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Este documento proporciona ánimo a los creyentes a perseverar en su fe a través de tres puntos principales:
1. Recuerda que los creyentes tienen acceso libre a la presencia de Dios a través de Jesucristo y su sacrificio.
2. Jesucristo es nuestro gran sumo sacerdote que intercede por nosotros ante Dios.
3. Exhorta a los creyentes a acercarse a Dios con sinceridad, fe y corazones purificados a través de la obra de Cristo.
Este documento proporciona ánimo a los creyentes a perseverar en su fe a través de tres puntos principales:
1. Recuerda que los creyentes tienen acceso libre a la presencia de Dios a través de Jesucristo y su sacrificio.
2. Jesucristo es nuestro gran sumo sacerdote que intercede por nosotros ante Dios.
3. Exhorta a los creyentes a acercarse a Dios con sinceridad, fe y corazones purificados a través de la obra de Cristo.
Este documento proporciona ánimo a los creyentes a perseverar en su fe a través de tres puntos principales:
1. Recuerda que los creyentes tienen acceso libre a la presencia de Dios a través de Jesucristo y su sacrificio.
2. Jesucristo es nuestro gran sumo sacerdote que intercede por nosotros ante Dios.
3. Exhorta a los creyentes a acercarse a Dios con sinceridad, fe y corazones purificados a través de la obra de Cristo.
Es obvio que cuando tenemos hambre necesitamos alimentos, cuando tenemos
sed necesitamos beber agua, cuando estamos con frío necesitamos abrigo, cuando estamos cansados necesitamos descanso, y cuando estamos desanimados necesitamos ánimo. El pasaje que consideramos hoy He. 10:19-25 les recuerda a los lectores y a nosotros también que en los buenos y en los malos momentos de la vida, el ánimo brota dentro de nosotros como un manantial de agua cuando meditamos en nuestro Señor Jesucristo y en todo lo bueno y maravillosos que ÉL ya ha hecho por nosotros. Aunque se ha mencionado varias veces para comprender mejor este pasaje, es importante recordar brevemente la situación en la que vivían los lectores o destinatarios de la carta. Ellos en su gran mayoría eran cristianos judíos. Algunos quizás habían estado siguiendo a Jesús por treinta años, soportando a causa de su fe, es decir, por ser cristianos una gran persecución por parte de judíos incrédulos y de judíos reformados o judaizantes. Muchos habían perdido sus posesiones, como negocios, casas, terrenos, muebles y animales. Algunos habían sido encarcelados. Cuando Esteban fue apedreado, huyeron de Jerusalén solamente con lo que podían llevar para el viaje. Al principio, ellos esperaban que Jesús regresara en cualquier momento, pero a medida que pasaban los años algo de su esperanza comenzaba a desvanecerse. Después de tres décadas algunos hasta estaban pensando en volver a Jerusalén, estaban nostálgicos de “los buenos tiempos pasados”. Allí tendrían un templo, un sumo sacerdote, sacrificios de animales, fiestas religiosas, confraternidad con la familia, etc. La tentación a volver atrás, a abandonar a Jesucristo y así evitar los problemas que su Nombre les traía era muy grande. Tal vez pensaban que si se quedaban en ese estado de letargo espiritual, sin aprender más de la fe Cristo, sin profundizar en las Escrituras, o aun sin asistir a las reuniones cristianas, evitarían los conflictos y dificultades que vendrían. Por eso el autor les escribe y les advierte que el volver atrás sería mucho más peligroso que seguir adelante en el camino de la vida cristiana. Les recuerda a JESUCRISTO como absolutamente superior a su religión anterior, la del A.T., y en base a esa superioridad de la que ha venido hablando hasta aquí, los anima a recordar la fidelidad de Dios, a acercarse a Dios con libertad y a perseverar fielmente en el seguimiento del Señor, aun en medio de la más intensa persecución. En estos tiempos quizás haya también creyentes que a causa del arduo trabajo o de tiempos difíciles, se vean tentados a pensar que los tiempos anteriores han sido más fáciles o más felices. Pero la memoria puede ser mala guía, porque por lo general, los tiempos pasados aunque con algunas cosas que el hombre considera buenas, han sido tremendamente malos, fundamentalmente por estar separados de Dios a causa del pecado, sin familia espiritual y sin ciudadanía en el cielo. Consideremos entonces el texto 10:19-39. La carta a los Hebreos de acuerdo al desarrollo que su autor le dio, consta básicamente de dos partes: en la primera, vs. 1:1-10:18 se observa una enseñanza o argumentación doctrinal bien marcada; y en la segunda parte, vs. 10:19-13:25 la sección es bien práctica. De aquí en adelante la aplicación es el enfoque principal. En Hebreos como en todo el Nuevo Testamento, la doctrina no es una especulación abstracta, sino la base para una vida transformada donde la verdad se vive. Esta sección de Hebreos puede compararse con un sándwich (de verdura por supuesto) porque contiene dos párrafos de ánimo y en medio de ellos una severa advertencia: Ánimo para perseverar acercándonos confiadamente a la presencia de Dios (10:19-25) Advertencia a prestar atención y sobre el pecado voluntario (10:26-31) Ánimo para perseverar así como en el pasado, en el presente (10:32- 39) I. Ánimo para perseverar acercándonos confiadamente a la presencia de Dios. 10:19-25 La palabra “puesto” (“por consiguiente o así que” en otras versiones), mira hacia atrás, hacia todo lo precedente con la extensa consideración que el autor ha hecho del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo hecho una vez y para siempre y al perdón del pecado. En los versículos 19-21 el autor resume la absoluta superioridad de Cristo sobre toda religión en base a dos privilegios:
1 El primer privilegio que tenemos en Cristo es el pleno acceso al trono (la presencia) de Dios. En el antiguo pacto el lugar santísimo fue el símbolo de la presencia de Dios, y el acceso a este símbolo se limitó de modo estricto. Casi todo el pueblo estaba excluido. Solamente el sumo sacerdote podía entrar, y aun su acceso fue limitado a un día en el año. En aquel día tuvo que observar con cuidado ciertas condiciones para entrar. En contraste absoluto, bajo el nuevo pacto en Cristo, todo su pueblo puede entrar, en todo momento. Además, nuestra entrada no es simbólica, sino la entrada al verdadero trono en el cielo. Tenemos confianza para entrar en base a nuestra relación personal con Dios. Jesús estableció esta relación con el sacrificio de su sangre, borrando la rebelión y los pecados que impedían o cortaban nuestro camino hacia Dios. De la misma manera en que fue necesario que se rasgara el velo del lugar santísimo (ver Mr. 15:38; Mt. 27:51) como un símbolo de que todos podemos entrar a la presencia de Dios, fue necesario que el cuerpo de Cristo fuera partido (1º Co. 11:24) para darnos este acceso. Mediante su sacrificio en la cruz, Cristo ha quitado el velo entre Dios y su pueblo . El Camino que nos conduce a través del velo a la presencia de Dios es nuevo, porque no es el camino anterior de los sacrificios de animales. El anterior llevó en realidad, no a la presencia de Dios, sino a una conciencia más clara de pecado y de la separación entre los adoradores y Dios (10:4). La perfecta obediencia y el perfecto sacrificio de Jesús otorgan una nueva base para el acercamiento a Dios. El camino que Jesús nos abrió no es un callejón sin salida, es siempre nuevo, porque nunca envejece ni caduca (8:13). También es un camino vivo, fue inaugurado por Cristo y ÉL mismo es el camino (su humanidad). No es una cosa, ni una doctrina, sino una persona, Jesucristo mismo (ver Juan 14:6).
2 Nuestro segundo privilegio es que Cristo es el gran Sumo Sacerdote que nos representa. Además del acceso libre y total a la presencia celestial de Dios, tenemos un Gran Sacerdote que nos representa siempre en intercesión ante Dios. Su grandeza produce una gran confianza porque es un sacerdote que comprende plenamente a quienes nos acercamos a Dios por medio de ÉL (ver 4:15). Jesucristo es majestuoso, sublime, glorioso, infinito, pero a la vez inmenso en gracia y misericordia comprensiva y compasiva hacia quienes somos creyentes y a la vez hombres frágiles, débiles por nuestra propia condición de personas con una naturaleza humana pecaminosa. Este maravilloso y Gran Sacerdote vive eternamente para interceder por nosotros, su pueblo, (Ro. 8:34; He. 7:25) por este motivo podemos entrar con confiada libertad porque ÉL está en el lugar a donde se nos invita a entrar. ** En base a estos privilegios el autor anima a sus lectores y por supuesto a nosotros también a acercarnos a Dios. Acercarse es una metáfora de compañerismo íntimo, de una unión vital y espiritual con el Señor. Si tenemos libre acceso a Dios, pues ¡usémoslo entonces! ya que no hay impedimentos ni limitaciones como sucedía antes. Sin embargo este acercarse requiere de determinadas maneras para hacerlo:
Con un corazón sincero. Tiene que ver con lo verdadero, describe el corazón de una persona que es honesta, genuina, auténtica, comprometida, confiable y sin engaño. Una persona sincera que no oculta nada delante de Dios. Que no pretende impresionar a Dios. Es equivalente a un corazón limpio (Sal. 24:3-4) ya que es la única forma de acercarnos a Dios de manera efectiva. En plena seguridad de la fe. Cuando nos acercamos con un corazón sincero, la fe es evidente. No se refiere a la fe que nos lleva a la salvación, sino a la certeza de la eficacia del sacrificio de Cristo. En plena certidumbre de fe, los creyentes tenemos completa seguridad en Dios de que podemos acercarnos a ÉL en base no a nuestra justicia, nuestros logros o nuestros méritos, sino a la obra de nuestro Gran Sumo Sacerdote. En contraste a esto la duda hace que no nos acerquemos a Dios Con el corazón purificado de una mala conciencia. El corazón es el centro de nuestra vida moral. No caben dudas de que el pecado es un asunto interno que procede del corazón del hombre (Mr. 7:21-22). Por lo tanto el acto de limpiar al hombre del pecado debe comenzar con su ser interior, o como dice el autor de Hebreos, con “nuestras conciencias” de manera que la sangre de Cristo purifica al pecador en lo íntimo allí donde está arraigada la maldad, y no en lo externo como pasaba con el sistema sacrificial ceremonial. Podemos acercarnos confiadamente porque Cristo ha limpiado nuestro ser de todo pecado y ha quitado la culpa que nos impedía llegar a Dios. Con el cuerpo lavado en agua pura. Tiene que ver con la limpieza espiritual. Probablemente el autor tenía en mente la purificación de los sacerdotes en el día de su consagración, donde sus cuerpos eran lavados con agua pura antes de vestirse y entrar en el santuario. Dice Samuel Pérez Millos: “El cuerpo es la expresión visible de la condición del corazón (Lc. 6:45). Esta demanda debe entenderse en la figura de la limpieza cotidiana en la vida del creyente (2º Co. 7:1). La entrada al santuario para acercarse a Dios requiere limpieza ya que implica cercanía y comunión con ÉL. El creyente está limpio por la obra de Cristo, pero, en el transcurso de la vida, la contaminación del camino por donde transita mancha sus pies. El modo de la limpieza es la confesión personal del pecado (1º Jn. 1:9), no para salvación sino para restauración”.
** El autor sigue animando a sus lectores y lo hace ahora en tres direcciones:
A. A mantener firme y sin fluctuar la esperanza que profesamos. Somos animados aquí a mantenernos firmes, es decir, sin vacilaciones, sin desviaciones, sin inclinarnos a otras cosas, en nuestra fe cristiana y en la conducta consecuente con esa fe. Es mantener firmemente el reconocimiento del Señorío de Cristo en nuestras vidas. La fe está unida inseparablemente a la esperanza. Nuestra fe en el Señor nos otorga una esperanza firme en cuanto al futuro y a las cosas venideras que se manifestarán en el momento que Dios lo disponga, pero la esperanza que debemos profesar, seguir, o practicar no solo está relacionada con las cosas futuras, sino con nuestro Glorioso Señor Jesucristo, ya que como dice la Biblia, “Cristo es en vosotros esperanza de gloria” (Col. 1:27). Se anima a los lectores y a nosotros también a permanecer aferrados a esta esperanza sin vacilaciones en nuestra lealtad al Gran Salvador y la razón fundamental es que esta esperanza descansa en la fidelidad de Dios. Podemos tener confianza absoluta en Dios, el único que es absolutamente fiel a todo lo que ha prometido. Dios siempre cumple; siempre es fiel a los que confían en él y en sus promesas.
B. A tenernos en cuenta unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. El autor ya nos habló de fe y también de esperanza, ahora nos habla del amor y nos da a entender que es el más grande de los tres ya que alcanza a otros en manera directa. El considerarnos unos a otros, nos recuerda que nuestro caminar cristiano no es en soledad o en aislamiento, sino en comunidad, como la familia de Dios (Ef. 2:19). Este considerarnos lejos está de mirar a los hermanos para descubrir sus defectos o sus errores, sino para estimularlo en estas dos direcciones, amor y buenas obras. El compañerismo cristiano nos ayuda a mantenernos firmes y a crecer en nuestra relación con Dios. Nuestra relación con Dios no se puede separar de la relación con nuestros semejantes (1º Jn. 4:20). Repetidas veces, desde la creación (Gén. 2:15–18) hasta las enseñanzas de Jesús (Mar. 12:28–31) y en las cartas de los apóstoles (Stg. 1:27; 1 Jn. 4:20), la Biblia insiste en esta verdad. Por tanto, parte del “acercarnos a Dios” es “considerar” a los otros para fomentar en ellos el amor y las buenas obras. El amor fraternal que es el objetivo de esta “consideración mutua” se manifiesta en buenas obras. El amor a Dios en el cristiano inevitablemente conduce a buenas acciones. No es una actitud teórica, sino un camino de acciones serviciales, no estimulamos solo con decir a los hermanos lo que deben hacer, sino con nuestro ejemplo amándoles y sirviéndoles sinceramente.
C. A no dejar de congregarnos y a animarnos mutuamente. No dejando se traduce mejor como no “abandonando”. Una de las primeras indicaciones de una falta de amor por Dios y por el prójimo es que el cristiano se aleje de los cultos. El miembro que abandona las obligaciones comunitarias y deja de asistir a las reuniones, exhibe los síntomas de egoísmo y de egocentrismo porque solo piensa en sí mismo y no el Señor y en sus hermanos. No hay lugar para “llaneros solitarios” en el Evangelio de Jesucristo, pues la Biblia enseña que su pueblo es una comunidad de creyentes.
No se trata aquí de una ausencia ocasional, esporádica, o excepcional, sino que es un hábito o una costumbre, es decir, un alejamiento continuo. El autor no dice las razones por las que no asistían, podrían ser persecuciones, acoso de sus familiares, quizás no se sentían aceptados, quizás actuaban con soberbia no queriendo mezclarse con gente de menor valor, o tal vez egoístamente no querían animar a otros. (En la actualidad algunos lo hacen por motivos verdaderamente increíbles).
Lo cierto es, y la historia lo ha confirmado, que quienes abandonan las reuniones son los que más necesitan de ellas para ser animados al amor y a las buenas obras. En las reuniones de la iglesia los creyentes nos animamos por la presencia del Espíritu Santo, el estudio y aplicación de la Palabra y por el aliento mutuo para seguir adelante en nuestra fe y testimonio a pesar de los conflictos y dificultades que puedan existir. Un creyente espiritual, es decir, guiado por el Espíritu Santo asiste y persiste en las reuniones. Si los creyentes nos mantenemos separados unos de otros jamás podremos estimularnos mutuamente al amor y a las buenas obras.
Por más problemas que tengamos, por más conflictos, diferencias o situaciones difíciles que atravesar, NUNCA estaremos mejor fuera de la congregación, de la FAMILIA CRISTIANA. Debemos ser fieles en congregarnos en los cultos de la Iglesia y en animarnos mutuamente en detrimento de las cosas temporales y pasajeras, tanto más cuando vemos que se acerca cada vez más el día de la Venida de Cristo.
Cada uno de nosotros los creyentes deberíamos preguntarnos cada mañana: ¿Cómo sería la Iglesia si cada creyente estuviera comprometido y fuera tan fiel como soy yo?