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NEUROPSICOLOGÍA DEL MINDFULNESS

Fátima González Palau Secretaría de Investigación, Universidad Empresarial Siglo 21

Resumen Las investigaciones recientes basadas en neuroimagen estructural y funcional han intentado
demostrar que los programas de intervención basados en mindfulness o atención plena producen beneficios
en la estructura y en la actividad cerebral. Los investigadores indican que, al practicar mindfulness, estamos
propiciando un cambio inmediato en nuestro estado mental. Si la práctica se prolonga durante bastante
tiempo, lo que al principio no era más que una modificación funcional transitoria, se convierte en cambios
permanentes en la estructura cerebral. Esto influye positivamente en la cognición y en la emoción,
disminuyendo las consecuencias nocivas de la exposición al estrés agudo y crónico, actuando sobre en la
manera de ser y de reaccionar del sujeto y, en definitiva, mejorando su calidad de vida.

Introducción Durante las últimas décadas, la técnica de la Atención Plena ha sido introducida en numerosos
programas de mejora de la salud y también en tratamientos psicológicos para hacer frente a diversos
trastornos mentales. Asimismo, desde hace años que los investigadores vienen estudiando los cambios que se
producen a nivel cerebral como consecuencia de la práctica regular de la meditación. Gracias a las técnicas de
neuroimagen, han demostrado la influencia del Mindfulness en la estructura y en la actividad funcional
cerebral (Holzel, Carmody, et al., 2011). En el presente artículo se profundizará sobre el impacto
neuropsicológico y neurobiológico de la práctica de mindfulness y las bases por lo cual genera cambios

de larga duración y mejora la calidad de vida de las personas. La neuroplasticidad como base de los beneficios
de la práctica de atención plena Las ciencias de la salud y psicológicas han subestimado por años la capacidad
que tiene el cerebro para cambiar. Fue Ramón y Cajal unos de los primeros científicos que postuló que el
cerebro cambia de forma permanente, lo cual le da la oportunidad de adquirir y eliminar datos de manera
continua, desde su concepción hasta la muerte. Hoy en día se conoce la neuroplasticidad como el potencial
que tienen el cerebro para modificarse y reorganizarse en base a la experiencia (Davidson & Lutz, 2008).
Existen numerosos mecanismos de plasticidad que van desde la creación de nuevas conexiones neuronales
hasta la regeneración neuronal (Ricard, Lutz, & Davidson, 2014). Cuando hablamos de los cambios que la
meditación produce en el cerebro, se entiende que no son distintos de los cambios que se producen a nivel
cerebral con el aprendizaje de una nueva habilidad o destreza. Es decir, cuando una conducta se repite
numerosas veces, como ocurre cuando llevamos la atención una y otra vez al momento presente durante la
práctica de la meditación, la correspondiente cascada de actividad cerebral cambia. La estructura del cerebro
se modifica y es esta nueva estructura la que determina ahora la conducta (Sevinc et al., 2018).

Partiendo de esta base, los científicos postulan que mientras practicamos la meditación, el cerebro seguiría
un patrón especifico de actividad cerebral diferente al normal. Con una práctica repetida, esta actividad
debería conducir a ciertos cambios en la estructura cerebral, relacionados con dicha práctica, lo cual influye
en la conducta y se generaliza en la vida diaria.

Actividad cerebral durante la meditación

Desde un enfoque neuropsicológico, la meditación es una experiencia heterogénea que implica la atención
sostenida así como la apertura a experiencias sensoriales, emociones y pensamientos. En los últimos años, la
investigación ha empezado a encontrar redes neuronales especificas que son la base de la meditación
(Singleton et al., 2014). Un inconveniente de estos estudios es que a menudo varían de manera significativa
en cuanto al esquema y tipo de meditación estudiados, lo que en algunos casos dificulta la comparación de
resultados (Davidson & Kaszniak, 2015). Sin embargo, empiezan a surgir hallazgos que presentan una gran
consistencia. Uno de ellos es la desactivación de una red de regiones cerebrales denominada la red neuronal
por defecto o RND (default mode network, DMN por sus siglas en inglés). Esta red está caracterizada por un
set de regiones cerebrales que están activas cuando el individuo mantiene el vagabundeo mental, y
disminuyen cuando el individuo ejerce tareas perceptivas o motoras (Lin et al., 2017). Por ejemplo, si nos
preguntaran qué estamos pensando en los momentos de reposo, nuestra respuesta seguramente contendría
una mezcla de recuerdos, planes futuros, pensamientos y experiencias personales, es decir, actividad
introspectiva o autoreferencial. Esta red genera así pensamientos espontáneos durante la dispersión mental
y se ha relacionado con numerosos cuadros psiquiátricos y neurológicos, incluidos el Alzheimer y el autismo
(Dillen et al., 2017). Varios estudios han demostrado que, en practicantes experimentados, la actividad dentro
de la RND está mas fuertemente relacionada con otras redes asociadas a la atención y al control ejecutivo, lo
que sugiere una mejor capacidad para mantener la atención y pasar menos tiempo con la mente dispersa,
incluso cuando no se está meditando. Estos hallazgos son contrarios a los que se han observado en
enfermedades como el autismo y el Alzheimer donde la registra una menor conectividad de la RND, vinculada
a síntomas de ambas enfermedades.

Cambios estructurales en el cerebro de meditadores

La resonancia magnética proporciona imágenes funcionales y estructurales. Las funcionales captan la actividad
del cerebro a tiempo real. Es decir, si alguien está realizando una tarea concreta, podemos ver qué partes del
cerebro están activas durante esa tarea. La imágenes estructurales revelan el volumen de materia gris o blanca
que existe en diferentes áreas cerebrales.

Una de las preguntas principales que se han hecho los estudios científicos que investigan la neuropsicología
del mindfulness es si esta práctica tiene el potencial de modificar la estructura cerebral. Esta es una pregunta
frecuente en ciencia, teniendo en cuenta lo ya mencionado de plasticidad neuronal. Por ejemplo, estudios que
profundizan sobre los cambios en la estructura cerebral en personas bilingües (Bialystok, Abutalebi, Bak,
Burke, & Kroll, 2016) y en músicos profesionales (Schroeder, Marian, Shook, & Bartolotti, 2016), indican que
la cantidad de materia gris está relacionada con el ejercicio de una determinada competencia.

Estos estudios han llevado a plantear la hipótesis de que existirían diferencias en la estructura cerebral en
personas que llevan años practicando la meditación. Existen investigaciones que corroboran esta hipótesis y
empiezan a vislumbrar cuáles son las áreas que se modifican con la práctica regular de la atención sostenida.
Un estudio realizado por el equipo de Lazar y col (2005) comparó 20 practicantes de meditación con 20 sujetos
control sin experiencia en prácticas meditativas. Se observó que los meditadores a largo plazo presentaban un
incremento en el espesor de la ínsula anterior y de la corteza sensorial, regiones involucradas en la observación
de sensaciones físicas internas y externas respectivamente. Al contrario de ello, en estudios previos se ha visto
que un menor volumen de la ínsula está relacionado con ciertas patologías como el estrés post traumático,
algunas fobias y la esquizofrenia (Etkin & Wager, 2007; Phillips, Drevets, Rauch, & Lane, 2003).

Igualmente, las regiones de la corteza frontal, dedicada a la toma de decisiones y a funciones cognitivas
superiores, también se ha visto modificada en meditadores. Como se ha mencionado en textos previos, esta
región es muy sensible a los efectos del cortisol liberado en situaciones de estrés, lo cual es prejudicial para el
cerebro en cuadros de estrés crónico (Sapolsky, 2015).

Una tercera área que ha mostrado modificaciones cerebrales relacionadas con la práctica de la meditación es
el hipocampo. El hipocampo juega un papel muy importante en la memoria y en la regulación emocional.
Además es un área que es altamente sensible al estrés. Los estudios de neuroimagen con meditadores
sugieren que la práctica de la meditación podría ayudar a impedir los efectos perjudiciales del estrés sobre el
cerebro (Gotink, Meijboom, Vernooij, Smits, & Hunink, 2016) influyendo en áreas sensibles al estrés, como el
hipocampo.

Una observación importante de lo mencionado es que muchos de la estudios emplean practicantes de


meditación a largo plazo. Por lo tanto, muchas otras variables pueden influir en los hallazgos encontrados,
como el estilo de vida (ej. tipo de dieta) o que existan diferencias estructurales en las personas antes de que
tomen la decisión de empezar a meditar. De esta manera los investigadores (Holzel, Lazar, et al., 2011) también
están estudiando los cambios que se producen al empezar a meditar, con resultados importantes en áreas
como el hipocampo y la región cingulada anterior, que es parte de ya mencionada red neuronal por defecto
(Holzel, Carmody, et al., 2011).

Los meditadores a largo plazo presentan asimismo áreas con materia gris disminuida, principalmente la
amígdala, altamente sensible al estrés y con un papel fundamental en la activación emocional (Gotink et al.,
2016). Como fue mencionado, la amígala suele aumentar su densidad al estar expuesta al cortisol. La
disminución de la amígdala posterior a la participación en programas de mindfulness guarda relación con un
cambio en los niveles de estrés percibidos (Holzel et al., 2010). Es decir, si bien el entorno estresante no se
modifica, es posible modificar nuestro cerebro y nuestra relación con este entorno. El tamaño de la amígdala
es un indicador de este cambio interno.

Para concluir, como ya hemos mencionado, el mindfulness es un estado mental. Con la repetición de un estado
mental, estamos incrementando la probabilidad de que estados parecidos se produzcan con una frecuencia
cada vez mayor. Es decir, lo que al principio es un estado de la mente aislado temporalmente, podría
convertirse en un rasgo duradero del sujeto (Simon, 2006).

En la práctica de minfulness, la concentración de la atención momento a momento, que al principio exige un


esfuerzo considerable, (persistir, por ejemplo, en la atención a la respiración, evitando constantemente la
intrusión de pensamientos o emociones), con el tiempo se iría convirtiendo en un hábito automático, que no
requiere apenas esfuerzo. Esta transición desde la atención al presente con esfuerzo, a la atención al presente
sin esfuerzo es lo que separa al principiante del meditador experimentado (Simon, 2006). Es decir, lo que al
principio es un estado transitorio se va convirtiendo, con la práctica, en un rasgo y la estructura cerebral
cambia. Estos cambios y beneficios se producen específicamente en áreas cerebrales que son sensibles a los
efectos del estrés, mejorando la calidad de vida de las personas.

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