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en el proceso terapéutico
Puntuación
Esto no significa que el analista no deba decir nada durante las en
trevistas preliminares; más bien, significa que sus intervenciones de
ben consistir en «puntuaciones»7del discurso del paciente: proferir
un significativo «¡Ah!» o simplemente repetir una o más palabras o
sonidos equívocos emitidos por el paciente. Así como el significado de
un texto escrito a menudo puede modificarse cambiando la puntua
ción (comas, guiones, puntos), la puntuación que realiza el paciente
de su propio discurso -al enfatizar («subrayar») ciertas palabras, in
tentar disimular los errores o las expresiones confusas o repetir lo
que él piensa que es importante- puede ser modificada por el analis
ta, quien, a través de su propia puntuación, puede sugerir que hay
otra lectura posible, pero sin decir cuál es esa lectura, ni afirmar que
sea clara y coherente. Al enfatizar las ambigüedades, los dobles sen
tidos y los lapsus, el analista no aparece como alguien que sabe lo
que el paciente «realmente quiso decir», sino que da la pauta de que
son posibles otras significaciones, quizá reveladoras. La puntuación
del analista no apunta tanto a establecer un significado particular,
sino que sugiere un nivel de significaciones que el paciente no había
advertido: significaciones no intencionales, significaciones incons
cientes.
La puntuación de las manifestaciones del inconsciente (a través
de la repetición de un lapsus linguae, por ejemplo) puede enojar a
ciertos pacientes al principio, pues tales manifestaciones son lo que
de ordinario corregimos rápidamente en la conversación cotidiana,
sin atribuirles ningún significado. Sin embargo, cuando la puntua
ción se realiza de manera sistemática, los pacientes caen en la cuen
ta de que no son amos en sus propias moradas.8El resultado tiende a
ser que se despierta la curiosidad por el inconsciente, a veces un inte
rés apasionado en él. Muchos pacientes alcanzan una etapa en la que
señalan y analizan sus propios lapsus y equivocaciones, incluso
aquellos que estaban a punto de cometer pero que evitaron porque se
«pescaron» a tiempo.
El interés del analista en tales deslices, dobles sentidos y equívo
cos despierta el interés del paciente en ellos; y aunque el analista,
con su puntuación, no aporte un significado específico, el paciente co
mienza a intentar atribuirles un significado. Si bien evita ofrecer
una interpretación consumada, el analista puede no obstante hacer
que el paciente se involucre en el proceso de desciframiento del in
consciente -o que incluso quede prendado de él-.
Escansión
No hay forma de evitar los abusos en el uso de
los instrumentos o los procedimientos médicos;
si un cuchillo no corta, tampoco se lo puede utili
zar para curar.
Freud, SE XVII, pp. 462-463
Otra forma en que el analista puede intervenir en las primeras eta
pas del análisis es interrumpiendo la sesión en un punto que consi
dere especialmente importante: el paciente puede estar negando al
go vigorosamente, puede estar afirmando algo que ha descubierto,
puede estar relatando una parte importante de un sueño o simple
mente puede haber cometido un lapsus. Al cortar la sesión en este
punto, el analista realiza una acentuación en forma no verbal, deján
dole en claro al paciente que considera que se trata de algo significa
tivo y que no debe ser tomado a la ligera.
El analista no es en absoluto un oyente neutral. Deja muy en cla
ro que ciertos puntos -puntos que prácticamente siempre guardan
relación con la revelación del deseo inconsciente y con el goce previa
mente no admitido- son cruciales. Dirige la atención del paciente ha
cia ellos, recomendándole al paciente más o menos directamente que
piense en ellos y los tome seriamente. Los pacientes no apuntan es
pontáneamente a los temas más importantes, psicoanalíticamente
hablando; espontáneamente, en su mayoría, los evitan. Aun si reco
nocen que deberían abordar el tema de la sexualidad, por ejemplo,
tienden a evitar asociar en sueños y fantasías con los elementos que
conllevan mayor carga sexual.
La «libre asociación» es algo simple (aun cuando en un nivel más
profundo esté plagada de paradojas), pero a menudo resulta muy tra
bajoso lograr que el paciente asocie libremente con el material más
importante. El analista no debe tener miedo de enfatizar el material
que considera importante. Desde luego, ello no implica necesaria
mente la exclusión de todo lo demás, ya que el analista no puede sa
ber lo que hay detrás de cada elemento, pero al enfatizar el incons
ciente, expresa el «deseo del analista» de escuchar eso.
¡Sí, eso! No que el paciente pasó su sábado por la noche de bar en
bar, ni sus teorías sobre la poesía de Dostoievski,® o lo que usted...;
todo esto es el blablabla del discurso cotidiano que las personas em
plean para hablar con amigos, con la familia y con sus colegas, y
creen que es lo que se supone que deben relatar en terapia, o de lo
cual terminan hablando en terapia porque no saben qué otra cosa de
cir o porque tienen miedo de lo que podrían llegar a decir. La inte
rrupción o «escansión»10de la sesión es una herramienta con la que el
analista puede evitar que los pacientes rellenen sus sesiones con pa
labras vacías. Una vez que han dicho lo importante, no hay necesidad
de continuar la sesión; y de hecho si el analista no «escande» o termi
na la sesión allí, es posible que los pacientes usen palabras de relleno
hasta que llegue el final de la «hora» psicoanalítica y se olviden de las
cosas importantes que dijeron antes. Escandir la sesión en el punto
de una formulación especialmente intensa del analizado es una for
ma de mantener la atención centrada en lo esencial.
El análisis no requiere que relatemos toda nuestra vida en deta
lle, toda nuestra semana paso a paso, o todos nuestros pensamientos
fugaces y nuestras impresiones. Hacerlo convierte automáticamente
la terapia en un proceso infinito para el que toda una vida no sería
suficiente." Muchos terapeutas, sin embargo, se niegan a interrum
pir a sus pacientes, a cambiar los temas en los que se embarcan es
pontáneamente, o a manifestar de algún modo que están aburridos o
exasperados. La exasperación, en cualquier caso, suele indicar que el
analista ha perdido su oportunidad de cambiar el tema, hacer una
pregunta o examinar algo más profundamente, y ahora no puede en
contrar un modo «elegante» de volver a esos puntos; es decir, refleja la
frustración del analista por haber perdido su ocasión de intervenir.
Para que el analista pueda involucrar al paciente en un verdade
ro trabajo analítico, no debe tener miedo de dejar en claro al paciente
que el contar historias, los relatos detallados de lo que pasó en la se
mana y otras formas de discurso superficial no son el material del
análisis (aunque, por supuesto, a veces puede ponérselos al servicio
del análisis). Lo mejor que puede hacer el terapeuta es cambiar el
tema, en lugar de intentar obstinadamente encontrar algo de signifi
cación psicológica en los lastimosos detalles de la vida cotidiana del
paciente.12
En y por sí mismas, la eliminación sistemática del discurso super
ficial -del blablabla del discurso cotidiano-13y la acentuación de los
puntos importantes bastan para justificar la introducción de lo que
Lacan llamaba la «sesión de tiempo variable». Pero cuando Lacan
comenzó a variar la duración de las sesiones que mantenía con sus
pacientes, muchos en el estáblishment de la psicología y el psicoanáli
sis se escandalizaron, y comenzaron a designar peyorativamente esa
práctica como «sesiones cortas», velando de esta forma el elemento
importante: la variabilidad de la duración de la sesión. Hay muchas
razones para variar la duración de las sesiones, algunas de las cuales
abordaré en capítulos posteriores; aquí simplemente quiero mencio
nar algunas de las razones más simples para hacerlo.
Las manifestaciones del inconsciente suelen estar acompañadas
de la sorpresa: sorpresa ante un lapsus linguae -como cuando el ana
lizante dice precisamente lo opuesto de lo que quería decir al añadir
la palabra «no», o al invertir «usted» y «yo», o «él» y «ella» en una ora
ción-, o la sorpresa ante algo que él mismo hizo. Un ejemplo de esto
último me fue aportado por una terapeuta a la que superviso. Uno de
sus pacientes odiaba conscientemente a su m adrastra desde hacía
muchos años, pero cuando en cierta ocasión se encontró con ella en la
calle poco después de la muerte de su padre, se sorprendió al encon
trarse a él mismo tratándola con gran afecto y amabilidad. No había
advertido que durante muchos años había transferido la ira que sen
tía por su padre hacia su madrastra, y su reacción inesperada fue
una ventana a través de la cual pudo vislumbrar sentimientos y pen
samientos hasta ese momento inadvertidos.
Cuando el analista de repente concluye una sesión, puede acen
tuar la sorpresa que el analizante ha expresado, o introducir el ele
mento de sorpresa a través de la escansión, dejando que el analizante
se pregunte qué fue lo que el analista escuchó que él mismo no logró
escuchar, preguntándose qué pensamiento inconsciente había estado
manifestándose. Este elemento de sorpresa es importante pues ase
gura que el análisis no se torna una rutina, como la que implica, por
ejemplo, que el analizante vaya a sesión cada día, relate sus sueños y
fantasías durante cuarenta y cinco minutos y regrese a casa sin que
nada haya sido conmovido, sin que nada le moleste o le preocupe en
ningún momento. El análisis lacaniano busca mantener al analizan
te con la guardia btya y sin equilibrio, de manera tal que las manifes
taciones del inconsciente puedan ejercer su pleno impacto.
Cuando las sesiones de tiempo fijo son la norma, el analizante se
acostumbra a tener una cantidad de tiempo determinado para ha
blar, y calcula cómo rellenar ese tiempo, cómo hacer un mejor uso de
él. Los analizantes muy a menudo saben, por ejemplo, que el sueño
que tuvieron la noche anterior con su analista es lo más importante
para su análisis, sin embargo tratan de hablar de muchas otras cosas
de las que quieren hablar antes de llegar al sueño (si es que llegan a
él). Así, intentan minimizar la importancia del sueño ante sus pro
pios ojos, minimizar el tiempo que pueden dedicar a asociar con él, o
maxiraizar la cantidad de tiempo que el analista les dedica. El uso
que hacen los analizantes del tiempo previsto para ellos en la sesión
es una parte indisociable de su estrategia neurótica más amplia (que
involucra la evitación, la neutralización de otras personas y demás),
y establecer la duración de la sesión con anticipación no hace más
que alimentar su neurosis.
La sesión de tiempo variable hace que los analizantes, en cierto
sentido, bajen la guardia, y puede usarse para alentar al analizante
a ir directamente a lo importante. En sí misma, la sesión de tiempo
variable no es una panacea: ciertos analizantes igualmente conti
núan planificando sus sesiones, hablando deliberadamente de cosas
de poca importancia primero porque, por razones narcisísticas, quie
ren que el analista sepa cosas acerca de ellos (por ejemplo, «Me fue
muy bien en los exámenes», «Ayer leí su capítulo sobre la sexualidad
femenina», etc.), y dejan lo mejor para el final; otros analizantes, es
pecialmente los obsesivos, planean sus sesiones hasta tal punto que
saben exactamente de qué quieren hablar de antemano, y quieren
hacer de su sesión una puesta en escena muy bien ensayada, en la
que los lapsus no son posibles y donde no hay tiempo o lugar para
la asociación libre.
Un eminente comentador de Lacan admite abiertamente haber
recurrido a esa estrategia en su análisis todos los días durante años:
escribía asiduamente sus/sueños y memorizaba gran parte de ellos
para sus sesiones, de manera que aunque su sesión se extendiese
más de lo usual, él nunca se saldría de las líneas ya ensayadas.14Era
perfectamente consciente de la forma obsesiva en la que había mane
jado la angustia que le producían las sesiones, y se refería a lo que
había hecho como «sabotear» su análisis; ¡Y había estado en análisis
con un lacaniano que practicaba la sesión de tiempo variable!
De este modo queda claro que la sesión de tiempo variable no es
una panacea, pero puede ser útil para maniobrar con tales estrate
gias obsesivas. Considérese, por ejemplo, el siguiente caso.
Un amigo mío estuvo en análisis con un lacaniano y, durante más
de una semana, en un punto de su análisis, su analista lo despedía
luego de algunos pocos segundos de sesión. En ese momento, mi ami
go y yo estábamos conmocionados, y considerábamos que el trata
miento era decididamente injusto, inapropiado y brutal. No conozco
las razones exactas que tenía el analista para llevar adelante un
tratamiento tan duro, pero en una mirada retrospectiva me parece
bastante probable que este amigo -un obsesivo acostumbrado a so-
breintelecutalizar, excesivamente ególatra- durante sus sesiones
analíticas profiriera discursos perfectamente construidos sobre te
mas rimbombantes, y que su analista había decidido que era momen
to de que su paciente se enterase de que en análisis no había lugar
para eso, y que aprendiese a ir al punto sin detenerse en nimiedades
académicas.
En la mayoría de las escuelas de psicología y psicoanálisis, tal
comportamiento de parte del analista sería considerado una seria
falta de ética profesional -abusiva, insociable y resueltamente repro
bable-. Después de todo, podría argüirse, ¡el analizante no buscaba
un analista para que lo tratara de esa forma! Pero el análisis no es
un contrato, y el analizante bien puede esperar algo que sin embargo
inconscientemente trata de mantener alejado de él. El eminente co
mentador que mencioné anteriormente aún esperaba lograr algo en
su análisis, pese a su estrategia inconsciente -y a veces no tan in
consciente- de autoderrota. El hecho mismo de que continuase asis
tiendo a análisis todos los días durante un periodo tan prolongado
quería decir que, en cierto nivel, estaba buscando algo más, abrigan
do la esperanza, tal vez, de que el analista lo apartase de sus tenden
cias de autosabotaje de larga data.
Este amigo que tenía una sesión extremadamente corta tras
otra, en cierto modo, estaba pidiendo eso. No necesariamente de ma
nera abierta; es probable que ni siquiera verbalmente. Pero, en cierto
sentido, debe de haber sabido muy bien lo que estaba haciendo; sim
plemente no podía evitarlo. Fue a ese analista en particular (uno de
los lacanianos más experimentados) porque quería formarse como
psicoanalista, y se conducía como si estuviese en un aula con un pro
fesor, discurriendo sobre asuntos teóricos que revestían el mayor in
terés para él. Ya que mi amigo no ignoraba en absoluto la obra de
Freud, sabía muy bien que ese no era el material del análisis; sin em
bargo, no podía evitar sus hábitos de intelectualizar, y procuraba (al
parecer con bastante éxito al comienzo) involucrar al analista en el
nivel de la teoría psicoanalítica. De alguna manera, el desafío que le
planteaba al analista era: «¡Deténgame! ¡Demuéstreme que no caerá
en mi juego!».15En este sentido, mi amigo pedía eso. Continuó yendo
al analista, a pesar del tratamiento aparentemente duro que este le
dispensaba, y afortunadamente el remedio no fue más fuerte que el
paciente. Sin duda, era un remedio fuerte, pero más tarde su análisis
tomó una dirección positiva, mientras que con un analista que no es
tuviese dispuesto a intervenir de manera tan tajante, su análisis se
habría empantanado indefinidamente en la especulación teórica.