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ROMANOS 1:17

Tenemos su concepción de la justificación. No hay palabras que sean más difíciles de entender
en todo el Nuevo Testamento que justo, justicia, justificar y justificación. En esta carta
tendremos ocasión de encontrárnoslas a menudo. Por lo pronto nos conformaremos con
establecer las líneas generales por las que discurre el pensamiento de Pablo.

El verbo griego que usa Pablo para justificar es dikaiûn, del que la primera persona de singular
del presente de indicativo es dikaioô, justifico. Debemos darnos cuenta de que la palabra
justificar tiene aquí un sentido distinto del corriente en español. Cuando «nos justificamos»,
damos razones para demostrar que teníamos razón; si es otro el que «nos justifica», presenta
pruebas que confirman que actuamos como es debido. Pero todos los verbos griegos que
terminan en oô no quieren decir probar o hacer que una persona o cosa sea algo, sino tratar o
considerar a una persona como si fuera algo. Si Dios justifica a un pecador, no quiere decir que
le da la razón y le acepta como justo. ¡Lejos de eso! Ni siquiera quiere decir, en este punto, que
Dios hace que el pecador sea bueno. Quiere decir que Dios trata al pecador como si no lo fuera.
En lugar de tratarle como a un criminal que merece ser condenado, Dios le trata como a un hijo
al que ama. Eso es lo que quiere decir la justificación: que Dios nos considera, no como
enemigos, sino como amigos; no como merecen los malos, sino como merecen los buenos; no
como a transgresores de la ley a los que hay que castigar, sino como a hombres y mujeres a los
que hay que amar. Esta es la esencia misma del Evangelio.

Esto quiere decir que ser justificados es entrar en una nueva relación con Dios, una relación de
amor, de confianza y de amistad, en lugar del distanciamiento de la enemistad y el miedo. Ya no
nos dirigimos a un Dios que irradia un justo y terrible castigo, sino perdón y amor redentor. La
justificación (
dikaiosynê) es la relación correcta entre Dios y la criatura humana. El que es justo (díkaios) es el
que está en esta correcta relación con Dios —y aquí viene un detalle de suprema importancia—,
no por nada que él haya hecho, sino por lo que Dios ha hecho por él. Está en la debida relación
con Dios, no por haber cumplido meticulosamente todos los mandamientos de la ley, sino porque
se ha arrojado en una fe a ultranza a merced de la misericordia y el amor de Dios.

En la antigua versión Reina-Valera teníamos la famosa frase: «El justo vivirá por la fe»
(Rom_1:17). Ahora podemos ver lo que quería decir Pablo con esta cita de Hab_2:4 : Es el que
está en la correcta relación con Dios —no por sus propias obras, sino por su absoluta fe en lo que
el amor de Dios ha hecho—el que experimenta la vida de veras, ahora y en la eternidad. Para
Pablo, ha sido la Obra de Jesús lo que ha hecho posible para el hombre entrar en esta relación
nueva y preciosa con Dios. El miedo a Dios ha dejado su lugar al amor. Al Dios al Que el
hombre consideraba su enemigo, ahora Le ve y Le conoce como su supremo y eterno Amigo.
¿QUÉ ES EL DÍA DE LA REFORMA?
El Día la Reforma es un día dedicado para reconocer, recordar y celebrar la Reforma Protestante.
En algunos países, se observa como un festivo o un día feriado oficial. Se recuerda a Martín
Lutero y su desempeño en el movimiento de la Reforma que dividió a los protestantes de la
Iglesia Católica Roma.
CAUSAS DE LA REFORMA
En los años finales de la Edad Media, la Iglesia está sufriendo una grave crisis que terminará por
provocar la Reforma.
El clero era poco ejemplar. Muchos sacerdotes (pese a su voto de castidad) vivían con sus
amantes (se llamaban barraganas) y tenían bastante poca preparación intelectual e incluso
religiosa.
Si ascendemos en la escala nos encontraremos con numerosos obispos y cardenales que le
interesa más el dinero y el poder político que la religión. Es habitual el nepotismo (poner en
cargos religiosos a parientes, a veces todavía niños) y la simonía (utilizar la religión para el
enriquecimiento personal)
Si llegamos al Papa la situación todavía es peor.
Seguro que te suenen los famosos Borgia, una familia valenciana que llegó al papado
TEMAS DE LA REFORMA
Lutero argumentó que la salvación no puede obtenerse por la compra indulgencias, a través de
obras de caridad, haciendo peregrinajes, ni haciendo alguna obra de piedad y devoción.
Él dijo que la salvación era un acto de Dios, dado por gracia a través de nuestra fe en Cristo
Jesús. Dios ya proveyó para nuestra salvación a través del nacimiento, vida, muerte, y
resurrección de Jesús; la salvación es nuestra a través de la fe, no a través de las obras.
El segundo tema mayor de la Reforma es el sacerdocio a todos los fieles. Esto significa que los
cristianos no necesitan un intermediario entre ellos y Dios. Es un derecho y deber de todos los
cristianos tener una relación propia con Dios, leer la Biblia, adorarlo en sus respectivos idiomas,
y orar directamente a Dios en vez de a través del esfuerzo de algún tercero.
El cristianismo antiguo
Los primeros antecedentes de la práctica de indulgencias se remontan al siglo III. En el
cristianismo antiguo, la penitencia impuesta a los pecados confesados era severa, y la
correspondiente a los pecados considerados especialmente graves, como la apostasía o el
homicidio, además, era pública.
Posteriormente, surgieron prácticas con tendencia a reducir el rigor de dicha pena para facilitar el
reingreso en la comunidad a miembros que habían cometido apostasía en razón de
persecuciones: los llamados lapsi ('los caídos, los que han tropezado'). Así surgió la costumbre
de visitar a confesores apresados que esperaban el martirio solicitándoles que intercedieran en su
favor frente al obispo. Si el futuro mártir estaba de acuerdo, le otorgaba una carta denominada
libellum pacis (carta de paz), para que en virtud del sacrificio que iba a tener lugar, el obispo
redujese por razones piadosas la pena del requirente. En esta fase, la indulgencia no era
dependiente de una acción o prestación que el pecador debía realizar, sino de una especie de
compensación mística de los sufrimientos de uno contra la remisión de la pena por los pecados
de otro.
La Doctrina de las Indulgencias es un concepto de la teología católica estrechamente ligado a
los conceptos de pecado, penitencia, remisión y purgatorio. En su formulación común consiste en
que ciertas consecuencias del pecado, como la pena temporal del mismo, puedan ser objeto de
una remisión o indulgencia (del latín indulgentia: 'bondad, benevolencia, gracia, remisión, favor')
concedida por determinados representantes de la Iglesia y bajo ciertas condiciones. Esta
institución se remonta al cristianismo antiguo y tanto su práctica como su formulación se han
desarrollado a lo largo del tiempo. La doctrina protestante no la acepta por considerar que carece
de fundamento bíblico. Por tal razón, a partir de la Reforma, solo fue objeto de desarrollo en el
ámbito de la Iglesia católica.
Aunque se trata de un concepto teológico secundario, las indulgencias desempeñaron en su
momento un papel central en la historia del cristianismo. En el siglo XVI, los abusos y el tráfico
económico al que dieron lugar constituyeron uno de los motivos por el que Martín Lutero se
enfrentó con la Iglesia católica.
LA LEY Y EL EVANGELIO
A Dios se le conoce verdaderamente en su revelación. Pero aun en su misma revelación, Dios se
nos da a conocer de dos modos, a saber, la ley y el evangelio. Esto no quiere decir sencillamente
que primero venga la ley, y después el evangelio. Ni quiere decir tampoco que el Antiguo
Testamento se refiera a la ley, y el Nuevo al evangelio. Lo que quiere decir es mucho más
profundo. El contraste entre la ley y el evangelio da a entender que, cuando Dios se revela, esa
revelación es a la vez palabra de condenación y de gracia. La justificación por la fe, el mensaje
del perdón gratuito de Dios, no quiere decir que Dios sea indiferente al pecado. No se trata
sencillamente de que Dios nos perdone porque en fin de cuentas nuestro pecado le tenga sin
cuidado. Al contrario, Dios es santo, y el pecado le repugna. Cuando Dios habla, el contraste
entre su santidad y nuestro pecado nos aplasta, y ésa es la ley. Pero al mismo tiempo, y hasta a
veces en la misma Palabra, Dios pronuncia su perdón sobre nosotros. Ese perdón es el evangelio,
y es tanto más grande por cuanto la ley es tan sobrecogedora. No se trata entonces de un
evangelio que nos dé a entender que nuestro pecado no tiene mayor importancia, sino de un
evangelio que, precisamente debido a la gravedad del pecado, se toma más sorprendente. Cuando
escuchamos esa palabra de perdón, la ley, que antes nos resultaba onerosa y hasta odiosa, se nos
toma dulce y aceptable. Comentando sobre el Evangelio de
Juan, Lutero dice: Antes no había en la ley delicia alguna para mí. Pero ahora descubro que la ley
es buena y sabrosa, y que me ha sido dada para que viva, y ahora encuentro en ella mi delicia.
Antes me decía lo que debía hacer. Ahora empiezo a ajustarme a ella. Y por ello ahora adoro,
alabo y sirvo a Dios. Esta dialéctica constante entre la ley y el evangelio quiere decir que el
cristiano es a la vez justo y pecador. No se trata de que el pecador deje de serio cuando es
justificado. Al contrario, quien recibe la justificaron por la fe descubre en ella misma
cuán pecador es, y no por ser justificado deja de pecar. La justificación no es la ausencia de
pecado, sino él hecho de que Dios nos declara justos aun en medio de nuestro' pecado, de igual
modo que el evangelio se da siempre en medio de la ley.

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