, sigue a lo tuyo, aunque la próxima vez que no quieras verme puedes
comportarte como una adulta y no inventarte ninguna excusa barata Judith, basta con
que me lo digas.
—No es lo que piensas, yo...
—Déjalo—la corto de nuevo—no tienes que darme explicaciones, no soy tu madre, ni tu
hermana, ni tu prima, ni tu amiga, lo que hagas no es asunto mío.
Su gesto se contrae y me mira aturdida, por un momento tengo la tentación de ceder y
dejar que se explique, pero mi orgullo herido no me lo permite, así que cojo las bebidas y
me voy hacia la mesa sin decir nada más. Mientras camino entre la gente intentando que
no me derramen las copas pienso en que la única que no se ha comportado como una
adulta soy yo, Judith es libre de hacer lo que le dé la gana con quién le dé la gana, y si no
le apetece cenar conmigo puede poner la excusa que le parezca y yo debo aceptarla, pero
he sido incapaz.
Cuando por fin llego a la mesa da la casualidad de que Sara se ha sentado de espaldas a la
barra y yo tengo el sitio que me permite ver a la morena perfectamente. Durante varios
minutos me centro en mi amiga y evito con todas mis fuerzas mirar, quiero pensar que se
siente mal y mirará en mi dirección, quiero que vea que paso de ella totalmente. No me lo
puedo creer, estoy a punto de entrar en la cuarentena y me estoy comportando como
una auténtica adolescente, perfecto.
Sara sigue hablando sin parar, ajena a la mala leche que recorre mi cuerpo cuando mis
fuerzas flaquean y enfoco a Judith, mis ojos se abren mucho, ahora está de cara a la barra
y el chico ya no está ni creo que vaya a volver, su taburete lo ocupa una chica que charla
animada con su novio. Observo su espalda embelesada, la camiseta de tirantes ancha de
color rosa clarito que lleva contrasta con el moreno de su piel dándole un aire demasiado
sexy, tiene el pelo recogido en una cola alta que cuelga lacia rozando la parte baja de su
nuca mientras da un trago tras otro a su bebida.
—Ivana, ¿me estás escuchando? —pregunta Sara de mal humor.
—Sí, claro que te escucho.
—¿En serio? Porque llevas cinco minutos sin dejar de mirar a esa chica, ¿la conoces?
Sus palabras me ponen nerviosa, ahora la que se siente pillada soy yo, y tras coger mucho
aire respondo:
—Sí, se llama Judith, es la chica que se está encargando del mantenimiento de mi barco.
Sara se gira de nuevo y la observa un instante, después me mira y con ojos entornados y
cara de sin vergüenza pregunta:
—Ella es el motivo de tu enfado, ¿verdad? —Adivina—ella es la amiga a la que has
invitado y que te ha dicho que no—sigue divertida tras su descubrimiento.
A mí no me hace ninguna gracia al principio, pero Sara cuenta su teoría con tanta gracia
que al final consigue que mi enfado disminuya y yo también me ría.
—Te ha dicho que tenía que madrugar y mira a la morenaza, porque joder, ya quisiera yo
ese tono para mí—dice para sí y continúa—de ligoteo casi a la una de la madrugada.
Cuando dice esa palabra mis alarmas saltan de nuevo y enfoco a Judith, ahora hay otro
chico que habla con ella dedicándole miradas lobunas. Los celos me corroen.
—Me has pillado—confieso—reconozco que me molesta verla aquí, la he invitado porque
por algún motivo me ha caído muy bien, sé que está sola y creo que se siente igual, así
que no sé...
—Bueno mujer, no te enfades, quizá lo que le apetecía para esta noche era echar un buen
polvo y nosotras le hubiéramos cortado el rollo—dice divertida—a ver si aprendes.
Pero yo no me divierto con la nueva teoría de Sara, así que cambio de tema y las dos nos
enfrascamos en una conversación sobre novelas históricas que no me interesa en
absoluto y mientras tanto sigo observando a Judith, que por cierto no se ha girado ni una
sola vez. Los minutos pasan y Judith bebe mientras se va quitando a los moscones de
encima hasta que por fin se queda sola, entonces ya no le presto tanta atención, supongo
que mi subconsciente no me alerta de peligro salvo que un hombre se le acerque, que
malos son los celos.
—¿Nos vamos? —pregunta Sara al cabo de un rato.
—Sí, por favor—respondo cansada.
Cuando miro veo con sorpresa que Judith no está.
—Se ha marchado hace un par de minutos—comenta Sara.
—¿Cómo? —pregunto aturdida.
—A pie, idiota—se ríe—digo que tú amiga se acaba de marchar hace un momento, la he
visto salir.
En realidad eso me hace sentir mejor, empezaba a pensar que me estaba obsesionando
con ella, pero parece que finalmente he conseguido dejar de prestarle atención. Cuando
estamos saliendo se oye mucho jaleo en la calle, parece que hay una pelea y la gente
grita, en ese momento siento un pinchazo en el pecho y salgo despavorida hacia el
barullo, Sara me grita que no me acerque pero no le hago caso, algo me dice que en
medio de toda esa gente encontraré a Judith y no me equivoco. Veo a unas mujeres
llevarse a otra a la fuerza, esta no deja de gritar que como la vuelva a ver le parte la cara,
Judith está sentada en el suelo mirándola sin reacción alguna, tiene sangre en la cara y
eso me asusta, la gente intenta ayudarla y ella los aparta, no deja que nadie la toque y yo
no sé muy bien qué hacer.
—Madre mía—susurra Sara cuando se planta a mi lado.
Al oírla reacciono y me acerco a Judith que se está poniendo en pie con torpeza.
—¿Qué ha pasado Judith? —pregunto nerviosa mientras intento cogerla para ayudarla.
Judith aparta mi mano de su cuerpo con la misma cantidad de desprecio que de rabia, y
cuando me mira, grita enfurecida con los ojos bañados en lágrimas:
—¡No me toques!
Me quedo inmóvil y ella consigue ponerse en pie, parece algo mareada por el golpe pero
sigue sin aceptar ayuda de nadie, la gente se acerca y ella los echa.
—Si no quieres tener problemas con la policía será mejor que te vayas—le dice el dueño
del local contiguo al que estábamos—están de camino.
Al oír la palabra policía la gente parece que se espanta y se dispersa, Judith asiente y con
torpeza y una estabilidad muy dudosa comienza a caminar despacio. Me acerco a ella y
sin tocarla me coloco a su lado.
—Judith déjame llevarte al hospital—le suplico en voz baja.
—No—se niega sin mirarme.
—Pues déjame llevarte a casa y curarte esos golpes, no puedes irte así...
De pronto se detiene y yo dejo de hablar cuando se gira hacia mí y me mira con sus
lágrimas silenciosas cayendo a borbotones por su cara, solo veo desolación, impotencia y
rabia mezclados con una tristeza profunda, no hay nada positivo en el gesto de Judith y
siento una angustia que me encoge el pecho cuando habla.
—Déjame en paz Ivana, no quiero tu ayuda ni la de nadie, no te necesito.
—Ivana, déjala—me pide Sara a mis espaldas.
Por un momento me lo planteo, pero por mucho que ella reniegue no pienso dejarla así.
—O me dejas ayudarte o llamo a una ambulancia—la amenazo.
Me mira aturdida y con gesto impotente saca el móvil y marca un número. ¡Ha pedido un
taxi! No me lo puedo creer.
—¡Por el amor de Dios, Judith! —Le grito indignada—yo puedo llevarte, ¿por qué llamas a
un taxi?
—Porque intento comportarme como una adulta, y los adultos resuelven sus propios
problemas, ahora lárgate de una puta vez—susurra con rabia.
Está claro que mi reacción de antes en el bar no le ha gustado, parece que la he ofendido
pero no puedo pedirle perdón por eso, ella también me ha ofendido a mí. Me alejo unos
pasos y Sara y yo esperamos apoyadas en un coche hasta que el taxi llega y recoge a
Judith, tras eso me voy a casa y no consigo pegar ojo en toda la noche de la preocupación
que tengo, no estoy segura de que haya ido al hospital y me aterra pensar que le pueda
pasar algo.

Capítulo 7
Judith

—¿Adónde la llevo? —me pregunta el taxista.


Mi primera intención es la de irme a casa, pero tras sentir un pinchazo de dolor que se
inicia en mi ceja y atraviesa mi cara decido ser prudente.
—Al hospital—susurro.
El hombre arranca sin hacer preguntas ni contarme su vida durante el camino, cosa que
agradezco enormemente. Cuando para en la puerta le doy el dinero y al cogerlo me dice:
—Di que te has caído si no quieres tener problemas con la policía.
Yo lo miro aturdida, es la segunda vez esta noche que oigo la palabra policía y realmente
no quiero ni verlos.
—Gracias por el consejo—susurro.
—¿Necesitas que te ayude? ¿Quieres que entre y pida una silla de ruedas? —se ofrece
amablemente.
Lo vuelvo a mirar, es un hombre mayor con el poco pelo que le queda de color blanco,
con rostro afable y algo regordete, parece un poco preocupado y ante mi cara de
sorpresa añade:
—Tengo tres hijas, la pequeña es de tú edad más o menos, si alguna vez una de ellas se
encuentra en tu situación agradecería que alguien las ayudara.
—Se lo agradezco, pero no se preocupe, solo es dolor, en cuanto me den un calmante
estaré bien, gracias de nuevo.
—De acuerdo—concede—toma mi tarjeta, cuando salgas llámame y te llevo a tú casa.
Tras despedirme del amable taxista camino despacio hasta la puerta de urgencias, y
haciendo caso a mi ángel de la guarda le digo al chico del mostrador que me he caído y
estoy algo mareada, eso último es muy efectivo para no hacer cola. En seguida me hacen
pasar, y después de que un médico me examine superficialmente me envía a que me
hagan un escáner. Un celador aparece con una silla de ruedas y no reniego cuando me
pide que me siente, estoy que no me aguanto.
Cuando me devuelve al box me tumbo de nuevo en la camilla y el médico me comenta
que no hay ninguna lesión importante.
—Te voy a dar un par de puntos en la ceja y limpiaré bien la herida del labio, ahí no creo
que haga falta ningún punto—comenta mientras yo lo observo—para la inflamación del
codo te daré antiinflamatorios y en un par de días estarás mejor.
—¿Puede darme un calmante ahora? —Le suplico—me duele mucho la cabeza.
En realidad me duele todo el cuerpo, cuando esa tía me ha dado el primer puñetazo he
caído al suelo como una piedra, y además de golpearme el codo tengo resentido todo ese
lado del cuerpo.
—¿Has bebido? —pregunta con gesto serio.
—No.
—No me mientas Judith, creo que tienes edad suficiente para saber que no es bueno
mezclar alcohol con medicamentos.
Ese comentario me pone de mal humor, es un médico joven y además guapo, y no me
gusta ni un pelo que me trate como si fuera estúpida, para eso ya tengo a Ivana.
—Yo no he estudiado medicina, pero he oído en varias ocasiones que el alcohol es mal
compañero para las heridas de sangre porque retrasa la coagulación, debería usted
observar más y así darse cuenta de que la sangre de mi cara lleva rato seca—respondo
ofendida—si le digo que no he bebido, es que no he bebido—sentencio.
Mi sermón le hace gracia y esboza una ligera sonrisa que lo hace más atractivo.
—Tienes razón en lo de la sangre, pero entenderás que me cueste creerte cuando ya me
has mentido—dice mientras limpia mi cara con unas gasas.
—¿Cuándo te he mentido? —pregunto tuteándolo.
—Has mentido desde el momento en el que has llegado y has dicho que te has caído,
puede que a otros se la hayas colado, pero está claro que te han pegado una buena hostia
—murmura mirándome fijamente.
—¿Vas a denunciarme?
—Eso depende de quién te haya pegado, ¿ha sido tu pareja?
—Ha sido una mujer—le aclaro—hemos tenido unas palabras en el bar y al final me ha
pegado.
Él me mira, me observa sin decir nada y eso me pone nerviosa, pero tras unos segundos
se da por satisfecho con mi respuesta y se levanta y coge una ampolla de la que succiona
el líquido con una jeringa.
—Desabróchate el pantalón y gírate un poco, esto te hará efecto en seguida.
Después del pinchazo sigue con las curas, intento disimular el daño que me hace y no
quejarme, pero cuando comienza a coser se me corta la respiración y en un acto instintivo
agarro su pantalón con una mano y lo retuerzo con fuerza mientras resoplo. Él se mira la
pierna al notar la invasión pero no se queja ni me pide que lo suelte.
—Ya casi está—susurra mientras noto como se me escapa alguna lagrimilla—¿quieres
contarme por qué discutías con esa mujer? —Pregunta para distraerme.
—No—respondo tajante.
Eso le hace gracia, y mientras ata uno de los puntos susurra:
—¿Si no has bebido alcohol qué has bebido?
—Agua.
—Chica sana—murmura mientras me retuerzo de dolor otra vez.
—No siempre...
—Imagino. Bien Judith, esto ya está—dice por fin—incorpórate despacio.
Lo hago y él me examina los ojos con la linterna una vez más antes de darme un sobre con
los papeles y las recetas.
—Ponte hielo en la cara cuando llegues a casa, ayudará a evitar la inflamación, también
puedes ponerte en el codo. Pásate por el ambulatorio dentro de cinco días para que te
quiten los puntos y...
—¿Puedo quitármelos yo? —lo interrumpo.
—No—responde enfadado.
Me mira con gesto serio y yo le devuelvo una mirada desafiante que lo hace resoplar.
Coge un bolígrafo de su bata y en la parte trasera del sobre escribe algo y me lo entrega.
—Es mi número de móvil, como imagino que no vas a ir al ambulatorio, llámame y yo me
acerco a tu casa y te los quito, pero no lo hagas tú, ¿está claro? Ahora vete y procura no
meterte en más líos.
Me gusta su seguridad y ese aire dominante que tiene, así que cojo el sobre y asiento
antes de salir del box. El taxista no tarda ni cinco minutos en venir a buscarme, por el
camino me pregunta por mis golpes y le digo que todo está bien. Le doy mi dirección y
cuando llegamos, Andrés, que así se llama mi taxista favorito me dice:
—No sé cuánto tiempo vas a estar por aquí, pero si necesitas que te lleven a algún sitio
llámame y te haré descuento—dice con una sonrisa que me recuerda a la de mi padre.
—Lo haré Andrés, aun estaré unas semanas por tu pueblo.
—Bien jovencita, haz el favor de cuidarte—dice antes de marcharse.

***
Cuando el despertador suena solo puedo pensar en el punzante dolor que siento, como
puedo enciendo la luz y me siento en la cama unos segundos antes de ponerme en pie,
estoy algo mareada y muerta de sueño, con suerte habré dormido una hora. Voy al baño,
y cuando me miro al espejo me entran ganas de romperlo, mi aspecto es desastroso,
parece que me haya atropellado un camión. Me quito las bragas y me meto debajo de la
ducha mientras pienso en todo lo que pasó anoche. Las palabras cargadas de rabia de
Ivana cuando me vio me hicieron mucho daño, me dolió que no me dejara explicarme, si
lo hubiera hecho le habría contado que el único motivo por el que me encontraba allí era
porque Eric me lo había rogado, y después de la desastrosa noche que habíamos pasado
juntos pensé que era lo mínimo que podía hacer.
Me lo encontré en la recepción del edificio cuando llegué de trabajar, él había terminado
su turno y se iba a casa. Me preguntó qué tal estaba, parecía realmente preocupado y me
insistió en que saliera con él a tomar una copa después de cenar para que me diera un
poco el aire, no supe ni quise negarme, me apetecía esa copa con él, Eric sabía lo que me
había pasado y pensé que podría contarle la verdad, compartir ese problema con alguien
es lo que necesito y en él vi la luz para desahogarme sin sentir vergüenza. Pero por lo
visto a Eric no le interesaba mi vida, lógico, y antes de que pudiésemos conversar sobre
nada me dejó claras sus intenciones, lo único que quería era follar otra vez. Eso me
provocó un nudo en el pecho, me hizo sentir estúpida en unos niveles extremos, y para
postre, cuando le estaba explicando que de mí no iba a obtener nada más, apareció Ivana
y me hizo saber lo molesta que estaba conmigo.
Después de que Ivana desapareciera miré a Eric, se hizo un silencio incómodo entre
nosotros, estaba claro que ya no había motivo para que nos sentásemos juntos, así que
cuando se terminó su cerveza se marchó. Me sentí utilizada por él y rechazada por ella,
tenía tanta rabia recorriéndome el cuerpo que sabía que si me iba a casa no iba a dormir
nada, así que me quedé, y lo último que me faltó para rematar la noche fue que aquella
zorra apareciera de nuevo.
Cuando llego al barco mis dos amigos me miran con los ojos muy abiertos y Álvaro
resopla enfadado, pero no tengo ganas de sermones, así que antes de que abran la boca
lo hago yo.
—Estoy bien—aclaro de mal humor—fui al médico y me curaron con esmero, así que no
quiero reproches ni malas caras, me duele todo y no he dormido, no tengo el cuerpo para
que me soltéis el rollo, ¿está claro?
—Así no puedes trabajar, Jud—dice Álvaro enfadado mientras Cristian me traspasa con la
mirada—estás hecha una mierda, no diré lo que pienso porque no quiero discutir, pero
vete a casa y descansa hoy, nosotros podemos seguir sin ti.
—No pienso irme, nunca he faltado al trabajo y no voy hacerlo hoy.
Me dan por perdida y los tres subimos al barco, nos cambiamos, le echo crema a Álvaro y
cuando Cristian me la pone a mí y me roza el brazo me encojo y me quejo en voz baja. Los
dos miran mi brazo y fruncen el ceño, pero tras mi mirada incendiaria se miran y no dicen
nada. Me paso toda la mañana a base de calmantes y muerta de dolor, no haber dormido
y este sol abrasador no son una buena mezcla y estoy que no me aguanto. Mis amigos no
me han sermoneado pero tampoco me dejan limpiar ni hacer nada de esfuerzo, así que
paso las horas sirviéndolos a ellos y asegurándome de que tienen lo que necesitan en
todo momento.
—Tienes visita—me dice Álvaro haciendo un gesto con la cabeza.
Cuando me giro en la dirección que ha señalado veo a Ivana subir al barco, el pulso se me
acelera cuando una ráfaga de aire mueve su melena y ella se sopla el flequillo para
apartárselo de la cara en un gesto terriblemente sensual. Aun así no me muevo, estoy
dolida con ella y quiero asegurarme de que lo tiene claro, así que me quedo donde estoy,
sentada junto a la pequeña piscina de la cubierta limpiando la escalerilla con el brazo que
no me duele. Se queda unos instantes en la entrada del barco, sé que los olores fuertes le
molestan a la señoritinga pero no me importa, si quiere algo de mí que venga y trague, es
lo mínimo que puede hacer.
—Judith, te está esperando—me advierte Álvaro enfadado.
—Me da igual—contesto y sigo con lo mío.
—Increíble—resopla Cristian.
Finalmente veo que Ivana comienza a caminar hacia nosotros y sonrío para mí, he
ganado, he conseguido que la mujer acostumbrada a que todos se arrodillen ante su paso
se trague su orgullo y se arrodille ante el mío. Conforme se acerca tose un poco y me
siento mal, realmente parece que los olores le molestan, pero ahora no puedo bajarme
del burro y sigo en mi sitio hasta que se detiene a mi lado y se agacha. Me mira
atentamente con el gesto serio, está claro que está enfadada, se quita las gafas y antes de
que yo pueda reaccionar me quita la gorra y coloca su dedo debajo de mi barbilla para
que levante la cara.
—¿Cómo estás? —pregunta en voz baja.
Pero no puedo responder, el contacto de ese dedo me ha dejado sin aire durante un
segundo, es cálido y suave, y por algún motivo lo único que deseo ahora es más contacto
que ese, me muero de ganas de que me rodee con sus brazos igual que el día de la ducha
y me deje sentirme refugiada entre ellos.
—Podrías responder al menos—murmura enfadada.
—Estoy bien—contesto de mal humor.
Parece que las dos nos vamos a mantener firmes en nuestro enfado particular.
—Veo que fuiste al médico—dice observando los puntos—¿te hicieron radiografías?
Su dedo sigue en mi barbilla y ella en la misma posición dominante agachada frente a mí,
noto las miradas de mis amigos clavadas en nosotras pero me da igual, no pienso hacerle
la pelota ni ceder solo porque sea la mujer para la que estamos trabajando.
—Un escáner—murmuro.
—¿Y? —pregunta exigente.
—Estoy bien, ya te lo he dicho—respondo cortante.
—Me alegro—dice después de toser otra vez—¿te importa si echo un vistazo por el
barco? Quiero ver cómo va todo.
—Es tu barco—digo encogiéndome de hombros mientras vuelvo a frotar la baranda.
Ivana se pone en pie con un suspiro de cansancio y pasea por la cubierta del barco hasta
que llega donde están mis amigos y se detiene a saludarlos.

Capítulo 8
Ivana

—¿Por qué le permitís trabajar en esas condiciones? —le recrimino a sus dos compañeros
en cuanto llego a ellos.
El guaperas de la gorra de Jorge Lorenzo me mira y alza una ceja.
—Creo que usted la va conociendo un poco, a Jud nadie le dice lo que tiene que hacer
señora Harbor, para eso es como una niña, si algo se le prohíbe aun le entran más ganas
de hacerlo—dice mientras ambos sonríen resignados.
Resoplo, sé que tienen razón y que esa cabezota que está sentada en el suelo de mi barco
no se va a mover de ahí por mucho que ellos se lo digan.
—Usted es la que paga, puede probar suerte si quiere—me dice el tal Álvaro—pero le
adelanto que no conseguirá nada.
Una mujer aparece en ese momento y Álvaro me la presenta.
—Le presento a María, mi esposa—dice con orgullo.
María me saluda con dos efusivos besos y después de unas palabras cordiales coge la
bolsa isotérmica que trae y ella y su marido se van junto a Judith. Cristian me acompaña a
la pasarela, y antes de bajar del barco me giro hacia él y le digo:
—Me gustaría hablar contigo en privado y sin que tu jefa se entere, ¿puede ser?
Cristian me mira con los ojos muy abiertos y después mira a Judith.
—Sé que Jud últimamente no da la mejor imagen de sí misma—empieza a decir—pero ahí
la tiene, con la cara partida y el brazo hinchado, anclada a su puesto de trabajo desde las
seis de la mañana. Se lo digo porque si lo que pretende es que le hagamos la cobra y
trabajemos para usted sin ella se equivoca de gente, Álvaro y yo vamos con nuestra
jefecilla a muerte.
Eso me arranca una profunda sonrisa de satisfacción, que sean tan leales a ella me gusta y
me alegra, sé que Judith necesita gente así cerca.
—Me gusta vuestra lealtad Cristian, te aseguro que no es eso lo que pretendo, tan solo
quiero que me aclares algunas cosas, nada más—digo con sinceridad.
—Está bien entonces, cuando acabe mi turno me ducho y estaré disponible para usted
donde me diga.
Quedo con Cristian en un bar de los que están escondidos en el centro del pueblo, uno de
esos que solemos frecuentar la gente local y al que estoy segura de que Judith no vendría
ni por casualidad.
—Usted dirá—dice Cristian en cuanto nos sentamos.
—Puedes tutearme Cristian, ya nos hemos visto unas cuantas veces, ¿no crees?
Me mira y sonríe satisfecho.
—Quería hablar contigo porque quiero que me cuentes que le pasa a Judith, ya sé que no
me conoces, pero lo creas o no me preocupa esa chica, no es normal el comportamiento
que tiene y no hace falta ser muy lista para ver la tristeza que arrastra.
El gesto de Cristian se contrae y pierde la sonrisa que tenía hace unos instantes, está claro
que este hombre también se preocupa por ella y mis palabras lo han sorprendido.
—Yo no puedo decirte lo que le pasa a Judith, Ivana, eso sería traicionar su confianza y te
aseguro que me costó mucho ganármela. Lo único que te puedo contar y espero que no
salga de aquí—dice clavando su mirada en mí mientras yo asiento—es que en su día
alguien a quien quería la traicionó, Ibai para ser exactos, era el hombre con el que salía.
No voy a contarte que le hizo porque eso es algo que creo que debe hacer ella, pero aquel
gilipollas destrozó a nuestra amiga—dice enfadado.
—¿Cuánto hace de eso? —quiero saber.
—Cinco años, tal vez seis, desde entonces Judith no ha vuelto a estar con nadie, se ha
encerrado en una burbuja de diamante y no permite a nadie atravesarla. Se ha vuelto
desconfiada Ivana, le aterra tanto que vuelvan a hacerle daño que su solución ha sido
hermetizarse. Judith siempre ha sido una chica reservada, le cuesta mucho expresar lo
que siente, y tras lo que sucedió con Ibai se volvió peor, solo te diré que ni Álvaro, ni su
mujer, ni yo, supimos lo que había pasado hasta al cabo de seis meses.
—No te entiendo—digo aturdida.
—Un día se presentó en el barco con la cara descompuesta, cuando le preguntamos qué
le pasaba contestó que había roto con Ibai, de ahí no la sacamos. Se hundió ella sola y no
quería hablar del tema, su respuesta era siempre la misma: hemos roto y punto, ¿qué
más da el motivo? Una mañana de casualidad me encontré a un amigo de Ibai, y
haciéndome un poco el loco le saqué el tema y conseguí la verdad, al llegar al barco se lo
dije a Jud y se puso blanca, sentirse descubierta acabó con la poca fuerza que le quedaba
y comenzó a llorar con un desconsuelo que no había visto nunca en nadie, aquel día nos
contó todo lo que había pasado, pero a veces Álvaro y yo nos preguntamos si Judith nos
lo hubiera contado alguna vez si yo no llego a enterarme, es su manera de afrontar los
problemas Ivana, se los traga y los supera en silencio, hasta el día que explote—murmura
para sí.
Una parte de ese comportamiento lo entiendo, yo fui como ella durante muchos años,
pero la experiencia me ha enseñado a que la mierda es mejor que se la lleve el que la ha
causado, así que ahora procuro no guardarme nada, la prueba está en lo que hice anoche
con Judith, ahora pensando en frío sé que me pasé, pero necesitaba sacarlo.
—¿Y esto de meterse en líos? ¿También es normal? —pregunto alarmada.
—No, te aseguro que nos tiene muy preocupados. Se volvió solitaria y su única relación
con los hombres era para darse un gusto de vez en cuando, pero nunca ha sido una chica
violenta ni de las que buscan problemas, Álvaro y yo estamos convencidos de que le pasa
algo más, pero no hay manera de sacárselo. Intento vigilarla, yo suelo salir todas las
noches y siempre me doy una vuelta por donde sé que puede estar ella, pero ayer conocí
a una chica y bueno... —sonríe con timidez.
—No puedes estar siempre pendiente de ella Cristian—le digo.
—Lo sé, pero me preocupa mucho Ivana, salvo ayer, yo estuve presente en sus otras
peleas y ambas siguen un patrón que me inquieta.
—¿Cuál? —pregunto impaciente.
—Es ella quien las provoca y después no se defiende—dice aturdido—es como si desease
que le pegaran—murmura.
—¿Estás seguro de eso?
—Completamente, en ninguna ocasión movió un solo músculo para defenderse.
—Yo estaba anoche en el bar cuando pasó lo que pasó—confieso—pero no vi nada, oí el
barullo y cuando salí a la calle la otra chica se marchaba caminando con sus amigas y
Judith estaba sentada en el suelo.
—¿Pudiste ver a la otra chica? —pregunta con los ojos muy abiertos.
—La verdad es que no le presté mucha atención Cristian, cuando vi a Judith me asusté y
lo único que recuerdo de la otra chica es que era pelirroja.
—¿Pelirroja? La chica de la primera pelea también lo era, seguro que era la misma—dice
enfadado—no he visto a más pelirrojas por aquí.
—¿Y por qué se pelearon la primera vez? —quiero saber.
—Ni idea, Judith no dijo nada, para variar.
La conversación con Cristian me deja preocupada, está claro que Judith ha decidido
canalizar su rabia de la peor de las maneras.
Tras salir del bar camino lentamente por las calles mientras pienso en ella y en lo celosa
que me llegué a poner anoche, no me parece normal, intento pensar que fue fruto del
rechazo que sentí pero no lo tengo claro. Entonces pienso en Lucas, follar con él me gustó
como siempre pero también recuerdo que Judith estuvo presente en mis pensamientos
mientras lo hacíamos y eso me enfada. Dispuesta a comprobar si eso se puede volver a
repetir tomo un desvío y me presento en la tienda de Lucas, cuando llego estoy más
cansada de lo normal y me falta un poco el aire, pero ignoro los síntomas y con decisión le
digo a su secretaria que lo informe de que quiero verlo. Lo llama y rápidamente me hace
pasar a su despacho. Cuando entro Lucas se pone en pie sorprendido por mi presencia y
se acerca a mí con gesto preocupado.
—¿Hay algún problema con el barco Ivana? —pregunta extrañado mientras cierro la
puerta.
—No, he venido porque quiero que me folles ahora—exijo alterada.
Su mirada se enciende y es incapaz de contener una sonrisilla de satisfacción, me coge de
la mano y tira de mí hasta sentarse en un sillón que tiene al fondo del despacho, me
siento a horcajadas sobre él y rápido noto la dureza de su miembro, eso me excita, y
cuando agarra mis pechos por encima del vestido y los aprieta con fuerza mientras me
besa me desato. Meto una mano entre nuestros cuerpos y con su ayuda desabrocho sus
pantalones y cojo su pene, lo aprieto en mi mano y él suspira, esta vez no me rompe el
tanga, simplemente lo hace a un lado y antes de que me dé cuenta uno de sus dedos
entra en mi interior y me arranca un placentero suspiro que me pone a cien, me encanta
el sexo. Lucas rasga un preservativo y se lo pone con una destreza que me asusta
mientras su dedo sigue dentro de mí.
Su movimiento me vuelve loca poco a poco mientras nos besamos hasta que no me
parece suficiente, quiero más, necesito sentirme plena y con una mano lo aparto para
que salga de mí y me clavo en su enorme erección. Comienzo a moverme sobre él a un
ritmo constante sintiendo un gusto que me abrasa por dentro, todo va bien hasta que
comienzo a sentir cansancio, y al apoyarme en él para seguir con mis movimientos cierro
los ojos, y ahí está Judith de nuevo, ella y su cuerpo desnudo, ese que tanto deseo tocar, y
lo que hace un momento era gusto ahora son oleadas de placer que me recorren todo el
cuerpo.
—Mmmm—murmuro.
Sigo con mis movimientos pero siento que las fuerzas me abandonan, me falta el aire y sé
que no es algo que se vaya a solventar cuando terminemos y pueda descansar, no me
encuentro bien, pero pensar en Judith me ha puesto tan caliente que si no me corro
reventaré.
—¿Qué pasa? —pregunta Lucas cuando ve que pierdo el ritmo.
—Estoy muy cansada—susurro intentando seguir.
—¿Quieres que siga yo?
—Por favor—le suplico.
En un movimiento ágil y rápido Lucas se pone en pie sin salir de mi interior y me acorrala
contra la pared, donde me embiste con fuerza una y otra vez hasta culminar lo que yo he
comenzado en su sillón. Al acabar y para mi sorpresa no me suelta, vuelve al sillón y me
deja descansar sobre él mientras acaricia mi espalda para calmarme. Su comportamiento
me resulta extraño, pero me siento tan débil que acepto sus atenciones durante varios
minutos. Poco a poco noto que me recupero, no me encuentro bien del todo pero sí lo
suficiente como para marcharme por mi propio pie.
—¿Tengo que preocuparme por ti? —Pregunta Lucas mientras me pliso la falda del
vestido.
—No, hoy no estoy muy fina, debe ser el calor.
—¿Quieres que te acerque a tu casa? —Se ofrece amablemente, parece que mi respuesta
no lo convence del todo.
—No—digo con una sonrisa forzada.
Camino lentamente por la calle con un enfado importante, no solo me encuentro mal,
sino que empiezo a darme cuenta de que el único motivo por el que puedo estar
pensando tanto en Judith es porque empiezo a sentir algo por ella, no se me ocurre otra
explicación, y eso me pone muy nerviosa.

Capítulo 9
Judith

Hace dos días que no sé nada de Ivana, desde que se marchó del barco no se ha puesto
en contacto conmigo, por un lado no me extraña, pero por otro me molesta, creo que la
echo de menos, tengo ganas de verla pero no se me ocurre ninguna excusa para hacerlo.

Es domingo, y aunque he pasado dos días bastante jodidos por culpa del dolor hoy me
encuentro algo mejor, aunque estaba despierta me he levantado algo tarde, me apetecía
seguir tumbada en la cama y creo que mi cuerpo lo ha agradecido. Tras darme un gustazo
a mi misma con uno de mis juguetes me he dado una reconfortante ducha y ahora me
apetece pasear, pero a la vez quiero tranquilidad, y desde luego eso no lo voy a encontrar
un domingo de temporada alta en Tossa de mar.
Bajo a recepción y le pregunto a la chica del turno de mañana por el cementerio, me mira
algo extrañada y tras sacar un mapa me lo señala.
—Gracias—le digo contenta.
El cementerio no está lejos, así que paseo entre los turistas hasta llegar por fin a mi
objetivo. Los cementerios me gustan, me han gustado siempre, mi padre solía llevarme
de pequeña para visitar la tumba de mi madre y yo adoraba el silencio que se acumulaba
en aquel recinto, me transmitía paz, y cuando necesito pensar o relajarme es el único
lugar al que puedo acudir sabiendo que encontraré lo que busco. Cuando un turista visita
una ciudad nueva suele buscar los monumentos más populares, yo busco el cementerio.
Es poner un pie dentro y ya siento una tremenda sensación de bienestar. Como hago
siempre que visito uno, primero lo recorro a paso lento, me paseo por todos los rincones
observando las tumbas, unas limpias y con flores frescas, otras sucias y dejadas en las que
siempre me pregunto el porqué de que se encuentren así, ¿eran malas personas? ¿O
simplemente ya no queda nadie en esa familia para ocuparse de su cuidado?
Una vez lo he recorrido todo siempre busco un lugar en el que sentarme y disfrutar del
silencio y la tranquilidad que este lugar me proporciona. Mientras camino en busca de ese
sitio alguien llama mi atención a lo lejos, el sol me da de cara y me cuesta ver, pero creo
reconocer a Ivana y mi cuerpo se revoluciona pese a que ni siquiera estoy segura de que
sea ella. Me acerco lentamente y en efecto lo es, está parada frente a un nicho de pared,
con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros y su melena recogida en un moño
desaliñado que me corta la respiración. Lleva una camiseta de tirantes ajustada y me
entretengo observando la parte de su espalda que la tela me deja ver, pienso en su
escote y sonrío levemente para mí, sé que si se gira y me ve no podré evitar clavar la vista
en él.
Conforme me acerco me centro, imagino que esa lapida que tanto observa es la de su
marido y no quiero molestarla, pero me apetece demasiado verla y no quiero alejarme sin
haberla saludado por lo menos. Me detengo justo detrás de ella y el aire que sopla de
cara me permite aspirar su aroma, cierro los ojos y siento paz, ese olor me recuerda el día
de la ducha, así huele su gel de baño, y cuando pienso en aquel día siento seguridad, me
siento bien, Ivana me dio algo en aquel baño que dejó una huella dentro de mí de la que
no me quiero deshacer.
—Hola Ivana—susurro a sus espaldas mientras se gira sorprendida de verme.
—Hola Judith, ¿qué haces aquí? —pregunta extrañada.
Yo me encojo de hombros, me alegra ver que ya no está enfadada conmigo, o que al
menos no lo está lo suficiente como para jorobarme este momento de paz. Mi gesto no le
parece suficiente e insiste, quiere una respuesta.
—En serio Judith, ¿por qué estás en el cementerio un domingo por la mañana? —
pregunta colocándose frente a mí.
—Me gustan los cementerios—confieso en voz baja—aquí me siento bien, es tranquilo,
no sé... Suelo visitarlos de vez en cuando, paseo por ellos, y cuando me canso busco un
sitio y me siento un rato.
—¿Y en qué fase estás ahora? —pregunta con un gesto que me transmite tanta paz como
el lugar.
—Ahora buscaba un sitio para sentarme, pero te he visto y me he acercado para
saludarte, espero no haberte molestado—digo mirando la lápida.
—No lo has hecho Judith, ¿te importa si me siento contigo? —pregunta con la mirada
perdida.
—No, claro que no—digo con sinceridad—¿ya no estás enfadada conmigo? —Pregunto
mordiéndome el labio.
Ivana se ríe, y acercándose más a mí con el gesto travieso me dice:
—Creo que yo tengo mi parte de razón y tú la tuya, reconozco que me molestó mucho
verte allí con aquel chico, pero creo que no tuve unas buenas formas y debería haberte
dejado explicarte, así que si algún día quieres hacerlo estaré encantada de oírte, y si no te
apetece no pasa nada, no tienes porque darme explicaciones Judith.
—¿Lo dejamos en tablas entonces? —Pregunto sonriente.
—Me parece bien, venga sígueme, al otro lado hay un árbol que da bastante sombra.
La sigo complacida por el césped hasta llegar a ese árbol, ella se sienta con un cansancio
que no entiendo y apoya la espalda en el tronco, en un primer momento pienso en
sentarme a su lado, pero cambio de opinión porque quiero verle la cara, y porque no, el
escote, así que me siento en la hierba y me abrazo las piernas frente a ella.
—¿Puedo preguntarte cómo murió tu marido?
Ivana me mira y esboza una sonrisa mientras arranca unas hierbas que va despedazando
poco a poco con los dedos.
—Un accidente de moto, en las curvas que hay saliendo del pueblo. A los dos nos gustaba
mucho ir en moto—comienza a explicar—la mía está en el garaje, la he cogido muy poco
desde que Manuel murió.
—¿Tú también la conduces? —Pregunto sorprendida—pensé que tú irías de paquete.
Ivana se ríe, y arrancando un poco más de hierba me dice:
—Hay muchas cosas que hago y a la gente le sorprende Judith, las personas tienden a
pensar que como tengo dinero, lo único que puedo a hacer es salir de compras a
gastármelo, ir al club con las amigas y todas esas gilipolleces que se ven en las películas.
Cuando entras en cierta clase social—dice abriendo comillas con los dedos—se espera
que hagas una serie de cosas que yo repelo, a mí me aburren, y en ese sentido mi marido
era como yo, no hacíamos las cosas solo porque los demás las hacían, hacíamos lo que
nos apetecía, y pasear en moto era una de nuestras aficiones en común.
—¿Cómo pasó? ¿Ibas con él? —Quiero saber.
—No, iba a ir, era un domingo como hoy, teníamos previsto salir en moto un par de horas
y después ir a casa de sus padres para explicarles que íbamos a divorciarnos.
Mis cejas se arquean ante la sorpresa, Ivana me mira sonriente, pero como no digo nada
continúa.
—Pero esa noche me bajó la regla y me encontraba fatal por la mañana, así que salió él
solo y decidimos que a casa de sus padres iríamos por la tarde, cuando yo me encontrara
mejor. Poco más de una hora después de que se marchara recibí una llamada de la
policía, me dijeron que Manuel había tenido un accidente y que la ambulancia lo estaba
trasladando al hospital. Tardé muy poco en llegar al hospital pero llegué tarde, mi marido
murió en la ambulancia—dice apenada.
El sol comienza a dar donde yo estoy sentada, y como tengo calor me levanto y me siento
junto a ella, mi brazo queda pegado al suyo, y el contacto me parece sumamente
agradable, y como Ivana no se aparta yo tampoco lo hago.
—Algunos testigos decían que Manuel se había abierto demasiado en una curva y había
invadido el carril contrario, con la mala suerte de que otro motorista venía y chocaron de
frente. A él también le conocía, era un chico de aquí, tenía veintiséis años y murió en el
acto.
La piel se me eriza al pensarlo.
—Pero otros testigos decían justo lo contrario, contaban que Isaac iba demasiado rápido
y en aquella curva se le fue la moto y se llevó a mi marido por delante. Isaac provenía de
una familia muy humilde, y aunque los hechos no estaban del todo esclarecidos, yo corrí
con los gastos de su entierro después de que su madre viniera a suplicarme ayuda, no me
importó hacerlo, daba igual de quién fuese la culpa, los dos estaban muertos. Pero días
después me denunciaron reclamando una suma importante por la muerte de su hijo, el
informe de atestados no pudo determinar qué pasó con exactitud, así que ellos alegaron
que yo pagué su entierro porque sabía que la culpa era de mi marido y tenía
remordimientos, eso y un montón de tonterías que me dejaron con la boca abierta
cuando leí la denuncia.
—¿Encima de que corres con los gastos te denuncian? —pregunto alucinada.
—La gente cuando está desesperada hace auténticas locuras Judith, esa familia ha
perdido a su hijo y no tienen recursos, a nosotros nos conoce todo el pueblo, saben de
sobra lo acomodados que vivimos, o que vivo—especifica—supongo que por probar no
pierden nada.
—¿Y cómo acabó?
—No acabó, todavía estamos de juicios. Si te soy sincera este tema me agota, muchas
veces pienso en pagar lo que me piden y acabar con esto de una vez.
—¿Y por qué no lo haces?
—Por Manuel, él era muchas cosas Judith, te lo aseguro, pero un imprudente con la moto
no, él no salía para correr, lo que le gustaba era pasear, jamás sobrepasaba los límites, de
hecho casi todas las veces él me echaba bronca a mí porque decía que corría demasiado y
algún día me podía pasar algo—se ríe—si pago sin más sería como reconocer que mi
marido tuvo la culpa y no me da la gana.
—En ese caso haces bien—murmuro.
—Gracias—suspira ella ladeando la cabeza para mirarme de frente.
Ese gesto me pone muy nerviosa, su boca está a medio palmo de la mía, y al igual que el
otro día no podía dejar de pensar en sus pechos ahora solo puedo pensar en besar esos
labios. La boca se me seca cuando veo en la mirada de Ivana el mismo deseo que siento
yo. Rápido vuelvo a apoyar la cabeza en el tronco y la oigo suspirar mientras intento
recomponerme, necesito que siga hablando para que esto no se convierta en una
situación incómoda, así que le pregunto por algo que ha dicho antes y que me tiene
intrigada desde entonces.
—¿Por qué ibais a divorciaros?
—Ummm, bueno—sonríe—ya te he dicho que Manuel era muchas cosas, entre ellas
mujeriego, era incapaz de mantener su pene dentro de los pantalones cuando una mujer
se le ponía a tiro. Me enteré un año antes y quise dejarlo entonces, pero Manuel me
suplicó que no lo hiciera, estábamos a punto de firmar un contrato importante y decía
que para el negocio era primordial que los dos siguiésemos unidos. Lo medité y me
pareció bien en aquel momento, aun así le dejé claro que entre él y yo no iba a pasar
nada, me trasladé a otra habitación y nuestra relación como matrimonio murió aquel día.
Estuve casi tres meses sin hablarle, me sentía tan traicionada que era mirarlo a la cara o
verlo pasear por casa y me entraban ganas de tirarle algo a la cabeza, pero poco a poco se
me fue pasando, quizá más rápido de lo que debería, a veces pienso que nunca llegué a
estar enamorada del todo, que solo era cariño, complicidad y estabilidad—confiesa.
Definitivamente la voz de Ivana tiene un efecto balsámico para mí, me encanta oírla, me
gusta que me cuente historias, pero me guste o no, tengo que reconocer que lo que más
me gusta de todo es pasar tiempo con ella.
—En fin, nuestra relación se volvió más o menos cordial y empezamos a comportarnos
como amigos que compartían un negocio y el mismo techo, pero pasados unos meses la
situación me parecía absurda, él tenía su vida fuera de casa y aunque yo no estuviera con
nadie tenía la mía, y en mi nueva vida no me apetecía seguir compartiendo el mismo
techo con él, así que lo hablamos y finalmente tomamos la decisión de separarnos
oficialmente. Hablamos con nuestros abogados para que preparan un acuerdo amistoso,
lo hicimos todo muy fácil, el negocio seguiría siendo de los dos, el dinero se dividía al
cincuenta por ciento y la casa se vendería repartiendo a partes iguales. Pero pasó lo que
pasó y en lugar de divorciada me quedé viuda.
—¿Se lo contaste a vuestras familias?
—No, ni a la suya ni a la mía, para todos ellos Manuel y yo éramos un matrimonio idílico,
¿para qué iba a romperles el mito? Contar algo así después de su muerte es como
mancillar su nombre, estoy segura de que su familia no me creería, puede que incluso ni
la mía.
—¿Cómo lo llevas ahora?
—Estoy bien, el primer año fue muy duro, aunque fuésemos a divorciarnos yo le quería,
llevaba media vida con él, estaba acostumbrada a hacerlo todo con él y desapareció de
repente. Pero supongo que el hecho de ya no estar enamorada, o supuestamente
enamorada, me ayudó a llevarlo de otra manera, poco a poco me fui haciendo a la idea y
ahora siento que perdí a un amigo, de vez en cuando vengo aquí y le cuento cómo va el
negocio—dice divertida—eso era su vida, su pasión, más que las mujeres incluso, se le
llenaba la boca cuando contaba cómo había levantado ese imperio de la nada.
—¿Él solo? —Pregunto alzando las cejas.
—Sí, ya te dije que yo siempre viví a la sombra de él, Manuel era muy machista, y
reconocer que el mérito era tan suyo como mío era algo superior a él, al final me
acostumbré, pero al principio me ponía de muy mal humor escucharle, en fin, dejemos de
hablar de mí. ¿Cómo van esos golpes? ¿Estás mejor?
—Sí, el brazo ya casi no me duele—digo doblándolo para que lo vea—y mañana ya me
quitan los puntos de la ceja, así que...
—Me alegra oír eso, espero que no te metas en más líos—dice con media sonrisa.
—Yo también—contesto divertida.
—¿Por qué lo haces Judith? —Pregunta de pronto.
No sé qué contestar, estoy tranquila y no me apetece hablar de mí, no quiero romper
este momento junto a ella y sé que si empiezo, este día tan bueno que estoy teniendo
acabará.
—Otro día Ivana.
—Ya me has dado esa respuesta más de una vez, espero que algún día la cumplas.
—Lo prometo.
Mi propia respuesta me sorprende, me doy cuenta de que realmente hablar con ella es
algo que quiero y necesito, Ivana me inspira una confianza que hace tiempo que no siento
con nadie y eso me aterra, siento pánico cada vez que pienso en lo unida que empiezo a
sentirme a ella.
La sinceridad de mi respuesta la convence, y tras mirarme de nuevo como lo ha hecho
antes, pasa su brazo por encima de mis hombros, y doblándolo consigue atraer mi cabeza
hasta sus labios, Ivana me besa la frente con una delicadeza que me derrite por dentro,
siento un escalofrío recorrer mi espalda y un montón de mariposas en el estómago. De
forma instintiva agarro una de sus manos entre las mías con fuerza y me encojo, Ivana me
abraza con fuerza y me aprieta contra su cuerpo.
Sus labios vuelven a besar mi frente, esta vez el beso es más fuerte, más cargado de
intención, más sonoro y a la vez más cariñoso. Cuando aparta sus labios de mí yo me
encojo todavía más, siento que voy a ahogarme, Ivana provoca que afloren todo tipo de
sentimientos en mi interior, hasta ahora solo me salían los malos, pero Ivana está
despertando los buenos y no sé qué hacer con tantas sensaciones. Siento que caigo al
vacío, pero es un vacío que tiene algo de luz, y mientras mi mente se vuelve loca y mi
cuerpo se estremece ante el contacto con el suyo ella me susurra:
—Puedes hablar conmigo Judith, de lo que quieras, yo no voy a juzgarte por nada de lo
que puedas decirme, todas tenemos nuestras cosas, pero no te quedes la mierda ahí
dentro o acabará contigo, te lo digo por experiencia.
—Tengo miedo—confieso en un susurro.
—¿De qué?
—No lo sé—digo con un hilo de voz.
Ivana me estrecha con más fuerza, me besa la cabeza y me acaricia la espalda mientras yo
aspiro su aroma de forma incansable y me inundo con el calor reconfortante que me
proporciona su cuerpo.
—Yo no voy a traicionarte Judith, no sé qué es lo que te han hecho para que te cueste
tanto confiar en la gente, pero no puedes seguir así, no es sano. Cuando me enteré de
que Manuel me había engañado me cerré en banda, no se lo conté a nadie, y no porque
me diera vergüenza o me sintiera humillada, simplemente era porque me veía incapaz,
me lo tragué yo sola y me juré a mí misma que jamás volvería a confiar en nadie. Pero
hará cosa de un año decidí que eso no era la solución, que Manuel me traicionara no
significa que todo el mundo vaya a hacerlo, si tengo que ir con ese pensamiento el resto
de mi vida jamás volveré a estar con nadie, y a mí me gusta amar y que me amen, Judith.
Este último año me he sentido más sola que en toda mi vida, tengo familia, tengo amigos,
gente que me quiere y aun así yo siento que no tengo nada porque lo que necesito es
otra cosa, algo que ellos no pueden darme. ¿Es así como te sientes tú?
Sus palabras me han erizado el vello, y como soy incapaz de verbalizar nada me limito a
asentir con la cabeza.
—Tu fase de encierro tiene que acabar, tienes que abrirte, no a todo el mundo
obviamente, pero si encuentras a alguien que te hace sentir bien inténtalo, puedes sacar
buenas amistades de eso y quién sabe, quizá algo más importante, si sigues empeñándote
en convencerte a ti misma de que tú sola te bastas y no necesitas a nadie seguirás
equivocándote, y ese vacío que sientes no hará más que crecer, ha llegado la hora de que
te permitas amar otra vez, Judith.
—¿Insinúas que tengo que hacerme un perfil en una de esas aplicaciones de citas? —
bromeo.
Quiero llevar la conversación a otro terreno, a uno más superficial, porque las palabras de
Ivana me están matando, no ha dicho nada que yo no sienta, sé que tiene razón en todo y
que tal vez lo que me pasa es que mi cuerpo se revela y tal vez sí que ha llegado el
momento de permitirme amar de nuevo.
—Bueno, es una opción—se ríe—pero no, yo lo único que digo es que dejes de pensar
que si te permites confiar en alguien al final te acabará jodiendo, porque así la única que
acabará jodida eres tú, Judith. Y si por mala suerte te pasa, te caes y te levantas, no
permitas que nadie acabe con tu fuerza, todo el tiempo que permitas que te roben no lo
vas a poder recuperar nunca—sentencia.
—¿Le contaste a alguien lo de tu marido?
—Sí, al final decidí dejar de tragar yo sola y se lo conté a mi amiga Sara, a ella fue a quien
acudí cuando me cansé de guardar silencio y te aseguro que me sentí mucho mejor.
Pienso en sus palabras y en la razón que tiene, no sé si seré capaz de hacerle caso pero
como mínimo creo que voy a intentarlo, si sigo así tengo claro que la única perjudicada
voy a ser yo.
Ivana sigue acariciando mi espalda en silencio y por primera vez en mucho tiempo dejo de
sentir esa tristeza que me devora, me siento bien entre sus brazos, me gusta que me
hable aunque ahora estemos en silencio, y aunque me gustaría quedarme así todo el día
veo que el momento ha terminado cuando ella mira su reloj.
—Tengo que irme Judith—me susurra—he quedado para comer en casa de mis padres.
¿Qué plan tienes para hoy? Dime que no te vas a quedar sola por favor...
Eso me hace reír, me gusta mucho que se preocupe por mí, y deshaciendo ese abrazo que
tan bien me sienta le digo:
—No estaré sola, Álvaro y María nos han invitado a Cristian y a mí a comer, echaré la
siesta en su sofá junto al ricitos de Cristian y por la tarde saldremos a pasear por el
pueblo, al menos ese es el plan de María por ahora—me río.
—No sabes cuánto me alegra oír eso—dice dándome un último beso en la frente antes de
que nos pongamos en pie—mi casa te coge de camino a tu apartamento, ¿quieres
acompañarme ese trozo?
—Claro—respondo contenta.
Durante el camino hasta su casa Ivana habla poco y camina muy despacio, algo que me
sorprende teniendo en cuenta que el sol cae sin compasión.
—¿Te encuentras bien Ivana? —Pregunto preocupada.
—Sí, solo estoy cansada, tanto calor me agota—dice con media sonrisa.
Tras su contestación seguimos en silencio hasta llegar a la puerta de su casa. De allí me
voy directa al apartamento, me doy una ducha y cuando bajo Cristian me está esperando
en recepción y juntos nos vamos a casa de Álvaro. Cuando entramos hay mucha gente, a
algunos los conocemos de la otra noche durante la cena y otros son nuevos, miro a
Cristian exigiendo una explicación y él solo se ríe y se encoge de hombros. Pienso en Ivana
y en todo lo que me ha dicho, y en lugar de apalancarme en un rincón como hice el otro
día, ahora me muevo junto a Cristian e intento socializar un poco.
Al salir al jardín trasero María se acerca y me abraza contenta, yo se lo devuelvo, y sin
apartar su cara de la mía me susurra:
—Lo siento, pero quería que vinieras y si te digo que de nuevo había gente seguro que te
hubieras negado.
—Es una encerrona—respondo divertida.
María me mira con alegría al ver que no me enfado, después me saluda Álvaro y cuando
me giro para ir a la cocina a por un refresco, me encuentro a un chico que me suena una
barbaridad. Me quedo parada y lo miro fijamente mientras él me sonríe, está claro que lo
conozco, que bochorno.
—Tal vez me recuerdes mejor si te digo que yo te cosí esa ceja—dice risueño.
Mis labios se estiran y ahora me permito escanearlo, ya me pareció guapo con el pijama y
la bata de médico, pero ahora, con unas simples bermudas y una camiseta de manga
corta mejora el triple.
—Me llamo Gabriel, pero todos me llaman Gabi—dice saludándome con un par de besos
—¿cómo te encuentras? ¿Vas a ir mañana al ambulatorio?
—No, tengo que trabajar y no puedo perder el tiempo esperando a que una enfermera
coja unas tijeras y corte un trozo de hilo, yo sé hacerlo—digo encogiéndome de hombros.
—María me ha dicho que trabajáis en uno de los barcos de Ivana Harbor, yo no trabajo
mañana, me pasaré por allí por la tarde y te los quito en un momento, serán cinco
minutos, pero al menos lo haremos con unas tijeras esterilizadas.
Lo miro mientras lo medito, no tenía ninguna intención de llamarlo, pero ya sabe dónde
encontrarme y estoy segura de que se presentará allí aunque le diga que no, y la verdad,
la idea de volver a verle no me desagrada, aunque en mi opinión es demasiado joven, es
guapo y culto, me gustan los hombres así.
—Está bien—claudico.

***

Son las cinco en punto cuando veo aparecer a Gabi por la cubierta cargado con un
pequeño maletín, ya he avisado a Cristian y Álvaro de que vendría, así que ninguno se
sorprende por su presencia, y tras hablar un rato con mis amigos finalmente se acerca a
mí. Se detiene a mi lado y noto como me repasa descaradamente mientras me pongo en
pie.
—¿Lista? —Pregunta sonriente.
—Lista—respondo del mismo modo.
Entramos en el barco y bajamos a la cocina, yo me siento en un taburete y Gabi se coloca
unos guantes de látex, moja una gasa en suero para limpiar la zona perlada por el sudor y
saca unas tijeritas pequeñas de una bolsa esterilizada. No puedo dejar de mirar su pecho,
lleva una camisa con tres botones desabrochados y puedo ver parte de sus pectorales
depilados. Cuando va a cortar el primer punto me hace alzar un poco la barbilla y
entonces me encuentro con sus labios, finos pero sexys, y esa barba de tres días le da un
toque muy sensual. Estoy incómoda, Gabi me pone y la situación me inquieta porque sé
que lo nota, me ha dedicado un par de sonrisitas socarronas y su respiración se está
acelerando.
—Esto ya está—murmura.
Deja las tijeras y el hilo sobre la encimera pero no se separa de mí, me mira, mira mis
labios y mira mi canalillo descaradamente cuando sus dos manos se posan en mi cintura.
No sé qué hacer, ¿lo dejo seguir o le aparto las manos? Por un lado quiero, por otro no,
mi cuerpo necesita lo que él está dispuesto a darme, pero mi mente no quiere que me lo
dé él, ahora que estoy excitada no puedo dejar de pensar en Ivana y eso me perturba,
pero entonces Gabi se pega a mí, me besa y yo se lo devuelvo, su lengua entra en mi boca
y yo cierro los ojos y dejo que juegue alrededor de mi lengua.
Me gusta, sus manos se pasean por mis costados por encima de la ropa y me caliento al
pensar que son las de Ivana, ¿qué me pasa? Me separo un instante, abro los ojos y lo miro
aturdida, es guapo, Gabi tiene un polvazo y en cualquier otro momento no dudaría, lo de
Ivana es algo extraño, tal vez esa cercanía que tengo con ella me esté confundiendo, pero
a mí me gustan los hombres, siempre me han gustado y eso es algo que he tenido claro
siempre, así que ante la mirada interrogante de Gabi que se ha quedado sin saber si
puede continuar o no, soy yo la que esta vez lo busca.
Gabi me levanta del taburete con agilidad y me lleva hasta uno de los sofás de la sala de
estar, se tumba sobre mí y dejo que sus manos toquen todo lo que quieren mientras yo
hago lo mismo con su cuerpo. Nos desnudamos por completo, y cuando se tumba de
nuevo sobre mí y noto el contacto directo de su piel con la mía añoro la de Ivana, la suya
es suave y cálida, el contacto con Ivana era exquisito, y aunque no pueda decir que el de
Gabi no me gusta, no es lo mismo.
—Fóllame—le pido desesperada.
Pensar en Ivana me hace arder, pero ella no tiene lo que estoy deseando que él me meta
y estoy segura de que cuando le sienta dentro se me pasará la tontería. Gabi, encendido
como una antorcha por lo que acabo de pedirle, se pone un preservativo, y tras
asegurarse de que estoy bien lubricada me penetra lentamente. Suspiro y él también, el
médico se mueve en mi interior a un ritmo devastador, me gusta, pero sigo sin poder
dejar de pensar en Ivana y eso me enloquece, le pido más, más fuerte, más rápido, más
profundo, más todo, nada me parece suficiente para saciarme ahora mismo.
El tiempo pasa y me pongo nerviosa de nuevo, me va a pasar otra vez, estoy muerta de
gusto y a punto del orgasmo pero no llega, y no puedo pedirle a Gabi que intente
contenerse para darme más porque el pobre está agotado, así que con un nudo en el
pecho que me atraganta de nuevo y con la moral por los suelos, finjo un orgasmo
deseando que el médico se corra para que esto termine de una vez. Por fin oigo ese
suspiro ronco y Gabi cae desplomado sobre mí, ahora solo me queda esperar a que se
recupere para que se vista y se marche, me muerdo los labios para no llorar, tengo su
cuerpo sobre el mío y en lo único que puedo pensar es en que quiero que sea el de Ivana,
quiero que ella me abrace, necesito el calor de su cuerpo, sentirme protegida a su lado y
encontrar la paz que no encuentro en ningún otro sitio.

Cuando Gabi se marcha me doy una ducha en la que permito que se me escapen algunas
lágrimas y después subo con mis amigos, los dos me miran con media sonrisa y yo finjo
otra para que no hagan preguntas.

Capítulo 10
Ivana

Esta noche he quedado con Sara para tomar algo, Cristian me ha llamado esta mañana
desesperado diciendo que Judith lleva toda la semana saliendo por las noches y buscando
bronca sin parar. Por suerte, él la ha podido mantener a salvo, pero su llamada ha sido
para suplicarme que hable con ella para ver si consigo hacerla entrar en razón.
—Claro que lo haré Cristian—le digo—pero la próxima vez no tardes cuatro días en
llamarme, ¿quieres?
—Lo siento Ivana, pensé que podría controlarla yo solo, pero no para y ya no sé qué
hacer.
—No lo entiendo, yo estuve con ella el domingo por la mañana, hablamos bastante,
bueno hablé yo, pero creo que conseguí hacerle ver las cosas de otra manera—digo
preocupada.
—¿Estuviste con ella? —Pregunta sorprendido—la verdad es que cuando la recogí estaba
contenta ahora que lo dices, pero desde que se lio con aquel tío ha vuelto a las andadas.
—¿Qué tío? —Pregunto mientras los celos se apoderan de mi cuerpo.
—Un amigo de María, es médico, creo que es quién la atendió el día que tú la viste. El
lunes se vieron para que le quitara los puntos y se liaron, desde entonces está de mal
humor las veinticuatro horas—confiesa.
No puedo reprocharle nada a Judith, pero no puedo evitar ponerme de un humor de
perros cuando pienso en ella en los brazos de otra persona.
—¿No le haría nada ese médico, no? —Pregunto alterada.
—No, es un buen tío Ivana, además yo también pensé en esa opción y ayer fui a hablar
con él, dice que todo fue bien entre ellos y que no notó nada raro en Jud mientras, ya
sabes...
—Sí, ya sé... —digo de mal humor—está bien, esta noche me pasaré con mi amiga por el
bar a ver si la veo y puedo hablar con ella, pero no te prometo nada Cristian.
—Me vale con que lo intentes Ivana, nosotros ya no sabemos qué hacer.
Y aquí estoy, tomando algo con Sara, contándole toda la historia de lo que pasa con Judith
para que entienda porque le he pedido que me acompañe y porque quiero que se vaya
en caso de que la morena de ojos verdes aparezca y me permita hablar con ella.
—No sé desde cuándo porque no me he dado cuenta, pero tu objetivo está ahí —
comenta Sara señalando con la cabeza hacia la barra.
Estoy totalmente de espaldas, así que me giro de inmediato y como si mis ojos estuviesen
imantados a su cuerpo la veo a la primera, de hecho es como si no existiese nada más a su
alrededor. Noto una incómoda taquicardia en el pecho y una agradable y extraña
sensación me recorre el estómago en cuanto la enfoco. Obviamente está de espaldas y no
me ve, lleva unos vaqueros cortos, camiseta de tirantes y chanclas, su melena recogida en
una cola alta que deja a la vista su nuca y algunos tirabuzones ondulados, otra vez me
pierdo en las líneas de su cuello. Está tomando algo, y aunque en un primer momento
estoy a punto de levantarme para ir a saludarla, decido girar mi silla de forma que pueda
verla y observarla durante un rato.
—¿No la saludas? — pregunta Sara extrañada.
—Sí, pero no quiero interrumpirla, luego me acerco—digo con la excusa de que un chico
se le ha acercado.
Ahora mi sensación ha cambiado, que hable con ese chico me molesta, ¿estoy celosa? Sí,
claro que lo estoy, para que molestarme en negar lo evidente. Desde ese momento solo
sigo en la mesa con Sara de cuerpo presente, la oigo hablar y la miro haciendo ver que
escucho, pero no lo hago, toda mi atención está centrada de forma disimulada en Judith,
no dejo de mirarla cada dos por tres, atenta a cada uno de sus movimientos. Cuando se
ha quitado de encima a ese chico he sentido alivio, pero no ha durado mucho, al cabo de
unos minutos otro se ha acercado, a este parece que lo conoce porque le da dos efusivos
besos que definitivamente me constatan que no estoy celosa, estoy muy celosa, ¿será el
médico? No creo, ese chico no tiene pinta de médico. Pienso en levantarme e ir a
saludarla ahora, quizá espante al moscón, pero me siento mal por pensar eso y me quedo
sentada mirando de nuevo.
Tras varios minutos el chico por fin se marcha y Judith se pide otra copa, quiero
levantarme y acercarme, pero me siento anclada a la silla, me gusta observarla, mientras
está sola no hace nada, no mira el móvil o escanea el local en busca de alguien de su
agrado, simplemente permanece con un brazo apoyado en la barra, la mirada perdida en
algún punto de las botellas expuestas en las estanterías y dando frecuentes sorbos a su
copa. Otro moscón, no me lo puedo creer, ¿es qué no hay más chicas solas en el local? Sí,
sí que las hay, pero no con el atractivo y la curiosidad que despierta Judith.
—¿Por qué la miras tanto? —Pregunta mi amiga con media sonrisa—¿te gusta?
El pulso se me acelera y siento como me arden las mejillas con su pregunta.
—No la miro a ella, miro al chico que está a su lado.
—Ya... —contesta divertida.
—¿Ya, qué? —Pregunto de mal humor.
—Pues que deberías reconocer que te gusta, Ivana, o como poco te atrae, no sé muy bien
qué es pero está claro que Judith tiene algo que te atrapa, solo hay que verte—dice
encogiéndose de hombros.
—¿Que insinúas Sara?
—No insinúo, afirmo, ¿desde cuándo estás tú preocupada por una chica a la que
prácticamente no conoces? El otro día te pusiste de un humor de perros porque te dio
plantón, casi te da un telele cuando le partieron la cara y no te dejó ayudarla, el martes
me hablaste de lo bien que lo pasaste con ella en el cementerio el domingo, y ahora te
llama su amigo para que la vigiles y míranos, en lugar de estar disfrutando de la fiesta en
casa de Isabel, estamos aquí viendo como espanta moscones mientras tú te cabreas, solo
te falta saltarles al cuello como un loba.
—Tienes razón, no sé qué me pasa con ella, Sara—le confieso—me preocupa a la par que
me gusta estar con ella, me despierta unas sensaciones muy extrañas, no puedo dejar de
pensar en ella.
—Quizá sea porque te gusta, Ivana, tampoco es tan malo.
—Voy a cumplir cuarenta años Sara, toda mi vida he estado con hombres y jamás me he
sentido atraída por una mujer, no puede gustarme—sentencio.
—Menuda chorrada acabas de soltar—dice divertida—en primer lugar, has pasado casi
toda tu vida con Manuel, eso no son hombres, es un hombre, ¿con cuántos más has
estado antes o después de él? ¿Dos, tres? Solo son números Ivana, el amor es el amor y
da igual de donde provenga, ¿por qué no puede gustarte Judith? Que hasta ahora no te
hayas sentido atraída por una mujer no significa que no pueda pasarte, a ti, a mí, y a la
panadera, no me vengas con tonterías a estas alturas.
—Vaya—digo sonriente—no conocía yo esta faceta tuya tan liberal.
—Pues a ver si aprendes, que estamos en el siglo veintiuno y hay gente que todavía se
comporta como los cavernícolas.
Sus palabras me dejan tiesa como una estatua, y solo consigo salir de mi estado de trance
cuando oigo a Judith gritarle a alguien que no la toque. Eso me enerva, y cuando miro en
su dirección otro hombre que no sé de dónde narices ha salido la coge por el brazo y la
levanta de su taburete de malas formas. Judith está pálida, está claro que tiene miedo de
ese hombre y corriendo me levanto y voy hacia ella, antes de que llegue yo, otro chico y
el dueño del bar cogen a ese hombre y lo obligan a soltarla y a salir del bar. Judith es
como un peluche en este momento, está inmóvil y a la vez frágil cuando me planto frente
a ella y dejo que me vea.
Cuando me enfoca, sus bonitos ojos verdes están llenos de lágrimas y cargados de esa
tristeza que no soporto, me acerco a ella y la abrazo con fuerza, sus manos se aferran a
mi cuerpo como si fuese lo único que la separa del abismo y llora unos instantes, pero en
seguida se recompone y eso me molesta, quiero que deje salir toda esa mierda de una
vez y la morenaza se empeña en no hacerlo.
—Me marcho—susurra Sara a mi lado.
La miro y asiento agradecida a mi amiga. Judith está sentada con la cabeza gacha sin
levantar la mirada para que nadie vea que aunque lo intenta, sus lágrimas se siguen
escapando. Le pido una botella de agua al camarero, le digo que me la cobre junto con
todo lo que ha tomado Judith y me sorprendo cuando el muchacho murmura:
—Tres aguas con gas y una normal, siete cincuenta.
Lo último que hubiera imaginado que bebía Judith era agua. La cojo con delicadeza por un
brazo y me la llevo a la calle.
—¿Qué necesitas Judith? Pídemelo—le pregunto mientras bebe.
—¿Me puedes acompañar a casa? —susurra con debilidad.
—Claro, pero no te voy a llevar a tu casa, hoy te quedas en la mía y esto no vamos a
discutirlo.
Y no lo hacemos, Judith no responde, simplemente camina a mi lado en silencio hasta que
llegamos a mi coche. Cuando entramos en casa Judith me mira desecha de dolor, así que
tiro de ella y la llevo al baño para hacer exactamente lo mismo que la primera vez que
estuvo en casa. Siempre he pensado que una buena ducha es capaz de llevarse todos los
males, o al menos parte de ellos. Yo la desnudo y ella se deja, yo me desnudo y ella me
mira, y lejos de molestarme me excita y me gusta que lo haga, pero ahora no es momento
de pensar en eso. Entramos en la ducha, bajo la temperatura del agua unos grados para
que no le moleste y ambas nos metemos debajo del chorro hasta que en un momento
dado Judith se gira y se abraza a mí.
—Llora Judith—le susurro—deja que salga, no te contengas por favor.
Y no lo hace, Judith llora desconsolada sobre mi hombro durante minutos en los que yo
me limito a acariciar suavemente su espalda con la punta de los dedos. Cuando se le pasa
se queda pegada a mí, no sé qué piensa y realmente no me importa, me gusta esta
sensación, me gusta tener su cuerpo desnudo entre mis brazos, no necesito hacer nada
más, podría pasar el resto de la noche así. Cuando salimos le doy una toalla y cuando
termina de secarse cojo el bote de crema hidratante y me echo una buena cantidad en la
mano. Judith me mira suplicante pero sin articular palabra y yo le sonrío.
—Gírate, venga—ordeno exigente.
Noto el alivio que siente con este simple gesto que a mí no solo me cuesta poco, sino que
me gusta. Al terminar nos dirigimos a mi habitación y le vuelvo a prestar algo de ropa,
Judith se ríe.
—Todavía no te he devuelto la de la otra vez.
—Puedes quedártela, por eso no te preocupes.
Se sienta a los pies de la cama y veo que saca una pastilla de su bolso.
—¿Qué es? —quiero saber preocupada.
—Diazepam, es de cinco miligramos pero solo me tomo media—confiesa.
—¿Cada día?
—No, solo una vez a la semana, ya te dije que no duermo bien, hoy quiero dormir.
—De acuerdo, te traeré un vaso de leche fría, eso te sentará bien y también te ayudará a
dormir.
Tras ingerir la pastilla las dos nos tumbamos, entra un airecito muy agradable por la
ventana y yo me giro para contemplar la silueta de Judith que está de cara al techo.
—¿Qué te ha dicho ese tío Judith? ¿Por qué te ha cogido así? —pregunto inquieta, como
no me responda esta noche no duermo.
—Quería que me fuera con él a otro bar—murmura con tranquilidad.
Parece que la pastilla está haciendo su efecto, temía que esta pregunta la pusiera
nerviosa de nuevo pero parece bastante aplatanada, cosa que me alegra y me confirma
que antes me ha dicho la verdad y solo toma estas pastillas de vez en cuando, si lo hiciera
a diario no le harían efecto, o al menos no tan rápido.
—¿Le conocías de antes? —Continúo con mi tercer grado.
—No—susurra en voz baja.
Su voz me enternece a unos niveles importantes, me muero de ganas de abrazarla,
también de besarla, pero hoy me conformaría con lo primero. Aun así no me acerco
porque no quiero incomodarla, quiero darle su espacio, que esté a gusto conmigo y sepa
que aquí siempre será bien recibida sin esperar nada más.
—¿Te ha hecho daño? —Vuelvo a la carga.
—¿Mmmm? —Suspira, y el vello se me eriza.
—Que si te ha hecho daño Judith...
—No...
—¿Tienes sueño?
Está claro que lo tiene, no sé por qué se lo pregunto ni por qué soy tan pesada, yo no soy
así, pero deseo tanto seguir hablando con ella que no quiero que se duerma.
—Mmmm.
Tras emitir ese sonido adorable que de nuevo me eriza el vello se gira dándome la espalda
y yo suspiro y la dejo descansar. La sigo contemplando durante algunos minutos a la
espera de que Morfeo también me visite a mí, pero antes de que lo haga la mano de
Judith se mueve hacia atrás y busca la mía, cuando la encuentra busca entrelazar sus
dedos con los míos y yo se lo permito encantada mientras una agradable sensación me
recorre todo el cuerpo. Acaricio su mano con el pulgar, sé que está dormida o como poco
en el limbo, y mi corazón se desboca cuando abre la boca y murmura muy bajito:
—Cógeme...
Parpadeo un par de veces alucinada y emocionada por lo que ha dicho, me acerco a su
espalda acompañada de su mano que me lleva hasta ella, y cuando ya estoy muy cerca le
pregunto para asegurarme:
—¿Quieres que te abrace Judith?
—Sí—suspira.
Por pura inercia, porque ahora sí que tengo claro que está dormida, Judith tira de la mano
que me tiene sujeta y la coloca entre sus pechos, yo me pego a su espalda, hundo la cara
en su cuello y aspiro el aroma de su pelo mientras la aprieto con fuerza para que sienta
mi cuerpo. Ella suspira con tranquilidad y yo me pierdo en una nube comparando los
latidos de nuestros corazones, el suyo late a un ritmo pausado y débil, está tranquila y
relajada, el mío late enfurecido y desbocado, me muero por tomar su cuerpo y hacerla
mía.
Durante la noche Judith se queja de vez en cuando, emite sonidos como si le doliera algo,
al principio me asusto y pienso que tal vez ese gilipollas sí que le ha hecho daño, pero
después recuerdo que la otra noche que durmió conmigo le pasaba lo mismo, y entonces
me doy cuenta de que el único dolor que siente está dentro de ella. La siguiente vez que
se queja aprieto su mano con delicadeza para recordarle que no está sola, y después de
darle un sonoro beso en la cabeza le susurro:
—Todo pasa Judith, y yo estoy contigo... Descansa tranquila.
Eso le arranca un profundo suspiro, y sé que aunque esté dormida mis palabras se han
colado por algún sitio y las ha retenido, porque ahora sujeta mi mano entre las dos suyas
y se ha echado hacia atrás para buscar más contacto con mi cuerpo.
Cuando me despierto por la mañana estamos del revés, ahora es Judith la que me abraza
y está pegada a mi espalda, tanto que ambas estamos sudando como pollos. Abro los ojos
pero no me muevo, no quiero despertarla ni quiero que deje de abrazarme aunque me
esté derritiendo por fuera, porque ese gesto también me derrite por dentro. Me quedo
mirando por la ventana, la de mi habitación da al jardín trasero, y lo único que se ve a
parte del césped y un par de árboles, es el intenso azul del cielo, me encanta mi casa y la
orientación de esta habitación en concreto.
Minutos después Judith se mueve y afloja la mano que me tiene sujeta, yo me giro
lentamente entre sus brazos y la veo mirarme con los ojos todavía entornados.
—Hola—susurra.
—Buenos días—contesto apartándole el pelo sudado de la cara.
—Te he abrazado, perdona—se disculpa.
—Has hecho lo que te apetecía y yo te he dejado porque también me apetecía, así que no
te disculpes.
—¿Te he secuestrado toda la noche? —Pregunta algo atontada todavía.
—No, primero me pediste que te abrazara yo a ti.
Eso le abre los ojos de golpe, y mirándome alarmada pregunta:
—¿Te pedí que me abrazaras?
En su gesto de sorpresa veo que no me miente, realmente no lo recuerda, y aunque por
un lado me molesta por otro me alegra, porque estando atontada por una pastilla hizo lo
que realmente deseaba, y eso fue abrazarme a mí.
—Sí—le explico con calma—primero buscaste mi mano, y cuando te la di entrelazaste tus
dedos con los míos, después me pediste que te cogiera y tiraste de mí para que te
abrazara.
Su cara es un poema, no sé si siente vergüenza, bochorno o ambas cosas, pero antes de
que le dé un pasmo le digo:
—A mí no me importó hacerlo Judith, de hecho me apetecía desde mucho antes de que
me lo pidieras, ¿te ha molestado que te abrazara? —quiero saber.
Ella niega con la cabeza rápidamente y sonríe con una timidez que hace que sienta ganas
de achucharla, pero me contengo.
—Pues entonces todo está bien, no le des vueltas. Ahora ve a ducharte que hoy tenemos
planes—le ordeno.
—¿Qué planes? —Pregunta más despierta.
—Sorpresa—le digo contenta—ahora dúchate.
Judith me mira con una preciosa sonrisa y sin quejarse se levanta y se va al baño,
mientras se ducha yo preparo algunas bolsas con comida y cuando sale me ducho yo. Al
salir del baño la veo apoyada en el marco del ventanal de mi habitación mirando al jardín,
de modo sigiloso me acerco a ella, y cuando estoy detrás susurro:
—¿Te gustan las vistas?
Judith da un respingo por el susto, y clavando su intensa mirada verde en la mía
responde:
—Las vistas y la tranquilidad, no se oye nada.
—Pues esto lo podrías tener cada día si decidieras venirte aquí—le digo—tengo otra
habitación como esta, da al otro jardín pero la tranquilidad es la misma, y si te gusta más
este puedes venir aquí siempre que quieras. Piénsatelo Judith, te prometo que no te
molestaré, yo soy muy sigilosa si me lo propongo.
—Vale, lo pensaré—concede por fin—pero ya tengo el apartamento pagado—me
comenta.
—Pues mejor me lo pones, tú te vienes aquí, y si algo te molesta o te sientes incómoda ya
sabes que puedes salir corriendo y volver allí en cualquier momento.
La dejo meditando mis palabras y ya no le digo nada más sobre el tema, tampoco quiero
hacerme pesada. Después de desayunar pasamos por su apartamento y le pido que coja
una muda, el bikini, y lo que necesite para pasar la noche fuera. Me mira con
incertidumbre, pero en el brillo de sus ojos veo que lo que pretendo le gusta, así que sale
del coche y en menos de diez minutos está de vuelta con una mochila.
—¿Adónde vamos? —pregunta nerviosa.
—Ahora lo verás, no está muy lejos.
Cuando aparco Judith carga con las bolsas que más pesan. Comenzamos a caminar y
cuando ve que nos dirigimos hacia el muelle me mira con media sonrisa, y entornando los
ojos me dice:
—¿No irás a hacerme trabajar no? Este sábado libro—dice divertida.
—Nada de trabajar, prometido.
Me sigue conforme, y cuando me detengo frente a un pequeño yate me mira extrañada,
el guardia de seguridad que tengo contratado nos prepara la pasarela y lo recoge todo
cuando subimos.
—¿Es de los tuyos? —Me pregunta cegada por el sol.
—Sí—le confirmo—ayúdame anda...
Ambas bajamos a la pequeña cocina y dejamos la comida que he preparado en la nevera
y los armarios, después le enseño el interior, sé que habrá visto decenas de barcos como
este, pero este es el mío, le tengo un cariño especial y me deleita ver lo mucho que le
gusta como lo tengo todo. Cuando entramos en la habitación solo tengo una cama de
matrimonio, Judith me mira un instante pero no dice nada, y como no quiero que haya
malos entendidos rápido le aclaro:
—Ya hemos dormido juntas otras veces, a mí no me importa compartir la cama, pero si
para ti es un problema los sofás del comedor se hacen cama y son muy cómodos, yo
puedo dormir allí.
—Ni hablar—protesta—si a ti no te importa las dos dormimos aquí y nos ahorramos
trabajo, pero... ¿Quién va a tripular este trasto? —Quiere saber.
—Yo—respondo orgullosa.
—¿Tú? —Pregunta divertida.
—Sí, ojos verdes, yo—digo haciéndome la ofendida—me saqué el título hace años y es
algo que me encanta hacer.
Tras mi confesión Judith sonríe y no dice nada, ambas subimos arriba y cuando ya he
sacado el yate del puerto pregunta:
—¿Y cuál es el plan?
—Pasaremos el día y la noche en el mar, ¿lo has hecho alguna vez?
—No—confiesa manteniéndose a mi lado—pensaba que tenías todos los barcos
comprometidos...
—Este no, este nunca—le cuento—este es mío, me refiero a que es para mí, mi pequeño
tesoro, es mi rincón de paz. A Manuel no le gustaba pasear en barco pese a que vivíamos
de eso, pocas veces conseguí que saliéramos con uno y al final siempre acabábamos
peleando por alguna tontería, así que pasé del tema. Pero cuando murió cogí este y lo
hice decorar a mi antojo y me lo quedé para mi uso personal, ya ves que es pequeñito, yo
no quiero gran cosa, pero siempre que puedo lo cojo y paso una noche durmiendo en él.
Es impresionante Judith, ya lo verás, si el silencio de mi casa te gusta, esto te enamorará,
no sabes lo que es estar tirada en una tumbona a las once de la noche, solo se oye el
sonido del mar, a veces ruidos extraños que yo imagino que son sirenas o bestias marinas
comunicándose—me río.
Judith me mira embelesada, sé que le gusta escucharme, mi voz la calma y a mí me calma
su presencia, así que las dos ganamos.
—Puedo pasarme horas tumbada contemplando las estrellas, hasta me he aprendido
algunas constelaciones y cuando me tumbo me entretengo buscándolas.
Sobre las tres de la tarde detengo el barco a una distancia considerable de la costa brava,
el mar está en calma y sé que podemos pasar unas horas estupendas aquí. Después de
comer salimos a cubierta con los bikinis puestos, Judith me mira dudosa un instante y
pregunta:
—¿Te molesta si me quito la parte de arriba? Es que con lo morena que soy los pechos se
me quedan blancos y parece que tengo dos platos pegados—sonríe con cierta timidez.
Me río ante su comparación, ya daba por hecho que la morena hacía topless, sus pechos
están casi tan negros como el resto de su cuerpo.
—No me molesta en absoluto, yo también lo hago, además, te he visto desnuda—
murmuro.
Eso último la sonroja y a mí me hace arder al recordarlo. Segundos después ambas
estamos tan solo con la parte inferior del bikini y saltamos al agua para refrescarnos.
Judith nada, va y viene mientras yo la observo y la animo agarrada a la baranda del barco,
en varias ocasiones me pide que nade con ella pero me niego, hacerlo me cansará y no
me lo puedo permitir.
—¿Te da miedo? —pregunta extrañada.
—No me da miedo, he comido mucho y no quiero hacer esfuerzos no vaya a ser que me
dé un corte de digestión—me excuso.
Pero Judith se acerca, y pegándose a mí y provocándome un intenso escalofrío susurra:
—Puedo llevarte conmigo así—dice colocándose a mi espalda y pasando una mano sobre
mi vientre.
Noto sus pezones endurecidos en mi espalda y me estremezco, los míos están igual
porque el agua está muy fría, pero cuando noto el contacto de su cuerpo me acaloro y el
pulso se me dispara.
—Suéltate—exige con una seguridad que me vuelve loca.
Lo hago, suelto la baranda y Judith nada de espaldas arrastrando mi cuerpo lentamente
alrededor del barco, la sensación es deliciosa, cierro los ojos y dejo que el agua me
acaricie mientras el sol me calienta y su cuerpo se fusiona al mío. Tras un par de vueltas
que se me hacen muy cortas finalmente se detiene y ambas subimos al barco, nos
tumbamos a la sombra que nos proporciona el ala superior del barco y ahí nos quedamos
fritas un par de horas.
Cuando me despierto Judith todavía duerme y no puedo evitar quedarme unos minutos
observando su cuerpo, me siento una depravada, pero cuanto más la miro más
consciente soy de lo mucho que la deseo. Quiero recorrer cada línea de su cuerpo con las
manos, acariciar sus pechos, besar su cuello, su espalda, sus costados, besar sus labios,
buscar su lengua y jugar con ella mientras mis dedos se pierden por los pliegues de su
sexo.
—Por Dios—murmuro para mí aturdida.
Me siento excitada, alterada, mi cuerpo tiembla de deseo por una mujer por primera vez
en mi vida y me gusta la sensación. Sonrío al ver que se mueve, y antes de que me pille
como una auténtica mirona me pongo la parte de arriba y me siento a su lado para acabar
de despertarla.
—Judith—susurro acariciando su brazo.
Sus pezones se erizan y su abdomen se contrae cuando la toco, contengo el impulso de
seguir haciéndolo.
—Ummm—se queja por la interrupción.
—Venga, levanta, son casi las siete.
Después de la ducha y una cena ligera que tomamos sin salir de la cocina, subimos a la
cubierta con un par de cervezas. Mi idea principal es relajarnos en las tumbonas mientras
charlamos, pero Judith se sienta en el borde del barco y deja colgar las piernas bajo la
baranda mientras apoya sus bronceados brazos en ella y clava la vista en la inmensidad
del mar que se abre solo para nosotras. La imito y me siento a su lado, y cuando me mira
y esboza una tímida sonrisa que me sacude por dentro, no pierdo el tiempo y le pregunto
por el hombre que le hizo tanto daño antes de que ella saque otro tema y evite este.
—¿Qué es lo que te hizo Ibai, Judith? —pregunto calmada.
Su gesto se contrae en cuanto le nombro, y ante su cara de incertidumbre le aclaro:
—Interrogué a tu amigo Cristian, pero te es leal, y lo único que conseguí es que me dijera
que la persona que te volvió tan desconfiada se llama Ibai.
—Cristian es un bocazas—se queja de mal humor.
—Venga ya Judith, haz el favor de contármelo, estoy preocupada por ti y creo que me
merezco una explicación—exijo enfadada.
Ojos verdes resopla y me enfoca, su mirada me traspasa y me revoluciona por dentro,
pero mantengo la compostura y se la sostengo a la espera de una respuesta que parece
que por fin va a darme.
—Conocí a Ibai en una gestoría—susurra con tranquilidad—su familia tiene una cadena
de gestorías por el País Vasco, ellos son de Zarautz. Decidieron expandir más el negocio y
abrieron una en Mallorca y otra en Menorca, Ibai era quien se ocupaba de la supervisión
de ambas, solía venir dos o tres días entre semana y después volvía a la península para
ayudar a su familia con las demás.
La observo en silencio mientras habla, su gesto es serio, pero por ahora no parece que se
sienta incómoda por lo que está contando.
—Al principio me cayó como una patada en el culo—se ríe—era muy serio, incluso me
pareció borde, pero a la semana siguiente se presentó en el barco donde yo trabajaba con
la excusa de que debía firmar unos documentos y parecía otro, fuera de las oficinas era
agradable, simpático y hasta divertido. Me invitó a desayunar y bueno, poco a poco
empezamos a quedar hasta que me enamoré de él hasta la médula.
La morenaza se detiene un instante para dar un largo trago a su cerveza, y tras dejarla en
el suelo y dedicarme una dulce mirada continúa.
—Empezamos a salir, desde el principio me dejó claro que nuestra relación tenía que ser
así, vernos solo los tres o cuatro días que él estaba allí, y a eso le tenía que descontar el
día que pasaba en Mallorca.
—¿Tú no venías a la península? —la interrumpo.
—No, Ibai trabajaba los sábados por la mañana y decía que era una tontería que tanto
uno como el otro viajara el sábado por la tarde para volver el domingo. Al principio me
parecía bien, pero conforme pasaban los meses yo quería más, entonces él me convencía
de que si nos echábamos de menos lo nuestro duraría para siempre, y yo estaba tan
enamorada de él que me creía cualquier cosa que saliera de su boca.
—¿Ibai era mayor que tú? —quiero saber.
—Seis años. Cuando empezamos yo tenía veinticuatro y él treinta.
Judith me mira un instante por si quiero decir algo pero guardo silencio y la dejo
continuar.
—Así pasamos tres años, a partir de ahí la cosa se volvió un poco tensa porque a mí todo
me sabía a poco y a él parecía que le bastaba cualquier momento. Intenté dejarlo, pero
me suplicó, me convenció de nuevo diciendo que a su hermana le faltaban dos años para
acabar la carrera y que entonces ella ayudaría en la península y él se iría definitivamente
conmigo a Menorca. Pasaron esos dos años y yo volvía a estar tensa porque el momento
que me había prometido no llegaba nunca. Una mañana se presentó en el barco, y
delante de Cristian y Álvaro me pidió que me casara con él, me dijo que ya casi estaba
todo listo y quería empezar nuestra vida juntos como matrimonio, yo estaba tan ciega
que le dije que sí encantada—susurra tras un largo suspiro—pero luego descubrí que tan
solo era una estrategia más para mantenerme tranquila otra temporada.
Se está poniendo nerviosa, no deja de dar toquecitos con los talones en el casco del barco
y de retorcer entre sus dedos el final de su camiseta. Me arrastro hasta colocarme a su
lado, tanto que mi pierna roza la suya, le acaricio la espalda levemente con la mano para
hacerle saber que estoy aquí para escucharla y apoyarla, y después le hago la pregunta
cuya respuesta me hace comprender porque Judith se niega a confiar y abrirse a nadie.
—¿Qué pasó después?
Mi mira y coge aire, sé que acabamos de llegar a la parte dura, a esa que Cristian me dijo
que era incapaz de soltar y que ellos tardaron seis meses en descubrir.
—Un par de semanas después de comprometernos yo estaba con una conocida tomando
algo cuando me sonó el teléfono, era Ibai, contesté tranquila porque esa era la hora a la
que solía llamarme los sábados cuando cerraba la gestoría, pero no era él, era una mujer,
al principio pensé que sería su hermana o su madre, pero rápido se identificó como su
mujer y a mí se me cortó la respiración, me pidió que no colgara, y no lo hice, pero no
porque no quisiera, fue porque me quedé tan petrificada intentando procesar lo que
acababa de decirme que era incapaz de mover un solo músculo.
Abro la boca con la intención de decirle algo, pero no se me ocurre nada y Judith al ver mi
intención me regala una mínima pero preciosa sonrisa de agradecimiento.
—Fue muy educada, en ningún momento me insultó o levantó la voz, me dijo que tenía
claro que yo no sabía nada sobre su existencia, y bueno, comenzó a hablar y yo sentía
como todo mi mundo desaparecía bajo mis pies, cuando yo conocí a Ibai él ya estaba
casado y su mujer embarazada de su primer hijo, durante el tiempo que estuvo conmigo
habían tenido otro. Estaba casado, era padre de dos niños y aun así me pidió matrimonio
—murmura con rabia.
—¿Cómo se enteró su mujer? —le pregunto.
—Me dijo que llevaba mucho tiempo sospechando, así que una hermana de ella se
presentó en Menorca y siguió a Ibai, nos vio juntos y ya está—dice encogiéndose de
hombros.
—Lo siento mucho Judith—digo apretando su mano.
Pero entonces me mira directamente a los ojos y veo los suyos bañados en lágrimas y
cargados de rabia cuando pregunta:
—¿Sabes qué fue lo peor?
Niego con la cabeza mientras la impotencia me consume al verla, sus lágrimas caen y aun
así noto que intenta contenerlas, su barbilla tiembla y las aletas de su nariz se abren y
cierran una y otra vez.
—Cuando Ibai se enteró de que su mujer me había llamado se presentó en la isla el
martes siguiente. Yo me había pasado los días pensando en las barbaridades que pensaba
decirle si tenía la poca vergüenza de venir a verme, pero estaba tan loca por él que
cuando le vi aparecer le dije que estaba dispuesta a perdonarlo si la dejaba, le pedí que
dejara a su mujer y a sus hijos—susurra apenada.
—Se llama desesperación Judith—le digo intentando que se calme—el amor es el
sentimiento más poderoso del mundo, y cuando estamos enamorados somos capaces de
cualquier cosa.
—Yo era su mentira Ivana—grita con rabia mientras se pone en pie.
Me pongo en pie y me acerco a ella, sus lágrimas caen descontroladas, ahora ya no se
contiene y aunque me duele verla así me alegro de que lo haga, necesita dejar que eso
salga y por fin lo está haciendo.
—Ibai tenía dos vidas, la de verdad y la de mentira, y yo era la mentira, fui su pasatiempo
en la isla, tenía a su mujer en casa y a una chica más joven a la que follarse en la isla, pero
cuando tuvo que escoger, escogió lo que era real.
—Tú no eras ninguna mentira Judith—le grito para que se calle y deje de flagelarse—eras
una chica enamorada y no tuviste la culpa.
—Me humillé Ivana—grita enfurecida—después de lo que sabía que me había hecho lo
que debería haber hecho era mandarlo a la mierda, y aun así le supliqué que se quedara
conmigo. No se molestó ni en contestarme, aquel día se marchó y ya no volví a verle más.
Ahora empiezo a entender porque le cuesta tanto deshacerse de todo aquello, no se trata
de estar enamorada de aquel cabrón o no, es obvio que no lo está, a ella lo que le pesa es
no haberse sentido capaz de hacerse valer cuando considera que debió hacerlo. Me
acerco a ella, y aunque al principio se opone y me rechaza, yo insisto y acabo abrazándola
con fuerza, la dejo llorar durante varios minutos sin decirle nada, no quiero que nada
corte este momento, Judith debe llorar hasta saciarse y así lo hace entre mis brazos, con
su cara hundida en mi cuello, sus manos agarradas con fuerza a mi camiseta y todo su
cuerpo tembloroso por el esfuerzo.
Cuando comienza a calmarse se separa y le pido que bajemos, hace rato que es de noche
y en medio del mar hace frío. Preparo un par de sándwiches para no ir a la cama con el
estómago vacío, Judith ha ido al baño a lavarse la cara y cuando vuelve y se sienta a la
mesa me doy cuenta de que sus ojos están muy enrojecidos, su nariz también, incluso sus
labios están moraditos.
—No nos moveremos de aquí hasta que no te lo comas—murmuro cuando veo su
intención de rechazar el sándwich.
Con mucha agua y paciencia, finalmente consigue tragar la comida y soy yo la que le pide
ir a dormir cuando veo su vello de punta, está claro que después de haber llorado tanto
tiene mal cuerpo y no quiero que se sienta obligada a nada. Si la habitación de mi casa me
gusta, no tengo palabras para describir la de mi barco, la ventana es mucho más pequeña
pero entra una luz maravillosa provocada por el reflejo de la luna en el mar, el débil
movimiento del agua nos mece ligeramente y lo único que se oye es el sonido del mar.
—Tú no te humillaste Judith—susurro cuando siento que el efecto calmante de mi barco
ha recorrido su cuerpo—hiciste lo que necesitabas en aquel momento, tú le querías y no
estabas preparada para lo que acababa de pasarte, pero eres una chica fuerte y lista, y
estoy segura de que sí él te hubiese elegido le hubieses dejado, solo necesitabas
encajarlo, pero no te dio tiempo.
Suspira y sé que mis palabras la alivian, tan solo se trata de enfocar las cosas desde otra
perspectiva.
—Sé que me quería—dice de pronto—aunque supongo que a ella la quería más que a mí.
—No te equivoques Judith, si quieres a alguien no le haces algo así, ni a ella ni a ti, no
hablamos de una infidelidad casual, o de varias si me apuras, hablamos de alguien que
llevaba una doble vida, alguien que engañaba a dos mujeres a la vez. Ese hombre solo se
quiere a sí mismo, no te comas la cabeza pensando si la quería más a ella o a ti, lo mejor
que te ha podido pasar en la vida es que no te eligiera, te lo aseguro. Tú mereces algo
mucho mejor y está claro que él jamás te lo hubiese dado.
La morenaza no contesta, pero en cambio se acerca a mí y se acurruca contra mi cuerpo.
Intentando contener la emoción que siento ante ese gesto, levanto un brazo para que
apoye la cabeza en mi pecho y voy haciendo tirabuzones suaves con su flequillo.
—¿Qué edad tienes ahora, Judith? —Pregunto con la mirada clavada en el techo mientras
aspiro su aroma.
—Treintaicinco—murmura.
Yo sonrío, y ante su mirada de interrogación le digo:
—Eres muy jovencita todavía.
—¿Cuántos tienes tú? —Pregunta haciéndose la ofendida.
—Treintainueve—contesto con orgullo.
Judith se ríe, y alzando la mirada y con ello acercando su boca a la mía peligrosamente
susurra:
—Que seas más mayor no significa que siempre vayas a tener razón, eh—bromea.
—No, pero más sabiduría sí—me burlo.
Las dos reímos y mi respiración se acelera ante su proximidad, y como si oliera el peligro
de lo que puede suceder si no se aparta, Judith baja la cabeza y la vuelve a colocar sobre
mi pecho. Su pulso está tan disparado como el mío y eso me tranquiliza, necesito saber
que no soy la única de las dos que tiene este tipo de reacciones en presencia de la otra.
—Te estás perdiendo las estrellas por mi culpa—dice mientras juega con el anillo de mi
dedo corazón.
—Esta noche tú eres mi estrellita—susurro acariciando su pelo.
Es lo más cursi que he dicho en toda mi vida, pero me ha salido del alma y Judith ha
sonreído, así que merece la pena.
—No puedes cerrarte y desconfiar de todo el mundo por lo que él te hizo, Judith, eso solo
te ha llevado a sentir ese vacío y malestar que tienes ahora—le digo volviendo al tema
que me preocupa.
Se remueve incómoda y tengo la sensación de que va a deshacer el abrazo, pero antes de
que lo haga la aprieto con fuerza contra mí y se lo impido haciéndole saber que me va a
escuchar le guste o no.
—Tienes que hacer tú vida y considerar aquello una experiencia mala de la que
aprendiste algo bueno, porque de todo lo malo se aprende, ojos verdes, y eso siempre es
positivo.
—¿Ojos verdes? —Se ríe divertida.
—Sí, ojos verdes—contesto con seguridad—ahora dime porque estás en plan camorrista
por las noches—exijo.
Me ha costado semanas que Judith se abra a mí, y ahora que parece que lo he conseguido
quiero que lo suelte todo.
—No estoy en plan camorrista—se queja.
—Sí que lo estás...
—¿Qué te ha contado el bocachancla de Cristian? —Pregunta enfadada—porque está
claro que has hablado con él de eso.
—Tus amigos están preocupados por ti Judith, Cristian me llamó y me contó que llevabas
toda la semana metiéndote en líos, no creo que sea un bocazas por eso—lo defiendo.
—¿Por eso estabas en el bar? ¿Fuiste porque él te lo pidió?
Su mal humor se hace latente y ahora intenta separarse de mí de nuevo, pero hago lo
mismo, la sigo manteniendo secuestrada entre mis brazos y cuando comienza a
removerse le digo:
—Fui porque yo también me preocupo por ti, y mucho—confieso con calma—no quiero
que te hagan daño ni que te lo hagas tú sola, Cristian me dijo que buscas pelea y cuando
la encuentras no te defiendes, eso me pone los pelos de punta Judith, ¿por qué lo haces?
Se ha calmado de golpe y me mira aturdida mientras su mente busca una respuesta a la
pregunta que acabo de hacerle, no quiero que me mienta, así que sin darle tiempo a que
invente una milonga le insisto y la presiono.
—Contesta Judith, ¿por qué no te defiendes? ¿Te gusta que te peguen? ¿Eres tonta o qué
te pasa? —Pregunto enfadada.
La morena se revuelve y me mira furiosa, sé que le respuesta quiere salir de su boca pero
está atragantada, le falta el último empujón.
—¿Te gusta que te hagan daño? ¿Eres masoquista? —Insisto.
Y cuando abro la boca sin saber muy bien que más decirle me contesta en un susurro:
—Mientras siento dolor físico no me duele el alma.
Su respuesta me deja sin palabras, no sé qué decir ante eso, solo tengo la esperanza de
que después de haberse desahogado y dejado salir toda esa basura se sienta mejor y ese
dolor que dice que siente se vaya disipando.
—Prométeme que no volverás a hacer eso—le exijo besando su frente.
—Lo prometo—susurra besando mi mejilla.

Capítulo 11
Judith
Es la primera vez en mucho tiempo que me levanto y me siento bien, estoy tranquila, he
descansado y no tengo esa ansiedad que me persigue todos los días. Me siento ligera,
compartir con Ivana lo que me hizo Ibai ha hecho que la losa que arrastraba cayera, me
siento liberada y feliz. Miro a Ivana, todavía duerme y me quedo un rato observándola,
me relaja. Le aparto el pelo de la cara y se lo coloco detrás de la oreja con cuidado de no
despertarla, me altero cuando siento ganas de seguir acariciando esa parte de su cuerpo y
extenderme hacia otras.
Me pongo el bikini y salgo de la habitación aturdida, no sé qué me pasa con Ivana pero
empieza a preocuparme mucho lo bien que me siento a su lado y las pocas ganas que
tengo de volver hoy a puerto y separarme de ella. Hago café para las dos, y después de
tomarme mi taza y comer unas galletas me subo a cubierta, me quito la parte de arriba y
después de nadar un poco me tumbo a tomar el sol.
No sé cuánto rato ha pasado desde que he subido, se está tan bien que me he quedado
adormilada, oigo los pasos de Ivana acercándose, pero estoy tan a gusto que no me
muevo hasta que de pronto algo cae sobre mi abdomen y me asusto. Abro los ojos de
golpe y lo primero que veo son las piernas desnudas de Ivana a mi lado, sigo sus líneas y
voy subiendo lentamente, veo la braguita de su bikini blanco y el pulso se me acelera
cuando pienso que debajo está su sexo y me doy cuenta de que deseo tanto verlo como
tocarlo, ese pensamiento me excita y sigo subiendo por su vientre hasta que llego a sus
pechos desnudos y expuestos ante mi mirada depredadora, ahora siento ganas de chupar
sus pequeños y endurecidos pezones y un escalofrío me recorre la espalda cuando subo
hasta su cara y veo como ella observa mi cuerpo con mirada lobuna.
Cuando nuestros ojos se encuentran ambas sonreímos como dos bobas, no puedo pensar
con claridad, su presencia me intimida y pensar en su cuerpo me enloquece, entonces
mueve la mano y veo que lleva un bolígrafo en ella, y antes de que pueda preguntarle me
lo tira encima y cuando miro veo que lo había caído sobre mi abdomen era una libreta.
—¿Qué haces? —Pregunto divertida.
Pero dejo de sonreír cuando Ivana se sienta a mi lado y con gesto serio me dice:
—Cuando Manuel murió yo sentí que me habían quedado muchas cosas por decirle,
aunque nuestro divorcio iba a ser amistoso habíamos pasado unos meses horribles en los
que ambos nos dijimos auténticas barbaridades. Una amiga me recomendó escribir en
una hoja todo aquello que sentía, lo que me hubiera gustado decirle si pudiese tenerlo
delante una vez más, parece una tontería pero funciona, Judith.
—¿Y qué hiciste con la carta después de escribirla? —Pregunto intrigada.
—La leí en voz alta frente a su tumba y después simplemente la tiré a la basura, hay quien
la quema, otros la entierran, tú si quieres puedes meterla en una botella y la tiramos al
mar—dice guiñándome un ojo.
—Ibai no está muerto Ivana...
—Eso no importa—me corta—esto no es para despedirse de un fallecido, es para decir
todo aquello que quieres y por el motivo que sea no puedes, en mi caso Manuel murió,
en el tuyo Ibai te abandonó, pero la cuestión es que al final ambas los perdimos, no
importa de qué modo.
—Yo no tengo nada que decirle—me quejo.
—Hazlo por mí, ojos verdes—me pide—coge el bolígrafo y la libreta y escribe, piensa que
Ibai es esa hoja y ya verás como algo se te ocurre.
No discuto, que Ivana se preocupe por mi bienestar es algo que cada vez me gusta más,
gracias a ella y a su insistencia por hacerme hablar hoy me siento mucho mejor, así que
haciéndole caso una vez más, levanto el respaldo de mi tumbona y le digo:
—Que conste que lo hago porque eres más sabia, pero no porque crea que tienes razón—
bromeo.
Ivana se ríe satisfecha, y tras acariciar mi mejilla y revolucionar todo mi cuerpo se levanta
y se tumba a mi lado para dejarme escribir. Durante varios minutos no hago nada, no sé
por dónde empezar y como tengo la mente en blanco en ese aspecto, lo único que soy
capaz de hacer sin cansarme es mirar el cuerpo casi desnudo de la mujer que está
tumbada a mi lado mientras todo tipo de pensamientos morbosos pasan ante mis ojos
como ráfagas.
—Deja de mirarme y escribe—ordena con media sonrisa y los ojos entornados.
¿Desde cuándo los tiene abiertos? ¿Tan obsesionada estoy con ella que no me he dado
cuenta? Noto como las mejillas me arden, y abochornada por la pillada de Ivana clavo la
vista en la libreta, pienso en Ibai, y de pronto las palabras aparecen.

Durante más de dos horas escribo sin parar, me duele la muñeca y la parte del dedo
corazón que el bolígrafo me roza me escuece, aun así solo paro para dar pequeños sorbos
a la botella de agua que Ivana ha subido. Cuando por fin acabo, leo las cuatro páginas que
he escrito un par de veces para asegurarme de que todo y cuanto quería decir está
plasmado entre todas esas palabras, y cuando ya estoy segura de ello, como una niña que
ha acabado los deberes digo:
—Ya estoy.
Ivana abre los ojos y se ríe, yo también me río y cuando se sienta frente a mí, pregunto:
—¿Ahora qué hago?
—Lo que tú quieras Judith, como él no está aquí puedes leerla en voz alta para que el
viento le haga llegar tus palabras, puedes quemarla, puedes romperla, puedes hacer lo
que desees con ella salvo guardarla.
—¿Por qué no puedo guardarla? —Pregunto curiosa.
—Porque si la guardas es como si no hubieses hecho nada, guardado ya estaba aquí—dice
tocando mi pecho inconsciente de lo mucho que me ha gustado que lo haga—la idea es
que te liberes del todo, sí quieres leerla yo me voy abajo y te dejo intimidad...
—Quiero que la leas tú—la corto mientras me mira alucinada—y no quiero que lo hagas
en alto, yo ya sé lo que pone y como tú dices es una despedida y no quiero guardarlo más,
solo necesito que alguien sepa cómo me hizo sentir lo que me hizo, nada más.
—¿De verdad quieres que ese alguien sea yo? —Pregunta algo emocionada—no es
necesario que lo hagas ahora, cuando volvamos puedes dársela a Cristian o Álvaro y...
—Quiero que seas tú, si tú quieres, eres la única persona con la que me he sentido
cómoda para hablar de esto, adoro a mis dos amigos, Ivana, y sé que puedo confiar en
ellos, pero son hombres, y hay cosas que como tal ellos nunca entenderán. Si tú no la
quieres leer no pasa nada, la quemaré y tiraré las cenizas por la borda.
—Claro que quiero leerla, Judith—confiesa.
Le entrego la libreta y mientras ella lee detenidamente yo me tumbo y simplemente me
limito a observarla y a inundarme con la tranquilidad que su sola presencia me transmite.
Su gesto se endurece en varias ocasiones, en otras se relaja y en algunas hasta sonríe
divertida, supongo que son esas partes en las que le dedico cierta palabrería algo
malsonante.
—¿Quieres que la comentemos o prefieres que haga mi valoración general? —Pregunta
cuando acaba de leer—o simplemente puedes quemarla ya, ¿qué es lo que sientes que
necesitas hacer ahora?
En principio quería quemarla directamente, pero saber su valoración ahora me intriga, así
que se la pido.
—¿Cuál es tu valoración?
—Bueno, sinceramente me ha sorprendido un poco—dice sin dejar de mirarme—creí que
todo tu dolor se basaba en lo que él te hizo y que lo que arrastrabas era haberlo perdido
aunque ya no sintieses nada por él. Pero veo que a día de hoy, él en sí mismo te es
indiferente, y lo que te duele es lo que hablamos ayer, tu dignidad.
Sus palabras me hacen estremecerme, pero dar nombre a ese dolor ya no me provoca ese
nudo en el pecho que hasta hace unas horas siempre sentía.
—Lo que te pesa es no haberle plantado cara en su momento y sentir que te arrastrabas
para paliar el dolor que te provocaba pensar en la idea de perderlo, y yo te repito lo
mismo Judith, no hiciste nada mal, puede que yo hubiese hecho lo mismo en tu caso.
Aquella fue tu reacción de entonces, ahora estoy segura de que sería otra porque tú
también eres otra, has aprendido y has madurado, no tanto como yo, claro—bromea.
—Está bien sabionda—digo divertida mientras le quito la libreta—ahora ya podemos
quemarla.
—Voy a por un encendedor—comenta Ivana.
Y mientras ella va, yo arranco las hojas y hago una pelota arrugada con ellas.
—Mételas aquí que tú eres capaz de quemarme el barco y estamos demasiado lejos para
volver nadando—dice colocando una olla en el suelo mientras yo me río.
Meto la bola dentro y le prendo fuego, las dos observamos en silencio como arde hasta
que la última de las llamas se apaga, y sin decir nada cojo la olla, bajo abajo seguida de
Ivana que no tiene muy claras mis intenciones y simplemente abro el cubo de la basura y
las tiro dentro.
—No voy a contaminar el mar con esta mierda—murmuro.
—Así me gusta—susurra ella—¿cómo te sientes?
Yo me encojo de hombros con una sonrisa, me siento bien, pero llevo todo el día
sintiéndome así, por lo que no sé si lo que he hecho con esa carta ha ayudado o
simplemente la que ayuda es ella. La miro y dejo de pensar en cómo me siento
emocionalmente, porque ahora que la observo de pie frente a mí, tan solo vestida con la
parte inferior del bikini me está alterando hasta la última de las hormonas. Durante unos
segundos en los que parece que todo vale, ambas nos dedicamos a recorrer visualmente
el cuerpo de la otra, me gusta mirarla y a la vez me derrite sentirme observada por ella.
Su respiración es agitada y sonrío al darme cuenta, pero entonces se acerca, y
haciéndome temblar me susurra al oído:
—Tú estás tan acelerada como yo, así que no sonrías.
Me quedo clavada como una estatua, el roce de su cuerpo me está volviendo loca y sus
palabras me han puesto la piel de gallina cuando añade:
—¿Qué te parece un baño para bajar el sofocón?
La miro aturdida, y cuando la veo tan seria se me escapa la risa y ella acaba riendo
conmigo, comienzo a caminar y al llegar al pie de la escalera la cojo de la mano para que
suba conmigo. Ambas saltamos al agua y eso me despeja, está fría, muy fría, más incluso
que esta mañana, aunque puede que eso se deba a que mi cuerpo ahora está mucho más
caliente que entonces y el contraste me hace temblar. Arranco a nadar y cuando me giro
veo que Ivana sigue como ayer, agarrada a la escalerilla, cuando le pregunté el motivo me
dio una respuesta que me pareció muy absurda, tengo la sensación de que hay algo que
no me ha contado, y como ella ha sido paciente conmigo yo también voy a serlo con ella.
Mientras nado hacia ella ambas nos sostenemos la mirada, una mirada cargada de deseo
que cada vez nos cuesta más disimular, y aunque lo único que me apetece hacer ahora
mismo es besarla, la esquivo cuando llego y me pego a su espalda, la rodeo por la cintura
con una mano y le susurro:
—Suéltate.
Noto su respiración nerviosa al principio, pero cuando se suelta y la arrastro conmigo
lentamente mientras nado de espaldas se relaja, soy consciente de lo mucho que le gusta
que la lleve así, se agarra con ambas manos a la que yo tengo sobre su vientre y cierra los
ojos para dejarse llevar. Nado despacio alrededor del barco de nuevo, de vez en cuando la
miro, sus ojos cerrados, su pelo oscurecido, sus labios húmedos, y lo que me tiene la
mente turbada, sus pechos desnudos y esos tentadores pezones erizados. Le doy un beso
en la sien y sonríe sin abrir los ojos, eso me gusta, me gusta que le guste y yo también
sonrío mientras sigo nadando, hasta que cuatro vueltas después me paro al lado de la
escalera y me agarro pero no suelto a Ivana, estoy cansada pero no quiero despegarme
de ella.
Ella tampoco se mueve pero tiene sus preciosos ojos abiertos, mira hacia un lado
mientras el agua nos mece en silencio y yo no dejo de observar su cuerpo, me gustaría
pero no puedo, cada vez me gusta más y me resulta más difícil contenerme cuando con
media sonrisa pregunta:
—¿Me estás mirando las tetas?
—Sí—contesto con rapidez—me gustan tus tetas Ivana Harbor—le confieso divertida.
Ella se ríe, y dándose la vuelta y colocándose frente a mí, me da un repaso con descaro y
susurra:
—A mí me encantan las tuyas.
Noto como mi vagina se contrae ante su tono de voz hambriento y su mirada lobuna, un
pellizco de placer en mi sexo me confirma que lo que siento por ella es mucho más que
simple atracción, ahora mismo me moriría por sentir sus dedos dentro de mí y eso me
asusta, así que intentando controlar el torbellino de emociones que recorre mi cuerpo
ahora mismo le sonrío, le doy un beso en la mejilla y subo al barco. Todavía no me he
secado y ya tengo calor del sofocón que me ha provocado. Me meto en la ducha y la dejo
en la cocina preparando algo para comer, cuando salgo nos intercambiamos, ella se mete
en el baño y yo acabo de preparar la comida. Durante la comida hablamos poco, no
tocamos el tema de Ibai, de Manuel o de nuestras tetas, hablamos de su barco y cosas
superficiales que nos permitan comer con tranquilidad, después subimos arriba y
dormimos plácidamente durante un buen rato.
Cuando me despierto Ivana me está mirando sonriente, y lo primero que hago
completamente descolocada es tocarme los pechos para ver si estoy vestida, eso la hace
reír más y yo también sonrío cuando me ubico y recuerdo que después de la ducha me he
puesto unos pantalones piratas y una camiseta de tirantes. Mientras me acabo de
despejar ella baja y sube con unos vasos de limonada fresca, me encanta, y con la sed que
tengo lo agradezco profundamente.
—Gracias—digo cogiendo mi vaso y sentándome de nuevo con los pies colgando por la
borda.
—No hay de que—dice sentándose a mi lado.
Son las seis de la tarde, en breve volveremos pero queremos aprovechar al máximo este
momento, aunque el sol todavía aprieta con fuerza se ha levantado algo de aire y lo hace
soportable. Las dos bebemos en silencio durante rato, yo miro al frente, me encanta
observar el mar y no ver el fin por ninguna parte hasta que miro a Ivana, está preciosa
con el pelo revuelto por el aire y además pensativa, me mira, sonríe, me mira, se sonroja,
agacha la cabeza, me mira otra vez, es como si intentara dejar de mirarme pero algo se lo
impidiese.
—¿En qué piensas? —Pregunto para sacarla de ese estado.
Si sigue así me volverá loca.
—¿Con sinceridad? —contesta con media sonrisa.
—Sí, claro.
—Pienso en las ganas que tengo de besarte, ojos verdes—confiesa completamente seria.
Todo mi cuerpo arde, solo de pensarlo siento que voy a desmayarme, pero aquí está mi
oportunidad, la que sé que llevo días esperando y no pienso desperdiciarla, ella se ha
lanzado a la piscina y yo voy a demostrarle que no está vacía.
—¿Del uno al diez cuantas ganas tienes? —Pregunto socarrona.
Eso la hace sonreír traviesa, y acercándose un poco más a mí responde.
—Veinticinco.
—Ummm, eso son muchas ganas—le digo contenta.
—Sí, ojos verdes, son muchas ganas.
—¿Y si tantas ganas tienes por qué no lo haces? ¿O para esto tus años de sabiduría no
valen? —La provoco.
Pero Ivana no necesita mi provocación, y antes de que pueda decir nada más coloca su
mano en mi mejilla y me sostiene la cara mientras acerca sus labios lentamente, el corto
recorrido se me hace eterno, cuanto más se acerca más me revoluciono y más intenso es
el hormigueo que siento que recorre mi cuerpo en todas direcciones. Cojo aire cuando
está a punto de llegar y cuando por fin siento el roce de sus labios sobre los míos ahogo
un suspiro de placer en su boca, me encanta lo que siento, sus labios se posan sobre los
míos con suavidad una vez, y otra, y después otra, y cuando se retira y pienso en lo
desconsolada que me sentiré si deja de besarme se acerca de nuevo y esta vez su lengua
se abre paso con suavidad entre mis labios. Tiemblo, siento algo jodidamente agradable
en mi interior, el corazón va a explotarme, me gusta el contacto de su lengua, su sabor, su
calidez y su forma delicada de recorrer mi boca y jugar con mi lengua. Las hormigas se
pasean por mi cuerpo y siento un cosquilleo en el estómago como si me estuviera
cayendo al vacío, pero no por eso dejo de seguir ese beso, yo también muevo la lengua
alrededor de la suya hasta que deshacemos el beso y antes de que se retire muerdo
flojito su labio inferior y le arranco un suspiro.
Cuando nos separamos no sé muy bien qué debo hacer, no sé hacia dónde mirar y estoy
nerviosa, es la primera vez que beso a una mujer y me ha gustado mucho. Ivana está más
o menos como yo, pese a lo serena que parece siempre ahora está inquieta, hasta que se
levanta, se coloca de cuclillas a mi lado y cogiendo mi cabeza entre sus manos y
acercando su boca a mi oreja susurra:
—¿Estás bien?
Yo asiento entre sus manos y ella me besa la cabeza sonoramente, después me hace
mirarla, y clavando su intensa mirada en mí murmura:
—Es un beso Judith, uno delicioso—añade sonriente con un guiño de ojo.
Eso me altera, todo mi cuerpo arde de nuevo y yo también sonrío.
—¿Habías besado a una mujer antes? —Quiere saber sin perder su increíble sonrisa.
—No—aclaro.
—Yo tampoco—me confiesa.
—Aquí tu sabiduría no sirve—me río.
—No, en esto estamos al mismo nivel, ¿te ha gustado?
Yo afirmo con la cabeza insistentemente y me muerdo la lengua para no decirle que más
que gustarme me ha encantado.
—¿Quieres que nos dejemos llevar? Sin presiones, poco a poco, a ver qué pasa...
Vuelvo a afirmar como una boba, y después de darme un pico y volverme loca de deseo,
se pone en pie y me tiende una mano para ayudarme a levantarme.
—Hora de volver, ojos verdes.
—¿Te gustan mis ojos? —Pregunto atontada mientras pone en marcha el barco.
—Son preciosos Judith, aunque no son lo único bonito que tienes—confiesa.
Su seguridad me abrasa y me desarma, y como no sé qué responder y estoy nerviosa le
pido que se aparte.
—Déjame llevarlo a mí.
—¿A ti? ¿Sabes llevarlo? —Pregunta extrañada.
—Pues claro, yo también tengo el título—respondo con orgullo.
—No me lo habías dicho—murmura contenta.
—No me lo habías preguntado—digo encogiéndome de hombros.
Soy yo quien hace todo el trayecto de vuelta, y cuando subimos al coche y llegamos a la
puerta de mi complejo, Ivana se gira hacia mí y se pone seria, me encanta, es
terriblemente sexy y me estremezco al pensar en cómo tiene que ser de irresistible
cuando esté enfadada.
—Piénsate lo de venirte a mi casa, y olvida lo del beso para tomar esa decisión, Judith, no
me gusta que estés aquí sola.
—De acuerdo, esta noche lo pensaré y mañana te digo algo.
Ella asiente satisfecha y mis nervios vuelven, he de bajar del coche y me muero de ganas
de besarla, pero no sé si le parecerá demasiado o lo verá precipitado, no me ha quedado
muy claro que engloba la parte de dejarnos llevar y ahora no me atrevo a preguntarlo.
—¿Qué te pasa? —Pregunta con una sonrisa.
—¿Te puedo besar otra vez? —Respondo muerta de ganas.
Ivana se ríe mientras yo noto como mis mejillas se encienden, y acercándose a mí y
atrayéndome de nuevo hacia ella me dice:
—Puedes besarme siempre que te apetezca, ojos verdes...
No sé si pretendía decirme algo más o no, pero no lo sabré porque en cuanto me ha dado
su permiso he sellado sus labios con los míos con algo de torpeza y desesperación, hasta
que al fin me he calmado y he disfrutado de un beso lento y demasiado agradable.
Cuando Ivana arranca y desaparece al final de la calle me siento vacía, ahora no es ese
vacío doloroso que sentía continuamente, este es otro, es un vacío de añoranza, de ganas
de volver a verla, de que no quiero que se vaya y de que no sé por qué no le he dicho ya
que sí que quiero pasar los días que me quedan aquí con ella.
Al día siguiente soy la mujer más feliz del mundo cuando subo al barco, Álvaro y Cristian
me miran alucinados por mi estado y yo solo puedo sonreír como una tonta en lugar de
ladrar como suelo hacer últimamente.
—¿Y toda esa alegría? —Me pregunta Cristian contento.
Yo me encojo de hombros divertida, pero Álvaro no parece contento con un gesto por
respuesta.
—¿Qué has hecho estos dos días que te ha sentado tan bien, Jud?
—He pasado el fin de semana con Ivana en su yate, he descansado bien, he nadado
mucho, he llevado el barco, hasta he tomado el sol—me río.
—Sí, porque tú tienes la piel muy blanquita y tomar el sol es justo lo que te hace falta—
bromea Cristian.
—Vamos a tener que pedirle a Ivana que te lleve más veces en ese barco, Jud, hacía
mucho tiempo que no te veía así de bien—añade Álvaro mientras me abraza.
Hoy el día está un poco encapotado y las nubes tapan el sol, pero aun así el ambiente es
muy bochornoso y no dejamos de sudar. María aparece como ya empieza a ser
costumbre con cuatro cucuruchos que devoramos en el interior del barco. Mientras ellos
comentan lo bien que lo han pasado este fin de semana en la piscina yo pienso en Ivana y
decido llamarla para contarle que acepto su invitación. Me apoyo en la baranda de
cubierta y la llamo mientras miro el agua y después mi reloj, ayer a estas horas estaba
nadando con ella. Su teléfono da tono pero no me contesta, supongo que estará ocupada
y decido llamarla más tarde.
—Me voy ya—dice María que aparece de pronto a mis espaldas.
Yo sonrío y le beso en la mejilla, pero devolviéndome una mirada cariñosa me dice:
—Deberías quedar más con esa mujer, Jud, te hace bien—dice señalándome con el dedo
mientras se aleja.
Sonrío y pienso en la razón que tiene María antes de volver al trabajo. Las horas pasan, he
llamado a Ivana un par de veces más y me ha pasado lo mismo, no contesta, y que no me
devuelva la llamada me tiene muy inquieta y de mal humor, empiezo a darle vueltas a la
cabeza, no puedo evitarlo, no sé si es porque realmente está ocupada o porque tal vez lo
de ese beso ahora la incomoda, pero tanto si es por una cosa o por la otra, me da igual, lo
que me preocupa más es no saber nada de ella. Siempre que la llamo para cosas del
trabajo me responde rápido o me devuelve la llamada en seguida que puede, pero hoy
lleva horas sin dar señales de vida y me estoy poniendo muy nerviosa.
Por fin he acabado la jornada, mientras me estoy duchando decido que la llamaré al
acabar, y si no me contesta me pasaré por su casa para asegurarme de que está bien. Me
siento en la cama después de vestirme y marco su número, y en el segundo tono
descuelga.
—¿Judith? —Pregunta.
Yo soy Judith, pero ella no es Ivana y eso me pone la carne de gallina.
—¿Quién eres? —Pregunto nerviosa.
—Soy Sara, su amiga, la que iba con ella el día de...
—Sé quién eres—la corto bruscamente—¿dónde está Ivana? ¿Está bien?
—Sí, no te preocupes, aunque hoy anda bastante liada Judith, mejor llámala mañana o
espera a que te llame ella.
Me quedo en silencio pensando, algo no está bien, Ivana no es así, no la Ivana que yo
conozco, algo huele mal y ya me estoy cabreando.
—Si está bien pásamela y que me lo diga ella, colgaré y no la llamaré más, esperaré su
llamada, pero quiero que me lo diga ella—exijo.
Se oye algo de ruido de fondo e intento concentrarme, está claro que no está en su casa y
diría que en su tienda tampoco. Sara me dice que Ivana no puede ponerse, y mientras
intento sacarle información sin éxito un escalofrío me recorre el cuerpo cuando
reconozco un sonido, es el sonido de la megafonía del hospital.
—¿Está en el hospital? —Pregunto alterada.
—No Judith...
Pero le cuelgo, ya tengo la información que necesito y no quiero que me cuente más
mentiras, así que cojo el bolso y llamo a mi taxista favorito.
—Al hospital, Andrés—digo en cuanto me subo.
—¿Te encuentras bien? ¿No te habrás metido en líos otra vez? —Pregunta preocupado.
—No, solo voy a ver a una amiga, tranquilo.
Me despido de Andrés y voy directa a información.
—Ivana Harbor—le digo a la mujer que hay tras el mostrador.
Tras mirar unos segundos que se me hacen muy largos en la pantalla de su ordenador, me
mira y me da un número de habitación. Eso me inquieta, ¿está ingresada? Cojo el
ascensor y me doy cuenta de que mi cuerpo tiembla, no saber lo que le pasa me está
volviendo loca, ¿será grave? En cuanto las puertas se abren busco el pasillo que me toca y
antes de llegar a su habitación ya distingo a Sara en el pasillo. En cuanto me ve se acerca y
me detiene, tengo ganas de estamparla contra la pared y apartarla de mi camino, pero
me contengo.
—Déjame hablar contigo primero y luego entras—me pide.
Nos hacemos a un lado, y con la mirada la fulmino esperando una explicación.
—Lo primero que has de hacer es tranquilizarte, Judith, Ivana está estable y pronto estará
bien.
—¿Qué le ha pasado? —Pregunto impaciente.
—Una crisis asmática severa.
Mis ojos se abren mucho, asma, de pronto entiendo muchas cosas, ahora sé porque le
molestan los olores fuertes, porque camina tan despacio y porque no puede nadar.
—¿Desde cuándo le pasa?
—Desde siempre, tiene bronquitis asmática crónica. Hay temporadas que está bien,
puede hacer vida completamente normal y no pasa nada, pero dos o tres veces al año
sufre ataques como este, empieza a encontrarse débil, todo le cansa, y por mucho
tratamiento preventivo que le ponen al final le acaba dando. Esta mañana me ha llamado
Alejandro, le ha pasado en el despacho, estaban hablando y de pronto ha comenzado a
toser y ese sobreesfuerzo ha bastado para que le diera.
—¿Y ahora qué?
—Ahora le han puesto tratamiento intravenoso y la mascarilla con oxígeno, suele
recuperarse pronto, supongo que mañana ya le darán el alta, estará un par de días algo
débil y después será un terremoto como siempre—se ríe.
—¿Por eso no puede nadar? —Pregunto preocupada.
—Sí que puede, en cuanto se recupere estará como nueva unos meses, si estos días la has
visto precavida era por eso, ya se empezaba a encontrar mal y sabía que tarde o
temprano le acabaría pasando, ya te he dicho que cuando le da le da, no hay manera de
pararlo.
—¿Por qué no me lo has dicho? Llevo todo el puto día llamándola—Pregunto de mal
humor.
—A Ivana no le gusta que la vean así, me ha pedido que no te dijera nada, no quería que
la vieras así de débil y mi obligación como su mejor amiga es pedirte que no entres,
aunque supongo que no me harás caso.
—Supones bien.
—Si te soy sincera Judith, nunca he entendido porque se esconde tanto, cuando su
marido vivía yo me enteraba de sus ataques cuando ya habían pasado, era él el que se
quedaba aquí con ella y ahora es a mí a quien llaman si le pasa algo. Solo te pido que no le
reproches nada, necesita tranquilidad.
—No te preocupes.
Entro en la habitación detrás de Sara y cuando miro hacia la cama todo se me encoge por
dentro y siento ganas de llorar, tengo ganas de tumbarme a su lado y abrazarla, pero sé
que no puedo hacerlo. Tiene los ojos cerrados, la mascarilla puesta y la vía pinchada en
un brazo.
—Tienes visita—le susurra Sara.
Ivana abre los ojos con debilidad y me mira, yo le sonrío y veo como mueve una de sus
manos como si quisiera que se la cogiera, así que me acerco y cojo sus dedos, es la mano
donde tiene pinchado el gotero y no quiero hacerle daño.
—Hola—susurro.
Ivana aprieta un poco mis dedos y me estremezco. Sara está al otro lado de la cama, se ha
sentado en la silla y ha cogido una revista de crucigramas, y como veo que no nos presta
atención entrelazo mis dedos en los de Ivana y con la otra mano le aparto el pelo de la
cara, entonces utiliza su mano libre para retirarse la mascarilla un poco y yo acerco la cara
para oírla.
—Estoy bien—susurra con debilidad.
—Lo sé—le respondo.
En ese momento entra una enfermera para pinchar algo más en su gotero y yo me
aparto, Ivana le dice algo que no entiendo y la enfermera responde:
—Solo un rato.
Entonces le inclina la cama para dejarla sentada, le retira la mascarilla y le pone un tubito
bajo la nariz antes de irse.
—Eres una caprichosa—la regaña Sara—sabes que por ahí no recibes ni la mitad de
oxígeno.
—La enfermera me ha dejado—se defiende.
Le cuesta hablar, no es capaz de pronunciar dos palabras seguidas sin coger una
bocanada de aire, y noto como el simple hecho de intentar respirar le cansa.
—Deberías ponértela—le digo.
Ivana me mira y sonríe ligeramente, después se gira hacia Sara y le dice:
—¿Me dejas un segundo con ojos verdes?
El cuerpo se me altera con su comentario y un escalofrío me recorre la espalda, no sé
porque motivo asocio ese apodo que me ha puesto a nuestro beso, y cada vez que lo
pienso me deshago, Sara me mira y se ríe, ¿se lo habrá contado? Tras besarla en la frente
se pone en pie y se marcha, yo rodeo la cama y me acerco al lugar de la cama que Ivana
me señala con la mano para que me siente. Cuando estoy a su lado sonríe, yo también lo
hago, y humedeciéndose los labios pregunta divertida:
—¿Tienes ganas de besarme?
Me entra la risa, no tengo ganas, es algo mucho más intenso que eso, y siguiendo su
juego le digo:
—Me moriré si no lo hago.
Suspira y tose, yo me asusto y recuerdo que Sara me ha dicho que necesita tranquilidad,
no que venga yo y la altere, pero cuando voy a coger el mando para avisar a la enfermera,
Ivana coloca su mano sobre la mía y me detiene.
—Si no me besas me moriré yo—susurra con dificultad.
Me acerco a ella y beso sus labios por un lado, de forma que no tapo toda su boca y le
permito seguir cogiendo aire. Ella sonríe y cierra los ojos, muevo la cabeza y beso sus
labios por el otro lado, están fríos y húmedos de tanto oxígeno, así que mantengo mis
labios ahí unos segundos para darle calor y después beso sus ojos cerrados, primero uno y
luego el otro, su frente, la punta de su nariz, su barbilla.
—Mmmm—murmura.
Sonrío otra vez como una auténtica tonta y vuelvo a besar el lateral de sus labios una
última vez, cuando me retiro coge mi mano y aprieta con la poca fuerza que tiene.
—Te falta el otro—suspira.
Y sonriendo me acerco de nuevo y beso sus labios por el otro lado.
—¿Te encuentras mejor? —Bromeo.
Ella afirma con la cabeza mientras sus increíbles ojos me devoran.
—Déjame quedarme contigo—le pido.
Me mira con incertidumbre, y entrelazando sus dedos con los míos responde:
—Ya te dije que podías quedarte...
—No digo en tu casa—la corto—digo aquí, esta noche, déjame cuidarte.
Sus ojos se abren mucho, parece que tiene un conflicto interno, y antes de que me dé una
negativa insisto:
—Por favor, Ivana.
Y con los ojos vidriosos afirma de nuevo y los cierra, yo aprieto el botón para que venga la
enfermera y le ponga la mascarilla, y junto a ella entra Sara. Cuando la enfermera se va le
digo:
—Yo me quedaré con ella esta noche, Sara, tú ya has estado aquí todo el día y necesitas
descansar...
—¿Que te quedas? —Me corta alucinada.
No quiero que se ofenda, pero Ivana me ha dicho que sí y yo no quiero separarme de ella.
—Sí, se lo he pedido, supongo que querrá que descanses—me excuso.
Sara mira a Ivana, pero la mujer sabia tiene la boca sellada por la mascarilla y los ojos
entornados, se está durmiendo, y antes de que lo haga Sara le pregunta:
—¿Quieres que se quede?
Ivana asiente y cierra los ojos, Sara clava su mirada en mí, no sé si me odia o me va a
echar la bronca, pero cuando voy a abrir la boca ella sonríe y me hace un gesto con la
cabeza para que salgamos de la habitación. En cuanto cierro la puerta me lleva a un lado
cogida del brazo y me dice divertida:
—No iba a quedarme, no me deja, no me ha dejado nunca.
Yo la miro alucinada pero no abro la boca, porque ella está emocionada y sé que va a
seguir hablando.
—No sé qué pasa entre vosotras Judith, pero sé que le gustas, ¿a ti también te gusta?
Sé que me acabo de poner roja como un tomate, y como no puedo negar lo evidente
asiento con la cabeza y ella se ríe.
—Solo te pido una cosa, no juegues con ella, si vas, vas, ¿me oyes? Si le haces daño te
encontraré, te arrancaré los ojos y después te echaré sal en las heridas, ¿te queda claro?
—Me amenaza.
Que mente más retorcida, ¿es necesario lo de la sal?
—Clarísimo—respondo divertida.
—Bien, ahora entra ahí y cuida de mi amiga como se merece.
Cuando entro, Ivana está dormida y solo se despierta una vez porque quiere ir al baño.
Obviamente la enfermera no la deja y yo me salgo de la habitación cuando me mira
desesperada al ver a la enfermera con la cuña. Por la mañana llamo a Cristian y le digo
que por primera vez en mi vida no voy a trabajar, le cuento lo que le ha pasado a Ivana y
que me voy a quedar con ella, mi amigo me dice que no me preocupe por nada, que ellos
se ocuparan de todo.
Ivana abre los ojos al fin, ha dormido más de catorce horas y cuando lo hace se encuentra
mucho mejor, otra enfermera le hace un pequeño control y le retira la mascarilla. Es
brutal la diferencia de ayer a hoy, ayer casi no podía hablar y ahora no para de exigir que
venga su doctora para que le dé el alta, yo me río, Ivana como paciente es un coñazo, y
cuando se lo digo se enfada y me lanza miradas incendiarias.
Después del trajín de la enfermera entrando y saliendo, por fin estamos a solas y hay un
momento de paz en la habitación. Miro a Ivana, y con cara de cansancio me dice:
—Ven aquí.
Yo me acerco y me siento en un borde de la cama frente a ella, no sé muy bien qué hacer
de nuevo, lo único que me apetece a todas horas es besarla y abrazarla, para mí lo de ir
poco a poco de pronto me sobra, yo quiero mucho, desde que nos besamos y tuve aquel
impresionante torbellino de sensaciones agradables me he vuelto adicta a ella, quiero
más, mucho más.
—¿Qué tal has dormido? Eso no parece muy cómodo—dice mirando el sillón.
—No está mal, los hay peores, he dormido bastante bien, no te preocupes.
La mujer de la sabiduría sonríe y tiende una mano hacia mí reclamándome.
—Acércate un poco, Judith—me pide amablemente.
No entiendo muy bien que quiere, pero le hago caso y cuando mi cabeza está a un palmo
de la suya sonríe de nuevo, y colocando su mano en mi nuca me acerca y susurra:
—Si esa enfermera no llega a irse la hubiera echado yo, tengo ganas de besarte desde que
he abierto los ojos.
Soy una muñeca de trapo, ahora mismo Ivana podría hacer conmigo lo que quisiera y yo
la dejaría, me dejo llevar por su mano y de nuevo siento el contacto de sus labios sobre
los míos y me derrito, es un beso corto porque yo me separo rápido, no quiero quedarme
con su aire ni que haga esfuerzos, pero su mano me detiene, y con ojos de corderito me
dice:
—Un poco más, desde que lamí tu lengua el otro día me muero de ganas de volver a
hacerlo—me confiesa.
—Saca la lengua—le exijo divertida después de que sus palabras me ericen el vello.
Ivana me mira excitada, y tras morderse los labios obedece y saca ligeramente la lengua.
Me acerco lentamente y cuando llego a ella saco la lengua, y con la punta de la mía rozo
la suya, Ivana suspira gustosamente y todo el vello se me eriza otra vez. Me enfoca con
los ojos oscurecidos por el deseo y vuelve a sacar la lengua para provocarme, quiere más
y yo también, así que vuelvo a acercarme, vuelvo a lamer la punta de su lengua y antes de
que la esconda la succiono entre mis labios, y después de darle un corto beso que me
nubla la vista me retiro.
—Joder Judith—suspira echando la cabeza hacia atrás—¿qué me has hecho para que no
pueda dejar de pensar en ti?
Eso me gustaría saber a mí, que le he hecho yo y que me ha hecho ella a mí. Al cabo de un
rato entra su doctora, una mujer mayor y muy agradable que tras examinar a Ivana
decide darle el alta.
—Ya sabes cómo va esto pirata, estarás algo débil un par de días y después vida normal,
te he cambiado el tratamiento, vamos a probar con esto a ver si conseguimos que tardes
más en venir a verme—dice entregándole un papel.
Ivana asiente, y tras darse un afectuoso abrazo, la doctora se despide y se marcha.
—¿Pirata? —Le pregunto con las cejas alzadas mientras la ayudo a vestirse.
—La primera vez que ella me atendió fue en carnaval, yo estaba con Manuel y unos
amigos, entonces éramos novios, el ataque me dio en medio de la calle y cuando llegué
aquí todavía iba disfrazada de pirata, desde entonces me llama así—me cuenta divertida
—por cierto, ¿tú no deberías estar trabajando?
—Sí, pero tu amiga Sara me amenazó de muerte si te trataba mal, si me voy y se entera
me perseguirá hasta el fin de los días—digo fingiendo tener miedo.
—Sara es una exagerada y tú también—me acusa.
—¿Quieres que me vaya? —Pregunto poniéndome seria.
—No Judith, no quiero—confiesa.
Llamo a Andrés y mi taxista favorito no tarda en aparecer, cuando me ve junto a Ivana me
sonríe y yo no sé muy bien cómo debo interpretarlo, pero cuando Ivana sube al taxi veo
que se conocen y parece que se caen bien.
—Conozco a Ivana desde que era una niña—me cuenta ante mi cara de interrogante—
ella y mi hija mayor, Maribel, iban juntas al colegio.
Miro a Ivana y ella se encoge de hombros divertida. Cuando nos despedimos de Andrés
entramos en su casa y la persigo por todas partes como si fuera un perro, no sé qué debo
hacer y me da miedo que se encuentre mal y esté sola. Veo como coge ropa interior del
cajón y cuando la tiene en la mano se para ante mí y me dice:
—Estoy bien Judith, no puedo hacer esfuerzos durante un par de días por precaución,
pero me encuentro bien, no tienes que perseguirme por todas partes—se ríe.
Pero yo no me río.
—¿Por qué no me dijiste lo que te pasaba?
—Si te soy sincera no lo sé, supongo que no quería que supieras que estaba enferma,
pero es una tontería porque es algo que no puedo esconder, siento no habértelo dicho—
se disculpa con sinceridad.
—¿Algo más que deba saber? —Exijo fingiendo enfado.
—Soy alérgica a las aves, a los gatos, al polen y a la gente gilipollas, cuando veo uno me
sale un manchurrón aquí—dice tocando y besando una parte de mi cuello—y me pongo
de un humor de perros.
Las dos reímos y nos fundimos en un abrazo, cuando nos soltamos la miro y sigo con mi
arsenal de preguntas.
—¿Qué sientes cuando te encuentras mal? En el barco no estabas bien, ¿verdad?
—Es complicado de explicar, ojos verdes, cuando me empieza a pasar me siento floja, me
canso más rápido de lo que debería y necesito tranquilidad. Si no hago esfuerzos ni me
expongo a nada que me altere voy aguantando, aunque al final es cuestión de tiempo.
Cuando estábamos en el barco ya hacía días que no me encontraba muy bien, por eso no
quise nadar, si lo hubiese intentado me hubiese dado el ataque en medio del agua.
—Entonces nada de esfuerzo ni deporte, ¿sexo? —Pregunto sonrojada.
Ivana se ríe y niega con la cabeza.
—Sexo tampoco.
—Bien, apuntado, ¿algo más?
—Nada más. Ahora voy a ducharme, y aunque me encantaría que volvieses a entrar
conmigo te lo voy a prohibir porque eso me alteraría y seguro que tenemos que volver a
urgencias—confiesa con sonrisa traviesa—pero quiero que hagas algo mientras tanto.
—¿Qué? —Quiero saber.
—Quiero que cojas mi coche, vayas a tu apartamento y traigas aquí tus cosas de una vez
—dice señalándome con el dedo enfadada.

Capítulo 12
Ivana

Cuando Judith se marcha me ducho y me tumbo en la cama mientras vuelve, me hubiera


gustado acompañarla y ayudarla, pero no puedo, estoy cansada y cualquier esfuerzo
ahora me supone un riesgo extremo. En algún momento me he dormido, y cuando me
despierto y salgo al comedor adormilada me llevo una sorpresa, que aunque no me
resulta desagradable sí que me decepciona. Sara está sentada en el sofá y no veo a Judith
por ningún sitio.
—¿Cómo estás dormilona? —Me saluda mi amiga.
—Bien, ¿qué hora es?
—Las cuatro y media.
—¿En serio? —Pregunto alucinada.
—Sí—se ríe.
—¿Y Judith?
—Trabajando, le he dicho que si tenía algo que hacer que no se preocupara, tengo la
tarde libre y puedo vigilar a la enferma—bromea—pero no te preocupes, volverá, aquí—
especifica con ojos entornados—porque ha traído sus cosas...
—Le ofrecí mi casa hace tiempo, ya te lo dije.
—¿Y se viene justo ahora? —Se ríe otra vez.
—¿Qué insinúas?
—¿Qué tenéis Ivana? ¿Estáis juntas?
Su pregunta me descoloca, y dirigiéndome a la cocina porque me muero de hambre, le
digo mientras me sigue:
—Sinceramente no sé qué tenemos Sara, pero el domingo nos besamos en mi barco y fue
lo más bonito que me ha pasado nunca—confieso mientras lo recuerdo—besar a Judith
me provocó millones de sensaciones a cada cual más agradable, eso no me había pasado
nunca con nadie, ni siquiera con Manuel en nuestra mejor época. Ella me da algo que
nadie me ha dado, no sé lo que es pero me gusta. En cuanto a lo de venir aquí no tiene
nada que ver con ese beso, ella ya había tomado la decisión el viernes, solo era cuestión
de decírmelo y dar el paso.
Sara me mira con una sonrisa que no le cabe en la cara, y bebiendo vino mientras yo
como continúa con su interrogatorio.
—Vale, os besasteis y explotaron los fuegos artificiales, pero habréis hablado sobre ese
beso Ivana, ¿o vais a hacer ver que no ha pasado nada?
—No, claro que no, ha pasado y yo deseo que pase más veces y que pasen más cosas—
sonrío—le dije que nos dejásemos llevar para ver qué pasaba, esto es nuevo para las dos
y no quiero que ninguna se sienta incómoda.
—Hacéis bien, no hay porque agobiarse, es vuestra vida y las dos podéis hacer con ella lo
que queráis, y ojalá salga bien Ivana, te mereces a alguien bueno a tu lado, y aunque
Judith me pareció un poco pandillera al principio ya he comprobado que era todo
fachada.
Su comentario me hace gracia, pero pienso en ojos verdes y su comportamiento
autodestructivo y se me hace un nudo en el pecho, solo espero que haberse desahogado
como lo hizo le sirva y se permita ser feliz de nuevo, a ser posible a mi lado. Cuando
Judith vuelve del trabajo Sara ya se ha ido y eso la enfada.
—Me dijo que se quedaría contigo.
—Se lo pedí yo, Judith—la excuso—no paraba de hablar y me tenía la cabeza como un
bombo—bromeo.
No parece muy conforme pero tampoco dice nada y se encierra en el baño. Cuando sale
de la ducha se mete en su habitación, me asomo y me quedo en la puerta, está de
espaldas y no me ha oído llegar, solo tiene puestas las braguitas y ya noto como me
altero, pero antes de que se gire y me pille como una mirona le hago saber que estoy
aquí, le prometí espacio y quiero dárselo.
—Judith—la llamo en un susurro.
Ella se gira dejando la camiseta y noto como se ruboriza, aparto la mirada de su cuerpo y
después de pedirle perdón le digo:
—Solo he venido por si quieres que te ponga crema en la espalda.
Ojos verdes se acerca y se gira después de entregarme el bote de crema, yo la unto bien
por toda su espalda y mientras lo hago le comento:
—Quiero que me digas cualquier cosa que te moleste, nuestros besos no tienen nada que
ver con esto, yo te prometí tu espacio y creo que ya lo he rebasado, quiero que tengas
toda la intimidad que necesites, así que a partir de ahora si quieres que te ponga la crema
pídemelo, ¿de acuerdo?
Judith se gira de pronto y me siento incapaz de mantenerle la mirada, mis ojos me
traicionan y miro sus pechos con descaro antes de volver a mirarla a los ojos.
—Perdona Judith, es que eres una tentación—me excuso.
Ella se ríe, y pegándose peligrosamente a mí susurra:
—Quiero que me eches crema cada día, aunque también quiero seguir manteniendo mi
independencia en esta habitación, no quiero que entres y me encuentres medio desnuda
porque cuando me miras me excito salvajemente y es una putada.
Tras esa confesión me besa y me deja con las piernas temblando por el deseo, se vuelve
hacia la cama, coge la camiseta y se la pone antes de volver a mí y sonreírme.

Los días comienzan a pasar, y tener a Judith en casa me resulta muy agradable, las dos
intentamos hacer nuestra vida como antes, ella acude al trabajo cada día y yo ya llevo un
par de días haciéndolo, me encuentro perfectamente. No nos vemos en todo el día, al
mediodía come con sus amigos, y aunque estoy tentada más de una vez de ir a sacarla del
barco me contengo, quiero mantener el deseo y las ganas locas que tengo de verla
cuando vuelve y que ella siga deseándome a mí, quiero que me eche de menos a todas
horas.
Los únicos momentos que compartimos son a partir de cuando llegamos del trabajo, más
o menos lo hacemos a la vez y hemos establecido una pequeña rutina. Al llegar nos
duchamos, yo le pongo crema a ella y ella a mí, entre las dos preparamos algo de cena o si
estamos muy cansadas la pedimos por teléfono. Nuestro juego sigue pausado y castigado
con besos, besos que cada vez son más intensos, más necesitados y más salvajes. Aunque
Judith solo lleva aquí cuatro noches me estoy acostumbrando tanto a ella que sé que
cuando se marche lo voy a pasar realmente mal.
Después de cenar siempre le pido que me acompañe a pasear por la playa, el primer día
no estaba muy convencida, yo acababa de salir del hospital y ella decía que caminar me
cansaría, pero la convencí y ahora lo hacemos cada noche, y cuando volvemos nos
sentamos en un balancín que tengo en la terraza trasera a beber limonada antes de
dormir.
Desde que está aquí me comenta que duerme bien, y lo cierto es que tiene mejor cara,
incluso diría que ha ganado algo de peso y ahora está mucho mejor que antes.
—Hoy me apetece correr—le digo mientras recogemos la mesa después de cenar.
—¿Correr? Ni hablar—me regaña.
Impulsada por una fuerza que no controlo me pego a su espalda y la rodeo con los brazos
por la cintura, su cuerpo responde contrayéndose y su respiración se acelera cuando
siente mi aliento en el cuello, es la primera vez que voy a hacer algo más que besarla, y
como no me detiene y me muero de ganas prosigo con mi profanación y le doy varios
mordisquitos en el cuello que la hacen temblar a la vez que reír, ojos verdes tiene
cosquillas.
—Me conociste cuando me encontraba mal—le susurro recorriendo su oreja con la
lengua—pero cuando estoy bien hago muchas cosas ojos verdes, entre ellas correr, me
encanta, y esta noche quiero correr contigo.
Judith se gira entre mis brazos y está vez es ella la que muerde mi clavícula y me provoca
un intenso escalofrío.
—Como te pase algo me enfadaré—amenaza besando mi cuello.
—No me pasará nada, te lo prometo, sabes que si me encuentro mal no hago esfuerzos.
Pero Judith ya no me contesta, y colocando sus manos en mi cintura y sujetándome con
fuerza posa sus labios sobre los míos y me devora. Siento como la humedad se instala
entre mis piernas y no puedo hacer nada para evitarlo, cada vez que Judith me besa me
derrito y me entra de todo por el cuerpo. Le he dicho que quiero correr y como siga así lo
que voy a hacer es correrme. Ese pensamiento me hace reír en sus labios y la morenaza
se separa y me mira con intriga.
—¿De qué te ríes? —Quiere saber.
—De lo que he pensado, pero es posible que a ti no te haga gracia—le digo.
Debería haberme pensado una excusa pero no sé mentir ni quiero hacerlo, al fin y al cabo
la culpa de lo que pasa en mi cuerpo la tiene ella.
—¿Qué has pensado? —Insiste.
—Vas a pensar que soy una depravada Judith—me río—ha sido un pensamiento tonto y
sin intención, simplemente me ha venido a la cabeza y yo...
—Quieres contármelo de una vez—exige impaciente.
—Yo te he pedido ir a correr, y cuando me has besado he pensado que si seguías así en
lugar de correr iba a correrme, ale, ya está, ya lo he dicho—murmuro sonrojada.
—Es usted una cochina señora Harbor—dice dándome un casto beso en los labios.
Su comentario me hace reír, pero dispuesta a dejarle claro que hablaba en serio le digo:
—Mucho, ojos verdes, cuando deseo a alguien puedo ser muy cochina.
Noto como pierde toda su seguridad y su respiración se vuelve rápida e intensa, sus
mejillas se han encendido y estoy segura de que sus braguitas ahora están más húmedas
que las mías. Con satisfacción por lo que he conseguido, cojo las llaves de casa y le digo
que nos vamos. Corremos por la zona de la riera y observo como Judith se contiene a
menudo para mantenerse a mi paso, la idea es que cada una queme energía a su ritmo y
está claro que ella así lo único que conseguirá es estresarse.
—Adelántate—le pido—yo soy más lenta y no tienes que esperarme.
Ojos verdes me mira, y dedicándome una sonrisa que me vuelve loca sale disparada como
una flecha mientras yo sonrío, la veo alejarse, y cuando ya casi no la distingo veo que da
la vuelta y viene en mi dirección a la misma velocidad, la suya. Cuando llega hasta mí me
rodea, y sin detenerse ella ni hacer que me detenga yo me da un beso en la mejilla que
por el movimiento de ambas ha acabado en mi oreja y sale disparada de nuevo. Su detalle
me ha encantado, y desde ese momento me deleito viendo cómo va y viene y espero
ansiosa mi siguiente beso. El segundo lo acierta y además suena fuerte contra mi mejilla,
me encanta, el tercero va de lleno a mi oreja, y no sé si es porque ha calculado mal o si
simplemente quería dármelo ahí, pero me hace temblar. Con cada nuevo beso voy
perdiendo energía porque la morenaza me altera hasta la médula, el cuarto es un intento
de buscar mis labios que acaba en la punta de mi nariz y me hace cosquillas. En el quinto,
conforme veo que se acerca voy ralentizando el ritmo para no pararme de golpe, cuando
se da cuenta hace lo mismo, hasta que los últimos pasos antes de encontrarnos los damos
caminando y sin aliento, lo cual no me impide no frenar y agarrar su cara entre mis manos
para devorar su boca con hambre. Judith se entrega a mi beso y lo hace suyo, toma el
control y su lengua se pierde por los rincones de mi boca mientras noto una ola de calor
subirme por el cuerpo.
—Me vas a matar—suspiro en su boca.
Judith intensifica su beso ante mis palabras y yo siento que las piernas me flaquean, todo
mi cuerpo tiembla de placer cuando utiliza sus dedos para acariciar de forma superficial la
palma de mis manos hasta que se las agarro con fuerza entre las mías, y presa de todo lo
que me hace sentir tengo un momento de debilidad y le susurro:
—Me gustas muchísimo Judith, cada vez que me tocas me tiemblan hasta las orejas.
Judith se ríe con ganas mientras me mira, yo pongo cara de enfado y los brazos en jarra,
no es la reacción que espero y me hago la ofendida, pero cuando se le pasa la tontería
coloca sus manos en mi cintura, y cuando cierro los ojos porque pienso que va a besarme
confiesa:
—Me muero de ganas de recorrer todo tu cuerpo con las manos y la lengua.
Sus palabras me paralizan, y solo de pensar en lo que me ha dicho siento tanto placer que
como me ponga una mano encima creo que me corro.
—¿Volvemos? —Pregunto atontada.
Judith me da un repaso que me estremece, y tras morderse los labios y después
humedecérselos, se da media vuelta y comienza a caminar. Durante los minutos que
tardamos en llegar a casa soy incapaz de pensar en nada que no sea tomar su cuerpo y
ofrecerle el mío, lo intento pero no puedo, el deseo me supera y como la ducha no
consiga calmarme creo que esta noche le salto al cuello como un animal en celo.

Al llegar me ducho yo primera y tal y como me temía nada puede sacarme esos
pensamientos de la cabeza, cierro los ojos y veo a Judith, los abro y también la veo
aunque realmente no esté, la necesito, siento que voy a explotar de un momento a otro,
pienso en masturbarme en el baño pero me detengo cuando estoy a punto de hacerlo por
un simple motivo, no quiero tocarme yo, quiero que me toque ella. Cuando salgo
cruzamos una mirada que me traspasa y no nos decimos nada, ella entra en el baño y yo
me tiro en la cama al borde del infarto.
Comienzo a pensar en un millón de excusas para llamarla y pedirle que venga, o algún
motivo para ser yo la que vaya a su habitación, pero por mucho que pienso no se me
ocurre nada lógico. La oigo salir del baño y me siento de golpe en la cama con la intención
de levantarme, ya tengo una excusa, simplemente iré a darle las buenas noches y espero
que mi beso la encienda tanto como lo estoy yo, pero cuando voy a levantarme la veo
parada en la puerta de mi habitación, su expresión corporal es tan salvaje y llena de
deseo que noto como me aletean hasta los párpados.
—¿Puedo entrar? —Pregunta agitada.
—Si no entras saldré yo a buscarte—respondo taquicárdica.
Judith entra con paso decidido y conforme lo hace se quita la camiseta dejando su cuerpo
cubierto únicamente con las bragas, mi sexo se contrae con ese gesto y rápidamente la
intento imitar, pero estoy tan nerviosa y excitada que no sé muy bien que hago y al final
es ojos verdes quien acaba de sacarme la camiseta y me empuja para que me tumbe.
Caigo como una losa sobre la cama esperando que Judith se tumbe sobre mí, pero con
una seguridad aplastante coge mis braguitas y con decisión tira de ellas y me las quita.
Ardo al sentirme completamente desnuda, y ardo más cuando se coloca lentamente
sobre mí, y antes de que sus labios lleguen a mi boca se detienen en mi pecho derecho y
lo succionan con devoción. Un gemido de sorpresa sale de mi garganta y toda mi piel se
eriza, mi abdomen tiembla cuando su lengua me lame el pezón salvajemente y yo solo
puedo cerrar los ojos y dejarme hacer, mi plan era tomar su cuerpo, pero Judith ha
tomado la iniciativa quedándose con el mío sin obtener ningún tipo de resistencia por mi
parte.
Acaricia mi piel con deleite pero siempre por encima de la cintura, su mano ahora está en
mi pecho y su lengua revoloteando alrededor de la mía cuando siento sus pechos suaves y
delicados apoyarse sobre los míos. Me muero de gusto, coloco mis manos en su espalda y
la recorro en todas direcciones mientras nuestro beso se vuelve intenso, bajo hasta sus
nalgas y cuando muerde mi labio inferior yo suspiro con fuerza y la aprieto contra mí,
vuelvo a gemir cuando siento el calor de su sexo sobre el mío, miles de hormiguitas me
recorren y todo mi cuerpo tiembla cuando Judith separa sus labios de los míos, y
mirándome con ojos entornados me dice:
—Si te encuentras mal dímelo y paro.
—Si paras te mato—suspiro atrapando sus labios de nuevo.
Vuelvo a colocar las manos sobre sus nalgas, y cuando intento colarlas por debajo de sus
bragas Judith me da un manotazo y me las aparta, se deja caer a un lado y vuelve a lamer
mis pechos con locura. Su control y su dominio me excitan tanto que pienso que en
cualquier momento me voy a volver loca cuando le suplico sin pensar:
—Tócame Judith...
Tras succionar mi pezón izquierdo con fuerza y hacer que un calambrazo me recorra la
espina dorsal, levanta la mirada y me pregunta:
—¿Donde yo quiera?
—Soy tuya, ojos verdes—suspiro entregada—haz conmigo lo que quieras.
Se separa ligeramente de mi cuerpo y me observa con mirada hambrienta durante unos
segundos que me desesperan por completo. Me sonríe, y apoyando su cuerpo sobre su
codo izquierdo, deja muerta su mano derecha sobre mi cuello y comienza a bajar muy
lentamente entre mis pechos, tan solo me acaricia con la punta de los dedos y me cuesta
respirar, noto como mi abdomen se contrae una y otra vez y los escalofríos van y vienen
mientras ella sigue con su recorrido. Ahora rodea mi pecho izquierdo, traza un círculo
alrededor y va subiendo en espiral hacia mi pezón, cuando llega a él lo pellizca con
suavidad y yo grito de placer ante la sorpresa. Estoy completamente inmóvil, entregada a
sus caricias y disfrutando enormemente de todo lo que me hace, me encanta como mira
mi cuerpo cuando lo recorre con la mano, ahora está en mi otro pecho, y cuando llega al
pezón y pienso que lo va a pellizcar, baja la cabeza y lo atrapa con los dientes estirándolo
con delicadeza, vuelto a gritar.
Ahora su mano baja por mi vientre y me siento al borde de la locura, traza líneas en todas
direcciones, rodea mi ombligo, lo besa, me muerde los costados mientras me toca y poco
a poco sus dedos llegan a mi cadera, recorre las líneas que dibujan mis huesos y baja por
mi ingle, creo que voy a desmayarme. No dejo de jadear, mi abdomen sube y baja como
no había visto nunca y el placer en mi cuerpo es constante, empezando en las zonas que
Judith toca y acabando en pequeños pinchacitos de hormigueo en mi centro de placer.
Su lengua recorre todo mi torso desde la cintura hasta mi cuello, y cuando está llegando a
mi boca y yo pensando en recibirla y devorar la suya, siento como sus dedos se hunden
entre mis pliegues y vuelvo a gritar de placer. Me noto empapada y muy caliente, las
caricias de Judith son exquisitas y delicadas, lo está recorriendo con deleite sin dejar de
mirarme y lo único que puedo hacer es regalarle mis gemidos para que sepa lo mucho
que me gusta. Apunta uno de sus dedos en mi vagina y yo me muerdo los labios.
—Ummm—gimo con desesperación.
Y ojos verdes, que parece guiarse por las respuestas de mi cuerpo, hunde ese dedo en mi
interior y yo alzo la pelvis en busca de profundidad, ella sonríe, y sin darme tiempo a
procesar todo lo que siento mete otro de sus dedos y me retuerzo de gusto cuando
empieza a moverse dentro de mí, al principio noto como sus dedos tantean mi interior
mientras su pulgar está presionando mi clítoris fuera, pero poco a poco esos dedos
empiezan a entrar y salir de mí y retuerzo la almohada ente mis manos, cuanto más gimo
más rápida se vuelve la mano de Judith. Cuando me siento al borde del abismo abro las
piernas todo lo que puedo y la morenaza se recoloca para tener mejor apoyo, comienza a
entrar y salir de mi vagina a una velocidad de vértigo, yo solo puedo gritar sin parar
mientras oigo el impacto de su mano contra mi sexo una y otra vez, su ritmo es
devastador y mi placer extremo, y cuando pienso que no puede ser mejor, todo mi
cuerpo se tensa y me arqueo contra su mano a la vez que cierro las piernas y la atrapo en
mi interior. Hundo la cara en la almohada mientras las oleadas de fuego me recorren por
completo, hasta que finalmente me relajo y me quedo medio muerta sobre las sábanas.
Judith se tumba a mi lado y me observa sonriente mientras yo intento que mi respiración
se normalice.
—¿Estás bien? —Murmura apartándome el pelo sudado de la frente.
—Perfectamente—suspiro con una satisfacción importante.
Me tomo mi tiempo para recuperarme, sé que si no lo hago puedo pagarlo caro, y
mientras lo hago simplemente observo a Judith, ahora está colocada en el otro lado,
apoyada sobre su otro brazo, con la mirada completamente perdida en algún punto de mi
pelo mientras juega a hacer tirabuzones con mi flequillo. Parece relajada, tranquila y
satisfecha, como si todo lo que deseara en este momento fuese lo que acaba de hacerme,
y cuando pienso en eso me estremezco al pensar en lo mucho que me ha hecho disfrutar
y sonrío.
—¿Qué piensas? —Pregunta en voz muy baja.
—En ti—confieso.
Ella sonríe a ese punto de mi cara que no deja de mirar y yo me inclino hacia ella y la beso
lentamente, se deja llevar por mi beso y poco a poco voy ganando terreno para
colocarme encima de ella, acaricio sus pechos y le arranco un suspiro tras otro mientras
muerdo el lóbulo de su oreja derecha, todo va bien hasta que una de mis manos baja por
su abdomen. De pronto me la coge por la muñeca y con mirada de angustia me dice:
—A mí no.
Me bloqueo por completo cuando veo su expresión y como le tiembla la barbilla, su mano
sigue sujetando mi muñeca, yo no me muevo ni se mueve ella. Durante unos segundos mi
cabeza intenta comprender que sucede pero no puedo, no sé si he hecho algo mal o si ha
habido alguna señal que yo no he sabido interpretar, pero cuanto más la miro sin saber
qué hacer, más le tiembla la barbilla y más se inundan sus ojos con unas lágrimas que
pelean por salir. Creo que me voy a volver loca, no entiendo nada, y cuando por fin
reacciono, retiro lentamente mi mano de su cuerpo y la coloco en su cara para que me
mire.
—Judith—susurro.
Pero Judith intenta apartar la mirada y por ahí sí que no paso.
—¿A ti no, qué? —Le pregunto angustiada.
—Yo no—repite mientras sus lágrimas comienzan a salir.
—¿Tienes la regla? —Pregunto pensando en que ese pueda ser el motivo.
Niega con la cabeza y eso me enerva.
—Háblame Judith, dime qué te pasa por favor—le suplico.
Pero ahora se ha hecho un ovillo y llora sin consuelo, y desesperada por lo que se me
acaba de pasar por la cabeza le pregunto:
—¿Te han hecho algo, cariño? —Susurro acariciando su pelo.
Ojos verdes niega con la cabeza y siento un alivio indescriptible, pero que no me diga que
le pasa me está desesperando, y obligándola a mirarme y hablando con malas formas le
insisto:
—Cuéntamelo Judith—exijo enfadada.
Mi tono surge efecto, y acercándose a mi cuerpo y hundiendo su cara entre los brazos con
vergüenza susurra:
—No puedo correrme.
Durante unos segundos se me paralizan hasta los párpados, ¿he oído bien? Sí, estoy
segura de lo que he oído. Judith sigue llorando, y mientras proceso lo que acaba de
decirme la abrazo con fuerza y la dejo desahogarse. Mi cabeza no para, recuerdo a
Cristian diciéndome que creía que a Judith le pasaba algo más, y recuerdo cuando me
contó que después de tirarse al médico aumentaron sus salidas nocturnas en modo
camorrista, ¿fue eso lo que pasó? ¿No pudo correrse?
Durante minutos llora entre mis brazos, yo acaricio su espalda y le susurro palabras que
poco a poco comienzan a calmarla, hasta que por fin lo hace, y cuando considero que está
más tranquila, preparo mi tercer grado y me lanzo al ataque.
—Cuéntame eso de que no puedes correrte Judith.
—No quiero hablar de eso—murmura.
—Claro que vamos a hablar de eso, y lo vamos a hacer ahora te guste o no, le exijo.
Y removiéndose alterada levanta la cabeza y me dice de mal humor:
—Ya lo has oído, no puedo correrme, no hay nada de lo que hablar.
—Ya me has cabreado—le digo enfadada—estoy desnuda, acabas de hacerme el amor
hasta hacerme rozar la locura y cuando voy a tocarte me detienes, te pones a llorar y me
dices que no puedes correrte, ¿de verdad crees que esto se va a quedar así? No Judith, las
cosas se hablan, y entre las dos encontraremos una solución.
—No la tiene—grita enfurecida y consumida por la impotencia.
—Relájate—le ordeno con autoridad—¿desde cuándo te pasa?
Tras una mirada enfurecida, suspira vencida y se pone de lado colocando la cara sobre sus
manos en posición fetal, yo la imito y me pongo frente a ella, lo suficientemente cerca
como para que sienta mi cercanía y sepa que estoy de su lado y a una distancia que me
permite mirarla sin ver doble.
—Hará unos tres meses—confiesa con calma.
Sus ojos están enrojecidos y sus mejillas coloradas, le aparto el pelo de la cara en un gesto
cariñoso mientras el alivio se instala en mi cuerpo, tres meses, no es que yo sea sabía,
pero está claro que eso no es un problema físico, es algo psicológico y lo que debo hacer
es ayudarla a comprenderlo.
—¿Y antes de eso tenías problemas para tener orgasmos? —Pregunto con normalidad.
—No.
—¿No disfrutas en ningún momento? ¿O el problema es simplemente que no llegas al
orgasmo?
—Lo segundo, lo disfruto todo, pero cuando llega el momento no puedo y me desespero.
Por fin está completamente relajada y parece que ya no le importa tanto hablar de este
tema, aunque entiendo que es algo muy íntimo y personal creo que ella y yo estamos en
una fase donde podemos compartir ese tipo de pensamientos.
—Dime una cosa Judith, en estos tres meses que dices que lleva pasándote, ¿te has
masturbado?
Sus ojos se abren mucho y se le escapa una sonrisilla que me hace reír, y robándole un
delicado y casto beso le digo:
—Yo lo suelo hacer a menudo...
—Sí que lo he hecho—confiesa.
—¿Y te has corrido?
Mi pregunta la descoloca por completo, y arqueando una ceja con sorpresa me contesta:
—Sí.
—Eso no lo habías pensado, ¿eh? —murmuro besándola de nuevo.
—No.
—He aquí una clase magistral de sabiduría—me burlo.
Ojos verdes se ríe un instante y después clava una preciosa mirada de ternura en mis ojos
que me derrite, ahora me toca calmarla como sé que lo hacen mis palabras, y
señalándome el hueco entre el hombro y el pecho le pido que apoye su cara. Se abraza a
mí y la rodeo con el brazo, acaricio su espalda, beso su cabeza, y cuando está
completamente relajada le suelto mi dosis de sabiduría.
—¿Qué diferencia crees que hay para que te corras cuando te tocas tú y no lo consigas
cuando te tocan otros? —La insto a pensar.
—El tiempo—murmura—si me lo hago yo no tengo prisa, no me pongo nerviosa...
—Exacto Judith.
—¿Y por qué me pasa con los demás? —Pregunta tranquila.
—¿Sabes lo que creo yo?
—¿Qué?
—Que la primera vez que te pasó fue porque probablemente estabas nerviosa por otras
cosas, no te apetecía mucho, o simplemente no tenías el día. Y la mente es muy mala y
traicionera Judith—digo tocando su cabeza con un dedo—tú no pasas por tu mejor
momento y cuando eso te pasó pensaste que tenías un problema y que te iba a pasar
siempre.
—¿A ti te ha pasado alguna vez? —Pregunta intrigada.
—Claro que me ha pasado, ¿quién no ha fingido un orgasmo alguna vez?
—Ya pero yo estaba bien, a mí me gustaba lo que me hacían...
—Y a mí también—la corto—pero hay días y días, y hay algunos en los que lo normal no
es suficiente, necesitas más atenciones, más tiempo, más mimo, más lo que sea, y si ese
día no te lo dan al final pasa lo que pasa. Que no te corras un día no significa que tengas
un problema, ¿está claro? Solo necesitas relajarte y quitarte esas tonterías de la cabeza.
—Entonces según tú, ¿no me he corrido estas últimas veces porque yo lo he provocado?
—Pregunta aturdida.
—Eso creo, piensas tanto en que no vas a llegar que al final no llegas. Es solo ansiedad
Judith, no has de preocuparte—digo besando su cabeza.
—Lo siento—se disculpa—siento el numerito.
—No lo sientas, las cosas hay que sacarlas de la forma que sea, seguramente no era tú
intención que pasara así, pero te has asustado cuando he ido a tocarte y ese ha sido el
detonante, ahora ya está, la próxima vez será mejor.
—¿Habrá próxima vez? —Pregunta socarrona.
—No lo dudes, hoy te dejo que asimiles lo que ha pasado, pero que no te quepa duda de
que cuando llegue el momento pienso tomar tu cuerpo y hacerlo mío, quiero que
disfrutes tanto como yo lo he hecho, ojos verdes.
Esas son las últimas palabras de esta noche, Judith me besa en la mejilla y se acomoda de
nuevo contra mi pecho antes de cerrar esos ojos hinchados por el llanto y quedarse
profundamente dormida. A mí me cuesta más conciliar el sueño, pienso en lo que me ha
hecho y todo lo que he sentido y un escalofrío atraviesa mi cuerpo y me dibuja una
sonrisa en los labios que solo se borra cuando pienso en lo que ha sucedido después. La
verdad es que todas las veces que he pensado en cómo sería este momento cuando
llegara contemplaba la posibilidad de que no saliera bien a la primera, todo es nuevo para
ambas, esperaba más nervios y más torpeza, pero nos hemos dejado llevar y el resultado
ha sido altamente satisfactorio hasta que ha llegado el turno de Judith y me ha confesado
su problema. Beso su cabeza y la aprieto entre mis brazos, ojos verdes suspira relajada y
también me achucha.

Cuando abro los ojos acariciada por la brisa fresca de la madrugada Judith está de cara al
techo en un lado de la cama y yo en el otro, parece que durante la noche el calor nos ha
separado y el frío de esta mañana va a hacer que nos unamos de nuevo. Me acerco a ella
y esta vez soy yo la que busca un hueco en su pecho para apoyar la cabeza, mueve un
brazo y me lo ofrece, y sé que está despierta porque acto seguido me besa la frente con
ternura y me acaricia la espalda lentamente. Muevo la cabeza muy despacio y le beso el
cuello, besos cálidos y húmedos, reparto varios por su cuello mientras mi mano acaricia
sus pechos, cuando llego a su pezón está erizado y duro, eso me estremece y me hace
sentir ganas de chuparlo pero todavía no lo hago, antes quiero sentir su lengua junto a la
mía, busco su boca y Judith me recibe con un suspiro placentero, beso sus labios, los
saboreo, chupo su lengua y la recorro con la mía mientras mi pierna se abre paso entre
las suyas y con el muslo voy haciendo presión sobre su sexo, le gusta, la forma en la que
todo su cuerpo se ha tensado cuando ha sentido el contacto me lo demuestra y yo sigo.
Sigo con nuestro beso y las caricias y atenciones a sus pechos, y cuando la siento
acelerada y necesitada de más le pregunto:
—¿Te puedo quitar las braguitas?
Mi pregunta la excita y asiente extasiada, levanta la cadera y me facilita el proceso, sus
bragas acaban en algún punto del suelo de la habitación y su pezón izquierdo entre mis
labios, lo chupo con ansia y juego con la lengua a su alrededor. La respiración de ojos
verdes cada vez es más rápida, quiere besarme y no la dejo porque lo que deseo ahora es
besar todo su cuerpo, y así lo hago, me pongo de rodillas al final de la cama y mientras
ella me mira sofocada comienzo un reguero de besos que parte desde el empeine de sus
pies y va subiendo por sus tobillos, por su pierna, su muslo, cuando llego a su sexo la noto
algo nerviosa y me lo salto después de besar la cara interna de sus muslos y arrancarle un
gemido que me traspasa todo el cuerpo. Beso su ingle y la recorro lentamente con la
lengua, su piel se eriza y su abdomen se contrae, me gusta excitarla y sonrío, sigo
subiendo repartiendo mordisquitos por sus costados y vuelvo a deleitarme con sus
pechos.
Cuando mis labios vuelven a encontrarse con los suyos su respiración es frenética y esta
vez no le pido permiso, simplemente poso con cuidado mi mano sobre su sexo y espero
su reacción, Judith tiembla de placer y me mira con ojos hambrientos, lo que me tomo
como una invitación para explorar esa zona de su cuerpo que tanto me apetecía tomar y
me inundo con su humedad. Simplemente es exquisita, nunca pensé que tocar el cuerpo
de otra mujer podría llegar a gustarme tanto, pero lo cierto es que me está volviendo
loca, deseo a ojos verdes con todas mis fuerzas.
Sin dejar de acariciar su sexo con delicadeza y estimular su clítoris poco a poco sigo
besándola, quiero que su atención se centre en mí, y dejar en un segundo plano lo que
pasa entre sus piernas, quiero que esté relajada y no darle tiempo a pensar en si va a
llegar o no. Clavo mi mirada en ella y busca mis labios, yo me aparto, y cuando me mira
desconcertada soy yo quien la besa, le gusta mi juego y me sonríe. Seguimos con besos
divertidos y morbosos y mis dedos van ejerciendo cada vez más presión sobre su sexo,
tengo la mano completamente mojada por su humedad, Judith está caliente y
reclamando más con la mirada, ha llegado el momento de dárselo pero quiero que su
mente siga centrada en mí, así que le hago saber lo mucho que me gusta tocarla.
—Eres deliciosa ojos verdes—le susurro—me pasaría todo el día acariciándote.
Me doy cuenta de que el hecho de que le diga esas cosas le gusta, la enciende más y a la
vez la mantiene distraída de sus pensamientos, porque ahora solo puede pensar en lo que
yo le digo y en lo que siente con lo que le hago.
—Ummm—gime cuando siente como mis dedos entran en su interior.
La acaricio por dentro y Judith se agita cuando mis dedos hacen presión dentro de ella,
sigo hablándole y creo que está llegando a un punto en el que no puede pensar, mis
caricias cada vez son más rápidas y ella se mueve contra mi mano exigiendo más entre
jadeos, sé que está a punto, lo noto en las reacciones de su cuerpo y en los ligeros
espasmos que empiezo a notar alrededor de mis dedos. Creo que este es su momento
crítico, el que la bloquea, ese que la hace pensar que si no se corre ya, yo me cansaré o a
saber qué tipo de tonterías, y entonces reclamo su atención de nuevo.
—Quiero hacerte el amor durante toda la mañana ojos verdes.
Sus ojos se abren mucho y me mira enloquecida por el placer, sigo.
—Me encanta estar dentro de ti, eres suave y tu humedad me está volviendo loca...
Ya es mía, no hace falta que siga hablando, su cuerpo acaba de tensarse por completo, y
abrazándose a mi cuerpo con fuerza y hundiendo su cara en mi cuello para ahogar sus
gemidos Judith ha llegado al punto máximo de placer y yo solo puedo sonreír por ello.
—Disfrútalo Judith—le susurro sin salir de su interior.
Y lo hace, su orgasmo es violento y la sacude con fuerza, cuando acaba se deja caer
apoyando la cabeza en la almohada y yo la observo, casi no puede respirar pero no deja
de mirarme con asombro mientras las lágrimas silenciosas resbalan por sus mejillas.
—Espero que llores por lo bien que te lo he hecho—bromeo recogiendo el agua salada
con mis dedos.
Judith se ríe y se sorbe los mocos a la vez que me confirma con la cabeza. La beso y no le
digo nada, la entiendo, si yo llevara tres meses pensando que tengo algún tipo de
problema y que no voy a poder disfrutar del sexo nunca más, también lloraría de emoción
al llegar al orgasmo.
—¿Ves como no te pasaba nada tontorrona? —Le digo sonriendo cuando está tan
calmada como relajada.
—Todo estaba en mi cabeza—reconoce al fin—si es que encima soy gilipollas—se ríe.
—Bueno, no le des más vueltas, ahora ya sabes lo mala que es la cabeza cuando te coge
en un momento de debilidad.
Después de parlotear durante un rato Judith vuelve a tomar mi cuerpo y yo el suyo, ahora
ya no hay bloqueos en su mente ni nada que nos impida disfrutar la una de la otra con
deleite y durante dos horas hacemos el amor sin parar. Con Judith todo cambia y soy
consciente de que jamás he sentido nada igual, ahora entiendo la diferencia entre follar y
hacer el amor, lo primero es lo que hacía con mi marido, casi nunca había preliminares,
pasábamos directamente al objetivo final que acababa cuando ambos nos corríamos,
después nos dábamos media vuelta y a dormir. Lo segundo es lo que hago con Judith, hay
preliminares, hay caricias delicadas, atenciones, intención de que la otra disfrute y
disfrutar tanto recibiendo como dando. Cuando me corro me siento atendida, ojos verdes
me abraza y me besa, me calma y me mima, me acaricia y me provoca para disfrutar de
mi cuerpo de nuevo, con ella es no querer parar hasta que el cuerpo aguante, pero el mío
ha dicho hasta aquí, mis tripas acaban de rugir con fuerza reclamando energía.
—¿Tienes un alien ahí dentro? —pregunta guasona.
—Si no como me desmayo, Judith—confieso sonrojada por la intensidad del rugido de mis
tripas.
Judith se ríe, y tras succionar mi pezón una última vez, me besa la barbilla y me dice:
—Yo también tengo mucha hambre, ¿qué te parece si me doy una ducha rápida y salgo a
comprar churros con chocolate? ¿Te gustan?
—Mmmm, me encantan, casi tanto como tú—confieso—me parece un buen plan para
terminar una mañana perfecta.
Judith salta de la cama contenta y se mete en la ducha mientras yo recojo nuestras
prendas del suelo y subo la persiana del todo para airear la habitación. El sol me ciega y
miro las sábanas todavía revueltas, sonrío al pensar en todo lo que ha sucedido ahí en las
últimas horas.
Cuando salgo de ducharme Judith ya ha vuelto con la compra y ambas disfrutamos de un
espléndido y delicioso desayuno en la terraza. No salimos de casa en todo el día, y el
domingo comienza igual que el sábado, con suspiros de placer y dosis de amor por
doquier hasta que de pronto Judith se incorpora y murmura con sorpresa:
—¡Mierda!
—¿Qué pasa? —Quiero saber preocupada.
—Hoy es el cumpleaños de Álvaro, va a hacer una pequeña fiesta en su apartamento con
algunos amigos, nos han invitado a comer y por poco se me olvida...
—¿Nos? —Pregunto divertida.
Judith me mira, y tras morderse los labios sabiendo lo mucho que me pone que lo haga
me dice:
—Sí, bueno, saben que eres mi amiga y no sé, Álvaro me dijo que vinieras, ¿no quieres?
—¿Tú quieres que vaya contigo? —Pregunto poniéndome seria.
—Sí, claro que quiero—contesta sincera—ellos saben que nos llevamos bien y por ahora
quiero que siga así si no te importa, será más divertido—me pide sonriente.
Y estoy de acuerdo, aunque adoro a Judith y tengo claro todo lo que quiero con ella, no
tengo ni idea de lo que ella espera de mí o de ambas en conjunto, hay muchas cosas que
tenemos que hablar y dejar claras primero antes de permitir que la gente de nuestro
alrededor se entere de lo que ni siquiera nosotras sabemos que tenemos.

Capítulo 13
Judith

Cuando Ivana detiene el coche frente al apartamento de Álvaro y María estoy un poco
nerviosa, pese a que mis amigos no saben nada sobre lo que realmente está pasando
entre ella y yo, ahora me siento como una cría cuando están a punto de pillarla haciendo
una travesura. Miro a la impresionante mujer que tengo al lado y sonrío para mí, y
cuando estoy a punto de bajar del coche Ivana lanza una pregunta que me deja clavada
en el asiento:
—¿El médico también estará?
—¿El médico? —Pregunto aturdida.
—Con el que te liaste—dice encogiéndose de hombros.
—¿Tú cómo sabes eso? —Pregunto alucinada—no me lo digas—adivino—Cristian...
—Se le escapó—confiesa con una mueca.
—No sé si estará Ivana, ¿es un problema? Porque quiero que tengas claro que a la única
persona que deseo es a ti—le aseguro sinceramente.
Eso le arranca una sonrisa, y tras mirar en todas direcciones para asegurarse de que nadie
nos ve, me da un beso rápido en los labios y murmura:
—No, aunque tengo que reconocer que sin saber quién es ya me cae mal—confiesa.
Toda la situación me divierte enormemente, ese juego de tener que escondernos me
pone mucho, y que a Ivana le moleste lo que tuve con Gabi me encanta.
—¿Celosa? —Pregunto socarrona.
—Sí, pero me portaré bien, lo prometo—se ríe.
Yo también sonrío, y haciendo una suave caricia en su muslo yo también observo a
izquierda y derecha en un movimiento rápido, y cuando estoy segura de que nadie puede
vernos le doy un beso con algo más de intención y la hago suspirar en mi boca.
—Venga baja—le ordeno—que llegamos tarde.
Pero Ivana no se mueve, y cuando soy yo la que va a abrir la puerta me llama.
—Judith...
Me giro hacia ella y al ver lo seria que está vuelvo a cerrar la puerta.
—¿Qué? —Quiero saber intrigada.
—¿Estás conmigo?
Su pregunta me acelera el pulso de forma descontrolada y me gusta, sé perfectamente a
lo que se refiere, pero ya que me lo ha puesto en bandeja quiero explotar un poco este
momento de debilidad que está teniendo para oír de sus propias palabras lo que sé que
piensa y no me ha dicho todavía.
—Tendrás que ser un poco más explícita Ivana Harbor, no te entiendo muy bien, ya sabes,
esto de ser más joven me hace inexperta, y mi falta de sabiduría...
—Ya vale ojos verdes—me corta fingiendo enfado—ya sabes a lo que me refiero.
—Sí, claro que lo sé, pero necesito oírtelo decir para tenerlo claro—digo alzando las cejas.
Ivana resopla con resignación mientras yo espero con impaciencia.
—Necesito saber que tú te estás tomando esto tan en serio como yo, ya sé que es pronto
y no te pido una declaración de amor, lo que hayas hecho hasta ahora me da igual, pero a
partir de hoy quiero la exclusiva—exige con el ceño fruncido.
Yo me soplo el flequillo y la miro con media sonrisa y algo de chulería, pero eso la enfada
de verdad, se baja del coche mirándome por el rabillo del ojo y no se lo impido,
simplemente bajo, y cuando estamos en la puerta e Ivana alza el dedo para llamar al
timbre sin mirarme, me planto delante de ella cortándole el paso, y con el corazón a mil
por hora por lo cerca que la tengo susurro:
—No te doy la exclusiva porque me la pidas, Ivana, te la doy porque como te he dicho
antes y te vuelvo a repetir ahora: no me apetece estar con nadie que no seas tú, solo te
deseo a ti—confieso muy cerca de sus labios—si tú vas yo voy, ¿queda claro?
Ivana coge aire y lo deja salir lentamente mientras su mirada se pierde por mi escote y su
mano roza la mía disimuladamente, un escalofrío me recorre el cuerpo cuando
apartándome con sus pechos y una sonrisa picarona susurra en mi oreja mientras toca el
timbre.
—Vuelve a pegarte tanto a mi cuerpo y te devoro en medio de la calle ojos verdes.
Su seguridad es algo que me vuelve loca, por un momento pierdo la cordura y pienso en
acorralarla contra la pared y acoplar mi boca a la suya sabedora de lo bien que encajan,
pero cuando voy a hacerlo la voz de María al otro lado del telefonillo me devuelve a la
realidad y no me queda otra que entrar.
Nuestra estancia allí es de lo más divertida, morbosa y excitante, nos mezclamos entre la
gente, vamos saludando a unos y a otros, incluido Gabi, a quien Ivana le dedica un par de
miradas incendiarias que me hacen mucha gracia. Todas las demás son para mí, da igual
con quien estemos hablando, no paramos de seguirnos la una a la otra con la mirada, de
provocar roces inocentes para los demás y ardientes para nosotras, incluso en algún
momento intercambiamos algún guiño de ojos.
Ivana me mantiene en alerta constantemente, todas mis atenciones son para ella, ahora
está hablando con una pareja a la que por lo visto conoce mientras yo estoy con mis
amigos y no puedo dejar buscar sus ojos con disimulo. Durante la comida nos sentamos
juntas, quizá más juntas de la cuenta, pero necesito sentir el roce de su brazo o de su
pierna, a veces casual y otras a propósito. Nos miramos y tenemos que mordernos los
labios para no reír al adivinar el pensamiento de la otra.
—¿Cómo estás Judith? —Oigo a mis espaldas de pronto.
Estoy en la cocina ayudando a María con los postres y cuando me giro me encuentro a
Gabi con el gesto serio.
—Bien—contesto algo perdida—¿Por qué?
—Tu amigo Cristian vino a hablar conmigo, me preguntó si había pasado algo extraño
entre nosotros en el barco, decía que llevabas unos días un poco rara y me quedé
bastante preocupado.
Joder con Cristian.
—No le hagas caso, no tuve una buena semana y Cristian es muy dramático—digo
quitándole importancia—pero ya ves que estoy bien.
—Estás muy bien—ríe con picardía después de darme un repaso—¿te apetece que nos
veamos luego?
—No puedo, ya tengo planes—respondo incómoda.
—¿Y mañana? Por la tarde estoy libre—insiste.
—Oye Gabi, lo del otro día estuvo bien pero no se va a volver a repetir, he conocido a
alguien que está despertando una parte muerta de mí y quiero que siga haciéndolo—
confieso atontada.
Gabi alza una ceja y sonríe aceptando mis palabras, no sé si me ha creído o si piensa que
es una excusa pero me da igual, he sido sincera con él, creo que lo merece, no es mal tío.
—Creo que esa persona tiene mucha suerte Judith, ya nos veremos—dice apretando mi
brazo con cariño al pasar por mi lado.
Cuando salgo de la cocina lo primero que hago es buscar a Ivana con la mirada, no está en
su silla, está junto a la barbacoa hablando con otra mujer y cuando me mira se le escapa
una risita que me vuelve loca. Minutos después estoy distraída hablando con Álvaro
cuando me suena el teléfono, no puedo evitar sonreír cuando veo el nombre de Ivana en
la pantalla, vuelvo a mirar en su dirección y está apoyada en un banco de madera con el
móvil pegado a la oreja y el gesto serio, pero sus ojos me enfocan con deseo y eso me
deshace por dentro.
—¿Diga? —Respondo con disimulo.
—¿Ya te has quitado al médico de encima? —Pregunta entornando los ojos.
—¿Me vigilas?
—Me gusta mirar tu cuerpo, y cuando has entrado en la cocina y te ha visto se ha
levantado y ha ido detrás, no es que te vigile, es que él no se corta ni un pelo—se queja.
—No has de preocuparte, le he dicho que estoy interesada en otra persona...
—¿A sí? —Pregunta socarrona—¿Muy interesada?
—Más de lo que hubiera esperado. Por cierto, se me ha olvidado decirte lo bien que te
queda ese vestido, aprovecha y lúcelo, porque cuando lleguemos a casa pienso
arrancártelo.
Su mirada se enciende, y conteniendo una sonrisilla picarona responde:
—Voy a quitarte esa chulería a mordisquitos, ojos verdes.
Ahora la encendida soy yo, solo de pensar en sus labios rozando mi cuerpo la piel se me
eriza.
—Las cosquillas no valen.
—En el amor y en la guerra vale todo, guapa—sentencia.
Cuando por fin nos marchamos no veo el momento de llegar a casa, el corto camino se
me hace largo y solo puedo pensar en lo que haré cuando le quite la ropa. Pero esta vez
es Ivana quien toma el control de toda la situación desde que entramos por la puerta,
primero nos duchamos para quitarnos el olor a barbacoa y el sudor, y sin darme opción a
vestirme tira de mí, me hace tumbar en la cama y después de besarme y acariciar mi
cuerpo a su antojo susurra:
—Vamos a ver que tal se me da con la lengua.
Estoy tan cegada por la excitación que no comprendo a qué se refiere hasta que Ivana
desciende hasta mi abdomen, lo besa y sigue descendiendo.
—Ivana—susurro al borde del infarto.
—¿No quieres? —Murmura mientras sus dedos abren mi sexo para facilitar el acceso de
su lengua.
—Sí joder, pero...
—Pero nada—me corta—me muero de ganas de probar tu sabor...
Y antes de que pueda contestar siento como su cálida lengua me lame con fuerza.

Capítulo 14
Ivana

Los días siguientes Judith y yo nos limitamos a disfrutar de lo nuestro sin pensar en nada
más, craso error, acaba de entrar por la puerta después del trabajo y su cara es un
poema. Se acerca a mí y me besa, yo devuelvo su beso y le digo que se dé una ducha
pensando erróneamente que lo que le pasa es que está agotada de tanto trabajar. Hoy he
salido antes del trabajo y ya estoy duchada y preparando la cena. Cuando sale entra en la
cocina, me besa la cabeza y después de coger una cerveza se sienta mientras yo acabo de
poner la mesa.
—¿Qué tal el día? ¿Estás muy cansada? —pregunto distraída mientras llevo la ensalada.
—Hemos acabado el barco Ivana.
El corazón me da un vuelco, durante unos instantes me quedo inmóvil intentando
comprender lo que eso significa, pero estoy bloqueada. Dejo la ensalada y me giro, Judith
me mira seria y entonces comienzo a procesar rápidamente, porque no hay mucho que
entender, si han acabado el barco significa que se marchan. Lo que en una ocasión
normal debería ser una buena noticia y provocarme alegría, ha surgido justo el efecto
contrario provocándome un incómodo nudo en la boca del estómago.
—No hemos hablado de esto—susurro para mí.
—No, no lo hemos hablado—secunda Judith que me ha oído.
—Ni siquiera me había parado a pensarlo, como he podido ser tan tonta... —murmuro
nerviosa.
Con el mismo gesto contraído Judith se levanta y se planta frente a mí, cuando la miro a
los ojos solo veo el mismo miedo que tengo yo y me abrazo a ella con fuerza. Cierro los
ojos e intento relajarme para pensar en lo que se nos viene encima. Tras varios minutos
en los que imagino que ella también habrá pensado, nos separamos y salimos al jardín
con un par de cervezas, la cena puede esperar.
—No quiero dejar de verte Ivana—dice nerviosa en cuanto nos sentamos.
—Ni yo cariño—contesto cogiendo su mano entre las mías.
Siento alivio un segundo al pensar que debe hacer el mantenimiento de mis otros barcos
tal y como quedamos al principio, pero no será ahora, Judith tiene que volver a la isla
para atender otros compromisos, pensar en eso es solo poner anestesia temporal y lo
tengo claro, pero aun así lo verbalizo.
—Tienes que volver para el mantenimiento de los demás... —no termino de decir.
Judith me observa y resopla, es tan consciente como yo de que tarde o temprano acabará
esos barcos y seguiremos teniendo el mismo problema.
—¿Y después qué? —Suspira cabizbaja—tú tienes tu negocio aquí, yo mi casa y mi trabajo
allí... —sigue de forma atropellada.
Y con un ataque de serenidad y lógica que acabo de tener la corto y le digo:
—Vamos a centrarnos Judith—digo mirándola a los ojos—tengo claro que quiero
continuar con lo nuestro y que tú también, pero llevamos solo un par de semanas juntas,
no podemos precipitarnos, hemos de hacer las cosas con cabeza, ¿no te parece?
—¿Y eso que significa? —pregunta descolocada.
—Que tú has de volver a Menorca y yo quedarme aquí, eso no significa que lo nuestro se
tenga que acabar, podemos vernos los fines de semana y algunos días más que ambas
podamos cogernos, y eso sin contar las semanas que tengas que pasar aquí cuando
empieces los barcos.
Sé por su cara que lo que le propongo no le gusta, a mí tampoco, pero creo que es
necesario que lo hagamos así y se lo tengo que hacer entender a ella.
—Tardaremos al menos un par de meses en poder hacer el resto de barcos Ivana, tengo
un presupuesto aceptado que comenzaremos en cuanto volvamos.
Ojos verdes está nerviosa y ansiosa a la vez, creo que insegura incluso, tengo la sensación
de que teme que esto se acabe y necesita que le confirme que eso no será así.
—Nuestra relación ha comenzado de forma extraña Judith, aunque los motivos fueran
laborales hemos acabado conviviendo juntas y ha resultado que nos entendemos a la
perfección, pero en mi opinión deberíamos dejar pasar un par de meses antes de tomar
una decisión, como tú has dicho, tú tienes tus cosas allí y yo las mías aquí, es un cambio
importante para una de las dos y no podemos tomar esa decisión a la ligera.
—Lo sé... —murmura con tristeza—pero no quiero otra relación a distancia Ivana, ya
sabes cómo acabé con Ibai.
—Esto no es lo mismo, sabes de sobra que estoy contigo y con nadie más, y si hay algo
que no quiero es separarme de ti, pero hemos de hacer las cosas bien.
—¿Habla la voz de la sabiduría? —bromea algo más conforme.
—Exacto—sentencio—creo que esto es lo mejor, a tiempo de cambiar de opinión
estaremos en cualquier momento, tal vez no sean meses y sean semanas, pero creo que
necesitamos tener esta relación así para saber en qué punto estamos.

***

Hace casi seis semanas que ojos verdes se fue a Menorca, y aunque nos hemos visto
todos y cada uno de los fines de semana, cada día la echo más de menos, no soporto las
despedidas y los días, las horas y los minutos hasta que vuelvo a verla se me hacen
eternos, ni siquiera la hora que pasamos pegadas al teléfono cada noche me sacia.
—No se preocupe por nada señora Harbor, lo hemos dejado todo atado y si hay cualquier
contratiempo sabe que la llamaré—me dice Alejandro cuando llegamos al aeropuerto.
Estoy nerviosa, todas las veces ha sido Judith la que ha venido a verme, esta es la primera
vez que iré yo y también la primera que dejo mi negocio en manos de otra persona.
—Lo sé Alejandro, gracias.
—Disfrute de su fin de semana, nos vemos el domingo por la noche.
Tras eso se despide y yo entro en la terminal. Voy algo justa de tiempo, y cuando paso el
control de seguridad ya está anunciada mi puerta de embarque, algo que agradezco
porque me pone muy nerviosa no saber dónde tengo que ir. En cuanto me dejan
embarcar lo primero que hago es llamar a ojos verdes para asegurarme de que irá a
buscarme.
—Ya estoy en el avión, despegamos en quince minutos.
—Sé la hora de despegue, me la has dicho nueve veces, Ivana—se burla.
Sonrío al imaginar su cara de resignación, a veces soy muy pesada.
—Perdona cariño, solo quiero asegurarme de que estarás allí cuando llegue.
—No me apetece estar en otra parte—contesta tajante provocando que las mariposas
aleteen a su antojo por mi estómago.
Tras hablar unos minutos con Judith ponemos fin a la conversación y el avión despega. En
algún momento me quedo adormilada y es la sensación de descenso la que me despierta
de golpe. Aterrizamos y camino a paso rápido en busca de la mujer a la que amo, y
cuando llego a la salida veo a alguien con un cartel enorme en el que pone Ivana Harbor y
que me saca los colores, yo la mato. No puedo ver a la persona porque el cartel la tapa,
me detengo en seco y mi cabeza no para de pensar en el motivo por el qué Judith no
habrá podido venir a buscarme, pero cuando estoy a punto de caminar hacia esa persona
el cartel se baja y veo a ojos verdes riéndose de mi cara de incertidumbre.
—Que graciosilla—murmuro en cuanto me abrazo a ella.
—Solo un poco—responde antes de besarme.
—No sabes las ganas que tenía de verte—murmuro entre sus brazos.
—Y yo a ti.
Había imaginado un fin de semana sin parar de hacer cosas, creí que nos perderíamos por
los rincones más bonitos de la isla teniendo en cuenta que voy de la mano de una
lugareña. Que comeríamos en los restaurantes más típicos, que llegaríamos a las noches
dando un largo paseo por alguna cala y acabaríamos haciendo el amor durante horas en
su cama. Pero no ha sido así. El primer lugar al que fuimos fue a su casa, y eso es todo lo
que he visto de la isla este fin de semana.
Creo que movidas por una necesidad imperiosa de vernos más, ambas nos sentamos en
su sofá, y de la forma más natural posible salió el único tema que yo creo que rondaba la
cabeza de ambas. Plantearnos de forma seria la convivencia. Charlamos largo y tendido
sobre ello, y pese a que valoramos los pros y los contras y todas las variables que se nos
ocurrieron durante las cuarenta y ocho horas más importantes de mi vida, al final no
sirvió de nada, porque creo que desde el principio, y en algún lugar del subconsciente de
cada una, ambas sabíamos que lo que más deseábamos era estar juntas. Y fue allí, bajo la
manta de franela con la que nos tapábamos en su sofá cuando Judith soltó una simple
frase que paralizó nuestras vidas durante un mes:
—Dicen que la mejor manera de conocerse que tienen dos personas es realizando un
viaje.
—Pues hagámoslo—contesté sin pensarlo un segundo.
Judith alzó una ceja y examinó mi rostro con detenimiento en busca de alguna señal que
le indicara si hablaba de broma, pero no la encontró, hablaba completamente en serio. Le
propuse alquilar una auto caravana durante un mes y recorrer sin rumbo fijo los lugares
que más nos apetecieran.
—Vamos a desconectar de tanto barco unas semanas.
A Judith se le escapó media sonrisa que me indicó que estaba de acuerdo y yo me volví a
Barcelona más contenta que una niña con zapatos nuevos.
Hemos pasado dos semanas preparándolo todo, ella coordinándolo todo para que Álvaro
y Cristian se ocupen de los trabajos pendientes mientras ella no está, y yo haciendo lo
mismo con Alejandro.

Capítulo 15
Ivana
Por fin ha comenzado nuestro viaje, llevamos algo más de dos semanas, y aunque
pasamos más tiempo en la carretera que visitando lugares, lo cierto es que todo está
siendo maravilloso. Al principio se me hizo raro vivir en un espacio tan pequeño, todo tan
comprimido, pero enseguida me adapté, porque al fin y al cabo lo que más me interesa
de todo este viaje está continuamente conmigo, y es Judith.
Me encanta mirarla cuando conduce, pone una cara de concentración que me vuelve
loca, con esa mirada que me deshace por dentro clavada en la carretera, su cola
desaliñada y sus manos cerradas alrededor del volante. Así es como me encuentro ahora,
embobada mirándola cuando de pronto arruga el entrecejo, noto como su cuerpo se
tensa y ese tono tan moreno de piel que no ha perdido ni con la llegada del frío palidece
ligeramente.
—Para en el arcén, Judith—le ordeno asustada.
—Estoy bien—contesta sin cambiar el gesto.
—¡Haz el favor de parar! —le pido enfadada.
No es que yo sea una borde, pero llevo viendo ese gesto cuatro mañanas seguidas y ya sé
lo que viene a continuación. Judith me mira un instante, y ante lo que parece una arcada
que la hace removerse, pone el intermitente y se mete en un área de servicio. Ni siquiera
nos da tiempo a llegar a la zona de aparcamiento, en cuanto cogemos la salida, detiene la
auto caravana en el arcén y sale corriendo hacia el baño. Salgo detrás de ella y lo único
que consigo es sujetarle el pelo para que no se lo manche con su propio vómito.
Hago lo que llevo haciendo cuatro mañanas seguidas, la ayudo a limpiarse, la obligo a
sentarse en el sofá y le sirvo un vaso de agua.
—Ahora vuelvo—le digo besando su frente helada.
Me pongo al volante y conduzco los pocos metros que faltaban hasta el aparcamiento
para estacionar bien y quitarnos del medio, y vuelvo dispuesta a mantener una
conversación con mi chica.
—¿Estás mejor cariño? —pregunto sentándome frente a ella.
—Sí—sonríe ligeramente—no sé por qué me pasa esto, yo nunca he sido de marearme en
los coches—me comenta extrañada.
Yo la miro y sonrío complacida ante la inocencia que siempre he tenido la sensación de
que todavía conserva.
—¿Por qué te ríes? —pregunta empequeñeciendo esos ojos que tanto me gustan.
—Porque creo que lo que te pasa te va a seguir pasando durante algunas semanas ojos
verdes.
Noto como su respiración se corta un instante y me mira completamente desconcertada,
incluso diría que asustada y no me extraña.
—¿A qué te refieres Ivana? —Pregunta con un ligero temblor en la voz y los ojos
brillantes.
Creo que ya sabe la respuesta, que poco a poco y sin darse cuenta está atando cabos,
pero por si acaso voy a echarle el último cable para llevarla hasta la teoría que yo tengo
sobre su estado.
—Llevas varios días vomitando a los pocos minutos de haber desayunado, un retraso en
la menstruación de más de dos meses...
—Eso es normal—me corta—te dije que a veces me pasa y que iré al ginecólogo en
cuanto volvamos—dice de forma atropellada.
Su respiración se acelera y yo cambio de posición y me coloco a su lado al notar lo
nerviosa que se está poniendo.
—Ya sé que a veces te pasa—continúo—pero ese dato, sumado a los vómitos y a que
cada día que pasa parece que tienes los pechos más grandes a mí solo me lleva a una
pregunta cariño: ¿Puede ser que estés embarazada?
Parece que el mundo acaba de detenerse, incluso tengo que poner mi mano delante de
su boca para asegurarme de que está respirando porque se ha quedado como una
estatua. No sé todo lo que su mente debe estar procesando ahora mismo, pero de pronto
se gira hacia mí hecha un mar de lágrimas y dice:
—Yo no puedo estar embarazada Ivana, siempre tomo precauciones—dice aturdida.
—Nunca hay garantías al cien por cien Judith, estas cosas pasan a veces.
—No puede ser... —murmura para sí.
La abrazo y la dejo llorar hasta que se sacia, y cuando está más calmada le doy un beso en
la frente, después otro en la nariz y finalmente en la boca.
—¿Qué te parece si pasamos por una farmacia y salimos de dudas ahora mismo? —le
propongo.
—¿Y si lo estoy? —pregunta aterrada.
—Si lo estás tendrás que plantearte lo que quieres hacer Judith, si lo quieres tener o no,
hablar con su padre...
—Su padre—me corta con los ojos muy abiertos.
—¿Qué? —pregunto sin entender.
—Solo puede ser de Ángel o Gabi—me contesta.
Reconozco que siento unos celos que me reconcomen cuando pienso en esos hombres
tomando su cuerpo, no puedo ponerle cara a ese tal Ángel porque no sé quién es, pero a
Gabi sí, y de repente me entra un miedo atroz al pensar en la opción de que decida irse
con alguno de esos hombres para criar a su hijo junto a su padre.
Aturdida y aterrorizada me levanto y me pongo al volante. No sé ni dónde estamos, pero
arranco con el único objetivo de encontrar una farmacia y comprobar lo antes posible si
estoy en lo cierto y ojos verdes está creando una nueva vida en su interior.
—Ahí—señala Judith.
Enfoco donde me dice y me alegro enormemente de ver esa crucecita verde iluminada.
Me paro en zona de carga y descarga y en menos de cinco minutos Judith vuelve con tres
pruebas de embarazo dentro de la bolsa.
—Por si acaso—comenta ante mi cara de asombro.
—Sí—respondo como una autómata.
Me pongo en marcha de nuevo, salimos del pueblo y conduzco en silencio hasta que
encontramos un área de picnic. Cuando apago el motor, ambas nos miramos un segundo
y después nos ponemos en pie. Judith se encierra en el baño y al cabo de un minuto que
se me hace eterno, sale con la prueba en la mano y la deja sobre su rodilla al sentarse. La
intriga me corroe durante los minutos de espera, desde mi posición no alcanzo a ver su
rodilla pero tampoco quiero agobiarla más de lo que ya está, ojos verdes tiene la mirada
fija en el aparatito, creo que ni pestañea.
—Embarazada—dice en un susurro que me cuesta mucho oír.
—¿Qué has dicho?
—Que estoy embarazada Ivana—afirma mientras se deshace entre sus propias lágrimas.
Me levanto de golpe, me siento a su lado y la acuno entre mis brazos mientras le acaricio
el pelo y la calmo. Mientras ella se tranquiliza la que se está volviendo loca soy yo, no sé
en qué punto nos deja esto, hay muchas posibles salidas para este nuevo giro que acaba
de dar todo en menos de una hora y algunas de ellas pueden acabar con Judith fuera de
mi vida. Se me encoge el corazón al pensarlo.
—¿Quieres ser madre Ivana? —pregunta sacándome de mi tortura mental.
—¿Cómo? —respondo como una tonta.
Judith se reincorpora, me enfoca con su color verde y me limpia las lágrimas que parece
que también resbalan por mis mejillas. Parece más serena, como si de pronto lo tuviera
todo claro y la única que tiene mil dudas sea yo.
—¿Que si quieres ser la madre de este bebe? —pregunta cogiendo mi mano y
colocándola sobre su vientre.
Me invaden oleadas de algo muy agradable, una sensación nueva que no he sentido
nunca y que solo puede ser amor, amor por ella y amor por esa nueva vida que crece en
su interior. Sigo sin contestar, no puedo, las palabras no me salen y solo puedo llorar.
—¿Vas a contestarme? —pregunta sonriente.
—¿Y su padre? —quiero saber.
Judith me coge ambas manos y me mira con una seriedad y convencimiento que no había
visto hasta ahora en ella.
—No sabré quien es su padre hasta que no sepa de cuánto tiempo estoy exactamente, si
es de Ángel ten por seguro que no pienso decírselo, no quiero que un hombre
descerebrado como él forme parte de la vida de mi hijo. Si es de Gabi sí que se lo diré,
pero solo para informarlo y darle la oportunidad de formar parte de su vida si es lo que
quiere, pero él en su sitio y yo en el mío Ivana, y el mío está junto a ti, quiero tener este
bebe, pero quiero tenerlo con la persona a la que amo, y esa eres tú.
Me abrazo a ella y ambas lloramos de alegría mientras nos comemos a besos, hasta que
Judith me detiene de repente, me sujeta por los hombros divertida, y me dice:
—Todavía no me has contestado y necesito oírtelo decir Ivana, necesito...
—Sí—la corto con decisión—claro que quiero mi vida, te quiero a ti y quiero que
tengamos ese bebe. No es lo que tenía planeado, esto ha sido una sorpresa, pero sin
duda una sorpresa agradable.

Capítulo 16
Judith

Hoy nuestro hijo cumple un año, un año en el que nuestra vida ha dado un giro
descomunal. Abandoné Menorca y me instalé con Ivana una semana después de volver
de nuestro intenso viaje por carretera. Las siguientes semanas las recuerdo muy caóticas,
visitas al médico para mí constantemente, descubrir que mi niño era de Ángel y
reafirmarme en la decisión de no contarle nada, dejar de trabajar un par de meses
después, y casi sin darme cuenta, Eric estaba con nosotras.
Tengo que decir que Ivana es toda una madraza, desde el principio se le ha dado muy
bien eso de cambiar pañales, preparar biberones y levantarse a horas que deberían estar
prohibidas para atender a nuestro hijo. A mí todo me ha costado un poco más, pero poco
a poco me he ido adaptando a mi nueva vida y no puedo quejarme de nada, no tengo
derecho.
—¿Preparados? —pregunta Ivana mientras coloca la cámara encima de una estantería y
pone la cuenta atrás.
Tras eso corre y se sienta pegada a mí, yo pongo a Eric en medio de las dos y el flash se
dispara, no sé cómo saldrá la foto, Eric es muy movido y no para quieto ni un momento,
pero no me importa, esa foto detendrá en el tiempo uno de los mejores momentos de mi
vida.
FIN

Si te ha gustado el libro no olvides dejar tu reseña, de esa forma nos dais visibilidad y nos
ayudáis enormemente a seguir escribiendo.
Gracias de antemano, y mil gracias más por haber dedicado parte de tu tiempo para
leerme :)

También podría gustarte