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Capitulo1

LOS MOTIVOS PARA LA EVANGELIZACION


ACTIVIDADES

1- Describa el Mandato de la Evangelización.

R= Es un mandato claro , universal y permanente de Jesucristo a sus disipulos para compartir sus
enseñanzas a toda creatura.

2- ¿Cuál es el mayor incentivo para la Evangelización, la Gran Comisión o Pentecostés?

R= Cristo Mismo ya que el motiva, impulsa y sostiene esta hemosa tarea

3- ¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en la Evangelización?

R= El espíritu santo provee el mensaje ya que el nos capacita la palabra de Poder

4- Lea 2 Corintios 5:14 y describa cómo Pablo era motivado por la Evangelización.

R= Por el amor, el cual imitaba de Jesucristo haciéndose a un lado y entregándose en el amor mismo

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LECCIÓN 2

PROSELITISMO

ACTIVIDADES

1.-¿Qué es el proselitismo?

R= Es la acción de cambiar el pensamiento de otros y tratarlos de meter

a un círculo de Doctrinas, normas y estilos de vida para poder relacionarse en un grupo

2- ¿Por qué algunos movimientos religiosos hacen proselitismo?

R= Por que solo buscan el engrandecimiento de un su grupo en la asistencia

3- Describa con sus propias palabras lo que dice Bonnoheffer “La filosofía del crucificado invalida
toda idea que se toma para el éxito” En relación al éxito del crecimiento de la Iglesia.

R= Que toda acción hecha por el Hombre para tener éxito sucumbe, bajo la sombra de quien verdad tuvo
éxito. El cual no engrandece al Hombre sino la voluntad de Dios y el cual es el fundamento verdadero Jesús

4- ¿Cuál es uno de los grandes obstáculos para la Evangelización?

R= La preocupación de la Iglesia en su propia existencia.


LECCIÓN 3

1.- EL PECADO – EL DESORDEN DEL HOMBRE

ACTIVIDADES

1- Describa dos usos del término Pecado en el Antiguo Testamento.

R= HATTA: extraviarse o herrar el blanco, en este caso el obedecer a Dios.

PESSA: Revelarse en contra de la ley

2- Describa dos usos del término Pecado en el Nuevo Testamento.

R= AMARRIPA: ofensa que produce duda moral.

APISTIS: caer en la Idolatria

3- ¿Qué es la depravación total?

R= Acción inicua que va, encontrar de las reglas. La cual alcanza a todo hombre sea bueno o malo

4- ¿Cómo enfrenta la Iglesia Católico Romana el Pecado Original?

R= Por medio del bautismo, ya que ellos piensan que este aniquila el pecado origuinal.

LECCIÓN 4

PECADO Y ARREPENTIMIENTO

ACTIVIDADES

1- ¿Qué es el arrepentimiento?

R= es cambiar, convertirse o dar un jiro al pecado y volverse a Dios.

2- ¿Por qué es importante el arrepentimiento?

R= Es una decisión que si no se hace podemos morir para siempre para siempre es de vital, importancia para
acercarnos a Dios

3- Describa el pecado en comunidad.

R= Es un pecado que que tiene acciones legales en contra de generaciones y pueblos , que afecta a un grupo
de personas el cual no no agrada a Dios y trae maldición para quienes viven en él.

4- De varios ejemplos contemporáneos de pecados en Comunidad.

R= la idolatría, robo, asesinato, la corrupción enfermedades heredadas .


LECCIÓN 5

EL MENSAJE DE LA EVANGELIZACIÓN

ACTIVIDADES

1- Describa al Dios como creador en el Mensaje Evangelístico.

R= Dios sin duda es el creador a todo, esto incluye a toda duda que el hombre tiene.

Es el centro de todo como rey soberano.ñ-

2- Describa a Dios como Redentor en el Mensaje Evangelístico.

R= Es la esencia de Dios por medio de jesus crusificado

3- ¿Por qué la cruz es central en el Mensaje Evangelístico?

R= Por que es la esencia del evangelio, el acto profetico y simbólico que habla que habría un sacrificio
definitivo para la redención del Hombre. Espor eso que la cruz es el centro de todo, incluyendo los
pensamientos y esta es la que trae seguridad a nuestra fe.por lo tanto es el mas alto nivel teologico

4- ¿Qué es la justificación?

R= es el acto de ser libres por medio de algún medio, en este caso la sangre de Cristo Jesus, reconciliándonos
con el Padre.
LECCIÓN No. 6

RECONCILIACIÓN

Este concepto resulta mucho más familiar en una generación que está trágicamente amedrentada por
relaciones quebrantadas. Cuando dos personas, pueden ser un marido y una esposa que han sido unidos para
disfrutar una relación indestructible de amor mutuo, se separan el deseo lógico y lo natural es que se
reconcilien, ya que la esencia del pecado nace porque el hombre anda en sus propios caminos y no por los de
Dios, con lo cual rechaza a Dios, la esencia del pecado es estar separado de Dios o rechazado por Dios. Dios
nos da lo que nosotros elegimos. En su amor El siempre respeta nuestra libertad de elección. Por lo tanto,
nuestra urgente necesidad es reconciliarnos con Dios.

Sin embargo, esa reconciliación es excesivamente costosa. En la ley romana el mediador tenía una tarea muy
clara: debía representar perfectamente a las dos partes, y tenía que hacer todo lo posible para unir esas dos
partes, cualquiera fuese el precio que eso representara para él. Jesús vino como Dios perfecto y hombre
perfecto y nos reconcilió con Dios por la sangre de la cruz. Cuando Pablo escribe a los cristianos de Éfeso, nos
revela nuestra condición espiritual antes que seamos vivificados en Cristo: alejados… ajenos… sin esperanza y
sin Dios”.

Esta es la condición de impotencia y desesperanza del hombre frente a Dios, como consecuencia de sus
pecados y rebeliones. Además, como Dios por su naturaleza se opone drásticamente a todo lo que sea
pecado, la única manera posible de reconciliarnos es quitar la causa de esa separación. Por esta razón Jesús
“se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”
Habiéndose corrido la barrera del pecado, le es posible al hombre ser acepto en la presencia de Dios; antes,
esto habría sido totalmente inaceptable. A través de nuestra obstinada rebeldía nos habíamos hecho
enemigos de Dios. Pero su amor es tal que “siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de
su Hijo”.

En efecto, es enteramente por medio de Jesús que “hemos recibido ahora la reconciliación”. En otra parte,
Pablo escribe: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos
cercanos por la sangre de Cristo y mediante la cruz”, reconciliados con Dios. Además como aquella cruz es un
puente que va desde el hombre pecador al Dios santo, Dios ahora hace un llamado al mundo a través de su
pueblo: “Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”.
REDENCIÓN

El significado fundamental de esta palabra es “liberar al cautivo previo pago de cierto dinero (rescate). El
dinero que se paga es substituto de la persona en cautiverio. Lamentablemente, esta idea de nuevo se ha
hecho demasiado familiar en nuestro mundo moderno con las recientes olas de secuestros, que exigen fuertes
sumas de dinero a cambio de la libertad de la víctima. Por lo tanto esta familia de palabras nos describe los
alcances de la cruz. El hombre es esclavo de sus propios pecados, y no puedes escapar de la maldición o del
juicio de Dios provocado por sus pecados. Por lo tanto, para poder ser librado, se debe pagar un rescate, y
este pago será el substituto del pecado, quien se halla esclavizado. Algunas personas han puesto en tela de
juicio la explicación de la cruz al insistir en la pregunta: ¿A quién se le paga el rescate?, ¿a Dios?, ¿al Diablo?.
Sin embargo, para ilustrar una variedad primordial, todas las analogías son útiles y es peligroso y engañoso
presionar esa analogía más allá de aquella verdad.

Lo que resulta claro en las Escrituras es que Cristo, mediante su muerte, pagó el rescate necesario para
dejarnos libres, y su muerte fue índole substituidora: Jesús tomó nuestro lugar y murió en vez de nosotros. El
Hijo del Hombre… vino… para dar su vida en rescate por muchos (lutron ante pollon)”. “Cristo nos redimió de
la maldición de la ley, hecho por (huper) nosotros maldición”. “Jesucristo… se dio a sñi mismo en rescate por
todos (anti lutron hiper panton). El rescate ha sido pagado en su totalidad por Jesús, por lo tanto hay dos
consecuencias obvias. En primer lugar, podemos libremente disfrutar de “la libertad gloriosa de los hijos de
Dios”; estamos libres de culpa y el poder del pecado, y libres del justo juicio de Dios. En segundo lugar, ya no
somos nuestros: hemos sido comprados por precio. En lugar de concentrarnos a nuestra propia existencia, la
cual sólo conduce a la esclavitud debemos vivir para la gloria de Dios; y esto trae la perfecta libertad.

2.- UN MENSAJE PERSONAL

A diferencia de las filosofías del hombre, que pueden ser reflexionadas y discutidas con una total
imparcialidad, el mensaje de Dios tiene, por nosotros, significaciones personales inmediatas. Cuando Pablo se
acercó a los filósofos en Atenas, que “en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo”,
muchos de ellos se turbaron porque les trajo un mensaje que exigía una acción inmediata y personal: “Dios…
manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan”. Dios no tiene el más remoto interés en halagar
nuestra curiosidad intelectual. En cambio, interesa un propósito principal: cambiar nuestras vidas y sanar
nuestras relaciones. Por lo tanto el mensaje del evangelio es personal en dos formas.

Primero que nada, se relaciona con una experiencia personal. Cuando Pablo destacó que la esencia del
evangelio se encontraba en la muerte y resurrección de Jesucristo, inmediatamente continuó con el propósito
de subrayar la realidad de Cristo en términos de experiencia personal. Recalcar que la fe cristiana estaba
arraigada en la historia de acuerdo a las Escrituras y que contenía profundas verdades teológicas que
requerían una comprensión cuidadosa, fue sin lugar a dudas de extrema importancia. Pero igualmente
importante es la comprobación práctica: ¡da resultados!

Así es como sé que Jesús vive, dijo Pablo en efecto: mucha gente lo ha visto realmente; en verdad “me
apareció a mí también”. En sus predicaciones y en sus escritos, Pablo con frecuencia se refería a su propia
experiencia personal con Cristo. Así es que la autoridad del predicador, el evangelista o el testigo radica no
sólo en el mensaje dado por Dios, sino también en la experiencia personal del mensaje. Pedro procuró con
empeño enfatizar aquello: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor
Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad”.
Juan, al escribir a los agobiados por las dudas, fue aún más enfático: “Lo que era desde el principio, lo que
hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palpado, nuestras manos”.

A.W. Tozar escribió en una oportunidad; “La verdad que no se experimenta no es mejor que el error, y que
puede ser igualmente peligrosa. Los escribas que ocuparon el asiento de Moisés no fueron víctimas del error;
fueron víctimas de la falta de experimentar la verdad que enseñaban”. Hoy el mundo busca la realidad. A
menos que tengamos una clara experiencia interior del Cristo vivo, que conozcamos su poder transformador,
que hayamos experimentado algo acerca del gozo y el amor del Espíritu Santo, nuestras palabras, por más
ciertas que sean, sonarán a piadosas trivialidades. Lamentablemente, muchas de las predicaciones de hoy son
totalmente inefectivas. O hemos creado algún insípido sustituto hecho por el hombre para representar el pan
vivo celestial (y que no alimentará a un alma hambrienta) o hemos dicho todas las palabras correctas pero no
ha habido ningún poder espiritual en ellas, porque la realidad de esas palabras no se había entretejido aún en
nuestras vidas. De ser así, nuestra predicación es la representación de una obra teatral y esto es hipocresía.

Cierta vez, el famoso filósofo y racionalista David Hume, fue visto por un amigo que corría por una calle, y éste
le preguntó a dónde iba. “A escuchar a Whitefield predicar” fue la respuesta inesperada. Su amigo se quedó
perplejo. “Por supuesto que tú no crees lo que Whitefield predica. ¿no es así? “No”, respondió Hume, “Pero
Whitefield sí lo cree”. Esta profunda convicción interior, nacida de una clara experiencia personal, es esencial
en toda verdadera evangelización. “Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabra solamente, sino
también en poder, en el Espíritu Santo y en certidumbre”. Con razón Pablo pudo agradecer a Dios que los
Tesalonicenses habían recibido el mensaje “no como palabras de hombres, sino según es en verdad, la palabra
de Dios”.

En segundo lugar, exige una respuesta. Cierta vez Jesús advirtió a sus oyentes que El no había venido para
traer paz, sino una espada. Su presencia dividía a la gente. Sus aseveraciones eran tan absolutas, sus órdenes
tan categóricas, y su enseñanza tenía tanta autoridad, que hombres y mujeres no podían permanecer
neutrales. Debía estar a favor o en contra; debían decir: ¡Sí o No!. De la misma manera que Jesús dividió a
aquellos dos ladrones que estaban crucificados con El, ha dividido la humanidad desde entonces. Su espada
tienen siempre filo contante, que penetra a través de los más recónditos pensamientos y deseos de nuestros
corazones. De una forma u otra, es inevitable una respuesta. “¿Qué haremos?” preguntaron el día de
Pentecostés. La respuesta apostólica podría resumirse en tres palabras preciosas: arrepentíos, creed y recibid.

ARREPENTÍOS

Esto Significó un cambio de mentalidad, lo que llevó a un cambio de corazón y resultó un cambio de dirección.
Con nuestra mente debemos reconocer nuestro pecado y nuestra culpa delante de Dios, e inclinarnos ante el
análisis de nuestra condición espiritual y moral: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso”.
Sin embargo, no basta convertir en ellos mentalmente: El corazón debe sentir tristeza y pesar en lo más
íntimo, porque debido a nuestro pecado, hemos ofendido a Dios y crucificado a su Hijo.

Cuando Simón Pedro supo lo que había hecho al negar a Jesús, salió y lloró amargamente. En la práctica, el
grado de amargura puede variar en forma considerable.

Aun el cambio de mentalidad en el corazón no es suficiente. Debe haber también un cambio de dirección.
Arrepentimiento significa una media vuelta. Significa estar dispuesto, con la ayuda de Cristo, a abandonar todo
lo que está mal en nuestras vidas, y seguir con Jesús.

Ningún hombre puede a sabiendas permanecer desobediente a Dios y recibir a Cristo al mismo tiempo. Nadie
puede aferrarse al pecado, con una mano, y tomarse con la otra de Jesús. Esto simplemente no resulta. Es
interesante además, ver que Jesús raras veces dejó el asunto con generalidades. Siempre que fuera posible
puntualizaba las importantes esferas que comprendían la orden de arrepentirse. El joven rico tenía que vender
todas sus posesiones (el gran ídolo de su vida) y darlo a los pobres; la mujer de Samaria tenía que arreglar sus
fracasados asuntos matrimoniales; claramente se le exhortó a Zaqueo a devolver el cuádruplo de sus
ganancias deshonestas, aunque él mismo sugirió devolverlo.

Rara vez es posible o sabio descifrar totalmente lo que implica el discipulado, más allá de la aceptación general
de Jesucristo como Señor, pero muchas veces algunas consecuencias prácticas del arrepentimiento tendrán
que ser encaradas: una pareja de jóvenes que duermen juntos deben separarse o de lo contrario casarse;
negocios deshonestos o defraudar los impuestos, deben ser arreglados lo antes posible; resentimiento y
sinsabores deben ponerse delante del Señor inmediatamente; el prejuicio racial debe confesarse; la literatura
pornográfica o libros sobre ciencias ocultas deben ser destruidos. No hay nada superficial acerca del
arrepentimiento ni tampoco es simplemente dejar lo que está mal. Es volverse hacia una vida de amor
sacrificial, como un verdadero seguidor de Jesucristo. A Juan el Bautista se le preguntó en una oportunidad
qué significaba realmente su bautismo de arrepentimiento:

“Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿Qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos
túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene que comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para
ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? El les dijo: No exijáis más de lo que está ordenado.
También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros ¿Qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a
nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario”. 38

CREED

En el Nuevo Testamento, el llamado a creer es un llamado al discipulado. Envuelve un claro compromiso de la


voluntad hacia la persona de Jesucristo. Es mucho más que una creencia intelectual en la divinidad de Cristo o
en alguna doctrina de la expiación. Significa una personal y tota entrega a Jesús como Salvador y Señor, con
todas las exigencias éticas que dicho discipulado supone.
En las Escrituras, fe y obediencia están unidas; por lo tanto, no separe el hombre lo que Dios ha unido. El
clásico ejemplo de fe es el de Abraham: “El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de
muchas gentes, conforme a lo que había dicho: Así será tu descendencia”. Y aunque en virtud de la edad de
Abraham y Sara, la promesa de Dios parecía ridícula e imposible, no “dudo”, por incredulidad de la promesa
de Dios, sino se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso
para hacer todo lo que había prometido”. 39

Sin embargo, está perfectamente claro en hebreos 11 que la fe de Abraham fue mucho más que una piadosa y
pasiva aceptación de una promesa hecha por Dios. Más bien lo condujo a una obediencia activa y costosa;
“por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir…; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como
extranjero en el tierra prometida… por la fe Abraham, cuando fue probado ofreció a Isaac”. 40

Creer en Jesucristo implica una entrega activa a una persona, sin saber a dónde la conduciría a esa persona, o
de que manera lo probará. Cuando mi esposa y yo nos casamos, los dos no dijimos “Sí quiero” y nos
prometimos entregarnos por toda la vida “para bien o para mal”. Fue como firmar un cheque en blanco, y las
relaciones funcionarían solamente si había una entrega constante y total de nuestras vidas.

Esto es lo que significa creer en Jesucristo.

Tan decisiva es esta creencia que Jesús les pidió a sus discípulos que la sellaran con la solemne señal pactada
del bautismo. Esto simboliza las bendiciones esenciales del evangelio: purificación de los pecados, unión con
Cristo, morir a la vida pasada, elevarnos hacia lo nuevo, el don del Espíritu Santo, y la incorporación al cuerpo
de Cristo. Así como una novia al casarse se cambia de apellido, lo cual simboliza la unión con su marido y la
entrada a una nueva familia, de la misma manera el creyente es bautizado “en (eis) el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo”. 41

Significa, por supuesto, que el creyente quema las naves. De ahora en adelante no hay vuelta. Una nueva vida
ha comenzado.

RECIBID

He aquí una parte esencial de las buenas nuevas: “Recibiréis el don del Espíritu Santo”. Desde el momento que
nos entregamos a Cristo, Dios envía el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, el cual clama “Abba Padre”. 42
Nacemos de nuevo a la familia de Dios totalmente a través del Espíritu. Mediante la continua presencia del
Espíritu, disfrutamos de la inagotable presencia de Cristo en nuestros corazones, y experimentamos la
constante transformación de nuestras vidas a la semejanza de Cristo.
Sin el Espíritu, un verdadero discipulado cristiano es cosa imposible: un esfuerzo obediente por ser leal a
principios que están irremediablemente más allá de nuestro alcance, y un vano intento por cambiar la
naturaleza de nuestros corazones.

En la evangelización popular, durante muchos años, ha habido muy poca o ninguna referencia del Espíritu
Santo en el momento de la conversión. Algunos de los más conocidos tratados evangélicos, por ejemplo, no
contienen ni una sola referencia al Espíritu Santo. No sólo es una omisión seria, sino también podría en parte
ser motivo de la confusión con respecto a la obra del Espíritu Santo después de la conversión.

La aparente necesidad de “recibir el Espíritu Santo” en una fecha posterior puede que sea un paso mayor y
significativo cuando poco o nada se sabe del Espíritu Santo desde el principio. Sin embargo, si la promesa y
poder del Espíritu se explican en forma clara en el momento de al conversión o un poco más adelante el
asunto de una “segunda” experiencia (o como se le quiera rotular) es muy improcedente, sin por eso dejar de
reconocer la evidente verdad que un cristiano puede tener cualquier número de experiencias espirituales.

Por cierto que Pedro en Pentecostés le dijo a la multitud que si ellos se arrepentían y eran bautizados,
recibirían el don del Espíritu Santo, y, y a juzgar por la vida, el amor, el poder y la alabanza que practicaban, no
existe la menor duda de que recibieron ese don.

Por supuesto que ellos tuvieron que continuar siendo llenos del Espíritu, pero por lo menos supieron algo
acerca del poder y la libertad del Espíritu desde el momento de su conversión.

Por cierto que hay un solo camino a Dios y este es a través de Jesucristo, pero hay numerosas descripciones de
ese camino. Lejos de un acercamiento rígido y doctrinario, el Nuevo Testamento muestra gran flexibilidad.
Jesús adaptaba constantemente sus palabras y frases para que ellos se adecuaran a sus oyentes. El comenzaba
en el lugar donde estaba la gente, usando los pensamientos y formas de mayor significado para ellos.

Notemos cómo Jesús enseñó las inmensamente profundas verdades teológicas del evangelio en términos de
agricultura, pesca, jardinería, cocina, costura, pastoreo, compra y venta. Una mujer vino a sacar agua de un
pozo y al instante Jesús comenzó a hablar acerca del agua viva que podía saciar su sed para siempre. ¡Cuán
perdida estaría si El se hubiese lanzado un sermón sobre la justificación!

Algunos etnólogos de hoy quieren desechar todos los conceptos bíblicos por ser “improcedentes”. ¿Pero qué
podría ser más significativo y pertinente que la explicación del evangelio (de acuerdo al contexto y
circunstancias) en término de relaciones, liberación, nuevo nacimiento, amor, vida, fe, esperanza, paz, perdón,
reconciliación y justicia? Los discípulos también usaban el sentido común al predicar en términos que
significaban algo para sus oyentes. Al hablar los judíos relacionaban sus palabras con citas escriturales y
alusiones, pero para los gentiles prácticamente no encontraremos ninguna referencia del Antiguo Testamento;
ellos aludían a inscripciones de las tumbas paganas y a citas de poetas griegos.

Una vez Michel Green lo resumió de la siguiente forma: “Entrégate totalmente al Cristo Bíblico, pero sé
totalmente flexible en su presentación”.
ACTIVIDADES

1- ¿Qué entiendes por reconciliación?

R=

2- Defina la Redención.

R=

3- ¿Cuáles son los pasos para ser reconciliado y redimido?

R=
LECCIÓN No. 7

UN MODELO NEOTESTAMENTARIO

Jesús como evangelista de la periferia.

Parte de la realidad extraordinaria de la fe cristiana es el hecho que comienza ni simplemente con la


encarnación del Hijo de Dios, sino con su venida como Jesús de Nazaret. Dios envía a su Hijo como una
persona de carne y hueso para comunicar su amor al mundo. Como fiel evangelista, Jesús se sitúa
culturalmente, condicionado por el tiempo y el espacio. No lleva a cabo su misión evangelizadora en primera
instancia como el Todopoderoso Hijo de Dios, sino como una persona enviada por Dios en momento particular
en la historia y en una situación cultural específica.

Se identifica con un pueblo concreto, habla su lengua y ve la realidad desde su situación socio-cultural.

No se necesita un estudio demasiado profundo de la evangelización en el Nuevo Testamento para


convencerse de la importancia del ministerio de Jesús en la práctica evangelizadora de la iglesia primitiva. Para
la iglesia naciente la memoria de la praxis evangelizadora de Jesús no es sólo motivo de inspiración, sino la
base para el desarrollo de diversos modelos de acción evangelizadora. Uno de esos modelos es el que
presenta el Evangelio de Marcos, el primer evangelio en redactarse según destacados eruditos. EN el prólogo
del mismo, encontramos el siguiente pasaje:

Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Y salían a
él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizaos por él en el Río Jordán, confesando sus
pecados. Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía
langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy
digno de desatar encorvado la correa de su calzado. Yo a la verdad os he bautizado con agua, pero El os
bautizará con Espíritu Santo. Aconteció en aquellos días, que Jesús vino a Nazaret de Galilea, y fue bautizado
por Juan en el Jordán. Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos y el Espíritu como paloma que
descendía sobre El. Y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en Ti tengo complacencia. Y
luego el Espíritu le impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días y era tentado por Satanás, y
estaba con las fieras; y los ángeles le servían. Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea
predicando el evangelio del Reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha
acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:4-15).

La referencia a Galilea no es accidente. Siguiendo la pista que nos ofrecen varios estudios de este evangelio,
sostenemos que Galilea es tanto una clave para entender a Marcos como para interpretar toda la misión
evangelizadora de Jesús. Marcos nos ofrece un modelo de evangelización contextual que gira en torno a
Galilea. El mismo Jesús aparece como un evangelista de la periferia.

El propósito de este capítulo es reflexionar sobre el modelo galileo de Marcos y sus implicaciones para la
evangelización contextual en la periferia de las Américas.

Comenzaremos con una reflexión sobre Jesús el Galileo. Luego examinaremos a Galilea como lugar de
evangelización, seguido por el movimiento, desde Galilea a las naciones, que proyecta en él envió misionero
de las doce a los otros seguidores de Jesús.

Concluiremos con una reflexión sobre las implicaciones de este modelo para la evangelización de hoy.

JESUCRISTO EL GALILEO

Galileo era una encrucijada cultural. Era una región orientada hacia el comercio, que había sido poblada por
mucho tiempo tanto por los gentiles como por los judíos. Durante el tiempo de Jesús, los judíos vivían lado a
lado con los fenicios, sirios, árabes, griegos y varios grupos orientales. Esa mezcla racial le había dado a la
región el nombre de “Galilea”, que quiere decir “círculo de paganos” (cp. Is.8:23). De ahí el libro de Isaías se
refiere a “Galilea de los gentiles” (naciones) (Is. 9:1)

En esa sociedad mixta, orientada hacia el comercio, era natural que se diera una miceginación (mezcla)
biológica y cultural. En consecuencia, los judíos de Galilea tenían un acento peculiar y carecían de sofisticación
cultural. Más aún, tenían una teología no muy ortodoxa y mantenían una independencia vigorosa de la
jerarquía de Jerusalén.
Se puede decir que Galilea era la tierra de los rechazados y despreciados. Por su impureza, los judíos galileos
eran menospreciados por los de Jerusalén y Judea (particularmente los fariseos y sacerdotes). Los judíos del
sur se creían herederos de la pureza natural y religiosa.

¡Ser galileo era sinónimo de imbécil! De ahí la respuesta de Natanael cuando su hermano le dijo que había
hallado al Mesías, Jesús de Nazaret: “¿Y… puede venir algo bueno de Nazaret? (Juan 1:4-6) Esa era también la
razón, según el evangelio de Juan, por lo cual la nación de un Mesías de Galilea le parecía al liderato religioso
de Jerusalén una afirmación ridícula. Como bien le dijeron los fariseos a Nicodemo: “Escudriña y ve que de
Galilea nunca se ha levantado profeta” (Jn. 1:52; cp. Mat. 21:11).

Pese a esa actitud “chovinista” hacia Galilea, es necesario reconocer que esa región produjo alguno de los
judíos más militantes y exclusivistas de la época. Si bien es cierto que algunos judíos se mezclaban fácilmente
con los gentiles, no es menos cierto que otros intensifican su exclusivismo, viendo cualquier tipo de
colaboración con Roma como una venta de la patria. ¡Galilea era nido de revolucionarios! En palabras de
Virgilio Elizondo: “El nombre Galileo vino a ser asociado con “águila de línea dura”- zelote o galileo llegaron a
significar una misma cosa”. Por consiguiente los galileos eran despreciados no sólo por los judíos de Judea,
sino también por los romanos, quienes les prohibían hacer proselitismo entre los gentiles.

Jesús vino de esa tierra de rechazados y despreciados (ese círculo de paganos), para ser bautizado por Juan
“en el desierto” y “en el río Jordán” (Mr. 1:4-5, 9).

La referencia al desierto en el ministerio de Juan nos recuerda a Israel, quien, según la tradición bíblica, fue
llamado Hijo de Dios por primera vez en el desierto (Ex. 4:22s; Jer. 2:2; Os. 11:3). William Lane, siguiendo a E.
Lohmeyer, nota el contraste entre Marcos 1:5 y 1:9. En 1:5 se vislumbra a Judea y Jerusalén; en 1:9 aparece
sólo Nazaret de Galilea. En 1:5 salen al desierto “toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén” para ser
bautizados por Juan en el río Jordán; en 1:9 hay sólo un representante “el único galileo mencionado por
Marcos que obedeció el llamado de Juan en el desierto”. Según Lane, el redactor de este evangelio está
sugiriendo que todos los que vinieron de Judea y Jerusalén para ser bautizados por Juan resultaron ser
rebeldes e insensibles al propósito de Dios. Contrario a la expectativa, sólo aquel que procede de Galilea
muestra ser Hijo único que responde genuinamente al llamado profético al desierto.

Según el texto bíblico, Jesús hizo suya la identidad y la vocación de todo Israel. Vino a realizar lo que Israel no
pudo hacer, es decir: a ser el fiel compañero del pacto de Dios, el siervo sufriente de Yahvéh (cp. Is. 52:13;
53:12), sufriendo redentoramente por las naciones, de manera que pudiera crear un nuevo pueblo, más aún,
una nueva humanidad. Por esta razón el bautismo de Jesús es precedido por una referencia al bautismo del
Espíritu.

“Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero El os bautizará con Espíritu Santo” (Mt.1:8). Jesús, según estas
palabras, deberá sufrir la muerte para que pueda surgir un nuevo Israel, símbolo de la nueva humanidad. Para
poder bautizar con el Espíritu Santo, deberá ser levantado de la tumba. De ahí que su bautismo sea la
anticipación de su muerte y pasión como el verdadero y auténtico israelita. Por la fidelidad y obediencia de
Jesús, el Padre expresa su aprobación y el Espíritu Santo se manifiesta sobre El. (cp. Mar. 1:12)
El hecho de que esta narrativa aparezca al principio del Evangelio (en lo que algunos estudiosos llaman
prólogo), indica que, para Marcos, Jesús es la revelación del Hijo eterno, el que trae salvación, y por tanto el
restaurador de la creación. En otras palabras Jesús es el Cristo. Como tal, ha penetrado “el desierto”, símbolo
en las Escrituras de Israel del mal y la muerte, para afirmar la intención de Dios de crear una nueva tierra. La
diferencia de Marcos a Jesús “en el desierto cuarenta días… tentado por Satanás” “estando con las fieras” y
“siendo ministrado por los ángeles” (Mr. 1:13) no deja de tener significado teológico. Comentando sobre este
pasaje, el teólogo Hendrikus Berkhof, dice lo siguiente:

Como el Hijo del Creador de este mundo amenazante (Jesús) vivió en el mismo como su señor y maestro, y usó
su libertad para hacer que el amor del Padre triunfara aún en las partes más oscuras de al realidad, como una
señal de la paz del reino venidero.

Para Marcos, el hecho de que Jesús viniera de Galilea y no de Jerusalén parece estar cargado de un profundo
sentido teológico. Ve en Jesús al eterno Hijo de Dios que hizo “un nadie” para levantar a la humanidad de la
nada y hacer posible una nueva creación. Pablo expresa la misma idea cuando establece que Dios escogió a lo
necio y débil del mundo, avergonzando a los sabios y fuertes, para salvar al mundo (1 Co. 1:18-31). Al hacerse
un galileo imbécil, el Hijo de Dios abrió el camino, según Marcos, de un nuevo éxito para Israel y también para
el resto del mundo. Es esa realidad histórica y teológica la que hace de Galilea una referencia tan importante
en los evangelios y en la práctica evangelizadora de Jesús.

Como símbolo de la periferia cultural, social, política y teológica, Galilea tiene una enorme importancia para
los pueblos de América Latina en general y la comunidad hispana en los EE.UU. en particular. El bilingüismo de
los judíos galileos y el hecho de ser objeto de la ridiculez entre los judíos del sur no es poco significativo para
los hispanos estadounidenses. Tanto en los círculos culturales de habla inglesa, como en el mundo de habla
castellana el acento y las limitaciones de esta comunidad en ambos idiomas es con frecuencia objeto de
chistes y comentarios denigrantes. Hay que reconocer, con todo, que esos son hechos típicos de cualquier
situación intercultural, incluso en las relaciones dentro de un mismo país de habla castellana, así como entre
los múltiples grupos étnicos en países como EE.UU. y Australia.

La hostilidad que prevalece en los EE.UU. entre la comunidad dominante hacia los hispanos, por su insistencia
en usar su propio idioma como vínculo primario de comunicación, es mucho más seria. El noventa por ciento
de los casi 25 millones de hispanos en EE.UU. hablan el castellano y casi el cincuenta por ciento no sabe nada
el inglés o sabe lo mínimo para sobrevivir. Esa es la razón por la cual un reportaje de Dallas Morning News dijo
que “…mucha de la hostilidad dirigida en contra de los hispanos… apunta al idioma que continúan hablando”.
Hay tal resistencia contra el castellano que se ha lanzado un movimiento para enmendar la constitución, de
manera que no quede lugar a duda que el inglés es y será el único idioma oficial de EE.UU. Acompaña a este
movimiento político una serie de esfuerzos por eliminar los programas de educación bilingüe. En lo que atañe
a los hispanos, el racismo pasa por su idioma.

La hostilidad que sufre esta comunidad no se limita al lenguaje. Los hispanos son rechazos y despreciados por
sectores americanos que les niegan el derecho de ser miembros plenos de la sociedad debido a su identidad
cultural, su afirmación persistente de las tradiciones hispanoamericanas y sus nexos históricos con América
Latina.
Son vistos por tanto, como una amenaza y como un grupo no-confiable, no importa cuánto sus antepasados
hayan contribuido al desarrollo del suroeste del país. Significa poco el que hayan luchado valientemente en la
defensa del país y que trabajan arduamente en las fábricas de acero, las fincas, los talleres textiles y en la
industria alimenticia de la nación. No tienen mucho valor el que hayan hecho grandes contribuciones al
mundo deportivo y artístico norteamericano, o que el comercio norteamericano se haya beneficiado
inmensamente de la materia prima que producen los países latinoamericanos y de la mano de obra barata que
también ellos han provisto. Para todos los efectos, son vistos como extranjeros intrusos que amenazan la vida
tradicional norteamericana. De ahí que nunca podrán llegar a ser verdaderos estadounidenses y deberán ser
tratados como perpetuos “outsiders” (extraños y advenedizos).

Dada la coincidencia de situaciones históricas, es interesante notar cómo muchos cristianos hispanos en los
EE.UU. están crecientemente descubriendo su propia identidad en Jesús el Galileo. Como bien lo indica el
documento final de la primera conferencia teológica ecuménica hispana, celebrada en San Antonio, Texas, en
1978.

Desde la perspectiva de los hispanos, es en el seguimiento de Jesús que descubrimos nuestra identidad y
nuestra misión evangelizadora. Rechazados y ridiculizados por los poderes de esta nación, nosotros, como
galileos, somos escogidos por Dios para vivir y proclamar la buena nueva de liberación para todos.

El hecho de que haya tantos hispanos a lo largo y ancho de los EE.UU. (muchos herederos de los antiguos
pobladores, otros, hijos e hijas de emigrantes, y aún otros frutos de la ola migratoria que se ha vivido en
América Latina y el Caribe hispano, como consecuencia de la situación económica precaria y la injusticia social
y política que se vive en toda América Latina) tiene implicaciones no sólo para evangelización misma de los
hispanos sino para la de todo el subcontinente norteamericano. Junto con otras minorías, los hispanos
constituyen un potencial evangelizador.

Como hemos dicho en otro lugar,…grandes sectores de la iglesia de los pobres y despojados (en EE.UU.) están
dando un testimonio vigoroso del evangelio sin mucha bulla, recursos económicos, y personal
académicamente calificado… Ciertamente, es por lo general la iglesia de las minorías norteamericanas lo que
no sólo está creciendo numéricamente… y ha estado gozándose de un proceso continuo de movilización
evangelizadora, sino que, lo que es mucho más importante, es el núcleo del cristianismo norteamericano que
ha experimentado el evangelio de gozo y vida en medio de un ambiente de miseria y muerte.

Esta es la porción de la comunidad eclesial norteamericana que está siendo bendecida con visiones nuevas y
liberadas en una época de ilusiones mortíferas, sueños falsos, e ideología alienantes. Este es el sector de la
iglesia universal en los EE.UU. que sabe cómo cantar “Cántico de Jehová en la tierra de extraños” (Sal. 137:4).
Esta es, por tanto, la unidad profética que está en mejores condiciones de enseñarle a la mayoría de cristianos,
denominaciones e iglesias locales (estadounidenses) cómo evangelizar en la década de los ochenta.
ACTIVIDADES

1- ¿Cómo evangelizaba Jesús?

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2- ¿Por qué fue efectivo en su evangelización?

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3- ¿Qué podemos aprender del modelo de Jesús para evangelizar?

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LECCIÓN No. 8

GALILEA COMO LUGAR DE EVANGELIZACION

En el texto marcado, Jesús es presentado como Aquél que procedía de Galilea y regresó allí, después del
arresto de Juan el Bautista, “predicando el evangelio de Dios” (1:14). De hecho, todos los evangelios
afirman que fue en Galilea donde Jesús predicó el evangelio por vez primera y pasó gran parte de su
ministerio. Aún el mismo Lucas, que elabora una teología del “no-retorno” cuya meta es Jerusalén (Lc.
24:52) y desde allí “a lo último de la tierra” (Hch. 1:8; 14-30), usa a Galilea como una seña importante al
referirse a la ascensión (Hch. 1:11).

En otras palabras, Lucas incorpora las referencias galileas de Marcos en su propia construcción teológica.
Asimismo, el Evangelio de Juan le da un lugar prominente a Galilea en su comienza (Jn. 1:43) y conclusión
(Jn. 21:1). ES así como el Cuarto Evangelio no sólo usa a Galilea como un punto de partida para su narrativa
de la misión de Jesús, sino también como punto de llegada del Cristo resucitado. Se entiende, dice Virgilio
Elizondo, por qué en las narrativas de los Evangelios “hay tantos incidentes por cristianos comunes que se
llevan a cabo en Galilea, o cerca de ella, o en camino entre Galilea y Jerusalén”.

Galilea fue el escenario del ministerio público de Jesús. Allí proclamó el evangelio a las multitudes, un dato
que no sólo es afirmado en las narrativas del Evangelio, sino también en la tradición litúrgica de la iglesia.
Muy pronto en la historia de la iglesia la litúrgica fue estructurada en torno a dos momentos cristológicos.
El primero se enfocó en el ministerio galileano. Estuvo a la proclamación del evangelio. El segundo
momento se concentró en la muerte y resurrección de Jesús. Fue una explicación, Justificación y valoración
del primero. Ello explica por qué el culto cristiano vino a ser comprendido como una celebración de la vida
y obra ministerial de Jesús como el foco de la historia de la salvación. Fue natural, por tanto, que la
primera parte de la liturgia fuese la celebración de la proclamación del evangelio tal y como se cumplió en
el ministerio público de Jesús, y la segunda, una confirmación de la buena nueva a través de la celebración
de la Eucaristía, la cena memorial del sufrimiento y muerte de Jesús y su presencia continúa en la iglesia
como el Señor resucitado a través del Espíritu Santo. Dado que Galilea representa el carácter público del
evangelio, Marcos resume el mensaje evangelizador de Jesús alrededor del concepto del reino: “El tiempo
se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Mr. 1:15).
En la literatura profética como en los salmos, el tema del reino representa el reino activo y soberano de
Dios sobre toda la creación (cp. Sal. 145:10-13). Era proclamado, celebrado y enseñado en el templo (p. e.
Salmo 24:7-10). También era enseñado en el hogar y más tarde en la sinagoga. De hecho, toda la vida de
Israel debía ser una continua celebración de la soberanía creadora y providencial de Dios sobre todo el
mundo, y de la responsabilidad que tenía toda criatura viviente ante el Señor. Dios era Yahvé, el Dios del
pacto el Pastor soberano.

También en el Antiguo Testamento se encuentra (particularmente en los profetas) la nación del reino de
Dios como una esperanza futura: la nación de un orden mundial radicalmente nuevo. Ese nuevo orden
involucra la superación de todos los antagonismo, sea entre la humanidad y la naturaleza, o entre pueblos
y naciones, sexos, generaciones o raza (cp. p. ej. Is. 11:6 ss). Ello implicaba una era de amor expresada en
un ambiente de libertad, justicia y paz (cp. A. 5:$; Jer. 31:33; Is. 11:22 ss; 19:18ss; 51:4; 42:4; 60:1 ss). En
fin, se anticipa la transformación de todo el orden creado: nuevos cielos y nueva tierra. (cp. Is. 65:17).

Dado que Jesús presupuso (como buen judío) el reinado soberano de Dios, fue la esperanza del reino
expresada por los profetas la que se convirtió en el foco de su mensaje evangelizador. Las buenas nuevas
que El vino proclamando en el nombre de Dios fueron el anuncio de un nuevo orden mundial. Ese nuevo
mundo era para Jesús, como para los profetas, la meta de la misión de Dios. Dios se había embarcado en el
estacionamiento de su reino.

Jesús (y la iglesia primitiva) fue más allá de los profetas, sin embargo, anunció la irrupción de ese nuevo
mundo. Ello se muestra dramáticamente en la narrativa de los milagros, que era señales de la nueva
creación; anunciaba que la creación sería transformada, hecha completamente nueva, La proclamación del
reino anunciaba que ese nuevo mundo había acercado.

La señal más extraordinaria del surgimiento de un nuevo mundo fue, sin embargo, la muerte y
resurrección de Jesús. En ese evento, que es visto por todo el Nuevo Testamento como un evento singular
y único, se reveló el ministerio de la era por venir: una era de vida y no de muerte ni corrupción. Este
evento hizo posible la anticipación del reino de la historia (Mr. 4:30; Jn. 11:25), y sin embargo, mantuvo el
futuro mesiánico abierto a una consumación final. (Mr. 13:32).

Al resumir el mensaje evangelizador de Jesús alrededor del concepto del reino, Marcos les dice a sus
lectores que la totalidad de la vida ministerial y obra de Cristo fue evento continuo Kerygmático; es decir,
un mensaje público. Ciertamente, fue un mensaje persona las buenas nuevas encarnadas por el Hijo de
Dios. La ubicación especial de ese mensaje fue, sin embargo, según Marcos, la región de Galilea. De ahí
que concentre cada etapa del ministerio mesiánico de Jesús de Galilea. Escoge así a sus discípulos en
Galilea (Mr. 3:13-19), los adiestra y envía a predicar y a sanar por toda la región, (Mr. 6:7-13). Es también
en Galilea donde Jesús comienza a experimentar rechazo (Mr. 3:21; 6:1-6) y desde allí inicia su
peregrinación a Jerusalén, donde ha de ser crucificado. Galilea es el lugar donde su comunidad mesiánica a
experimentar sus sufrimientos mesiánicos por Israel y el mundo.
DE GALILEA A JERUSALÉN

En la perspectiva de Marco, Galilea marca su base. Su meta, sin embargo, es confrontar a los poderes
concentrados en Jerusalén con el mensaje radical del reino de Dios. Si Galilea es el lugar de los rechazados
y marginados, Jerusalén representa en este evangelio el poder establecido con el juicio y la muerte. No
sólo era el centro geográfico de Judea, sino también el corazón social, religioso, político e ideológico de
toda la judería del mundo. Jerusalén era considerado por los judíos del tiempo de Jesús el centro de Israel,
y ciertamente de todo el mundo habitado. En las palabras de Ezequiel, Dios había establecido a Jerusalén
como el centro de las naciones (Ez. 5:1). Era “el ombligo del mundo” (Ez. 38:12 NBE)

El corazón de Jerusalén era el templo. La misma requería que ciertos tipos de diezmos fueran invertidos
solamente en Jerusalén. Es así como tres veces al año, y especialmente durante la pascua, miles de judíos
era atraídos a la Ciudad Santa desde toda la diáspora. Esas multitudes de peregrinos llegaban
específicamente a orar al templo. Era su negocio lo que daba importancia comercial a la cuidad. Sostenía
no solamente a la nobleza sacerdotal al clero regular y a los demás empleados del templo, sino que
también aportaba ganancia a los artesanos y a la comunidad comerciante. Otra razón para el papel central
que desempeñaba Jerusalén era el hecho de ser el asiento del Sanedrín.

Este senado de 71 miembros era autoridad máxima en el mundo de la judería. Especialmente después que
Judea pasó a ser provincia romana (en los años 6 A.C.), el Sanedrín llegó a ser su mayor influencia política.

Como la suprema corte judía, el Sanedrín no sólo estaba ligado administrativamente con cada aldea de
Judea, sino también tenía nexos con toda la diáspora.

El Sanedrín estaba compuesto de tres grupos: los ancianos, los escribas y los principales sacerdotes. De
acuerdo con Joachim Jeremías, los ancianos eran “los jefes de las familias laicas más influyentes”. Eran los
ricos terratenientes y representaban a la nobleza secular.

En contraste con los ancianos, los escribas no tenían un reclamo hereditario de su poder. Su base de poder
estaba en su conocimiento. Eran los expertos de la ley –los guardianes de la tradición escrita y sus más
célebres intérpretes. Habían adquirido un lugar prestigioso en el Sanedrín no sólo por su conocimiento de
la ley (las Escrituras), sino especialmente porque, como observa Jeremías, eran “los poseedores de un
conocimiento divino esotérico… los secretos más profundos del ser divino…”, un conocimiento que sólo
podía ser transmitido secretamente a un grupo selecto (los estudiantes rabínicos más brillantes y
escogidos). Eran los escribas (la mayoría de los cuales pertenecía al partido de los fariseos) quienes habían
hecho de Jerusalén el centro teológico más importante del mundo de la judería. Jóvenes judíos de todas
partes del mundo llegaban a la Ciudad Santa para estudiar derecho y teología a los pies de los maestros
rabínicos de la época.
Pero el sector más influyente del Sanedrín era la aristocracia sacerdotal. El sanedrín era presidido por el
Sumo Sacerdote. Además, estaba bajo la fuerte influencia de sus miembros sacerdotales y el prestigio del
templo. Según Jeremías, “Israel es en tiempos de Jesús una auténtica teocracia. Por eso es el clero quien,
en primer término, constituye la nobleza. Y el Sumo Sacerdote en funciones. Era el miembro más
importante del pueblo”. Ello era más significativo cuando se considera el hecho de que durante este
período las familias de los sumos sacerdotes se perpetuaban en el poder de una manera ilegítima, por lo
general. Habían subido a sus respectivos puestos por la manera “política de poder, ejercitada a veces
bruscamente… y otras veces por intriga…”

Durante la época de Jesús, el Sumo Sacerdote es la figura judía más poderosa en Jerusalén. El y su familia
no sólo tenían control del templo, el culto y la corte sacerdotal, sino también era miembros influyentes y
numerosos del Sanedrín. Sin lugar a dudas, el Sumo Sacerdote tenían en sus manos el liderazgo político de
la nación. Ello explica por qué era que las autoridades romanas negociaban con él todos los asuntos
concernientes a los judíos.

Dada esta realidad, se puede entender por qué Jesús de Nazaret y su movimiento galileo llegaron a ser una
amenaza tan grande para el “establecimiento” de Jerusalén. Sus reclamos mesiánicos no estaban
fundamentados ni en la riqueza, la posición social o la política de poder, sino en su llamamiento por Dios y
la unción del Espíritu Santo. Más aún, eran verificados por el poder del reino que operaba en su ministerio.

Por lo mismo, se hace claramente evidente que una de las metas fundamentales de la misión
evangelizadora de Jesús era confrontar el liderazgo socio-religioso de Jerusalén con el mensaje del reino
de Dios. La confrontación desenmascaró la corrupción moral, la hipocresía religiosa y el liderazgo opresivo.
Al confrontar aquellos “poderes y potestades” rebeldes y opresivos, Jesucristo procuró liberar, para la
nueva creación, a todos los que habían caído bajo el yugo del pecado y la muerte (cp. Mt. 11:28-30). Ellos
parece haber sido el razonamiento detrás de la afirmación lucana de Jesús “Cuando se cumplió el tiempo…
afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc. 9:51). Nadie ni nada podía detenerlo de su propósito de cumplir la
misión entregada por su Dios y Padre.

Según Marcos, la misión evangelizadora de Jesús tendría como culminación el anuncio libertador del reino
de Dios ante las autoridades de Jerusalén. Como consecuencia, Jesús padecería sufrimiento y muerte.

Su fidelidad a la misión encomendada era tal que estaba dispuesto a entregar su vida en sacrificio redentor
(cp. 14:36). Esa vocación de servicio profético libertador es la característica predominante del Evangelio de
Marcos, como bien lo indica el versículo considerado por muchos eruditas como el texto clave de la obra:
“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos” (10:45). Por ello, Jesús exige de sus seguidores que sigan sus pisadas. Frente al autoritarismo y la
ambición de Santiago y de Juan, Jesús les advierte: “…el que quiera hacerse grande entre vosotros será
vuestro servidor” (10:43).
El problema fundamental de los discípulos (“los doce”) era entender el sentido de servicio redentor que
acompaña a la misión evangelizadora de Jesús. Este era, según Marcos, el problema fundamental de todo
Israel, y no de los israelitas que seguían a Jesús. En cambio, los otros seguidores, la mayoría de los cuales
procedían, en palabras del comentarista J. Marcos “de judaísmo ‘periférico’, por su poco o ningún apego a
las tradiciones judías… aceptan sin dificultad el mensaje de Jesús”. Este es el grupo que, según Marcos,
ejerce la misión eficaz (cp. 9:38:41). Sin ser representante de Israel mesiánico (que tiene prioridad
temporal ya que es llamado primero a seguir a Jesús), el segundo grupo cumple con la misión. Por ellos,
cuando Juan (simbolizando la intolerancia del grupo israelita que se ve a sí mismo como privilegiado) le
prohíbe a uno echar fuera demonios en el nombre de Jesús por no ser uno de los doce, Jesús lo reprende.

…No se lo prohibáis, porque ninguno hay que haga milagros en mi nombre, que luego pueda decir mal de
mí… cualquiera que os diere un vaso de agua, en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que
no perderá su recompensa (Mt. 9:39-41).

Luego Jesús agrega: “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le
fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar” (9:42). Los “pequeñitos” que
“creen” son aquellos que sirven en nombre de Jesús, o sea; los que hacen que Jesús espera que hagan sus
seguidores. En cuanto al escándalo relacionado con ellos, puede ser provocado por la ambición
demostrada por Santiago y Juan (9:34) y por el deseo de dominio (9:38).

Mientras que uno de los “doce” traiciona a Jesús, otro niega y todos lo abominan, los otros seguidores lo
acompañan hasta el fin.

Simón de Cirene, uno que procede de la periferia (“campo”) y por tanto prototipo de los seguidores no
israelita, ayuda a Jesús a llevar la cruz (Mr. 15:21). Las mujeres que “le seguían y le servían” en Galilea, “y
otras muchas que habían subido con El a Jerusalén” (15:41), lo acompañan hasta la cruz; dos de ellas,
María Magdalena y María madre de José, ven donde ponen el cuerpo (15:47). Finalmente José de
Arimatea, “miembro noble del concilio, que también esperaba el reino de Dios”, va “osadamente a Pilato,
y le pide el cuerpo de Jesús” y lo pone “en un sepulcro…” (15:43-46).

La misma situación se repite en la narrativa sobre la pasión y muerte. Al terminar de comer la cena
pascual, Jesús predice el abandono de los “doce”. Todos os escandalizaréis de mí esta noche; porque
escrito está: “heriré al pastor y las ovejas serán dispersas” (Mr. 14:27).

Así tan pronto arrestan a Jesús, “todos los discípulos dejándole” huyen (14:50). Posteriormente Pedro lo
niega tres veces (14:72) y Judas lo entrega a “los principales… los ancianos… los escribas y… todo el
concilio”, quienes lo entregaron a Poncio Pilato; todo indica que Jesús muere como “persona pública” bajo
el representante del imperio Romano (15:11).

DE GALILEA A LAS NACIONES


Según Marcos, Jesús había prometido “ir delante” de sus discípulos “a Galilea” después de su resurrección
(14: 28). Esa promesa se cumple en el anuncio del ángel a las mujeres que llegan al sepulcro, en la
madrugada del primer día de la semana (16:6). La expresión “ir delante” corresponde al “seguimiento”
asociado con la llamada al discipulado. Así, se nota un paralelo entre 1:17, donde se extiende la llamada
por vez primera, y 16:7, donde se ordena las mujeres ir y decir a los “discípulos”, y a Pedro, que Él va
delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis como os dijo”. Los discípulos deberían abandonar Jerusalén y
seguir a Galilea para poder “verlo”, Jerusalén no será ni el lugar de encontrarse con El ni el fin de su misión
evangelizadora. Deberán regresar al lugar donde se encontraron por vez primera con Jesús, para ser
restaurados (bautizados con el Espíritu Santo) y continuar su misión a las naciones (13:10; 14:9). Sólo
siguiéndolo con fidelidad a Galilea, puente de misión a las naciones, podrán establecer su relación con
Jesús y continuar su obra evangelizadora.

No es poco significativo el hecho que sean las mujeres las primeras en recibir la noticia de la resurrección y
el mandato de ir y contar el mensaje a los discípulos y a Pedro. De ellas se agrega, sin embargo, que se
fuera huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque
tenían miedo (16:8).

Dado que los manuscritos más antiguos y fidedignos del Evangelio de Marcos terminan con este versículo,
se ha pensado que “las mujeres no transmitieron el mensaje a los discípulos”, lo que significa “que éstos
no (habían) salido de Jerusalén, es decir, que no (habían) roto con la ideología nacionalista y…
emprendido la misión”.

Elizabeth Schussler-Fiorenza ha cuestionado muy acertada y brillantemente dicha interpretación. Dice que
la misma hace caso omiso del hecho de que las mujeres no huyeron del ángel del sepulcro abierto. Su
temor estaba bien fundado, ya que ser encontradas en el sepulcro vacío de una persona condenada era
correr el riesgo de ser arrestada.

El hecho que las mujeres huyeron y no divulgaron lo que habían visto y oído “no implica”, sin embargo,
que ellas no obedecieron el mandato del ángel”. Schussler-Fiorenza señala cómo en 1:44 Jesús ordena al
leproso curado no decirle nada “nadie”, sino que lo envía a mostrársele “al sacerdote…”. El hecho que le
haya ordenado mantener silencio no incluye la información que debe darle el sacerdote. De igual manera
el silencio de las mujeres vis a vis el público en general no incluye el cumplimiento del mandamiento de ‘ir,
y decir a sus discípulos, y a Pedro’, comunicándoles el mensaje del Señor resucitado y su ida a Galilea
donde lo verían.

Marcos 16:7y8b no deben ser relacionados, por tanto, con mandamiento y desobediencia, sino como
mandamiento y obediencia que trae el mensaje a personas especialmente designadas pero no informan a
ningún otro.

Este argumento, visto a la luz de todo el contenido de Marcos, nos lleva a concluir que no sólo se les
comunicó a los discípulos el mensaje de la resurrección, sino que siguieron a Jesús hasta Galilea donde se
encontraron con El y fueron restituidos a su compañía. Fue en Galilea donde se hizo posible la realización
universal del proyecto evangelizador de Jesús (4:10-11).
Tanto los discípulos como los otros seguidores de Jesús, recibieron la clave decisiva para entender los
misterios del reino. Comprendieron por qué fue necesaria la cruz al encontrarse con el Cristo resucitado.
Sobre todo, se dieron cuenta de que Jesús era el reino de Dios en persona. Con este nuevo horizonte de
comprensión estaban listos para evangelizar a todas las naciones.

Su reunión con el Señor en el mismo lugar donde Él los había invitado a seguirle “fue una demostración”
final de lo que Jesús había enseñado repetidas veces; es, a saber, que Él había venido a darse por los
demás”.

De igual manera, fue un recordatorio del carácter servicial de la evangelización que ellos mismos deberían
emprender por todo el mundo, en el nombre de Jesús. No sólo fueron reconciliados unos con los otros y
todos con el Señor, sino liberados y capacitados para dar a conocer su mensaje en todas las naciones.

ACTIVIDADES

1- ¿Qué es el Reino de Dios?

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2- ¿Por qué es importante el concepto del Reino de Dios en la Evangelización?


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3- ¿Cuáles son las implicaciones de la proclamación del Evangelio del Reino?

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LECCIÓN No. 9

LA IGLESIA COMO AGENTE EVANGELIZADOR

Se ha dicho que en el siglo veinte quedará grabado en la historia cristiana como el siglo de la Iglesia. Esta
es una verdad que tiene un doble filo.

Por una parte, la Iglesia, como institución y como concepto teológico, ha cobrado un auge sin precedentes
en el siglo veinte. Este ha sido el siglo del movimiento ecuménico más fecundado en la historia cristiana. La
Iglesia (por lo menos en su expresión protestante) ha experimentado un crecimiento numérico que no se
había dado antes, especialmente en regiones como América Latina, Asia y África.

Sobre todo, el siglo veinte ha sido testigo de un avivamiento extraordinario en el estudio de la doctrina
bíblica de la Iglesia.

Por otra parte, el presente siglo ha sido una época en que la Iglesia se ha caracterizado por un éxito
numérico juvenil extraordinario, por la secularización de su vida y de su teología y por la pérdida de su
influencia en el mundo. Por ejemplo, en las últimas décadas, la iglesia cristiana institucional perdió
proporcionalmente más jóvenes y más influencia en el mundo que en cualquier otra época en la historia
del cristianismo.

Se ha escrito más sobre la secularización de la teología y de la ética cristiana en la última década que en
cualquier otra década de la historia de la Iglesia.

Esta situación paradójica se hace todavía más grave cuando pensamos en el propósito salvífico de Dios
para el mundo y en el tremendo papel que desempeña su pueblo en el cumplimiento del mismo. Pues es
un hecho indiscutible que Dios ha escogido a la Iglesia como su agente para la evangelización del mundo.
Esta, sin embargo, que de por sí es una comunidad paradójica que a través de su historia ha tenido que
vivir en una constante tensión entre el ahora y el más allá lo sagrado y lo secular, la santidad y el pecado,
la promesa y el cumplimiento, se encuentra viviendo el dilema de ser y en no ser en lo que concierne al
papel que Dios le ha llamado a desempeñar en la evangelización del mundo.

Ello se deja ver claramente al considerar su naturaleza esencial, su propósito misionero y su misión frente
a la realidad de su vida diaria.

LA NATURALEZA ESENCIAL DE LA IGLESIA

¿Qué es la Iglesia? O puesto de otra manera: ¿Cuáles son sus características esenciales? Esta es una
pregunta cuya respuesta no se puede buscar en la expresión contemporánea de la Iglesia ni en la historia
del cristianismo, sino en la Escritura. La Biblia tendrá que servirnos de norma porque es en ella donde
encontramos las raíces históricas y teológicas de la comunidad cristiana.

La Biblia no nos confronta necesariamente con lo que es la Iglesia en la actualidad, ni con lo que ha sido en
la historia. Antes bien, ella nos dice lo que la Iglesia debería ser. Considerada desde esta perspectiva, la
Iglesia se caracteriza por lo menos por cuatro conceptos básicos.
LA IGLESIA COMO PUEBLO DE DIOS

En primer lugar, la Biblia presenta a la Iglesia como el pueblo de Dios. El concepto de pueblo viene del
Antiguo Testamento. Sin embargo, la referencia más clara a la Iglesia como pueblo de Dios la encontramos
en 1 Pedro 2:9-10. “Más vosotros sois linaje escogido real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por
Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquél que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros
que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais
alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.

Estos dos versículos señalan claramente que la Iglesia es un pueblo con profundas raíces históricas. Su
origen se remonta al concepto veterotestamentario del pueblo de Dios. El apóstol se vale de Éxodo 19:5 y
de Isaías 43:20; 61:6 para indicar que los planes salvíficos de Dios para con el mundo no han sido
frustrados por el fracaso de Israel y que la nueva comunidad fundada alrededor de Jesucristo, a quien Dios
ha hecho “la piedra principal del ángulo” en la edificación de su nuevo templo (vrs. 6 y sigs.), ha
reemplazado a Israel.

De esta manera, hereda los honores y los nombres que le fueron otorgados a Israel y es vinculada a la
historia de la salvación. Es, pues, en la Iglesia donde los propósitos de Dios para con Israel se dejan ver con
toda claridad.

El hecho de que haya reemplazado a Israel es indicativo de que ha sido elegida por Dios (“linaje escogido”).
Esa elección sólo se puede entender en el contexto de la misericordia de Dios, como bien nos dice el
versículo diez: “vosotros… que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis
alcanzado misericordia”. Luego la Iglesia es un pueblo a quien Dios ha escogido por su gracia soberana.

Las palabras de Deuteronomio 7:7, 8ª se aplican, pues, a ella:

No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais
el más insignificante de todos los pueblo; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que
juró a vuestros padres…

Este pueblo escogido soberana y misericordiosamente por Dios es también un pueblo peregrino, como
bien lo describe Hebreos 13:13. La iglesia es un pueblo en marcha llamado a vivir “fuera del campamento”.
Su visión está en la ciudad no construida con manos. Su orientación al futuro de Dios se hace vivir
inconforme con el presente. Este carácter peregrino de la Iglesia lleva a Jurgen Moltmann a hablar de ella
como “la comunidad escatológica de salvación”.

…la (comunidad cristiana) no vive de sí misma ni para sí misma. Sino que vive del dominio del
resucitado y para el dominio venidero de Aquél que venció la muerte y trae la vida, la justicia y el reino de
Dios.

Como el pueblo peregrino de Dios, la Iglesia vive en estado de transición. Consciente de su herencia y del
origen misericordioso de su presente, siente la diferencia de su estado actual y mira hacia el futuro cuando
una posición como pueblo de Dios sea confirmada y se realice plenamente su llamamiento a la gloria
eterna de Jesucristo. (1 Pedro 5:10-11).
Sólo cuando se admite el valor correlativo de estos tres “momentos” el pasado de Israel, el presente de la
comunidad y el futuro en gloria se puede entender la existencia y el secreto de la Iglesia de Cristo.

LA IGLESIA COMO EL CUERPO DE CRISTO

En segundo lugar, la Iglesia es concebida en la Escritura como el cuerpo de Cristo. La imagen del cuerpo de
Cristo expresa, quizás mejor que cualquier otra metáfora, la realidad espiritual y funcional de la Iglesia. Su
realidad espiritual está cimentada sobre el hecho de que es una unidad corporativa. Por unidad se
entiende lo que en la teología bíblica se conoce como personalidad corporativa, os sea: La presencia de los
muchos en uno.

Cristo es “uno” que incluye dentro de su cuerpo resucitado a los “muchos”… En el pensamiento hebreo
“cuerpo” quiere decir… casi lo mismo que lo que entendemos por personalidad… En esta concepción
hebreo del uno y de los muchos… que está detrás del concepto de la Iglesia como el cuerpo de Cristo.

El israelita individual era miembro de Israel: el cristiano individual es miembro de Cristo. Lo dicho tiene dos
implicaciones. En primer lugar, implica que por cuanto los muchos son incorporados en Cristo, El es la
fuente de su vida y unidad. Es Cristo el que le da energía al cuerpo, uniendo a los miembros alrededor de
un solo propósito, en medio de la diversidad.

El hecho de que la Iglesia sea una en Cristo implica, además, que no sólo depende de El para su vida diaria,
sino también que está sujeta a su autoridad, ya que El es la cabeza del cuerpo. De esa relación, se
desprende la realidad funcional de la Iglesia. Como cuerpo del Señor, la Iglesia tiene la responsabilidad de
actuar como su agente en el mundo. Como bien ha dicho Alan Richardson:

La Iglesia es… el medio para la obra de Cristo en el mundo; es sus manos y pies, su boca y su voz. Así como
en su vida encarnada, Cristo tenía que tener un cuerpo para proclamar su Evangelio y hacer su obra, así
también en su vida resucitada en esta era necesita todavía un cuerpo que sea el instrumento de su
Evangelio y de su obra en el mundo.

Es en este contexto que debemos tener presentes los atributos de catolicidad y apostolicidad. La Iglesia,
nos dice Pablo, es “la plenitud de Aquél que todo lo llena en todo” (Efesios 1:23). Es decir, ha sido dada
para todos los hombres. En ella se ofrece a todos los hombres la plenitud de la gracia de Dios. Por tanto,
toda nación nacionalista, racista o sectaria es rechazada categóricamente. En Cristo Jesús no hay esclavo ni
libre, griego ni judío, varón ni hembra (Gálatas 3:28).

Pero no sólo católica sino apostólica. Su apostolicidad se desprende del hecho de que como las manos y
los pies, la boca y la voz de Jesucristo, es enviada a cada lugar, a cada criatura y a cada estructura del
mundo a continuar bajo la dirección y el poder del Espíritu Santo la obra de Cristo. Por ello, no puede
dejarse limitar por fronteras geográficas, sociales, económicas o políticas. Como el cuerpo de Cristo. La
Iglesia es su agente especial enviada a representarlo en cada aspecto de la existencia humana. Hablar de la
Iglesia, es, pues, hablar de una comunidad dinámica, siempre en movilidad; es hablar de la presencia
corporativa de Cristo en el mundo.

LA IGLESIA COMO TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO

Esto último, sin embargo, debe entenderse a la luz del concepto bíblico de la Iglesia como templo del
Espíritu Santo. Entre los muchos pasajes que tienen que ver con el Nuevo Testamento con el antedicho,
hay varios que exigen nuestra más cautelosa atención.

La referencia más obvia las encontramos en las epístolas paulinas, pero especialmente en la
correspondencia corintiana. Una de las características paulinas es la forma en que intercala los conceptos
de cuerpo y templo en sus pasajes eclesiológicos. En 1 Corintios 6:15 se refiere al cuerpo de los creyentes
de Corinto como miembros de Cristo y en 6:19 afirma que son templo del Espíritu. Esto mismo se ve en
Efesios donde relaciona el concepto de cuerpo con el de edificación, que está a la vez relacionado con el
templo (cp. Ef. 2:14-22; 4:16).

Lo mismo ocurre en 1 Corintios 3:16. Aquí Pablo se refiere a la Iglesia como el templo del Espíritu Santo
después de haber introducido la imagen de un edificio en construcción (1 Cor. 3:9) en un pasaje que
comienza con una obvia referencia al concepto de cuerpo (cp. 1 Corintios 3:1-5; 1:13). En los capítulos
litúrgicos de la epístola (1:14) Pablo vuelve a intercalar estas tres ideas al referirse a la edificación del
cuerpo en el contexto del culto.

Estos pasajes revelan que para Pablo lo que constituye a la Iglesia en el templo del Espíritu Santo es el
hecho de que el Espíritu mora en ella.

Y es precisamente esa misma realidad la que la hace ser el cuerpo de Cristo. El hecho de que esté en
proceso de edificación indica, sin embargo, que todavía no ha llegado a su consumación. Su posición en
Cristo como su cuerpo y como templo del Espíritu está supeditada a su misión como colaboradora con
Cristo (1 Cor. 3:9-15; Ef. 4:16). En otras palabras, la Iglesia es a la vez una realidad y un proyecto misionero.

Detenerse en su misión equivaldrá afirmar que ya terminó la construcción del edificio, que ya está
realizando el culto perfecto y que ha arribado a un estado de plena madurez; en fin, sería negar la realidad
del presente momento histórico –entre Pentecostés y la Prusia- y afirmar la manifestación plena del Reino
de Dios como hecho consumado.

La segunda referencia bíblica que debemos examinar es la perícopa sobre la destrucción del templo,
especialmente la versión juanina (cp. Jn. 2:13-22). La importancia de esta narración estriba en el hecho de
que plantea qué suscitó la ausencia de la Iglesia primitiva en un lugar santo, ubicado especialmente, al cual
se le podía designar como el lugar donde Dios, de alguna manera, se hacía presente en medio de su
pueblo. Esto en contraste con el pueblo jerosolimitano y las sinagogas que sí consideraban la casa de
Yahvé. Claro que existió por mucho tiempo un grado de Ambigüedad en los cristianos judíos con respecto
al templo y a la sinagoga.
El Nuevo Testamento dice con claridad que después de la resurrección los seguidores de Jesús continuaron
asistiendo al templo y a la sinagoga (Hechos 2:46). Ello, sin embargo, se resolvió a partir de la destrucción
del templo (70 A.C.) y con la hostilidad de los judíos en las sinagogas (cp. las persecuciones de Pablo
Hechos 14:1-5, etc.). El templo fue, pues, reemplazado por Cristo.

La perícopa de la destrucción del templo revela cómo para la Iglesia primitiva la idea de Jesús como el
sustituto del templo no se desarrolló hasta después de la resurrección (cp. Juan 2:22). Mientras que la
versión sinóptica de este dicho de Jesús (cp. Marcos 13:1-11; Mateo 1-3; Lucas 21:5-5) sólo se hace una
inferencia a la muerte y resurrección en la juanina, la inferencia es a la destrucción del templo. Hay en
Juan, no obstante, una referencia directa a la muerte y resurrección de Jesús (cp. 2:19; “destruid” y
“levantaré”).

Aquí me parece interesante notar la referencia en 2:17 al Salmo 69. Hay que tener presente el papel
decisivo que desempeñaba el templo jerosolimitano en la teología judía; era símbolo de la misma
presencia de Dios en medio de su pueblo. El pasaje parece indicar que esa presencia sería manifestada en
la resurrección de Jesús y en la venida del Espíritu Santo. En otras palabras Dios se haría presente en la
muerte (“me devorará” –BJ) de Jesús y en su resurrección por medio de la cual Cristo se convertirá en el
lugar donde Dios se acerca al hombre por el Espíritu.

Lo dicho está respaldado por Juan 4:20-21. En el Evangelio de Juan “la hora” culmina en la muerte y
resurrección de Jesús (cp. Juan 13:1; 16:32). De ahí que en 16:12-15 Juan afirma que la verdad detrás de
esto se sabrá cuando venga el Espíritu Santo. Los verdaderos adoradores son, pues, los que adoran en
espíritu y en verdad. La verdadera adoración se podrá dar a partir del cumplimiento de la hora de Jesús.

Entonces el hombre podrá adorar en espíritu y verdad porque podrá confrontarse con el Cristo resucitado
hecho presente por su Espíritu. Cristo viene a ser, entonces, el nuevo templo de Dios, o sea, el lugar donde
Dios y el hombre se encuentran por el Espíritu.

Si Cristo es el que sustituye el templo israelita, ¿cómo puede decir, entonces, Pablo que la Iglesia es el
templo de Dios? Encontramos este mismo problema en 1 Pedro 2:5 donde se llama a la Iglesia en una
referencia obvia al antiguo templo israelita una “casa espiritual”, cuyos miembros constituyen un
“sacerdocio santo” y debes “ofrecer sacrificios espirituales”.

Creo que el problema se resuelve sólo cuando tenemos presente que el Espíritu Santo es el mismo Espíritu
de Cristo (Romanos 8:9; 2 Corintios 3:17). Su función es la de continuar la obra de Jesús (cp. Juan 16:13-14;
Hechos 1:8). La iglesia puede ser, por tanto, considerada el nuevo templo de Dios porque en ella mora el
Espíritu de Cristo y porque ella es su cuerpo. Por ello, donde está el Espíritu allí está Cristo y donde está
Cristo allí está la Iglesia. La iglesia, en tanto es el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu Santo, es en este
el punto de contacto entre Dios y el mundo.

Esta relación tan estrecha e inseparable entre el Espíritu y la Iglesia le da a ésta un carácter santo. Como
bien dice Emil Brunner:
Por ser el Espíritu Santo el mimo soplo de vida de la Iglesia, la iglesia participa en su carácter especial de
santidad… Y dado el caso de que ella misma es el templo del Espíritu Santo, es en su misma esencia la
esfera de lo santo, y por lo tanto, no necesita ningún templo.

Como templo del Espíritu Santo, la Iglesia se caracteriza, pues, en su esencia, por la santidad. “Lo santo es
lo que ha sido apartado para el servicio del Señor. La santidad es la señal de que uno es siervo”. La iglesia
es el siervo a quien Dios ha apartado como un instrumento del Espíritu para la reflexión de la luz del
mundo. Aún, más, es una “nación santa” (1 Pedro 2:9), o sea: una comunidad de gentiles santificados por
el Espíritu. De ahí que Brunner afirme que “por esta razón la sociedad cristiana es en sí misma un milagro”.

LA IGLESIA COMO UNA INSTITUCION

Pero la Iglesia no sólo tiene un carácter espiritual o comunal, sino también institucional. Hago esta
afirmación consciente del argumento de Brunner y otros teólogos contemporáneos en contra de una
concepción institucional de la Iglesia. De acuerdo con Brunner, la Iglesia es “una comunión de personas sin
ningún carácter institucional”.

Brunner tiene razón al hacer hincapié sobre el aspecto comunal como la clave para el entendimiento de la
naturaleza de la Iglesia. Ese compañerismo, sin embargo, no existe en un vacío, sino que se da en
situaciones concretas; por lo tanto, toma diferentes formas que le dan carácter institucional. Esto lo vemos
muy claramente en Hechos 2:46 donde en una atmósfera de “puro compañerismo” hay ciertos rasgos
institucionales, tales como, por ejemplo, la celebración de la Eucaristía, la exposición de la Palabra y la
manifestación de un compañerismo genuino visible. Otros rasgos significativos, tales como la selección de
los doce apóstoles (el mismo número de las tribus de Israel) para el establecimiento de la Iglesia, la
institución de la Santa Cena, el mandamiento de Jesús en torno al bautismo, las diversas formas
administrativas que toman las Iglesias (con oficiales, reglas de disciplina interna y de carácter universal) se
dejan ver con claridad en la teología de la Iglesia del Nuevo Testamento.

Colin Williams, en su libro ¿En qué lugar del mundo?, acentúa el carácter institucional de la Iglesia al citar
extensamente del “informe de la Comisión Teológica sobre Cristo y la Iglesia” (Sección Norteamericana)
presentado en la cuarta Conferencia Mundial de Fe y Orden celebrada en Julio de 1963 en Montreal,
Canadá. Con esta cita, Williams procura refutar el argumento de Brenner.

Las Escrituras… nos advierten en contra de aquellos que calmando la autoridad del Espíritu como una
posesión inmediata desacreditan todas las formas y canales institucionales… El Espíritu Santo se
caracteriza muy notablemente por su riqueza y variedad… Pero después de haber dicho todo ellos, se
mantiene verdadero el hecho de que el Espíritu da forma en su obra. Así como en la encarnación Dios se
limita al hombre concretamente, así El obra en la Iglesia a través de la carne y de la sangre humana, dicho
y hechos, estructuras sociales e históricas. Cualquier pensamiento adecuado de la Iglesia deberá presentar
más atención a las estructuras sociales e históricas.

El carácter institucional de la Iglesia se encuentra, pues, implícitamente en la eclesiología, entendida en su


dimensión teológica, y en la necesidad de expresiones prácticas de sus respectivos conceptos. Debe
agregarse, sin embargo, que el carácter institucional de la Iglesia siempre está sujeto a su propósito final y
a la dirección del Espíritu. En otras palabras, las formas institucionales que toma la Iglesia son
transicionales.

Aun así, estas formas tienen que derivarse de los rudimentos básicos de la naturaleza esencial de la Iglesia.
Puesto de otra manera, la forma institucional que toma la Iglesia deberá ser consecuente con su imagen y
propósito como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo.

EL PROPÓSITO MISIONERO DE LA IGLESIA

Al considerar el propósito de la Iglesia a la luz de las Escrituras, nos damos cuenta de que sólo podemos
hablar de ésta desde una perspectiva misionera, y que esa perspectiva nos sitúa dentro del marco de la
naturaleza de la Iglesia. Es decir, existe una interrelación entre la naturaleza y el propósito de la Iglesia, y
esa interrelación gira en torno a la evangelización. Como bien ha dicho Blaww:

No hay otra Iglesia que la Iglesia enviada al mundo, y no hay otra misión que la de la Iglesia de Cristo… (por
consiguiente) una “teología de la Iglesia” como pueblo de Dios llamado al mundo, puesto en el mundo y
enviado al mundo.

La iglesia tiene, pues, tanto un propósito como una naturaleza misionera. Su propósito tiene que ser
entendido a la luz de su naturaleza y ésta en un sentido fisiológico.

En virtud de las conclusiones a las cuales hemos arribado sobre la naturaleza de la Iglesia, podemos decir
que ésta tiene una triple función que se encuentra resumida muy elocuentemente en 1 Pedro 2:1-10.
Dicha función puede describirse en torno a los tres oficios de nuestro Señor: Profeta, Sacerdote y Rey.

LA FUNCION PROFETICA DE LA IGLESIA

Dios ha elegido a la Iglesia para que sea preeminentemente un pueblo profético. El profeta es aquel que
anuncia e interpreta las grandes obras de Dios en el proceso de la historia. La Iglesia, como pueblo
profético, existe para dar a conocer “las virtudes de Aquél que (la llamó) de las tinieblas a su luz
admirable…” (1 Pedro e: 9 b). El hecho de que este propósito “para qué” indica que todo lo que se ha
dicho previamente está condicionado a la ejecución de este objetivo. Es decir, la elección soberana y
misericordiosa de la Iglesia es válida y se cumple cuando ésta da a conocer las virtudes de Dios. Pero de
igual modo, la Iglesia sólo pude hacer esta proclamación como pueblo que ha sido apartado por Dios y
para Dios. En este sentido, la proclamación es un acto de alabanza y gratitud así como un testimonio de
una experiencia y un origen misericordioso.
La palabra “virtud” (griego areté), que puede significar “manifestación del poder divino, un milagro”,
aparece en plural en v.9 quizá en el sentido de “alabanzas”. Como quiera que se traduzca este vocablo, el
contexto apunta hacia las grandes obras de Dios, especialmente aquellas que giran en torno a la
redención.

¿De qué otra forma se podía entender el “llamado de las tinieblas” que sigue a la expresión en cuestión y a
los títulos que preceden? Además, las alabanzas de (o a) Dios son provocadas, en las Escrituras, por sus
grandes obras. Así tanto en su obra creadora (cp. Salmo 33:1-7; 104:1-35; Isaías 42:10-12, entre otros)
como la misericordia evidente en la elección de su pueblo (cp. Isaías 43:21) provocan la alabanza.

El anuncio de esa palabra de alabanza es, pues, un testimonio del milagro que la obra misericordiosa de
Dios en Cristo ha efectuado en la comunidad. Ese milagro es a la vez el motivo por excelencia para la obra
misionera.

Es interesante notar cómo los Evangelios y los sermones de la Iglesia primitiva registrados en hechos giran
en torno a las grandes obras de Jesús. Estas son para el evangelista Juan la base de su prédica y sus
escritos; estos transcriben el testimonio verbal de su experiencia personal con el Maestro (cp. Juan 20:31-
31; 1 Juan 1:13) Lucas no anduvo con el Señor Jesús, hace igual hincapié en las obras de poder que Jesús
hizo (cp. Lucas 24:19; 46-48; Hechos 1:1-5, 8). Para Marcos, la predicación del evangelio del Reino parece
estar vinculada con los gestos portentosos de Dios sobre los poderes demoníacos (Marcos 1:14; 21-23;
3:13-15).

En Mateo sin embargo, se ve, quizá más que en los otros Evangelios aunque hay que admitir que en Lucas
y Juan se ve con frecuencia este mismo afán, y el intento de la Iglesia primitiva de relacionar las grandes
obras de Jesús en los momentos cumbres de Israel.

Pedro basa su predicación en lo que había “visto y oído” (Hechos 4:20) y Pablo, partiendo de su
experiencia de Damasco, junto con Esteban, procura relacionar el evento Cristo-Jesús con la historia de
Israel (Hechos 7:2-33; 13:17-41; 26:1-29).

Estos y otros pasajes (especialmente en las epístolas) suelen indicar que la proclamación de las virtudes de
Dios tiene que ver preeminentemente con el hecho de Cristo, pero siendo ésta la revelación suprema de
Dios (Hebreos 1:1-2), está intrínsecamente atado al resto de sus obras en la historia, desde la creación
hasta la consumación.

Luego la tarea profética de la Iglesia tiene que ver con el anuncio de todo el consejo (o los designios) de
Dios. (Hechos 20:27).

Esta proclamación constituye la base del llamado de Dios al mundo a constituirse en pueblo suyo. El hecho
de que la frase “para que anunciéis las virtudes” se encuentra vinculada gramatical y contextualmente a la
expresión “Aquel que os llamó de las tinieblas” suele indicar que la proclamación de la Iglesia es un
llamamiento continuo de Dios.

De la misma manera que el envío del Hijo (por el Padre) continua en el envío de la comunidad al mundo
(Juan 20:21), así continúa el llamamiento de Dios en la proclamación de la Iglesia. Esta proclamación no es,
por supuesto, nada más que el dar a conocer lo que este llamamiento de Dios ha logrado.
Este llamamiento es la conclusión lógica a la cual lleva la proclamación de las virtudes de Dios. Dado el
hecho de Cristo constituye la obra por excelencia de Dios, y siendo que éste representa la irrupción del
Reino de Dios (Marcos 1:15) en la historia. La proclamación de la Iglesia involucra el anuncio de una nueva
era de la cual la Iglesia es primicias. El llamamiento implícito en esa proclamación es, pues, una invitación a
participar de ese nuevo orden de su vida por la fe en Cristo Jesús. Este es el mensaje que el mundo
necesita oír y la Iglesia debe predicar.

ACTIVIDADES

1- ¿Qué es la Iglesia?

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2- ¿Cómo Evangeliza la Iglesia?

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3- ¿Cuál es el propósito misionero de la Iglesia?

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4- ¿Cómo cumple tu Iglesia la misión evangelizadora en tu comunidad?

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LECCIÓN No. 10

LA FUNCIÓN SACERDOTAL DE LA IGLESIA

Así como la elección de la Iglesia en tanto pueblo de Dios lleva la responsabilidad de testimonio y
proclamación, así también su imagen de templo del Espíritu y cuerpo de Cristo implica una función
sacerdotal. Ello se deduce claramente de dos hechos fundamentales.

Por una parte, está el hecho de que en la teología bíblica el templo, como hemos notado, está vinculado a
la idea de culto. Esta gira en torno al concepto e ofrenda sacrificial. Por otra parte, la relación de la Iglesia
con Cristo la vincula necesariamente a su función como Sumo Sacerdote del Nuevo Pacto. Consideremos
estos dos hechos por separado.

En la Teología bíblica no se concibe el templo sin culto ni culto sin ofrenda sacrificial. Ello es tan claro que
no creo que sea necesario entrar en detalles. Basta con una hojeada rápida al Antiguo Testamento para
convencernos del hecho de que cuando sus escritores “esbozan a grades rasgos su fresco de la historia, no
conciben vida religiosa sin sacrificio” (cp. Génesis 4:1-4; 8:20; 14:18; Isaías 56:7; Malaquías 1:11, entre
otros).

Esa misma idea vuelve a aparecer en el Nuevo Testamento. Cierto que el culto del Nuevo Testamento
tiene un carácter diferente. No se da en un lugar santo, ubicado especialmente, ni se fundamenta en la
práctica antigua del ofrecimiento repetido de sacrificios de animales. Sino que se da en dondequiera que
haya un encuentro de Cristo con su pueblo por medio del Espíritu Santo (cp. Mateo 18:20; Juan 4:20-26;
Hechos 6:13; sig.: 7:48 sigs.) Y se fundamenta en el sacrificio de sí mismo que Jesús mismo ofreció al Padre
una vez y para siempre a favor de todos los hombres.

Sin embargo, recobra el antiguo sentido al atribuírsele a la Iglesia el carácter de templo de Dios, al
plantarse su misión en la perspectiva del culto (Efesios 1:5-6; 1 Pedro 5:9) y al considerársela una
comunidad sacerdotal (1 Pedro 2:5; 9; Apocalipsis 1:6; 5:10; 20:6).

LA IGLESIA COMO AGENTE EVANGELIZADOR

Que el culto sea un criterio legítimo de la misión de la Iglesia y que la acción misional pueda ser
legítimamente concebida en términos sacramentales (es decir, como ofrendas sacrificiales) se deja ver
claramente a lo largo de las epístolas del Nuevo Testamento.

Pablo por ejemplo, ve su propia vida como una “libación” (1 Timoteo 4:6) y concibe su ministerio de
predicación como un culto espiritual (latreúo entre pnéumati mou, Romanos 1:9) y una “libación”
(Filipenses 2:16, 17a). Considera el fruto de su apostolado (los gentiles que se convertían a Cristo a través
de su ministerio) como “oblación” (Romanos 15:16) y pone las oraciones que eleva a Dios en la perspectiva
del culto que rendían sus antepasados (2 Timoteo 1:3).

En Romanos 12:1, convoca a los cristianos a ofrecer sus “cuerpos como víctima viva, santa, agradable a
Dios”, porque tal es el verdadero culto espiritual (BJ). En Filipenses 2:17b, habla de la fe de los cristianos
filipenses como ofrenda sacrificial y en 4:18 se refiere al donativo que le había enviado como Epafrodito
como un sacrificio de suave aroma “que Dios acepta con agrado” (BJ).

Pero las epístolas paulinas no son las únicas que usan el lenguaje sacramental del templo para describir la
acción misional y litúrgica de la Iglesia. Hebreos 9:14 habla de purificar la conciencia de los fieles de las
obras muertas, acto que se hace posible por el sacrificio de Cristo y que permite rendir a Dios un culto
vivo; 12:28 exhorta a los fieles a “ofrecer a Dios un culto que le sea grato” (BJ); y 13:15, 16 los exhorta a
ofrecer a Dios sacrificios de alabanza y beneficencia.

En Santiago 1:26-27 se plantea el culto en términos horizontales al describirse el verdadero culto


(threskeia) como el poner freno a la lengua y no hablar mal del prójimo, “visitar a los huérfanos y a las
viudas en su tribulación” (BJ) y no dejarse influir por las corrientes de este mundo. Finalmente está 1 Pedro
2:5 donde en un solo versículo reúne los conceptos de templo, sacerdocio y sacrificio y relacionan con la
comunidad de fe, integrando así el culto a la misión y ésta a la esencia misma de la Iglesia, al atribuirle a la
Iglesia el carácter de edificio espiritual (una obvia referencia al templo, como he notado) y de sacerdocio
santo con la responsabilidad de “ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de
Jesucristo” (BJ), se está confirmando en efecto que la Iglesia en sí misma es una comunidad litúrgica que
existe para servir (rendir culto) a Dios intercediendo por los hombres necesitados.

Porque, como hemos notado, las ofrendas y los sacrificios hay que entenderlos en términos de servicio al
prójimo. Así el concepto de sacrificio litúrgico adquiere en el Nuevo Testamento una dimensión idéntica a
la de los profetas del Antiguo Testamento (cp. Amós 5:21 sgs.; Isaías 1:11-17; Jeremías 6:20 sigs.; Oseas
6:6; Miqueas 6:6 sigs.)

Hay que recalcar, sin embargo, que el sacerdocio de la Iglesia no es un sacerdocio independiente del de
Cristo, sino que se da por, y como parte de éste. En el Nuevo Testamento no hay otro sacerdocio que el de
Cristo (cp. Hechos 7:26 sigs.). Su sacerdocio puso término al antiguo, ya que El realizó su sacrificio de una
vez y para siempre en el templo (cp. Hechos 7:27; 9:12; 25:18; 10:10-14). De ahí que sea para siempre el
intercesor (hebreos 7:24 sigs.) y el mediador del Nuevo Pacto (Hebreos 8:6-13; 10:12-18).

Pese que el sacerdocio de Cristo tiene un origen y un carácter diferente al sacerdocio aarónico del Antiguo
Testamento (ya que El sigue el orden de Melquisedec cp. Hebreos 5:10; 7:1 sigs.), sus acciones
sacerdotales siguen, en términos generales, las funciones del sacerdocio veterotestamentario.

En el Antiguo Testamento, el sacerdote ejerce una doble función. Es, por una parte, un líder de culto.
Como tal, actúa como guardián del arca (símbolo de la presencia de Yahvé) cuando no existe aún el templo
(Isaías 1:4; 2 Samuel 15:25-29), acoge a los fieles en la casa de Yahvé (1 Samuel 1), preside las liturgias de
las fiestas (Lev. 23:11-20) oficia los ritos de consagración y purificación, a unci´n regia (1 R. 1:39; 2 R. 11-12)
la purificación de los leprosos (Lev. 14) o de la mujer que ha dado a luz (Lev. 12:6 sigs.), y especialmente,
oficia los sacrificios del templo. Esta última función constituye “su acto esencial”.

En El aparece en la plenitud su papel de mediador; presenta a Dios la ofrenda de los fieles; transmite a
éstos la bendición “divina” (Ex. 24:4-8; 20:38-42; Deut. 33:10; Lev. 16).

Pero además de sus funciones culturales propiamente dichas, el sacerdote veterotestamentario se


considera un siervo de la palabra. Es cierto que en Israel la mediación de la palabra de Yahvé es primicias
del profeta. Esa palabra, sin embargo, llega en dos formas: la profética, que es siempre viva y existencial,
adaptada a las diversas circunstancias de la vida, y tradicional que tiene su punto de partida en los grandes
acontecimientos de la historia sagrada y en las cláusulas de la alianza sinaítica.

Esta tradición sagrada cristalizada por una parte en los relatos que hacen presentes los grandes recuerdos
del pasado, y por otra parte en la ley que halla en ellos su sentido. Los sacerdotes son los ministros de la
Palabra.

Como siervos de la Palabra en su forma tradicional, los sacerdotes repiten a los fieles, en la liturgia de las
fiestas, los relatos que fundan la fe (cp. Ex. 1:15; Josué 2:6); proclaman la ley (Torah) en las renovaciones
del Pacto (Ex. 24:6; Deut. 27, Nehemías 8); son los intérpretes ordinarios de la ley, responden con
instrucciones prácticas a las consultas de los fieles (Deut. 33:10; Jer. 18:18; Ez. 44:23; Hag. 2:11 sigs.);
ejercen una función judicial (Deut. 17:8-13; Ez. 44:23 sigs.); y se encargan de la redacción escrita en la ley
en los diversos códigos; Deuteronomio, la ley de santidad (Lev. 17:26), la ley de Ezequiel (40-48), la
legislación sacerdotal (Éxodo, Levítico, Números) y la compilación del Pentateuco (cp. Es. 7:14-26;
Nehemías 8).

Esta doble función del sacerdote veterotestamentario lo vemos en Jesús. Se “revela sacerdote por la
ofrenda de su sacrificio y el servicio de la palabra”. Así habla de su muerte en términos sacrificiales
(Marcos 10:45; 14:24; cp. Isaías 53; Éxodo 12:7; 13:22 sigs; 24:8), y se pone al servicio de la ley (Mateo
5:17 sigs.).

La iglesia es llamada a tomar parte en estas dos funciones del sacerdote de Cristo. Por otra parte, es
llamada a seguir en sus pasos (1 Pedro 2:21 sigs.) tomando su cruz (Mateo 16:24), bebiendo su copa
(Mateo 20:22; 26-27) y “cargando su oprobio” fuera del campamento (es decir, en el mundo. Hebreos
13:12-13).

Por la otra, es llamada a ser mediadora de la palabra del perdón (Mateo 16:19; 18:18; Juan 20:22-23; 2
Corintios 5:18 llevando el mensaje del evangelio del Reino de Dios), (Marcos 1:14, 15; Lucas 9:60; 10:1-16)
y dando testimonio de Jesús hasta morir (Mateo 10:17-42).

En resumen, la función sacerdotal de la iglesia tiene un carácter litúrgico, intercesorio y representativo.


Litúrgico, porque, como hemos notado, la acción sacerdotal está atada al culto. Sea, pues, que se trate del
culto indirecto (la iglesia adorando a través de su vida y acción misional), la iglesia se mueve en acción
sacrificial (cp. 13:15; 1 Pedro 2:5, sacrificios de “alabanza” y “espiritual”).
Esa acción sacrificial se vuelca siempre hacia el otro. De ahí que la función sacerdotal de la Iglesia tenga no
sólo un carácter litúrgico sino intercesorio. Aun cuando se trata de las ofrendas por pecados propios que el
sumo sacerdote debe ofrecer (Hebreos 5:3 BJ), éstas se presentan como condición para el ofrecimiento de
sacrificios “en favor de los hombres” (Hebreos 5:1 BJ), y por estar el mismo sacerdote “envuelto en
flaqueza” (Hebreos 5:2 BJ).

Y como bien recalca el mismo libro de Hebreos y sugiere Santiago, los sacrificios de la iglesia tienen que ver
preeminentemente, con las oraciones y las obras de beneficencia (Hebreos 13:16; Santiago 1:17). Se trata,
entonces, de la intercesión de la iglesia por el mundo; intercesión que se manifiesta en la oración y en el
servicio. (Indicándose así, la estrecha relación que existe entre la oración y la acción).

Una iglesia verdaderamente orante será también una iglesia militante.

Y no sólo litúrgica e intercesoria, sino representativa, por cuanto el culto de la iglesia sustituye el culto que
el mundo, en virtud de su creación, ha sido llamada a rendir al Creador.

El Génesis establece claramente el llamado litúrgico del hombre (y de resto de la creación). Dios, al crear al
mundo, lo convoca para que conducido y ofrecido por el hombre, se realice y encuentre paz celebrando a
Dios y conociendo su reposo. (Génesis 1:1; 2:4).

Pero el hombre ha desorientado al mundo por su pecado, lo ha desviado de su verdadero origen y ha


reducido a suspiros de angustia el culto que debería ser suyo. Este trastorno del mundo Dios lo ha negado
y por eso instituye en el tiempo la historia de la salvación: desde la prefiguración del final del mundo que
es el diluvio a la desaparición del ejército egipcio en el mar Rojo hasta la victoria del día de pascua y la
venida del Espíritu Santo, pasando por todas las etapas ascendentes, del pueblo elegido, hasta el punto
culminante de la encarnación del Hijo de Dios en Jesús de Nazaret.

Por ello, el culto, como recapitulación de la historia de la salvación constituye el momento y el lugar donde
los hombres encuentran su primera finalidad (glorificar a Dios) y descubren la última (celebrar la gloria de
Dios).

Pero hay que subrayar que el culto no es el momento y el lugar por sí mismo, sino que lo es por el mundo,
sustituyéndolo: hace lo que toda la humanidad y toda la creación deberían y es lo que toda la humanidad y
la creación deberían ser. Así se entiende el carácter vicario del culto: sustituye al mundo porque puede
realizar en Jesucristo una obra que él puede hacer solo. Por eso, la iglesia debe el culto a Dios y también al
mundo, para mostrarle que le está prometido.

A través de su culto, la iglesia actúa, como representante del mundo. Porque el culto es un reflejo de la
actividad cotidiana a favor del mundo, es decir, celebra y recapitula la historia que la iglesia comparte
diariamente con el mundo. O, puesto de otra manera, el culto formal es una dramatización del culto
encarnado que la iglesia celebra todos los días al proclamar al mundo con su vida, sus actos y sus palabras
a Jesucristo como su esperanza. De ahí que la evangelización sea una mediación y proclamación del
evangelio uno de los servicios más grandes que la iglesia le rinde al mundo.

Por lo mismo, la iglesia debe preocuparse por el mundo, orar y trabajar por su futuro, porque ha sido
llamada de las tinieblas a participar del sacerdocio de Cristo en el mundo, lo que le exige “sentir compasión
hacia los ignorantes y extraviados” (Hebreos 5:2 BJ), como Jesús, y salir “a él, fuera del campamento,
cargando con su oprobio” (Hebreos 13:13), que es el oprobio del mundo (Filipenses 2:7, 8; 1 Pedro 2:21
sigs.)

LA FUNCIÓN REAL DE LA IGLESIA

La iglesia no sólo ha sido llamada a servir a Dios en el mundo como mediadora de su palabra en sus
múltiples formas, sino a ser una comunidad paradigmática que vive y demuestra la potencia liberadora del
evangelio y de las nuevas posibilidades que hay en Cristo para un mundo esclavizado bajo el dominio y la
presión de poderes y señoríos demoníacos.

De ahí la razón por la cual tanto 1 Pedro 2:9 como Apocalipsis 1:6; 5:10 lo llaman un sacerdocio real. Así
como la iglesia participa del sacerdocio de Cristo, así también participa de su realeza. Esa participación se
da en por lo menos un doble sentido.

En primer lugar, la Iglesia es primicias del Hombre Nuevo, prototipo de la nueva humanidad que Dios está
re-creando en la presencia de Cristo resucitado (2 Corintios 5:17; Génesis 6:10; Efesios 2:2, 10, 15; 4:24).
La resurrección de Cristo y su subsiguiente exaltación sobre toda potencia y principado (Efesios 1:20:21) ha
confirmado su triunfo sobre los principados y las potestades cósmicas rebeldes (Colosenses 2:15; Efesios
4:8-10) así como la muerte, mediante la cruz, del linaje del primer Adán, corrompido por el pecado (cp.
Romanos 5:12 sigs.; 8:3; 1 Corintios 15:21). Y el surgimiento de un nuevo linaje según el último Adán (1
Corintios 15:45).

Al ser Cristo mismo el último Adán y el primogénito de los que duermen (cp. 1 corintios 15:20), vivifica a
todos los que se allegan a El (cp. Efesios 2:5-6, Colosenses 2:13), haciéndolos sentarse con El en los cielos
(Efesios 2:6) y constituyéndolos en Reino de Sacerdotes (Apocalipsis 1:6, 5:10). Así se considera él mismo
“el Príncipe de los Reyes de la tierra” (Apocalipsis 1:5b BJ), y a los que han resucitado con El, co-partícipes
(o reyes con El) de su reino (Apocalipsis 20:6).

Por lo mismo, y como resultado del triunfo de Cristo sobre todo principado y potestad, a la Iglesia se le ha
impartido autoridad sobre las potencias malignas de este mundo (cp. Efesios 1:22-23; Colosenses 2:9-15).
Como cuerpo de Cristo, la Iglesia es “la Plenitud del que llena todo en todo” (Efesios 1:23b BK). Es decir, es
un organismo lleno de todo (vida, autoridad, poder, etc.) y que llena todo (por su misión).

De lo anterior, se desprende por lo menos dos conclusiones misionales. Una de ellas tiene qué ver con el
efecto que ejerce la realeza de la Iglesia sobre sacerdocio, o, como en el caso de Cristo, con la reciprocidad
entre el servicio sacerdotal y la libertad real.

El servicio sacerdotal de Dios es servicio en libertad real; aquí el sacerdocio y la realeza se interponen
recíprocamente, como en el propio Jesucristo. Esta verdadera libertad del servicio sacerdotal existe para el
testimonio en el mundo; sí, la vida de la comunidad como sacerdocio real ya es testimonio en sí misma. La
proclamación de los maravillosos hechos de Dios no ocurre por la palabra y hecho; se realiza ya en la
existencia de la comunidad.

En otras palabras, la Iglesia ha sido llamada a ser, por el milagro de su propia vida, una comunidad
paradigmática, es decir, una muestra de lo que debería ser y no es la sociedad humana. Sin entrar en
detalles, consideremos los atributos más destacados que deberían caracterizar a la sociedad humana.

El pensamiento bíblico, la sociedad es el resultado obvio de la creación del hombre. Este es creado a la
imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26 sigs.) para vivir en comunidad (Génesis 2:18 sigs.) y señorear la
tierra, representando a Dios ante el resto de la creación y actuando como su virrey (Génesis 1:28-30). Al
ser deteriorada esa imagen por el pecado, al dividirse la sociedad (cp. Génesis 11), al perder el hombre su
dignidad y libertad como gobernador de la tierra, Dios se propone recrearlo, levantando una nueva raza
que cumpla con la vocación humana.

Una sociedad libre de todo yugo ajeno, permeado por el amor, cimentada en la justicia y saciada de paz. La
Iglesia, como primicias del nuevo orden, reúne todas las cualidades: ha sido creada en justicia y santidad,
por lo que debe revestirse del Nuevo Hombre (Efesios 4:24) es señal de paz (Efesios 2:15) por lo que debe
procurar “conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3-27 sig.; Colosenses 3:10 sig.),
viviendo en el amor (Efesios 5:2; Romanos13:8-9; Gálatas 5:14) y manteniéndose firme en la libertad de
Cristo, no dejándose oprimir bajo ningún yugo ajeno (Gálatas 5:1; Juan 8:32-36; Romanos 8:2-21; 2
Corintios 3:17).

La función real de la Iglesia consiste, pues, en parte, en vivir la realidad de un nuevo orden que comenzó
con Cristo Jesús y que se mueve hacia su consumación plena en la parusia. Como ha dicho, se trata de una
actividad paradigmática, una demostración viva de la libertad y digna del Nuevo Hombre, y de las nuevas
posibilidades que hay en Jesucristo para un mundo dominado y oprimido por poderes y señoríos
demoníacos, lleno de odio, injusticia y divisiones.

El hecho de que la Iglesia sea partícipe de la realeza de Cristo implica, además, que parte de su misión en
el mundo es desenmascarar a esas potencias demoníacas que se oponen a la obra de Dios y a que fueron
derrotados en la cruz (Efesios 3:9-10).

A la Iglesia incumben la predicación y la comunicación de la salud a los hombres (cf. 3:6-8), pero también
para desenmascarar a las potencias adversas a Dios, que no tendrán más poder en adelante (cp. Efesios
3:10), una profunda teología que necesita de más amplia penetración…

Aquí me parece necesario traer a colación un dato importante en la predicación de Jesús. Se trata de los
hechos portentosos que acompañan su predicación (Marcos 1:39). Esto es un anuncio de una nueva era
(cp. Marcos 1:14-15) que comienza a hacerse presente en su persona. De ahí su carácter jubiloso y la razón
por la cual es acompañada de señales y prodigios (Marcos 1:20; Lucas 7:22-23). Por lo mismo al llamar a
los doce y más tarde a los setenta, Jesús les da autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera
demonios (Marcos 3:15; cp. 6:6-7: Mateo 10:1; Lucas 9:1; 10 sigs.). Esta misma idea la vemos implícita en
los pasajes de la Gran Comisión, especialmente Mateo 28:18 (“Toda potestad…”) Marcos 16:17-18 y
Hechos 1:8.
Estos y otros pasajes, que por razón de su espacio no puede citar, suelen indicar que la predicación es un
suceso escatológico, un anuncio retador y un acontecimiento portentoso en el cual se ponen en tela de
juicio las potencias rebeldes de este mundo. La predicación es, además, el medio por el cual Dios
interviene en la vida de los hombres haciendo que renuncien al reino de las tinieblas, cambien su alianza al
reino de la luz y libres del poder del pecado y de la muerte. Como bien ha dicho Von Allmen:

Contrariamente a lo que se cree con la frecuencia, en la predicación ocurre algo de interés para los
hombres. Les sucede algo. La predicación es un acontecimiento que se puede colocar paralelamente a un
exorcismo: se expulsa a los demonios y se devuelve a Dios lo que le pertenece; como el juicio final, elegirá
para sí a quienes escaparon definitivamente de las acechanzas del demonio.

Como pueblo regio, la Iglesia no sólo es llamada a ejercer un ministerio sacerdotal en libertad real, sino a
predicar con la autoridad de Cristo el Señor. Vemos pues, cómo las tres funciones de la Iglesia convergen
entre sí. De esta manera, se hace claro que aunque son tres funciones, la misión es una. La Iglesia toda es,
pues, enviada por Cristo al mundo a ser una comunidad profética sacerdotal y real (regio) a través de la
cual su Espíritu continua operando el milagro de la nueva creación.

LA MISION DE LA IGLESIA FRENTE A SU REALIDAD EXISTENCIAL

Ahora, volvamos atrás y veamos esa misión profética, sacerdotal y real de ese pueblo escogido, peregrino
y apostólico, que es a la vez el Cuerpo de Cristo y el Templo del Espíritu Santo, pero que, por manifestarse
en situaciones concretas y por tomar diversas formas temporales, no solo tiene que ser concebido como
un organismo dinámico sino como una institución. Consideremos, pues esa misión frente a la situación
paradójica que describo al principio.

He aquí un pueblo escogido, primicias del nuevo orden; un cuerpo cuya energía y ritualidad se desprenden
del soberano del universo, a quien representa; y una comunidad sacerdotal y real llamada a rendir culto a
Dios, intercediendo por el mundo y representándolo delate de Dios, demostrando con su propia vida y por
el cumplimiento de su misión las cualidades distintivas de la nueva humanidad (libertad, justicia, amor y
paz) y anunciando con poder el evangelio del Reino.

Sin embargo, ese mismo pueblo vive con pocos recursos, en aflicción y lleno de complejos e inercia por ser
una minoría que aparenta menguar cada vez más.

Fenómeno histórico-sociales tales como la sima cada día mayor entre los pobres y los ricos, la alianza que
tradicionalmente el cristianismo institucional ha mantenido con las potencias imperialistas del Occidente,
el proceso de secularización, el crecimiento demográfico y la urbanización han desacralizado el papel de la
Iglesia en el mundo forzándola a una nueva diáspora.

Esta, en contraste con las dos grandes dispersiones del pueblo de Dios –la de Israel en el Antiguo
Testamento y la de la Iglesia primitiva- tiene no sólo un carácter geográfico, sino sociológico, político y
económico. Hoy por hoy no sólo se nota una apatía general entre miles de cristianos de muchas partes del
mundo, sino una desintegración de la estructura interna de la Iglesia institucional y un descenso cualitativo
en el papel que ha desempeñado en el mundo.
Claro que, como he indicado no se pueden hacer generalizaciones. Por ejemplo, se nota en algunas capas
sociales del mundo contemporáneo una especie de resurgimiento de lo religioso. Sin embargo, ese
“avivamiento” se da, en gran número de los casos, al margen de la Iglesia institucional, e incluso, en
muchos casos, en contra de la fe bíblica.

¿Cómo puede una Iglesia en ese estado cumplir con su misión? ¿Cómo puede seguir siendo el agente del
Espíritu en la evangelización? ¿Cómo ser verdaderamente una comunidad profética, sacerdotal y real en
un mundo que por el mal ejemplo de tantos cristianos le ha perdido respeto a casi todo el que “huele” a
cristiano? Este es el dilema de la Iglesia. ¿Cómo resolver ese dilema? Este es su problema fisiológico.

No hay ninguna duda de que no lo resolverá huyendo al monasterio, por así decirlo. Ni tampoco lo
resolverá acomodándose a su medio haciendo a un lado sus características distintivas y su propósito
misionero para establecer mejores relaciones públicas en un mundo hostil e indiferente, y ganarse de esta
manera su simpatía.

Por lo menos, la respuesta que nos ofrece la Escritura suele indicar todo lo contrario. Ante tal situación, la
Escritura nos dice muy enfáticamente que la Iglesia no tiene otra salida que la de ser ella misma en la
situación concreta de su diario vivir.

Ello, sin embargo, requiere una vuelta a las fuentes, es decir, a la Biblia, y un compromiso con su mensaje.
La Iglesia podrá ser ella misma sólo en la medida en que esté dispuesta a cumplir con lo que la Biblia dice
que debe ser y hacer, y estará dispuesta a obedecer sólo en la medida en que se arrepienta y experimente
una genuina renovación de su entendimiento por el Espíritu Santo (Romanos 12:2; Efesios 4:17-24; 3:16;
Gálatas 5:16 sigs.).

Esa experiencia renovadora, creo yo, conducirá a la Iglesia en una triple dirección. Primero, la llevará a vivir
en santidad. Es decir, la conducirá a obedecer la Palabra del Señor: “Sed santos, porque yo soy santo” (1
Pedro 1:16). Esta santidad, sin embargo, no es una mera cualidad moral. No se trata de una consagración
estática, sino dinámica y funcional. Es consagración par la misión. Todo esto, dice Pablo “proviene de Dios,
quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación (2 Corintios
5:18).

Segundo, una genuina experiencia renovadora conducirá a la Iglesia a la cruz, Es decir, la llevará a seguir en
las pisadas del Maestro (1 Pedro 2:21). Seguir en las pisadas de Jesús implica vivir con Él y como Él; o sea,
comprometido con todo aquello con lo cual Él está comprometido, y como El, estar dispuesto a morir si
fuera necesario por cumplir con su deber.

Tercero, lo guiará a una renovada visión escatológica. Digo “renovada” porque por mucho tiempo la
esperanza de la Iglesia ha sido demasiada escapista y desligada de la situación concreta en la que se
encuentra. No ha sido una esperanza que, perneando toda su vida y ministerio en una forma activa y
creativa, la ha motivado a ser una verdadera fuerza renovadora en la sociedad y así cumplir con su función
profética y real. Pero como lo dice Molltmann:

El dominio venidero del Cristo resucitado es algo que no se puede esperar y aguardar únicamente. Esta
esperanza y esta expectación imprimen un sello también a la vida, el obrar y el sufrir en la historia de la
sociedad. Por ello la misión no significa tan sólo propagación de la fe y de la esperanza, sino también
modificación histórica de la vida.

Esta renovada visión escatológica, que en otro lugar Moltmann llama “escatología presentista” o
“expectación creadora”, hace que el futuro llene al presente de una dinámica y un ímpetu que incita a su
crítica y a su modificación. Cuando la Iglesia vive de esperanza en la venida del Señor, no se conforma con
lo que se va hacer en el mañana, sino que se da de lleno a la tarea de comenzar y a renovar todas las
cosas. De esta manera, la esperanza le da sentido al presente y hace que la Iglesia trascienda esa situación
paradójica, porque crea toda una atmósfera llena de optimismo que hace que la vida y el sufrimiento, el
actuar y el obrar de la Iglesia sean “determinados por el vestíbulo abierto de su esperanza para el mundo”
Luego el presente, no importa.

ACTIVIDADES

1- ¿Qué es la Función Sacerdotal de la Iglesia?

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2- ¿Por qué es importante esta Función Sacerdotal?

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3- Descubra la Función real de la Iglesia.

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4- ¿Por qué es importante que la Iglesia cumpla con esta Función Real?

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LECCIÓN No. 11

EVANGELIZACIÓN WESLEYANA

Juan Wesley encabezó un movimiento de evangelización de incalculables repercusiones durante el siglo


XVIII que salvó a Inglaterra de una revolución sangrienta como ocurrió en Francia. Algo podemos aprender
del pasado para aplicarlo al presente.

Wesley pensaba que la salvación se puede perder, por lo tanto diseñó una organización para el cuidado de
los creyentes. Whitefield por otra parte pensaba “una vez salvo siempre es un salvo” sin embargo al final
de su ministerio reconocí que Wesley tuvo razón diciendo lo siguiente:

“Mi hermano Wesley actuó sabiamente. Las almas que fueron despiertas bajo su ministerio él las juntaba
en las reuniones de clase, debido a esto preservaba el fruto de su labor. En esto yo fui negligente y mi
gente es como un castillo en la arena.”

PREDICACION AL AIRE LIBRE


El que fue a predicar donde la gente no asistía a la Iglesia lo podía oír, así que predicaba al hombre común,
esto es, la clase trabajadora (mineros, agricultores, etc.) en los mercados, afuera de la Iglesia, afuera de los
hoteles, en las esquinas, auditorios, funerales, casas de juego, etc. Pero al estar en la predicación tenía
rudas interrupciones, distracciones que rivalizaban con la predicación.

Wesley fue forzado a predicar al aire libre debido a que los púlpitos anglicanos le fueron cerrados y la
gente respondió ya que eran descuidados por la Iglesia anglicana.

LA CREACIÓN DE SOCIEDADES

En 1738 después de haber predicado en Northumberland por casi un año sin formar sociedades descubrió
que “casi toda la semilla cayó junto al camino”. Esto cambió la estrategia de no predicar a menos de
establecer sociedades.

“Estoy muy convencido de que el diablo mismo desea nada menos que la gente de cualquier lugar sea
medio despierta y entonces dejarla dormir de nuevo. Por esta razón he determinado por la gracia de Dios
no dar un golpe (predicar) más en ningún lugar, si no puedo seguir golpeando (cultivando).”

Wesley vio la importancia del discipulado después de la predicación al aire libre el de juntar a los creyentes
como él lo expresa:

“Estoy convencido, más que nunca que el predicar como un apóstol, sin reunir juntos a aquellos que han
sido despertados y discipularlos en los caminos de Dios, es sólo tener hijos para el asesino (el diablo)…”

Otra razón para el discipulado fue cuando la gente venía a él para ayuda y consejo. Entonces respondió a la
petición de ellos, pues no quería que volvieran atrás:

Los requisitos de admisión a las sociedades fueron:

1- Deseo de huir de la ira que estaba por venir.

2- Deseo de mostrar frutos: evitar el mal, hacer el bien y usar todos los medios de gracia.

3- Si la gente no hacía esto era puesta fuera de la sociedad más no de la Iglesia Anglicana.

Los efectos de esta disciplina en la sociedad unida dieron resultado, los frutos se mantenían y se edificaba
una real comunión.

LOS PEQUEÑOS GRUPOS

Las bandas eran de 5 a 8 gentes, se originaron en 1738 debido a que las sociedades se hicieron muy
grandes y ya no eran tan efectivas.

Los requisitos para pertenecer a una banda y el propósito de la misma era:

Deseo de confesar las faltas para con el otro (Santiago 5:6).


La organización era que se dividían de acuerdo al sexo, edad y estado marital esto era debido a la
profundidad de la confesión del grupo. Se reunían puntualmente una vez a la semana. Empezaban con
canto y oración y compartían su estado espiritual, empezando con el líder y después todos uno por uno.
Los efectos fueron positivos:

a) Empezaron a desarrollar una comunión espiritual continua entre ellos.

b) Los hábitos del pecado eran rotos por el creyente.

c) Ayudan a la gente a crecer en su caminar con Dios. (Santidad social).

BANDAS ESPECIALIZADAS. BANDAS SELECTAS

Empezaron a aparecer en 1742. Fueron hechas para los que querían o tenían el Espíritu Santo y el
propósito era llegar a la perfección. Para ejercitar la Gracia tenían que desarrollar el amor unos por otros y
ver el uno por el otro. Estos grupos servían de modelo para otros grupos (Líderes). Se reunían los lunes en
la mañana.

BANDAS DE ARREPENTIMIENTO

Estas eran para aquellos que habían caído de la gracia y vuelto atrás pero que verdaderamente querían
volver a la salvación de Dios. Se reunían los sábados.

LAS REUNIONES DE LAS CLASES

Surgieron por dos necesidades:

1.- Los pequeños grupos se estaban haciendo demasiado grandes para ser confidenciales.

2.- Era demasiada gente para cuidarla apropiadamente.

Estos grupos se organizaron para pagar las cuotas y estaban organizados de 11 a 12 gentes para su reunión
de clase. El líder recolectaba la cuota y semanalmente veía por su gente, reuniéndose con ellos.

Debido a que venía mucha gente a la sociedad no se podía ministrar a nivel individual y es así como
empezaron estos grupos.

La actividad de ellos no era tan profunda como la de las bandas, sin embargo compartían sus necesidades,
oraban, cantaban, se ayudaban unos a otros con trabajo para ayudarse día a día. Esto cumplía con la
supervisión pastoral y la comunidad de los creyentes.

Estaban organizados de acuerdo al vecindario (lugar donde vivían). Para 1742 Wesley puso como requisito
para ser miembro de las sociedades unidas, asistir a las reuniones de clase.

Los resultados de los pequeños grupos:

1- Ayudaban al proceso de la salvación


2- Verdadera comunión

3- Rompimiento de hábitos de pecado

4- Ayudaban al proceso de santificación

5- Ayudaban a la Supervisión Pastoral resultando lo siguiente:

a) Desarrollo del líder laico

b) Supervisión de los recién convertidos

c) Un lugar para administrar disciplina pues el líder conocía las necesidades de la gente.

Fue a través de esta dinámica de grupos donde los creyentes podían ejercer su sacerdocio al ministrar a
otros y a ser ministrados por otros. Bien lo dice la Escritura:

SACERDOCIO DE LOS CREYENTES

Confesaos vuestros pecados unos a otros. Santiago 5:6

Amonestaos los unos a los otros. Romanos 15:14

Soportándonos unos a otros. Colosenses 3:13

Sometiéndonos unos a otros. Efesios 5:21

Sobrellevad las cargas los unos de los otros. Gálatas 6:1-2

Amaos los unos a los otros. Efesios 12:10

Sed benignos unos a otros. Efesios 4:32

Servíos por amor unos a otros. Gálatas 5:13

Exhortándonos unos a otros. Colosenses 3:16

Alentándonos los unos a los otros. 1 Tesalonicenses 4:18

Orar unos por otros. Santiago 5:16

Hospedaos los unos a los otros. 1 Pedro 4:9

Cada uno según el don que ha recibido minístrelo a otros como buenos administradores de la multiforme
gracia de Dios. 1 Pedro 4:10
Saludaos unos a otros con ósculo de amor. 1 Pedro 5:14

Tenemos comunión los unos con los otros. 1 Juan 1:7

Estas son algunas de las Escrituras que hablan del sacerdocio de los creyentes que todos pueden ejercer de
preferencia en los pequeños grupos donde había oportunidad para ministrarse unos con otros.

Por más de 100 años en la Iglesia Primitiva no tenían un lugar público para reunirse, sino que se reunían en
pequeños grupos por las casas. Es más, la palabra Iglesia nunca se refiere a un lugar físico sino al cuerpo de
los creyentes del cual todos somos miembros los unos de los otros.

Es triste que se haya perdido esta dinámica en la Iglesia de hoy y descuidado a los recién convertidos. En
cambio otros grupos de Asambleas de Dios haya adoptado esto en Corea y le dio resultado. Lo mismo en
América del Sur en le Iglesia Católica le llaman Comunidades Eclesiales de Base con más de 200,000
comunidades.

ACTIVIDADES

1- ¿Por qué es importante la predicación al aire libre?

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2- ¿Qué utilidad tienen la creación de Sociedades o cuáles eran los requisitos para su ingreso?

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3- ¿Qué tipos de grupos se crearon para sostener los convertidos?

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4- Explique el papel Sacerdotal del creyente.

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LECCIÓN No. 12

ESCATOLOGÍA Y MISIÓN

Cuando nuestro Salvador anunció: “Se ha cumplido el tiempo; el Reino de Dios está cerca; convertíos y
creed el evangelio” (Mateo 1:15), nos dejó un ejemplo para nuestra propia proclamación. Es decir, su
evangelización se basaba en la escatología, los eventos prometidos para los tiempos postrimeros. Para
Jesús, la inminencia del reino futuro ejercería desde ya cierta presión sobre el pueblo no arrepentido.
Además, presionaba al predicador, obligándolo a pregonar las buenas nuevas.

Este capítulo pretende sacar a la luz algunos factores escatológicos en el Nuevo Testamento, y
particularmente en los evangelios, motivan la actividad misional.

¿Qué se entendía por escatología cuando Jesús comenzó su ministerio? El judío oía las lecturas
antiguotestamentarias sábado tras sábado, y se daba cuenta de la importancia del Día de Yahvé, día de
juicio contra el impío (Malaquías 4:1) y de salvación para el justo (Zacarías 14:8-11).

Esta enseñanza señalaba enfáticamente a Dios como el que soberanamente conduce la historia. Además,
los rabinos del judaísmo posterior habían elaborado el esquema de las dos eras: el siglo presente y el siglo
venidero:

DÍA DE YAHVÉ

SIGLO PRESENTE SIGLO VENIDERO

___________________ …………………………….

HACIA UNA TEOLOGÍA DE LA EVANGELIZACIÓN

La línea divisora se entendía como una intervención catastrófica en que Dios traería el fin absoluto de la
historia humana (Daniel 12:13); desde tal momento establecería su Reino eterno en Jerusalén.
Con el advenimiento del Señor Jesucristo, los autores del Nuevo Testamento introducen una cierta
complejidad en el esquema existente. Sigue en pie el concepto del siglo presente: pero ahora el
acontecimiento decisivo es la llegada de Jesús; su ministerio, muerte, y resurrección (junto con los
corolarios: su ascensión a la diestra del Padre, y la efusión del Espíritu Santo). A la vez que esta llegada
introduce la línea interrupta del siglo venidero, en otro sentido, ha dado comienza al tiempo de la Iglesia,
que según las parábolas dominicales (e.g., Lucas 19:12-27) ha de durar un buen rato indeterminado, y que
continúa la línea sólida del siglo presente.

Fieles a las promesas de Jesús, los hagiógrafos reciben al fin del tiempo de la Iglesia otro día, al Hijo del
Hombre. Esta nueva intervención divina llamada parusía 3, inaugurará los últimos tiempos y pondrá fin a la
historia meramente humana.

Podemos diagramar este esquema neotestamentario así:

LLEGADA DE JESÚS Tiempo de la Iglesia PARUSIA

SIGLO VENIDERO

………………………………………………………………………………………………………………………………………

SIGLO PRESENTE

_______________________________________________________________________

Es evidente entonces que la Parusía produce una transfiguración en el tiempo de la Iglesia; ésta llega a ser
la escatología final, el siglo venidero en su forma definitiva. Entonces los salvos experimentarán todas las
bendiciones que tradicionalmente se asociaban con el fin: la resurrección final, el juicio final, la vida eterna
en cuerpos de resurrección y el establecimiento de la justicia en la Tierra, ya renovada.

Es evidente asimismo que esta nueva dimensión introducida en el esquema antiguotestamentario amplía
un poco la comprensión de nuestra condición actual.

Somos ciudadanos de dos imperios. Pertenecemos a un cuerpo místico plenamente escatológico; sin
embargo, no hemos salido del marco, muy plegado de imperfecciones, de la historia humana. Vivimos
“entre tiempos” o sea, en la tensión fructífera ente el “ya” y el “todavía no”.

En algunas parábolas, particularmente las que Lucas nos refiere, se nota que la marcha del Reino va
lentamente hacia una plenitud futura. Jesús no predicaba, como creía A. Schweitzer, una escatología final
que realizara necesariamente en el primer siglo. Más bien, dejaba ver que habría un lapso bastante largo
entre la “salida del amo hacia un país lejano” y su regreso sorpresivo, la hora de la cual nadie sabe. En el
entretanto hay que trabajar; será bienaventurado el siervo vigilante y activo cuando llegue su amo,
mientras el negligente recibirá un castigo duro (Lucas 12:35-48).

Ya que los últimos tiempos quedaron inaugurados con la primera venida del Señor Jesús a la Tierra (1
Corintios 10:11), ¿cuál es la actividad esencial de los creyentes que esperamos la consumación final del
plan divino?
Jesús no nos dejó a oscuras; al final de su ministerio terrenal dio la Gran Comisión de predicar las buenas
nuevas a todo el mundo (Mateo 28: 18 sig., Lucas 24:46 sigs. Y Hechos 1:8, Juan 20:21 sigs., Marcos 16:15
sig.). Esta área central implica una época más o menos larga entre la primera y la segunda venida del
Señor.

Presupone también una postergación de la consumación final; la evangelización ha durado ya casi dos
milenios y, por lo visto, no se ha llevado a cabo todavía.

La ascensión del Señor Jesucristo trajo una visión nítida entre el fin de su ministerio terrenal (y, por lo
tanto, el comienzo del tiempo de la Iglesia), y por otro lado, su regreso glorioso.

Lucas, el historiador de la Iglesia, quien nos refiere esta precisión (Hechos 1:6-11) a la pregunta: “¿Señor,
es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?”, Jesús responde claramente que habría un lapso, cuya
duración depende de la voluntad del Padre, en el que se evangelizará “hasta os confines de la Tierra”.

Acto seguido, Jesús es “elevado” y dos hombres informan a los discípulos atónitos que este mismo Jesús,
ya arrebatado al cielo, “volverá de la misma manera que le habéis visto irse al cielo”.

En otras palabras, sí habrá un retorno en gloria para consumar cabalmente las promesas acerca del Reino;
sí establecerá Jesús la justicia en la tierra; sí lo hará por una intervención visible y soberana (y no sólo a
través de la actividad humana de sus siervos). Pero hay un “todavía no” bien marcado.

Entre tanto, El reina desde arriba; Jesucristo es el Señor de este universo aun cuando no lo vemos
coronado como tal por todos los hombres. Para la Iglesia Primitiva esa coronación es un hecho básico, y la
cita más frecuente del Antiguo Testamento en el Nuevo es Salmo 110:1: “Oráculo de Yahvé mi Señor”.

“Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies”.

Por esta “sesión a la diestra” se entiende la ascensión, y según (e.g. Romanos 8:34), vivimos ahora en ese
lapso en que el Padre está subyugando a los enemigos de Cristo. Por consiguiente, el tiempo de la Iglesia
no es un período auto-suficiente o completo en sí, a pesar de que, con referencia al Antiguo Testamento,
cumple muchas de las promesas que se entendían aplicables al siglo venidero.

El libro que más claramente subraya la presente realización de las promesas escatológicas es uno de los
últimos en escribirse: el Evangelio de Juan. ¿De modo que se esperaba en el día final una resurrección? El
cuarto Evangelio afirma que el que cree en Jesús ya tiene la resurrección, porque Jesús dijo: “Yo soy la
resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera vivirá” y todo el que vive y cree en mí, no morirá
para siempre” (Juan 11:25 sig.) ¿De modo que se esperaba en el siglo venidero un juicio?

El cuarto Evangelio insiste en que la condenación ya se ha pronunciado sobre el que rechaza a Jesús, la luz
del mundo, y que en cambio el que cree en Jesús, el que se acerca a la luz, queda libre de condenación
(Juan 3:18 sig., 5:24). ¿Se esperaba en el día final una batalla con Satanás?

El cuarto Evangelio afirma que, aunque ruge esa batalla actualmente, el maligno ha sido conquistado por
Jesús, de manera que el cristiano puede conquistar también al maligno en nombre de este Salvador (Juan
12:31, 14:30, cp. 1 Juan 2:18). Por tanto, desde la perspectiva del Antiguo Testamento experimentamos ya
algunos beneficios iniciales del siglo mesiánico.
Con todo, hay muchas promesas por cumplirse plenamente en el futuro, como admite el mismo Evangelio
de Juan (e.g., 5:28 sig., 6:39 sig.), y nos incumbe hablar con seriedad del “todavía no” de la escatología.
Todavía el Señor Jesucristo tiene que volver a la Tierra para que toda rodilla se doble ante El (Filipenses
2:10 sig.) y El levante a los muertos para el juicio final.

Falta todavía una renovación milagrosa de la creación, y otros eventos prometidos. Todo el Nuevo
Testamento se orienta hacia ese término feliz, denominado “día del Señor” o “día de Cristo”.

Mientras tanto, no sólo la humanidad, sino la creación entera gime de frustración, reconociendo que su
existencia está marcada por cierta esclavitud (Romanos 8:20-23).

Esperamos la pública aclamación de la redención, una “adopción filial” en que Dios reconocerá
expresamente quiénes son sus hijos y quiénes no. En la Parusía, pues, se declarará qué hombres han sido
hijos de Dios durante su vida (cf. el texto original de 1 Juan 3:3: “Ved qué gran amor nos ha dado el Padre;
que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y los somos!).

Hasta ese momento, una Iglesia teñida de debilidades humanas: los terremotos, las catástrofes, y las
guerras hablan de que nuestra creación está todavía en desarreglo, hasta que Dios establezca en Jesucristo
su justicia en todo sentido, y haga una Tierra Nueva y un Cielo Nuevo, Cristo porque es Alfa y Omega 8,
tiene que traer el fin acá, cuya bella descripción leemos en Apocalipsis 21:22. Lo importante de la ciudad
santa que desciende de lo alto no solo las calles de oro ni los árboles frutales que prodigan su cosecha,
sino la presencia de Dios y del Cordero en ella.

Pero ¿en qué parte de este cuadro escatológico entra la cuestión de la evangelización? Volvamos un
momento al Antiguo Testamento, donde la promesa de salvación abarca no sólo a Israel, sino a las
naciones paganas (e.g., Génesis 12:3). Sin embargo, no hubo mandamiento de misión muy claro en el
Antiguo Testamento, un “id a todas las naciones”.

Por cierto, hay implicaciones misionales en muchos pasajes; pero es evidente que la mayoría de los judíos
no las vieron. Por ejemplo, el libro de Jonás lleva un mensaje misional muy diáfano, pero los adalides
judíos en el primer siglo, lejos de comprenderlo, era más bien ejemplares de la actitud desobediente de
Jonás.

Jesús mismo era mucho más amplio en su actitud hacia los judíos. Aunque bien es cierto que prefirió
restringir sus actividades al círculo de Israel (Mateo 15:24, 10:5 sig.), atendió a los gentiles cuya confianza
en Él les obligó a reconocer una obra divina. Lo que es más, no se limitó en sus peregrinaciones a lugares
“seguros” donde sólo se conseguía comida Kosher 9 (cf. la instrucción misional. Lucas 10:8) ni sólo se
topaba con judíos.

Hay evidencias de que, al menos para retiros con sus discípulos, El buscaba territorios de población mixta.
En éstos sería aún probable algún encuentro con samaritanos o gentiles; en este sentido hemos de
entender el diálogo que el Señor sostuvo con la sirofenicia en “territorio de tiro” (Marcos 7:24-30).

La dureza de la primera respuesta: “Deja que primero se sacien los hijos; porque no está bien tomar el pan
de los hijos para echárselo a los perrillos”, no debe transmutarse en una mera prueba de la fe de la mujer.
Constituye una negación de hacer el exorcismo pedido, aun cuando notamos en la expresión “primero”
una promesa velada de que en un momento futuro habría oportunidad para los gentiles.

Lo que le arrancó el fervor buscando, casi a la fuerza, fue la inquebrantable fe de aquella Serra que dijo en
efecto: “Acepto como gentil, que merezco ese epíteto “perros” que ustedes nos dan; pero aun así en una
familia acomodada los perros domésticos no padecen hambre. Tu mesa, Jesús es tan ampliamente
provista que lo que caiga de ella me basta a mí, sin probar nada a los miembros de la familia”.

Con toda reverencia podemos suponer aquí un proceso educativo en que Jesús, sorprendido 10 por la
tenacidad de una fe que no acepta su “no”, aprende algo nuevo acerca de los designios del Padre y le
concede a esta gentil su petición. No exageremos la novedad de este gesto de Jesús sin embargo; ya que
no podemos dividir estrictamente entre proclamación y sanidad, el hecho de haber predicado a los judíos
involucraba también la posibilidad de hacer milagros para ellos.

El nuevo día escatológico amanecía no sólo para judíos, sino para gentiles también; éstos fluían no tanto
hacia Jerusalén, como era el caso en el cuadro profético, sino hacia Jesús mismo. En forma análoga hemos
de interpretar Mateo 10:15 y 11:21-24; a las ciudades no arrepentidas de Palestina se les amenaza con un
castigo más severo que el que pueda caer sobre ciudades paganas.

El oír y ver a Jesús sin convertirse es un pecado capital; en cambio, la promesa antiguotestamentaria a los
gentiles comienza a cumplirse aun durante el ministerio terrenal del Maestro, porque estos sí responde en
fe (Lucas 13:28 sig.).

En base a esta experiencia de ver cumplidas muchas profecías escatológicas, Jesús pudo en la Gran
Comisión autorizar a sus seguidores a incluir en su plan evangelizador 11 a todas las naciones.

Pero hay un nuevo factor todavía más vital en la iniciación del siglo venidero; la muerte y la resurrección
de Jesús mismo. Como el cuarto Evangelio insiste repetidamente (e.g. Juan 3:14 sigs., 13:32), sólo el Cristo
exaltado puede atraer a sí a todos los hombres sin distingos.

Marcos también (10:45) sabe de la vital importancia que Jesús dio a su propio sacrificio vicario “por la
humanidad”. La inclusión del género humano entero, pues, en la Gran Comisión, se debe a la nueva etapa
escatológica iniciada en el Calvario. No nos toca aquí entrar en la cuestión discutida del texto de las
diferentes versiones del Último Mandato o discutir si éstas representan las palabras textuales del Señor
pronunciadas a pocos días de la resurrección. 12

Pero sí vale sacar como conclusión que los evangelistas, bajo la inspiración del Espíritu que Jesús había
enviado a la Iglesia, interpretan fielmente para sus contemporáneos (65-75 d.C.) la intención del
Resucitado. Este quiere formar su nueva comunidad sin tomar en cuenta los antiguos particularismos.
Después del evento Pentecostal, las implicaciones universales del ministerio público del Señor (27-30 d.C.)
llegaron a aclararse cada día más. Es decir, el amanecer escatológico no puso fin a la contingencia
histórica. Como en el diagrama de arriba, la línea interrupta corre paralela a la línea sólida hasta el
momento de la parusía. Fue el Cristo exaltado quien impulsó a través de su Espíritu en los seguidores, la
extensión del evangelio “hasta los confines de la Tierra”. Y prácticamente desde el día de Pentecostés (cp.
Hechos 3:20) uno de los móviles más influyentes ha sido la esperanza del regreso de Cristo.

Los apóstoles jerosolimitanos resultaron un poco estrechos, al menos al principio, y renuentes a extender
las fronteras de la misión. ¿Por qué tanta lentitud? La tarea que Jesús les dejó no fue bien comprendida de
buenas a primeras porque se tenía casi por dogma en el judaísmo posterior que ningún hombre era capaz
de convertir a un gentil, siendo ésta una obra netamente divina.

La salvación de los gentiles, pues, pertenecía exclusivamente a Dios ¿Será esta la razón, en parte, de las
señales tan visibles que el Espíritu daba –lenguas, operaciones carismáticas, etc.- cada vez que un nuevo
grupo de gentiles, o semipaganos, era añadido a las Iglesias? Sin una manifestación evidentemente divina
y –casualmente profetizada como signo del siglo venidero- los adalides de la Iglesia madre en Jerusalén
hubieran rehusado, sin duda, reconocer el grupo como cristianos auténticos.

Fueron los helenistas, judíos de habla griega, los que primero ampliaron los horizontes de la
evangelización. Tanto Esteban como Felipe apelan más al Señor resucitado que al ministerio terrestre de
Jesucristo, cuando dejan atrás las estrecheces del judaísmo.

La única ocurrencia del título “Hijo del Hombre” fuera de los evangelios se halla en el discurso de Esteban
(Hechos 7:56), quien ve en su Salvador, glorificado a la diestra del Padre, el móvil de su propio martirio y el
diseñador de un plan nuevo que ya no necesita de la legislación mosaica ni del templo humano.

Por tanto, es Jesucristo como Señor de la creación el que realmente comienza, y garantiza el éxito de la
nueva expansión de la Iglesia.

El mero hecho de la prosperidad de este movimiento misional entre los gentiles, una vez aprobado en el
seno de la Iglesia, implica una continuidad de la historia humana. Cuando Pedro admite a Cornelio (Hechos
10) y los helenistas predican en Antioquia a los paganos no relacionados con la sinagoga (Hechos 11:20), y
sobre todo cuando Pablo y sus colaboradores emprenden una misión formal entre los gentiles, las puertas
se abren sobre un futuro brillante, por decirlo así, Dios se compromete, al hacer este milagro escatológico,
a no poner fin a la historia antes de permitir que tal movimiento llegue a su ápice.

Se percibe en las primeras cartas paulinas, Tesalonicenses por ejemplo (50-52 d. C.) un sentido de estar
viviendo los últimos momentos antes de la parusía; pero en sus últimas cartas, dado el éxito insólito de la
misión gentil, Pablo parece convencido de que el fin no ha llegado todavía.

En este tiempo de la Iglesia, la misión que llevamos a cabo tiene miras hacia el fin. No sólo mira hacia
atrás, o se remonta hacia el Jesús histórico, sino que siempre reviste el carácter de una misión con miras
hacia el regreso. Se puede definir así: el reino de Cristo que apunta hacia el fin. Por consiguiente, cada vez
que evangelizamos, declaramos el reinado de Cristo hasta que venga.

No solo la Santa Cena anuncia “la muertes de Cristo” –y su resurrección y exaltación- durante este tiempo
de la Iglesia, sino también la misión ante los no-creyentes-. Esta prédica de testimonio desde ya, de la
salvación final a la que nos acercamos, y le incumbe a cada hombre que profesa creer que Jesús es
enaltecido a la diestra de Dios y desde ahí reina, participar activamente en le evangelización.

Así se dirá en efecto: “Creo que Dios cumplirá su promesa cuando Él quiera, estamos acercándonos a esa
fecha bendita, y precisa en la mente de Dios, aunque desconocida para mí”.

El Nuevo Testamento tomo en serio la astucia y poder de Satanás, aun en este período de la Iglesia; no nos
deja abrigar esperanzas de una evolución gradual en que paulatinamente el reino de Cristo permea a todo
el mundo. Más bien, a pesar de todos nuestros esfuerzos aquí como cristianos, las condiciones no
mejorarán permanentemente. Es más, la persecución contra los creyentes llegará en los últimos días a una
intensidad inaguantable, y si Dios no accionara ese tiempo, la Iglesia no sobreviviría (Marcos 13•:19 sig.)
Sólo la irrupción sobrenatural que llamamos parusía puede traer el Reino Eterno.

Pero ¿qué sería de este mundo si no fuera por esta obra evangelizadora? Si no fuera por el tiempo de la
Iglesia, este siglo continuaría en su camino catastrófico; cada progreso técnico del hombre lo hundiría más,
cada avance científico amenazaría más la existencia de vida en nuestro planeta.

Si no fuera por la sal de la Tierra, la Luz del mundo, nuestra humanidad se hubiera auto-destruido hace
tiempo ya. De modo que, para evitar que se intensifique este caos que es la historia humana sin Cristo, es
necesaria la misión.

Todos los evangelistas retratan al Señor Jesús como continuamente motivado por este deseo de ver
cumplida ya la voluntad del Padre. Es bello el cuadro de Juan 4:27-42, donde los discípulos, recién llegados
con el almuerzo que Jesús les pidió, oyen atónitos algo como estas palabras: “No, no vamos a almorzar
ahora. ¿Cómo podría yo sentarme aquí en tranquilidad para comer estos alimentos, cuando ese sembrado
allá está blanco de samaritanos que buscan al Mesías? ¿No lo ven? Pero en cuanto a la comida, no se
aflijan; es más importante no perder una cosecha que pasar por algo un solo almuerzo.

ACTIVIDADES

1- ¿Por qué es importante conocer la Escatología?

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2- Descubra algunos factores escatológicos que motivan la Evangelización.

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3- ¿Qué papel jugaron los Helenistas (judíos de habla griega) en la Evangelización?

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4- ¿Cómo se relaciona la Escatología con la Evangelización?

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LECCIÓN No. 13

DIOS Y LOS MEDIOS DEL EVANGELISMO

La teología habla de los medios de gracia. Dios ha tenido a bien dar medios para traer a los pecadores a la
fe y también los emplea para edificar a los santos en esa fe. En primer caso los medios son la Palabra de
Dios dada en la evangelización y en el último caso son la Palabra de Dios y los sacramentos divinamente
instituidos.
La fe y la Palabra de Dios

Es de suprema importancia mantener que la Palabra de Dios es el único e indispensable medio por el cual
el Espíritu Santo obra la fe en los corazones de los hombres. Aunque esto no significa que la Palabra obra
siempre aisladamente, sino que obra por otros factores concebibles ningún otro factor puede sustituir a la
Palabra de Dios. A lo más son sólo auxiliares y subsidiarios a la Palabra.

La clave de la gran Comisión es que los hombres de cada nación deben ser hechos discípulos de Cristo
enseñándoles la Palabra de Dios.

No es necesario puntualizar en detalle que en la edad apostólica el Evangelismo era realizado mediante la
enseñanza y la predicación de la Palabra. Esto era invariablemente en todos los casos. En un sentido
general el Evangelismo es atraer el Evangelio, y el Evangelio mismo es la palabra de Dios. Romanos 10:13-
17 afirma el caso de un modo sumario. Después de declarar: “Todo aquel que invocare el nombre del
Señor será salvo”, el escritor inspirado prosigue diciendo: “¿Cómo invocarán a Aquel a quien no han
creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quién no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quién les predique? ¿Y
cómo predicarán si no fueren enviados?

Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz; de los que anuncian las buenas
Nuevas!... así que la fe viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios”. La tarea del evangelista es traer a los
hombres la Palabra de Dios. Es poner a los hombres en frente de la Palabra de Dios.

El conocimiento de la Palabra de Dios es un prerrequisito de la fe salvadora. Más que esto; es un elemento


constitutivo de la fe salvadora. El creyente acepta la verdad revelada en la Palabra de Dios y se confía a sí
mismo para la salvación al Hijo de Dios; pero evidentemente, no puede hacer ninguna de estas cosas sin
conocer el contenido de la Escritura. Yerran gravemente los que ponen un precio a la ignorancia,
sugiriendo que, a cuanto menos conocimiento de la Biblia, más sencilla y fuerte será la fe. La antítesis del
conocimiento y la fe es falsa. La fe no es jamás un salto en las tinieblas, ni un juego de azar. Todo aquel
que se confía al Salvador, lo hace a causa de su conocimiento de este Salvador, obtenido por medio de la
Escritura Sagrada.

A la pregunta de cuanto conocimiento debe exigir el evangelista de aquel que desea unirse a la iglesia por
medio de la profesión de fe, la respuesta no es difícil: Debe saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, el único
salvador por su muerte substitutoria y Señor de todos. Asimismo aquel que tiene que ser bautizado en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ha de tener algún conocimiento del Dios Trino. Y estando
el Credo apostólico basado en la doctrina de la Trinidad, debe esperarse que pueda suscribir las
enseñanzas básicas de la religión cristiana contenidas en esta confesión ecuménica. En cuanto a su propia
persona, debe saber que es un pecador que necesita salvación, que no puede salvarse a sí mismo y que la
salvación es por la gracia del Trino Dios. La entrega personal a esta gracia es la esencia de la fe salvadora.

Debe hacerse una distinción entre aceptar las proposiciones escriturales respecto a Cristo, y la entrega de
uno mismo a la persona de Cristo. Esta distinción es esencial. Es de comprender que aquel que acepta
tales proposiciones, como la de Cristo nació de la virgen María murió por los pecadores en la cruz del
Calvario, y se levantó de los muertos; y sin embargo no se confía a sí mismo para la salvación a la persona
de Cristo, tiene tan sólo una fe especulativa o histórica, tal como la que Pablo atribuyó al rey Agripa
cuando le preguntó “si creía a los profetas”… e inmediatamente respondió: “Yo sé que crees” (Hechos 18-
27).

Esto es un caso de ortodoxia muerta. Sin embargo, no pensamos por un momento que es posible creer en
la persona de Cristo sin creer lo que la Biblia enseña acerca de Él. El conocimiento o sea, la fe histórica en
su persona, es necesaria para dar lugar a la fe salvadora.

Con no poca frecuencia los evangelistas, cuando piden a los pecadores que crean en Cristo, confunden la
esencia de la fe con la seguridad de la fe. Esto es un grave error. Aun cuando una cierta medida de
seguridad acompaña inmediatamente la fe salvadora, no es esto un hecho inherente a la fe. Se puede
poseer la esencia de la fe salvadora sin gozar siempre de completa seguridad. Puede haber personas que
no sean capaces de decir en todo momento: “Yo sé que mi Salvador vive” (Job 19-25) y “Yo sé en quien he
creído” (2 Timoteo 1-12) y sin embargo ser sinceros creyentes.

Por lo tanto, el evangelista no debe insistir en que el candidato al bautismo cristiano esté completamente
en el camino de la vida eterna. No debe preguntarle más, ni pedir más, que lo que Pablo pidió al carcelero
de Filipos “Cree en el Señor Jesucristo” (Hechos 16-31). El exigir una completa seguridad de fe, puede dar
lugar a declaraciones forzadas, y no del todo sinceras. La mirada de fe al Cristo crucificado, como la de los
israelitas mordidos por las serpientes venenosas, es fe salvadora (Juan 3:14-5). Evidentemente Naaman el
siro, tenía poca seguridad de fe, cuando entró en las aguas del Jordán, sin embargo haciéndolo así, probó
que tenía algo de fe, o siguiera de esperanza en su curación, y esta fe, aunque débil y pequeña, fue
suficiente para limpiarle de su lepra (2 Reyes 5, 14). Jesús equiparó la fe en El con el acudir a Él, cuando
dice: “El que a Mi viene nunca tendrá hambre y el que en Mi cree no tendrá sed jamás” (Juan 6:36). El
acudir para salvación al Cristo de la Palabra Santa, es en sí mismo un acto de fe.

LA PALABRA DE DIOS Y LA CONDUCTA EJEMPLAR

Nadie tiene el derecho de decir que Dios no puede usar su Palabra para la salvación de los pecadores, si
aquel que trae la Palabra no es él mismo una persona salva. Dios es soberano y también en este punto su
soberanía debe ser respetada. Dios puso una magnífica y hermosa profecía mesiánica en la boca del impío
Balaam (Números 24:17-19) y el impío Caifás testificó de la muerte vicaria de Cristo (Juan 11:44-51). Y
Judas Iscariote fue uno de los doce enviados por Jesús a predicar el Evangelio. Dios puede emplear para la
salvación de las almas el Evangelio de verdad, predicando por boca de un infiel o un hipócrita.

Sin embargo, el que enseña la Palabra de Dios a otro y no es hacedor de la misma, no tiene derecho a
esperar la bendición divina sobre su enseñanza, por lo que hace contradice lo que enseña. Las gentes
tienen en tal caso toda razón para decirle: “médico cúrate a ti mismo”, o arrojarle en la cara el refrán
“Habla tan fuerte que no puede oír él mismo lo que dice”. En tales casos puede traerse a la memoria la
irónica advertencia de Ofelia a su hermano Laertes en la obra “Hamlet” de Shakespeare:
“No hagas como algunos pastores desgraciados mostrando el sendero al cielo llenos de espinas; mientras
tu como un impío libertino andas por un camino de rosas”.

Por el contrario, la vida del evangelista piadoso confirmará su mensaje dando testimonio elocuentemente
a la verdad del mismo.

Por otro lado, no es justo llegar a la conclusión de que una vida santa y ejemplar puede tomar el lugar del
Evangelio y hacerlo superfluo. Esta posición es tomada a veces con abuso, citando la historia de Francisco
de Asís. Se dice que este famoso santo invitó a un monje joven a acompañarle a cierto pueblo con el
propósito de predicar el Evangelio. Al llegar al poblado hallaron mucha pobreza y enfermedad. El aliviar
aquella miseria les tuvo ocupados todo el día. Por la noche le preguntó el joven monje cuándo y cómo
habían predicado el Evangelio. Francisco le respondió: “Lo hemos estado predicando todo el día”. Si
Francisco trataba de equipar los hechos de misericordia con la Palabra de Dios como medio de gracia,
estaba equivocado.

Los que mantienen que un ejemplo de santidad puede sustituir el Evangelio, no están en el terreno bíblico.
Cuando Jesús envió a sus doce apóstoles a las ovejas perdidas de la casa de Israel, les encargó predicar,
diciendo: “El reino de los cielos se ha acercado” además de recomendarles “Curad a los enfermos” (Mateo
10:7-8). Ellos no tenían solamente que curar sino también predicar. Esta era su primera y primordial tarea
y obedecieron, “yendo por todas las ciudades, predicando el Evangelio y sanando toda enfermedad”
(Lucas 9:6). Cualquiera que conoce la vida misionera de Pablo, sabe que él consideraba la predicación del
Evangelio su objetivo principal, y la curación de enfermos como algo subsidiario.

En ciertos pasajes del Evangelio parece insinuarse que el mensaje de Dios puede ser substituido por una
conducta ejemplar. El apóstol Pedro exhorta a las esposas a ser sujetas a sus maridos para que “aquellos
que no obedecen a la Palabra puedan ser ganados sin palabra por la conducta honesta de sus esposas” (1
Pedro 3:1-2). Sin embargo debe ser observado, en tal caso, que es inconcebible que el marido de una
mujer creyente no tenga conocimiento ninguno de la Palabra de Dios. La expresión sin palabra en este
caso se refiere, no a la Palabra Divina, sino a las muchas palabras de la esposa, tratando de enfatizar
aquella Escritura santa que el marido ya conoce. La idea es, que el tal énfasis debe ser dado, no por medio
de palabrería sino por una conducta santa.

El pasaje de 2 Corintios 3:3 es citado también como un ejemplo de que la vida cristiana es un sustituto al
evangelio cristiano. El versículo dice:

“Siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros; escrita no con tinta, sino con el Espíritu
del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”.

Este pasaje ha sido interpretado como si la vida de cada creyente fuera una visión escrita por el Espíritu
Santo del Evangelio de Cristo. A la luz del contexto esta idea no existe. Pablo había sido calumniado en
Corintio. Aún dentro de la iglesia ponían en duda su apostolado. Y con esta idea en mente pregunta:
“Necesitamos nosotros… cartas de recomendación a vosotros” y responde el mismo a la pregunta
“Vosotros sois nuestras cartas, escritas en vuestros corazones, conocidas y creídas por todos los hombres”
(2 corintios 3:1-2).

Ampliando el concepto de la epístola podríamos glosar este pasaje así: vosotros, creyentes corintios, en
vuestra condición de cristianos sois manifiestamente una epístola que Cristo me ha hecho escribir; sois mis
colaboradores en el Evangelio, por la operación del Espíritu Santo en vuestros corazones”. Aquí se dice que
los cristianos corintios era su carta de recomendación. Haciéndoles cristianos, por la predicación de Pablo
aplicada por el Espíritu Santo en sus corazones, Cristo había recomendado a Pablo como su apóstol.

Paralela con este pasaje está la declaración de Pablo, dirigida también a los creyentes de Corinto: “Mi
apostolado sois vosotros en el Señor” (1 Corintios 9:12). Pero identificar esta simbólica epístola de Cristo,
con el Evangelio, está fuera de lugar.

Está claro que aun cuando el evangelista tiene el sagrado deber de confirmar su mensaje con una conducta
cristiana ejemplar, la vida santa no es un sustituto al evangelio hablado.

LA PALABRA DE DIOS Y LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

La experiencia pertenece a la esencia del cristianismo. El nuevo nacimiento sin el cual ninguno puede ver el
Reino de Dios, es una experiencia aunque inconsciente. La convicción de pecado, el arrepentimiento hacia
Dios y la fe en Cristo producen un crecimiento en santidad, La fe en Cristo y el crecimiento en santidad, son
todas ellas experiencias conscientes, a la vez que tan necesarias como lo es la regeneración. Sin embargo
la substitución que la experiencia religiosa, (ora del evangelista o del evangelizado) por el Evangelio es un
error muy serio. En la segunda mitad del siglo XVIII Alemania había caído bajo el racionalismo. Aquellas
enseñanzas escriturales que no estuvieran de acuerdo con la razón humana, tales como la doctrina del
pecado original, la muerte substitutoria, y la justificación por la fe, fueron desterradas del púlpito.
Doctrinas como de la Trinidad y las dos naturales de Cristo, se les consideraba puramente especulativas.
Este racionalismo trajo, a principios del siglo XIX una reacción conciliatoria por parte de Federico
Schleiermacher un profesor de la universidad de Berlín, la cual ha ejercido una poderosa influencia por
toda la cristiandad.

Es triste decir que la reacción del racionalismo de Schleiermacher estuvo viciada por su falso concepto de
la Escritura. El consideró la Biblia no como la revelación objetiva de Dios al hombre, sino como un relato de
experiencias subjetivas de santos prominentes; y por consecuencia arguyó que el contenido de la
predicación debe ser derivado de la conciencia religiosa del predicador, para identificarse con la conciencia
religiosa de la congregación nutrida por la lectura de la Escritura, especialmente del Nuevo Testamento.
Según Schleiermacher la predicación no es la explicación y aplicación de la Escritura, sino el propósito de
impartir experiencias y conciencia religiosa del propio predicador, y el propósito de tal predicación no es la
doctrina, sino la vida cristiana. De este modo Schleiermacher estuvo de acuerdo con el racionalismo en
que el contenido de la predicación ha de ser obtenido subjetivamente, pero difería del racionalismo en
que su punto de partida no era escéptico sino religioso.

El famoso teólogo berlinés, es conocido como el padre del Liberalismo teológico actual. Debido a su
influencia la predicación liberal de nuestro tiempo ha substituido la palabra objetiva de Dios por la
experiencia subjetiva religiosa. Este es el punto de vista de los evangelistas modernistas, y
desgraciadamente no todo el evangelismo fundamentalista está libre de este error. No necesita probarse
que tal menosprecio de la Palabra de Dios en el Evangelismo, es antibíblico. Constituyen el grande desafío
al mandato solemne de Pablo a su hijo espiritual y colaborador en la obra del Evangelismo: Te encargo por
lo tanto delante de Dios y del Señor Jesucristo que ha de juzgar a los vivos y a los muertos en su aparición y
en su reino: predica la Palabra, insta a tiempo y fuera de tiempo, redarguye, exhorta, enseña con toda
paciencia y doctrina (1 Tim. 4:1-2). Y es una atrevida negación de aquella otra afirmación escritural: “La
Palabra de Dios es viva y eficaz y más penetrante que una espada de dos filos que penetra hasta los
corazones y llega a partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y
las intenciones del corazón”. (Hebreos 4:12).

Se mantiene con frecuencia el punto de vista de que algunos hombres han sido a veces traídos al Reino
más bien por una experiencia notable de su vida, con poca o ninguna referencia a la Palabra de Dios. Por
ejemplo, se dice que algunas personas han sido convertidas por alguna enfermedad seria, por algún
accidente que amenazó de muerte sus vidas, o por la muerte de algún hijo muy querido.

Aun cuando siempre tiene que sostenerse que el nuevo nacimiento es el requisito al ejercicio de la fe
salvadora, no tiene que negarse que Dios puede usar tales experiencias a tal fin de preparar
psicológicamente a los pecadores para la recepción del Evangelio. Pero tales experiencias no son otros
medios de gracia, en lugar de la Palabra de Dios.

La enseñanza de Jesús sobre este punto es muy clara. En la parábola del rico Lázaro, este sufre los
tormentos del infierno viendo Abraham de lejos y a Lázaro en su seno. Cuando su petición de que Lázaro
sea enviado para aliviar sus sufrimientos, le es negada, presenta un ruego final. “Yo te ruego padre que lo
envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, a fin de que no tengan que venir a este lugar
de tormento. La respuesta de Abraham es: “A Moisés y a los profetas tienen, óiganlos”. El rico insiste: “No
padre Abraham, pero si uno puede ir de los muertos se arrepentirán”, a lo cual Abraham responde
categóricamente: Si no oyen a Moisés y a los profetas tampoco creerán si alguno se levantase de los
muertos (Lucas 16:23-31). “Moisés y los profetas” significan aquí la Biblia de aquel tiempo. Es difícil
imaginar una experiencia más sobrecogedora que la vista de alguien levantado de los muertos. Por tanto
este pasaje significa que la experiencia más impresionante no salvará jamás a quien rehúsa atender a la
Palabra de Dios.

LA PALABRA DE DIOS Y LA ORACIÓN


Se habla a veces de la oración como un medio de gracia. Así debe ser considerada, pero no como un medio
de gracia equivalente a la Palabra de Dios. La Palabra de Dios y la oración, son medios de gracia en un
sentido diferente. Dios imparte la gracia salvadora mediante su Palabra como instrumento y también
imparte la gracia salvadora en respuesta a la oración.

Para entender la diferencia entre estos dos medios no serán superfluas las consideraciones que siguen.

El orar, por la conversión de un alma, ya sea en China o en la vecindad y no hacer nada a favor de tal
persona para llevarla al conocimiento del Evangelio de Jesucristo, es una abominación.

Por otra parte, ser diligente en la salvación de los perdidos y no orar a Dios que bendiga esta siembra de su
Palabra en tales corazones para salvación, es una insensatez, ya que sólo Dios, por el Espíritu Santo, puede
traer por medio de su Palabra, a los pecadores al arrepentimiento.

ACTIVIDADES

1- ¿Cuáles son los medios que se describen para la Evangelización?

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2- ¿Por qué la Palabra de Dios es importante en la Evangelización?

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3- ¿Qué es el Racionalismo?

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4- ¿Cómo afecta el Racionalismo la Experiencia Religiosa?

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LECCIÓN No. 14

LA IGLESIA Y LA TACTICA DEL EVANGELISMO

A menudo se oye decir que los paganos están hambrientos y sedientos del Evangelio. Esta afirmación está
muy lejos de la realidad.

Con toda seguridad Dios puede conceder a un pagano la gracia de la regeneración para aceptar por fe el
Evangelio tan pronto como este le llega. Si así ocurre, debemos alegrarnos. Nadie tiene el derecho de
restringir la soberana gracia de Dios negando tal posibilidad. Es posible que haya casos en que Dios de un
gran deseo de salvación a alguien que todavía está ignorante del Evangelio.

Es también verdad que los paganos tienen sus conciencias. A menudo su conciencia les acusa de haber
ofendido a la Deidad; y tienen deseos de reconciliación. Este deseo puede venir a ser tan fuerte que, como
medio de apaciguar a la Divinidad harán grandes sacrificios. Por ejemplo, una madre india puede arrojar a
su bebé a las aguas del sagrado Ganges. En tales casos puede existir un fuerte anhelo de salvación según
su propia luz.

Sin embargo suele ser olvidado por los que ligeramente afirman que los paganos están hambrientos y
sedientos del Evangelio, que tan sólo por gracia del Espíritu Santo puede alguien nacer otra vez, o querer
ser salvo en los términos de salvación puestos por Dios en el Evangelio. Todos los otros encuentran
ofensivo el mensaje de salvación por gracia. Esto es lo que declara la Biblia cuando dice que “Cristo
crucificado es a los judíos tropezadero y a los gentiles locura (1 Corintios 2:23). Tan grande es la
depravación de los hombres no regenerados, que aunque no hay nada que necesiten más que el
Evangelio, no hay nada que deseen menos.

De ahí se sigue que al considerar la táctica del Evangelismo, no debemos suponer que hay en el hombre
natural algún bien espiritual que hace su corazón fértil a la semilla del Evangelio. Sólo cuando el Espíritu
Santo le ha dado un corazón de carne en vez del corazón de piedra (Ezequiel 11, 19), la simiente caerá en
buena tierra y traerá fruto (Mateo 13:8-23).
¿En qué sentido pues debemos hablar de la táctica del Evangelismo?

Lo que sigue es una respuesta a esta pregunta.

LA NATURALEZA RELIGIOSA DEL HOMBRE

El hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26); esto le distingue de las otras
criaturas terrenales. Es lo que le hace ser un hombre. Uno de los aspectos de la imagen divina del hombre
es lo que los teólogos llaman “sensus divinitatis” o sea, sentido de la divinidad. El hombre es consciente de
la existencia de un Ser Supremo. Ha sido dicho que el hombre es incurablemente religioso. La religión no
es empero una enfermedad sino que pudiera mucho mejor ser dicho que es “constitucionalmente
religioso”.

Cuando el hombres cayó en pecado, la imagen de Dios sufrió un incalculable daño; sin embargo no fue
totalmente borrada; quedan vestigios de la misma. El hombre caído es todavía un ser humano. Todos los
dones que Dios otorgó al principio y que debía haber usado tan sólo para la gloria de Dios, los emplea
ahora en oposición a Dios; pues en vez de amarle le aborrece (Romanos 1:30). Esto es, resumidamente, el
cuadro de la total depravación humana.

Uno de los aspectos más prominentes de la imagen divina que han quedado en el hombre es su “sensus
divinitatis”; pero con toda seguridad, también este don ha sido corrompido; pues leemos que “cambió la
verdad de Dios por mentira y sirvió a la criatura antes que al Creador” (Romanos 1:25). Sin embargo,
todavía posee una naturaleza religiosa. Esto es verdad de todo ser humano, incluyendo al más
presuntuoso ateo. Era una gran verdad lo que se decía durante la guerra mundial. “No hay ateos en las
trincheras”. Aquí viene a tono la historia del ateo que debía ser ejecutado por asesinato, quien, aunque
había negado a Dios y a la inmoralidad, cuando se encontró frente al instrumento de muerte oró diciendo:
¡Oh Dios si hay un Dios, salva mi alma, si tengo un alma”! En el oscuro continente de África no ha sido
hallada ni una sola tribu desprovista de religión. El mismo comunismo ateo es en sí una religión; es la
adoración del Estado.

Aunque pervertida, la naturaleza religiosa del hombre puede servir como punto de contacto a quien trae el
mensaje del evangelio. El misionero Pablo hizo uso de ello en la pagana Atenas cuando dijo en el
Areópago: “Varones atenienses en todo os veo excesivamente religioso, pues pasando y mirando vuestros
altares hallé uno con la inscripción “Al Dios no conocido”. A este a quien vosotros adoráis sin conocer, a
este os anuncio yo (Hechos 17:22). Debe notarse aquí que la versión revisada ha corregido la antigua del
rey Jaime (1). El adjetivo griego “deisidaimón”, puede significar tanto muy religioso, como supersticioso;
pero no es razonable creer que al abrir Pablo su boca habrían empezado por acusar a sus oyentes de
excesivamente supersticiosos, pues habría sido una completa falta de táctica y podemos decir, como
algunos pretenden, que habló con cierta ambigüedad. Lo más razonable es que trató de decir a sus
oyentes atenienses que había observado que eran muy religiosos.

VERDAD EN LAS RELIGIONES FALSAS

En los últimos decenios, se ha dado mucha atención a la religión como ciencia. La historia de las religiones
trata de reunir y coordinar hechos históricos. La Religión Comparada, pone en contraste una religión con
otra; y la psicología o filosofía de la Religión, trata de estudiar el origen de las religiones. Algunas veces
estos aspectos de la ciencia religiosa se reúnen bajo el título de Historia de la Religión o de las religiones.
La Historia de la religión busca respuesta a la pregunta de cómo se originó el sentimiento religioso; pero
esto no puede ser determinado sobre una base histórica.

La religión fue originada en tiempos prehistóricos, por lo tanto los historiadores han sido obligados a
adoptar explicaciones psicológicas con respecto al origen de la religión. Por ejemplo ha sido dicho que de
la reverencia al jefe de la tribu o del temor a las fuerzas sobrehumanas de la Naturaleza, dedujo al hombre
el concepto de un Ser Supremo. Evidentemente, esta es una falacia. La única manera por la cual nosotros
podemos obtener un conocimiento cierto de los hombres prehistóricos es por la revelación de Dios. O
tenemos que aceptar el relato bíblico del origen de la religión o conformarnos con nuestra absoluta
ignorancia sobre tal origen.

Sobre este asunto existen dos tendencias divergentes y opuestas. Tenemos la tendencia naturalista y la
revelacionista o sobrenatural. La primera enseña que el hombre primitivo, de su propia iniciativa llegó a un
conocimiento rudimentario de Dios y que en el curso de la historia, por medio de la recepción humana y la
experiencia, el concepto fue purificado y embellecido. Se ha dicho, por ejemplo, que el Monoteísmo es
todo un desarrollo posterior. Por esto se atreven a afirmar que el libro del Deuteronomio que insiste de un
modo enfático en que hay un solo Dios (Deuteronomio 6:4) no puede haber sido escrito por Moisés, sino
centenares de años después. La gran mayoría de modernos escritores de Historia de la religión, tomo esta
actitud, con excepción del notable escritor católico Wilhelm Schmidt de la universidad de Viene, quien en
su obra monumental “Origen de la idea de Dios” ha demostrado por medios históricos que la primitiva
religión del hombre fue monoteísta, y que la historia politeísta de las religiones, muestra una degradación,
en vez de evolución religiosa.

La enseñanza de la Escritura sobre este asunto no ofrece lugar a dudas. El primer hombre fue creado a la
imagen del Creador y poseyó un verdadero conocimiento de Dios, así como justicia y santidad (Col. 3:10;
Efesios 4:24). Sólo cuando cayó en pecado el conocimiento de Dios fue corrompido y esta situación fue
restaurada después por la revelación sobrenatural.
Con esto no debemos llegar a la conclusión que todas las religiones, excepto el Cristianismo, son
totalmente falsas y contienen ningún átomo de verdad. Lo cierto es que son esencialmente falsas, y el
cristianismo es la única religión verdadera; volveremos sobre este asunto en otro lugar de este libro; pero
por el momento basta decir que todas las religiones son falsas porque señalan a falsos dioses y falsos
caminos de salvación. Sin embargo debe afirmarse que todas las religiones del mundo son corrupciones de
la verdadera religión original, y que hay una gran cantidad de elementos de verdad en tales religiones.
Habría sido extraño que todo punto de verdad hubiese desaparecido eternamente de ellas. Sabemos, de
hecho, que Dios no ha permitido que tal cosa ocurriese.

Así hallamos que todas las religiones tienen dos creencias en común: La fe en un ser sobrenatural y la
creencia en la inmoralidad del alma humana. A esto debe añadirse también que tienen dos prácticas en
común, la oración y las ofrendas. El Cristianismo también tiene estas creencias y prácticas y las posee en su
más pura forma, mientras que todas las otras religiones las han groseramente corrompido. Como un
ejemplo concreto diremos que ni aún el monoteísmo Judaico puede ser identificado con el monoteísmo
del Cristianismo, pues el monoteísmo judaico no da lugar a la doctrina de la Trinidad. Sin embargo es una
forma u otra las creencias verdaderas, antes mencionadas, con comunes a muchas religiones de la
humanidad.

El relato bíblico nos da un interesante ejemplo de cómo Pablo usó un elemento de verdad contenido en la
religión falsa de Atenas. El apóstol dijo a los aeropagitas: “Dios no está lejos de cada uno de nosotros
porque en El vivimos y nos movemos y somos, como también algunos de vuestros poetas dijeron, porque
linaje de este somos también”. Pablo estaba citando aquí a Arato de Soli, en Silicia, un poeta de la tercera
centuria antes de Cristo y también casi verbalmente a Clenato de Ason, en Mysia, discípulo del filósofo
Zenon. Después de haber expresado su acuerdo con estos poetas paganos, Pablo procedió a apartar a los
atenienses de su idolatría diciendo: “Por lo tanto, siendo linaje de Dios, no debemos estimar a la divinidad
ser semejante a oro o plata, como escultura de artificio o de imaginación de hombres (Hechos 17:27-29).
Es muy remarcable la táctica que empleó aquí el apóstol Pablo. Se comprende que su exegesis de la frase
“siendo pues linaje de la Divinidad” sería bastante diferente de la de los propios Arato y Clenato, sin
embargo él halló una verdad, aunque pervertida, en la religión pagana, y de ahí hizo su punto de partida
para la proclamación del único y verdadero Dios.

LA GRACIA COMÚN DE DIOS

La Biblia enseña enfáticamente, que la bondad de Dios y aún su amor se extiende a todas las criaturas
racionales. “El Señor es misericordioso y piadoso, lento para la ira y grande en misericordia”. “Bueno es el
Señor para con todos”. Así cantó el salmista (Salmo 145:8, 9). Refiriéndose a la compasión de Dios hacia la
perversa ciudad de Nínive, Jonás testificó: “Yo sé que tú eres un Dios piadoso y misericordioso, lento para
la ira y grande en misericordia y que te arrepientes del mal (Jonás 4:2). El Señor Jesús mandó a sus
discípulos: “amad a vuestros enemigos, bendecir a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen
y orad por lo que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos
que hace que su sol salga sobre bueno y malos y llueva sobre justos e injustos (Mateo 5:34-45).

Es digno de notar que el más grande de todos los misioneros cristianos usó la Gracia común de Dios como
punto de partida en la proclamación de la gracia salvadora al pueblo de Misia y Derbe, diciendo: “Dios no
se ha dejado a si mismo sin testimonio, dándonos lluvia del cielo y frutos de la tierra, llenándonos los
corazones de gracia y alegría” (Hechos 14:17). Las bendiciones de la naturaleza derramadas sobre todas las
naciones son una evidencia de la gracia común de Dios.

La moral que restringe el pecado en las vidas de los hombres, y las virtudes efectivas en hombres no
regenerados, son pruebas adicionales de esta verdad: Que como hemos señalado anteriormente, existen
todavía vestigios de la imagen divina en el hombre caído, y no todo rasgo de verdad ha desaparecido de las
religiones éticas, es debido a la bondad de Dios, y que aún los pecadores no regenerados hacen cierta
clase de bien (Lucas 6_32-33), no puede ser explicado de otro modo. El respeto que los chinos tienen para
con sus progenitores, aún cuando ha degenerado a un culto abominable a los antepasados, es una virtud
que ofrece al misionero cristiano un punto de contacto. ¿Qué misionero entre los judíos o los
mahometanos no sacará ventaja del monoteísmo de estas religiones, aún cuando sean una desnuda y
estéril fe? El fatalismo Islámico, aunque muy lejano de la doctrina cristiana de la predestinación divina
contienen bastante verdad para que pueda ser usada por aquellos que evangelizan a los mahometanos.

LA REVELACIÓN DE DIOS EN LA NATURALEZA

Tanto el orden material, como el espiritual, son revelaciones divinas y tienen en común el que ambas
presentan los atributos del Creador. Por esto no es extraño que haya entre ellas analogías dignas de
comparación. Difícilmente podrá ser de otro modo.

Debemos tener en cuenta que el orden natural ha sido trazado de acuerdo con el orden espiritual; no el
espiritual según lo natural. El hecho de que toda la Naturaleza sea una revelación de Dios (Juan 4:24) no
deja lugar a otra posibilidad. Cuando Jesús habló de sí mismo como la Vid verdadera (Juan 5:21) quería
enseñar que Él es el arquetipo (modelo) original y que las ramas deben parecerse a Él.

La razón porque la Escritura habla de Dios como Padre, no es porque él se parece a los padres humanos,
sino porque los padres humanos se parecen remotamente a Dios. La paternidad divina es desde la
eternidad, antes de que existiesen padres humanos Dios era Padre. El famoso libro de Enrique Drumond,
en su libro “La ley natural en el mundo espiritual” podría ser titulado con más razón “La ley espiritual en el
mundo natural”.

En su enseñanza, el Señor Jesucristo hace mucho uso de las analogías que existen en el mundo natural con
respecto al espiritual. Esto es lo que enseñó por medio de parábolas. ¿Qué es una parábola sino un relato
natural con un significado espiritual? Cada una de las parábolas de Jesús enseña su particular lección.
Todas sus parábolas juntas convienen en la interesante lección de que la revelación natural y la espiritual
son ambas de Dios y análogas entre sí.

En su evangelismo el Salvador, usó la Naturaleza como punto de contacto. Bajo la figura del nacimiento
introdujo a Nicodemo el asunto de entrar en el Reino de Dios (Juan 3:3-6). Cuando vio la mujer samaritana
al lado del pozo con su cántaro, le pidió de beber, antes de recomendar a ella el agua de Vida de la cual el
que bebe nunca vuelve a tener sed (Juan 4:7-14).
Después de ordenar al paralítico de Bethesda que se levantara, tomara su lecho y andara; capacitándole
para obedecer este mandato, le buscó y le dijo: “He aquí tú has sido sanado, vete y no peques más para
que note acontezca alguna cosa peor”. (Juan 5:1-14). Al curar al paralítico demostró que tenía poder para
perdonar pecados (Marcos 2:1-12). Primero abrió los ojos físicos del ciego de nacimiento, para darle
después la vista espiritual por la fe (Juan 9:1-38).

Todos sus milagros de curación eran símbolos que testimoniaban la curación espiritual; y al levantar a los
muertos demostró que El tenía la prerrogativa divina de dar vida a los muertos en sus delitos y pecados.

La tarea del Evangelismo es espiritual. Nada debe apartarle del cumplimiento de esta misión; sin embargo
es buena táctica acercarse a quienes quieren evangelizar mostrándoles la existencia de Dios medio de las
obras de la Naturaleza. Hacerlo así facilitará mucho la tarea. También tiene que interesarse en todo su
bienestar material. Yerran los que piensan que el evangelista sólo tiene que pensar en la salvación de las
almas, prescindiendo de la salvación de los cuerpos. El evangelista tiene que mostrar su interés por la
salud, las cosechas, los oficios y el modo de vivir de aquellos a quienes trata de evangelizar. Sobre todo
tiene que procurar hacerse amigo de sus hijos, pues no hay instinto humano más fuerte que el amor
paterno y materno. ¿Puede alguien dudar de que cuando Jesús abrazó a los infantes y bendiciéndoles dijo:
“Dejad a los niños venir a Mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el Reino de Dios (Marcos 10:14)
tenía en su mente el propósito de llevar a las madres también a su reino?

ADAPTACIÓN MISIONERA

Es necesario decir que el misionero tiene que adaptarse al pueblo al cual quiere evangelizar. Tiene que
hacer todas las renuncias necesarias a tal objeto, excepto a sus principios morales y espirituales. El
misionero Pablo practicó ambas reglas de un modo admirable.

Cuando el Evangelista Timoteo iba a acompañarle en un viaje por el Asia Menor, Pablo lo circuncidó, “a
causa de los judíos que había en aquellos contornos; pues todos sabían que su padre era griego”. (Hechos
16:3). Por el otro lado, cuando los judaizantes pidieron que el evangelista Timoteo fuera circuncidado, el
mismo apóstol, “no se rindió a esta sugerencia, ni por una hora” (Gálatas 2:3-5). No hay inconsistencia en
él. En el primer caso no se sacrificaban ningún principio, ya que Timoteo era judío por parte de su madre y
se hizo lo más práctico en el caso. En el otro ejemplo se trataba de ceder a la pretensión de que los
gentiles debían seguir los dictados de la Ley; y la verdad de la salvación por gracia y la libertad cristiana,
venían a ser comprometidas al ceder a tal pretensión.

Hay varias opiniones acerca del porque el misionero escogido por Cristo para los gentiles cambió su
nombre hebreo de Saulo que significa pedido, por el de Pablo, que significa en griego pequeño. Algunos
piensan que el cambio de nombre tuvo lugar con motivo de su conversión y que era una expresión de
humildad. Otros se inclinan a creer que el apóstol empezó a llamarse Pablo desde que convirtió a Sergio
Paulo, gobernador de Cipro; ya que el historiador Lucas empieza a llamarle Pablo desde este momento.
Pero lo más probable es que el cambio de nombre fue simplemente un caso de adaptación misionera.
Puesto que había sido enviado a traer el Evangelio al mundo gentil pensó que era más prudente ir con un
nombre griego que con uno hebreo.
Algunos piensan que Pablo traspasó los límites de una conveniente adaptación cuando habiendo vuelto a
Jerusalén de su tercer viaje misionero, siguió el consejo de sus amigos de practicar un voto ceremonial a
fin de probar a los creyentes judíos que no había roto con las tradiciones de su nación (Hechos 21:20-25).
Lo cierto es que el tomar este voto le trajo serios percances. Si erró o no en este asunto, es difícil de
determinar. El autor prefiere dar al apóstol el beneficio de la duda.

La Iglesia apostólica se enfrentó con un problema que es todavía motivo de contención en muchos campos
misioneros. ¿Qué es necesario hacer con los polígamos paganos cuando se convierten al Cristianismo? ¿Es
indispensable el despido de todas las esposas excepto una, como condición para la membresía de la
iglesia? El Nuevo Testamento responde a esta cuestión. En tito 1:6 y 1 Timoteo 3:2.12 se da la regla de
que, tanto los ancianos como los diáconos deben ser “maridos de una mujer”. Esto no puede significar que
tengan que ser casados. Si Pablo hubiese querido esto lo habría declarado llanamente, sin hablar de una
esposa. Tampoco es presumible que el apóstol negara el privilegio de ser oficiales de la iglesia a los
miembros que hubiesen contraído segundas nupcias, pues en otro lugar el apóstol enseñó: “La mujer
casada está sujeta al marido por la ley, entretanto que el marido vive; pero si muriese, libre es de la ley del
marido. Así que viviendo el marido se llamará adúltera si fuere de otro varón, más si su marido muriere
libre es de la ley; de tal manera que no será adúltera si fuere de otro marido” (Romanos 7:2, 3).
Seguramente esto se aplica a los maridos igual que a las esposas.

Sin duda alguna, aunque el Nuevo Testamento no sanciona la poligamia, y ningún mimbro de la Iglesia
apostólica podría casarse con más de una mujer; sin embargo, por vía de concesión, un convertido que
tuviera ya varias esposas era recibido en la membresía de la Iglesia. En tal caso no podía tal miembro
aspirar, ni ser elegido, para ningún cargo de la Iglesia. Esta concesión pudo haber sido hecha porque el
despido de todas las esposas excepto una podría acarrear peores males que los que resolviera, haciendo
más daño moral que bien. No obstante esta concesión no era sino una medida excepcional, y no sigue de
ahí que la misma debe ser hecha hoy día en todo campo de misión en todos los casos. Mucho depende de
las circunstancias precisas de cada caso.

Pablo ha dado expresión enfática a su buena voluntad de acomodarse a aquellos que quería ganar para
Cristo hasta el punto de decir: “Por lo cual siendo libre para con todos me he hecho siervo con todos para
ganar a más. Heme hecho a los judíos como judío, por ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley
(aunque yo no sea sujeto a la ley), como sujeto a la ley, por ganar a los que están sujetos a la Ley; a los que
son sin ley, como si yo fuese sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino en la ley de Cristo) por ganar a los
que estaban sin ley. Me he hecho a los flacos, flaco, por ganar a los flacos; a todos me he hecho a todo,
para que de todo punto salve a alguno” (1 cor. 9:19-22).

¿Y qué puede ser dicho de la inmaculada condescendencia del Salvador mismo? Aquí tales términos como,
adaptación, o acomodamiento, deben ser rechazados por inadecuados. El que era santo, inocente, limpio,
apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos (Hechos 7:26), recibía a los pecadores y
comía con ellos (Lucas 15:2). Aquel que como Hijo del Hombre recibió del anciano de Días: “Dominio,
gloria y Reino, para que le sirvieran todas las gentes, naciones y lenguas”, y cuyo dominio es “desde el siglo
y para siempre”; anduvo a pie de un lugar a otro, “para buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas
19:10). Y procuró “no ser servido, sino servir” y aún “dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28).
Aquel que era Dios verdadero “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en la condición
de hombre se humilló a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2:7,
8).

ACTIVIDADES

1- Describa la naturaleza del hombre.

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2- ¿Cómo actúa la gracia de Dios en el proceso de la salvación del hombre?

R=

3- ¿Cómo se revela Dios en la naturaleza?


R=

4- Describa la adaptación misionera.

R=

Es necesario decir que el misionero tiene que adaptarse al pueblo al cual quiere evangelizar. Tiene que
hacer todas las renuncias necesarias a tal objeto, excepto a sus principios morales y espirituales.

COPILADO DE LA SIGUIENTE BIBLIOGRAFÍA

WASTON DAVID:

CREO EN LA EVANGELIZACIÓN

Editorial Caribe, Miami, Florida. 1976

EVANGELIZACIÓN Y REVOLUCIÓ EN AMERICA LATINA

Documentos previos I.M.A.L. 1906

Montevideo, Uruguay
COSTAS ORLANDO:

HACIA UNA TELOGÍA DE LA EVANGELIZACIÓN

Ed. Buenos Aires 1973

BARCLAY WILLIAM:

PALABRAS GRIEGAS DEL NUEVO TESTAMENTO

Casa Bautista de Publicaciones

QUINTANILLA JUAN:

EVANGELIZACIÓN WESLEYANA

Revista Metodista

GREEN MICHAEL:

LA EVANGELIZACION EN LA IGLESIA PRIMITIVA

Ed. Certeza U.S.A. 1979. Buenos Aires, Argentina

CLADE:

AMERICA LATINA Y LA EVANGELIZACION EN LOS AÑOS 80s.

Fraternidad Teológica Latinoamericana

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