Está en la página 1de 4

¿Por qué tenemos tantos prejuicios sobre la

vejez?
Por Irene Lebrusán Murillo

Sobre la vejez y las personas mayores de 65 años, como sabemos, existen muchos

prejuicios. Los prejuicios son, como sospechamos, una opinión previa -un juicio
previo al conocimiento profundo de la realidad- por lo general desfavorable. De

manera muy sintética, podríamos decir que todo prejuicio es una actitud

generalmente negativa hacia determinadas personas originada por el hecho de que

pertenecen a determinadas categorías sociales y que no está basada en sus

características o actuaciones individuales.

Es decir, juzgamos a la persona a partir de la idea del grupo a la que consideramos

que pertenece. En el momento en el que hacemos eso, privamos a la persona de

ser valorada por sí misma. Dicho de otro modo, los prejuicios que tenemos hacia

otras personas son la consecuencia de una percepción estereotipada de la realidad

en la que no valoramos las características del individuo (Juan, mi vecino del quinto)

sino las del grupo (ese viejo del quinto) y por supuesto, de las que creemos que

presenta el grupo. Surgiría tras un proceso de diferenciación en la que nos

diferenciamos de los otros grupos (los jóvenes versus los viejos, por ejemplo) a los

que además, caracterizamos de una determinada manera. En este proceso

asumimos automáticamente que todas las personas de ese grupo presentarán esas

características. Incluso si no es necesariamente cierto, aunque no lo sepamos con


certeza, tendemos a asumir que los individuos de ese grupo presentan una serie de
características por el mero hecho de ser parte de un grupo. Si los viejos son

gruñones y Juan es viejo, Juan es automáticamente un gruñón. Hemos dicho que

los prejuicios serían la consecuencia lógica de una percepción estereotipada así

que conviene ahondar en qué es un estereotipo y en qué se diferencia del prejuicio.

Por estereotipo entendemos el conjunto de creencias sociales que se asocian a una

categoría grupal, que provocan los prejuicios y los justifican. Es decir, están

estrechamente relacionados. Los estereotipos justifican (a nivel psicológico,

individual) nuestros prejuicios. Están basados en un proceso de percepción (es

decir, de cómo recibimos los estímulos del exterior) y de la representación que nos

hacemos de las otras personas y de la realidad que nos rodea. Es importante

recordar que nuestra percepción es subjetiva y no está exenta de errores. En la

percepción, según la que solo percibimos una pequeña parte de la realidad que nos

rodea, intervienen además otros procesos como la proyección (cuando atribuimos

a otra persona características propias) o la inferencia (cuando sacamos

conclusiones a partir de un hecho que tal vez no tiene mayor trascendencia). Nos

ayuda a simplificar la realidad, a hacerla más comprensible en medio de tanta

información como recibimos, aunque sea de una forma inexacta y nos lleve a

conclusiones erróneas. De nuevo -pobre Juan, que no le dejamos en paz- nos

fijaremos más en el día que Juan está enfadado -aunque sea justificado- para

evaluar su carácter. O asumiremos que la ausencia de sonrisa, por ejemplo, es un

indicativo de su mal humor.

Los estereotipos y los prejuicios funcionan de manera bastante rígida y dan

continuidad no solo a ciertas relaciones de poder en la sociedad, sino a las formas

de relacionarnos en la sociedad. Afectan a nuestra participación social, a nuestra


forma de interaccionar con otras personas. Nos limita. Los estereotipos y los

prejuicios afectan a los demás, pero también a nosotros. Por ejemplo, nos privará
de conocer a Juan, que resulta que es un tipo estupendo y campeón en el juego del

mahjong.

A veces estos estereotipos contribuyen a la creación de antagonismos que se

asumen como reales, como cuando se plantean la juventud y la vejez como

enemigos naturales, en continua competencia. En este planteamiento se asumiría

que todo lo que caracteriza la vejez es negativo y se ha de evitar (o esconder)

mientras que la juventud sería un bien a mantener. Llevándolo a un extremo fácil de

comprender, este planteamiento explicaría la importancia de ciertas cirugías

estéticas incluso a riesgo de la salud. Pero también a otras cuestiones que niegan

la participación de la vejez en la sociedad. Más allá de los ejemplos o

consecuencias extremas, esta simplificación de la realidad nos llevaría a asumir que

determinadas categorías cambiantes (como lo es la edad) tienen efectos sobre los

propios individuos que las experimentan.

Según está visión, cambiaríamos a medida que nuestra categoría cambia. Lo que

busco aquí es reflexionar sobre el sinsentido de estos estereotipos y prejuicios que

se aplican al grupo. Algunas categorías no cambian, o lo hacen difícilmente, pero

precisamente la edad, con suerte, cambia. Si analizamos los estereotipos (ni

siquiera en su sentido negativo, sino como creencias que asumimos sobre los

demás en base a su pertenencia a un grupo) en relación con nosotros mismos,

veremos el sinsentido que suponen. Imaginemos: si asumimos que todas las

señoras mayores son buenas cocineras, ¿será mi guiso de albóndigas tan bueno

como era el de mi abuela cuando cumpla los 65? Pues debería ir asumiendo que

probablemente no (aquí tengo que decir que mi abuela Pepa era una cocinera

estupenda. El mejor arroz con leche del mundo). Si bien cuando aplicamos estas
creencias a nosotros mismos vemos el absurdo, ¿Por qué al aplicarlos a los demás

nos parece lógico? La respuesta nos llevaría a pensar en el sesgo con el que
interpretamos la realidad que nos rodea, y que dificulta tanto que acabemos con lo

ilógico de los prejuicios. El problema para acabar con los estereotipos y prejuicios

es que éstos hacen que tendamos a fijarnos solo en aquellas acciones que son

coherentes con nuestro idea previa, mientras que prestamos menor atención (o

ninguna) a aquellas informaciones que no dan validez a nuestro estereotipo, que no

lo validan.

De manera más o menos consciente, llegamos a desestimarlo. Y así se nos olvida

la sonrisa de Juan, el vecino del quinto (esperemos que tenga ascensor ese edificio,

por cierto). Incluso, llegamos a utilizar explicaciones del tipo “pero esa es la

excepción que confirma la regla”. O decimos barbaridades, a veces sin querer, como

“los de tu grupo son así, pero tú no, tú eres diferente”. Tendemos a reforzar la

diferenciación y a fijarnos en aquellos casos que refuerzan nuestras ideas previas.

Nos pasa a todos y nos pasa todo el tiempo. Lo importante es ser conscientes de

que eso sucede para poder comprenderlo y así atajarlo.

También podría gustarte