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Joaquín López Calvo – 22/02/2021

Comunicación III – Gassman

Programa: 2º cuatrimestre - 2020

Textos: 31

Páginas: 1149

Páginas firmadas solo por mujeres: 12 (1,04%)

Promedio de las fechas de publicación: 1965

Motivación y método de resumen: Mi objetivo al preparar el resumen fue único: aprobar la materia (con 9, todo gracias a este
resumen). Para compartirlo tuve dos motivaciones: Primero, me parece injusto que estudiantes que quieran trabajar en marketing,
datos, periodismo o políticas públicas deban fumarse esta epistemología hardcore obligatoriamente (o lo que sería peor, los flashes
lisérgico-metafísicos de la otra cátedra que da clases cuando quiere); hay mucho mito con esta materia y asusta. Segundo, estoy
cansado de quejarme de lo atrasada que está nuestra carrera y no hacer nada al respecto; ojalá este resumen sirva a tantos a aprobar
la materia que se vuelva fácil y los docentes se vean obligados a cambiar los textos, en una de esas agregan algo escrito por mujeres
o del siglo XXI. Si estos deseos son demasiado ambiciosos, me contento con que solo una persona suba aunque sea un puntito en el
final gracias a este resumen. Ojalá esa persona seas vos que estás leyendo ahora.

Todo lo que encuentren entre corchetes son notas propias, aclaraciones más que nada, y lo subrayado también es mío (a partir de la
Unidad 3 se pone intenso, fue cuando me di cuenta de que mejor no imprimirlo), las itálicas son de los autores. Mi método fue: ver
todas las clases, leer todo 2 veces y después comenzar a resumir. Este quiso ser antes un resumen de textos que de conceptos,
aunque en algún caso encontrarán “esta parte queda afuera porque no lo dieron en clase” quise limitarme a recortar partes directas
de los textos. Esa decisión plantea un trade-off. Por una parte, es positivo en tanto se usan los mismos términos que los autores y se
puede dar cierta reposición de lectura en una materia elefantiásica dentro de una carrera más elefantiásica aún; pero por otro lado, el
resumen quedó un tanto largo y extensivo para una lectura rápida, y en textos con una claridad discutible como el de Passeron, esa
ilegibilidad puede haberse traspasado al resumen. Hice lo mejor que pude.

No le tengas miedo a Comu III, el cuco no existe -y si existe, no creo que se vea como el protagonista de “Up” y sonría al final de
los teóricos-. Me gustaría que este resumen se pase y no muera acá, que ayude a la mayor cantidad de gente posible. Nada
reemplaza a leer los textos, pero les prometo que lo que van a leer a continuación es lo más aproximado.

INTRODUCCIÓN
PIERRE BOURDIEU y JEAN CLAUDE PASSERON, “El oficio del
sociólogo”. Introducción y partes primera y segunda. (1973)
INTRODUCCIÓN: EPISTEMOLOGÍA Y METODOLOGÍA
El método –escribe Auguste Comte- no es susceptible de ser estudiado separadamente de las
investigaciones. Los grandes procedimientos lógicos no pueden aún ser explicados, con
suficiente precisión, por separado de sus aplicaciones. Al negarse a disociar el método de la
práctica, este texto rechaza todos los discursos del método que amenazan imponer a los
investigadores una imagen desdoblada del trabajo científico.
Cuando se ha establecido, como tesis lógica, que todos nuestros conocimientos deben fundarse
sobre la observación, que debe procederse de los principios hacia los hechos y de los hechos a
los principios Bourdieu dirá que estamos ante una falsa pretensión de una única ciencia positiva.
Si bien es cierto que los métodos se distinguen de las técnicas por lo menos en que estos son “lo
suficientemente generales como para tener valor en todas las ciencias o en un sector importante
de ellas”, esta reflexión sobre el método debe asumir el riesgo de rever los análisis más clásicos
de la epistemología de las ciencias de la naturaleza.
Es necesario someter las operaciones de la práctica sociológica a la polémica de la razón
epistemológica para definir, y si es posible inculcar, una actitud de vigilancia, que encuentre en
el completo conocimiento del error y de los mecanismos que los engendran uno de los medios
para superarlo. A la tentación que siempre surge de transformar los preceptos del método en
recetas de cocina científicas solo puede oponérsele un ejercicio constante de la vigilancia
epistemológica que, subordinando el uso de técnicas y conceptos a un examen sobre las
condiciones y los límites de su validez, proscriba la comodidad de una aplicación automática de
procedimientos probados y señale que toda operación, no importa cuán rutinaria y repetida sea,
debe repensar a sí misma y en función del caso particular. Los instrumentos solo deberían ser
juzgados en su uso.
La investigación empírica no necesita comprometer una teoría general y universal del sistema
social para escapar al empirismo, siempre que ponga en práctica efectiva, en cada una de sus
operaciones, los principios que los constituyen como ciencia, proporcionándole un objeto
caracterizado por un mínimo de coherencia teórica.
Propone diferenciar el ars inveniendi del ars probandi. Ya volveremos sobre ello, pero como
anticipo, la primera se trata de las reglas para la invención mientras que la segunda se refiere a
la prueba. Ambas son partes igualmente importantes de la labor científica y así lo corroborará
con abstracciones y ejemplos.
La mayoría de los errores a los que se exponen la práctica sociológica y la reflexión sobre la
misma radican en una representación falsa de la epistemología de las ciencias de la naturaleza y
de la relación que mantiene con la epistemología de las ciencias del hombre. Así,
epistemologías tan opuestas como el dualismo de Dilthey y el positivismo ignoran la filosofía
exacta de las ciencias naturales. De hecho, el positivismo efectúa solo una caricatura del método
de las ciencias exactas.
El carácter subjetivo de los hechos sociales y su irreductibilidad a los métodos rigurosos de la
ciencia conforma una constante en la historia de las ideas que la crítica del positivismo
mecanicista solo reafirma. Hayek concluye que los hechos sociales se diferencian “de los
hechos de las ciencias físicas en tanto son creencias u opiniones individuales” y, por
consiguiente, “no deben ser definidos según lo que podríamos descubrir sobre ellos por los
métodos objetivos de la ciencia sino según lo que piensa la persona que actúa.”
[Breve salto]
No se trata tampoco de negar que la formalización lógica constituye uno de los instrumentos
más eficaces del control epistemológico. Pero la implementación legítima de los instrumentos
lógicos opera demasiado a menudo como garantía de la enfermiza predilección por ejercicios
metodológicos cuyo único fin discernible es posibilitar la exhibición de un arsenal de medios
disponibles. Frente a algunas investigaciones concebidas en función de las necesidades de la
causa lógica o metodológica, no puede sino evocarse con Abraham Kaplan [esta es linda], la
conducta de un borracho que, habiendo perdido la llave de su casa, la busca sin embargo con
obstinación bajo la luz de un farol ya que alega que allí se ve mejor.
El hecho científico se conquista, construye, comprueba, implica rechazar al mismo tiempo el
empirismo que reduce el acto científico a una comprobación. La simple remisión a la prueba
experimental no es sino tautológica en tanto no se acompañe de una explicación de los
supuestos teóricos que fundamentan una verdadera experimentación, y esta explicitación no
adquiere poder heurístico en tanto no se le adhiera la explicitación de los obstáculos
epistemológicos que se presentan bajo una forma específica en cada práctica.

PRIMERA PARTE: LA RUPTURA


I. El hecho se conquista contra la ilusión del saber inmediato
La vigilancia epistemológica se impone particularmente en el caso de las ciencias del hombre,
en las que la separación entre la opinión común y el discurso científico es más imprecisa que en
otros casos. (…) La familiaridad con el universo social constituye un obstáculo epistemológico
por excelencia para el sociólogo, porque produce continuamente concepciones o
sistematizaciones ficticias, al mismo tiempo que sus condiciones de credibilidad. El sociólogo
no ha saldado cuenta con la sociología espontánea y debe imponer una polémica ininterrumpida,
con las enceguecedoras evidencias que presentan, a bajo precio, las ilusiones del saber
inmediato y la riqueza insuperable. Le es igualmente difícil establecer la separación entre la
percepción y la ciencia –que, en el caso del físico, se expresa en una acentuada oposición entre
el laboratorio y la vida cotidiana- como encontrar en su herencia teórica los instrumentos que le
permitan rechazar radicalmente el lenguaje común y las nociones comunes.
I-1. Prenociones y técnicas de ruptura
Las prenociones son “representaciones esquemáticas sumarias” que se “forman en la práctica y
para ella”, como lo observa Durkheim, reciben su evidencia y “autoridad” de las funciones
sociales que cumplen. En definitiva, opiniones primeras sobre los hechos sociales que se
presentan como una colección falsamente sistematizada de juicios de uso alternativo.
La influencia de las nociones comunes es tan fuerte que todas las técnicas de objetivación deben
ser aplicadas para realizar efectivamente una ruptura. Durkheim atribuía a la función de ruptura
la definición previa del objeto como construcción “provisoria” destinada, ante todo, a “sustituir
las nociones del sentido común por una primera noción científica. En efecto, en la medida en
que el lenguaje común y ciertos usos especializados de las palabras comunes constituyen el
principal vehículo de las representaciones comunes de la sociedad, una crítica lógica y
lexicológica del lenguaje común surge como el paso previo más indispensable para la
elaboración controlada de las nociones científicas.
La relación con el objeto nunca es de puro conocimiento, los datos son demasiado humanos y
tienden a imponérsele estructuras de objeto. Al desmontar las totalidades concretas y evidentes
que se presentan a la intuición, para sustituirlas por el conjunto de criterios abstractos que se
definen sociológicamente –profesión, ingresos, nivel de educación, etc.- se desgarra la trama de
relaciones que se entreteje continuamente en la experiencia, el análisis estadístico contribuye a
hacer posible la construcción de relaciones nuevas, capaces, por su carácter insólito, de imponer
la búsqueda de relaciones de un orden superior que den razón de este.
El descubrimiento no se reduce nunca a una simple lectura de lo real. Si se insiste demasiado
sobre el papel del azar en el conocimiento científico, se corre el riesgo de suscitar las
representaciones más ingenuas del descubrimiento resumidas en el paradigma de la manzana de
Newton: la captación de un hecho inesperado supone, al menos, la decisión de prestar una
atención metódica a lo inesperado, y su propiedad heurística depende de la pertinencia y de la
coherencia del sistema de relaciones que pone en cuestión. El acto de descubrir debe romper las
relaciones más aparentes, para hacer surgir el nuevo sistema de relaciones entre los elementos.
Una investigación seria conduce a reunir lo que vulgarmente se separa o a distinguir lo que
vulgarmente se confunde.
I-2. La ilusión de la transparencia y el principio de la no-conciencia
Creyendo ser dueño de sí mismo y de su propia verdad, no queriendo reconocer otro
determinante que el de sus propias determinaciones, el humanismo ingenuo opera en un intento
por establecer que el sentido de las acciones más personales y más “transparentes” no
pertenecen al sujeto que las ejecuta sino al sistema total de relaciones en las cuales, y por las
cuales, se realizan. Las falsas profundidades que promete el vocabulario de las “motivaciones”
[un poquito de tierra a la MCR] quizá tengan por función salvaguardar a la filosofía de la
elección, adornándola de prestigios científicos.
Las relaciones sociales no podrían reducirse a relaciones entre subjetividades animadas de
intenciones o “motivaciones” porque ellas se establecen entre condiciones y posiciones sociales
y tienen, al mismo tiempo, más realidad que los sujetos que las ligan.
El principio explicativo del funcionamiento de una organización está muy lejos de que lo
suministre la descripción de las actitudes, las opiniones y aspiraciones individuales; en rigor, es
la captación de la lógica objetiva de la organización lo que proporciona el principio capaz de
explicar, precisamente, aquellas actitudes, opiniones y aspiraciones. Este objetivismo provisorio
que es la condición de la captación de la verdad objetivada de los sujetos, es también la
condición de la comprensión total de la relación vívida que los sujetos mantienen con su verdad
objetivada en un sistema de relaciones objetivas.
I-3. Naturaleza y cultura: substancia y sistema de relaciones
Tantas veces condenado, el concepto de naturaleza humana subsiste bajo la especie de
conceptos como “tendencias”, “propensiones” de los economistas, “motivaciones” de la
psicología social o “necesidades” y “pre-requisitos” del análisis funcionalista.
Al recurrir a factores que son por definición transhistóricos y transculturales, se corre el riesgo
de dar por explicado precisamente lo que hay que explicar, se condena, en el mejor de los casos,
a dar cuenta solamente de las semejanzas entre instituciones, dejando escapar a aquellos que
determina su especificidad histórica o su originalidad cultural.
I-4. La sociología espontánea y los poderes del lenguaje
El lenguaje común que, en tanto tal, pasa inadvertido, encierra en su vocabulario y sintaxis toda
una filosofía petrificada de lo social siempre dispuesta a resurgir en palabras comunes que el
sociólogo utiliza inevitablemente. Cuando se presenta ocultas bajo las apariencias de una
elaboración científica, las prenociones pueden abrirse camino en el discurso sociológicamente
sin perder por ello la credibilidad que les otorga su origen. [Cruzar con Wittgenstein]
Solo el análisis de la lógica del lenguaje común puede dar al sociólogo el medio de redefinir las
palabras comunes dentro de un sistema de nociones expresamente definidas y metódicamente
depuradas, sometiendo a la crítica a las categorías, los problemas y esquemas que la lengua
científica toma de la lengua común y que siempre amenazan con volver a introducirse bajo los
disfraces de la lengua científica más formalizada. Por no someter el lenguaje común, primer
instrumento de la “construcción del mundo de los objetos”, a una crítica metódica, se está
predispuesto a tomar por datos, objetos preconstruidos en y por la lengua común.
Las demarcaciones que efectúa el vocabulario común no son las únicas preconstrucciones
inconscientes e incontroladas que se insinúan en el discurso sociológico. Equilibrio, presión,
raíz, cuerpo, célula, crecimiento, esos esquemas de interpretación, tomados a menudo del orden
físico o biológico, corren el riesgo de transmitir, con el pretexto de la metáfora y de la
homonimia, una filosofía inadecuada de la vida social y, sobre todo, de desalentar la búsqueda
de una explicación específica.
Bourdieu señala dos peligros. Primero, el “cambio de escala”, por el cual se permite transferir al
nivel de la sociedad global observaciones o enunciados válidos en el nivel de grupos pequeños.
Segundo, a propósito de la física Duhem señalaba que el científico se expone siempre a hallar
en las evidencias del sentido común residuos de teorías anteriores que la ciencia ya ha
abandonado.
Así como las ciencias físicas debieron romper categóricamente con las representaciones
animistas de la materia, las ciencias sociales deben efectuar la “ruptura epistemológica” que
diferencia la interpretación científica del funcionamiento social de aquellas artificialistas o
antropomórficas. Bachelard demuestra que la máquina de coser se inventó solo cuando se dejó
de imitar los movimientos de la costurera: la sociología obtendría sin dudas sus mejores frutos
de una adecuada representación de la epistemología de las ciencias de la naturaleza, si se
atuviera en cada momento a construir verdaderas máquinas de coser, en lugar de trasplantar
penosamente los movimientos espontáneos de la práctica ingenua.
I-5. La tentación del profetismo
El sociólogo está expuesto, mucho más que cualquiera de los otros especialistas, al veredicto
ambiguo y ambivalente de los no especialistas que se creen autorizados a dar crédito a los
análisis propuestos. Si, como dice Bachelard, “todo químico debe luchar contra el alquimista
que tiene dentro”, todo sociólogo debe ahogar al profeta social que el público le pide encarnar.
La sociología profética opera, por supuesto, con la lógica según la cual el sentido común
construye sus explicaciones cuando se contenta con sistematizar falsamente las respuestas que
la sociología espontánea da a los problemas existenciales que la experiencia común encuentra
en un orden disperso: de todas las explicaciones sencillas, las explicaciones por lo sencillo y por
la gente sencilla son las más frecuentemente esgrimidas por los sociólogos proféticos que ven
en fenómenos tan familiares como la televisión el principio explicativo de los “cambios
mundiales”. Para ellos, una explicación cualquiera es preferible a una falta de explicación.
Como en rigor, de lo que se trata es deshacerse de las representaciones angustiosas, no nos
exigimos demasiado para hallar medios de alcanzarla: la primera representación por la cual lo
desconocido se declara conocido hace tanto bien que se la tiene por verdadera.
I-6. Teoría y tradición teórica
Bachelard niega a la ciencia la seguridad del saber definitivo para recordarle que no puede
progresar si no es cuestionando constantemente los principios mismos de sus propias
construcciones. Cuando el sociólogo vuelve hacia el pasado teórico de su disciplina, se enfrenta
no con una teoría científica constituida sino con una tradición.
Compara a dos grupos igualmente equivocados, los empiristas y los teoricistas. Unos, se lanzan
a cuerpo descubierto a una práctica que busca encontrar en sí misma su propio fundamento
teórico; otros, siguen manteniendo con la tradición la típica relación que las comunidades de
literatos están acostumbrados a conservar con un corpus en que los principios que se proclaman
disimulan los supuestos en tanto más inconscientes cuanto más esenciales son.
La ruptura con las teorías tradicionales y la típica relación con las mismas, no es más que un
caso particular de la ruptura con la sociología espontánea: cada sociólogo debe tener en cuenta
los supuestos científicos que amenazan con imponerle sus problemáticas, sus temáticas y sus
esquemas de pensamiento. Así, por ejemplo, hay problemas que los sociólogos omiten plantear
por la tradición profesional no los reconoce dignos de ser tenidos en cuenta. [ver Angenot]
I-7. Teoría del conocimiento sociológico y teoría del sistema social.
La función primordial de la teoría es la de asegurar la ruptura epistemológica y concluir en el
principio que explique las contradicciones, incoherencias o lagunas que sólo él hacer surgir en
el sistema de leyes establecido.
La teoría del conocimiento sociológico, como sistema de normas que regulan la producción de
todos los actos y de todos los discursos sociológicos posibles, es el principio generar de las
diferencias teorías parciales de lo social, y por ello el principio unificador del discurso
propiamente sociológico que hay que cuidarse de confundir con una teoría unitaria de lo social.
Confundir la teoría del conocimiento sociológico, que es del orden de la metaciencia, con las
teorías parciales de lo social, que implican a los principios de la metaciencia sociológica, es
condenarse ya sea a la renuncia de hacer ciencia, ya sea a considerar una síntesis
necesariamente vacía de teorías generales de lo social por metaciencia.

SEGUNDA PARTE: LA CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO


II. El hecho se construye: las formas de la renuncia empirista
El punto de vista –dice Saussure- crea el objeto. Weber dirá que solo allí donde se aplica un
método nuevo a nuevos problemas y donde, por lo tanto, se descubren nuevas perspectivas nace
una “ciencia” nueva. La investigación científica se organiza de hecho en torno de objetos
construidos que no tienen nada de común con aquellas unidades delimitadas por la percepción
ingenua.
El autor vuelve sobre el principio durkheiminiano según el cual “hay que considerar a los
hechos sociales como cosas”. El segundo prefacio de Las reglas dice claramente que se trata de
precisar una actitud mental y no de asignar al objeto un status ontológico. Nada se opone más a
las evidencias del sentido común que la diferencia entre objeto “real”, preconstruido por la
percepción y objeto científico, como sistema de relaciones expresamente construido.
No basta multiplicar el acoplamiento de criterios tomados de la experiencia común para
construir un objeto que, producto de una serie de divisiones reales, permanece como un objeto
común y no accede a la dignidad de objeto científico justamente porque se somete a la
aplicación de las técnicas científicas. Un objeto de investigación, por más parcial y parcelario
que sea, no puede ser definido y construido sino en función de una problemática teórica que
permita someter a un sistemático examen todos los aspectos de la realidad puestos en relación
por los problemas que le son planteados
II-1. Las abdicaciones del empirismo
Lo real no tiene ninguna iniciativa, puesto que solo puede responder si se lo interroga. La teoría
domina al trabajo experimental desde la misma concepción de partida hasta las últimas
manipulaciones de laboratorio, sin teoría no es posible ajustar ningún instrumento ni interpretar
una sola lectura. No existen hechos que puedan trascender tal como son a la teoría para la cual y
por la cual fueron creados. Incluso Bourdieu va a hacer cierta crítica a los análisis secundarios
de datos, que no fueron construidos para el fin del investigador.
En sociología los “datos”, aún los más objetivos, se obtienen por la aplicación de estadísticas
(cuadros de edad, nivel de ingresos, etc.) que implican supuestos teóricos y por eso dejan
escapar información que hubiera podido captar otra construcción de hechos. Los hechos no
hablan, quizá la maldición de las ciencias del hombre sea la de ocuparse de un objeto que habla.
Cada vez que el sociólogo cree eludir la tarea de construir los hechos en función de una
problemática teórica, es porque está dominado por una construcción que desconoce que él
desconoce como tal, recogiendo al final nada más que los discursos ficticios que elaboran los
sujetos para enfrentar la situación de encuesta y responder a preguntas artificiales. Cuando el
sociólogo renuncia al privilegio epistemológico cae siempre en la sociología espontánea.
II-2. Hipótesis o supuestos
Toda práctica científica, incluso y sobre todo cuando invoca el empirismo más radical, implica
supuestos teóricos y el sociólogo no tiene más alternativa que moverse entre interrogantes
inconscientes, por tanto incontroladas e incoherentes. Negar la formulación explícita de un
cuerpo de hipótesis basadas en una teoría, es condenarse a la adopción de supuestos tales como
las prenociones de la sociología espontánea y de la ideología, es decir, los problemas y
conceptos que se tienen en tanto sujeto social cuando no se los quiere tener como sociólogo.
Aun cuando se liberara de los supuestos de la sociología espontánea, en la práctica sociológica
no podría realizar nunca el ideal empirista el registro sin supuestos, aunque más no fuera por el
hecho de que utiliza instrumentos y técnicas de registro. Todas las operaciones de la práctica
sociológica, desde la elaboración de los cuestionarios y la codificación hasta el análisis
estadístico son otras tantas teorías en acto. El muestreo al azar, por ejemplo, puede aniquilar las
estructuras de grupos.
II-3. La falsa neutralidad de las técnicas: objeto construido o artefacto
[Salteo casi todo este apartado salvo por…]
El hecho construido, según procedimientos formalmente irreprochables, pero inconscientes de sí
mismos, puede no ser otra cosa que un artefacto. Los que obran como si todos los objetos fueran
apreciables por una sola y misma técnica olvidan que las diferentes técnicas pueden contribuir,
en medida variable y con desiguales rendimientos, al conocimiento del objeto.
II-4. La analogía y la construcción de hipótesis
El positivismo tiende a ver en la hipótesis sólo el producto de una generación espontánea que
espera ingenuamente que el conocimiento de los hechos conduzca de modo automático a la
formulación de hipótesis. Pero, a propósito del procedimiento paradigmático de Galileo, una
hipótesis como la de la inercia no puede ser conquistada ni construida sino a costa de un golpe
de estado teórico que, al no hallar ningún punto de apoyo en las sensaciones de la experiencia,
no podía legitimarse más que por la coherencia del desafío imaginativo lanzado a los hechos.
II-5. Modelo y teoría
El modelo proporciona el sustituto de una experimentación a menudo imposible en los hechos.
Si hay que precaverse de los falsos prestigios y prodigios de la formalización sin control
epistemológico es porque amenazan inducir a que se pueda ahorrar el trabajo de abstracción,
que es el único capaz de romper con las semejanzas aparentes de las analogías ocultas. La
construcción de un modelo hace surgir por ello propiedades ocultas que no se revelan sino en la
puesta en relación.

UNIDAD 1: LA CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO EN LA MCR


CARL HOVLAND et al., “Efecto a corto y a largo plazo en el caso de
films de ‘orientación’ o propaganda”. (1949)
[Es difícil resumir una investigación. Recomiendo leerla directamente del texto]
El film utilizado en este estudio fue The Battle of Britain, elegido en parte porque sus efectos
iniciales habían sido probados como amplios por un estudio previo. Se implementó la pauta
experimental “antes-después” [ver Hyman]. El cuestionario “antes” fue entregado a diez
compañías de reclutas de Infantería durante la primera semana del estudio (abril 1943). Durante
la segunda semana, el film fue exhibido ante cinco de las diez compañías. Las otras cinco
compañías eran controles y no vieron el film durante el estudio. Cinco días después del pase del
film, tres de las compañías que lo habían visto y tres de las compañías de control recibieron el
cuestionario “después”. Estas seis compañías fueron utilizadas para determinar los efectos del
film a corto plazo. Las cuatro compañías restantes (dos de control y dos experimentales) fueron
empleadas nueve semanas después del pase del film para determinar los efectos a largo plazo
del mismo. Se empleó un intervalo de nueve semanas porque era el período más largo durante el
cual las compañías conservarían el mismo personal.
Muestran la Tabla 1 con preguntas del ítem supuestos. En resumen, preguntan por datos como
“La Luftwaffe era diez veces más numerosa que la RAF” o “Goering era el jefe de las fuerzas
aéreas alemanas” a los distintos grupos: corto plazo, control, largo plazo. Todos los ítems
mostraron una reducción con el paso del tiempo, excepto algunos con efectos a corto plazo muy
pequeños. La media de largo plazo en los “supuestos” fue ligeramente inferior a la mitad de la
obtenida en la medición de corto plazo, por lo tanto la retención fue de alrededor del 50%
después de 9 semanas.
En contraste con los hallazgos anteriores para los ítems “supuestos”, los resultados para los
ítems de “opinión” no muestran una reducción general durante el intervalo de nueve semanas.
La variación de las diferencias entre los “efectos” de corto plazo y largo plazo fue del 40,3%.
En cambio cuando los grupos fueron comparados antes del film, la gama de las diferencias de
segundo orden fue tan solo del -7% al +7% con una variación del 14,6%.
La Tabla 2 presenta preguntas de opinión, que ya veremos estuvieron severamente afectadas por
el paso del tiempo. Preguntas como “La RAF infligió a los nazis su primera derrota real” o “Los
obreros norteamericanos en las fábricas de guerra no deberían trabajar más horas” tuvieron una
media prácticamente igual para los efectos de corto y largo plazo.
Conclusiones: En el presente estudio, la retención de opiniones –que corresponde a la sustancia-
promedió por encima del 100%, en tanto que el recuerdo de los hechos descendió hasta la mitad
de su valor inicial. La hipótesis de los “efectos latentes” no tuvo el apoyo de los datos. Al
menos en el caso de este film, se obtuvieron mayores efectos en las actitudes nueve semanas
después que tras un lapso de solo cinco días, sin embargo los resultados no son muy
consistentes de un punto al otro.
Por último, presenta algunas hipótesis ad hoc que no pueden ser comprobadas en el presente
experimento pero pueden ser consideradas como campo útil para futuros estudios: el olvido de
una fuente inicialmente descartada, la interpretación diferida en un contenido relevante, o la
conversión de detalles en actitudes. [No creo que valga la pena explicarlas en profundidad]
Aunque inconclusivos, los resultados tienen significación en dos problemas importantes:
1- Soportan la hipótesis de que los cambios en opiniones de una índole general más que en
los casos de carácter específico pueden mostrarse efectos crecientes con el tiempo.
2- Enfocan la atención sobre el problema metodológico de seleccionar el momento en el
tiempo en que deberían hacerse las mediciones después de una presentación para
detectar sus plenos efectos. Los estudios se iniciaron con la presunción de un deterioro
de los efectos con el tiempo, supuesto que no parece válido en el caso de opiniones.

MAURO WOLF, “La investigación de la comunicación de masas.


Críticas y perspectivas”. Páginas 21 a 90 (1985)
3 determinaciones guiarán el análisis de las distintas teorías en la investigación sobre medios:
A- El contexto histórico, social y económico en que un modelo teórico sobre las
comunicaciones ha aparecido o se ha difundido.
B- El tipo de teoría social implícita o explícitamente declara de las teorías
metodológicas.
C- El modelo de proceso comunicativo que presenta cada teoría.
A veces las teorías no se refieren a momentos cronológicamente sucesivos sino coexistentes.
1- La “teoría” hipodérmica
La postura sostenida por dicho modelo se puede sintetizar con la afirmación de que “cada
miembro del público de masas es personal y directamente ‘atacado’ por el mensaje”. Los
elementos que más caracterizaron su contexto fueron la novedad de las comunicaciones de
masas y la conexión con las trágicas experiencias totalitarias de aquel período histórico.
El principal elemento de la teoría hipodérmica (que también podría describirse como una teoría
de y sobre la propaganda en tanto este es su tema central) es la presencia explícita de una
“teoría” sobre la sociedad de masas. Existen numerosas variantes existentes en el concepto de
sociedad de masas, visiones conservadores, la de Ortega y Gasset, la de Simmel, pero todas
tienen ciertos rasgos comunes. Las masas son una agregación homogénea de individuos que –en
cuanto a sus miembros- son sustancialmente iguales, no diferenciables, aunque procedan de
ambientes distintos, heterogéneos, y de todos los grupos sociales. Las masas se componen de
personas que no se conocen y carecen de tradiciones, reglas de comportamiento, liderazgo y
estructura organizativa. El principal supuesto problemático es que los individuos permanecen
aislados, anónimos, separados, atomizados, aunque también se revisará la idea de masas como
agregación más allá de los vínculos comunitarios preexistentes y la debilidad de una audiencia
pasiva, indefensa, fragmentada.
Podría interpretarse cierto individualismo metodológico cuando desde la teoría hipodérmica se
entiende que “cada individuo es un átomo aislado que reacciona por separado a las órdenes y a
las sugerencias de los medios de comunicación de masa monopolizados”. Lo que es seguro es
que la teoría de la acción de la psicología conductista es basal en tanto distingue un sistema de
acción que debe ser descompuesto en unidades compresibles, diferenciables y observables,
reduciendo la compleja relación entre organismo y ambiente al par estímulo-respuesta.
El modelo de Lasswell (1948) representará una estructuración orgánica, una herencia y una
evolución de la teoría hipodérmica. Podemos resumirlo en: “¿Quién, dice qué, a través de qué
canal, a quién, con qué efecto?”. La primera pregunta se centrará en los emisores, la segunda
elabora el análisis de contenido, la tercera da lugar al análisis de los medios. Esta fórmula se
convirtió en una verdadera teoría de la comunicación, estrechamente relacionada con la teoría
de la información de los mensajes. Algunas premisas detrás del modelo: la iniciativa es
exclusiva del comunicador y los efectos son exclusivos sobre el público, es decir, son procesos
exclusivamente asimétricos; la comunicación es intencional y tiende a un fin observable y
mensurable en cuanto da lugar a un comportamiento; los papeles de comunicador y destinatario
aparecen aislados, independientes de las relaciones sociales.
Una crítica central a esta teoría es la concepción de las audiencias como una agregación de
clases, de edad, de sexo, de capa social, prestando poca atención a las relaciones implicadas en
ellas. Se consideraba que todo ello no influenciaba el resultado de una campaña
propagandística, las relaciones informales eran consideradas irrelevantes respecto a las
instituciones de la sociedad moderna.
La superación de la teoría hipodérmica tuvo lugar a través de tres vías: la primera basada en
trabajos empíricos de tipo psicológico-experimental, la segunda también en trabajos empíricos
pero sociológicos y la tercera fue una aproximación funcional a la temática de los mass media.
La primera estudia los fenómenos psicológicos individuales que constituyen la relación
comunicativa, la segunda los factores de mediación entre individuo y medio de comunicación y
la tercera elabora hipótesis sobre las relaciones entre individuo y sociedad y medios masivos.
2- La corriente empírico-experimental o “de la persuasión”
Tanto esta como la anterior corriente se desarrollan a partir de los años cuarenta y esta
contemporaneidad hace difícil diferenciar netamente sus aportaciones por fuera de lo que fue un
constante y provechoso intercambio de influencias. Además, este campo aparece muy
fragmentado, compuesto por una constelación de micro investigaciones específicas, que no
habían sido interrumpidas hasta la redacción de este texto.
La teoría resultante consiste en la revisión del proceso comunicativo entendido como una
relación mecanicista e inmediata entre estímulo y respuesta, evidenciando (por primera vez en
la investigación mediológica) la complejidad de los elementos que entran en juego en la
relación entre emisor, mensaje y destinatario. Se tienden a estudiar por un lado la eficacia
óptima de persuasión y por otro a explicar el “fracaso” de los intentos de persuasión: los
mensajes de los medios contienen particulares características del estímulo que interactúan de
forma distinta con los rasgos específicos de la personalidad de los miembros que integran el
público. Desde el momento en que existen diferencias individuales en las características de la
personalidad entre los miembros del público es lógico deducir que en los efectos habrá variantes
correspondientes a dichas diferencias individuales.
En los estudios experimentales, algunas variantes vinculadas a dichas diferencias individuales
se mantienen contantes mientras se manipulan las variantes cuya incidencia directa sobre el
efecto de persuasión se quiere investigar [ver Hyman]. Los demás factores se mantienen
constantes respecto a los dos grupos experimentales: de esta forma, si los resultados son
significativos, indican la incidencia de la variante analizada sobre la aceptación del mensaje.
Dos coordenadas orientan a esta teoría de los medios: la primera representada por los estudios
sobre las características del destinatario, que mediatizan la relación del efecto; la segunda, por
las investigaciones sobre la organización óptima de los mensajes con fines persuasivos.
Esta teoría presenta una estructura lógica muy similar al modelo mecanicista de la teoría
hipodérmica, pero incluye la mediación de las variantes que intervienen rompiendo con la
inmediatez y uniformidad de los efectos y valorando el papel desempeñado por los
destinatarios. El esquema “causaefecto” de la anterior teoría hipodérmica sobrevive, pero
integrado en un marco de análisis que se va complicando y extendiendo. El modelo sería así:
Causa (es decir, estímulo) (procesos psicológicos que intervienen)efecto (o sea, respuesta)
Los estudios más significativos y más conocidos son los realizados por Carl Hovland. En
general todavía la investigación experimental proporcionaba datos útiles para aumentar la
eficacia de los mensajes o en cualquier caso para poner de manifiesto sus obstáculos: el punto
de vista considerado era por tanto el de los efectos deseados o proyectados por el emisor.
[Acá presenta algunos factores relativos a las audiencias (interés por adquirir información,
exposición selectiva, percepción selectiva) y a los mensajes (la credibilidad del comunicador, el
orden de las argumentaciones, etc.), no parecen vitales a los fines de este resumen].
3- Los estudios empíricos sobre el terreno de “los efectos limitados”
El problema fundamental sigue siendo el de los efectos de los medios, pero en distintos
términos que las teorías precedentes: si la teoría hipodérmica hablaba de manipulación y
propaganda y la teoría psicológico-experimental se ocupaba de la persuasión, esta teoría hablará
de influencia, y no solo de la ejercida por los medios sino de la más general que “fluye” entre
las relaciones comunitarias, de la que la influencia de las comunicaciones de masas es solo un
elemento, una parte.
El “corazón” de la teoría mediológica emparentada con la investigación sociológica sobre el
terreno consiste en relacionar los procesos de comunicación de masas con las características de
contexto social en el que se producen. Un filón atañe al estudio de la composición diferenciada
de los públicos y de sus modelos de consumo de comunicaciones masivas. Otro comprende las
investigaciones sobre la mediación social que caracteriza dicho consumo.
Respecto de la primera, de los estudios de consumo, existen tres formas de conocer lo que un
programa significa para el público: el análisis de contenido, el análisis de las características de
los distintos grupos de oyentes y el estudio sobre las gratificaciones preguntando directamente a
las personas qué significa para ellas un programa. Mientras que a la hora de estudiar el contexto
social se analiza la eficacia de los medios masivos en relación al ambiente en el que actúan en
tanto “los efectos dependen de las fuerzas sociales dominantes en un determinado período”. El
trabajo de Lazarsfeld sobre los líderes de opinión es un ejemplo de esta vertiente.
El modelo de la influencia interpersonal subraya por un lado la no linealidad del proceso en el
que se determinan los efectos sociales de los medios, y por otro la selectividad intrínseca de la
dinámica comunicativa: en este caso, sin embargo, la selectividad obedece menos a los
mecanismos psicológicos del individuo (como lo hacía en la teoría precedente) que a la red de
relaciones sociales que constituyen el ambiente en el que vive y que dan forma a los grupos de
lo que es parte integrante.
Si comparamos al modelo psicológico-experimental y el sociológico de campo, en la situación
experimental los sujetos que componen la muestra se hallan expuestos todos por igual a la
comunicación, mientras que en la “situación natural” del trabajo de campo la audiencia está
limitada a los que se exponen voluntariamente a la comunicación. Uno de los motivos que
explican la discordancia de los resultados es que el experimento describe los efectos de la
exposición sobre todo el arco de personas estudiadas, mientras que en los trabajos de campo se
describen prioritariamente los efectos producidos sobre los que ya son favorables al punto de
vista sostenido en la comunicación. Una segunda diferencia se refiere al tipo de tema sobre el
que se valora la eficacia de los medios: en el experimento de laboratorio se estudian
especialmente algunas condiciones o factores cuyo impacto sobre la eficacia de la comunicación
se quiere comprobar (se eligen deliberadamente temas sobre los que obtener efectos
mensurables); en cambio el trabajo de campo se refiere a las actitudes de los sujetos sobre temas
más significativos y enraizados profundamente en la personalidad del individuo y por tanto más
difícilmente influenciables.
En resumen, mientras la investigación experimental tiende por su mismo planteamiento a
enfatizar las relaciones causales directas entre dos variantes comunicativas en detrimento de la
complejidad de la situación de comunicación, el trabajo de campo se acerca más al estudio
naturalista de los contextos comunicativos y presta mayor atención a la multiplicidad de factores
presentes simultáneamente y a las correlaciones existentes entre ellos, aunque sin poder
establecer eficazmente precisos nexos causales.
Algo interesante es que la forma de concebir el papel de la comunicación de masas aparece
estrechamente ligada al clima social que caracteriza a un determinado período histórico: a los
cambios de dicho clima corresponden oscilaciones en la actitud sobre la influencia de los
medios (partiendo de la atribución de una fuerte capacidad de manipulación, pasando por una
fase donde el poder de influencia es redimensionado y finalmente pasando por posiciones que
atribuyen a los medios un considerable efecto, aunque diversamente motivado del proclamado
inicialmente por la teoría hipodérmica).
4- La teoría funcionalista de las comunicaciones de masas
Esta teoría representa una visión global de los medios de comunicación de masas en su
conjunto. Tienden a explicitar las funciones desarrolladas por el sistema de comunicaciones de
masas, la pregunta de fondo ya no es sobre los efectos sino sobre las funciones desempeñadas
por las comunicaciones de masas en la sociedad. El desplazamiento conceptual coincide con el
abandono de la idea de un efecto intencional, de un objetivo subjetivamente perseguido del acto
comunicativo, para concentrar en cambio la atención sobre las consecuencias objetivamente
demostrables de la acción de los medios sobre la sociedad en su conjunto o sobre sus
subsistemas.
Se tiene como referencia otro contexto comunicativo que en las situaciones precedentes. De una
situación específica como una campaña informativa se pasa a una situación comunicativa más
“normal” y habitual de la producción y difusión cotidiana de mensajes de masas. Define la
problemática desde el punto de vista de la sociedad y de su equilibrio, desde la perspectiva del
funcionamiento global del sistema social y de la contribución que sus componentes (incluidos
los medios) aportan a la misma. Lo que define el campo de interés de una teoría de los medios
ya no es la dinámica interna de los procesos comunicativos (típico en la teoría psicológico-
experimental), sino la dinámica del sistema social y el papel desempeñado en ella por las
comunicaciones de masas. Esta teoría representará una etapa importante en la creciente y
progresiva orientación sociológica de la communication research.
Si la teoría hipodérmica se remitía al objetivismo conductista y describía la acción comunicativa
como una simple relación mecánica de estímulo y respuesta, la teoría sociológica del
estructural-funcionalismo describe en cambio la acción social (y no el comportamiento) en su
adherencia a los modelos de valor interiorizados e institucionalizados. El sistema social en su
globalidad es concebido como un organismo cuyas distintas partes desempeñan funciones de
integración y mantenimiento del sistema. No ya la sociedad como medio para la persecución de
los fines de los individuos, sino que son estos últimos los que pasan a ser, en cuanto prestan una
función, medio para la persecución de los fines de la sociedad.
En la teoría estructural-funcionalista, un autor como Talcott Parsons dirá que “los seres
humanos aparecen como ‘drogados culturales’ impulsados a actuar según el estímulo de valores
culturales interiorizados que regulan su actividad”. La lógica que regula los fenómenos sociales
está constituida por cuatro imperativos funcionales:
1- La conservación del modelo y el control de las tensiones: todo sistema social posee
mecanismos de socialización que realizan el proceso mediante el cual los modelos
culturales del sistema son interiorizados en la personalidad de los individuos.
2- La adaptación al ambiente social: Un ejemplo de función que responde a la adaptación
es la división del trabajo.
3- La persecución de la finalidad: todo sistema social tiene varias finalidades que alcanzar
para su propia supervivencia.
4- La integración: Debe haber fidelidad entre los miembros de un sistema y fidelidad al
propio sistema en su conjunto.
Es importante diferenciar a la función del propósito. Mientras este último implica un elemento
subjetivo vinculado a la intención propia del individuo que actúa, la función está entendida
como consecuencia objetiva de la acción. La sociedad es analizada como un sistema complejo
que tiende al mantenimiento del equilibrio (Parsons habla de tendencia a la homeostasis),
compuesto por subsistemas funcionales, cada uno de los cuales tiene la misión de resolver un
problema fundamental del sistema en su conjunto.
Respecto a la sociedad, la difusión de la información cumple dos funciones: proporciona la
posibilidad, frente a amenazas y peligros inesperados, de alertar a los suicidas y proporciona los
instrumentos para realizar algunas actividades cotidianas institucionalizadas en la sociedad,
como los intercambios económicos, entre otros.
En relación con el individuo, se identifican otras tres funciones:
a) La atribución de status y prestigio a las personas y a los grupos objeto de atención por
parte de los medios.
b) El fortalecimiento del prestigio para los que se someten a la necesidad y al valor
socialmente difundido de ser ciudadanos bien informados.
c) El fortalecimiento de las normas sociales, es decir, una función relacionada con la ética.
Existe un sector de análisis específico que ha sido directa y significativamente influenciado por
el paradigma funcionalista: es el estudio de los efectos de los medios conocido como hipótesis
de los “usos y gratificaciones”. Los estudios sobre los efectos pasan de la pregunta “¿qué es lo
que hacen los medios a las personas?” a “¿qué hacen las personas con los medios?”. Ni siquiera
el mensaje más potente de los medios puede influenciar a un individuo que no se sirva de él en
el contexto socio-psicológico en el que vive. Desde este punto de vista, el destinatario se
convierte en un sujeto comunicativo de pleno derecho. Emisor y receptor son ambos partes
activas en el proceso de comunicación.
La hipótesis de los “usos y gratificaciones” se integra en el movimiento de revisión y de
superación del esquema informacional de la comunicación. Constituye y acompaña, en la
vertiente sociológica, a aquella elaboración de una teoría comunicativa distinta de la teoría de la
información que la perspectiva semiótica iba proponiendo entre finales de los años sesenta y
mediados de los setenta. Esta hipótesis está articulada a cinco puntos fundamentales:
1- La audiencia es concebida como activa.
2- Gran parte de la iniciativa en la conexión de las necesidades y la elección de los medios
depende del destinatario.
3- Los medios compiten con otras fuentes de satisfacción de las necesidades.
4- Desde el punto de vista metodológico, muchas de las finalidades a las que está
destinado el uso de los medios pueden ser conocidas a través de los datos
proporcionados por los mismos destinatarios.
5- Los juicios de valor sobre el significado cultural de las comunicaciones de masas
deberían mantenerse en suspenso hasta que las orientaciones de la audiencia no fuesen
analizadas en sus mismos términos.
Sin embargo esta orientación se encontró con algunas críticas difícilmente salvables. Al
proponer considerar a la audiencia como partner activo, se sobrentiende que el uso de los
medios está destinado a un fin, es una actividad racional de persecución de una finalidad.
Además, el hecho de que exista tanta diferencia entre lo que refieren los sujetos sobre su
consumo y su consumo real de los medios invalida la idea de una audiencia activa que actúa de
acuerdo a un fin: el procedimiento de preguntar a los sujetos qué importancia tiene para ellos
una determinada necesidad y en qué medida utilizan para satisfacerla un determinado medio de
comunicación invita a los individuos a reproducir los estereotipos más o menos difundidos
sobre las gratificaciones en lugar de su experiencia personal. Por lo tanto se hace necesario
integrar dichos datos con otros procedentes de fuentes distintas, aunque haya que tener en
cuenta que estos no son idénticamente accesibles o significativos.

JOHN B. WATSON, “El conductismo”. Capítulo 1. (1924)


[Comienza con toda una comparación con la psicología introspectiva que acá poco interesa]. El
conductismo sostiene que es la conducta del ser humano el objeto de la psicología. Afirma que
el concepto de conciencia no es preciso, ni siquiera utilizable. Los cultores de la introspección
no dicen qué es la conciencia, simplemente comienzan por introducir cosas en ella en calidad de
supuestos y, naturalmente, al analizarla luego, encuentran lo que en ella pusieron. Como
resultado del método de la introspección, encontramos tantos análisis como psicólogos, no se
pueden establecer métodos normativos.
Ninguna psicología que incluyese el problema religioso mente-cuerpo podría alcanzar jamás
resultados “verificables”. Los creadores del conductismo decidieron que era preciso renunciar a
la psicología o bien transformarla en una ciencia natural.
Se limitarían a lo observable, formulando leyes solo relativas a estas cosas. Ahora bien: ¿qué es
lo que podemos observar? Podemos observar la conducta –lo que el organismo hace o dice. La
regla que el conductista jamás pierde de vista es: ¿puedo describir la conducta que veo en
términos de “estímulo y respuesta”? Entendemos por estímulo cualquier objeto externo o
cualquier cambio en los tejidos mismos debidos a la condición fisiológica del animal. El único
objeto del conductista es reunir hechos tocantes a la conducta –verificar sus datos- someterlos al
examen de la lógica y de la matemática (los instrumentos propios de todo científico). [Después
describe la respuesta emocional condicionada que por ahí tanto no nos sirve]
Muy pronto se descubrirá que la auto-observación, además de no ser la manera más fácil y
natural de estudiar psicología, resulta simplemente imposible. Dentro de nosotros mismos solo
podemos comprobar las formas más elementales de respuesta. El conductismo es una ciencia
natural que se arroga todo el campo de las adaptaciones humanas. Su compañera más íntima es
la fisiología, de la que solo difiere en el ordenamiento de sus problemas pero no en sus
principios fundamentales ni en su punto de vista central. Los datos científicos se reunirán
mediante procedimientos experimentales, solo al conductista experto le será posible inferir.
El par estímulo-respuesta es central para el conductismo. El organismo se halla de continuo
sometido a la acción de los estímulos –que llegan por la vista, el oído, la nariz y la boca- los
denominados objetos de nuestro medio; al mismo tiempo, también el interior de nuestro cuerpo
se halla en cada instante sometido a la acción de estímulos nacidos de los cambios en los tejidos
mismos. El organismo es atacado por estímulos, la respuesta a estos estímulos puede ser tan
pequeña que únicamente sea susceptible a observarla mediante instrumentos. Por lo regular,
aunque no siempre, la respuesta del organismo al estímulo trae aparejada una adaptación. Por
adaptación solo entendemos que el organismo, al moverse, altera su estado fisiológico de
manera tal que el estímulo no provoca ya reacciones.
Todo estímulo efectivo tiene su respuesta, y es inmediata. Por estímulo efectivo entendemos el
estímulo suficientemente fuerte para vencer la normal resistencia al paso del impulso sensorial
desde los órganos de los sentidos a los músculos. A diferencia de las concepciones mitológicas
del psicoanalista que afirma que la respuesta puede darse ahora o en años, para el conductista la
respuesta es inmediata. Luego aparecen clasificaciones del tipo de respuesta. “Externa-interna”,
“aprendidas-no aprendidas” (la mayoría de las respuestas de los adultos son aprendidas), “por
órgano que la produce” (visual, auditiva, etc.).
Watson acaba diciendo que la filosofía y las ciencias sociales que se valgan de términos como
“mente” o “conciencia” deberían revisar sus premisas. Aunque nunca pretende constituir un
sistema (pues en todos los campos científicos los sistemas son anacrónicos), el conductismo
reúne hechos de observación, y de tiempo en tiempo selecciona un grupo y extrae ciertas
conclusiones generales. La técnica y la tentativa de consolidarlos en una teoría o en una
hipótesis, describen el procedimiento científico. Juzgado sobre esta base, el conductismo
constituye una verdadera ciencia natural.

GEORGE C. HOMANS, “El conductismo y después del conductismo”.


(1987)
Hubo un tiempo en que el conductismo fue tratado como el paria de la psicología y el resto de
las ciencias sociales. Pero más allá de su aplicabilidad, como verdad aceptada, el conductismo
ha dejado de ser un paria: por el contrario, forma parte de la corriente central de la psicología.
El presente ensayo se ocupa de las aplicaciones de la psicología conductista a la sociología.
La intuición fundamental del conductismo fue de tipo estratégico: en lugar de tratar de analizar
la conciencia y los estados mentales, los investigadores podrían hacer mayores progresos en
psicología atendiendo a las acciones de hombres y mujeres y a los estados observables de los
individuos y su entorno que es posible relacionar legalmente con tales acciones.
El autor comienza distinguiendo entre conducta respondente (refleja) y lo que Skinner fue el
primero en denominar conducta operante. La conducta respondente puede producirse
automáticamente aplicando un estímulo al sujeto, por ejemplo el reflejo rotular y la salivación
de los perros de Pavlov al percibir la comida, son conductas de origen genético. En la conducta
operante un estímulo no produce inmediatamente un tipo específico de acción, los animales
superiores se encuentran dominados por impulsos (a obtener agua, sueño, placer sexual) y
mientras uno de sus impulsos no haya sido satisfecho, el animal mostrará un gran aumento de su
actividad en primer lugar y luego idas y venidas en la exploración de su entorno. En condiciones
naturales, y con algo de suerte, este aumento de la actividad le ayudará al animal a dar con
alguna acción que será seguida de una reducción del impulso, en lenguaje de Skinner esta
acción habrá sido “reforzada”. Y tal acción recibe el nombre de operante.
Luego se expone la “ley del efecto” de Thorndike: si la acción de un animal (o de una persona)
es seguida
bde un refuerzo, es probable que el sujeto repita esa acción u otra similar; a su vez el impulso de
esa persona a repetir la acción nos autoriza a afirmar que la acción ha sido reforzada. A todo
esto subyace un supuesto fundamental de la psicología conductista: las acciones presentes
producen un efecto de “retroalimentación” y afectan a las acciones futuras.
Una segunda proposición general de la psicología conductista será que “si se repiten
circunstancias similares a las que acompañaron a la acción previamente reforzada, es probable
que quien la llevó a cabo repita dicha acción”. A estas circunstancias concurrentes generalmente
se les denomina estímulos. Hay refuerzos nativos o refuerzos adquiridos, los animales pueden
aprender a relacionar un estímulo nuevo con el refuerzo original.
Prescindiendo de los estímulos, existen dos tipos de factores que determinan con qué frecuencia
un animal efectuará una acción y no otra al elegir entre alternativas. El primero es la frecuencia
relativa con que las alternativas son reforzadas. Esto, en el supuesto de que el refuerzo sea
mayor que cero, es lo que Homans llamará el principio del éxito. El segundo es el valor relativo
de un refuerzo en comparación con otro. Las diferencias de valor dependen del estado del
animal; por ejemplo, de que tenga más hambre o más sed.
También habla del coste: la probabilidad de que un animal emprende una acción varía en
proporción al refuerzo neto que obtenga: el refuerzo positivo menos el coste (refuerzo al que se
ha renunciado). Obsérvese cuanto se parece lo dicho a lo que los teóricos del cálculo de
decisiones humano han llamado principio de elección racional: al elegir entre acciones
alternativas una persona tenderá a elegir aquella en la que percibe que es mayor la probabilidad
de obtener un refuerzo determinado, multiplicado por el valor de la unidad de refuerzo.
El autor considera que los principios “del éxito”, “del estímulo” y “del valor” son las
proposiciones principales de la psicología conductista, pero a ellos les añade dos más, de orden
secundario. Por un lado, el “principio de la privación/saciedad”, si la acción de una persona es
reforzada en una proporción mayor que cierta proporción umbral, decrecerá el valor reforzante
de la acción, y por tanto, en virtud del principio del valor, es probable que decrezca la
frecuencia con que ejecuta la acción, y que aumente la frecuencia con que ejecuta una acción
alternativa. Por otro lado está el principio de frustración-agresión, que describe una de las
formas de conducta emocional. Si un animal, incluido el hombre, recibe un castigo que no
esperaba o no recibe el refuerzo esperado, puede desarrollar lo que en términos antropomórficos
se denomina ira y mostrar una conducta agresiva. En suma, estas cinco proposiciones deben
considerarse como sistema de ecuaciones simultánea, cada una de las cuales modifica los
efectos de las demás de acuerdo con las circunstancias.
[Explica lo de tabula rasa, lo salteamos] Dos doctrinas apoyan las tesis de la psicología
conductista: el “individualismo metodológico” y la “ley de la subsunción”.
Del primer principio se argumentará que lo social no es más que la suma de sus partes
individuales, doctrina que encuentra apoyos en figuras como John Stuart Mill: “las leyes de los
fenómenos sociales no son ni pueden ser otra cosa que las leyes de las acciones y pasiones de
los seres humanos unidos en el estado social. Los hombres siguen siendo hombres en un estado
de sociedad: sus acciones y pasiones obedecen a las leyes de la naturaleza humana individual.
(…) Los seres humanos en sociedad no tienen más propiedades que las derivadas de (y
reductibles a) las leyes de la naturaleza del hombre individual”.
Durkheim será uno de los principales opositores del individualismo metodológico al sostener
que los fenómenos sociales eran sui generis, irreductibles a la psicología. Del otro lado, Karl
Popper opinó que la psicología se limitaría a las consecuencias deseadas de las acciones
humanas.
Con respecto a las leyes de subsunción: una teoría acerca de un fenómeno es una explicación de
este, una “explicación” consiste en un sistema deductivo. Este sistema es un conjunto de
proposiciones que constatan una relación entre dos o más variables, no se afirma que exista una
relación sino, al menos en una primera aproximación, cuál es la naturaleza de la relación: por
ejemplo que X sea una función positiva de Y.
Una de las proposiciones será la que ha de explicarse, el explicandum, mientras que las
proposiciones de rango más bajo o explicanda, quedan explicadas cuando puede mostrarse que
se siguen lógicamente de las otras proposiciones del conjunto. La mayor parte de las teorías no
tienen un único explicandum sino muchas explicanda a deducir de las leyes de subsunción bajo
diferentes condiciones dadas. En definitiva, una teoría será poderosa cuando un gran número de
proposiciones empíricas pueda explicarse a partir de unas pocas leyes subsuntivas.
Se consideran ahora las dificultades con que tropieza el problema, qué estrategias de
investigación sugiere, sus poros y qué ventajas ofrecerá si se adopta más plenamente.
Después de un contraste con el funcionalismo, Homans opina que la mejor forma de aplicar la
psicología conductista a la sociología es explicar características de la estructura social que
aparecen repetidamente en grupos pequeños de todo el mundo, características que pueden
observarse directamente cuando se hacen estudios de campo de nuevos grupos.
Una vez que la estructura de un grupo se ha formado y se mantiene por las acciones de sus
miembros, esa misma estructura ofrece posibilidades para que sus miembros desarrollen su
conducta, que puede consolidar la estructura existente o dar origen a una nueva.
Una de las principales dificultades de la aplicación de las doctrinas de la psicología conductista
a la explicación de la conducta social es que es una ciencia histórica: la conducta de una persona
está determinada por sus pasadas experiencias en interacción con sus circunstancias presentes.
Y aunque con frecuencia conocemos bastante bien estas últimas, nuestro conocimiento del
pasado de un individuo raras veces alcanza más que para explicar muy groseramente sus
acciones presentes.
HERBERT HYMAN, “El modelo del experimento y el control de
variables”. (1965)
El modelo científico para el estudio de las relaciones causa-efecto es el experimento controlado
en el cual se comparan las respuestas de un grupo experimental, expuesto al estímulo crucial,
con las de un grupo de control equivalentes, que no ha sido sometido al estímulo.
Supongamos un experimento sobre el efecto que ejerce la televisación del desarrollo de las
convenciones políticas sobre el interés por los asuntos políticos. [A] En el Momento 1, antes de
que comience la convención, dividiríamos nuestra muestra total en dos grupos equivalentes e
igualados. Uno de estos sería elegido para servir de grupo experimental y el otro de control. En
el Momento 1 también registraríamos el nivel de interés político manifestado por los dos grupos
en ese momento, y llamaríamos a esas dos medidas x 1 e y1. Si los dos grupos han sido igualados
correctamente, deberían tener, en un comienzo, el mismo grado de interés x 1 e y1 deberían ser
iguales.
A medida que las convenciones se desarrollan, se mostrará al grupo experimental las sesiones
televisadas, mientras que, de algún modo, se impedirá que el grupo de control las vea. [B] Una
vez clausuradas las convenciones se medirá nuevamente el interés de ambos grupos con
respecto a los asuntos políticos y se registrarán las nuevas mediciones de x 2 e y2.
¿Cómo se puede determinar si los programas de televisión han surtido efecto? No sería del todo
correcto comparar x2 - x1 porque en el momento de las convenciones, los problemas políticos
suelen ser de gran interés público. A menos que se lo mantenga completamente aislado, el grupo
experimental estará expuesto a estas influencias “extrañas” y la diferencia (x 2 - x1) reflejará tanto
el efecto de estos factores como el del estímulo experimental. En otras palabras, es imposible
distinguir que parte de la diferencia (x2 - x1) se debe a la televisación de las convenciones y qué
parte a otros estímulos “irrelevantes”.
[C] Aquí es donde interviene el grupo de control. Presumiblemente ha estado expuesto a todos
los mismos estímulos que el grupo experimental, con la única excepción de aquel en el que el
experimental está vitalmente interesado, en este caso, la televisación. Así, la diferencia entre el
nivel de interés exhibido por el grupo de control antes y después de las convenciones refleja la
influencia de aquellos otros estímulos. Es decir, (y2 - y1) mide el efecto de los estímulos no
experimentales, aquellos que no son controlados por el experimentador. Estas dos diferencias,
consideradas en conjunto, proporcionan una medida del efecto del estímulo experimentado
verbalmente.
Efecto de la televisión = (x2 - x1) - (y2 - y1)
Pero en ciencias sociales este método conlleva algunas dificultades. En esta área, el
experimentador no es capaz de mantener sobre sus sujetos los controles requeridos para una
experimentación adecuada. El resultado es que la experimentación se ha vuelto un ideal
raramente realizado en las ciencias sociales, por lo que acaba adoptándose algún tipo de
procedimiento aproximado. El método más usualmente empleado suele ser el de las
comparaciones entre subgrupos.
También debe guardarse especial cuidado de que la relación obtenida no sea espuria. Y aquí
Hyman da el ejemplo de una investigación que buscaba comprobar si lo estudiantes de los
colegios Ivy League acababan teniendo mayores salarios que los egresados de otras
universidades. El resultado inicial fue validante, pero ¿cómo asegurar que los dos grupos son
inicialmente idénticos en todas las demás variables (además de ser estudiantes de la Ivy
League)? Siempre existe el peligro de que las relaciones que el analista encuentra en los datos
de su estudio sean espurias, y surjan de diferencias iniciales entre los grupos comparados. Los
factores que determinan diferencias iniciales entre los subgrupos estudiados serán llamados
“factores invalidantes”. Podemos preguntarnos inmediatamente si los estudiantes de los Ivy
League Colleges no eran más ricos desde el comienzo y esas familias tenían contactos y
recursos para acomodar a sus hijos en cargos de mayor ingreso.
A fin de minimizar el peligro de que tales relaciones espurias permanezcan ocultas, se emplean
procedimientos analíticos que permiten examinar la relación entre la causa supuesta y el efecto
supuesto cuando la influencia del posible factor invalidante es eliminada. Esto es, tratamos de
eliminar las diferencias iniciales en los subgrupos que podrían producir relaciones espurias.
Acá va a dar un ejemplo [hermoso] de relación espuria que explica Durkheim en El Suicidio. En
resumen, se compara la tasa de suicidios entre personas casadas y solteras. A primera vista, los
casados se suicidan de a 132 [sobre un millón] cada 100 solteros, y por ello ciertos autores han
sostenido que el matrimonio y la vida familiar multiplican las probabilidades de suicidio. Sin
embargo, cuando se descuentan los menores de 16 años (que por estudios anteriores se sabe que
tienen una tasa muy pero muy inferior de suicidios), ahora la relación pasa de 112 solteros
suicidados a 100 casados. E incluso con eso, Durkheim prueba que el celibato multiplica las
chances de suicidio al separar a los suicidas por rango etario (20 a 25, 26 a 30, 31 a 35 y así)
descubriendo que a mayor edad más se suicidan los solteros (hasta 161 por millón de
habitantes). En conclusión, la vida familiar tiene por efecto invertir la relación y no aumentarla.
Cuando se trabaja con datos secundarios es más difícil establecer rangos etarios o mediciones
refinadas variable por variable. Para suplir esta falencia, pueden reemplazarse los métodos
empíricos directos por métodos indirectos (el reemplazo de una variable A por otra B). Veamos
un ejemplo en el estudio de West sobre la Ivy League. El investigador no tenía información
sobre el ingreso de los padres o del alumno, pero sí sabía si habían tenido que trabajar durante
sus estudios, con lo que supuso que (salvo excepciones) los estudiantes de mayores recursos no
deberían tener que trabajar durante su carrera. Encontró así, que la relación que había
encontrado originalmente persistía, y más allá del nivel de ingresos la obtención de un diploma
de un Ivy League College tenía un “efecto” sobre sus ingresos ulteriores.

UNIDAD 2: LA CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO EN LOS EE.CC.


DAVID MORLEY, “Interpretar televisión: la audiencia de
Nationwide”. (1980)
Morley emplea dos modos diferentes de análisis, a fin de examinar dos tipos distintos de
restricciones a la producción del sentido: la semiótica y la sociología. Se examinan dos tipos
distintos de restricciones de producción de sentido: a) las estructuras y mecanismos internos del
texto que invitan a hacer ciertas lecturas y bloquean otras (que puede dilucidarse con la
semiótica) y b) los orígenes culturales del receptor (que deben estudiarse desde el punto de vista
sociológico). La interacción de estas dos estructuras restrictivas definirá los parámetros del
sentido de un texto, con lo cual se evita caer tanto en la trampa de creer que un texto se puede
interpretar de una cantidad infinita de maneras (individuales) diferentes, como en la de suponer,
con la tendencia formalista, que los textos determinan completamente el sentido.
Este proyecto comenzó por analizar, con bastante detalle, las características que el programa de
televisión Nationwide recibía de ciertos artificios formales, modos específicos de dirigirse a la
audiencia y formas particulares de organización textual. En una segunda etapa, el proyecto
examinó la interpretación que individuos de diferentes orígenes sociales hacían del material de
ese programa, con el objeto de establecer el papel de los marcos culturales en la determinación
de las interpretaciones individuales de los programas en cuestión.
En el acto de plantear la cuestión de la interpretación de mensajes por parte de la audiencia, ya
rechazamos el supuesto de que los medios son instituciones cuyos mensajes producen
automáticamente un efecto sobre nosotros en tanto audiencia. En contra de este supuesto,
Morley toma como centro de su análisis el modo de imprimir sentido al sentido del mundo que
nos ofrecen los medios. Esto ya es caracterizar la actividad que desplegamos en nuestra sala
cuando miramos televisión como un proceso activo de decodificación o de interpretación, y no
un simple proceso pasivo de “recepción” o de “consumo” de mensajes. Y agrega que en actos
como ver la televisión en familia surgen una cantidad de conflictos entre las personas que
comparten esa acción, en tanto lo que a unos les interesa puede aburrir a otros.
El modo en que respondamos a los mensajes que nos ofrecen los medios depende precisamente
del grado en que coincidan con otros mensajes (o se opongan a ellos), con otros puntos de vista
que hayamos encontrado en nuestras vidas. En el proceso de decodificación e interpretación de
los mensajes siempre participan otros mensajes, otros discursos, tengamos o no conciencia
explícita de ello. Todas las instituciones y roles en los que se sitúan las personas producen
mensajes que se entrecruzan con los mediáticos. La persona que mira el noticiero se sitúa en ese
complejo campo de comunicación y está envuelta en un proceso de decodificación del material
de los medios, proceso en el cual un conjunto de mensajes o discursos retroalimenta otro, o es
desviado por otro.
El material que sigue se ocupa del modo en que personas de diferentes orígenes culturales y
sociales decodifican el mismo de programa de televisión de maneras distintas.
Se podría decir que la investigación de los medios estuvo dominada, durante un período
bastante considerable, por una especie de “efecto de péndulo”, según el cual o bien se atendía
exclusivamente a la cuestión del mensaje o bien se ponía el acento solo en la audiencia, pero
raramente en la cuestión de ambos aspectos. En algunos casos los investigadores sencillamente
se concentraron en el análisis de los mensajes, por suponer que estos ejercían automáticamente
efectos extensos y directos en aquellos que los veían y los escuchaban, efectos que se daban por
supuesto o se deducían directamente, a partir de la naturaleza del mensaje mismo. En la versión
“marxista” de esta forma de pensar, los medios se consideraban manipulados enteramente por
una astuta clase gobernante con una estrategia de pan y circo para transmitir a las masas una
cultura corrupta y valores neofascistas –violencia, sexo deshumanizado, pasividad política, etc.-.
También se opone a la concepción de los “efectos” en el sentido de efectos inmediatos sobre
actitudes o sobre niveles de información que podríamos identificar con el conductismo.
Se podría sostener que la cuestión de las diferentes interpretaciones no es un asunto tan
individual. No se trata simplemente de una cuestión de diferentes psicologías individuales, sino
también hay que tener en cuenta las diferencias entre individuos inmersos en diferentes
subculturas, con diferentes orígenes socioeconómicos. En suma, que si bien es indudable que
siempre hay diferencias individuales en el modo en que las gentes interpretan un mensaje
particular, bien podría ocurrir que esas diferencias individuales estuvieran enmarcadas por
diferencias culturales. Busca poner el acento en la importancia de las diferencias que existen
entre los marcos culturales a los que tienen acceso los distintos individuos, así un minero del
interior de Gran Bretaña interpreta un mensaje de política económica de su gobierno de manera
diferente que un gerente de banco de las afueras de Londres.
Al examinar el contexto social antes que el individuo, es preciso reemplazar la idea de
“necesidades” personales por la noción de contradicción estructural; e introducir el concepto de
subcultura. Entendiendo a las subculturas como “un sistema de sentido y modos de expresión
elaborados por grupos en sectores particulares de la estructura social como parte de un intento
colectivo de dar trámite a las contradicciones de la situación social”. Más precisamente, las
subculturas representan los sentidos y los medios de expresión acumulados a través de los
cuales los grupos que se encuentran en posiciones estructurales subordinadas intentar negociar
con el sentido de sentido dominante u oponerse a él. Es así como ellas proporcionan una
cantidad de recursos simbólicos a los que pueden apelar individuos o grupos particulares cuando
intentar explicar su propia situación específica y construirse una identidad viable.
¿Por qué estudiar un programa como Nationwide? A pesar de las observaciones despectivas de
la audiencia y sus propios productores, un programa así desempeña un papel ideológico
fundamental en el proceso de la comunicación; hasta puede importar más que un programa
“serio” como Panorama, porque sus informes individuales sobre la “vida humana” de la época,
que constituyen el activo del programa, transmiten una cantidad no despreciable de mensajes
implícitos sobre actitudes básicas y valores sociales. Esa serie de supuestos constituye el terreno
sobre el que se levantan otros programas más serios, los Panoramas.
Esto implica afirmar que en la televisión no existe nada que pueda definirse como “un texto
inocente”, ningún programa que no merezca ser objeto de cuidadosa atención, ningún programa
que pueda pretender que ofrece solo “entretenimiento” y que no trasmite ningún mensaje sobre
la sociedad.
Las instituciones emisoras nos suministran ciertos “marcos” a los cuales corresponde esa
“información”. Esos “artificios de encuadre” sitúan un programa particular en el flujo de las
emisiones y nos dan indicios para saber qué esperar de él. Sin embargo, los programas
comunican algo más que su contenido explícito (manifiesto); contienen también mensajes
latentes por implicación, suposición o connotación. Para comprender este nivel de
comunicación implícita o latente “tenemos que ir más allá de la observación sencilla” para
encontrarnos con una serie de preguntas sobre la metodología.
Cuando nos preguntamos “¿Qué dice este programa?” también debemos preguntarnos “¿Qué se
da por supuesto (que no es necesario decir) en este programa?”. Esta es una forma de empezar a
observar no ya simplemente lo que el programa presenta, sino la relación entre lo que se
presenta y lo que está ausente de la exposición explícita. Y si esto es realmente así, para poder
comprender la significación de un tema particular que aparezca en el programa, necesitamos
entender esa configuración de presencias/audiencias.
El análisis estructural y el de contenido suelen operar con un modelo “hipodérmico” de la
interacción entre los medios y las audiencias, suponiendo que por saber las características del
mensaje es posible predecir los efectos que habrá de producir en la audiencia. Con todo, ciertas
formas de análisis semiológico pueden ofrecernos un abordaje más provechoso porque se
dedican no tanto a establecer el sentido “real” o “último” sino a examinar las condiciones
básicas de una comunicación plena de sentido. Ese abordaje dirige nuestra atención al examen
de los códigos que están implícitos y explícitos en los mensajes.
Hay una aceptación del principio fundamental (derivado de Voloshinov, 1973) según el cual el
mensaje es, inevitablemente, polisémico, es decir que un mensaje siempre es capaz de producir
más de un sentido o interpretación y nunca puede reducirse simplemente a un sentido “real” o
“último”. La situación se vuelve más compleja porque debemos tomar en consideración de que
–a causa del necesario interés que tienen por la “claridad” y la “eficacia” de la comunicación-
los emisores no pueden dejar simplemente que los mensajes queden abiertos por igual a
cualquier interpretación. Y aquí Morley se separa del enfoque de usos y gratificaciones que
considera el mensaje como una mera caja vacía, un estímulo, que el decodificador puede usar
libremente como mejor le plazca. Es preciso atender a que los emisores, compelidos como están
por su deseo de lograr una comunicación “eficaz”, se ven obligados a introducir una “dirección”
o ciertas “clausuras” en la estructura del mensaje, en el intento de establecer una de las posibles
interpretaciones como la “lectura preferencial o dominante”. Por ejemplo, epígrafes, posición
jerárquica de los locutores, marco de las declaraciones.
Al analizar programas, no basta con examinar simplemente el contenido de lo que se dice. Se
deben tener en cuenta también los supuestos que subyacen en ese contenido. Habrá supuestos
referidos a nosotros en tanto audiencia, y tenemos que hacerlos visibles si pretendemos entender
los “mensajes” implícitos. Por su presentación, los programas intentan establecer una forma
particular de relación con su audiencia. Sobre todas las preguntas empíricas sobre la relación
entre enunciadores y audiencia, habrá que arrojar luz considerando pruebas empíricas obtenidas
en la indagación de la audiencia.
El abordaje del mensaje se basa en las siguientes premisas:
a. El mismo suceso se puede codificar de más de una manera.
b. El mensaje siempre contiene más de una “lectura” potencial, pueden proponer una sobre
la otra pero nunca cerrarse por completo, son polisémicos.
c. Comprender el mensaje es una práctica problemática, por transparente que pueda
parecer los mensajes codificados de una manera siempre pueden leerse de un modo
diferente.
En este enfoque, el mensaje no se considera ni un signo unilateral (sin “flujo” ideológico) ni
(como en la teoría de los usos gratificaciones) un signo dispar que pueda ser leído de cualquier
modo según la psicología del decodificador. Los signos no tienen sentidos definidos sino que,
como dijo Voloshinov el mensaje de la televisión es un signo complejo en el cual se ha
“inscrito” una lectura preferencial, pero que conserva –si se lo decodifica de un modo diferente
del que se usó para codificarlo- su capacidad potencial de comunicar un sentido diferente. El
mensaje es, pues, una polisemia estructurada. Un aspecto central del argumento es que no todos
los sentidos existen “por igual” en el mensaje. Además, la lectura preferencial es parte del
mensaje, y se la puede discernir en la estructura lingüística y comunicativa de este.
Antes de que los mensajes puedan producir “efectos” en la audiencia, deben ser decodificados.
Hablar de “efectos” es, pues, una manera abreviada, e inadecuada, de señalar el momento en
que las audiencias leen y dan sentido de manera diferente a los mensajes transmitidos y operan
según esos sentidos en el contexto de su propia situación y experiencia. Precisamente, lo que
Morley viene a investigar es esa falta de correspondencia entre la codificación y la
decodificación, y las consecuencias que esta tiene para la comunicación.
Entonces el autor reformula los problemas de los “efectos” de la comunicación: se trata de
averiguar hasta dónde las decodificaciones se producen dentro de los límites del modo
preferencial (o dominante) en el que se codificó inicialmente el mensaje. Pero este problema
presenta un aspecto complementario: averiguar hasta donde esas interpretaciones o
decodificaciones son reflejo de los códigos y discursos sustentados por diferentes sectores de la
audiencia, que las modulan; y si esto viene determinado por el espectro de diversas estrategias
de decodificación y de competencias en la audiencia.
Ya el hecho de plantear este problema en la investigación lleva a sostener que el sentido que se
produce por el encuentro entre el texto y sujeto no puede “extraerse” directamente de las
características del texto mismo. El texto no se puede considerar aislado de sus condiciones
históricas de producción y consumo. “Lo que debemos averiguar es el uso que se da a un texto
particular, la función que este cumple en una situación particular, en espacios institucionales
particulares y en relación con audiencias particulares” (Neale, 1977).
El sentido del texto se construirá de manera diferente según los discursos (conocimientos,
prejuicios, resistencias) que el lector aporte al texto: el factor esencial del encuentro entre
audiencia/sujeto y texto será el espectro de discursos de que disponga la audiencia. Que un
determinado programa logre transmitir el sentido preferencial o dominante dependerá de que se
encuentre con lectores que compartan códigos e ideologías derivados de otras esferas
institucionales que armonicen y funcionen “en paralelo” con los códigos e ideologías del
programa. El concepto de “lectura preferencial” tiene valor, no como un medio de “fijar” de
manera abstracta una interpretación y desechar las demás, sino como un medio de explicar que
en ciertas condiciones, en determinados contextos, un texto tienda a ser leído de un modo
particular por la audiencia.
Sería conveniente no concebir a la audiencia como una masa indiferenciada de individuos sino
como una compleja configuración de subculturas y subgrupos superpuestos, en los que se sitúan
los individuos. Si bien no podemos adoptar una posición determinista [ver debate con la
economía política de la comunicación] y suponer que la posición social de una persona ha de
determinar automáticamente su marco conceptual y cultural, debemos tener en cuenta que los
contextos sociales suministran los recursos y establecen los límites dentro de los cuales operan
los individuos.
Los miembros de cierta subcultura tenderán a compartir una orientación cultural y a decodificar
mensajes de un modo particular. Sus lecturas individuales estarán enmarcadas por formaciones
y prácticas culturales compartidas que a su vez estarán determinadas por la posición objetiva
que ocupa el individuo en la estructura social. Con esto no se dice que la posición social
objetiva de una persona determine su conciencia de un modo mecánico; la gente entiende cuál
es su situación y reacciona a ella en el nivel de las subculturas y los sistemas de sentido.
Aquí debemos apartarnos radicalmente del abordaje de los “usos y gratificaciones” y de su
insistencia excluyente en las diferencias psicológicas individuales de interpretación. Hace falta
un abordaje que refiera interpretaciones relacionándolas sistemáticamente con su posición
socioeconómica. La búsqueda del autor será entender que las diferentes formaciones y
estructuras subculturales que existen en la audiencia, y el hecho de que cada clase y cada grupo
compartan diferentes códigos y competencias culturales, estructuran la decodificación del
mensaje para diferentes sectores de la audiencia.
El camino que propondrá es la teoría de Frank Parkin (1971) quien sostiene que los miembros
de diferentes clases sociales se enmarcan dentro de lo que él llama diferentes “sistemas de
sentido” o marcos ideológicos. Por extensión, podemos aplicar este modelo para tratar de
explicar el modo en que miembros de diferentes clases decodifican los mensajes de los medios.
En las “sociedades occidentales” distingue tres sistemas principales de sentido: el sistema
dominante, el sistema de valores subordinado y el sistema de valores radical.
Morley adapta las tres posiciones que puede tomar el decodificador: en una posibilidad se
acepta plenamente el sentido que le ofrece el marco interpretativo y la decodificación se realiza
según el código dominante; en otro caso el decodificador hace propio a grandes rasgos el
sentido codificado pero puede modificar o torcer parcialmente el sentido preferencial; en tercer
caso, el decodificador discierne el contexto en el que fue codificado el mensaje en una lectura
más crítica de la preferencial.
Y aclara que al afirmar que las decodificaciones individuales de los mensajes deben
considerarse dentro de su contexto sociocultural, no quiere decir que el pensamiento y la acción
individuales estén determinados de una manera simple por la posición social ni que por lo tanto
puedan “explicarse” directamente atendiendo a ese factor. Esta sería una burda forma de
determinismo que eliminaría efectivamente la categoría de individuo –como actor del mundo
social- y la reemplazaría por la categoría de clase social. Más bien debemos comprender la
relación que existe entre las dos dimensiones, o sea: entender la experiencia y la respuesta
individual y variada tal como se dan en un contexto social particular en virtud de los recursos
culturales de que se dispone en dicho contexto. Y así concebimos al individuo social.
La integración con Parkin apunta a romper con la tendencia al sociologismo, es decir con
convertir inmediatamente categorías sociales (por ejemplo, clase) en sentidos (por ejemplo,
posiciones ideológicas) sin prestar la debida atención a los factores específicos que participan de
esa “conversión”. La posición de clase solo puede adquirir significación en el proceso
decodificador en tanto sea enunciada en el nivel de los signos y los discursos, no explica la
decodificación de cierto mensaje en cierta clave.
La primera etapa del proyecto consistió en un análisis de Nationwide que consistió en presenciar
el programa en grupo y luego discutirlo durante varios meses con el fin de identificar los temas
recurrentes y los formatos de presentación. Este trabajo se complementó con un análisis en
detalle de la estructura interna de una emisión particular del programa.
El proyecto intentaba relacionar el análisis de las prácticas de “decodificación” del material
mediático con la problemática teórica que toma por eje el concepto de hegemonía. En síntesis,
el concepto de hegemonía permite entender que el proceso de construcción de sentido ocurre, en
cualquier sociedad, en el contexto de una serie de relaciones de poder, donde los diferentes
grupos compiten por poseer “el poder de definir” sucesos y valores. Servirá tanto para las
preferencias de un programa en particular como para investigar las diferentes formas de
negociación y resistencia que manifestaban diversos grupos ante el programa, es decir,
investigar la medida con que la audiencia recogía o aceptaba las definiciones “hegemónicas”
enunciadas por el programa.
Se mostraron grabaciones en video de dos programas de Nationwide a diversos grupos de
orígenes muy variados (18 grupos el primer programa, 11 el segundo: gerentes, estudiantes,
aprendices y sindicalistas) y los entrevistadores buscaban establecer las interpretaciones que
daban de los programas [ver Archenti]. La intención fue introducirse en una situación ya
existente de grupo como entidad social, por lo que todos los grupos fueron tomados de
establecimientos educativos.
En adelante, un apartado metodológico. Se adaptó el plan general a semejanza del propuesto por
Umberto Eco (1972):
1) Aclaración teórica y definición de conceptos y métodos a usarse.
2) Análisis de los mensajes destinado a dilucidar los códigos de sentido básicos a los que
estos se refieren, las configuraciones y estructuras que se repiten en los mensajes, la
ideología implícita en los conceptos y categorías mediante los cuales se los transmite.
3) Investigación de campo con entrevistas destinadas a establecer el modo en que los
mensajes ya analizados fueron realmente recibidos e interpretados por diversos sectores
de la audiencia mediática, en base a tres posibilidades básicas típicas-ideales: la
interpretación dominante, una versión “negociada” del código del transmisor o el
empleo de un código “de oposición”.
4) Una vez recogidos todos los datos se comparan con los análisis de los mensajes
realizados previamente a fin de comprobar: nuevos niveles de sentido que no se
hubieran advertido en el primer análisis, si los diferentes sentidos se relacionaron con
posiciones económicas, la medida en que diversos sectores de la audiencia interpretaron
los mensajes libremente.
Y los objetivos eran:
1) Construcción de una tipología del espectro de decodificaciones realizadas.
2) Análisis de cómo y por qué ellas varían.
3) Demostración de cómo se generan diferentes interpretaciones.
4) Relación de esas variaciones con otros factores culturales: ¿cuál es la naturaleza del
“ajuste” entre clase, posición socioeconómica o educación y
competencias/discursos/códigos interpretativos y culturales?
Para determinar si diferentes sectores de la audiencia compartían o modificaban los códigos
transmitidos, debía indagarse respecto a los “sistemas léxico-referenciales” empleados por los
emisores, un análisis indiciario de los vocabularios donde se detectan evaluaciones implícitas y
modelos colectivos que hay detrás de ellas.
El lenguaje también se configuró como un problema. Morley cita a Alasdair MacIntyre [alto
nombre, no?]: “Los límites de lo que puedo hacer intencionalmente están determinados por los
límites de las descripciones de que dispongo y las descripciones de que dispongo son comunes a
los grupos sociales a los que pertenezco”. O como afirma Mills: “Solo empleando los símbolos
comunes a su grupo, un pensador puede pensar y comunicarse. El lenguaje, construido y
mantenido socialmente, encarna exhortaciones y evaluaciones sociales implícitas”. O en la cita
a Kenneth Burke: “Los nombres que damos a las cosas y a las operaciones pasan de
contrabando connotaciones de lo bueno y lo malo; un sustantivo siempre tiende a llevar consigo
un adjetivo invisible”. Por todos estos bemoles lingüísticos es que el autor decidirá trabajar con
cintas grabadas de las verdaderas respuestas de los entrevistados, para moverse en el nivel de las
formas de expresión.
La técnica metodológica clave empleada en esta investigación fue la entrevista focalizada. Se
procuró que las preguntas específicas introducidas no cortaran el libre flujo de la conversación,
sino que se intentó retomar e intentar desarrollar puntos ya planteados. Se buscó trabajar con
grupos antes que con individuos entendiendo que muchas entrevistas individuales tienden a
tomar a los individuos como átomos sociales divorciados de su contexto social.
Los resultados del proyecto confirman lo averiguado por Piepe y otros (1975): “Si es variado el
uso que las personas hacen de los periódicos, la radio y la televisión, es en cambio bastante
uniforme en los subgrupos”. ¿Cómo se averiguó esto? En un primer nivel, se intentó establecer
si había términos o frases hechas que distinguieran los discursos de los diferentes grupos entre
sí; en un segundo nivel, importaba averiguar las pautas de argumentación y la manera de citar
pruebas o formular puntos de vista; en un tercer nivel, interesaban las premisas cognitivas e
ideológicas de base que estructuraban el argumento y su lógica.
El proyecto de investigación se diseñó para investigar la hipótesis de que las decodificaciones
variaran según:
a- Factores sociodemográficos básicos: la posición en las estructuras de edad, sexo, raza y
clase.
b- La inserción en diversas formas de marcos e identificaciones culturales, que se llamarán
subculturas.
c- El tema: principalmente en cuanto a saber si los temas tratados eran distantes o
abstractos con relación a la experiencia o a las fuentes de información.
d- El contexto: aunque interesaba determinar la diferencias que pudieran suscitar contextos
educacionales o laborales, esta dimensión acabó descartándose por falta de recursos.
[Acá vamos a saltear una decena de páginas por el bien del resumen, es cuando cuenta sobre
qué respondió cada grupo ante cada programa. Adelante lo resumimos.]
En cuanto a los gerentes de banco, sus respuestas apenas sí comentaron el contenido del
programa. Como si sus miembros compartieran el marco de sentido común de los supuestos
implícitos de Nationwide, el programa les resultó invisible (esto contrasta con las lecturas
hechas por el grupo de sindicalistas).
El personal superior y principiante de una imprenta representó a jóvenes que se situaron tan a la
derecha del espectro político (al adoptar una versión de línea dura de la economía libre de
mercado, un “conservadurismo radical”) que podría decirse que hicieron una lectura “derechista
de oposición” de Nationwide, al que consideran un programa “socialista” cuya presentación era
completamente tendenciosa en favor de los sindicatos (una interpretación en contradicción con
la sustentada por los sindicatos).
Los estudiantes universitarios de artes tendieron a producir una serie muy elocuente de lecturas
negociadas y de oposición al redefinir el marco de interpretación propuesto por el programa,
especialmente sobre el ocio, el hogar y los hobbies de los individuos. Aunque los grupos tienden
a producir lecturas “deconstruidas” de los métodos que se emplean para producir Nationwide,
en cuanto se tratan cuestiones político-económicas aceptan y adoptan como no problemático el
marco que propone el programa.
Los estudiantes de profesorado comparten con los aprendices una afiliación política mayoritaria
al partido conservador, y el hecho de que estén recibiendo una formación superior los lleva a
desviar sus lecturas hacia una posición “negociada” antes que “de oposición” respecto de la
“dominante”.
Los estudiantes de carreras técnicas con salida laboral pertenecían en su mayor parte a una
comunidad de clase trabajadora negra (la mayoría de sus miembros son oriundos de
Centroamérica) que vive en el centro de la ciudad, y las lecturas que hicieron del material
reflejan directamente la disyunción entre los códigos culturales de esa comunidades y los
códigos culturales de Nationwide. Podría decirse que hicieron una “crítica de silencio” antes
que una lectura de oposición. Cuando atinan a decir algo, aceptan las definiciones propuestas
por el programa pero no llegan a comprometerse lo suficiente con el discurso como para
deconstruirlo o redefinirlo. Además, estos grupos repudian las descripciones que de su propia
vida ofrece el programa.
Los aprendices son grupos de clase trabajadora que habitan un discurso donde dominan el
conservadurismo y el popularismo, rechazando el sistema de política partidaria en su conjunto.
El tono de su respuesta general al programa es de descreído extrañamiento. Rechazan en un
nivel general el modo de destinación del programa porque lo consideran demasiado
“formal/clase media/BBC”, pero aun así habitan la misma problemática populista del programa,
decodificando los temas específicos de acuerdo con la lectura preferencial codificada por el
texto. De todos los grupos entrevistados, el de los aprendices fue el que más coincidió con el
código dominante.
Los grupos formados por sindicalistas tienen a producir formas de decodificación negociada;
por su parte los dependientes de tienda producen una forma de decodificación de absoluta
oposición. En la comparación se divisa que no es el hecho de pertenecer a la clase trabajadora lo
que provoca una diferencia en las decodificaciones de la televisión, sino que la enunciación de
esa posición social a través del discurso (en este caso, el discurso de los sindicalistas) es lo que
“desvía” la decodificación en una dirección particular.
Para finalizar, Morley expone que el “sentido” de un texto o un mensaje debe entenderse como
un producto de la interacción entre los códigos introducidos en el texto y los códigos en los que
“habitan” los diferentes sectores de la audiencia. Sostener que las “lecturas” individuales en los
mensajes deben concebirse dentro de su contexto social en modo alguno significa optar por una
forma de explicación determinista en la que la conciencia individual se explica directamente por
la posición social [ver debate con la economía política de la comunicación]. Como lo
demuestran las entrevistas, la posición de clase, por ejemplo, no representa correlación alguna
directa con los marcos de decodificación. El modelo que se propone no intenta derivar
directamente las decodificaciones de la posición social de clase. Se trata siempre de que una
posición social, más posiciones discursivas particulares, produce lecturas específicas.

DAVID MORLEY, “Epílogo crítico”.


En esta sección Morley destruirá su propio artículo, el que acabamos de leer.
El capítulo está esencialmente dedicado a reformular el marco dentro del cual se realizó la
investigación de la audiencia. Y nos cuenta que cuando escribió el libro “The Nationwide
Audience” le interesaba establecer las dos formas de determinación que operaban en la
producción de sentido. La primera: las determinaciones del sentido particulares de la
organización textual de signos, o sea el concepto de la lectura preferencial de un texto
considerando los límites que la noción de clausura textual opera sobre el potencial polisémico
del signo. La segunda: las formas de determinación del sentido producidas por la eficacia de
variables sociológicas/estructurales –edad, sexo, raza y clase-, es decir, el modo en que la
posición que ocupa una persona en esas estructuras puede considerarse determinante del acceso
de esa persona a los diversos discursos que están en juego dentro de la formación social.
Se quiso evitar tanto la indagación semiológica independiente de las condiciones de existencia
sociohistóricas como el enfoque sociológica reduccionista que dejaría de lado la especificidad
de las prácticas de significación.
En cuanto a los problemas semiológicos, Morley identifica 3:
1- La tendencia a la intencionalidad: El foco del análisis puede alejarse insensiblemente
del examen de las propiedades del texto para tratar de averiguar las intenciones
subjetivas del emisor. Y puede ocurrir que no se preste la suficiente atención al hecho
de que los sentidos de un texto a menudo escapan al espíritu consciente del autor y el
modelo caiga así implícitamente en el error de confundir el sentido del texto con la
intención del autor. Los emisores sí tienen intenciones pero debemos reconocer que este
nivel de intención y de actividad conscientes está enmarcado por un conjunto general de
prácticas ideológicas inconscientes [ver… ¿Althusser?]. En el proyecto Nationwide este
tema –el de las ideologías profesionales de los emisores- sencillamente fue dejado de
lado, puesto entre paréntesis, aunque con cierto desasosiego.
2- La noción de la televisión como “cinta transportadora de sentido” : La metáfora de la
codificación/decodificación se aproxima desafortunadamente a los primeros modelos de
la comunicación [¿hipodérmico? ¿Lasswell? Yo diría que acá se refiere a este último]
en la medida en que fue empleada para sugerir cierta concepción de un mensaje que
primero se forma (¿en el espíritu del autor?) y luego se codifica en consecuencia como
lenguaje para ser transmitido. La concepción implícita aquí, de que el lenguaje obra
meramente como un “instrumento” o como un mecanismo para enviar mensajes, y no
que el lenguaje sea un medio a través del cual la conciencia cobre forma (…) desdeña el
efecto transformador que tiene la forma lingüística, en el sentido de que el “mismo”
contenido codificado en diferentes formas lingüísticas adquiere distintos sentidos.
3- La falta de nitidez de lo que sería mejor concebir como procesos separados pero se dio
en llamar “decodificación”: El concepto de decodificación puede incluir, en una mezcla
no muy nítida, una cantidad de procesos a los que conviene individualizar separados; es
un concepto que sugiere un acto único de lectura donde convendría ver una serie de
procesos – atención, reconocimiento de la importancia, comprensión, interpretación y
respuesta-. El modelo, así como se lo presenta, parece confundir el eje de la
comprensión/incomprensión de los signos con el de acuerdo/de acuerdo respecto de las
formas de significación proposicional generadas a partir de esos signos.
El concepto de lecturas preferenciales se elaboró para que fuera posible establecer nexos entre
argumentos teóricos generales sobre hegemonía y observaciones particulares/empíricos de
intercambios comunicativos. La dificultad que se presenta aquí es que la hegemonía se ha
tratado como un concepto abstracto referido, de manera bastante amplia, a la esfera de los
procesos culturales en su conjunto. Pero este concepto también plantea dificultades. Por
ejemplo, en cuanto intentáramos aplicarlo fuera de la esfera de las noticias, los documentales y
las notas de actualidad, ¿cómo se precisaría la lectura preferencial de una forma de ficción? Y
aún más: ¿es esta una propiedad del texto per se? ¿O se puede encontrar partiendo del texto por
medio de ciertos procedimientos especificables? ¿O es que la lectura preferencial es la que
mayoría de audiencia suma? ¿Es entonces una propiedad del texto, del analista o de la
audiencia? La presente formulación de “lectura preferencial” parece omitir ese nivel en el cual
la polisemia ya está estructurada y limitada por las relaciones sintagmáticas que se establecen
entre los signos separados cuando se los organiza en el texto. [También hay un problema en
extender la polisemia del signo de Voloshinov a la totalidad del texto].
El encuentro con Voloshinov y luego con el análisis del discurso llevó a la conciencia de la
variabilidad de la forma lingüística, por lo que Morley sostuvo la necesidad de trabajar con el
habla en lugar de examinar simplemente la sustancia de sus respuestas [por eso trabajaron con
grabaciones y no transcripciones], afirmando la necesidad de indagar “grados de ajuste entre los
vocabularios y formas del habla de los encuestados y los empleados por los medios”. Pero a
pesar de la intención proclamada de trabajar con temas de forma lingüística, la investigación
recayó en una perspectiva en la cual la cuestión de la forma pasó a tener un interés solo
marginal pues el foco principal se situó en el grado de ajuste o de disonancia entre las
problemáticas ideológicas en juego en el texto y las expresadas por los diferentes sectores de la
audiencia.
En cuanto a los problemas sociológicos:
A- Aunque se menciona la acción eficaz de las estructuras de edad, sexo, raza y clase, solo
esta última se aborda de un modo que podamos caracterizar como medianamente
sistemático. Este es un problema grave porque las dimensiones de edad y sexo son
particularmente importantes en relación con Nationwide y la construcción que este
programa hace de la esfera doméstica con respecto a la posición de las mujeres en la
familia. Es una cuestión que no puede resolverse en un plano puramente teórico sino
que debe tomar también en consideración la prueba empírica.
B- Existen problemas significativos en la formulación de las clases que se hace en el libro
The “Nationwide” Audience. Los términos “clase media” y “clase trabajadora” se
emplean como rótulos descriptivos a los que no se dedica una explicación. Esta es una
noción implícitamente weberiana de las clases basada en factores tales como los
ingresos, el mercado, el consumo, antes que en un concepto de clase definido
atendiendo a las relaciones de producción.
C- Teniendo en cuenta las pequeñas dimensiones de la muestra estudiada, debe apuntarse
el problema que significa generalizar las conclusiones del estudio que solo pueden
estimarse tienen una función potencialmente ilustrativa.
Para terminar con la autocrítica, Morley busca redefinir el modelo de decodificación.
El modelo derivado del esquema de Parkin de los sistemas de sentido toma supuestos que deben
ser aclarados. El modelo supone que tratamos con una forma de comunicación política en
sentido amplio, con valores dominantes sobre la sociedad. Richard Dyer introduce una
corrección aritmética al modelo con seis y no tres “posiciones de decodificación”, sumando la
dimensión positivo-negativo. Al final, habría que sustituir los “sistemas de sentido” por la
noción más flexible propuesta por Tom Ryall (1970) de la comprensión de géneros como
conjunto de reglas para la producción de sentido. Ciertos géneros son populares en la medida en
que “se ajustan” a las formas de competencia cultural de las que dispone el grupo. El vínculo
entre las formas de ciertas tradiciones orales de la cultura de la clase trabajadora y ciertos
géneros producidos por los medios es una correspondencia de forma antes que de contenido,
pero serán esas tradiciones las que constituyen formas de competencia cultural a disposición de
esos jóvenes que les permiten apropiarse de películas o programas de televisión.
A. MATTERLART y E. NEVEU, “Introducción a los estudios
culturales”. Capítulos 1, 2 y 3. (2003)
1. La crítica cultural de la sociedad burguesa
El reconocimiento institucional de los estudios culturales durante la década de 1960 sería
ininteligible si no se tuviese en cuenta un trabajo de maduración que se inicia unos diez años
antes y que puede simbolizarse mediante las figuras de los tres padres fundadores.
En 1957, Richard Hoggart publica un libro que funcionaría de base de los estudios culturales.
The uses of literacy: aspects of working class life with special references to publications and
entertainments se traduciría al francés como La Culture du pauvre. El autor estudia, con mucha
sutileza etnográfica, la influencia de la cultura difundida entre la clase obrera por los modernos
medios de comunicación. La idea básica que desarrolla es que se tiende a sobreestimar la
influencia de estos productos de la industria cultural en las clases populares: “Estas influencias
culturales ejercen una acción muy lenta sobre la transformación de las actitudes y a menudo son
neutralizadas por fuerzas más antiguas”. Sus hipótesis, están marcadas por la desconfianza hacia
la industrialización de la cultura [probablemente había leído a gente de Frankfurt]. De todos los
padres fundadores, Hoggart es el único que no ha ejercido comercio intelectual privilegiado
alguno con el marxismo teórico y político, con compromiso más discretos, más “liberales” o
humanistas.
La convicción de que es imposible abstraer la “cultura” de las relaciones de poder y de las
estrategias de cambio social fue el axioma que explicó, por otra parte, la influencia ejercida en
el movimiento por los trabajos de inspiración marxista de otros dos founding fathers británicos,
que habían renegado de las teorías mecanicistas: Raymond Williams (1921-1988) y Edward P.
Thompson (1924-1998). Ambos vinculados a la formación de adultos de clases populares y en
estrecha relación con la New Left.
Thompson es uno de los fundadores de la New Left Review. Con Williams comparte sobre todo
el mismo deseo de superar los análisis que han convertido a la cultura en una variable sometida
a la economía y que, además de legitimar el estalinismo, han aplazado sine die la reflexión
sobre las formas culturales. Thompson afirmaba en 1976: “Mi principal preocupación a lo largo
de toda mi obra ha sido la de abordar lo que para mí es un gran silencio de Marx, un silencio en
el ámbito de lo que los antropólogos llaman “el sistema de valores” […]. Un silencio en relación
con las mediaciones de tipo cultural y moral”. Su obra más conocida es The making of the
English work class (1963).
Cinco años antes, Raymond Williams había escrito Culture and Society (1958), explorando el
inconsciente cultural que conllevan los términos de “cultura”, “masas”, “multitudes” y “arte”,
asienta la historia de las ideas sobre una historia del trabajo social de producción ideológica.
Tanto en Williams como en Thompson se advierte una misma visión de la historia, construida a
partir de las luchas sociales y de la interacción entre cultura y economía y en que la noción de
resistencia a un orden impuesto por el “capitalismo como sistema” es fundamental. La época
sigue dominada, entre los intelectuales de izquierda por el debate entre la sumaria antinomia que
enfrenta la “base material” de la economía con la cultura, y que hace que esta última sea un
mero reflejo de ellas. Salir de este dilema imposible y reduccionista es uno de los desafíos a los
que habrán de enfrentarse los estudios culturales.
El trío de los padres fundadores se completará con un cuarto hombre: Stuart Hall. Aunque este
pertenece a otra generación, que no ha participado de la Segunda Guerra Mundial, y su
producción científica no alcanza su madurez hasta el umbral de los años setenta. De origen
jamaiquino, Hall insiste en la importancia de la experiencia del colonizado y reflexiona sobre la
eventual productividad de los legados del marxismo, debate sobre las aportaciones y los riesgos
de las teorías que se toman prestadas del posmodernismo o de la deconstrucción.
Veamos el contexto político de los años cincuenta. 1956 es a la vez la gran desilusión respecto
del modelo comunista (luego de Budapest, cuando Thompson abandona el Partido Comunista) y
el de una agresión que relanza la movilización antiimperialista entre los intelectuales ingleses
(por el conflicto del Canal de Suez). La pérdida de atractivo del laborismo y del comunismo y el
potencial movilizador de las luchas coloniales suscitarán una serie de movimiento de reacción
en los medios intelectuales. La New Left es un hervidero que refleja esos cambios y los articula
mediante revistas que hacen las veces de puentes entre espacios de investigación heterodoxa en
el mundo universitario. Ese es uno de los resortes de despegue y del impacto de los estudios
culturales: la conversación de las culturas populares o de los estilos de vida de las nuevas clases
en objetos dignos de una sabia inversión. Las trayectorias atípicas de los founding fathers
tropezarán con la dimensión socialmente muy cerrada del sistema universitario británico, por lo
que la total marginación se evitará a través de espacios académicos laterales y el compromiso
más allá de la izquierda laborista.
2. Los años de Birmingham (1964-1980): la primavera de los estudios culturales
En la universidad de Birmingham es donde nace, en 1964, el Centre for Contemporary Cultural
Studies (CCCS). El proyecto del centro es claro: quiere utilizar métodos y herramientas de la
crítica textual y literaria mediante el desplazamiento de la aplicación de las obras clásicas y
legítimas hacia los productos de la cultura de masas, hacia el universo de las prácticas culturales
populares. El reto también reside en lograr la aceptación de los sectores próximos a la
universidad, de legitimar académicamente una rama original dedicada a la cultura.
La investigación en el CCCS partirá, en primer lugar, del acervo de trabajos de Hoggart y de la
sensibilidad reflexiva ante todas las vívidas dimensiones de la cotidianidad de la clase obrera
que había explorado desde una forma original y profunda de autoetnografía. Pero una de las
características de Hoggart es hablar de un mundo que se erosiona, tanto es así que cinco años
después de una de sus publicaciones él mismo adjetivaba de trasnochadas sus explicaciones.
El proyecto inicial de una etnografía comprensiva de la cultura de las clases populares supone
múltiples replanteamientos sobre el terreno. El libro The uses of literacy trata de estudiar
también las nuevas formas de alfabetización, de competencias escolares y culturales. Hoggart
cuestiona la influencia que ejercen el acceso a la televisión o la prolongación de la
escolarización y teoriza sobre la capacidad de resistencia a los mensajes de los medios. La
reconsideración de las formas de sociabilidad obrera también implica prestar atención a una
dimensión que Hoggart relegaría a segundo término: las relaciones entre generaciones, las
formas de identidad y las subculturas específicas que ponen en práctica los jóvenes populares.
Las jóvenes subculturas representan uno de los ámbitos en los que los investigadores de CCCS
han resultado ser los más productivos, los más inventivos, los más identificados con las
dinámicas sociales. Aunque estos trabajos no siempre están exentos de una cierta fascinación
por su objeto, dos elementos hacen que su lectura sea estimulante. Una primera fuerza procede
de la capacidad de estos textos para restituir auténticos trozos de vida, alimentados por la
observación, una preocupación por el detalle que raras veces degenera en exotismo social. El
interés de estos análisis también obedece a su densidad teórica, es tributaria de los análisis de
Becker (1963) [mucho chupapijismo a Becker en los CC.SS.] sobre la desviación. Además, el
análisis de las subculturas se propone comprender sus retos políticos.
Bickers, hippies, mods, punks, rastas, rockers, skinheads, teddy-boys, las jóvenes “subculturas”
son objeto de un gran número de monografías desde comienzos de los años setenta. El marco
interpretativo tiene como punto de partida el de una crisis de reproducción del mundo obrero, en
el sentido de la imposibilidad de repetición, sin grandes alteraciones, de los roles paternos por
parte de los hijos. En esa misma época, los múltiples cambios (procesos de producción,
remuneraciones, desempleo masivo más tarde) que vive el mundo obrero remodelan y
desestabilizan su identidad. Al introducir las dimensiones del tiempo (crisis de los años setenta)
y de la etnicidad (los inmigrantes de primera o segunda generación también tienen sus
subculturas que suscitan simpatía o animosidad), estas investigaciones permiten comprender las
evoluciones, las hibridaciones, las contradicciones de esta sucesión de estilos, la coherencia de
cada uno de ellos.
Birmingham será uno de los primeros equipos en atraer la atención de las ciencias sociales sobre
bienes tan profanos como la publicidad o la música rock. Pero son los medios audiovisuales y
sus programas de información y entretenimiento los que poco a poco serán objeto de estudio
mediante las encuestas. “Codificación/decodificación” (Hall, 1977) merece ser destacado como
un texto importante en esta línea en tanto desarrolla un marco teórico que pone de relieve el
funcionamiento de un medio que no puede limitarse a una transmisión mecánica
(emisión/recepción) sino que ha de darle forma al material discursivo (discurso, imágenes,
relato) en el que intervienen datos técnicos, condiciones de producción y modelos cognitivos.
Este marco analítico hoy en día puede aparecer trivial, pero entonces implicaba tener en cuenta
todas las situaciones de desfase, de equívocos entre códigos culturales, es decir, las gramáticas
mediáticas que prevalecen en la producción del mensaje, por un lado, y las referencias
culturales de los receptores, por otro. La decodificación invita a tomarse en serio el hecho de
que los receptores tienen sus estatus sociales, culturales, y que ver o escuchar un mismo
programa no implica darle un sentido o evocar un recuerdo similar.
El movimiento tendrá finalmente dos ampliaciones: la primera desemboca en las cuestiones de
género, en la variable masculino/femenino. La apreciación del género obedece al trabajo
empírico que pone de manifiesto las diferencias de consumo y de valoración entre hombres y
mujeres en materia de televisión o de bienes culturales. La otra, simbolizada por las
comunidades de inmigrantes y por el asunto del racismo, ocupará un lugar preeminente gracias
al libro The Empire Strikes Back (CCCS, 1982) [glorioso nombre]. Se impone aquí por el
terreno y la presencia de poderosas comunidades de inmigrantes, por las reacciones de atracción
o del rechazo racista que suscitan.
Williams aporta la vertiente “historiadora” de los estudios culturales, ilustrando la coherencia de
los cuestionamientos tanto si se dirigen al pasado como al presente. Thompson crea en 1964 un
centro de investigaciones en historia social y se propone, sobre todo, comprender cómo la
contradictoria potencialidad de la cultura popular, compuesta de respeto a la autoridad y de
espíritu rebelde, de anclaje en las tradiciones y de una picaresca dimensión de búsqueda del
movimiento, interactúan con los poderes sociales. Se trata de plantearse una “economía moral”
del mundo popular frente al auge de la economía monetarizada.
Más allá de las desiguales figuras del mod del Soho de 1964 o el furtivo de Windsor de 1714, la
coherencia de estos trabajos trata siempre de abordar lo social por abajo, de observar la
cotidianidad de los sectores populares. Los estudios culturales nacen del rechazo del
legitimismo, de las jerarquías académicas de los objetos nobles e innobles. Se fijan en la
aparente trivialidad de la publicidad de las emisiones de entretenimiento, de las modas
indumentarias. El estudio del propio mundo popular se detiene mucho menos en las heroicas
figuras de los dirigentes que en la cotidiana sociabilidad de los grupos o en el detalle de los
decorados, prácticas y costumbres.
Esta predisposición implica favorecer métodos de investigación susceptibles de conocer de
cerca estas vidas ordinarias: etnografía, historia oral, investigación de los escritos que enseñan
lo popular (archivos judiciales, industriales, parroquiales) y no solo la gesta de los poderosos.
Por último, y por encima de todo, estos trabajos dependen de un análisis “ideológico” o externo
de la cultura. No se proponen solamente cartografiar las culturas, se analizan para preguntarse
por “las funciones que asumen en relación con la dominación social”.
Desde el momento en que se piensa en el tema de la cultura, resulta necesario un conjunto de
interrogantes teóricos y de conceptos. Cuatro de ellos ocupan un lugar estructurante:
1- Ideología: pensar en los contenidos ideológicos de una cultura no es más que
comprender, en un contexto determinado, en qué medida los sistemas de valores, las
representaciones que contienen, intervienen para estimular procesos de resistencia o de
aceptación del statu quo, en qué medida discursos y símbolos le otorgan a los grupos
populares una conciencia de su identidad y de su fuerza, o participan del registro
“alienante” de la aquiescencia a las ideas dominantes.
2- Hegemonía: conducida por la temática anterior y formulada por Gramsci. Es
fundamentalmente una construcción del poder a través de la conformidad de los
dominados con los valores del orden social, con la producción de una “voluntad
general” consensual. Se comprende entonces que la noción gramsciana sugiere prestar
atención a los medios de comunicación.
3- Resistencia: Lejos de ser unas consumidoras masivas, unas idiotas culturales, las clases
populares ponen en juego un repertorio de obstáculos de la dominación. Se trata del
conflicto social, pero también esa indiferencia práctica ante el discurso, que Hoggart
denominaba “consumo indolente”. También podría tratarse de los efectos de la burla, la
mala conciencia. Las subculturas entrarían en esta categoría.
4- Identidad: A medida que la dinámica de los trabajos superpone sobre las cosas sociales
variables como generación, género, etnicidad o sexualidad, pasa a ocupar un lugar
estratégico un cuestionamiento sobre el modo de constitución de los colectivos, una
creciente atención a la forma en que los individuos estructuran subjetivamente su
identidad.
La teoría se volvió objeto de importación. Muchos de los puntos de referencias críticos y
teóricos son franceses, italianos o alemanes, muy pocos británicos. Los autores señalan que pese
a sus virtudes objetivadoras, la investigación “administrativa” o aplicada, basada en
financiaciones contractuales y en el tratamiento cuantitativo de datos, no es nada propicia a
enfoques cualitativos ni al sometimiento a prueba de cuestionamientos críticos e innovadores.
En cuanto al funcionalismo, entonces todopoderoso, las maquinarias de Talcott Parsons laminan
los “terrenos”, disuelven, precisamente, la cuestión del poder y la dominación.
Los estudios culturales proceden de un desplazamiento fundacional que pone al servicio de la
cultura profana las herramientas teóricas que provienen de los estudios literarios. La noción de
“marxismo sociologizado” expresaría bastante bien las lógicas de importación conceptual del
CCCS. Sugiere un itinerario que sociologiza un planteamiento de crítica literaria a través de un
marxismo crítico. Ya se ha visto en qué medida el interés dispensado a Althusser y Gramsci
respondía a la voluntad de prestar más atención a la densidad y a la complejidad de las
mediaciones y las interacciones entre cultura y cambio social.
Uno de los cuadritos se pregunta: “Superar el marxismo… ¿con el marxismo?”. Y es que según
la teoría marxista, la primacía de las infraestructuras económicas determina superestructuras
(sistemas políticos, derecho, creación cultural) que no son sino sus productos. La diversidad de
las superestructuras de una sociedad, de una a otra “formación social”, no es más que un mero
“reflejo” de las relaciones de clase y de producción. La propia contribución de la cultura a la
estabilidad (o no) de un modelo de sociedad, su posible margen de autonomía, son, por lo tanto,
rechazados. Esta visión mecanicista hace que cualquier reflexión resulte superflua toda vez que
la explicación de las culturas se da por adelantado. Figuras como Thompson o Williams
empezarían a sentir cierta incomodidad teórica, y el Centro derivaría en préstamos teóricos a
Althusser, el estructuralismo, el psicoanálisis, la Escuela de Frankfurt (sobre todo Walter
Benjamin), Bajtín, Lukács y Gramsci.
Una hipoteca de los EE.CC. fue la escasa consistencia sociológica de algunas de sus
explicaciones. Es que muchos de los investigadores procedían de las humanidades y estaban
escasamente familiarizados con la sociología, incluida la de la cultura. El meollo del debate no
está en un patriotismo u ortodoxia disciplinar, sino en los efectos prácticos de un
desconocimiento de los “fundamentales” de las ciencias sociales.
Un segundo error que marcan es que no todas las investigaciones de Birmingham han escapado
de la doble trampa del miserabilismo y del populismo. La ruptura con el legitimismo (el sesgo
que lleva a plantearse la relación de las clases populares con la cultura desde la perspectiva de la
carencia) plantea dos dificultades epistemológicas. Por un lado, el miserabilismo que
eventualmente observa con atención y simpatía la cultura popular pero que, sin embargo, sigue
siendo percibida como un modo lacrimoso o reductor con el trágico destino de no poder acceder
al estatus de cultura completa. Y por el otro, el populismo sociológico que, simétrico al
miserabilismo, consiste en celebrar y magnificar todas y cualesquiera prácticas culturales
revestidas sistemáticamente de un “plus”: de autenticidad, de profundidad, de simplicidad, de
virtud. Populismo, que no siempre es ajeno a la demagogia.
Por último, el pecado original de los estudios culturales obedece a su déficit de interés por la
historia y por la economía, especialmente la segunda, que hipoteca el proyecto del materialismo
cultural integrando la dimensión de la producción y de la circulación de los bienes culturales.
Este descuido económico será objeto, esporádicamente, de una confrontación entre los estudios
culturales y una corriente de investigadores británicos, pero también franceses e italianos, para
quienes un enfoque interdisciplinar de la cultura no puede pasar por alto su “economía política”.
Tres datos expresan el dinamismo de aquellos años:
a- La renovación del temario y de los planteamientos. La cultura ya no era objeto de
devoción o de erudición sino que era cuestionada por su relación con el poder.
b- La singular combinación entre investigación y compromiso. El legado del centro no se
explica a pesar de los compromisos de sus promotores sino porque dos generaciones de
investigadores invirtieron en un trabajo concienzudo diversas formas de pasión, de
cólera, de compromiso, frente a un orden social que consideraban injusto y que se
proponían cambiar.
c- El rechazo de los patriotismos de disciplina (entre el análisis literario, sociología de la
desviación, etnografía y análisis de los medios) ha engendrado una fecunda
interdisciplinaridad.
3. Las ambivalencias de los campos de estudio de la recepción
En la evolución de los estudios culturales, los años ochenta se asocian a la imagen del “giro
etnográfico”. La expresión designa de forma cómoda un desplazamiento hacia el estudio de las
modalidades diferenciales de recepción de los medios por los distintos públicos, concretamente
en materia de programas televisados. Watching Dallas de Ien Ang (1982) será una de las obras
de referencia de la mutación de los EE.CC. [Mattelart y Neveu le tiran un poco de mierda
metodológica].
Si hubo un “giro” que marcara el comienzo de los años ochenta, ese es el inicio de un campo de
estudio sobre la recepción de los medios, que intenta hacer operativos modelos como el de
codificación-decodificación de Hall. David Morley lo llevará a cabo mediante el estudio de
recepción de Nationwide siendo el primero en introducir la técnica de los grupos focales y
evidenciando un doble avance científico: primero verifica empíricamente el marco analítico
planteado por Hall y segundo, permite poner de manifiesto algunas insuficiencias y lagunas de
este modelo que mezcla cuestiones de comprensión, reconocimiento, interpretación y reacción.
Para comprender la evolución de los estudios culturales no hay que amputarles su parte política
ni olvidar que la investigación no se desarrolla solo en el mundo de las ideas y de los métodos.
El “giro etnográfico” es inseparable de otros giros que dejan huella en la Gran Bretaña de los
años ochenta, empezando con el giro político de la instalación de Thatcher en el gobierno.
También se verifica una erosión de las identidades. Al poner el acento en los nuevos marcadores
de la “sociedad de consumo” y en la “libertad de elección del individuo” los diagnósticos de
Hall en Marxism Today se prestan a críticas en el seno de la izquierda francesa. Se le reprocha
su adhesión al mito del boom orquestado por el gobierno neoliberal. En 1991, Hall explicaba
que el “replanteamiento” de los estudios culturales contenía algunos de los siguientes factores:
1. La “globalización” de origen económico, 2. La fractura de los “paisajes sociales” en las
“sociedades industriales avanzadas”, 3. La fuerza de las migraciones que “transforman nuestro
mundo en silencio”, 4. El proceso de homogeneización y diferenciación que socava, por arriba y
por abajo, las fuerzas organizadoras de las representaciones del Estado nación. Y cabe añadir a
su lista la ruptura que representa la cuasi obligación de invertir sus energías en movimientos
sociales, en vez de hacerlo en organizaciones partidistas.
Los nuevos tiempos y el giro etnográfico también obedecen a procesos generacionales. Se trata
en primer lugar de la llegada de la que podría denominarse la tercera generación de
investigadores. Se trata también del acceso a la edad adolescente y adulta de generaciones
socializadas por la televisión y por todos los recursos de las industrias culturales desde su más
tierna infancia, lo que conlleva una exigencia de métodos de investigación más adecuados para
percibir la “dimensión corriente del sujeto”. También se aprecia una disminución de los estudios
sobre subculturas, por perder la noción de subcultura como concepto estable de formas
auténticas y originales, de resistencia, en un determinado momento histórico y geográfico; la
aceptación de cada subcultura en la cultura mainstream causaba su propia muerte.
[Hay un debate sobre televisión europea entre Ang y Mattelart, lo salteamos.]
[El capítulo 4 lo leí dos veces como un gil pero según el programa no entra, seguimos.]

STUART HALL, “Codificar/Decodificar”. (1980)


Tradicionalmente, la investigación en comunicaciones de masas ha conceptualizado el proceso
de comunicación en términos de circuito de circulación. Este modelo ha sido criticado por
linealidad –emisor/mensaje/receptor-, por su concentración en el nivel del intercambio de
mensaje y por la ausencia de una concepción estructurada de diferentes momentos como una
estructura compleja de relaciones. Pero también es posible (y útil) pensar este proceso en
términos de una estructura producida y sostenida a través de la articulación en momentos
relacionados pero distintivos –producción, circulación, distribución/consumo, reproducción-.
Esto llevaría a pensar el proceso como una “estructura compleja dominante”.
Esta segunda aproximación tiene además la ventaja de descubrir más agudamente cómo un
circuito continuo –producción-distribución-producción- puede sostenerse a través del “pasaje de
formas”. También ilumina la especificidad de formas en que el producto del proceso “aparece”
en cada momento, y de ese modo, qué distingue “producción” discursiva de otros tipos de
producción de nuestra sociedad y en los sistemas de comunicación modernos.
El “objeto” de estas prácticas es el significado y los mensajes en la forma de vehículos de signos
de una clase específica organizados. Los aparatos, relaciones y prácticas de producción son
concebidos en un cierto momento (el momento de producción/circulación) en la forma de
vehículos simbólicos constituidos dentro de la reglas del lenguaje. Este proceso requiere, en el
extremo de la producción, sus instrumentos materiales –sus “medios”- así como sus propios
equipos de relaciones sociales (de producción). Una vez completado, el discurso debe ser
entonces traducido en prácticas sociales si el circuito va a ser a la vez completado.
Así, no queriendo limitar la investigación “a seguir solo aquellas líneas guía que emergen de los
análisis de contenido”, debemos reconocer que la forma discursiva del mensaje tiene una
posición privilegiada en el intercambio comunicativo (desde el punto de vista de la circulación),
y que los momentos de “codificación” y “decodificación” son momentos determinados a través
de una “autonomía relativa” en relación con el proceso de comunicación como un todo. Por
ejemplo, en el momento en que un hecho histórico pasa bajo el signo del discurso está sujeto a
todas las “reglas” complejas formales a través de las cuales el lenguaje significa.
Desde esta perspectiva general, podemos caracterizar el proceso de comunicación televisivo,
grosso modo, como sigue: las estructuras institucionales de broadcasting, con sus prácticas y
redes de producción, sus relaciones organizadas e infraestructuras técnicas, se requieren para
producir un programa. Usando la analogía de El Capital, este es un “proceso de trabajo” en el
modo discursivo.
Tomando prestados términos de Marx –circulación y recepción- son, en efecto, “momentos” del
proceso de producción en televisión y son incorporados mediante un número de
retroalimentaciones estructuradas e indirectas en el proceso mismo de producción. Consumo y
recepción del mensaje de televisión son también en sí mismos “momentos” del proceso de
producción en un sentido más amplio, y a pesar de ser el último, es “predominante” porque es el
“punto de partida de la efectivización” del mensaje.
Dentro de las estructuras de la radiofonía, antes de que el mensaje pueda tener un “efecto” debe
primero estar codificado. Es este conjunto de significados codificados el que “tiene un efecto”,
influye, entretiene, instruye o persuade, con consecuencias de comportamientos, perceptuales,
cognitivas, emocionales, ideológicas muy complejas. En un momento “determinado” la
estructura emplea un código y produce un “mensaje”; en otro momento determinado el
“mensaje” a través de su decodificación se emite dentro de la estructura de las prácticas
sociales.
Los grados de simetría –esto es, los grados de “comprensión” e “incomprensión” en el
intercambio comunicativo- dependen de los grados de simetría/asimetría (relaciones de
equivalencia) establecidos entre la posición de “personificaciones”, codificador-productor y
decodificador-receptor. Las llamadas “distorsiones” o “malentendidos” surgen precisamente por
la falta de equivalencia entre los dos lados del intercambio comunicativo.
[Personalmente, lo que sigue me parece sumamente falopa y de fácil falsación] El conocimiento
“discursivo” es el producto de una transparente representación de lo “real” en el lenguaje sino
de la articulación del lenguaje en relaciones y condiciones reales. Así, no existe un discurso
inteligible sin la operación de un código icónico y los signos son por lo tanto signos codificados
también –aún si los códigos funcionan en forma muy diferente aquí que en los de otros signos.
No hay grado cero en el lenguaje. La aparente fidelidad de la representación de la cosa es el
resultado de una práctica discursiva.
Ciertos códigos pueden, por supuesto, estar tan ampliamente distribuidos en el lenguaje
específico de una comunidad o cultura, y haber sido aprendidos a tan temprana edad, que
pueden parecer que no están construidos sino ser dados “naturalmente”. Los signos visuales
simples parecen haber adquirido una “casi-universalidad” en el sentido de que son específicos
de una cultura. Sin embargo, esto no significa que no existan códigos que han sido
profundamente “naturalizados”. La operación de códigos naturalizados revela no la
transparencia y “naturalidad” del lenguaje sino la profundidad del hábito y la “casi-
universalidad de los códigos en uso. Ellos producen reconocimientos aparentemente
“naturales”, lo que tiene el efecto (ideológico) de ocultar las prácticas de codificación que están
presentes. Pero en realidad, lo que el código naturalizado demuestra es el grado de hábito
producido cuando hay un vínculo y reciprocidad –una equivalencia- entre los extremos de
codificación y decodificación de un intercambio de significados.
Esto conduce a pensar que el signo visual de “vaca” en realidad es (más que representa) el
animal vaca. Pero si pensamos en la representación visual de una vaca en un manual, y más aún
en el signo lingüístico “vaca”, podemos ver que ambos, en diferentes grados, son arbitrarios con
respecto al concepto de animal que ellos representan. La articulación de un signo arbitrario -
visual o verbal- con el concepto de un referente es el producto no de la naturaleza sino de una
convención, y la convención de los discursos requiere la intervención, el soporte, de códigos.
Los signos icónicos son, sin embargo, particularmente vulnerables de ser leídos como naturales
porque los códigos de percepción visual están ampliamente distribuidos y porque este tipo de
signo es menos arbitrario que el lingüístico: el signo lingüístico “vaca” no posee ninguna de las
propiedades de la cosa representada, mientras que el signo visual parece poseer algunas de estas
propiedades.
La teoría lingüística frecuentemente emplea la distinción entre “denotación” y “connotación”.
El término “denotación” se equipara con el sentido literal de un signo y “connotación” en
cambio suele ser empleado para referirse a significados menos fijados y por tanto más
convencionalizados, asociativos, los cuales varían y dependen de la intervención de códigos.
Hall no usa la distinción denotación/connotación de esta manera. Desde su punto de vista se
trata de una distinción analítica que no debe ser confundida con distinciones en el mundo real.
En el discurso real la mayoría de los signos combinan ambos aspectos, el denotativo y el
connotativo. El signo parece adquirir su valor ideológico pleno en el nivel de los significados
“asociativos” (o sea, en el nivel connotativo). Por tanto, en el nivel connotativo del signo las
situaciones ideológicas alteran y transforman la significación. En este nivel podemos ver más
claramente la intervención de las ideologías en y sobre el discurso. Aquí el signo se abre a
nuevas entonaciones y, en términos de Voloshinov, entra plenamente en una lucha acerca de las
significaciones: la lucha de clases dentro del enunciado. Esto no significa que el significado
denotativo o “literal” esté fuera de la ideología. En efecto, se puede decir que su valor
ideológico está fuertemente fijado porque se ha vuelto tan plenamente universal y “natural”. Los
términos “denotación” y “connotación” entonces son herramientas analíticas, no para distinguir,
en contextos particulares, entre la presencia/ausencia de ideología en el lenguaje sino para
distinguir los diferentes niveles en los cuales ideologías y discursos se intersectan.
En el nivel de la connotación claramente se contraen relaciones del signo con un universo de
ideologías en la sociedad. Estos códigos son los medios por los cuales el poder y la ideología
significan en los discursos particulares. Los niveles connotativos de significación, como subraya
Barthes, “tienen una estrecha comunicación con la cultura, el conocimiento, la historia, y es a
través de ellos que el contexto, en torno del mundo, invade el sistema lingüístico y semántico.
Ellos son fragmentos de ideología.”
El así llamado nivel denotativo del signo televisivo está fijado por ciertos códigos muy
complejos pero limitados o “cerrados”. La polisemia no debe ser confundida sin embargo con el
pluralismo [esto está en Morley]. Los códigos connotativos no son iguales entre ellos. Cualquier
sociedad o cultura tiende, con diferentes grados de clausura, a imponer sus clasificaciones del
mundo político, social y cultural. Estas constituyen el ORDEN CULTURAL DOMINANTE
aunque nunca sea unívoco o incontestable. La cuestión de la “estructura de discursos
dominantes” es un punto crucial. Las diferentes áreas de la vida social están diseñadas a través
de dominios discursivos jerárquicamente organizados en significados dominantes o preferentes.
Se dice “dominantes” y no “determinantes” porque existe un patrón de “lecturas preferentes”
[también en Morley] y ambos llevan el orden institucional/político e ideológico impreso en ellos
y se han vuelto ellos mismo institucionalizados. Al hablar de “significados dominantes”,
entonces, no se habla de un lado del proceso que gobierna cómo los hechos serán significados.
Consiste en el “trabajo” necesario para reforzar, ganar plausibilidad y dirigir como legítima la
decodificación de un evento dentro del límite de definiciones dominantes en la cuales ha sido
connotativamente significado.
Se argumentó antes que no existe correspondencia necesaria entre codificación y
decodificación: la primera puede intentar dirigir pero no puede garantizar o prescribir la última,
que tiene sus propias condiciones de existencia. A no ser que sea dislocada, la codificación
tendrá el efecto de construir alguno de los límites y parámetros dentro de los cuales operará la
decodificación. Si no hubiera límites, la audiencia podría simplemente leer lo que se le ocurriera
en un mensaje. De cualquier forma, esta “correspondencia” no está dada sino constituida. No es
“natural” sino producto de una articulación entre dos momentos distintivos. Y el primero no
puede garantizar ni determinar, en un sentido simple, qué códigos de decodificación serán
empleados. De lo contrario, el circuito de la comunicación sería uno perfectamente equivalente
y cada mensaje sería una instancia de “comunicación perfectamente transparente”
STUART HALL, “El problema de la ideología: marxismo sin
garantías”. (1983)
En las últimas dos décadas, la teoría marxista ha experimentado un resurgimiento notable
aunque sinuoso y disparejo. Incluso a través del posmarxismo, la escuela inicial tiene una
curiosa capacidad de vida después de la muerta, siendo constantemente “trascendido” y
“preservado”. El ámbito más instructivo desde el cual observar este proceso es la ideología.
Perry Anderson (1976) señaló una intensa preocupación en los cuarteles del marxismo acerca de
cuestiones relacionadas con la filosofía, la epistemología, la ideología y las superestructuras. El
haber privilegiado estas cuestiones en el marxismo reflejó, según Anderson, el aislamiento
general de los intelectuales del marxismo occidental europeo respecto de los imperativos de la
organización y la lucha política de masas; su divorcio de las “tensiones de una relación activa o
directa con una audiencia proletaria”. El resultado fue un descompromiso general respecto de
los temas y problemas clásicos del Marx maduro.
El surgimiento de la visibilidad de la ideología tiene una base más objetiva. En primer lugar, los
desarrollos reales que se han producido en los modos en que la consciencia masiva es formada y
transformada: el crecimiento masivo de las industrias culturales. En segundo lugar, las
cuestiones preocupantes acerca del “consentimiento” de la masa de la clase trabajadora al
sistema de las sociedades del capitalismo avanzado en Europa y, por lo tanto, su estabilización
parcial contraria a cualquier expectativa. Por supuesto que el consentimiento no se mantiene
solo a través de los mecanismos de la ideología pero ciertamente no pueden ser disociados.
El problema de la ideología consiste, dentro de la teoría materialista, en dar cuenta del modo en
que surgen las ideas sociales. Necesitamos entender cuál es su rol en una formación social
particular, en tanto da forma a la lucha para cambiar la sociedad y abre el camino hacia una
transformación socialista. Por ideología Hall entiende los mensajes marco –los lenguajes, los
conceptos, imágenes de pensamiento y sistemas de representación- que diferentes clases y
grupos sociales utilizan para dar sentido, definir, configurar y volver inteligible el modo en que
funciona la sociedad.
Hay serias fluctuaciones en el uso que Marx hace del término, y Hall va a dedicar páginas y
páginas a esa paja intelectual. Pero en muchas ocasiones, Marx se refiere a la ideología como a
los conocimientos tanto prácticos como teóricos que posibilitan a la gente “configurar” la
sociedad y dentro de cuyas categorías y discursos nosotros “vivimos” y “experimentamos”
nuestro posicionamiento objetivo en las relaciones sociales. En otras ocasiones asignaría un
rasgo negativo al término “ideología” por referirse a manifestaciones del pensamiento burgués:
las categorías ideológicas “ocultan” la realidad subyacente y la sustituyen por la “verdad” de las
relaciones de mercado.
Y aquí comienza una relectura que busca a la vez retener muchas de las observaciones
profundas del Marx original pero también expandirlo hacia algunas teorías más recientes.
La producción capitalista es definida por Marx como un circuito. Este circuito explica no sólo la
producción y el consumo sino la reproducción, los modos en que se sostienen las condiciones
para garantizar la continuidad del circuito. Cada momento es vital para la generación y
realización del valor. Cada momento establece ciertas condiciones para el otro, esto es, cada uno
determina o es dependiente del otro.
Ahora bien, este circuito puede ser construido, ideológicamente, de varias maneras. Los teóricos
modernos han llegado a un quiebre con la determinación económica de la ideología a través de
trabajos sobre el lenguaje, entendiendo que el lenguaje es el medio por excelencia a través del
cual las cosas son representadas en el pensamiento y, por lo tanto, es el medio en el que la
ideología es generada y transformada. Pero en el lenguaje, la misma relación social puede ser
representada y construida de maneras diferentes.
Uno de los argumentos de Hall es que implícitamente [leyó la mente de], Marx dice que, en un
mundo en el que los mercados existen y el intercambio mercantil domina la vida económica,
sería especialmente inusual que no hubiera categorías que nos permitieran pensar, hablar y
actuar en relación, precisamente, con ese intercambio. En un mundo saturado por el intercambio
de dinero y mediado por todas partes por el dinero, la experiencia del “mercado” es la
experiencia más inmediata, diaria y universal del sistema económico para cualquiera.
En adelante, algunas de las conclusiones que Hall extrae de su relectura:
El análisis no está organizado alrededor de la distinción entre lo “real” y lo “falso”. Los efectos
oscurecedores o mistificadores de la ideología no son vistos como el producto de una ilusión
mágica o engañosa. No están atribuidos simplemente a la falsa conciencia en la cual nuestros
pobres e incultos proletarios han habitado desde siempre. Las relaciones en las cuales vive la
gente son “relaciones reales” que son articuladas por las categorías y conceptos que usan para
aprehenderlas.
El mismo proceso, la producción y el intercambio capitalista puede ser expresado dentro de un
marco ideológico diferente, por el uso de distintos “sistemas de interpretación”. Existe un
discurso de “mercado”, un discurso de la “producción”, un discurso de los “circuitos”: cada uno
produce una definición diferente del sistema. Cada uno nos ubica de maneras diferentes como
trabajadores, capitalistas, asalariados, esclavos, productores, consumidores, etc.
Las categorías ideológicas en uso, en otras palabras, nos posicionan en relación con el modo en
que el proceso es formulado en el discurso. El/la trabajador/a que se relaciona con sus
condiciones de existencia en el sistema capitalista como “consumidor/a”, que entra en el
sistema, por así decirlo, a través de esta compuerta, participa del proceso a través de diferentes
prácticas con respecto a aquellos que se inscriben como “trabajador especializado” o, no se
inscriben en absoluto, como “amas de casas”. Todas estas inscripciones tienen efectos que son
reales. Producen una diferencia material en la medida en que el modo en que actuamos en
ciertas situaciones depende del modo en que definimos esas situaciones.
La aproximación de Voloshinov al signo como “arena de la lucha de clases” reemplaza la
noción de significaciones ideológicas fijas y de ideologías adscriptas a clases por los conceptos
de terreno ideológico de lucha y la tarea de transformación ideológica. Es un movimiento
general en esta dirección, alejándose de una teoría general abstracta de la ideología y hacia
modos más concretos de análisis, el modo en que en situaciones históricas particulares, las ideas
“organizan las masas humanas y crean terreno en el cual se mueven los hombres, adquieren
conciencia de su posición, luchas, etc.”.
Gramsci argumentó que la lucha ideológica no se lleva a cabo desplazando un modo de
pensamiento integral y completo de clase por otro sistema de ideas totalmente organizado: “Lo
que importa es la crítica a que un complejo ideológico tal es sometido por los primeros
representantes de una nueva fase histórica. Esta crítica hace posible un proceso de
diferenciación y cambio en el peso relativo que los elementos de la vieja ideología solía tener”.
Esta posición, conocida como “guerra de posiciones”, también significa la articulación de
diferentes concepciones de la “democracia” dentro de una cadena de ideas asociadas. Ninguna
concepción ideológica puede ser materialmente efectiva a no ser que pueda ser articulada en el
terreno de las fuerzas sociales y políticas y en las luchas entre diferentes fuerzas en juego.
Son los “trazos” que Gramsci (1971) menciona: los “depósitos estratificados de la filosofía
popular” que no tienen inventario pero a través de los cuales se establecen y definen los campos
por los que la lucha ideológica puede probablemente moverse. Este terreno, sugiere Gramsci, es,
ante todo, el terreno de lo que llama “sentido común”, e insiste en que es precisamente en este
terreno que se produce, con más frecuencia, la lucha ideológica. En última instancia, “la
relación entre el sentido común y el nivel más alto de la filosofía está asegurada por la política”.
Las ideas se convierten en efectivas solo cuando, al final, conectan una particular constelación
de fuerzas sociales. En este sentido, la lucha ideológica es parte de la lucha social general por el
liderazgo y la conducción; en otras palabras, por la hegemonía. La determinación de lo
económico sobre lo ideológico puede, por lo tanto, serlo solo en términos del establecimiento de
límites para definir el terreno de operaciones, estableciendo las “materias primas” del
pensamiento.
Esta es una concepción diferente de la determinación con respecto a la del “determinismo
económico” o en el sentido del modo de una totalidad expresiva de concebir las relaciones entre
estas diferentes prácticas en una formación social. Lo económico no puede producir una
clausura final sobre el dominio de la ideología, en el sentido estricto de garantizar siempre un
resultado. Esto es, precisamente porque a) las categorías ideológicas son desarrolladas,
generadas y transformadas de acuerdo con sus propias leyes de desarrollo y evolución; aunque,
por supuesto, son generadas a partir de materiales dados. Es también porque b) hay una
necesaria “apertura” del desarrollo histórico a las prácticas y la lucha.
Comprender las determinación en el sentido del establecimiento de límites y parámetros, en la
definición del espacio de operaciones, las condiciones concretas de existencia, lo “dado” de las
prácticas sociales, en vez de considerar la determinación en términos de una absoluta
predictibilidad de resultados particulares, es la única base de un “marxismo sin garantías
finales”. Esto permite establecer el horizonte abierto de la teorización marxista: la
determinación sin clausuras garantizadas.

VALENTIN VOLOSHINOV, “El signo ideológico y la filosofía del


lenguaje”. Parte I. (1929)
Capítulo 1
Cualquier producto ideológico es parte de una realidad natural o social no solo como un cuerpo
físico, sino que además refleja y refracta otra realidad, la que está representada más allá de su
materialidad. Todo producto ideológico posee una significación: representa, reproduce,
sustituye algo que se encuentra fuera de él, esto es, aparece como signo. Donde no hay signo no
hay ideología. Un cuerpo físico es, por así decirlo, igual a sí mismo: no significa nada
coincidiendo por completo con su carácter natural único y dado. Aquí no cabe hablar de
ideología.
Pero cualquier cuerpo físico puede ser percibido como una imagen de algo. La cosa física se
convierte en signo, y eso puede suceder con cualquier instrumento de producción. Por sí
mismos, carecen de significación y les corresponde solo un destino determinado, pero una
herramienta de trabajo puede ser convertida en signo ideológico como la hoz y martillo del
escudo de estado de la URSS [deep marxist shit intensifies].
Al convertirse en signo, adquiere una significación que rebasa los límites de su dación singular.
A todo signo pueden aplicársele criterios de una valoración ideológica (mentira, verdad,
corrección, justicia, bien, etc.). El área de la ideología coincide con la de los signos. Entre ellos
se puede poner un signo de igualdad. Donde hay un signo, hay ideología. Todo lo ideológico
posee una significación sígnica.
El carácter sígnico es la determinación general de todos los fenómenos ideológicos. Todo signo
ideológico no solo aparece como un reflejo, una sombra de la realidad, sino también como parte
material de esta realidad. El signo es fenómeno del mundo exterior. Tanto el signo mismo como
todos los efectos que produce, esto es, aquellas reacciones, actos y signos nuevos que genera el
signo en el entorno social, transcurren en la experiencia externa.
Aquí Voloshinov atacará tanto a la filosofía idealista de la cultura como a la filosofía
psicologista, por afirmar que la ideología es un hecho de la conciencia. No tienen en cuenta,
dirá, que al signo se le opone otro signo, y que la propia conciencia sólo puede realizarse y
convertirse en un hecho real después de plasmarse en algún material sígnico. Los signos surgen
tan solo en el proceso de interacción entre conciencias individuales. La misma conciencia
individual está repleta de signos. La conciencia solo deviene conciencia al llenarse de un
contenido ideológico, es decir sígnico y, por ende, solo en el proceso de interacción social. El
lugar auténtico de lo ideológico se encuentra en el ser: en el específico material sígnico y social
creado por el hombre. Su especificidad consiste justamente en el hecho de situarse entre los
individuos organizados.
El signo solo puede surgir en un territorio interindividual, territorio que no es “natural” en el
sentido directo de esta palabra: el signo tampoco puede surgir entre dos homo sapiens. Es
necesario que ambos individuos estén socialmente organizados, que representen un colectivo:
solo entonces puede surgir entre ellos un medio sígnico (semiótico). La conciencia individual no
solo es incapaz de explicar nada en este caso, sino que, por el contrario, ella misma necesita ser
explica a partir del medio ideológico social. La conciencia individual es un hecho ideológico y
social.
La conciencia se construye y se realiza mediante el material sígnico, creado en el proceso de
comunicación social de un colectivo organizado. La conciencia individual se alimenta de
signos, crece en base a ellos, refleja en sí su lógica y sus leyes.
Pero el carácter sígnico y el condicionamiento global y multilateral mediante la comunicación
no se expresa en ninguna forma tan descollante y plena como en el lenguaje. La palabra es el
fenómeno ideológico por excelencia. Toda la realidad de la palabra se disuelve por completo en
su función de ser signo. En la palabra no hay nada que sea indiferente a tal función y no fuese
generado por ella. La palabra es el medio más puro y genuino de la comunicación social.
La palabra posee otra particularidad de suma importancia, que la convierte en el medio
predominante de la conciencia individual. Al mismo tiempo se produce mediante los recursos
de un organismo individual sin intervención alguna de cualesquiera instrumentos o materiales
extracorporales (y debido a ello llegó a convertirse en el material sígnico de la vida interior, esto
es, de la conciencia). Pero también la palabra acompaña, como un ingrediente necesario, a toda
la creación ideológica en general, es decir que es el material de la expresión exterior.
No existe un solo signo cultural que, al ser comprendido y conceptualizado, quede aislado, sino
que al contrario, todos ellos forman parte de la unidad de una conciencia estructurada
verbalmente. La conciencia siempre sabe encontrar una aproximación verbal hacia el signo. La
palabra está presente en todo acto de comprensión y en todo acto de interpretación.
Todos los rasgos expuestos: su pureza sígnica, su neutralidad ideológica, su capacidad de
convertirse en discurso interno y, finalmente, su ubicuidad en cuanto fenómeno colateral de
todo acto consciente, convierten a la palabra en el objeto básico de estudio de las ideologías.
[Relacionar con los 3 textos de análisis del discurso].
Capítulo 2
Cuando se plantea el problema de la forma en que las bases determinan las ideologías, se da una
respuesta correcta pero demasiado general y, por tanto, polivalente: las determinan causalmente.
El territorio de aplicabilidad de las categorías de la causalidad mecánica es sumamente
reducido, e incluso en las mismas ciencias naturales se reduce cada vez más a medida de la
amplificación dialéctica de sus fundamentos.
Las formas del signo están determinadas ante todo tanto por la organización social de los
hombres como por las condiciones más inmediatas de su interacción [ver Morley luego de esta
frase]. En cuanto cambian las formas, cambia el signo. Una de las tareas del estudio de las
ideologías debe consistir en examinar la vida social del signo verbal.
Todo signo ideológico, incluyendo el verbal, al plasmarse en el proceso de la comunicación
social está determinado por el horizonte social de una época dada y de un grupo social dado.
Para que un tema forme parte del horizonte social de un grupo y suscite una reacción semiótico-
ideológica, es necesario que dicho tema esté relacionado con los presupuestos socioeconómicos
más importantes del grupo mencionado; es preciso que involucre siquiera parcialmente las bases
de la existencia material del grupo señalado. [Acá también si no vemos algo de Morley estamos
re perdidos]. Es indispensable que el tema posea una significación interindividual; solo entonces
podrá ser objeto de una formalización semiótica. En otras palabras, solo aquello que posea un
valor social puede entrar en el mundo de la ideología, constituirse y consolidarse en él.
La existencia reflejada del signo no tanto se refleja propiamente como se refracta en él. ¿Qué es
lo que determina la refracción del ser en un signo ideológico? Es la intersección de los intereses
sociales de orientación más diversa, dentro de los límites de un mismo colectivo semiótico; esto
es, la lucha de clases.
La clase social no coincide con el colectivo semiótico, es decir, con el grupo que utiliza los
mismos signos de la comunicación ideológica. Así las distintas clases sociales usan una misma
lengua. Como consecuencia, en cada signo ideológico se cruzan los acentos de orientaciones
diversas. El signo llega a ser la arena de la lucha de clases.
Este carácter multi-acentuado del signo ideológico es su aspecto más importante. En realidad, es
tan solo gracias a este cruce de acentos que el signo permanece vivo, móvil y capaz de
evolucionar. Un signo sustraído de la tensa lucha social, un signo que permanece fuera de la
lucha de clases inevitablemente viene a menos, degenera en una alegoría, se convierte en el
objeto de la interpretación filológica.
Pero justamente aquello que hace vivo y cambiante al signo ideológico lo convierte al mismo
tiempo en un medio refractante y distorsionador de la existencia. La clase dominante busca
adjudicar al signo ideológico un carácter eterno por encima de las clases sociales, pretenden
apagar y reducir al interior la lucha de valoraciones sociales que se verifica en él, trata de
convertirlo en signo monoacentual. Pero en realidad, todo signo ideológico vivo posee, como
Jano bifonte, dos caras. Cualquier injuria puede llegar a ser elogio y este carácter internamente
dialéctico del signo se revela hasta sus últimas consecuencias durante las épocas de crisis.

NÉLIDA ARCHENTI ET AL, “Focus group y otras formas de


entrevista grupal”. (2007)
Las entrevistas grupales se caracterizan por la presencia simultánea e varios entrevistados que se
relacionan a través de técnicas conversacionales. El FOCUS GROUP es un tipo de entrevista
grupal que se enmarca dentro de los enfoques cualitativos; su dinámica se basa en organizar un
grupo particular de personas para que discutan un tema determinado que constituye el objeto de
la investigación. La información, producto de esa interacción que refleja las perspectivas y
especia grupales, es registrada y clasificada para su análisis. Finalmente, el material se analiza
para elaborar conclusiones y sugerencias.
Los miembros del grupo son seleccionados en función de los objetivos del estudio y de acuerdo
con ciertos requisitos que la técnica establece; generalmente se trata de individuos que
comparten ciertas características (sexo, edad, nivel económico-social). Los grupos se conforman
de manera homogénea según estos criterios y son heterogéneos entre sí.
La información buscada no son las actitudes y opiniones individuales sino el resultado de la
situación social de debate, donde unas opiniones son influidas por otras. Un estudio basado en
grupos focalizados requiere: una selección adecuada de los integrantes de los grupos, un
moderador/facilitador entrenado, un clima de confianza y tolerancia, y analistas
experimentados.
En el intercambio de ideas los sujetos puede reconsiderar sus propias posiciones y, como
producto de la comunicación, suelen surgir temáticas y perspectivas que no estaban explícitas
con anterioridad a la discusión. Este tipo de información no es recabable a través de otros
métodos de recolección [acá le faltó Vigilancia Epistemológica a Gassman and team] de datos.
Metodológicamente no está orientado hacia la medición sino hacia la comprensión de conductas
y actitudes. La principal riqueza de la técnica, entonces, reside en la reformulación de los
significados que se produce en la dinámica grupal.
[Después hay especificaciones sobre el rol del coordinador o la elección de los miembros, de
baja.]

UNIDAD 3: LA CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO CUANDO SE


INVESTIGA LA PRODUCCIÓN SOCIAL DE SENTIDO
MARC ANGENOT, “El discurso social. Los límites de lo pensable y lo
decible”. Capítulos 1, 2 y 3. (1989)
El discurso social van a ser “los sistemas genéricos, los repertorios tópicos, las reglas de
encadenamiento que, en una sociedad dada, organizan lo decible –lo narrable y opinable- y
aseguran la división del trabajo discursivo”. Lo que él propone es tomar en su totalidad la
producción social del sentido y de la representación del mundo, producción que presupone el
“sistema completo de los intereses de los cuales una sociedad está cargada”. Su intención será
tratar de lleno la enorme masa de los discursos que hablan, que hacen hablar al socius y llegan
al oído del hombre en sociedad. Todos esos discursos están provistos de aceptabilidad y
encanto: tienen eficacia social y públicos cautivos, cuyo habitus dóxico conlleva una
permeabilidad particular a esas influencias, una capacidad de apreciarlas y de renovar su
necesidad de ellas.
Toma como objeto concreto, para ilustrar y validar su reflexión sobre el discurso social, la
totalidad de la “cosa impresa” en francés (o, al menos, un muestreo muy extenso de ella)
producida en el curso de un año: 1889. Se trata de establecer un corte sincrónico arbitrario para
describir y dar cuenta de lo escribible de esa época. Esta empresa no apunta solamente a
producir una descripción, supone la construcción de un marco teórico y de enfoques
interpretativos, en especial, llegar a dar una consistencia teórica a la noción de “discurso social”.
Hablar de discurso social es abordar los discursos como hechos sociales y, a partir de allí, como
hechos históricos. Hechos que “funcionan independientemente” de los usos que cada individuo
les atribuye, que existen “fuera de las conciencias individuales” y que tienen una “potencia” en
virtud de la cual se imponen. En consecuencia, su perspectiva retoma lo que se narra y se
argumenta, aislado de sus “manifestaciones individuales”, y que sin embargo, no es reducible a
lo colectivo, a lo estadísticamente difundido: se trata de extrapolar esas “manifestaciones
individuales” aquello que puede ser funcionar en las “relaciones sociales” en lo que se pone en
juego en la sociedad y es vector de “fuerzas sociales”. En el proyecto de análisis del discurso
como productos sociales, podrán reconocerse ecos de Durkheim.
La perspectiva sociodiscursiva [la suya] permanece heurísticamente alejada del ámbito de la
lingüística. El discurso social, al igual que el código lingüístico, “ya está allí”. Lo que él tratará
de hacer es exponer las contradicciones y las funciones, no para describir un sistema estático,
sino aquello que llamará una hegemonía, entendida como un conjunto complejo de reglas
prescriptivas de diversificación de lo decible y de cohesión, de coalescencia, de integración.
Hablar de discurso social será describir un objeto compuesto, formado por una serie de
subconjuntos interactivos, de migrantes elementos metafóricos, donde operan tendencias
hegemónicas y leyes tácitas.
Retendrá la tesis de Bajtín que sugiere una interacción generalizada. Los géneros y los discursos
no forman complejos recíprocamente impermeables. Los enunciados no deben tratarse como
“cosas”, como mónadas, sino como “eslabones” de cadenas dialógicas; no se bastan a sí
mismos, son reflejos unos de otros, están “llenos de ecos y de recuerdos”, penetrados por
“visiones del mundo, tendencias, teorías” de una época. Aquí se esbozan las nociones de
intertextualidad (como circulación y transformación de ideologemas, es decir, de pequeñas
unidades significantes dotadas de aceptabilidad difusa de una doxa dada) y de
interdiscursividad (como interacción e influencia mutua de las axiomáticas del discurso). El
proyecto de Angenot busca sacar a la luz esta interdiscursividad generalizada a fines del siglo
XIX.
Lo que se enuncia en la vida social acusa estrategias por las que el enunciado “reconoce” su
posicionamiento en la economía discursiva y opera según este reconocimiento; el discurso
social, como unidad global, es la resultante de estas estrategias múltiples, aunque no aleatorias.
A la lectura de un texto dado se superponen vagamente otros textos que ocupan la memoria, por
un fenómeno análogo a la remanencia retiniana. Esta sobreimposición se llama, en los discursos
sociales antiguos y clásicos, alegoresis: “Proyección centrípeta de los textos de toda la red sobre
un texto-tutor o un corpus fetichizado” (Zumthor; Survin). La primera consecuencia del enfoque
elegido es no disociar jamás el “contenido” de la “forma”. El discurso social une “ideas” y
“formas de hablar” de manera que a menudo basta con abandonarse a una fraseología para
dejarse absorber por la ideología que le es inmanente.
Ya no se trata de oponer “ciencia” y “literatura” a la ideología, impostora y engañosa. Porque la
ideología está en todas partes, en todo lugar, Bajtín/Voloshinov en Marxismo y filosofía del
lenguaje (1929) dirán que todo lenguaje es ideológico y todo lo que significa hace signo en la
ideología. Todo lo que se dice en una sociedad realiza y altera modelos, preconstructos. Un
debate solo se desarrolla apoyándose en una tópica común a los argumentos opuestos. En toda
sociedad, la masa de discursos –divergentes y antagónicos- engendra un decible global más allá
del cual sólo es posible percibir por anacronismo lo aún no-dicho.
El investigador puede identificar las dominancias interdiscursivas, las maneras de conocer y de
significar lo conocido que son lo propio de una sociedad, y que regulan y transcienden la
división de los discursos sociales: aquello que, siguiendo a Antonio Gramsci se llamará
hegemonía. La hegemonía completa, en el orden de la “ideología”, los sistemas de dominación
política y de explotación económica que caracterizan una formación social.
La hegemonía que Angenot abordará aquí es la que se establece en el discurso social, es decir,
en la manera en que una sociedad dada se objetiva en textos, en escritos (y también en géneros
orales). No la considera un mecanismo de dominio que abarca toda la cultura, que abarcaría no
sólo los discursos y los mitos sino también los “rituales” (en un sentido amplio), la
semantización de los usos y las significaciones inmanentes a las diversas prácticas materiales y
a las “creencias” que las movilizan. Sin duda la hegemonía discursiva sólo es un elemento de
una hegemonía cultural más abarcadora.
Entonces, NO llama hegemonía “al conjunto de los esquemas discursivos, temas, ideas e
ideologías que prevalecen, predominan, o tienen el más alto grado de legitimidad en el discurso
social global o en alguno de sus actores”. SI llama hegemonía “al conjunto de los ‘repertorios’ y
reglas y la topología de los ‘estatus’ que confieren a esas entendidas discursivas posiciones de
influencia y prestigio, y les procuran estilos, formas, microrrelatos y argumentos que
contribuyen a su aceptabilidad”. Es un sistema regular que predetermina la producción de
formas discursivas concretas, como los paradigmas de Kuhn o las epistemes de Foucault.
La hegemonía impone dogmas, fetiches y tabúes, hasta en una sociedad “liberal” que se
considera a sí misma emancipada de tales imposiciones arbitrarias. En un lenguaje no idealista,
la hegemonía es el equivalente al Zeitgeist romántico-hegeliano, una mentalidad de época, el
fenómeno de una causa expresiva o una esencia histórica; un sistema que se regula solo sin que
atrás haya un Geist (una mente). En las sociedades complejas, estratificadas en clases y roles
sociales, donde las funciones están diversificadas y los antagonistas son múltiples, la
homogeneidad orgánica de los discursos es menos evidente.
Conjunto de reglas y de incitaciones, canon de legitimidades e instrumento de control, la
hegemonía que “apunta” ciertamente a la homogeneidad, a la homeostasis, no solo se presenta
como un conjunto de contradicciones parciales, de tensiones entre fuerzas centrífugas y
centrípetas, sino que, más aún, logra imponerse justamente como resultado de todas esas
tensiones y vectores de interacción. La hegemonía no corresponde a una “ideología dominante”
monolítica sino a una dominancia en el juego de las ideologías.
Pero la hegemonía discursiva no existe “en el aire”. Su base es el Estado-nación que ha llegado
ya a la madurez, el espacio social unificado por la expansión de una “esfera pública” extendida.
Sin embargo, las líneas que siguen no conducen a identificar la hegemonía con una “ideología
dominante”, que sería la ideología de la clase dominante. Establece entre las clases la
dominación de un orden de lo decible que mantiene un estrecho contacto con la clase
dominante.
Los discursos más legítimos encuentran en los miembros de las clases dominantes sus
destinatarios “naturales”, aquellos a quienes su modo de vida les permite con mucha facilidad
sentirlos como pertinentes y satisfactorios e integrarlos sin esfuerzo, mientras que requieren de
las otras clases una “buena voluntad cultural” siempre problemática. Por lo demás, los discursos
legítimos sirven menos para someter a los dominados (que se dejan dominar, nos recuerda
Pierre Bourdieu, por la fides implicita de su habitus servil) que para reunir, motivar y ocupar los
espíritus de los dominadores, que necesitan ser convencidos para creer.
Los componentes del hecho hegemónico son:
1- La lengua legítima: Aquí el lenguaje no es entendido como código universal y sistema
de reglas abstractas. Lo que se considerará es ese “francés literario” que se designa
también como “lengua nacional”. Esta lengua es inseparable de los saberes de
protocolo, expresiones idiomáticas, fraseologías y tropos legitimadores. La lengua
legítima determina, sin discriminar directamente, al enunciador aceptable, sobre todo
“imprimible”.
2- Tópica y gnoseología: Al conjunto de “lugares” (topoi) o presupuestos irreductibles del
verosímil social, a los que todos los que intervienen en los debates se refieren para
fundar sus divergencias y desacuerdos. Luego, todas las preconstrucciones
argumentativas, más o menos densas semánticamente, que forman el repertorio de lo
probable serán llamadas doxa. La doxa es lo que cae de maduro, lo que sólo se predica a
los conversos (pero a conversos ignorantes de los fundamentos de su creencia). Se
puede hablar de una doxa como común denominador social y como repertorio tópico
ordinario de un estado de sociedad, pero también se la puede abordar como algo
estratificado, según los conocimientos y los implícitos propios de una determinada
cantidad y composición de capital cultural. La doxa es el implícito del público.
3- Fetiches y tabúes: Son esos imposibles sociales. Analiza esos fetiches y tabúes y su
grado de intangibilidad, porque no sólo están representados en el discurso social, sino
que son esencialmente producidos por él.
4- Egocentrismo/etnocentrismo: Los géneros canónicos del discurso social hablan a un
destinatario implícito, también legitimado, y no hay mejor manera de legitimarlo que
darle “derecho de fiscalización” sobre los que no tienen derecho a la palabra: los locos,
criminales, niños, mujeres, la plebe campesina y urbana, los salvajes y otros primitivos.
La hegemonía es entonces un ego-centrismo y un etnocentrismo. Engendra ese Yo y ese
Nosotros que se atribuyen el “derecho de ciudadanía”, desarrollando ipso facto una
vasta empresa xenófoba alrededor de la confirmación permanente de un sujeto-norma
que juzga, clasifica y asume sus derechos. Toda doxa señala y rechaza como extraños,
a-normales e inferiores a ciertos seres y grupos.
5- Temáticas y visión del mundo: Todo debate en un sector determinado, por más ásperos
que sean los desacuerdos, supone un acuerdo anterior sobre el hecho de que el tema que
se trata “existe”, merece ser debatido y hay un común denominador que sirve de base a
la polémica. Lo que habitualmente se llama “cultura” se compone de contraseñas, temas
apropiados, temas que permiten disertar, sobre los que hay que informarse, y que se
ofrecen a la literatura y a las ciencias como dignos de meditación y análisis.
6- Dominantes de pathos: ni idea, no entendí ke di-c.
7- Sistema topológico: Un sistema de división de las tareas discursivas, es decir, un
conjunto de discursos específicos, géneros, subgéneros, estilos e ideologías,
reagrupados en “regiones” o campos entre los cuales los dispositivos interdiscursivos
aseguran la migración de ideologemas variados y las adaptaciones de las formas del
lenguaje y tópicas comunes.
La hegemonía se niega a sí misma. Existe la idea de que el discurso social no es más que una
falacia de opiniones personales, de referencias a experiencias, de estilos y formas
idiosincrásicas y, sin embargo, que todo lo que tiene de interés para la sociedad termina por
recibir el tratamiento que corresponde, es decir, que se habla de todo y de todas las maneras
posibles. A quien está perdido en el discurso de su época, los árboles le tapan el bosque.
Ahora, un apartado titulado “Retorno al método”, donde suponemos que hablará de método.
El principio heurístico del que partió el autor fue pensar históricamente el discurso social y
percibirlo en su totalidad, “hacer enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que
me permitieran estar seguro de no haber omitido nada”. Las investigaciones globales [como la
que esta pretende ser, englobando todo lo producido un año en una lengua] conducen a abordar
dominios vírgenes, a menudo despreciados (literaturas vulgares, las bromas militares, la prensa).
La distancia de un siglo con la fecha elegida busca tomar una distancia que no incite al
anacronismo ni al sofisma retroactivo (la reinterpretación del pasado por el futuro).
Angenot dirá que su tipo de investigación parte de una lógica que nada tiene de paradójica: la
historia de las simultaneidades en un corte sincrónico corto, en este caso, el estudio de un año de
la producción impresa en lengua francesa. La noción de sincronía que postula se opone por
completo a la de la lingüística estructural. La sincronía saussureana es una construcción ideal
que forma un sistema homeostático de unidades funcionales. La sincronía sobre la que él
trabaja, en cambio, corresponde a una contemporaneidad en tiempo real. Por lo tanto, sincronía
no quiere decir estudio estático. En el momento sincrónico se inscribe la evolución misma de las
normas del lenguaje, de las tradiciones discursivas, de los temas colectivos.
Entonces, el estudio sincrónico NO permite seguir los cambios o las innovaciones ni evaluar lo
que “llevaban en su seno”. El historiador que identifica en la propaganda del republicano
nacional de Boulanger la forma emergente del (proto)fascismo da un sentido retroactivo
sintético a los acontecimientos, a los lenguajes y a las tácticas que los agentes sólo han podido
combinar a ciegas y de los cuales, al fin y al cabo, se les escapaba la identidad y el potencial.
Por el contrario, el estudio sincrónico SI permite aislar, llegado el caso, disidencias,
cuestionamientos o desplazamientos que, simplemente, no han tenido continuación ni desarrollo
(al menos a mediano plazo).
Esta obra trata de demostrar una cohesión intertextual global que forma la lógica unitaria de una
cultura en lo que tiene de arbitrario, y la cooperación de las funciones a desempeñar. A la hora
de caracterizar al “discurso social”, traza paralelismos con el concepto de ideología definida
como “materia ideológica propia de una sociedad dada en un momento dado de su desarrollo”, y
dice que esto mismo es lo que Robert Fossaert en 1983 designó como “discurso social total”.
En cuanto a las funciones del discurso social, este tiene “respuesta para todo”, parece permitir
hablar de todo y de múltiples maneras, transformando por eso mismo lo no decible en
impensable (absurdo, infame, quimérico). Para quien abre la boca o toma una pluma, el discurso
social está siempre ya allí, con sus géneros, sus temas y sus preconstructos. La hegemonía
puede percibirse como un proceso que tiene efecto de “bola de nieve”, que extiende su campo
de temáticas y de saberes aceptables imponiendo “ideas de moda” y parámetros narrativos o
argumentativos, de modo que los desacuerdos, los cuestionamientos, las búsquedas de
originalidad y las paradojas se inscriben también en referencia a los elementos dominantes.
El discurso social tiene “el monopolio de la representación de la realidad” (Fossaert, 1983),
representación de la realidad que contribuye en buena medida a hacer la realidad. Justamente
porque se trata de un monopolio, el discurso social parece adecuado como reflejo de lo real
puesto que “todo el mundo” ve lo real, y a través de él el momento histórico, más o menos de la
misma manera.
La función más importante de los discursos sociales, afín a su monopolio de la representación,
es producir y fijar legitimidades, validaciones. Todo discurso legítimo contribuye a legitimar
prácticas y maneras de ver, a asegurar beneficios simbólicos. La hegemonía funciona como
censura y autocensura: dice quién puede hablar, de qué y cómo. Los discursos de control son
indispensables para que lo social funcione, es decir, para que funcionen la explotación y la
dominación. La coerción material más desnuda va acompañada de símbolos, eslóganes y
justificaciones.
Incluso el discurso social entraña “un principio de comunión” (Fossaert) y de buena
convivencia. Re-presenta la sociedad como unidad, como convivium dóxico al que incluso los
enfrentamientos y los disensos contribuyen. El discurso social y las grandes “ideologías” que
abriga son dispositivos de integración, mientras que la economía, las instituciones y la vida civil
separan, dividen y aíslan.
Dos lógicas concomitantes someten al discurso social, dos tendencias que podemos agrupar bajo
el único nombre de hegemonía: una reúne los factores de cohesión, repetición metonímica de
recurrencia, cointeligibilidad; la otra, los factores de especialización, disimilación, migración
por avatares, distinción gradual, y también confrontaciones regulares y particularismos.
El solo hecho de haber considerado aquí los textos dentro de la red global de su intertextualidad
(Bajtín) nos aleja de la ilusión de inmanencia. No solamente porque textos y discursos
coexisten, interfieren, se posicionan unos en relación con otros y solo cobran significado en ese
contexto, sino también porque una problemática sociohistórica solo puede concebir las
representaciones que comunican textos si no se disocian los medios semióticos de las funciones
desempeñadas: el sentido de un texto es inseparable del hecho de que tenga una función social y
de que sea el vector de fuerzas sociales.
Los textos que aparecen “sobre el fondo de la historia”; su misma significación e influencia son
historia. A partir de allí, no se puede disociar lo que se dice de la manera en que se lo dice, el
lugar desde el que se lo dice, los fines diversos que persigue, los públicos a los cuales se dirige.
Discursos y enunciados tienen una cierta aceptabilidad que conviene describir: eligen un
destinatario socialmente identificable, confirman sus “mentalidades” y sus saberes; lo que se
dice en una sociedad no solo tiene sentido (sentido que puede ser objeto de interpretaciones
antagónicas), sino también encantados, una eficacia más que informativa o comunicacional. La
crítica del discurso social engloba entonces la descripción de los habitus de producción y de
consumo ligados a tales discursos y tales temas, las disposiciones y los gustos ante el texto.
Luego, con la distancia de una o dos generaciones, el discurso social en su conjunto ya no
funciona; su eficacia dóxica, estética y ética parece haberse evaporado. Es preciso trabajar,
entonces, sobre hipótesis que incluyan la identificación de los tipos sociales productores y
destinatarios, así como las condiciones de lectura y de “felicidad” en el desciframiento
pertinente. Se ha recurrido a las nociones de aceptabilidad, legitimidad, competencia (nociones
a las que hacía falta restituir una dimensión histórica relativista), de interés, gusto, creencia,
disposición, habitus, de encanto de los discursos.
El encanto discursivo puede ser la “resonancia”, el “prestigio” tanto como la “emoción”; el
encanto de los discursos es inseparable de su valor –ético, informativo, estético-, fijado en su
momento dado en el mercado sociodiscursivo. Este valor es, a su vez, inseparable de la “lectura
correcta” requerida por el texto en el momento de su aparición.
El año 1889 es un buen momento para observar el malestar de los discursos sociales y los
movimientos en el mercado discursivo y los precios culturales: el naturalismo está en baja, la
novela psicológica en alza, la novela rusa, el teatro escandinavo y la criminología de Lombroso
interesan a especuladores a largo plazo. Todos los escritores, pensadores y eruditos de moda han
padecido colectivamente un crac póstumo que ellos mismos ya intuían.

“El fin de un sexo”: el discurso acerca de las mujeres en 1889


Marcsito nos cuenta que ha venido trabajando en un análisis e interpretación en corte sincrónico
de la totalidad de la cosa impresa producida en francés durante el curso del año 1889. El análisis
sistemático de este “material” no apunta solamente a producir un cuadro de los géneros, los
discursos, los estilos, los temas, las “ideologías” de una época. Conduce a la construcción de
una teoría del discurso social y de proposiciones de síntesis que la puesta en forma del corpus
está llamada a ilustrar y justificar.
De entre los rasgos formales, temáticos y pragmáticos que cooperan para formar una hegemonía
en un estado dado de una cultura, se puede extraer una “cierta visión de mundo” difusa,
engendrada en la división misma del trabajo discursivo y de los conjuntos de la tematización
que, con cierto grado de disensión y cacofonía, construyen una serie de predicados alrededor de
un sujeto lógico. Tomará prestado de Claude Duchet el término sociograma para designar
dichos “conjuntos vagos”, en constante movimiento y en interacción con muchos otros. La
visión de mundo del “fin de siglo” se organiza alrededor de un vasto paradigma de
desterritorialización, de desmoronamiento de las estabilidades simbólicas, de perversión de los
sentidos y de los valores, de decadencia, de degeneración. El discurso social de 1889 se nutre de
angustia: la cooperación de los literatos, los científicos, los filósofos, los publicistas produce
una especie de visión crepuscular de la coyuntura. El sociograma de la mujer configura uno de
esos complejos relativamente aislables, cuyo análisis Angenot quisiera hacer en el presente
artículo.
Si el ascenso del socialismo angustia vivamente a los sectores discursivos canónicos, no se
puede decir que la mujer “moderna”, sus desequilibrios, y veleidades de emancipación sean
recibidos con serenidad. Volver a poner a las mujeres en su lugar puede ser el mandato más
urgente al cual contribuyen el médico, el novelista, el sociólogo, el cronista y aún el hombre de
ingenio con la misma ironía crispada y el mismo tono de advertencia e indignación. Las
estrategias discursivas no son las mismas que para la amenaza socialista: objetos de horror, los
socialistas casi no son destinatarios de los discursos que hablan de ellos. Se considera, en
cambio, que las mujeres (de las clases letradas) leen, por encima del hombro de los destinatarios
naturales.
La reafirmación de la identidad femenina y del rol natural de las mujeres se distribuye según
una división de las tareas entre las ciencias y las letras y, más específicamente, entre la ciencia
médica y la literatura “de boulevard”. Lo que se reafirma en todas partes es un “eterno
femenino”, una esencia de la cual participan tanto la senegalesa como la parisina: lugares
comunes de la doxa [ver atrás qué significa].
La ciencia se pronuncia, J-G. Bouctot, afamado sociólogo, expone en un capítulo de su Historia
del socialismo “la inferioridad natural” de las mujeres, a partir de lo cual lanza a continuación el
grito de alarma contra el “desarrollo excesivo de la instrucción pública de las niñas”. El “peso
del cerebro femenino” –inferior- parecerá hasta entre los socialistas militantes un dato material
que da qué pensar. El Dr. Lombroso ha señalado que si hay pocas o ninguna mujer de genio,
esto se debe a que en ellas el cerebro –menos complejo y menos excitable- determina un
“misoneísmo” [aversión a las novedades] femenino, una creatividad débil que es sustituida por
un sentido de la limitación más desarrollado. La ciencia médica repite con autoridad algunos
lugares comunes misóginos e, inmediatamente, deduce para el bien de las interesadas los
peligros de una supuesta emancipación: “La mujer es un ser esencialmente extravagante […] es
por demás caprichosa, ilógica e irreflexiva”. Ergo: “La mujer no tiene nada que ganar y todo
que perder en una reforma de nuestras costumbres”.
La literatura despliega sus tópicos ambivalentes; del fárrago poético del culto femenino a la
ciencia galantemente cínica del bulevardino; de la apoteosis de la querida y de la “horizontal”, a
los mitos decadentes de la gran Castradora. Circe, Herodias o Lucrecia. Es el nivel vulgar del
mito, ingenua o querida, parisina o exótica. La adoración despreciativa del saber bulevardino se
reduce al resaltamiento eufórico de algunos lugares comunes: “caprichosa y encantadora
criatura”, “ser siempre encantado, fútil y caprichosa a menudo”, “la mujer es tan perversa, tan
absurda y tan curiosa…”, “las fantasías inexplicables de la esencia femenina…”. El gran arte, en
las formas dóxicas, es el de la variación en la redundancia.
Para ser hegemónica, una tópica no tiene necesidad de enunciarse en todo el tiempo y en todo
lugar. Basta con que un cierto número de enunciados sean los únicos legitimados en el nivel de
la evidencia, “indiscutibles” e insoslayables para los mismos contradiscursos –feminista,
socialista- que les oponen objeciones cómodas o parciales. 1- En lo que respecta a las mujeres,
las evidencias prueban que no hay mujer superior por la “inteligencia”. 2- El segundo axioma,
complementario con mil variaciones de léxico, es que el dominio femenino es “el instinto”, a
veces llamado “el corazón” o “el sentimiento”, y (como en la ideología no hay más que
diferencias) estas entidades no se definen sino por oposición a la razón, la inteligencia, las ideas.
3- Tercer axioma, que se presta a las más galantes variaciones: las mujeres son insondables: por
hipérbole, pretender conocer a fondo la “sesera” (femenino del cerebro) y el corazón de la mujer
[es] “un tanto hacerse fiador del número de las estrellas, de los granos de arena y de las piedras
sobre las que el mar se agita”. Estos tres axiomas bastan para disertar largamente combinados
con la tesis fundamental del eterno femenino: las mujeres son semejantes en todas las latitudes.
Y la galantería viene a corregir esta axiomática con un viejo topos galo: la mujer es en el fondo
más privilegiada que el hombre, ella ejerce sobre él y sobre la sociedad, una influencia
soberana. O los socialistas, que dirán que “la mujer, por ser la compañera del hombre, tiene
como rol natural la procreación”. Le Petit Echo de la mode también llamará a las mujeres a
probar su “entera abnegación”, ejerciendo su influencia en el hogar.
“El fin de un sexo” será el título bajo el cual el cronista del libertino Courrier François se lanza
a descubierto a uno de esos vaticinios crepusculares donde la lógica de la desestabilización
simbólica se manifiesta al desnudo: “La verdadera mujer tiende a desaparecer día a día. Pierde
insensiblemente sus privilegios, sus cualidades, su aureola de belleza, de bondad, de modestia,
que le aseguraban el imperio del mundo […], cada día quita una piedra del pedestal sobre el
cual nosotros nos hemos complacido en elevar a aquella a la que debemos amar”. El periodista
ve el nuevo siglo con horror; será el fin del amor, de la poesía; habrá parejas donde la mujer,
dotada de una profesión estará en primer plano y él lo encuentra “inverosímil y contranatura”.
Otros ensayistas verbalizan también sombríamente el proceso de desterritorialización: “el fin de
la raza” y “decadencia” pueden ser homólogos del fin de un sexo.
Toda la novela moderna está consagrada a la pintura sistemática de las aberraciones del sentido
genésico y a la histerización de la mujer, por ser la naturaleza femenina incompatible con las
disoluciones de la vida moderna. La lesbiana será ampliamente representada en las obras de
Zola, Maupassant, Rachilde, Baudelaire. Y el ser madre puede volverse una salvación para la
peor drogadicta, ninfómana, lesbiana, sin caer en el melodrama folletinesco ni escapar a las
críticas legitimadoras.
Histérica será la palabra clave, y la joven moderna “toda enervada y caprichosa, irresponsable
como todos los monstruos” será otra de las apuntadas. La gran prensa se lamenta por la
evolución de la joven, ofrece voluntariamente la imagen-presagio, horrorizante, de la joven
americana –avispada, emancipada, practicante de esos que se denomina “flirteo”. Los Estados
Unidos se presentan como imagen acabada de todos los temas de angustia que se ofrecen a los
contemporáneos. Y según la opinión general, la causa de esta metamorfosis contranatura está
“en el desarrollo excesivo de la instrucción pública de las jóvenes”. “Eduquemos a las jóvenes,
ciertamente, ¡pero no demasiado! […] El verdadero diploma es el contrato de matrimonio” se
lamentaba M. Joseph Reinach.
No se dice aún (o muy raramente) “feminismo”. Se habla del movimiento “de emancipación de
las mujeres”. Si el socialismo parece objetivamente más amenazador, el movimiento por los
derechos de las mujeres parece poder se contrarrestado más fácilmente por el ridículo. Las
reivindicaciones de las feministas son excesivas, inútiles, absurdas, inmorales, en su
detrimento, irrealizables, y, además, las mujeres no las desean. “Excesivas” es el término de la
generosidad de los espíritus liberales. La emancipación de las mujeres pertenece a la más
antigua especie de comodidad, la del mundo a la inversa. Un chiste será que “hace demasiado
tiempo que son mujeres y experimentan la necesidad de devenir hombres”.

DOMINIQUE MAINGUENEAU, “Introducción a los métodos de


análisis del discurso”. Introducción. (1976)
El análisis del discurso es una disciplina recientemente anexada a la problemática lingüística. La
aqueja tanto una dificultad de articularse sobre el campo de las ciencias humanas como una
dificultad para constituir su unidad dentro de la teoría lingüística. A menudo es vista como una
especie de parásito de esta última, tomando de ella conceptos y métodos sin sujetarse a un rigor
suficiente. Toma elementos de la enunciación y de la semántica, que precisamente son los
dominios más inestables de la reflexión lingüística contemporánea. El propósito de esta obra es
un “estado de la cuestión” de las principales orientaciones de la investigación lingüística en este
campo. Se verá que el rigor de los enfoques a menudo es proporcional a su carácter reductor.
Frecuentemente se define discurso como un término que reemplaza al de habla (Saussure) y se
opondría, en consecuencia, a lengua; si así fuera el análisis de discurso no tendría ningún tipo
de fundamento. Es necesario remontarse al Curso de lingüística general pero para construir el
concepto de discurso sobre un cuestionamiento del de habla y no para volver a este. Para
Saussure la lengua es un realidad social y el habla una realidad individual. En otras palabras, la
lengua corresponde a la memoria y la imagen del diccionario, del tesoro de los signos, surge
como consecuencia lógica.
Dadas las características que permiten oponer lengua y habla, se comprende que la oración no
corresponde a la lengua sino al habla, lugar de la actividad y de la inteligencia. La oposición
lengua/habla corre el riesgo de oponer lo sistemático (la lengua) a lo individual, a lo contingente
(el habla), a la autonomía de un sujeto hablante, sujeto psicológico sometido a pasiones,
necesidades, etc. En esta perspectiva no hay lugar para el “discurso”, concepto que apunta a
despojar al sujeto hablante de su papel central para integrarlo al funcionamiento de enunciados.
Así, la dicotomía lengua/habla puede llevar a considerar que por un lado está lo que sistemática
y racional, un objeto homogéneo y autárquico, la lengua, y por otro, lo que corresponde al uso
contingente del sistema, a lo retórico, lo político, etc. Habría, por un parte, un conjunto de
palabras dotadas de un sentido fijo y trasparente, y por otra, su uso. En realidad se trata de saber
si el vínculo entre el sentido de las oraciones de un texto y sus condiciones sociohistóricas es
algo secundario o es constitutivo de ese sentido mismo, independientemente de la ilusión que
puede tener el hablante de que la significación de su discurso coincide con lo que él “quiere
decir”.
Maingueneau se encuentra con dos aportes en cierto sentido simétricos: la extensión de los
procedimientos de la lingüística distribucional norteamericana a enunciados que superan los
límites de la oración (por parte de Zellig S. Harris en 1952) y los trabajos de Roman Jakobson y
Émile Benveniste sobre la enunciación.
Harris es el primer lingüista que extendió directamente los procedimientos utilizados para el
análisis de las unidades de la lengua a enunciados que van más allá del marco de la oración. Una
de las grandes paradojas de este análisis del discurso es el hecho de que su iniciador directo
haya trabajado con exclusión de cualquier referencia a la significación. En Harris, “no existe la
elección entre dos objetos ni dos lingüísticas: la de la lengua y la del habla. La descripción
formal de los datos –gramáticas o si se quiere estructura- es un conjunto operatorio que permite
el estudio del fenómeno lingüístico”.
En cambio Benveniste o Jakobson buscan desentrañar cómo se inscribe el sujeto hablante en los
enunciados que emite, es decir, se tiende a sustituir una lengua concebida como un repertorio de
signos combinados sistemáticamente por la idea de que “el hablante se apropia del aparato
formal de la lengua y enuncia su posición de hablante por medio de índices específicos” según
Benveniste. Este punto de vista nuevo tiene una gran incidencia en la constitución de una teoría
del discurso.
El análisis de contenido, bien diferente, se desarrolló en el espacio que el estructuralismo
lingüístico había dejado vacío, pero del cual las ciencias humanas, sobre todo la sociología, no
podían prescindir. El análisis de contenido pretende ser un método de tratamiento controlado de
la información contenidos en textos, de medio de una “grilla” de lectura objetiva, cuyos
resultados han de ser interpretados. En términos generales, hay que disponer en el punto de
partida de un repertorio estructurado de “categorías” que sirvan para normalizar la diversidad
superficial de los textos de modo de hacerlos comparables; una vez homogeneizadas las
“cualidades”, generalmente es posible cuantificar. Todo el problema reside precisamente en la
construcción de esas categorías.
Sería presuntuoso pensar que la lingüística, a través del análisis del discurso, estará
inmediatamente en condiciones de reemplazar, pura y simplemente, el análisis de contenido: las
miras de este último sin evidentemente más “empíricas” que las de la lingüística, pues solo
apunta a “caracterizar el corpus […] por medio de una disposición particular de conceptos
extraídos de la metalengua, de manera de marcar lo que su contenido tiene de específico o de
singular en relación con otros corpus o con otras partes del mismo corpus desde el punto de
vista de la sociología o de la psicosociología”; así, no es verdaderamente el funcionamiento del
de un discurso lo que se toma como objetivo.
En términos contextuales, la aparición del análisis del discurso no es más que el síntoma de un
cambio en el estatus acordado a los textos. La práctica de los textos, hasta el momento de la
penetración de los análisis estructurales, estaba dominada por el punto de vista “filológico”. Se
trataba de devolver los textos a la vida que se consideraba que los había producido. Se buscaban
fuentes, influencias, alusiones al contexto de la época, se quería descifrar y reconstituir (si era
preciso) el texto original.
Ahora se busca despejar sus condiciones de posibilidad para explicar su funcionamiento, con la
ayuda de teorías de la lengua, del inconsciente, de los discursos, de la ideología, etc.,
sistemáticamente articuladas. Se despliega un sistema de correlaciones que escapan a un
contacto inmediato con lo vivido. El análisis del discurso es el nombre dado a un conjunto de
respuestas de la lingüística, muy elementales por el momento, a esta enorme presión.
Hay que ponerse de acuerdo sobre el término discurso y su polisemia. Entre los diversos usos
propiamente lingüísticos de discurso podemos encontrar:
1- Sinónimo del habla saussureana; este es el sentido corriente del término de la
lingüística estructural.
2- El discurso no está tanto referido a un sujeto sino más bien considerado como una
unidad lingüística de dimensión superior a la oración (trasoracional) un mensaje tomado
globalmente, un enunciado.
3- En este sentido, el discurso está propiamente integrado al análisis lingüístico, ya que se
considera el conjunto de las reglas de encadenamiento de las sucesiones de oraciones
que componen el resultado. El lingüista norteamericano Zellig S. Harris fue el primero
que, en 1952, propuso un procedimiento para estudiar estos encadenamientos.
4- En lo que se podría llamar la “escuela francesa” de análisis del discurso, se opone
enunciado y discurso en una definición que a Maingueneau le parece muy realista:
“Enunciado es la sucesión de las oraciones emitidas entre dos blancos semánticos, dos
detenciones de la comunicación; el discurso es el enunciado considerado desde el punto
de vista del mecanismo discursivo que lo condiciona. Así, la consideración de un texto
desde el punto de vista de su estructuración ‘en lengua’ hace de él un enunciado; un
estudio lingüístico de las condiciones de producción de ese texto hará de él un
discurso”.
5- Para Émile Benveniste “la enunciación supone la conversión individual de la lengua en
discurso” y luego da la siguiente definición: “Hay que entender discurso en su extensión
más amplia: toda enunciación que supone un hablante y un oyente, y en el primero, la
intención de influir de alguna manera en el otro”.
6- Apenas separable de los otros usos, la noción de “discurso” entra frecuentemente en una
oposición lengua/discurso. La lengua se opone entonces como conjunto finito,
relativamente estable, de elementos, al discurso, entendido como lugar en que se ejerce
la creatividad, lugar de la contextualización imprevisible que confiere nuevos valores a
las unidades de la lengua.
Si bien la definición 4 le resulta muy aceptable, no deja de presentar un problema, en la medida
en que numerosos autores hablan de “análisis del discurso” en el sentido de estudio lingüístico
de las unidades trasoracionales desde un punto de vista gramatical estructura y sin ninguna
referencia a las condiciones de producción del discurso. La oposición enunciado/discurso puede
llegar a ocultar la importancia oposición oración/discurso.
Una fuerte oposición no menos importante reside en la oposición enunciado/discurso que se
apoya en la perspectiva de la enunciación. Oswald Ducrot distingue dos componentes de la
interpretación semántica de un enunciado lingüístico: un componente lingüístico, propiamente
dicho y un componente retórico. El componente lingüístico asigna un sentido “literal” a los
enunciados, fuera de cualquier contexto enunciativo determinado, mientras que el componente
retórico interpreta ese enunciado integrándolo a una situación precisa de comunicación. Dicho
de otro modo, el sentido de un enunciado se define fuera de todo marco enunciativo, mientras
que su significación está referida a las circunstancias de comunicación que hacen de él un
discurso.
Hay también usos de la noción de discurso no lingüísticos. Son los casos de Derrida y Foucault.
En un artículo titulado “La structure, le signe et le jeu dans le discours des sciences humaines”,
Jacques Derrida trata de concebir el acontecimiento que ha hecho que se haya “debido sin duda
comenzar a pensar que no había centro, que el centro no podía ser pensado en la forma de un
estar presente, que el centro no tenía lugar natural, que no era un lugar fijo, sino una función,
una especie de no-lugar en el cual se jugaban hasta el infinito sustituciones de signos. Es
entonces el momento en que el lenguaje invade el campo problemático universal; es entonces el
momento en que, a falta de centro o de origen todo se vuelve discurso, con la condición de
ponerse de acuerdo sobre esta palabra, es decir sistema en el cual el significado central,
originario o trascendental no está nunca absolutamente presente fuera de un sistema de
diferencias. La ausencia de significado trascendental extiende hasta el infinito el campo y el
juego de la significación”.
El discurso también parece estar en el centro de la reflexión de Michel Foucault. La lingüística a
la que él remite es la lingüística propiamente saussureana, basada en la dicotomía lengua/habla,
ignorando tanto la problemática del análisis del discurso como las teorías de la enunciación.
Así, afirma: “El análisis de los enunciados no pretende ser una descripción total, exhaustiva del
‘lenguaje’ o de ‘lo que ha sido dicho’ (…) constituye una manera diferente de enfrentar las
realizaciones verbales, de disociar su complejidad, de aislar los términos que se entrecruzan en
ellas y de respetar las diversas regularidades a las que ellas obedecen. Al poner en juego el
enunciado frente a la oración o a la proposición, no se intenta volver a encontrar una totalidad
perdida.”
En el último apartado, el autor atiende ciertos problemas metodológicos. [Esto viene de la
definición de Derrida:] Un discurso no es, pues, una realidad evidente, un objeto concreto
ofrecido a la intuición, sino el resultado de una construcción. La concepción del discurso como
algo dado a la intuición y que bastaría con recortar está acompañada a menudo del postulado
implícito de que existe una estructura única que sería suficiente desentrañar para conocer la
“esencia” de ese discurso. Todos los enunciados, en derecho, corresponden a tipologías, a
mecanismos trasoracionales de un cierto grado de generalidad, pero de manera más o menos
difusa. Más allá de las restricciones generales que pesan sobre cualquier conversación, existen
tipos de restricciones en función de los tipos de condiciones de producción (de acuerdo con el
estatus social de los hablantes, el ambiente, los roles, etc.)
Habrá que considerar el discurso más bien como el resultado de la articulación de una pluralidad
más o menos grande de estructuraciones trasoracionales, en función de las condiciones de
producción. El análisis del discurso se caracteriza por operar las más de las veces sobre varios
discursos puestos en relación al considerar sus condiciones de producción; por lo demás, este es
el sentido que ha tomado la mayoría de las investigaciones en este campo: “El análisis del
discurso supone la consideración conjunta de varios textos, dado que la organización interna del
texto aislado no puede remitir sino a sí misma (estructura cerrada) o a la lengua (estructura
infinita, reiteración de los mismos procesos) […] Cuando el análisis se desarrolla sobre un solo
texto, se ha referencia una tipología existente”.
Lo específico del análisis del discurso es que intenta construir modelos de discurso articulando
esos modelos sobre condiciones de producción. Se trata pues de poner en relación esas dos
instancias por medio de una “teoría del discurso”. Al hacerlo es posible chocar con dos
obstáculos simétricos: enfrentarse con discursos muy complejos, difíciles de relacionar con sus
condiciones de producción o, por el contrario, encontrarse con discursos de estructuración muy
difusa, que se ponen en relación con las condiciones de producción de una manera tan inmediata
que el desequilibrio se establece esta vez en beneficio de las condiciones de producción.
Desde un punto de vista pragmático, esta obra entiende por discurso fundamentalmente
organizaciones trasoracionales que correspondan a una tipología articulada sobre condiciones de
producción sociohistóricas.

SILVIA SIGAL y ELISEO VERÓN, “Perón o muerte. Los


fundamentos discursivos del fenómeno peronista”. (1985)
El objeto de este libro es el peronismo, considerado como un caso del discurso político. Se
insistirá aquí en sólo dos aspectos: La noción de “objeto” y la noción de “discurso”. Nociones
que son en este caso inseparables, puesto que es por medio de la noción de discurso que hemos
construido al peronismo como objeto. La motivación para elegir dicho objeto fue la necesidad
de comprender, aunque solo fuese de manera imperfecta, parcial y provisoria, lo que ocurrió en
la Argentina en 1973-74.
Respecto de la irrupción de la violencia política, hay dos hipótesis conocidas:
1- La irrupción de la violencia política no hace más que poner en evidencia la naturaleza
íntima de la dominación del Estado, ello implica que la violencia es consubstancial al
sistema político, aun cuando se expresa de maneras diferentes y en grados diversos
según las circunstancias: encubierta por las instituciones “democráticas”, la violencia
permanece en estado latente en los países desarrollados.
2- En tanto sistema de reconocimiento e institucionalización de la legitimidad del
conflicto, la democracia ha conseguido expulsar la violencia mortífera del campo
político.
La primera hipótesis permite dar cuenta de múltiples fenómenos del siglo XX (desde el
nazismo y el fascismo hasta los regímenes militares) pero difícilmente de las democracias
estables: estas serán reducidas a una suerte de ilusión transitoria. Y para la segunda hipótesis,
son las situaciones de extrema violencia las que resultan difícilmente explicables, y aquellas
sociedades que no accedieron a la democracia occidental han errado el camino.
Les autores creen que estas dos hipótesis, inversas y complementarias, dibujan una falsa
alternativa, y que si no se trata de probar que bajo las apariencias de la razón democrática arde
el fuego inevitable de la pulsión de muerte, tampoco es cuestión de adoptar una teoría de la
democracia incapaz de pensar la violencia, a no ser como residuo patológico.
En el esfuerzo por superar esta alternativa, la noción de “discurso” desempeña un papel
fundamental. Como todo comportamiento social, la acción política no es comprensible fuera del
orden simbólico que la genera, y del universo imaginario que ella misma engendra dentro de un
campo determinado de relaciones sociales. Ahora bien, el único camino para acceder a los
discursos imaginarios y simbólicos asociados al sentido de la acción es el análisis de los
discursos sociales.
Estudiar la producción discursiva asociada a un campo determinado de relaciones sociales es
describir los mecanismos significantes sin cuya identificación la conceptualización de la acción
social y, sobre todo, la determinación de la especificidad de los procesos estudiados, es
imposible. Dicho de otra manera: analizar los discursos sociales no consiste en estudiar lo que
los actores sociales “dicen” por oposición a lo que “hacen”.
El análisis del discurso es indispensable porque si no conseguimos identificar los mecanismos
significantes que estructuran el comportamiento social, no sabremos tampoco lo que los actores
hacen. La distinción entre acción y discurso no corresponde a la distinción entre “hacer” y
“decir”. Puesto que la acción social misma no es determinable fuera de la estructura simbólica e
imaginaria que la define como tal.
Lo que interesa al análisis del discurso es la descripción de la configuración compleja de
condiciones que determinan el funcionamiento de un sistema de relaciones sociales en una
situación dada. La caracterización de esas condiciones, no como condiciones “objetivas”,
simplemente, sino como condiciones de producción del sentido, es lo que abre el camino a la
aprehensión del orden simbólico como matriz fundamental del comportamiento social, y de las
estructuraciones de lo imaginario como red compleja de representaciones engendradas en el
sino mismo de las prácticas sociales.
En esta perspectiva, la violencia que estalla en el campo político se nos aparece no como retorno
súbito de lo irracional reprimido ni como ruptura patológica, sino como un elemento que, en
determinadas circunstancias, resulta de los mecanismos significantes que determinan la
naturaleza del conflicto y las posiciones ocupadas por los protagonistas.
La violencia, como los discursos, está articulada a la matriz significante que le da sentido y, en
definitiva, la engendra como comportamiento enraizado en el orden simbólico y productor de
imaginario. Puede decirse que la violencia es, desde este punto de vista, una especie de
discurso. Ahora bien, el poner en evidencia su dimensión significante nos muestra de inmediato
la imposibilidad de hablar de la violencia en general.
La teoría del discurso se funda en el principio inverso al de “adoptar el punto de vista del actor”
(del viejo funcionalismo). La teoría del discurso sostiene, por el contrario, que el sentido solo
puede ser aprehendido a condición de abandonar el “punto de vista del actor”. Dicho de otro
modo: una teoría de la producción de sentido es una teoría del observador. El sentido no es
subjetivo ni objetivo: es una relación (compleja) entre la producción y la recepción, en el seno
de los intercambios discursivos.
La posición del observador es, en primer lugar, siempre relativa, o, si se prefiere, metodológica.
Observar un juego de discurso (en este caso, el discurso político) implica poner fuera del juego.
Pero ponerse fuera de un juego no quiere decir ocupar la posición de lo que sería un observador
absoluto; significa simplemente jugar a otro juego (en este caso, se trata de ese discurso que se
llama “ciencia”). Lo que podemos llamar el “principio del observador” afirma solamente que no
se puede al mismo tiempo jugar a un juego y observarlo. Conviene subrayar que en esta
perspectiva, que encuentra su origen en el concepto “juegos de lenguaje” de Wittgenstein, no
hay un juego absoluto, que sería una suerte de metajuego, depositario de la teoría de todos los
juegos de discurso posibles: la ciencia no es un metajuego, es apenas un juego entre otros.
¿Por qué este desplazamiento de la posición del observador es siempre necesario? Porque los
juegos del discurso no son otra cosa que el marco, el contexto, donde en el seno de
determinadas relaciones sociales, tiene lugar la producción social del sentido. Y una de las
propiedades fundamentales del sentido cuando se lo analiza en el marco de su matriz social es el
carácter no lineal de su circulación.
Una propiedad fundamental del funcionamiento discursivo es el principio de la indeterminación
relativa del sentido: el sentido no opera según una causalidad lineal. Este carácter no lineal (o si
se prefiere, no “mecánico”) de la circulación del sentido, conduce a distinguir dos grandes
capítulos en la investigación de los discursos sociales, que corresponden a dos modos de análisis
del discurso: la producción y el reconocimiento. Si utilizamos “producción” en lugar de
“recepción” es porque emisión y recepción son términos inevitablemente asociados a las teorías
de la comunicación social.
Las teorías de la comunicación están fundadas en la hipótesis según la cual la circulación del
sentido (cuando es “exitosa”) supone un proceso lineal de circulación. Ante este punto de vista
se plantea una alternativa: o bien nos dedicamos al estudiar de la comunicación “exitosa” (y nos
condenamos a analizar semáforos) o bien partimos de la indeterminación constitutiva de la
circulación del sentido, que nos obliga a abandonar el punto de vista “comunicacional”. Es por
esta razón que la teoría de los discursos sociales no es una teoría de la comunicación. A esta
altura ya se habrá comprendido que la diferencia entre una teoría de la información y una teoría
del discurso es que la primera es una teoría formulada desde el punto de vista subjetivo del
actor y la segunda una teoría del observador. La indeterminación relativa de la circulación del
sentido sólo es visible para un observador, el cual, colocándose “fuera” analiza el intercambio
discursivo.
El análisis de los discursos sociales se interesa en las relaciones interdiscursivas, por lo tanto, no
es el sujeto hablante, el actor social, sino las distancias entre los discursos. El análisis del
discurso se interroga, por una parte, acerca de la especificidad del tipo de discurso estudiado y
responde siempre a esta pregunta por diferencia; por ejemplo, ¿qué es lo que distingue el
discurso político de otros tipos de discurso? El análisis del discurso se interesa, por otro lado, en
la dinámica de un proceso dado de producción discursiva: ¿cuál es la relación entre un discurso
A, y otro discurso B que aparece como respuesta al primero? Trabajando sobre el inter-discurso,
el análisis no necesita recurrir a ningún concepto concerniente a las “intenciones” o a los
“objetivos” de los actores sociales que intervienen en los procesos estudiados.
La ingenuidad consiste en suponer que se puede interpretar la acción política fuera de toda
hipótesis sobre la matriz significante que la engendra. Quienes rehúsan estudiar el sentido en el
lugar mismo en que éste se produce, es decir, en la discursividad social inseparable del
comportamiento, no hacen más que ejercitar una “intuición” interpretativa cuyo fundamento y
cuyo método no son justificados.
Era necesario, en primer lugar, tratar de comprender el fenómeno peronista como fenómeno
discursivo. ¿Cuáles son los elementos que determinaron su especificidad? ¿Existe, desde este
punto de vista, una continuidad del peronismo identificable a lo largo de los treinta años? La
búsqueda de una respuesta a estas preguntas nos condujo a una conclusión: el peronismo no
puede ser caracterizado como una “ideología” o, en otros términos, su continuidad histórica y su
coherencia discursiva no reposan en la permanencia de ciertos contenidos que configurarían
algo así como la “ideología peronista”. Dicha continuidad y dicha coherencia existen pero se
sitúan en otro plano.
Más precisamente, podemos usar el adjetivo para calificar un substantivo: dimensión ideológica.
El concepto de dimensión ideológica de un discurso (o de un tipo de discurso) designa la
relación entre el discurso y sus condiciones sociales de producción: esta relación se concreta en
el hecho de que el discurso en cuestión exhibe ciertas propiedades que se explican por las
condiciones bajo las cuales ha sido producido. La especificidad del peronismo reside en su
dimensión ideológica, vale decir, en la manera en que el discurso peronista construye su
relación con el sistema político democrático.
La noción de enunciación es capital para el análisis que se presenta en este trabajo. Ella
constituye uno de los términos de la distinción que opone enunciación a enunciado. El plano de
la enunciación es ese nivel del discurso en el que se construye, no lo que se dice, sino la
relación del que habla a aquello que dice, relación que contiene necesariamente otra relación:
aquella que el que habla propone al receptor, respecto de lo que dice. Si yo digo “X posee la
propiedad Y” presento mi enunciado como una verdad indiscutible y objetiva, que no necesita
ninguna calificación; si, por el contrario, digo “creo que X posee la propiedad Y”, presento el
mismo enunciado como un objeto de mi creencia personal, y dejo a mi interlocutor en libertad
de adoptar la posición que le parezca conveniente.
El plano de la enunciación comprende dos grandes aspectos: las entidades de la enunciación y
las relaciones entre esas entidades. Todo discurso construye dos “entidades” enunciativas
fundamentales: la imagen del que habla (que llamaremos el enunciador) y la imagen de a quien
se habla (que llamaremos enunciatario). La certidumbre, la duda, la interrogación, la
sugerencia, son algunos de los múltiples modos en que el que habla define su relación con lo
que dice y, automáticamente, define también la relación del destinatario con lo dicho.
La problemática de la dimensión ideológica nos lleva a cambiar de nivel: es en el plano de la
enunciación que se construye la relación de un discurso con sus relaciones sociales de
producción. Que no se diga entonces que el análisis del discurso “olvida” o “descuida” los
contenidos; lo que hace es incorporarlos a una teoría de la enunciación. Una cosa es considerar
un tema o un contenido en sí mismo, de una manera aislada; otra cosa es considerar ese tema o
ese contenido como organizado por la estrategia de un enunciador orientado hacia un
destinatario.
En tanto fenómeno discursivo, el peronismo no es otra cosa que un dispositivo particular de
enunciación a través del cual el discurso se articula, de una manera específica, al campo
político definido por las instituciones democráticas.

PÁVEL MEDVÉDEV y MIJAÍL BAJTÍN, “La evaluación social, su


papel, el enunciado concreto y la construcción poética”. (1928)
¿Cuál es el elemento que une la presencia material de la palabra con su sentido? Los autores
creen que ese elemento es la evaluación social. El lingüista hace abstracción de la evaluación
social, ya que hace abstracción de las formas concretas del enunciado. Por eso en el lenguaje
como sistema lingüístico abstracto no hallaremos evaluación social.
El vínculo entre el sentido y el signo en la palabra tomada por separado, independientemente del
enunciado concreto, por así decir: en la “palabra de diccionario” es completamente casual y
técnica [Hall diría lo mismo]. En este caso la palabra es simplemente un signo convencional.
Todo enunciado concreto es un acto social. Histórica y socialmente significativo es no sólo el
sentido del enunciado, sino también el hecho mismo de su pronunciación. El enunciado ya no es
un cuerpo físico ni un proceso físico, sino un acontecimiento de la historia, aunque sea
infinitamente pequeño.
Pero también el sentido mismo de la palabra-enunciado a través del acto singular de su
realización se incorpora a la historia, deviene un fenómeno histórico. Es determinado
enteramente por el conjunto de las condiciones histórico-sociales y por la situación concreta del
enunciado singular dado. Es que de la enorme variedad de objetos y significados accesibles a un
grupo social dado, precisamente determinado significado, determinado objeto, entró en el
horizonte de las personas que hablan o que tienen trato ideológico en un momento dado y en un
lugar dado.
Si desvinculamos el enunciado del trato social y lo materializamos, entonces perderemos
también la unidad orgánica de todos sus aspectos lograda por nosotros. Este vínculo orgánico
entre el sentido y el signo no puede volverse un vínculo de diccionario, estable gramaticalmente
y fijado en formas idénticas que se trasmiten, o sea, no puede volverse él mismo signo o aspecto
constante del signo, no puede gramaticalizarse. Este vínculo se crea para destruirlo y de nuevo
crearlo, pero ya en nuevas formas, en las condiciones de un nuevo enunciado.
[Pensemos en un nuevo idioma que aprendemos] No se puede ni siquiera entender el enunciado
concreto sin haberse incorporado a su atmósfera, sin haber entendido su orientación evaluante
en el medio ideológico. Es que entender el enunciado no significa captar su sentido general
como captamos el sentido de la palabra de diccionario”. Entender el enunciado significa
entenderlo en el contexto de su contemporaneidad y de nuestra contemporaneidad (si estas no
coinciden). Es necesario entender el sentido en el enunciado, el contenido del acto y la realidad
histórica del acto y, además, en la unidad interna concreta de estos.
La evaluación social determina todos los aspectos del enunciado, pero halla su expresión más
pura y típica en la entonación expresiva. A diferencia de la entonación sintáctica, que es más
estable, la entonación expresiva refleja la irrrepetibilidad histórica del mismo. En el enunciado,
cada elemento del lenguaje, como elemento del material, realiza la exigencia de la evaluación
social. Y solo puede entrar en el enunciado el elemento que es capaz de satisfacer las exigencias
de esta. La palabra solo deviene material del enunciado como portavoz de la evaluación social.
Por eso la palabra llega al enunciado, no del diccionario, sino de la vida, de unos enunciados a
otros.
¿Por qué dos palabras dadas se pusieron una al lado de la otra? La lingüística sólo explica por
qué pudieron ponerse una al lado de la otra. Debe venir la evaluación social y convertir una de
las posibilidades gramaticales en un hecho concreto de la actividad discursiva.
Supongamos que dos grupos sociales enemistados disponen de un mismo material lingüístico.
Las mismas palabras serán entonadas de maneras profundamente distintas, entrarán
combinaciones de sentido y estilísticas profundamente diferentes. En la realidad, el lenguaje se
crea, se forma e ininterrumpidamente se transforma dentro de las fronteras de determinado
horizonte valórico. Por eso precisamente dos grupos sociales esencialmente diferentes no
pueden poseer el mismo arsenal de lenguaje. Desde el punto de vista sociológico, las
posibilidades mismas del lenguaje están encerradas, en su surgimiento y desarrollo, en el círculo
de las evaluaciones que se forman necesariamente en el grupo social dado.
[Después lo relaciona con la poesía pero de baja eso]

MICHEL FOUCAULT, “El orden del discurso”. (1970)


[Tanto este como el siguiente texto son muy feos y crípticos. Mi profesora hizo un berrinche esa
semana así que no tuve clases, admito que estos dos resúmenes pueden estar algo más flojos]
Migue comienza con una hipótesis: supone que en toda sociedad la producción del discurso está
a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que
tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y
esquivar su pesada y temible materialidad. En una sociedad como “la nuestra” [comillas mías]
son bien conocidos los procedimientos de exclusión. El más evidente, y el más familiar también,
es lo prohibido.
El discurso, lejos de ser ese elemento transparente o neutro en el que la sexualidad se desarma y
la política se pacifica es más bien uno de esos lugares en que se ejercen, de manera privilegiada,
algunos de sus más temibles poderes. El discurso, por más que en apariencia sea poca cosa, las
prohibiciones que recaen sobre él, revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el
deseo y con el poder. Y esto no tiene nada de extraño: ya que el discurso –el psicoanálisis nos lo
ha mostrado- no es simplemente lo que manifiesta (o encubre) el deseo; es también lo que es el
objeto de deseo.
Existe en nuestras sociedades otro principio de exclusión: no se trata ya de una prohibición sino
de una separación y un rechazo. Piensa en la oposición razón y locura. Desde la más alejada
Edad Media, el loco es aquél cuyo discurso no puede circular como el de los otros. O su verdad
es considerada nula o también se le puede conferir extraños poderes, como el de enunciar una
verdad oculta.
Si uno se sitúa al nivel de una proposición, en el interior de un discurso, la separación entre lo
verdadero y lo falso no es ni arbitraria, ni modificable, ni institucional, ni violenta. Pero si uno
se sitúa en otra escala, si se plantea la cuestión de saber cuál ha sido y cuál es constantemente, a
través de nuestros discursos, esa voluntad de verdad que ha atravesado tantos siglos de nuestra
historia, cuál es en su forma general el tipo de separación que rige nuestra voluntad de saber, es
entonces, quizás, cuando se ve dibujarse algo así como un sistema de exclusión (sistema
histórico, modificable, institucionalmente coactivo).
La voluntad de verdad, como los otros sistemas de exclusión, se apoya en un soporte
institucional: está a la vez reforzada y acompañada por una densa serie de prácticas. Foucault
cree que esta voluntad de verdad, basada en un soporte y una distribución institucional, tiende a
ejercer sobre los otros discursos –siempre hablando de nuestra sociedad- una especie de presión
y como un poder de coacción. De los tres grandes sistemas de exclusión que afectan al discurso,
la palabra prohibida, la separación de la locura y la voluntad de verdad, es al tercero al que no
han cesado de derivar los primeros en los últimos siglos [pensar en Angenot].
En la voluntad de verdad, de decir ese discurso verdadero, ¿qué está en juego sino el deseo y el
poder? El discurso verdadero, que la necesidad de su forma exime del deseo y libera del poder,
no puede reconocer la voluntad de verdad que le atraviesa; y la voluntad, ésa que se nos ha
impuesto desde hace mucho, es de tal manera que la verdad que quiere no puede no
enmascararla.
Existen, evidentemente, otros muchos procedimientos de control y delimitación del discurso
Esos, a los que se aludió antes se ejercen en cierta manera desde el exterior. Pero se puede
también aislar otro grupo, el de los procedimientos internos, puesto que son los discursos
mismos los que ejercen su propio control. Vamos a por los internos.
En primer lugar, el comentario. Hay regularmente en las sociedades una especie de nivelación
entre discursos: los discursos “se dicen” en el curso de los días y de las conversaciones, y que
desaparecen con el acto mismo que los ha pronunciado; y los discursos que están en el origen de
un cierto número de actos nuevos de palabras que los reanudan, los transforman o hablan de
ellos, en resumen, discurso que, indefinidamente, más allá de su formulación, son dichos,
permanecen dichos, y están todavía por decir. Un ejemplo puede encontrarse en la Odisea que
como primer texto es repetida en traducciones, en el Ulises de Joyce, etc. El desfase no es total
ni absoluto, y juega un cometido solidario. Por un lado permite construir nuevos discursos, y
por el otro, el comentario no tiene por cometido más que el decir por fin lo que estaba articulado
silenciosamente allá lejos.
Existe otro principio de enrarecimiento del discurso. Y hasta cierto punto es complementario del
primero. Se refiere al autor. Al autor no considerado, desde luego, como el individuo que habla
y que ha pronunciado o escrita un texto, sino al autor como principio de agrupación del
discurso, como unidad y origen de sus significaciones. Y repasa las distintas funciones: en la
Edad Media, la atribución a un autor era indicador de veracidad, en el discurso médico la
autoría está casi olvidada, mientras que en la literatura de los últimos siglos ha obtenido un
carácter central.
El comentario limitaba el azar del discurso por medio del juego de una identidad que tendría la
forma de la repetición y de lo mismo. El principio del autor limita ese mismo azar por el juego
de una identidad que tiene la forma de la individualidad y del yo.
Sería necesario reconocer también, en lo que se llama no las ciencias sino las “disciplinas”, otro
principio de limitación, también relativo y móvil. La organización de las disciplinas se opone
tanto al principio del comentario como al del autor. Al del autor porque una disciplina se define
por un ámbito de objetos, un conjunto de métodos, un corpus de proposiciones consideradas
como verdadera, un juego de reglas y de definiciones, de técnicas y de instrumentos: todo esto
constituye una especie de sistema anónimo a disposición de quien quiera o de quien pueda
servirse de él, sin que su sentido o su validez estén ligados a aquel que se ha contentado con ser
el inventor. Pero el principio de la disciplina se opone también al del comentario; en una
disciplina, a diferencia del comentario, lo que se supone al comienzo, no es un sentido que debe
ser descubierto de nuevo, ni una identidad que debe ser repetida; es lo que se requiere para la
construcción de nuevos enunciados.
Una disciplina no es la suma de todo lo que puede ser dicho de cierto a propósito de alguna
cosa. La medicina no está constituida por el total de cuanto puede decirse de cierto sobre la
enfermedad; la botánica no puede ser definida por la suma de todas las verdades que conciernen
las plantas. Cualquier disciplina está constituida tanto sobre errores como sobre verdades,
errores que no son residuos o cuerpos extraños, sino que ejercen funciones positivas y tienen
una eficacia histórica y un papel frecuentemente inseparables de las verdades [hermosa oración
para pensar el estudio de MCR –sobre todo sus cinco variantes- o CC.SS.].
La disciplina es un principio de control de la producción del discurso. Ella le fija sus límites por
el juego de una identidad que tiene la forma de una reactualización permanente de las reglas. Se
tiene el hábito de ver, en las disciplinas, fuentes infinitas para la creación de discursos. Quizás,
pero no son por ello menos principios de coacción. Es probable que no se pueda dar cuenta de
su papel positivo y multiplicador, si no se toma en consideración su función restrictiva y
coactiva.
Existe un tercer grupo de procedimientos que permite el control de los discursos [después de los
externos e internos]. Se trata de determinar las condiciones de su utilización, de imponer a los
individuos que los dicen un cierto número de reglas y no permitir de esta forma el acceso a
ellos, a todo el mundo. Enrarecimiento, esta vez, de los sujetos que hablan.
No todas las regiones del discurso están igualmente abiertas y penetrables; algunas están
altamente defendidas (diferenciadas y diferenciantes) mientras que otras aparecen casi abiertas a
todos los vientos y se ponen sin restricción previa a disposición de cualquier sujeto que hable.
La forma más superficial y más visible de estos sistemas de restricción la constituye lo que se
puede reagrupar bajo el nombre de ritual; el ritual define la cualificación que deben poseer los
individuos que hablan. Define los gestos, los comportamientos, las circunstancias, y todo el
conjunto de signos que deben acompañar el discurso.
Separa a las “sociedades de discurso” de la doctrina. Mientras que en las primeras el número de
individuos que hablan, si no está fijado, tiende a ser limitado, y es entre ellos entre quienes el
discurso podía circular y transmitirse; la doctrina, por el contrario, tiende a la difusión; y es por
la aprehensión en común de un solo y mismo conjunto de discursos como individuos, tan
numerosos como se quiera imaginar, definen su dependencia recíproca. La herejía y la
ortodoxia, entonces, no responden a una exageración sino a la denuncia por la doctrina de los
enunciados a partir de los sujetos que hablan, en la medida en que la doctrina vale siempre
como signo. La doctrina vincula los individuos a ciertos tipos de enunciación y como
consecuencia les prohíbe cualquier otro; efectúa una doble sumisión: la de los sujetos que
hablan a los discursos, y la de los discursos al grupo, cuando menos virtual, de los individuos
que hablan.
Las cosas murmuran ya un sentido que nuestro lenguaje no tiene más que hacer brotar; y este
lenguaje, desde su más rudimentario proyecto, nos hablaba ya de un ser que él es como la
nervadura. El discurso no es nada más que un juego [ver Wittgenstein], de escritura en el primer
caso, de lectura en el segundo, de intercambio en el tercero: y ese intercambio, esa lectura, esa
escritura no ponen nunca nada más en juego que los signos. El discurso se anuncia así, en su
realidad, situándose en el orden del significante.
Hay tres decisiones a las cuales nuestro pensamiento se resiste un poco y que corresponden a los
tres grupos de funciones que Migue acaba de evocar: 1- poner en duda nuestra voluntad de
verdad, 2- Restituir al discurso su carácter de acontecimiento, 3- Levantar finalmente la
soberanía del significante. Tales tareas traen consigo ciertas exigencias de método.
Primeramente, un principio de trastocamiento: allí donde, según la tradición, se cree reconocer
la fuente de discursos se hace necesario, antes bien, reconocer el juego negativo de un corte y de
un enrarecimiento del discurso. Luego un principio de discontinuidad, los discursos deben ser
tratados como prácticas discontinuas que se cruzan, a veces se yuxtaponen, pero que también se
ignoran o se excluyen. También un principio de especificidad, es necesario concebir el discurso
como una violencia que hacemos a las cosas, en todo caso como una práctica que les
imponemos; es en esta práctica donde los acontecimientos del discurso encuentran el principio
de su regularidad. Cuarta regla, la de la exterioridad: no ir del discurso hacia su núcleo interior
sino a partir del discurso mismo, de su aparición y de su regularidad, ir hacia sus condiciones
externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la serie aleatoria de esos acontecimientos y
que fija los límites.
Cuatro nociones deben servir pues de principio regular en el análisis: la del acontecimiento, la
de la serie, la de la regularidad y la de la condición de posibilidad. Se oponen, como se ve,
término a término: el acontecimiento a la creación, la serie a la unidad, la regularidad a la
originalidad y la condición de posibilidad a la significación. Estas cuatro últimas nociones
(significación, originalidad, unidad, creación) han, de una manera bastante general, dominado la
historia tradicional de las ideas, donde, de común acuerdo, se buscaba el punto de la creación, la
unidad de la obra, de una época o de un tema, la marca de la originalidad individual y el tesoro
indefinido de las significaciones dispersas.
El análisis [del discurso] plantea problemas filosóficos o teóricos verdaderamente graves:
1- Si los discursos deben tratarse primeramente como conjuntos de acontecimientos
discursivos, ¿qué estatuto es necesario conceder a la noción de acontecimiento? No es
ni sustancia, ni accidente, ni calidad, ni proceso; el acontecimiento no pertenece al
orden de los cuerpos. Y sin embargo no es inmaterial; es al nivel de la materialidad
cómo cobra siempre efecto y, como es efecto, tiene su sitio, y consiste en la relación, la
coexistencia, la dispersión, la intersección, la acumulación, la selección de elementos
materiales; no es el acto ni la propiedad de un cuerpo. Se produce como efecto de y en
una dispersión material. La filosofía del acontecimiento debería avanzar en la dirección
paradójica, a primera vista, de un materialismo de lo incorporal.
2- Por otra parte, si los acontecimientos discursivos deben tratarse según series
homogéneas pero discontinuas unas con relación a otras, ¿qué estatuto es necesario dar
a ese discontinuo? [Bienvenidos al cuento de la buena pipa] Se trata de cesuras que
rompen el instante y dispersan el sujeto en una pluralidad de posibles posiciones y
funciones. Una discontinuidad que invalidad las menores unidades tradicionalmente
conocidas: el instante y el sujeto.
3- Si es verdad que esas series discursivas y discontinuas tienen, cada una, entre ciertos
límites, su regularidad, sin duda ya no es posible establecer, entre los elementos que las
constituyen vínculos de causalidad mecánica o e necesidad ideal. Es necesario aceptar
la introducción del azar como categoría en la producción de los acontecimientos.
[Las últimas 8 páginas no las resumí porque me parecieron secundarias. Fun fact: En un
momento cita a Borges]

MICHEL FOUCAULT, “La arqueología del saber”. Capítulo 2. (1969)


[Otra paja este texto. Va a ir tirando hipótesis y descartándolas todo el tiempo, te queda poco al
final]
En la tarea de describir relaciones entre enunciados, Foucault se encontró con dos series de
problemas: una concierne a la utilización salvaje que hizo de los términos de enunciado,
acontecimiento y discurso; la otra concierne a las relaciones que pueden ser legítimamente
descritas entre esos enunciados.
Hay, por ejemplo, enunciados que se tienen por dependientes de la economía política o de la
biología. Pero ¿qué son la medicina, la gramática, la economía política?
Primera hipótesis: los enunciados diferentes en su forma, dispersos en el tiempo, constituyen un
conjunto si se refieren a un solo y mismo objeto. Ahora bien, la unidad del objeto “locura” no
permite individualizar un conjunto de enunciados y establecer entre ellos una relación
descriptible y constante a la vez. El objeto no es el mismo en los enunciados médicos del siglo
XVII o del siglo XVIII, no es idéntico al objeto que se dibuja a través de sentencias jurídicas o
las medidas policiacas. No son las mismas enfermedades aquí y allá; no se trata en absoluto de
los mismos locos. De una manera paradójica, definir un conjunto de enunciados en lo que hay
de él de individual, consistiría en describir la dispersión de esos objetos, captar todos los
intersticios que los separan, medir las distancias que reinan entre ellos: formular su ley de
repartición.
Segunda hipótesis para definir un grupo de relaciones entre enunciados: su forma y tipo de
encadenamiento. Por ejemplo, la ciencia médica a partir del siglo XIX puede caracterizarse
menos por sus temas que por un determinado estilo, un determinado carácter constante de la
enunciación. Pero estas formas no han cesado de desplazarse. Y todas las alteraciones, que
quizás hoy conducen al umbral de una nueva medicina, se han depositado lentamente, en el
transcurso del siglo XIX, en el discurso médico. Lo que habría que caracterizar e individualizar
sería la coexistencia de esos enunciados dispersos y heterogéneos; el sistema que rige su
repartición, el apoyo de los unos sobre los otros, la manera en que se implican o se excluyen, la
transformación que sufren, el juego de su relevo, de su disposición, y de su reemplazo.
Otra hipótesis: ¿no podrían establecerse grupos de enunciados, determinado el sistema de los
conceptos permanentes y coherentes que en ellos se encuentran en juego? Por ejemplo, ¿el
análisis del lenguaje y de los hechos gramaticales no repose en los clásicos (desde Lancelot
hasta el final del siglo XVIII) sobre un número definido de conceptos cuyo contenido y uso
estaban establecidos de una vez para siempre? Se podría reconstituir así la arquitectura
conceptual de la gramática clásica, pero también aquí se encontrarían pronto los límites: a
comprobar la aparición de nuevos conceptos, algunos de los cuales quizás son derivados de los
primeros; pero los otros les son heterogéneos y algunos incluso son incompatibles con ellos.
[Acá viene algo interesante] Quizás se descubriera, no obstante, una unidad discursiva, si se la
buscara no del lado de la coherencia de los conceptos, sino del lado de su emergencia
simultánea o sucesiva, de desviación, de la distancia que los separa y eventualmente de su
incompatibilidad. No se buscaría ya entonces una arquitectura de conceptos lo bastante
generales y abstractos para significar todos los demás e introducirlos en el mismo edificio
deductivo; se probaría a analizar el juego de sus apariciones y de su dispersión.
Finalmente, cuarta hipótesis para reagrupar los enunciados, describir su encadenamiento y dar
cuenta de las formas unitarias bajo las cuales se presentan: la identidad y la persistencia de los
temas. En ciencias como la economía o la biología es legítimo en primera instancia suponer que
cierta temática es capaz de ligar un conjunto de discurso. Pero Fucó se pregunta si el tema
evolucionista ni tiene más filosofía que ciencia, más cosmología que biología. Lo mismo con la
fisiocracia. Sería un error, pues, sin duda, buscar, en la existencia de estos temas, los principios
de individualización de un discurso.
Cuatro tentativas, cuatro fracasos y cuatro hipótesis que las relevarían. Una regularidad es
posible de marcar: un orden en su aparición sucesiva, correlaciones en su simultaneidad,
posiciones asignables en un espacio común, un funcionamiento recíproco, transformaciones
ligadas y jerarquizadas. O aún: en lugar de reconstituir cadenas de inferencia (como se hace a
menudo en la historia de las ciencias o de la filosofía), en lugar de establecer tablas de
diferencias (como lo hacen los lingüistas), habrá que describir sistemas de dispersión.

UNIDAD 4: PROBLEMAS EPISTEMOLÓGICOS DE LAS


CIENCIAS SOCIALES
PIERRE BOURDIEU, “Espacio social y poder simbólico” en Cosas
Dichas. (1987)
En este texto, Bourdieu presenta los principios teóricos que fundamentaron a La Distinción.
Caracteriza su trabajo en dos palabras: constructivist structuralism o structuralist
constructivism. Estructuralismo o estructuralista porque da cuenta de que existen en el mundo
social, y no solamente en los sistemas simbólicos, lenguaje, mito, etc., estructuras objetivas,
independientes de la conciencia y de la voluntad de los agentes, que son capaces de orientar y
coaccionar sus prácticas o sus representaciones. Y constructivista porque entiende que hay una
génesis social de una parte de los esquemas de percepción, de pensamiento y de acción que son
constitutivos de lo que llama habitus, y por otra parte estructuras, y en particular de lo que llama
campos y grupos, especialmente de lo que se llama generalmente clases sociales.
La ciencia social oscila entre dos puntos de vista aparentemente incompatibles: el objetivismo
(o fisicalismo) y el subjetivismo (o psicologismo, con matices fenomenológicos, semiológicos,
etc.). Los primeros siguen la máxima durkheiminiana de “tratar a los hechos sociales como
cosas” dejando así de lado todo lo que deben al hecho de que son objetos de conocimiento en la
existencia social. Los otros, reducen el mundo social a las representaciones que de él hacen los
agentes, consistiendo entonces la tarea de la ciencia social en producir un “informe de informes”
producidos por los sujetos sociales.
Durkheim es sin duda, junto a Marx, quien expresó de manera más consecuente la posición
objetivista: “Creemos fecunda esta idea de que la vida social debe explicarse no por la
concepción de aquellos que en ella participan, sino por las causas profundas que escapan a la
conciencia”. En Schutz y los etnometodólogos se encuentran las expresiones más puras de la
visión subjetivista: “El campo de observación del cientista social, la realidad social, tiene un
sentido y una estructura de pertinencia específica para los seres humanos que viven, actúan y
piensan en ella. (…) Los objetos de pensamiento construidos por el cientista social a fin de
captar esta realidad deben fundarse en los objetos de pensamiento construidos por el
pensamiento de sentido común de los hombres que viven su vida cotidiana en su mundo social”.
La oposición es total, en un caso el conocimiento científico no se obtiene sino por la ruptura con
las representaciones primeras (“prenociones” en Durkheim, “ideología” en Marx); en el otro
caso, está en continuidad con el conocimiento de sentido común, puesto que no es sino una
“construcción de construcciones”.
La intención más constante del trabajo de Bourdieu va a ser superar esta oposición. Su
contrapropuesta de análisis consiste en que, por un lado, las estructuras objetivas que construye
el objetivista son el fundamento de los representaciones subjetivas y constituyen las coacciones
estructurales que pesan sobre las interacciones, pero por otro lado, esas representaciones
también deben ser consideradas si se quiere dar cuenta especialmente de las luchas cotidianas,
individuales o colectivas, que tienden a transformar o a conservar esas estructuras.
Para superar verdaderamente la oposición artificial que se establece entre las estructuras y las
presentaciones, es necesario romper con el modo de pensamiento que Cassirer llama
sustancialista y que lleva a no reconocer ninguna otra realidad que aquellas que se ofrecen a la
intuición directa en la experiencia ordinaria, los individuos y los grupos. Al sustancialismo,
Bourdieu opone el pensamiento relacional.
Las interacciones, que procuran una satisfacción inmediata a las disposiciones empiristas –se
puede observarlas, filmarlas, registrarlas, hasta tocarlas con un dedo- esconden las estructuras
que en ellas se realizan. Es uno de los casos donde lo visible, lo inmediatamente dado, esconde
lo invisible que lo determina.
¿Cómo pueden captarse concretamente las relaciones objetivas, irreductibles a las interacciones
en la cuales se manifiestan? Esas relaciones objetivas son las relaciones entre las posiciones
ocupadas en las distribuciones de recursos que son ocupadas o pueden volverse actuantes,
eficientes, como los triunfos en un juego, en la competencia por la apropiación de bienes raros
cuyo lugar está en este universo social. Los agentes son distribuidos en el espacio social global,
en la primera dimensión según el volumen global del capital que poseen bajo diferentes
especies, y, en la segunda dimensión, según el peso relativo de las diferentes especies de capital,
económico y cultural, en el volumen total de su capital.
Así como el subjetivismo inclina a reducir las estructuras a las interacciones, el objetivismo
tiende a deducir las acciones y las interacciones a la estructura. El error que entonces le critica a
Marx sería tratar las clases en el papel como clases reales. Los grupos –entre ellos las clases
sociales- están por hacer [relacionar con la construcción del objeto]. No están dados en la
“realidad social”, la clase obrera, por ejemplo, es un artefacto histórico bien fundado.
La “realidad social” de la que hablan los objetivistas es también un objeto de percepción. Y la
ciencia social debe tomar por objeto esta realidad y a la vez la percepción de esta realidad, las
perspectivas, los puntos de vista que, en función de su posición en el espacio social objetivo, los
agentes tienen sobre esta realidad. La ruptura objetivista con las prenociones, la sociología
espontánea, es un momento inevitable, necesario de la trayectoria científica. Pero es necesario
operar una segunda ruptura, más difícil, con el objetivismo, reintroduciendo en un segundo
tiempo, lo que fue necesario descartar para construir la realidad objetiva. La sociología debe
incluir una sociología de la percepción del mundo social, una sociología de la construcción de
las visiones del mundo que contribuyen también a la construcción de ese mundo. Pero, dado que
hemos construido el espacio social, sabemos que estos puntos de vista, la palabra misma lo dice,
son vistas tomadas a partir de un punto, es decir, de una posición determinada en el espacio
social.
Si el mundo tiende a ser percibido como evidente es porque las disposiciones de los agentes, sus
habitus -es decir las estructuras mentales a través de las cuales aprehenden el mundo social- son
en lo esencial el producto de la interiorización de las estructuras del mundo social. Por lo tanto,
la búsqueda de formas invariables de percepción o construcción de la realidad social enmascara
diferentes cosas: primeramente, que esta construcción no se opera sobre un vacío social, sino
que está sometida a coacciones estructurales; en segundo lugar, que las estructuras
estructurantes, las estructuras cognitivas, son ellas mismas socialmente estructuradas, porque
tienen una génesis social; en tercer lugar, que la construcción de la realidad social no es
solamente una empresa individual, sino que puede también volverse una empresa colectiva.
Las representaciones de los agentes varían según su posición (y los intereses asociados) y según
su habitus, como sistema de esquemas de percepción y de apreciación, como estructuras
cognitivas y evaluativas que adquieren a través de la experiencia duradera de una posición en el
mundo social. El habitus es a la vez un sistema de esquemas de producción de prácticas y un
sistema de esquemas de percepción y apreciación de las prácticas. Y, en los dos casos, sus
operaciones expresan la posición social en la cual se ha construido. En consecuencia el habitus
produce prácticas y representaciones que están disponibles para la clasificación, que están
objetivamente diferenciadas; pero no son inmediatamente percibidas como tales más que por los
agentes que poseen el código, los esquemas clasificatorios necesarios para comprender su
sentido social.
Las correspondencias que se establecen por intermedio de los habitus hacen que el mundo social
no se presente como un puro caos, totalmente desprovisto de necesidad y susceptible de ser
construido de cualquier manera. Pero este mundo ya no se presenta como totalmente
estructurado y capaz de imponer a todo sujeto que percibe los principios de su propia
construcción. Más aún, la fuerza de las diferencias económicas y sociales nunca es tal que no se
pueda organizar a los agentes según otros principios de división: étnicos, religiosos o
nacionales, por ejemplo.
El espacio social tiende a funcionar como un espacio simbólico, un espacio de estilos de vida y
de grupos de estatus, caracterizados por diferentes estilos de vida. Así, la percepción del mundo
social es el producto de una doble estructuración: por el lado objetivo, está socialmente
estructurada porque las propiedades atribuidas a los agentes o a las instituciones se presentan en
combinaciones que tienen probabilidades muy desiguales: así como los animales con plumas
tienen más posibilidades de tener alas que los animales con piel, de la misma manera los
poseedores de un dominio refinado de la lengua tienen más posibilidades de ser vistos en el
museo que aquellos que están desprovistos de él. Por el lado subjetivo, está estructurada porque
los esquemas de percepción y de apreciación, especialmente lo que están inscritos en el
lenguaje, expresan el estado de las relaciones de poder simbólico: pensemos por ejemplo en las
parejas de adjetivos: pesado/ligero, brillante/apagado, que estructuran el juicio de gusto en los
dominios más diversos. Esos dos mecanismos compiten en producir un mundo común.
La legitimación del orden social no es el producto de la propaganda o de una imposición
simbólica; resulta del hecho de que los agentes aplican a las estructuras objetivas del mundo
social estructuras de percepción y de apreciación que salen de esas estructuras objetivas y
tienden por eso mismo a percibir el mundo como evidente.

CLAUDE LÉVI-STRAUSS, “El análisis estructural en lingüística y


antropología” en Antropología Estructural. (1945)
En el conjunto de las ciencias sociales, del cual indiscutiblemente forma parte, la lingüística
ocupa sin embargo un lugar excepcional: no es una ciencia social como las otras, sino la que,
con mucho, ha realizado los mayores progresos; sin duda la única que puede reivindicar el
nombre de ciencia y que, al mismo tiempo, ha logrado formular un método positivo y conocer la
naturaleza de los hechos sometidos a su análisis. Cita a Mauss: “La sociología habría avanzado
mucho más por cierto, de haber procedido en todos los casos imitando a los lingüistas”.
El nacimiento de la fonología [es re viejo esto] ha trastornado violentamente las lecciones de la
lingüística para con la antropología y la sociología. ¿En qué consiste esta revolución? N.
Trubetzkoy reduce el método fonológico a cuatro pasos fundamentales:
1- En primer lugar, la fonología pasa del estudio de los fenómenos lingüísticos
“conscientes” al de su estructura “inconsciente”.
2- Rehúsa tratar los “términos” como entidades independientes y toma como base de su
análisis, por el contrario, las “relaciones” entre los términos.
3- Introduce la noción de “sistema”: “la fonología actual no se limita a declarar que los
fonemas son siempre miembros de un sistema; ella ‘muestra’ sistemas fonológicos
concretos y pone en evidencia su estructura”.
4- Busca descubrir “leyes generales” ya sea que las encuentre por inducción o bien
“deduciéndolas lógicamente”, lo cual les otorga carácter absoluto.
Se abren entonces nuevas perspectivas. En el estudio de los problemas de parentesco (y sin duda
también en esto estudio de otros problemas), el sociólogo se encuentra en una situación
formalmente semejante a la del lingüista fonólogo: como los fonemas, los términos de
parentesco son elementos de significación; como ellos, adquieren esta significación solo a
condición de integrarse en sistemas; los “sistemas de parentesco”, como los “sistemas
fonológicos”, son elaborados por el espíritu en el plano del pensamiento inconsciente. Si son
fenómenos del mismo tipo, puede usarse un método análogo.
Nadie se pregunta cómo es posible que los sistemas de parentesco, considerados en su conjunto
sincrónico, sean el resultado arbitrario del encuentro entre distintas instituciones heterogéneas
(la mayoría, por lo demás, hipotéticas) y funcionar, sin embargo, con un grado mínimo de
regularidad y de eficiencia.
Una dificultad a la transposición del método fonológico a la sociología primitiva consiste en
asimilar los términos de parentesco a los fonemas del lenguaje desde el punto de vista de su
tratamiento formal. Es sabido que para alcanzar una ley de estructura, el lingüista analiza los
fonemas en “elementos diferenciales”, que pueden ser luego organizados en uno o varios “pares
de oposiciones”.
En los sistemas de oposición por ejemplo, el término “padre” tiene una connotación positiva en
cuanto al sexo, la edad relativa, la generación por el contrario, su extensión es nula y no puede
traducir una relación de alianza. Se podrá preguntar de esta manera, para cada sistema, cuales
son las relaciones expresadas, y para cada término del sistema, qué connotación posee –positiva
o negativa- respecto de cada una de esas relaciones: generación, extensión, sexo, edad relativa,
afinidad, etc. Precisamente en este plano ‘microsociológico’ se esperará encontrar las leyes de
estructura más generales, como el lingüista descubre las suyas en el plano infrafonémico o el
físico en el plano inframolecular, es decir en el nivel del átomo.
Se presenta, empero, una triple objeción. Un análisis verdaderamente científico debe ser real,
simplificador y explicativo. Los elementos diferenciales a que llega el análisis fonológico
poseen, en efecto, una existencia objetiva desde el triple punto de vista psicológico, fisiológico e
incluso físico; son menos numerosos que los fonemas formados por combinación; finalmente,
permiten comprender y reconstruir el sistema. De la hipótesis precedente no resultaría nada de
esto. El tratamiento de los términos de parentesco, tal como acabamos de imaginarlo, es
analítico solamente en apariencia: porque en realidad el resultado es más abstracto que al
principio; en lugar de ir hacia lo concreto, nos alejamos de ello, y el sistema definitivo –cuando
lo hay- solo puede ser conceptual. El sistema obtenido mediante este procedimiento es
infinitamente más complicado y difícil de interpretar que los datos de la experiencia. En fin, la
hipótesis carece de todo valor explicativo: no permite comprender la naturaleza del sistema, y
menos aún reconstruir su génesis.
¿Cuál es la razón de este fracaso? Una fidelidad demasiado literal al método del lingüista
traiciona en realidad su espíritu. Los términos de parentesco no tienen únicamente una
existencia sociológica: son también elementos del discurso.
No hay que descuidar tampoco la muy profunda diferencia existente entre el cuadro de los
fonemas de una lengua y el cuadro de los términos de parentesco de una sociedad. En el primer
caso, no caben dudas en cuanto a la función: todos sabemos para qué sirve un lenguaje; sirve
para la comunicación. En cambio, lo que el lingüista ha ignorado durante mucho tiempo es el
medio por el cual el lenguaje alcanza este resultado. La función era evidente; el sistema
permanecía desconocido. A este respecto el sociólogo se encuentra en la situación inversa: que
los términos de parentesco constituyen sistemas, se sabe desde Lewis Morgan; en cambio
ignoramos siempre cuál es el uso a que están destinados.
Sería preferible limitar la discusión a un caso en el que la analogía presenta una forma simple.
Por fortuna, contamos con esta posibilidad. Lo que se llama generalmente un “sistema de
parentesco” recubre dos órdenes muy diferentes de realidad, términos por los que se expresan
diferentes tipos de relaciones familiares. Los individuos y las cosas que individuos o clases de
individuos que utilizan términos se sienten obligados a una determinada conducta recíproca:
respeto o familiaridad, derecho o deber, afección u hostilidad. Junto a lo que Levi-Strauss
propone llamar el “sistema de denominaciones” (que constituye, en rigor, un sistema de
vocabulario), hay otro de naturaleza igualmente psicológica y social, que llamará “sistema de
las actitudes”.
Levi-Strauss se separa de Radcliffe-Brown en la creencia de que el “sistema de actitudes” no es
más que la expresión del “sistema de denominaciones”. El autor adhiere a la hipótesis de una
relación funcional entre los dos sistemas, y propone como punto de partida de toda una teoría de
las actitudes al problema del tío materno [o avunculado].
Según Radcliffe-Brown, el término “avunculado” recubre dos sistemas de actitudes antitéticas:
en un caso, el tío materno representa la autoridad familiar; es temido, obedecido, y posee
derechos sobre su sobrino; en el otro, es el sobrino quien ejerce sobre su tío privilegios de
familiaridad y puede tratarlo más o menos como a una víctima. En segundo lugar, existe una
correlación entre la actitud hacia el tío materno y la actitud con respecto al padre. En ambos
casos hallamos los dos sistemas de actitudes, pero invertidos: en los grupos donde la relación
entre el padre e hijo es familiar, la relación entre tío materno y sobrino es rigurosa; y allí donde
el padre aparece como el austero depositario de la autoridad familiar, el tío es tratado con
libertad. Los dos grupos forman, pues, dos pares de oposiciones.
La relación avuncular no es entre dos, sino entre cuatro términos: supone un hermano, una
hermana, un cuñado y un sobrino. Una interpretación como la de Radcliffe-Brown aísla
arbitrariamente ciertos elementos de una estructura global, que debe ser tratada como tal.

¿Qué se debe inducir de estos ejemplos? La correlación entre formas de avunculado y tipos de
filiación no agota el problema. Formas diferentes de avunculado pueden coexistir con un mismo
de filiación, patrilineal o matrilineal. Pero hallamos siempre la misma relación fundamental
entre los cuatro pares de oposiciones que son necesarias para la elaboración del sistema. Esto
resultará más claro mediante los esquemas de la figura 1, que ilustran los ejemplos señalados
arriba; el signo + representa las relaciones libres y familiares y el signo – las relaciones
marcadas por la hostilidad, el antagonismo o la reserva. Dicha simplificación no es enteramente
legítima, pero puede ser utilizada provisionalmente [ver Derrida sobre el bricolage].
El avunculado, para ser comprendido, debe ser tratado como una relación interior a un sistema,
y es el sistema mismo el que se debe considerar en su conjunto para percibir su estructura. Esta
estructura reposa a su vez en cuatro términos (hermano, hermano, padre, hijo) únicos entre sí
por pares de oposiciones correlativas y tales que, en cada una de las dos generaciones
implicadas, existe siempre una relación positiva y otra negativa. Ahora bien, ¿qué es esta
estructura y cuál puede ser su razón? La respuesta es la siguiente: esta estructura es la más
simple estructura de parentesco que pueda concebirse y que pueda existir. Es, hablando con
propiedad, “el elemento del parentesco”.
En apoyo de esta afirmación puede aducirse un argumento de orden lógico: para que exista una
estructura de parentesco es necesario que se hallen presentes los tres tipos de relaciones
familiares dadas siempre en la sociedad humana, es decir, una relación de consanguinidad, una
de alianza y una de filiación. La estructura aquí considerada es aquella que permite satisfacer
esta doble exigencia según el principio de la mayor economía.
El carácter primitivo e irreductible del elemento de parentesco tal como lo hemos definido
resulta, en efecto, de manera inmediata, de la existencia universal de la prohibición del incesto.
En la sociedad humana, un hombre únicamente puede obtener una mujer de manos de otro
hombre [unas dudasss], el cual la cede bajo forma de hija o de hermana. No es necesario, pues,
explicar cómo el tío materno hace su aparición en la estructura de parentesco: no aparece, sino
que está inmediatamente dado: es la condición de esa estructura. El error de la sociología
tradicional, como el de la lingüística tradicional, consiste en haber considerado los términos y
no las relaciones entre los términos.
El sistema de parentesco es un lenguaje; no es un lenguaje universal, y puede ser desplazado por
otros medios de expresión y de acción. Los símbolos, positivo y negativo, empleados en los
esquemas precedentes, representan una simplificación excesiva, aceptable solamente como una
etapa de demostración [de vuelta, Derrida y el bricolage].
Por último, atacará la idea de Radcliffe-Brown según la cual la familia biológica constituye el
punto a partir del cual toda sociedad elabora su sistema de parentesco. A juicio de Lévi-Strauss
no existe otra idea más peligrosa. Sin duda, la familia biológica está presente y se prolonga en la
sociedad humana. Pero lo que confiere al parentesco su carácter de hecho social no es lo que
debe conservar de la naturaleza: es el movimiento esencial por el cual el parentesco se separa de
ésta. Un sistema de parentesco no consiste en los lazos objetivos de filiación o de
consanguinidad dados entre los individuos; existe solamente en la conciencia de los hombres; es
un sistema arbitrario de representaciones y no el desarrollo espontáneo de una situación de
hecho.

ERVING GOFFMAN, “La presentación de la persona en la vida


cotidiana”. Páginas 13 a 28. (1959)
[Este texto sería el representante del subjetivismo. Personalmente me llamó mucho la atención
en este caso es la cantidad de afirmaciones no fundamentadas, quizás esto tenga que ver con la
oración anterior.]
Cuando un individuo llega a la presencia de otros, estos tratan por lo común de adquirir
información acerca de él o de poner en juego la que ya poseen. La información acerca del
individuo ayuda a definir la situación, permitiendo a los otros saber de antemano lo que él
espera de ellos y lo que ellos pueden esperar de él.
Si no están familiarizados con el individuo, los observadores pueden recoger individuos de su
conducta y aspecto que les permitirán aplicar su experiencia previa con individuos
aproximadamente similares al que tienen delante o, lo que es más importante, aplicarle
estereotipos que aún no han sido probados. Pueden confiar en lo que el individuo dice sobre sí
mismo o en las pruebas documentales que él proporciona acerca de quién o qué es. Si conocen
al individuo o saben de él en virtud de experiencias previas a la interacción, pueden confiar en
suposiciones sobre la persistencia y generalidad de rasgos psicológicos como medio para
predecir su conducta presente y futura.
La expresividad del individuo (y, por lo tanto, su capacidad para producir impresiones) parece
involucrar dos tipos radicalmente distintos de actividad significante: la expresión que da y la
expresión que emana de él. El primero incluye símbolos verbales –o sustitutos de estos- que
confiesa usar y usa con el único propósito de transmitir la información que él y los otros
atribuyen a estos símbolos. El segundo comprende un amplio rango de acciones que los otros
pueden tratar como sintomáticas del actor, considerando probable que hayan sido realizadas por
razones ajenas a la información transmitida en esta forma. El individuo, por supuesto, transmite
intencionalmente información errónea por medio de ambos tipos de comunicación-, el primero
involucra engaño, el segundo fingimiento.
Como sugirió William I. Thomas: “Es muy importante que comprendamos que en realidad no
conducimos nuestras vidas, tomamos nuestras decisiones y alcanzamos nuestras metas en la
vida diaria en forma estadística o científica. Vivimos por inferencia. Yo soy, digamos, huésped
suyo. Usted no sabe, no puede determinar científicamente que yo no he de robarle su dinero o
sus cucharas. Pero por inferencia yo no lo he de hacer, y por inferencia usted me tendrá como
huésped”.
Volvamos ahora de los otros hacia el punto de vista del individuo que se presenta ante ellos.
Independientemente del objetivo particular que persigue el individuo y del motivo que le dicte
este objetivo, será parte de sus intereses controlar la conducta de los otros, en especial el trato
con que le corresponden. Este control se logra en gran parte influyendo en la definición de la
situación que los otros vienen a formular, y él puede influir en esta definición expresándose de
modo de darles la clase de impresión que habrá de llevarlos a actuar voluntariamente de acuerdo
con su propio plan. De esta manera, cuando un individuo comparece ante otros, habría por lo
general alguna razón para que movilice su actividad de modo que esta transmita a los otros una
impresión que a él le interesa transmitir.
De los dos tipos de comunicaciones mencionadas, en este informe Goffman se ocupará sobre
todo de la segunda, o sea de la expresión no verbal.
A veces el individuo actúa con un criterio totalmente calculador expresándose de determinada
manera con el único fin de dar a los otros la clase de impresión que, sin duda, evocará en ellos
la respuesta específica que a él le interesa obtener. A veces el individuo será calculador pero
relativamente ignorante de ello. A veces se expresará intencional y conscientemente de un modo
particular, pero sobre todo porque la tradición de su grupo o status social requiere este tipo de
expresión. En la medida en que los otros actúan como si el individuo hubiese transmitido una
impresión determinada, podemos adoptar una actitud funcional o pragmática y decir que este ha
proyectado “eficazmente” la comprensión de que prevalece determinado estado de cosas.
Al saber que es probable que el individuo se presente desde un ángulo que lo favorezca, los
otros pueden dividir lo que presencian en dos partes: una parte que al individuo le es
relativamente fácil manejar a voluntad, principalmente sus aseveraciones verbales, y otra sobre
la cual parece tener poco interés o control, derivada sobre todo de las represiones que él emite.
Los otros pueden usar entonces los que se consideran aspectos ingobernables de su conducta
expresiva para controlar la validez de lo transmitido por los aspectos gobernables. Esto
demuestra una asimetría fundamental en el proceso de comunicación, en el cual el individuo
sólo tiene conciencia de una corriente de su comunicación, y los testigos, de esta corriente y de
otra más.
Dado el hecho de que es probable que los otros verifiquen los aspectos más controlables de la
conducta por medio de los menos controlables, se puede esperar que a veces el individuo trate
de explotar esta misma posibilidad, guiando la impresión que comunica mediante la conducta
que él considera informativa y digna de confianza. Este tipo de control sobre la parte del
individuo restablece la simetría del proceso de comunicación, y prepara la escena para una
especie de juego de la información –un ciclo potencialmente infinito de secreto, descubrimiento,
falsa revelación y redescubrimiento-.
El arte de penetrar el esfuerzo de un individuo para actuar con una calculada falta de intención
parece más desarrollado que nuestra capacidad de manejar nuestra propia conducta, de manera
que, independientemente del número de pasos existentes en el juego de la información, es
probable que el testigo tenga ventaja sobre el actor, y que se conserve así la asimetría inicial del
proceso de comunicación.
Los otros, por muy pasivos que sus roles puedan parecer, proyectarán a su vez eficazmente una
definición de la situación en virtud de su respuesta al individuo y de cualquier línea de acción
que inicien hacia él. Por lo general, las definiciones de la situación proyectada por los diferentes
participantes armonizan suficientemente entre sí como para que no se produzca una abierta
contradicción.
Se espera que cada participante reprima sus sentimientos sinceros inmediatos y transmita una
opinión de la situación que siente que los otros podrán encontrar por lo menos temporariamente
aceptable. El mantenimiento de esta apariencia de acuerdo, esta fachada de consenso, se ve
facilitado por el hecho de que cada participante encubre sus propias necesidades tras
aseveraciones que expresan valores que todos los presentes se sienten obligados a apoyar de
palabra.
En conjunto, los participantes contribuyen a una sola definición total de la situación. También
existirá un verdadero acuerdo en lo referente a la conveniencia de evitar un conflicto manifiesto
de definiciones de la situación. Goffman se refiere a este nivel de acuerdo como “consenso de
trabajo”.
Al notar la tendencia de un participante a aceptar las exigencias de definición hechas por los
otros presentes podemos apreciar la importancia decisiva de la información que el individuo
posee inicialmente o adquiere sobre sus coparticipantes, porque sobre la base de esta
información inicial el individuo comienza a definir la situación e inicie líneas correspondientes
de acción. La proyección inicial del individuo lo compromete con lo que él se propone ser y le
exige dejar de lado toda pretensión de ser otra cosa. A medida que avanza la interacción entre
los participantes, tendrían lugar, como es natural, adiciones y modificaciones de este estado de
información inicial; pero es imprescindible que estos desarrollos posteriores estén relacionados
sin contradicciones con las posiciones iniciales adoptados por los diferentes participantes, e
incluso estar construidos sobre la base de aquellas.
Cualquier definición proyectada de la situación tiene también un carácter moral particular. Es
este carácter moral de las proyecciones el que interesa particularmente en este trabajo. La
sociedad está organizada sobre el principio de que todo individuo que posee ciertas
características sociales tiene un derecho moral a esperar que otros los valoren y lo traten de un
modo apropiado. En conexión con este principio hay un segundo, a saber: que un individuo que
implícita o explícitamente pretende tener ciertas características sociales deberá ser en realidad lo
que alega ser. En consecuencia, cuando un individuo proyecta una definición de la situación y
con ello hace una demanda implícita o explícita de ser una persona de determinado tipo,
automáticamente presenta una exigencia moral a los otros, obligándolo a valorar y tratarlo de la
manera que tienen derecho a esperar las personas de su tipo. También implícitamente renuncia a
toda demanda a ser lo que él no parece ser. Los otros descubren, entonces, que el individuo les
ha informado acerca de lo que “es” y de lo que ellos deberían ver en ese “es”.
Se emplean de continuo prácticas preventivas para evitar estas perturbaciones, y también
prácticas correctivas para compensar los casos de descrédito que no se han podido evitar con
éxito. Cuando el sujeto emplea estas estrategias y tácticas para proteger sus propias
proyecciones, podemos referirnos a ellas como “prácticas defensivas”, cuando un participante
las emplea para salvar la definición de la situación proyectada por otro, hablamos de “prácticas
protectivas”.
Para resumir, entonces, Goffman da por sentado que cuando un individuo se presenta ante otros
tendrá muchos motivos para tratar de controlar la impresión que ellos reciban de la situación.
Este informe se ocupa de algunas de las técnicas comunes empleadas por las personas para
sustentar dichas impresiones y de algunas de las contingencias comunes asociadas con el
empleo de estas técnicas.

LUDWIG WITTGENSTEIN, “Investigaciones filosóficas”. (1953)


Wittgenstein comienza citando un ejemplo de lenguaje natural de las Confesiones de San
Agustín. Allí, se repiten palabras hasta asociarlas con signos, y con mímicas y miradas los
pueblos “hacen indicación de las afecciones del alma al apetecer, tener, rechazar…”. Las
palabras del lenguaje nombran objetos. Cada palabra tiene un significado. Este significado está
coordinado con la palabra. Es el objeto por el que está la palabra.
El concepto filosófico del significado reside en una imagen primitiva del modo y manera en que
funciona el lenguaje. Pero también puede decirse que es la imagen de un lenguaje más primitivo
que el nuestro.
Imaginemos un lenguaje para el que vale una descripción como la que ha dado Agustín: El
lenguaje debe servir a la comunicación de un albañil A con su ayudante B. A construye un
edificio con piedras de construcción; hay cubos, pilares, losas y vigas. B tiene que pasarle las
piedras y justamente en el orden en que A las necesita. Para esto se sirven de un lenguaje que
consta de las palabras: “cubo”, “pilar”, “losa”, “viga”. A las grita –B le lleva la piedra que ha
aprendido a llevar a ese grito- Concibe este como un lenguaje primitivo completo.
Agustín describe un sistema de comunicación; solo que no todo lo que llamamos lenguaje es
este sistema. Podríamos imaginarnos que este lenguaje fuese el lenguaje total de A y B, y hasta
el lenguaje total de una tribu. Los niños son educados para realizar estas acciones, para usar con
ellas estas palabras y para reaccionar así a las palabras de los demás. Una parte importante del
adiestramiento consistirá en que el instructor señale los objetos, dirija la atención del niño hacia
ellos y pronuncie a la vez una palabra; por ejemplo, la palabra “losa” mientras muestra esa
forma. Wittgenstein llamará a esto “enseñanza ostensiva de palabras”, señalará que establece
una conexión asociativa entre la palabra y la cosa.
La enseñanza ostensiva podría ayudar indudablemente a que B lleve las losas a A, pero sólo
junto a una determinada instrucción. Con una diferente instrucción la misma enseñanza
ostensiva habría producido una comprensión enteramente diferente.
En la práctica del uso de este lenguaje una parte grita las palabras, la otra actúa de acuerdo con
ellas; en la instrucción en el lenguaje se encontrará este proceso: El aprendiz nombra los
objetos. Esto es, pronuncia la palabra cuando el instructor señala la piedra. Se encontrará aquí
un ejercicio aún más simple: el alumno repite las palabras que el maestro le dice.
Podemos imaginarnos también que todo el proceso del uso de palabras en este lenguaje es uno
de esos juegos por medio de los cuales aprenden los niños su lengua materna. Llamará a estos
juegos “juegos de lenguaje”. Y los procesos de nombrar las piedras y repetir las palabras dichas
podrían llamarse también juegos de lenguaje. Su definición de “juego de lenguaje” será: “El
todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entretejido”. Lo que desconcierta a
Wittgenstein es que mientras las palabras parecen uniformes en apariencia, su empleo no se
presenta tan claramente, en particular al filosofar.
Cuando decimos “toda palabra del lenguaje designa algo” todavía no se ha dicho con ello, por
de pronto, absolutamente nada, a no ser que expliquemos exactamente qué distinción deseamos
hacer. Imaginemos que alguien dijese: “Todas las herramientas sirven para modificar algo. Así,
el martillo la posición del clave, la sierra la forma de la tabla, etc.”. -¿Y qué modifican la regla,
el tarro de cola, los clavos?-“Nuestro conocimiento de la longitud de una cosa, la temperatura de
la cola, la solidez de la caja”-¿Se ganaría algo con esta asimilación de expresiones?-.
Que el lenguaje de los albañiles conste solo de órdenes no debe perturbarnos. Si se dijese que
por eso no son completos, preguntémonos si nuestro lenguaje es completo [clave] -si lo era
antes de incorporarle el simbolismo química y la notación infinitesimal, pues estos son, por así
decirlo, suburbios de nuestro lenguaje. (¿Y con cuántas casas o calles comienza una ciudad a ser
ciudad?) Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas,
viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un
conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes.
Otra pregunta del autor: ¿Es el grito “¡Losa!” del ejemplo antes dado una oración o una
palabra?- Si es una palabra no tiene por cierto el mismo significado que la homófona de nuestro
lenguaje ordinario, pues en el ejemplo es una llamada. Pero si es una oración, no es por cierto la
oración elíptica “¡Losa!” de nuestro lenguaje. ¿Por qué sería preciso traducir esa expresión en
otra distinta? ¿Por qué “¡Losa!” no puede significar por sí misma “¡tráeme una losa!”?. Cuando
alguien dice “¡Tráeme una losa!”, parece ahora que él podría significar esta expresión como una
sola palabra larga: esto es, correspondiente a la palabra “¡Losa!”. -¿Se puede, entonces,
significarla unas veces como una sola palabra u otras como tres palabras? ¿Y cómo se la
significa ordinariamente?-.
Quien no entienda nuestro lenguaje, un extranjero que hubiera oído frecuentemente que alguien
daba la orden “¡Tráeme una losa!”, podría formar la opinión de que toda esta serie de sonidos es
una palabra y que corresponde quizá a la palabra para “piedra de construcción” en su lenguaje.
Si luego él mismo diera esta orden, quizá la pronunciaría de otro modo y nosotros diríamos: La
pronuncia tan extrañamente porque la tiene por una sola palabra. -¿Pero no ocurre algo
diferente dentro de él cuando la pronuncia, algo que corresponda al hecho de que él concibe la
oración como una sola palabra?- ¿Pues qué ocurre dentro de uno cuando da una orden así?; ¿es
uno consciente de que consta de tres palabras mientras la pronuncia? Ciertamente, uno domina
ese lenguaje.
Imaginemos un lenguaje de lenguaje en el que B, respondiendo a la pregunta de A, dé parte del
número de losas o cubos que hay en una pila, o de los colores y formas de las piedras de
construcción que está aquí y allá. – Así, un parte podría sonar: “Cinco losas”. ¿Cuál es entonces
la diferencia entre el parte o la aserción, “Cinco losas”, y la orden, “¡Cinco losas!”?- Bueno, el
papel que la emisión de estas palabras juega en el juego de lenguaje. Probablemente también
será diferente el tono en que se pronuncian, y el semblante y muchas otras cosas. Pero podemos
también imaginarnos que el tono es el mismo –pues una orden y un parte pueden pronunciarse
en varios tonos y con varios semblantes- y que la diferencia reside solo en el empleo .
¿Pero cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden?- Hay
innumerables géneros: innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que llamamos
“signos”, “palabras”, “oraciones”. Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de una vez por
todas; sino que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como podemos decir,
nacen y otros envejecen y se olvidan. La expresión “juego de lenguaje” debe poner de relieve
aquí que hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida. Y aquí dará
ejemplos de múltiples juegos del lenguaje: Dar órdenes y actuar siguiendo órdenes, relatar un
suceso, hacer conjeturas sobre un suceso, bla, bla, bla, acá lo que nos tiene que quedar es que da
ejemplos como “Formar y comprobar una hipótesis” o “Presentar los resultados de un
experimento mediante tablas y diagramas”. Es decir, la ciencia es solo otro juego del lenguaje
[idea muy de época, relacionar con Fucó].
Se piensa que aprender el lenguaje consiste en dar nombres a objetos. Nombrar es algo similar a
fijar un rótulo en una cosa. Se puede llamar a eso una preparación para el uso de una palabra.
¿Pero para qué es una preparación? “Nombramos las cosas y podemos entonces hablar de ellas,
referirnos a ellas en el discurso”.
Que la palabra “número” sea necesaria en la definición ostensiva del dos depende de si sin esa
palabra el aprendiz la interpreta de modo distinto a como yo deseo. Y eso dependerá de las
circunstancias bajo las que se da y de la persona a la que se la doy. Y cómo “interpreta” él la
definición se muestra en el uso que hace de la palabra explicada.
Se podría, pues, decir: La definición ostensiva explica el uso –el significado- de la palabra
cuando ya está claro qué papel debe jugar en general la palabra en el lenguaje. Así, cuando sé
que otro me quiere explicar el nombre de un color, la explicación ostensiva “Esto se llama
‘sepia’” me ayudará a entender la palabra. –Y esto puede decirse si no se olvida que ahora se
originan todo tipo de cuestiones en relación con las palabras “saber” o “estar claro”.
Tiene uno que saber (o poder) ya algo para poder preguntar por la denominación. ¿Pero qué
tiene uno que saber? [Acá empieza un rant contra la definición ostensiva, pensarlo en el tono de
su disputa con Russell]
Cuando se le muestra a alguien la pieza del rey en ajedrez y se dice “Éste es el rey”, no se le
explica con ello el uso de esa pieza- a no ser que él ya conozca las reglas del juego salvo en este
último extremo: la forma de una pieza del rey. Se puede imaginar que ha aprendido las reglas
del juego sin que se le mostrase realmente una pieza.
Y es así aquí, no porque aquel a quien le damos la explicación ya conozca las reglas, sino
porque en otro sentido ya domina un juego. “Este es el rey” (o “Esta se llama ‘rey’”) son una
explicación de la palabra sólo si el aprendiz ya “sabe lo que es una pieza de un juego”. Es decir,
si ya ha jugado otros juegos o ha observado “con comprensión” el juego de otros –y cosas
similares. Podemos decir [atención]: Sólo pregunta con sentido por la denominación quien ya
sabe servirse de ella.
Quien llega a un país extraño aprenderá a veces del lenguaje de los nativos por medio de
explicaciones ostensivas que ellos le den; y a menudo tendrá que adivinar la interpretación de
estas explicaciones y adivinar unas veces correctamente y otras erróneamente. Agustín describe
el aprendizaje del lenguaje humano como si el niño llegase a un país extraño y no entendiese el
lenguaje del país; esto es como si ya tuviese un lenguaje, sólo que no ése. O también: como si el
niño ya pudiera pensar, solo que no todavía hablar. Y “pensar” querría decir aquí algo como:
hablar consigo mismo.
Y qué si se objetara: “¡No es verdad que ya tenga uno que dominar un juego de lenguaje a fin de
entender una definición ostensiva, sino que sólo tiene –evidentemente- que saber (o conjeturar)
a dónde señala el que explica! Si, por ejemplo, a la forma del objeto, o a su color, o al número,
etc.”-¿Y en qué consiste eso: “señalar la forma”, “señalar el color”?-. ¿Cómo se ha hecho eso?
Dirás que al señalar has “significado” cada vez algo distinto. Y si el autor preguntara cómo
sucede esto, dirás que has concentrado tu atención en el color, forma, etc. Pero ahora
Wittgenstein pregunta una vez más como sucede esto. [Respuesta: conociendo el juego del
lenguaje]
Hay ciertamente lo que puede llamarse “vivencias características” del señalar, pongamos por
caso, a la forma. Por ejemplo, seguir el contorno con el dedo, o con la mirada, al señalar. Pero
así como esto no sucede en todos los casos en los que “significado la forma”, así tampoco
sucede en todos estos casos ningún otro proceso característico –Pero además, aunque una cosa
así se repitiese en todos, dependería aún de las circunstancias –o sea, de lo que sucediese antes y
después del señalar. En determinados casos, especialmente al señalar “la forma” o “el número”,
hay vivencias características y modos característicos de señalar- característicos porque se
repiten frecuentemente (no siempre) cuando se “significa” forma o número.
Pero como no podemos indicar una acción corporal que llamemos señalar la forma, decimos que
corresponde a estas palabras una actividad espiritual. Donde nuestro lenguaje hacer presumir un
cuerpo y no hay un cuerpo allí, quisiéramos decir, hay un espíritu.
¿Cuál es la relación entre el nombre y lo nombrado? Mira el juego de lenguaje de Agustín u otro
distinto, allí se ve en qué consiste más o menos esta relación. Esta relación puede también
consistir, entre muchas otras cosas, en que el oír el nombre trae a nuestra alma la figura de lo
nombrado, y consiste también entre otras cosas en que se escribe el nombre sobre lo nombrado
o en que se lo pronuncia mientras se señala lo nombrado.
Los problemas filosóficos [los que realmente importan al autor] surgen cuando el lenguaje hace
fiesta. Y ahí podemos figurarnos ciertamente que nombrar es algún acto mental notable, casi un
bautismo de un objeto. Y podemos también decirle la palabra “esto” al objeto, dirigirle la
palabra –un extraño uso de esta palabra que probablemente ocurra sólo al filosofar.
Para una gran clase de casos de utilización de la palabra “significado”- aunque no para todos los
casos de su utilización- puede explicarse esta palabra así: El significado de una palabra es su
uso en el lenguaje. Y el significado de un nombre se explica a veces señalando a su portador.
Wittgenstein da el ejemplo de la espada Nothung, que al romperse ya no puede tener el mismo
sentido que al estar entera (no puede estar igual de “afilada”, por caso). Así, la palabra
compuesta “Nothung” deberá desaparecer con el análisis del sentido y en su lugar deberán
entrar palabras que nombren simples en vez de compuestos, llamará a estas palabras “los
nombres genuinos”.
Pero poco después lo discute: ¿Qué es eso de que los nombres realmente designan lo simple?
¿Cuáles son las partes constituyentes simples de las que se compone la realidad? -¿Cuáles son
las partes constituyentes simples de un silla?- ¿Los trozos de madera con los que está
ensamblada? ¿O las moléculas, o los átomos?- “Simple” quiere decir: no compuesto. Y aquí
surge luego: ¿”compuesto” en qué sentido? No tiene ningún sentido hablar absolutamente de
“partes constituyentes simples de la silla”.
La palabra “compuesto” (y por tanto la palabra “simple”) es utilizada por nosotros en un
sinnúmero de modos diferente relacionados entre sí de diferentes maneras.
A la pregunta filosófica: “¿Es la figura visual de este árbol compuesta, y cuáles son sus partes
constituyentes?”, la respuesta correcta es: “Eso depende de qué entiendas por ‘compuesto’”. (Y
esta no es naturalmente una contestación sino un rechazo de la pregunta).

JACQUES DERRIDA, “La estructura y la diferencia”. (1967)


[Siempre que haya números en este resumen, son míos, Derrida no escribe for dummies]
Se ha producido en la historia del concepto de estructura algo que se podría llamar un
“acontecimiento” [ver Fucó]. ¿Cuál sería ese acontecimiento? Tendría la forma exterior de una
ruptura y de un redoblamiento. Hasta el acontecimiento al que se referirá, la estructura, o más
bien la estructuralidad de la estructura, aunque siempre haya estado funcionando, se ha
encontrado siempre neutralizada, reducida: mediante un gesto consistente en darle un centro, en
referirla a un punto de presencia, a un origen fijo. Todavía hoy una estructura privada de todo
centro representa lo impensable mismo.
El centro cierra también el juego que él mismo abre y hace posible. Centro es el punto donde ya
no es posible la sustitución de los contenidos, de los elementos, de los términos. Siempre se ha
pensado que el centro, que por definición es único, constituía dentro de una estructura justo
aquello que, rigiendo la estructura, escapa a la estructuralidad. Justo por eso, para un
pensamiento clásico de la estructura, del centro puede decirse, paradójicamente, que está dentro
de la estructura y fuera de la estructura. Está en el centro de la totalidad y sin embargo, como el
centro no forma parte de ella, la totalidad tiene su centro en otro lugar.
El concepto de estructura centrada es, efectivamente, el concepto de un juego fundado,
constituido a partir de una inmovilidad fundadora y de una certeza tranquilizadora, que por su
parte sustraer al juego. A partir de esa certidumbre se puede dominar la angustia, que surge
siempre de una determinada manera de estar implicado en el juego, de estar cogido en el juego,
de existir como estando desde el principio dentro del juego.
Toda la historia del concepto de estructura, antes de la ruptura de la que hablaba Derrida, debe
pensarse como una serie de sustituciones de centro a centro, un encadenamiento de
determinaciones del centro. El centro recibe, sucesivamente y de una manera regulada, formas o
nombres diferentes. La historia de la metafísica, como la historia de Occidente, sería la historia
de esas metáforas, de esas metonimias.
El acontecimiento de ruptura, se habría producido, quizás, en que la estructuralidad de la
estructura ha tenido que empezar a ser pensada, es decir, repetida. Desde ese momento ha tenido
que pensarse la ley que regía de alguna manera el deseo del centro en la constitución de la
estructura, y el proceso de la significación que disponía sus desplazamientos y sus sustituciones
bajo esta ley de la presencia central; pero de una presencia central que no ha sido nunca ella
misma, que ya desde siempre ha estado deportada fuera de sí en su sustituto. El sustituto no
sustituye a nada que de alguna manera le haya pre-existido.
A partir de ahí se ha tenido que empezar a pensar que no había centro, que el centro no podía
pensarse en la forma de un ente-presente, que el centro no tenía lugar natural, que no era un
lugar fijo sino una función, una especie de no-lugar en el que se representaban sustituciones de
signos hasta el infinito. Este es entonces el momento en que el lenguaje invade el campo
problemático universal; este es entonces el momento en que, en ausencia de centro o de origen,
todo se convierte en discurso, es decir, un sistema en el que el significado central, originario o
trascendental no está nunca absolutamente presente fuera de un sistema de diferencias. La
ausencia de significado trascendental extiende hasta el infinito el campo y el juego de la
significación.
¿Dónde y cómo se produce este descentramiento como pensamiento de la estructuralidad de la
estructura? 1- La crítica nietzscheana de la metafísica, de los conceptos de ser y de verdad, que
vienen a ser sustituidos por los conceptos de juego, de interpretación y de signo; 2- la crítica
freudiana de presencia a sí, es decir, de la consciencia, del sujeto, de la identidad consigo, de la
proximidad o de la propiedad de sí; 3- Y más radicalmente la destrucción heideggeriana de la
metafísica, de la onto-teología, de la determinación del ser como presencia.
Ahora bien, todos estos discursos destructores y todos sus análogos están atrapados en una
especie de círculo: no tiene ningún sentido prescindir de los conceptos de la metafísica para
hacer estremecer a la metafísica; no disponemos de ningún lenguaje que sea ajeno a esta
historia.
El concepto de signo no puede por sí mismo superar esa oposición de lo sensible y lo inteligible.
Esta determinado por esa oposición: de parte a parte y a través de la totalidad de su historia. El
concepto de signo solo ha podido vivir de esa oposición y de su sistema. Pero no podemos
deshacernos del concepto de signo, no podemos renunciar a esta complicidad metafísica sin
renunciar al mismo tiempo al trabajo crítico que dirigimos contra ella.
Hay dos maneras heterogéneas de borrar la diferencia entre el significante y el significado: una,
la clásica, consiste en reducir o en derivar el significante, es decir, finalmente en someter el
signo al pensamiento; otra, la que dirigimos aquí contra la anterior, consiste en poner en
cuestión el sistema en el que funcionaba la reducción anterior: y en primer lugar, la oposición de
lo sensible y lo inteligible. Pues la paradoja está en que la reducción metafísica del signo tenía
necesidad de la oposición que ella misma reducía. La oposición forma sistema con la reducción.
Es en los conceptos heredados de la metafísica donde, por ejemplo, han operado Nietzsche,
Freud, Heidegger. Ahora bien, como estos conceptos no son átomos, cada préstamo concreto
arrastra hacía él toda la metafísica. Es eso lo que permite, entonces, a esos destructores
destruirse recíprocamente, por ejemplo, a Heidegger considerar a Nietzsche, con tanta lucidez y
rigor como mala fe y desconocimiento, como el último metafísico, el último “platónico”.
¿Qué pasa ahora con ese esquema formal, cuando nos volvemos hacia lo que se llama las
“ciencias humanas”? El autor considera en un lugar privilegiado a la etnología y dirá que solo
ha podido nacer como ciencia en el momento en que ha podido efectuarse un descentramiento:
en el momento en que la cultura europea –y por consiguiente la historia de la metafísica y sus
conceptos- ha sido dislocada, expulsada de su lugar, teniendo entonces que dejar de
considerarse como cultura de referencia. No hay nada fortuito en el hecho de que la crítica del
etnocentrismo, condición de la etnología, sea sistemáticamente e históricamente contemporánea
de la destrucción de la historia de la metafísica. Ambas pertenecen a una sola y misma época.
Ahora bien, la etnología –como toda ciencia- se produce en el elemento del discurso. Y aquella
es en primer lugar una ciencia europea, que utiliza, aunque sea a regañadientes, los conceptos de
la tradición. Por consiguiente, lo quiera o no, y eso no depende de la decisión del etnólogo, éste
acoge en su discurso las premisas del etnocentrismo en el momento mismo en que lo denuncia.
Y toma de ejemplo Las estructuras elementales del parentesco de Lévi-Strauss, escogiendo
como primer hilo conductor de su trabajo a la oposición naturaleza-cultura. Desde el inicio de
su investigación, Lévi-Strauss ha experimentado al mismo tiempo la necesidad de utilizar esta
oposición y la imposibilidad de prestarle crédito.
Parte de este axioma o de esta definición: pertenece a la naturaleza lo que es universal y
espontáneo, y que no depende de ninguna cultura particular ni de ninguna norma determinada.
Pertenece en cambio a la cultura lo que depende de un sistema de normas que regulan la
sociedad y que puede, en consecuencia, variar de una estructura social a otra.
Ahora bien, desde las primeras páginas Lévi-Strauss se encuentra con lo que llama un
escándalo, algo que no tolera ya la oposición naturaleza-cultura y que parece requerir a la vez
los predicados de la naturaleza y los de la cultura. Este escándalo es la prohibición del incesto.
La prohibición del incesto es universal; en ese sentido se la podría llamar natural –pero es
también una prohibición, un sistema de normas y de proscripciones- y en ese sentido se la
podría llamar cultural. “Supongamos, pues, que todo lo que es universal en el hombre depende
del orden de la naturaleza y se caracteriza por la espontaneidad, que todo lo que está sometido a
una norma pertenece a la cultura y presenta los atributos de lo relativo y lo particular (…) Nos
vemos confrontados pues a un escándalo: pues la prohibición del incesto presenta, sin el menor
equívoco, e indisolublemente reunidos, los dos caracteres en los que hemos reconocido los
atributos contradictorios de dos órdenes excluyentes: aquella prohibición constituye una regla,
pero una regla que, caso único entre todas las reglas sociales, posee al mismo tiempo un carácter
de universalidad”.
Evidentemente solo hay un escándalo en el interior de un sistema de conceptos que preste
crédito a la diferencia entre naturaleza y cultura. No es un escándalo con el que uno se
encuentre, o en el que caiga dentro del campo de los conceptos tradicionales; es lo que escapa a
esos conceptos y ciertamente los procede y probablemente con su condición de posibilidad. Se
podría decir quizás que toda la conceptualidad filosófica que forma sistema con la oposición
naturaleza/cultura se ha hecho para dejar en lo impensado lo que la hace posible, a saber, el
origen de la prohibición del incesto.
Derrida dice que evoca demasiado rápidamente este ejemplo, uno entre tantos otros, que permite
poner de manifiesto que el lenguaje lleva en sí mismo la necesidad de su propia crítica.
Ahora bien, esta crítica puede llevarse a cabo de acuerdo con dos vías o dos “estilos”:
1- Se puede querer someter a cuestión sistemática y rigurosamente la historia de estos
conceptos. Un cuestionamiento de ese tipo, sistemático e histórico, no sería ni un gesto
filológico ni un gesto filosófico en el sentido clásico de estas palabras. Inquietarse por
los conceptos fundadores de toda la historia de la filosofía, des-constituirlos, no es hacer
profesión de filólogo. Es la manera más audaz de esbozar un paso fuera de la filosofía.
2- La otra elección, la que corresponde más al estilo de Lévi-Strauss, consistiría, dentro
del orden del descubrimiento empírico, en conservar, denunciando aquí y allá sus
límites, todos esos viejos conceptos: como instrumentos que puede servir todavía. No se
les presta ya ningún valor de verdad, ni ninguna significación rigurosa, se estaría
dispuesto a abandonarlos ocasionalmente si parecen más cómodos otros instrumentos.
Mientras tanto, se explota su eficacia relativa y se los utiliza para destruir la antigua
máquina a la que aquellos pertenecen y de la que ellos mismos son piezas. Lévi-Strauss
piensa así poder separar el método de la verdad, los instrumentos del método y las
significaciones objetivas enfocadas por medio de éste.
Lévi-Strauss se mantendrá siempre fiel a esa doble intención: conservar como instrumento
aquello cuyo valor de verdad critica. En El pensamiento salvaje, el antropólogo presenta bajo el
nombre de “bricolage” lo que se podría llamar el discurso de este método. El “bricoleur” es
aquel que utiliza los “medios de a bordo”, es decir, los instrumentos que encuentra a su
disposición alrededor suyo, que están ya ahí, que no habían sido concebidos especialmente con
vistas a la operación para la que se hace que sirvan.
Si se llama “bricolage” a la necesidad de tomar prestados conceptos del texto de una herencia
más o menos coherente o arruinada, se debe decir que todo discurso es “bricoleur”. El
ingeniero, que Lévi-Strauss opone al “bricoleur”, tendría, por su parte, que constituir la totalidad
de su lenguaje, sintaxis y léxico. En ese sentido el ingeniero es un mito.
Desde el momento en que se deja de creer en un ingeniero de este tipo y en un discurso que
rompa con la recepción histórica, desde el momento en que se admite que todo discurso finito
está sujeto a un cierto “bricolage”, entonces es la idea misma de “bricolage” la que se ve
amenazada, se descompone la diferencia dentro de la que aquella adquiría sentido. La actividad
del “bricolage”, Lévi-Strauss la describe no sólo como actividad intelectual sino como actividad
mitopoética, el momento en que el mito reflexiona sobre sí y se critica a sí mismo.
[Acá salteo toda una parte sobre los mitos por no considerarla central]
El estructuralismo se ofrece, justificadamente, como la crítica misma del empirismo. Pero, al
mismo tiempo, no hay libro o estudio de Lévi-Strauss que no se proponga como un ensayo
empírico que otras informaciones podrían en cualquier caso llegar a completar o a refutar. Los
esquemas estructurales se proponen siempre como hipótesis que proceden de una cantidad finita
de información y a las que se somete a la prueba de la experiencia.
A la totalización se la define tan pronto como inútil, tan pronto como imposible. Eso depende de
que hay dos maneras de pensar el límite de la totalización:
1- La totalización puede juzgarse imposible en el sentido clásico, el esfuerzo empírico
finito se sofoca en vano en pos de una riqueza infinita que no podrá dominar jamás.
2- O de otra manera, no ya bajo el concepto de finitud como asignación de la empiricidad
sino bajo el concepto de juego. Si la totalización no tiene entonces sentido es porque la
naturaleza del campo excluye la totalización: este campo es, en efecto, el de un juego,
es decir, de sustituciones infinitas en la clausura de un conjunto finito. Ese campo tan
solo permite tales sustituciones infinitas porque es finito, es decir, porque en lugar de
ser un campo inagotable, como en la hipótesis clásica, en lugar de ser demasiado
grande, le falta algo, a saber, un centro que detenga y funde el juego de las
sustituciones.
El juego es el rompimiento de la presencia. La presencia de un elemento es siempre una
referencia significante y sustitutiva inscrita en un sistema de diferencias y el movimiento de una
cadena.
En cuanto que se enfoca hacia la presencia, perdida o imposible, del origen ausente, esta
temática estructuralista de la inmediatez rota es, pues, la cara triste, negativa, nostálgica,
culpable, rousseauniana, del pensamiento del juego, del que la otra cara seria la afirmación
nietzscheana, la afirmación gozosa del juego del mundo y de la inocencia del devenir, la
afirmación de un mundo de signos sin falta, sin verdad, sin origen, que se ofrece a una
interpretación activa. Esta afirmación determina entonces el no centro de una manera que como
pérdida del centro. Y juega sin seguridad. Pues hay un juego seguro: el que se limita a la
sustitución de piezas dadas y existentes, presentes.
Hay dos interpretaciones de la interpretación, de la estructura, del signo y del juego:
1- Una pretende descifrar una verdad o un origen que se sustraigan al juego y al orden del
signo, y que vive como un exilio la necesidad de la interpretación.
2- La otra, que no está ya vuelta hacia el origen, afirma el juego e intenta pasar más allá
del hombre y del humanismo, dado que el hombre, a través de la historia de la
metafísica, ha soñado con la presencia plena, el fundamento tranquilizador, el origen y
el final del juego.
Por su parte, Derrida dice que, aunque esas dos interpretaciones deben acusar su diferencia y
agudizar su irreductibilidad, no cree que actualmente haya que escoger.

JACQUES DERRIDA, “Semiología y gramatología. Entrevista con


Julia Kristeva”. (1972)
-La semiología actualmente se construye sobre el modelo del signo y sus correlatos: los
modelos de la comunicación y la estructura ¿Cuáles son los límites “logocéntricos” y
etnocéntricos de estos modelos? ¿Cómo no pueden servir de base a una notación que quiera
escapar a la metafísica?
Suponiendo, cosa que Derrida no cree, que se pueda escapar simplemente a la metafísica, el
concepto de signo habrá marcado en este sentido a la vez un freno y un progreso. Pues si, por su
raíz y sus implicaciones, es de parte a parte metafísico, sistemáticamente solidario de las
teologías estoica y medieval, el trabajo y los desplazamientos a los que ha estado sometido –y
de los que ha sido curiosamente el instrumento- han tenido efectos de-limitantes: han permitido
criticar la propiedad metafísica del concepto del signo, marcar y alojar a la vez los límites del
sistema en el que ese concepto nació y empezó a usarse, arrancarle así, hasta cierto punto, de su
propio humos. Este trabajo hay que llevarlo tan lejos como sea posible, pero no podemos evitar
en efecto toparnos en determinado momento con “los límites logocéntricos y etnocéntricos” de
tal modelo. En ese momento quizá habría que abandonar el concepto.
La semiología de tipo saussureano ha jugado un doble papel. Por una parte crítico:
1- Ha mostrado, contra la tradición, que el significado era inseparable del significante , que
el significado y el significante son las dos caras de una sola y misma producción.
2- Subrayando los caracteres diferencial y formal del funcionamiento semiológico,
mostrando que “es imposible que el sonido, elemento material, pertenezca por sí a la
lengua” y que “en su esencia el significante lingüístico de ningún modo es fónico”,
haciendo así de la lingüística una parte de la semiología general, Saussure ha
contribuido poderosamente a volver contra la tradición metafísica el concepto de signo
que le había tomado prestado.
Y sin embargo, Saussure no pudo dejar de confirmar esta tradición en la medida en que se sirvió
del concepto de signo; de este, no menos que de ningún otro concepto, no puede hacerse un uso
absolutamente nuevo y absolutamente convencional. Hay un momento en el que Saussure debe
renunciar a sacar todas las consecuencias del trabajo crítico que comenzó, y es el momento no
fortuito en el que se resigna a servirse de la palabra “signo”, a falta de una mejor. Ahora bien, la
“lengua usual” no es ni inocente ni neutra. Es la lengua de la metafísica occidental y transporta
no solo un numeroso considerable de presuposiciones de todos los órdenes, sino también
presuposiciones inseparables. Por lo que, por otra parte [lo malo]:
A- El mantenimiento de la distinción rigurosa entre signaris y signatum, la ecuación entre
el signatum y el concepto dejan abierta de derecho la posibilidad de pensar un concepto
significado en sí mismo. Dejando abierta esta posibilidad, Saussure contradice las
adquisiciones críticas de las que hablábamos hace un instante. Da derecho a la
exigencia clásica de lo que he propuesto llamar un “significado trascendental” que no
remitiría en sí mismo, en su esencia, a ningún significante, excedería la cadena de los
signos, y él mismo no funcionaría ya, llegado el momento, como significante. A partir
del momento, por el contrario, en que se cuestiona la posibilidad de un tal significado
trascendental y en que se reconoce que todo significado está también en posición de
significante, la distinción entre significado y significante –el signo- parece problemática
de raíz. El signo no cesará jamás de imponer a toda la ciencia semiológica esta instancia
fundamental de un “significado trascendental” y de un concepto independiente de la
lengua.
B- Aunque haya reconocido la necesidad de poner entre paréntesis la substancia fónica,
Saussure ha debido, por razones esenciales y esencialmente metafísicas, privilegiar la
palabra, todo lo que liga el signo a la phoné. Habla también de “vínculo natural” entre
el pensamiento y la voz, el sentido y el sonido. Conduce en cualquier caso, en
contradicción con el motivo crítico más importante del Curso, a hacer de la lingüística
el modelo regulador, el “patrón” de una semiología general de la que no debía ser, de
derecho, teóricamente más que una parte.
C- El concepto de signo (significante/significado) comporta en sí mismo la necesidad de
privilegiar la substancia fónica y de erigir la lingüística en “patrón” de la semiología. La
phoné es en efecto la substancia significante que se presente a la conciencia como la
más íntimamente unida al pensamiento del concepto significado. Naturalmente, esta
experiencia es una ilusión, pero sobre la necesidad de esta ilusión está organizada toda
una estructura, o toda una época; sobre el fondo de esta época se ha constituido una
semiología cuyos conceptos y presupuestos fundamentales se encuentran de Platón, a
Husserl, pasando por Aristóteles, Rousseau, Hegel, etc.
D- Reducir la exterioridad del significante significa excluir todo lo que, en la práctica
semiótica, no es psíquico. Ahora bien, sólo el privilegio acordado al signo fonético y
lingüístico puede autorizar la proposición de Saussure según la cual el “signo
lingüístico es, pues, una entidad psíquica de dos caras”. No se puede criticar solamente
el uso “psicologista” del concepto de signo; el psicologismo no es el mal uso de un
buen concepto, está inscrito y prescrito en el mismo concepto de signo, de la equívoca
manera de la que hablaba al principio. Este equívoco marca, pues, el proyecto
“semiológico” mismo, con la totalidad orgánica de todos sus conceptos, en particular el
de la comunicación, que, en efecto, implica la transmisión encargada de traspasar, de
un sujeto al otro, la identidad de un objeto significado, de un sentido o de un concepto
separables por derecho propio del proceso de pasaje y de la operación significante. La
comunicación presupone sujetos (cuya identidad y presencia estén constituidas con
anterioridad a la operación significante) y objetos.
Derrida no cree en la ruptura decisiva, en la unidad de un “corte epistemológico”, como se dice
a menudo hoy día. Los cortes se reinscriben siempre, fatalmente, en un viejo tejido que hay que
continuar destejiendo interminablemente. Esta interminabilidad no es un accidente o una
contingencia; es esencial, sistemática y teórica.
¿Qué es el grama como “nueva estructura de la no-presencia”? ¿Qué es la escritura como
“différance”? ¿Cuál es la ruptura que estos conceptos introducen en relación a los conceptos-
clave de la semiología, el signo (fonético) y la estructura?
El grama como différance es una estructura y un movimiento que ya no se dejan pensar a partir
de la oposición presencia/ausencia. La différance es el juego sistemático de las diferencias, del
espaciamiento por el que los elementos se relacionan unos con otros. Este espacialmente es la
producción, a la vez activa y pasiva de los intervalos sin que los términos “plenos” no
significarían, no funcionarían. No hay presencia ni fuera ni antes de la différance semiológica.
Nada –ningún ente presente o in-diferente- parece, por lo tanto a la différance y al
espaciamiento. No hay sujeto que sea agente, autor y maestro de la différance y al que ésta
sobrevendría eventual y empíricamente. La subjetividad –como la objetividad- es un efecto de
la différance.
[Dejo afuera las últimas dos preguntas por considerarlas laterales]

GEORG VON WRIGHT, “Explicación y comprensión”. Capítulo 1.


(1971)
Puede decirse que la investigación científica, contemplada en una perspectiva muy amplia,
presenta dos importantes aspectos. El escrutinio y descubrimiento de hechos es uno de ellos, el
otro es la construcción de hipótesis y teorías. Estos dos aspectos de la actividad científica han
sido calificados a veces de ciencia descriptiva y ciencia teórica. La construcción teórica sirve a
dos fines principales. Uno es predecir la ocurrencia de acontecimientos o de resultados
experimentales y prever así nuevos hechos. El otro consiste en explicar o hacer inteligibles
hechos ya registrados.
La predicción y la explicación, por su parte, no han dejado de verse en ocasiones como procesos
del pensamiento científico básicamente idénticos –que difieren únicamente desde un punto de
vista temporal-. La predicción mira hacia adelante, de lo que ocurre a lo que ocurrirá, mientras
la explicación vuelve por lo general la vista atrás desde lo que hay a lo que previamente ha
tenido lugar. Un planteamiento es el problema de si la construcción teórica es intrínsecamente
un mismo género de empresa tanto en las ciencias naturales como en las disciplinas humanas y
sociales.
En la historia de las ideas cabe distinguir dos tradiciones importantes:

- La aristotélica o teleológica: discurre al compás de los esfuerzos por comprender los


hechos de modo finalista.
- La galileana o de explicación causal: discurre a la par que el avance de la
perspectiva mecanicista en los esfuerzos del hombre por explicar y predecir
fenómenos.
Asentadas las ciencias naturales, y en vías de lo propio los estudios humanísticos, una de las
principales cuestiones de la metodología y la filosofía de la ciencia fue la concerniente a las
relaciones entre estas dos importantes ramas de la investigación empírica.
Una de las posiciones es la filosofía de la ciencia típicamente representada por Auguste Comte y
John Stuart Mill, la comúnmente llamada positivismo. Uno de los principios del positivismo es
el monismo metodológico o la idea de la unidad del método científico por entre la diversidad de
objetos temáticos en la investigación científica. Un segundo principio es la consideración de que
las ciencias naturales exactas, en particular la física matemática, establecen un canon o ideal
metodológico que mide el grado de desarrollo y perfección de todas las demás ciencias. Por
último, un tercer principio, consiste en una visión característica de la explicación científica. Tal
explicación es “causal”, en un sentido amplio. Consiste, más específicamente, en la subsunción
de casos individuales bajo leyes generales hipotéticas de la naturaleza, incluida la “naturaleza
humana”. El positivismo queda vinculado a la tradición más amplia que aquí se llamó galileana.
La otra posición en el debate sobre las relaciones entre las ciencias de la naturaleza y las
ciencias del hombre fue una reacción contra el positivismo. La filosofía antipositivista de la
ciencia, que alcanza un lugar prominente a finales del siglo XIX, representa una tendencia
mucho más diversificada y heterogénea que el positivismo. Von Wright elige el nombre de
hermenéutica para englobar los trabajo de filósofos y científicos como: Dilthey, Simmel,
Weber, Rickert, Croce o Collingwood, entre otros.
Todos estos pensadores rechazan el monismo metodológico del positivismo y rehúsan tomar el
patrón establecido por las ciencias naturales como ideal regular, único y supremo de la
comprensión racional de la realidad. También han impugnado el enfoque positivista de la
explicación. Droysen acuñó en tal sentido los nombres de explicación y comprensión. El
objetivo de las ciencias naturales consiste, según él, en explicar; el propósito de la historia es
más bien comprender los fenómenos que ocurren en su ámbito. Estas ideas metodológicas
fueron luego elaboradas sistemáticamente por Dilthey.
“Comprensión” cuenta además con una resonancia psicológica de la que carece “explicación”:
Es una forma de empatía o recreación en la mente del estudioso de la atmósfera espiritual,
pensamientos, sentimientos y motivos, de sus objetos de estudio. Además de por este sesgo
psicológico, se diferencian en tanto la comprensión se encuentra vinculada con la
intencionalidad de una manera en que la explicación no lo está . Se comprenden los objetivos y
propósitos de un agente, el significado de un signo o símbolo, el sentido de una institución
social o de un rito religioso.
Estas ciencias nacieron en buena medida bajo la influencia de una presión cruzada de las
tendencias positivista y antipositivista en el último siglo. No es sorprendente por lo tanto el que
hayan venido a resultar un campo de batalla para las dos tendencias en liza en la filosofía del
método científico. Émile Durkheim fue esencialmente un positivista en todo lo referente a su
metodología, mientras que en Max Weber se entremezclada un cierto tinte positivista con el
énfasis en la teleología y en la comprensión empática.
Hegel y Marx son los dos grandes filósofos del siglo XIX y han ejercido una profunda
influencia en este orden de consideraciones metodológicas, pero es difícil situarlos tanto
respecto del positivismo como respecto de su reacción. Las ideas de ambos pensadores se
asemejan a la tendencia positivista en el acento sobre las leyes y la validez universal, pero sus
escritos sobre, por ejemplo, el proceso histórico, difieren del concepto de ley que subyace a las
explicaciones causales de la atmósfera galileana.
En las décadas que mediaron a las dos guerras mundiales, el positivismo resurgió con más vigor
que nunca. El nuevo movimiento fue llamado neopositivismo o positivismo lógico que se nutrió
de los aportes de esta última rama de la ciencia. A su vez, del positivismo lógico se nutrieron la
filosofía analítica y la filosofía lingüística del último Wittgenstein.
[Después sigue con unos debates sobre el modelo de un tal Hempel, filosofía analítica y cosas
que jamás nos dieron, esas últimas páginas quedan afuera del resumen]

ÉMILE DURKHEIM, “Las reglas del método sociológico”. Páginas 7 a


67. (1895)
Prefacio
Si existe una ciencia de las sociedades, debemos suponer que no será una mera paráfrasis de los
prejuicios tradicionales y nos ofrecerá de las cosas una imagen diferente de la que se muestra a
los ojos del vulgo, pues el objeto de toda ciencia es realizar descubrimientos. Aún estamos
excesivamente acostumbrados a resolver todos los problemas del conocimiento de acuerdo con
las sugestiones del sentido común, de modo que no es fácil alejarlas de las discusiones de
carácter sociológico. Aún allí donde creemos habernos liberado de él, nos impone sus juicios sin
que lo advirtamos.
El único calificativo que aceptará Durkheim es el de racionalista. Su principal objetivo es
extender a la conducta humana el racionalismo científico, estacando que, considerada en el
pasado, puede reducírsela a relaciones de causa y efecto, y que mediante una operación no
menos racional es posible luego transformar estas últimas en reglas de acción para el futuro.
Prefacio de la segunda edición
Cuando se publicó la primera edición de este libro, provocó vivas controversias.
Primero, la proposición de acuerdo con la cual es necesario tratar los hechos sociales como a
cosas es una de las que han suscitado mayor oposición. No se afirma que los hechos sociales
son cosas materiales, sino que son cosas con iguales títulos que las cosas materiales. La cosa se
opone a la idea como lo que se conoce desde fuera a lo que se conoce desde dentro. Durkheim
llamará cosas a todo objeto de conocimiento que no es compenetrable naturalmente para la
inteligencia, todo aquello de lo cual no podemos forjarnos una idea adecuada mediante un
simple procedimiento de análisis mental, todo lo que el espíritu puede llegar a comprender
únicamente con la condición de salir de sí mismo, mediante observaciones y experimentaciones,
pasando progresivamente de los caracteres más externos y más inmediatamente accesibles a los
menos visibles y más profundos. Tratar a los hechos sociales como cosas significa adoptar
frente a ellos cierta actitud mental.
Las representaciones que uno ha podido forjarse en el curso de la vida no fueron resultado del
método ni de la crítica, están desprovistas de valor científico y deben ser desechadas
[prenociones]. Los propios hechos de la psicología individual exhiben este carácter y es
necesario considerarlos desde este punto de vista. Con la conciencia solo podemos conocerlos
hasta cierto punto, nos aportan impresiones confusas, pasajeras, subjetivas, pero no ideas claras
y diferenciadas o conceptos explicativos. [Mucho paralelismo para trazar con Watson]
La regla de Durkheim exige que el sociólogo asuma el estado de espíritu que caracteriza a los
físicos, los químicos, los fisiólogos, cuando se internan en una región aún inexplorada de su
dominio científico. Es necesario que al penetrar en el mundo social tenga conciencia de que
penetra en lo desconocido. Es indudable que la idea que nos forjamos de las prácticas
colectivas, de lo que son y de lo que deben ser, es un factor de su desarrollo. Pero esta idea es
por sí misma un hecho que, para ser determinado adecuadamente también debe ser estudiado
desde afuera. Además, no ha surgido de la nada: ella misma es un efecto de causas externas y es
necesario conocer estas últimas para poder apreciar su papel en el futuro.
Segundo, otra proposición provocó discusiones tan vivas como la anterior; es la que afirma que
los fenómenos sociales son exteriores a los individuos. Como la sociedad está formada
exclusivamente por individuos, se le antoja al sentido común que la conciencia individual es el
único substrato posible de la vida social: dicho de otro modo, podría afirmarse que está
suspendida en el aire y que planea en el vacío.
Si toda sociedad produce fenómenos nuevos, diferentes de los que ocurren en las conciencias
solitarias, es necesario admitir que estos hechos específicos residen en la sociedad misma que
los produce, y no en sus partes –es decir, en sus miembros. Por lo tanto, en este sentido son
exteriores a las conciencias individuales. De ese modo aparece justificada, mediante una nueva
razón, la separación que afirmamos más adelante entre la psicología propiamente dicha, o
ciencia del individuo mental, y la sociología. Los hechos sociales no difieren de los hechos
psíquicos solo por la calidad: tienen otro substrato, no evolucionan en el mismo medio, no
dependen de las mismas condiciones.
Los estados de la conciencia colectiva tienen distinta naturaleza que los estados de la conciencia
individual; son representaciones de otro carácter. La mentalidad de los grupos no es igual a la de
los individuos; tiene sus propias leyes. Por lo tanto, las dos ciencias son tan diferentes como
pueden serlo dos ciencias, pese a las relaciones que puedan existir entre ellas. La materia de la
vida social no puede explicarse mediante factores puramente psicológicos. Una vez reconocida
esa heterogeneidad, podemos preguntarnos si las representaciones individuales y las
representaciones colectivas no dejan de asemejarse.
En tercer lugar, algunos comentarios relacionados con la definición de hechos sociales del
primer capítulo. Durkheim afirma que los hechos sociales son modos de hacer o de pensar,
identificables por una particularidad, que pueden ejercer sobre las conciencias particulares una
influencia coercitiva.
Se han propuesto otras definiciones pero no podían usarse en el curso de una investigación o no
permitían definir el objeto de la investigación. Se afirmó que la definición es excesivamente
estrecha, y se señaló que todo medio físico ejerce una forma de imposición sobre los seres que
sufren su acción, pues en cierta manera siempre están adaptados a él.
Lo que tiene de absolutamente particular la imposición social, es que responde, no a la rigidez
de ciertas disposiciones moleculares, sino al prestigio que poseen ciertas representaciones. Las
creencias y las prácticas sociales actúan sobre nosotros desde fuera. Es indudable que el
individuo representa cierto papel en la génesis de estas cosas. Pero para que exista un hecho
social, es necesario que por lo menos varios individuos hayan mezclado su acción, y que esta
combinación haya determinado un producto nuevo.
Hacia el final hay una diferenciación entre “lo normal” y “lo patológico”. Interesante para
pensar el acercamiento con la fisiología y aquello de “Durkheim el primer funcionalista”. De
hecho define a la sociología como “la ciencia de las instituciones, de su génesis y su
funcionamiento”.
Introducción:
Hasta ahora los sociólogos no se han preocupado mucho por caracterizar y definir el método
que aplican al estudio de los hechos sociales. Así, en toda la obra de Spencer, el problema
metodológico no presenta ningún papel. Mill ha ocupado cierta extensión a este problema en su
Sistema de lógica, pero en realidad, un capítulo del Curso de filosofía positiva [de Comte] es,
poco más o menos, el único estudio original e importante que se tiene acerca de este tema.
Capítulo 1: ¿Qué es un hecho social?
El calificativo suele utilizarse para designar casi todos los fenómenos que ocurren en el seno de
la sociedad, por poco que posean de manera más o menos general cierto interés social. Pero si
aplicamos este criterio no existen acontecimientos humanos que merezcan el calificativo de
sociales. Cada individuo bebe, duerme, come, [caga] y razona. Si estos hechos fueran sociales,
la sociología carecería de objeto propio, y su dominio se confundiría con el de la biología y la
psicología.
Pero cuando cumplo mi tarea de hermano, esposo o ciudadano, me atengo a deberes definidos,
fuera de mí y mis actos, en el derecho y las costumbres. Y aunque concuerdan con mis
sentimientos y pese a que percibo interiormente su realidad, esta no deja de ser objetiva; pues yo
no los he creado. Existe un Código. Se trata, entonces, de “modos de actuar, de pensar y de
sentir que exhiben la votable propiedad de que existen fuera de las conciencias individuales”.
Estos tipos de conducta o de pensamiento no solo son exteriores al individuales, sino que están
dotados de un poder imperativo y coercitivo en virtud del cual se le imponen, quiéralo o no. Es
indudable que cuando me adapto de buen grado, esta coerción no se manifiesta, o poco menos,
porque en ese caso es inútil. Pero no por ello es menos un carácter intrínseco de estos hechos; y
prueba de ello es que se afirma tan pronto intento resistirme. Si intento violar las reglas del
derecho, reaccionan contra mí de modo que impiden mi acto si aún es tiempo para ello. Si no
me someto a las convenciones del mundo, si mi atuendo no se ajusta absolutamente a los usos
de mi país y mi clase, la burla que provoco, el alejamiento con que se me castiga, producen los
mismos efectos que la pena propiamente dicha. Aunque indirecta, la imposición no es menos
eficaz, ni es diferente en relación al idioma, la moneda de curso legal o las prácticas
productivas.
Como se ve, tenemos aquí un orden de hechos que exhiben caracteres muy particulares: son
modos de actuar, de pensar y de sentir exteriores al individuo, y que poseen un poder de
coerción en virtud del cual se le imponen. Por consiguiente, no es posible confundirlos con los
fenómenos orgánicos, pues consisten en representaciones y en actos; ni con los fenómenos
psíquicos, que solo existen en la conciencia individual y por ella. Por lo tanto, constituyen una
nueva especie, y a ellos debe atribuirse y reservarse la calificación de sociales.
Hay otros hechos que, sin exhibir estas formas cristalizadas, poseen la misma objetividad y el
mismo ascendiente sobre el individuo. Son los hechos a los que se denomina corrientes sociales.
Somos juguetes de una ilusión que nos lleva a creer que hemos elaborado por nuestra cuenta lo
que se nos impone desde afuera.
Es posible confirmar con una experiencia característica esta definición del hecho social; en
efecto, es suficiente observar cómo se educa a los niños. Cuando se consideran los hechos como
son y como han sido siempre, es evidente que toda educación consiste en un esfuerzo
permanente por imponer a los niños modos de ver, de sentir y de actuar a los que no habrían
llegado espontáneamente. Si con el tiempo deja de sentirse esta imposición, es porque
paulatinamente origina hábitos, tendencias internas que determinan que sea inútil, pero que
pueden reemplazar solo porque derivan de ella.
Hay ciertas corrientes de opinión que nos impulsan, con desigual intensidad, de acuerdo con las
épocas y los países, unas al matrimonio, otras al suicidio o a una natalidad más o menos
abundante, etc. Es evidente que en este caso estamos en presencia de hechos sociales. A primera
vista, parecen inseparables de las formas que adoptan en los casos particulares. Pero la
estadística nos ofrece el medio apropiado para aislarlos. Como cada una de las cifras incluye
indistintamente todos los casos particulares, las circunstancias individuales que pueden
representar cierto papel en la producción del fenómeno se neutralizan mutuamente, y por
consiguiente no contribuyen a determinarlo. La estadística expresa cierto estado del alma
colectiva.
El sentimiento colectivo que se manifiesta en una asamblea, no expresa únicamente lo que había
de común en todos los sentimientos individuales. Como demostró el autor, hay en él algo
diferente, una energía especial que deriva precisamente de su origen colectivo. Si todos los
corazones vibran al unísono, ello no es el resultado de una concordancia espontánea y
preestablecida; ocurre que una misma fuerza los mueve en el mismo sentido. Cada uno se ve
arrastrado por todos.
La definición final incluirá todo lo definido si afirmamos: Llamamos hecho social a todo modo
de hacer, fijo o no, que puede ejercer sobre el individuo una imposición exterior; o también,
que es general en la extensión de una sociedad dada, al mismo tiempo que posee existencia
propia, independiente de sus manifestaciones individuales.
Capítulo 2: Reglas relacionadas con la observación de los hechos sociales
La primera y más fundamental de las reglas consiste en considerar los hechos sociales como
cosas.
Antes de conocer los primeros rudimentos de la física y la química, los hombres tenían acerca
de los fenómenos físico-químicos ideas que sobrepasaban la percepción pura. La reflexión es
anterior a la ciencia, que a lo sumo se sirve de ella con más método. El hombre no puede vivir
en medio de las cosas sin forjarse ideas acerca de las mismas, regulando su conducta con arreglo
a estas últimas. En lugar de observar las cosas, de describirlas, de compararlas, nos contentamos
con cobrar conciencia de nuestras ideas, analizándolas y combinándolas. En lugar de una
ciencia de las realidades, no practicamos más que un análisis ideológico. Sin duda este análisis
no excluye todo tipo de observación. Podemos apelar a los hechos para confirmar estas ideas o
las conclusiones que extraemos de ellas. Por en ese caso los hechos solo intervienen
secundariamente, con el carácter de ejemplos o pruebas confirmatorias: no son el objeto de la
ciencia [ver Popper].
Ocurre que no solo una ciencia de este carácter inevitablemente exhibe formas desfiguradas,
sino que carece de una sustancia de la cual pueda alimentarse. También critica a quienes
reclaman antes remedios que explicaciones, y en lugar de tratar de comprender los hechos
adquiridos y realizados, se proponen realizar otros nuevos, más adecuados a los fines
perseguidos por los hombres.
Estos modos de proceder se ajustan tanto a la inclinación natural de nuestro espíritu que
volvemos a hallarlo aún en el origen de las ciencias físicas. Es lo que distingue a la alquimia de
la química, como a la astrología de la astronomía, el que se basen o no en lo que Bacon llamó
praenotiones. [Ver Bourdieu]
Si las ciencias naturales se han alejado de ese camino, con mayor razón debe ocurrir lo mismo
en la sociología. Pero hasta el momento de la escritura de este texto, la sociología se ha ocupado
más o menos exclusivamente no de cosas sino de conceptos. Y aquí se aparta en Comte cuando
este declara que “los fenómenos sociales son hechos naturales, sometidos a leyes naturales”.
Aunque esta frase reconozca implícitamente su carácter de cosas –pues en la naturaleza no hay
más que cosas- juzga como incorrecto tomar como objeto de sus estudios a las ideas. Comte
también plantea una idea de “desarrollo histórico” que a juicio de Durkheim es completamente
subjetiva.
Spencer desecha este último concepto pero lo reemplaza por otro que no ha sido elaborado de
distinto modo. Convierte a las sociedades, y no a la humanidad, en objeto de la ciencia; pero
ofrece de las primeras una definición que hace desaparecer la cosa de la que habla para colocar
la prenoción que tiene de ella, definiéndola como la unión de los individuos.
No sabemos, dice el autor, con certidumbre qué es el Estado, la soberanía, la libertad política, la
democracia, el socialismo, etc.; por lo tanto, el método exigiría que se prohibiese el uso de estos
conceptos mientras no se los haya elaborado científicamente.
Debemos considerar los fenómenos sociales en sí mismos, separados de los sujetos conscientes
que se los representan; es necesario estudiarlos desde afuera, como a cosas exteriores pues con
este carácter se presentan a nosotros. Lejos de ser un producto de nuestra voluntad, los hechos
sociales la determinan desde afuera; son como moldes en los que estamos obligados a verter
nuestros actos. En definitiva, la reforma que intenta introducir en la sociología es en todo
sentido idéntica a la que ha transformado a la psicología en los últimos treinta años [ver inicio
del texto de Watson]. Es necesario que la sociología pase de la etapa subjetiva, que aún no ha
superado, a la fase objetiva.
Los empiristas, no menos que sus adversarios, procedían exclusivamente por vía de
introspección. Pero los hechos que uno observa sólo en uno mismo son excesivamente escasos,
excesivamente fugitivos y maleables para poner imponerse a las ideas correspondientes que el
hábito ha fijado en nosotros, y para dictarles la ley.
Ahora sí, algunas de las reglas principales:
1- Es necesario desechar sistemáticamente todas las prenociones. Desde la duda metódica en
Descartes hasta la teoría de los Ídolos de Bacon, las dos grandes doctrinas tantas veces opuestas
mutuamente, concuerdan en este punto esencial. Es necesario que el científico se libere de estas
falsas pruebas que dominan el espíritu del vulgo. Esta liberación es particularmente difícil en
sociología a causa del papel que el sentimiento representa a menudo. En efecto, nos
apasionamos por nuestras creencias políticas y religiosas, o por nuestras prácticas morales, y los
hacemos de modo muy distinto que cuando tratamos de las cosas del mundo físico. Una ciencia
constituida de ese modo solo puede satisfacer a los espíritus que prefieren pensar con su
sensibilidad más que con su entendimiento, que prefieren las síntesis inmediatas y confusas de
la sensación a los análisis pacientes y luminosos de la razón.
2- La regla anterior es totalmente negativa. Enseña a evitar el dominio de las ideas vulgares
pero no dice de qué modo debe aprender estos últimos para realizar su estudio objetivo. Toda
investigación científica se refiere a un grupo determinado de fenómenos que responden a una
misma definición. Por lo tanto, la primera actividad del sociólogo debe ser la definición de las
cosas que él trata, a fin de que se sepa a qué se refiere.
De ello se desprende la siguiente regla: No tomar jamás como objeto de las investigaciones sino
un grupo de fenómenos definidos previamente por ciertos caracteres exteriores que les son
comunes, e incluir en la misma investigación a todos los que responden a esta definición.
Cuando se procede de este modo, desde que inicia su actividad el sociólogo se afirma
inmediatamente en la realidad. En efecto, este tipo de clasificación de los hechos no depende de
él o del sesgo particular de su espíritu, sino de la naturaleza de las cosas.
Por evidente e importante que parezca esta regla, no se la observa en sociología. A menudo el
sociólogo cree inútil ofrecer una definición previa y rigurosa. Tanto nos hemos acostumbrado a
usar esas palabras, que aparecen constantemente en el curso de las conversaciones, que se nos
antoja inútil precisar el sentido en que las empleados. Lo usual es referirse simplemente a la
idea común. Pero esta última muy a menudo es ambigua. Esa ambigüedad determina que se
agrupen bajo una misma denominación y en una misma explicación cosas que en realidad son
muy distintas, y de ahí vienen confusiones explicables. Así, existen dos clases de uniones
monogámicas, las de hecho y las de derecho.
En otros casos, se define cuidadosamente el objeto que será materia de la investigación: pero en
lugar de incluir en la definición y de agrupar bajo el mismo título todos los fenómenos que
tienen las mismas cualidades exteriores, se practica una selección. Se eligen algunos, como una
suerte de minoría selecta, y se entiende que son los únicos con derecho a manifestar esos
caracteres [aka Carlo Ginsburg]. Es fácil prever que de ese modo no se alcanzará más que una
idea subjetiva y deformada.
La única función de la definición es permitir que establezcamos contacto con las cosas, y como
el espíritu sólo puede llegar a éstas desde fuera, las expresa por su exterioridad. Pero esto último
no significa que las explica; solo suministra el primer punto de apoyo necesario para nuestras
explicaciones. Por superficiales que sean las propiedades, siempre que hayan sido observadas
metódicamente indican con claridad al sabio la vía que debe seguir para profundizar más las
cosas; son el primer e indispensable eslabón de la cadena que la ciencia desarrollará en el curso
de sus explicaciones.
3- La sensación fácilmente tiene carácter subjetivo. Así en las ciencias naturales es regla
desechar los datos sensibles que arriesgan ser excesivamente particulares del observador, para
retener exclusivamente los que presentan un grado suficiente de objetividad. Por eso mismo el
físico reemplaza las indefinidas impresiones suscitadas por la temperatura o la electricidad por
la representación visual de las oscilaciones del termómetro o del electrómetro. El sociólogo está
obligado a adoptar las mismas precauciones. Los caracteres exteriores en función de los cuales
se define el objeto de sus investigaciones deben ser tan objetivos como parezca posible. En
principio, se puede afirmar que los hechos sociales son tanto más susceptibles de una
representación objetivo cuanto más totalmente se separan de los hechos individuales que los
manifiestan. Por lo tanto, cuando el sociólogo se propone explorar un orden cualquiera de
hechos sociales, debe esforzarse por abordarlos desde un ángulo en que se presenten aislados de
sus manifestaciones individuales.

MAX WEBER, “Economía y sociedad. Esbozo de sociología


comprensiva”. Capítulo 1. (1922)
Debe entenderse por sociología una ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción
social para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y efectos. Por “acción” debe
entenderse una conducta humana (bien consista en un hacer externo o interno, ya en un omitir o
permitir) siempre que el sujeto o los sujetos de la acción enlacen a ella un sentido subjetivo. La
“acción social”, por tanto, es una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos
está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo.
Por “sentido” Weber entiende el sentido mentado y subjetivo de los sujetos de la acción, bien:
a) Existente de hecho
a. En un caso históricamente dado.
b. Como promedio y de un modo aproximado, en una determinada masa de casos.
b) Como construido en un tipo ideal con actores de este carácter.
Los límites entre una acción con sentido y un modo de conducta simplemente reactivo (como
aquí se denomina), no unido a un sentido subjetivamente mentado, son enteramente elásticos.
Una acción con sentido, es decir, comprensible, no se da en muchos casos de procesos
psicofísicos, y en otros solo existe para los especialistas. Pero tampoco es necesaria la capacidad
de producir uno mismo una acción semejante a la ajena para la posibilidad de su comprensión:
“no es necesario ser un César para comprender a César”. El poder “revivir” en pleno algo ajeno
es importante para la evidencia de la comprensión, pero no es condición absoluta para la
interpretación del sentido.
Toda interpretación, como toda ciencia en general, tiende a la “evidencia”. La evidencia de la
comprensión puede ser de carácter racional (bien lógica, bien matemática) o de carácter
endopático (afectiva, receptivo-artística). Hay evidencia endopática de la acción cuando se
revive plenamente la “conexión de sentimientos” que se vivió en ella. Toda interpretación de
una acción con arreglo a fines orientada racionalmente de manera lógica posee el grado máximo
de evidencia.
Por el contrario, muchos de los “valores” y “fines” de carácter último que parecen orientar la
acción de un hombre no los podemos comprender a menudo, con plena evidencia, sino tan solo,
en ciertas circunstancias, captarlos intelectualmente. Tenemos entonces que contentarnos, según
el caso, con su interpretación exclusivamente intelectual o, en determinadas circunstancias –si
bien esto puede fallar-, con aceptar aquellos fines o valores sencillamente como datos para tratar
luego de hacernos comprensible el desarrollo de la acción por ellos motivada por la mejor
interpretación intelectual posible o por un revivir sus puntos de orientación lo más cercano
posible.
El método científico consistente en la construcción de tipos investiga y expone todas las
conexiones de sentido irracionales, afectivamente condicionadas, del comportamiento que
influyen en la acción, como “desviaciones” de un desarrollo de la misma “construido” como
puramente racional con arreglo a fines. Pensemos en la explicación de un evento de pánico
bursátil. Se tendría que fijar, primero, cómo se hubiera desarrollado una acción de haberse
conocido todas las circunstancias y todas las intenciones de los protagonistas y de haber
orientado la elección de los medios de un modo rigurosamente racional con arreglo a fines. Sólo
así sería posible la imputación de las desviaciones a las irracionalidades que las condicionaron.
La construcción de una acción rigurosamente racional con arreglo a fines sirve en estos casos a
la sociología como un tipo (tipo ideal), mediante el cual comprender la acción real, influida por
irracionalidad de toda especie (afectos, errores), como una desviación del desarrollo esperado de
la acción racional.
Puede entender por comprensión:
1- La comprensión actual del sentido mentado de una acción. Comprendemos, por
ejemplo, de un modo actual el sentido de la proposición 2 x 2 = 4, que oímos o leemos
(comprensión racional, actual, de pensamientos), o un estallido de cólera manifestado
en gestos faciales, interjecciones y movimientos irracionales.
2- La comprensión explicativa. Comprendemos por sus motivos qué sentido puso en ello
quien formuló o escribió la proposición 2 x 2 = 4, para qué lo hizo precisamente en ese
momento y en esa conexión.
Comprendemos al leñador o al que apunta con un arma, no solo de un modo actual, sino por sus
motivos, cuando sabemos que el primero ejecuta esa acción por ganarse un salario o para cubrir
sus necesidades o por diversión (racional). Todas estas representan conexiones de sentido
comprensibles, la comprensión de las cuales tenemos por una explicación del desarrollo de la
acción. “Explicar” significa, de esta manera, para la ciencia que se ocupa del sentido de la
acción, algo así como: captación de la conexión de sentido en que se incluye una acción, ya
comprendida de modo actual, a tenor de su sentido “subjetivamente mentado”.
Comprensión equivale en todos los casos a: captación interpretativa del sentido o conexión de
sentido:
a) Mentado realmente en la acción particular (en la consideración histórica).
b) Mentado en promedio y de modo aproximativo (en la consideración sociológica en
masa).
c) Construido científicamente (por el tipo topológico) para la elaboración del tipo ideal de
un fenómeno frecuente.
Toda interpretación persigue la evidencia. Pero ninguna interpretación de sentido, por evidente
que sea, puede pretender, en méritos de ese carácter de evidencia, ser también la interpretación
causal válida. a) Con frecuencia “motivos” pretextados y “represiones” (es decir, motivos no
aceptados) encubren, aun para el mismo actor, la conexión real de la trama de su acción, de
manera que el propio testimonio subjetivo, aun sincero, sólo tiene un valor relativo. En este
caso, la tarea que incumbe a la sociología es averiguar e interpretar esa conexión, aunque no
haya sido elevada a conciencia o, lo que ocurre las más de las veces, no lo haya sido con toda la
plenitud con que fue mentada en concreto: un caso límite de la interpretación de sentido. b)
Manifestaciones externas de la acción tenidas por nosotros como “iguales” o “semejantes”
pueden apoyarse en conexiones de sentido muy diversas en el actor o actores. c) En situaciones
dadas los hombres están sometidos en su acción a la pugna de impulsos contrarios, todos ellos
“comprensibles”. Cuál sea la intensidad relativa con que se manifiestan en la acción las distintas
referencias significativas subyacentes en la “lucha de motivos”, para nosotros igualmente
comprensibles, es cosa que, según la experiencia, no se puede apreciar nunca con toda seguridad
y en la mayor parte de los casos ni siquiera de un modo aproximado.
Weber llama “motivo” a la conexión de sentido que para el actor o el observador aparece como
el “fundamento” con sentido de una conducta. Una conducta que se desarrolla como un todo
coherente es “adecuada por el sentido”, en la medida en que afirmamos que la relación entre sus
elementos constituye una “conexión de sentido” típica a tenor de los hábitos mentales y
afectivos medios. Por el contrario, una sucesión de hechos es “causalmente adecuada” en la
medida en que según reglas de experiencia, exista esta probabilidad; que siempre transcurra de
igual manera.
Una interpretación causal correcta de una acción concreta significa: que el desarrollo externo y
el motivo han sido conocidos de un modo certero y al mismo tiempo comprendidos con sentido
en su conexión. Si falta la adecuación de sentido nos encontramos meramente ante una
probabilidad estadística no susceptible de comprensión.
Hay estadísticas por igual de hechos ajenos al sentido (mortalidad, fatiga, rendimientos de
máquinas, cantidad de lluvia) que de hechos con sentido. Estadística sociológica solo es,
empero, la de los últimos (estadística criminal, de profesiones, de precios, de cultivos). Casos
que incluyen ambas, estadísticas de cosechas, por ejemplo, son naturalmente frecuentes.
Procesos y regularidades que, por ser incomprensibles en el sentido aquí empleado, no pueden
ser calificados de hechos o de leyes sociológicos, no por eso son menos importantes. Solo que
pertenecen a un lugar distinto del de la acción comprensible: al de “condiciones”, “ocasiones”,
“estímulos” y “obstáculos” de la misma.
“Acción” como orientación significativamente comprensible de la propia conducta, sólo existe
para Weber como conducta de una o varias personas individuales. Para finalidades prácticas,
determinadas formaciones sociales (estado, cooperativas, fundaciones) deberán ser tratadas
como si fueran individuos. La sociología no puede ignorar, aún para sus propios fines, aquellas
estructuras conceptuales de naturaleza colectiva que son instrumentos de otras maneras de
enfrentarse con la realidad. Pues la interpretación de la acción tiene respecto a esos conceptos
colectivos una doble relación: a) se ve obligada con frecuencia a trabajar con conceptos
semejantes (que a menudo llevan los mismos nombres) con el fin de lograr una terminología
inteligible. b) la interpretación de la acción debe tomar nota del importante hecho de que
aquellos conceptos empleados tanto por el lenguaje cotidiana como por el de los juristas (y
también por el de otros profesionales), son representaciones de algo que en parte existe y en
parte se presenta como un deber ser en la mente de hombres concretos, la acción de los cuales
orientan realmente, y también debe tomar nota de que esas representaciones, en cuanto tales,
poseen una poderosa, a menudo dominante significación causal en el desarrollo de la conducta
humana concreta.
Para Weber la tarea de la sociología es la siguiente: respecto a las “formas sociales” (en
contraste con los “organismos”), nos encontramos cabalmente, más allá de la simple
determinación de sus conexiones, y “leyes funcionales”, en situación de cumplir lo que está
permanentemente negado a las ciencias naturales (en el sentido de la formulación de leyes
causales de fenómenos y formaciones y de la explicación mediante ellas de los procesos
particulares): la comprensión de la conducta de los individuos partícipes, mientras que, por el
contrario, no podemos “comprender” el comportamiento, por ejemplo, de las células, sino
captarlo funcionalmente, determinándolo con ayuda de las leyes a que está sometido. Este
mayor rendimiento de la explicación interpretativa frente a la observadora tiene ciertamente
como precio el carácter esencialmente más hipotético y fragmentario de los resultados
alcanzados por la interpretación. Pero es precisamente lo específico del conocimiento
sociológico.
Las “leyes”, como se acostumbra llamar a muchas proposiciones de la sociología comprensiva,
son determinadas probabilidades típicas, confirmadas por la observación, de que, dadas
determinadas situaciones de hechos, transcurran en la forma esperada ciertas acciones sociales
que son comprensibles por sus motivos típicos y por el sentido típico mentado por los sujetos de
la acción.
Los resultados de una ciencia psicológica que únicamente investigue lo psíquico en el sentido
de la metódica de las ciencias naturales y con los medios propios de esas ciencias, y no se
preocupe de interpretar la conducta humana por su sentido interesan a la sociología. Pero no
existe en este caso una relación más estrecha que la que guarda con otras ciencias. El error está
en este concepto de lo “psíquico”: todo lo que no es “físico” es psíquico.
La sociología construye conceptos-tipo y se afana por encontrar reglas generales del acaecer.
Esto en contraposición a la historia, que se esfuerza por alcanzar el análisis e imputación
causales de las personalidades, estructuras y acciones individuales consideradas culturalmente
importantes. La construcción conceptual de la sociología encuentra su material paradigmático
muy esencialmente en las realidades de la acción consideradas también importantes desde el
punto de vista de la historia. Construye también sus conceptos y busca sus leyes con el
propósito, ante todo, de su pueden prestar algún servicio para la imputación causal histórica de
los fenómenos culturalmente importantes. Lo que puede ofrecer como contrapartida es la
univocidad acrecentada de sus conceptos. Esta acrecentada univocidad se alcanza en virtud de la
posibilidad de un óptimo en la adecuación de sentido, tal como es perseguido por la
conceptuación sociológica. A su vez, esta adecuación puede alcanzarse en su forma más plena
mediante conceptos y reglas racionales.
Sin embargo, la sociología busca también aprehender mediante conceptos teóricos y adecuados
por su sentido fenómenos irracionales. En todos los casos, racionales como irracionales, se
distancia de la realidad, sirviendo para el conocimiento de ésta en la medida en que, mediante la
indicación del grado de aproximación de un fenómeno histórico a uno o varios de esos
conceptos, quedan tales fenómenos ordenados conceptualmente. La casuística sociológica sólo
puede construirse a partir de los tipos puros (ideales). Empero, es de suyo evidente que la
sociología emplea también tipos-promedio, del género de los tipos empírico-estadísticos. En
caso de duda debe entenderse, sin embargo, siempre que se hable de casos “típicos”, que nos
referimos al tipo ideal, el cual puede ser, por su parte, tanto racional como irracional, aunque las
más de las veces sea racional (en la teoría económica, siempre) y en todo caso se construye con
adecuación de sentido.
Debe quedar completamente en claro que en el dominio de la sociología sólo se pueden
construir “promedios” y “tipos-promedio” con alguna univocidad cuando se trate de diferencias
de grado entre acciones cualitativamente semejantes por su sentido. En la mayor parte de los
casos, sin embargo, la acción de importancia histórica o sociológica está influida por motivos
cualitativamente heterogéneos, entre los cuales no puede obtenerse un “promedio” propiamente
dicho. Aquellas construcciones típico-ideales de la acción social, como las preferidas por la
teoría económica, son “extrañas a la realidad”. Cuando con más precisión y univocidad se
construyan estos tipos ideales y sean más extraños en este sentido, al mundo, su utilidad será
también mayor tanto terminológica clasificatoria, como heurísticamente.
[Acá comienza una parte larga de definiciones, resumo lo que me parece central]
La acción social, como toda acción, puede ser:
1) Racional con arreglo a fines: determinadas por expectativas en el comportamiento
tanto de objetos del mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas
expectativas como “condiciones” o “medios” para el logro de fines propios
racionalmente sopesados y perseguidos.
2) Racional con arreglo a valores: determinada por la creencia consciente en el valor –
ético, estético, religioso o de cualquier forma que se le interprete- propio y absoluto de
una determinada conducta, sin relación alguna con el resultado. Siempre está atada a
“mandatos” o “exigencias” que el actor cree dirigidos a él.
3) Afectiva: especialmente emotiva, determinadas por afectos y estados sentimentales
actuales. Se distingue de la anterior por carecer de una elaboración consciente de los
propósitos mismos de la acción.
4) Tradicional: determinada por una costumbre arraigada. En la frontera (y muchas veces
más allá) de lo que puede llamarse una acción con sentido, a menudo no es más que una
oscura reacción a estímulos habituales, que se desliza en la dirección de una actitud
arraigada.
Muy raras veces la acción, especialmente la social, está exclusivamente orientada por uno u otro
de estos tipos. Tampoco estas formas de orientación pueden considerarse en modo alguno como
una clasificación exhaustiva, sino como puros tipos conceptuales, construidos para fines de la
investigación sociológica, respecto a los cuales la acción real se aproxima más o menos o, lo
que es más frecuente, de cuya mezcla se compone.
Por “relación” social debe entender una conducta plural –de varios- que, por el sentido que
encierra, se presenta como recíprocamente referida, orientándose por esa reciprocidad. La
relación social, consiste, pues, plena y exclusivamente en la probabilidad de que se actuará
socialmente en una forma (con sentido) indicable. Un mínimo de recíproca bilateralidad en la
acción es una característica conceptual. No es que los partícipes de una acción mutuamente
referida pongan el mismo sentido en esa acción, la relación social es objetivamente “unilateral”,
pero no deja de estar referida en tanto el actor presupone una determinada actitud de su
contrario frente a él.
La sociología se ocupa de los tipos de desarrollo de la acción repetidas por los mismos agentes o
extendida a muchos, en oposición a la historia, interesa en las conexiones singulares, más
importantes por la imputación causal. La acción, en especial la social y también singularmente
la relación social, pueden orientarse, por el lado de sus partícipes, en la representación de la
existencia de un orden legítimo. La probabilidad de que esto ocurra de hecho se llama “validez”
del orden en cuestión. Al “contenido de sentido” de una relación social le llamamos: a) “orden”
cuando la acción se orienta por “máximas” que pueden ser señaladas y b) cuando la orientación
tiene lugar porque en algún grado significativo aparecen válidas para la acción (o sea, como
obligatorias o modelos de conducta) se habla de “validez”.
[A partir de acá hay una caracterización de tipos de orden, las luchas, las comunidades,
asociaciones, etc. Ni se mencionó en los teóricos, sería una forrada si lo tomaran]

KARL POPPER, “La lógica de la investigación científica”. Capítulos 1


y 2. (1934)
El hombre de ciencia, ya sea teórico o experimental, propone enunciados –o sistemas de
enunciados- y los contrasta paso a paso. En particular, en el campo de las ciencias empíricas
construye hipótesis –o sistemas de teorías- y las contrasta con la experiencia por medio de
observaciones y experimentos.
Es corriente llamar “inductiva” a una inferencia cuando pasa de enunciados singulares (o
“particulares”) tales como descripciones de los resultados de observaciones o experimentos, a
enunciados universales, tales como hipótesis o teorías. Cualquiera que sea el número de
ejemplares de cisnes blancos que hayamos observado, no está justificada la conclusión de que
todos los cisnes sean blancos. Se conoce con el nombre del problema de la inducción la
cuestión acerca de si están justificadas las inferencias inductivas, o de bajo qué condiciones lo
están.
A partir de la obra de Hume debería haberse visto que aparecen con facilidad incoherencias
cuando se admite el principio de inducción: si intentamos afirmar que sabemos por experiencia
qué es verdadero, reaparecen los mismos problemas que motivaron su introducción: para
justificarlo tenemos que utilizar inferencias inductivas; para justificar estas hemos de suponer
un principio de inducción de orden superior, y así sucesivamente. Por tanto, cae por su base el
intento de fundamentar el principio de inducción en la experiencia, ya que lleva,
inevitablemente, a una regresión infinita.
Kant trató de escapar a esta dificultad admitiendo que el principio de inducción (que él llamada
“principio de causación universal”) era “valido a priori”. Pero a entender de Popper no tuvo
éxito. Si ha de asignarse cierto grado de probabilidad a los enunciados que se basan en
inferencias inductivas, tal proceder tendrá que justificarse invocando un nuevo principio de
inducción, modificado convenientemente. En resumen: la lógica de la inferencia probable o
“lógica de la probabilidad”, como todas las demás formas de la lógica inductiva, conduce, bien
a una regresión infinita, bien a la doctrina del apriorismo.
La teoría que se desarrolla a continuación puede ser descripta como teoría del método deductivo
de contrastar o, en oposición al “inductivismo”, “deductivismo”.
Popper aboga por una eliminación del psicologismo, para él el trabajo del científico consiste en
proponer teorías y contrastarlas. La etapa inicial, el acto de concebir o inventar una teoría, no es
susceptible ni exige un análisis lógico; puede ser de gran interés para la psicología empírica,
pero carece de importancia para el análisis lógico del conocimiento científico. Este se interesa
por cuestiones de justificación o validez. El autor se basa en el supuesto de que la lógica del
conocimiento consiste pura y exclusivamente en la investigación de los métodos empleados en
las contrastaciones sistemáticas a que debe someterse toda idea nueva antes de que se la puede
sostener seriamente.
De acuerdo con la tesis propuesta aquí, el método de contrastar críticamente las teorías y de
escogerlas, teniendo en cuenta los resultados obtenidos en su contraste, procede siempre del
modo indicado a continuación: Una vez presentada a título provisorio una idea (o hipótesis) se
extraen conclusiones de ella por medio de una deducción lógica; estas conclusiones se
comparan entre sí y con otros enunciados pertinentes, con objeto de hallar las relaciones lógicas
(equivalencia, deductibilidad, compatibilidad o incompatibilidad, etc.) que existan entre ellas.
Distingue cuatro procedimientos de llevar a cabo la contrastación de una teoría:
1- En primer lugar, se encuentra la comparación lógica de las conclusiones unas con otras;
sometiendo a contraste la coherencia interna del sistema.
2- Después está el estudio de la forma lógica de la teoría, con objeto de determinar su
carácter (¿es empírica? ¿Es tautológica?).
3- La comparación con otras teorías, que tiene por principal mira la de averiguar si la
teoría examinada constituiría un adelanto científico.
4- Finalmente, contrastarla por medio de la aplicación empírica de las conclusiones que
pueden deducirse de ella. Lo que se presente es descubrir hasta qué punto satisfarán las
nuevas consecuencias de la teoría a los requerimientos de la práctica.
Se eligen entre los enunciados los que no sean deducibles de la teoría vigente, y, más en
particular, los que se encuentren en contradicción con ella. Si las conclusiones singulares
resultan ser aceptables, o verificadas, la teoría a que nos referimos ha pasado con éxito las
contrastaciones (por esta vez): no hemos encontrado razones para desecharla. Pero si la decisión
es negativa, o sea, si las conclusiones han sido falsadas, esta falsación revela que la teoría de la
que se han deducido lógicamente es también falsa. Conviene observar que una decisión positiva
puede apoyar a la teoría examinada sólo temporalmente, pues otras decisiones negativas
subsiguientes siempre pueden derrocarla. Durante el tiempo en que una teoría resiste
contrastaciones exigentes y minuciosas, y en que no la deja anticuada otra teoría en la evolución
del progreso científico, podemos decir que ha “demostrado su temple” o que está
“corroborada” por la experiencia.
Llama problema de la demarcación al de encontrar un criterio que nos permita distinguir entre
las ciencias empíricas y los sistemas “metafísicos”. Debate con el Círculo de Viena, criticando
su demarcación a través del método de la inducción, por admitir únicamente como científicos
enunciados atómicos de experiencia (Einstein quedaría afuera) y por entender a la ciencia como
un sistema de conceptos (Popper dirá, en vez, “sistema de enunciados”).
Popper no busca derribar la metafísica, sino formular una caracterización apropiada de la
ciencia empírica. Quienquiera que plantee un sistema de enunciados absolutamente ciertos,
irrevocablemente verdaderos, como finalidad de la ciencia, rechazará las propuestas aquí
mencionadas. Y lo mismo para quienes vean “la dignidad de la ciencia” en su carácter de
totalidad. Incluso afirma que hay ideas metafísicas que han ayudado a la ciencia.
El sistema teórico empírico aquí presentado tendrá que satisfacer tres requisitos:
A- Ha de ser sintético, de suerte que pueda representar un mundo no contradictorio,
posible.
B- Debe satisfacer el criterio de demarcación antes señalado, es decir, no será metafísico,
sino representará un mundo de experiencia posible.
C- Es menester que sea un sistema que se distinga –de alguna manera- de otros sistemas
semejantes por ser el que represente nuestro mundo de experiencia. ¿Cómo? Por
someterse a contraste y resistiendo contrastaciones.
La “experiencia” resulta ser un método distintivo mediante el cual un sistema teórico puede
distinguirse de otros; con lo cual la ciencia empírica se caracteriza no solo por su forma lógica,
sino por su método de distinción.
El criterio de demarcación inherente a la lógica inductiva equivale a exigir que todos los
enunciados de la ciencia empírica sean susceptibles de una decisión definitiva con respecto a su
verdad y a su falsedad. Ahora, como no existe algo así como la “ciencia inductiva”, las teorías
nunca son verificables empíricamente. Para evitar el error positivista de que nuestro criterio de
demarcación elimine los sistemas teóricos de la ciencia natural, debemos elegir un criterio que
nos permita admitir en el dominio de la ciencia empírica incluso enunciados que no puedan
verificarse.
Solo admitirá un sistema entre los científicos o empíricos si es susceptible de ser contrastado
por la experiencia. El criterio de demarcación que hemos de adoptar no es el de la
verificabilidad, sino el de la falsabilidad de los sistemas: ha de ser posible refutar por la
experiencia un sistema científico empírico.
Por medio de inferencias puramente deductivas (valiéndose del modus tollens de la lógica
clásica) es posible argüir de la verdad de enunciados singulares la falsedad de enunciados
universales. Una argumentación de esta índole, que lleva a la falsedad de enunciados
universales, es el único tipo de inferencia estrictamente deductiva que se mueve, como si
dijéramos, en “dirección inductiva”: esto es, de enunciado singulares a universales.
Podría decirse que siempre es posible encontrar una vía de escape de la falsación, por ejemplo,
mediante la introducción ad hoc de una hipótesis auxiliar. Esta crítica es justa, y para ello
Popper va a proponer que se caracterice el método empírico de tal forma que excluye
precisamente aquellas vías de eludir la falsación que mi imaginario crítico señala
insistentemente, con toda razón, como lógicamente posibles. De acuerdo con esta propuesta, lo
que caracteriza al método empírico es su manera de exponer a falsación el sistema que da de
contrastarse: justamente de todos los modos imaginables. Su meta no es salvarles la vida a los
sistemas insostenibles, sino, por el contrario, elegir el que comparativamente sea más apto,
sometiendo a todos a la más áspera lucha por la supervivencia.
Para que la falsabilidad pueda aplicarse de algún modo como criterio de demarcación deben
tenerse a mano enunciados singulares que puedan servir como premisas en las inferencias
falsadoras. Los problemas de la base empírica desempeñan un papel en la lógica de la ciencia
algo diferente del representado por la mayoría de los demás problemas a ocuparse.
El empleo que aquí se hace de los términos “objetivo” y “subjetivo” no es muy distinto del
kantiano. Kant utiliza la palabra “objetivo” para indicar que el conocimiento científico ha de ser
justificable, independientemente de los caprichos de nadie: una justificación es “objetiva” si en
principio puede ser contrastada y comprendida por cualquier persona. “Si algo es válido –
escribe- para quien quiera que esté en uso de razón, entonces su fundamento es objetivo y
suficiente.” Ahora, Popper mantiene que las teorías científicas no son nunca enteramente
justificables o verificables, pero que son, no obstante, contrastables. Dirá, por tanto, que la
objetividad de los enunciados científicos descansa en el hecho de que pueden contrastarse
intersubjetivamente.
Kant aplica la palabra “subjetivo” a nuestros sentimientos de convicción (de mayor o menor
grado). La objetividad de los enunciados se encuentra en estrecha conexión con la construcción
de teorías –es decir, con el empleo de hipótesis y de enunciados universales. Solo cuando se da
la recurrencia de ciertos acontecimientos de acuerdo con reglas o regularidades –y así sucede
con los experimentos repetibles- pueden ser contrastadas nuestras observaciones por cualquiera
(en principio). Ni siquiera tomamos muy en serio nuestras observaciones, ni las aceptamos
como científicas, hasta que las hemos repetido y contrastado. Solo merced a tales repeticiones
podemos convencernos de que no nos encontramos en una mera “coincidencia” aislada, sino
con acontecimientos que, debido a su regularidad y reproductibilidad, son, en principio,
contrastables intersubjetivamente.
Al exigir que haya objetividad, tanto en los enunciados básicos como en cualesquiera otros
enunciados científicos, nos privamos de todos los medios lógicos por cuyo medio pudiéramos
haber esperado reducir la verdad de los enunciados científicos a nuestras experiencias. Aún
más: nos vedamos todo conceder un rango privilegiado a los enunciados que formulan
experiencias.
Si persistimos en pedir que los enunciados científicos sean objetivos, entonces aquellos que
pertenecen a la base empírica de la ciencia tienen que ser también objetivos, es decir,
contrastables intersubjetivamente. Pero la contrastabilidad intersubjetiva implica siempre que, a
partir de los enunciados que se han de someter a contraste, puedan deducirse otros también
contrastables. Por tanto, si los enunciados básicos han de ser contrastables intersubjetivamente a
su vez, no puede haber enunciados últimos en la ciencia, enunciados últimos que no pueden ser
contrastados, y, en consecuencia, ninguno que no pueda –en principio- ser refutado al falsar
algunas de las conclusiones que sea posible deducir de él.
Los sistemas teóricos se contrastan deduciendo de ellos enunciados de un nivel de universalidad
más bajo; estos, puesto que han de ser contrastables intersubjetivamente, tienen que poderse
contrastar de manera análoga –y así ad infinitum.
Popper no pide que sea preciso haber contrastado realmente todo enunciado científico antes de
aceptarlo: solo requiere que cada uno de estos enunciados sea susceptible de contrastación;
dicho de otro modo: se niega a admitir la tesis de que en la ciencia existan enunciados cuya
verdad hayamos de aceptar resignadamente, por la simple razón de no parecer posible –por
razones lógicas- someterlos a contraste.
El sistema de mecánica clásica, por caso, puede ser “científico” en grado máximo, si se quiere;
pero quienes lo sostienen dogmáticamente –quizá en la creencia de que no se ha refutado de
modo concluyente por sus muchos éxitos- se encuentran en el polo opuesto de aquella actitud
crítica que, al modo de ver del autor, es la apropiada para un científico. En realidad, no es
posible jamás presentar una refutación concluyente de una teoría, ya que siempre puede decir
que los resultados experimentales no son dignos de confianza, o que las pretendidas
discrepancias entre aquellos y la teoría son meramente aparentes y desaparecerán con el
progreso de nuestra comprensión de los hechos. Si se insiste en pedir demostraciones (o
refutaciones) estrictas en las ciencias empíricas, nunca se sacará provecho de la experiencia ni
se caerá en la cuenta gracias a ella de lo equivocado que se estaba.
Para terminar, dos reglas metodológicas:
1. El juego de la ciencia no se acaba nunca. Cualquiera que decide un día que los
enunciados científicos no requieren ninguna contrastación ulterior y que pueden
considerarse definitivamente verificados, se retira del juego.
2. No se eliminará una hipótesis propuesta y contrastada, y que haya demostrado su
temple, si no se presentan “buenas razones” para ello. “Buenas razones” serían:
sustitución de la hipótesis por otra más contrastable, falsación de una de las
consecuencias de la hipótesis.

THOMAS KUHN, “La estructura de las revoluciones científicas”.


Capítulos 2, 6, 7, 8 y 13. (1962)
En este ensayo, “ciencia normal” significa investigación basada firmemente en una o más
realizaciones científicas pasadas, realizaciones que alguna comunidad científica particular
reconoce, durante cierto tiempo. Los libros de texto científicos exponen el cuerpo de la teoría
aceptada, ilustran muchas o todas sus aplicaciones apropiadas y comparan estas con
experimentos y observaciones de condición ejemplar.
La Física de Aristóteles, los Principios y la Óptica de Newton, la Electricidad de Franklin
sirvieron durante cierto tiempo para definir los problemas y métodos legítimos de un campo de
la investigación. Estaban en condiciones de hacerlo así, debo a que compartían dos
características esenciales. Su logro carecía suficientemente de precedentes como para haber
podido atrae a un grupo duradero de partidarios, alejándolos de los aspectos de competencia de
la actividad científica. Simultáneamente, eran lo bastante incompletas para dejar muchos
problemas para ser resueltos por el redelimitado grupo de científicos. De ahora en adelante, se
llamará “paradigmas” a las realizaciones que comparten esas dos características.
El estudio de los paradigmas, incluyendo muchos de los enumerados antes como ilustración, es
lo que prepara principalmente al estudiante para entrar a formar parte como miembro de la
comunidad científica particular con la que trabajará más tarde. Durante el siglo XVIII, el
paradigma para el campo de la óptima fue proporcionado por Óptica de Newton, que enseñaba
que la luz era corpúsculos de materia.
Las transformaciones de los paradigmas de la óptica física son revoluciones científicas y la
transición sucesiva de un paradigma a otro por medio de una revolución es el patrón usual de
desarrollo de una ciencia madura. Sin embargo, no es el patrón característico del período
anterior a la obra de Newton. No hubo ningún período, desde la antigüedad más remota hasta
fines del siglo XVII, en que existiera una opinión única generalmente aceptada sobre la
naturaleza de la luz. En lugar de ello, había numerosas escuelas y subescuelas competidoras, la
mayoría de las cuales aceptaban una u otra variante de la teoría epicúrea, aristotélica o
platónica.
Lo sorprendente, y quizás también único en este grado en los campos que llamamos ciencia, es
que esas divergencias iniciales puedan llegar a desaparecer en gran parte alguna vez.
Desaparecen hasta un punto muy considerable y, aparentemente, de una vez por todas. Además
su aparición es causada, habitualmente, por el triunfo de una de las escuelas anteriores al
paradigma, que a causa de sus propias creencias y preconcepciones características, hace
hincapié sólo en alguna parte especial del conjunto demasiado grande e incoado de informes.
Para ser aceptada como paradigma, una teoría debe parecer mejor que sus competidoras; pero
no necesita explicar, y en efecto nunca lo hace, todos los hechos que se puedan confrontar con
ella.
Veamos cómo el surgimiento de un paradigma afecta a la estructura del grupo que practica en
ese campo. En el desarrollo de una ciencia natural, cuando un individuo o grupo produce, por
primera, una síntesis capaz de atraer a la mayoría de los profesionales de la generación
siguiente, las escuelas más antiguas desaparecen gradualmente. Su desaparición se debe, en
parte, a la conversión de sus miembros al nuevo paradigma. Pero hay siempre hombres que se
aferran a alguna de las viejas opiniones y, simplemente, se les excluye de la profesión que, a
partir de entonces, pasa por alto sus trabajos. El nuevo paradigma implica una definición nueva
y más rígida del campo. Quienes no deseen o no sean capaces de ajustar su trabajo a ella
deberán continuar en aislamiento o unirse a algún otro grupo. Históricamente, a menudo se han
limitado a permanecer en los departamentos de la filosofía de los que han surgido tantas
ciencias especiales.
Cuando un científico individual puede dar por sentado un paradigma, no necesita ya, en sus
trabajos principales, tratar de reconstruir completamente su campo, desde sus principios, y
justificar el uso de cada concepto presentado. Esto puede quedar a cargo del escritor de libros de
texto. El investigador creador puede iniciar su investigación donde la abandona el libro y así
concentrarse exclusivamente en los aspectos más sutiles. En lugar de libros como El origen de
las especies de Darwin o Experimentos… sobre electricidad de Franklin, se presentarán
normalmente artículos breves dirigidos sólo a los colegas profesionales, a los hombres cuyo
conocimiento del paradigma compartido puede presumirse y que son los únicos capaces de leer
los escritos a ellos dirigidos.
Solo en las primeras etapas del desarrollo de las diversas ciencias, anteriores al paradigma,
posee el libro ordinariamente la misma relación con la realización profesional que conserva
todavía en otros campos creativos. Tanto en la matemática como en la astronomía, ya desde la
Antigüedad los informes de investigaciones habían dejado de ser inteligibles para un auditorio
de cultura general.
El científico profesional dedica demasiada poca atención a la relación esencial entre el abismo
que lo separa de sus colegas en otros campos y los mecanismos intrínsecos del progreso
científico. Da por sentadas las bases de su campo, y a partir de este punto, continúan hacia
problemas más concretos y recónditos e informan cada más de los resultados obtenidos en sus
investigaciones en artículos dirigidos a otros pares, más que en libros dirigidos al mundo
instruido en general.
La ciencia normal, la actividad para la resolución de enigmas que se examina aquí, es una
empresa altamente acumulativa. No tiene hacia novedades fácticas o teórica y, cuando tiene
éxito, no descubre ninguna. Sin embargo, la investigación científica descubre repetidamente
fenómenos nuevos e inesperados y los científicos han inventado, de manera continua, teorías
radicalmente nuevas. La investigación bajo un paradigma debe ser particularmente efectiva,
como método para producir cambios de dicho paradigma. Esto es lo que hacen las novedades
fundamentales fácticas y teóricas.
El descubrimiento comienza con la percepción de la anomalía; o sea, con el reconocimiento de
que en cierto modo la naturaleza ha violado las expectativas, inducidas por el paradigma, que
rigen a la ciencia normal. A continuación, se produce una exploración más o menos prolongada
de la zona de la anomalía. Y solo concluye cuando la teoría del paradigma ha sido ajustada de
tal modo que lo anormal se haya convertido en lo esperado. La asimilación de un hecho de tipo
nuevo exige un ajuste más que aditivo de la teoría.
Veamos el ejemplo del descubrimiento del oxígeno. En 1774 Joseph Priestley identificó un gas
liberado por óxido rojo de mercurio calentado como óxido nitroso y, en 1775, con la ayuda de
otros experimentos, como aire común con una cantidad menor que la usual de flogisto. Otro
descubridor, Lavoisier, inicio el trabajo que lo condujo hasta el oxígeno después de los
experimentos de Priestley de 1774 y posiblemente como resultado de una indicación de
Priestley. Hacia 1777, probablemente con la ayuda de una segunda indicación de Priestley,
Lavoisier llegó a la conclusión de que el gas constituía una especie bien definida, que era uno de
los dos principales componentes de la atmósfera, conclusión que Priestley no fue capaz de
aceptar nunca.
Anqué sea indudablemente correcta, la frase “El oxígeno fue descubierto”, induce a error,
debido a que sugiere que el descubrir algo es un acto único y simple, asimilable a nuestro
concepto habitual de la visión. Podemos decir con seguridad que el oxígeno no fue descubierto
antes de 1774 y podríamos decir también, probablemente, que fue descubierto aproximadamente
en 1777 o muy poco tiempo después de esta fecha. Cualquier intento para ponerle fecha al
descubrimiento debe ser, de manera inevitable, arbitrario, ya que el descubrimiento de un tipo
nuevo de fenómeno es necesariamente un suceso complejo, que involucra el reconocimiento,
tanto de que algo existe como de qué es.
Nótese, por ejemplo, que si el oxígeno fuera para nosotros aire deflogistizado insistiríamos sin
vacilaciones en que Priestley lo descubrió, aun cuando de todos modos no sabemos exactamente
cuándo. Pero si tanto la observación y la conceptualización, como el hecho y la asimilación a la
teoría, están enlazadas inseparablemente en un descubrimiento, éste, entonces, es un proceso y
debe tomar tiempo. Sólo cuando todas las categorías conceptuales pertinentes están preparadas
de antemano, en cuyo caso el fenómeno no será de un tipo nuevo, podrá descubrirse sin
esfuerzo qué existe, qué es, al mismo tiempo y en un instante.
El descubrimiento involucra un proceso extenso, aunque no necesariamente prolongado, de
asimilación conceptual. ¿Podríamos decir también que incluye un cambio en el paradigma? El
hecho de que fuera necesaria la revisión de un paradigma importante para ver lo que vio
Lavoisier debe ser la razón principal por la cual Priestley, hacia el final de su larga vida, no fue
capaz de verlo.
De experimentar con el óxido rojo de mercurio, Lavoisier había realizado experimentados que
no produjeron los resultados previstos según el paradigma flogista. La percepción de la
anomalía –o sea, un fenómeno para el que el investigador no estaba preparado por su
paradigma- desempeñó un papel esencial en la preparación del camino para la percepción de la
novedad.
De manera consciente o no, la decisión de emplear determinado aparato y de usarlo de un modo
particular, lleva consigo una suposición que sólo se presentarán ciertos tipos de circunstancias.
Hay expectativas tanto instrumentales como teóricas, y con frecuencia han desempeñado un
papel decisivo en el desarrollo científico. Una de esas expectativas es, por ejemplo, parte de la
historia del tardío descubrimiento del oxígeno. Utilizando una prueba ordinaria para “la bondad
del aire”, tanto Priestley como Lavoisier mezclaron dos volúmenes de su gas con un volumen de
óxido nítrico, sacudieron la mezcla sobre agua y midieron el volumen del residuo gaseoso. Solo
mucho más tarde y, en parte, a causa de un accidente, renunció Priestley al procedimiento
ordinario y trató de mezclar óxido nítrico con su gas en otras proporciones. Descubrió entonces
que con un volumen cuádruple de óxido nítrico no quedaba residuo en absoluto. Su finalidad al
procedimiento original de la prueba –procedimiento sancionado por muchos experimentos
previos-había sido, simultáneamente, una aceptación de la no existencia de gases que pudieran
comportarse como lo hizo el oxígeno.
¿Debemos llegar a la conclusión de que la ciencia debería abandonar las pruebas ordinarias y
los instrumentos normalizados, por la frecuencia con que esos compromisos instrumentales
resultan engañosos? La respuesta es no. Los procedimientos y las aplicaciones paradigmáticas
son tan necesarios a la ciencia como las leyes y las teorías paradigmáticas y tienen los mismos
efectos. Inevitablemente, restringen el campo fenomenológico accesible a la investigación
científica en cualquier momento dado. Al reconocer esto, podemos ver simultáneamente un
sentido esencial en el que un descubrimiento como el del oxígeno hace un necesario un cambio
del paradigma –y, por consiguiente, tanto de los procedimientos como de las expectativas- para
una fracción especial de la comunidad científica.
En la ciencia, la novedad surge sólo dificultosamente, manifestada por la resistencia, contra el
fondo que proporciona lo esperado. Inicialmente, solo lo previsto y lo habitual se experimenta,
incluso en circunstancias en las que más adelante podrá observarse la anomalía. Sin embargo,
un mayor conocimiento da como resultado la percepción de algo raro o relaciona el efecto con
algo que se haya salido antes de lo usual. Esta percepción de la anomalía abre un período en que
se ajustan las categorías conceptuales, hasta que lo que era inicialmente anómalo se haya
convertido en lo previsto. En ese momento, se habrá completado el descubrimiento.
En el desarrollo de cualquier ciencia, habitualmente se cree que el primer paradigma aceptado
explica muy bien la mayor parte de las observaciones y experimentos. Por consiguiente, un
desarrollo ulterior exige, normalmente, el desarrollo de un vocabulario esotérico [solo
perceptible por las personas indicadas] y de habilidades, y un refinamiento de los conceptos que
se parecen cada vez menos a sus prototipos usuales determinados por el sentido común. Esta
profesionalización conduce a una inmensa limitación de la visión de los científicos y a una
resistencia considerable al cambio del paradigma. La ciencia se hace así cada vez más rígida.
Sin el aparato especial que se construye principalmente para funciones previstas, los resultados
que conducen eventualmente a la novedad no podrían obtenerse. La anomalía solo resalta contra
el fondo proporcionado por el paradigma- Cuando más preciso sea un paradigma y mayor sea su
alcance, tanto más sensible será como indicador de la anomalía y, por consiguiente, de una
ocasión para el cambio de paradigma. El hecho mismo de que, tan a menudo una novedad
científica importante surja simultáneamente de varios laboratorios es un índice tanto de la
poderosa naturaleza tradicional de la ciencia normal como de lo completamente que esta
actividad prepara el camino para su propio cambio.
Todos los descubrimientos examinados fueron causas de cambios de paradigmas o contribuyen
a él. Los cambios en que estuvieron implicados esos descubrimientos fueron tanto destructivos
como constructivos. Después de que el descubrimiento había sido asimilado, los científicos se
encontraban en condiciones de explicar una gama más amplia de fenómenos naturales o explicar
con mayor precisión algunos de los previamente conocidos. Pero este avance se logró solo
descartando ciertas creencias y procedimiento previamente aceptados y, simultáneamente,
reemplazando esos componentes del paradigma previo por otros. Los cambios de este tipo están
asociados a todos los descubrimientos logrados por la ciencia normal.
Debido a que exige la destrucción de paradigmas en gran escala y cambios importantes en los
problemas y las técnicas de la ciencia normal, el surgimiento de nuevas teorías es precedido
generalmente por un período de inseguridad profunda. Como podría esperarse, esta inseguridad
es generada por el fracaso persistente de los enigmas de la ciencia normal para dar los
resultados apetecidos. El fracaso de las reglas existentes es el que sirve de preludio a la
búsqueda de otras nuevas.
Examinemos un caso particularmente famoso de cambio de paradigma, el surgimiento de la
astronomía de Copérnico. Cuando su predecesor, el sistema de Ptolomeo, fue desarrollado
durante los dos siglos anteriores a Cristo y los dos primeros de nuestra era, tuvo un éxito
admirable en la predicción de los cambios de posición tanto de los planetas como de las
estrellas. Ningún otro sistema antiguo había dado tan buenos resultados. Pero con respecto tanto
a la posición planetaria como a la precesión de los equinoccios, las predicciones hechas con el
sistema de Ptolomeo nunca se conformaron por completo a las mejores observaciones
disponibles. Cuando se presentaba una discrepancia, los astrónomos siempre eran capaces de
eliminarla, mediante algún ajuste del sistema de Ptolomeo de los círculos compuestos.
A principio del siglo XVI, un número cada vez mayor de los mejores astrónomos europeos
reconocía que el paradigma astronómico fallaba en sus aplicaciones a sus propios problemas
tradicionales. Este reconocimiento fue el requisito previo para que Copérnico rechazara el
paradigma de Ptolomeo y se diera a la búsqueda de otro nuevo. Su famoso prefacio es aún una
de las descripciones clásicas de un estado de crisis.
Solo surgió una nueva teoría después de un fracaso notable de la actividad normal de resolución
de problemas. Además, ese derrumbamiento y la proliferación de teorías, que es su síntoma,
tuvieron lugar no más de una o dos décadas antes de la enunciación de la nueva teoría. La teoría
nueva parece una respuesta directa a la crisis. Los problemas con respecto a los que se presentan
los derrumbamientos eran de un tipo reconocido desde mucho tiempo antes. La práctica previa
de la ciencia normal había proporcionado toda clase de razones para creerlos resueltos o casi
resueltos.
Ni los problemas ni los enigmas ceden generalmente ante los primeros ataques. Además, esos
ejemplos comparten otra característica: la solución de todos y cada uno de ellos había sido, al
menos en parte, prevista durante un período en que no había crisis en la ciencia correspondiente;
y en ausencia de crisis, esas previsiones fueron desdeñadas. Como en la manufactura, en la
ciencia el volver a diseñar herramientas es una extravagancia reservada para las ocasiones en
que sea absolutamente necesario hacerlo. El significado de las crisis es la indicación que
proporcionan de que ha llegado la ocasión para rediseñar las herramientas.
Supongamos entonces que las crisis son una condición previa y necesaria para el nacimiento de
nuevas teorías y preguntémonos después como responden los científicos a su existencia. Aun
cuando pueden comenzar a perder su fe y, a continuación a tomar en consideración otras
alternativas, no renuncian al paradigma que los ha conducido a la crisis. Una vez que ha alcanza
el status de paradigma, una teoría científica se declara inválida sólo cuando se dispone de un
candidato alternativo para que ocupe su lugar.
Existe una segunda razón para poner en duda que los científicos rechacen paradigmas debido a
que se enfrentan a anomalías o a ejemplos en contrarios. En el caso de que no puedan por sí
mismos demostrar que su teoría filosófica es falsa, no lo harán; sus partidarios harán lo que
hemos visto ya que hacen los científicos cuando se enfrentan a anomalías: inventarán
numerosas articulaciones y modificaciones ad hoc en su teoría para eliminar cualquier conflicto
aparente.
Con excepción de aquellos que son exclusivamente instrumentales, todos los problemas que la
ciencia normal considera como enigmas pueden, desde otra perspectiva, verse como ejemplos
en contrario y por consiguiente como fuentes de crisis. Copérnico consideró ejemplos en
contrario lo que la mayor parte de los demás seguidores de Ptolomeo habían considerado como
enigmas en el ajuste entre la observación y la teoría. Lavoisier vio como un ejemplo en
contrario de lo que Priestley había considerado como un enigma resuelto con éxito en la
articulación de la teoría del flogisto. Einstein vio como ejemplos en contrario lo que Lorentz,
Fitzgerald y otros habían considerado como enigmas en la articulación de las teorías de Newton
y de Maxwell.
Incluso una discrepancia inconmensurablemente [keyword] mayor que la experimentada en
otras aplicaciones de la teoría no debe provocar necesariamente cualquier respuesta profunda.
Por ejemplo, durante los sesenta años posteriores al cálculo original de Newton, el movimiento
anticipado del perigeo de la Luna continuaba siendo todavía la mitad del observado, Mientras
los mejores físicos y matemáticos de Europa continuaron ocupándose sin éxito del problema, se
hicieron proposiciones ocasionales para una modificación de la ley del inverso del cuadrado de
Newton. Pero nadie tomó muy en serio esas proposiciones y, en la práctica, esa paciencia con
una anomalía importante resultó justificada.
De ello se desprende que para que una anomalía provoque crisis, debe ser algo más que una
simple anomalía. Es raro que el científico se detenga a examinar todas las anomalías que
descubra pueda llevar a cabo algún trabajo importante. Debemos por consiguiente preguntarnos
qué es lo que hace que una anomalía parezca merecer un examen de ajuste y para esta pregunta
es probable que no haya una respuesta absolutamente general.
Cuando por determinadas razones (que la anomalía ponga en tela de juicio generalizaciones
explícitas y fundamentales de un paradigma o que inhiba aplicaciones de una importancia
práctica particular) una anomalía llega a parecer algo más que otro enigma más de la ciencia
normal, se inicia la transición a la crisis y a la ciencia fuera de lo ordinario. Si continúa
oponiendo resistencia, lo cual no sucede habitualmente, muchos de ellos pueden llegar a
considerar su resolución como el objetivo principal de su disciplina.
Los primeros intentos de resolución del problema seguirán de cerca las reglas establecidas por
el paradigma; pero, al continuar adelante sin poder vencer la resistencia, las tentativas de
resolución involucrarán, cada vez, alguna coyuntura menor o no tan ligera del paradigma. A
través de esta proliferación de coyunturas divergentes, las reglas de la ciencia normal se hacen
cada vez más confusas.
Todas las crisis se inician con la confusión de un paradigma y el aflojamiento consiguiente de
las reglas para la investigación normal. Y todas las crisis concluyen con la aparición de un
nuevo candidato a paradigma y con lucha subsiguiente para su aceptación.
Durante el período de transición habría una gran coincidencia, aunque nunca completa, entre los
problemas que pueden resolver con ayuda de los dos paradigmas, el antiguo y el nuevo; pero
habrá también una diferencia decisiva en los modos de resolución. Cuando la transición es
completa, la profesión habrá modificado su visión del campo, sus métodos y sus metas.
Podríamos reconocer a la crisis como un preludio apropiado al surgimiento de nuevas teorías,
sobre todo debido a que ya hemos examinado una visón en pequeña escala del mismo proceso,
al estudiar la aparición de los descubrimientos.
Es, sobre todo, en los períodos de crisis reconocida, cuando los científicos se vuelven hacia el
análisis filosófico como instrumento para resolver los enigmas de su campo. Los científicos
generalmente no han necesitado ni deseado ser filósofos. En realidad, la ciencia normal
mantiene habitualmente apartada a la filosofía creadora y es probable que tenga buenas razones
para ello. En la medida en que los trabajos de investigación normal pueden llevarse a cabo
mediante el empleo del paradigma como modelo, no es preciso expresar de manera explícita las
reglas y las suposiciones. La transición consiguiente a un nuevo paradigma es la revolución
científica.
En medida muy grande, el término “ciencia” está reservado a campos que progresan de manera
evidente. Luego compara a las ciencias con el arte y la tecnología, que también son campos que
avanzan y concluye: el resultado del trabajo creador exitoso es el progreso.
Durante período revolucionarios, cuando se encuentren en juega una vez más los principios
fundamentales de un campo, se expresarán repetidamente dudas sobre la posibilidad misma de
un progreso continuo si se adopta uno u otro de los paradigmas opuestos. Solo durante los
períodos de ciencia normal el progreso parece ser evidente.
Una vez que la aceptación de un paradigma común ha liberado a la comunidad científica de la
necesidad de reexaminar constantemente sus primeros principios, los miembros de esa
comunidad pueden concentrarse exclusivamente en los más sutiles y esotéricos de los
fenómenos que le interesan. Inevitablemente, esto hace aumentar tanto el vigor como la
eficiencia con que el grupo, como un todo, resuelve los problemas nuevos que se presentan.
Otro aspecto que realza todavía más esa especial eficiencia es el aislamiento sin paralelo de las
comunidades científicas maduras. El más esotérico de los poetas o el más abstracto de los
teólogos se preocupa mucho más que el científico respecto a la aprobación en general. Esta
diferencia resulta importante. Debido a que trabaja solo para una audiencia de colegas que
comparten sus propios valores y sus creencias, el científico puede dar por sentado un conjunto
único de normas. Y aún más importante, permite que el científico individual concentre su
atención en problemas sobre los que tiene buenas razones para creer que es capaz de resolver. A
diferencia de los ingenieros y de muchos doctores, el científico no necesita escoger problemas
en razón de que sea urgente resolver y sin tomar en consideración los instrumentos disponibles
para su resolución.
¿Por qué es el progreso un acompañante universal de las revoluciones científicas? Estas
revoluciones concluyen con una victoria total de uno de los dos campos rivales. ¿Dirá alguna
vez ese grupo que el resultado de su victoria ha sido algo inferior al progreso? Eso sería tanto
como admitir que estaban equivocados y que sus oponentes estaban en lo cierto. Más que
quienes practican en otros campos creadores, el científico llegar a ver ese pasado como una
línea recta que conduce a la situación actual de la disciplina. En resumen, llega a verlo como
progreso. En tanto permanece dentro del campo, no le queda ninguna alternativa.
¿Cuáles son las características esenciales de las comunidades de científicos? El científico deberá
interesarse por resolver problemas sobre el comportamiento de la naturaleza. Además, aunque
esta preocupación por la naturaleza pueda tener la amplitud global, los problemas sobre los que
el científico trabaje deberán ser de detalle. Lo que es más importante todavía, las soluciones que
le satisfagan podrán no ser sólo personales, sino que deberán ser aceptadas por muchos como
soluciones.
Otra de las leyes, aun cuando no escritas, de la vida científica es la prohibición de hacer
llamamientos, en asuntos científicos, a jefes de Estado o poblaciones en su conjunto. Los
miembros del grupo profesional deberán ser considerados como los únicos poseedores de las
reglas del juego o de alguna base equivalente para emitir juicios inequívocos.
En el proceso de desarrollo, la comunidad sufrirá pérdidas. Con frecuencia, deben eliminarse
ciertos problemas antiguos. Además, frecuentemente, la revolución disminuye el alcance de los
intereses profesionales de la comunidad, aumenta su grado de especialización y reduce sus
comunicaciones con otros grupos, tanto de científicos como de profanos. Aunque es seguro que
la ciencia aumenta en profundidad, no puede crecer en el mismo grado en anchura y, si lo hace,
esa amplitud se manifestará principalmente en la proliferación de especialidades científicas y no
en el alcance de alguna singular especialidad aislada.
El resultado neto de una secuencia de selecciones revolucionarios, separado por períodos de
investigación normal, es el conjunto de documentos, maravillosamente adaptado, que
denominamos conocimiento científico moderno. Las etapas sucesivas en ese proceso de
desarrollo se caracterizan por un aumento en la articulación y la especialización. Y todo el
proceso pudo tener lugar, como se supone actualmente que ocurrió la evolución biológica, sin el
beneficio de una meta establecida, de una verdad científica fija y permanente, de la que cada
etapa del desarrollo de los conocimientos científicos fuera el mejor ejemplo.

JEAN-CLAUDE PASSERON, “El razonamiento sociológico. El


espacio comparativo de pruebas históricas”. Prefacio y capítulos 1, 2, 3
y 10. (1991)
Prefacio: Defensa de las ciencias históricas consideradas como ciencias
¿Ciencia o no? Y si se responde afirmativamente, ¿cómo las otras ciencias o distintas? ¿Y si la
sociología dependiese de otra forma del espíritu científica distinta de las que ilustran las
ciencias de la naturaleza o de la necesidad lógica se encontraría entonces, sola en su especie,
sentada en su banco de excepción? Si así fuera, se transformaría rápidamente en un banco
reservado a los desheredados de la prueba, donde pronto la acompañarían todas las ciencias
históricas. La lectura de un análisis sociológico da la impresión de una diferencia global entre el
estilo sinuoso de sus argumentaciones y la marcha lineal de la prueba, inscrita desde Galileo en
el lenguaje matemático y/o experimental, que han difundido por todas partes las revoluciones
científicas de la edad moderna.
Como el astrónomo, decía Durkheim, el sociólogo debe contentarse con observar la regularidad
de hechos que se producen “espontáneamente” sin poder producir efectos susceptibles de ser
controlados, salvo si cede a la ilusión artificialista. ¿Pero la repetición de coocurrencias o de
consecuencias observables manifiesta la misma forma de regularidad en sociología o en
astronomía? En ese giro, el “naturalismo” acecha a las ciencias sociales, siempre en busca de
una epistemología que les autorizaría a vestirse con un uniforme metodológico decente con el
que colarse en el club cerrado de las ciencias de ejercicio pleno.
Durkheim no veía el “por qué el razonamiento experimental sería radicalmente imposible [en la
sociología]”. Todo está ahí, en el “radicalmente imposible”, que sería mucho decir. El estatuto
de una “experimentación indirecta” que Durkheim acordaba a la observación comparada de los
hechos sociales que “no pueden ser producidos artificialmente a conveniencia del observador”,
¿procura verdaderamente los medios de prueba lógicamente equivalentes a los del
“razonamiento experimental propiamente dicho”?
Se reconocen fácilmente dos estilos de argumentación en las publicaciones de historiadores y de
sociólogos. Por una parte, la comparación estadística que opera sobre frecuencia de
coocurrencias o de series observadas en un contexto necesariamente situado en el tiempo y en el
espacio –y, por tanto, sin posibilidad de inducción en sentido estricto- y, por otra parte, la
comparación histórica, que analiza las semejanzas y diferencias sobre configuraciones
diferentes de culturas, de lenguas y de sociedades- constituyendo cada una de estas
configuraciones, en su globalidad singular, el contexto pertinente de los hechos observados,
pero sin ninguna posibilidad de agotar la descripción de estos contextos con una lista finita de
variables.
Solo cuando se asocia el método sociológico y el método histórico en una argumentación
especialmente construida para responder a una cuestión formulada en conceptos forjadas en
común, tales métodos procuran al “razonamiento sociológico” –tomado en un sentido amplio.
Componiendo sus argumentos con forma y con fuerza probatoria diferentes, el razonamiento
sociológico no se reduce, en efecto, ni a los momentos hipotéticos deductivos que incluye, ni a
la lógica natural de transformaciones semánticas que hace progresar sus inferencias, ni a la
suma de constataciones empíricas que utiliza sucesivamente. Basta con bautizar
“cuasiexperimentación” el abanico muy abierto de métodos utilizados en sociología, para
establecer que éstos solo deberían su carácter científico a su participación en el razonamiento
experimental.
Los análisis de la presente obra no tienen otro fin que desactivar dos ideas recibidas que se han
vuelto más tenaces por su inserción en esta apelación problemática. Por una parte, la atribución
de un monopolio metodológico y teórico a la experimentación considerada como clave de toda
prueba y de toda teorización en todas las ciencias empíricas, en todas sus tareas descriptivas y
para cualquier inteligibilidad que pretendan (explicativo y/o interpretativa). Por otra parte,
derivada de la precedente, la descalificación automática de todo método antropológico o
histórico de análisis de los hechos sociales que no limitase sus pretensiones a las migajas que
pueda arañar el método experimental. Todo razonamiento que en una ciencia social argumentara
de un modo que no pretendiese situarse siempre más cerca de la experimentación en sentido
estricto no sería más que un sucedáneo de método científico, sospechoso de no tener otro efecto
que el de acunar ilusiones.
No se puede esclarecer lo que significa verdaderamente hablar de “prueba” en sociología si se
rechaza analizar la forma contextualizada y detallada de conocimiento de los hechos sociales
que excluye –en su principio mismo- la obligación de enumerar todas las “condiciones
iniciales” de una “experimentación propiamente dicha”. Y no se puede si se omite analizar por
un cuestionamiento simétrico las operaciones lógicas que el “casi” sustrae al desarrollo de una
experimentación verdadera, a fin de evaluar lo que subsiste de su poder de prueba en las
conclusiones: no vale quitar y retener. ¿Qué disimula finalmente esta coqueta apelación,
hilvanada por todas partes, sino la evitación de la principal dificultad metodológica encontrada
por las ciencias históricas?
El alegato weberiano en favor de una ciencia sociológica cuyo programa estaba claramente
enunciado desde las primeras líneas de Economía y sociedad – el de “hacer comprender la
acción social interpretándola y, de ese modo, explicarla causalmente en su desarrollo y efectos”
ha persuadido separadamente, y casi siempre en el malentendido, a los defensores del
empirismo y los de la hermenéutica, los partidarios de la objetivación y los de la interpretación,
más tarde a los estructuralistas y los “individualistas metodológicos”. Cada uno según una mitad
–desfigurada por la exclusión de la otra- de las tareas de semejante “sociología de la
comprensión”, sin embargo indivisible en su propósito explicativo e interpretativo. “El
individualismo metodológico” se ha reconocido, evidentemente, en la invitación weberiana a
proscribir el “holismo” transmitido por los “conceptos de entidades colectivas” como decía
Weber (Estado, Iglesia, proletariado, cristianismo). Y así otros.
Dos positivismos concuerdan en la misma desconfianza respecto de toda forma de análisis
“holístico” de los valores culturales –así calificado, peyorativamente, cuando una perspectiva
los asocia en un sistema o en una estructura para describir su coherencia-. Pero por razones muy
diferentes. El primero mantiene las expectativas antiguas de un objetivismo radical, reduciendo
la objetividad de toda observación científica a una descripción de los “comportamientos”
conducida desde el exterior: elección correlativa a su desconfianza de principio respecto de toda
interpretación del sentido interno de las “conductas” y, más generalmente, respecto de toda
psicología. El segundo positivismo, que se ha constituido en “individualismo metodológico”, ha
querido tomar en cuenta, a contrapelo del viejo positivismo, la intencionalidad de las acciones
humanas para describirlas, explicarlas o “agregarlas”. Pero chocando con el holismo, entonces
dominantes en las grandes doctrinas (sociológicas, antropológicas, históricas e incluso
lingüísticas), y encontrando allí a su principal enemigo –ya que partía del principio de que sólo
actúan e interactúan realmente los individuos-, debió, para desmarcarse eficazmente, confiar la
guardia de su principio constitutivo al utilitarismo; es decir, a la única doctrina capaz de
garantizar universalmente el carácter individual de las interpretaciones, inscribiéndola en los
axiomas del principio de racionalidad.
Los positivismos de hoy, modernizados en la escuela de la microeconomía o de la teoría de
juegos, sólo concuerdan, en el fondo, para prohibir al investigador una única elección teórica la
de practicar el “sociologismo metodológico”. La intención descriptiva de este último podría, sin
embargo, ampararse en un pragmatismo heurístico, simétrico, incluso en sus pasos al límite, del
que proporciona sus expectativas heurísticas al “individualismo metodológico”: uno y otro se
convierten en proscripciones fácilmente cuando se deslizan del método a la teoría cerrada y de
allí, muy rápidamente, al imperialismo doctrinal. Cuando se sobrepasa las funciones de una
metodología de exploración, la condena del holismo no vale ni más ni menos que la condena de
Durkheim de toda psicología psicologizante que renunciaría a “explicar lo social por lo social”.
Frente a los desbordamientos de la interpretación salvaje (subjetiva, imaginativa, “empática”,
“intuitiva”, etc.), el objetivismo radical se presenta primero como un instrumento de protección
de las autonomías científicas. Pero, como se ve, hace falta estimar su coste hermenéutico caso
por caso. Limitando, por ejemplo, la interpretación de datos estadísticos a cuestiones técnicas de
representatividad o de fiabilidad en la estimación de una probabilidad, presenta, sobre tales
datos, el inconveniente si no de prohibir, al menos de desalentar cualquier otra interrogación
sociológica sobre el contexto social de extracción de datos, de su construcción y su tratamiento,
así como de la significación histórica de los instrumentos de medida. Erigido en punto de
partida, el objetivismo ha contribuido a menudo a limitar el derecho del sociólogo a
interpretaciones perturbadoras. Cuando la prudencia metodológica flirtea con el conformismo
social, se transforma rápidamente en un obstáculo para la invención. Las víctimas de esta
purificación metodológica son designadas de antemano por su método de interpretación. Son las
ciencias clínicas y, en las ciencias sociales, la antropología de los simbolismos colectivos
(religiosos, míticos, ideológicos), con todas las ciencias de la interpretación sociológica y del
seguimiento histórico en el que se funda.
Llegado a este punto de debate sobre la interpretación, más vale detener una descripción que
podría rápidamente aparecer como una requisitoria contra las metodologías del modelo, cuando
sólo se dirige hacia las formas de encarnizamiento con las que acerrojan los procedimientos de
interpretación lícitos. La defensa del derecho de los “hechos” incluso “pequeños”, de su
capacidad, incluso poco teorizada, de resistencia a la racionalización metafísica, teológica o
ideológica, ha constituido siempre la ciencia y aún hoy sirve de pundonor [sentimiento de
dignidad personal] de toda ciencia empírica; es el mínimo científico vital de su identidad
cognitiva. Lo más seguro, para quien quiere conciliar la tranquilidad de su investigación
cotidiana con la confirmación de su salvación epistemológica, es vestirse con la toga rígida de la
referencia popperiana.
Historia y sociología revelan, hoy más claramente que nunca, que son indiscernibles cuando se
considera la forma de presentación de sus objetos en la observación o la trama semántica de sus
aserciones y de sus pruebas en su trabajo científico. La hermenéutica metafísica y la miopía
cientista constituyen los dos polos de la retórica académica en los discursos de justificación
epistemológica que se improvisan al hilo de las modas sobre las ciencias sociales. Como
siempre, lo peor surge de la mezcla de ambos: profetismo y cientismo a la vez. Vistas desde
lejos como ciencias oníricas, la “inteligencia artificial” y las neurociencias dan alas de quimera
a la imaginación del futuro.
Ninguna de las formas de la “racionalidad epistémica” detenta el monopolio del espíritu
científico. Eso sería admitir, antes incluso de comprobarla, una “esencia” de la ciencia por la
cual podrían desempatar todos los investigadores que pretendan dicha etiqueta. El prestigio
social y la fuerza institucional de un paradigma dominante tienden siempre a difundir a los
próximos las técnicas más específicas de su paradigmatización, haciéndolas aparecer como
universalmente legítimas y legitimantes: el concepto de “paradigma” [no nos gusta] termina por
engullir al de “ciencia”. La noción de “espíritu científico” [que sí nos gusta] tal como la usaba
Bachelard, para describir una disposición mental que constataba se había mostrado inventiva en
una edad o en una “revolución científica”, propone a las descripciones de la epistemología un
programa abierto, más propicio a las comparaciones entre disciplinas, en tanto menos
susceptible de estar circunscrito a un sector de la investigación o calcado sobre un caso
particular privilegiado.
Antes incluso de explicitarse o argumentarse en una epistemología, el espíritu científico es, en
primer lugar, una postura mental que se deja reconocer y describir en todas las heurísticas en
acto de la historia de las ciencias, a poco que uno se interrogue sobre sus momentos fecundos.
Es tanto como decir que esta postura no se deja inmovilizar en una lista de rasgos distintivos
que aislarían, para todos los fines científicos posibles, las reglas, definiciones y operadores bien
formados de un lenguaje universal de la demostración: las EBF del lógico –las “expresiones
bien formuladas”- no pueden franquear las fronteras del sistema formal en el que las reglas de
su formación se encuentran consignas y, por así decirlo, limitadas a un contexto bien definido
[qué vaguedad de definición, mamita]. En lo que está interesado el investigador es únicamente
en reencontrar, en la gama de regímenes posibles de la prueba, el lugar operatorio de las
diversas maneras de argumentar, con el fin de retener, para plantear sus cuestiones al mundo
social, los rasgos distintivos que son “pertinentes” para el desarrollo de sus análisis.
No es cuestión de describir el razonamiento sociológico como un “justo medio” entre método
experimental e interpretación filosófica. El lugar en el que el razonamiento sociológico
construye sus pruebas y establece sus presunciones se sitúa en un espacio distinto al del espacio
argumentativo del razonamiento experimental. Para inscribir sus inferencias en un lenguaje
asertórico [que expresa una verdad de hecho, no necesaria] que dispensa de la prueba científica,
el razonamiento sociológico debe someterse a lo largo de todo su desarrollo a una vigilancia
epistemológica de un tipo peculiar. El criterio de su cientificidad sólo puede ser el de un control
seguido y reglado de su lengua de descripción y de argumentación, control que es primero
investigación y explicación de sus “garantías” hasta en sus “expansiones” semánticas más
complejas. Ahí reside su diferencia con los razonamientos del sentido común, seguramente
también ellos “naturales”, pero indiferentes a la discontinuidad de los “casos”, que involucran
tanto como a la divergencia de sus conclusiones parciales o sucesivas.
El control metodológico de un razonamiento sociológico es de orden semántico más que
sintáctico, ya que su rigor propio consiste en estabilizar una asociación entre la generalidad de
una aserción y la convergencia semántica de una serie de “casos” circunstanciados que se
articulan en un “tipo ideal”. Es la capacidad del razonamiento sociológico de asociar, en tanto
que razonamiento natural, las fuerzas lógicamente heterogéneas de los diferentes métodos de
prueba la que define, englobándolos, el uso –que no es menor o subalterno- que el sociólogo
puede hacer del razonamiento experimental tanto del control formal o formalizado de ciertos de
sus momentos. La inversa nunca se da: en el matrimonio entre la lengua natural y la lengua
artificial no hay elección: si se quiere describir o explicar históricamente, el cabeza de familia
está claro [es la lengua natural].
El razonamiento natural no condena el discurso a las libres asociaciones y a las aserciones
discontinuas del sentido común, aún menos a los ilogismos del razonamiento pasional o de la
racionalización delirante]. La palabra “ciencia” no aporta mucho en sí misma al propósito de un
libro, éste, que únicamente querría esclarecer la textura cognitiva de las ciencias sociales.
Algunos preferirán decir “saber” para evitar la trampa tendida hoy por una definición
“naturalista” de la ciencia. Asumir el naturalismo de fachada sin observarlo más de cerca es
arriesgarse a verse expulsado de la ciencia por la puerta que conduce al vertedero del
“cientismo”, encumbrado de mitos científicos caducados desde hace mucho tiempo. Pero
recusarlo como un mal absoluto supone asumir el riesgo inverso: dejarse insidiosamente
arrastrar por la melodía seductora del humanismo o de los tocantes de flauta heideggerianos
hacia la puerta de salida opuesta, que conduce directamente al olvido de las pruebas empíricas
[contra el teoricismo y el naturalismo, en breve le tirará también al formalismo]. Hay que
decidirse a elegir razonablemente un vocabulario de presentación social de la sociología. Se han
mantenido en los discursos los términos de “ciencia” y de “cientificidad” que testimonian
solamente, pero de manera irrecusable para el historiador de las ciencias, la riqueza semántica y
la forma a la vez empírica y racional de los conocimientos adquiridos en la historia de nuestras
disciplinas.
El curso histórico del mundo impone así su descripción el empleo de un lenguaje ideal-típico
que indexa siempre sus aserciones más generales sobre series de “casos singulares”, los cuales
permanecen singulares por más larga y minuciosamente que se les “circunstancie”. De ahí la
imposibilidad para estas ciencias de traducir a una “lengua artificial” la totalidad de sus
argumentaciones desarrolladas en “lengua natural”.
El oficio del sociólogo se confrontaba ya con la dificultad que encuentra la sociología de ser una
“ciencia como las demás”. Recordemos la tesis final de los Presupuestos epistemológicos, que
podría resumirse así: “La sociología es una ciencia como las demás, que tiene solamente más
dificultades que las otras para ser una ciencia como las demás”. Con las únicas armas de la
“vigilancia epistemológica”, de la crítica de la ilusión de transparencia, las técnicas de ruptura
con las prenociones y la exigencia teórica de reconstruir en sistemas de relaciones los objetos
preconstruidos por el sentido común, la sociología de la sociología podía entonces, describiendo
de donde viene el mal, bastarse para sanar los espíritus y para la reforma de los estilos de
investigación. Ello equivalía a exponerse, con este diagnóstico optimista, a dar aprobación
bachelardiana a una epistemología de las ciencias históricas si no francamente naturalista, al
menos susceptible de estar “dispuesta al” naturalismo [palito a Bourdieu].
Semejante sociología de la sociología dibujaba fácilmente una política de reforma de las
instituciones y de las actitudes: reforzar la autonomía de la ciudad científica e intensificar el
control cruzado de los trabajos tanto en la disciplina como en los dispositivos interdisciplinares.
La definición que opone Popper de lo que deberían ser –en todas las ciencias sociales, como lo
son ya en economía o politología- “modelos experimentales” con los que escapan al vértigo
holístico de las totalidades autoexplicativas –pero capaces de explicar, como en una ciencia
natural, una muestra delimitada de variaciones empíricas- reclama de todo sociólogo consciente
de lo que habla si no una respuesta sobre el estatuto ontológico de la historicidad del mundo, al
menos un instante de reflexión epistemológica sobre el manejo de las ciencias sociales.
La defensa del suelo histórico sobre el que reposan nuestras disciplinas queda como tarea
práctica y teórica de todos los días, en tanto se multipliquen los sociólogos “popperófilos” que
invocan mecánicamente en sus profesiones de fe epistemológicas, por lo demás limitadas a los
preliminares, la “falsabilidad” de sus discursos: igual que algunos se persignan por entregarse,
de una vez para siempre, a una religión a la que otorgan mágicamente su salvación.
Queda saber las conclusiones que extraemos de la diferencia lógica entre una teoría nomológica,
fundada sobre la repetición “aún no refutada” de una serie de coocurrencias, y una teoría
interpretativa construida sobre la base de una comparación histórica entre dos series
circunstanciadas de “casos” que nunca se repiten exactamente.
Es absurdo, desde el punto de vista del conocimiento científico, excluir las teorías tipológicas y
los conceptos ideal típicos del universo de las teorías empíricas. Habría que pensarlo dos veces,
porque son las únicas abstracciones que nos proporcionan una comprensión racional de las
generalidades o regularidades sociológicas, de las continuidades tanto como de las rupturas
históricas en las ciencias sociales. ¿Nos sería más simple considerar que con la identificación
exclusiva de la vulnerabilidad empírica con la “falsabilidad” nos imponemos una teoría
inútilmente limitativa de la estructura lógica de toda teoría empírica? Existen otras formas de
vulnerabilidad empírica en las que comprobar, en sus diversas pruebas y contrapruebas, la
cientificidad de un discurso “no monótono” sobre el mundo. Por ello, se ha querido esbozar al
final de la obra una descripción lógica de la teoría interpretativa, tal como la practican las
ciencias sociales, recurriendo a un criterio de ejemplificaciones empíricamente multiplicadas y
semánticamente conjuntas o emparentadas.
En tanto que ciencias históricas, todas nuestras disciplinas documentan y argumentan
conclusiones a partir de premisas. Para convencerse de la fecundidad de este acercamiento basta
con inventariar, en la historia de las ciencias históricas, los vínculos de interdependencia
múltiples entre efectos de conocimiento y efectos de inteligibilidad que los esquemas de
argumentación característicos de estas ciencias han conseguido tejer, condensando en sus
conceptos ideal típicos convergencias entre argumentos, analogías de estructura o parentescos
semánticos. Mejor es analizar precisamente en qué consiste la estructura lógica y la estructura
semántica de estos efectos cognitivos, en lugar de suspirar sin fin por la pureza metodológica
atribuida a las ciencias exactas –tanto más deleitable en cuanto que es inaccesible y quizá
imaginaria-, o de inflar el sentido teórico de nuestros propios trabajos en apologías que nadie
toma en serio.

Capítulo 1: Nombres y trabajos


¿Cómo denominarlas? ¿“Ciencias humanas”, como era corriente llamarlas en Francia en los
años cincuenta cuando esta mención ambigua se añadió al frontón de los establecimientos
universitarios que se llamaban Facultades de Letras? ¿O “ciencias sociales”, como el hábito que
prevaleció cuando la connotación “humanista” de un adjetivo que reenviaba ostensiblemente a
los ideales éticos y estéticos de las “humanidades” clásicas cosquilleó demasiado tiempo de
modo desagradable las orejas de una generación de investigadores apasionados de las
metodologías especializadas y preocupados por convertirse en social scientists en el sentido
anglosajón del término?
El adjetivo “humano”, incontestablemente parecía caracterizar a la vez un objeto de
investigación y una disposición “humanista” que supuestamente acompañaba necesariamente la
práctica o los efectos de este estudio y recordaba demasiado al debate metodológico que
terminó por engullir en Alemania a las ciencias históricas. Pero el adjetivo “social” podría
introducir, asimismo, un nuevo sesgo de época, fomentando otro estereotipo –utilitarista y
ortopédico- que sugería que las ciencias sociales deberán también necesariamente, dados los
objetivos a los que se aplican, tener efectos de utilidad social o de salubridad política.
Los investigadores dicen con más frecuencia hoy “ciencias del hombre y de la sociedad” y esta
denominación menos equívoca se instala en los organigramas institucionales.
Una clasificación donde cada disciplina se pondría de acuerdo con las demás sobre sus lugares
respectivas implicaría al menos un acuerdo sobre la distribución de tareas. Pero este mínimo de
consensus epistemológico está lejos de lograrse: el dispositivo de investigadores no ha cesado
de variar en su geometría de una época o de un país al otro. [Y repasa diferentes formas de
antropología, etnología o sociología en Francia, Inglaterra o Alemania, que difieren en sus
delimitaciones de los (sub)campos].
Las constataciones en estas ciencias tienen siempre un “contexto” que puede ser designado,
pero nunca agotado por un análisis finito de variables que lo constituyen y permitirían razonar
ceteris paribus. Esta conformación epistemológica, que ha desbaratado regularmente el esfuerzo
de imitación de las ciencias de la naturaleza, proporciona unidad a la tarea que se impone a
todas las ciencias históricas: profundizándola, estas pudieron forjar sus instrumentos específicos
de inteligibilidad: tipologías, periodizaciones, modelos, metodologías de la comparación y la
interpretación analógica o conceptos descriptivos como los de “estructura”, “función”,
“cultura”, “interacción” o “tipo ideal”.
Nada hay aquí que pueda remitir a la posición de las ciencias de la naturaleza, que cuando se
confrontan a una tarea de tipo “histórico” para explicar una configuración o un acontecimiento
singular (por ejemplo, un estado del cielo astronómico) pueden apoyar su reconstitución del
encadenamiento de estados sucesivos de un corpus constituido de leyes físico-químicas
verdaderas, independientemente de las coordenadas espaciotemporales de la consecución
singular que se ha de explicar. Las ciencias de la sociedad han experimentado durante mucho
tiempo la nostalgia de semejante saber regular, un saber “nomológico” que sería de mejor
calidad que el habían improvisado los primeros teóricos de la sociedad o de la evolución.
Se dice a menudo que las ciencias sociales particulares (lingüística, demografía o economía)
consiguen mejor, gracias a la precisión de su objetivo, construir modelos explicativos, incluso
formular leyes, que las disciplinas de mayor ambición sintética como la historia o la sociología
[que Gassman llamará ciencias sociales generales]. Si bien la particularidad de estas disciplinas
especializadas no es comparable a la de una rama especializada de la física, que puede aislar
realmente y manipular experimentalmente sus hipótesis teóricas.
Las ciencias sociales particulares podrían ser llamadas “autonomizantes” en la medida en que
tratan de aislar únicamente con la abstracción un nivel o un aspecto de los fenómenos, a veces
un subsistema de funcionamiento social: “comunicación”, “población”, “mercado”. La
perspectiva es fecunda, pero tiene su contrapartida: como hay más en el objeto de lo que
retienen por su construcción del objeto, vemos, por ejemplo, a la demografía o a la economía,
preocupadas por reducir la distancia entre sus modelos y la realidad histórica, recoger de las
disciplinas sintéticas el conocimiento de los mecanismos externos o de las propiedades
contextuales, con el fin de restituir a su objeto todas las variables que observan: “Variables
exógenas” o “parámetros” de los sistemas formalizados cuyo análisis se deja a la sociología, a la
antropología y a la historia económica.
Destino paradójico de una historia cuyos objetivos ambiciosos la vuelven epistemológicamente
indiscernible de la sociología y la antropología. La historia se ha renovado prestándoles a todos
sin haber sido compensada por las otras ciencias de la sociedad, que, fascinadas por
comparaciones al alcance de la mano, subestiman generalmente la dimensión histórica de sus
objetos.

Capítulo 2: Las palabras de la sociología. Un léxico irrealizable


Las coacciones a las cuales deben plegarse las definiciones lógico-experimentales, únicas
definiciones susceptibles de organizarse en un sistema unificado de interrogación teórica acerca
de los fenómenos empíricos, se han revelado en su uso incompatibles con el proyecto propio de
la sociología y, más generalmente, de las ciencias sociales, consideradas como ciencias
históricas: sociología, antropología, historia. Estas someten, en efecto, a la investigación de una
realidad siempre diferentemente configurada –en contraste con las ciencias sociales
“particulares”-, de conjuntos indescomponibles de coocurrencias históricas que, minúsculas o
panorámicas, se presentan siempre a la observación como secuencias o configuraciones
refractarias a la descomposición experimental.
El modelo hipotético-deductivo que funda la posibilidad de definiciones lógico-experimentales
no podría dar cuenta del razonamiento sociológico sin caricaturizar el rol efectivo que
desempeñan los conceptos; tampoco guiar sus procesos sin extraviarlo, llevándolo a perseguir el
espejismo de una teoría general, supuestamente capaz de procurarle deductivamente sus
protocolos de experiencia.
Dos obstáculos, a primera vista inversos, se oponen en las ciencias sociales a engendrar y
articular definiciones. Por una parte, los conceptos sociológicos más generales no pueden ser
desindexados de la serie completa de los efectos de conocimientos y de inteligibilidad que
totalizan virtualmente. Por otra parte, para los términos más precisos, es decir, los menos
estrechamente indexados sobre las relaciones de hecho que resumen, nos tropezamos con la
ausencia de articulación teórico con otros conceptos del mismo nivel o de nivel superior. Pocos
términos sociológicos escapan al dilema de ser o demasiado teóricos (es decir, demasiado poco
únicos a fuerza de haber servido para plantear cuestiones a la vez insustituibles y emparentadas,
sin que un tipo de preguntas vuelva caducas las otras) o demasiado poco teóricos (es decir,
demasiado particulares para disponer de inteligibilidad o de analogía una vez que se les abstrae
del material limitado cuyas relaciones se limitan a estenografiar). Los conceptos sociológicos
son o polimorfos o estenográficos: las tipologías históricas se construyen con un material
conceptual que yuxtapone en la abstracción demasiado y demasiado poco.
En las ciencias históricas, el conocimiento fino de la textura de los fenómenos se evapora a
medida que se enriquece la formalización [ahora sí, completamos la tríada de ilusiones a
combatir]. Formalizando un conocimiento, nos arriesgamos siempre a producir la ilusión de que
dicho conocimiento resulta de “la aplicación” de principio formales. En realidad, la aplicación
constituye el principio de inteligibilidad del conocimiento.
Los conceptos sociológicos exigen un conocimiento de su pasado por ser los organizadores
teóricos de la investigación. La memoria teórica de una ciencia no se convierte en un lujo inútil
más que cuando se manifiesta la acción de paradigmas –en el sentido en que Kuhn los ve
imponerse sucesivamente en la historia de las ciencias de la naturaleza-. En las ciencias
históricas, donde ninguna revolución teórica jamás hizo tabla rasa del pasado, la exigencia de
una memoria conceptual no tiene comparación posible con el aligeramiento del pasado teórico
de la disciplina que autoriza el dominio del sentido operatorio de los conceptos en las
disciplinas especializadas: en economía como en demografía, en lingüística como en psicología
experimental, la elección conceptual se encuentra simplificada por la especialización relativa de
los programas de investigación.
El rol heurístico del pasado teórico, presente directa o alusivamente en las partes más vivas del
léxico sociológico, vuelve inoperante la distinción mertoniana entre “teoría sociológica
actualmente válida” e “historia de las teorías”.
La estandarización léxica no es una opción. Solo el conocimiento de la diversidad de roles que
han desempeñado conceptos y métodos en procedimientos de investigación o de argumentación
permite, a la vez, al investigador mantener abierto el campo de recursos teóricos donde, en
ausencia de una teoría constituida, debe alimentar las necesidades del investigador de
construcción y controlar la coherencia semántica de la interpretación que construye trabajando
conceptualmente su material de observación. Historia de las teorías, Historias de los métodos,
historia de las investigaciones son aquí los instrumentos de la vigilancia semántica.
Acerca de los conceptos estenográficos: Tras los conceptos teóricos demasiado polimórficos, el
segundo conjunto de conceptos que se ofrecen en la lengua sociológica opone un obstáculo
inverso a la unificación del léxico. El obstáculo procede de la multiplicación incesante, al hilo
de cada investigación, de términos ad hoc que sólo deben su univocidad semántica a la
singularidad del material o del contexto del que extraen su sentido. Todas las ciencias conocen
la existencia de estos conceptos que, con el título de “definiciones de cosas”, permiten
identificar y nombrar configuraciones singulares mediante la selección y la enumeración de las
relaciones de hecho que las constituyen prácticamente.
Pero es característico que tales definiciones (como el efecto Dopler-Fizeau en física)
permanezcan como exteriores a la teoría científica, interviniendo sólo para facilitar la
incorporación a un lenguaje teórico de los objetos o de las situaciones a los cuales la definición
puede aplicar su poder de análisis. En sociología, al contrario, son estos términos los que
constituyen lo esencial de la lengua abstracta de la disciplina, ya que inscriben en las palabras
los resultados de cada una de las rupturas con la evidencia perceptiva y las distancias adoptadas
por el trabajo de deconstrucción y reconstrucción de datos entre el objeto científico y el objeto
preconstruido.
Esta lengua administrativa, por otra parte la más hablaba, nombra, sin más preocupación que
designarlo con un nombre común, los objetos de investigación tal como son identificables antes
de todo trabajo de análisis y de medida. Solo nombran bases de datos o dominios de prácticas
que el lenguaje común o la demanda social proponen al sociólogo como terrenos de
investigación, sin que este catastro, que sólo obedece a leyes de intercomprensión cotidiana,
obliga nunca a formular principios de definición o a indicar una perspectiva de reconstrucción
explicativa.
Aquellos de tales términos que disimulan mejor por la novedad terminológica su inconsistencia
conceptual –por ejemplo, “marginalidad” o “escuela paralela”, “mass-media” o “audiovisual”,
etc.- son también aquellos que propenden más a introducir como relleno, en formulaciones
explicativas, un poder de categorización que jamás han conquistado: se lo deben al hecho de
tener un sentido evidente, más acá de todo análisis, en los recortes mudos de la acción o la
percepción cotidiana.
Únicamente las “definiciones de las cosas” construidas mediante un trabajo metódico de
reconstrucción de datos permiten romper con la sociología espontánea y nos sitúan en el
dominio de la conceptualización sociológica rigurosa.
Un ejemplo. Cuando el término “criminalidad de cuello blanco”, que resume a la vez un
conjunto de datos y el razonamiento sociológico que los reconstruye en una descripción
inteligible, pone en cuestión la estadística oficial de criminalidad según los grupos sociales,
produce un conocimiento. No solamente revela una criminalidad que la estadística
administrativa de la institución judicial dejaba escapar, sino, aún más importante, por la
pertinencia teórica de la cuestión planteada sobre la visibilidad diferencial de las criminalidades
propias a los diversos grupos, construye un sistema más completo de relaciones entre
pertenencia social, prácticas delincuentes e instituciones que censan dichas prácticas.
Procurando un cuadro más exacto de los fenómenos y sugiriendo una explicación de su
deformación por las funciones sociales del cuadro engañoso que producía la aplicación de un
procedimiento científico a datos ingenuamente categorizados, el sistema de relaciones así
descrito inmoviliza en una palabra un acto característico del trabajo sociológico, aquel que une
ruptura y reconstrucción.
Pero la sociología está llena de apelaciones estenográficas cuya precisión empíricas tiene por
contrapartida la incapacidad de organizarse en un sistema conceptual que las religaría y las
subordinaría las unas a las otras o a principios teóricos articulados ellos mismos entre sí, con el
fin de dar cuenta con una generalidad creciente de las regularidades o de las configuraciones
que bautizan en orden disperso. Tanto como impulsa el polimorfismo, la estenografía impide la
“acumulación” de conocimientos si se distingue a esta de la simple acumulación de resultados.
Por otra parte, su univocidad descriptiva se muestra preciosa en un campo siempre amenazado
por la teorización especulativa y endémicamente desarticulado por el enfrentamiento de tesis
especulativas sin futuro. No se debe subestimar ni el rol desempeñado por los conceptos
estenográficos en la ordenación de los resultados empíricos ni la ilusión teórica que animan por
el hecho mismo de su semiabstracción.

Capítulo 3: Historia y sociología. Identidad social e identidad lógica de una disciplina


Historia y sociología guardan, a pesar de sus intercambios estrechos, todos los atributos
públicos de la diferencia disciplinar. Ha de admitirse de entrada que, habiéndose liberado, en
procesos paralelos o en debates conjuntos, de las concepciones metafísicas o positivistas de la
“causalidad”, del “hecho” o de la “ley”, la historia y la sociología comparten hoy el mismo
régimen epistemológico. Queda, en efecto, de su larga familiaridad mutua, el hecho constitutivo
de que sus proposiciones soportan las mismas coacciones asertóricas, porque tienen la misma
pertinencia empírica, aquellas que les procura la observación del curso del mundo histórico.
Se parte aquí de una proposición simple que resume claramente la dificultad descriptiva que
comparten las dos disciplinas: la lengua de descripción del mundo histórico, común a la historia
y a la sociología, implica la imposibilidad semántica de un “paradigma” estable.
Describir el aspecto empírico del mundo sitúa tanto a la historia como a la sociología ante un
hecho epistemológico prínceps: la imposibilidad de estabilizar, aunque sea provisionalmente,
una teoría, es decir, una lengua protocolar de descripción y de interpretación del mundo
histórico. En su uso científico, una lengua protocolar es en efecto, inseparable de un
“paradigma” capaz de regular el funcionamiento de la “ciencia normal” de una época, como
vemos en el caso de la descripción del mundo material o biológico.
El contexto de las constataciones históricas no se repite nunca integralmente; pero, sobre todo,
sólo se presta incompleta y aproximadamente al aislamiento de sus rasgos pertinentes, es decir,
de los trazos distintivos que podría designar un “paradigma” de “ciencia normal”. En otro
lenguaje, el de una epistemología weberiana, se trata de la coacción de razonamiento que
describía Weber, relacionándola con la “singularidad” de toda “configuración histórica”. Sea
que nos sumerjamos en la descripción cuidadosa del contexto o que intentemos sortear la
dificultad construyendo tipologías que, más o menos, están condenadas a volver equivalentes
contextos no equivalentes (incluso cuando estas tipologías se guían gracias al “razonamiento
natural” sobre el mejor recorte de “contextos emparentados”), estamos siempre enunciando
generalidades que tienen esta particularidad de no alcanzar jamás la generalidad nomológica de
la ley universal, accesible únicamente a las ciencias experimentales. En suma, en materia de
albergue epistemológico, historia y sociología están alojadas bajo la misma bandera.
Los conceptos que sostienen la generalidad de los enunciados en las aserciones que hablan
sobre el mundo histórico son abstracciones incompletas. En efecto, deben, cuando funcionan
eficazmente en la comunicación lingüística, su sentido descriptivo al hecho de conservar, en
grados diversos, una referencia tácita a coordenadas espaciotemporales (estados o momentos del
curso del mundo). Dicho de otro modo, son nombres comunes imperfectos que camuflan, detrás
de la pantalla de definiciones genéricas múltiples y flotantes, incapaces por sí mismas de
mantener su sentido constante, la intervención implícita de deícticos no enunciados, pero
indispensables para su funcionamiento semántico en la intercomprensión oral o escrita.
El concepto surgido de una descripción singular toma una forma analógica que variará en
función del cuidado con el cual el razonamiento sociológico habrá precisado de antemano
rasgos comunes de situaciones próximas. En suma, el sentido de las abstracciones o de las
tipologías históricas nunca puede desindexarse de “contextos” que son, les guste o no, tomados
en cuenta por designación (deixis), es decir, referidos enumerativamente en su singularidad
global, como configuraciones no susceptibles de ser agotadas por análisis y construcción de
propiedades puras.
Existen en el léxico de la descripción sociohistórica muchos nombres comunes verdaderos,
susceptibles de ser definidos fuera de toda designación, incluso implícita, de “contextos”. Pero
se trata, entonces, de definiciones de operaciones o de propiedades trans o extra históricas, cuya
inmovilidad formal está en función inversa de su contenido descriptivo en cuanto a los
fenómenos históricos. Solo aportan una contribución a la descripción histórica en la medida en
que se cargan progresiva o subrepticiamente de indexación sobre casos históricos. Weber
mostraba así la diferencia entre un “concepto genérico” como el de “potencia”, cuya definición
universal por propiedades formales es siempre posible (“oportunidad de que un orden sea
obedecido”), pero que a la vez es “sociológicamente amorfo”, y un concepto sociológico como
el de “dominación”, que especifica históricamente al primero.
El relato no puede prescindir de conceptos descriptivos, es decir, de conceptos sociológicos.
Pero, por su parte, el sociólogo no habla verdaderamente de lo que pretende hablar más que
haciendo intervenir en sus palabras lo que moviliza de deixis histórica.
Podemos sugerir, a partir de las coacciones que pesan sobre toda aserción concerniente al
mundo histórico, la identidad de estatuto de sus “pruebas” o “experiencias” empíricas.
Contrariamente a lo que gustan de decir muchos sociólogos que reclaman de la epistemología
de Karl Popper, como si fuese el único medio de distinguir la sociología empírica de la filosofía
social o de la literatura sociologizante, hay que confesar honestamente que la administración de
la prueba no puede revestir completamente en sociología la forma lógica de la “falsación” en el
sentido popperiano –o de su corolario alternativo, la “corroboración provisional” de una
proposición que haya pasado por la prueba de los tests de “falsación”.
Ninguna de las condiciones lógicas de la “falsabilidad” de una teoría o de una proposición
general queda satisfecha stricto sensu en el caso de la estructura lógica de las teorías
sociológicas (o de las “síntesis históricas”) desde el momento en que se toman en serio las
coacciones de la observación histórica. Ya que ningún enunciado histórico puede liberar
completamente la coocurrencias (ligadas en la explicación o la interpretación) de sus
coordenadas espaciotemporales (contextos más menos ampliados por una tipología), la
universalidad de las proposiciones generales de la sociología o de la historia es del orden de la
“universalidad numérica” y nunca de la “universalidad en sentido estricto”.
La enumeración finita de rasgos pertinentes no reemplaza al conjunto de las coordenadas
espaciotemporales. Pero, en el esquema popperiano, únicamente las proposiciones “universales
en sentido estricto” –de ahí su privilegio de vulnerabilidad empírica en términos de “todo o
nada”- son susceptibles, en tanto que equivalentes a proposiciones existenciales negativas (“no
existe un solo caso en el que…”), de tener por contradictorios “enunciados existenciales
singulares” (“existe al menos un caso en el que…”) que sean sus “falsadores” virtuales.
El problema no consiste en la mala fe que animarían, en las ciencias humanas, las teorías
“metafísicas” como repite Popper. Consiste en que esta dificultad asertórica resulta inherente a
la estructura de toda aserción general sobre el mundo histórico: ¿Cómo enunciar,
comparativamente, sin que la cláusula ceteris paribus se convierta en una coartada ilimitada?
No se pretende excluir, a la historia y la sociología del universo de las ciencias empíricas, sino
aproximar lo que las sustraía, por las mismas razones, a la definición popperiana de la
vulnerabilidad empírica. Únicamente si el esquema popperiano describiese exhaustivamente
toda forma posible de prueba empírica, las disciplinas sociohistóricas se encontrarían ante el
dilema de utilizar teorías falsables en el sentido popperiano o resignarse a ser puro discurso
especulativo. La ejemplificación no es el infierno donde se encontrarían confundidas todas las
perspectivas no probatorias. Eso supone un razonamiento popperiano enteramente construido
sobre la formalización de la perfección probatoria indisociable de la situación de trabajo
característica de las ciencias experimentales.
Los grados de fuerza probatoria de la ejemplificación metódica son función de la
improbabilidad más o menos grande de las confirmaciones simultáneas y divergentes exigidas
empíricamente por un sistema de conceptos que condicionan la descripción. La ejemplificación
sometida a coacciones múltiples y semánticamente conjuntas es una forma diferente y sin duda
más débil, pero no despreciable, de la vulnerabilidad empírica de un cuerpo de proposiciones
teóricas, en tanto que éste se formula como un marco coherente de descripción y de
interpretación históricos.
Veamos ahora las diferencias disciplinares [que dudo que tomen].
El funcionamiento interno de los dos cuerpos de especialistas repercute y prolonga dos formas
desiguales de integración profesional. El “control cruzado” en y por el grupo de pares dispone
entre los historiadores de bastantes índices de profesionalidad, admitidos por todos para que un
consensus superficial pueda establecerse, el cual regule y atenúe, al menos diplomáticamente,
los conflictos de evaluación y de reconocimiento entre “escuelas” y tendencias. La sociología, al
contrario, es el lugar privilegiado del dissensus de evaluación, ligado a la inconmensurabilidad
[keyword] de prácticas heterogéneas y a la dispersión de lenguas teóricas: la mayor parte de las
síntesis unificadoras sólo se construyen en la excomunión recíproca.
Hay un elemento más determinante en la diferencia entre historia y sociología. Como práctica
reglada del relato, la historia es, el más viejo oficio (intelectual) del mundo de las civilizaciones
–quizá junto a la astrología. Esto determina tres diferencias:

- Ayer y hoy: El historiador tiene “el pasado” en su alforja corporativa y el sociólogo


queda condenado a lo contemporáneo. De lo que deduce el refinamiento de las
lecturas sintomáticas y etiológicas practicadas por el historiador de las duras
necesidades del trabajo de segunda mano que se halla inscrito en la interpretación
de los vestigios; como el sociólogo encuentra sus objetos al alcance de la mano, se
supone demasiado fácilmente que el suyo es un trabajo de primera mano.
- La crítica de las fuentes: Técnicas y esquemas de razonamiento ligados al
tratamiento de la fuente, del archivo, del monumento: virtuosidad y refinamiento en
la manipulación de la presunción hacen un emblema del oficio del historiador.
Emblema, quizá, demasiado visible: el principio, el de la crítica interna, externa y
contextual del testimonio, sólo se ha ido configurando progresivamente, hasta que
se ha constituido en una teoría de la interpretación.
- La prueba y la teoría: La diferencia reside menos en el volumen que en la estructura
de las informaciones que soportan la prueba: muy a menudo tejido de referentes
espaciotemporales en el relato del historiador, más a menudo abstracta y anónima
por el lenguaje de las variables en los datos del sociólogo. Sin duda, la proporción
entre la superficie lingüística del discurso consagrado a los elementos empíricos de
la prueba y el grado de generalidad del discurso que autorizan no es la misma en los
dos casos. Se concluye muy fácilmente que el historiador es más serio desde el
punto de vista empírico, pero debe notarse que la variación de la ratio procede
esencialmente del cambio de valor del denominador, en el que se hace figurar la
ambición teórica de cada una de las dos disciplinas. Para el mismo volumen de
trabajo empírico, la aserción sociológica, afanada por volver equivalentes el
máximo de contextos posibles (o a olvidarlos), camina a pasos más amplios.
La diferencia de régimen discursivo más radical es la que opone a la vez el relato histórico y el
razonamiento sociológico al razonamiento experimental. El curso del mundo histórico es
rebelde no solamente a la experimentación, sino también a las formas de argumentación que
calcan su modelo, aunque sea debilitándolo.
La generalización de un enunciado de correlación o de regularidad que trata sobre un desarrollo
de acontecimientos constituye una operación lógica susceptible de ser dominada por las ciencias
experimentales, porque éstas pueden controlar la variación del contexto de sus observaciones
por medio de la construcción activa de protocolos y, partiendo de ello, utilizar una serie finita de
enunciados que den cuenta de sus específicos contextos descriptivos. Por el contrario, las
condiciones de la observación histórica excluyen la generalización inductiva. En las ciencias
sociales, una constatación, incluso refinada y cruzada, de relaciones entre variables proporciona
un sentido que, estabilizado de forma unívoca en los límites de esta observación, se convierte en
problemático en cuanto se aleja de la singularidad de la configuración de coocurrencias que le
da la seguridad de su indexación empírica.
[Ver grafiquito abajo] Un polo de formulaciones posibles sobre las sucesiones de
acontecimientos históricos se encuentra, entonces, claramente ocupado por el discurso que se
exige describir únicamente “hechos”, refiriendo explícitamente sus observaciones a las
coordenadas espaciotemporales de los fenómenos observados. Podemos ver, de este modo, la
forma pura del relato histórico adquiere segura autoridad en las designaciones más o menos
amplias del contexto, pero prohíbe en sus aserciones y sus conceptos descriptivos indexaciones
de sentido extracontextuales (universales).
El otro polo está representado por el razonamiento experimental, que funda sus aserciones sobre
correlaciones constantes de rasgos, observadas o medidas “permaneciendo el resto constante”,
abriendo así con todo rigor una vía lógica a la universalización de sus aserciones, sea con la
reserva de la constancia del contexto, sea religando la variación de la relación de las variaciones
de un contexto controlable en tanto que susceptible de ser analizado bajo sus aspectos
pertinentes.
En las ciencias sociales, el razonamiento experimental está presentando, cuando adquiere forma
cuantificada, por el razonamiento estadístico, que, en su estructura formal, es indiferente a la
textura empírica de los objetos de los que extrae sus medidas o sus contabilidades. Está claro
que las aserciones que autoriza sobre sus informaciones de base no tienen el mismo alcance
según funciona en ciencias plenamente experimentales o en ciencias históricas.

Durkheim, en Las reglas, presentaba como sinónimos “método sociológico” y “método


comparativo”, concluyendo de esta sinonimia que la sociología podía y debía devenir la
“ciencia experimental de los hechos sociales”. Durkheim tendía siempre a minimizar el
debilitamiento demostrativo que caracteriza en el esquema presentado el paso del razonamiento
estadístico al razonamiento comparativo operado sobre “casos” históricos tal como se practica
en La división del trabajo social.
[Este párrafo ni yo lo entiendo, pero está sacado tal cual del texto] La concepción durkheimiana
de la sociología como “ciencia experimental de los hechos sociales” reposa sobre dos
distorsiones: A) Tiende a identificar pura y simplemente el sentido asertórico [repito, “que
expresa una verdad de hecho, no necesaria”] que reviste el método de las “variaciones
concomitantes” cuando se pone en funcionamiento en las ciencias plenamente experimentales y
cuando es aplicado, como se puede, en las ciencias de la observación histórica, sin ver la
diferencia entre la experimentación y la cuasi experimentación. b) Identifica con el
razonamiento estadístico (cruzando variables) la comparación (efectuada mediante
descripciones en lengua natural) entre configuraciones históricas o aspectos de estas
configuraciones, introduciendo demasiado cómodamente un análisis de “variaciones
concomitantes” que no es otra cosa que una aplicación del “método de las diferencias” de Mill
que él mismo descartaba para el método sociológico.
El análisis epistemológico y la descripción metodológica de sus razonamientos reales prohíben,
por tanto, situar a la sociología en el polo del razonamiento experimental, tal como lo esperaba,
con su optimismo conquistador, la epistemología durkheiminiana. Incluso tomando el término
“cosa” en el sentido puramente metodológico de Durkheim cuando, avanzando que había que
“tratar los hechos sociales como cosas”, afirmaba no incluir en la definición de cosa más que lo
que se deriva del “tratar como”. Hay que reconocer que, en la práctica de los razonamientos
científicos, las “cosas sociales” no se dejan “tratar” mucho tiempo así, ya que son también
“cosas de historia”. No es la sociología, sino el razonamiento estadístico el que ocupa la
posición del polo opuesto al de la historia historicista en sus formas clásicas.
La sociología es, como todas las otras ciencias sociales, una disciplina histórica. Y lo es desde el
momento en que sus enunciados no pueden, cuando se trata de considerarlos verdaderos o
falsos, ser desindexados de los contextos en los cuales son retenidos los datos que tienen un
sentido para sus aserciones. Un razonamiento sociológico no puede ser, de parte a parte, ni de
un extremo a otro, un razonamiento experimental. El razonamiento estadístico que relaciona
variables para concluir, en el lenguaje de la probabilidad [artificial], la validez de las
correlaciones que se fundan sobre constataciones empíricas es, claro está, un razonamiento
experimental, pero sólo continúa siéndolo en la medida en que no enuncie nada sobre el mundo
histórico: en cuanto que introduce sentido en el enunciado de sus correlaciones formales, las
frases se cargan de contexto.
Debemos considerar el razonamiento sociológico como un razonamiento mixto, que se sitúa en
el esquema entre el polo de la contextualización histórica y el polo del razonamiento
experimental. Y no porque quedaría situado en el “medio” –en un lugar intermedio, como el
“justo medio” aristotélico-, como un punto inmóvil, una vez marcados los extremos. Sino
porque es un razonamiento que funciona en un movimiento de “ir y venir”, es decir, que tanto
en su modo de aserción como en cada una de sus aserciones se desplaza entre los dos polos que
acabamos de identificar. También porque debe necesariamente desplazarse así, debido a que
somete hechos datados y localizados (hechos de historia de las sociedades humanas) a un
tratamiento experimental que debe olvidar momentáneamente esta datación y esta localización
tal como quedan ligadas en una configuración. Cuando se usa un razonamiento estadístico, el
razonamiento sociológico sigue siendo sociológico, en tanto que sea capaz de guardar en sus
aserciones el recuerdo de que procede experimentalmente en una situación no experimental.
A la inversa, la descripción de una configuración que quisiera no perder nada de su singularidad
histórica, es evidentemente, imposible y carente de interés, salvo, claro está, para la producción
del efecto novelesco en literatura. El razonamiento sociológico debe su identidad lógica al
hecho de que nunca se confunde con lo que Paul Veyne llama “la ideografía”, es decir la
crónica o el inventario, concebidos como lo opuesto de la investigación de regularidades, de
tendencias o de tipos capaces.
¿Cómo ser un go-between eficaz entre método histórico y método experimental ? ¿Cómo
fecundar este ir y venir cargado de momentos de razonamientos experimentales, pero
perpetuamente reanclados en períodos concretos y en contextos? Eso es hacer sociología.
Se invoca a la figura de Weber [el que más le gusta a Passeron, Gassman dixit]. Su
metodología, siempre descriptiva y nunca prescriptiva, propone, de hecho, una epistemología
del sentido del razonamiento sociológico poco sospechosa de tomar partido filosófico –salvo el
kantiano, pero una “filosofía crítica” es la más favorable al trabajo científico-. Sus “hechos”
están elaborados a partir de la descripción de los actos, de los enunciados y de los discursos tal
como han operado realmente en un momento dado de la historia en una ciudad científica.
Weber establecía una doble exigencia la que debía satisfacer la inteligibilidad sociológica.
Sostenía que una relación sociológica no se convertía en sociológicamente “interesante” más
que si era a la vez “significativamente adecuada” y “causalmente adecuada”: debía ser, por una
parte, adecuada “en cuanto al sentido”, es decir, en referencia a la interpretación que permite
“comprenderla” en un tipo construido de la acción o del pensamiento sociales; y, por otra parte,
adecuada en referencia a las constataciones que establecen la existencia de un vínculo de
causalidad o de interdependencia entre los hechos. En el mejor de los casos, la constatación
empírica estadística; puede ser también, en un relato, la descripción detallada de una sucesión
de acontecimientos, de coocurrencias o de rasgos distintos. Pero hace falta siempre que una
correlación constatada entre dos fenómenos históricos sea inteligible, por ejemplo mediante la
comprensión de los móviles que aleja un tipo ideal.
Una crítica a Weber: describía con un optimismo metodológico excesivo –comparable con el
optimismo nomológico de Durkheim- el ir y venir del que hablamos como la suma de dos
exigencias acumulables. De hecho, afirmada que se podía, dejando fuera a la vez el arbitrio de
la empatía y la opacidad de las determinaciones mecánicas, adicionar en una sociología
precavida la plena exigencia histórica con la plena exigencia experimental.
El razonamiento sociológico es un razonamiento condenado al bricolaje con el razonamiento
experimental y a sobrepasar la historia historicista –si no quiere repasarla después con sus
conceptos sociológicos-. Puede ser finalmente descripto como un equilibrismo argumentativo.
El razonamiento natural debe, en las ciencias sociales, componer una cadena de aserciones que
no continúan siendo sociológicamente descriptivas si pierden su significación histórica: por
tanto, los contextos de tales aserciones son heterogéneos. Únicamente pueden ofrecer una
presunción.
El razonamiento sociológico tiene la necesidad permanente de escapar de la ilusión
experimentalista que le privaría de su objeto, de sentirse “llamado” al orden de la
contextualización histórica. Se puede, para captar en su forma pura la tentación
experimentalista, utilizar la referencia a un problema que conocen bien los estadísticos, el del
aislamiento de “efectos estadísticamente puros”. La contradicción estalla entonces entre las
exigencias de una comparación que sería lógicamente rigurosa en términos de protocolo
experimental y las del sentido sociológico de la comparación.
La medida que se avanza en la depuración estadística, el razonamiento experimental mejora
lógicamente, pero se convierte, al mismo tiempo, en algo cada vez más absurdo históricamente
y, a la vez, sociológicamente. Se produce un alejamiento cada vez mayor de los valores que
ligan las variables entre ellas en la realidad social de sus interdependencias mutuas. Se pierde el
contacto con el conjunto de la probabilidades que ligaban entre ellas los valores de las variables
del aquí y el ahora, es decir, de un contexto real en el que actúan juntas, en una configuración.
La exigencia de la contextualización histórica se hace, por tanto, sentir como una llamada al
orden en el razonamiento sociológico cuando este ha ido muy lejos en el sueño experimental. La
historicidad del objeto es el principio de realidad de la sociología. El sexo, la edad o la clase
social no son variables como lo son las variables de la gravitación universal o incluso las que
entran en la fórmula de la caída de los cuerpos. En tales casos, puede decirse siempre cuál es la
lista de variables y qué valores de variables hay que tomar en cuenta para nombrar y controlar el
contexto pertinente, esto es, experimentalmente pertinente.
En las ciencias experimentales se puede hablar de “protocolos”, de “variables”, de “contexto
constante”, ateniéndose a “descripciones definidas”, y sin hacer intervenir “nombres propios”.
En cambio, las relaciones entre variables sociológicas, incluso cuando están minuciosamente
medidas, testeadas y reiteradas, nunca permiten enunciar universalmente, ni siquiera
generalmente, fuera de contexto, ya que ni la constancia del contexto ni la selección operada a
partir de la riqueza de los rasgos que una teoría ha considerado pertinentes pueden ser
enunciadas útilmente en términos de variables.
El razonamiento sociológico previene a la historia contra el olvido historiográfico de los
conceptos que permiten narrar inteligentemente. La sociología se erige así en recordatorio
contra el olvido formalista del mundo histórico del que describe las singularidades.

Capítulo 10: La enunciación histórica. Información, conocimiento, inteligibilidad


En el universo de los razonamientos científicos es posible distinguir, en sociología como en
otras disciplinas, entre tres formas de enunciación. En efecto, podemos caracterizar una lengua
científica por la posibilidad de diferenciar y de articular: a) la enunciación de informaciones
mínimas sobre el mundo empírico (verificables); b) los efectos de conocimiento, que son
susceptibles de producir la operaciones efectuadas sobre las informaciones de base cuando estas
conducen por la reconceptualización de la información a nuevas preguntas sobre el mundo y
partiendo de ahí a la recogida de nuevas informaciones (siempre verificables), pero también
distinguir y relacionar los efectos aislados de conocimiento (estenográfico); c) los efectos de
inteligibilidad que produce la reconstrucción sistemática de los efectos de conocimiento en una
teoría, es decir, el efecto propio que produce sobre el sentido de cada enunciado su pertenencia
a un lenguaje lógica y semánticamente coherente de la enunciación.
Las relaciones entre teoría y empiria que imponen conjuntamente a la sociología la estructura
lógica de sus teorizaciones y los límites trazados a la prueba empírica por la observación
histórica, ¿justifican, y en qué sentido lo hacen, su reivindicación científica? Hay que esforzarse
por precisar los vínculos lógicos que son susceptibles de establecerse entre la inteligibilidad
comparativa propia de las teorías de las ciencias sociales y el trabajo de observación empírica de
estas disciplinas, si se quiere saber en qué sentido, inevitablemente diferente del que funciona
en las ciencias experimentales o en las ciencias formales, se distinguen aquí información efectos
de conocimiento y efectos de inteligibilidad. Este mínimo de clarificación resulta exigible con el
fin, al menos de no deducir precipitadamente, a partir de diferencias evidente, la exclusión del
razonamiento sociológico del universo de los discursos científicos.
¿Qué es una información? Un anuario telefónico representa, indiscutiblemente, una suma de
informaciones sobre la realidad. Pero se convendrá también en que existe una clara diferencia
entre tal corpus de enunciados informativos y los que articulan un efecto de conocimiento tal
como lo produce una ciencia de la realidad empírica. El “enunciado existencial singular” (con la
forma: “Existe al menos un x que…”) que hace corresponder un nombre propio a un número de
teléfono afirmando la existencia cierta y/o previsible de un acontecimiento tiene, por lo demás,
la forma de estas “frases protocolares” que, en la primera formulación neopositivista, Carnap y
Neurath consideraban las únicas capaces de testar en último término la verdad empírica de toda
proposición científica.
La información proporcionada por cada línea del anuario describe, por el enunciado mismo que
la fórmula, las condiciones mismas de su verificación. El enunciado tiene pertinencia empírica,
ya que la constatación que describe es correcta y basta para definir completamente las
condiciones de su verdad o de su falsedad. No es su sentido global, pero sí el sentido que re
tiene. Una información de base es un mínimo semántico capaz de producir un protocolo
empírico de manera autosuficiente.
La prueba empírica que permite decidirse sobre la verdad o la falsedad de cada una de estas
proposiciones informativas se describe lo más cerca posible por el enunciado de información.
En tanto que se enuncia sobre la coocurrencia singular, la verificación de una información
puede reiterarse: siempre es posible someter a un nuevo control la correspondencia entre
propiedades e individuos. La reverificabilidad produce la pertinencia empírica de una
información: siempre se puede proceder a una nueva constatación de la coocurrencias. La
información singular seguramente está datada y localizada, pero en el caso de las coocurrencias
históricas no renovables transformadas o desvanecidas en el tiempo, puede siempre considerarse
a la fuente de información misma como una ocurrencia susceptible de una nueva lectura –
aunque haya que ayudarse entonces de una metodología de la “crítica de las fuentes” que define
precisamente al método histórico.
Una información de base tiene la misma forma lógica en física y en historia. Que las ocurrencias
históricas no se reiteren solo introduce una diferencia de grado en la seguridad con la que
aprehendemos, en las ciencias sociales, las informaciones empíricas de base. En tanto que el
enunciado no infle la información afirmando su validez más allá del contexto espaciotemporal
en el que ha sido recogida, la información histórica guarda su pertinencia empírica lógicamente
unívoca, que hace solamente variar la severidad del control según que se trate de informaciones
más o menos reverificables.
¿Qué es un efecto de conocimiento? Presenta, tanto en sociología, como en otras disciplinas,
una estructura diferente a la del enunciado informativo. Su forma lógica no puede ser definida
sin hacer intervenir operaciones de reconceptualización efectuadas sobre las informaciones de
base por el criterio que conduce a poner en relación enunciados descriptivos con otros
enunciados descriptivos y no solamente un enunciado con la realidad empírica que describe .
No es la naturaleza trivial de la información proporcionada por un anuario telefónico lo que
define su pertenencia al conocimiento práctico, sino la ausencia, en la información que aporta su
simple lectura o su uso corriente, de toda relación conceptual que no sea la que traza una línea
en relación con una prueba empírica que solo sirve para decidirse sobre la exactitud o la
inexactitud de esa proposición, exclusivamente. Inversamente, no es el hecho de que una
información sea recogida por un protocolo más o menos armado de precauciones técnicas (por
ejemplo un cuestionario o una entrevista) lo que la vuelve sustancialmente digna de
proporcionar sus referentes a enunciados científicos, sino solamente, cuando se procede a
realizar operaciones de este tipo, las relaciones y las categorizaciones pertinentes que es capaz
de realizar –guiándose por hipótesis- un proyecto de tratamiento y transformación de la
información.
Pasamos de una colección de informaciones a un enunciado científico cuando sometemos la
colección a un razonamiento orientado por una cuestión que obliga a transformar la forma
enumerativa de la colección de informaciones. Hace falta, para producir a partir de nuestro
anuario telefónico proposiciones con estructura de conocimiento, someter el conjunto o una
parte de las informaciones que contiene a un tratamiento guiado por conceptos y organizado por
operaciones que no estaban presentes ni en las categorizaciones ni en las relaciones a través de
las cuales operaban las aserciones del anuario. En todos los casos, se producen enunciados
(científicamente “interesantes” o no, no es la cuestión), que tienen la forma lógica de un efecto
de conocimiento. Este efecto nunca es una simple destilación exclusiva de las observaciones de
partida: crea la necesidad de nuevas observaciones cuando las categorías de esta observación.
Más brevemente, crea informaciones que no preexistían a la categorización, permitiendo
recogerlas.
En este nivel de formulación de las proposiciones, las operaciones accesibles a una disciplina de
la observación histórica son lógicamente las mismas que practica una ciencia experimental. En
tanto que la enunciación no intenta hacer que tales efectos de conocimiento digan otra cosa o
más que lo que significan descriptivamente en su contexto. La especificidad de la observación
histórica, que separa a las ciencias sociales de las ciencias experimentales o formales, sólo se
hace sentir en un nivel superior al de los efectos de conocimiento, esto es, al nivel de los efectos
de inteligibilidad. Solamente ahí las operaciones teóricas de la sociología se convierten en
operaciones comparativas que persiguen, acercando efectos de conocimiento solidarios de
contextos diferentes, formular generalidades históricas cuya significación conceptual y
validación empírica carecen ya del sentido formalmente unívoco que sólo podrían tener si
estuviesen indexadas sobre un contexto constante o analizable, por un número finito de
variables: se convierte entonces en un razonamiento de tipo experimental, pero sin
experimentación posible.
¿Qué es un efecto de inteligibilidad? El efecto de inteligibilidad que produce la enunciación de
vastas series de efectos de conocimiento en una lengua conceptual unificada difiere
radicalmente en sociología. En ella, debe su resorte más significativo a la comparación (que
reposa en conceptualizaciones analógicas). Mientras, las ciencias de la experimentación reposan
sobre la búsqueda de “leyes naturales” y, mejor aún, sobre la articulación deductiva de sus
enunciados universales en un paradigma teórico que procura una definición
epistemológicamente satisfactoria de la comprensión teórica del mundo.
Las ambigüedades de la inteligibilidad sociológica, es decir, la imposibilidad de inmovilizar
completamente el sentido de las generalidades sociológicas cuando éstas tratan sobre la historia,
son el destino de todos los sociólogos, en cuanto que éstos se arriesgan a enunciar intentando
hablar del mundo de otro modo que con nombres propios o enunciados singulares.
Resulta imposible enunciar las constataciones de relación más restringidas, por ejemplo, la que
nos permitiría poner en relación, gracias al anuario, la posesión del teléfono con otras
características geográficas o sociales, sin que la enunciación de estas relaciones venga a añadir
al sentido factual o formal de las relaciones directamente nombradas el sentido empírico de
otras relaciones medidas en otro lugar o de otro modo; o, más precisamente, sin que imponga,
por los conceptos que figuran en la enunciación, la transformación de todos estos sentidos
singulares en un sentido comparativo.
No es nada fácil hablar de los abonados del teléfono, de lo que son y de lo que hacen, sin que la
enunciación los haga entrar subrepticiamente en el espacio de una inteligibilidad teórica. Por
ejemplo, pronunciarse en lengua natural sobre la distribución de las posesiones económicas en
las diferentes “clases sociales”, o sobre la significación simbólica de los equipamientos
domésticos “tradicionales” y de los equipamientos “modernos”, “primarios” u “ostentosos”, o
incluso sobre la variación social de las prácticas de comunicación “escritas” o “audiovisuales”,
de los media “fríos” y de los media “calientes”. La teoría será buena o mala, declamatoria o
disimulada, consciente o inapercibida, pero está ya ahí. En suma, es toda la generalidad que
designa el comienzo de la acción de una teoría la que se desliza desde las primeras tentativas de
enunciar los efectos de conocimiento más simples, en las informaciones más planas sobre la
posesión de un teléfono. El movimiento de una enunciación que intenta procurar un
conocimiento del mundo es siempre reivindicación e investigación, según una u otra lógica, de
conocimientos paralelos.
¿Qué es una interpretación en las ciencias históricas? Una inteligibilidad que no es formal ni
nomológica sólo puede ser interpretativa. El sociólogo no tiene elección: el carácter esquivo de
la interpretación le condenaría, si no, o al silencio o al desconocimiento de su propio discurso.
Como ninguna enunciación que pretenda el conocimiento del mundo puede funcionar
exclusivamente sobre nombres propios y enunciados existenciales singulares, el sentido de los
conceptos y de las relaciones –que en sociología no controla la “comprensión” por medio de la
universalidad de la aserción que, en el caso de las ciencias naturales, define su propia
inteligibilidad- exige siempre operaciones de ampliación semántica. Cuando la sociología no las
toma metódicamente a su cargo, la ampliación se hace pero a sus espaldas. [Re discutible esto]
Una ciencia social se obliga a no atribuir a las prácticas sociales más que el sentido que recogen
de las relaciones que son capaces de atestar por medio de la observación y la medida empíricas.
El sentido construido por una ciencia social es aquel que no excluye ninguna de las
constataciones empíricas con las que sus métodos le permiten operar: las constataciones de
relaciones que no pueden enunciarse conforme a este sentido construido obligan, entonces, a
reconstruirlas de otra manera.
No podemos eliminar completamente de la definición “deíctica” de cada uno de sus términos lo
que tienen de “nombre propio” sin vaciar el esquema comparativo de su poder de generalidad
histórica. El sentido de las generalidades sociológicas debe al hecho de tener por contexto
teórico teorías siempre concurrentes y nunca estabilizadas el ser un sentido relacional.
El sentido relacional que la interpretación reglada confiese así a las prácticas sociales y a las
configuraciones históricas por sus conceptualizaciones jamás puede construirse en una teoría
universal que articule estos sentidos diferenciales en definiciones lógico-experimentales. El
método comparativo que organiza las inteligibilidades dispares de la sociología, y de ese modo
el relato histórico, no es otra cosa que esa doble fidelidad de las enunciación donde la teoría es a
la vez más que una suma de constataciones singulares y menos que la posibilidad de olvidarlas
en la universalidad de las formas.
Hay que confesar que las teorías de estas disciplinas nunca son lógicamente contradictorias
entre ellas a un punto tal que la “vericidad” de una impondría la falsedad de otra y viceversa.
Nunca encontramos en nuestras disciplinas nada que se parezca, ni de lejos a un experimento
crucial. Popper parece tener razón sobre la no “falsabilidad” de la mayor parte de las teorías
aparecidas en la historia de las ciencias sociales. Passeron añade “con mucho gusto”: no se trata
de algunas, sino de todas. Hay, sin embargo, que volver sobre la cuestión de saber si la
“falsabilidad” solo tiene una “clase complementaria”, la de la “ejemplificación”, que no
probaría nada. Únicamente cuando la verdad provisional de las proposiciones científicas se
define exclusivamente en relación con la refutabilidad, toda proposición que no se incluya en
una teoría capaz de argumentar en el espacio de la universalidad lógica o experimental se ve
enviada al infierno de la metafísica.
La vericidad de las teorías interpretativas propias de las ciencias sociales tiene aún que ser
definida si queremos escapar al dilema que imponer que una proposición sea o bien “falsable” o
extracientífica. En suma, la historia de las ciencias sociales impone como un hecho a su
descripción epistemológica la existencia de efectos de conocimientos y de efectos de
inteligibilidad que han sido capaces de producir, y que continúan produciendo –sin dejar de
funcionar con un régimen que escapa a la “falsabilidad popperiana”-; obliga a precisar cómo
pueden ser a la vez interpretativas, teóricas, no falsables y sin embargo, científicas. Planteando
que la “vericidad empírica” de las teorías sociológicas tiene un sentido diferente a la
“corroboración” de una teoría física aún no refutada, podemos plantear una cuestión descriptiva:
¿las teorías sociológicas apuntan al menos a un tipo de confrontación con los hechos que
permite, si no desempatarlas, mediar con un mismo patrón metodológico sus efectos respectivos
de inteligibilidad y su fecundidad teórica en la producción de conocimientos teóricos?
Encontramos aquí inevitablemente a Popper, cuyo análisis epistemológico de la estructura
lógica de las teorías pretende proporcionar el criterio universal de la “demarcación entre teorías
metafísicas y teorías empíricas”.

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