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El problema

del
método

Decía Aristóteles que era propio del hombre instruido buscar la


precisión en toda clase de cosas, en cuanto lo permita la naturaleza de
la materia estudiada. Sin embargo, en lo que se refiere al conocimiento
del hombre, son muchas las personas instruidas que no creen en la po­
sibilidad de esta precisión y, por lo tanto, renuncian a buscarla.
En este asunto parece mejor seguir el pensamiento de Aristóteles
que, por otro lado, coincide con el de otro gran sabio, Confucio, quien
decía que era mejor encender una pequeña luz que lamentarse en la
oscuridad.
Muchos de los estudiosos que no creen en el logro de una compren­
sión cabal del hombre, lo hacen, más que todo, como reacción a cierta
práctica fetichista del método, convencidos de que no existe un camino
real de certeza científica, ni un método infalible de conocimiento y que
no se puede hablar de una “ metodología científica” en oposición a
todas las otras metodologías, sino que, más bien, es necesario reconocer
que toda vía para adquirir conocimientos lleva en sí algún riesgo. Creen,
además, que la mayoría de los métodos basados en la medición no han
demostrado ser superiores a los pronósticos que nos ofrece el sentido
común.

CRITERIOS METODOLÓGICOS GENERALES

En este capítulo veremos la problemática que presenta escoger una


metodología para el estudio del hombre, así como algunas tentativas
de solución, y dejaremos para los dos siguientes el examen de aquella
orientación metodológica que creemos más adecuada desde el punto de
vista humanista.
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128 Segu nda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

El distinguido psicólogo francés Paul Fraisse, decía que la psicología


ya había logrado su método y que ahora tenía que enfrentarse a los
problemas más desafiantes y, uno por uno, resolverlos (1963, pág. 87).
Nuestra idea básica es, más bien, la opuesta. Una psicología concebida
como la que hemos venido describiendo, todavía tiene que descubrir su
propio método y también su estilo propio de praxis investigativa. Exis­
ten, no obstante, algunas señales que marcan el camino por seguir.
En primer lugar, hay un orden lógico que se impone de por sí. Es
necesario que el estudio esté dirigido a problemas importantes, relevan­
tes, de notable significación. Únicamente después se pensará en el mé­
todo apropiado para abordarlos. Es mejor estudiar grandes problemas,
aunque sea con métodos humildes y tentativos, que estudiar con métodos
refinados aspectos triviales del comportamiento humano. Esto implica
juicios de valor; pero los juicios de valor que entran en la selección de
los problemas es algo inevitable en el proceder humano. No se puede
actuar sin algún presupuesto axiológico.
Ciertamente, la esencia de la ciencia no la constituyen los métodos
o procedimientos usados, ni las técnicas o instrumentos, sino la rele­
vancia y solidez de los conocimientos logrados. Sin embargo, un ex­
perimento realizado con un instrumental sofisticado, aunque sea sobre
un tema trivial, insulso e intrascendente, pocas veces es criticado. Casi
toda la crítica en la literatura científica se refiere al método, a la técni­
ca o lógica seguida. No obstante, es evidente que lo que no merece
hacerse no hay por qué hacerlo bien. Será también siempre cierto que
son los fines y las metas que la ciencia persiga los que mejor podrán
dignificar sus métodos. El pensamiento contrario nos haría recordar al
hombre que se pasó la vida limpiando sus anteojos sin jamás usarlos
para ver mejor, del que habla Freud.
En segundo lugar, es necesario que las descripciones psicológicas se
hagan con términos propiamente psicológicos. El uso de una termino­
logía fisicista, como la que tan frecuentemente encontramos, reduce
o desvirtúa el significado de los fenómenos humanos, cuando no los
destruye en su esencia. Ya señalamos, igualmente, la inadecuación de
la matemática estática y atomística, apropiada, más bien, para tratar
realidades cuantitativas que cualitativas. Tampoco son convenientes los
términos filosóficos, que tienen un significado preciso dentro de esa dis­
ciplina. Esto no quiere decir que el psicólogo no tenga una orientación
filosófica, porque, como ya indicamos, todo investigador es a la vez un
metafíisico, y no puede dejar de serlo. Sólo se quiere indicar que donde
le falten a la psicología sus propios términos, deberá acuñarlos y, si usa
otros de otras disciplinas, deberá ser muy consciente de su uso analógico
o metafórico y señalarlo.
C a p . 10. El pro blem a del m étodo 129

Más que cualquier otra cosa, por todas las razones ya expuestas, el
método usado deberá respetar la naturaleza del objeto estudiado. Los
fenómenos psicológicos tienen una estructura propia, constituida por
las vivencias personales del sujeto en su relación única con el mundo
fenoménico. Aislar y tratar de definir variables para después captar su
significado en una estructura psíquica, es comenzar desvirtuando su fun­
ción y sentido. El enfoque pertinente es el estructural: ver y ubicar el
bosque para después poder ver y ubicar los árboles.
Por último -—dentro de este cuadro de premisas básicas— , es nece­
sario tener muy presente la influencia que tiene la presencia del ob­
servador. Oppenheimer dice que hasta en la física esto es decisivo:
Toda intervención para hacer una medición, para estudiar lo que sucede
en el mundo atómico, crea, no obstante todo el orden de este mundo, una
situación nueva, única, no plenamente predecible (cfr. Burgental, 1967, pá­
gina 6).

Ahora bien, las realidades psíquicas son mucho más fluidas, dinámi­
cas y sensibles que los cuerpos físicos. Si el estudioso de la psicología
quiere comprender al hombre, deberá tener esto muy en cuenta; de lo
contrario, no captará lo que hay en la persona, sino lo que él ha puesto
en ella.

RELATIVIDAD DE LAS TÉCNICAS


OPERACIONALISTAS
Una técnica metodológica que merece nuestra atención de manera
particular, por el amplio uso que de ella se ha hecho y se hace en sus
diferentes y más o menos ortodoxas versiones, es la operacionalización.
Las actitudes en pro y en contra de ella llegan fácilmente al extremis­
mo: tanto una idolatría como un total aborrecimiento.
La escuela operacionalista de pensamiento tuvo su inicio en la obra
metodológica del físico P. W. Bridgman, quien expresó sus ideas en
The Logic of Modern Physics (1927). Su idea central es que el signi­
ficado de todo término científico debe ser especificable al indicar una
operación definida de contrastación que proporcione un criterio para
su aplicación. Esos criterios reciben el nombre de “ definiciones operacio-
nales” . El procedimiento operacional invocado por estas definiciones
se debe elegir de tal modo que pueda ser realizado en forma inequí­
voca por cualquier observador competente. Por el contrario, el uso de
términos que no pueden ser concretados en definiciones operacionales,
aunque parezcan intuitivamente claros y familiares, conduce a enuncia­
dos y cuestiones carentes de sentido.
130 Segunda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

Bridgman sostiene que el significado de un término queda total \y


exclusivamente determinado por su definición operacional. El lo cus
classicus de su pensamiento es el siguiente:
El concepto de longitud queda, por lo tanto, establecido cuando se fijan las
operaciones mediante las cuales se mide la longitud: es decir, que el concepto
de longitud envuelve tanto como, y nada más que, el conjunto de operaciones
mediante las cuales se determina la longitud. En general, un concepto cual­
quiera no significa otra cosa que un conjunto de operaciones; el concepto es
sinónimo del correspondiente conjunto de operaciones (pág. 5 ).

Dado que los principios del operacionalismo han sido acogidos en


forma más entusiasta que crítica en el ámbito de algunas orientaciones
psicológicas y educativas, como también en algunas ciencias sociales, nos
vamos a detener en un análisis critico algo detallado de su naturaleza,
consistencia y posibles aplicaciones.
1. En primer lugar, hay que precisar que las llamadas “ definiciones
operacionales” no son definiciones en sentido estricto. La definición,
propiamente hablando, es, como señala Bunge (1975), una corres­
pondencia signo-signo. Es una operación puramente conceptual que
introduce formalmente un nuevo término en algún sistema de signos
(com o el lenguaje de una teoría) y especifica en alguna medida la
significación de ese término. Por otro lado, un signo no puede tener
sentido alguno si no es dentro de un contexto. Ese contexto está for­
mado por los designata de los signos y sus posibles correlatos: todos
juntos son los que dan significación al signo. Ahora bien, puede ser que
el símbolo tenga un correlato no conceptual y se interprete, al menos
parcialmente, por una relación entre signo y correlato; esta relación
sería una “ referición” , en sentido etimológico, pero nunca podría ser
considerada como una “ definición” propiamente tal. El hecho de que
las “ refericiones” operativas no ofrecen más que interpretaciones incom­
pletas, llevó a Camap (1956)' a señalar que una definición operativa
no debe tomarse como una equivalencia plena, sino como un simple
enunciado condicional.
2. Las “ refericiones” ayudan ciertamente en el estadio de contras-
tación de la ciencia y contribuyen a dilucidar conceptos, porque sumi­
nistran una parte de la extensión de los mismos (de algunos, no de
todos). Pero la exageración de su papel y, sobre todo, su confusión con
la definición ha acumulado en una masa indistinta los conceptos de
“ interpretación” , “ comprensión” , “ definición” , “ contrastación” y “ re­
ferición” . Y, más precisamente, cuando el operacionalismo, además
de esto, sostiene que sólo las operaciones de medición pueden suministrar
significación a los términos científicos, cae en los siguientes equívocos:
Cap. 10. El problem a del m étodo 131

a) confusión de determinado (atribución de un valor de medición) con


definido-, b) confusión entre definición (equivalencia entre signos o
entre conceptos) y referición (correspondencia entre signos y sus corre­
latos) ; c) la identificación de referencia con referencia empírica, o sea,
de significación con significación empírica; d) la confusión entre signi­
ficación y contrastabilidad y, por consiguiente, entre semántica y me­
todología (cfr. Bunge, 1975, pág. 171).
3. En tercer lugar, la adhesión estricta a la máxima de Bridgman
no sólo resulta difícil, sino aun imposible. Si “ el concepto es sinónimo
del correspondiente conjunto de operaciones” , tendríamos tantos con­
ceptos “ correctos” , por ejemplo, de longitud, temperatura, etc., como
operaciones mediante las cuales las medimos; habría una longitud “ tác­
til” y una longitud “ óptica” ; habría un concepto diferente de tempe­
ratura, según se use un termómetro de mercurio, imo de alcohol, uno
de gas, uno de resistencia, uno basado en el efecto termoeléctrico o un
piròmetro óptico. Así pues, la máxima operacionalista de Bridgman
“ . . .nos obligaría — según Hempel (1973) — a fomentar una prolife­
ración de conceptos de longitud, de temperatura y de los restantes con­
ceptos científicos, que no sólo sería inmanejable en la práctica, sino
infinita en teoría. Y esto haría fracasar uno de los objetivos fundamen­
tales de la ciencia, a saber: conseguir una explicación simple y siste­
máticamente unificada de los fenómenos empíricos” (pág. 138). Por
otro lado, conviene tener presente que la idolatría de la medida debería
haber llegado a su fin con el descubrimiento y desarrollo de las geome­
trías no euclideas, las cuales mostraron que no podía aplicarse ningún
sistema absoluto de medida al mundo.
4. Otra objeción básica en contra del operacionalismo fue señalada
por Popper (1973), cuando expresó que “ ....puede hacerse ver muy
fácilmente que todas las llamadas definiciones operacionales adolecerán
de circularidad” (pág. 411). Así, hace ver que para definir cosas rela­
tivamente sencillas como, por ejemplo, “ X es soluble en agua” , por
medio de una operación típica de contrastación, habría que afirmar
algo análogo a lo siguiente: “ X es soluble en agua si: a) cuando se
introduce en agua (necesariamente) desaparece, y b ) cuando, una vez
que se ha evaporado el agua, se recupera (necesariamente) una sustan­
cia que, a su vez, es soluble en agua” {ibidem). Algo parecido su­
cede con un concepto aparentemente tan simple como el de longitud.
Popper señala cómo la circularidad de la definición operativa de
longitud se puede advertir teniendo en cuenta los dos hechos siguien­
tes: a) la definición operativa de longitud exige que se apliquen correc­
ciones de temperatura, y A) la definición operativa (corriente) de
temperatura requiere mediciones de longitud {ibidem).
132 Seg u n d a parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

La razón básica de este tipo de circularidad es el hecho de que loS\


experimentos no son nunca concluyentes, ni pueden serlo, pues siempre
nos remiten a una contrastación ulterior; y, lógicamente, es necesario
que esa contrastación sea de otra naturaleza, orden o nivel. Efectiva­
mente, ¿cómo pueden las leyes o las teorías mostrar el carácter inade­
cuado de los mismos criterios operativos, en términos de los cuales ellas
mismas están formuladas? Es necesario salirse del sistema o de sus re­
glas para poder evaluarlo. La constatación de la circularidad del opera­
cionalismo ha llevado a Hempel (1961) — no obstante ser un exponente
de la orientación lógico-positivista del Círculo de Viena— a sostener la
tesis de que las llamadas definiciones operacionales no son más que sim­
ples criterios de aplicación de los términos considerados.
5. El operacionalismo sostiene, como ya vimos, la idea de que di­
ferentes clases de operaciones definen diferentes conceptos, aunque éstos
se designen con el mismo nombre. En el capítulo 8 desarrollamos la
tesis que sostiene que toda operación puede tener dos significados: uno,
cuando es considerada en sí misma, significado per se; y otro, cuando
se considera en relación con el contexto o estructura de que forma parte,
significado funcional o subsidiario. Allí expresamos que, sobre todo en
las acciones humanas, los detalles, observados en sí mismos, carecen de
significado y que, incluso, es imposible observarlos de ese modo, porque
siempre forman parte de una “ fisonomía” o estructura dinámica más
amplia. El operacionalismo desconoce todo este conjunto de realidades.
6. En sexto lugar, el operacionalismo profesa un reduccionismo a
ultranza, cuando pretende explicar en forma completa y exhaustiva los
fenómenos psicológicos en términos y leyes específicos de la biología,
la química y la física. Aquí se plantea la vieja cuestión de la relación
entre la mente y el cuerpo.
La “ definición” reductiva de un término psicológico requeriría la
especificación de las condiciones biológicas o fisicoquímicas que sean,
a la vez, necesarias y suficientes para que se dé la característica, el
estado o proceso mental a que el término se refiere (cfr. Hempel, 1973,
págs. 158-159). Ahora bien, las descripciones “ psicológicas” en térmi­
nos biológicos o fisicoquímicos proporcionan únicamente especificaciones
parciales del significado de las realidades psicológicas, ya que no sólo
no expresan la amplísima riqueza que éstas contienen, como hemos
descrito en el capítulo 4, sino que ni siquiera determinan de hecho las
condiciones necesarias y suficientes de los términos psicológicos.
El examen de la estructura y del contexto, de las circunstancias y
manera en que se presentan, por ejemplo, los fenómenos de la inteli­
gencia, el valor, la malicia, la simpatía, el arrepentimiento o la creativi­
dad, manifiesta, sin lugar a dudas, que su riqueza psicológica queda
C a p . 10. El pro blem a del m étodo 133

ampliamente mutilada cuando se enuncian en términos de un vocabu­


lario exclusivamente operacional. Por lo tanto, parece absolutamente
indispensable el uso de conceptos psicológicos para expresar adecuada­
mente estas realidades.
7. Otra grave dificultad que presenta la doctrina operacionalista
se deriva de su procedimiento de hacer objetivos los hechos inobserva-
bles. La mayoría de los hechos acerca de los cuales sabemos algo no son
observables sino de modo vicario, o sea, que no pueden sino inferirse
a través de la mediación de hechos perceptibles y por medio de hipóte­
sis. De esta manera, lo único que se hace es hacer objetivo un hecho
inobservable, sentando su relación según leyes con algún hecho percepti­
ble (o conjunto de hechos perceptibles) que sirve como indicador del
primero. Ahora bien, esto se hace partiendo del supuesto de que los
hechos observables son concomitantes o efectos de los inobservables. Pero
la afirmación de que efectivamente se cumple esa relación legal entre los
observables y los inobservables es, naturalmente, una pura hipótesis,
aunque, por cierta misteriosa “ razón” , algunos la llaman “ definición
operacional” (cfr. Bunge, 1975, pág. 737).
Si el operacionalista es coherente con su posición “ teórica” , no
puede extenderse más allá de los “ observables” y su correlación. Es de­
cir, debería atenerse al consejo que algunos de ellos dan a sus ayudantes
de investigación: "únicamente vea y observe, no piense?’ . Esto indi­
caría que el formalismo matemático adecuado que provea una correla­
ción es todo lo que se requiere. Por otro lado, si el operacionalista es
honesto en sus creencias, tendrá que renunciar a las ventajas heurísti­
cas que ofrece, como vimos en el capítulo anterior, el uso de los “ mo­
delos” . Pero, en este caso, ¿qué progresos conceptuales haría su ciencia?
En efecto -—como señala Bronowski—• “ toda teoría científica es una
analogía” . Esta es una cuestión para la cual ningún operacionalista
parece tener una respuesta adecuada.
En cuanto al consejo de “ ver y no pensar” , podríamos imaginar
si existe algún otro consejo más ofensivo para un ser racional que trata
de conocer la naturaleza de las cosas, pues, prácticamente, se le pide
que imite al animal, ser “ no pensante” .
8. Además, el operacionalismo traza, de facto, un porvenir muy
oscuro para el desarrollo de la ciencia. Operacionalmente no pueden
definirse muchos conceptos, ni siquiera en el área de la física. Los
físicos señalan que los conceptos, por ejemplo, de cero absoluto de
temperatura, de número cuántico, de fase ondulatoria, de función de es­
tado, de spin de una partícula libre, no denotan operaciones posibles.
Y estas dificultades se acrecientan a medida que nos introducimos en
ciencias menos cuantitativas, como las ciencias biológicas y sociales. Es
134 Segunda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

fácil entrever que los conceptos, por ejemplo, de adaptación, selección


natural, filogénesis, individuo, estado mental, cultura, sociedad, nación y
muchísimos otros, carecen de operaciones que los puedan especificar,
aunque sólo sea parcialmente, en forma adecuada.
Con la actitud y práctica operacionalistas llegaríamos a eliminar
todos los conceptos no observacionales y, por consiguiente — como señala
Eunge— , esta exigencia de referencia operativa daría lugar a una au­
téntica decapitación de la ciencia (cfr. 1975, pág. 180).
Por estas razones, algunos filósofos de la ciencia, como Bar-Hillel,
consideran que el operacionalismo, como en general el positivismo, des­
pués de un aporte benéfico en la segunda y tercera década de este
siglo, ha tenido un efecto sofocador sobre las actividades, especialmente,
de un buen número de psicólogos y sociólogos americanos.

Nosotros, los americanos, estamos especialmente inclinados a ver todas las


dificultades humanas como problemas que sólo tienen soluciones tecnológicas,
en lugar de considerarlos como los dilemas complejos y paradójicos que ge­
neralmente son .. . Parece ya imposible para los científicos sociales america­
nos. . . el resistir la tendencia de trasladar y convertir toda comprensión en
técnica (Farson, 1978, págs. 13-14).

9. Es un hecho innegable que cometemos errores de juicios de per­


cepción. Nuestra experiencia nunca está completamente libre de la
influencia de las expectativas y de las opiniones. En cierta medida ve­
mos lo que estamos dispuestos a ver y dejamos de ver lo que no espe­
ramos ver. Igualmente, la diferente formación previa de cada individuo
le lleva a inferir muy distintas conclusiones ante la misma experiencia.
Así también, toda observación, por muy “ científica” que pretenda ser,
siempre e inevitablemente es una percepción intencionada e ilustrada,
una operación selectiva e interpretativa en la cual las ideas previas
tienen al menos tanto peso como las impresiones sensibles del momento.
Ante esta innegable realidad, nace espontánea una pregunta para
Bridgman y sus seguidores, los operacionalistas: ¿cómo corregimos los
errores de juicios de percepción? ¿Se pueden corregir mediante juicios de
esa misma clase? Si son consecuentes, responderán afirmativamente;
pero entonces retoma la pregunta: ¿cómo corregimos los posibles errores
de juicio cometidos en la segunda percepción? Evidentemente, este ra­
zonamiento estaría reñido con la lógica, porque nos remite a una cadena
in infinitum. Esos errores de juicios de percepción solamente pueden
ser descubiertos mediante una facultad de nivel superior. Y cuando des­
cubrimos estos errores constatamos que existe en nuestro aparato cognos­
citivo un nivel de contrastación que no es empírico ni, menos aún,
operacional, el cual constituye en el ser humano la última instancia de
Cap. 10. El problem a del m étodo 155

validación de éstos y de todos los demás procesos cognoscitivos y está


constituido por su capacidad de visión intelectual o, lo que es lo mismo,
por su intuición.
10. La interpretación operacionalista, especialmente en la versión
que destaca el carácter empírico de la ciencia, ha tendido a oscurecer
los aspectos teóricos y sistemáticos de los conceptos científicos y la fuerte
interdependencia de la formación de los conceptos, así como la for­
mación de las teorías. El alcance empírico, en cuanto reflejado en
criterios claros de aplicación, no es el único desiderátum de los conceptos
científicos, ni tampoco el más importante. Cada vez se ha ido compro­
bando más que los “ datos” por sí mismos no persuaden ni llevan a
ningún científico a la aceptación o rechazo de una teoría, pues la reali­
dad es que siempre operamos dentro de una estructura teórica que nos
lleva a ver los “ datos” de una u otra manera. Por ello, el concepto
de “ evidenciac” ha ido cambiando en todas las orientaciones de la filo­
sofía de la ciencia, del énfasis puesto en su base empírica al énfasis
que se da a su base racional y teórica. En esta línea de pensamiento
se inscribe Hempel (1973) cuando dice:
El hecho de que una hipótesis, tomada aisladamente, no ofrezca posibilidad
de contrastación operacional no proporciona una razón suficiente para recha­
zarla como desprovista de contenido empírico o como carente de sentido cien­
tíficamente. Lo que debemos, más bien, es considerar el enunciado en el
contexto sistemático de las demás leyes e hipótesis en que aquél ha de funcio­
nar y examinar las implicaciones contrastadoras a que puede dar lugar en­
tonces. (Hempel, 1973, pág. 143.)

11. Por último, conviene ver el problema del operacionalismo en


un contexto y marco de referencia mucho más amplio. Visto así, apa­
recerá claro que constituye una tentación frecuentemente repetida en
la historia de muchas áreas de la actividad humana: artística, literaria,
política, religiosa, psicológica, etc. Es la eterna tentación — con dife­
rentes variantes— de querer materializar el espíritu.

Los discípulos de los grandes maestros siempre han querido imitarlos


estudiando y copiando sus acciones concretas, sus técnicas, lo que era
visible y tangible, pensando que así copiarían también el genio que
se escondía dentro de ellos. Pero los genios del arte, de la literatura,
de la política, de la guerra, de la psicoterapia, lo mismo que los maes­
tros religiosos, realizan muchas acciones a las cuales no les dan tanta
importancia. Su genio y su carisma, o su espíritu excepcional, se ex­
presan a través de múltiples y variados actos, según lo aconsejen las
situaciones, las circunstancias o las personas que los rodean. Por esto,
los discípulos que quieren copiar el genio a través de la acción mate-
136 Segunda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

nal, pierden el espíritu y se quedan con la letra. Pero sabemos que lá


letra mata, mientras que el espíritu da vida (2 Cor., 3 :6 ) ; y no deci­
mos esto sólo con sentido metafórico.
Rogers se quejaba de que muchos de sus discípulos, entrenados en
el Practicum de la Universidad de Chicago, sabían y dominaban per­
fectamente las técnicas que él empleaba en psicoterapia y, sin embargo,
fracasaban rotundamente, aun cuando aplicaban meticulosamente todos
los procedimientos como él mismo lo hacía.
Uno de sus discípulos, Fiedler, impresionado por este hecho, hizo
su tesis doctoral sobre él mismo, y estudió las semejanzas y diferencias
que existían entre los terapeutas “ exitosos” y los “ no exitosos” de tres
escuelas terapéuticas: la psicoanalítica, la adleriana y la rogeriana. El
resultado demostró que los terapeutas exitosos de las tres escuelas se ase­
mejaban más entre sí, que con los colegas de la propia escuela que no
tenían éxito. ¿Qué significaba esto? Que las técnicas u operaciones
concretas de cada escuela (que eran diferentes) no jugaban el papel
determinante, y que había “ algo más” que desempeñaba un papel de­
cisivo y que era común a todos los terapeutas exitosos. Este “ algo más”
y diferente de las técnicas, lo llama Rogers “ actitud” y lo describe como
una disposición interna de gran interés, deseo y consagración por ayudar
al “ cliente” . Evidentemente, esta actitud era la que daba vida y efica­
cia a la técnica u operación utilizada. Por esto, el terapeuta que la
tenía era exitoso y el que no, fracasaba.
Cuando se logró esta evidencia, Rogers cambió su práctica en la for­
mación de terapeutas y comenzó a usar el lema actitudes más que
técnicas. Ya San Agustín había señalado esta realidad y la expresó
frecuentemente en sus escritos: ama et fac quod vis. Es decir, él está
seguro que cuando se ama, se podrá hacer cualquier cosa, porque esa
“ cualquier cosa” estará guiada por el amor y, por lo tanto, será buena.
Es claro que la actitud personal o el espíritu con que “ se hacen las
cosas” o “se realizan las operaciones” las impregna de una realidad
invisible, pero auténtica, que desempeña el papel principal, la represen­
tación decisiva.
Examinando un poco más de cerca la práctica operacionalista, po­
demos constatar que su paso indebido consiste en convertir y reducir
una estructura psíquica (donde hay mucho de espíritu) a un grupo de
elementos, que no son todos los que hay en la estructura, ni se captan
en su significado funcional, sino únicamente en el sentido per se, es de­
cir, en su sentido más físico y material. Por consiguiente, es muy lógico
que el operacionalismo sea tildado, a veces, de “ vulgar reduccionismo”
y que, en muchos casos, se le acuse de estar aplicando la práctica des­
cuartizante del “ lecho de Procusto” a los fenómenos psíquicos.
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NECESIDAD E IMPORTANCIA DE LA
EXPERIENCIA INTERNA

En la medida en que en este capítulo y en el anterior hemos seña­


lado las limitaciones y la inadecuación de diferentes prácticas metodo­
lógicas o heurísticas, y puesto énfasis en la importancia de la estructura
psíquica, de las actitudes, de los presupuestos, de lo que es más espiri­
tual en el hombre, etc., damos pie a que se formule la pregunta: ¿cómo
estudiar todo esto en forma objetiva, rigurosa y científica? Desde un
punto de vista externo puede parecer imposible. Si lo fuera, habría
que recurrir a las descripciones personales y subjetivas de las personas
estudiadas. ¿Pero, ¿son estas descripciones fidedignas?
Esta pregunta replantea un problema epistemológico al cual se han
dado dos soluciones: rechazo de todo método de estudio basado en
autoinformes como algo sospechoso e indigno de ser considerado con se­
riedad científica, y aceptación de los mismos para ser estudiados rigurosa
y sistemáticamente como cualquier otra fuente de datos.
Concretamente, el problema que aquí se plantea es el de la verifi­
cación de la experiencia interna, que divide los hechos en “ públicos” y
“ privados” . A primera vista parece claro que los hechos públicos pue­
den ser comprobados por todo el mundo y son, por lo tanto, seguros e
inobjetables. Los privados, en cambio, permanecen en la penumbra,
ya que, siendo personales, no se pueden observar y hay que creerlos sin
tener evidencia de ellos. Si examinamos esta diferencia más detenida­
mente, constataremos que es mucho menos de lo que aparenta o, in­
cluso, desaparece como tal.
McCurdy, entre otros, hace ver que una persona puede hablar en
forma idéntica a un sueño que tuvo, como si se tratara de su ima­
gen en un espejo o de un aeroplano observado en el cielo. Los dolores
de cabeza, pensamientos, sentimientos y planes futuros no son menos ob­
servables para él que las cosas que están fuera de los linderos de su piel.
Aunque no podemos comunicar nuestro conocimiento de los eventos
internos con la misma facilidad y precisión que los objetos expuestos a
la vista de los demás, hay muchas formas de hacerlos públicos: con
palabras, gestos, expresiones faciales, pintura, música, etc. (cfr. Severin,
1973, pág. 289). Efectivamente, el hombre tiene muchos lenguajes para
comunicarse y no siempre el hablado es el más expresivo.
Aun en el uso ordinario del método científico, la verificación pública
presenta problemas epistemológicos cruciales. La confirmación públi­
ca es, en último análisis, una inferencia, una construcción lógica deri­
vada de las experiencias o datos privados. Cuando, en efecto, yo veo
un papel rojo y le pregunto a mi colega de trabajo de qué color es
138 Segu nda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

ese papel y me responde que rojo, yo jamás podré saber si la vivencia'


experiencia! que él ha tenido de ese “ rojo” corresponde a la que yo
tuve. No me queda otro remedio que creer que es la misma o dudar
de que lo sea.
La vida diaria, como la vida científica, están sumergidas en esa bá­
sica “ inseguridad” epistemológica. Son frecuentes los malentendidos y
las discusiones debidos al uso del mismo término para designar reali­
dades experienciales diferentes y, viceversa, la calificación de una misma
realidad con términos diferentes. En las peores circunstancias encontra­
mos que se hace uso de las palabras como si fueran un cajón de sastre
donde cada uno pone aquello que desea. Pero en todo esto hay algo
más que convalida lo que estamos afirmando. Cuando yo invito a un
colega a que observe, sea testigo y confirme mi “ experimento” , realizo
tácitamente varias inferencias y creo plenamente en ellas sin pedir la
verificación ajena. En efecto, aceptar que mi colega es una persona
como yo y que puede tener la misma vivencia experiencial mía, son
claras inferencias. De ninguna manera está demostrado; simplemente
lo acepto.
En conclusión, la diferencia entre hechos públicos y privados no es
algo esencial. Ambos contienen un elemento de experiencia privada y
de inferencia. Por consiguiente, los hechos privados se pueden estudiar
con el mismo rigor y seriedad con que se estudian los públicos, y si con­
denamos los hechos privados como “ muy subjetivos” condenamos, pari
passu, todos los hechos que consideramos como públicos; e, inversamen­
te, si aceptamos bona fide los hechos públicos como buenos, por la
misma razón debemos aceptar la existencia y utilidad de los privados.
La pregunta lógica que debe seguir es la siguiente: ¿cómo podemos
comprender al ser humano en forma eficaz? Anteriormente señala­
mos que la mayoría de los métodos de estudio no han demostrado ser
superiores al sentido común. Quizá esto se debe a que el sentido común,
aun dentro de su aparente simplicidad, camina por una pista más
cónsona y coherente con la realidad psicológica que muchos métodos y
es, por lo tanto, más fértil. En efecto, el sentido común nos guía pre­
ferentemente hacia visiones integrales, holistas y dinámicas, más que a
apreciaciones atomísticas y estáticas; nos lleva, sobre todo, a valorar
el significado funcional de las acciones, más que su sentido per se.
En la mayoría de las áreas donde se solicitan los servicios psicoló­
gicos (educación, orientación, asesoramiento, trabajo social, industria, .
psicoterapia, psiquiatría, etc.), al profesional de la psicología no le son
suficientes los conocimientos relativos a grupos y clases sociales; nece­
sita, más que todo, ser capaz de comprender la personalidad individual.
Por ello, es apropiada aquí la pregunta: ¿Cómo podemos ir más allá
C a p . 10. El problem a del m étodo 139

de lo que nos ofrece el simple sentido común? ¿Cómo podemos com­


prender la estructura neuropsíquica general de una persona y las subes-
tructuras que la integran?
Barker (1965) hace una crítica acerca de cómo la artificialidad del
laboratorio cambia y distorsiona la realidad vivida al observar, recoger
y medir los datos. Por ello, sugiere un estudio psicológico orientado
ecológicamente. Una psicología ecológica sería mucho más fiel a la
realidad estudiada. Aquí hay un paralelismo con lo que están hacien­
do los zoólogos, quienes antes, estudiaban animales cautivos, enjaulados,
aislados de su grupo y alimentados artificialmente; mientras que ahora
tratan de estudiarlos en su medio natural, sin que adviertan la presencia
del investigador y respetando todo el equilibrio ecológico. Evidente­
mente, esta forma es mucho más fiel a la realidad y más eficaz.
Esta instancia sugiere estudiar las personas, individual o colectiva­
mente, en el auténtico contexto concreto en que se desenvuelve su
vida; sugiere estudiar lo que los autores alemanes llaman su Lebens-
weltphanomen.
En la medida en que una persona, con su vida y sus relaciones,
puede ser concebida como un sistema dinámico autorregulado, el enfo­
que ecológico parece ser el más adecuado para estudiar y describir su
auténtica realidad humana.
En segundo lugar, siguiendo el pensamiento de Laing, quien dice
que “ la conducta es una función de la vivencia” , es necesario formular
una psicología desde el punto de vista de la persona estudiada, que es
el verdadero actor. Aquí entra de lleno la orientación y el aporte de la
psicología fenómenológico-existencial. Esta visión dará mucha luz a
la comprensión del significado de cada conducta, es decir, ayudará a cap­
tar su sentido funcional, que es el que importa.
El método del “ observador participante” tiene presente estas pre­
cauciones. En él, el investigador trabaja en el campo y en la situación
de la vida real como testigo o “ sombra” y considera también a la per­
sona estudiada como un informador de sus propias vivencias en la si­
tuación concreta. Este método utiliza, sobre todo, teorías de estructura
holista, como el instrumento guía más adecuado para su trabajo. En
cierto modo, todas estas instancias se concretan en el método dialógico.
En él, ambas personas — el investigador y la persona estudiada— en­
tran en un diálogo cooperativo en el que los dos dan y reciben infor­
mación, lo cual produce una acción continua de retroalimentación que
crea un proceso de cambio en ambos interlocutores. Cuando en este
diálogo se cumplen ciertas condiciones, resulta — a nuestro juicio—- el
método más promisor en la comprensión del ser humano. Por ello,
este método será objeto de un estudio detenido en el último capítulo.
<
Búsqueda
de una
clave
metodológica

LA ESTRUCTURA PSIQUICA BÁSICA

Según lo que expresamos en capítulos anteriores, la vida psíquica de


los seres humanos no es un agregado caótico de elementos incomuni­
cados e independientes, sino que, más bien, éstos forman una estructura
o sistema neuropsíquico organizado y coordinado con fines propios. Del
nivel de verdad de esta tesis se derivaría la siguiente consecuencia meto­
dológica: el conocimiento y comprensión de una persona dependerá
mucho más de un procedimiento perspicaz e inteligente para captar esa
estructura central y personal que da sentido a todo el resto, que de
estudios aislados no bien orientados hacia la comprensión del sistema
como un todo.
Quizá esta perspectiva preocupe a más de un estudioso por la con­
notación subjetiva que puede llevar consigo; sin embargo, la naturaleza
del objeto estudiado así parece requerirlo. Koch hace ver que el cambio
más conspicuo y significativo anunciado por el neo-neoconductismo es
un masivo retorno hacia áreas problemáticas que habían dejado de lado
o reconocido sólo muy superficialmente debido a su “ olor” subjetivista;
pero que (K och) cree que es debido, sobre todo, a una evaluación
enteramente realista de las dificultades para un progreso significativo en
estos problemas por una vía exclusivamente “objetiva” (1974, pág. 19).
Más adelante volveremos a este punto en an contexto más propicio.
Lo importante en esta etapa de nuestra reflexión no es el nivel de
“ objetividad” canónica (lealtad a un método preestablecido), sino el
nivel de adecuación y fidelidad a la naturaleza del objeto de estudio,
que puede exigir la renuncia, incluso, a ese tipo de objetividad. Un buen
nivel de adaptación al objeto debe ayudar a lograr su comprensión; y
la comprensión de una persona consiste — en palabras de Spranger—
142 Segunda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

en un acto complejo y teórico con el cual captamos el nexo interno


significativo de su vida y acciones. Comprender significa penetrar en
su sistema específico de valores cuyas conexiones son de tipo mental.
En este capítulo nos detendremos en la búsqueda de una clave me­
todológica que nos permita captar la estructura más importante y de
mayor nivel en el sistema general de la personalidad. Así podremos
apreciar el papel subsidiario que tienen, con respecto a ella, los otros
subsistemas que forman niveles inferiores.
Michael Polanyi afirma que “ . . . el estudio del hombre debe empe­
zar por una apreciación del hombre en el acto de tomar decisiones
responsables (1966, pág. 55). Ciertamente, la toma de una decisión
responsable muy bien podría considerarse la médula o el corazón de
la vida psíquica, de tal manera que comprenderlo a fondo podría ser
algo análogo a asir un racimo de uvas por el eje central al cual están
unidos todos los grandes gajos que, a su vez, sujetan a otros menores
y éstos a cada una de las uvas.
Tomar una decisión responsable implica, en efecto, ponderar, coor­
dinar y orientar muchas motivaciones, sentimientos, deseos, recuerdos,
pensamientos y conductas hacia una meta determinada. De esta forma,
la comprensión de esa decisión puede revelar el significado funcional de
infinidad de elementos y subestructuras o subsistemas que, de otro modo,
serían incomprensibles.

LA INTENCIONALIDAD

El problema de la decisión — estudiado sobre todo por autores de


lengua alemana (Entscheidungsproblem)— remite a otro de larga tra­
yectoria, discutido especialmente en el campo de la filosofía: la inten­
cionalidad. Quien toma una decisión tiene en mente una meta hacia la
cual tiende. La decisión no es, por lo tanto, más que una hija de la in­
tención. Es, pues, necesario saber lo que es la intención en un ser huma­
no y ver, luego, cómo podemos conocer esas intenciones, sean de otra
persona o de nosotros mismos; también de nosotros mismos, porque,
a veces, no son plenamente conscientes.
De esta manera, conocer las intenciones que persigue una persona
sería una clave metodológica para descifrar y dar sentido a una multi­
tud inmensa, variada y, aparentemente, inconexa o disfrazada de con­
ductas. Sin embargo, no debemos confundir la intencionalidad con las
intenciones concretas. La intencionalidad es la capacidad del hombre
de tener intenciones; es una dimensión que las fundamenta. Detengá­
monos primero en la intencionalidad en sí.
C a p . 11. Búsqueda de una clave m etodológica 143

Aristóteles dijo que “ lo que está dado a los ojos (es decir, lo que
se percibe) es la intención del alma” . Esto quiere decir que la inten­
ción, el interés o deseo con que miramos las cosas tiene tanto poder sobre
nuestros sentidos que acomoda, desvirtúa o transforma esos objetos,
adaptándolos perceptivamente a su perspectiva. La intención con que
examinamos, por ejemplo, una casa (si deseamos adquirirla para vivir
en ella, comprarla para revenderla, pasar en ella un fin de semana o
verla para pintar un cuadro artístico), nos lleva a ver algo muy diferen­
te, y aun las mismas cosas tienen un significado especial en cada caso. Se
impone el significado funcional sobre el significado per se.
El concepto específico de “ intencionalidad” fue introducido en el
pensamiento occidental por los filósofos árabes de España al principio
de la Edad Media, y se convirtió en un punto central del pensamien­
to de esa época. Su idea básica era la aristotélica, aunque Santo T o­
más de Aquino reelaboró y enriqueció el concepto.
Aquí nos interesa, especialmente, el aspecto psicológico de la inten­
cionalidad, y este aspecto lo enfatizaron mucho los filósofos escolásticos
y lo concretaron en un principio famoso: quidquid recipitur ad modum
recipientis recipitur (lo que se recibe, se recibe según la forma del reci­
piente). Psicológicamente, el ser humano moldea el objeto de su per­
cepción de acuerdo con sus características idiosincrásicas. La revolución
kantiana impulsó esta idea aún más. Para Kant, la mente humana es
un participante activo y formativo de lo que ella conoce. La mente
construye su objeto informando la materia amorfa por medio de for­
mas subjetivas o categorías y como si inyectara sus propias leyes a la
materia. El entendimiento es, entonces, de por sí, un constitutivo de
su mundo. Por esto, Kant daba a los filósofos un inteligente consejo:
miren al ojo del observador. Es decir, no tanto el objeto observado en
sí, cuanto la disposición, enfoque e intenciones del observador, porque
ahí encontrarán una buena explicación de lo que dice que ve.
El nombre que está más ligado al concepto de “ intencionalidad” es
el de Franz Brentano. Brentano -—profesor, en la Universidad de Vie-
na, de Freud y Husserl— se interesó en este problema con el fin de
distinguir los fenómenos psíquicos de los no psíquicos o físicos. Fue así
como desarrolló su célebre doctrina de la intencionalidad. Dada la
importancia crucial que tiene la significación que él le atribuye a este
término, reproduciremos literalmente su explicación:

Todo fenómeno psíquico se caracteriza por lo que los escolásticos de la


Edad Media llamaban la «in-existencia» (Inexistenz, existencia en, dentro)
intencional (o, alguna vez, mental) de un objeto y lo que nosotros llamare­
mos, aunque no sin cierta ambigüedad, la referencia (Beiiehung) a un conte­
nido, la dirección (Richtung) hacia un objeto (que en este contexto no se
144 Segu nda parte. U n nuevo p a ra d ig m a en psicología

debe entneder como algo real) o la objetividad inmanente ( inmanente Ge-


genstandlichkeit). Todos contienen algo similar a su objeto, aunque no todos
en la misma forma. En la representación (Vorstellung). algo es represen­
tado; en el juicio algo es reconocido o rechazado; en el amor, algo es amado;
en el odio, odiado; en el deseo, deseado, etc. Esta «in-existencia» intencional
es propia únicamente de los fenómenos psíquicos. Ningún fenómeno físico
presenta algo similar. Y así, podemos definir los fenómenos psíquicos dicien­
do que son aquellos fenómenos que contienen algunos objetos intencionales
en sí mismos (1973, edic. 1924, I, págs. 124-125).

LA CONCIENCIA INTENCIONAL

En cuanto a la conciencia, Brentano también la definía por el hecho


de que tiene alguna intención, apunta hacia algo fuera de sí misma,
hacia algún objeto. La intencionalidad otorga, así, contenidos signifi­
cativos a la conciencia. Todo acto consciente es, por lo tanto, un acto
que tiende hacia un fin, hacia un objetivo, es un volverse de la persona
hacia algo.
Husserl (1962) acepta esta línea de pensamiento, y pone énfasis en
que la conciencia no sólo no puede ser separada de su mundo objetivo,
sino que verdaderamente constituye ese mundo. Por eso, afirma que
“ el significado es una intención del alma” y el acto y la experiencia de
la conciencia misma sería un moldear y remoldear continuo de nuestro
mundo (cfr. May, 1971, pág. 211).
En la práctica terapéutica es, quizá, donde más evidente se hace
esta tesis. Allí se hace patente, sobre todo, cómo el carácter selectivo de
la percepción, la rigidez perceptiva, la apertura a las vivencias y la acti­
vación de la memoria son funciones de la intencionalidad. Es más,
McCleary y Lazarus han demostrado que existe una discriminación sin
representación consciente. Estos autores dicen que éste es un fenómeno
de “ subcepción” , mediante el cual un sujeto es capaz de efectuar dis­
criminaciones a niveles neurológicos inferiores al requerido para una
representación consciente. Esta capacidad explicaría el hecho de que un
sujeto distinga, en un nivel subliminar, el carácter amenazador de una
vivencia determinada y le niegue el acceso a una conciencia plena, o
bien lo distorsione para aceptarlo en la misma (cfr. Rogers y Kinget,
1967, I, pág. 195). A su vez, esto indicaría que en toda persona existe
un centro psíquico, dinámico y coordinador de los demás procesos, que
se autorregula y defiende de todo aquello que considera, prima facie, pe­
ligroso, lo cual, en ciertos momentos, puede estar constituido por sus
mismas percepciones. Por ello filtra esas percepciones según su capaci­
dad presente de resistencia y tolerancia.
Cap. 11. Búsqueda de una clave m etodológica 145

La orientación humanista en psicología considera de mayor rele­


vancia para la comprensión del hombre, el conocimiento de este mundo
interno y su dinámica; no niega que el mundo externo sea una reali­
dad concreta e influyente y con ciertos significados de carácter universal
— aunque sí lo hagan algunos autores— , sino que enfatiza la impor­
tancia de la realidad interna del hombre como estructura clave para su
comprensión como persona. Acepta, por consiguiente, la doctrina de
los idola baconianos (specus, tribus, fori, theatri). Es decir, reconoce los
principales errores en que puede caer el ser humano por derivación,
respectivamente, de su propia naturaleza particular, de la naturaleza
humana en general, de la vida social o de la sugestiva influencia de
grandes personalidades. Y así, el significado último que cada fenómeno
tiene para una persona específica no es fruto únicamente — ni es crea­
do— sólo por su realidad cognoscitiva y conativa, sino que es el resultado
de una interacción dialógica entre estos poderes y la realidad externa.
Es decir — volviendo al concepto de intencionalidad— el hombre se
dirige hacia un objeto porque atrae su interés o significa algo importan­
te para él, pero gran parte de ese significado es algo construido por él
con base en toda su historia personal.
Así pues, el hombre es a la vez un “ receptor” y un “ dador” de sig­
nificados. Estamos aquí en una posición muy alejada de la sostenida
por autores como Skinner, quien afirma que “ una persona no actúa
sobre el mundo, es el mundo el que actúa sobre ella” (1972, pág. 260).
Tendría que explicar este autor, entonces, de dónde ha nacido el pro­
greso y la cultura que hoy gozamos, si no los considera como fruto de
la acción del hombre sobre el mundo.

FUNCIÓN UNIFICADORA DE LA INTENCIÓN

Anteriormente señalamos que para conocer a una persona es nece­


sario descubrir sus intenciones, y que son las intenciones las que unifican
los subsistemas de la personalidad. Analicemos más detenidamente esta
realidad.
En la vida del hombre hay muchas realidades y, si bien es cierto
que algunos aspectos pueden ser estudiados y explicados en términos
de las ciencias naturales, su vida, considerada globalmente, sólo puede
ser comprendida con métodos cónsonos y adecuados a la naturaleza de
la psique. Solamente comprendemos a un hombre cuando su vida y
sus acciones, inteligiblemente relacionadas, constituyen una unidad. La
observación de fragmentos de su conducta nunca nos dará la compren­
sión del individuo. Esta conciencia de unidad nos llevará, en palabras
146 Segunda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

de Spranger, a “ ver los hechos como cargados de significación en rela­


ción con la totalidad” .
La intención es la que unifica y da sentido a cada uno de los hechos.
Si un hecho no está unido a la intención, no tiene significación e, in­
cluso, no lo reconocemos como nuestro. Así, por ejemplo, cuando
cometemos una torpeza y ofendemos a alguien, nos excusamos dicien­
do que “ no fue intencional” . Con esto declaramos que ese acto es algo
ajeno a nosotros mismos y, por lo tanto, no tiene el significado que
tendría si formara parte de nuestra estructura psíquica. Si así fuera, po­
dría constituir una “ ofensa grave” ; en cambio, no pasa de ser un “ leve
descuido” .
Esta distinción también es muy tenida en cuenta en jurisprudencia.
Por eso, cuando se juzga a un delincuente y se comprueba que parte
de su delito ha sido preterintenciond — es decir, no querido, intentado
o buscado expresamente— se le aminora la responsabilidad y, por con­
siguiente, la pena.- Y en teología moral se han distinguido tradicional­
mente las acciones humanas en actus hominis y actus humanus. En el
primer concepto entran los actos realizados, pero no queridos expre­
samente; mientras que el segundo comprende los actos realizados deli­
berada y expresamente. Aunque las leyes civiles siempre responsabilizan
al hombre de todos sus actos y sus consecuencias, la teología moral de­
clara que los actus hominis no son imputables. Por ello, tanto la juris­
prudencia como la teología moral son muy conscientes de que una acción
cambia de significado y, por lo tanto, de naturaleza, según forme parte
del sistema general de la personalidad o sea simplemente algo ajeno, ais­
lado y sin relación alguna con la misma.

LA INTENCIÓN: CLAVE METODOLÓGICA

De aquí nace la importancia de conocer ese sistema de la persona­


lidad, esa estructura neuropsíquica que está dentro del individuo y que
da sentido y significado a cada parte en relación con la totalidad.
“ Tenemos que ver la personalidad del únido modo que puede verse
inteligiblemente, como una red de organización compuesta de sistemas
en el interior de sistemas. Algunos de estos sistemas son de pequeña
magnitud y algo periféricos en relación con la estructura central o del
proprium; otros, de mayor alcance, están situados en el núcleo del edifi­
cio total. Hay sistemas que entran fácilmente en acción, mientras que
otros están como dormidos. Unos son tan conformes con el medio cultu­
ral que pueden considerarse “ comunes” ; otros, son definidamente idio­
sincrásicos. Pero, en último término, la red, en la que intervienen miles
C a p . 11. Búsqueda de una clave m etodológica 147

de millones de células nerviosas, modelada por una herencia única y


por experiencias jamás repetidas, es única” (Allport, 1966, pág. 428).
A esto, nosotros añadimos, que esa red única está sostenida prin­
cipalmente por motivaciones dirigidas a un objetivo.
Como señalamos en el capítulo anterior, este sistema de la persona­
lidad tiene grados variables de orden y desorden; tiene estructura, pero
también tiene falta de ella; tiene función, pero hay también perturba­
ciones de esa función. Podríamos decir, con Murphy, que en todas las
personas, aun normales, hay muchas cosas desligadas y muchos cabos
por atar. Sin embargo, todo esto no impide que la personalidad se
presente en su totalidad con un gran nivel de coherencia y que sea en
realidad un sistema complejo de elementos en interacción mutua y con
fines propios.
Estas fallas de estructura y perturbaciones de la función originaron
la aparición de técnicas de estudio tales como la libre asociación, que es
una técnica para ir más allá de la mera intención consciente, entregarse
al dominio de la intencionalidad y descubrir, así, el significado de las
cosas desconectadas y aparentemente casuales.
Allport llama “ disposiciones personales” a las estructuras psíquicas
de cada persona y da de ellas la siguiente definición:

Una disposición personal es una estructura neuropsíquica generalizada (pe­


culiar del individuo) que posee la capacidad de convertir a muchos estímulos
en funcionalmente equivalentes y de iniciar y guiar formas consistentes (equi­
valentes) de conducta adaptativa y estilística (1966, pág. 443).

Según Allport, alguna disposición personal tiene una influencia que


se observa en cualquier acto; y tal disposición es una disposición cardi­
nal. Por lo tanto, no puede permanecer oculta; el individuo es conoci­
do por ella y puede, incluso, ser famoso por ella. Esta cualidad cardinal
ha sido llamada algunas veces pasión dominante, rasgo principal, sen­
timiento básico, tema de unidad y raíz de una vida (1966, pág. 433).
Puede ser que en algunas personas no haya una sola disposición car­
dinal con dominio y prepotencia sobre todas las demás, sino que existan
varias disposiciones cardinales centrales formando una especie de cons­
telación.
Todo esto nos pone más concretamente sobre la pista que debemos
seguir para conocer y comprender a cada persona. Podríamos decir
que el ser humano siempre está intentando algo. Y para comprender
cualquier comportamiento visible suyo, debemos ponerlo en relación con
la intención y considerarlo como una expresión de ella. La intención se
revela, en general, en la disposición cardinal, y es el foco y la clave que
proporciona una guía a la atención del observador.
148 Segunda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

Identificar, por lo tanto, el sistema único de intenciones, y las


disposiciones cardinales de una persona es poner de relieve lo que verda­
deramente le importa, lo que atrae su interés y tiene significación de­
terminante en su vida; todo esto equivale a identificar su constelación
de valores. Ahora bien, los valores personales son la fuerza dominante
en la vida y toda la actividad de una persona se orienta hacia la reali­
zación de esos valores. Por consiguiente, el foco de la comprensión es
el valor-orientación de la persona, es decir, su filosofía de la vida.
La pregunta lógica, en este momento, es: ¿cómo podemos conocer
esa intención, esas disposiciones cardinales, ese sistema de valores o esa
filosofía de la vida? La respuesta a esta pregunta será el objetivo del
capítulo siguiente.
12 f.
El “ Diálogo”
como
método

BASES FILOSÓFICAS DEL MÉTODO DIALÓGICO

A fines del siglo pasado (1894), Dilthey afirmó, en su obra Ideas


acerca de una psicología descriptiva y analítica, que .si la recons­
trucción de la naturaleza humana general por la psicología quiere ser
algo sano, vivo y fecundo para la inteligencia de la vida, tendrá que
basarse en el método original de la comprensión” (1951, pág. 222).
Dilthey argumentaba que de las ciencias naturales tenemos conoci­
miento y explicación, pero que de las ciencias humanas tenemos com­
prensión e interpretación. Y por comprensión ( Verstehen) entiende
el proceso de captar el significado y la intención, que consiste en una
operación mental; es decir, es una visión intelectual de la labor de la
mente humana o, como también dice en otra parte, “ el descubrimiento
del yo en el tú” .
Las diferentes técnicas propuestas, dentro del ámbito de la orienta­
ción humanista en psicología, tanto en psicoterapia como en asesora-
miento, educación e investigación, condividen la idea básica común de
la participación en la vivencia.
La idea más genial — entre las que fundamentan lo afirmado en
este capítulo— nos viene, paradójicamente, de un hombre que en la
historia de la filosofía está precisamente ubicado en los antípodas de
nuestra orientación: Ludwig Feuerbach. En efecto, Feuerbach es con­
siderado como el fundador del materialismo, y es célebre su aserto de
que “el hombre es lo que come” (der Mensch ist ivas er isst) (Amerio,
1965, pág. 384) .
Sin embargo, Martín Buber considera que la intuición de Feuerbach,
que a continuación señalamos, es un descubrimiento capital y copemi-
cano de consecuencias no previstas ni siquiera por él mismo. “ El hombre
149
150 Segunda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

individual —escribió Feuerbach en El programa de 1843 que precedió


su obra Principios de la filosofía del futuro— no contiene en sí mismo
la esencia del hombre, ya sea en cuanto ser moral o en cuanto ser pen­
sante. La esencia del hombre se halla solamente en la comunidad, en la
unión de hombre y hombre, una unidad que se apoya en la realidad
de la diferencia entre «yo» y «tú»” (Schilpp, 1967, pág. 42).
Quizá, el investigador que más ha explotado esta intuición y más
ha estudiado las consecuencias y aplicaciones que de ella se derivan es el
mismo Buber. La vasta obra y pensamiento de Buber están fundamen­
tados en ella y aquí nos interesa enfatizar sus rasgos más prominentes,
para ofrecer una base filosófica al método del diálogo.
El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre.
Lo que singulariza al mundo humano es, por encima de todo, que en él ocurre
entre ser y ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la natura­
leza. El lenguaje no es más que su signo y su medio; toda obra espiritual ha
sido provocada por ese algo__ Esta esfera.. . la denomino la esfera del “ entre”
(Zwischan). . . Constituye una protocategoría de la realidad hum ana... Lo
esencial no ocurre en uno y otro de los participantes, ni tampoco en un mundo
neutral que abarca a los dos y a todas las demás cosas, sino, en el sentido más
preciso, “ entre” los dos, como si dijéramos en una dimensión a la cual sólo
los dos tienen acceso.. . ; esta realidad nos ofrece el punto de partida desde
el que podemos avanzar, por un lado, hacia una comprensión nueva de la
persona y, por otro, hacia una comprensión nueva de la comunidad. Su objeto
central no lo constituye ni el individuo ni la colectividad, sino el hombre con
el hombre. Ünicamente en la relación viva podremos reconocer inmediata­
mente la esencia peculiar al hom bre.. . Si consideramos el hombre con el
hombre, veremos, siempre, la dualidad dinámica que constituye al ser huma­
no: aquí el que da y ahí el que recibe; aquí la fuerza agresiva y ahí la de­
fensiva; aquí el carácter que investiga y ahí el que ofrece información, y
siempre los dos a una, completándose con la contribución recíproca, ofrecién­
donos, conjuntamente al hombre (Buber, 1974, págs. 146-150).

En síntesis, Buber considera que el hombre se ha perdido en una


anarquía de ideologías, y desea encontrarlo y acercarse a él en su autén­
tica y más genuina realidad. Piensa que esto se consigue estudiando a
fondo la naturaleza de la relación interhumana (Zwischenmenschlich-
keit) y obrando en consecuencia. Para ello centra su filosofía del diálo­
go — que originó la “ psicología del encuentro” y cuyo mejor paradigma
lo hallamos en la relación terapéutica— alrededor de la relación yo-tú.
Esta expresión indica una relación de persona a persona, de sujeto a
sujeto, es decir, una relación de reciprocidad que implica un encuentro.
( Begegnung). Es, por consiguiente, muy diferente de la relación de
persona a cosa, de sujeto a objeto, que envuelve una cierta forma de uti­
lización, dominio o control, aunque se califique sólo como un conoci­
miento “ objetivo” .
C a p . 12. El “ d iá lo g o ” como método 151

Este concepto de “ encuentro yo-tú” , de Buber, es de una fertilidad


heurística sin límites y tiene gran similitud o paralelo con otros filósofos
existenciales, especialmente los de orientación teológica o religiosa. Así,
Marcel llega también a la fórmula yo-y-tú — que en él indica un en­
cuentro genuino— a través de términos como “ intersubjetividad” y
“ comunicación” , y piensa que solamente podemos conocernos a nosotros
mismos partiendo del otro o de los otros.
Igualmente, Fromm hace ver que “ lo que yo soy” y “ lo que tú eres”
solamente se llega a conocer a través de una vivencia mutua, a través de
un conocimiento recíproco de “ lo que nosotros somos” . Y la “ teología
terapéutica” , de Paul Tillich, desarrolla en forma similar el rol ilumi­
nador que se da en todo encuentro y lo aplica a la psicoterapia y a la
“ comunidad de curación” .
Ya Platón había dicho que no hay más acceso al mundo de la “ idea”
que “ hablar por medio de preguntas y respuestas” . Preguntando y
contestando se entiende el “ yo” y el “ tú” , y no sólo se entienden entre
sí, sino que se entienden, además, a sí mismos. Y en la República pun­
tualiza que la verdad es, por naturaleza, la criatura del pensamiento
dialéctico. Piaget nos ha hecho ver cómo desde muy niños comenzamos
este “ diálogo” no sólo con “ el otro” , sino con todo “ lo otro” . Y esta
actividad tiene dos direcciones: la asimilación y la acomodación. La
asimilación es la adaptación del ambiente al individuo; la acomodación
es el proceso contrario, es decir, la adaptación del individuo al ambiente.

EL MÉTODO FENOMENOLÓGICO Y EL
COMPRENSIVO EN EL DIÁLOGO

La naturaleza del diálogo permite — y éste es un punto de máxima


relevancia— ser enriquecido con la aplicación de las principales reglas
del método fenomencflógico. Este método nació como una protesta con­
tra el reduccionismo. Ir “ hacia las cosas mismas” ha sido siempre el
leitmotiv de la investigación fenomenológica. En su prescripción nega­
tiva, este método expresa una oposición radical a la práctica de enfocar
los problemas partiendo de creencias cristalizadas y teorías apoyadas en
una tradición acrítica que, generalmente, perpetúan las concepciones
esclerotizadas y los prejuicios inconscientes. Todo ello con miras a un
retomo al estudio de fenómenos no adulterados.
La orientación positivista ha sido muy dada a aplicar el famoso
rasurador de Occam, cuya praxis se concreta en el proverbial principio:
non sunt multiplicanda entia sine necessitate. Lo grave en el uso de este
principio, en sí maravilloso, ha consistido en la ligereza con la cual se
152 Segu nda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

ha creído en la no existencia de esa necesidad y, así, se ha llegado con


extrema facilidad a abstracciones simplificadas que terminan con un
mínimun de conceptos científicos.
La prescripción positiva del método fenomenológico nos aconseja
que dejemos al fenómeno hablar por sí mismo, observando, analizando
y describiendo todos sus aspectos, detalles y matices precisa y exacta­
mente como aparecen. Es necesario tratar de poner entre paréntesis,
momentáneamente y en la medida de lo posible, toda idea previa para
lograr abordar el fenómeno con mente limpia, fresca, ingenua, inocente
y sensible, y permitir así que sea su “ estructura” la que se imponga en
nuestro conocimiento. Rogers afirma que de su investigación terapéu­
tica se llega a la siguiente conclusión:

El organismo humano, cuando opera libre y no defensivamente, es, quizá,


el mejor instrumento científico en existencia, y es capaz de captar una es­
tructura mucho antes de que la pueda formular conscientemente (1968, pá­
gina 63).

Además de la incorporación de las reglas del método fenomeno­


lógico, el método dialógico, a través del encuentro, permite también
lograr un alto nivel de empatia. Han sido precisamente las deficiencias
de la teoría de la inferencia las que han inducido a muchos autores
(especialmente en Europa) a idear teorías más amplias y adecuadas so­
bre los procesos del conocimiento de las personas.
Lipps introdujo el concepto de Einfühlung (sentir dentro, sentir
como si estuviéramos dentro del otro). Titchener tradujo este término
por empatia, el cual entendemos corrientemente como el proceso por
medio del cual una persona es capaz de colocarse imaginariamente en el
rol y en la situación de otro, con el fin de comprender sus sentimientos,
su punto de vista, sus actitudes y tendencias a actuar en esa situación
dada. Son muchos los factores que influyen en la posibilidad de lograr
un mayor o menor nivel de empatia; pero la estructura del diálogo
puede hacerse tan variada y flexible que permite alcanzarla en un alto
grado y, con ello, hacer posible también una mejor comprensión del
ser humano.
Sin embargo, es indispensable mantener conciencia de los límites
que impone a nuestro “ conocimiento del otro” la naturaleza de las rea­
lidades estudiadas. Es cierto que nuestra comprensión de la persona
ajena da acceso a una vivencia psíquica que no es la nuestra y, a su
vez, esta posibilidad de acceso remite a cierta forma de coexistencia con
el prójimo, pero jamás podremos condividir la esencia de la vivencia de
otra persona y, mucho menos, imaginar que podamos lograr un status
de alter ego, que sería algo similar a la bilocación psíquica.
Cap. 12. El “ d iá lo g o ” com o m étodo 153

La mayor relevancia y significación del diálogo, como método de


conocimiento del otro, estriba, sobre todo, en la naturaleza y calidad
del proceso en que se apoya. A medida que el encuentro avanza, la
estructura de la personalidad del otro va tomando forma en nuestra
mente; comienza por nuestras primeras impresiones, con la observación
de sus movimientos, sigue el oído de su voz, la comunicación no verbal
(que es directa, inmediata, de gran fuerza en la interacción cara a cara
y, frecuentemente, previa a todo control consciente) y toda la infinita
gama de contextos verbales, por medio de los cuales se pueden clarificar
los términos, definir los problemas, orientar hacia una perspectiva, pa­
tentizar los presupuestos, evidenciar la arracionalidad de una proposi­
ción, ofrecer criterios de juicio o suplir los hechos necesarios. El contexto
verbal permite, asimismo, motivar al interlocutor, elevar su nivel de
interés, reconocer sus logros, prevenir una falsificación, reducir los for­
malismos, estimular su memoria, aminorar la confusión o ayudarle a
explorar, reconocer y aceptar sus vivencias inconscientes. Y en cada
una de estas posibles interacciones también se puede decidir la amplitud
o estrechez con que debe plantearse el problema, si una pregunta debe
estructurarse plenamente o dejarse abierta y hasta qué punto es conve­
niente insinuar una solución o respuesta.
Una de las personas que ha dado un ejemplo, en este siglo, en el
uso del método del diálogo — aunque con características, en parte, di­
ferentes a las que aquí señalamos— ha sido Freud. Freud trabajó por
más de 40 años, realizando hasta once análisis diarios, sin más labora­
torio ni aparato que oír y analizar a sus enfermos, tratando de inter­
pretar sus problemas y comprenderlos.
Lo señalado hasta aquí, relacionado con la “ reducción” que propug­
na el método fenomenológico — cuyo valor hemos considerado incues­
tionable y aceptado plenamente— podría poner de relieve un aparente
contrasentido. Sin embargo, no hay tal contradicción; la “ reducción
fenomenológica” aconsejada por Husserl — epoché = prescindir o po­
ner entre paréntesis lo subjetivo, lo teórico y la tradición— no puede ser
nunca total, ni tampoco él deseaba que lo fuera. Es cierto que en el
diálogo hay que tomar todas las precauciones para no proyectar y ver
nuestros presupuestos, hipótesis, teorías y prejuicios. Pero esto no signi­
fica que el investigador no tenga sus valores, creencias y conocimientos,
aun contrarios a los que posee la persona estudiada, y menos aún que
tenga que convertirse en una especie de camaleón psicológico que se
identifique miméticamente con la estructura de la personalidad en es­
tudio.
Los filósofos de la antigüedad sostenían ya el famoso principio in
medio stat virtus. También aquí la verdad se hallará en una sabia
154 S egunda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

combinación del respeto y fidelidad al fenómeno que se nos ofrece


(para captarlo en toda su genuina expresión) y en un rico aporte de
estrategias, técnicas y tácticas que faciliten la comprensión cabal del
mismo. El grado de intuición, perspicacia y habilidad para realizar
esta difícil combinación, determinará el nivel de pericia profesional
en esta ciencia y arte del conocimiento del ser humano como persona.
Sin embargo, hay algo que es todavía más importante que esta pers­
picaz inteligencia de las realidades. Así, Rogers, hablando de la eficacia
en su trabajo terapéutico a lo largo de más de 40 años, dice que “ la
calidad de mi encuentro es más importante a la larga de lo que es mi
conocimiento académico, mi entrenamiento profesional, mi orientación
en el asesoramiento y las técnicas que uso en la entrevista” (1967, pá­
gina 90).
Otra bondad del método dialógico, que lo convierte en una de las
mejores vías, si no la mejor, para conocer al hombre, es su capacidad
de autocorrección y perfectibilidad. A lo largo de todo el proceso, a
medida que el encuentro se realiza, en el dar y recibir continuo y recí­
proco de ambas personas, hay siempre una posibilidad de retroalimen-
tación a nivel psíquico. Esta realidad, bien aprovechada, hace que el
diálogo corrija sus fallas sobre la marcha, incremente sus logros y sea,
en general, un proceso perfectible.
Es esta característica la que más agradables sorpresas trae al profe­
sional de la psicología, pues una relación dialógica como la que venimos
describiendo, fácilmente reubica a cada uno de los elementos impor­
tantes, pone de relieve las razones escondidas que dan sentido a lo que
parece irracional, conduce al descubrimiento de la estructura psíquica
de la persona estudiada y permite programar procesos de recuperación
y autorrealización.

DOS OBJECIONES: EL MÉTODO INTROSPECTIVO


Y LA PERCEPCIÓN SELECTIVA
»
Concluiremos respondiendo a dos objeciones que fácilmente pueden
presentarse en este nivel de nuestra argumentación: una, está en rela­
ción con el método de la introspección y, la otra, centrada en el proble­
ma de la percepción selectiva.
Frecuentemente aparecen estudios que revalorizan el método in-
trospeccionista en psicología y pretenden, a veces, identificarlo con el
fenomenológico (cfr. Pilkington y Glasgow, 1967). Es cierto que este
método tiene aspectos positivos que hay que reconocer y su valor será
perenne; pero una justa evaluación del mismo debe ser completa y
C a p . 12. El “ d iá lo g o ” com o m étodo 155

enfocar a fondo, sobre todo, los puntos neurálgicos del mismo. La clase
de introspección rigurosamente definida y practicada por Titchener es
una de las que ha tenido más adeptos. Para este autor, la introspección
consiste en analizar, a través de una observación disciplinada, los datos
de las vivencias y descomponerlos en sus elementos irreductibles — sen­
saciones, sentimientos e imágenes— y en especificar sus atributos: ca­
lidad, intensidad, extensión, etc.
Sin embargo, aunque la introspección no está muy lejos de la obser­
vación y descripción fenomenológicas, entre ellas hay dos diferencias
cruciales. Ante todo, la introspección parte del presupuesto de que la
vivencia psíquica es reductible a un número finito de elementos y atri­
butos conscientes. Este pre-juicio de ninguna manera es aceptado por
la orientación fenomenológica. En segundo lugar — y esto es mucho
más importante— , el análisis introspectivo relega, si es que no excluye
totalmente, el significado. Su atención está puesta en el sentido per se
de los elementos, que, como señalamos en otra parte, puede ser intras­
cendente. Para la psicología fenomenológica, en cambio, el significado
real y auténtico, ya sea de cada elemento como de la totalidad, es algo
fundamental y central.
La segunda objeción tiene una base muy sólida e incuestionable:
toda persona dirige su atención al mundo exterior o hacia su mundo
privado interno en forma selectiva; esta atención puede estar influen­
ciada por “ mecanismos inconscientes” y, por lo tanto, su percepción será
también selectiva. Si esto es cierto, ¿qué objetividad pueden tener sus
palabras o los informes que haga, en una entrevista, sobre sí misma?
Como anotamos al hablar de la intencionalidad, la percepción selec­
tiva es una realidad innegable de nuestra estructura cognoscitiva y,
podríamos añadir, que constituye el tendón de Aquiles de toda preten­
sión de “ objetividad absoluta” en nuestros conocimientos. Pero de esta
constatación no se deriva la conclusión adoptada por el conductismo y,
en general, por toda orientación positivista: estudiar al ser humano
únicamente mediante la observación externa y negar todo valor a los
informes personales y privados. Ya vimos cómo este procedimiento ma­
terializa al hombre, no permite aferrar el significado de sus acciones y
vuelve incomprensible al ser humano.
Una de las conclusiones más sabias que pueden derivarse de la
realidad de la percepción selectiva es la que dio origen al método feno-
menológico: si no podemos actuar sin presupuestos, sin teorías, sin pre­
juicios, sin actitudes, etc., tratemos de tomar plena conciencia de ellos
para reducir a un mínimo su influencia en nuestro sistema cognoscitivo.
Otra conclusión igualmente inteligente es la adoptada en la terapia
rogeriana. El clima vivencial plenamente auténtico y genuino, la com­
156 S e gu nda parte. Un nuevo p a ra d ig m a en psicología

prensión empática profunda y la aceptación y el aprecio incondicionales


crean una atmósfera cálida acogedora que desvanecen poco a poco las
actitudes defensivas — porque ya no tienen razón de ser— y permiten
un acceso a las vivencias más profundas, volviendo así consciente lo
que antes no lo era, con lo cual se facilita el relato de un informe más
fidedigno y objetivo.

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