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APUNTE FINAL CLÍNICA CON ADULTOS

INTRODUCCION AL METODO PSICOANALITICO – Miller


I- Introducción a un discurso del método psicoanalítico
LA TÉCNICA Y LA ETICA
La técnica y la ética del psicoanálisis generalmente se piensan separadas. Hay en nosotros
cierta tendencia a hablar de la ética respecto al final de análisis, y de la técnica respecto al inicio
de análisis. En realidad, no podemos pensarlas diferenciadas porque todo punto técnico en el
análisis se vincula con la cuestión ética, porque nos dirigimos al sujeto, categoría que debemos
colocar en la dimensión ética.

¿CÓMO RECIBIMOS UN PACIENTE?


El que viene a vernos como analistas no es un sujeto, tampoco un paciente; es alguien a
quien le gustaría ser un paciente, un candidato. El paciente, en la práctica psiquiátrica, puede ser
designado por los otros, ese no es el caso de la práctica analítica.
El primer pedido en la experiencia analítica es la demanda de ser admitido como paciente.
Así, la primera avaluación es hecha por el paciente, es él el que primero avala su síntoma, y pide
un aval del analista sobre esa auto-avaluación. El acto analítico ya está presente en esa demanda
de avalar, en el acto de aceptar o también de rechazar la auto-avaluación de alguien que quiere
ser un paciente. El analista entonces tiene que tener una responsabilidad muy profunda.
Por esta razón las entrevistas preliminares. Las entrevistas preliminares no tienen sentido
alguno fuera de este contexto, esto es, sin decir que ya se considera en juego el acto analítico y la
ética del psicoanálisis en el inicio mismo de la experiencia analítica. La práctica de las entrevistas
preliminares significa que el comienzo es aplazado, el analista se demora en iniciar el proceso de
análisis hasta poder autorizar la demanda de análisis, de avalarla, según razones que deben ser
precisas. Cuando estas razones no están claras no se debe avalar tal demanda.
No hay práctica standard. Las entrevistas preliminares pueden durar un mes, un año y a
veces el analista se queda con el paciente durante varios años en una situación preliminar, de tal
forma que tendríamos un “preliminar permanente”.

NIVELES DE LAS ENTREVISTAS PRELIMINARES


Cada nivel entra en el siguiente, sin haber una separación completa de cada uno de ellos,
pues en realidad se superponen. Hay un vínculo entre cada uno de los tres niveles:
1. Avaluación clínica
Subjetivación
2. Localización subjetiva
Rectificación
3. Introducción al inconsciente

AVALUACIÓN CLÍNICA
No se trata de cosas difíciles de entender, sino de precisar. La precisión es un efecto de la
dirección de la cura. Las entrevistas preliminares se emplean para realizar un diagnóstico
preliminar. El analista debe ser capaz de concluir algo respecto de la estructura clínica de la
persona que viene a consultarlo. A veces, un psicoanalista puede dudar, y eso puede llevarlo a
recusar la demanda, a prolongar el tiempo de las entrevistas preliminares.
La avaluación clínica tiene una importancia vital cuando llegamos a pensar que el paciente
puede ser un psicótico. No es tan difícil cuando la psicosis está desencadenada, sin embargo, la
cuestión se torna crucial cuando la psicosis aún no se desencadenó, porque el análisis puede
desencadenarla. En general, debemos recusar la demanda de análisis de un paciente
prepsicótico. Al no recusarla, se debe tener el máximo cuidado para no desencadenarla a través
de una palabra cualquiera.
Para certificar que no se trata de un paciente psicótico debemos buscar lo que llamamos
fenómenos elementales. Fenómenos psicóticos que pueden existir antes del delirio. Estos son:
1. Automatismo mental (voces)
2. Fenómenos que conciernen al cuerpo
3. Fenómenos que conciernen al sentido y la verdad

DIAGNÓSTICO
El diagnóstico psiquiátrico se caracteriza siempre por una supuesta objetividad, y puede
parecer “mecanicista”.
En el campo analítico, estamos del lado del sujeto. La cuestión es si hay o no un diagnóstico
del sujeto. Ante esto señala la importancia de la avaluación clínica, para evitar malos entendidos,
lo cual no implica volver a la psiquiatría. Para ser lacaniano es preciso estudiar el saber clínico y
utilizarlo en la experiencia. Lacan decía que, en verdad, fundado en el discurso analítico, solo
existe el tipo clínico llamado “histeria”, y que los otros tipos clínicos que conocemos vienen de la
psiquiatría. Por eso necesitamos reformularlos y formalizarlos.
IGNORANCIA DOCTA
La ignorancia tiene una función operativa en la experiencia analítica. No habla de la
ignorancia pura sino de la ignorancia docta; de alguien que sabe cosas pero que ignora
voluntariamente hasta cierto punto su saber para dar lugar a lo nuevo que va a ocurrir. La función
operativa de la ignorancia es la misma que la de la transferencia y la de la constitución del Sujeto
supuesto Saber. El Sujeto supuesto Saber no se constituye a partir del saber sino a partir de la
ignorancia. A partir de esta posición el analista puede decir, o hacer entender, que no sabemos
con anterioridad lo que el paciente quiere decir, pero suponemos que quiere decir otra cosa.
DEL METODO FREUDIANO ANTE TODA COSA FREUDIANA – Allouch
I- Discurso del método en Freud
El discurso de Sigmund Freud fue un método promovido por él. Método nos remite al
término “camino”, sin embargo todo recorrido por un camino no se produce necesariamente de
manera metódica. Hay una historia del método.
Este nuevo método se caracteriza en el texto freudiano como “método de investigación”. Sin
embargo, Freud usa otras tantas veces el término “método psicoanalítico”. Éste se define en
particular por oposición a otros métodos designados por él: método anátomo-clínico; método de
Breuer; método hipnótico; método de Bernheim y método catártico.
II- Método y técnica
El método no es la técnica. Distinguirlos ofrece la ventaja de hacer factible la innovación
técnica manteniendo la práctica anclada en el mismo método.
Método, práctica y campo
Debe haber una cierta relación entre método freudiano y campo freudiano.
CONSEJOS AL MEDICO
Freud, menciona una serie de reglas técnicas, que facilitarían el trabajo e impedirían la
caída en negligencias que complicaran los tratamientos. Además, se demuestran como la
contrapartida de la regla fundamental del psicoanálisis impuesta al analizado: la asociación libre,
que consiste en que el paciente diga todo lo que se le venga a la cabeza sin objeciones lógicas ni
afectivas que le impidan la comunicación.
ATENCION FLOTANTE
El analista debe evitar toda influencia consciente y apelar a su memoria inconsciente (por
esta razón tampoco se recomienda tomar nota). Hay que mantener una atención flotante. De este
modo, el analista presta atención a todo el relato del paciente por igual y no hace énfasis ni
selecciona elementos particulares, proceso donde entrarían en juego las propias esperanzas y
tendencias.
CONDUCTA DEL CIRUJANO
La “actitud del cirujano” serviría para preservar la vida afectiva del analista y del analizante.
Esta consiste en acallar todos los afectos y concentrar sus energías en el fin del tratamiento.
ANÁLISIS PERSONAL
El médico debe orientar hacia el inconsciente del paciente su propio inconsciente. Es un
inconsciente receptor del inconsciente emisor del paciente. Para que el médico pueda servirse de
su inconsciente como instrumento debe haber pasado por un psicoanálisis. Esto resultará
positivamente ya que “a cada una de las represiones no vencidas del médico corresponde un
punto ciego en su percepción analítica”.
LA SUGESTION
El analista debe ser como un espejo, no debe mostrar más de lo que le es mostrado por el
analizante en el intento de generar un ambiente de confianza o empatía con el fin de vencer
ciertas resistencias. La sugestión se queda en el plano de lo consciente e incapacita al paciente
en el vencimiento de las resistencias inconscientes, de las cuales se encarga el psicoanálisis. Con
esto se ve dificultada además la solución de la transferencia, que es aquello con lo que se trabaja.
El médico debe permanecer impenetrable para el enfermo y no intentar contar acerca de sus
experiencias al paciente intentando generar confianza, porque con ese acto el acento se pone
sobre el analista.xc+
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Utilizamos la transferencia, no la sugestión.41
ACTITUD PEDAGÓGICA
Acerca de la actitud pedagógica Freud dirá que el analista, luego de haber liberado las
tendencias del paciente, no debe orientarlos hacia otros fines. “La ambición pedagógica es tan
inadecuada como la terapéutica”. Hay que dejar que el analizante vaya desentramando sus
complejos por sí solo y orientando sus tendencias según sus propias capacidades y no según los
deseos del analista, de lo contrario se podría llegar a complicar la vida del paciente más de lo que
ya lo es.
PUBLICACIONES CIENTIFICAS
En este mismo texto se menciona, en cuanto a las publicaciones científicas, una diferencia
con la psiquiatría clásica y es que el psicoanálisis, para la presentación de sus casos, transmite la
experiencia analítica y las elaboraciones del material, descartando el uso de protocolos
descriptivos en el intento de una búsqueda de exactitud aparente. Se interesa más en hacer que
el lector sienta que asiste al análisis antes que convencerlo de la verdad de lo que se está
diciendo.
COLABORACIÓN INTELECTUAL
Desde el psicoanálisis no se pide al paciente una labor mental, como reunir recuerdos o
reflexionar sobre ciertos puntos de su vida. No se trabaja con esfuerzos de atención o de voluntad,
sino solamente con el sometimiento a la regla fundamental de la asociación libre.
LA INICIACION DEL TRATAMIENTO
Freud habla de una serie de reglas para la iniciación del tratamiento a modo de consejo. Hay
ciertas normas generales en la conducta del médico.
ENSAYO PREVIO/SELECCIÓN DEL PACIENTE
A los pacientes es recomendable advertirles que habrá un tratamiento provisorio por unas
semanas, como un medio de prueba por parte del analista que va a servir para ahorrarle la
sensación de fracaso si es que no se llega a la tentativa de curación.
Este proceso tiene una motivación diagnóstica. En este momento se verifica si el
psicoanálisis es aplicable o no a este paciente, en el sentido de diferenciar entre síntomas
histéricos u obsesivos, siendo una neurosis, o si se trata de una demencia precoz o parafrenia, ya
que en ellas no podemos mantener la promesa de curación. No es una decisión fácil pero hay que
ser muy cuidadosos, ya que si caemos en el error se impondrá al paciente un esfuerzo inútil y se
desacreditará la terapia analítica.
CONFIANZA EN EL ANALISIS
Los pacientes que tengan confianza en el análisis van a hacer que la experiencia sea más
agradable. De todas formas, se van a presentar resistencias y dificultades.
También existen aquellos pacientes que niegan todo el crédito al médico, con ellos la única
forma de convencerlos de que el tratamiento es efectivo es que esto se de en la realidad. Esta
desconfianza provisoria no nos preocupa mientras siga las normas del tratamiento psicoanalítico.
La actitud de escepticismo será considerada como un síntoma.
TIEMPO
Cada paciente es dueño de una hora determinada. Esta hora le pertenece por completo,
porque paga por la misma, venga o no venga. Esto es muy fácil de entender desde otras
profesiones, pero con el psicoanálisis cuesta más.
No es recomendable admitir las faltas, porque se empezarían a multiplicar. El mantenerse
severo hace que desaparezcan. De otro modo desembocaría en una pérdida de tiempo para el
médico.
Hay que conocer sobre la psicogenia de la vida cotidiana del paciente. Tener en cuenta
cuando se presentan enfermedades “falsas” y también la inexistencia del azar. En caso de
enfermedad se suspende el tratamiento, se utiliza ese horario para otro paciente y se señala un
nuevo horario cuando la enfermedad se haya ido.
Frecuencia del tratamiento: Los 5 días de la semana, salvo feriados y fiestas. Una labor
espaciada pone la cura en peligro, al perder el contacto con la cotidianeidad del paciente.
Duración del tratamiento: Ante la pregunta del enfermo por cuánto tiempo durará el
tratamiento, el analista recurre al periodo de ensayo, para evitar respuestas directas. Es imposible
determinar la duración de un tratamiento. El psicoanálisis conlleva procesos prolongados, de 6 a
12 meses como mínimo. Siempre será más de lo que el enfermo cree. Esto debe ser comunicado
por el médico, junto con las dificultades y sacrificios que implica el psicoanálisis, y el paciente
puede retirarse cuando sea, sin embargo también se avisa acerca de los efectos que esto
generará también.
Abreviación del tratamiento: Sigue siendo una aspiración. Las modificaciones anímicas
profundas se dan con lentitud, el tiempo que tome el tratamiento va a depender de este factor. Si
se llega a seleccionar el material patógeno a determinados síntomas, el resultado va a ser escaso.
Sugerimos dar lugar a que se den las condiciones de la transferencia, porque esta es la
única forma de conseguir resultados positivos y que el paciente se ponga en función de la cura sin
importar cuánto tiempo lleve.
DINERO
El dinero es una forma de preservación del médico.
El neurótico da igual valoración al dinero y a los factores sexuales. El médico va a buscar
entonces que se maneje con el dinero de igual manera que con los factores sexuales. Buscamos
que el paciente renuncie a ese falso pudor, por lo que se comunica de forma espontánea el precio,
el médico debe ser exigente y sincero.
Los tratamientos gratuitos generan mucho esfuerzo y tiempo. No son recomendados, porque
generan mayores resistencias, hacen sentir pena al enfermo y lo privan de abandonar el
tratamiento.
USO DEL DIVAN
El diván es un ceremonial en el tratamiento analítico. Generalmente los pacientes se
rehúsan a éste, sin embargo debemos mantenernos firmes y conservarlo ya que, por un lado,
ofrece al médico cierto descanso de no verse expuesto a la mirada del otro todo el tiempo y le
permite abandonarse a sus ideas inconscientes y, por otro lado, evita ciertos gestos y expresiones
que pueden intervenir en el discurso del paciente.
PARTES DEL TRATAMIENTO
Estas dos partes se dan cuando el paciente se rehúsa al diván y el médico niega esa
actitud. Esta división tiene que ver con un antes y un después de la sesión:
● Tramo Oficial: Casi no se habla, prevalece la inhibición.

● Tramo Cordial: Se habla con mayor libertad.


El médico no debe permitir que esta división se dé por mucho tiempo. Tiene que desgarrar
el biombo que el paciente intenta poner entre ellos.
CONFERENCIA 17: EL SENTIDO DE LOS SÍNTOMAS
La psiquiatría clínica hace muy poco caso de la forma de manifestación y del contenido del
síntoma individual, pero el psicoanálisis arranca justamente desde ahí y ha sido el primero en
comprobar que el síntoma es rico en sentido y que se entrama con el vivenciar del enfermo.
NEUROSIS OBSESIVA
Presenta ejemplos desde la neurosis obsesiva. Esta es más discreta que la histeria, porque
no hay conversión somática y todos los síntomas quedan en el dominio de lo psíquico. Si bien no
presenta ese enigmático salto de lo anímico a lo corporal, se nos ha hecho más transparente y
familiar que la histeria. La neurosis obsesiva se exterioriza mediante:
1. Representaciones obsesivas: pensamientos disparatados o indiferentes para el individuo,
disparadores de una esforzada actividad de pensamiento que deja exhausto al enfermo y a
la que se entrega de muy mala gana, viéndose obligado a tratarlos como si fueran las más
importantes tareas vitales.
2. Impulsos obsesivos: pueden parecer infantiles y disparatados, pero casi siempre tienen el
más espantable contenido, como tentaciones a cometer graves crímenes, de suerte que el
enfermo no solo los desmiente como ajenos, sino que huye de ellos y se protege de
ejecutarlos mediante prohibiciones, renuncias y restricciones a su libertad. Pero nunca
esos impulsos llegan a ejecutarse; el resultado siempre es el triunfo de la huida y la
prohibición.
3. Acciones obsesivas: son cosas ínfimas, las más de las veces repeticiones, ceremoniales
sobre actividades de la vida cotidiana, a raíz de lo cual estos manejos necesarios se
convierten en tareas en extremo fastidiosas y casi insolubles.
Las representaciones, impulsos y acciones se mezclan en cada forma y caso singular de la
neurosis obsesiva, dominando uno u otro de ellos el cuadro.
TAREA PLANTEADA EN EL ANALISIS
El sentido de un síntoma reside en un vínculo con el vivenciar del enfermo. La tarea que se
nos plantea no es otra que esta: para una idea sin sentido y una acción carente de fin, descubrir
aquella situación del pasado en que la idea estaba justificada y la acción respondía a un fin.

CONFERENCIA 18: LA FIJACION AL TRAUMA. LO INCONSCIENTE.


Dos conclusiones en relación a los casos paradigmáticos presentados en la conferencia 17:
1. En ambas pacientes se encuentran fijaciones a determinados fragmentos del pasado. Les
va a ser imposible desligarse de él y se van a mostrar ajenas al presente y al futuro.
Habla de las neurosis traumáticas, que se dan en la guerra pero que también se dan en
tiempos de paz, por ejemplo en accidentes o cuando la vida corre peligro. Las neurosis
espontáneas son aquellas que se toman como objeto de análisis e investigación. Las
neurosis traumáticas tienen como base la fijación al accidente sufrido, la reproducción por
la vía del sueño y que el trauma se revive como si el tiempo no hubiese pasado, como si
se repitiera en el presente.
LO TRAUMATICO se puede entender desde un punto de vista económico: es un
acontecimiento que en un breve instante ocupa un incremento enorme de energía. Esto
hace imposible que se suprima y asimile en ese momento por las vías normales, ese
quantum de energía es entonces aprovechado para hacer las perturbaciones más
duraderas.
En las neurosis espontáneas también hay sucesos traumáticos que producen fijaciones.
Éstas tienen una etiología sencilla asimilable: se dan por la incapacidad del paciente en
reaccionar normalmente a un suceso psíquico de carácter afectivo pronunciado.
Lo traumático se da en el primer caso, porque hubo una herida moral que no ha
cicatrizado. En el segundo caso se podría pensar que la fórmula no es totalmente
inclusiva, ya que se trata de un enamoramiento infantil, un sentimiento común y corriente
en la niñez que está muy lejos de ser considerado como traumático. Hay una fijación
erótica que se da sin daño y que permaneció extinguida, que surge años después
manifestándose a través del síntoma. Vemos allí unas complicaciones en las condiciones
de contracción de la enfermedad, pero entrevemos también que el punto de vista
traumático no será abandonado por erróneo; tendrá que ser incluido en algún otro y
subordinado a él.
2. Esta conclusión también se da a partir de los dos casos. En el primero, la repetición se
juega como un acto obsesivo, pero se ignoran los motivos que la impulsan a obrar. Hay
una distancia entre el acto y el suceso de la vida. Sólo por medio del análisis se va a
establecer este lazo. Sin embargo se sigue ignorando la intención del síntoma: la de
corregir el suceso. El sentido del síntoma es ignorado porque se ignora el vínculo entre el
origen del acto y su finalidad. El acto obsesivo es un producto que es percibido por la
enferma, pero del cual no puede dar explicaciones. ¿Cómo explicamos lo que no tiene
explicaciones? A partir de los procesos inconscientes. Porque tiene efectos que son
palpables, que los hacen evidentes.
En el segundo caso el desconocimiento y la falta de explicación de los actos también nos
lleva al convencimiento de la existencia de un inconsciente. Pero los actos obsesivos no
son inconscientes por sí mismos, hay una percepción de ellos, sino que son una forma de
penetrar en la consciencia, y son necesarios para que el acto tenga carácter de síntoma.
Esto es lo que nos permite ordenarlos y trabajarlos en análisis.
Por esta razón el psicoanálisis no puede prescindir de la hipótesis de un inconsciente: por
el hecho de atribuirle a los síntomas un sentido que es desconocido para el paciente. Los
procesos conscientes no engendran síntomas; cuando los procesos inconscientes se
hacen conscientes los síntomas desaparecen, de ahí se va a extraer la finalidad del
proceso analítico: “hacer consciente lo inconsciente”, cosa que no se va a poder realizar
sin la colaboración del paciente.
DIFERENCIA ENTRE EL SABER DEL MEDICO Y EL DEL PACIENTE
El saber del médico no es el mismo que el del enfermo, y no puede manifestar los mismos
efectos. No le va a ser posible al médico proporcionar datos o aclaraciones respecto al síntoma,
porque las desconoce. Hay que esperar que el paciente los recuerde y los mencione. Cuando el
médico comunica su saber al enfermo esto no cancela los síntomas. El enfermo ya sabe algo
desde el principio: el síntoma tiene sentido, pero conocer esos sentidos es una labor interna del
enfermo que se hace en el análisis por medio de la orientación y acompañamiento del médico. Por
lo tanto el conocimiento médico hace referencia al saber sobre la práctica y el conocimiento del
paciente refiere al saber sobre su propia historia y padecimiento.
AMNESIA NEUROTICA
La fórmula “trasponer en consciente todo lo inconsciente patógeno” también se puede
pensar de este modo: “llenar todas las lagunas del recuerdo del enfermo, cancelar sus amnesias”.
Así, se atribuye considerable importancia a las amnesias del neurótico para la génesis de sus
síntomas.
En la neurosis obsesiva sucede que no se olvida el suceso traumático, pero también les es
imposible vincular la vivencia histórica con el síntoma. Entonces no se trata de una amnesia
propiamente dicha, lo que sucede es una ruptura de vínculo.
En la histeria, en cambio, sí se pone en juego la amnesia. Hay un olvido de la vida pasada, y
eso olvidado puede remitir hasta los primeros años de vida. Podríamos pensar que la amnesia
histérica es una continuación de la amnesia infantil, pero también se pueden dar olvidos recientes
que tienen relación con la enfermedad, sus estallidos, y que se sustituyen por recuerdos falsos.

CONFERENCIA 23: VIAS DE FORMACION DE SÍNTOMAS


DOS PUNTOS DE VISTA EN RELACION AL SÍNTOMA
El profano. Considera que el síntoma constituye la esencia de la enfermedad, y que la cura
equivale a su supresión. Analizar el síntoma equivale a comprender la enfermedad.
El médico establece una diferencia entre síntoma y curación, porque si desaparece uno va a
aparecer el otro. Nosotros nos ocupamos de síntomas y enfermedades psíquicas.
DEFINICIONES DE SÍNTOMA
1. “Los síntomas son actos perjudiciales o, al menos, inútiles para la vida en su conjunto; a
menudo la persona se queja de que los realiza contra su voluntad, y conllevan displacer o
sufrimiento para ella.” Su daño principal consiste en el gasto anímico que ellos mismos
cuestan y en el que se necesita para combatirlos. Estos dos costos pueden traer como
consecuencia un empobrecimiento de la persona en cuanto a energía anímica disponible
y, por lo tanto, su parálisis para todas las cosas importantes de la vida. Si nos situamos en
un punto de vista teórico prescindiendo de estas cantidades, podremos pensar fácilmente
que todos estamos enfermos, porque las condiciones para la formación de síntomas están
presentes también en las personas normales.
2. “Los síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que se libra en torno de
una nueva modalidad de la satisfacción pulsional”. Las dos fuerzas que se han
enemistado vuelven a coincidir en el síntoma; se reconcilian, por así decir, por el
compromiso de la formación de síntoma. Por eso el síntoma es tan resistente, porque está
sostenido desde ambos lados. Una de las partes envueltas en el conflicto es la libido
insatisfecha, rechazada por la realidad, que ahora tiene que buscar otros caminos para su
satisfacción vía la regresión a una de las organizaciones ya superadas o por medio de uno
de los objetos que resignó antes. En este camino será cautivada por las fijaciones que ha
dejado tras de sí en esos lugares de su desarrollo.
Por otro lado tenemos al Yo, que no solo dispone de la consciencia, sino de los accesos a
la inervación motriz y, por lo tanto, a la realización de las aspiraciones anímicas. Al no
prestar su acuerdo a las regresiones, la libido tiene que sustraerse del yo y aplicarse a
representaciones del sistema inconsciente, reprimidas. Al realizar este proceso se sustrae
del yo y de sus leyes, se vuelve rebelde y se acuerda de tiempos pasados que fueron
mejores. Estas representaciones reprimidas están sometidas a los procesos de
condensación y desplazamiento.
3. El síntoma es un sustituto para una satisfacción frustrada. Por medio de la regresión de la
libido se repite una modalidad de satisfacción de la temprana infancia, que va a estar
desfigurada por la censura. La censura es lo que va a dar carácter de sufrimiento al
síntoma, por su necesidad de respetar las condiciones del compromiso con el
preconsciente para poder encontrar un exutorio. “El síntoma se engendra como un retoño
del cumplimiento del deseo libidinoso inconsciente, desfigurado de una manera múltiple;
es una ambigüedad escogida ingeniosamente, provista de dos significados que se
contradicen por completo entre sí.”
ETIOLOGIA DE LAS NEUROSIS
El periodo infantil tiene una doble importancia:
Por un lado, en él se manifestaron por primera vez las orientaciones pulsionales que el niño
traía en su disposición innata. Las disposiciones constitucionales son la secuela que ha dejado la
vivencia de nuestros antepasados.
En segundo lugar, en virtud de influencias externas, de vivencias accidentales, se le
despertaron y activaron por primera vez otras pulsiones. Ciertas vivencias contingentes de la
infancia son capaces de dejar como secuela fijaciones de la libido.
La fijación libidinal del adulto se descompone entonces en dos factores: la disposición
heredada y la predisposición adquirida en la primera infancia. Resume en el esquema de la
etiología de la neurosis:

FIJACION
La libido, al ser expulsada de sus posiciones más tardías, vuelve regresivamente hacia
ciertas vivencias infantiles. La investidura libidinal de estas vivencias se ve entonces reforzada en
gran medida por la regresión de la libido, sin embargo, este no es el único factor:
En primer lugar, la observación muestra que las vivencias infantiles tienen una importancia
que les es propia y que ya han probado en los años de la niñez. En segundo lugar, la libido no
podría regresarse con tanta regularidad a la infancia si allí no hubiera nada que ejerciera una
atracción sobre ella. Y, en efecto, la fijación que suponemos en determinados puntos de la vía del
desarrollo sólo cobra valor si la hacemos consistir en la inmovilización de determinado monto de
energía libidinosa.
El síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción de su temprana infancia,
desfigurada por la censura que nace del conflicto. El mismo es irreconocible para la persona, que
siente la presunta satisfacción más bien como un sufrimiento y se queja de ella. Lo que en otro
momento produjo satisfacción en la actualidad provoca resistencia o repugnancia.

No es lo que esperamos de una satisfacción. Casi siempre los síntomas prescinden del
objeto y resignan, por lo tanto, el vínculo con la realidad exterior. Hay un extrañamiento del
principio de realidad y un retroceso al principio de placer. Es también un retroceso a una suerte de
autoerotismo. Remplazan una modificación del mundo exterior por una modificación del cuerpo;
vale decir, una acción exterior por una acción interior, una acción por una adaptación.
VIVENCIAS INFANTILES
Por el análisis de los síntomas tomamos conocimiento de las vivencias infantiles en que la
libido está fijada y desde las que se crean los síntomas. Estas escenas infantiles no suelen ser
completamente ciertas, en la mayoría de los casos son una mezcla de verdad y falsedad. Sin
embargo, equiparamos la fantasía y la realidad sin preocuparnos si esas vivencias infantiles son lo
uno o lo otro. También las fantasías poseen una suerte de realidad, esos hechos tienen la misma
importancia que si los hubiera vivido realmente, poseen realidad psíquica, por oposición a una
realidad material, y en la neurosis la realidad psíquica es la decisiva.
PROTOFANTASÍAS
Si bien no siempre carecen de realidad material, entre los acontecimientos que siempre
retornan en la historia juvenil de los neuróticos, hay algunos de particular importancia:
● La observación del comercio sexual entre los padres

● La seducción por una persona adulta

● La amenaza de castración
Estos hechos de la infancia son de alguna manera necesarios, pertenecen al patrimonio
indispensable de la neurosis. Sin importar si se dieron en la realidad o si fueron construidos por la
fantasía, el resultado es el mismo.
No cabe duda de que su fuente son las pulsiones, pero ¿por qué en todos los casos se
presentan con idéntico contenido? Porque son un patrimonio filogenético. En ellas, el individuo se
remite al vivenciar de la prehistoria. Lo que se cuenta hoy como fantasía fue una vez realidad en
los tiempos originarios de la familia humana, y el niño fantaseador no hace más que llenar las
lagunas de la verdad individual con la verdad prehistórica.

CONFERENCIA 27: LA TRANSFERENCIA


OBJETIVOS DE LA TERAPIA
La teoría psicoanalítica entraña el deseo de ver al enfermo tomar por sí solo sus propias
decisiones.
Se busca cierto efecto terapéutico: hacer consciente lo inconsciente. Cancelar la represión,
eliminar las condiciones de formación de síntomas y mudar el conflicto patógeno a uno normal con
el que sería posible para el paciente hallar una solución.
UTILIDAD DEL TRATAMIENTO
Este tratamiento es útil en las neurosis obsesivas, de angustia e histéricas. Pero es inútil en
melancólicos, en paranoicos o en la demencia precoz. Estos serán rebeldes al tratamiento
psicoanalítico, porque las neurosis narcisistas rechazan al médico y lo tratan con indiferencia.
COMO HACER CONSCIENTE LO INCONSCIENTE
Para hacer consciente lo inconsciente se debe representar tópicamente a lo inconsciente.
Se debe buscar el recuerdo que produjo la represión, y una vez hallado pasar a cancelarla, para lo
cual se necesita hallar la resistencia y eliminarla, ya que es esta justamente la que mantiene la
represión.
¿Cómo se remueve la resistencia? Coligiéndola (buscando sus causas y ante qué
mecanismos deviene) o interpretándola y luego presentándosela al paciente. Esta presentación de
la resistencia al paciente se debe hacer en el momento y lugar adecuados. La resistencia brota de
la represión pero pertenece al Yo, es producida por una contrainvestidura que se efectuó para
reprimir la moción chocante. Por medio de la interpretación puede esta resignarse o recoger esta
contrainvestidura. Para eso es necesario un deseo de curación por parte del paciente, pero
también inteligencia sobre su propio padecimiento para reforzar la interpretación.
TIPOS DE TRANSFERENCIA
La transferencia es un intenso cariño del paciente hacia el médico. No se trata de un amor
nuevo, el afecto del paciente ya estaba preparado de antemano. El tratamiento solamente
posibilita que se transfiera a la figura del médico. Este fenómeno se presenta desde el inicio del
tratamiento y está en íntima relación con la naturaleza de la enfermedad misma, por eso puede
presentarse de diferentes maneras.
Tiene diferentes formas de expresión: amorosa u hostil (positiva o negativa). Ambas formas,
aunque contradictorias, comparten la misma fuente: la pulsión sexual, y derivarán en resistencias
de las que nos deberemos ocupar.
CONDICIONES
La histeria y la neurosis de angustia manifiestan un particular interés por la figura del
médico. Esto trae como resultado una relación muy agradable. El paciente se va a presentar dócil,
con buena voluntad y predisposición al tratamiento, lo que va a acarrear grandes progresos y gran
producción inconsciente. Por esta razón se considera a la transferencia como un poderoso resorte
impulsor del trabajo.
Pero luego esta mudará en resistencia, manifestándose como falta de interés y dificultad en
la producción. ¿Qué modifica su relación con la cura? Dos condiciones:
1. Cuando la inclinación tierna ha dejado ver los signos de su procedencia de la necesidad
sexual. Esta necesidad sexual suscita como resistencia interior contra ella.
2. Que surjan los sentimientos hostiles.
Queda prohibido ceder a las demandas del paciente, pero sería absurdo rechazarlas. La
forma de superar la transferencia tiene que ver con demostrar al paciente que sus sentimientos no
provienen de la situación presente y que no son válidos para la figura del médico, sino que se trata
de una repetición. Se intenta que el paciente funda esta repetición en un recuerdo.

CONFERENCIA 28: LA TERAPIA ANALITICA


DIFERENCIA ENTRE TERAPIA HIPNOTICA Y TERAPIA ANALITICA
La terapia hipnótica es más rápida y agradable, pero no es confiable. Limita la terapia
analítica. El método hipnótico busca encubrir o tapar algo de la vida anímica; utiliza la sugestión
para prohibir los síntomas con lo que termina reforzando las represiones y no logra modificar los
procesos de formación de síntomas. El método hipnótico deja inactivos a los pacientes.
La terapia analítica consiste en desprender la libido de sus provisionales investiduras
sustraídas del yo y volverlas a poner al servicio del yo. La libido se encuentra ligada a los
síntomas, los que le procuran una satisfacción sustitutiva que hasta el momento es la única
posible, entonces lo que se debe hacer es resolver los síntomas remontándonos a su génesis. La
terapia analítica va a remover algo de la vida anímica. Busca ir a la raíz del problema, llegar al
conflicto y a donde han surgido los síntomas, y en este punto se sirve de la sugestión pero de una
manera diferente, para modificar el desenlace de esos conflictos.
Lo que se busca es cancelar las resistencias internas y buscar su superación. Para esto se
sirve de la transferencia como herramienta.
Freud presenta la transferencia como un campo de batalla que ocupa el lugar de la
enfermedad. No va a inferir sobre la enfermedad pero sí sobre la inteligencia del paciente,
creando versiones nuevas de viejos conflictos. El paciente se comportará con el médico como
querría haberlo hecho en una situación pretérita, pero el médico lo incita a hacer algo diferente.
No quiere decir que las repeticiones que se jueguen no tengan espacio, sino que este campo de
batalla se ofrece para que estas repeticiones se den más en el análisis y no tanto en el exterior.
FASES DEL TRATAMIENTO ANALÍTICO
Hay dos fases del tratamiento analítico:
En la primera toda la libido es esforzada a pasar de los síntomas a la transferencia.
En la segunda se trabaja en torno a este nuevo objeto, la transferencia, y otra vez se lo
libera de la libido.
Un buen desenlace sería eliminar el circuito de la represión para que la libido no pueda
sustraerse nuevamente del yo mediante la huida al inconsciente. El analista se toma de las
formaciones del inconsciente para descubrir el sentido de los síntomas y a dónde fue colocada la
libido. Las formaciones del inconsciente también muestran deseos que cayeron bajo represión y
objetos a los que quedó aferrada la libido sustraída del yo.
EL TRABAJO DE LA INTERPRETACION
El trabajo de la interpretación es trasponer lo inconsciente en consciente y engrosar al yo a
expensas del inconsciente a partir de una reconciliación con la libido. A partir de esto se consigue
también otra modalidad de satisfacción por medio de la sublimación.
MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DE PLACER
TESIS PRINCIPAL
Hemos resuelto asociar la bajada de tensión con el placer y la subida de la misma con el
displacer. La labor del aparato anímico se dirige a mantener lo más baja posible la excitación,
siguiendo el principio de placer.
Más después de la guerra no podemos seguir sosteniendo que el aparato anímico se
encuentra dominado por el principio de placer. A esta tendencia se oponen otras fuerzas que no
desembocan en placer.
CIRCUNSTANCIAS QUE PRETENDEN FRUSTRAR EL PRINCIPIO DE PLACER
Por un lado, el principio de realidad, que exige y logra el aplazamiento de la satisfacción y el
renunciamiento a ciertas posibilidades de alcanzarla, y nos fuerza a aceptar el displacer durante el
largo rodeo para llegar al placer.
Por otro lado, la represión de las tendencias intolerables para el yo, retenidas en grados
inferiores del desarrollo psíquico y privadas, al principio, de la satisfacción. Si consiguen
satisfacerse, por vías directas o indirectas, son vividas como displacenteras por el yo. Todo
displacer neurótico es sentido de la misma forma: placer que no puede ser sentido como tal.
VIAS PARA VALIDAR LA TESIS / REPETICION
● La neurosis traumática
En los sueños de los enfermos se los reintegra nuevamente al accidente sufrido,
haciéndolos despertar con sobresalto, lo que nos comprueba la condición de trauma que tiene
esta vivencia. Se hallan fijados al trauma. En este caso los sueños no constan de una realización
de deseo, sino que su función ha sido igualmente conmocionada y modificada por el trauma. Se
sueña lo que lo ha traumatizado.
Podemos concluir entonces que los enfermos, tal como las histéricas, sufren de
reminiscencias. Así como la repetición de los síntomas motores pueden ser pensados desde esta
perspectiva.
● El juego infantil (Fort-Da)
Se remite a la experiencia de su nieto de un año y medio, que repite el juego de lanzar el
carretel fuera de la cuna para volver a traerlo, verbalizando respectivamente o-o-o (fort, que
significa fuera) y luego da (que significa aquí). Simbolizando la desaparición y reaparición de la
madre. Este juego se llevaba a cabo, casi nunca completamente sino solo la primera parte, la cual
era incansablemente repetida por sí sola, a pesar de que el placer estaba ligado al segundo acto.
La marcha de la madre no podría ser agradable, entonces ¿cómo está de acuerdo con el
principio del placer el hecho de que el niño repita en su juego un suceso penoso para él? Presenta
dos hipótesis para responder:
Por un lado, el suceso del que se desprendía el juego lo hacía presa de un papel pasivo, y
repitiéndolo tomaba un papel activo, de acuerdo a una pulsión de dominación. Por otra parte
puede tratarse de un impulso vengativo contra la madre por irse, y significar su enfado contra ella.
Llegamos así a sospechar que el impulso a elaborar psíquicamente algo impresionante,
consiguiendo de este modo su total dominio, puede llegar a manifestarse primariamente y con
independencia del principio de placer. En el caso aquí discutido, la única razón de que el niño
repitiera como juego una impresión desagradable era su enlace con una consecución de placer de
distinto género, pero más directa.
Se ve que los niños repiten en sus juegos todo aquello que en la vida les ha causado una
intensa impresión y que de este modo procuran un exutorio a la energía de la misma, haciéndose
dueños de la situación. También vemos que el juego se halla bajo la influencia del deseo
dominante en esta edad: el de ser grandes y poder hacer lo que los mayores. Al pasar el niño de
la pasividad del suceso a la actividad del juego hace sufrir a cualquiera de sus camaradas la
sensación por él experimentada, vengándose así en aquel de la persona que se la infirió.
De este modo llegamos a la convicción de que también bajo el dominio del placer existen
medios y caminos suficientes para convertir en objeto del recuerdo y de la elaboración psíquica lo
desagradable en sí.
Entre pasos y pasajes del psicoanálisis en la institución – Dreyzin, Fischklein, Saager,
Szereszewski, Tomchinsky
El ingresante al hospital tiene poco o nada tematizada la relación entre el psicoanálisis y la
institución. Este trabajo da cuenta de aquello que posibilita y obstaculiza la práctica analítica en
las Instituciones Hospitalarias.
La admisión
La institución posee reglas, normas, consignas, técnicas y procedimientos burocráticos
establecidos de funcionamiento. ¿Convergen o están en divergencia con la práctica
psicoanalítica?
En primer lugar, una consigna: HAY QUE HACER ADMISIONES. El hospital es un lugar
donde se admite de forma permanente a quien consulta, HAY QUE ADMITIR. La posibilidad
desde la institución del rechazo de una admisión no existe.
¿Qué hace entonces un analista con una admisión? Transformar dicho espacio en una
primera entrevista, cuyo estatuto es diferente: el de entrevista preliminar.
En la entrevista preliminar se sitúa un posible diagnóstico de estructura, un lugar de escucha
donde el sujeto se puede desplegar en relación a su deseo. Pero fundamentalmente la posibilidad
de la instauración de la transferencia vía el Sujeto Supuesto Saber.
Surge así una contradicción: La institución tiene que ver con la planificación de la salud, en
relación a la producción de bienes y servicios. El deseo del analista no está incluido, no pertenece
a esta planificación, su ética lo lleva a una posición subversiva.
Pero no todo paciente es analizable en el hospital, es decir, no necesariamente va a haber
paciente.
Una posibilidad sería que en el encuentro se produzca, en el sujeto, en movimiento que
hace que se comprometa en el análisis. ¿Pero si el paciente no viene a demandar un análisis? En
ese caso, en analista desde su lugar tendría que poder escuchar de qué pedido se trata.
La pretensión de poder analizar a todos, deviene generalmente en la imposibilidad de
analizar a alguno.
La iniciación del tratamiento: el problema del tiempo
El tiempo institucional se puede definir como un tiempo cronológico. El tiempo de un
análisis, en cambio, es un tiempo singular, particularizado, que está en relación con la dirección de
la cura; hablamos aquí de un tiempo lógico.
Entonces se presenta una dicotomía: ¿Institución o Psicoanálisis?
Si opta por la institución, el terapeuta tiene la posibilidad de abandonar su posición, y
amparándose en el tiempo institucional, externo a toda legitimidad analítica, puede no hacerse
cargo de su paciente.
El dinero
El costo de un análisis no remite a equivalerlo en dinero. Hay que preguntarse, más bien,
cuánto está dispuesto a “pagar” un paciente, qué costo le supone su tratamiento.
En ese sentido, la demanda implicaría que el paciente se “haga cargo” de su Neurosis.
No hay posibilidad de un inicio de análisis si el paciente no se hace cargo del enigma de sus
síntomas y de lo incierto de su deseo. Pero estamos en una institución hospitalaria, donde la
norma imperante es NINGUN PACIENTE PAGA.
Ante ello dos opciones: por un lado, la posibilidad de situar el tema en el momento del
pasaje del paciente, del pedido médico a la demanda analítica; y por otro lado, pensar que la
única manera de producir este pasaje, sería a partir de un tratamiento en un consultorio privado,
donde la dimensión del dinero ocupa de entrada un lugar diferente.
Esta última posición significaría renunciar a la posibilidad de hacer psicoanálisis en el
hospital, o poder hacerlo sólo con la posibilidad de acotar indeterminadamente dicho tema.
Freud, después Lacan - Allouch

Discurso del método en Freud


El discurso de Sigmund Freud fue el de un método promovido por él. “Método” nos remite al
término “camino” (odos), sin embargo, el recorrido por un camino no se produce necesariamente
de manera metódica.
Este nuevo método se caracteriza en el texto freudiano como “método de interpretación”. Sin
embargo, Freud utiliza otras tantas veces el término “método psicoanalítico”. Éste se define en
particular por oposición a otros métodos designados por el mismo: el método anátomo-clínico; el
método de Breuer; el método hipnótico; el método de Bernheim; el método catártico.

La histérica, dadora de una lección de método


Breuer inventa el psicoanálisis aceptando tratar los síntomas de Bertha Pappenheim de la
manera en que ella misma le sugería. Haciendo esto creó un método.
La invención del método reposa también sobre la comprobación en Bertha de dos estados
de conciencia absolutamente separados, estados en los que la conciencia normal alterna con
momentos de ausencia. Breuer, al llegar estos estados, le lanzaba una palabra-picadura a partir
de la que Bertha desenvolvía un relato y salía de su ausencia, mientras que su afasia desaparecía
temporariamente. No sin sorpresa, Breuer pronto se dio cuenta de que debía interrogar de ese
modo uno a uno los síntomas de Bertha; estos se desvanecían cuando le era referido el relato de
la escena en la que se habían originado.
Wittels emplea una metáfora para expresar lo que le causan las relaciones y aportes
respectivos de Freud y Breuer en esta invención: Breuer ha visto aclararse el inconsciente, pero
Freud nos ha proporcionado la lente con la cual las imágenes del psicoanálisis se tornan visibles.
Sin embargo, eso no es en absoluto así de simple, según puede verse con solo reparar en
que no todos los psicoanalistas están de acuerdo en cuanto a su lente. No obstante, si no se ha
perdido absolutamente todo, se debe a que esa invención fue la de un método en que el método
primó sobre la doctrina.

Método y Técnica
El método no es la técnica. Distinguirlos ofrece la ventaja de hacer factible la innovación
técnica con sólo mantener la práctica anclada en el mismo método.

Método, práctica y campo


Una práctica no necesita estar esclarecida para operar, pero sólo el método puede definir la
práctica como “una”. Debe haber una cierta relación entre método freudiano y campo freudiano.

Método y locura
Freud no limita el uso de la palabra método a la manera según la cual, a su parecer, el
médico debe proceder. El señala y escribe que la defensa es un método, al igual que la búsqueda
y obtención de satisfacción o, incluso, que el chiste. A partir de tales indicaciones, se descubre
que hay un posible método freudiano, porque hay método en la locura.
Sin embargo, vemos que esta disparidad entre el método propio al objeto y aquel elegido
para su abordaje, por el hecho de que uno no se somete al otro, no se limita a permitir fundar el
segundo sobre el primero, sino que también es generadora de una tensión muy particular.

Paradoja del método en Freud


Freud recomienda abordar cada caso como si fuera el primero; dicho de otro modo,
recomienda dejar de lado todo el saber adquirido en los casos precedentemente tratados, a fin de
que ese nuevo psicoanálisis que se entabla sea efectivamente uno.
Ahora bien, para quien ponga en práctica el método freudiano, ese aspecto metodológico
aísla dos “hogueras” diferentes: Por un lado el texto de Freud, el inventor del método que dio
testimonio de una experiencia inaugural, por lo tanto crucial y largamente considerada como
paradigmática. Pero también está eso que puede ser recogido de la puesta en práctica, única
cada vez, de su método. Eso que llamamos la práctica analítica. Esta disparidad fue querida por
Freud.
Freud inscribe en su método un aspecto que, al aplicarse, es capaz de recusar a cada
instante los resultados. Hay en el método freudiano así especificado un punto casi suicida.
Pero todavía hay un plus de dificultad, vinculado al hecho de que los mismos elementos
constitutivos del método son un saber, en todo caso, un saber hacer. Ese saber adquirido que, por
otro lado, la aplicación del método debe rechazar.
Sea por ejemplo la regla llamada de asociación libre: ¿Cómo aplicarle la exigencia de
abordar cada caso como si fuera el primero? ¿Consideramos como primer caso aquel en que un
médico la enunció a su paciente histérica, o bien el primer caso es aquel en que una histérica le
impuso a un médico que tuvo la audacia de no oponerse?
De igual manera con la interpretación. ¿Consideramos que la Traumdeutung nos revela,
digamos, los giros de la interpretación, o bien la recibimos como una lección de método que nos
indica que cada análisis efectivo no puede más que inventar su método de interpretación de los
sueños? Se podría tratar de inventar con el analizante los procedimientos de la recepción de sus
sueños tal como Freud inventó la gramática que le permitiera leer los suyos. La traumdeutung
será entonces una ayuda decisiva, pero a condición de haber sabido no convertirla en un
standard.
A partir de estos problemas metodológicos surge la pregunta ¿Tuvo razón Freud en
reivindicar el haber creado un nuevo método? La respuesta será sí. Pero un sí que va más allá de
lo que se pueda imaginar a propósito suyo. Nos deslizamos de este modo de un discurso del
método en Freud a un discurso del método freudiano.

Discurso del método freudiano


El discurso del método freudiano recorre el itinerario a lo largo del cual se constituyó un
discurso y una puesta en práctica del método. De este modo, se pone de manifiesto también que
el discurso del método freudiano merece ser reconocido como tal.

Método y azar
El gran gesto por el cual Freud constituye y a la vez signa el carácter metodológico de su
discurso fue un gesto de exclusión. Exclusión del azar.
El método no podría adquirir su plena función ética, práctica y terapéutica en tanto se piense
que las acciones de los dioses y los hombres, como asimismo los eventos cósmicos, pertenecen
en gran medida dependientes del azar.
Es claro que cuando se imagina la vida dependiendo de la diosa Fortuna, la idea de dirigirla
de una forma metódica no tiene ningún sentido.
Fue necesario, entonces, que se pusiera en cuestión a la Providencia para que la Fortuna,
que se mantenía bajo cubierta de aquella, fuera también rechazada y que se abriera paso a una
pregunta de base sobre la orientación de la acción humana.
Subrayemos que Lacan no tuvo la misma postura que Freud: que haya azar no le parece a
Lacan inadmisible.

Método y caso
El método pone en marcha un tipo de cuestionamiento “por ejemplos y comparaciones”. Es
Maquiavelo quien lo inaugura con el estatus de ejemplos y comparaciones de su Príncipe.
Maquiavelo es un secretario, toma en consideración ejemplos históricos a los efectos de que su
príncipe pueda extraer las lecciones del pasado, regular su acción presente de acuerdo a ellas y
así acceder a la virtú, a la obtención de fines deseados. Fundando una nueva ética, escribe de la
Fortuna: “Su poder natural arrasa con todos los humanos y su dominación nunca es sin violencia,
a menos que una virtú superior la domine”.
En lo que respecta al valor del “caso histórico”, la resonancia del discurso de Maquiavelo
con el de Freud es patente. Así como Maquiavelo pone en circulación casos históricos, del mismo
modo entre Breuer, Freud y Fliess los casos no dejan de circular. Luego, muy pronto, muchos
otros.
Para Freud, siempre se trataba de la aprehensión del caso singular y esto es lo que valorizó
el análisis. Es eso lo que resulta verdaderamente esencial, su progreso, su descubrimiento, es la
manera de tomar un caso en su singularidad.
Semejante regulación por el caso implica en particular dos puntos. Por un lado, un tomar
distancia del saber sabido: en la medida que se cree saber, no hay lección a recibir de los casos
históricos. Por otro lado, la promoción de los casos que los presenta como capaces de enseñar
implica la idea de que son portadores de una verdad escondida que se trata de descifrar. En estos
dos puntos de relación al saber y a la verdad, la resonancia entre Maquiavelo y Freud resulta
también manifiesta.
De igual modo, el gesto de Maquiavelo que desplaza la Fortuna nos parece del mismo
temple que el de Freud con respecto al azar.
La proximidad con Maquiavelo permite entrever que de esta manera Freud inscribe su
trayectoria en un crisol que nos hará calificarlo como “cartesiano”, por lo siguiente:
El método es deductivo y no inductivo. Esto resulta directamente de la función concedida a
los casos históricos.
Al igual que Descartes en su Discurso del método, Maquiavelo publica su Príncipe como un
salvavidas gracias al cual podrá restablecerse. Como para la Traumdeutung, la invención doctrinal
permanece de punta a punta un asunto personal y es en calidad de tal que ella se planteará.
Y de la misma manera que Descartes dejará principescamente a Dios la carga de las
verdades eternas, Maquiavelo zafará por una pirueta de los problemas que le planteaban las
comunidades religiosas. He allí un aspecto capital en el que se capta cómo la determinación de un
método apela a la de un campo; Maquiavelo no puede implantar su método más que limitando su
campo de aplicación.
Estas convergencias asombrarán menos si nos tomamos el trabajo de probar hasta qué
punto el método freudiano es analítico; en otras palabras, que se encuentra conectado al primer
paso de la adopción del método, que según Platón dice lo siguiente: Todo aquello que se puede
decir que existe está hecho de lo uno y de lo múltiple y concierne en sí mismo, originalmente
asociado, el límite y la infinitud. No es necesario, entonces, formular siempre, en cualquier
conjunto de que se trate, y buscar en cada caso una fórmula única.

Método y formalización
De la Ramée dará cuerpo, bajo el nombre de dialéctica, a la exigencia de cientificidad del
método. Mientras que el aristotelismo había disuelto la noción de método en una sarta de métodos
cada uno de ellos ligado a un objeto, de La Ramée, volviendo a Platón, reencuentra su método
único, universal.
La preocupación por formalizar y la perspectiva de cientificidad son los componentes
esenciales del método. Es un hecho que Freud ni Lacan recusaron esta exigencia.
Lejos de ser antinómica a la singularidad del caso, la formalización representa más bien su
punto extremo.
La relación entre los casos no procede de una pura comparación puesto que revela que, al
menos parcialmente, su multiplicidad se deja ordenar en una gramática, que los casos tienen
elementos en común.
Los recortes formales resultan de esos elementos en común que posee tal o cual familia de
casos. De esta manera, la formalización se presenta más susceptible de ser escrita.
Freud inventa un método de recepción, de tratamiento y de investigación de lo que se
hallaba catalogado como enfermedad mental. En él, el paradigma es el caso, su método era el
caso.
Freud volvió a hacer el recorrido instaurador del discurso del método hasta Maquiavelo y de
La Ramée, con quienes comparte la característica poco lograda de la formalización. En él, el
paradigma del método es, como en Maquiavelo, el caso histórico. Ahora bien, como en
Maquiavelo, esto la implica la delimitación de un campo, ese campo que Lacan calificará de
freudiano. Inscribiéndose en dicho campo, Lacan tomará el relevo, desembocando en Descartes,
por haber seguido el impulso dado por Freud a su discurso del método. La subjetivación del
método irá pues a la par de la introducción en el método freudiano del paradigma, si no
matemático, al menos susceptible de ser matematizado.

Montaigne, luego Descartes; el yo, luego el sujeto


El alcance del caso histórico en Freud excede largamente su función de paradigma del
método. El abordaje freudiano del caso, por no dejar de persistir en la singularidad, por fundarse
en la literalidad de lo que el caso le presenta, especialmente a título de síntoma y en su referencia
al relato, destaca en acto que el método es un “ejercicio subjetivo”. Sin embargo, no se encuentra
en Freud una teoría explícita del sujeto.
Lacan encuentra el camino freudiano especialmente en esta recepción literal del caso. La
teoría lacaniana del sujeto es consecuente con la fidelidad a la “envoltura formal del síntoma”, por
la simple razón de que ella es consecuencia del sujeto. Puede considerarse que Lacan, aquí y en
esto “prolonga” a Freud.
Philippe Desan advierte que la subjetivación del método se produce en dos tiempos que se
llaman Montaigne y Descartes respectivamente. Dice que “este aporte del sujeto en el método
comienza evidentemente por una teoría del yo y, más especialmente, de la construcción del yo”.
Puede verse que los últimos pasos de la puesta en marcha de un discurso del método
corresponden a los dos primeros del camino de Lacan empalmándose con el de Freud: teoría del
yo, teoría del sujeto.

Montaigne: el yo, primer momento de la subjetivación del método


Hasta Montaigne, el discurso metodológico no es el del sujeto sino el de hombre universal.
Con Montaigne, la particularidad se inscribe en el método, ella misma deviene un elemento del
método. Es lo que llamará su yo.
En primer lugar, el rechazo. Su “yo no soy filósofo” al que por fin se resigna, evoca el
rechazo cartesiano del saber recibido. En Montaigne hay también una duda decisiva que, sin
embargo, no sabrá convertir en punto de apoyo de una certeza subjetiva y que, por lo tanto,
permanecerá indefinida.
El rechazo de la ciencia es también el rechazo de una verdad presentada como objetiva. La
verdad deviene “veracidad personal” y sólo lo será si es aceptada por el otro: “la palabra es mitad
de quien la habla y mitad de quien la escucha”.
Montaigne, muy lacanianamente, considera la existencia de “sí mismo” en el lugar del otro.
Su yo se regula por el otro, en interacción con el otro.
Existe sin embargo una diferencia importante entre la cristalización que Lacan aísla como
constituyente del yo y ese yo tal como Montaigne lo construye metódicamente: En Montaigne, la
identificación del yo con el otro no termina de no cristalizarse. Montaigne introduce el sujeto en el
método bajo la forma de aquel yo, nunca imaginariamente identificado; la identificación es en el
otro, pero no al otro.
Lacan supo tomar nota de la importancia de Montaigne en lo que llamó “ese momento
inaugural de la aparición, del surgimiento del término que se llama el sujeto”: Montaigne, en cierto
sentido, es verdaderamente aquel que centró, no en torno a un escepticismo, sino en torno a un
momento vivo, esta aphánisis del sujeto.
Respecto de esta posición subjetiva presentificada, la invención de Descartes elevará la
duda haciendo de ella la palanca para el acceso a una certeza subjetiva.
El cierre del circuito cartesiano del discurso del método: resonancias freudianas
Descartes reúne como en un haz el conjunto de rasgos constitutivos del discurso del método
freudiano:
● El rechazo del azar: “es tan necesario mantenerse fuera del imperio de la fortuna”

● La dependencia de la verdad respecto del método: “para introducirse en la búsqueda de


la verdad de las cosas, no se puede prescindir de un método”
● El historicismo

● El carácter personal del camino y el hecho de que la historia del método es una historia
singular
● El constructivismo y su carácter literal: “el método, muy a menudo, no es otra cosa que
la observación escrupulosa de un orden, ya sea que exista que lo haya introducido
ingeniosamente el pensamiento”.
Agreguemos a estos puntos el paradigma matemático (no es el método sino la matemática
la que es universal); la delimitación del campo; el carácter iluminativo y deductivo del método
(ligado al hecho de que se trata de verdad y no, como en el método inductivo, de realidad); y el
aire novelesco de las obras de Descartes.
Así, en lo sucesivo, nos parecerá confirmado que los primeros pasos del recorrido de Lacan
corresponden a los dos últimos pasos de la puesta en marcha del discurso del método. En esto,
se pone de manifiesto que Lacan toma el relevo del discurso freudiano del método.
Ese sujeto, tal como Lacan es llevado a definirlo, no es parecido al sujeto del Cogito y, por lo
tanto, otro: es realmente el sujeto del Cogito. ¿Qué quiere decir esto? Que ese discurso freudiano
del método (que aquí debe distinguirse del discurso de Freud, puesto que se compone de ese
relevo en el que Lacan prolonga a Freud) constituye realmente el discurso del método en el
sentido muy preciso del “constituir”: repitiéndolo, lo inaugura.
Si Freud no pudo abrir por sí mismo el discurso de su método hasta encontrar a Descartes,
esto no se debió tanto a la ausencia de una teoría del sujeto en él, sino al hecho de que esta
ausencia comienza ya en una trayectoria con un cierto extravío de la teoría del yo. Es esta
definición del yo en Freud la que en principio operó como un bloqueo para que su discurso pudiera
haberse realizado plenamente como discurso del método.
Segunda observación en las antípodas de la primera: si con el paradigma que liga
borromeamente RSI Lacan pudo desembocar en un inédito abordaje del sujeto, eso se debió a la
repetición constituyente del discurso del método de la misma manera en que el cierre del circuito
pulsional tiene por efecto la producción de un “nuevo sujeto”.
De este modo, se pone de manifiesto que tanto el isomorfismo que acabamos de desplegar
como la convergencia en Descartes de las dos líneas Platón/Maquiavelo/de La Ramée/Montaigne
y Freud/Lacan, lejos de desembocar en un saber absoluto que sería el del sujeto al fin identificado
consigo mismo, no hacen otra cosa que plantear la cuestión de este nuevo sujeto que Lacan
abordó con el cifrado borromeo.

La función secretario
Es más que sorprendente constatar que en los primeros pasos de Lacan, al igual que Freud,
la innovación metodológica es el producto de cualquiera en función de secretario. El método se
inventa poniéndose en práctica a propósito de un caso. El hacer saber del método es también y en
principio el de un caso.
¿Merece esta función secretario ser considerada como uno de los elementos que
especifican el método freudiano?
A diferencia de Freud, Lacan no se remitió luego de la misma manera a un caso de su
experiencia, sino que más bien permaneció con la boca cerrada en relación a quienes
psicoanalizaba. La boca cerrada constituye uno de los modos más importantes de la realización
de una función secretario.
Es de notar en este punto cómo a menudo, salvo el dato particular del control, cuando un
psicoanalista cree poder hacer saber a un público más o menos selecto tal o cual fragmento de
una cura de la cual se encargó, ese hacer saber mismo interviene hipotecando la continuación de
la cura.
Si entonces conviene al analista una “obligación de silencio”, no es en tanto se refiere a un
código deontológico. Por otro lado, es común que un analizante en el movimiento de su cura,
después de haber “inocentemente” hablado de lo que pasaba en su análisis, advierte que, al hacer
esto, cometió un error, y llega así a reconocer que más le hubiera valido someterse a una cierta
obligación de silencio. La obligación de silencio no incumbe solamente al psicoanalista, que ella
recaiga sobre el analizante es de lo más común: la función secretario no siempre es detentada por
el secretario titular.
La elección de decir o no decir pertenece al secretario. Ahora bien, cuando un psicoanálisis
se revela efectivo da lugar a que sea realmente bien planteada y tratada la cuestión de una
elección de este tipo. A este respecto, Lacan pudo hablar de una ética del Bien-decir.
Tomar nota de la incidencia de la función secretario en análisis exige en principio que se
haya captado hasta qué punto cada psicoanálisis efectivo tiene que ver con un a puertas cerradas.
La fantasía del consultorio analítico como un lugar confortable, cerrado, protegido del mundo
exterior, no va más allá de ser una fantasía. Freud, al elevar el chiste como formación del
inconsciente, manifiesta que emprender un análisis es también un asunto público y que el sujeto
en análisis tiene que ver, en su mismo análisis, con un cierto público, sin que nada asegure que el
psicoanalista pueda encargarse de encarnarlo completamente ni que pueda terminar por
convertirse en él. Acoger la función secretario como un elemento del método freudiano es
equivalente a tener en cuenta que tanto la acción del público en análisis como la del análisis sobre
el público es con lo que cada análisis tiene que ver, no accesoriamente sino de una manera
esencial.
En el análisis no se trata tanto de decir o no al psicoanalista como de llevar eso que, del
decir no dicho, no cesa de no poder no ser dicho, eso que se llama síntoma, al lugar de aquel
público, donde será dicho efectivamente. Lo que signa el compromiso del sujeto con su análisis es
precisamente el hecho de que él habrá tomado nota de su síntoma dando testimonio de que ese
decir no era llevado a su lugar.
A este respecto, Freud inventa su noción inaugural de defensa. En efecto, él no tratará ese
decir en suspenso, al cual el síntoma remite, sugiriendo al sujeto decir allí donde él creía poder no
decir sino, al contrario, tomándolo al pie de la letra en su abstención: proponiéndole la regla
llamada de la asociación libre, lo descarga de su responsabilidad en tanto sujeto de la enunciación
y carga sobre sí esa responsabilidad. Sin embargo, esto no podría ser para asumirla en lugar del
sujeto, ya que no obtendría así su beneficio. Es más bien para hacer jugar, en el lugar mismo de
este hacerse cargo, la función secretario que, aprovechándose del enriedo producido por la
asociación libre, puede hacer que se presente de otra manera la distribución de lo que está para
ser dicho y de lo que debe ser localizado sobre la cucha del secretario.
Introducción al Método Psicoanalítico – Miller

Introducción a un discurso del método freudiano

Hay en los psicoanalistas cierta tendencia a hablar de la ética del psicoanálisis respecto al
final de análisis, y de la técnica respecto al inicio del análisis. Sin embargo, me parece que no hay
ningún punto técnico en el análisis que no se vincule con la cuestión ética, porque nos dirigimos al
sujeto y la categoría de sujeto sólo puede ser colocada en la dimensión ética. No hay “modo”
lacaniano de hacer análisis.
Lo que me preocupa ahora es lo que hacemos bajo el nombre de “Campo Freudiano”
porque no existe, en la orientación lacaniana, patrones. Si en la práctica no tenemos patrones,
tenemos principios, y es necesario formalizarlos.
Esos principios se transmiten sin explicitación a través del propio análisis o la supervisión.
Sin embargo, formalizarlos permitiría transmitir esos principios también a las multitudes que se
reúnen bajo la insignia del Campo Freudiano. Es importante que el analista no se quede sólo con
su práctica sino que también observe la de sus colegas. Mi tentativa consiste en considerar lo que
existe en la práctica común en Francia y comenzar a formalizar un poco. De cierta manera,
entonces, trataré de hacer un “discurso del método”.

Bienvenidas y acto analítico

¿Cómo recibimos a un paciente?


El que viene a vernos como analistas no es un sujeto; es alguien a quien le gustaría ser un
paciente. En la práctica psiquiátrica, el paciente puede ser designado por los otros, que le dicen
que ha de tratarse. Ése no es el caso en la práctica psicoanalítica, con excepción de los análisis
de niños.
Que el psicoanalista se encuentre frente a alguien que le gustaría ser un paciente quiere
decir que no hay, en principio, paciente. Se puede decir que el primer pedido en la experiencia
analítica es la demanda de ser admitido como paciente. Así, la primera avaluación es hecha por el
paciente, es él quien primero avala su síntoma y pide un aval del analista sobre esa auto-
avaluación. Decimos que el acto analítico ya está presente en esa demanda de avalar, en el acto
de autorizar la auto-avaluación de alguien que quiere ser un paciente.
Entre nosotros no hay distinción entre la demanda terapéutica y la didáctica. Cuando alguien
llega y dice que le gustaría ser un analista, anotamos ese deseo, pero ese deseo puede contener
un deseo escondido que tomará parte en el propio proceso analítico. No vamos a autorizar, en el
comienzo, esta demanda de formarse como analista. Hay en esa demanda un voto, y no hay
garantías de cómo se transformará eso durante el análisis.
Todo paciente, al tener el deseo de serlo, se convierte en cierto modo en un “candidato”. La
cuestión es si se va a autorizar el proceso analítico con aquel que quiere ser paciente. Aceptarlo o
rechazarlo es ya un acto analítico, y el analista tiene que responder con un espíritu de
responsabilidad muy profundo. Por esa razón existen las entrevistas preliminares. La práctica de
las entrevistas preliminares no tiene sentido alguno fuera de este contexto, esto es, sin decir que
ya se considera en juego el acto analítico y la ética del psicoanálisis en el inicio mismo de la
experiencia analítica.
La práctica de las entrevistas preliminares es una consecuencia directa de cómo damos una
estructura a las “bienvenidas”. Significa que el comienzo es aplazado, el analista se demora en
iniciar el proceso del análisis hasta poder autorizar la demanda de análisis y, consecuentemente,
avalarla según razones que deben ser precisas. Cuando estas razones no están claras, no se
debe avalar tal demanda.
No hay práctica standard. Las entrevistas preliminares pueden durar un mes, a una semana,
tanto como un año y, a veces, el analista se queda con el paciente durante varios años en una
situación preliminar.
La práctica del psicoanálisis se divide en niveles. Cada nivel entra en el siguiente, se
superponen. Entre ellos existe un vínculo (subjetivación y rectificación). Son los siguientes:
1. Avaluación clínica
a. Subjetivación
2. Localización subjetiva
a. Rectificación
3. Introducción al inconsciente

Avaluación clínica

Las entrevistas preliminares se emplean como un medio para realizar un diagnóstico


preliminar. El analista debe ser capaz de concluir algo respecto de la estructura clínica de la
persona que viene a consultarlo.
A veces, un psicoanalista puede dudar, y eso puede llevarlo a recusar la demanda, a
prolongar el tiempo de las entrevistas preliminares hasta diferenciar la estructura del “candidato”.

La avaluación clínica tiene una importancia vital cuando llegamos a pensar que el paciente
puede ser un psicótico. No es tan difícil cuando la psicosis está desencadenada. Sin embargo, la
cuestión se torna crucial cuando la psicosis aún no se desencadenó, porque el análisis puede
desencadenarla. Por esta razón es fundamental para el analista saber reconocer al prepsicótico.
En general, debemos recusar la demanda de análisis de un paciente prepsicótico. Al no
recusarla, se debe tener el máximo cuidado para no desencadenarla con una palabra cualquiera.
Por esta razón, en la práctica lacaniana del psicoanálisis, es necesario que el analista posea un
saber profundo y extenso de la estructura psicótica.
Los jesuitas le preguntaron a Winnicott algo muy simple: ¿cuándo debemos enviar a un
paciente al hospital psiquiátrico y cuando podemos conservarlo? A lo cual contestó: “Es fácil: si
aborrece al paciente envíelo al hospital psiquiátrico, en caso contrario, consérvelo”. Esto parece
un chiste, pero no lo es. Es la consecuencia de la posición ética de aquellos que piensan que la
contratransferencia puede ser operativa en la experiencia analítica, que pueden trabajar con ella.
Esta es la verdadera práctica según la contratransferencia: invita al analista a observar sus
propias reacciones para conocer la estructura del paciente. Esto es la puerta abierta a todos los
errores del diagnóstico.

No es por medio del aborrecimiento personal como podría diferenciarse entre el paciente
psiquiátrico y el que no lo es. Puede diferenciarse por medio del saber, del saber clínico, y para
este no hay sustituto.

Para certificar que se trata de un paciente psicótico debemos buscar los fenómenos
elementales. Fenómenos psicóticos que pueden existir antes del delirio, del desencadenamiento.
Cuando el analista sospecha que hay una prepsicosis, es necesario buscar esos fenómenos
elementales de manera metódica y segura. Ellos son:

1. Fenómenos de automatismo mental: Irrupción de voces, del discurso de otros, en la


más íntima esfera psíquica.
2. Fenómenos que conciernen al cuerpo: sentimientos de descomposición,
despedazamiento, separación, extrañeza y distorsión temporo-espacial.
3. Fenómenos que conciernen al sentido y la verdad: la existencia de experiencias
inefables, inexpresables, de certeza absoluta. Expresiones de sentido o significación
personal (cuando el paciente dice que percibe, en el mundo, signos dirigidos
exclusivamente a él)

Estos tres puntos muestran que en la avaluación clínica hay una encrucijada en la elección
entre psicosis e histeria. En el caso de los fenómenos corporales, por ejemplo, por la distancia
tomada con relación al cuerpo, o el sentimiento del cuerpo como otro, es difícil distinguirlas. Un
sujeto psicótico y uno histérico pueden, en determinado momento, expresarse más o menos de la
misma manera. Hay que decir que muchas veces en la histeria hay experiencias inexpresables.
No solamente a nivel corporal, sino también a nivel mental, cierta empatía, simpatía histérica
con relación al deseo del Otro, puede ser confundida con el automatismo mental. Hay también una
posibilidad histérica de tomar prestados los síntomas psicóticos. Aquí se sitúa un problema en las
entrevistas preliminares para distinguir entre lo que pertenece al sujeto y lo que pertenece al otro.
El sujeto histérico también tiene derecho a tener alucinaciones, aunque nada tienen que ver
con las alucinaciones del psicótico.
Hay, igualmente, puntos que parecen comunes entre psicosis y neurosis obsesiva. En el
obsesivo, que siempre se demora a la hora de hacer cosas, es necesario un estado de urgencia y
de pánico para la entrada en un análisis y muchas veces se puede presentar con rasgos
aparentemente psicóticos.
También se puede confundir psicosis con perversión. Es bueno para eso escuchar bien
cuando habla de sus experiencias.
El verdadero perverso no viene con frecuencia al análisis, porque ya sabe todo lo que hay
que saber sobre el goce. Aquel que viene a análisis es el neurótico con una perversión, esto es,
con un goce perverso, lo que no es la misma cosa: el goce sexual puede ser perverso y, a pesar
de eso, en el sujeto, el deseo sexual puede ser neurótico.

El diagnóstico no puede ser separado de la localización subjetiva, que introduce la


necesidad de considerar como un operador práctico la categoría lingüística de la enunciación.

Diagnóstico psicoanalítico y localización subjetiva

Las entrevistas preliminares son lo que sucede en el umbral del análisis, en la frontera a
partir de la cual entramos en el discurso analítico.

El diagnóstico en psicoanálisis

Señalar la importancia de la avaluación clínica no es volver a la psiquiatría. Cuando se habla


de diagnóstico se piensa en el diagnóstico psiquiátrico, mecanicista, caracterizado casi siempre
por una supuesta objetividad.
En el campo analítico nos encontramos del lado del sujeto. La cuestión que se plantea es si
hay o no un diagnóstico del sujeto.
Para ser lacaniano, es preciso estudiar la clínica, el saber clínico, y utilizarlo en la
experiencia. Lacan decía que, en verdad, fundado en el discurso analítico, sólo existe el tipo
clínico llamado “histeria”, y que los otros tipos clínicos que conocemos vienen de la psiquiatría y,
eventualmente, necesitamos un esfuerzo de reformulación, de formalización de nuestra parte para
tratar de importarlas al discurso analítico.
La ignorancia tiene una función operativa en la experiencia analítica. No hablo de la
ignorancia pura sino de la ignorancia docta, de alguien que sabe cosas, pero que voluntariamente
ignora hasta cierto punto su saber para dar lugar a lo nuevo que va a ocurrir. He aquí una
diferencia muy importante para distinguir la práctica del analista antes y después del umbral del
análisis. La función de la ignorancia es la misma que la de la transferencia, la misma que la de la
constitución del Sujeto supuesto Saber. El Sujeto supuesto Saber se constituye a partir de la
ignorancia. A partir de esa posición el analista puede decir, o hacer entender, que no sabemos
con anterioridad lo que el paciente quiere decir, pero suponemos que quiere decir otra cosa.

De la avaluación clínica a la localización subjetiva: la subjetivación

Hay un vector que soporta todo eso, el vector del propio acto analítico, el vector del “sí” o del
“no” del analista avalando o rechazando la demanda de su paciente, de ser paciente de un
analista. Es un vector de responsabilidad, donde el paciente es un candidato y el analista, en
cierto modo, un jurado.
La avaluación clínica no está constituida en la objetividad. Cuando hablamos de diagnóstico,
en esta perspectiva, el sujeto es una referencia ineludible. Debemos respetar las maneras de
gozar. El elemento nuevo que puede o debe introducir la experiencia analítica es la posición que
el paciente asume con relación a su goce.
En psicoanálisis, la cuestión del derecho es mucho más esencial que la cuestión de los
hechos. En general, las personas que vienen al análisis se sienten “mal-hechos”.
Fundamentalmente los neuróticos son los que sufren por estar mal-hechos, porque “no hay
relación sexual”, hay falta.
Una cuestión fundamental del sujeto en análisis es: ¿a qué cosas tengo derecho? Sabemos
que el derecho es siempre una ficción simbólica y que, a pesar de serlo, es operativa en el mundo,
estructura el mundo.
El penis-neid y la cuestión de la castración hacen sentir la diferencia entre hecho y derecho,
porque existe el factor biológico de la reproducción sexual y, por ese motivo, una parte de la
especie es así y la otra de la otra manera. Entonces, no se trata de hecho, y sí de símbolo, o sea,
de derecho.
El sujeto en la clínica es un sujeto de derecho, un sujeto que establece su posición con
relación al derecho, o sea, no se trata de un sujeto de hecho. Y si alguien va a “observar” al sujeto
buscándolo en su objetividad, jamás lo encontrará.
Decir que el sujeto en la clínica no es un sujeto de hecho sino de derecho equivale a decir
que no se puede separar la clínica analítica de la ética del psicoanálisis. Es la ética la que
constituye al sujeto.

Localización subjetiva

Como vemos, el nivel descriptivo no es de mucha valía en la experiencia analítica. No se


trata de verificar los hechos para certificarlos ni de observar al paciente de una manera zoológica.
No digo que el analista deba ser ciego, pero es mejor tener en consideración un cambio de
vestimenta en la medida en que eso puede corresponder a un cambio de posición subjetiva, o
responder a una interpretación. Lo esencial, con todo, no es esa dimensión; lo esencial es lo que
el paciente dice.
Esa frase significa separarnos de la dimensión del hecho para entrar en la dimensión del
dicho, que no está lejos de la dimensión del derecho.
Pasar de la dimensión del hecho a la dimensión del dicho es algo inicial, pero no basta. El
paso siguiente es cuestionar la posición que toma aquel que habla con relación a sus propios
dichos. Lo esencial es, a partir de los dichos, localizar el decir del sujeto, o sea, lo que Lacan,
siguiendo a Jakobson, llamaba enunciación, que significa la posición que aquel que enuncia toma
con relación al enunciado.
Hay una distancia entre el dicho y el decir. Alguien puede decir alguna cosa sin creer
completamente lo que dice. En la lógica matemática esto se puede valorar a partir de V
(verdadero) o F (falso). La misma proposición puede tener un valor u otro, indicando una posición
con relación al dicho.
La modalización del dicho

Otra manera que permite ver mejor la posición subjetiva es la modalización. La modalización
indica, en el dicho, la posición que el sujeto asume ante él. La modalización es contraria a la
lógica matemática clásica, donde solamente hay dos valores. El nivel de modalización en la
lengua es casi infinito para indicar con sutileza lo que se hace o lo que se dice, por ejemplo, el
tono de voz.
Estas son cuestiones que el analista siempre debe situar, y que tiene como referencia el
propio sujeto. Alguien puede decir alguna cosa sin creer en lo que dice y, por qué no decirlo, ésta
es la regla. Eventualmente, en el análisis, el sujeto dice algo para verificar si el analista lo cree y,
si le cree, el propio sujeto comienza a creer o, por el contrario, se asegura de que el analista es un
tonto.
Un cierto aire de estupidez puede también hacer maravillas. Para permitir que el propio
deseo se desenvuelva es necesario un lugar oscuro y, también, pensar que hay algo que el otro
no puede percibir. Tenemos que permitir al sujeto algunos engaños y no ir a buscar,
inmediatamente, al sujeto en su fondo para decir que no es verdad, que hay una contradicción. Y
eso, de hecho, ya constituye una introducción al inconsciente. La localización subjetiva introduce
al sujeto en el inconsciente.
En el sentido clásico hay dos niveles, el verdadero y el falso, y es posible matematizar el
dicho en ese nivel, pero no a nivel de la modalización. Es fácil decir la verdad cuando la
conocemos. Sin embargo, en el análisis, la verdad más aguda que surge es que no podemos
conocerla, y es con la regla analítica de decirlo todo como eso aparece. El primer resultado es que
la verdad no puede ser dicha porque no la conocemos y la única cosa que se puede hacer es
decirla.

La caja vacía del sujeto


Se trata de distinguir entre el dicho y una posición con relación al dicho, siendo esa posición
el propio sujeto. Es decir, tenemos siempre que inscribir algo, en segundo lugar, como un índice
subjetivo del dicho. Para hacer eso introduciremos el símbolo de una caja, una caja vacía, donde
vamos a escribir las variaciones de la posición subjetiva.
El ejemplo freudiano de eso es la Verneinung. El paciente dice, a propósito del personaje de
su sueño, “No es mi madre”, y Freud afirma con seguridad que el hecho de decir “No es mi madre”
confirma que el personaje del sueño es la madre.
Allí se puede ver una actividad fundamental de la neurosis, la relación del neurótico con el
deseo, indicando que el neurótico no puede aceptar el deseo sin la marca de la negación sobre
este.
De este modo, como principio del método, es imperativo para el analista distinguir siempre el
enunciado de la enunciación y, paralelamente, el dicho del decir. Una cosa es el dicho, el dicho
como hecho, y otra lo que el sujeto hace de lo que dice. En la perspectiva analítica el sujeto utiliza
la palabra para engañarse por medio de engañar a otro pero, fundamentalmente, engañándose a
sí mismo.
El sujeto dice una frase y, en seguida, su posición con relación a esa frase. Esto es
importante para entender que, cuando se toma al pie de la letra lo que el otro dice, produce
efectos.
Estos son fenómenos de la relación entre el enunciado y la enunciación decisivos para la
interpretación analítica. Por eso la interpretación analítica mínima es: “Es eso” o, como también
formula Lacan, “Usted lo dice, yo no se lo hago decir”. Es presentar al sujeto su propio dicho, lo
que de cierto modo significa “Coma lo que usted dice”.

Dicho y cita

Lo que se viene diciendo es que no hay discurso que no ponga, continuamente, el dicho
anterior entre comillas tal y como si fuese una cita. Siempre que se constituye una secuencia
significante el dicho anterior cae en cierta objetividad y entonces puedo decir: “Eso es lo que yo
dije antes, pero ahora diré otra cosa”.
Un paciente, por ejemplo, dice “Soy un don nadie”. Esto es un dicho, pero el sujeto puede
decir, inmediatamente después, “Es lo que mi padre siempre decía”. Esto responde a la estructura
significante mínima, según la cual el significante toma su sentido solamente a partir de la
retroacción de un segundo significante. En este caso, la primera frase cambia de sentido cuando
la segunda es formulada. El lenguaje sigue de ese modo, digamos, siempre en retroacción.
Esto implica un continuo proceso de citas en la palabra. Citas del Otro. Pero frecuentemente
el sujeto no sabe que lo que dice es una cita del discurso del Otro, y que introduce esa escisión
entre el dicho y el decir.
Siguiendo el análisis de Freud, cada vez que se utiliza la negación, en ese sentido, ya es
una cita pues implica un primer enunciado que es siempre una afirmación (“Es mi madre”) y, en
segundo lugar, la posición del sujeto que puede negar o confirmar la afirmación. Decir una vez (y
negar luego) es una cosa, pero repetirla es otra muy peligrosa.
Eso nos lleva, inmediatamente, a la cuestión de saber en qué sentido el sujeto habla en su
propio nombre. El sujeto puede venir, por ejemplo, hablando en nombre de su pareja, en nombre
de su familia, a quien atribuye el dicho de que sus síntomas no son ya soportables.

Atribución subjetiva

Un analista jamás sabe lo que el otro le demanda.


Lacan dice: “En cada cadena significante se sitúa la cuestión de la atribución subjetiva”: no
hay una sola cadena significante sin que se plantee la cuestión del sujeto, de quien habla, y desde
qué posición habla. La cuestión es de atribución al sujeto, sujeto del dicho.
“La estructura propia de la cadena significante es determinante en la atribución subjetiva,
que, por regla, es distributiva, es decir con varias voces”. No hay una unidad de la cadena
significante desde el punto de vista de la enunciación. Una palabra es, en realidad, la repetición
del discurso del Otro, es una cita.
La cadena significante es polifónica, o sea, hablamos a varias voces, hablamos modificando
continuamente la posición de sujeto.
Este es un punto clave. Ahí está también la importancia de la puntuación como método
analítico; la puntuación justa depende de cómo el analista fija la posición subjetiva. No hay palabra
más especial que la que dice el analista para fijar la posición subjetiva. Se puede, en ese punto,
reconocer una palabra de verdad.
Nada es más importante en el análisis que esto. Eso es la dirección de la cura: saber lo que
debe y lo que no debe ser tomado en serio.
La demostración de incomprensión frente a los aspectos del otro es una posición
sumamente importante. En el análisis no se trata de participar emocionalmente de las situaciones
afectivas del paciente demostrando comprensión y ternura sino cuestionarlas. Pero ello implica
una peligrosidad de vida o muerte. Una palabra infeliz, cuando la experiencia es conducida con
intensidad, puede matar a alguien. Por ello antes de introducir a alguien en la experiencia analítica
con todo su rigor, tenemos que ver si, eventualmente, no hay otros medios.

Evolución de la modalización del dicho

El dicho puede modalizarse de tal modo que una demanda de cambiar puede revelarse
como una demanda de no cambiar. Puedo dar un ejemplo de eso con una reciente demanda de
análisis en París. Lo que pide esta persona del análisis es lo siguiente: con certeza, su mujer se
prepara para separarse y él quiere, a través de un nuevo análisis, prepararse para esa
separación. Su demanda de análisis era en el sentido de no cambiar, o sea, él prefería aceptar su
pérdida a cambiar cualquier cosa de sí mismo, manteniéndose en la misma posición, y eso a
pesar de perder a su mujer. Su demanda era: “Ayúdeme a perderla”, es decir, confirmar su
posición inicial de sujeto.
Eso me llevó a no aceptar, a no avalar, esa demanda de análisis así formulada. Aceptarla de
ese modo impediría, desde el primer momento, la localización subjetiva.
La cuestión de la localización subjetiva era, en este caso, cómo invertir la demanda. No
rechacé al sujeto sino que rechacé la formulación de su demanda. Volvió entonces por segunda
vez y se dio cuenta de lo que había dicho.
Ya en las entrevistas preliminares hay una función esencial del analista: la función del
malentendido. A veces un paciente busca un analista para, finalmente, saber si alguien puede
entender lo que él dice. Con todo, no es posible convencer al paciente de nuestra capacidad de
entender si no es a través de la introducción sistemática del malentendido. Demostrando al
paciente que no lo entendemos, se introduce al sujeto en el hecho de que él mismo no se
entiende, y eso es lo que significa la asociación libre: el auto-malentendido, y es por este motivo
que la pasión analítica es la pasión de la ignorancia.
Así, la localización subjetiva consiste en hacer aparecer la caja vacía donde se inscriben las
variaciones de la posición subjetiva. Es como tomar entre paréntesis lo que el sujeto dice y
hacerle percibir que toma diferentes posiciones, modalizadas, con relación a su dicho.
El sujeto es esa caja vacía, es el lugar vacío donde se inscriben las modalizaciones. Ese
vacío encarna el lugar de su propia ignorancia, encarna el hecho de que la modalidad fundamental
que se debe hacer surgir es la siguiente: “Yo (el paciente), no sé lo que digo”. Y, en ese sentido, el
lugar de la enunciación es el propio lugar del inconsciente.

Introducción al inconsciente

El bien-decir, para Lacan, es la llave de la ética del psicoanálisis.


El analista no tiene bendiciones que dar, pero puede contribuir en el aprendizaje del bien-
decir, o sea, puede introducir al sujeto en un acuerdo entre el dicho y el decir, de tal manera que
pueda aproximarlo a decir lo que desea.
Se trata de encontrar y practicar una manera de decir que tenga en cuenta la diferencia
entre el dicho y el decir. Que tenga en cuenta, también, la posibilidad de modificación de una
posición subjetiva con relación al dicho. De esta manera, la forma de decir las cosas se escribe en
un retroceso subjetivo.
El analista es el lugar vacío donde el sujeto es invitado a hablar –es el destinatario del
discurso– pero, al mismo tiempo, también es lo exterior a él.

El deseo en la demanda de análisis

La localización subjetiva no es solo una avaluación de la posición del sujeto, sino también un
acto del analista. Un acto ético. A través de la separación entre enunciado y enunciación, a través
de la reformulación de la demanda, de la introducción del malentendido, dirige al paciente en una
vía precisa al encuentro del inconsciente; lo lleva en dirección al cuestionamiento de su deseo y
de lo que quiere decir, y hacerle percibir que, en sí mismo, hay siempre una boca mal-entendida.
Ese es un acto de dirección del analista. El tiempo de la supuesta neutralidad viene después pero,
en las entrevistas preliminares, hay conducción por parte del analista.
Se trata de efectuar un cambio en la posición del sujeto, transformar la persona que vino en
un sujeto, en alguien que se refiere a lo que dice guardando cierta distancia con relación al dicho.
Es por eso que las entrevistas preliminares constituyen una rectificación subjetiva.
Esta primera localización conduce a aceptar la asociación libre, quiero decir, a hablar sin
saber lo que se dice, a hablar buscando el sentido de lo que se dice, o sea, a abandonar la
posición de Amo.
Apertura del espacio analítico

Lo esencial en la experiencia para abrir el espacio analítico es el sujeto.


El sujeto no es equivalente a la persona o al individuo, no pertenece a un registro de los
datos. No es un dato, sino una discontinuidad en los datos. El sujeto es la propia pérdida, es lo
que jamás se puede contar en su propio lugar, a nivel físico.
A nivel de la objetividad el sujeto no existe, y es responsabilidad del analista producir, crear,
otro nivel propio al sujeto. Es el efecto de una decisión del analista, cuestión ética del
psicoanálisis. Lacan habla de la ética del psicoanálisis porque no hay una ontología del
psicoanálisis. La ontología concierne a lo que existe, a los seres que se pueden enumerar, contar,
ver, etc. El sujeto se constituye solamente a nivel ético. La ontología concierne a los seres y la
ética concierne a la falta en ser. Se trata de decidir –pues alguien puede decidir olvidar sus
sueños, considerar sus lapsus como meros errores–. Es una cuestión de decisión consentir en
preocuparse de esas cosas, una decisión ética del paciente.
La introducción al inconsciente es, en realidad, una introducción a la falta en ser. El sujeto
es una falta en ser.
En el análisis no se trata del sufrimiento. En el sujeto, desde el momento en que se dirige al
analista, su sufrimiento se transforma en queja, en queja para Otro.
El neurótico es quien no está satisfecho con el hecho de existir como ser. Se une a esto el
hecho de que vive su existencia como falta en ser y quiere justificarla al Otro, que lo escucha. El
Otro de la justificación. Se entiende por qué el verdadero perverso no entra en análisis: porque no
quiere rendir cuentas a ningún Otro.
El analista debe situarse en la posición correcta: la de un estatuto de derecho. “Eso no es
tan terrible” o “Usted tiene todo para ser feliz” no son respuestas esperadas. No se esperan
respuestas a nivel de los hechos.

La rectificación subjetiva

Lo que Lacan llamaba rectificación subjetiva es pasar del hecho de quejarse de los otros
para quejarse de sí mismo. El acto analítico consiste en implicar al sujeto en aquello de lo que se
queja. Es cuando, en el análisis, el sujeto aprende también su responsabilidad esencial en lo que
le ocurre.
El sujeto es una infracción al principio de razón propuesto por Leibniz: “Todo tiene una
razón, no hay nada sin razón, sin causa”. Todo tiene una razón, excepto el sujeto. En cierto modo,
es en el análisis donde encontraremos su causa.
El neurótico es justamente el sujeto que tiene la más aguda experiencia de la falta de la
causa de ser. Vivimos en un mundo estructurado por la ciencia que, como tal, es dirigido por un
principio de la razón, lo que es coherente con la emergencia del psicoanálisis, del psicoanalista
que recibe la queja de la falta de existencia.
Un paranoico sabe por qué existe, su existencia está justificada. A su vez, el verdadero
perverso sabe muy bien que existe para gozar y el goce le es, en sí mismo, una justificación de la
existencia. El neurótico debe inventar una causa para él mismo, una buena causa que defender,
una causa que pueda obturar el vacío en que él mismo consiste.
El peligro de un análisis verdadero consiste en aceptar que se abra de nuevo esa falta en
ser que tal vez ha sido cerrada por una causa más o menos buena. Cuestionar o perder sus
razones de ser, pone al sujeto en una situación muy difícil.
De entrada, se hace del analista un Otro, y no hay ningún tipo de entendimiento de
comunidad posible. Es realmente muy difícil si el sujeto no quiere poner en cuestión algunos
elementos que quedarían fuera de cualquier cuestionamiento, fuera de la distinción entre
enunciado y enunciación.
Así, comenzamos por introducir al sujeto a partir del tema de la enunciación, que hace
aparecer la caja vacía del sujeto, al sujeto como vacío. Lo que aparece así, como caja vacía, es el
drama de la falta en ser; no es un vacío tranquilo, es algo que provoca una conmoción.
En la justicia “todo lo que usted diga puede ser usado en su contra”. Ahí se debe garantizar
un vínculo inmutable entre dicho y posición subjetiva. Además, en Estados Unidos “nadie puede
ser obligado a testimoniar en contra de sí mismo”. Son frases que se juegan entre el dicho y el
decir. En psicoanálisis, al contrario, nada de lo que digan puede ser usado en contra de ustedes,
es la regla de la asociación libre, con la cual ustedes están continuamente obligados a testimoniar
en contra de sí mismos.
Lacan, en el periodo más avanzado de su enseñanza, ya no habla de una rectificación
subjetiva sino de histerización del sujeto. Escribe $ 🡪 S1: “sujeto dividido con relación al
significante amo”. Se trata de eso cuando me refiero a la separación entre enunciado y
enunciación, que es también una separación entre el sujeto y el significante.
El histérico y el obsesivo con relación al dicho
El sujeto histérico, en el fondo, toma distancia con relación a todo dicho, y eso es lo que se
denomina histerización.
El sujeto, en tanto histérico, pone en cuestión al significante, al Amo. Se trata de un sujeto
orientado hacia Otro, que pide al Otro en una posición de humildad. Pero, al mismo tiempo que
constituye al Otro como Amo, le demuestra que él es eternamente incapaz de hacer cualquier
cosa por él. Le demuestra que, a partir de su propia falta en ser, es más poderoso que el Otro, a
pesar de todo lo que éste tenga.
El obsesivo, al contrario, se confunde con el significante Amo y llega a análisis solamente
cuando se produce cierta discrepancia con ese significante Amo. Por ejemplo, alguien que se
identifica con el significante “alcohólica” y que, a partir del análisis, pueda adquirir cierta distancia
entre ese significante y ella misma.
Sobre una degradación general de la vida erótica
I
En psicoanálisis es muy frecuente la problemática de la impotencia psíquica. Ella surge
cuando los órganos ejecutivos de la sexualidad rehúsan su colaboración al acto sexual. El
paciente obtiene el primer dato al observar que el fallo se produce con una persona determinada y
nunca con otras. Descubre así que su potencia viril depende de alguna cualidad del objeto sexual,
y a veces indica haber advertido algún obstáculo o voluntad contraria, que se oponía a su
intención consciente. Pero no le es posible adivinar en qué consiste dicho obstáculo o voluntad
contraria. Atribuye el fallo a una impresión casual y deduce erróneamente que su repetición se
produce por la acción inhibitoria del recuerdo del primer fallo constituido en representación
angustiosa.
Se trata realmente de la acción inhibitoria de ciertos complejos psíquicos que se sustraen al
conocimiento del individuo, material patógeno cuyo contenido más frecuente es la fijación
incestuosa no dominada en la madre o en la hermana. Pero también hay que prestar atención a
las vivencias accidentales del sujeto en cuanto a su actividad sexual infantil.
Sobre los procesos psicosexuales que se desarrollan en la impotencia obtenemos los
siguientes datos: El fundamento de la enfermedad es, como en todas las perturbaciones
neuróticas, una inhibición del proceso evolutivo que conduce la libido hasta su estructura definitiva
y normal. Aquí no han llegado a fundirse las dos corrientes que aseguran una conducta erótica
normal: la corriente cariñosa y la corriente sexual.
La cariñosa es la más antigua. Procede de los más tempranos años infantiles, se constituye
tomando como base la pulsión de autoconservación y se orienta hacia los familiares y cuidadores
del niño. Corresponde a la elección del objeto primario infantil. El cariño de los padres y
cuidadores nunca oculta completamente su carácter erótico, y contribuye a acrecentar las cargas
psíquicas de las pulsiones yoicas.
Estas fijaciones del niño perduran durante toda la infancia y continúan incorporándose
considerables magnitudes de erotismo, el cual queda desviado así de sus fines sexuales. Con la
pubertad sobreviene luego la poderosa corriente sensual que no ignora ya sus fines. Al parecer,
no deja de recorrer los caminos anteriores, acumulando sobre los objetos primarios mayores
magnitudes de libido. Pero al tropezar aquí con el obstáculo que supone la barrera moral contra el
incesto, erigida en el intervalo, tenderá a transferirse lo antes posible a objetos ajenos al círculo
familiar, con los cuales sea posible una vida sexual real. Estos nuevos objetos son, sin embargo,
conforme a la imagen de los infantiles, pero con el tiempo atraen a sí todo el cariño ligado a los
primitivos. El hombre abandonará a sus padres para seguir a su esposa, fundiéndose entonces el
cariño y la sensualidad.
Dos factores pueden provocar el fracaso de la evolución de la libido:
El grado de interdicción real que se oponga a la nueva elección de objeto, apartando de ella
al individuo. No tendrá sentido decidirse a una elección de objeto cuando no es posible elegir o no
cabe elegir nada satisfactorio.
El grado de atracción ejercido por los objetos infantiles que se trata de abandonar, grado
directamente proporcional a la carga erótica de la que fueron investidos en la infancia. Cuando
estos muestran energía suficiente entra en acción el mecanismo general de la producción de
las neurosis: la libido se aparta de la realidad, es acogida por la fantasía (introversión), intensifica
las imágenes de los primeros objetos sexuales y se fija en ellos. Pero el obstáculo opuesto al
incesto obliga a la libido a permanecer en lo inconsciente. Se produce una sustitución que permite
el acceso de las fantasías a la conciencia, pero no trae proceso alguno en los destinos de la libido.
El resultado es entonces una impotencia absoluta, que en ocasiones puede quedar
reforzada por una debilitación real, simultáneamente adquirida, de los órganos genitales.
La corriente sensual no está obligada a ocultarse totalmente detrás de la cariñosa, sino que
conserva energía y libertad suficientes para conquistar en parte el acceso a la realidad. Pero la
actividad sexual de tales personas presenta claros signos de no hallarse sustentada por toda su
plena energía pulsional, mostrándose caprichosa, fácil de perturbar, incorrecta en su ejecución y
poco placentera. Pero sobre todo se ve obligada a eludir toda aproximación a la corriente
cariñosa, lo que supone una considerable limitación de la elección de objeto. Buscará objetos que
no despierten el recuerdo de los prohibidos. Por ende, si estos individuos aman a una mujer, no la
desean, y si la desean, no pueden amarla.
Contra esta perturbación, estos individuos se acogen principalmente a la degradación
psíquica del objeto sexual. Dada la misma, su sexualidad puede exteriorizarse libremente. A este
resultado contribuye otra circunstancia: por lo general estas personas viven una vida sexual poco
refinada; perduran en ellas fines sexuales perversos.
II
Los factores señalados (la intensa fijación infantil, la barrera erigida contra el incesto y la
prohibición opuesta a la pulsión sexual en los años inmediatos a la pubertad) son comunes a
todos los hombres pertenecientes a cierto nivel cultural, entonces todos tendrían que ser
impotentes.
La conducta del hombre civilizado presenta, generalmente (en esos momentos de la
historia), el sello de la impotencia psíquica. Solo en muy pocos casos aparecen debidamente
confundidas las dos corrientes cariñosa y sensual. El hombre casi siempre siente coartada su
actividad sexual por el respeto a la mujer, y solo desarrolla su plena potencia con objetos sexuales
degradados. A tal mujer dedicará entonces sus energías sexuales, aunque su cariño pertenezca a
otra de tipo más elevado.
Los factores etiológicos de la impotencia psíquica propiamente dicha son: la intensa
fijación incestuosa infantil y la prohibición real opuesta a la pulsión sexual en la adolescencia. Ha
de afirmarse que para poder ser verdaderamente libre y feliz en la vida erótica, es preciso vencer
el respeto a la mujer y el horror a la idea del incesto. La valoración del acto sexual como algo
degradante se encuentra en ese momento de la adolescencia en donde su corriente sensual,
intensamente desarrollada, encontraba prohibida toda satisfacción, tanto en los objetos
incestuosos como en los extraños.
Las mujeres también se encuentran bajo consecuencias análogas, emanadas de su
educación y de la conducta de los hombres. Lo que parece no existir en la mujer es la necesidad
de rebajar el objeto sexual, seguramente porque no existe tampoco la supervaloración masculina.
Pero su largo apartamiento de la sexualidad y el confinamiento de la sensualidad en la fantasía
tienen para ella otra consecuencia: en muchos casos no les es ya posible separar las ideas de
actividad sensual y de prohibición, resultando así psíquicamente impotente, o sea frígida, cuando
por fin le es permitida tal actividad. De aquí la tendencia de muchas mujeres a mantener en
secreto durante algún tiempo relaciones perfectamente lícitas, y para otras la posibilidad de sentir
normalmente en cuanto la prohibición vuelve a quedar establecida, por ejemplo, en unas
relaciones ilícitas.
Este requisito de la prohibición en la mujer se puede equiparar a la necesidad de un objeto
sexual degradado en el hombre. Ambos factores como consecuencia del largo intervalo exigido
por la educación, con fines culturales, entre la maduración y la actividad sexual, además de la no
confluencia de las corrientes cariñosa y sensual. El hecho de que las mismas causas produzcan
en el hombre y la mujer efectos tan distintos depende quizás de otra divergencia en su conducta
sexual: la mujer no suele infringir la prohibición opuesta a la actividad sexual durante el periodo de
espera, quedando establecido el enlace entre las ideas de prohibición y sexualidad. El hombre, en
cambio, infringe generalmente tal precepto, a condición de rebajar el valor del objeto, y acoge, en
consecuencia, esta condición en su vida sexual ulterior.
III
Corre la atención del objeto sexual a la pulsión.
Tampoco una libertad sexual ilimitada desde un principio procura mejores resultados. La
necesidad erótica pierde considerable valor psíquico cuando se le hace fácil y cómoda la
satisfacción. Para que la libido alcance un alto grado es necesario oponerle un obstáculo. Es
también correcto, en general, que la importancia psíquica de la pulsión crece con su prohibición,
ahora bien ¿puede igualmente pensarse que su satisfacción disminuya siempre tan
considerablemente su valor psíquico? Por ejemplo el alcohólico: el vino le procura siempre al
bebedor la misma satisfacción tóxica.
Habremos de sospechar que en la naturaleza misma de la pulsión sexual existe algo
desfavorable a la emergencia de una plena satisfacción. En su evolución destacan dos factores
que pueden hacerse responsables.
En primer lugar, a consecuencia del desdoblamiento de la elección de objeto y la creación
intermedia de la barrera contra el incesto, el objeto definitivo de la pulsión sexual no es nunca el
primitivo, sino un subrogado suyo. Pero el psicoanálisis ha demostrado que cuando el objeto
primitivo de un impulso optativo sucumbe a la represión es reemplazado, en muchos casos, por
una serie interminable de objetos sustitutivos, ninguno de los cuales satisface por completo. Esto
nos explicaría la inconstancia en la elección de objeto.
En segundo lugar, sabemos que la pulsión sexual se compone por una amplia serie de
elementos, algunos de los cuales no pueden ser acogidos luego en su estructura, debiendo ser
reprimidos o destinados a fines diferentes.
Sin embargo, los procesos fundamentales que dan origen a la excitación erótica
permanecen invariados. Lo excremental se halla íntimamente ligado a lo sexual, y la situación de
los genitales continúa siendo el factor determinante invariable. La pulsión erótica es difícilmente
educada, y las tentativas de este orden generan una pérdida de placer, ya que la permanencia de
impulsos no utilizados se manifiesta en una disminución de la satisfacción buscada en la actividad
sexual.
Entonces parece que no es posible armonizar las exigencias de la pulsión sexual con las de
la cultura.
Ahora bien, esta misma incapacidad de proporcionar una plena satisfacción que la pulsión
sexual adquiere en cuanto es sometida a las primeras normas de la civilización es, por otro lado,
fuente de máximos rendimientos culturales, conseguidos mediante una sublimación progresiva de
sus componentes pulsionales. A partir de esta diferencia entre las exigencias de las pulsiones
sexuales y las egoístas, pueden conseguir rendimientos cada vez más altos, si bien bajo un
constante peligro, cuya forma actual es la neurosis.
Psicoanálisis y medicina - Lacan
El lugar del psicoanálisis en la medicina es marginal y extra-territorial. Marginal debido a la
posición de la medicina respecto del psicoanálisis, al que admite como una suerte de ayuda
externa, comparable a la de los psicólogos y otros asistentes terapéuticos. Extra-territorial por
obra de los propios psicoanalistas.
Durante un gran periodo de la historia la función del médico ha permanecido con gran
constancia, hasta una época reciente.
La práctica de la medicina nunca dejó de tener un importante acompañamiento doctrinario.
El gran médico, el médico tipo, era un hombre de prestigio y autoridad.
A partir del surgimiento de la ciencia, aparece un hombre que sirve a las condiciones de un
mundo científico. Las sociedad exige ciertos condicionamientos necesarios en la vida de todos en
la medida que la presencia de la ciencia incluye a todos en sus efectos.
De esta manera, la medicina entra en una fase científica y el médico se encuentra
enfrentado con nuevos problemas. El médico ya no tiene nada de privilegiado en la jerarquía del
equipo de científicos diversamente especializados. Desde el exterior de su función le son
proporcionados los medios y al mismo tiempo las preguntas para introducir las medidas de control
cuantitativo, los gráficos, las escalas, los datos estadísticos a través de los cuales se establecen
las constantes biológicas.
El médico es requerido en función de científico fisiologista, pero sufre también otros
llamados: el mundo científico vuelca en sus manos un número infinito de lo que puede producir,
como agentes terapéuticos nuevos, químicos o biológicos, que coloca a disposición del público, y
le pide al médico, cual si fuere un distribuidor, que los ponga a prueba. ¿Dónde está el límite en
que el médico debe actuar y a qué debe responder? A algo que se llama la demanda.
La demanda es esa dimensión donde se ejerce estrictamente hablando la función médica.
Es en el registro del modo de respuesta a la demanda del enfermo donde está la posibilidad de
supervivencia de la posición propiamente médica.
Cuando el enfermo es remitido al médico o cuando lo aborda, no espera de él pura y
simplemente la curación. Coloca al médico ante la prueba de sacarlo de su condición de enfermo,
lo que es totalmente diferente, pues esto puede implicar que él esté totalmente atado a la idea de
conservarla. Viene a veces a demandarnos que lo autentifiquemos como enfermo; que lo
preserven en su enfermedad, que lo traten del modo que le conviene.
No es necesario ser psicoanalista, ni siquiera médico, para saber que cuando cualquiera nos
pide algo, eso no es para nada idéntico, e incluso a veces es diametralmente opuesto a aquello
que desea.
El efecto de la ciencia sobre la relación de la medicina con el cuerpo es delimitado como
falla epistemo-somática.
Aquello que se encuentra excluido de la relación epistemo-somática es justamente lo que
propondrá el cuerpo, en su registro purificado, a la medicina. El cuerpo no se caracteriza
simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar,
gozar de sí mismo. La dimensión del goce está excluida de esta relación epistemo-somática.
Aquella que se extiende en la dirección del goce es la dimensión ética.
Tenemos dos puntos de referencia: primero, la demanda del enfermo; segundo, el goce del
cuerpo. Ambos confinan, en cierto modo, en esa dimensión ética. Pero no los confundamos
demasiado rápido, pues aquí interviene lo que llamaré simplemente la teoría psicoanalítica, que
llega en el momento de la entrada en juego de la ciencia, con ese ligero avance que es siempre
característico de Freud. Freud es quien inventó lo que debía responder a la subversión de la
posición del médico por el ascenso de la ciencia: a saber, el psicoanálisis como praxis.
No hay un inconsciente porque hubiese en él un deseo inconsciente, que fuese primitivo y
debiese elevarse al nivel superior de lo consciente. Muy por el contrario, hay deseo porque hay
inconsciente, es decir, lenguaje que escapa al sujeto en su estructura y en sus efectos, y hay
siempre a nivel del lenguaje algo que está más allá de la consciencia, y es allí donde se puede
situar la función del deseo.
Por eso es necesario hacer intervenir el lugar del Otro. Es en ese campo donde se ubican
esos excesos del lenguaje, donde se hace la junción con el polo del goce.
Freud introdujo que el placer es una barrera al goce.
¿Qué se nos dijo del placer? Que es la menor excitación, lo que hace desaparecer la
tensión, aquello que nos detiene necesariamente en un punto de alejamiento, de distancia muy
respetuosa del goce. Pues lo que yo llamo goce es siempre del orden de la tensión, del
forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el
dolor, y es sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo
que de otro modo permanece velada.
¿Qué es el deseo? El deseo es de algún modo el punto de compromiso, la escala de
dimensión del goce, en la medida en que en cierto modo permite llevar más lejos el nivel de la
barrera del placer. Pero este es un punto fantasmático, donde interviene el registro imaginario,
que hace que el deseo esté suspendido a algo cuya naturaleza no exige verdaderamente la
realización.
El deseo sexual tal como lo entiende el psicoanálisis no es la imagen que debemos
hacernos de acuerdo a un mito de la tendencia orgánica; es algo infinitamente más elevado y
anudado en primer término con el lenguaje, en tanto que es el lenguaje el que le da primero su
lugar, y que su primera aparición en el desarrollo del individuo se manifiesta a nivel del deseo de
saber.
Lo que indico al hablar de la posición que puede ocupar el psicoanalista, es que actualmente
es la única desde donde el médico puede mantener la originalidad de siempre de su posición, es
decir, la de aquel que tiene que responder a una demanda de saber, aunque sólo se pueda
hacerlo llevando al sujeto a dirigirse hacia el lado opuesto de las ideas que emite para presentar
esa demanda. Si el inconsciente es lo que es, no una cosa monótona sino una cerradura lo más
precisa posible, su abertura puede servir al sujeto en su demanda de saber. Lo inesperado, es
que el sujeto confiese él mismo su verdad y que lo haga sin saberlo.
El ejercicio y la formación del pensamiento son los preliminares necesarios a una operación
tal: es necesario que el médico se haya entrenado en plantear los problemas a nivel de una serie
de temas cuyas conexiones, cuyos nudos, debe conocer, y que no son los temas corrientes de la
psicología, donde las respuestas están determinadas en función de ciertas preguntas, registradas
en un plano utilitario, con un valor que nada tiene que ver con lo que está en juego en la demanda
del enfermo.
Al final de esta demanda, la función de la relación con el sujeto supuesto al saber, revela lo
que llamamos la “transferencia”. En la medida en que más que nunca la ciencia tiene la palabra,
más que nunca se sostiene ese mito del sujeto supuesto al saber, y esto es lo que permite la
existencia del fenómeno de la transferencia en tanto que remite a lo más arraigado del deseo de
saber.
El médico está integrado a ese movimiento mundial de la organización de una salud que se
vuelve pública y, por este hecho, nuevas preguntas le serán planteadas. ¿Cómo responderán a
las exigencias que muy rápidamente confluirán con las exigencias de la productividad? Pues si la
salud se vuelve objeto de una organización mundial, se tratará de saber en qué medida es
productiva. ¿Qué podrá oponer el médico a los imperativos que lo convertirán en el empleado de
esa empresa universal de la productividad? El único terreno es esa relación por la cual es médico:
a saber, la demanda del enfermo, relación donde se puede revelar la dimensión del goce.
Guía “Locura y Lazo Social” F. Davoine y J.M. Gaudillère.
Primera Parte:
1) ¿Cómo consideran la locura estos autores? ¿Que quiere decir que la locura no
corresponde a un diagnostico?
Cuando se trata de la locura es absurdo esperar la demanda, hay que ir hacia ella. El ritmo de
trabajo del psicótico es muy diferente de nuestros tiempos cotidianos. Hay que crear el terreno
posible de trabajo con estos pacientes.
La palabra locura no se corresponde al diagnóstico, sino que hace referencia a la “transferencia
psicótica”, a la naturaleza del instrumento que se utiliza con ese paciente para vincularse con él.
Antes se decía que no había transferencia en la psicosis porque nadie se colocaba en el lugar
del otro de la locura. En el anudamiento de la transferencia psicótica, voy a ocupar el lugar del
objeto causa del delirio. Me convierto como analista en la causa de la locura, por lo tanto no es un
lugar limpio.
Los pacientes nos enseñaron que no había otro para estar con ellos en esa locura, porque ellos
eran testigos de un tiempo que se había detenido. Un tiempo que se había detenido en las
“catástrofes del lazo social”.
La locura no es la ruptura del lazo social, la locura es un trabajo de investigación sobre las
rupturas del lazo social, pero ello no concierne solamente a los enormes cataclismos, sino que
también se pueden tratar de catástrofes mucho más pequeñas. Por ejemplo, en algunas
situaciones de quiebra económica, anteriormente.

2) ¿Qué significa “la locura como ciencia” o la “la locura como conocimiento”?
Si la ciencia se ocupa de lo real en la naturaleza, la locura como ciencia se ocupa del Real
entre las personas. Es decir, de las cosas que no son más nombrables en las relaciones sociales,
porque eso ha desaparecido; pero los hombres y su lenguaje están hechos de tal modo que
cuando personas o cosas han desaparecido y no hay más nombre para darle a esa desaparición,
vuelven como fantasmas.
Como psicoanalistas que trabajan con la locura hemos de poder convocar a los fantasmas. Y
son estos pacientes llamados psicóticos quienes, en algunos momentos, prestan su voz y su
cuerpo a los fantasmas. Es difícil, hay riesgos, pero hay que trabajar con ese fantasma.
Esto se hace solamente con el instrumento de la transferencia. El real no está en la cabeza del
paciente, no está en el cerebro, el real es eso con lo que chocamos juntos y que siguiendo la
definición de Lacan es “eso que no cesa de no escribirse porque no tiene ni nombre ni imagen”.

Segunda parte:
1) ¿Qué zonas reavivan los pacientes locos en el analista?
Estos pacientes reavivan en el analista áreas catastróficas que habían sido borradas, pero que
son instrumentos para trabajar en el análisis. Por ejemplo, una paciente que llega hablando de su
madre desaparecida en Alemania nazi despierta en Françoise Davoine ciertos recuerdos acerca
de su propia madre estando embarazada de ella mientras era apresada, episodio que había sido
banalizado por ella y que ahora se tornaba familiar y adquiría otras significaciones.

2) Defina el estatuto de “ciertos sueños” y su relación con la inscripción.


Hay ciertos sueños que son muy claros en sus contornos, que muestran catástrofes sociales
que van a ocurrir un tiempo después. Si uno de estos sueños acontece, ya sea al analista o al
paciente, es inútil buscar asociaciones. Son sueños en los cuales la significación manifiesta y la
latente son idénticas, y no pertenecen a uno ni a otro como individuo: pertenecen a la historia, que
intenta inscribirse.
Lo que vemos en estos sueños es que lo que se está inscribiendo de esta forma se
corresponde con lo que Freud llamó inconsciente no reprimido.
Por lo tanto, en este tipo de sueños no se trata de represión. Todo está dicho en el marco del
sueño, y es un momento durante el cual eso se inscribe.
Del punto de vista del sujeto no se trata del sujeto del deseo, ni del sujeto de la represión; y del
punto de vista de la técnica es esencial que ese sueño sea dicho y autentificado por parte de
aquel que lo tuvo. Técnicamente es fundamental no hacer asociar sobre determinados
significantes en ese sueño, porque no se trata, o no se trata aun, de significantes en esos sueños.
Son sueños que están del lado de la mostración, pero esta mostración es un primer intento de
escritura.
Del lado del analista son sueños que están directamente conectados con la sesión, como si
uno viera en el lugar del otro. Tienen un color particular: el color de la inquietante extrañeza.
Este sueño toma material que proviene de mí, pero si intento analizarlo cuando me despierto,
me doy cuenta que no logro ubicarme como sujeto, no soy el sujeto de ese sueño. En cambio, si
admito que el paciente es el sujeto de ese sueño, todo se vuelve mucho más claro. De esos
sueños hay que hablar.
3) ¿Qué significa que un trauma es Real en el sentido Lacaniano?
Que el trauma es real en sentido lacaniano quiere decir que no tiene ninguna representación
posible ni en palabras ni en imágenes. Cuando trabajamos con pacientes psicóticos, la cuestión
del trauma ha de ser abordado en este sentido.

Tercera Parte:
1) A partir de que el físico Schoedinger convoca a los psicoanalistas, los autores
análogan el nuevo paradigma científico con el psicoanálisis. Recorra y explique los tres
puntos.
Schoedinger, en 1958, dice que el psicoanálisis, que es una ciencia nueva, debiera interesarse
en el retorno del sujeto en la ciencia. Dice que el sujeto elidido en las ciencias por el método de
objetivación conduce a la catástrofe. Esto lo dice después de la guerra donde se inventa la bomba
atómica y donde los científicos habían trabajado en una situación de precariedad y catástrofe.
La investigación de hoy en día se ha convertido en una investigación estadística, con la
finalidad de comparaciones normativizantes.
Podemos pensar que se trata de una lucha entre buenos y malos, los psicoanalistas estarían
del lado de los buenos, porque ellos no intentan objetivar al paciente.
El trabajo de investigación de la locura incluye imitar al trabajo de investigación científica. Este
mimetismo es porque se trata en realidad de dos campos paralelos, en donde en uno se trata de
inscribir el real, en fórmulas científicas, y en el otro en un nuevo juego de lenguaje.
Schoedinger dice que los hombres de ciencia pagan un precio muy caro a la ciencia, porque el
sujeto tiene que quedar excluido de lo que escribe, de lo que hace la ciencia. Entonces hace este
llamado a los psicoanalistas para que haya un retorno del sujeto en la ciencia. Para esto, el dice
que una primer cosa es cortar con el positivismo, hay que cambiar el paradigma. Eso consiste en
tres puntos, que curiosamente nos interesan a quienes nos ocupamos de la locura, puesto que
hay algo allí de común que se encuentra en este nuevo paradigma.
Primer punto: No hay más una objetivación pura. El investigador forma parte del campo de
experiencia, modifica ese campo. Por lo tanto se va a trabajar en interacción, entre-dos.
Segundo punto: Se termina con el mito de la reversibilidad. Se va a trabajar con la hipótesis de
una cierta repetición de experiencias, cada una de ellas singulares, con algunos puntos de
semejanza entre ellas.
Tercer punto: Se termina con la concepción de la linealidad del tiempo.
Aquí hay una semejanza con los pacientes que vienen al análisis completamente
desubjetivados: ellos traen un mundo objetivado, nos van a hacer participar en ese mundo y van a
intentar llevar la situación analítica a esa objetivación.
Por lo tanto toda la cuestión que se va a plantear en análisis es la de encontrar un sujeto a ese
mundo objetivado, y es la misma pregunta de Schoedinger; sólo que el analista también está
tomado en esta objetivación.
El retorno del sujeto en el psicoanálisis de una psicosis se da, en primer lugar, por un mostrar
la cosa innombrable, luego por un organismo entre varios (paciente-analista), y luego por la
creación de un nuevo juego de lenguaje en el cual pueda expresarse el sujeto.
En nuestras entrevistas, uno sabe muy bien que no va a aplicar el psicoanálisis en el dominio
de lo cuantificable, en el dominio de las ciencias, pero creo que el camino al cual nos obliga la
locura es de un rigor extremo y totalmente paralelo a aquel de los nuevos paradigmas científicos.
El rigor del procedimiento de investigación en el que consiste la locura tiene que ver con su
manejo del tiempo.
El eje que sostiene la racionalidad de la ciencia depende enteramente de la linealidad del
tiempo. En esa linealidad orientada podemos ubicar el principio de causalidad. Freud mismo
aborda esta cuestión: la elección de la sucesión pasado-presente-futuro está hecha por los
hombres para estar seguros de que los muertos no vuelven.
Cuando se trabaja con la locura, de entrada y antes de todo efecto de transferencia, uno queda
sorprendido por los trastornos de esta linealidad: algo que en la negociación habitual de nuestro
tiempo, que por ejemplo para nosotros quedar expuestos al frío durante largo tiempo causa una
enfermedad, en estos casos no funciona de la misma manera y no da posibilidad de enganche a
una causalidad de este tipo.
En momentos de la transferencia controlados o no, el tiempo comienza a ponerse en
movimiento. En el mejor de los casos el paciente comienza a tornarse físicamente enfermo, o de
manera mucho más grave, cuando el tiempo comienza a girar de manera habitual y un delirio se
detiene, es el momento de mayor riesgo de suicidio.
Cuando se entra en la línea que nos es propuesta por el trabajo de la locura, nos vemos
llevados a suspender la noción de causalidad, a suspender la sucesividad temporal habitual y a no
devolverle las características del paciente como marcas deficitarias, sino autentificarlas como
instrumentos de investigación.
Hay que caer en la cuenta de la extremada densidad de las cosas que nos dicen los pacientes.
Son esas cosas que no han tenido el honor de no ser puestas en historias. Son las catástrofes de
la historia, que no pueden entrar en el texto de la historia oficial.
No hay que intentar diluir algo que se nos dice de esta manera, en una prosa explicativa o en
diagnósticos que pasan más allá de ese lenguaje. Porque de lo que se trata en esas cosas es de
lugares donde no hay mirada, ni palabra, ni voz. Es con estas cosas particularmente densas con
las que llamamos a la transferencia y con las que tenemos que trabajar.
Puedo decir: delira, “tiene algo en las neuronas”; o puedo sentirme capturado por la fuerza de
sus palabras.
La investigación es en primer lugar esbozo de investigación que hace el paciente, pero ella
necesita dirigirse a alguien, ser acreditada por alguien para valer. En ese sentido, la investigación
es de los dos. Esta investigación sólo puede desarrollarse en el marco muy preciso y riguroso de
la transferencia. La información viene porque poco a poco un lugar de la palabra se construyó.
Cuando hay transferencia en el trabajo de investigación de la locura, no es tanto a los
significantes del analista que se engancha; sino más bien en puntos en donde el tejido de su
propia historia contiene agujeros, el analista es touché, tocado.

Cuarta Parte:
1) ¿Qué diferencia puntualiza Gaudillère en cuanto a la posición del analista frente a la
neurosis y a la locura?
Una buena manera de diferenciar la transferencia como existe en el “psicoanálisis clásico”, es
decir de la neurosis, y lo que acontece en el trabajo con la locura, es la de situar la cuestión del
saber. Lacan dio como definición de la ubicación del analista en la transferencia de la neurosis el
lugar del sujeto supuesto saber, posición totalmente rigurosa y que supone una serie de
implicancias:
● Por sobre todo, que hay sujeto

● Que en algún lado hay inscripción de un saber

● Que hay un medio de suponer ese saber


Mediante esto el analista, en el dispositivo, puede callarse la mayor parte del tiempo y colocar
su silencio, sus intervenciones, sus estornudos, y todo lo que quiera, en el lugar del sujeto
supuesto saber.
Esto no camina con la locura, porque cuando se trata de locura no hay posibilidad de ubicar un
sujeto supuesto saber, porque la locura “se sabe”.
Cuando se tiene un poco de experiencia con esos pacientes, uno se da cuenta de que todo o
casi todo está contenido en la primera o las dos primeras entrevistas. En el punto que hace locura
no hay represión, porque si eso produce locura, es porque no hay represión.
2) Comente la dirección de un posible trabajo analítico con la locura que extrae
Gaudillère del “proyecto” de Freud.
El Proyecto es muy interesante porque da la dirección de un posible trabajo analítico con la
locura. En el punto de partida está el real --aunque Freud no lo llama así-- como una energía pura,
exterior e innombrable, afectada por un quantum enorme. Puede decirse que es la energía del
trauma, que proviene de una catástrofe, como la explosión de una bomba atómica. El sujeto,
entonces, va a buscar un camino porque como quantum de energía, eso es insoportable. Y allí
van a encontrar su lugar cosas que Freud ubica más bien en el cerebro, pero pueden ser
colocadas en la piel, en cualquier órgano que sea, y que van a reducir el quantum de la energía,
como un filtro.
La primera reducción de la energía consiste en dar una primera representación a esa
catástrofe, con eso ya se tiene una reducción de la energía. Pero esa primera representación es
aun demasiado energética para que pueda tener otra inscripción para alguien, para otro, de tal
modo que sea manejable.
Es necesario, una vez más, otro filtro para disminuir el quantum de energía y entonces se va a
crear un sistema que va a consistir en pasar de la representación al representante de la
representación, es decir, a una instancia cargada de manera mucho más débil. Podemos acercar
el planteo de representante de la representación al significante.
Tienen allí indicado el camino de un análisis que se pone a trabajar con la locura: en general
uno no tiene que vérselas con la energía primera del trauma, uno tiene que vérselas con la
movilización de la primera representación, esa que “se sabe” hasta ese momento sin que otro
reconozca ese saber.
Sobre este punto, el trabajo va a ser entonces de traer en la transferencia un representante de
la representación.
3) ¿Qué es traer a la transferencia un representante de la representación?
Es decir, algo que sea manejable, algo que va a significar la inscripción, es decir, la posibilidad
del olvido, puesto que la posibilidad de recordar algo está ligada a la posibilidad de olvidarlo. El
real no puede ser olvidado, puesto que no se corresponde con un significante, es decir que está
siempre allí y vuelve siempre allí al mismo lugar. Por lo tanto, el trabajo va a consistir en poner en
su lugar un instrumento que se va a jugar entre dos lugares: el lugar que ocupa en algunos
momentos el paciente, y en algunos momentos el analista, y veremos que en algunos momentos
esos lugares son intercambiables.
4) ¿a que se llama saber catastrófico?
Un saber catastrófico es un saber que está siempre allí, es una especie de objeto a través del
cual no puede pasarse. Es un objeto alrededor del cual uno puede dar vueltas, con respecto al
cual uno puede hacer observaciones y señalamientos, pero con el cual uno no puede encontrarse
de golpe.
Lo que hay que conservar del primer encuentro con el paciente loco, es que todo está allí, en la
locura no hay secretos, no hay que buscar el secreto escondido que va a aparecer cuando se
levante la represión, todo está dado.
5) ¿Qué es la transferencia psicótica y que pruebas busca en el analista?
Entonces si ese saber de la locura está presente en los dos primeros encuentros ¿por qué el
trabajo con la locura dura tanto tiempo? Es porque el analista es incapaz de reconocer el saber en
el lugar en que está en ese momento.
Este saber que le es traído vuelve idiota al analista, y es lo mejor que puede sucederle, porque
si empieza a entender, eso enlentece considerablemente el proceso.
Sin embargo, uno no puede impedir intentar comprender. Ese lazo imaginario que se hace en
un primer momento con la locura va a consistir justamente en tratar de entender por qué. Uno
intenta comprender, y es en ese momento en que se instala esa relación de confianza, es decir
que el paciente sabe que hay alguien a quien le fue aportado su saber y a quien eso lo interesa, y
el analista entera al paciente de sus intentos por entender, como si estuviera haciendo andamios.
La locura va a dejar que se haga ese trabajo durante un largo tiempo, y luego un día ¡cataplum!
Todos los andamios caen. No quiere decir que hayan sido inútiles, es a partir de ese momento
que lentamente se va a entrar en la zona de la transferencia psicótica.
Y allí sólo hay una dimensión del tiempo: todo está presente. En este punto las suposiciones
imaginarias faltan, que son las suposiciones que dan ritmo y hacen posible nuestra vida cotidiana.
Todas las operaciones con las que funcionamos saltan en pedazos, el sujeto de la locura, que
está posicionado como para ser llamado a este espacio, es un sujeto congruente con esa
disolución de las diferenciaciones imaginarias, y es en esas condiciones que la transferencia
psicótica va a tomar cuerpo y forma.
Cada uno tiene su manera y su estilo para trabajar con este tipo de transferencia.
Gaudillière dice que lo que más le sucede son las coincidencias. Cuando se trabaja con
cualquier paciente, pero especialmente con alguien que trae la locura, hay millares de
coincidencias potenciales, y un día una aparece. Da el ejemplo de una paciente cuya cabeza se
separaba de su cuerpo, ante lo cual contestaba “No, su cabeza está ahí”. Otro día, cuando estaba
preocupado porque su lavarropas se desbordara mientras la atendía, ella se puso a gritar: “fíjese,
fíjese bien ¿no tengo una cabeza de lavarropas?”. Jean Max le contestó que justamente él estaba
pensando en el lavarropas. A partir de ese día, su cabeza nunca más intentó volar.
Este ejemplo sirve para reflejar que este saber de la locura va a ir a buscar, en el lugar del
analista, los puntos donde algo puede cruzarse. Y si sostenemos que la locura es historiadora e
investigadora de las catástrofes del lazo social, esa investigación de la locura va a buscar en el
lugar del analista las cicatrices de tal catástrofe.
El analista es supuesto haber hecho un análisis, es decir que probablemente ya haya pasado
por esos puntos de catástrofe en relación al lazo social en su historia, conviene haberlo hecho, de
otra manera es insignificante y el paciente va a buscar otra persona para poder llegar a abordar
esos puntos.
6) Situé el momento crucial de la Transferencia psicótica.
La locura va a encontrar esos puntos de fractura en la historia del analista. Ese es el momento
crucial de la transferencia psicótica, y es el lugar donde pueden constituirse nuevos significantes.
Significantes que devienen tales, a la vez para el paciente y para el analista.
En esos momentos en que la locura encontró las cicatrices de catástrofes en el curso de la vida
del analista, puede ponerse en su lugar, puede instalarse la posibilidad de nombrar.
Cuando se decía que no hay secretos en la psicosis, esto es verdad para el analista también.
Por lo tanto, si no damos a los pacientes elementos que ellos han adivinado bien, no les damos lo
que es debido. Lo que hay que hacer es dejar a los pacientes que sean los que manejen el juego,
son ellos los que nos hacen entender que no podemos entender, son ellos lo que nos muestran
que no sirve de nada jugar con los significantes, son ellos que nos muestran el límite de lo
imaginario pero hay que haber puesto en juego el imaginario para llegar a su límite.
Si frenamos nuestras asociaciones libres, no entramos en el juego, y consecuentemente no
entregamos el débito, no hacemos más que perdurar la situación que los llevó a la locura.
El analista tiene que ofrecer esos lugares para que el otro se agarre y pueda instalarse un
juego de lenguaje, eso se lo debe a su paciente para no perpetuar la situación de una ausencia de
otro.
Lacan decía a los psicoanalistas que no se quedaran atrapados, arrinconados por sus
pacientes, que no tomen aspecto de superioridad. “Fíjense en mí, soy un payaso, hagan igual que
yo, no me imiten”. Es decir que todos tenemos que hacer de payasos según nuestro propio estilo.
7) Comente la frase “la gran historia se cruza con la pequeña historia”.
La gran historia es la que es vivida por la sociedad, por ejemplo la revolución rusa. La pequeña
historia es la de su linaje, las consecuencias que la gran historia implica para cada uno, y a nivel
del mito familiar. En el cruce entre la grande y la pequeña historia nace un fantasma.

8) Explique “cuando hablamos de psicosis, hablamos de transferencia psicótica”.


Cuando hablamos de psicosis estamos hablando de una modalidad de transferencia. La
“transferencia psicótica” se corresponde con una situación, con un momento y no con una
estructura ni con un diagnóstico. Por lo tanto puede muy bien encararse el caso de alguien que
comienza con un análisis “clásico” y que solo piensa en encontrar a un “analista clásico” y que en
determinado momento advenga en el trabajo del análisis un momento psicótico. Entonces en este
momento la técnica del manejo de la transferencia cambia, y cuando las cosas pasen por ese
camino y puedan resolverse bajo la forma de la inscripción de un significante, puede muy bien
continuarse el análisis de la manera “clásica”.
Se trata de momentos muy claros, con límites muy claros. Son momentos de fracaso del
analista. Se entra en un área contra la que se ha tropezado, y donde el real está convocado. Real
en tanto no inscripto. En cambio, el análisis clásico trabaja con eso que ya ha sido inscripto en el
inconsciente y que ha sido objeto de una represión.
Lacan, en 1967, plantea que esta proximidad con la locura y con el real que la locura presenta,
sólo es posible si el analista está concernido. Se trata de una posición del analista, que va a poder
permitir esta ocurrencia con respecto a un sueño o una historia para contar ocurra, pero de la
dimensión del acto. Pasaje al acto necesario, a la escena que a la vez constituye.

9) ¿Cuáles son los tres tiempos por los que pasa la locura y de que manera están
señalados del lado del analista?
En el análisis de la psicosis existen el sesgo trágico y el sesgo cómico.
Muchas veces, cuando se habla de estas cosas, se habla en términos de tragedia: Edipo,
tragedias griegas, etc., cuando en realidad muchas veces hay que tomarlas por el sesgo cómico.
Porque con respecto a la locura hay una dimensión cómica, a la que muchas veces los analistas
no somos sensibles porque nos falta humor con el cual reaccionar a las cosas que nos son dichas.
Y nos quedamos serios cuando en realidad la persona que nos dice las cosas se esfuerza por
hacernos perder la seriedad. Esta relación entre la locura y lo cómico era patente en la Edad
Media, que era una época más sensible y apasionada por la locura que la nuestra.
La definición de locura medieval, más moderna que la del “hombre neuronal” decía: “La locura
es más un artefacto que un destino”. Artefacto también quiere decir, en francés, máquina de
guerra y tiene la raíz latina de ingenio. Es decir, que la locura es un artefacto, una máquina de
guerra, una ingeniosidad, más que un destino. Se lo prueba al terminar la guerra de los 100 años
que fue una guerra de terror. Hubo un verdadero florecimiento de un teatro de locos, llamado El
teatro de la sotie.
En ese contexto nacen las tragedias, para poder hablar de los crímenes presentes. Era una
manera de curar a los habitantes de la ciudad, como una purificación, una catarsis. Estaba
prohibido hablar de los acontecimientos del presente, solo se podía hablar de ellos a través del
mito.
Esta misma realidad fue tratada en el Renacimiento a través del teatro por el sesgo cómico.
Estas tradiciones medievales servían para que los poderosos no borren los crímenes de la
ciudad. La solución era juzgar esos crímenes en el teatro de la locura. Eran tradiciones de las que
solo quedan huellas a partir del siglo XVI, a partir de la imprenta. Fue un teatro muy mal conocido,
prohibido por Francisco I, que no soportaba ver los crímenes expuestos a la luz del día. Y a partir
de ello esas piezas quedaron en la biblioteca y nunca más fueron reeditadas.
El teatro de la locura acontece como el análisis de la psicosis:
Primer tiempo: hay un personaje que es la madre loca, es un personaje carnavalezco, que llega
a la escena y lanza un gran grito.
Segundo tiempo: Con este grito llegan al escenario los locos, los “supuestos” (antiguo nombre
que significa sujeto).
Tercer tiempo: La madre loca pregunta a los supuestos cuáles son las causas que traen al
tribunal. Entonces los tontos o los locos están casi desubjetivados. Llegan al tribunal a decir los
abusos, los crímenes, en un lenguaje muy brutal y crudo. A partir de ese momento aparecen en el
escenario los distintos abusos personificados en la escena. Los personajes están en el límite de lo
abstracto y lo concreto (por ejemplo, el tiempo, el pueblo, etc.), como en la esquizofrenia.
Lo importante es que este teatro de locos tenía que ser algo público, que se hiciera público.
Digo esto porque considero que el psicoanálisis forma parte de las últimas tradiciones orales. Es
hora de que los analistas retomen la palabra, porque en la tradición que ha sido la nuestra, esa
famosa palabra que es nuestra materia prima y nuestro instrumento de trabajo, terminó por quedar
debajo de la mesa.
La primera razón de esto es el diván. En primer lugar no era realmente un diván, sino un gran
sillón. Y Freud explica que inventó ese dispositivo porque no soportaba mirar a la gente a la cara
durante ocho horas por día.
Luego, mientras sus pacientes hacían sus asociaciones, Freud les explicaba el psicoanálisis,
hablaba a sus pacientes, al menos al comienzo de su práctica.
Hubo un momento donde esto cambió, y ese momento concuerda con el cáncer de Freud.
Después de quince o veinte operaciones, tenía muchas dificultades para hablar. Probablemente
esto es la máscara de impasividad que encontraron los futuros psicoanalistas. Quizás de ahí viene
esa tradición mimética de la cara impasible del analista.
También se puede decir que en esos momentos murieron su nieto y su hija, con lo que Freud
entra en cierto periodo de indiferencia. Esto es la vida de Freud y no un modelo.
El segundo problema que hallamos con respecto a la palabra en la técnica proviene del trabajo
de Lacan. El único libro de Lacan que apareció es Escritos. De hecho, ellos son el lugar donde se
han comprimido presentaciones orales.
Aun cuando se pueden tener las versiones oficiales de los seminarios, uno no puede tener idea
de lo que era la relación del público, de los autores, de los oyentes, con la palabra de Lacan.
Mientras alguien participaba en los seminarios de Lacan, todo parecía muy claro, aunque esa
claridad hiciera pensar.
Si uno se ve confrontado con esa escritura que no es una verdadera escritura, sino que es una
condensación de oralidad, eso puede tener efectos paralizantes sobre la práctica.
Pero todo el mundo sabe que Lacan hablaba todo el tiempo, hablaba a tontas y a locas, y
durante el trabajo con sus pacientes. Entonces allí también hubo una palabra que funcionaba y
que funciona. Decía cualquier cosa y eso es lo que se puede decir. Lo peligroso es cuando se dice
algo, cuando se piensa que se dice algo. En primer lugar, cuando se piensa, y en segundo lugar,
cuando se piensa que se dice algo, probablemente no se está en esa dimensión de la palabra. Por
lo tanto hay que retomar la tradición oral del psicoanálisis. Cada uno de nosotros, del mismo modo
que tiene que frecuentar las obras y los escritos teóricos, debe ser capaz de encontrar su propio
fondo de cultura oral, como devolver algo de esa palabra que le es dirigida.
Si uno dice cualquier cosa, uno la dice porque se encuentra en una situación transferencial.

La ley de amnistía y lo real:


Cuando las cosas no fueron dichas, buscan a cualquier precio inscribirse. Es decir que cuando
hay cosas que se encuentran en posición de lo imposible de decir, no hay más posibilidad de que
esa cosa intente mostrarse para ser dicha, y siempre encuentra el medio para ello.
Nuestra amiga Nicole Loureau nos había enseñado cuál era uno de los orígenes más claros de
las amnistías. Una ley de amnistía es una ley que obliga a no recordar, no es una ley del perdón,
es una ley que dice “no hay que recordar”. Y esta ley, una vez promulgada, era objeto de un
juramento por parte de cada uno de los ciudadanos en forma individual. Aquel que prestaba
juramento decía que si contravenía al mismo, perdería sus hijos, sus propiedades y sus
descendientes hasta no se cual generación. Prohibido recordar los males.
En ese tipo de leyes está la receta para la fabricación del real. Esto que es así anulado,
encuentra como reaparecer. Entonces cuando se hace una amnistía y se prohíbe a la memoria, el
recordar, se pone en marcha el instrumento de la locura como investigadora de la disciplina de la
historia.

El juego de lenguaje:
Wittgenstein habla del juego del lenguaje. Juego que no implica necesariamente un lenguaje
oral. No es solamente las palabras que usamos, sino también el tono que empleamos, la
expresión de la cara que tenemos en ese momento.
“Puede uno hablarle a un lugar que permanece vacío”. Es el vacío de ese lugar, cuando
alguien ha desaparecido, el que habla. El vacío se llena entonces con todas esas asociaciones de
distintas cosas, y el estatuto de esas cosas es el de un juego de lenguaje.
Psicosis – Julien
Una paranoia común
El psicoanálisis solo habla con préstamos de otras lenguas, pero con una condición: dar un
nuevo sentido a los significantes incorporados.
Lacan, como lo había hecho Freud en el caso de la histeria, pervierte la significación de
palabras de origen psiquiátrico. La locura no es un déficit ni una disociación de funciones, sino que
tiene mucho que enseñarnos; saca a relucir lo que está presente en la llamada persona normal, y
por eso concierne a cualquier hijo de vecino.
La senda de Lacan consistió en desanudar el lazo entre psicosis y paranoia (psicosis
paranoica) para enlazar el calificativo de paranoico con el concepto de conocimiento. Tomará
entonces el nombre de “conocimiento paranoico” para distinguirlo claramente del delirio psicótico:
la psicosis aparecería con el delirio a partir de una falta de paranoia.
El argumento se presenta así: el conocimiento es esencialmente del orden de la visión; la
bipolaridad vidente-visto es de orden paranoico. Ahora bien, el yo humano se constituye por
identificación gracias a la visión del objeto y de acuerdo con la misma bipolaridad. El yo tiene, por
lo tanto, una estructura paranoica, o no es.
El conocimiento es evidencia del ver en la luz de los ojos del espíritu.
¿Qué es activo, qué es pasivo, el ojo del espíritu o el objeto visto? Hay bipolaridad. Hay ante
todo actividad del objeto: este toca, impresiona la tabula rasa del espíritu que recibe. Pero ver, a
cambio, es ob-jetivar, poner delante. No es absorber, asimilar, sino acoger ob-jetando: registro
como fuera de mí la presencia de ese objeto que se revela a mis ojos.
En razón de ese doble movimiento, el conocimiento es por sí paranoico, a diferencia de la
verdad o el saber. Eso es lo que comprueba Lacan con respecto a la formación del yo, en la
medida en que su principio fundador es de orden visual.
El conocimiento paranoico
Para distinguir este conocimiento, debemos distinguir cinco rasgos fundamentales
● Visibilidad
Según el estadio del espejo, la mirada del niño entre los ocho y dieciocho meses hace que
la imago del cuerpo del otro funde la imagen unificada del cuerpo propio más allá de su
fragmentación. Lacan inventa la noción de complejo de intrusión, que debe situarse entre los
propiamente freudianos: el de destete y el de Edipo.
● Unidad y fijeza
La intrusión del semejante funda la unidad del yo del ego en su narcisismo de objeto
unificado. Hay confusión entre identificación y amor a sí mismo. Confusión que debe mantenerse
en favor de la estabilidad de la personalidad.
El conocimiento humano está bajo el signo ESTA por el estancamiento de las formas
corporales: estructura que constituye el yo y los objetos con atributos de permanencia, identidad y
sustancialidad. Tal es el ego.
Hay que falicizarse la imagen del cuerpo, si no, naturalmente, no podemos permanecer
sentados, nos caemos al suelo.
● El olvido de sí mismo
Esa es la estructura paranoica del yo: el sujeto se niega a si mismo y acusa al otro. Se
desconoce, como puede advertirse con facilidad en el transitivismo del niño: “No soy yo, es él”.
● El objeto de deseo
El conocimiento paranoico instituye la triada imaginaria del otro, el yo y el objeto. El interés
por ese objeto nace a partir del deseo del otro por él. Objeto de rivalidad y competencia, sólo
interesa en tanto objeto del deseo del otro.
● Un doble movimiento
El rasgo decisivo y pese a ello problemático de esta paranoia, es el mantenimiento de una
bipolaridad irreductible. Tenemos a la vez:
▪ Inclusión con captura, fascinación, alienación en la imagen del otro por
identificación.
▪ Exclusión recíproca: “O tú o yo”.
Estos cinco rasgos del conocimiento paranoico definen con exactitud lo que Lacan llamará,
a partir de 1953, relación imaginaria.
Una relación demasiado poco paranoica
Puede suceder que el último de esos cinco rasgos sea deficiente: hay inclusión con captura
de la imagen del otro, pero la exclusión recíproca está ausente. Hay una falla en la paranoia
común, un defecto de la relación imaginaria. Lacan lo presentó con tres casos:
Aimée (1932)
Lacan llama “el acontecimiento decisivo en el desarrollo de la vida de Aimée” lo que para él
fue objeto de una intuición primordial: la intrusión de la hermana mayor en la vida matrimonial de
Aimée y su marido luego del nacimiento de un hijo y su intromisión al asumir un papel de madre.
Ya antes del nacimiento de ese niño, Didier, Aimée había perdido una niña, nacida muerta.
Comenzaron entonces los primeros trastornos psíquicos.
Lo que sorprende a Lacan es que Aimée no reacciona ante la actitud de su hermana en el
hogar. Más aun, frente a Lacan, que hoy la interroga sobre ese punto con la expectativa de la
confesión de alguna queja legítima (para él), Aimée se calla: nada de agresividad. Entonces dirá:
“La personalidad de Aimée no le permite reaccionar directamente mediante una actitud de
combate, que sería la verdadera reacción paranoica”.
Aimée constituye una objeción a la reacción paranoica. Kraepelin decía que el paranoico “a
menudo, cuando tiene los medios, no busca, consciente de su vulnerabilidad, más que huir de los
combates serios de la existencia, y no procura asumir ninguna posición firme sino, antes bien,
vagabundear, no ocuparse más que de bagatelas y evitar el contacto con la vida”.
Aimée no sólo abandona la lucha directa, sino que renuncia a toda reivindicación moral de
sus derechos. Elise, la hermana mayor, es sistemáticamente protegida. Se niega a considerarla
como hostil a ella misma o simplemente nefasta.
Si es cierto que el yo tiene una estructura paranoica, es preciso concluir que en Aimée hay
un déficit del yo (y no del intelecto). Ausencia de amor propio. Ella está fuera de lugar, fuera del
nombre, fuera del yo.
Lol V. Stein (1965)
En 1964, Marguerite Duras publica Le ravissement de Lol V. Stein, y Lacan encuentra en
esa novela el mismo síntoma anterior al delirio: inclusión en el otro sin exclusión recíproca.
A los 18 años, Lol, comprometida con Michael, asiste a un baile en T. Beach, durante el cual
su novio la traiciona. Se produce la intrusión de otra mujer, Anne-Marie Stretter, con quien Michael
va a bailar y alejarse para siempre de la mirada de Lol.
Lol pierde su ropa, su imagen, su yo. No puede decir su dolor, no hay afecto, celos, lucha
para conservar su lugar de novia. Ausencia de exclusión recíproca en la relación imaginaria:
nunca dio muestras de sufrir o estar apenada, nunca se le vio una lágrima.
Y Lol va a pagar cara esa omisión. Algún tiempo después del baile, en su primera salida a la
calle, sigue como una autómata a un hombre con quien tropieza. Y de ese modo “se casó sin
haberlo querido, de la manera que le convenía, sin haber pasado por el salvajismo de una
elección”.
James Joyce (1976)
El ejemplo de Joyce concierne a la relación con el cuerpo propio.
La causalidad psíquica es el eidolon o la imago: “la imagen confusa que tenemos de nuestro
cuerpo”. Esa imagen es la condición del afecto: me siento tocado, interesado, afectado
narcisísticamente. Gracias a la relación imaginaria “hay algo que se afecta, que reacciona, que
no es separable”; vale decir que mi cuerpo no me es ajeno: lo tengo, lo sostengo, lo siento y soy
susceptible a él.
En Joyce la relación imaginaria se derrumba: no siempre tiene lugar. Para mostrarlo, Lacan
señala en el Retrato del artista adolescente un episodio que, según dice el hermano de James, es
completamente autobiográfico: La escena de la tunda que Heron y sus dos amigos aplican a
Stephen. Un poco más adelante, al recordar el furioso ataque del que fue víctima, Stephen se
preguntaba por qué no se sentía mal dispuesto contra quienes lo habían atormentado. No había
olvidado un solo detalle de su vil cobardía, pero el recuerdo no despertaba en él ninguna ira.
Todas las descripciones de amor y odio feroces que había encontrado en los libros le parecían,
debido a ello, desprovistas de realidad. Y aun aquella noche, mientras regresaba vacilante por la
calle, había sentido que una fuerza lo despojaba de esa furia súbitamente acumulada, con la
misma facilidad que se quita a un fruto su piel suave y madura.
Stephen tiene un cuerpo que es como un objeto extraño, como un “mueble” dice Lacan. Se
separa de su imagen como de un pellejo. La relación narcisista del cuerpo con el yo no existe. Hay
deficiencia de conocimiento paranoico.
Así Lacan nos transmite su inquietud con respecto a lo que no es en absoluto la psicosis con
delirio, pero que sin embargo la precede, sin que eso baste para causarla. ¿Qué hace falta, en
consecuencia, para que algún día se desencadene la psicosis?
Psicosis y modernidad
Comprender al psicótico
En su tesis de 1932, Lacan define su método de lectura:
1. La relación de comprensión concierne a la “personalidad” concebida como la unidad de
un desarrollo regular y orientado. Esta relación es posible si se opta por una
psicogénesis de los fenómenos manifiestos.
2. El acontecimiento que surge se llama “proceso psíquico”, y se opone directamente al
desarrollo de la personalidad. Pero este mismo elemento, nuevo y heterogéneo, se
introduce en la personalidad, que efectúa entonces una nueva síntesis según relaciones
de comprensión.
3. Si el proceso psíquico, al contrario, se mantiene en su oposición, el desequilibrio se
agrava, razón por la cual se entiende que algún día se produzca un pasaje a la psicosis.
Pero esto no sucede a causa de trastornos orgánicos o acontecimientos de la historia;
estos “no nos muestran más que el desencadenamiento del proceso mórbido”. El
verdadero origen es el de una “anomalía psíquica anterior”, que debe definirse como un
“trastorno psicogénico” de la personalidad. En el caso de Aimée, este trastorno anterior
sería un conflicto moral con su hermana, procedente de una fijación antigua en el
complejo fraterno.
En su seminario de 1955-56 sobre las psicosis, Lacan dirá todo lo contrario: nada de
psicogénesis de la psicosis ni de relaciones de comprensión: La comprensión es la apertura a
todas las confusiones.
Este cambio radical con respecto a la locura se efectúa a través de la consideración de la
historia colectiva y por lo tanto del contexto social y cultural del sujeto.
En 1945 Lacan escribe “El tiempo lógico”, donde dice que, si bien en la carrera a la verdad
uno está solo, si bien uno no es todos al tocar lo verdadero, nadie lo toca, sin embargo, como no
sea por los otros.
“Soy un hombre”, sí, pero ¿de acuerdo con qué rasgo se asimila el sujeto a la esencia de
hombre, si no es por lo que se toma, se proclama, se exige en el campo social y cultural?
En 1946, en “Acerca de la causalidad psíquica”, Lacan muestra que la locura es un
problema de identificación y que esta sólo se realiza a partir de ese afuera social que es la imagen
del otro.
En 1947 protestará vigorosamente contra su antigua posición: ¿Es lícito porfiar aun en la
psicogénesis de los trastornos mentales, cuando la estadística ha demostrado una vez más el
sorprendente fenómeno de la reducción, durante la guerra, de los casos de enfermedades
mentales?
Una nueva nosografía
Esos años no hacen más que preparar el momento decisivo de 1953: el Discurso de Roma.
Lacan presenta una nueva nosografía que va a determinar la orientación de su investigación por el
lado de lo simbólico, en el momento en que acaba de distinguirlo con claridad de lo imaginario y lo
real.
En efecto, el deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, porque “su primer
objeto es ser reconocido por el otro”. Como dice Hegel: “El ser humano sólo se constituye en
función de un deseo referido a otro deseo: es decir, a fin de cuentas, de un deseo de
reconocimiento”.
Para ser satisfecho en el hombre, ese deseo mismo exige ser reconocido, por el acuerdo de
la palabra o la lucha de prestigio, en el símbolo o en lo imaginario.
En el psicoanálisis, nuestro camino es la experiencia intersubjetiva en la cual ese deseo se
hace reconocer. Se advierte por ello que el problema es el de las relaciones de la palabra y el
lenguaje en el sujeto.
La relación entre la palabra y el lenguaje difiere según los casos, en lo concerniente a la
realización de un reconocimiento intersubjetivo. Y a partir de esa diferencia se engendra una
nueva nosografía, saliendo de este modo del campo de la psiquiatría, al tomar en cuenta la
historicidad del ser humano. Si el lenguaje es el enunciado colectivo en una sociedad y la palabra
es la enunciación de un sujeto, encontramos estas tres posibilidades:
ESTRUCTURA LENGUAJE

Locura sin palabra

Neurosis y palabra

Hombre moderno o palabra

En la locura, el sujeto está en el lenguaje pero no habla, si se entiende por ello el intento de
hacerse reconocer por y en la propia lengua. En la neurosis, gracias al retorno de lo reprimido
(formaciones del inconsciente), lenguaje y palabra se encuentran, se dialectizan, se ponen en
marcha el uno a la otra.
En el caso del hombre moderno, Lacan muestra su semejanza con la alienación de la
locura, debido a que tanto en una como en otra “más que hablar, el sujeto es hablado” por una
antinomia entre el lenguaje y la palabra, de modo tal que se yuxtaponen sin encontrarse.

Un lenguaje sin sujeto


En el siglo XVII nació un nuevo discurso: el de la ciencia. La objetivación de ese discurso es
la alienación más profunda del sujeto en nuestros días, cubierto por la ciencia y la tecnología.
Esa obra que invade trabajo y ocio tiene una función de ocultación del sentido específico de
la existencia. En ella, el hombre se olvida en la forclusión de la interrogación sobre su ser: ¿qué
soy, entonces, en todo esto? La pregunta ni siquiera se plantea. Nacimiento y muerte se
desubjetivan. El enigma del deseo del otro: che vuoi?, queda triturado por inquietudes técnicas de
autoconservación, promoción burocrática y rendimientos numéricos.
El poder poético y particular de la lengua se borra en beneficio de un poder instrumental y
universal de pura transmisión de informaciones. Como lo universal es una pared contra la palabra
del sujeto, esta debe borrarse para que la pared caiga y, de ese modo, triunfe lo universal. En ese
conflicto, la palabra es el lugar de la verdad del sujeto, en cuanto se manifiesta en la historicidad
de una memoria y el saber de la finitud de su propio ser mortal. El lenguaje, por el contrario, es el
lugar de un saber sin sujeto, porque carece de pasado y tiene un futuro ilimitado.
Lacan dirá acerca del hombre moderno: en su trabajo cotidiano, colaborará eficazmente en
la obra común, y llenará sus ocios con todos los esparcimientos de una cultura profusa que le dará
motivos para olvidar su existencia y su muerte, al mismo tiempo que para desconocer en una falsa
comunicación el sentido particular de su vida.
En síntesis, anonimato del homo technicus que se olvida al erigirse en el instrumento que
debe responder al trabajo técnico del “¿Cómo hacer?” mediante una solución puramente técnica,
para no tener que pensar en el “¿Por qué hacer esto?”

Una palabra del yo


Ese lenguaje universalizante no deja de tener efectos sociales contrarios: la exclusión de tal
o cual otro, se pone en el fundamento de una fraternidad. El reconocimiento mutuo entre sujetos
es sustituido por la reivindicación del yo de cada uno de ellos, en favor de una fraternidad grupal
de repliegue identitario, designando una frontera inmutable entre amigos y enemigos del grupo,
como salvaguardia de una pureza étnica. Lo mismo ocurre con la exaltación de las raíces y
tradiciones locales y la visibilidad de los signos distintivos.
Existe una complicidad entre dos opuestos: la exigencia de información sin censura que nos
deja sin pensamiento y la propaganda que nos impone tal o cual respuesta urgente a las
cuestiones planteadas por la información.
El caso Eichmann
Heidegger decía “la ausencia de pensamiento es un huésped inquietante que se insinúa por
doquier en el mundo de nuestros días”. Una de las presentaciones de ese huésped es el
testimonio dado por Hannah Arendt en su libro Eichmann á Jerusalem.
“Sólo habría tenido mala conciencia si no hubiese ejecutado las órdenes”, las de llevar a la
muerte a millares de inocentes. Así, los psiquiatras consultados atestiguaron que Eichmann era
“normal”: vida familiar respetable, conformidad social, normalidad psicológica. Y él mismo decía
que personalmente nunca había tenido nada contra los judíos.
Eichmann es el hombre normal en tanto no era una excepción en el contexto social y político
del nazismo. Era el hombre de la calle, bien adaptado y buen ejecutante, sin demasiados afectos
ni emociones.
Esa normalidad es absolutamente aterradora, ya que supone que este hombre normal
comete crímenes en circunstancias tales que le es imposible saber o sentir que hace el mal. Hay
para él algo indecible, impensable, inexplicable, que hace de la maldad del mal perpetrado una
banalidad. Allí está el horror: no hay ninguna profundidad secreta de orden diabólico o maligno,
sino una pura ausencia de pensamiento.
Esa es la banalidad del mal, y es el problema del hombre de hoy, el de nuestra civilización
técnica y científica: Eichmann no es más que uno entre otros, ni un monstruo ni una excepción.
Estamos ante una paradoja: en efecto, si no hay invención de una nueva ciencia sin sujeto,
en cambio la tecnociencia, una vez constituida, tiene efectos sociales que borran a cualquier
sujeto.
La vía Freudiana
La respuesta del psicoanalista a la cuestión que plantea la antinomia entre lenguaje y
palabra en el hombre moderno dependerá ante todo de la manera como conciba el inconsciente
freudiano.
Ellenberger establece cuatro postulados acerca del inconsciente:
La noción de inconsciente tendría por origen la psiquiatría dinámica, de la que el
psicoanálisis sería fiel heredero. En oposición a la psiquiatría científica, organicista y mecanicista,
a partir de Pinel y Esquirol se afirmó una psiquiatría que supo recoger de la sabiduría grecolatina,
a la vez médica y filosófica, la noción de dynamis o ímpetus: un poder, una fuerza, una
potencialidad que se halla en el origen de todos los actos, para orientarlos y darles una finalidad.
Freud, con su principio de placer-displacer, sigue a Schopenhauer cuando dice que un acto no
depende de la calidad de las representaciones conscientes sino de un ímpetus, una voluntad
inconsciente que admite o reprime tal o cual representación según el placer o el displacer que
experimenta con ella.
Ahora bien, el inconsciente está hecho de huellas mnésicas. En efecto, la represión es un
proceso que actúa sobre representaciones con retorno de lo reprimido como representante de la
representación. Pero hablar de este modo no es recurrir a una energética o al afecto, sino a lo que
depende de la relación de significante con significante. Se terminó la apelación a la filosofía
griega. Lacan insiste en ello: el lenguaje es la condición de lo inconsciente, y por lo tanto el
inconsciente como efecto de lenguaje tiene una estructura de elementos discretos.
La segunda apuesta del inconsciente sería un retorno por fin posible a nuestras fuentes
siempre presentes, aunque reprimidas. Contra el universal abstracto de la razón, el inconsciente
sería la presencia de la particularidad de nuestras raíces. La locura moderna se origina en la
destrucción de esa particularidad.
La curación es un pasaje a la posmodernidad mediante un retorno a la premodernidad de
cada uno, según su propia historia. Curar es curar de la modernidad reconciliando al sujeto con su
propio inconsciente como feliz presencia del pasado.
Pero el inconsciente freudiano rompe con el pasado. La función del retorno de lo reprimido
instaura en él una laguna, restaura una pérdida original, una falta primera de objetos colmantes y
totalizantes. El inconsciente introduce el sinsentido y actualiza en el sujeto lo no realizado: hiancia.
Vale decir que tiene una estructura de borde: pone de relieve la ausencia de un
significante que pueda decir el ser del sujeto, y marca esa ausencia con un trazo de borde.
De ese punto de disputa se deriva un tercero: sólo habría inconsciente colectivo, ya que el
retorno a las fuentes es la recuperación de la pertenencia y la afiliación al grupo cultural propio.
Hay homología entre psiquismo y cultura. La psicosis del hombre moderno es la de un
desarraigado, un vagabundo.
Pero Freud rompió radicalmente con cualquier inconsciente colectivo. El sujeto es el efecto
de un inconsciente individual según la estricta singularidad de una historia.
Si bien el discurso del sujeto de la enunciación es el discurso del Otro, el inconsciente no es
colectivo: En cada cual algo camina desde sus primeras palabras escuchadas, y hace que cada
uno tenga su inconsciente.
El cuarto punto: Por ser grupal, el inconsciente psíquico sería transmitido por el líder de la
comunidad cultural o religiosa.
Así, el psicoanalista ocuparía el lugar del chamán, el sanador, el exorcista, el hipnotizador.
La terapéutica sería una cura psíquica, un tratamiento moral. En efecto, el hombre moderno está
enfermo por carecer de maestro; laico, demanda un clérigo que sepa hablar bien.
Freud dice que no. El análisis es laico o no es. Lacan dice que el analista es el desecho del
goce, vale decir, lo inverso del maestro de antaño. Tal es nuestra situación: laica, científica y
democrática. Así surge el psicoanálisis con Freud, con el sujeto nacido de la civilización científica.
La historia de ese sujeto se puntúa según tres tiempos:
- En el nacimiento de toda ciencia en el sentido moderno, está la duda con respecto a los
saberes constituidos, recibidos por la costumbre y la educación. De esa distancia moderna
entre verdad y saber nace el sujeto de la ciencia, sujeto dividido entre el significante con el
cual se identifica pero que él no es, y el significante que diría su ser pero falta;
- Pero una vez constituida y establecida, la ciencia olvida su nacimiento y reprime al sujeto.
Transmite el saber adquirido como una verdad y sutura al sujeto. Es la enseñanza escolar;
- Ese sujeto espera su retorno con Freud y un psicoanalista, con vistas a su certidumbre a
partir del apoyo del primer tiempo. Con y por el psicoanálisis, en lo sucesivo está en su
propia casa.
Estas cuatro negaciones permiten señalar cuál es la respuesta freudiana al hombre de la
modernidad: no perpetuar una nostalgia identitaria sino, al contrario: permitir que nadie más que el
sujeto de la ciencia se realice de manera satisfactoria.
El paso que hay que dar
Dentro del fenómeno mismo de la palabra, podemos integrar los tres planos:
- De lo simbólico, representado por el significante
- De lo imaginario, representado por la significación
- De lo real, que es el discurso efectiva y realmente pronunciado en la dimensión diacrónica.
Esta triple afirmación es determinante para la interpretación de la psicosis, y permite
distinguir significante y significación. Desde 1932 Lacan quiso comprender la psicosis, es decir,
captar sus significaciones. Desde 1953 la actitud es inversa: ya no comprender, sino explicar.
Primera ley: en cuanto causa de las significaciones, el significante explica, porque lo
simbólico determina lo imaginario y no al revés. No hay imaginario puro, como Lacan pudo hacerlo
creer con el estadio del espejo. El significante procedente del Otro da tal o cual significación a una
imagen del cuerpo.
La exclusión recíproca no es puramente imaginaria como es la inclusión de lo semejante.
Aquella es el efecto, en la relación imaginaria, de un significante primordial, sin el cual sólo la
inclusión existe, cautiva, subyuga, fascina.
El Nombre-del-Padre introduce la exclusión recíproca, que es la diferencia entre las
generaciones y la prohibición del incesto.
Ante la imposibilidad de asumir la realización del significante padre en el nivel simbólico, le
queda al sujeto la imagen a la cual se reduce la función paterna. Es una imagen que no se
inscribe en ninguna dialéctica triangular, pero cuya función de modelo da al sujeto, de todos
modos, un punto de enganche, y le permite aprehenderse en el plano imaginario.
Pero esta relación no tiene la significación de exclusión recíproca que implica el
enfrentamiento especular, sino la otra función, que es la de captura imaginaria. Así, será preciso
que el sujeto haga suyo el peso de esta desposesión primitiva del significante y asuma largamente
su compensación, en la vida, mediante una serie de identificaciones puramente conformistas con
personajes que le darán la idea de lo que hay que ser para ser un hombre.
Segunda ley: Si el significante falta, hay a cambio proliferación de significaciones que suplen
esa falta. El Nombre-del-Padre es un puro significante. Si falta, se darán significaciones que
respondan a la pregunta ¿qué es ser padre?
Así, la situación puede sostenerse mucho tiempo, los psicóticos viven compensados, tienen
en apariencia los comportamientos ordinarios considerados como normalmente viriles, y de
repente, de manera misteriosa, se descompensan.

La psicosis, una respuesta al acontecimiento


Como todo el mundo
Nada se parece tanto a una sintomatología neurótica como una sintomatología prepsicótica.
Aquel a quien se llama prepsicótico no es reconocible como tal. Se comporta como todo el mundo;
socialmente hablando, se las arregla bastante bien para abrirse camino ¿De qué manera? Por
intermedio de una imitación, un enganche a la imagen del semejante, del par, que le sirve de
muleta.
La cosa se repite en el par hasta el día en que aparece el impar.
Un nuevo reparto de cartas
Puede suceder fortuitamente que un acontecimiento, como encuentro con lo real, trastorne
el equilibrio; rompa con las significaciones adquiridas. La verdad singular sobrepasa el saber que
respondía hasta ese momento. Bueno o malo, el acontecimiento es uno de más, que hace impar.
El saber falta, y la interrogación queda suspendida. La respuesta psicótica a esta
interrogación requiere ante todo la co-incidencia de dos caídas, una en lo imaginario, otra en lo
simbólico: yuxtaposición de dos agujeros.
La elisión en lo imaginario
La relación en espejo según la imagen puede sostener una distancia a lo largo de toda una
vida, salvo que un día no pueda proporcionar la respuesta exigida por la novedad de la aparición
de tal o cual acontecimiento. Para responder ella, el modelo de las significaciones que dan los
otros ya no basta para echar luz sobre la conducta requerida.
Por ejemplo en Schreber, cuando debe asumir la presidencia de la cámara, función de
autoridad paterna que solo es posible asumir pasando del otro al Otro, del apoyo de lo especular
al apoyo de la palabra, o bien, de las significaciones establecidas a los significantes puros como
fundadores de nuevas significaciones.
Ahora bien, el pasaje requiere que en el Otro, lugar de los significantes, se inscriban para el
sujeto los significantes fundamentales de la existencia humana, en particular el de la paternidad:
Nombre-del-Padre.

El esquema L y la psicosis
En la Edad Media hubo dos teorías sobre la naturaleza del amor.
Una de ellas llamada física, se funda en la Physis, la Naturaleza. El amor es la philia, el
amor de amistad. Lo que veo en el otro en cuanto amado es mi porvenir anticipado, mi yo ideal.
Existe unidad del amado y el amante por identificación.
La otra teoría es la extática. El amor es Eros, amor de deseo, basado en la dualidad y
desigualdad. Simboliza la relación simbólica en el esquema L (A-S). Ahora bien, esa relación es
interrumpida y detenida por la relación imaginaria (a’-a); debe hacer ese rodeo.

La apuesta del debate consiste en mantener la dualidad de los dos amores y no reducir el
uno al otro. El amor sólo es sostenible si puede mantenerse esta distinción sin separación: no el
uno sin el otro.
En el prepsicótico la relación imaginaria según el amor de amistad existe, pero de tal modo
que excluye la otra relación. La diagonal imaginaria tapona, obtura la relación simbólica.
La eclosión de la psicosis se define como el estallido de ese recubrimiento. La relación de
amistad en espejo ya no basta y abre un abismo, el del Otro absoluto.

La elisión en lo simbólico
Una psicosis se desencadena cuando a esa falla en lo imaginario se suma una segunda,
debido al encuentro con otro acontecimiento: el llamado a un significante de base, llamado
procedente de una autoridad calificada de paterna y dirigido al sujeto.
Esta invocación situada en el Otro no es recibida por el sujeto. Esos significantes son
forcluidos, abolidos. El sujeto no puede responder: hay elisión en lo simbólico.
El llamado abre en el prepsicótico un vacío insoportable en el orden simbólico. Ese
significante fundamental en lo simbólico que en el sujeto no responde es el Nombre-del-Padre.
Este significante no es transmitido al sujeto ni por un hombre que se declara padre, ni por la
sociedad política ni religiosa, sino por el deseo de la madre en cuanto mujer. Así, a la angustia del
sujeto frente al enigma del deseo de la madre, esta misma responde transmitiendo el significante
de su falta.
Después de esta transmisión primordial, pueden resultar para el sujeto diversas
significaciones de la paternidad, la desaparición o cambio de aquellas no es catastrófico.
Si, al contrario, el Nombre-del-Padre está forcluido, habrá que adicionar sin cesar
significaciones como respuesta al ser padre, con el riesgo de que algún día la adición no baste.
Las dos caras de la psicosis
Una psicosis se desencadena a partir de la coincidencia de dos agujeros en uno solo: la
elisión en lo imaginario, a raíz de la novedad de una elección a hacer, y la elisión en lo simbólico,
por la ausencia de apelación al Nombre-del-Padre. A partir de ello se genera un
desencadenamiento de la palabra según estos dos tiempos sucesivos:
Perplejidad
Lo que en el otro está forcluido de lo simbólico vuelve desde afuera en lo real. Allí donde en
el Otro se revela un vacío, surge lo que se denomina fenómenos elementales, tan bien descriptos
por Clerambault con el nombre de automatismo mental. La psicosis se declara así: unas palabras
se imponen al sujeto como si procedieran del exterior con forma de voces, como eco del
pensamiento, enunciación de actos a cumplir o comentarios sobre ellos. Hay intrusión del
significante: la cosa habla sola, y suscita en el sujeto la impresión de que lo interpela; la cosa
habla para él. Pero ¿qué quiere eso al decirme eso? No hay respuesta. Ante el enigma
insuperable, persiste la perplejidad.
Según Clerambault, ese núcleo de las psicosis es ideáticamente neutro. Las voces no tienen
nada de persecutorio; su neutralidad no hace más que acentuar la sensación de extrañeza
causada por el enigma de su presencia insistente.
Convicción
La función del delirio es dar respuesta al enigma: una tentativa de curación, una
reconstrucción.
En el delirio, las voces del discurso interior se atribuyen a tal o cual otro, en lo sucesivo
nombrable y denunciable.
El lugar en el que falta la metáfora paterna es ocupado por otra metáfora: la de la
impregnación, una fecundación femenina con vistas a la procreación de una nueva humanidad,
bajo la influencia de Flechsig y luego de Dios. El padre vuelve en lo real desde el exterior.
El otro quiere esas significaciones: siempre es él quien tiene la iniciativa. El otro está
concernido por mí, y no a la inversa. Yo soy su doble.
De tal modo, cuando el sujeto no ha podido responder a cierto llamado, el delirio llega a
recubrir la relación con el Otro mediante una abundancia imaginaria de modos de ser que son
otras tantas relaciones con el pequeño otro. El Otro se afirma en la modalidad de la relación dual,
imaginaria, por una proliferación de significaciones.
La apuesta del delirio no es un asunto privado. Consiste en dar testimonio de un mensaje
recibido y hacerlo saber públicamente. De lo contrario, el sujeto se verá en la obligación de hacer
justicia por él mismo, mediante un pasaje al acto.
¿Qué inconsciente?
La psicosis no compete al inconsciente como lugar de lo reprimido y de su retorno en la
neurosis. Vemos, más bien, que lo abolido en el interior vuelve desde el exterior. Lacan dirá:
Forclusión, es decir, ausencia de Bejahung referida a un significante y que pueda permitir una
represión por Verneinung. Esa ausencia abre una perspectiva muy distinta, a “una función del
inconsciente distinta de lo reprimido”, el inconsciente como transmisión de una no-transmisión.
Lacan lo llamará luego una ausencia de nudos, un des-anudamiento, una des-ligazón.
Un retorno al tope freudiano
El complejo de Edipo es la piedra angular del psicoanálisis. Este recibe su nombre por estar
en correlación con el complejo de castración.
La presentación de Freud
“Toda la interrogación freudiana se resume en esto: ¿qué es ser un padre?” Lacan.
Como lo atestigua la carta a Fliess del 15 de octubre de 1987, el Edipo se articula en tres
tiempos.
Primer tiempo
El niño está apegado a su madre y excluye al padre. Así se anudan dos deseos: el incesto y
el asesinato del padre, deseos a la vez primordiales y olvidados.
Segundo tiempo
Nace entonces la angustia de castración. El niño se representa al padre como dominador,
como rival celoso que, como represalia contra su agresividad, amenaza al niño.
Para el niño no hay dos órganos, sino uno solo: el falo, presente en un lado, ausente en el
otro. Por eso la amenaza de castración concierne a la integridad de la imagen corporal. El niño
teme que la amenaza de castración se cumpla, como ya sucedió en el caso de la niña.
Tercer tiempo
Hay un abandono del objeto materno y un repliegue narcisista sobre el yo.
El niño se vuelve hacia el padre. El padre es amado, y ese amor es demanda dirigida a él,
es expectativa:
- En el varón, de recibir algún día, por identificación, las insignias de la virilidad según el ideal
del yo masculino.
- En la niña, de recibir de un hombre que ocupe el lugar del padre el falo que ella no tiene,
según la equivalencia simbólica pene-hijo.
Y el efecto de ese amor es la introyección y la incorporación de la autoridad paterna. Vale
decir que el superyó es el heredero de la resolución edípica.
Ahora bien, entre los analistas posfreudianos el Edipo deja de ser cada vez más la piedra
angular del psicoanálisis. Lacan responde por la negativa y orienta su enseñanza de acuerdo con
el rechazo a abandonar el complejo de Edipo.
El Edipo revisitado
Lacan concentra su atención sobre el padre en el Edipo, para lo cual inventa la triple
distinción de lo simbólico, lo imaginario y lo real.
No parte del deseo del niño, sino de la madre en el lugar de Otro. Lo primero es la
estructura, ocupada por la madre y luego por el padre. El deseo del niño es su efecto.
Primer tiempo: el más allá de la madre
Esa imagen materna ¿por qué deseo está animada? Viene y se va ¿qué explica esta
alternancia?
La madre responde en tanto no es toda madre, sino mujer. Sustituye el significante de su
deseo, que es enigmático para el niño por carecer de significación, por otro significante: el del
padre. Y de esta metáfora nace una significación: el falo, vale decir, lo que falta en la madre y es
la razón de su deseo de mujer. Así, para un sujeto, una madre funda al padre como Nombre en el
orden simbólico: La madre funda al padre como mediador de algo que está más allá de su ley y su
capricho y que es lisa y llanamente la ley como tal, el padre, por lo tanto, como Nombre-del-Padre.
Concierne al hijo, que puede respirar gracias a la cesación de la alternancia mortífera y el
enigma angustiante y enloquecedor. Hay por fin referencia y por ello nacimiento de una apuesta
posible: ser eso que le falta a la madre. Apuesta narcisista: por mi yo, por la imagen total de mi
cuerpo, ser o no ser, to be or not to be, el falo imaginario, que dé respuesta a la significación del
deseo de la madre.
El niño se identifica en su totalidad con ese falo imaginario, como objeto de deseo de la
madre. Así comienza este juego de embuste y alarde, mediante el cual el niño intenta seducir a su
madre, al servicio de su goce.
Plantear en primer lugar la paternidad como significante en lo simbólico es propiamente
freudiano. Freud necesita la ficción de un mito (Tótem y tabú) para mostrar simplemente que a
partir de ese lugar vacío del padre muerto puede engendrarse el Padre simbólico, es decir, la
transmisión de una ley que los hermanos reconocen y se imponen: prohibirse a sí mismos lo que
se trataba de arrebatarles.
El mito edípico es de la misma vena: el padre que Edipo conoció no es más que el padre
una vez muerto. La única función del padre en nuestra enunciación del mito es siempre y
exclusivamente el Nombre-del-Padre, es decir, no otra cosa que el padre muerto.
En cuanto a la respuesta del hijo que resulta posible: ser el falo que falta en la madre, es
igualmente freudiana. Freud señaló que esa identificación es la posición primera de todo niño
como perverso polimorfo. La sexualidad es originariamente perversa o no es.
Segundo tiempo: el padre interdictor
Aquí se ubica el Edipo freudiano propiamente dicho.
En el primer tiempo teníamos el padre como significante, fundado por la madre, y el niño
que finaliza identificándose con el falo como objeto del deseo de la madre.
Ahora el padre responde a esa situación primera. Lo hace como imago privadora. Instaura la
prohibición del incesto y su ley privando ante todo no al niño sino a la madre. La priva del falo
simbólico como significación de su deseo. Instaura una negación: ¡No reincorporarás tu producto!
El padre edípico tiene necesariamente la imagen de la omnipotencia: hace la ley para la
madre.
El niño imagina un padre celoso y titánico. Le achaca una amenaza de castración que sólo
se justifica como represalia como su propia agresividad hacia él. En respuesta a ella, es preciso
que el padre privador tenga esa vigorosa estatura.
Por estar situada en la imago, esa relación dual es de exclusión recíproca: o el otro o yo.
Si el hijo acepta que la madre sea privada por el padre, entonces él mismo podrá
desprenderse de su identificación originaria al falo como objeto del deseo de la madre. Al privar al
niño, ese padre lo desaloja de la posición primera llamada de perversión, y engendra en él lo que
Freud denominó complejo de castración: angustia por no ser el falo, referida metonímicamente al
tenerlo, con temor de no tenerlo en el varón y nostalgia de no tenerlo más en la niña.
Esta función del padre privador es posible con una condición: que la madre tenga un mínimo
de respeto por la palabra del padre y que reconozca en su propio mensaje al niño la autoridad del
mensaje de aquel. La madre hace la ley para el padre.
Tercer tiempo: lo real del padre
El padre que prohíbe el deseo es sucedido por el que unifica el deseo y la ley.
El padre real es quien introduce una diferencia respecto del padre imaginario, diferencia que
permite la declinación y la salida del Edipo. Uno y otro tienen el falo; y si el padre imaginario priva
de él a la madre, el padre real, al contrario, se lo da. Este es dador a su manera: “Gran cogedor”
vuelto hacia una mujer, la que él ha elegido.
Ese padre capaz de tener y dar abre un porvenir para el hijo. Es prometedor: podrá dar el
falo, transmitirlo al hijo y dejar de privarlo.
Pero no es más que una promesa. Esa es la castración simbólica. Se refiere al tener: hoy no
lo tienes. Será más adelante, pero con una condición: que renuncies a serlo hoy.
El padre real instaura así la diferencia entre las generaciones, diferencia que es la última
palabra de la prohibición del incesto: el hoy de la madre no es el del hijo. Esta negación es
anulación del ser en el niño. La castración recae sobre el yo como totalidad narcisista: tú no eres
el falo. Negativizando en el varón la protesta viril, y en la niña el penisneid. Es de orden simbólico;
es la ausencia en la imagen especular de ese elemento significante que es el órgano sexual de la
cópula: no pene/vagina, sino presencia/ausencia del falo.
Este será dado a partir de la aceptación de esa anulación. El varón lo tendrá como un título
en el bolsillo: título a la virilidad masculina. La niña lo recibirá según la equivalencia simbólica
pene-hijo. Esa es la consecuencia de la declinación del Edipo: una salida de la neurosis.

Del Nombre-del-Padre al Padre-del-Nombre como sínthoma


Entre 1953 y 1973 Lacan se consagró con constancia a distinguir claramente lo simbólico de
lo imaginario, y luego lo simbólico de lo real. Según el esquema L, mostraba que dos no son uno,
sino dos a causa de tres. Pero consideró que nombrar con un nombre propio a cada una de esas
tres dimensiones es situarse en lo simbólico, y por lo tanto, darle primacía.
De una espacialidad que hay que mostrar
Ahora bien, esas tres dimensiones no son separables. Existen juntas o no existen en
absoluto. Pero fallamos al pensar los tres juntos, en razón de lo irreductible del pensamiento
paranoico en cada uno, que hace que solo pensemos bien en dos dimensiones y no en tres.
El nombrar no alcanza, debe someterse al mostrar.
Para ligarlos en una distinción que no suprima la equivalencia, es preciso por lo tanto
mostrarlos mediante una presentación plana de dos dimensiones, es decir, por la escritura de la
espacialidad, por una topografía que, a la vez que no es algebraica, se sostiene por si misma, sin
fundarse en una nominación.
La presentación plana de RSI nos muestra la diferencia entre conocimiento paranoico,
neurosis y psicosis.
Equivalencia sin distinción
El conocimiento paranoico proviene del hecho de que no tenemos sentido del volumen.
Reducimos al Otro a lo que vemos de él, una silueta, un traje, un ícono. Por eso su mostración es
la del nudo de trébol: equivalencia de tres dimensiones reducidas a una.

En la mayoría, lo simbólico, lo imaginario y lo real se enredan al extremo de continuarse el


uno en el otro. Cada uno de estos rizos se continúa en el otro de una manera no distinguida, y de
resultas no es un privilegio estar loco.
Esta es una definición de la paranoia común.
Equivalencia y distinción
Esta figura es el caso del nudo borromeo: 3 igual a 1.

El interés de unir de este modo lo simbólico, lo imaginario y lo real en el nudo borromeo es


lo que resulta de ello. Si el caso es bueno, basta cortar uno cualquiera de los anillos de cordel
para que los otros dos queden libres uno del otro. En otras palabras, si el caso es bueno, cuando
falta uno de esos anillos de cordel, uno tiene que volverse loco. Y en eso consiste el buen caso, a
saber, que si hay algo normal, es que, cuando una de las dimensiones se les va a pique por una
razón cualquiera, ustedes deben volverse locos.
Razón cualquiera que hemos llamado acontecimiento como encuentro con lo real. Ese es el
buen caso: uno debe delirar.
Distinción sin equivalencia
El anterior es el buen caso en comparación con el malo: la cosa no se va a pique. Se trata
de la definición de la neurosis, presentada mediante el nudo olímpico.

Si uno de los anillos de cordel se va a pique, otros dos se mantienen juntos y eso quiere
decir que uno es neurótico. Los neuróticos son incansables, ya les falte lo real, lo imaginario o lo
simbólico, siempre aguantan.

El Nombre-del-Padre como sínthoma


Esta nosografía no basta, hace falta otra cosa para que se demande un análisis con vistas a
una respuesta específica al acontecimiento. Debe ser completada por otra locura.
En 1973 Lacan había formulado una definición de la psicosis: el desanudamiento de las tres
consistencias. Pero dos años más adelante añade una precisión: la psicosis es el no anudamiento
de tres; pero esta negación puede significar no sólo ese desanudamiento que es la “locura”, sino,
de muy otra manera, un anudamiento que no se sostenga sin un cuarto elemento.
Así, llamará sinthome ese cuarto elemento. Sin-thome es “poner juntos”; ligar, anudar. El
sínthoma hace nudo.

¿Cómo anudar estas tres consistencias independientes? Hay una manera: el Nombre-del-
Padre.
En 1975, Lacan lee el Nombre-del-Padre en Freud dando un nuevo sentido a esta
denominación. Ya no es simplemente el nombre que nombra el lugar del Padre en el orden
simbólico, sino lo inverso: el Padre-del-Nombre, el Padre nombrador.
El Padre como nombre y como quien nombra no es lo mismo. El Padre es el elemento
cuarto sin el cual en el nudo de lo simbólico, lo imaginario y lo real nada es posible.
El sínthoma con Freud
Sólo el Nombre-del-Padre puede mantener unido lo real, lo simbólico y lo imaginario en un
nudo borromeo. Ahora bien, sólo puede mantener unido todo eso en la medida en que el Nombre-
del-Padre es también el Padre del nombre. Esa es la función misma del sinthome.
La declinación del Edipo se concreta al volverse hacia ese Padre, que la teoría calificó de
Padre ideal, un padre digno de ser amado. Ese “volverse hacia” instaura el nudo borromeo con un
cuarto elemento. La voz del Padre nombrador que se perpetúa en el superyó es la herencia del
Edipo.
Ahora bien, esa es exactamente la definición que, en lo sucesivo, da Lacan de la psicosis:
un no anudamiento de tres, un anudamiento no sin el sínthoma. La demanda de análisis nace
entonces a raíz del acontecimiento como encuentro con lo real, y sólo el sínthoma neurótico
impide la disociación de lo simbólico, lo imaginario y lo real.
“Todo el mundo lo tiene, dado que todo el mundo es neurótico; por eso se lo llama, llegado
el caso, síntoma neurótico. Y cuando no es neurótico, la gente tiene la prudencia de no ir a pedir a
un analista que se ocupe de él”.
Ser el sínthoma
Así, el sinthome tiene función de suplencia y compensación cuando hay forclusión del
Nombre-del-Padre y por lo tanto ausencia de anudamiento borromeo de las tres consistencias:
RSI. Un cuarto elemento llega entonces a actuar de empalme e impedir la locura del
desanudamiento.
Ahora bien, esa función se ejerce de maneras muy diversas según los casos, en lugar del
Nombre-del-Padre forcluido. Y cuando esa función fracasa ante la novedad del acontecimiento, se
desencadena una psicosis con delirio.
Joyce no tiene el sinthome freudiano que es un Padre Ideal: su padre es indigno, carente; y
Joyce reniega de él a la vez que se mantiene arraigado a él. Está cargado de padre y por eso él
mismo se erige en el Padre-del-Nombre mediante el artificio de la letra. El es el sínthoma por el
arte de escribir. La función de este es suplir el fracaso de la relación imaginaria.
La apuesta es la siguiente: hacerse un nombre en el público. El interés de Joyce consiste en
lograr publicar, gracias a su editor, para hacer que se hable de él y tener un renombre, al extremo
de esperar que su nombre propio sea reconocido por lo menos durante tres siglos. No está del
lado de lo que Lacan llamaba locura, es decir, la renuncia a hacerse reconocer. Al contrario, su yo
de escritor tiene función reparadora por la gloria del Nombre propio.
Así, Joyce ganó su apuesta: no tener sino ser el sinthome que da una consistencia
borromea a RSI al hacerse un nombre.

La publicidad del nombre propio


Al no sostenerse la relación imaginaria como exclusión recíproca entre el yo y el otro, es
preciso un cuarto elemento, cuando el Nombre-del-Padre está forcluido.
Joyce es ese cuarto elemento por su nombre propio, lo fue con dos condiciones. En primer
lugar, respondió a las palabras impuestas. Descomponía día a día las palabras que lo atacaban
como proyectiles, las cortaba en pedazos gracias al juego de su escritura: una ensalada de
palabras, cuya lectura en voz alta lo hacía reir en soledad.
Pero, más aún, pudo editar su escritura y hacerse leer por el público. Así logró realizar su
esperanza. De este modo, Joyce pudo evitar delirar.
El último avance de Lacan por la topología de los nudos habría de consistir en distinguir
psicosis y delirio. Hay delirio cuando el cuarto elemento no logra hacer nudo; y el delirio cesa el
día en que se instaura el cuarto elemento.
Aimée y el enigma de Pierre Benoit
Primer tiempo
Aimée nació en 1892. El primer acontecimiento importante es, a los 18 años, su amor por un
joven poeta de pueblo, que duró tres años y la llevó a sostener una larga y fiel correspondencia.
Pero ese amor no fue correspondido. Se transformó entonces en odio, debido al encuentro en
Melun con una compañera de trabajo en la administración postal: la señorita C. de la N.
Esta mujer fue el objeto de una verdadera adoración por parte de Aimée. Las confidencias
compartidas sobre el antiguo amor no correspondido otorgaron a C. de la N. un seguro
ascendiente sobre Aimée. Ocupó en lo sucesivo para Aimée el lugar de mujer ideal.
En 1917, Aimée se casó con René Anzieu, un compañero de trabajo: un aborto natural y
después el nacimiento de un varón, Didier, en 1923.
Ese año, 1923, fue decisivo. Aparecen fenómenos elementales: sensación de penetración,
de adivinación del pensamiento, escucha de palabras calumniosas, insultantes, burlonas.
Segundo tiempo
Al leer la novela de Pierre Benoit, Mademoiselle de la Ferté, Aimée reconoce que el autor
describe exactamente la relación entre C. de la N. y ella misma.
Aimée podía llamar por su propio nombre de Pierre Benoit a quien se inmiscuía en su vida
privada al extremo de publicarla, para hacerse un nombre entre el público a expensas de el
nombre de Aimée. Ese otro se interesaba en ella y no ella en él: postulado de todo delirio.
Aimée, C. de la N. y el joven poeta formaban un trío: no podemos dejar de vincular la nueva
actitud amorosa de Aimée con el fracaso doloroso de su primera aventura.
Como C. de la N., Anne de la Ferté es una joven de la nobleza venida a menos. La
muchacha tiene una rival en la señora de Saint-Selve, que acaba de perder a Jacques, su marido,
con quien Anne había estado comprometida.
Anne revela poco a poco un odio y una frialdad espantosos, hasta la muerte de la querida
enemiga. Así, desespera a la agonizante con sus confidencias sobre Jacques. Pero en los
momentos de sobresalto, la señora de Saint-Selve sabe afirmar su yo, su lugar de elegida frente a
la intrusa: Jacques había sido su marido. Conservaba de él ciertos recuerdos que le permitían
hacer temblar de celos a su despiadada interlocutora.
Tales pasajes tienen un valor iluminador para Aimée: ¿No es exactamente lo que ella vivió,
al hablar a C. de la N. del joven poeta amado y perdido?
Delirar es ver en estos episodios no un azar feliz o desafortunado, sino una intención del
autor, intención apuntada hacia ella, directa y exclusivamente. Por eso su familia internará a
Aimée en octubre de 1924.
Saldrá algunos meses después, en marzo de 1925, no “curada” de su delirio, pero decidida
a actuar. Deja entonces a su marido y a su hijo en agosto para ir a vivir a París.
Tercer tiempo
Como lo mostró Clerambault acerca de las psicosis pasionales, la erotomanía vira
rápidamente hacia el delirio de persecución: él me roba mi vida privada, quiere matar a mi hijo, me
vigila por intermedio de mujeres.
Este paso al tercer tiempo es la respuesta mediante un acto. Aimée no vacila, hará justicia
por la misma vía que denuncia en los otros: publicando. Y deja el manuscrito de su primera
novela, Le détracteur, en Flammarion. Pero se lo devuelven rechazado.
Ya no tiene un nombre de pila propio, puesto que le pusieron el de su hermana mayor,
prematuramente muerta. La apuesta, por lo tanto, es hacerse por sí misma un nombre.
El camino “normal” habría sido que su escritura llegara a ser pública gracias a su editor, y
que de este modo ella lograra protegerse del delirio mediante el reconocimiento del público. Pero
al ser rechazada, va a hacer justicia de otra manera, atacando a una mujer no rechazada como
actriz y promovida en el público por Pierre Benoit, ya que representa en el teatro su obra:
Huguette ex Duflos. Y entonces se produce la cuchillada del 18 de abril de 1931.
Mediante ese acto explosivo, Aimée tiene éxito. Veía su nombre en los diarios a raíz del
gesto cometido contra una actriz entonces célebre. A raíz del éxito, veinte días después el delirio
desaparece como llevado por el viento. Aimée se ha convertido en una personalidad de la que se
habla públicamente, y Lacan confirmará ese acto mediante la publicación de su tesis en la editorial
Le François: con el nombre de Aimée, lleva a cabo lo que Flammarion rechazó con el nombre de
Marguerite Anzieu.
La descalificación de la vida privada, tan sorprendente en los psicóticos, no debe tomarse
como un déficit, sino como el llamado a una inserción social, en la que el nombre propio nunca se
reduzca a un nombre común.
Camille Claudel y el drama de la madurez
Caso construido a partir de los archivos del museo Rodin y los documentos de la familia
Claudel.
El primer acontecimiento importante es la muerte prematura del hermano mayor de Camille
en 1863, quince días después de nacer. La señora Claudel hará el duelo por él durante toda su
vida, y en lo sucesivo sólo se vestirá de negro.
Camille es una niña dotada; a los doce años ya esculpe y su primer encuentro decisivo será
el de Alfred Boucher, quien la iniciará en la escultura y sabrá reconocer sus dones. El encuentro
se produce en Nogent, donde el padre trabaja entonces como funcionario. Pero cuando lo
destinan a Vassy, Camille logra que sus padres se separen: el padre permanece en Vassy
mientras la madre se va a vivir con sus tres hijos a París, a fin de que Camille pueda trabajar en
un taller de escultura, el de Colarossi. Esto sucede en 1881, cuando la joven tiene 17 años.
Primer tiempo
En 1883 se produce el encuentro con Un padre real, Auguste Rodin, que tiene exactamente
la misma edad que la señora Claudel, 43 años. A raíz de ese encuentro, Camille deja el taller
Colarossi para trabajar en el de Rodin. Intrusión del otro: muy pronto, Auguste la distingue. La
privilegia y le confía la tarea de modelar las manos y los pies de sus propias estatuas. Ahora bien,
el problema es que, de todas maneras, quien firma es Rodin.
Pero pronto va a plantearse una segunda cuestión: la del trío. Rodin tiene una mujer, y
aunque no siempre le es fiel, siempre vuelve a ella.
A partir de ahí van a nacer los celos en Camille.
Algunos años después del primer encuentro, Rodin toma la iniciativa de alquilar una casa
donde se reúne con Camille en secreto y la hace su amante. La joven quedará embarazada y
deberá abortar. Así, irá a vivir a Turena durante algunas semanas, siempre oculta.
Surgirá en ella una doble reivindicación para salir del anonimato. Ante todo, ser la mujer de
Rodin, públicamente; además, tener sus propias exposiciones de sus propias obras, con su propio
nombre. Así nacen los significantes que se constituyen como un enigma: ¿Qué quiere él,
entonces, al ocultarme de ese modo? ¿Por qué esta intrusión en mi vida? Y no hay respuesta.
Camille intenta una ruptura en 1892 y monta un taller propio. Tiene un éxito asombroso: es
reconocida, sale del anonimato. Pero no es una ruptura con Rodin, todavía no puede responder a
esos enigmas.
Aquí se pone en juego la noción de acto, con el acontecimiento capital que va a determinar
el futuro de Camille.
Lo decisivo será un proyecto de escultura que en un principio es aceptado por el director de
Bellas Artes y firmado en 1895. Camille pone manos a la obra, pasa del modelado del yeso al
mármol y finaliza su obra un 16 de junio de 1899. 8 días después el director de Bellas Artes
cancela el encargo de una manera brutal y sin explicaciones.
Sucedió que ese paso de lo privado a lo público determinó la intervención de Rodin ante el
director de Bellas Artes, a fin de que el pedido fuera anulado. ¿Por qué? Se trataba de la escultura
de La edad madura. Tres personajes: en el centro, Auguste, un anciano que se apoya con su
brazo derecho sobre una mujer de su edad; a su izquierda, una mujer joven arrodillada que intenta
en vano atraerlo.
Lo que está oculto debe seguir estándolo y no hacerse público. Rodin lo rechaza. Es él
quien tiene el poder: es un hombre de éxito, con buenas relaciones. Para Camille es el fracaso de
la exposición de su amor a los ojos del público.
Segundo tiempo
El acto ha fracasado y por eso, algunas semanas después, hace eclosión un delirio de
persecución: “La banda de Rodin me plagia. Cada vez que hago una estatua, me la roban o me la
copian. Y tienen éxito con un nombre que no es el mío”.
Se le proponen exposiciones, ante las cuales las críticas señalan: “caricatura del genio de
Rodin”. El delirio da una respuesta: “¡El que me imita es él!”
En lo sucesivo, va a rechazar todas las propuestas de sus amigos para que monte
exposiciones: “Toda la vida me perseguirá la venganza de ese monstruo”. Así, el delirio se
sistematiza: robo de estatuas, envenenamiento. Sólo hay uno que le muestra su interés: Rodin…
para plagiarla.
Tercer tiempo
Los pasajes al acto se acentúan en este tercer tiempo. A partir de 1906, Camille destruye
sistemáticamente, cada mes de junio, sus propias obras, que oculta en su taller y se niega a
mostrar. Hace de su taller una fortaleza: clava las persianas y las puertas, prohíbe la entrada a
todo el mundo.
Segundo pasaje al acto: deja de alimentarse, porque sabe que la banda de Rodin quiere
envenenarla. Sólo come huevos duros protegidos por la cáscara, metáfora de esa fortaleza que ha
levantado para proteger su taller, su vida, a sí misma. Vive por lo tanto en la miseria. Sólo el
sostén de su padre permite continuar de esa manera, hasta que en 1913 aquel muere.
Y cuando muere, la señora Claudel por fin puede intervenir: hace encerrar a su hija durante
casi treinta años.
Como el acto de exposición de La edad madura no fue posible, es preciso otro acto, este sí
posible: “Hago justicia por mí misma, allí donde la ley claudica”, esta es la fórmula del pasaje al
acto.
Conclusión
En estos dos casos tenemos una tentativa de acto antes del delirio para dar respuesta a la
intrusión del otro mediante una serie de significantes privilegiados: intento de acto por el arte, en
cuanto es uno de los medios privilegiados para hacerse un nombre. Pero el intento fracasa.
Se produce entonces el paso al segundo tiempo del delirio y al tercer tiempo, que es el de
otra clase de acto, lo que psiquiátricamente se llama “pasaje al acto” violento.
En su tesis de 1932 Lacan supo ya discernir lo que luego confirmaría: la relación entre la
psicosis y la condición del hombre moderno. Los trastornos afectivos y mentales no son un déficit,
sino la vía por la cual Aimée supo tomar con las ideas, los personajes y los acontecimientos de su
tiempo, un contacto más íntimo y, a la vez, más amplio de lo que implicaba su situación social.
Hoy más que nunca, la participación social se cumple por la imago del cuerpo propio,
presentada, expuesta, “publicitada”.
Así, la erotomanía como convicción de que otro está interesado en mí tiene por objeto
personalidades importantes de la vida pública, artística, mediática, política o religiosa.
Siempre, como en el caso de Joyce, la apuesta es ser el sinthome, ser el cuarto elemento
que anuda RSI, gracias a una participación social manifiesta. Esa constituye en efecto la psicosis
del hombre moderno, condenado tal como es al anonimato de la vida urbana: si la dicha no se
encuentra en la vida privada, se impone el éxito social, so pena de delirar.
Perversión – Julien
Un escandaloso descubrimiento
Perversión proviene de la palabra “perversidad”. Ese sentido moral y religioso es primordial.
En el ser humano hay una duplicidad, una insanía moral: quiere el bien, cree en él y lo dice, pero
hace el mal. Lleva a cabo el acto de pervertere, de tergiversar el bien en mal. Se hablará así de
efectos perversos.
¿Se trata de perversidad moral o de perversión patológica?
Así, en el siglo XIX, el juez interroga al médico: si esta fuerza que empuja al acto de la
llamada transgresión perversa es tan irresistible y poderosa ¿no se debe a que el sujeto está
enfermo y por lo tanto es irresponsable?
Se hace semiología, inventario y nomenclatura para responder a los jueces. Pero al
someterse de tal modo a la demanda del campo judicial, el psiquiatra evita hacer progresar la
ciencia de las causas.
No hay nada de eso, por la sencilla razón de que el susodicho perverso no se considera
como un enfermo. La mayoría de las veces se trata de hombres o mujeres respetables y
respetados en su vida social, profesional y familiar, pero que tienen por lo demás, secreta y
discretamente, otra vida al margen de la mirada de los custodios médico-legales.
Bastará con hablar de desviaciones del instinto, de su inmadurez, de su fijación regresiva o
de degeneración hasta fines del siglo XIX. Aquí se empieza a referenciar el instinto sexual. La
sexualidad es la verdadera razón de la perversión en la medida en que el placer sexual puede
llevar a la anormalidad.
Krafft-Ebbing declaraba perversa cualquier exteriorización del instinto sexual que no
responde a la meta de la naturaleza, es decir, a la reproducción.
Tergiversar ese bien en mal es transgredir su objeto y su meta, si se admite que el objeto
según la naturaleza es la unión genital heterosexual entre dos adultos; y la meta es la satisfacción
sexual de uno y otro a raíz de esa conjunción.
Así, la clasificación se modifica, se ordena y diversifica según el objeto y según la meta. Las
perversiones se dividen en dos grandes grupos: en primer lugar, aquellas en las cuales la meta de
la acción es perversa, y aquí hay que incluir el sadismo, el masoquismo, el fetichismo y el
exhibicionismo; en segundo lugar, aquellas en las cuales el objeto es perverso, mientras que la
acción, generalmente, lo es como consecuencia: es el grupo de la homosexualidad, la pedofilia, la
gerontofilia, la zoofilia y el autoerotismo.
La ruptura freudiana
El escándalo de la novedad del psicoanálisis radica en suprimir la frontera entre perversión y
normalidad: Todos los niños son poliformamente perversos en cuanto a la meta y el objeto, porque
la sexualidad infantil es en su origen una libido de las pulsiones parciales con objetos pregenitales.
Y es universal, ya que todo ser humano ha sido un niño.
Solo la primacía ulterior de lo genital debía permitir la superación de las perversiones por
unificación de las pulsiones parciales de la vida infantil en una sola pulsión totalizadora, dirigida
hacia el llamado objeto genital heterosexual, de acuerdo con la finalidad biológica de la
reproducción.
En ese punto los psicoanalistas se dividen. Para algunos, la perversión sería la persistencia
de una fijación a una pulsión parcial. La misma se definiría por una detención en tal o cual placer
calificado de preliminar. La transformación por el Edipo no habría tenido lugar. Sin embargo, Freud
indica que la perversión sólo es concebible articulada por, con y en el complejo de Edipo.
En 1915, Freud nos habla de su tentativa de hacer coincidir el amor por el otro como objeto
sexual con la síntesis posible de las pulsiones parciales en una sola pulsión totalizadora. Pero no
es tan sencillo. Amor y sexualidad no se confunden.
Por un lado, no se puede decir, según la lectura que hacen algunos, que la perversión
infantil universal no es más que un estadio provisorio del desarrollo de la sexualidad humana. Esta
es negación del instinto en cuanto tendencia finalizada por tal o cual objeto según una ley de la
naturaleza. La libido es la anti-physis (naturaleza), y en ese sentido, es perversa o no es.
Lacan dice que la sexualidad sólo se realiza por la operación de las pulsiones en cuanto son
pulsiones parciales con respecto a la finalidad biológica de la sexualidad. La pulsión nunca es sino
pulsión parcial.
El punto de inflexión de 1910
Freud efectúa la conjunción entre el descubrimiento de 1905 del fetichismo con el
descubrimiento de 1908 respecto de que entre las teorías sexuales infantiles están las
consistentes en atribuir un falo a las mujeres. Ese lazo se anuda en 1910 con Un recuerdo infantil
de Leonardo da Vinci: el fetiche es el sustituto del falo de la madre.
De tal modo, Freud se encamina finalmente hacia una nueva definición de perversión. Esta
no es preedípica. Al contrario, a partir del complejo de castración, la perversión recibe en 1927, en
el artículo “Fetichismo”, su verdadero nombre: ni una represión ni una forclusión, sino una
renegación, es decir, una doble posición a la vez: reconocimiento de que la madre no tiene el falo
y negación de ese reconocimiento: la madre lo tiene a través del fetiche como falo desplazado. La
perversión es renegar la diferencia sexual: todas las mujeres tienen el falo.
El comentario de Lacan
Freud habla de la percepción visual de la ausencia de un órgano real en la mujer. Lacan
desplaza a Freud: no se trata de lo real, sino del falo imaginario y simbólico. La argumentación se
ordena en tres tiempos:
1. La madre no tiene el falo: Si el niño ha recibido de la madre la significación fálica de su
falta, puede entonces hacerse para ella objeto fálico como imagen. Esa es la apuesta
en el caso del no psicótico. La madre no tiene el falo, por lo tanto, yo lo soy para ella.
2. La angustia: Ser el objeto fálico imaginario para colmar el deseo de la madre es la
angustia misma de ser tragado por ella. ¿Cómo estar a la altura del deseo de la madre?
De lo imposible de responder nace la angustia de castración.
La castración de la madre implica para el niño la posibilidad de la devoración y el
mordisco. Freud hablaba de horror a la castración de la mujer, con referencia al
fetichismo. La perversión se origina allí como consecuencia de la angustia.
3. La madre tiene el falo: Tal es la Verleugnung: renegación de la primera posición, según
la cual la madre no tiene el falo. Así, el sujeto puede respirar: postula el fetiche como
sustituto del falo faltante en la madre. Allí donde falta en ella el falo simbólico, el sujeto
sitúa un fetiche como falo imaginario.
Así el sujeto no elige entre to be or not to be el falo.
El fetiche es por consiguiente una defensa contra la angustia del deseo de la madre; por eso
tiene la misma función que la fobia: instalar una protección en puesto de avanzada frente al
peligro de ser devorado por el deseo insaciable del Otro.
SIR
Lacan, en 1956, agrega su firma a un texto de Granoff titulado “El fetichismo: lo simbólico, lo
imaginario y lo real”. Granoff dice que no se trata del pene real, sino del falo en lo simbólico.
El fetiche debe tomarse como elemento de una actividad simbólica sin confusión entre la
palabra y su referente. El zapato o el pie no son imagen fálica, lo imaginario sólo es descifrable si
se presenta como símbolo. Estamos en el dominio de la búsqueda del sentido lenguajero más que
de vagas analogías visuales.
La renegación es el signo de una oscilación constante entre la relación de dos según lo
imaginario visual y la relación padre-madre-sujeto según el orden simbólico del intercambio.
Delante o detrás del velo
Lacan presenta a partir del fetiche la estructura de cualquier perversión. En su seminario La
relación de objeto, muestra la doble función del velo o cortina. El velo es a la vez lo que oculta y lo
que designa. En la perversión, la tarea del sujeto es ocultar la falta fálica de la madre, a un tiempo
que designa con la ayuda del velo la figura de aquello que falta.
El velo oculta la Nada que está más allá del Objeto en cuanto deseo del Otro: la madre no
tiene el falo. Pero al mismo tiempo, el velo es el lugar en el cual se proyecta la imagen del falo
simbólico: la madre tiene el falo.
Delante del velo
Según esta estructura, tenemos las siguientes perversiones:
Fetichismo: Pone un velo sobre la falta fálica de la madre. El velo es el sustituto del falo
desplazado sobre otra cosa.
Masoquismo: No debe definirse en relación de complementariedad con el sadismo. Es
preciso que el otro tenga el látigo como poder fálico. Demanda dirigida al Otro, para que disfrute
de absolutamente todos los derechos.
Voyeurismo: No es el complementario del exhibicionismo, sino su paralelo. Lacan, al
respecto, introduce la noción de hendidura. El voyeur entra en el deseo del Otro por la hendidura.
Desde allí enfoca el deseo del Otro, lo sorprende en su pudor y su intimidad; se introduce en su
mundo privado.
En el fantasma, el sujeto es la hendidura a fin de que el Otro se interese, sea cómplice, esté
abierto a ese espectáculo y participe en esa mostración.
El sujeto es hendidura, fisura del velo que separa lo oculto de lo mostrado, lo privado de lo
público del espacio del Otro. Freud habló de ello con la escena primitiva concerniente a los
padres. Lo que el Otro deja ver sin saberlo es lo que permite negar la falta fálica.
Homosexualidad femenina: En el caso de la joven homosexual, lo que la joven desea en la
Dama está más allá de la mujer amada; es lo que le falta, el falo simbólico. La perversión
homosexual consiste en velar esa falta mediante un sustituto: el hijo como imagen fálica.
Para la joven, esa actitud es posible al identificarse con su padre y asumir su papel. Ella
ama como un hombre, tiene el pene y lo da a la Dama, que no lo tiene. Y lo da de acuerdo con la
equivalencia pene imaginario/hijo.
¿Cómo llegó hasta ahí? En el momento de la declinación del Edipo, dirigía las miradas hacia
su padre en expectativa de recibir un hijo de él. En efecto, se complacía en actuar como una
madre con un varón de cuatro años, hijo de unos amigos de sus padres. Pero, dura decepción, el
padre embaraza a la madre. La joven, entonces, dirige su mirada hacia la dama, más grande que
ella.
Hay una inversión: en el lugar de la frustración del objeto real (el hijo) por el padre simbólico,
se establece una identificación con el padre imaginario. Ese duelo del objeto demandado se
cumple mediante la identificación con quien podía darlo, pero lo ha negado.
Así, la joven se sitúa en la posición de la perversión: velar la falta fálica en la Dama por el
don del hijo como imagen fálica.
Y cuando el padre interviene públicamente con una mirada furiosa dirigida hacia su hija y su
amiga, la primera pasa al acto: actúa un alumbramiento público de su amiga mediante un parto.
Tal es la significación de pasar por encima del parapeto y caer sobre las vías del ferrocarril. Ella
se hace la hija de la dama, como sustituto de la falta fálica en ella.
Detrás del velo
El fetiche como falo imaginario no siempre es puesto por el sujeto delante de la Nada como
más allá de la madre. También puede ser puesto por un sujeto que, al identificarse con la madre,
lo presenta a partir de ese lugar, situándose detrás del velo: en el lugar de la madre.
De esta posición del sujeto detrás del velo se deducen las siguientes perversiones:
Travestismo: La actitud de envolverse en trajes femeninos es una identificación del sujeto
masculino con la madre poseedora del falo. Así, la protección contra la angustia es exitosa y se
trata de ocultar la falta de objeto. Es preciso que siempre sea posible pensar que está, justamente
donde no está.
Sadismo: La identificación con la madre que lleva los pantalones protege de la angustia.
Exhibicionismo: El exhibicionista no espía, sino que entreabre su pantalla, como un pantalón
que se abre, para ofrecerse a la vista del Otro, tocarlo más allá de su pudor, y ponerse a merced
de su deseo. La técnica del acto de exhibir consiste, para el sujeto, en mostrar lo que tiene en la
medida en que el Otro no lo tiene, para hundirlo al mismo tiempo en la vergüenza de lo que le
falta. El sujeto presentifica a la madre como si en ella no hubiera falta.
Homosexualidad masculina: En este caso se trata del falo del sujeto. Del suyo en cuanto va
a buscarlo en otro, porque se identifica con una madre que debe tenerlo, es decir, en el lugar que
ocupa la madre que hace la ley para el padre.
Freud designó como inversión esta identificación con la madre: El joven ha estado fijado a
su madre, en el sentido del complejo de Edipo, durante un tiempo y con una intensidad
inusualmente grandes. Por fin, al completarse el proceso de la pubertad, llega el momento de
permutar a la madre por otro objeto sexual. Sobreviene entonces una inversión repentina; el joven
no abandona a su madre, sino que se identifica con ella y ahora busca objetos que puedan
sustituirle al yo de él, a quienes él puede amar y cuidar como lo experimentó de su madre.
Lacan lo prolonga con una precisión: Identificación, no con el deseo de la madre ni con su
amor, sino con su goce. Hay repetición del mismo goce por inversión: el hijo, en tanto fue el objeto
de tal goce del Otro, lo perpetúa gozando a su vez de un objeto semejante a lo que él mismo fue.
Hay pues narcisismo en materia de elección de objeto, pero al servicio del goce del Otro que debe
mantenerse.
Dos casos de inversión
André Gide: Sus relatos muestran la distinción entre el amor que protege y la ley del goce.
El amor que protege concierne a su prima Madeleine, que se convertirá en su mujer. El gran
acontecimiento de su adolescencia fue el descubrimiento del dolor de Madeleine ante la mala
conducta de su madre, que abandonaba a su marido por un amante. Encontraba en ella alguien a
quien brindarle todo su amor y toda su vida, para sanar la pena que la habitaba.
Pero a esta ley del amor se opone otra, la del goce del Otro. En ese lugar se sitúa la madre
de Madeleine, la tía Mathilde, cuyo goce del cuerpo del joven André hizo de él el objeto de una
intrusión inolvidable (manoseos a su cuerpo).
Esas maniobras se parecen a las atormentadoras delicias que Gide nos confesará cuando
haya cumplido su inversión freudiana, encontrándolas de este modo a las caricias que ofrecía
disimuladamente a un escolar durante el viaje de un tren.
Tal es el sentido de la pasión, la prueba de padecer la intromisión del Otro en el propio
cuerpo.
Una extraña identidad
Esa semejanza singular que hemos visto volveremos a encontrarla en Henry de
Montherlant, con el nombre de extraña identidad que su historiador constata entre los deseos y los
sueños de su madre y los de su hijo Henry.
La extraña identidad se pone de manifiesto en uno de sus relatos autobiográficos cuando
habla del estrecho lazo entre el amor de su madre por él y el que él mismo sentía por su
compañero. Amor único e irreemplazable.
La unicidad entre Henry, llamado Alban, y el adolescente llamado Serge, procede del lugar
irreemplazable que Henry recibió de su madre: iba a dormir a su cama hasta los catorce años, le
escribía cartas de amor. Su marido cuenta muy poco, no tienen gran cosa que decirse uno al otro.
En cambio, el amor por Henry es salvaje y fuerte.
La pasión va a desencadenarse cuando Henry tenga un encuentro amoroso con un
adolescente en el colegio. Aparece entonces la extraña identidad: como si presintiera que era la
ultima vez en mi vida que iba a tocar el rostro de ese niño, se deshizo calmosamente de la
bufanda y hundió la cara en su cuello cálido; le rodeó el rostro con el brazo y lo besó en los
párpados.
El beso en los párpados tiene una explicación. Una mañana en que su madre está muy
decaída, la madre le dice a Alban: Soñé que te tenía en las rodillas, a los doce años, con
pantalones cortos. Bajabas la cabeza para que sólo te pudiera besar el pelo. Luego volvías a
subirla suavemente y te besaba en los párpados. Pero entonces me daba cuenta que ya no eras
tú, era Serge.
Ella confundía a esos dos niños para hacer de ellos un bien único. Y él pensaba: si mi
madre lo vio tan a menudo en sueños, quiere decir que tengo derecho a amarlo.
Esta reconstrucción del hijo le permite ver que aquello de que goza en Serge es el goce
mismo de su madre. Por Serge, ella lo conservaba. Era ella quien, por sus insinuaciones, había
dado a Alban la idea de un acto con Serge, acto en el cual él no pensaba y que, en consecuencia,
no deseaba.
Marcado, no por la expulsión del colegio debido al escándalo de esta amistad muy
particular, sino por este goce de la madre que Henry debe perpetuar sin cesar volviéndose hacia
un adolescente, como ella se había vuelto hacia él. Así, por intermedio del hijo, ella sigue en
posesión del falo.
Psicosis, Perversión, Neurosis – Julien, Philippe. Cap. Perversión
Un escandaloso descubrimiento
La nominación de perverso(a) como sustantivo persiste en la llamada opinión ilustrada, así
como en el discurso médico-legal o psicológico, e incluso entre los psicoanalistas. Ese
estancamiento del saber procede de la historia de la palabra perversión, la cual depende o
proviene de la perversidad. Ese sentido moral y religioso es primordial. Aquí nos encontramos con
una moral insanity, quiere el bien, cree en él y lo dice, pero hace el mal. Lleva a cabo el acto de
pervertere, de tergiversar el bien en mal. Lo que era bueno se desvía y se invierte en su contrario.
Y precisamente por esta tergiversación, por esta trasgresión, es que el poder judicial (quien
tiene este privilegio que carece la religión), actúa con una triple función: enunciar la frontera,
castigar al trasgresor, proteger a la sociedad evitando la reincidencia del acto. Ahora bien, en el
siglo 19 se produce un nuevo acontecimiento, la apelación al discurso médico para que se
pronunciara sobre la responsabilidad del sujeto, para dar cuenta de una perversión de índole
moral o patológica (entendida como una fuerza interior que se le impone).
La pericia consiste entonces en incluir tal o cual conducta en las clasificaciones descriptivas de
la perversión. Se hace semiología, inventario y nomenclatura para responder a los jueces.
A partir de esto podría pensarse entonces que la psiquiatría progreso en la respuesta acerca
del origen de esa anormalidad calificada de <<patológica>>. Pero para nada es así, por la sencilla
razón de que el susodicho perverso no se considera como un enfermo, y en su mayoría son
personas respetables y respetadas en su vida social, profesional y familiar, pero que tienen por lo
demás, secreta y discretamente, otra vida al margen de la mirada de los custodios del orden
médico-legal.
No obstante, a fines del siglo 19 pasa algo re cheto con gentecita como Magnan, Krafft-Ebing
y Moll. Que decían algo tipo la sexualidad es la verdadera razón de la perversión, en la medida en
que el placer sexual puede llevar a la anormalidad. Es más el flaco de doble apellido largo dice
que cualquier exteriorización del instinto sexual que no responde a la meta de la naturaleza (pro-
vida detected, ahre), es decir, a la reproducción cuando surge la oportunidad de una satisfacción
sexual natural, es declarada perversa.
Tergiversar ese bien en mal es transgredir su objeto y su meta, entendiendo al objeto como la
unión genital heterosexual entre dos adultos, y la meta como la satisfacción sexual de uno y otro a
raíz de esa conjunción. En relación a esto al salame de turno le pintó clasificar encima las
perversiones, porque siempre se puede ser más ortiva. Y dice que hay dos grandes grupos, uno
en el cual la meta de la acción es perversa, que incluye el sadismo, el masoquismo, el fetichismo y
el exhibicionismo; y por otro lado aquellas en las que el objeto es perverso, mientras que la acción
lo es como consecuencia, y acá tenemos a los trolos/tortas, los curas (eh digo, los pedófilos), la
gerontofilia (onda Flavia?), la zoofilia y los pajeros nivel Dios (autoerotismo).
La ruptura freudiana
El escándalo de la novedad del psicoanálisis radica en suprimir la frontera entre perversión y
normalidad. Todo esto arranca cuando papi Froi escribe Tres ensayos, y dice que hay
impropiedad en el empleo reprobatorio de la palabra perversión. Y después encima te dice que
todas las criaturas son polimorfamente perversas en cuanto a la meta y el objeto, porque la
sexualidad infantil es en su origen una libido de las pulsiones parciales con objetos pregenitales. Y
para colmo encima te dice que es universal, ya que todos fuimos niños. Así que cagamos fuego
amigo, todos hemos sido perversitos.
Sólo la primacía ulterior de lo genital debía permitir la superación de las perversiones por
unificación de las pulsiones parciales en una pulsión totalizadora. Y es en este punto en el que los
psicoanalistas se dividen. Para algunos la perversión sería la persistencia de una fijación a una
pulsión parcial, onda hay una detención en tal o cual placer calificado de preliminar, pero que no
tiene nada de tal, y por ello entonces el Edipo no habría tenido lugar. Ahora bien, ¿el cocainómano
no decía que la perversión solo es concebible articulada por, con y en el complejo de Edipo?
En Pulsiones y destinos de pulsión (1915), el viejito loco habla de una tentativa de hacer
coincidir el amor por el otro con la síntesis posible de las pulsiones parciales. Ahora bien, sobre el
amor dice que “El uso de esta palabra para una relación semejante sólo puede comenzar con la
síntesis de todas las pulsiones parciales de la sexualidad bajo la primacía de los órganos
genitales y al servicio de la función de reproducción”.
Dice Freud, “Preferiríamos ver en el amor la expresión de la pulsión sexual total, pero pese a
ello no salimos del apuro”. Si amar es ser amado, en el propio yo total y unificado, ¿pasa lo mismo
con lo pulsional?, ¿Amor y deseo sexual coinciden? Lacan pensaría, como forma de responder a
esto, que la libido es la anti-physis, y en ese sentido es perversa o no es. Es decir que “La
sexualidad sólo se realiza por la operación de las pulsiones en cuanto son pulsiones parciales,
con respecto a la finalidad biológica de la sexualidad”.
Precisamente, Lacan en sus escritos habla de que la pulsión, en tanto representa a la
sexualidad en el inconsciente, nunca es sino pulsión parcial. Y por ello es que no hay acceso al
Otro del sexo opuesto, como no sea por la vía de las llamadas pulsiones parciales. Esta negación
de una finalidad totalizadora es lo que Lacan leyó en Freud.
El punto de inflexión de 1910
Freud no se conforma con definir a la perversión como la negación del instinto cuya finalidad
es la reproducción biológica. Efectúa la conjunción entre el descubrimiento en 1905 del fetichismo
del pie o de la cabellera como aberración de orden sexual y el de 1908 respecto a las teorías
sexuales infantiles donde se atribuye un falo a las mujeres. Todo concluye en 1910 con un
recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, donde se piensa al fetiche como el Ersatz (sustituto) del
falo de la madre.
Con ello surge una nueva definición de la perversión, a partir del artículo Fetichismo de 1927,
donde recibe su verdadero nombre; ni una represión ni una forclusión, sino una renegación, es
decir, una doble posición, a la vez: Reconocimiento de que la madre no tiene el falo, y negación
de este reconocimiento; la madre lo tiene a través del fetiche como falo desplazado. La perversión
es renegar de la diferencia sexual.
El comentario de Lacan
Freud habla de una percepción visual de la ausencia de un órgano real en la mujer. Pero
desde Lacan no se trata de lo real, sino del falo imaginario y simbólico. La argumentación se
ordena en tres tiempos.
1) La madre no tiene el falo.
Para el niño que no es psicótico, la significación del deseo de la madre no está forcluida,
designa lo que le falta, el significado del falo como significante de su deseo. Ese simbólico no
carece de efecto sobre lo imaginario. Si el niño ha recibido de su madre la significación fálica de
su falta, puede entonces hacerse para ella objeto fálico como imagen. La madre no tiene el falo,
por lo tanto yo lo soy. ¡Para ella!
2) La angustia.
Esta posición no es evidente por sí misma. Todo el camino en torno del cual el yo conquista
su estabilidad se construye en la medida en que él muestra a su madre lo que no es. Pero, ¿cómo
estar a la altura del deseo de la madre? De lo imposible de responder nace la angustia de
castración. Si hay castración, lo que hay en cuanto el complejo de Edipo es castración. La
castración tenía tanta relación con la madre como con el padre. La castración de la madre implica
para el niño la posibilidad de la decoración y el mordisco. Ser el objeto fálico imaginario para
colmar el deseo de la madre es la angustia misma de ser tragado por ella. La perversión se origina
allí como consecuencia de la angustia.
3) La madre tiene el falo.
Tal es la verleugnung: renegación de la primera posición. Así, el sujeto puede respirar: postula
el fetiche como sustituto del falo faltante en la madre. Allí donde falta en ella el falo simbólico, el
sujeto sitúa un fetiche como falo imaginario. La mujer tiene el falo en el marco de no tenerlo, dice
Lacan. Y el fetichismo se convierte en el paradigma de toda perversión. Por un lado, el sujeto es el
falo y no lo es; por el lado de la madre, no lo tiene en cuanto deseante y lo tiene como fetiche. El
fetiche es una defensa contra la angustia del deseo de la madre; por eso tiene la misma función
que la fobia: instalar una protección en un puesto de avanzada frente al peligro de ser devorado
por el deseo insaciable del Otro.
SIR
Esta lectura de Freud sólo es posible si se sabe descifrar en su texto estas tres funciones:
simbólico, imaginario, real. Sin esa distinción, no se entiende la perversión sobre la renegación de
la diferencia sexual. El fetiche debe tomarse como elemento de una actividad simbólica sin
confusión entre la palabra y su referente. La palabra hace presente lo que está ausente. El
elemento imaginario tiene exclusivamente un valor simbólico. En el dominio de la búsqueda del
sentido lenguajero más que en el de vagas analogías visuales. Y ante ello, la interpretación
analítica busca pasar de la relación de dos según lo imaginario visual a la relación padre-madre-
sujeto según el orden simbólico del intercambio.
Delante o detrás del velo
Lacan va a poder presentar a partir del fetiche la estructura de cualquier perversión. En el
capítulo 9 de su seminario la relación de objeto, habla de la doble función del velo o la cortina.
Siendo este quien a la vez oculta y aquello que designa. La tarea del sujeto es ocultar la falta
fálica de la madre, a un tiempo que designa con la ayuda del velo la figura de aquello que falta.

El velo oculta la Nada, que está más allá del Objeto en cuanto deseo del Otro: la madre no
tiene el falo. Pero al mismo tiempo el velo es el lugar en el cual se proyecta la imagen fija del falo
simbólico.
Delante del velo
Esta proyección de la imagen fálica que oculta y designa la Nada es lo que el sujeto coloca
delante de él.

1) El fetichismo
Pone un velo sobre la falta fálica de la madre. El velo es el Ersatz del falo desplazado.
2) El masoquismo
1919, en Pegan a un niño es donde se describe por primera vez el masoquismo. Leopold de
Sacher Masoch no dejó de escribir en sus libros esa demanda dirigida a una mujer, para que esta
disfrutara de absolutamente todos los derechos.
3) El voyeurismo
Lacan introduce la noción de hendidura. El voyeur entra en el deseo del Otro por la hendidura,
la ranura, el postigo, el telescopado o cualquier pantalla. Enfoca el deseo del Otro, lo sorprende en
su pudor y su intimidad; se introduce en su mundo privado. El sujeto es hendidura, fisura del velo
que separa lo oculto de lo mostrado, lo privado de lo público del espacio del Otro. Lo que el Otro
deja ver sin saberlo es lo que permite negar la falta fálica, de conformidad con la creencia
perversa: todos los seres humanos tienen un falo.
4) La homosexualidad femenina
Freud, en 1920 en el caso sobre la joven homosexual, se piensa que lo que la joven desea en
la Dama está más allá de la mujer amada; es lo que le falta. Velar esa falta mediante un sustituto,
el hijo como imagen fálica. La joven, al identificarse con su padre y asumir su papel, se piensa con
pene y lo da a la dama.
¿Cómo llegó allí? En la declinación del Edipo, dirigía las miradas hacia su padre en la
expectativa de recibir un hijo de él. Pero, dura decepción, el padre embaraza a la madre; vuelto
hacia esta, es a ella a quien da un hijo. La joven dirige entonces su mirada hacia la Dama, más
grande que ella.
Hay una inversión en el lugar de la frustración del objeto real por el padre simbólico, se
establece una identificación con el padre imaginario, identificación con quien podría darlo, pero lo
ha negado. La joven se sitúa en la posición de la perversión: velar la falta fálica en la Dama por el
don del hijo como imagen fálica.
Detrás del velo

El fetiche no siempre es puesto por el sujeto delante de la Nada. Puede ser puesto por un
sujeto que, al identificarse con la madre, lo presenta a partir de ese lugar situándose detrás del
velo.

1) El travestismo
Envolverse en trajes femeninos es una identificación del sujeto masculino con la madre
poseedora del falo. La protección contra la angustia es exitosa y se trata de “ocultar la falta de
objeto”. Es preciso “que siempre sea posible pensar que está precisamente donde no está”.
2) El sadismo
El látigo, el bastón, el cetro, el cayado, presentifican la imagen fálica. La identificación con la
madre que lleva los pantalones protege de la angustia.
3) El exhibicionismo
El exhibicionista entreabre su pantalla para ofrecerse a la vista del Otro, tocarlo más allá de su
pudor y ponerse a merced de su deseo. Dejar ver, para ver al Otro sorprendido por el
develamiento. Lacan decía que el exhibir consiste en mostrar lo que tiene en la medida en que el
Otro no lo tiene. Revelar al otro lo que este supuestamente no tiene, para hundirlo al mismo
tiempo en la vergüenza de lo que le falta. Presentifica a la madre como si en ella no hubiera falta.
4) La homosexualidad masculina
En el sujeto se trata de su falo, decía Lacan, pero del suyo en cuanto va a buscarlo en otro. Se
identifica con una madre que debe tenerlo, es decir, en el lugar que ocupa la madre que hace la
ley para el padre. Demandar a su partenaire que muestro lo que tiene, es la exigencia del
homosexual. No se abandona a la madre, sino que se identifica con ella, se transmuda en ella y
ahora busca objetos que puedan sustituirle al yo de él, a quienes él pueda amar y cuidar como lo
experimentó de su madre.
Lacan retoma a Freud en esto, y lo prolonga, diciendo que hay una identificación, sí, pero no
con el DM, sino con su goce. Hay repetición del mismo goce por inversión. El hijo lo perpetúa
gozando a su vez de un objeto semejante a lo que él mismo fue.
Una desmentida de lo real
Freud da dos afirmaciones acerca de la perversión en relación con proposiciones universales:
Todo niño tiene una sexualidad perversa, en primer lugar; y todo ser humano tiene un falo, luego.
Lacan va a añadir el enunciado de una tercera proposición universal. Pero antes de avanzar Julien
se pregunta si la cuestión del fetiche no relega a la perversión del lado masculino.
Lacan va a referirse a la estructura de la perversión con referencia a ellas (las mujeres) como
madres. La economía inconsciente de la mujer se sostiene en equivalencias simbólicas del falo
con todos los objetos que se separan de ella, y en primer lugar el objeto más natural que debe
separársele, su producto infantil. Lacan a esto agrega lo siguiente:
Es lo que expresaron algunos autores analistas al decir que, si hay menos perversión en las
mujeres que en los hombres, es porque ellas satisfacen su grandeza perversa en la relación con
sus hijos. Por eso (…) hay algunos hijos de los que nosotros, como analistas, tenemos que
ocuparnos.
1960-1966: del fetiche al fantasma
Entre 1960 y 1966, Lacan hace silencio sobre la perversión. Pero aquí se da la invención del
objeto a, esta invención del mismo como causa del deseo por el lado del sujeto permitirá escribir
el famoso grafo del deseo. Este objeto se introduce porque hay incompletud de lo simbólico S(A
barrado). El Otro está barrado, el significante que daría respuesta a la pregunta del sujeto, Che
vuoi?, falta para siempre. El falo como significante que permitiría responder está fuera del sistema.
El sujeto engendra la respuesta situando en ese agujero en lo simbólico su fantasma, anotado
como S<>a.
Ese a es lo pulsional mismo, subjetividad según los cuatro objetos, pecho, heces, mirada, voz.
Ese lazo entre el sujeto y el objeto se efectúa según el modo reflexivo del verbo. El sujeto se hace,
se hace deseo del deseo del Otro. Así, el fantasma da lugar a lo pulsional más allá del lenguaje.
1966-1973: del deseo al goce
En el seminario La lógica del fantasma Lacan enuncia, El Otro, al fin y al cabo, si aún no lo
adivinaron, es el cuerpo. El Otro, porque no existe, porque está barrado, debe reducirse al objeto
a minúscula. Ese es sin duda el camino del análisis: no conformarse con la palabra y el deseo,
sino alcanzar el deseo del Otro, es decir, del cuerpo, pues sólo hay goce del cuerpo. El objeto a
no sólo es causa del deseo, sino la apuesta de un plus de gozar.
Ahora bien, que pasa con la posición del sujeto en la perversión. No se conforma con el
fantasma como respuesta a la cuestión del deseo del Otro, sino que el sujeto se hace objeto al
servicio del goce del Otro. Esto, a diferencia de lo que se cree, implica que el perverso, lejos de
fundarse en un desprecio del Otro, la función del perverso es algo que se debe calibrar de una
manera muy rica. Es quien se consagra a tapar ese agujero en el Otro. Se entrega y se dedica al
goce del Otro.
El sujeto se hace objeto a en favor de un plus de gozar del Otro, de acuerdo a dos
modalidades: Suplemento a: sadismo y voyeur; Complemento de: masoquismo y exhibicionismo.
Un suplemento aportado al Otro
El voyeur interroga por la mirada lo que falta como falo en el Otro para darle un suplemento (y
con ello remediarlo). El sádico da voz al Otro, se erige en instrumento de lo que supone faltante en
el Otro para su goce.
Un complemento procedente del Otro
El exhibicionismo apunta a hacer aparecer en el Otro la mirada como signo de posible
complicidad en el goce. Del mismo modo, el masoquista se somete totalmente a la voz del Otro y
se desloma para que ella surja y se imponga.
Una nueva lógica
Esta nueva definición de la perversión en relación al goce (del Otro) se demuestra a partir de
una nueva lógica, de acuerdo con estas tres coordenadas:
Lo real
La fórmula No hay relación sexual apunta a que el Otro es incompleto y barrado, se revela un
imposible en lo concerniente a la inscripción de lo que pueda constituir relación, relación entre dos
goces. De tal modo que, en el llamado encuentro sexual, de dos no hagan más que uno. Es
imposible, lo que no cesa de no escribirse es lo real de la no-relación sexual.
La perversión
La perversión toma su lugar a partir de esa falta en lo simbólico: gracias al objeto a, hacer de
complemento o suplemento del Otro en beneficio de su plenitud, que debe anotarse S(A). Lacan
podrá decir: Si El hombre quiere a La mujer, sólo la alcanza al fracasar en el campo de la
perversión. La mujer no entra en funciones en la relación sino en cuanto madre, en donde
encontrará el tapón de ese a que será su hijo. Estará toda entera en el goce fálico. Gracias a esto
podemos afirmar como definición de la perversión la proposición universal: Todo goce fálico es
perverso, es decir que hace relación sexual gracias al Otro, completo.
Un nuevo clivaje
Al pensar la Verleugnung debemos pensar en un clivaje entre dos goces. Uno es fálico, el otro
está más allá de lo fálico. Hay disyunción entre el postulado de la perversión: S(A) y el enigma que
es el no saber de un goce distinto del perverso: S(A barrada). Lacan lo llama inadecuación:
No hay relación sexual porque el goce del Otro tomado como cuerpo siempre es inadecuado,
perverso por un lado en tanto el Otro se reduce al objeto a, y por el otro, yo diría que loco,
enigmático.
El encuentro entre un hombre y una mujer: pura contingencia; lo imposible del no escribirse,
cesa.

Philippe Julien – Psicosis, perversión, neurosis


1. La Neurosis Normal
La Zwangsneurose es la cruz del psicoanalista, puesto que la neurosis obsesiva plantea una
dificultad particular para seguir la regla fundamental del análisis. Ese lugar de la llamada
asociación libre es callarse o repetirse. Me callo, si no voy a repetirme una vez más y de ese
modo, como de costumbre, careceré de interés… ¡para usted! Por eso sin duda, Lacan tuvo que
inventar las sesiones de duración variable, como condición del acto analítico.
El horizonte de Freud
Este horizonte se nos abre en las 3 etapas cumplidas por Freud.
De 1894 a 1905
Freud construye esta nueva neurosis por analogía con el mecanismo de la histeria, de
acuerdo con estos dos tiempos:
- Un primer tiempo, de orden etiológico. Donde en la infancia hubo una excitación sexual
precoz. Así como ese trauma se sufre pasivamente en la histeria, en la neurosis
obsesiva hubo actividad con placer;
- Un segundo tiempo. Los afectos se separan de sus representaciones primeras para
efectuar una falsa ligazón. Esta sustitución es una defensa del yo. No hay represión sin
retorno de lo reprimido, y aquí se da por transposición a otras representaciones más
conciliables con el yo. Reproches a sí mismo, inhibiciones para actuar, rituales privados,
etc.
De 1905 a 1913
Los tres ensayos marcan un punto de inflexión, al mostrar la importancia de las zonas
erógenas y las pulsiones parciales. Las defensas del yo efectúan un retorno regresivo al estadio
anal. En Carácter y erotismo anal, establece un lazo entre el objeto anal y la neurosis obsesiva.
En 1909, con el análisis del hombre de las ratas, la revelación del horror de un goce ignorado por
sí mismo se produce en el famoso relato que hace el capitán X. Contra esta representación
surgen conminaciones y juramentos: Tú debes… Y por último, en 1913, en La predisposición a la
neurosis obsesiva se establece un lazo entre esta neurosis y las pulsiones erótico anales y
sádicas.
De 1913 a 1929
Freud aquí aplica el Tú debes del hombre de las ratas a cualquier neurosis obsesiva: hay
relación intrínseca entre esta y la función del superyó. En 1923, en el Yo y el Ello, Freud postula la
declinación del Edipo proviene de una interiorización de la prohibición paterna. Tal es, en cuanto
conciencia moral, la dominación del superyó sobre el yo. Lo que reina en el superyó es una pura
cultura de la pulsión de muerte. El superyó puede volverse hipermoral y, a la sazón, tan cruel
como sólo puede serlo el ello.
En 1926, en Inhibición, Síntoma y Angustia, Freud confiesa su perplejidad con respecto a la
neurosis obsesiva: No podemos aún prescindir de proponer hipótesis inciertas y suposiciones
carentes de pruebas. Freud nos presenta un doble fenómeno, uno de desmesura y otro de
inversión. En primer lugar una desmesura: durante la declinación del Edipo, hay creación o
consolidación del superyó. Ahora bien en la neurosis obsesiva, esos procesos superan la medida
norma, el superyó se vuelve especialmente severo y duro, mientras que el yo desarrolla
importantes formaciones reactivas, que adoptan la forma del escrúpulo, la piedad, la limpieza.
En el malestar en la cultura, comenta que crueldad y severidad contra sí mismo con
sentimiento de culpa son tanto más implacable cuanto más virtuoso es el sujeto. Eso se explica
mediante el segundo fenómeno, de inversión, del sadismo de la erótica anal. Se invierte para
convertirse en masoquismo, en agresión contra sí mismo.
Dejemos por tanto de hacer sociopsicología y de estigmatizar a tal o cual padre, tal o cual
madre, tal o cual educador. La cuestión es muy distinta y concierne a la peste que es la
sexualidad misma, contra la cual hay que defenderse a toda costa. El superyó es una instancia
que habla adentro, que da sin cesar voz, la misma que se atribuye a la conciencia moral.
2. La verdad de Freud
La operación de Lacan no va a consistir en copiar a Freud. Al contrario, repara su olvido es
reencontrar la verdad de sus escritos, verdad siempre nueva, siempre actual… si se sabe leerlos
en la reescritura y descifrarlos en la cifra. En El mito individual del neurótico, Lacan nos presenta
la verdad siempre presente en el análisis del hombre de las ratas.
El mito no es ni ilusorio ni irreal, es un relato que articula lo que funda toda sociedad
humana en cuanto no natural, o sea, la ley de los intercambios. Tal es la deuda simbólica del don
y el contra-don de acuerdo con estos tres intercambios: de mujeres, de palabras y de bienes.
Deuda necesaria que, en su carácter de fundadora, se transmite de generación en generación
mediante el discurso con el cual un sujeto se dirige a otro sujeto.
La verdad del mito en su enunciación habla así, en razón de un saber textual y no
transferencial. En el discurso de Roma, Lacan no vacilará en mostrar que los síntomas obsesivos
pueden suprimirse gracias a la lectura de Freud. Tan grande es la resonancia de la interpretación
cuando es analítica y no médica ni policial.
Las resonancias de la interpretación
Lacan va a cuestionar la interpretación ortodoxa que se hace de los síntomas obsesivos. Y
esto para decir que esa interpretación admitida no lleva sino a semianálisis que en definitiva no
llegan a nada, como no sea a cierto alivio de la culpa. Ahora bien, para mostrar esa desviación
actual, Lacan apostará por mostrar el callejón sin salida de los posfreudianos con su promoción de
la siguiente tríada, de acuerdo con una relación de causa a efecto:
1) Los síntomas proceden de una frustración sufrida en la infancia.
2) Esta frustración provocó en el sujeto una agresividad dirigida contra la persona que
supuestamente está en el origen de la frustración.
3) Esta agresividad engendra a su vez una regresión, con retorno a estadios pregenitales.
Esa es la FAR, una grilla mediante la cual la terapia consistirá en suprimir la causa que es la
frustración y reemplazarla por su contrario gracias a la transferencia. Así, la agresividad se reduce
y como la regresión ya no tiene razón de ser, resulta posible el estadio genital.
Ante esto, ¿Qué responde Lacan?, que la cuestión esencial que concierne a cualquier ser
humano, no se plantea en términos de tener o no tener el falo. Es la de serlo o no. El
descubrimiento freudiano de que el acceso al deseo supone la castración se refiere a la posición
primera del hijo o la hija que son, por su imagen, el falo de la madre, ergo, lo que a esta le falta.
Pero en un segundo momento, la castración podrá cumplirse, Tú no eres el falo de la que te
concibió. La neurosis no proviene de una frustración por no tener el falo, sino de una castración no
admitida, no subjetivada, no reconocida en su enunciado en términos de ser.
En el marco de no ser el falo del Otro, el sujeto puede aceptar:
- O bien tenerlo, por el lado masculino, con riesgo y temor de perderlo;
- O bien no tenerlo, por el lado femenino, como falta y ausencia.
Ese pasaje del ser al tener o no está determinado por la interpretación del analista. Si
fracasa en ella el análisis se detiene a medio camino, o sigue sin fin. La confusión entre frustración
del objeto real y castración del objeto imaginario encubre la confusión entre el ser y el tener. En su
seminario la relación de objeto Lacan va a decir que la neurosis obsesiva no proviene de una
frustración de la demanda de tener, sino de una castración no realizada en cuanto a ser lo que
falta en el deseo del Otro. Esta falta de distinción entre demanda y deseo es una psicologización
del psicoanálisis, como si la demanda fuera la expresión del deseo. Esta confusión es
exactamente el síntoma del obsesivo. Ella determina que en este el superyó aparezca como una
figura obscena y feroz que se dirige al sujeto mediante la voz insistente de la conciencia moral.
Las conminaciones de esta voz se ordenan de acuerdo con los siguientes 10 mandamientos:
1) No demandes nada. Que tu demanda muera para realizar así tu demanda, que es ser un
sujeto muerto, desvanecido, borrado.
2) Tu deseo es desvalorizar, anular, destruir el deseo del Otro. En efecto, ese el tuyo o el
suyo.
3) Espera a que te demanden. Espera que el Otro comprenda tu silencio. Para remediar la
angustia del deseo del Otro, debes recubrirla con su demanda. A cambio, se oblativo,
nunca harás lo suficiente para que el Otro persista en la existencia.
4) No tires nada, acumula hasta el atascamiento. Amar es tener siempre algo para dar.
5) Tu propio deseo lo pondrás en juego mañana, más adelante. Así sabrás hacer esperar al
Otro, puesto que sólo hay deseo en lo imposible.
6) En la espera, da pruebas de tu aptitud. Supera la inhibición mediante la proeza, la
prestancia, el alarde, el engreimiento.
7) No hagas nada definitivo o excluyente: ¡Nada de avances sin la seguridad de una
retirada!
8) Ante el imperativo del superyó ¡goza! Haz de tu impotencia para realizarlo una demanda
a dirigir a un maestro que supuestamente sabe si la relación entre goce y dominio es del
orden de lo imposible o no.
9) Debes sobrecargarte con un programa sin fallas, sin vacío, sin respiro, para evitar la
interrogación sobre el deseo del Otro.
10) Interrumpe tu análisis el día en que puedas aliviar tu culpa culpabilizando a otro.
3. El retroceso de Freud
Si Freud no puede ir más lejos, es porque no logra superar su sentimiento de sorpresa ante
la extrañeza del precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Lacan responde diciendo por qué
es así para Freud y, como consecuencia, por qué este no sabe qué pensar en cuanto a las
razones de la malignidad del superyó. El problema del goce del Otro… ¡y el propio! Sucede que…
es posible que el goce no sea del orden del bien y el bienestar. Allí, donde Freud tropieza con el
precepto de amar al prójimo como a uno mismo, Lacan va a avanzar.
El verdadero escándalo
La única búsqueda importante es la de una ética que esté a la altura de ese abandono por el
otro. Lacan presentará esa ética, que es la misma del psicoanálisis, y concluirá que si para el
hombre del común la traición tiene como efecto arrojarlo de manera decisiva al servicio de los
bienes, será con esta condición que no reencontrará jamás lo que lo orienta verdaderamente en
ese servicio. Frente a das Ding, la Cosa, el goce del Otro, ¿Qué ley puede servir a la vez de
apoyo y de barrera para que lejos de huir, el sujeto pueda aproximarse a ella impunemente? Para
responder, pongamos a prueba tres leyes éticas frente al goce del Otro:

Primera ley
Esta se corresponde con la ética tradicional de la tendencia interior con el fin del Bien
soberano. La caída teológica nos arrojó hoy al servicio de los bienes plurales. Los bienes son de
orden simbólico: lo que se dice en tal o cual momento en tal o cual sociedad, señalado como lo
más útil para cada uno y para la mayor cantidad. El discurso médico-legal pretende saber cuáles
son los bienes no engañadores; y los propicia en nombre de su síntoma evidente: el bienestar, al
cual accedemos mediante la mesura, la moderación, y la prudencia.
¿Cómo responde entonces ese discurso frente al goce del Otro? Por una parte, protección
mediante la reparación del mal efectuado, con el castigo del culpable y la cura del enfermo. Por la
otra, protección mediante la prevención de un mal previsible, por contagio o reincidencia.
Ahora bien, ¿es eficiente frente al goce del Otro y sus maleficios? Obvio que no wachin,
porque el amor por el semejante que la justifica, se funda en la identificación: quiero para el otro el
bien que querría para mí. Porque después, un día, la cosa se desmorona. Yo creía comprenderte,
tú creías comprenderme. Pero das Ding está más allá del espejo, en tercera dimensión. Traición,
¡no eres el o la que yo creía!
Segunda ley
Esta es la heredada por el niño con la declinación del complejo de Edipo, el superyó. Este
no se construye de acuerdo a la imagen de los padres, sino según el superyó parental. Se trata de
una identificación simbólica. En el yo y el ello le da su verdadero nombre de imperativo categórico.
Y en 1924 escribe el imperativo categórico de Kant es el heredero directo del complejo de Edipo.
La verdadera transmisión entre generaciones se da según dos principios:
1) El categórico. La ley tiene valor universal, cualesquiera sean las consecuencias afectivas
del bienestar o malestar. Es patológico, nos dice Kant, y por lo tanto no aclara en
absoluto nuestra conducta.
2) El incondicional. La ley se basa únicamente en el acto de su enunciación interior:
¡Debes… no debes! Se justifica por ese mismo acto y prescinde de razonamientos,
argumentos y deducciones. Esa famosa voz de adentro que es el superyó procede del
Otro; revela su origen en la máxima que enuncia el derecho del Otro al goce, derecho
sobre mi cuerpo.
Ese es el argumento de Kant con Sade. Sade dice la verdad de Kant de acuerdo con dos
principios: La apatía del otro, en cuanto a lo que yo puedo sentir de su goce de mi cuerpo; y el
carácter sin condiciones de su derecho de goce. La voz de la conciencia es la del Otro en su goce
que se calificará de sádico.
Y Lacan lo registra y confirma con la ayuda de Sade: Ese superyó es en verdad algo como
la ley, pero una ley sin dialéctica, y no por nada se lo reconoce en el imperativo categórico, con lo
que llamaré su neutralidad maléfica. Pero entonces, frente a la Cosa y el goce del Otro, ¿la ley
kantiana del superyó es más exitosa que la ley del servicio de bienes? No, aquella perpetúa
ferozmente el horror de esa neutralidad maléfica mediante un vuelco contra sí mismo y una
transmisión a la generación siguiente.
Freud, en Tótem y tabú, dice que el superyó es interiorización de un padre que hace la ley,
sólo se mata al amo para incorporarlo y, así, mejor someterse a él. Lacan podrá decir por fin que
Tótem y tabú es un producto neurótico, pero para agregar de inmediato: No se psicoanaliza una
obra, y menos la de Freud. Se la crítica y es eso (una neurosis) aquello que la suelda. En este
caso debemos el mito de Freud al testimonio que el obsesivo aporta de su estructura a lo que se
revela en la relación sexual como imposible de formular en el discurso.
¿Qué hacer entonces ante el goce del Otro, ante su maldad? Hay que avanzar hacia otra
respuesta, que supone ir más allá de Sade y más allá de Freud. Creemos que Sade no está
suficientemente cerca de su propia maldad para encontrar en ella a su prójimo. Rasgo que
comparte con muchos, y en especial con Freud.
Tercera Ley
Luego de dar cuenta del fracaso de las leyes anteriores para poner una barrera al horror del
goce humano, no nos queda más que un último camino: el del fin de un análisis. No retroceder
ante el precepto de amar al prójimo como a sí mismo es darle una nueva interpretación. Amar a
ese prójimo que es uno mismo aproximándose a su propio goce, allí donde puede surgir la
maldad, el mal-caer de la voluntad de bien.
Esto supone una ley, la del deseo. No es la ley que obedecemos y nos culpabiliza en caso
de incumplimiento, ni el rechazo de toda ley con un presunto libertinaje. Esta tercera ley funda el
deseo. No es fácil demostrarla, habida cuenta de su extrañeza y su lazo con el goce. En el
seminario de la Ética, Lacan muestra ese saber sobre el nudo entre la ley y el deseo con la ayuda
de san Pablo. Le basta reemplazar la palabra pecado por la Cosa, es decir, por el goce. Sólo
conocí el goce por la ley. En efecto, no habría conocido el deseo si la ley no hubiese dicho: no
codiciarás.
Pero en este caso se trata de una ley que permite negar la vida, de tal suerte que en lo
sucesivo me niego a perder mis razones de vivir a causa de la vida. Ese es el riesgo del deseo. El
bien y el bienestar dejan de motivar la función de la ley. Y es así que la transgresión es una
travesía más allá de los límites de la vida (para tener acceso al goce).
Así es esta tercera ley, la que da un nuevo sentido a la castración: una negación creadora.
De allí la conclusión de Lacan: La castración quiere decir que es preciso rechazar el goce, para
que pueda alcanzárselo en la escala invertida de la ley del deseo.
El fin del análisis
En el caso de la neurosis obsesiva, el fin de análisis es el paso de la segunda a la tercera
ley. Lacan va a decir que esa neurosis compete a la normalidad colectiva. Nadie más deseoso de
normatividad que el obsesivo. Esta neurosis es el síntoma de las exigencias de la moral civilizada.
Esa normalidad bien puede soportarse durante algún tiempo, hasta el día en que se revela la
debilidad del yo ante las coacciones del superyó.
El fin de análisis puede resumirse entonces en esta fórmula: paso del superyó del tener al
ser. El superyó que el sujeto tenía con referencia a sí mismo se convierte en aquel en que el
sujeto se ha vuelto con respecto a su entorno familiar, profesional, político. En vez de sentirse
obligado, humillado, culpable, el sujeto obliga, humilla, culpabiliza a los otros; así se siente mejor.
Impone su hiperactividad a quienes lo rodean y les reprocha perder tiempo y dejarse estar.
Por eso cuando dos obsesivos se encuentran en un trabajo, estalla la guerra. Es
inconcebible que un obsesivo pueda asignar el menor sentido al discurso de otro obsesivo.
Incluso puede decirse que de allí surgen las guerras de la religión. Ir hasta el final del propio
análisis es descubrir otra ley, la del deseo, mediante la cual el goce puede alcanzarse incluso a
partir del interdicto, en el riesgo de la pérdida de dominio y normalidad social.
Philippe Julien – Psicosis, Perversión, Neurosis. Histeria
1. La Subversión Histérica
La histeria desconcierta en primer lugar por los síntomas que se le atribuyen, puesto que los
mismos son contradictorios. Pero ¿Qué pasa con su causa? Aquí nos encontramos con una
constante, la causa sería del orden de una fuerza, un poder a la vez interno y externo, que una
vez libre trastorna nuestras sensaciones, pensamientos y actos. Esto recibió diversos nombres, y
la historia de la histeria es la de una sinonimia.
En la Antigüedad
Para los griegos, en el siglo XVII, la patología histérica proviene del órgano femenino del
útero, cuando este se mueve por su cuenta en el cuerpo, provocando sofocación, afonía,
epilepsia, etc. Esto se debía a la falta de relaciones sexuales que generaba una matriz demasiado
seca, convirtiéndose esta en vagabunda y deambulante.
Ello también era acompañado por un pensamiento de que la mujer debe estar sometida a un
hombre, Aristóteles decía “La relación del varón con la mujer es por naturaleza la del superior con
el inferior, del gobernante con el gobernado”. Esta complementariedad en la desigualdad se
encuentra en todas las sociedades tradicionales.
Danielle Gourevitch dice: “Los médicos antiguos comprendieron con claridad que la histeria,
enfermedad del cuerpo femenino, erra la enfermedad de la mujer en su totalidad, y más
precisamente de la mujer en sus relaciones con el hombre, en la medida en que las relaciones
sexuales o su ausencia modifican su equilibrio hormonal y la topografía de sus órganos”.
La Tradición Teológica
A partir de san Agustín, la etiología queda trastocada. Esa fuerza subversiva en la mujer se
llama posesión, ahora bien, no se sabía si era demoníaca o divina, y esto lo debemos responder
en relación a 3 tiempos.
1) El instante de ver: Se trata de ver los estigmas en el cuerpo que dejan ver signos, esas
marcas son una mancha que llama la visión.
2) El tiempo de saber: Este tiempo está reservado a los expertos, que en esta época son
los teólogos. La histeria era un hechizo que exigía una interpretación erudita, decidir si
era causa divina o demoníaca. Ese manual que es el Martillo de las Brujas es el mejor
ejemplo.
3) El momento de concluir: Este momento permite pasar del saber al poder. El del exorcista
que expulsa al demonio, o el poder político que ejecuta la condena a las brujas. En todas
y cada una de las oportunidades se pone en juego la conformidad a las reglas de la
institución eclesiástica.
La posesión recusa el poder político-religioso, es decir, la dominación masculina de la
autoridad sobre sí y los otros. El saber teológico se duplica con el saber médico, y el síntoma de
los estigmas ya no procede de Satán, sino de la enfermedad histérica. Pero entonces, si una
mística tiene síntomas histéricos, ¿no es una falsa mística? Y esto presenta un dilema entre los
teólogos y los psiquiatras, ¿místicas o enfermas? Este debate no cesa entre los representantes de
ambos bandos, hasta que los estudios de Guitton (Wa ese seguro tenía la re guita) y Mottet se
cuidan de juzgar y desechan este falso dilema, admitiendo que una cosa no excluye la otra.
La Histeria como Neurosis
Con la psiquiatría va a nacer una tercera designación: la histeria es una neurosis. Pero se
van a oponer dos corrientes en relación a esta significación.
1) La corriente organicista
Va a decir que todo pasa por una lesión orgánica del sistema nervioso, por un trastorno
nervioso del cerebro. Cullen inventa la palabra neurosis para designar ese déficit.
2) La corriente de la psicogénesis
La histeria proviene de una dynamis, una fuerza que instaura un trastorno de orden
funcional. Es por tanto una psiconeurosis. Esta recuperación del concepto de fuerza subversiva va
a explicar lo que se presenta como el síntoma esencial, central y constante de la histeria: La falta
de unidad de la personalidad, la falta de fijeza de la identidad. Por ej.: disociaciones o
desdoblamiento, clivaje del ego, simulación, teatralidad, etc. (Hay más en la pp 163 pero paja
escribir todo, besis).
Ahora bien, en 1994, el DSM 4 reemplaza el MPD (Múltiple Personality Disorder) por la
denominación de trastornos disociativos de la identidad, puesto que no les convenía seguir
hablando de personalidad nae. El psiquiatra retoma la cuestión del teólogo, en relación a ¿Qué
identidad?, es la histérica ¿enferma o manipuladora? Y ante esto, se concluye que no basta con
constatar el síntoma, sino que hay que mencionar la causa.
El debate etiológico
A partir de la psiquiatría dinámica, el debate por la causa se vuelve re copado parece,
porque ahora la causa tenía que ver con una reacción dinámica a un trauma psicológico que
provoca una conmoción a la vez física y psíquica, un desborde de la conciencia y un exceso
emocional. Y como respuesta surge el trastorno sintomático de la identidad.
La terapia consiste en recuperar la unidad perdida, gracias a la intervención psiquiátrica,
mediante magnetismo, hipnosis, sugestión u otros métodos. Esto buscaba generar una respuesta
que permita hacer frente de otra manera al trauma, de tal modo que se restablezca la identidad
anterior a él.
El psicoanálisis norteamericano, en la línea de la psiquiatría dinámica, propicio la
denominación de personalidades múltiples. Estas diferentes personalidades correspondientes a
un trauma son defensas contra su medio intolerable, defensas producidas por los traumas de la
infancia. El tratamiento consistía en analizar los traumas a fin de hacer inútiles la defensa
levantada contra cada uno de ellos y la existencia de la personalidad encargada de esa defensa.
2. La Ruptura Freudiana
Freud con su descubrimiento abrió un nuevo camino. No hay quien posea un saber, toca a
la histérica hablar, y al psicoanalista, recibir esa palabra. El psicoanálisis se funda en su regla
fundamental, en la posibilidad brindada al sujeto de hablar asociando con toda libertad, no
libremente, sino como se le ocurra. La libre asociación procede del sujeto y no del analista.
La verdad habla yo (je)
La verdad habla así, habla histéricamente, en el imprevisto, el malentendido, con el síntoma,
el acto fallido, el sueño, la palabra que surge repentina. Y a partir de ese contenido manifiesto,
sólo el sujeto puede pasar al contenido latente gracias a sus propias asociaciones. El oyente, que
es el analista, ha tenido que aprender de su propio análisis que no hay motivo para exasperarse
ante la extravagancia y la incoherencia del discurso del analizante. La asociación no es libre en el
sentido de arbitraria; oculta una razón que es preciso descubrir.
La verdad habla por la boca del analizante que dice siempre la verdad, aunque nunca toda.
El saber textual, no referencial, de lo que se dice basta por sí sólo. Las formaciones del
inconsciente son un retorno de lo reprimido, que se debe escuchar y analizar en su literalidad. La
ruptura freudiana permite escuchar el discurso de otra manera, lo que importa y hace sufrir son las
reminiscencias aparecidas en el aprés coup como retorno de lo reprimido. Eso es lo que debe
escucharse, homologarse, registrarse en la palabra compartida.
¿Reminiscencias de qué? Freud en 1905 va a decir que no importa una chota que la causa
de la actividad sexual infantil sea espontánea o provocada, interno o externo, lo que interesa es la
cuestion de los efectos en el aprés coup. Es decir, quien desempeña el papel dominante es la
realidad psíquica. Ella nos presenta por el síntoma un saber textual que se debe descifrar.
Freud justificado
Lo que Lacan retomará en el discurso de Roma es precisamente esta subversión de la
histeria. Lo importante no es la verdad del enunciado, sino la verdad de la enunciación: la verdad
tiene una estructura de ficción a descifrar en su saber textual. En la anamnesis psicoanalítica no
se trata de realidad sino de verdad, porque el efecto de una palabra plena consiste en reordenar
las contingencias pasadas, dándoles el sentido de las necesidades por venir, tal como las
constituye la poca libertad por la cual el sujeto las hace presentes.
Una triangulación fundadora
Lacan se afirma en Freud para decir que la histeria es una tentativa de identificación con un
sujeto deseante cuyo objeto está en posición tercera. Y esa identificación se produce gracias al
síntoma que le sirve de marca. Hay a la vez nacimiento del deseo por identificación con el otro
deseante.

Lacan leyó en Freud la constante de esta estructura. En 1892 con Elisabeth von R, donde
el dolor de piernas sirve de marca identificatoria con su hermana. En 1900 con el sueño de la
bella carnicera, sueño mediante el cual se efectúa un clivaje entre demanda y deseo, donde el
deseo de la soñadora, al identificarse con su amiga, se mantiene en la insatisfacción como
apuesta exitosa. En 1905 con Dora, donde la fascinación por la señora K se apoya en la imagen
del señor K, sin ser éste último su objeto de deseo, sino interrogando el misterio de la femineidad
presentificado por la señora K. Y en 1921 en el capítulo 7 de Psicología de las masas y análisis
del yo, en donde el 3er modo de identificación se lo asocia a la histeria, identificación que hace
completa abstracción de la relación objetal con la persona copiada.
3. La histeria no es una neurosis
A partir de 1964, en su seminario sobre los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, va a ir más lejos que Freud. E interroga a Freud justamente a propósito de la histeria
(Que atrevido este francesito ch). El rasgo diferencial de la histérica es precisamente este: en el
movimiento mismo de hablar, constituye su deseo. No es sorprendente que Freud haya entrado
por esta puerta en lo que eran las relaciones del deseo con el lenguaje, para descubrir los
mecanismos del inconsciente.
Si Freud no pudo decir por qué el deseo de la histérica sólo puede ser insatisfecho, se debía
a su propia relación con el padre y la demanda que le dirigía. Hay en él algo no analizado que no
le permite ir más lejos en el análisis de la histeria. Este viraje es fundamental y verá sus frutos en
el seminario el reverso del psicoanálisis, donde ya no basta afirmar la primacía de lo simbólico por
sobre lo imaginario. Ahora debe introducirse lo real.
Del sentido a la estructura
Lo que aportó el análisis fue un sentido particular al síntoma, alcanzar la certidumbre es ir
más allá del sentido siempre particular, y llegar a la estructura por un camino que lo trascienda.
Lacan lo hace pasando de la palabra del sujeto de la enunciación a lo que llama un discurso, es
decir, enunciados que hacen lazo social. Esa es la estructura: un discurso sin palabras que nos
pronuncia en vez de que nosotros lo pronunciemos.
De la verdad al saber
La verdad habla con un decir a medias que no cesa. El lugar de los significantes, el Otro,
permitiría concluir si existiera. Pero hay incompletud de lo simbólico: el Otro está barrado. Analizar
es homologar ese borde que barra al gran Otro; gracias a ese saber que es el inconsciente en el
sentido freudiano: tropiezo, cojera, error, según una equivocación que es el Unbewusst.
Del deseo al goce
No podemos conformarnos con la cuestión del deseo insatisfecho buscado por la histérica.
Si el Otro no existe, hay en cambio un cuerpo: es el objeto a minúscula, la gran invención de
Lacan. Ya no debe definirse a ese objeto como causa del deseo, sino como plus de gozar. Hay un
pasaje de otro al otro.
Del sujeto dividido al sujeto de la ciencia
No hay ser del sujeto. El sujeto es el efecto de tal y cual significantes privilegiados que lo
representan con los cuales se identifica como rasgo del Ichideal. El significante es lo que
representa al sujeto para otro significante, el que expresaría su ser, pero que está reprimido para
siempre. Lacan lee en Descartes esta división que es una falla de la cual nace el sujeto:
- Allí donde pienso (Los S1), no soy,
- Allí donde soy, no pienso: no hay S1
Tenemos, por lo tanto, cuatro letras que se articulan con otra.
● $: El sujeto dividido;

● S1: El significante amo;

● S2: El saber;

● a: El plus de gozar.
Ahora bien, sólo funcionan al ocupar lugares, cuatro lugares ya presentes:

Las cuatro letras ocupan de acuerdo con su propia sucesión ordenada estos cuatro lugares.
Y basta un desplazamiento de un cuarto de giro para que se instalen en el lugar siguiente.
Entonces tenemos cuatro articulaciones posibles que escriben la estructura de cuatro lazos
sociales, que Lacan llama discursos sin palabras.
El discurso del amo
El primer lazo social es instaurado por un amo, por alguien que tiene autoridad, que enuncia
un significante amo en imperativo, a fin de que el otro se ponga en marcha. Es la primera
experiencia humana. Mediante tal lenguaje diversos agentes instauran un lazo dominante-
dominado. Así ciertos significantes fundamentales constituyen el inconsciente del otro.

La novedad que aporta Lacan consiste en mostrar que en la lucha a muerte de puro
prestigio entre el amo y el esclavo, es este último y sólo él quien, al renunciar a arriesgar la muerte
del cuerpo, conoce el goce. El saber sobre el plus de gozar anotado S2 está reservado al otro.
Ponerlo en posición de agente está excluido; y sólo le incumben los efectos del funcionamiento
del poder.
El discurso del universitario
Pero ese saber del dominado, de quien tiene la experiencia del cuerpo, se convierte en un
puro saber, saber teórico, la episteme cara al filósofo. Ese es el lazo social docente-alumno:

El S2 es la transmisión de una continuidad de saber, y sólo esto, al margen del goce. Así se
prepara a los futuros amos, los de la generación siguiente, gracias a los títulos. Lo que está en el
lugar de verdad es la sucesión de los S1, los significantes amos con los cuales hay que identificar
al sujeto producido: S barrado. Fucó dice que el saber se pone al servicio del poder económico,
político o religioso. Y el amo vigila con ojo avizor controlando el contenido de la enseñanza.
El discurso de la histérica
La histeria no es una neurosis, sino la dominación de un lazo social.

Este discurso encarna y revela lo imposible de la posición del amo. La relación $-S1
concierne a las consignas identificatorias. El amo es un hombre castrado, porque el dominio
excluye de sí el goce y se contenta con la mesura y la moderación que impone el principio de
placer-displacer. El sujeto se erigirá en el sostén del amo castrado. El histérico quiere un amo
sobre el cual pueda reinar.
Ese lazo social produce un saber S2, sobre el plus de gozar a en lugar de verdad. Hay una
invención de un nuevo saber sobre el goce, saber que el amo quiere ignorar y que no es igual al
saber del discurso del universitario. Este es un saber establecido que debe imponerse al
estudiante, y cuya verdad es la sucesión de los S1 del Ichideal a transmitir. El discurso de la
histérica es un discurso de impugnación del saber oficial. Eso es lo que produce el sujeto dividido.
El discurso del analista
El último en nacer, este discurso es un lazo social entre un analista y un analizante.

Pero el analizante ($) proviene de los tres discursos precedentes, de modo que el análisis
modifica la relación con cada uno de ellos:
- Con el discurso del amo. El análisis produce el retorno de lo reprimido de los
significantes que constituyeron el inconsciente del analizante. En su reverso: la relación
S1/a se invierte a/S1.

- Con el discurso del universitario. El sujeto supuesto saber existía ya a partir de este lazo
social, de modo que lo atribuye a tal o cual analista.
- Con el discurso de la histérica. El discurso amo está en el fundamento original de toda
sociedad humana; el discurso universitario surge con el nacimiento de la escritura. El
discurso de la histérica nace con el sujeto cartesiano y la modernidad. Ahora bien, sólo
las épocas históricas y los lugares geográficos en que nació el sujeto de la ciencia
permiten la instauración del discurso del analista. Sólo el sujeto dividido del discurso de
la histérica es quien puede demandar hacer un análisis.
El discurso del analista transforma radicalmente lo que el analizante recibió de los tres
discursos precedentes:
- El agente es un analista en quien ese semblante que es la imagen corporal no se
sostiene narcisísticamente, del ideal del yo, sino del objeto a.
- El otro es el analizante como sujeto de la ciencia, puesto que el sujeto sobre el cual
actuamos en psicoanálisis no puede ser sino el sujeto de la ciencia.
- La producción de un análisis es la de los significantes amos que condicionaron ese
inconsciente.
- La verdad es la conquista de ese saber sobre el plus de gozar, saber que es
inconsciente, S2.
4. La histeria del psicoanálisis
Podemos decir ¿Usted es un analista? ¿Podemos decir: Soy un analista? Lacan lo creyó
durante un tiempo, en la década de 1950. Pero el propio Lacan se desautorizará con un juego de
palabras: Tu est… (Tú eres), tuer… (Matar). El psicoanálisis es la recusación de todo juicio
ontológico que conjuegue esencia y existencia: Existe uno que realiza la esencia del psicoanalista.
Lacan terminará por impugnar la posibilidad de cualquier ontología con la afirmación de la división
del sujeto según el cogito cartesiano: allí donde soy no hay significante para el pensamiento. Allí
donde pienso la esencia, no hay más que significantes que representan al sujeto en el lugar del
significante faltante que diría el ser del sujeto.
De la ontología a la estructura
El drama del psicoanálisis habrá de ser el del lazo social entre quienes lo practican. Si bien
se ocupa el lugar del analista, en relación a un analizante en el marco de una consulta. Al margen
hay que preguntarse ¿qué pasa entonces entre ellos en el público, en la dimensión pública del
psicoanálisis? Si el psicoanálisis en intensión se sitúa evidentemente en el discurso del analista,
¿qué pasa con el psicoanálisis en extensión? ¿En cuál de los otros tres discursos puede hacer
lazo social?
¿En el discurso del amo?
Es lo que sucede en la mayoría de las instituciones psicoanalíticas. Los didácticos veteranos
dirigen; dan consignas, significantes amos para poner en marcha a los ex analizantes de sus
redes. Las dos dimensiones del psicoanálisis, la intensional y la extensional, se yuxtaponen, sin
relación entre sí: hay una y la otra.
¿En el discurso del universitario?
Lo que establece el lazo es el saber, la teoría analítica. La enseñanza doctrinal funda la
práctica. La extensión es la fuente y principio de la intensión. Es la posición de la schola. La
práctica es teoría que debe aplicarse a cada caso en particular, y el psicoanálisis se convierte en
un nuevo adoctrinamiento.
¿En el discurso de la histérica?
Este lazo social no es el de la neurosis, sino el del sujeto en posición de agente. Se trata
exactamente del sujeto del cogito cartesiano, el sujeto de la ciencia. Lacan va a decir el sujeto
sobre el cuál actuamos en psicoanálisis no puede ser sino el sujeto de la ciencia. El psicoanálisis
sólo es posible allí donde el sujeto es el sujeto de la ciencia. Es ese sujeto que un día ocupa su
lugar como analizante en el discurso del analista.
Ahora bien, ¿en qué está en el fin del análisis? Vuelve al discurso de la histérica en posición
de agente, pero esta vez como analizante en el psicoanálisis en extensión.

Esta diagonal es un pase: un cambio de lugar del psicoanálisis. Lacan decía: Lo que debo
acentuar es que, al ofrecerse a la enseñanza, el discurso analítico lleva al psicoanalista a la
posición del psicoanalizante. El 12 de diciembre del 71 va a decir como soy yo quien habla, soy yo
quien está aquí en la posición del analizante. Así la intensión funda la extensión. Con el
psicoanálisis sólo la práctica funda institución psicoanalítica y teoría. Sólo el discurso del analista
es fundador de una y otra por intermedio del discurso de la histérica.
La precariedad de la institución
Si hay verdaderamente análisis, el ejercicio continuo de fundación de la institución por cada
nueva generación determina una alternancia de renovación y decadencia. Lacan decía un
psicoanalista siempre debe estar en condiciones de elegir entre el análisis y los psicoanalistas. El
pasaje a la extensión se articula en tres tiempos:
1. El punto de partida: El trabajo de carteles, como intermediario fundador de la extensión a
partir de la intensión.
2. El tiempo institucional, a partir de varios carteles, donde lo común se impone a lo propio.
3. En este tiempo algunos dirigentes echan raíces en la fijeza. La institución se esclerosa, se
agarrota en consignas y obsesión teórica con inflación de la noción de acto. Los antiguos
sirven de rasgos identificatorios con su red. Este es el signo de la decadencia de la
institución.
La historia del movimiento analítico nos muestra que ese ciclo dura entre ocho y doce años.
Una disolución periódica permite una refundación. Esta elección es analítica. Hay en ello un signo
de que el psicoanálisis, que no compete ni al orden médico ni al orden eclesiástico, se mantiene
vivo y fiel a lo que su experiencia y su práctica pueden enseñar a cada cual… ¡si quiere
aprenderlo!
El nombre propio y la letra – Julien
Desde 1953 hasta 1957 Lacan pone en evidencia cómo el significante determina al sujeto:
actúa independientemente de un nexo preestablecido con un significado, pero en razón de su
lugar en la serie de los significantes. ¿Qué es lo que localiza un lugar sino lo que hay de letra en el
significante? Es el principio generalizado del rebus.
Desde 1961 hasta 1965, Lacan extrae de allí las consecuencias en cuanto a la distinción
entre la letra y el fonema, y por ello entre el lenguaje y la palabra. Lo muestra a propósito del
nombre propio, propio al sujeto.
A partir de 1971, a partir de distinguir entre saber y verdad, deduce que si hay un saber en lo
real sólo puede ser del orden de la letra y por consiguiente de lo escrito.
En esta exposición nos detendremos en el segundo tiempo: el nombre propio y la letra.
A partir de la dualidad sonido y sentido, el paso saussuriano consistió en dar la primacía al
significante en el efecto de significar, primacía de artificio al estar el significante constituido
solamente por el fonema: unidad que sólo lo es en tanto diferencia con otra. Tal es la lengua
hablada.
Este primer paso deja en suspenso dos preguntas: ¿Qué ocurre con el sujeto? Y la letra ¿es
sólo transcripción del fonema sobre el papel?
Segundo paso: el significante es lo que representa al sujeto. Es distinto del signo
saussuriano definido como representando una cosa para alguien. Precisemos: el significante no
representa a un sujeto ya ahí, sólo lo es en tanto que representado para otro significante. Es
representado en el campo del Otro, lo que Freud designa como la segunda identificación, aquella
al trazo unario: “La identificación es parcial, extremadamente limitada, y no toma más que un solo
trazo del Otro”.
¿Qué ocurre con este trazo? Responder es plantear la pregunta sobre lo que distingue el
nombre propio como tal. Por este sesgo aparecerá lo que hay de letra en el significante.
1) ¿Qué es un nombre propio? Lacan descarta la respuesta de Russell: Word for particular.
Esto sería reducir el nombre propio al demostrativo: “esto”, “éste”, “ésta”, que designa un objeto
particular. Dar un nombre propio es diferente a designar simplemente un objeto en su
particularidad. No reemplazo “ésta” por un nombre propio o a la inversa. Hay algo en esto del
orden de lo irreemplazable.
Gardiner puntualiza que cuando pronunciamos un nombre propio, no somos sensibles
solamente al significado como para el nombre común, sino también a los sonidos en tanto que
distintivos. El material sonoro no es olvidado, reducido al rango de puro medio instrumental, sino
que queda presente en la atención de los interlocutores en su consistencia de modulación
diferenciada.
Lacan da un nuevo paso y expresa lo siguiente: hay nombre propio allí donde un lazo se ha
establecido entre una emisión vocal y algo del orden de la letra, cuando una afinidad se ha
instaurado entre tal denominación y una marca inscripta tomada como objeto. Esta afinidad se
reconoce en que el nombre propio no puede traducirse de lengua en lengua; en razón de su
amarra literal. “Lo que hace nombre propio es el nexo con la escritura, no con el sonido”.
2) ¿Qué es una letra? ¿A partir de qué criterio puede decirse que determinada grafía es una
letra?
Para unos hay evolución histórica, según la cual la escritura se forma lentamente para llegar
a su perfección y madurez con la escritura fonética. Para otros no hay progreso: la escritura existe
ya antes de su función de transcripción de una lengua.
Lacan se desprende de la idea evolutiva. Desprenderse de ello consiste en asir la letra en su
origen radical y de este modo a lo que en ella escapa al cambio. Para esto, dos negaciones se
imponen a propósito del esquema evolutivo:
Primero, en el punto de llegada: la letra no es pura notación del fonema. No nace
completamente nueva sirviendo sólo a la transcripción de la lengua sino que se encontraba ya allí,
en su materialidad. Solamente en un segundo tiempo sirve para transcribir la lengua mediante un
vuelco funcional. Respecto de la Mesopotamia, Jean Bottéro señala: “La homofonía corriente en la
lengua sumeria debió dar la idea de utilizar un pictograma para designar, no el objeto que él
representaba directamente o no, sino otro objeto cuyo nombre era fonéticamente idéntico o
vecino”.
A partir de este corte entre la relación del signo con el objeto, se deduce esta primera
negación: la letra no viene del fonema; su existencia material no depende de su función de
notación fonemática.
Segundo corte, hacia el punto de partida, ¿De dónde viene este material literal en espera?
No es estilización de un dibujo, abstracción de una figura concreta en su origen. Es su
negación por la inscripción del trazo. No es el recuerdo en la memoria de la figura del objeto, sino
su borramiento por el Uno que marca la unicidad del objeto.
Tal es la hipótesis de Lacan: la escritura nace con la negación.
Concluyamos: la letra no nace de su función de soporte fonético, no es tampoco la
figuración del objeto, sino marca distintiva. No se define por su pronunciación, su articulación
fonética ni su nexo con el sonido.
Pero es nombrada, en cambio, en tanto tal, como cualquier otro objeto. La lectura de los
signos es radicalmente esto: el trazo nombrado por su nombre. Así, la denominación de la letra no
es su pronunciación: c, q, k se vocalizan igual y se denominan de diferente manera, ¿en función
de qué? De su trazado.
El trazo designa la relación del lenguaje con lo real. El sujeto lee ya un trazado dándole un
nombre, antes de que sirva para transcribir la lengua hablada. No lee el trazo del ejemplar único,
sino el uno contable, el uno distinto de otro uno.
3) El nombre propio nos muestra esto claramente en tanto que más que cualquier otro
nombre, está ligado a lo que antes de toda fonematización, el lenguaje entraña de letra como
trazo distintivo. Lo muestra por su vínculo con la marca, de manera que lejos de traducirse se
transfiere tal cual.
Ahora bien, ese trazo distintivo que es el nombre propio en su letra ¿qué nexo tiene con lo
que Freud designa como trazo del Ideal del Yo? ¿Es aquello en lo que el sujeto se identifica en el
punto donde se ve siendo visto en el Otro, lugar de los significantes, visto amable, amado y así…
narcisísticamente amando en tanto que amado? Para responder a ello es necesario interrogarse
qué ocurre con el sujeto en relación al hombre.
Elisión del sujeto
El sujeto de la enunciación no es el Yo (moi) y su Ideal. En efecto, a medida que el sujeto
habla hay elisión del nombre del sujeto del inconsciente significante original. Por el contrario, el
sujeto está representado en el lenguaje que está ya allí en el preconsciente, afuera, visible en lo
real. Allí y ya allí está el nombre propio y nosotros tenemos que leerlo a nivel del Yo (moi). Esto es
el lugar del nombre para siempre ausente y elidido del sujeto del inconsciente; sujeto sin cesar
excluido y rechazado de la cadena significante.
En efecto, en los nombres propios del Ideal del yo allí donde se ve siendo visto por el Otro
como amable, el sujeto es deseable pero no deseante ¿Cómo puede entonces nacer el deseo
sino de este lugar vacío, de esa falta que es el sujeto?
Eso es lo que operan las formaciones del inconsciente: hacer fracasar el nombre propio. En
efecto, la apuesta del análisis no está en la línea del Ideal (consolidar el nombre) sino en otro lado,
del lado del deseo y de su lugar vacío, allí donde se aloja su causa. Esto es lo que vamos a ver
ahora describiendo los avatares del nombre propio con el inconsciente y sus formaciones: primero
el olvido de nombres y luego el sueño.
El olvido de nombres
La relación entre el inconsciente y el nombre propio se establece según el siguiente
proceso: 1) el inconsciente, lejos de confortar al Ideal del Yo, introduce en él una falla. 2) En la
medida en que el nombre propio tiene función de rasgo del Ideal, trata de subsanarla suturando
esa falla. 3) Pero las formaciones del inconsciente hacen fracasar la sutura, fragmentando las
letras del nombre propio para instituir un agujero específico.
Freud, de viaje con Freyhau, jurista berlinés, le habla de los frescos de Orvieto sobre el
Juicio Final, y he aquí que el nombre del pintor Signorelli se le escapa. Pero no es un olvido puro y
simple. En efecto, el inconsciente engendra una formación de sustitución: Boticelli, Boltraffio, que
vienen a rodear el lugar vacío.
Estos nombres sustitutivos no lo cubren. Freud sabe que no es el nombre que busca.
Extraña sustitución que no sustituye en realidad. Dicho de otro modo: si la fórmula de la metáfora
es una palabra por otra, aquí hay una sustitución no metafórica, metáfora fallida.
Lo que hace límite a la metáfora es el nombre propio, en tanto que ligado aquí al Ideal del
Yo. Por esta razón no se metaforiza, es de piedra. Nombre irreductible, irremplazable por otro.
Primer lugar
Escribiendo aprés-coup, Freud reconstruye el proceso temporal de la “serie de ideas”. Está
en Herzegovina. Este nombre le recuerda al relato de un colega sobre las costumbres de los
habitantes: tienen confianza en el médico, por lo que un pariente de un enfermo incurable puede
decirle: “Herr (señor), no hay nada que decir, yo sé que si se lo pudiera salvar, lo habrías salvado”.
Freud habla, se deja llevar; pero la serie de sus ideas lo acerca a otra historia del mismo
colega referente a los mismos habitantes, a propósito de los problemas sexuales: “Sabes tú, Herr,
cuando eso ya no ande, la vida perderá todo valor”. Aquí Freud se detiene, se calla. En efecto,
esta historia se enlaza y se encadena estrechamente a una “serie” que le concierne en forma
directa: había recibido una noticia, en Trafoi, de que un paciente que le importaba mucho había
puesto fin a su vida a causa de una incurable perturbación sexual. Así Freud interrumpe su
comunicación; pone su atención en otro lado, desviándola sobre otra “serie”: los frescos de
Orvieto. ¿Qué ocurrió entonces?
Freud fue alcanzado en su estatua y estatura de médico que sabe y puede: surgió una falta
concerniente a su Yo ideal, a su imagen de médico ante la enfermedad, el sexo, la muerte. En
esos momentos, tal rasgo del Ideal del Yo viene a suturar esa falta. Pero esta vez hubo un
trastorno de la identificación y Freud, perdiendo su firma, no puede hablar. Feliz falla que indica el
lugar de su deseo en ese punto mismo donde no puede verse a partir del Otro como amable y
estimable en su dignidad médica, porque allí no hay nombre.
Segundo lugar
Pero lo que no ha podido salir a la luz en lo simbólico reaparece en otro lugar de la cadena
significante y de la serie de los pensamientos. Desplazamiento de su propio nombre de Sigmund,
que viaja y va a enlazarse a otro nombre: el nombre de aquel que por un arte distinto al arte
médico intenta dominar la muerte en los frescos sobre los fines últimos, donde se exalta la belleza
del cuerpo humano.
Sigmund fracasó en la sutura, se desplaza y enlaza a Signorelli para apoyarse en él e
intentarla nuevamente, pero sobreviene el olvido. Apoyándose en él lo arrastra consigo y deja
emerger un agujero.
Este acto fallido es un acto logrado: pues es en ese punto de pérdida de su identificación, de
no-referencia, de escotoma del ojo de donde Freud se ve en el Otro como Herr y Amo de la vida,
donde se encuentra el lugar de su deseo. De este modo el olvido de Signorelli lleva a Freud a su
deseo.
Ahora bien, ese desplazamiento se hace, escribe Freud, gracias a una asociación externa
que se entiende como una identidad literal. Este postulado exige que contrariamente a la
conclusión de Freud, no se trate de la serie: Herr-Signor-Signorelli, sino de esta otra: Sig/mund-
Sig/norelli.
Las tres letras S-i-g de su firma caen pero no sin que el -norelli resurja en la O y en la -elli de
Boticelli y Boltraffio. El inconsciente abrió una vía. Ahora queda a cargo de Freud hacer caer de
otro modo el Sig de su firma publicando su libro: Psicopatología de la vida cotidiana.
Freud escribe que el enlace entre las palabras se opera “sin ninguna consideración por el
sentido y la delimitación acústica de las sílabas”. En efecto, ni el sentido de la palabra, ni su
vínculo con la emisión vocal son decisivos. Lo determinante es la materialidad de la letra. “En ese
proceso los nombres han sido tratados como lo son las imágenes escritas de una frase, que debe
ser convertida en un rébus, enigma figurativo”.
Esta insistente claridad nos permite concluir que el nombre propio del sujeto tomado como
trazo unario y punto privilegiado de la cadena significante, se especifica por su estrecha relación
con la materialidad de la letra.
El sueño
El ejemplo de Freud sobre el olvido de nombres citado anteriormente nos indicaba el lugar
de su deseo en el Otro; pero no nos decía nada acerca de aquello en que consistía. El sueño va
más lejos.
En un primer momento aparece la elisión de una letra en el nombre propio, una circuncisión
literal, que hace fracasar su función de sutura. Esta falla es la condición del segundo tiempo,
cuando en el mismo sitio de la letra caída se traza un borde que ordena el lugar de la causa del
deseo. En efecto, en la construcción del sueño una demanda se articula en términos pulsionales.
Tomemos dos ejemplos.
La letra H
Un hombre descubre a través del discurso familiar que el patronímico que constituye el linaje
paterno perdió una letra en el pasado: la letra H, situada exactamente en el medio del nombre
propio, lo cual verifica en el registro civil. La antigua escritura se le presenta con una connotación
más noble, menos plebeya.
La letra H cayó ¿Qué hacer de ese lugar vacío?
Segundo tiempo, un sueño responde: “Veo a mi madre sentada en un sillón, presenta una
fractura en H en el brazo izquierdo. Me aproximo para curarla ocupando el lugar del médico
ausente”.
La fractura del nombre propio se lee sobre la imagen del cuerpo del primer Otro: la Madre,
que a través de su casamiento no recibió el nombre en su “nobleza” e integridad. El sueño dibuja
un borde en forma de H en el Otro, borde de una falta donde el hijo encuentra su lugar, el del
padre ausente. Identificando esa falta a una demanda dirigida a él, responde con la devoción filial.
El deseo nace de allí. El sujeto representado por la letra H para el significante fálico del deseo del
Otro intenta, por su ser y su amor, suturar los dos bordes del nombre fisurado.
Pero lo importante aquí es subrayar lo que es la lectura del trazo unario como propio: hay
configuración del trazado de la fractura, que es leída por la denominación de la letra perdida del
nombre. Leer, en efecto, no es fonetizar, en tanto que la letra no es pura transcripción del fonema.
Leer es descifrar, es decir.
Tal es el trabajo del inconsciente. El agujero primero de la ausencia de la letra H, viene a
coincidir con el de la fractura del brazo. Hay yuxtaposición por trans-ferencia literal y
denominación lograda: a la letra perdida, viene a sustituirla no los nombres sustitutos sino una
falla en forma de H sobre la imagen del cuerpo del Otro.
La letra O
“Estoy en mi ciudad natal. Veo sobre la vitrina de un local deteriorado grandes letras
inscriptas: NELLY”. Asociación del soñante: ese local en esa calle fue el lugar de esparcimiento
donde a los quince años tuvo un encuentro decisivo con un educador puesto en posición de Un-
padre. El nombre de éste, Lyonett, posee cuatro letras (nelly) que forman parte del patronímico del
soñante. Así este patronímico por su función itinerante de nombre propio pudo por fragmentación,
ligarse al primero. ¿Qué agrega el sueño?
La vitrina hace espejo. Allí desde donde me veo como siendo visto, hay un agujero. La letra
O cae en el punto ciego de toda imagen del cuerpo propio.
Tal es el primer tiempo: inscripción de la letra O en tanto que caída, pero no es leída.
Segundo sueño: “Tengo en la mano un vaso a medias vacío y pido agua (eau) a un hombre
de edad, mayor que yo”.
La inscripción NELLY como borde dibujando la ausencia de la letra O hizo posible el
nacimiento de una demanda dirigida a Un-padre. No de ser lo que le falta al Otro, sino de tener lo
que, al denominar la letra O, se dice por homofonía: eau (agua). En un momento de titubeo de las
referencias en cuanto al poder fálico, el sujeto demanda una transmisión de padre a hijo (agua-
líquido espermático).
El deseo del analista
Dos tiempos y dos agujeros en la cadena significante con el olvido de nombre. Dos tiempos,
pero un solo agujero con el sueño: del no-sentido de la letra surge la significación fálica de la falta.
Allí donde el olvido del nombre fracasa, el sueño tiene éxito. En efecto, la letra es primero inscripta
en tanto que faltante, luego en ese mismo lugar es leída como signo, como denominación
significante. De ello se desprenden algunas consecuencias:
I. Los nombres propios del sujeto no se traducen.
II. Los nombres propios son irreemplazables en la medida en que son trazos unarios del
Ideal. No hay remedio allí donde faltan en su función de sutura de una falta: no se
metaforizan.
III. Por el contrario, se transfieren. Para esto, se fragmentan en elementos literales, para
que tal letra mantenga su inscripción transfiriéndose sobre otro nombre.
IV. Pero esta operación de fragmentación del nombre propio no es sin pérdida: establece el
borde de una falta, de donde puede surgir una demanda en términos pulsionales. Así,
esta fragmentación del nombre propio lo desliga de su función de trazo unario del Ideal
del Yo; lo reduce a un significante cualquiera, y por consiguiente metaforizable.
Así, lo que opera en el análisis es la letra, por cuanto su materialidad está estrechamente
vinculada a los nombres propios del sujeto. En efecto, si la transferencia conduce la demanda a la
identificación con los trazos del Ideal como demanda de amor, el deseo del analista y lo que
encarna mediante su cuerpo consiste en separarla, para que advenga la causa del deseo: el
objeto pequeño a más allá del gran I.
Jacques-Alain Miller – Reflexiones sobre la Envoltura Formal del Síntoma

¿Existe algún psicoanalista que prescinda del concepto de síntoma o al menos no tenga la
noción práctica de este concepto? No lo creo, puesto que la noción de síntoma aparece como
básica, como elemental. En cierto modo responde a la filosofía del terapeuta o del médico, puesto
que es constitutivo de la posición médica al referirse a la noción de armonía; y aquí el síntoma
aparece como lo que perturba esa armonía.
El síntoma cambia radicalmente de sentido a partir del discurso analítico, cuando se lo
vincula no ya con una armonía, sino como una disarmonía, es decir, lo que abreviamos llamándolo
castración. El síntoma, en psicoanálisis, es armónico con la castración. Y esto es lo que crea
problemas para aislar el ser del síntoma en el psicoanálisis. No podemos aislarlo más que como
un ser hablante, el ser hablante del síntoma.

Ahora bien, vayamos a la referencia acerca de la envoltura formal del síntoma, aquella
aparece en la recordación que hace Lacan de sus antecedentes y de aquello que lo condujo de
Clérambault y Kraepelin a Freud; y de la necesidad que lo llevó al psicoanálisis. La razón es
precisamente esa fidelidad a la envoltura formal del síntoma, hace de ella su acceso particular, su
modo originario al discurso analítico, y esto por la razón de que esa fidelidad a la envoltura formal
del síntoma, que es la verdadera huella clínica... (Lo condujo) a ese límite en que ella se invierte
en efectos de creación.
Hay empero algo muy sorprendente en esta articulación, pues parecería que nada dista más del
síntoma que la creación, parecería que el sujeto padece el síntoma. En el síntoma el sujeto es
patológico, mientras que en la creación es demiurgo. El síntoma parece ser un estado degradado
del sujeto, y la creación parecería un estado sublime, pensando en la categoría de sublimación.
Esta es precisamente la cuestión que se plantea, la de la articulación como contramarcha del
síntoma en sublimación.
Lacan, en relación al síntoma analítico, se desplaza de una definición a la otra, que en
Función y campo de la palabra y del lenguaje, el síntoma es abordado como un mensaje, y que en
su seminario RSI lo sitúa como una manera de gozar. Éste es un trayecto que repite el de Freud,
quien partió del síntoma histérico como interpretable y llegó a la reacción terapéutica negativa, al
masoquismo primordial y a la pulsión de muerte, es decir a la cuestión de aquello que se satisface
en el síntoma.
Acá mete un ejemplo de él queriendo meter una querella mediante un abogado. Y dice que
el abogado es el operador que hará hablar mi queja en el campo del lenguaje del Otro. El
convierte esta queja que emerge desde el fondo de mi displacer, en un mensaje que será emitido
desde el lugar del Otro y en su lenguaje. Eso en cuanto a la forma del mensaje, pero al mismo
tiempo esta formalización desnaturaliza mi queja, porque está lo que se puede decir y lo que no se
puede decir, hay una lógica propia del Otro que se impone ante ustedes y que coagula, fija
vuestra queja. Mientras el abogado filtra, formula, formaliza vuestra queja, ustedes se percatan de
que en alguna parte esto los satisface, mientras que nada de vuestro displacer ha sido reparado.
La verdad de la queja moviliza el saber del derecho, y este saber trabaja para un goce.

Miller se pregunta, ¿En qué lugar ponen ustedes la observación que, como analistas, hacen
de su paciente? Y lo relaciona con la afirmación hay algo que no marcha, pero que aquí todavía
no hay síntoma, pues es preciso que el analizante lo diga. Si cuenta sólo todo lo que anda de
maravillas, ustedes se dicen que algo realmente no marcha. Hay que observar el relieve del relato
de lo que no marcha, ya que ése es el hablanteser mismo del síntoma.
Esta es la paradoja que Lacan sitúa al definir la demanda como la de uno que sufre, en su
texto Televisión, donde afirma, el sujeto es feliz. Está es incluso su definición, puesto que no
puede deber nada sino a la suerte, a la fortuna, dicho de otra manera, y que toda suerte le es
buena para aquello que lo mantiene, o sea para que él se repita. Esto implica que en el nivel al
que se refiere Lacan, donde el sujeto es feliz, el síntoma no es una discordancia sino que se
disuelve, puesto que satisface, y satisface especialmente a la repetición.
En este sentido, el síntoma, tal como se articula y vehiculiza en la palabra que se dirige al
analista, formalizado en el campo del Otro, es una mentira. El síntoma es una mentira, puesto que
tan pronto como uno entra en análisis se convierte en un enfermo imaginario. Decir que el síntoma
es una mentira no es un insulto al dolor, es decir que el hablanteser del síntoma pertenece a la
dimensión de la verdad, puesto que sólo ahí se plantean lo verdadero y lo falso. Por eso Lacan
formula que el síntoma es verdad, sobre el fondo de que la verdad tiene estructura de ficción,
entonces el síntoma también tiene estructura de ficción.
No hay ahí tampoco insulto al dolor, y ni siquiera a la queja; equivale sólo a plantear que no
el dolor, no la queja, sino cabalmente el síntoma como analítico, en cuanto formalizado en el
campo del Otro, constituido como lo que se instaura por la cadena significante, tiene estructura de
ficción. Esto es lo que hace de la histeria la condición propia del síntoma como analítico. Pero
también es lo que hace de la histeria el síntoma incurable como tal, ya que ella es la ficción misma
como síntoma. Sólo por la histeria el síntoma revela su estructura profunda de ficción, debido a
que ésta se instaura por la cadena significante, ¿respecto de qué? De ese nivel donde el sujeto es
feliz.
La histeria desaloja al síntoma como ser de verdad del sujeto, lo desaloja de las
profundidades y lo pone en evidencia, mientras que al objeto a, como real, lo trae al lugar de la
verdad. Y aquí se abre el problema de saber si el sujeto como tal no sería una ficción. Si el
síntoma tiene estructura de ficción, la posición inicial de Lacan de que hay un límite donde la
envoltura formal del síntoma se invierte en efectos de creación ya nos resulta menos opaca,
puesto que ambos son dos modos de fabricación. En el nivel del síntoma el sujeto es poema, aun
si se persuade gustoso, si es histérico, de que es poeta. Pero ser poeta es otra cosa, ser creador
es producir formas, y formas que no están ya en el Otro. Hay que entender forma como esta otra
traducción que nos ofrece la lengua alemana, Form. Si el síntoma tiene formas, son formas que
están plegadas a la lógica de su vaciamiento. El síntoma no es todo significante, y lo negativo
evocado por esa envoltura formal del síntoma es que él envuelve goce, materia gozante.
Ese punto en el que se vuelve al inicio no es otro que el punto clave de la lógica del
fantasma, aquel donde la operación transferencia retorna al punto inicial como sublimación por la
eliminación del sujeto supuesto al saber. Es decir que sólo hay creación, retorno del síntoma a su
punto inicial donde deviene sublimación, en la medida en que hay atravesamiento del fantasma.
La condición de la creación es que el sujeto sepa en alguna parte que el Otro no existe. El
síntoma opera en la creación, pero debe advertirse que, en la creación, lo que opera es el síntoma
en cuanto separado del goce que él envolvía formalmente. El síntoma es goce como sentido
gozado del sujeto, mientras que la obra (que puede ser un síntoma) ofrece sentido a gozar a quien
quiera hacerlo, según el encuentro. Por eso el vaciamiento de la envoltura formal del síntoma es la
condición de la creación, en cuanto ella procede ex nihilo, como se expresaba Lacan, de la nada.
Ps
El hombre de los lobos
1) Elabore el esquema de la etiología de la neurosis aplicada al caso del hombre de los
lobos y explicar las relaciones.
Disposición por fijación de la libido
● Constitución sexual
Escena primaria (protofantasía de los padres garxando)
Intento de seducción por parte de un mayor (la hermana que vive la escena de manera
activa, dejándolo en una posición pasiva y feminizada)
Madre: síntomas somáticos
Padre: depresión
En Sergei un síntoma somático siempre va a traer acarreada la depresión.
● Sucesos infantiles
3 ¼: Escena de seducción por parte de la hermana, tomando la misma un lugar activo y
dejando a Sergei en una posición pasiva. Anna tenía muchos dotes intelectuales y era resaltada y
reconocida por el padre, sociable y desinhibida, actitudes que eran propias de los varones,
mientras que Sergei era dócil y amable, como una niña.
Luego de esa escena quiso seducir a su nodriza, ante la cual recibe la amenaza de
castración, lo cual produce una inhibición de la libido ubicada en la actividad genital y la envía
hacia una fase anterior pregenital: la sádico-anal.
3 ½: Los padres se van de viaje y dejan a Sergei con la hermana a cargo de una nodriza y
de una institutriz inglesa. Sergei siempre había querido a la nodriza, pero a la institutriz la odiaba.
Freud dice que esto es por un desplazamiento del odio hacia la hermana por la posición
feminizada en la que lo dejó en esa primera escena: este será el gran conflicto neurótico de la
vida de este paciente.
Cuando los padres vuelven de su viaje notan alteraciones en el carácter de Sergei. De ser
un niño dócil y amable pasa a ser caprichoso y difícil de tratar. Los padres echan a la institutriz
porque creían que las conductas se generaban por su culpa, sin embargo ellas continúan a pesar
de eso.
4: El sueño de los lobos: Tiene relación con cuentos infantiles que le contaba su abuelo,
todos ligados a la castración (significado de las largas colas que poseen los lobos en el sueño).
Sergei ve ante una ventana abierta (la ventana se abre sola) 7 lobos blancos con grandes
colas mirándolo fijamente. Sueño que genera terror en el pequeño Sergei.
Desfiguración onírica: Transformación en lo contrario. Los lobos que lo miran fijamente
significan que Sergei fue quien vio algo. Freud lo relaciona con el coito de los padres que se
remonta al primer año de vida. También la fijeza de los lobos sería lo contrario al movimiento del
coito.
Sergei habría visto al padre detrás de la madre en posición erguida y la madre sobre sus
cuatro apoyos. Posición donde Sergei puede reconocer la castración en la madre.
Esto presenta ciertas ambivalencias en Sergei. Por un lado se identifica con la madre,
buscando ser amado por el padre, en posición femenina. Por otro lado, Sergei sufre y no asume
esta posición femenina en la que está ubicado, por lo que intenta identificarse al lugar de
dominación fálica.
El sueño acarrea una fobia por los lobos, que es extraña porque se da a partir de la
imagen del lobo, sacada de una estampita con la hermana lo torturaba. Aquí se presenta el miedo,
pero también deseo inconsciente de ser devorado por el lobo. Esto es en relación a la escena
primaria donde el padre se encontraba erguido como el lobo, entonces es como que quiere ser
poseído por el padre. Sin embargo también es la figura del padre castrador, es decir el miedo pero
también el deseo de ser castrado por el padre.
E Esc Sed Sed Efecto d la
Primaria
scena Grusha Hna a Nana seducción
O Grus Hn Nan
  Padre
bjeto ha a a
Et Oral/ Genit Ge Geni Regresión a sad-
apa sádico-anal al nital tal anal
P Activ Pas Activ
Pasiva Pasiva/femenina
osición a iva a
M Ser Ser Ser poseído
   
eta tocado tocado (castrado) por el padre
4 ½: Influencia de las historias bíblicas. La madre le empieza a leer la biblia para que se
calme pero no le funciona porque el chaboncito le criticaba la posición a Cristo de pasividad y de
entrega. Freud ve una posible identificación porque ambos buscaban ponerse en una posición
diferente, identificación que se facilitaba porque Sergei nace el 25 de diciembre.
Año equis: Visión del dedo cortado. Jugando en una finca ve que se le desprende el dedo
y queda colgado de una tirita de piel. Esta visión dura unos segundos y luego nunca vuelve a
tener alucinaciones. De esta escena se desprenden todas las discusiones diagnósticas.
● Sucesos accidentales (traumáticos)
La hermana de Sergei se suicida en la adolescencia. Esto despierta muchos síntomas en
Sergei alrededor de los 18 o 19 años. En relación a ello hay una escena en el cementerio: van a
visitar la tumba de su hermana, y en vez de llorar por ella, lloraba ante la tumba de un poeta ruso
(que tenía la misma onda de la poesía de la hermana y que también se había suicidado).
En relación a esto Freud ubica un conflicto entre una parte femenina y una parte masculina.
Parte femenina: en relación a la escena de seducción con la hermana y la escena primaria.
Parte masculina: Combate la posición homosexual.

2) De qué modo explica Freud el enlace entre el cliché erótico y la escena primaria.
El cliché erótico del paciente del caso consiste en un enamoramiento sexual obsesivo que
aparecían y desaparecían que se hallaban enlazados a una determinada condición: la de elegir
mujeres que poseen nalgas redondas y llamativas, “...Desde su pubertad veía el máximo atractivo
femenino en unas redondas nalgas opulentas, y la cohabitación, en postura distinta del coitus a
tergo, no le proporcionaba casi placer.” (Freud, 1914, p. 1961) El paciente sólo practicaba una
sola pose sexual con placer; en donde la mujer debía presentarse ante él en la misma posición en
que observó a su madre; el “coitus a tergo” es la posición sexual de los animales, es en esta
posición en la que encontró a sus padres a la edad de un año y medio; pero que pudo ser
resignificada en el sueño que se presenta a la edad de cuatro años y explicada recién durante el
análisis.
Además, hay que tener en cuenta que a Sergei solamente le gustaban las mujeres inferiores
tanto intelectual como económicamente, imposibilitándole encontrar placer en mujeres honorables.
Esto se debe a la posición activa que tenía la hermana en la infancia y que le provocaba odio
hacia la misma, entonces es una deformación en lo contrario. Sin embargo, la posición pasiva se
mantenía ya que estas mujeres tenían que otorgar algún cuidado hacia él. Se mantenía en este
“hacerse cuidar”.

3) ¿Qué factores produjeron una regresión a estadios previos del desarrollo libidinal en el
hombre de los lobos?
Para el paciente existió siempre oposiciones entre actividad y pasividad sexual, siendo que
su fin sexual “...era desde la seducción un fin pasivo: el de que le tocaran los genitales, y luego se
transformó, por regresión al estadio anterior de la organización sádico-anal, en el fin masoquista
de ser castigado y golpeado…” (Freud, 1914, p.1964) Entonces el paciente hace un camino desde
la chacha, a quien seduce para que toque sus genitales, hasta su padre, con quien tenía actitudes
subversivas en búsqueda del castigo; este camino lo hace indiferentemente de alcanzar este fin
con un hombre o una mujer. Pensamos que el factor más influyente en la regresión a sus estadios
previos del desarrollo libidinal es la activación de la escena primaria, ver a sus padres en el acto
sexual coitus a tergo, durante este momento descubrió la vagina, que fue pensada por él como
está “herida” de la que había hablado la chacha; y así pudo entender los conceptos masculino y
femenino pensando a masculino como igual a activo y femenino igual a pasivo. Aquí explica Freud
que si el paciente seguía sosteniendo su fin sexual pasivo debía convertirse en un fin femenino
(femenino=pasivo) en esto de servir a su padre y si deseaba ser satisfecho por su padre debía ser
castrado como su madre y eso era impensable para la psiquis del sujeto; es así como el fin
femenino sucumbió a la represión y tuvo que dejarse sustituir por el miedo al lobo.
4) Evidencie aquellos fragmentos del caso en los que Freud refiere la ambivalencia y el
desplazamiento.
Uno de las escenas en donde se puede apreciar el desplazamiento es en referencia al odio
puesto en la institutriz inglesa. Freud plantea que dicho odio no es para la persona de la institutriz,
sino que está referido a su hermana. La conducta hostil frente a la hermana, surge a partir de que
este insulto a la “chacha”, al decir que ella también hacia los mismo con el pene de diversas
personas, como ella lo hacía con él, esto generó que los sentimientos hostiles, se reavivaran al
momento en el cual la institutriz insulto a la “chacha”.
Un sentimiento de ambivalencia presente en el caso en relación a los animales, frente a los
cuales por momentos era muy cruel, ya que mataba y cortaba insectos, como también tenía
sentimientos de golpear caballos, y a su vez también sentía compasión y frente a lo cual se sentía
mal cuando golpeaban animales, como en la situación en la cual se fueron del circo debido a que
golpeaban a los caballos en él.
Otro desplazamiento se produjo en relación con su fobia por los lobos hacia un profesor de
su época de estudios secundarios, el cual se llamaba Wolf, es decir lobo en inglés. Frente al
mismo se sentía intimidado desde un comienzo, pero luego comenzó a sentir cierto miedo debido
a que durante sus estudios cometió un error infantil en su clase de latín, al traducir mal una
palabra ya que la confundió con una palabra francesa. Aquí se da el desplazamiento de la figura
del lobo a la figura del profesor.
Podemos dar cuenta de un sentimiento de ambivalencia que presenta el sujeto en el que se
hace mención de un hecho en el cual estaban él y su madre: “tras la muerte del padre la fortuna
está dividida entre él y su madre. Ella le administraba, y como el mismo convenía, atendía a todas
sus exigencias de dinero de una manera intachable y liberal. No obstante, cada charla entre ellos
sobre asuntos de dinero solía terminar en violentísimos reproches de parte de el: que ella no lo
amaba, que quería mezquinarle y que probablemente prefería verlo muerto para disponer sola del
dinero. Entonces la madre protestaba llorando su desinterés, él se avergonzaba y podía asegurar
con derecho que no pensaba nada de eso, pero estaba seguro de repetir esas escenas en otra
oportunidad”.
5) ¿De qué modo ilustra el caso la identificación con la mujer y su relación con el síntoma?
Se puede comprender entonces que la posterior elaboración con la escena primordial se
había puesto en el lugar de la madre, es por ella que le había envidiado este vínculo con el padre.
El órgano en que podía exteriorizarse la identificación con la madre muestra una actitud
homosexual pasiva hacia el varón, era la zona anal, entonces las perturbaciones en la función de
esa zona habrían cobrado el significado de unas mociones de ternuras femeninas. En el curso del
proceso onírico compendio que la mujer era castrada, que tenía en lugar del miembro masculino
una herida que servía para el comercio sexual, es por ello que comprende que la castración era la
condición de la feminidad, y por causa de esta amenazadora perdida el habría reprimido la actitud
femenina hacia el varón y había despertado con angustia de la ensoñación homosexual. Mediante
esta identificación con la madre y las subsiguientes relaciones que el hombre de los lobos formula,
damos relación que sus síntomas tenían una fijación en la zona anal dando cuenta de que pasaba
periodos sin poder defecar, posteriormente a esto acompañado con repentinos momentos de
evacuación. Aclarando que hubo constatación de algún padecimiento orgánico, ya en tratamiento
con Freud, este lo manda al médico y se comprueba que más bien su fundamento no era de
carácter orgánico, ya que había previamente realizado un tratamiento para dicho síntoma.

6) ¿Qué consideraciones acerca del dinero pone en evidencia la predisposición


constitucional de la neurosis obsesiva?
Una de las exteriorizaciones mas importantes del erotismo anal se presenta en el
tratamiento del dinero. Nos hemos habituado a reducir al placer excremental el interés por el
dinero en la medida en que es de naturaleza libidinosa y no acorde a la razón, y a exigir del
hombre normal que despeje de todo influjo libidinoso sus relaciones con el dinero y las regle
según miramientos objetivos.
Esta relación en el caso se encontraba perturbada en medida particularmente enojosa. La
herencia de su padre lo había vuelto muy rico, era manifiesto que atribuia gran valor a ser tenido
por rico y podía ofenderse mucho si se lo menospreciaba en ese terreno. Pero no sabia cuanto
poseía ni lo que gastaba, ni lo que conservaba. Pude tenerlo como un ostentoso endurecido que
veía en la riqueza el mayor merito de su persona y ni siquiera dejaba un sitio a los intereses
afectivos junto a los monetarios. Sin embargo, no estimaba a los demás por su riqueza, y en
muchas oportunidades se mostraba mas bien modesto y compasivo. El dinero se había sustraído
de su manejo consciente y significaba para él otra cosa.
Tras la muerte del padre, la fortuna que dejaba fue dividida entre él y su madre, entonces
pasaba lo que dice el punto anterior.
Para él las heces tenían el significado de dinero, y esto es algo que resulta de numerosas
contingencias de las que Freud selecciona 2:
Primeramente, visitó a un primo pobre en una gran ciudad y luego de marcharse se
reprochó no haber socorrido a este pariente con dinero, y acto seguido tuvo quizás los más
intensos pujos de su vida. La otra contingencia se da a los 18 años cuando se preparaba para un
examen de bachillerato, y convino una angustia de ser reprobado (similitud entre reprobar y
perturbaciones intestinales en alemán). Al hablar con un colega, resuelven como salida a esto
sobornar al bedel. Cuando volvía a su casa pensó que, de buena gana, daría aun más dinero si
aprobara. Y efectivamente, le pasó otro accidente (se cagó viejit).
En su posterior neurosis, constantemente lo aquejaron perturbaciones de la función
intestinal muy rebeldes, y que sólo a partir de lavativas (enemaaas), que otro le propiciaba, volvió
a sentirse sano y normal. El valor de la perturbación intestinal representaba, para Freud, el
pequeño fragmento de histeria que regularmente se encuentra en el fondo de una neurosis
obsesiva.
El significado dinero de la caca, es otra ramificación del significado regalo. Y es
precisamente por este rodeo del común punto de partida en el significado regalo, que el dinero
puede ahora atraer hacia sí el significado hijo, y de ese modo asumir la expresión de la
satisfacción femenina (homosexual-pasiva).
En una escena en donde ambos hermanos estaban internados en un mismo hospital vió que
su padre entregaba a su hermana dos suculentos cheques bancarios, lo que provocó en él
grandes arrebatos y reproches hacia su hermana. No había sido solo el dinero real lo que lo irritó,
mucho más fue el hijo, la satisfacción sexual anal de parte del padre (el padre le dio un hijo a la
hermana). De esto pudo consolarse cuando murió su hermana: “ahora soy el único hijo, ahora el
padre tiene que amarme a mí solo”, pero el trasfondo homosexual era tan insoportable que
posibilitó su disfraz en roñosa avaricia. Algo parecido sucedió con la madre y estos injustos
reproches del punto anterior. Los antiguos celos por el hecho de que hubiera amado a otro hijo, la
posibilidad de que se deseara otro hijo después de él, lo llevaron a culpar a la madre por esta falta
de amor, que fue desplazada a sus reclamos en relación a que no le daba la plata suficiente.

7) Explicar las corrientes antitéticas que coexisten en el paciente en relación al ritual de


espiración y en referencia al padre.
El ritual de espirar, fue surgido en la época donde influyo la historia sagrada en su vida. El
mismo consistía en que cada vez que se santiguaba, debía respirar o espirar profundamente el
aire. Espirar y espíritu en su idioma se condensaba en una sola palabra, al respirar el espíritu
ingresaba en su cuerpo y al espirar los espíritus malignos de los que había leído se iban. Sentía la
necesidad de espirar profundamente cada vez que veía a un hombre o persona que le generara
lastima, pero principalmente lo hacía para no verse igual que ellos. Mas adelante en el análisis,
pudo dar cuenta de cómo relacionar esto con su padre, debido a que por un periodo de tiempo no
pudieron verlo, cuando por fin se encontraron con él, el aspecto del padre inspiro gran compasión
en el sujeto como frente a las personas invalidas, mendigos o ancianos. El no verse como
aquellas personas dignas de lastima estaba relacionada con la angustia de identificación con el
padre, transformada en sentido negativo. Aunque esto también era una forma de copiar al padre
de manera positiva, ya que escenifica la posición del padre en la escena primaria con su agitada
respiración durante el coito.
OBSERVACIONES SOBRE EL AMOR DE TRANSFERENCIA (1914-1915)
Freud hace referencia al caso en que una paciente demuestra con signos inequívocos, o
declare abiertamente haberse enamorado del médico que está analizándola.
El profano dirá que hay dos soluciones posibles:
1) Que las circunstancias de ambos les permitan una unión legítima
2) Que tengan que separarse y abandonar la labor terapéutica
Una tercera sería ilegítima o indigna para la profesión, que es la iniciación de relaciones
amorosas pasajeras con la paciente y la continuidad de la cura.
Para el psicoanálisis es distinto.
Si se sigue la segunda solución, lo más probable es que a la enferma le suceda el mismo
destino con el próximo analista.
Este hecho entraña importantes enseñanzas para el médico y para la enferma.
Para el médico surge una indicación que previene de una transferencia recíproca: el
enamoramiento de la sujeto depende exclusivamente de la situación psicoanalítica y no puede ser
atribuido a sus atractivos personales.
Para la enferma surge una alternativa: la renuncia al tratamiento, o la aceptación de este
amor pasajero hacia el médico que la trate.
Los familiares preferirán el primero y el analista preferirá el segundo de estos resultados. Sin
embargo, en esta decisión el interés de la enferma será lo único decisivo, puesto que los
familiares no curarán con su cariño la neurosis que padece. Si ella deja el tratamiento, también
conservará la alteración de su capacidad de amar.
En principio no parece que el enamoramiento pueda servir en algo a la cura. La paciente se
declara curada, no presenta ya síntomas o pierde el interés por ellos y por la cura , y no quiere
hablar ni oír hablar de nada más que de su amor, para el cual demanda correspondencia. La
escena cambia totalmente.
Hemos de sospechar que todo aquello que viene a perturbar la cura es una manifestación
de la resistencia y que, por lo tanto, se debe a ella el enamoramiento de la paciente. Ya desde
antes se venía dando una transferencia positiva donde la paciente aceptaba y comprendía las
explicaciones que se le daban.
Sin embargo ahora aparece absorbida por su enamoramiento, justo en el momento en que
iba a comunicar algo penoso e intensamente reprimido. Por lo tanto, el enamoramiento venía ya
desde antes, pero ahora las resistencias se sirven del mismo para impedir la continuación de la
cura, para apartar el interés de la enferma sobre el análisis y para colocar al médico en una
situación embarazosa.
Existen más factores que complican la situación:
Por un lado, los concomitantes a todo enamoramiento, como la tendencia a comprobar los
propios atractivos y el deseo de quebrantar la autoridad del médico, haciéndole descender hasta
el puesto de amante, y todas las demás ventajas que trae consigo la satisfacción amorosa.
Por otro lado, existen manifestaciones especiales de la resistencia, que pone en prueba al
analista (quien, de mostrarse propicio a abandonar su papel, habría recibido en el acto una dura
lección), actuando como un agente provocador, intensificando el enamoramiento y exagerando la
disposición a la entrega sexual.
¿Cómo debe comportarse en analítico para no fracasar en esta situación, cuando tiene la
convicción de que la cura debe ser continuada, a pesar de la transferencia amorosa y a través de
la misma?
Resultaría fácil decir que el analista no debe aceptar ni corresponder al amor que se le
ofrece, y que debería abogar por la moral ante la mujer enamorada y moverla a renunciar a sus
pretensiones para proseguir con la labor analítica, dominando la parte animal de su personalidad.
Pero no podemos postular esto. Lo primero porque no escribo para la clientela, sino para los
médicos que se afrontan con dificultades serias, por lo tanto, no se dirige hacia lo moral sino más
bien hacia conveniencias de la técnica analítica.
Lo segundo menos todavía. Invitar a la paciente que confiesa su enamoramiento a sofocar
lo pulsional, a la renuncia y a la sublimación sería como conjurar un espíritu del Averno y
despedirle luego sin interrogarle. Supondría haber atraído lo reprimido a la consciencia solamente
para volver a reprimirlo. Además, difícilmente servirán unos discursos para calmar a las pasiones;
la paciente notará solamente el desprecio, y no dejará de vengarse por ello.
Tampoco se aconseja un camino intermedio, donde se corresponda al amor pero se
esquiven las manifestaciones físicas de tal cariño, hasta poder encaminar la relación amorosa por
otros caminos. No se aconseja porque el psicoanálisis se edifica desde la veracidad, a lo cual
debe gran parte de su efecto educador y valor ético. Si se espera que el paciente nos diga la
verdad, ponemos en juego nuestra autoridad si nos atrapa fallándole a la misma. Por último, fingir
cariño a la paciente es peligroso, puesto que no tenemos tal dominio para con nosotros mismos y
es posible hallarnos más lejos de lo que nos habíamos propuesto. Por todo esto no debemos
apartarnos de la neutralidad, que nos ayuda al vencimiento de las contratransferencias.
La técnica analítica requiere negar a la paciente la satisfacción amorosa demandada por
ella. La cura debe desarrollarse en abstinencia. No se trata de abstinencia física ni abstinencia de
todo lo que el paciente pueda desear, sino que debemos dejar subsistir la necesidad y el deseo
como fuerzas que han de impulsarle hacia la labor analítica y hacia la modificación de su estado, y
guardarnos de querer amansar con subrogados las exigencias de tales fuerzas. Y en realidad, lo
único que podemos ofrecer son subrogados, pues mientras las represiones no sean levantadas, el
paciente se encuentra incapacitado para la satisfacción real.
¿Qué sucedería si el médico correspondiese al amor de la paciente?
Si lo hace para asegurarse el dominio de la paciente y así poder libertarla de su neurosis, la
experiencia le demostrará que ha cometido un error. La paciente ha conseguido su objetivo
mientras que él no alcanzará jamás el suyo.
La enferma habría conseguido aquello que aspiran todos los pacientes en el curso del
análisis: repetir realmente, en la vida, algo que sólo debía recordar, reproduciéndolo como
material psíquico y manteniéndolo en los dominios anímicos. En el curso de las relaciones
amorosas manifestaría todas las inhibiciones y reacciones patológicas sin que fuera posible
corregirlas.
Las relaciones amorosas ponen un término a toda posibilidad de influjo por medio del
tratamiento analítico. La reunión de ambas es imposible.
¿Cuál es entonces el camino que debe seguir el analista?
No desviamos a la paciente de la transferencia amorosa, pero tampoco la correspondemos.
La conservamos tratándola como una situación que debe ser atravesada en la cura que nos va a
ayudar a llevar a la consciencia los elementos más ocultos de la vida erótica de la paciente,
sometiéndolos así al dominio consciente.
Partimos de todas las fantasías sexuales y los caracteres del enamoramiento para que nos
demuestre el camino hacia los fundamentos infantiles de su amor.
Hacer aceptar a las enamoradas la concepción analítica consiste en hacer resaltar la
participación de la resistencia en aquel “amor”, dos argumentos por los que no es auténtico:
Una mujer realmente enamorada se pondría al servicio de los objetivos del analista para
poder tener un mayor valor a los ojos del médico. Sin embargo en este caso se muestra
desobediente, desinteresada y caprichosa, y no se da cuenta que pone al médico en una situación
embarazosa, puesto que si rechaza su amor, le dará pretexto para poder dejar el tratamiento en
venganza y eludir la cura, así como la elude en la actualidad con su enamoramiento.
Además, tampoco es auténtico porque no conlleva nada nuevo, solamente se compone de
ecos y repeticiones de reacciones anteriores, lo cual se lo demostramos a la paciente con el
análisis de la conducta amorosa.
Con cierta paciencia se puede llegar a dominar esta situación y continuar la labor analítica,
descubriendo la elección infantil de objeto y las fantasías a ella enlazadas.
Luego examina los argumentos dados contra la autenticidad del amor que se manifiesta…
¿No puede en realidad pensarse como verdadero?
El primer argumento es el más acertado: es cierto que la resistencia participa en el amor de
transferencia, pero no lo crea, la resistencia encuentra el amor y se sirve de él y lo exagera.
El segundo argumento es más débil: es cierto que en este enamoramiento se juega una
nueva edición de rasgos antiguos y repeticiones infantiles, pero todos los enamoramientos se dan
de este modo.
En síntesis, no tenemos por qué negar la autenticidad al amor de transferencia. Si parece
tan poco normal, es porque también el enamoramiento corriente recuerda más bien a los
fenómenos anímicos anormales. De todos modos, tiene algunas características esenciales:
1) Es provocado por la situación analítica;
2) Es intensificado por la resistencia dominante en la situación;
3) Es menos prudente, más indiferente a sus consecuencias y más ciego en la estimación
de la persona amada que otro cualquier enamoramiento normal.
Para el analista resulta importante conocer la primera condición, con la cual no puede sacar
provecho personal de aquel amor, sino que debe tratarlo como la desnudez del enfermo ante un
reconocimiento médico. La predisposición del paciente no lo libera de responsabilidad, pues sabe
perfectamente que no existía otro camino más que este para llegar a la curación.
Coinciden entonces motivos tanto éticos como técnicos para apartar al médico de
corresponder al amor de la paciente.
Su fin es devolver a la paciente su capacidad de amar, coartada por fijaciones infantiles,
pero no para que la emplee durante la cura, sino para que pueda hacer uso de ella más tarde.
Habla de la dificultad de parte del médico que nace al no poder corresponder a un amor que
presenta estas características exageradas de entrega y sensualidad. Pero que debe primar su
labor de analista, de hacer franquear a la paciente un escalón decisivo en su vida.
A partir de esto la paciente debe aprender a dominar el principio del placer y renunciar a una
satisfacción próxima, pero ilícita socialmente, para alcanzar, quizá mucho después, otra que sea
irreprochable tanto psicológica como socialmente.
Para alcanzar este dominio debe ser conducida a través de las épocas primitivas de su
desarrollo psíquico y conquistar un incremento de la libertad anímica.
De este modo, el terapeuta se encuentra con un triple combate:
1) En su interior: contra los poderes que intentan hacerle descender del nivel analítico.
2) Fuera del análisis: contra los adversarios que le discuten la importancia de la pulsión
sexual y le impiden servirse de ella en su técnica científica.
3) En el análisis: contra los pacientes, que al principio se comportan como los adversarios,
pero que luego manifiestan la hiper-estimación de la vida sexual que los domina e intentan
aprisionar al médico en las redes de su pasión, no dominada socialmente.
Los profanos seguramente utilizarán esta exposición para plantear los peligros de nuestra
terapéutica. Sin embargo el psicoanalista sabe que trabaja con ciertos peligros y ha de operar con
gran prudencia y escrupulosidad, como un químico en su laboratorio.
No abogo, por cierto, para que se resignen los métodos de tratamiento inocentes. Bastan
para muchos casos y, en definitiva, la sociedad humana tiene tan poca necesidad del furor
sanandi como de cualquier otro fanatismo. Pero es menospreciar enojosamente a las
psiconeurosis, en cuanto a su origen y significado práctico, creer que estas afecciones se podrían
eliminar operando con ínfimos e inocentes arbitrios.
No; en el obrar médico ha quedado siempre lugar, junto a la medicina, para el ferrum y para
el ignis y de igual modo seguirá siendo imprescindible el psicoanálisis practicado con arreglo al
arte, no amortiguado, que no teme manejar y dominar en bien del enfermo las más peligrosas
mociones anímicas.
LA DINAMICA DE LA TRANSFERENCIA (1912)
Dos preguntas:
¿Por qué surge en toda cura analítica?
¿Cómo llega a desempeñar su papel en el tratamiento?
La acción conjunta de la disposición congénita y las experiencias infantiles tienen
consecuencias sobre la vida erótica; fijan los fines de la misma, las condiciones que el sujeto
habrá de exigir en ella y los instintos que en ella habrá de satisfacer.
Resulta de este modo un clisé o una serie de ellos, que se repite o reproduce regularmente
a lo largo de la vida.
De estas tendencias que determinan la vida erótica, sólo algunas alcanzan la evolución
psíquica completa y son plausibles de consciencia. Hay toda otra parte que se ha detenido en el
desarrollo por el veto de la personalidad consciente, y que ha prevalecido en lo inconsciente,
quedando entonces en su carga insatisfechas.
El individuo entonces dirigirá esa carga ante cualquier nueva persona que se le aparezca,
proceso en el cual intervienen las dos porciones de la libido (Icc y Cc). Por lo tanto es normal y
comprensible que se oriente hacia la persona del médico, incluyéndolo en alguna serie psíquica
(clisé)
Esta conducta de la transferencia provoca más dudas:
¿Por qué la transferencia de los sujetos sometidos a un análisis es más intensa?
No es cierto que sólo surja en análisis, sino que también surge en espacios como el
sanatorio, por lo tanto, los fenómenos de la transferencia no se atribuyen al psicoanálisis sino a la
neurosis misma.
La transferencia es la resistencia más fuerte contra el análisis, mientras que fuera de él es
un sustrato del efecto terapéutico y condición del éxito, ¿Por qué sucede esto?
Para explicarlo toma el concepto de introversión de la libido (Jung): disminución de la libido
capaz de consciencia y orientada hacia la realidad, y aumento de la parte inconsciente, apartada
de la realidad y circunscripta a la fantasía.
La libido emprende un camino regresivo y reanima las imágenes infantiles. Este camino es
seguido por la cura analítica para encontrarse con ella y hacerla nuevamente asequible de
consciencia y orientarla a la realidad.
En donde nos encontramos con la libido surge un combate, Freud postula dos fuentes de las
resistencias contra las que todo análisis debe luchar:
Las fuerzas que motivaron la regresión se activan en calidad de resistencias. Pero estas no
son las únicas ni las más intensas.
La libido consciente se hallaba siempre bajo la atracción de los elementos inconscientes de
los complejos infantiles. Al debilitarse la atracción de la realidad (por la insatisfacción) emprende la
regresión.
Para libertarla tiene que ser vencida esta atracción del inconsciente a través del
levantamiento de la represión de las pulsiones inconscientes y sus productos.
Cuando perseguimos un complejo patógeno desde su representación consciente (como
síntoma o inaparente) hasta lo inconsciente, se impone la resistencia, momento en el que cada
una de las ocurrencias y actos del paciente contarán con ellas y se presentarán como una
transacción entre las fuerzas que favorecen y las que se oponen a la cura.
Cuando, entre los elementos del complejo, hay alguno que se pueda transferir a la persona
del médico, la transferencia inicia su actuación, presentándose como una resistencia.
Una vez vencido este elemento, los demás no presentan muchas dificultades.
Cuanto más avanza el análisis más se da cuenta el enfermo de que las deformaciones del
material patógeno no sirven como defensa contra su descubrimiento. Entonces se sirve de la
deformación por medio de la transferencia, que le ofrece mayores ventajas, llegando a una
situación en que todos los conflictos se combaten en el terreno de la transferencia.
De este modo la transferencia se nos presenta como el arma más poderosa de la
resistencia. ¿A qué se debe esta condición?
Primero menciona Freud que, es indudable que la confesión de ciertos impulsos hacia la
persona que es objeto de los mismos (el médico) siempre será más dificultosa. Pero también esta
relación puede tomar caracteres de una tierna y sumisa adhesión, donde no se hayan conflictos
para confesar:
“A ti puedo contártelo todo”
¿Por qué entonces la transferencia provoca una dificultad?
Para contestar esto distingue la transferencia positiva (sentimientos cariñosos) de la
negativa (sentimientos hostiles).
La transferencia positiva se descompone en sentimientos amistosos o tiernos que son
capaces de consciencia y en sus prolongaciones en lo inconsciente que proceden de fuentes
eróticas. Así concluye que todo sentimiento de camaradería y amistad se halla enlazado a deseos
sexuales cuyo fin aparece debilitado.
Las que cuentan como resistencias ante la cura serán la transferencia negativa, y la positiva
de impulsos eróticos reprimidos. La transferencia positiva “consciente” constituye en el
psicoanálisis un substrato del éxito, como en las demás terapias.
A partir de esto reconoce que el psicoanálisis utiliza la sugestión, tomándola desde Ferenczi,
como “el influjo ejercido sobre un sujeto por medio de los fenómenos de la transferencia en él
posibles”, y también en el final del análisis en que se la utiliza para que el enfermo lleve a cabo
una labor psíquica que traiga consigo una mejora permanente de su situación psíquica.
Estos tipos de transferencia surgen también en los sanatorios, pero no se les da
reconocimiento o importancia, sino que se las acalla y disminuye. ¡En el psicoanálisis nos
servimos de la transferencia para trabajar con ella!
Sobre la transferencia negativa dice que coexiste con la transferencia afectiva, apareciendo
a veces ambas simultáneamente dirigidas sobre la misma persona, lo que Bleuler denominó como
“ambivalencia”, la cual es normal hasta cierto grado, pero que constituye un carácter especial de
las neurosis.
Esta ambivalencia nos explica la facultad de los neuróticos de poner la transferencia al
servicio de la resistencia.
La transferencia negativa surge también de la situación psíquica en que la cura ha colocado
al analizado.
Al penetrar en los dominios de lo inconsciente, provocamos reacciones que muestran
algunos caracteres de estos procesos. El enfermo, sustraído de la realidad, atribuye a los
impulsos de lo inconsciente actualidad y realidad. El médico quiere obligarlo a incluir tales
impulsos en la marcha del tratamiento, subordinándolos a la observación reflexiva y estimarlos
según su valor psíquico.
El vencimiento de los fenómenos de la transferencia ofrece al psicoanalítico máxima
dificultad, pero estos fenómenos sirven para hacer actuales y manifiestos los impulsos eróticos
ocultos y olvidados de los enfermos.
Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y el instinto, entre el conocimiento
y la acción, se desarrolla casi por entero en el terreno de la transferencia. En este terreno ha de
ser conseguida la victoria, cuya manifestación será la curación de la neurosis.

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