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Imaginerías

desde la siesta
poemas · cuentos · relatos

UT
BARÓN CAB
SEN
LÓPEZ NIEL
MARA
ALICE
MIGLIORE S
I DÍAZ
MORANDIN
PELAYES
TIRZA
Imaginerías desde la siesta / Guillermo Barón Cabut ... [et al.] ; coordinación general
de María de las Mercedes Gobbi. - 1a ed. - Mendoza : Fundíbulo Ediciones, 2016.
148 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-26423-6-5

1. Poesía. 2. Cuentos. 3. Relatos. I. Barón Cabut, Guillermo II. Gobbi, María de las
Mercedes, coord.
CDD A860

Diseño y diagramación: Melisa G. Benacot


Imagen de tapa y contratapa: Francisco de Goya, Los Caprichos, dibujo
preparatorio, n.43, “El sueño de la razón produce monstruos” (collage).

© 2016 Guillermo BARÓN CABUT, Nené LÓPEZ NIELSEN, Nora MARA, Marcelo
MIGLIORE SALICE, Alba Rosa MORANDINI DÍAZ, Maricarmen PELAYES, TIRZA.
Algunos derechos reservados.

Este libro se encuentra bajo una Licencia


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DerivadasIgual 2.5 Argentina

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morales del autor.

IMPRESO EN ARGENTINA | PRINTED IN ARGENTINA


A modo de prólogo
>

Existen infinitas maneras de tramar un libro: de pie, en la noche,


con cansancio, mirando caer la lluvia, desde una silla, rápido, en una
plaza, a través de mucho tiempo, con lápiz, en servilletas de café, con
algún teclado…

Este grupo eligió la siesta para hacerlo, a veces mientras corre


el Zonda o la humedad ahoga y se envidia casi hasta la insolencia
a quienes duermen.

Y no lo hizo así porque tiene un espíritu mártir o insensibilidad


a la noche.

Descubrió, en esas horas de la tarde, un refugio de los sonidos di-


sonantes, una página donde  los sabores se concentran y una puerta
que descubría una caverna entreabierta a senderos que se movían a
través de paisajes y, entre la turbulencia y el latido, llegaban hasta la
Imaginería.

Al principio no reconocieron ese Lugar: amplio -demasiado-,


transparente y multicolor al mismo tiempo, cargado de franquezas
y de máscaras.

Se miraron intranquilos cuando, en el centro mismo del paraje


ilimitado, retumbó una voz: “Las cosas no son como ellas creen”.

El desconcierto los impactó y, al deshacer el camino hacia la salida,


los sorprendieron las palabras y palabras y palabras que traían ilu-
minando sus manos.

Esta es la génesis de Imaginerías desde la siesta.

Dicho de otra manera: son siete los escritores que, reunidos a la


hora de la siesta, inauguran su oficio con este libro.

A modo de prólogo •5
ólogo
> A modo de pr

(Estimado Lector, usted puede creer cualquiera de las dos explica-


ciones: las dos son producto de la ficción).

María de las Mercedes Gobbi


Coordinadora del Taller

6• Imaginerías desde la siesta


ntos
> Agradecimie

A nuestras familias
por la paciencia,
por el asombro
y, sobre todo,
por el amor.

Agradecimientos •7
Guillermo BUT
BARÓN CA

uería
d e cidí que q
No sé cu
á n d o i vida por
x p e r ie n cias de m
e encontré
compartir el camino
P e ro e n
escrito. : aprendí
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e r z o en cautiv onde
me e s fu
n lo s le a cor sp
re
. A qu ie
mensajes acerlo.
h e c o n s eguido h
si
discernir
> Iniciación

Había un hueco en la pared de la cueva, menos de la mitad de mi


altura. Un nicho, lo más parecido a que hubieran extraído de ella un
prisma triangular, no más profundo que mis caderas. A mi turno, me
introduje laboriosamente en él, de espaldas sobre la piedra húmeda
y tibia. Las piernas por arriba, flexionadas en un ángulo casi imposi-
ble; no encontré otra forma. Al rato, sentí que mi cabeza se conges-
tionaba. Mi mente buscaba ansiosamente analogías a esa situación y
dije “parezco un feto dentro del útero”. Enseguida recibí una señal y
pude continuar. Me volqué fuera, cayendo de costado y descansé unos
segundos. Continué por el pasaje que fue estrechándose hasta difi-
cultarme respirar, o así me pareció; me atraía cierta luminosidad que
vislumbraba tras una curva al frente. Empujé mi cuerpo esforzándo-
me a través de la estrecha hendidura, con los pies de costado como una
figura egipcia y soliviando mi vientre para poder salir.
Tuve que entrecerrar los ojos, heridos por la luz de la mañana. Es-
taba en el fondo de una zanja profunda. El piso, de lava sin erosionar,
imposibilitaba permanecer erguido; así que por un rato avancé con
dificultad, gateando. Los costados eran de roca rústica, sin mayores
resaltos y en fuerte pendiente. Ni pensar en subir por ellos. “Enton-
ces solo cabe ir hacia delante”, pensé. Percibí que existía vegetación
por arriba, pues podía escuchar sonidos atribuibles a follaje y pája-
ros. Nunca vi a nadie, pero fue lo más parecido al mundo cotidiano
que encontré. A medida que avanzaba, el camino se hacía cada vez
más suave.
Me sentí desolado. Un negro muro de basalto apareció a la luz cam-
biante del atardecer cerrando mi ruta. ¿Podría continuar pese a esa pa-
red? ¿O tendría que deshacer lo andado? Escudriñé hasta el cansancio
entre los recovecos de las rocas. No encontré algo que prometiera se-
guir avanzando, más que una estrecha oquedad que parecía ampliarse
en la oscuridad, debajo de las negras piedras. A poco, aquí afuera se
haría la noche, por lo que decidí arriesgarme.
Me acosté de espaldas y metí primero la cabeza (de costado), luego
el torso y así el resto del cuerpo. Por suerte el piso seguía bajando,
aunque no mucho. El ambiente era caluroso y saturado de humedad y
olores. Probé cambiar de posición y pude acuclillarme. Los olores se
fueron definiendo: materia vegetal en descomposición, hongos, heces

10 • Imaginerías desde la siesta


> Iniciación

de animales pequeños. Transpiraba copiosamente. Sentí en la cara una


tenue corriente de aire y comencé a moverme en esa dirección. Pude
caminar con el cuerpo doblado, con precaución, las manos al frente.
Cada tanto tropezaba y corregía mi rumbo. Me sentaba con frecuencia
para recuperar el aliento. Al rato, empecé a percibir una tenue fosfo-
rescencia, supongo que de algunos hongos. Fui perdiendo la noción
del tiempo y la distancia. Sentía el cansancio y deseaba acostarme a
dormir, pero no me atrevía.
A punto de claudicar, sentí que algo había cambiado. La atmósfera
era un poco más fresca y la distancia del piso al techo aumentó unos
centímetros. Eso me alentó a continuar.
Avancé otro trecho y me detuve. Había alguien allí, una presencia
sosegada. Cuando pasé a su lado fui contenido con suave firmeza.
Hábiles maniobras cubrieron mis ojos con una especie de vendaje.
Ni se me ocurrió negarme.
Una mano me guio desde allí. El ambiente cambió más. Comencé a
subir unos escalones y pude permanecer erguido. De repente estuve
solo y temí perder el equilibrio, pero me recompuse. Sentí un tirón
sobre el turbante y mis ojos fueron invadidos por un alarido de luz.
Comencé a distinguir solo espacio todo a mi alrededor. Una voz po-
tente dijo “abre las alas y empieza a mirar”. Extender los brazos me dio
un poco de estabilidad. La sensación de estar suspendido en el espacio
era negada solo por una suave presión en la planta de los pies. Lejanas
laderas selváticas al frente y a los costados, crudamente iluminadas;
también hacia abajo. El ambiente resplandeciente me impedía soste-
ner la mirada hacia arriba. Era increíble estar allí, bañado en la tibieza
de la luz. Un sonido gutural me sobresaltó. Descubrí sorprendido que
era una exclamación de éxtasis saliendo de mi propia garganta. ¡Dios!
¡Tanta belleza dolía! De pronto, la sombra de una idea se corporizó en
mi mente. Debo volver, pensé. Tengo esposa, hijos; trabajos por hacer.
Una vida por vivir.

Retrocedí un paso, con la mayor cautela. El brillo de la luz bajó


un tono. Otro y otro. A cada paso, el resplandor se fue acercando a la
luminosidad normal. Sentí una enorme sensación de vacío en el bajo
vientre. Había regresado.

Guillermo BARÓN CABUT • 11


> ¿Siberia?

Poco podían ver. Al frente la oscuridad, vislumbrada entre las par-


tículas níveas que el aire les arrojaba con violencia. Aparecían como
un grupo homogéneo, al menos por la indumentaria. Gruesos abri-
gos orlados de pieles; todos encapuchados sobre los pasamontañas y
las antiparras. Avanzaban laboriosamente, inclinados para guardar el
equilibrio, que la fuerza del aire amenazaba. El que conducía se de-
tuvo. Desde fuera había recibido una señal. Se volvió e instruyó a los
que lo seguían. Dos corrieron esforzadamente hacia delante, mientras
los más pequeños se sentaban en el piso con actitud de cansancio. El
movimiento del aire cesó sin transición y las partículas blancas se po-
saron suavemente. Causando expectación general, apareció semides-
nudo el asistente de producción y gritó: “Paren, almorzaremos ahora;
el catering llegó hace media hora y las bebidas se calientan”.

12 • Imaginerías desde la siesta


> Un esquimalmaestra
engaña a una

Ojillos de ranura, acostumbrados a mitigar los destellos y reflejos


de las eternas blancuras. La melena negra y aceitosa ocultaba las ore-
jas y tornaba difícil aventurar su edad. Piel entre amarillo y cetrino,
formando un pronunciado espacio debajo de la nariz, minúscula pero
ancha. En él, un remedo de bigote formado por cuatro pelos largos y
cerdosos. Por debajo se perdían los labios y un mentón casi inexisten-
te. Los pantalones, de piel de foca ajustados al cuerpo, se hundían en
el alto calzado artesanal. Por arriba un chaquetón tipo anorak, de piel
primorosamente curtida, absolutamente impermeable; con bordados
en blanco y naranja, que fueron hermosos antes de quedar sumidos en
la mugre rancia que campeaba por todo el atavío. No descollaba en el
ambiente excepto por su descomunal talla y una especie de garganti-
lla que llevaba al cuello, formada por tres pepitas áureas que inunda-
ban de reflejos la mañana. Deglutía pacíficamente su yantar sentado
en una roca, pobre moblaje de ese espacio público, que los habitantes
del pueblo fronterizo llamaban pomposamente “parque”. Mientras, de
soslayo veía a la mujer que lo observaba ávidamente. Venía siguiéndo-
lo desde el almacén de vituallas en que compró su magro almuerzo.
De edad algo más que mediana, conservaba en su figura un busto ge-
neroso. Caderas y cintura bien diferenciadas, discretamente resaltados
por su modesta vestimenta. Pensaba ella en lo distinta que había resul-
tado su vida de lo que soñaba antes de embarcarse en el puerto de su
ciudad, tan lejana al sur. Encontró muy pocas personas interesadas en
educación, para sí o sus párvulos (casi inexistentes). Hombres y mujeres
solos, todos ansiosos de hacer fortuna y partir rápidamente lo más lejos
posible de ese inhóspito país. La mayoría de los hombres, más o menos
mineros. La mayoría de las mujeres, más o menos prostitutas. Apretó
ansiosamente la botella de alcohol envuelta en papel que escondía entre
sus ropas y salió del escondite, coqueteándole descaradamente.
Tras algunos escarceos, se dejó llevar sin resistencia al cuchitril en
que él había pasado la noche anterior. Las pieles desparramadas por el
piso parecían más hospitalarias que el catre descarnado en que se con-
sumó la parodia de sexo o amor, como se prefiera. Antes, lo provocó a
beber profusamente, mientras ella fingía hacerlo.

Guillermo BARÓN CABUT • 13


> Un esquimalmaestra
engaña a una

Al rato se incorporó. Al principio con cautela; caería un rayo an-


tes de que él despertara. Con su propio cuchillo cortó el tiento que
unía las pepas y las guardó en su corpiño. Rebuscó en la bolsa del
yacente un poco de dinero suelto. Debe haber mucho más, ha vendi-
do muchas pieles; pensó. Siguió revolviendo y se quedó de una pieza
cuando él amagó levantarse, alzando un brazo y mascullando quién
sabe qué cosas. Decidió no tentar su suerte. Recuperó la cautela y
salió evitando ser vista, no fuera que se le ocurriera ir con algún
testigo a denunciarla al Comisario.
Como a los 100 metros encontró entre las casuchas de tablas un re-
coveco desde donde espiarle cuando saliera. Había perdido la noción
del tiempo cuando lo vio asomar. Nada del enojo y urgencia espera-
dos. Cargaba las pieles remanentes como mochila. Se paró en la puer-
ta, se desperezó, bostezó y arrancó cansinamente por la calle hacia las
afueras del pueblo. Ella sintió frío en la base de la espalda. Primero ca-
minando, luego corriendo llegó a la oficina de transa de minerales pre-
sintiendo la socarrona sonrisa que le regaló el dependiente, cuando le
dijo: “Señora ¿conoce usted un mineral al que llaman oro de tontos?”.

14 • Imaginerías desde la siesta


> El cazador

Salgo de la espesura: luz, sombra, luz tenue de luna y estrellas. El olor


dulce de la carne dócil me atrae. Camino silenciosamente entre cercos.
Es un imán irresistible que estimula mis vísceras, que parecen rebelarse.
Cruzo una aguada y de repente lo percibo: acre, amargo. Es el olor
del enemigo. Me ha erizado los pelos del lomo. Las cabras intranquilas
hacen ruidos en el corral. Vacilo. Me detengo alerta. En mí, la dura lu-
cha entre la ansiedad del hambre y el peligro que acecha junto a la co-
mida. Reculo paso a paso, apenas atisbando hacia atrás. De repente, el
ruido estalla a mi derecha, intenso y acuciante; acompañado del olor,
no tan acre ni tan amargo. Sé que pasará. Él me espera a la izquierda y
atrás, para causarme dolor y destruirme. Sin pensarlo, me lanzo hacia
adelante, como un rayo.
Paso entre las chozas del caserío. Algunas mujeres y niños que
en estupor casi ni atinan a moverse me arrojan piedras, causándome
unas pocas magulladuras.
Salgo del poblado al llano. Allí me siento desnudo. Es imperioso
volver a la espesura, hacia la que él me cierra el camino.
Todas las fibras de mi cuerpo me empujan a torcer hacia la izquier-
da, ya que por la derecha siento a los hombres del poblado que avan-
zan en forma desordenada y ruidosa.
Aplico toda mi voluntad y me dirijo temblando en dirección a ellos,
arrastrándome sigilosamente entre los pastos altos. El viento ha cam-
biado y ahora me trae su olor. Pasan unos cuantos como a 10 o 12 pa-
sos, hablando fuerte para infundirse valor. Permanezco inmóvil al ras
del suelo por un rato más.
Por fin, me animo y comienzo a moverme sin hacer ruido. De re-
pente, escucho un grito y casi inmediatamente siento el lanzazo en la
paletilla izquierda. Un rezagado me descubrió.
Arranco a toda velocidad. La lanza se desprende, causándome más
dolor, pero no me impide correr. Siento caer a mi alrededor las lanzas
de los otros, pero ya sin precisión. Él ha logrado su objetivo. Ahora
tiene el rastro de mi sangre para seguir.
Encuentro el camino franco. Él se ha desplazado por la izquierda,
para cerrarme el escape por ese lado. Por fin, me interno en la espe-
sura cuanto puedo, hasta que el dolor y el cansancio me impulsan a
buscar el refugio de la copa de un árbol.

Guillermo BARÓN CABUT • 15


> El cazador

Permanezco allí, dormitando y lamiéndome las mataduras hasta


que la sed, abrasadora, se hace intolerable. Desciendo y busco en la pe-
numbra algún charco que dejaron las últimas lluvias. Bebo lo que pue-
do. La sensación refrescante me sume en una laxitud muscular, que
interrumpe al rato un destello que se posa en la rama donde estuve.
Es él que se ha aproximado siguiendo mi sangre, acercándose con-
tra el viento. La luz baila y finalmente se acerca hacia donde estoy. Me
encandila cuando me encuentro en medio del salto. Atisbo el brusco
giro de su arma; el estruendo y el fogonazo. El impacto de mi cuerpo
lo arroja lejos. Sigo en mi trayectoria y queda bajo mis garras. Muerdo,
desgarro, muerdo. Desgarro su vientre exponiendo sus hediondas vís-
ceras. Podré comer ahora. Además, tendré su crueldad.

16 • Imaginerías desde la siesta


> Calistenia

Calistenia es una rubia membruda y desteñida. Actúa pretendien-


do hacer la suya, mientras con disimulo sigue atentamente el impacto
de sus actitudes en la gente que la rodea. Viste una musculosa de gran-
des sisas, que cubre flojamente su torso desgarbado, de pechos bajitos
y apenas en punta. Por debajo, usa unos flameantes shorts de box de
los ’70, que muestran demasiado las piernas de músculos apelotona-
dos bajo la piel sudorosa. Más abajo los pies, demasiado grandes y de
bajo empeine, calzados con sandalias de trekking.
Pretende una expresión inexpresiva, protagonizada por los deste-
ñidos ojillos celeste-grisáceos, que mal disimulan una odiosa frustra-
ción. Los labios siempre apretados y descoloridos. Aureola el conjunto
por una melena motosa, sin brillo.
Reitera al infinito sus rutinas gimnásticas con aparente calma, di-
simulando su frustración por el desagrado profundo que le causan las
demás mujeres, y por qué no, la mayoría de los hombres.
Sin embargo, Calistenia no es machorra; tiene gustos sexuales bien
definidos y apetitos más que medianos. Le gustan gorditos, pelados, si
es posible, cortos de vista y más bajos que ella. Le encanta aplicarles
juegos de poder, usando atavíos con cuero y tachas. Casi nunca les
permite penetrarla. Logra sus mejores orgasmos mientras encadena-
dos, los castiga con el látigo o la fusta. Cuando se siente gratificada
con la relación, generosamente les permite concluirla llorando con el
rostro hundido entre sus tetitas.
Todo en su existencia está impregnado de profundo desprecio por
la humanidad… bueno, con una excepción; si es que ese engendro pue-
de ser considerado humano.
Lo encontró un atardecer oscuro en que trotaba por el parque. Sur-
gió de entre las sombras de unos matorrales, como salido del Martín
Fierro. Más bien le recordó al negro compañero de Moreira.
Magro, especialmente el rostro debajo de la barba lacia que se con-
fundía con la melena oscura. De porte mediano, bien parado en el me-
dio del sendero sobre sus piernas entreabiertas, calzadas en botas de
potro orladas por el sucio calzoncillo cribado. Daba pena el chiripá
deshilachado, sostenido por la faja y la pobre rastra.
¿De qué baile de disfraces se habrá escapado? Pensó ella y encaró
atrevidamente su carrera en dirección a él, como si el hombre no

Guillermo BARÓN CABUT • 17


> Calistenia

estuviera plantado en el único camino posible. Desechó la última


advertencia que vio en la profundidad de las negras cuencas. Bajó la
vista y continuó.
El planazo, propinado al costado de su cabeza por la vaina del fa-
cón, la sacó dos o tres metros del sendero.
Cuando aturdida se incorporó en el pasto, la invadió la furia al dar-
se cuenta de lo que había pasado. Saltó en su dirección con los puños
en ristre, para rebotar contra el sonoro bofetón propinado con el dor-
so de la mano. Así, cuatro, cinco, seis veces. Ella se movía enardecida
y él respondía con la economía de movimientos de los grandes anima-
les de presa.
Cambió la mirada del hombre y ahí cometió ella su segundo error.
Tras el séptimo bofetón, al caer de espaldas sintió las rodillas que apri-
sionaban sus antebrazos y las botas de potro sobre sus muslos, mien-
tras una mano la sostenía por el cuello. Después, la vaina del facón que
la exploraba en la intimidad de su sexo. En su furia, se sintió desvane-
cer. Para máxima humillación, ni siquiera la había violado, al menos
con su cuerpo. Desapareció como vino.
Calistenia cambió sus rutinas. Sabe que contra él no vale la sober-
bia, armas, gas pimienta o amansa locos. Aunque no lo admite, en un
rincón de su mente desearía encontrarlo otra vez.

18 • Imaginerías desde la siesta


> Invierno

Camina cansinamente. Se detiene y comprueba con la minuciosi-


dad del hábito desde lo inmemorial repetido, la firmeza de cada made-
ro en su sitio en el cerco; en las tranqueras. La verticalidad sostenida
de las pircas que contornean los corrales. No le afecta que mientras
inspecciona y reconoce, la blancura que baja silenciosa cree copetes
en las cosas. No es fantasmal paisaje, más bien blando y peludo. Grato
por cualidad propia o por archiconocido.
Cada tanto se alza en su estatura, de miembros largos y correosos.
Mira satisfecho los animales, gordos y tranquilos en sus cobijos. Un
calor de orgullo le sube al interior. ¡Esa sobrina! Apañándoselas sola
¿Por cuánto? Casi tres meses, durante los cuales se olvidó de ella.
Mientras, en la ciudad, lejos de su terruño, la compañera de su vida
lo dejaba un poco cada día. Se fue con dignidad, en paz; tranquila. Casi
sin sentirlo. Y en él las agudas lanzas del dolor se iban mellando.
Allá quedó. Ella quizás hubiera preferido hundirse en su tierra.
Pero al fin ¿qué importa? cada lugarcito conserva su olor, su huella,
su mirada.
Casi sin pensarlo, se vuelve hacia la casa. Descubre en la galería la
juvenil figura, aguardándolo con el mate humeante entre las manos.
Femenina y fuerte como su tía de la que al fin y al cabo lleva la sangre.
Cuando al fin llega a su lado, las miradas se cruzan al pasarle el
mate con un roce de las manos. Cuánta paz, qué bálsamo y armonía
entran por esas ventanitas, de la joven al corazón del hombre maduro.
Habría que hacer o decir algo, piensa él. O quizás, dejar seguir las
cosas su curso natural.

Guillermo BARÓN CABUT • 19


Dilema nutricional
>

Profundas dudas me asaltan: ¿cómo puede ser “UN HOMBRE PASA


CON UN PAN AL HOMBRO”1?
–Quizás es descomunal, fuera de serie ¿uno de los que usó Jesús,
para alimentar la multitud, junto con peces? Si es así: ¿peces king size,
como ballenas?
–¿O pensó el observador en potencial, viéndole un costal de harina
cargar?
–¿Meramente un panecillo, caprichosamente portado según dice?
–Tal vez el “pasa” es no verbo, sí adjetivo; ¿arrugadito él y sin mo-
verse?
–¿Cómo viste, qué piensa, cómo actúa? ¿Usa perfume al afeitarse
cada día?
–¿Tiene mujer e hijos? ¿Así los alimenta?
–Hacia el sur o hacia el norte: ¿sube o baja?
–Es de noche, llueve y truena ¿o hace un día caluroso?
–El hombro ¿es propio o alquilado?
–¿Cómo sería “un hombro con un pan al hombre”?
–¿La mujer lo engaña, es vieja y fea?
–¿Es ninguna, o las dos cosas?
–¿Alto, bajo, gordo, calvo?
–Su mirar ¿avieso o distraído?
–Es mi doble ¿o tan solo un parecido?

Tanta cogitación me agota. Una siesta, unos mates y el pensar


profundo seguro que rebrota.

1
Referencia al poema de César Vallejo en Poemas humanos.

20 • Imaginerías desde la siesta


> La manzana

Lodo, juncos desbaratados, más lodo. Disgregándose polvoriento


en la atmósfera. Compacto, cuarteado, semisólido; pastoso, chirle. En
él, rodadas de vehículos formando una maraña intrincada ¿Cómo no
perderse? Peor. En algunas encrucijadas, postes con placas; en ellas
siglas y letras que suman confusión al humano corriente. Por ahí, un
cartel de propaganda pregona “desarrollo sustentable”. Nuestro con-
ductor sabe por dónde anda. Se apura. El sol ha bajado unos cuantos
grados hacia el horizonte.
Un rato después detiene el vehículo, desciende rápidamente y
nos invita con la mirada a seguirlo caminando. Avanzamos contor-
neando un borde húmedo, en dirección a unos árboles secos. Parecen
cercanos, pero el terreno pastoso nos chupa el calzado dificultando
cada paso. Más temprano que tarde siento que el corazón da saltos en
mi pecho, pero hay que seguir, no quiero perderme nada que valga
la pena. Ha ido torciendo el rumbo, rodeándolos. Se ha desatado un
aquelarre en los árboles muertos, que han quedado entre el sol bajo y
nosotros. Ahora están llenos de cigüeñas vocingleras.
En segundos ponemos en acción nuestras cámaras, capturando
con especial deleite cada detalle del espectáculo inusual, mejor di-
cho casi inaccesible. Ya más tranquilo, empiezo a elegir las tomas
con mayor cuidado.
En eso, distingo a nuestro guía en el límite de mi campo visual, en
cuclillas y hurgando su mochilita. Totalmente ajeno a nosotros, sos-
tiene en una mano la manzana más tentadora y hermosa que vi en mi
vida. De pronto, me doy cuenta del rato que llevo sin beber, que tengo
mucha sed y lo lejos que ha quedado la camioneta. Veo en su diestra
ese cuchillo mugriento que disfruta usar, hundiendo su filo en la fruta.
Me mira con una sonrisa y extiende la mano en mi dirección, con la
mitad de la manzana. ¡Qué dulce y jugoso placer!
Él se incorpora, mira hacia donde dejamos el vehículo y dice en
voz alta: “últimas tomas, mejor volver ahora, mientras nos queda
un poco de luz”.

Guillermo BARÓN CABUT • 21


iente
> Contrapend

Lo bautizaron así por su fascinación de elegir siempre el camino más


difícil, por lo menos en apariencia. El apelativo le vino de un trabajo
práctico de topografía, en que compartíamos la misma comisión. Había
que trazar el camino de escurrimiento para un jardín hipotético, con
total libertad de procedimiento. Uno de los compañeros había trabajado
en obras y manejaba muy bien uno de los elementos empíricos: la man-
guera. Había en el terreno una de riego. Sacamos un par de tubitos de
vidrio del laboratorio y en un rato teníamos el chivo en el lazo.
Contrapendiente, no. Nos habían dejado en el terreno un nivel óp-
tico y una mira, con una explicación superficial, a todas luces insufi-
ciente para pensar seriamente en usarlo. Él se fascinó con el aparatito
y no cejó hasta que dejó plantadas sus estacas en su desagüe ideal, con
un poco de ayuda que por compañerismo le fuimos dando.
Cuando volvió, el profe se le fue derechito y le pidió que explicara
lo que había hecho. Escuchó con una ceja levantada el discurso. Cuan-
do estaba terminando, lo cortó piadosamente: “…hay algo grueso que
no entendió, pero por lo menos debe ser una sola cosa, por que está
todo exactamente al revés…”. O sea, el agua en el terreno no iba nunca
a escurrir cuesta arriba, en “contrapendiente”.

¿Era mi amigo? Más o menos.


Mediano de estatura, más bien gordito. Tez blanca, cara redonda,
cejas pobladas y usaba anteojos de marco oscuro. Por ahí salíamos jun-
tos: tenía un aire no de intelectual, sino de un tipo que está fatalmente
ocupado en las cosas más dramáticamente importantes de la humani-
dad, que fascinaba a las tipas de entrada. Era cuestión de enganchar
alguna de su entorno en ese lapso, antes de que se opiaran. Entonces,
rajaban como si estuviéramos apestados y era una noche perdida.

Tenía una vida personal mitad pública y mitad críptica. Contaba


que había estado unos años estudiando en La Plata. Se mantenía en-
tonces vendiendo vino en damajuanas (¿hace bastante, no?) Aquí, lo
conocí fabricando muebles (en realidad los armaba) le daba trabajo a
seis carpinteros distintos, que no se conocían entre sí.
Una noche se escapó mientras estudiábamos en su cuchitril. Al
rato lo escuchamos renegar y fuimos a ver. Estaba armando una

22 • Imaginerías desde la siesta


iente
> Contrapend

mesa y sillas, pero tenía dificultades para encastrarlos: ¿No te con-


vendría encargarle un juego completo a cada uno? le dije. Noooo…
me contestó. Cada uno produce piezas que no permiten adivinar su
destino final, ¡sino al rato estarían vendiendo lo mismo que yo, más
barato! ¡Y pensar que él entonces estaba convencido que era un pro-
letario arquetípico!
Por algunos indicios descubrí después que lo de La Plata había ocu-
rrido. Sin embargo su padre, del que nunca habló, siempre lo había
ayudado económicamente.
Se puso de novio con la piba que encarnaba sus sueños. Más bien,
con el padre. A ella la rondó bastante sin éxito y finalmente tomó dis-
tancia. El padre era un mueblero con algunos problemas en su peque-
ña industria. Se arrimó a él, se hicieron socios y se casó con la hija.

Pasó el tiempo.
Al terminar, cada uno siguió su camino. Nunca trabajó en la pro-
fesión, por lo menos nunca lo vi en un cartel de obra. Sin embargo,
no deja de sacarle lustre a la placa y asiste a los actos oficiales de la
matrícula, con aire hastiadamente aburguesado. A los informales, no:
siempre hay alguno que lo saluda ¡Qué hacés, Contrapendiente!

Guillermo BARÓN CABUT • 23


> Bersa

Te envanece que algunos opinen que para alcanzar sus objetivos


deben aplicarte precisión quirúrgica. Sin embargo, para bajarte los de-
cibeles, te cuento que el que te plantó en la escena te describió como
vieja y gastada; casi diría “reventada” en jerga popular. Curiosamente,
ese estado suele generarte profusas efusiones gaseosas, que nadie se
queja que hayas producido.

Un amigo mío recuerda haber tenido con vos un romance adoles-


cente-juvenil. Enamorado de tus elegantes curvas, deseó poseerte lar-
gamente, hasta que una brasilera oscura y con volúmenes obscenos, te
desplazó de sus fantasías.
El que piantaste estaba en el ojo del huracán; de ahí que quieran
escudriñarte, desentrañar tu modo de actuar y reacciones micromé-
tricamente, que en las sombras te utilicen reiterativamente, en todas
las formas y variantes que mentes morbosas pueden concebir. No les
importa arriesgar tu integridad física. Te despojan de tu entidad.
En aras de supuesta justicia, te mantienen escondida aquí o allá,
donde les acomoda; evitan cuidadosamente que trascienda alguna
imagen tuya actual que evidenciaría los vejámenes a que te están so-
metiendo. Los ayuda a cubrirse el estruendoso protagonismo de dis-
tintos intereses, algunos realmente involucrados y otros que buscan
hacerlo, mendigando espacio en los medios de difusión para llevar
agua para su molino.
No te voy a decir “vos te lo buscaste”; así como tampoco “¿por qué
nadie se ocupa de tu historia pasada?”. A esta altura del partido, es más
que evidente que no vas a largar prenda. No vas a alcahuetear nada, te
conste o no. Sos de metal. Yo también. Por eso esta carta es una mani-
festación de simpatía, entre miembros de una comunidad.
Aunque, sin tremendismos machistas debo destacar la drástica efec-
tividad de mi actuación, por nadie cuestionada, sin cientificismos ba-
ratos. Bueno, es cierto; eran otros tiempos. El Turco Mayor había ma-
nifestado que el fulano debía salir del escenario. Como le borré la jeta,
todos piensan que era un perejil. Nadie se preocupó entonces por los
resultados de toda la parafernalia tecnológica; y yo, ni un sí ni un no.

Solidariamente: La Escopeta de Yabrán

24 • Imaginerías desde la siesta


¡En c a so de incendio!
>

…Me la pasó, mejor dicho la dejó en el tablero de mi banco. Una tarjeta


amarillenta, impresa con letra pequeñita. Al contrario de lo que habría
hecho en otro momento, primero miré hacia el frente buscando posicio-
nar al profe. Claro, en un examen hacés cualquier güevada como esta y te
revientan. Lo divisé sentado de costado, junto al escritorio; la mirada en-
falopada y perdida en algún rincón del patio, siguiendo de seguro el orto o
las gomas de alguna de las preceptoras o profesoras más guachas. No había
peligro de momento, así que arrimé la tarjetita hasta que pude leer: “en
caso de incendio, dé vuelta la tarjeta”. ¡Qué loco!. Esperaba ver dibujadas
una garcha y una concha, meta y ponga. Cuando amagué a levantarla, el
Viejo se movió apenas, lo suficiente para alertarme. Hice como que mira-
ba mi examen y después lo espié, detrás del marco de mis lentes. ¡Ufa! en
realidad giraba la sabiola, siguiendo baboso a la guacha. Di vuelta la tarjeta
y leí: “dije en caso de incendio, pelotudo”. Hice algunos hipos tratando de
tragarme la carcajada que me nacía en la barriga.
Dejé la tarjeta sobre el pupitre, frente a mi mano derecha, el dedo
mayor tenso, contenido por el pulgar y miré al frente. Ahora no había
duda, tenía líos en puerta. El Viejo me miraba a mí, mientras con el
dedo me ordenaba ir hacia él.
“No sé que pasa en esta ciudad,
No sé que pasa, no puedo entender,
Estoy a punto de morir de sed…”
La Mona Giménez roncaba a todo volumen. Él no pudo evitar mirar
hacia la ventana. Entonces, mi pulgar soltó al dedo mayor y la tarjeta
salió como chijete. Pasó entre los compañeros de adelante hasta estre-
llarse en la línea baja del pizarrón y tras un corto arco, se estacionó
sobre el borrador, apoyado en el estante de abajo. Me paré con cara
de güevón y fui hasta su lado. Me ordenó con una seña sentarme en
su silla, mientras caminó en dos zancadas hasta mi pupitre. Inspec-
cionó todo cuidadosamente. Sólo encontró mi prolijo examen, hasta
firmado (recién terminaba). Al interrumpirse el ruido de la canción,
me acordé de que había fiesta esa noche en el Club Social y por suerte
estaban probando el sonido. Con un gesto me ordenó volver a mi lugar.
Se llevó la hoja de mi prueba, diciendo entre dientes: “¿Había termina-
do, verdad?”. Miró el reloj y levantando la cabeza graznó: “Se acabó el
tiempo, entreguen y vuelvan a sus bancos”.

Guillermo BARÓN CABUT • 25


incendio!
> ¡En caso de

Tras apurar a los más lentejas, se paró y fue al pizarrón. Agarró


el borrador para limpiarlo de los temas del examen, todavía escritos.
Sintió la tarjeta y la llevó frente a sus ojos. Cuando la dio vuelta y leyó
el dorso, el tiempo se paró. Giró la cabeza y nos abarcó con la mirada.
La tarjeta había recorrido más de medio curso hasta llegar hasta mí,
así que todos teníamos cara de “¿y a mí, por qué me miran?”. No pude
definir su expresión. Guardó la tarjeta en el bolsillo derecho de su
saco, borró y empezó a escribir. “Copien esto, son los temas de inves-
tigación para la próxima”.

26 • Imaginerías desde la siesta


> Acosador…a

Mirá Negro, si a vos te falla la memoria, es problema tuyo. Esas


son las que me pediste. “Garganta profunda” es vieja y me costó un
güevo conseguirla. Tuve que pagarla por anticipado. Las otras, esas
de “Delirios anales I y II” si no las querés ahora no importa, las ten-
go en consignación. Aguantá, Samanta, ya estoy con vos, tengo que
aclarar las cosas con el Américo. Bueno, Negro, tomate el café. Cui-
dado que se vuelca. Mirá, es que la mesa tiene las patas desniveladas,
cambiate a otra o esperá ¡Jaime, un cartoncito para la pata de la mesa
cuatro! Sentate, piba, hacete amiga. ¿Cuál, Samy, la del Chongo de la
telenovela, con el bigotazo y el sombrero aludo?¡Cómo le decís eso
Negro!¡es una señorita! Después le cuenta a la vieja y se las agarra
conmigo ¡qué es eso de invitarla al taller para medirle el aceite! ¡Y
encima, la guacha se mea de la risa! Mirá, nena, todavía no hay copias
buenas, tengo una bastante trucha, doblada en ruso y subtitulada por
computadora. Mejor esperá un par de semanas, que ya van a estar las
buenas. Eeehh qué traés Jaime, yo no te pedí nada, menos una coca
light. Ah bueno, es un desagravio del Américo para la piba… Hacés
bien, Samy, nada de invitaciones al taller; por supuesto, una salida
como corresponde. ¿Vas a agarrar viaje, Negro, con eso que la piba
te pide de bañarte en lavandina y después en agua colonia, para salir
con vos?... ¿Quiere ir con la vieja a la bailanta y vos querés que vaya
yo a hacerte pata? Noooo, hermano ¡por supuesto que me gusta! La
madre de la Samanta todavía está en edad de merecer y se ve bas-
tante bien; pero vos sabés que yo estoy con la Juana hace más de dos
años. Para qué embarrar la cancha. Además, son medio amigas, se sa-
ben encontrar en la feria. ¿T’as segura piba que tu vieja te acompaña
si le encontramos pareja? Y… no se me ocurre quién… ¿por qué no le
preguntan al Jaime? No es tan viejo y facha tiene… ¡Jaime, vení que
tengo un pedido urgente!
Listo, ¿viste qué fácil? Se arregló la salida. Y, en una de esas, pode-
mos ir los seis juntos.

Bueno, Negro, ahora entre nosotros, quedate con las tres y me pa-
gás el resto la semana que viene. ¡Pero que hijunagrán, cómo te zafás
así con la guachita! ¿En serio? no te lo puedo creer. ¿Así que es ella la

Guillermo BARÓN CABUT • 27


> Acosador…a

que te viene avanzando? ¿Se te para en la puerta del taller a mirarte


y te quiebra la cadera? ¿Te pone cara de orto cuando ve salir alguna
yegua que te llevaste a la piecita del fondo? Mirá, como pinta la cosa,
andá despacio y por la vía… No te va a ser tan fácil zafar si después
querés darle el aire.

28 • Imaginerías desde la siesta


entro
> Tras el encu

Felisa se marchó casi enseguida. Elena había omitido hacerle al-


guna referencia al curso de su vida en todos esos años, menos a los
ángulos más oscuros durante la guerra y aún después.
La muerte de sus padres, por estar en el lugar equivocado duran-
te un atentado falangista, la dejó prácticamente a la buena de Dios,
bajo la tutoría laxa de unos tíos por parte de madre que vivían en San
Sebastián. Siete años mayor que Felisa, la adolescente organizó su su-
pervivencia en esos duros años dando comida a viajeros, cada vez más
escasos y a milicianos, cada vez más frecuentes. Sin formación políti-
ca familiar, hasta la tragedia que la dejó en orfandad veían la vida más
bien conservadoramente por su tradición de pequeños terratenientes.
El acontecimiento hizo nacer en ella un odio sordo por los golpistas,
que alcanzó el clímax cuando en las postrimerías del conflicto fue
violada por un grupo de efectivos de una compañía del ejército marro-
quí que ocupó la comarca. Consciente de la peligrosidad de esas tropas
africanas, en cuanto obtuvo el triunfo el Generalísimo, con sagacidad,
los devolvió allende el Mediterráneo, con la excepción de algunos des-
movilizados que se incorporaron al servicio civil, favorecidos por su
credencial de ex combatientes. Entre ellos hubo uno, continuador de
su pesadilla. Por años y años, aparecía tres o cuatro veces por mes en
la fonda, cerca de la hora de cierre. Pedía un guisado o un potaje y se
dedicaba tranquilamente a consumirlo hasta que se marchaba el últi-
mo parroquiano. Entonces, como parte de un ritual, cerraba la puerta
y ponía un cuchillo que extraía de entre sus ropas en el cuello de Elena
y revivía paso a paso el infierno de la violación, que concluía siempre
con un golpe que aplicaba con el revés de su mano sobre la boca de
ella. Permanecían ambos en el más absoluto silencio durante el acto,
que se renovaba puntualmente a la semana o diez días. Mientras sus
cabellos encanecían y sus rostros se cubrían de arrugas pensó un mi-
llar de formas de terminar con el tormento, ya olvidadas cuando hizo
aparición su amiga de la infancia.
Tuvo cuarenta y ocho horas de reflexiones y torbellinos ocupando
su mente acerca de lo que pudo haber sido su vida, ante la muestra
patente de lo que fue la de aquella. Hasta que lo vio entrar otra vez,
con sus facciones morunas y la mirada opaca. Pidió lentejas, que ella
preparó serenamente, con más ají que lo habitual. Lo observó comer

Guillermo BARÓN CABUT • 29


entro
> Tras el encu

con mirada neutral, mientras él esperaba la partida de sus últimos


clientes. Cuando al fin se incorporó, ella no pudo dejar de verle el ros-
tro desencajado y el tono amarillo que había tomado su piel. Él, conti-
nuó con terquedad pese a un traspié, hasta que logró cerrar la puerta.
Cuando se volvió, la miró con expresiones mezcladas de asombro y
odio, antes de derrumbarse. Una sensación de paz y alivio la invadió.
Apagó la luz y al pasar por la cocina tiró en el bote de basura la caja de
veneno para ratas que estaba en el estante, antes de internarse en la
profundidad de su habitación.
Esa noche dormiría en paz. Mañana, sería otro día.

30 • Imaginerías desde la siesta


Nené L SEN
LÓPE Z NIE

os
e s e s c o n didas, grit
Imágen llados,
n t e s de los ca d
imp o t e odernida
e n c ia s de la m rida,
incong r u
e la T ie r ra m e
a lh
lamor d o en
esclava, c y v u e la liberad
e, sa lt a
todo bull , tímidas
a b io s a s algunas
palabras.
R aquí
lu s a s la mayoría…
onc
otras, inc c arlas, sen
tirlas,
e d o to
están. Pu as, libres

. S e van livian
sopla r la s do e.
m
t a r á n a c ompañán
Ya no es as te roza
a lq u iera de ell
S i c u entirme
le te o , h abré de s
con su a a y con
a z c o n m igo mism
en p fiaron.
n mí con
los que e
> El jefe

En un rincón de las paredes con onda, pintadas a fuerza de brocha


y trozos toscos, cuelgan trapos enmarcados. ¿Quién habrá cubierto
con colores estridentes esos cuadros donde aparecen San La Muerte
y el Gauchito Gil?
Hay reunión importante en casa de Juancho. No se puede faltar a la
cita; todos los de la banda debían estar presentes.
Quien siempre fue el mejor y más confiable en su familia y en la
villa alza su voz atronadora. Nunca se discutieron sus decisiones. Hoy
está enfurecido y pasa lista y cargos con rabia e impotencia:
—Pulga: ¿Qué pasó con el afano a la casa de tu hermana? ¿Estás
seguro que fue uno de los nuestros?
—Chinche: ¿Por qué te alzaste con el auto de la maestra del barrio?
¿Qué hiciste con la tele y la compu de la salita?
—Perico: ¿Cómo se te ocurre levantarte a la Karen, si sabés que la
negra es del Cucaracha y que ya tienen un pibe?
—Rengo: ¿Otra vez la fajaste a tu vieja? Si le diste la guita: ¿por qué
se la sacaste a patadas? No me vengas que fue para comprar más
“merca”…
—Jote: ¡Le diste fulero al Roto! Está en el hospital y no sé si zafa
de esta. ¿No pudieron repartir la mosca del distribuidor por partes
iguales?
El liderazgo le pesa a Juancho. Piensa en voz alta:
—¡Ya no me respetan! Le hacen más caso a los negros ocupas de
enfrente por miedo y a los narcos que traen la merca.
Se mueve en su silla de ruedas ante un auditorio vacío. Revisa atro-
pelladamente sus cualidades de jefe, siempre reconocidas y alabadas
por todos: respeto, autoridad, imparcialidad, decisión. No encuentra
la quinta: flexibilidad, imprescindible para los tiempos que corren.
La droga, su antes mejor aliada, ha diezmado su manada. Sus pares
son solo zombies autómatas, sin códigos ni sentimientos.
Su vida se ha transformado en un futuro incierto.
Hoy siente su alma quemada y un deseo de arrancarse la piel a ori-
llas del mar y dejar que el agua se lleve para siempre su gastado traje
humano y su inservible corona.

32 • Imaginerías desde la siesta


>Límbico

¿Dónde estoy, habré estado o estaré?


¿Es ahora, ayer o mañana?

¿Quién soy, habré sido o seré?


Inmóvil o acompasados pasos quietos.

Sin hambre, sin sed, sin dolor.


Solo paz que seca.

Empujando rocas inexistentes,


atrapada o fugada de crueles laberintos.

Viento constante taladrando mi cabeza.

En el límite,
esperando sin esperar.

¿El rostro de Dios que me eleve?


¿O las llamas consumiéndome?

Tal vez succionada por agujeros negros


y lanzada como rayo vertiginoso al vacío.

Quizás rota en estrellas despedazadas,


vagando por el universo indiferente.

Nené LÓPEZ NIELSEN • 33


nte
> Cuadro vivie
Al Asentamiento Alberdi

Casi mediodía y el sol no logra entibiar la mañana.

Cumpliendo con su trabajo, Gabriela recorre las callejas con aguas


malolientes estancadas, sin árboles en sus orillas, ausentes de pájaros.
Casillas numeradas, hechas de cañas, nylon y chapas, apiñadas en sus
costados. De algunas de ellas escapa música cuartetera; en otras se
oyen sermones de emisoras religiosas.
Descubre el número de la dirección buscada pintado en la puerta
de una heladera en desuso que sirve de entrada a la vivienda. Golpea
varias veces las manos hasta que aparece Mary somnolienta, desali-
ñada, con el pelo revuelto, tiritando, con su bebé prendido al pecho.
Reconoce a Gabriela y la atiende en un patio donde leña, despojos de
juguetes, basura y ropa sucia disputan espacios. Allí perros y gatos
duermen acurrucados.
El frío las obliga a guarecerse en el único ambiente existente. Una
ola de vahos indescriptibles invade el apretado lugar. En un rincón un
trozo de carbón de coque encendido intenta dar calor en vano.
La visitante busca dónde apoyarse para escribir. Mary le ofrece un
astillado cajón de verduras vacío, que, solícita, sacude con un maltre-
cho trozo de género, escogido de entre tantos.
Gabriela pregunta por los siete hijos de Mary.
—Acá están, durmiendo —le contesta.
Prosigue:
—Hoy he decido no mandarlos a la escuela porque hace mucho frío.
Gabriela duda: “¿Siete niños, su actual pareja y ella en espacio tan
reducido?”
—¿Cuántas camas tiene Mary?
—¡Ah! ¡No sé! Juntamos algunos restos de colchones y nos echamos
todos los trapos encima.
Gabriela la mira incrédula. Mary levanta con esfuerzo las mantas;
un perro sale escapado de entre ellas.
Aparecen cabezas que lucen rastas naturales de colores indefini-
dos, brazos entrelazados, piernas y cabezas juntas, cuerpos ovillados.

34 • Imaginerías desde la siesta


te
> Cuadro vivien

Imposible descifrar o armar seres completos. Todo un rompecabezas,


componiendo un cuadro humano vivo impactante.
Disimulando su asombro, la profesional pregunta por qué la madre
no había concurrido con su bebé al control programado de niño sano
si se le había otorgado un turno preferencial.
Mary, calma y segura, responde que no se había animado a bañar
al niño en el patio con el agua fría de la manguera y el médico la reta
“fuerte” cuando lleva a los niños sucios. Por eso, cuando no se anima
a lavarlos, tampoco van a la escuela: las maestras se quejan y los com-
pañeros los apartan de sus juegos: “son de la villa”.
Prosigue en voz baja que ella lo siente por la merienda reforza-
da y el almuerzo que les dan en la escuela. Ahora, con suerte, se
despertarán tarde y les preparará fideos o arroz, que le regalaron
en la parroquia.
—¡Me ahorré el desayuno! Se acabaron anoche las tortitas viejas
que pedí en el almacén.
Gabriela le habla de la importancia de concurrir a los controles,
le da consejos de prevención y cuidado de la salud, de higiene, de ali-
mentación, cumplimiento de horarios, asistencia a la escuela.
Siente anacrónico y ridículo su discurso elaborado.
Se despide de Mary y vuelve a las calles chapoteando con dolor
rabioso en el barro fétido de los charcos.

Ha sido arduo y saturado de dudas su primer día de trabajo co-


munitario.
Recuerda cuadros de Dalí, de Picasso. El de “Guernica”, por ejem-
plo, donde trozos de cuerpos aparecen plasmados en la tela represen-
tando los despojos de una guerra.
Siente, calando hondo en su interior, que esas escenas son más
entendibles y aceptables que el mísero cuadro viviente que acaba
de contemplar.

Nené LÓPEZ NIELSEN • 35


> Etapas

Niña de rizos negros, ojos oscuros y saltarines. Todo es juego y


descubrimiento. Su voz es un balbuceo de sorpresa y encanto. Su
corazón brinca alocado.

Joven de cabellos alisados y más claros, ojos enormes eclipsados,


abarcando el entorno con sus curiosas miradas. Escucha los latidos,
fuertes con cada sensación nueva. Comienza a tejer su manto de
parches vivientes.

Mujer de canas intrusas recién nacidas. Ojos de tinte cambiante


que ya no pueden ver todo: necesitan ayuda. Sortea obstáculos, bus-
cando redes para no caer del mundo. Ríe y llora la alegría de estar
viva, mientras la capa crece con penas cosidas.

Mujer gastada. Esconde sus canas con colores a tono con su ánimo
oscilante: castañas, doradas, rojas. Pero, a veces, la arrollan brotando
rabiosas. Ojos nublados que solo perciben nítidos los paisajes lejanos;
los cercanos espantan… Su música interior se aquieta, pero sigue pre-
sente acunando vívidas imágenes interiores.

Desprende su capa y caen al suelo sus pesares, ahora olvidados.

Liviana, en paz, se ha despojado de su traje de tristeza.

Flores invisibles cubren su cabello y arrugas.

Mariposas alocadas la rodean y sobrevuelan cosquilleando todo


su cuerpo.

Suaves sones, cada vez más lentos e intermitentes adormecen


sus sentidos.

Finalmente, se ha quedado dormida….

36 • Imaginerías desde la siesta


> La jaula

Escucha el ruido del motor del auto. Él ya se ha ido, dejando tras de


sí un aroma acre, mezcla de tabaco y perfume caro.
Arrinconada y maltrecha, la cabeza baja, secos sus ojos, agotadas
sus lágrimas.
Exhausta. Pudo, una vez más, resistir. Los niños no despertaron; él
cerró la puerta antes de iniciar su progresiva y nunca acabada obra de
destrucción.
Una jaula. Tal vez no de oro, pero bien construida, donde no falta
nada para la subsistencia y el confort. Ha sentido chispazos en su piso
y ha logrado correrse e intentar nuevos espacios, pero estos también
se electrizaron.
Ha agitado los barrotes que alguna vez logró doblar, pero nunca
romper.
Prohibiciones, burlas, insultos, menosprecios, aislamiento de fa-
miliares y amigos, abandono de su profesión. Cuotas económicas de
dinero y cariño.
Explicó, reclamó, suplicó, gimió, gritó. Nada resultó válido. Solo
pequeños intervalos de quietud, promesas incumplidas, meras ilusio-
nes que se disiparon de forma temprana.
Y otra vez la rueda y la invisible violencia ahogándola.
Todo gira a su alrededor. Se tira en las frías baldosas tensa, vacilan-
te, mirando sin ver su entorno apagado.
Tambaleante se incorpora y choca las paredes blancas con sus
puños aún apretados. Abre sus manos. Tantea los muros, los raspa,
los rasguña lentamente. Trazas de sangre de sus uñas forman figuras
dolientes.
Mansa, se acurruca.
Está domada.
Indiferente, mira la puerta abierta de la jaula.

Nené LÓPEZ NIELSEN • 37


Pajarit a s de papel
>
A mi hermano

Todos sentados ante una mesa redonda y ante ellos papeles mul-
ticolores.
Una reunión más. No encuentra su sentido. Cumple, sin ánimo, las
indicaciones sugeridas.
Sus ahora torpes dedos grandes intentan con un avión elemental;
no sabe si volará. Él lo hizo solo una vez, escondiendo su espanto.
Surge un molinete gigante: demasiado pesado; el viento no lograría
moverlo. Un pájaro tal vez: el elevarse es su diario quehacer.
Fabrica un barco muy simple. Él no conoció el mar. Quizás un pez
azul, sabrá remontar olas calmas o bravías.
Nace ahora un perro, el fiel amigo que obedecía sus órdenes.
Siente fastidio… Cuadrados, rectángulos y pliegues. Avión, moline-
te, barco, pez, perro.

¿Y si prueba crear algo distinto, propio?

Figuras geométricas desconocidas se multiplican como células sin


control. Una araña teje su translúcida tela. Brotan ranas que apenas
logran moverse y que alguna vez observó por dentro. Una lechuza le
guiña el ojo maliciosa. Ahora un guerrero emerge con su poderosa ar-
madura ensayando un avanzar vacilante: tal como él, posee una mano
que asoma vigorosa, pronta para la acción.

Levanta la vista satisfecho y descubre una niña muy pálida y ojero-


sa sentada a su lado que, con manos temblantes y gran esfuerzo, lucha
por convertir un rojo papel en un gran corazón deformado.
Arrima sonriente su silla a la de la pequeña y con la calidez habi-
tual de su profesión, colabora con ella en el logro de su figura.
A espaldas de ambos, abrazándolos, una enorme y siniestra silueta
encapuchada, de papel negro, vigila atenta la escena.

38 • Imaginerías desde la siesta


>Soy

Soy plomoscuro
implacable destructor de días inciertos.

Soy plumairisada
suave al tacto
de los días apacibles.

Soy grismutante
de opacos sonidos.

Soy azultenue
de límpidos sones.

Soy pingüino tambaleante


aguapez improvisado
nadando entre olas embravecidas;
cielave aprendiz
atravesando nubes ligeras.

Nené LÓPEZ NIELSEN • 39


> Roja luna

Analía se descubre en un sitio desconocido y atrapante. Sus pies


se hunden en un suelo acolchonado de móviles franjas multicolores.
Salta atravesando nubes que se deshacen en sus manos.
Atrás, escondida, la observa una roja luna.
Vuela, sin meta alguna, junto a pájaros nocturnos de cabezas gra-
nas fosforescentes. Aromas de flores invisibles saturan sus sentidos.
Prueba frutos rojizos de sabor ignorado. Aparece junto a ella su perro
caniche con sus motas teñidas de escarlata.

—¡¡Mamá!! ¡¡No te preocupes!! ¡Mira cuánta belleza y torbellino de


sensaciones! No siento ni mis manos ni mis piernas; mi cuerpo entero
parece deshecho, sin límites… Solo puedo percibirme viva en un halo
de llama envolvente. ¡¡Estoy feliz en esta nada que es todo!!

Un destello de faroles colgados del techo le obligan a abrir los ojos.


Una mujer, vestida de blanco, está a su lado y la observa callada, mien-
tras extiende su brazo inyectándole un líquido opaco.

He vuelto, estoy aquí nuevamente. Aún siento en la boca el gustillo


picante del té preparado con no sé qué cactus que me sirvió Juancho,
entre mimos, como de costumbre. ¡Siempre tan gentil y presente…!

Me falta el aire. Pido a la mujer desconocida que abra la ventana.


Es de noche y hay luna llena: no está pintada de rojo sangre como la
del otro lado.
Entonces… No es el fin aún… No es el apocalipsis tantas veces
anunciado… ¿Una oportunidad más?

Creo que seguiré intentando hallar a Dios, a pesar de que a Él no le


interesa encontrarme.

40 • Imaginerías desde la siesta


> Cuántica

Evadida del espacio, Cuántica me visita gentil para sorprenderme.


Su cuerpo intangible se refleja en mis ojos incrédulos; el vestido
que la cubre está tejido de luces titilantes que irradian calor. Los bra-
zos son ondas que atrapan mis sentidos. Su rostro, de móviles muecas,
sin contorno definido.
¿Escapó del infinito o está aquí porque decidí que estuviera?
Mis preguntas la atropellan y ella baila al son de ritmos cambiantes
y me responde con vagos monosílabos.
¿Por qué veo un cubo y ella afirma que es una esfera? ¿Por qué
átomos rodeados de negros agujeros llenos?
¿Fui creada o me creo en cada momento?
¿Tengo un destino o yo me construyo día a día?

Me dicen que soy luz y me siento en penumbras.


Proclaman mi energía y siento que desfallezco.
Su mano roza mi piel estremecida y se esfuma.
Siento mis pies bailar incontrolados y toda yo soy un susurro
de vida latiendo.

Nené LÓPEZ NIELSEN • 41


>Batman

Batman decide concurrir a un baile de notables y famosos.


Allí se encuentran, entre otros: Superman, El Hombre Araña,
Asterix y la Mujer Maravilla. Nota que, al verlo llegar, estos cuchi-
chean entre sí. Está casi seguro de que comentan sobre su cuestio-
nada virilidad.
Descubre en un rincón a una bellísima joven de rubios cabellos
y cuerpo impactante. Para resaltar su hombría, la invita a bailar.
En seguida, muy acurrucados asombran danzando al compás de
ritmos variados.
Ya cansados, salen del salón.
Una luna llena ilumina los árboles esqueléticos del bosque cercano.
La mujer, de espaldas, tiembla de frío. Solícito, Batman se despren-
de de su capa-murciélago, envolviéndola con delicadeza. Ella, agrade-
cida, se vuelve hacia él. Aparece su rostro arrugado, pleno de verru-
gas, una nariz prominente y aguda, brillantes ojos saltones y una boca
desmesurada de la que escapa una risa escalofriante.
Frente a un Batman paralizado, corre hacia el bosque, toma su es-
coba escondida tras un tronco grueso y comienza a volar. Vuelve su
cabeza de cabellos emblanquecidos hacia atrás contemplando, soca-
rrona, a su galán desesperado que ha iniciado su persecución. Un ár-
bol inoportuno, con un golpe seco, detiene su marcha, arrancándole
su vestimenta en la caída. Ya, sin tiempo, retoma su escoba quebrada
y vuelve a emprender vuelo.
Allá abajo Batman, todavía desconcertado, sube al batimóvil y
regresa a su cueva.
Entra silencioso: no quiere que nadie se despierte.
¿Podrá explicar a Robin y a su mayordomo que el fantasma de una
bruja semidesnuda le arrebató su capa dejándola, como trofeo, en la
copa de un árbol huesudo?

Abandona todo intento de pensar algo más creíble. Además, los


héroes tienen el privilegio de obviar explicaciones por sus acciones
u omisiones.

42 • Imaginerías desde la siesta


iedra
> Amores de p

La cueva babea. En su interior, en penumbras, las paredes transpi-


ran goterones malolientes.
Gritos, sonidos, balbuceos entre seres imponentes, encorvados,
cubiertos de vello.
Miradas amenazantes, golpes, llantos de crías hambrientas.
Uno de entre tantos escapa del encierro. Mira el cielo donde un
sol recién asomado se cuela entre sus cejas espesas. Calor húme-
do, pegajoso, agobiante. Comienza a caminar. Ruidos conocidos y
dolorosos en sus entrañas. Escucha el sonido del agua a lo lejos y
hacia él se encamina.
Un río lo espera y hunde sus grandes pies gozando el frescor del
agua transparente. Remonta el curso torrentoso, sorteando torpe-
mente trozos de rocas, hasta que el agua vivificante va cubriendo
su cuerpo.
De pronto, siente el impacto de ventosas adhiriéndose a sus
piernas. Su dura piel sangra a través de raspones provocados por
dientes asesinos. Extrañado, descubre a su alrededor seres alarga-
dos, ondulantes, de ojos pequeños y ventanillas que respiran en
sus costados.
Con desesperación toma piedras y los golpea con furia hasta ma-
tarlos. Toma uno de esos gelatinosos desconocidos y lo muerde. Su
sabor lo impacta y comienza a devorarlo. Repite la acción con otros y
descubre que su ardor interno se va calmando.
Sale del agua llevando varios de ellos en sus manos y regresa ha-
cia la cueva. Cuando llega, arroja su carga sobre la paja del suelo
frente a su ocasional compañera, quien lleva prendida en su pecho a
la cría. La mira y, con gestos y sonidos solo para ellos entendibles, le
indica que coma.
Los congéneres a su alrededor, jadeantes y sudorosos, detienen sus
estériles disputas y observan la escena. Intentan, con ímpetu salvaje,
cobrar algunas de las presas. Con fiereza, el conquistador las defiende.
Pero son mayoría y el hambre gana la partida.
Cae la pareja malherida y muere abrazada por siglos. Se convertirá
en el asombro de arqueólogos al hallar en una cueva restos óseos de un
hombre y una mujer con brazos y piernas entrelazados.

Nené LÓPEZ NIELSEN • 43


edra
> Amores de pi

Allá, en el río distante, una lamprea hembra, fijada con sus ven-
tosas en las piedras del fondo, desova en el nido rocoso mientras el
macho permanece, protector, enroscado en ella. Cumplida la misión,
ambos mueren enlazados.

Amores primitivos, irracionales, inimaginables. Amores de piedra.

44 • Imaginerías desde la siesta


> Luchas

Aniquila con certeros rayos a los habitantes del pequeño asteroide


que intentan escapar sin resultado. Siente satisfacción con cada esta-
llido de luces y estruendos.

La madre está muy cansada con su trabajo full-time, no tiene


tiempo para ayudarlo en sus tareas. Hoy olvidó firmar la citación del
colegio por sus problemas de conducta.

Se atreve con enemigos de un planeta con guerreros de equipos


sofisticados. Debe ser rápido, el tiempo corre. Logra eliminar algunos,
los sobrevivientes atacan su nave. Intenta esquivarlos y solo a veces
lo consigue.

El padre, una vez más no fue a buscarlo el fin de semana, a pesar de


lo pactado. Tampoco le avisó que no iría. Es probable que haya salido
con su nueva pareja.

Su mano está cansada de manipular controles, el tiempo se extingue.

No quiere volver al silencio de su casa. Busca en sus bolsillos y en-


cuentra dinero para otro juego y con alegría comprueba que le alcanza
para un sobrecito del polvo que lo hace volar y que podrá comprar en
el kiosquito de siempre.

Ahora logrará matar, un rato más, un presente que lo sorprende


desarmado.

Nené LÓPEZ NIELSEN • 45


nco
> Mujer de bla

Un niño sostiene un diminuto pájaro en el hueco de sus manos


mientras su padre limpia la jaula.
—¡Tiene frías las plumas!
Lo aprieta para darle calor. Abre sus manos y el ave cae muerta en
el suelo otoñado.
El llanto del pequeño aleja a una mujer vestida de blanco, ceñida su
cabeza con una corona de flores y con un cordero a su lado.

Una niña casi mujer mira día tras día a través de los vidrios su mu-
ñeca de carne.
—¿Por qué no me dejan tenerla en los brazos si es M-Í-A porque yo
la tuve en la panza?
Con asombro hoy descubre que ya no está y pide con gritos desga-
rrantes su vieja muñeca de trapo.
La mujer le suelta la mano y parte triste con su fiel cordero.

Pueblo humeante, eco de bombas lejanas, casas derrumbadas, mu-


jeres y niños tendidos en el suelo duermen el último sueño sobre la
tierra ennegrecida.
La silueta de la mujer escapa espantada entre los escombros, con su
vestido salpicado de rojo.

Su cordero ya no la sigue.
Uno más entre tantos muertos inocentes….

46 • Imaginerías desde la siesta


Z apatos sentenciados
>

Un par de zapatos stilettos, color piel, conversan en la vidriera de


una Zapatería.
—¡Mirá cómo esta señora distinguida nos contempla interesada!
—Seguro que aprecia nuestra elegancia.
La mencionada dama, vestida con ropas donde resaltan detalles
brillantes, ingresa al comercio y compra zapatillas de tela negra, muy
cómodas, que descubrió en la vidriera vecina.
—¡Oh! Ahora sí. Esta jovencita es seguro que nos lleva para alguna
celebración memorable.
—¡Claro! Sus 15 años tal vez…
A pesar de ambas, la joven adquiere zapatillas, color fucsia, con
tacos anchos, sembradas de tachas.
—Bueno, esta vez es seguro. Esta dama tan refinada, nos contempla
embelesada.
—Debe tener alguna fiesta de lujo.
La aludida, acompañada de un niño, sale del negocio, portando za-
patillas de plástico, con Mickey y Minnie sonrientes estampados en su
superficie y su hijo saltando victorioso por su elección.
—¡Por fin! ¡Ahora un hombre admirándonos!
—¡Seríamos un regalo de lujo para su novia! Además, él quedaría
muy bien con ella.
El joven sale del local estrenando unas fluorescentes zapatillas
deportivas de color verde.
—Es inútil. Analicemos. Estamos en la época de la rapidez y la
comodidad.
—Sí. La moda de lo “Casual”, apto y útil para toda ocasión.
—Me asombra que en las fiestas de 15 los zapatos terminen bajo
la mesa, cubiertos de restos de comida y bebida, mientras sus dueñas
bailan descalzas.
—¿Y te fijaste en algunos casamientos? ¡Los hombres con smoking
y con zapatillas!
—¿Y los jugadores del Mundial calzados con zapatillas una de
cada color?
—¿Y qué te parece nuestra suerte? Solo nos usan los grandes di-
señadores para desfiles de modas o grandes eventos, después nos
devuelven. ¡Servimos como propaganda!

Nené LÓPEZ NIELSEN • 47


enciados
> Zapatos sent

—¡No te angusties! Nacimos para la realeza y gente importante.


—Sí. ¡Pero en el ranking de preferencias, los zapatos con tacos,
estamos en el 8° de 10 lugares!
—¡¡Me parece que nuestra era sentenció a muerte a los zapatos!!

Los stilettos miran nostálgicos a sus compañeros de vidriera,


mientras baja lentamente la persiana, sin ninguna venta.

48 • Imaginerías desde la siesta


> Presiones

Peso agobiante, tuerzo mi eje para sostenerme.


Harto de escribir artículos impuestos.
No soporto el llanto de mis pacientes.

Lágrimas de hielo se desprenden de mi cuerpo mezclándose con


aguas de mares contaminados.
Obligado a concurrir a eventos políticos, culturales y religiosos irrele-
vantes. Demasiada gente que promete y engaña, perros que ladran al vacío.
Soledad acompañada. Buscamos un hijo como intento de salvataje
de nuestro quiebre, encontramos un cáncer.

Antes me rodeaba un límpido infinito poblado de estrellas y pla-


netas compañeros, ahora chatarra esparcida que atrapo y lanzo con
rabia a mi falda.
Olla a presión: silbo y silbo para no explotar, pero no puedo volcar por
escrito mis estériles resoplidos.
Mi perra ladra lastimera: ¿presiente mi partida? ¡Quiero bailar!
Las discos con música estridente me espantan. ¿Será que debo acos-
tumbrarme al silencio eterno?

Devastadora suciedad en mi superficie. Nadie me limpia ni se


preocupa. Chorreo basura.
Tiempos modernos: incontables utopías que esconden la desesperanza
de una realidad que aplasta.
¡Basta! ¡Aún estoy viva! No quiero pensar en el final. Sé que un
día bastará para irme y el resto son otros días para gozarlos intensos.

Arde mi interior y estalla mi boca de fuego; montañas, mares y


suelos se estremecen. ¡Aún estoy viva!
No me gusta que no me guste no poder gritar lo que pienso y siento.
Ladraré aún más fuerte. ¡Aún es tiempo de verdades ahogadas!
¡No más presiones!

Nené LÓPEZ NIELSEN • 49


> Bella

Y… sí… tendría que volver a la dieta, pero: ¿cuál? Ya probé la de la


nutricionista, la de la luna, la de la manzana. Lo que logré fue que mi
cuerpo se inflara y pinchara, en forma alternada, dejándome las arru-
gas como recuerdo después de cada abandono.
Por momentos me vi bella. Pero Juan no me registró.

¿Y mi piel? Quedó tostada y eso sí: ¡encremada y brillante para


esconder los efectos acartonados de los soles artificiales de la
cama solar!
Parecía sirena del Caribe. Lucas siguió indiferente ante mis insi-
nuaciones.

¿De nuevo el gimnasio? Solo obtuve músculos y cansancio, pero los


rollos siguieron en su lugar.
Además allí los hombres me miraban, pero se burlaban entre ellos
de mis encantos.

Con el bruto de los masajes reductores no vuelvo. Creí que las


siliconas pechugonas me explotaban por las posiciones en que me
colocaba.
Andrés ni la hora me daba.

¡¡¡Bueh!!! ¡Hoy estoy fatal! Entre el botox que me hace caer los
labios carnosos y escapar las palabras y estos puntos de la cirugía es-
tética reciente, con hilos ¿invisibles? estirándome el rostro, me veo
como una araña que tiende redes con su tela atrapando, atrapando,
¿atrapando qué?
No logré nada tampoco con los de la oficina.

¡Y para colmo tendré que lucir siempre esta peluca roja con flequi-
llo pegada a la cara para esconder las estiradas!
¡Y este ungüento de la resurrección que no llega! Dicen que está
hecho con una planta que sobrevive en el desierto y renace cuando le
echan agua en cualquier sitio del planeta.
Ya no me animo con la extracción de las costillas flotantes para
lucir una cintura más pronunciada….

50 • Imaginerías desde la siesta


> Bella

Me pregunto:
¿Qué más tendría que intentar para que los hombres, amos del uni-
verso, tan ciegos y huecos, me VEAN?
¿En qué lugar de mi mundo estará EL HOMBRE que valore mi
belleza y me quiera a su lado?
El tiempo corre. No quiero que me gane la partida (ya me está
ganando…)

¡Ay! ¡Me tiran los puntos! No puedo reírme de mí misma (¡¡¡qué


pena!!!) y tampoco llorar (¡¡¡qué alegría!!!)

Nené LÓPEZ NIELSEN • 51


Parque de diversiones
>
A Sofía

Abandonada sobre la cama. Afuera llueve, siento frío y me cubro


con pesadas mantas. Únicamente asoman mis ojos cansados, con un
techo como pantalla.
Trepada en la montaña rusa subo con esfuerzo, lentamente, para
luego caer en picada vertiginosa.
El ascensor me espera. Se eleva mientras en él se proyectan imá-
genes y sonidos agradables. De pronto, oscuridad y silencio. Se des-
prende y se derrumba sin frenos; ventanas iluminadas pasan fugaces
ante mi mirada aterrada. Frena bruscamente en el último instante, se
encienden las luces y comienza de nuevo la rutina.
Pruebo con el martillo. Solo dos asientos. Péndulo oscilante y pla-
centero. De pronto toma velocidad hasta alcanzar el giro completo. Me
marea y aturde. Comienza a aquietarse hasta detenerse.
Estoy ahora en el Tren del terror. Fantasmas digitalizados traspasan
mi cuerpo. Me tocan arañas con sus frías telas y murciélagos atropella-
dores me rozan impertinentes. Aparecen muertos conocidos y otros no
tanto. ¿Y si pruebo sacarme los lentes 3D? ¡Quizás desaparezcan!
Opto por los autitos chocadores. Puedo avanzar, retroceder y dete-
nerme cuando lo desee. Tal vez logre con ellos evitar choques o ir al
encuentro de otros más amigables.
Elijo el sambódromo. Su fuerza centrífuga me inmoviliza, pero me
sostiene contra sus paredes seguras. Tiene además el encanto de un
movimiento propio y una música envolvente que zarandea mi alma.

Fantaseo:
- La montaña rusa, el ascensor: mi vida.
- El martillo: mis parejas.
- El Tren del terror y los autos chocadores: mis vínculos con el mundo.
- El sambódromo: mi opción o deseo de vida.

Debería abrir los ojos. No quiero. El parque de diversiones se


esfumaría y con él su magia reparadora.

52 • Imaginerías desde la siesta


Nora
MARA

rta los
me despie
Camino: e hablo.
o s , sueño, m
s e n t id nvuelve,
e l a ir e que me e
Junt o uevo,
a s lo c as, algo n
suelto id e ribo.
. L o a t r a po, lo esc
o
alternativ centra
la pa labra: con
Me ayu d a ágenes.
t id o s , lu gares, im
vidas, sen y reír,
u e v e , h ace llorar
Conm se
iempo, e
. R e tiene el t
en s e ñ a e u no
n o
s c a b u lle aunqu
que se e quede.
. L o g r a que algo
lo quiera
escritas…
Palabras
inando…
Sigo cam
> Almafuerte
Mi padre me hablaba muy seguido de Almafuerte. Alguna vez leí
sus Siete Sonetos, pero siempre tengo en la memoria aquel que en una
parte dice: “No te sientas vencido, ni aún vencido…”
En las horas del amanecer de este día los misterios de la mente me
despiertan con la imagen del escritor y la tarea que merodea…
Vivía en un primer piso, sobre una avenida del barrio Saavedra.
Las calles eran empedradas, había en el medio un bulevar angosto que
contenía unas farolas altas, finas, de hierro negro. Los sombreretes
que las protegían dejaban escapar una luz mortecina. El viento los mo-
vía y producían un efecto acompasado de luz y sombra.
En las noches de invierno y lluvia, la más cercana a mi ventana, ilu-
minaba un sector que permitía ver la intensidad de las gotas que caían
sobre el adoquín y me quedaba largo rato mirando ese fenómeno.
Cruzando la calle estaba el triángulo de la plazoleta. En ella convergían
varias calles en diagonal. Ese encuentro evitaba un punto muerto y lo con-
vertía en un espacio verde que los chicos aprovechaban para jugar.
Pasado el tiempo, ya adolescente, me hice amiga de una vecina ma-
yor que yo. Vivía del otro lado de la plazoleta, en un 6º piso. Tenía un
gran balcón con plantas. Un día me contó que había germinado en una
de sus macetas una planta que al crecer, rompió el recipiente. Tuvo la
idea de trasplantarla a la plaza. El resultado fue un bellísimo árbol de
copa redondeada, extremadamente tupido. Bastaba mirarlo para saber
en qué estación del año uno vivía. Así en verano estaba lleno de flores,
en otoño amarillo todo, en invierno quedaba desnudo, en primavera
florecía fuerte y hermoso. Estaba enamorada de él: esa era mi sensa-
ción. Mi mirada lo acariciaba y cuidaba.
Un tiempo después — calculo durante el gobierno de Illia — hubo otra
brillante idea: ¡pusieron un busto de Almafuerte! Esa fue otra sorpresa:
¡justo él, escritor que tanto me gustaba! ¡Qué alegría sentí! Fue un mo-
mento feliz. Ahora no solo tenía mi árbol, sino también a mi poeta.
Me mudé. Pasaron los años. En una ocasión visité mi barrio, el de-
partamento de mi infancia y la plazoleta. Vi con gran dolor el busto
descabezado de Almafuerte y el pedestal que lo sostenía todo escrito
con palabras soeces y signos raros. Era la época del gobierno militar.
Del árbol, ni rastros.
¡No quise volver más! Pero el recuerdo todavía me afecta. Interpre-
to que la ignorancia y la miseria humana existen.

54 • Imaginerías desde la siesta


> Amigas

El teléfono comenzó a sonar de madrugada, ¡la puta quién será a


esta hora! Estoy cansada, me doy vuelta en la cama, algo inquieta…
¿quién será?
Se cortó, -qué suerte-. Inmediatamente suena otra vez. ¡Qué des-
gracia! Voy a tener que levantarme. Quiero pensar que es número
equivocado. No resisto más problemas, pálidas, quejas, conflictos.
Estoy vulnerable. ¿Quién llamará? De nuevo se corta -qué suerte- .
Vuelve a sonar. Me levanto, tengo frío, tengo sueño, no encuentro las
chancletas. Descalza voy al teléfono, me golpeo el dedo del pie… des-
cuelgo. Hola. Hola Paula, disculpá la hora, pero no puedo dormir, es-
toy ansiosa, desvelada. Qué pasa, pregunto. Tengo pasajes para las 10
a Córdoba. Vamos a vender el lote, me avisó mi hermana. Se escritura
mañana. Nos van a dar $100.000 ahora y los restantes $40.000 en dos
veces. La voz de Vero suena realmente llorosa.
Está bien -digo- tratando de tranquilizarla. Es un terreno que no
lo usa nadie, da solo gastos que ninguna de ustedes quieren ni pueden
pagar. Además ambas necesitan el dinero. Tengo un montón de dudas
-dice interrumpiéndome- estoy confusa, te cuento. El comprador iba
a pagar los gastos y ahora plantea, a último momento que no puede.
¡Carajo, qué informalidad! Además pretende que firmemos y luego
vayamos al banco a cobrar. ¿Te parece? ¿Y si luego no nos paga? La
escribana ya nos anotició que ella no nos acompaña al banco. ¡Qué
hija de puta! Solo quiere cobrar y no es capaz de caminar una cuadra.
Llevo el C.B.U de mi cuenta, pero mi hermana duda si dividir la plata
en dos -$50.000 cada una- o en tres incluyendo a la mami, de quien
era el terreno y nos lo cedió. Paula, como ves tengo motivos para no
poder dormir. Voy a llegar a Córdoba hecha bolsa, nerviosa, cansada,
estresada, angustiada. ¡Por eso te llamo!
Trato de ser lo más clara posible, le pido que abra los oídos y preste
atención, dejando los nervios de lado y le digo: Tu mamá tiene 82 años,
siempre la cuidaron y van a seguir haciéndolo. Dividan en dos y reser-
ven un fondo para ella, como vienen haciendo. Además no tiene cuen-
ta en ningún banco. ¡O piensan robarse esos pocos billetes! Por otro
lado, si la escribana no puede acompañarlas, que retenga la escritura
hasta que Uds. reciban el dinero, eso es lo que se estila. Un OK rotun-
do del otro lado del teléfono me da toda la impresión de que entendió.

Nora MARA • 55
> Amigas

Gracias, mil gracias amiga, qué suerte que sos abogada. ¡Grande Paula!
Me voy a la cama tranquila y contenta. Es inútil, ahora estoy
desvelada yo. Me tomo un café, leo las noticias. Después de todo,
hoy llego temprano a la oficina ¡Grande Vero!

56 • Imaginerías desde la siesta


o
> Blanco Negr

—¡Maldito negro! ¡No lo quiero ni ver, me deprime, me apabulla!


Gritó despertada por la pesadilla de siempre: blanco y negro.
Últimamente mi amiga sueña con la lucha entre el blanco y el ne-
gro. Y se impone el negro. Todos los sueños distintos, pero alrededor
de la misma disyuntiva.
—De qué te quejas, le digo, si al fin el negro es más fino, elegante,
combinable. Además es solo un color.
—No digas tonterías, es más que eso, es lo que representa, su sim-
bología. Son sueños que dicen algo.
—¡Sin embargo se usa mucho! Está de moda, mirá los jóvenes, to-
dos flacuchos, vestidos de negro, los ojos pintados con negro, el pelo
cortado de las formas más extrañas, pantalones negros, camisas ne-
gras superpuestas, remeras negras, raro… Y no te cuento las chicas,
zancos negros, labios negros, pintan el mundo de negro. Tendrías
que preguntarles por qué.
—No me interesa lo que piensen las chicas. Quiero saber por qué
tengo estos sueños.
—A lo mejor se debe a lo que te impactó el curso de cine mudo que
hicimos —trato de calmarla.
—No viene por ese lado, es otra cosa. Es algo que presiento, algo
que está en mí.
—O que sos muy romántica y te encanta la noche, mirar las estre-
llas, estar con un hombre a la luz de la luna, o en un boliche bailar
apretada. Siempre con la luz apagada y…
—Cállate —me interrumpe— quiero dilucidar esta encrucijada. La
vida real no es en blanco y negro. Entre estos dos extremos existen
infinidad de matices, además de cientos de colores de los que soy una
apasionada: rojos, verdes, amarillos, violetas, azules. Por qué sigo, aun
despierta, usando alguno de esos dos colores. Noto que me acerco al
negro con más cariño.
La veo preocupada, reconcentrada.
—No será esa historia que tuviste cuando usaste ese vestido negro
tan ajustado y cortito y volviste pálida a las 6 de la mañana… y nunca
pudiste hablarme sobre qué pasó con ese amigo.
—¡No pasó nada esa noche! No trates de adivinar o de imaginar
cosas. En lugar de calmarme y ayudarme me distraes.

Nora MARA • 57
> Blanco Negro

—Bueno, bueno. Ahora soy la culpable de tu pesadilla.


—¡No cambies las cosas! Tengo que desentrañarlo. Déjame cerrar
los ojos, recordar, pensar, asociar… como dice mi analista…
Ahora entiendo…..Querida amiga, creo que, si bien mi mente
lo niega, los sueños llevan la razón: tengo que admitir que me está
seduciendo un hombre negro. Y eso, eso ¡me estremece!

58 • Imaginerías desde la siesta


> Claroscuro

A sus treinta años está en el pequeño jardín de su casa, es el atar-


decer, las luces y sombras se dibujan en el terreno. Se nota nostálgica,
meditabunda, como suele sucederle a esa hora del día. Le gusta el trán-
sito de la claridad a la oscuridad y viceversa.
Se sienta en el sillón y se deja atrapar por los recuerdos. Última-
mente le ayudan a desentrañar el presente, a entenderlo y a vivir-
lo mejor. La pollera corta le permite entrecruzar cómodamente sus
piernas sobre la planicie del sillón. Las acaricia suavemente y cierra
los ojos.
Ve hombres: muchos, lindos y no tanto, sonrientes y serios, barbu-
dos y afeitados. También le viene el recuerdo de su amiga de escuela,
con la que se trenzó y peleó por un compañero que atraía a las dos:
después de mucho juego cautivante, se fue con otra.
Ahí está la trama del claroscuro, el misterio entre hombre y
mujer, piensa.
Conocemos el comportamiento de los animales, desde el más pe-
queño pez hasta el del elefante, lo vemos en la T.V. con todos los de-
talles. En nosotros, en cambio, todo es más impreciso, ¿o no? Nadie
arriesga opiniones definitivas, piensa que no las hay. Solo miles de
experiencias que tienen el calibre del sentimiento de cada cual y de
otros factores que da la razón.
Porque…¿qué pasó con Mario? Eran una pareja que funcionaba en
todos los aspectos. Un día lo encontró con Angélica y ella se fue con
Esteban que siempre la miraba.
Ahora prefiere estar sola por un tiempo. Comprende que a pesar
de todas las peripecias, dolores, amores, es preferible seguir buscan-
do… para develar el claroscuro.

Nora MARA • 59
> Él y yo

He conocido un hombre… qué me pasa, qué siento, qué significa,


qué pienso… se confunde mi ser. ¿Por qué tan significativo? Reconoz-
co que un psicólogo lo puede describir más fácilmente que yo, desde
la ajena mirada del diagnóstico.
Puede ser lo de las hormonas, la atracción, el instinto, lo comple-
mentario, ancestral y más…
Simplificando: intentaré contar lo que pasó con ese hombre…
Encierra un poco cada cosa y todo a la vez. Es un misterio que me
quiero aclarar.
Una mañana nos encontramos. Era cariñoso, conversador. Me atra-
pó. Hábil con sus manos: cuando rozaba mi piel, me erotizaba. Su voz
enloquecía mis sentidos. Sus ojos eran de miel.
Recorrimos caminos, construimos sueños. Él no podía quedarse,
ni quería más. La realidad tranquila lo enfermaba, lo aburría.
Cuando hubo que parar, se transformó. Necesitaba seguir acumu-
lando experiencias, sensaciones, abrevar en lo desconocido. Sentir
hasta el aire que tragaba.
En un punto aminoré la marcha, él apuró el paso y la distancia
se volvió infinita. No funcionó, cada uno en sus tiempos, cada uno
en su mundo.
Lo acabo de escribir: ahora lo entiendo.

60 • Imaginerías desde la siesta


> Tu presencia

Tu presencia me a to mi z a
Me d e s g r a n a
Me di vi de

Y
Multiplicamultiplicamultiplica

Me potencia
Me ENERGIZA

Me
di
suel
ve

Me convierte
me transforma

me des quicia

¡Sos
El
Amor!

Nora MARA • 61
> Eso

Las polleras cortas, los colores fuertes, se les veían las bombachas.
Ernesto me preguntó: ¿son tontas o locas?
Me quedé pensando la respuesta y dije: Ni tontas ni locas, mujeres
apasionadas, provocativas, reales. ¿O te olvidás cómo me conociste?
Lo locos que éramos, las cosas que hacíamos… ¡vos y yo!

62 • Imaginerías desde la siesta


> Hoy

El mate lavado sigue siendo chupado. Aun lavado, sigue Nora


tomando mate: la estimula, la despierta, la apura, la deleita.
Más que el café, que tiene la vida del tamaño de una taza. El mate
sigue y sigue, siempre listo.
¿Por qué este despierte a las 5 de la mañana? Está inquieta, lee el
diario en Internet: más inquieta.
Hoy viaja, va por los aires cordobeses. ¿Qué será de ella? ¿Cómo
darse forma? ¿Cómo quererse más? ¿Qué busca? Escapa rauda de
las dudas.
Resuelve hacer la valija. Le incomoda prepararla. Despegar.
¿Ordena o desordena? ¿Tenés todo listo?, se pregunta. ¡No! Falta
algo. ¿Qué será?
Cierra la valija y espera…

Él tiene el mapa señalado con rojo, el itinerario definido, las activi-


dades establecidas. La cabaña reservada. El deseo a flor de piel.
Ella olvida todo: trabajo, obligaciones, cansancio… La ruta se ve
infinita, desierta. El recuerdo de un ingrato pasado surge en su memo-
ria, con la fuerza de una tormenta que se avecina. Pero le hace frente
y lo destierra una vez más.
Hoy todo será distinto: no más cafés, disputas, sospechas, dudas.
Esta vez el sol despunta tibio. Una caricia sobre su mano la hace
volver. Un agua dulce por su garganta.
El paisaje verde, ondulante. Las sierras caminadas, recorridas de a
dos le despejan el corazón, le muerden los sentidos, se siente viva. Sus
cuerpos encontrados hacen magia.

Abren la puerta. Otra vez en casa y el mate que los unió los hace
pensar en nuevos viajes.

Nora MARA • 63
apel
> La hoja de p

Se cae de la mesita de luz, la busca debajo de la cama, se arrodi-


lla, se agacha, mira, palpa con la mano de un lado a otro, le duele la
espalda, tiene que estar, tiene que encontrarla. Seguro que se resbaló
al quedarse dormida. No es habitual, siempre es cuidadosa de guar-
darla. Sabe que si no, le asalta esa mezcla de sensaciones raras, entre
angustia y bronca.
Al despertar de un saque, pensando qué escribió, siente la vida en-
trar en su cerebro por sus venas y por sus ojos abiertos. Se sacude,
palpita su corazón. Las ideas se agolpan, trata de recordar… ¡Sí! Estaba
fabuloso. En algún momento de la noche, en un instante mágico, el
sueño le dictó la pieza que le faltaba a su cuento. La anotó. ¿La habrá
anotado? No la encuentra. ¿Fue solo un sueño?
Esa noche su marido le había preguntado por qué encendía la luz.
Fue para garabatear unas ideas, piensa ahora. Tiene la seguridad de
que ese instante divino existió. Necesita encontrar la hoja para saber
su contenido.
La piel le pica, el estómago se le encoge, quiere llorar: necesita sa-
ber lo que escribió. ¿Dónde quedó? Es clave para su cuento, por algo
se despertó como se despertó: ansiosa, hurgando en su mente un dato
imposible de recuperar todavía.
¡No se resigna! Sigue buscando: pasa el lampazo, corre los muebles,
revuelve las sábanas, tira las almohadas, busca dentro de las fundas,
abre las cajoneras, corre las cortinas, enciende las luces, vuelve a mi-
rar debajo de la cama. Los malestares se le acentúan…
Corre al baño en suite, se da una ducha para aplacar su deses-
peración. Se cubre con el toallón que cuelga detrás de la puerta…
¡Ahí está!..
La vida recala nuevamente en su cuerpo desnudo. Lo seca plácida-
mente, mientras lee esas simples palabras sobre la hoja de papel.

64 • Imaginerías desde la siesta


> La humedad

¡La humedad! Esa cosa que hace que uno se sienta pegajosa, aplas-
tada, incómoda, malhumorada, desganada, apelmazada, agobiada; la
ropa que no se seca, Gustavo que protesta, el gato que se pisha. Para
mí, es por la humedad. La radio pronostica… “posibilidad de chapa-
rrones….” “humedad en ascenso…”. Dónde me meto, todo está húme-
do, caído, pegoteado. El pan parece de goma, los vidrios transpiran,
yo también. ¡Buenos Aires pesa! No tengo fuerzas, mi respiración
empeora. Mi humor también.

Las condiciones están dadas: me vuelvo a Mendoza, mi ciudad na-


tal. Mirta insiste en que regrese: voy a tener trabajo y vivir con ella
hasta que mejore física y anímicamente. Estoy decidida. Sueño con el
sol, la naturaleza, mis amigas de siempre. Las tardes materas, el asa-
dito de los domingos en Potrerillos. El cielo diáfano y esos paisajes
incomparables….

La separación con Gustavo era inminente. Ya lo veníamos hablan-


do, pero costaba terminar. Por mi parte, no tenía otros lazos que
me ataran a Buenos Aires. Y la humedad había empeorado mi asma.
Entonces partí.

Conseguí trabajo, compartí mate con mis amigas, paseé mucho


por la montaña.

Volví al zoológico que tanto me atrapó en la infancia. Visité espe-


cialmente al hipopótamo -siempre en el agua, siempre refunfuñando-
¿sería también por la humedad? En ese instante recordé Buenos Aires,
su locura, su mojadura. Bendije el sol brillando, sonreí al mastodonte
y seguí caminando.

Nora MARA • 65
> Así de simple

La esquina de siempre -Godoy Cruz y Pedernera, de Guaymallén-


y la “Verdulería Juana la boliviana”: discutí mil veces con la familia,
pero al fin me impuse. Reconozco que con verme la pinta, lo de bo-
liviana estaba de más: petisa regordeta, pollerones negros, cara re-
donda, pómulos salientes, tez oscura, la trenza consabida y el delantal
con varios bolsillos, donde hurgo y siempre encuentro el vuelto para
los clientes (a veces ni yo lo creo). Mezclando el castellano con el
quechua, que uso para preguntar precios a mi hija. Yo lo quería bien
destacado en el letrero. Lástima que no alcanzó -por el precio- para
colocar uno luminoso. Vivo en Mendoza desde hace treinta años.
Aquí nacieron mis cinco hijos, todos fueron a la escuela pública. To-
dos, criados con mucho esfuerzo en la chacra a la costumbre de mi
país: los hermanos mayores cuidaban a los más chicos. Mi hija Pachu
insistió en poner el negocio, luego quedó embarazada una y otra vez,
así que tuve que hacerme cargo del comercio. Estoy contenta, me en-
tretengo más con las clientas que lidiar en la casa y la chacra. Es más
divertido. Aunque reconozco que en casa, los tengo a todos muy obe-
dientes, no queda otra. Y cuando pego el grito hasta el Elviriano -mi
marido- se calla. Esto del negocio no es una papa, hay mucho trabajo y
bien pesadito, pero estoy acostumbrada. Y da más frutos que comprar
todo en la Feria. A veces Zoila -mi otra hija- me ayuda por las mañanas
a descargar y poner los precios a las verduras, aunque últimamente
casi todas están iguales: valen $6 pesos tanto el kilo de cebolla, el ca-
mote, la zanahoria, la papa. Lo que varía de precio es la lechuga y los
tomates. ¡Me tienen loca, suben y bajan todos los días!
Lo peor de la mañana es a las doce cuando salen de la escuela que
está enfrente. Vienen todas las madres apuradas, arrastrando a los
chicos que tienen hambre y quieren algo dulce. Piden banana o uva, y
las madres les dicen NO, nene, están caras, enseguida está el almuer-
zo, sino después no vas a comer, ya vamos, ¡pórtate bien! Y después
de los lloriqueos, viene el zarandeo o el coscorrón. Trato de mante-
ner la paciencia y atenderlas rápido, especialmente a las que compran
todos los días como Patricia, la peluquera de la otra cuadra, que deja
siempre a alguna clienta con la tintura puesta porque le falta algo para
la comida del día. También Susana, la vecina de al lado, joven, ama
de casa, viene con sus dos críos de 5 y 6 años, que corren, tocan, se

66 • Imaginerías desde la siesta


e
> Así de simpl

pelean, sacan alguna fruta y no le hacen caso a la madre. Así varias


mujeres, generalmente malhumoradas, quejosas de los precios y de la
mercadería, preguntan y preguntan y llevan pocas cosas. En eso las
comprendo, las verduras están muy caras, por los costos ¿vio?
Hombres vienen pocos, generalmente jubilados como el Jacinto,
alto, delgado, siempre tranquilo. Jacinto confía en lo que le elijo yo,
gustosa de atenderlo. Es una diferencia grande tratar con un caballero.
Las amas de casa de mayor edad vienen temprano como Luisa,
Betty o Ana, para empezar con tiempo a preparar el almuerzo. Con
ellas intercambiamos cómo hacer las recetas más ricas. Les comento
qué nombre tienen las cosas en mi país y ellas a veces prueban las
recetas que les doy. Me gusta tener buenas clientas como ellas, noto
que soy más atenta y la conversación es amena. De vez en cuando me
preguntan si pienso volver a Bolivia y siempre digo: ¡Cómo me gus-
taría, más ahora que está nuestro Evo, flor de presidente tenemos!
Sueño con volver de viejita para morir allí, y cumplir el círculo de
la vida. Aunque debo reconocer que hice lo mejor aquí, los hijos, el
marido y “Juana la boliviana”. Estoy contenta con mi negocio con los
clientes y con el nombre que le puse.

Nora MARA • 67
Marcelo SALICE
MIGLIORE

echo,
l a ire a p rieta el p
Cuando e tasmal,
o u n a mano fan
así, co m que
e x p r im ir lo poco
queriend
o es tú.
i s o n r is a, aparec
em
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Bailando
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u n a s s a lpicadura
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dejando ayudas a
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el cuade r n o , en tanto,
e jo s . Y , de tanto
ñ
dolores a de una h
istoria.
r a s t ro s
quedan
> Equilibril

—Pelusa, dame esa caja. Ay, esto no se puede leer ¿dónde está
la lupa? Acá está.

Equilibril 30mg

Composición
Cada comprimido contiene:
Noalterol....................10mg
Desestresato...............1mg
Calmaton.....................0,9mg
Bajapresiontal..............0,5mg

Acción terapéutica
Ansiolítico

Indicaciones
El equilibril está indicado para..... —No.

Acción farmacológica —No.

Farmaconinética —No.

Modo de administración —No.

Contraindicaciones —¡¡Sí, esto!!


Hipersensibilidad o intolerancia a la droga, hemorragia
gastrointestinal,......,crisis hipertensiva,...........,dolor lumbar,.........

—Pero, ¿qué estoy tomando?, ya mismo escribo una carta a este


laboratorio de porquería, si es que no muero antes de terminar la
carta. Encima, encerrada acá sola con un gato, ¿qué puedo esperar
si pierdo la conciencia? Nada más que me encuentren comida por el
felino tras varios días de ayuno. Bueno a ver...

70 • Imaginerías desde la siesta


> Equilibril

Señores de la compañía de medicamentos:

Les escribo para hacerles llegar mi inquietud respecto a un medi-


camento producido en su laboratorio, el “Equilibril”. Mi doctora hace
unos meses atrás me lo recetó, debido a un terrible cuadro de estrés
que estaba sufriendo por mi trabajo. Yo soy encargada de un local de
ropa y si bien no soy la dueña, tomo todas las decisiones, salvo las que
respectan a mi sueldo o a mis días de descanso, eso sí lo decide el due-
ño. A lo primero siempre dice que las cosas están muy difíciles para
aumentos y, a lo segundo, que el local no puede estar sin una cabeza al
mando. Pero bueno, el motivo de esta carta es respecto al medicamento
ya mencionado anteriormente.
Mi inquietud surgió hace un instante cuando leí el prospecto y creo
que “Equilibril” es el causante de mis problemas en los últimos días.
Problemas tengo más antiguos también, pero esos son, por lo general,
culpa de mi ex marido, el padre de mis hijas, a las cuales hace años
no veo, porque viven en el exterior. Igualmente nunca tuvieron mucho
apego a mí, debido a mi trabajo, me paso gran parte del día allí dentro.
Entonces, volviendo al tema, comencé con la ingesta de las pastillas
una por día como indicó la doctora. A los pocos días, comencé con
jaquecas y de a poco se fueron manifestando unos mareos matutinos,
seguidos de unas náuseas que me impiden desayunar e incluso a veces
almorzar, dejándome en un estado deplorable, famélica y sin energía
hasta la media tarde, que es cuando recién puedo comer algo, pero
sin perder mis jaquecas, que son constantes. Luego de una semana de
tomar las pastillas y notar que la jaqueca no cedía y las náuseas eran
cada vez más seguidas, busqué el prospecto, una vez más ya que no
encontraba la caja, la cual había sido confiscada por mi gato, a quien
no le gusta que lea los prospectos de los medicamentos.
¡Qué terrible sensación! Al leer ese texto de letras tan diminutas,
tuve que usar una lupa ¿por qué no los hacen con letras más grandes?
Aparte de la jaqueca, hace un momento comenzó un temblor en mis
brazos y piernas, pero no sé si por las pastillas o por el miedo al leer
las contraindicaciones de su medicamento. Empezando con hemorra-
gias internas, pérdida de conciencia, dolores hepáticos agudos, dia-
rrea, sordera temporal, eventual pérdida del cabello, taquicardia, en

Marcelo MIGLIORE SALICE • 71


> Equilibril

algunos casos, sarpullido, cambios hormonales y, por último pero no


menos importante, muerte súbita.
¿Pueden ustedes explicarme si realmente esta pastilla sirve para
calmar mi estrés? Porque yo estaba estresada. Imagínense: divorciada,
mis hijas no me hablan, mis nietos no me conocen, trabajo todo el día
y mi jefe no me valora. Para colmo sus pastillas no hicieron más que
aumentar mi estrés. Ahora tengo estrés por haber tenido estrés y tener
que tomar pastillas para el estrés, que más que medicamento, parece
arma química en blíster vendido bajo receta de verdugo.
Quisiera que me informen dónde puedo dirigirme para hacer mi
justo reclamo ya que, lejos de solucionar mi problema, esta pastilla me
la ha empeorado.

Atte., Sonia Tamborini.

PD: Agradecería que el lugar tenga un baño acondicionado por si


comienza la diarrea.

72 • Imaginerías desde la siesta


> Isabella

La noche no tuvo nada de especial, una más del repetido calenda-


rio, en un trabajo que Isabella detestaba. Aceites corporales, prendas
minúsculas que solo alcanzaban para tapar sus vergüenzas, el caño, su
compañero en escena, las hienas mordiendo sus cadenas en el afán de
cortarlas y saltar sobre su presa.
Ella, parada detrás de la puerta que la separaba del escenario, aca-
baba de terminar su último show, el sexto de la noche. Con la yema de
los dedos recorrió su cara, sus labios, estaba tan agotada; siguió por
sus pechos y su estómago, se apretó con fuerza, le dolía otra vez, como
siempre al salir del escenario a la vida.
Fue hasta el camarín de las bailarinas, entró y detuvo la mirada
en su imagen duplicada en ese espejo ruinoso y gastado. Frente al que
tantas otras se lamentaron antes, hoy estaba Isabella. Ahora el reco-
nocimiento era más crudo. Ya no necesitaba sentir con la punta de sus
dedos la vergüenza y el dolor: estaban frente a ella, colgando de una
percha de hueso y cuero, que la miraba.
Abrió su cartera. Sacó el celular, un cuaderno de tapas verdes y los
cigarrillos. Encendió uno mientras sacaba del cuaderno dos sobres.
Uno ya abierto, roto y arrugado, en su interior tenía una carta de su
hermana menor, desde La Paloma. Le decía cuánto la extrañaban y los
remedios que pudieron comprar para su madre, con el dinero que ella
mandaba todas las semanas. El otro sobre solo mostraba remitente y
destinatario; en el interior, el espacio suficiente para el dinero y una
pequeña nota.

Hermanas, espero con ansias sus noticias de mamá todas las semanas,
siempre deseando que sean favorables.
Un abrazo apretado y toda la fuerza necesaria.
Con todo mi amor,
Isabella

Metió todo en el sobre y lo cerró, se sentó y se miró fumar, se miró


sufrir, se miró…y no, no se reconoció.
Amarró su pelo en una trenza y apagó el cigarrillo mientras bus-
caba algo que la obligara a no volver más. Pero en el espejo encontró
a la misma chica que sacrificaba su cuerpo para sanar el de su madre.

Marcelo MIGLIORE SALICE • 73


> Jacinta

Después de las tres de la tarde empezó a soplar el viento, bastante


fuerte para ser sincera, pero frío, no debe ser zonda. A las tres, justo
después de entrar al consultorio. La pucha ¿cómo voy a volver?
—Señora Sánchez, ¿le llamo un taxi?
—No, querida, gracias, me vienen a buscar, muy atenta. Nos vemos
Dios mediante la semana que viene, así busco los resultados.
—Cómo no, la esperamos. Cuídese esos pulmones.
Sí, sí me cuido. Me cuido pero igual me enfermo, niña. Ya vas a
cumplir 80 algún día y te vas a dar cuenta. Pobrecita, tanto le falta
por andar ¿Cómo me voy a tomar un taxi? Suerte si llego al 20 con la
jubilación y me voy a tomar los lujos de andar en taxi, pero ¿en qué
país vive esta chica? Bueno, a respirar hondo que son cuatro cua-
dras hasta la casa. La pucha pensar que antes iba hasta el súper ida
y vuelta con el canasto lleno en media hora, y recorrer esta cuadra
me toma unos 20 minutos. Qué inútil me volví, ¿en qué momento?
¿Cuándo fue que me convertí de una mujer vivaz de 60 en este trapo
vetusto, enclenque y abandonado de 80 y largos? Qué extraña es la
vida. Me pasé los mejores años esperando la aprobación de todos y
hoy me esquivan por la calle cuando me ven venir. Nadie me ayuda a
cruzar la calle, eso es cosa de las películas. Los jóvenes de ahora es-
tán muy ocupados con sus computadoras y esas patinetas. Nosotros
éramos más inocentes, jugábamos a la pelota y al balero con nuestros
abuelos y los respetábamos. Ahora no. Se perdió todo eso. La luz roja,
mejor me apuro a cruzar.
Vamos faltan tres cuadras, Jacinta, vamos, vos podés. Olvídate del
callo que ya deberías estar de amigas con él, igual que con el dolor
de huesos. Pensar que me pasé la vida evitándolo, siempre fue algo
más fuerte que yo: no toleraba vivir con dolor... y sin embargo acá
estoy vivita y... bue, coleando no, porque se me descoloca la cadera.
Hoy es... ¿qué día es hoy? martes, cierto, los martes me atiende el Dr.
Peralta, así que es martes. Tengo que preparar las milanesas de carne
para esta noche, con el puré de camote como le gusta a los nenes de
Pablo, tal vez esta noche sí vengan. Hace tanto no los veo, encima a
esa edad crecen tan rápido que seguro no los voy a reconocer ¿Por qué
no habrán venido? Seguro fue la mujer, nunca me quiso esa arpía. Le
debe estar llenando la cabeza a mi Pablito, por eso no viene, lo tiene

74 • Imaginerías desde la siesta


> Jacinta

amenazado al pobre. Cuando pueda escaparse seguro viene, ojalá sea


prontito porque me vendría bien que me acerque al centro, hace días
no tomo los medicamentos, los tengo que comprar.
Listo, falta una cuadra solamente, pero cómo me duele la rodi-
lla che, debe ser el golpe que me di ayer en la ducha. Tengo que ir
a hacerme ver estas várices, están muy hinchadas. Debe ser este
calor, seguro. Qué feo el clima en esta época. Este viento horrible,
parece zonda, pero no creo, es frío, pero sucio como el zonda, tal
vez es un zonda nuevo, con el cambio climático que hay, puede ser.
Debería llegar a limpiar el patio, pero creo que me voy a recostar,
este viento me marea. Sí, me acuesto un ratito y me levanto tipo 7
a preparar las milanesas.
—Señora ¿está bien?, apóyese acá.
—Sí, sí querido un poco mareada nomás.
—Siéntese aquí en este banquito, ¿quiere que le llame a alguien que
la venga a buscar?
—No, está bien. Pablito debe estar muy ocupado, y su mujer no lo
va a dejar venir.
—Señora está muy pálida, mejor llamo a una ambulancia.
—No, Pablito, no te preocupes, dejame un ratito sentada y se me
pasa. Decile a los nenes que vengan a darle un beso a la abuela que los
vino a visitar.
—Señora quédese tranquila, no hable. Señora... ¿me escucha?
Señora... señora.

Marcelo MIGLIORE SALICE • 75


> La cita

Desde que Mateo abandonó, sin previa advertencia, a su esposa Ca-


mila, el sitio para alguna eventual reunión fue siempre el mismo: de-
bajo de un perfumado tilo en ese parque (tranquilo) y siempre verde.
Ese martes amaneció nublado. Camila se puso lo mejor que
encontró en su escaso guardarropa: un vestido hasta las rodillas
color salmón, ceñido en la cintura, resaltando así sus armoniosas
curvas, a pesar de sus pasados 40, y tres hijos. Se ató el cabello
en media cola dejando a la vista un largo cuello. Todo fuera para
provocar una imagen de mujer fuerte y superada, no vaya a verme
jamás Mateo llorando por él.
La noche anterior había pedido a su hijo Cristian que la acompaña-
ra en el auto. Ella, con el pasar de los años y las obligaciones, siempre
postergó su necesidad de aprender a conducir.
Su hijo la esperaba en el sillón marrón junto a la puerta cuando la
vio bajar las escaleras.
—Estás muy linda, mamá.
—¿Pensás que a tu padre le gustará? —sonrió Camila, pero su hijo,
resignado, le contestó.
—Mamá, ya hemos hablado de ese tema ¿te acordás?
—Bueno, bueno ¿dónde están mis lentes? —Camila siguió como si
no hubiese oído y tomó una flor del centro de mesa.
Cristian le acercó los lentes y se los entregó acariciándole la mano.
Él, más que sus otros hijos, era su apoyo incondicional.

Lo que duró el viaje, duró el silencio. Ninguno emitió palabra algu-


na. Estacionaron y Cristian procuró sentarse a pocos metros del auto
en un lugar cómodo desde donde poder ver a su madre. Ese día no que-
ría escuchar el discurso que ella masticaba desde la semana anterior,
porque al final siempre se trataba de los mismos reclamos.
Cuando ella por fin se detuvo, un ensordecedor trueno fue el des-
encadenante de un gran aguacero. Cristian volvió rápido a resguar-
darse dentro del auto, pero sin perderla de vista. El agua golpeaba fu-
riosa, desgarradora, ella gritaba y gritaba, pero él solo la miraba.
—¿Por qué no decís nada? Siempre igual con vos, siempre mirando
para otro lado, sin hacerte cargo de nada. ¡Contestá, carajo! Decime

76 • Imaginerías desde la siesta


> La cita

una cosa, ¿qué pensabas cuando te fuiste? ¿Qué se te pasó por la cabe-
za? Seguramente tu familia no. ¿Qué estabas pensando?
Desde el auto Cristian veía los manotazos que daba su madre al
aire, saltaba, se golpeaba la cabeza con las manos, pateaba el suelo, iba
y venía en el lugar. Como no podía ver la cara de su padre, se imagina-
ba que seguramente estaría haciendo fuerzas para no reír, no porque
se burlara de su madre, sino que siempre le causó ternura cuando ella
se enojaba, decía que así se veía más linda.
Cristian miraba a su madre gritar y llorar ¿Por qué no puede sim-
plemente decirle que lo quiere? Aceptar y seguir adelante. Su madre
se apoyó agotada contra el tilo deshojado y Cristian supo que ya era
hora de partir. Bajó del auto cubriéndose la cabeza con un diario y
corrió hasta su madre.
—Hola, papá —dijo desde lejos y en su rostro corrían confundidas
gotas de lluvia y dolor —vamos, mamá ya es tiempo de irnos.
—¡No!, no quiero irme, todavía no hemos terminado, el muy ingra-
to no ha dicho una sola palabra. ¡Estoy tan enojada!
Cristian abrazó a su madre y tomó la flor que casi asfixiaba entre
sus manos.
—Mamá, vamos —le dijo mirándola a los ojos.
La mujer giró y caminó al auto sin despedirse, Cristian se quedó
solo por un momento.
—No te preocupes papá, algún día lo aceptará —se acercó y, cuida-
dosamente, puso la flor sobre la tumba de su padre.

Marcelo MIGLIORE SALICE • 77


> Las violetas

Braulio se sentó con la fatiga cargada al hombro, el otoño concluía


sus días, el invierno buscaba acomodarse y él debía juntar toda la leña
posible, antes de las primeras nevadas.

—¿Le traigo un vaso de té, papá?

Amelia, la más grande de sus cinco hijos, se ocupaba de los que-


haceres domésticos. Él afirmó con un ademán mientras miraba los
corrales desde la galería. Su hijo mayor cerraba las tranqueras de
las vacas y alimentaba las gallinas. Braulio había pasado la mañana
en el pueblo, comerciando sus conejos. Se iba el otoño, como cinco
temporadas atrás se fue su amor.
El álamo frente a su casa dejó caer su última hoja: era entre verde,
marrón y gris. Él la siguió bailar en el aire, esquivando ramas hasta
que en el camino se encontró con los ojos de su pequeña hija Beatriz.
Era la grácil apariencia de su madre. La miraba regar las violetas: las
que plantó el día después de que su mamá partió. La niña no reparó en
los ojos del padre, sino hasta que su última violeta estuvo regada. La
inocencia brotaba de sus grandes y redondos ojos verdes. Quedaron
hipnotizados. Ella veía el oscuro y doloroso interior de su papá; él, los
claros campos cubriendo el alma juvenil de la pequeña.
Los primeros copos comenzaban a sentirse en la cara. Sobre los
bancos y las vacas se tejía una sábana blanca. Beatriz corrió a la falda
de su padre, llorando al ver sus flores vistiéndose, lentamente, de cris-
tales. La niña tenía el cabello atado con trabas escarchadas, Braulio el
corazón cubierto de gélidos dolores.

78 • Imaginerías desde la siesta


Pedro y el dib ujante
>

Pedro vio el amontonamiento de niños con ropas gastadas y un


poco sucias en medio de la plaza. La mayoría eran sus vecinos y otros
con quienes se cruzaba pidiendo algún dinerillo o aunque fuera algo
para comer. Se acercó entusiasmado pensando que repartían comida.
Pero se encontró con un hombre blanco dibujando en las manos de los
pequeños. Su desilusión fue evidente.
—Tú también podrás tener tu dibujo, ven, dame tu mano.
En la piel oscura de Pedro se mezclaban manchas de mugre y grie-
tas del frío. Su ropa era demasiado corta para su tamaño.
—Pensé que daban alfajores de Sayán, no me interesan los dibujos.
—¿Si te hago un dragón o un fantasma? —el joven no se dio por
vencido y el pequeño se acercó.
—No tengo alfajores pero tengo un emparedado, es tuyo si lo
quieres.
Pedro agradeció y se fue admirando su dragón y saboreando el al-
muerzo con los ojos llenos de lagañas. No lo comería hasta llegar a su
casa, con sus hermanos.
Llegaba por la calle de tierra, donde iba pateando piedras y vio a
uno de sus amigos en la orilla con la cabeza metida entre las piernas.
—¿Qué pasó, Jorgito?
—Mi mamá no consiguió trabajo tampoco hoy y no nos alcanza
para comer.
Pedro miró los dibujos de las lágrimas en la tierra del rostro de su
amigo. Le tomó las manos y le dio el emparedado.
—Compártelo con tu hermana Laura y dile que es un regalo mío —las
sonrisas fueron cómplices; los ojos, agradecidos.
Entró a su casa y un cálido aroma de papa huancaína lo abrazó,
pero era de la casa de junto. Su madre salió de la cocina y él le entregó
las monedas que había podido juntar, ella las guardó en su delantal.
Sonrieron y se sentaron a la mesa donde esperaban sus hermanos y el
caldo de cebolla estaba servido.

Marcelo MIGLIORE SALICE • 79


> Bullying

¿Cómo fue que llegué a esto? Las manos ensangrentadas, todos gri-
tan, alrededor de veinte personas, el local repleto. Gritan y un niño
llora detrás de su madre que lo oculta para que no vea. Veo borroso,
algo me entró en los ojos. Las manos duelen como si hubiese hecho
mucha fuerza. El encargado corre al lugar, vociferando improperios.
Todo pasa en cámara lenta, como si el tiempo se fuera deteniendo de
a poco, todo se oscurece. ¿Dónde está Matías? Cómo me duelen las
manos y la sangre y las caras y el espanto ¿y Matías?
“Puto” retumbaba en su cabeza, como en el colegio.
Puto, a lo que yo nunca respondí, solo bajaba la cabeza y seguía
caminando.
Dos cuadras antes del colegio, Pablo ya comenzaba a sentir el dolor
en la boca del estómago, cada vez más fuerte mientras más se acerca-
ba, pero con esa simple palabra el dolor se desparramaba a todos lados.
Aceleraba el paso para perderlos. Así comenzaba un día normal de cla-
ses. En los recreos, trescientos trogloditas insultando a un pendejo de
trece que nunca intentó defenderse. Uno de esos trescientos, uno par-
ticularmente cabrón era Matías, dos años mayor, que no dejaba pasar
oportunidad para burlarse de él frente a sus amigos, pero cuando se lo
cruzaba en algún pasillo, lo ignoraba, ni lo miraba. Ya se va a aburrir,
se le va a ocurrir otra cosa o entrará otro más patético que yo para
molestar. Pero no fue así, tuvo que soportar seis años más de ataques.
Pablo nunca se enorgulleció de su título, pero sí de haber sobrevivido.

Pasaron los años y lejos habían quedado las clases, los trogloditas y
toda esa mierda. Pero en un pueblo chico la libertad termina muy pronto.
Pablo trabajaba para ese entonces en una distribuidora, un trabajo
que para nada le gustaba, pero la paga era buena. Hacía varios meses
que las ventas venían creciendo y como nunca fue muy atento, deci-
dieron tomar a otro empleado para que no se le juntara tanto a él. El
día dispuesto para la prueba del nuevo empleado, Pablo estaba satura-
do de trabajo, muy mareado. Al ver ingresar a Matías, se le entumecie-
ron los huesos y un sudor frío le brotó por todos los poros. Sí, el cabrón
de Matías. Tres años sin verlo y tiene la misma cara de imbécil. Pablo
intentaba disimular el temblor en sus manos.

80 • Imaginerías desde la siesta


> Bullying

De a poco, todo volvió a repetirse, como en los años de secunda-


rio. No al principio, sino hasta ganar la confianza de los empleados
de distintos sectores. Pablo escuchaba rumores en los rincones, como
sombras de un pasado que creía olvidado, pero allí estaban de nue-
vo, persiguiéndolo. No me dejan pensar, actuar, vivir. Todo se repetía.
Cambió el escenario, pasaron los años pero los insultos eran los mis-
mos. Un añejo rencor que volvía a germinar en su corazón.

Cuatro meses han pasado, Pablo ya no duerme ni come. Se ausen-


ta seguido alegando dolores estomacales y vómitos, por lo general es
verdad. Ese día Matías estaba más molesto que de costumbre. Se lo
encontraba en todos los rincones insultándolo. Los vientos del colegio
volvían a soplar y él volvía a bajar la cabeza, otra vez tragando insultos
y maltrato. Los dueños estaban hartos de llamarle la atención porque
desde el ingreso de Matías todo empeoró: las distracciones, los erro-
res, los dolores de estómago. La bronca, el rencor.
Los mandaron a subir una caja al furgón, entraron al salón prin-
cipal y levantaron entre los dos una muy pesada. Matías caminaba
de espaldas.
—Cuidado con la puerta
—¡Dale, marica!
Tal vez fue Matías que no frenó en el escalón o que Pablo empujó
ligeramente la caja, pero Matías tropezó. Con la nuca golpeó la puerta
de vidrio, que se rompió en miles de diminutos arcoíris, volviéndose a
cada vuelta, un poco más rojos. La caja cayó sobre las piernas de Pablo
inmovilizándolo. Pero no fue esa la razón por la que se quedó quieto
viendo formarse un charco carmesí en la vereda amarilla.
Nunca pensé que mi paciencia se acabara ¿cómo fue que llegué a
esto? El encargado corre hacia nosotros gritando. Un niño llora de-
trás de su madre horrorizada. Matías mira las copas de los árboles y
yo transito un particular alivio. Qué bien se sentirá el silencio en el
depósito mañana.

Marcelo MIGLIORE SALICE • 81


cío
> Escenario va

Los reflectores apuntan directo a mí, todos. Me enceguecen, pero


detrás de esa pared lumínica un montón de sonrisas aplauden, ova-
cionando mi actuación. Todos ellos vinieron a verme… tantas palmas
ardiendo de emoción por mí, mil pares de ojos. Sonrío con los brazos
en alto, saludando al auditorio completo.

Curiosamente esta mañana fui a un café y no presté atención al


rostro del camarero. Le señalé en la carta lo que tomaría, sin siquiera
hablarle. Terminé el café, relojeando en el diario una nota mía sobre el
espectáculo que brindaría a la noche. Pedí la cuenta con un ademán,
pagué y esperé el vuelto. Salí del café y en la puerta me di cuenta de
algo: no sólo no había agradecido sino que me llevé conmigo hasta la
última moneda.
Agitando los brazos con las luces quemando mis mejillas me pre-
gunto ¿estará el camarero entre la audiencia? ¿Cómo podría saberlo?
Aunque lo viera no lo reconocería, si ni siquiera tuve la gentileza de
mirarlo a los ojos cuando me trajo el café.
Sigo despidiéndome del público y mi memoria dibuja mi casa. Os-
tentosa, de dos plantas, con parque y lago propio. Un verdadero pa-
lacete podría decirse. De repente aparecen en mi recuerdo las muca-
mas. Son tres pero nunca puedo recordar sus nombres. Ellas siempre
me tienen la habitación limpia, la comida preparada y el jardín verde.
Una de ellas, hace tres meses me pidió un poco más de dinero, la más
jovencita… la de trenzas… en fin, dijo necesitarlo para un hijo que tuvo
hace poco o fue su hermana la que lo tuvo o fue su mamá, no recuerdo.
Solo sé que es para un hijo nuevo.
¿Estará ella y ese hijo nuevo aplaudiendo desde alguna grada? No
creo, tantas vueltas di al asunto y nunca le di el aumento. Ella siguió
limpiando igual, como siempre, sin quejarse. Pero dudo que se ponga
de pie para aplaudirme.
El otro día, buscando un par de medias, me encontré con una reme-
ra olvidada. ¡Cuánta ropa tirada! Acobachada en un placar por las du-
das de que la necesite, por las dudas de que me sirva en otro momento.
Por las dudas, por las dudas… Mi chofer, al terminar el día de trabajo,
se va siempre con la misma camisa. ¿Por qué no puedo darle esa ropa
que tengo guardada?... ah, cierto, por las dudas…

82 • Imaginerías desde la siesta


cío
> Escenario va

Siempre lo mismo, tan igual que perdió su encanto. La emoción ya


no me entumece los dedos y la garganta no se me abarrota en lágri-
mas. Es otra función más, igual que la otra y la otra. Esto no es lo que
soñé: pensé que sería una aventura, cada show una distinta, un nuevo
renacer en mí, pero no. La gente sigue gritando mi nombre, pero no
lo estoy disfrutando. Con el tiempo esto se volvió rutinario. Se llena
la sala, subo al escenario, hago mi número, me ovacionan de pie y me
retiro. Todo resulta tan relativo. El éxito, la riqueza, la pobreza y el
hambre. Incluso que me amen es relativo y si estoy vivo también lo es.
Relativo como que este auditorio lo llené yo. Qué sé yo. Un sinfín de
preguntas se amontonan en los brazos y las palmas de las manos y las
dejo caer, igual que el telón.

Marcelo MIGLIORE SALICE • 83


Alba RosaINI DÍAZ
MORAND

i cuerpo,
e r ía s re corren m busco
Imag in
o . S e o c ultan, las
nmig
juegan co la s . Las mode
lo y
on t r a r
hasta enc A veces
r to e n palabras.
las conv ie . Otras
is z o n a s oscuras
m
iluminan lodías o
h e c h iceras me
veces s o n En ellas
s d e la realidad.
io
testimon niña de
q u e lla dulce es
descub ro a s pacient
la m u je r con ojo
flequillo y s días.
r a n z a d o s de esto
y espe
nero
> Como el hor

Hoy quiero cantarle a mi casa.

Perfume de blancos jazmines, cima de luz y sol.


Erguido y rumoroso, el ciruelo en flor, al fondo, colorido, solita-
rio, mostrando su belleza en ese breve espacio verde. Y los mechones
azules del jacarandá callejero asomándose por los techos e invadiendo
con sus flores tus patios.

Te encontramos luego de una larga y tortuosa búsqueda. Estabas


esperándonos: luminosa y acogedora. ¡Nos pareciste tan hermosa!
Casi inalcanzable…Como niños terminamos de construirte: los pisos,
las puertas, los muebles y la pintura. Te vimos crecer hasta colmarte
de nosotros. Simple y suficiente.

Olores, sabores… En otoño, el dulce de membrillo y la salsa de to-


mate invadieron tu cocina y nos llenaron el corazón de tradiciones.
El asadito (en la churrasquera que aún espera ser terminada) y el
disfrute de compartirlo con la familia y amigos en las tibias noches del
verano sanjuanino después de regar el pastito. ¡Imposible olvidarlo!
La hamaca en un rincón meció mis sueños y avatares; regocijó a
mis hijos, nietos y alumnos con su ir y venir.
Me ofreciste un espacio sin igual para ejercer mi oficio, un labora-
torio de silencios y palabras, de sueños y proyectos.
Las habitaciones de los hijos, expectantes… Ellos partieron pero
regresan a cobijarse entre las paredes que acariciaron sus ilusiones de
adolescencia.
También los nietos te aman, vienen a tu encuentro, no quieren
abandonarte.

Fuiste las venas y arterias de nuestras vidas.

Ahora vamos a dejarte… los afectos nos llevan a otros lugares


colmados por hijos y nietos.
¿Será por este desenraizamiento que mi cuerpo se queja con
suspiros y dolores?

86 • Imaginerías desde la siesta


> Bajobomba

Mi nombre es Bajobomba. En mi esencia están presentes el bien y


el mal. Fui creada desafiando la naturaleza…
Mi descubridor se sintió un Semidiós. En un principio me adora-
ron. Era una sustancia única, nueva, resplandeciente y poderosa: blan-
queaba la piel, prolongaba la vida, hacía crecer el cabello. ¡Grandes
equivocaciones! Mis rayos deflagraron sus cuerpos.
Estoy poseída de un encantamiento: en cantidades significativas
destruyo lo que toco y en pequeñas puedo salvar vidas. Dependo del
hombre para curar o matar.
En estos días, me preparan para una gran demostración de mis
poderes.

Un pacífico pueblo de pescadores… Mañana del 6 de agosto de


1944, cálida y diáfana. Hasta allí fui transportada por el bombardero
B-29 de la fuerza aérea norteamericana. Podía observar a sus habitan-
tes dirigiéndose a sus actividades de rutina. Sus vidas estaban en mis
manos. Miyoko Matsubara era una de ellas, una hermosa adolescente
con deseos de ayudar a su patria. Soñaba con ser enfermera.
Fui lanzada con exactitud. Bajé como una inmensa bola de fuego
rugiente. Arrasé edificios, quemé y pulvericé todo a mi paso.
Miyoko corrió a protegerse en la escuela donde diariamente rea-
lizaba tareas comunitarias. Pero fue en vano. Mis llamas maléficas la
rozaron y la transformé en un monstruo como a tantos otros.
Mi poder destructor fue un éxito. Muerte por la paz.

Desde ese momento visiones dantescas me persiguen: cuerpos


deformes, calcinados, gritos desgarradores y el calor abrasador.
Miyoko lidera una lucha estéril por terminar con mi vida en este
planeta. Pero es inútil, las centrales atómicas se multiplican entre los
países más poderosos.

¿Podrá el mundo librarse de mí?

Alba Rosa MORANDINI DÍAZ • 87


> Instintos

Padre nuestro que estás en el cielo…


De pronto, los rezos se interrumpieron… La multitud, en el templo,
estalló en gritos aterrados. Un hecho inesperado rompió la comunión
de los fieles. Los cánticos de esperanza y de fe fueron desbaratados
en un instante.
No hubo tiempo para apelar al coraje ni a la solidaridad. Solo el
miedo, esa emoción primaria y a veces tan certera, que puede marcar
el límite entre morir o sobrevivir se apoderó de cada uno.
Los pasadizos otra vez vigentes. Otrora, el silencio y el orden para
alcanzar la libertad. Hoy, el descontrol, el pánico, la violencia, los
impulsos… A empellones, muchos consiguieron introducirse en ese
estrecho y oscuro atajo del antiguo edificio buscando la salvación…
Pero no todos la consiguieron. Algunos, tal vez los más prudentes,
fueron pisoteados, heridos, asfixiados. Afuera la luz y la vida. Atrás,
la oscuridad y el final.
Otros fieles intentaron huir por las ventanas y puertas laterales o
se paralizaron.

Allí estaba, soberbio, agresivo, excitado. Día tras día, la belleza


y arrogancia del felino los había deslumbrado en las funciones del
circo. El hombre dominando a la bestia agazapada en una jaula. El
instinto animal sometido con astucia y poder. Aplausos, misterio,
desconcierto entre el público.

Pero esa mañana la pantera había logrado huir. Atravesó la aldea


desolada del domingo a mediodía, bebió sedienta del lago frente a
la iglesia. El aire le trajo un olor conocido que potenció su instinto
de animal cazador… Por fin pudo tensar sus músculos, dar un salto
preciso y atrapar a su presa.

Al recobrar la libertad había vuelto a dominar al hombre.

88 • Imaginerías desde la siesta


a a la
> Carta abiert gente
máquina inteli

Enorme trozo de metal. Tu cuerpo misterioso se desplegaba en


una gran sala ocupando varios metros. Ruidosa, enigmática. Cum-
plías órdenes respondiendo entre distraída y sumisa al mandato
del hombre.
Con mi frivolidad adolescente recibí tu mensaje de signos uni-
formes. Lo recuerdo, decía: “Feliz Navidad”. Y eso fue todo. No hice
preguntas. ¿Qué preguntar si se ignora todo del otro? Experimenté
admiración por ese mamotreto deforme que vomitaba estructuradas
y legibles páginas con símbolos homogéneos.

Reapareciste en mi adultez. Más pequeña, sexy y provocadora.


Atravesaste fronteras e ingresaste en cada hogar, también en el mío.
Deseada por niños, mujeres y hombres de todas las edades. Versá-
til, seductora, creada a imagen y semejanza de la mente humana. Eres
macro-cefálica y genial. Casi todopoderosa.
Nos tiendes la mano para mostrar tu sabiduría, aunque has desa-
rrollado estrategias para someternos a tus programas laberínticos.
¡Qué soberbia! ¡Quien te quiera que te acepte tal cual eres! No modifi-
cas un ápice tu duro corazón ni las rutas de acceso al mismo.

Sentada frente a vos intento desentrañar tu universo. Te doy


órdenes que desobedeces por imprecisas…Te suplico respondas a
mis pedidos, pero te burlas de mi angustia y desconcierto.

Entiendo: debo rendirme a tus estructuras, a tus programas.


Lo admito: no puedo ser tu amiga. Apenas te conozco.

Alba Rosa MORANDINI DÍAZ • 89


> El bosque

Pedro Díaz ha muerto. Un disparo en la sien terminó con su vida.


El estampido seco se propagó por la plaza, por el club, por la iglesia,
llegó hasta su hogar.

Retumbaron los golpes del bastón de su padre en la sala de
juego. Miró a esos compañeros, avergonzado, turbado… Se incorporó
de la silla, apagó el habano, miró su reloj de oro y salió.
Camino a su casa, la ira consigo mismo le recorrió el cuerpo. Pero
la necesidad de apostar, de sentir el ruido de los dados, el olor de las
cartas, lo dominaba. Luego, la vergüenza. Y el dolor en la mirada de
su mujer. A veces escuchaba aquellos lamentos; otras, un silencio lo
atravesaba como una lanza. Lanza que fue deshaciendo ilusiones, que
borró la sonrisa en ojos y bocas. La recordaba enternecida, como un
junco protegiendo a los hijos en la cuna, o en su regazo con un María
Santana… Baberos con angelitos y estrellas para todos sus niños…Y
luego la escuela y los deberes en la mesa larga… El mayor, José, era su
orgullo, no lo podía evitar. Pronto obtendría el doctorado en leyes. Su
biblioteca desbordaba de libros que conocía palmo a palmo.
Pensaba en su niñez y juventud en otras tierras lejanas tan distin-
tas a estas que había abrazado. Terruño acogedor que domesticó y del
que se enamoró. Terruño que le dio el pan y una nueva familia… Se
ganó un lugar entre viñedos, carros y el almacén. Supo de amistades
profundas y de traiciones. Confió y también fue defraudado.
La situación política y económica del país se complicaba día a
día. Las deudas y los créditos otorgados a los vecinos lo acosaban. La
quiebra era inminente.

Pedro Díaz ha muerto. Un disparo en la sien terminó con su vida.

La pobreza cercó a la familia. Pleitos, juicio. La Corte dictaminó el


remate de todos los bienes. Épocas donde los derechos de una madre
embarazada con hijos, aún pequeños se ignoraban. La pobreza los des-
bastó… El cambio los mutiló…Cada uno sobrevivió a la nueva realidad
en soledad con secuelas que atravesaron su existencia.

90 • Imaginerías desde la siesta


> El bosque

El estampido seco de un disparo los había unido y los acompañó


de por vida.
José, el hijo mayor, el responsable, el sobresaliente, el doctor…
endureció mientras las lágrimas iban cubriendo su rostro y su alma.
Como su padre, se comprometió con la política. En el Comité, sus
palabras fueron claras, convincentes, sabias. Las elecciones lo consa-
graron. Aplausos, gloria. Sus ideas se concretaron en obras: la biblio-
teca pública, la escuela especial, la de dibujo…

Pasaron los años… otra tribuna; un ciclo que se cierra y otra vez los
cambios. El olvido, el silencio, la sombra…

Y un viaje a España… tan lejos y tan cerca de aquel estampido que


marcó su vida... El olor de los pinos y los castaños, el tañir de las cam-
panas en medio de ese bosque por donde caminó su padre. Ese bosque
que lo vio partir hacia el exilio.
Allí, el encuentro consigo mismo… serenidad, paz, perdón…
De pronto olvidó, aquel estampido… y las rosas y las santarritas,
esas que dejó su padre, comenzaron lentamente a colorear sus días.

Alba Rosa MORANDINI DÍAZ • 91


> El reloj

Me llamo Ansilta. Mi nombre viene de lejos, de cuando éramos


dueños de estas tierras. Eso me decía mi mamá. Ella murió cuando yo
tenía 8 años. Nadie me contó nunca más esas historias. Cuando estaba
íbamos a la escuela del valle. Andábamos en burro para ir y volver…
Era lindo tener mi cuaderno, escribir y leer.
Vivimos en el cerro, en un rancho de chapa y piedras con mi tata y
mis cinco hermanos al lado de los corrales… Las hembras han parido
y hay mucho barullo.

Pronto subirán los turistas. Habrá carneo y platita; también vendrá


don Luis en su camioneta y cargará muchos animales recién carnea-
dos por unos pocos pesos…

Pedro y yo nos levantamos tempranito todos los días, de noche.


Hace mucho frío. El agua del fuentón está congelada… Igual nos lava-
mos la cara. Ordeñamos alguna cabra, tomamos unos tragos de leche
con un pedazo de pan. Dejamos el balde arriba de la mesa, para los
otros y vamos al corral para sacar los animales a pastorear y a tomar
agua. El río está lejos y allí hay pastos más tiernos. Salen a empujo-
nes, chocándose, alborotadas… Agarramos el mismo camino todos los
días, ellas siguen la huella. Hoy el viento nos vuela. Los zarcillos nos
atropellan y pinchan. Nos sostenemos con un palo de algarrobo. El
frío nos parte la cara, las manos, los pies; las grietas arden. Cuando
volvamos el sol nos quemará.
A las cabras nada las para… Están hambrientas.
Me gusta patear una piedra mientras caminamos. Cuando se queda
quieta lo hago otra vez. A veces mi hermano me hace trampa, agarra
mi piedra y la tira lejos. Se pierde entre los yuyos secos. Vuelvo a ele-
gir otra… y así el camino se me hace más corto.

Son como las cuatro… Los animales comieron y tomaron agua.


Volvemos. Tenemos hambre y estamos cansados. El tata nos espera
con pan y queso de cabra.

92 • Imaginerías desde la siesta


> El reloj

Día de carneo. Hoy los más chicos salen a pastorear. Los más
grandes ayudamos en la faena y con la limpieza de los cueros.

Llegaron los turistas. Una joven no me saca sus ojos azules de en-
cima. Se acercó y me dijo que me regalaba su reloj. ¿Para qué? ... No lo
necesito. Yo miro el cielo y sé la hora… Ahorita mismo son las doce.

Ella miró su reloj. Las doce.

Alba Rosa MORANDINI DÍAZ • 93


> Derecho a tos
releer esos tex

Son como una fruta dulce y deseada, esa que se elige una y otra vez
aunque haya otras apetecibles.
Siento placer releyendo mis textos preferidos… La primera vez los
leí por curiosidad, para conocerlos; luego para acercarme a épocas
bien descriptas en ellos o para comprender mejor a los personajes.
Todos me dejaron sus marcas.
Así, descubrí a Marie Curie: mujer, amante, científica, madre… No
puedo olvidar el amor entre ella y su Pierre; o que la premio Nobel tam-
bién hacía dulces mientras defendía día a día los derechos de la mujer,
en una sociedad en la que el saber y el poder eran solo del hombre.
“Se cayó el tomate, ¡qué disparate!”. Una y otra vez me despierta
una sonrisa. Recuerdo cuando uno de mis alumnos con sordera leyó
ese texto y dijo: ¿Pero cómo, si el tomate no habla?
“El ciempiés demorado” me hace recorrer un largo camino en bus-
ca de serpentinas para, finalmente, llegar tarde a la fiesta de carnaval
organizada por los animales del bosque…Y sentirme como él, algo de-
morada porque no me agrada correr.
Si de fantasmas se trata, el de Canterville me lleva a viejos y embru-
jados castillos, al crujir de cadenas y hasta puedo entender a esos seres
terroríficos a quienes solo el amor logra dejarlos descansar en paz…
“Canto labriego”, un sello en mi alma…Vendimia, manos ásperas y
el sustento bien ganado para la familia numerosa.
Como un imán me atrapan una y otra vez los ojos de Hassan y su
labio partido, desde Kabul, en “Cometas en el cielo” y esa frase tan
señera: “Hay una forma de volver a ser bueno:… decir la verdad”.
Redescubrir la injusticia, la traición, el dolor y las miserias más
profundas del ser humano con Víctor Hugo en el siempre actual
“Los Miserables”…
Mafalda, Maitena y ahora Gaturro, qué placer para reír una y otra vez.

¡Cómo desearía volver a leer el Ave María y El Padre Nuestro junto a


aquellas imágenes que pendían silenciosas en la pared de mi habitación en
la casa de mi infancia! Hasta hoy me acompañan en el recuerdo…

94 • Imaginerías desde la siesta


> El volcán

Atardecer gris… El silencio llena la inmensidad del paisaje solo


interrumpido por los trinos punzantes y estridentes de los pájaros.
Huyen desorientados dando al lugar un aspecto inquietante…
La tormenta puja por abrirse paso. El valle parece en alerta ob-
servado por el volcán Calbuco y las rocosas montañas cubiertas de
nieve. Los lagos ancestrales son mudos testigos de esta extraña y
magnífica geografía.

El viaje llegaba a su fin. Con Juan habíamos compartido días serenos,


de sutiles encuentros y también de los otros: los que bucean en nuestro
interior removiendo cenizas, dejando grietas a la espera de ser cerradas…
Nos habíamos conocido en el periódico. Por nuestra formación en
el articulismo escribíamos en ese formato temas de interés político,
educacional y especialmente los referidos a la cultura de los pueblos
latinoamericanos.
Pero en este viaje solo intentábamos reencontrarnos…
El transporte nos recogió a horario. Serpenteaba artificiosamente
por las laderas provocando movimientos desestabilizadores. La traza-
bilidad del camino debió ser realizada por expertos, de lo contrario, la
zona permanecería aislada por su difícil acceso. Los bosques de pinos
y araucarias proyectaban sus sombras en el inmenso lago.
¿Era la despedida la que me hacía sentir tan inquieta y angustiada?
No, no lo creo…Había algo siniestro en el entorno.

Llegamos al aeropuerto. Las luces no lograron aquietarme. El jet


se encontraba en la pista esperándonos impávido.
Pero otros eran los planes para nosotros…
Repentinamente, la tierra comenzó a moverse en forma violenta
y continua. Muebles, computadoras, equipajes se desplazaban des-
controlados a nuestro alrededor. Gritos, desorden, llantos, súplicas…
Oscuridad. Estábamos amedrentados. Nos abrazamos instintiva-
mente… ¿Sería el final?

De pronto, una gran bocanada de fuego nos iluminó. El gigan-


te había despertado. Furioso arrojaba toneladas de lava y cenizas

Alba Rosa MORANDINI DÍAZ • 95


> El volcán

proyectando imágenes terroríficas a nuestro alrededor. Estuvo


aguardando este momento por años…Y finalmente lo encontró.

Pasaron las horas. La calma iba retornando lentamente aunque


estábamos expectantes por otros movimientos sísmicos y erupcio-
nes. Luego de algunas horas interminables fuimos evacuados. Hasta
nuevo aviso no podríamos dejar el lugar.

¡El volcán…! Tan diferente a los humanos y, sin embargo, tan pa-
recido. En nuestro interior bullen ideas, proyectos, contradicciones
y solo cuando las liberamos recobramos el equilibrio y la paz. Ambos
necesitamos ese instante único para reiniciar un nuevo ciclo vital.

96 • Imaginerías desde la siesta


> Encuentro

Sintió que un mecanismo de sutura cerraba tantos años de búsque-


da, de incertidumbre, de dudas… Y lloró y sonrió en paz…

Melodías indescifrables lo acechaban; evocaban un mundo co-


nocido pero ambiguo, desdibujado y sin embargo vital. Sus dedos
recorrían el teclado con una memoria extraña, incierta, lejana…
Una sabiduría emocional, hasta genética aparecía en sus interpre-
taciones musicales.

¡Cuántas veces se encontró perdido en el laberinto buscando la


respuesta a sus sospechas!

Inquietud, temor, pero sobre todo amor en la mirada de su ma-


dre… Manos ásperas, tiernas, llenas de caricias que le dieron forma y
le mostraron el camino sin resentimientos, con esperanza. Y su padre,
simple, duro y cariñoso, labrador del terruño donde creció, pero tan
lejano de sus ojos claros y cabellos castaños.

Y el laberinto y la música siempre, girando, girando…

Finalmente el Minotauro encuentra la salida, recobra su forma y


puede ser nombrado. Es un hombre, aquel que debió ser. Recupera su
identidad y, al hacerlo, reconoce aquellas fantasmagóricas melodías…

Ahora son dulces susurros del más allá.

Alba Rosa MORANDINI DÍAZ • 97


> Membrillos

Membrillos, mensajeros de otoño,


fragantes, duros,
maduros, amarillos,
de jugosos corazones sanos,

Más tarde, pulpa agridulce,


rugosa y brillante,
serena y efervescente
esperando el milagro.

Ahora, cobre
fuego lento y hechicero,
brazos y paciencia
para dar forma a la obra.

Dulce de membrillo
perfume dorado.

Ritual familiar,
conjunción de tiempo,
placer y esfuerzo.

Alquimia
del deseo,
el regocijo
y
la paciencia.

98 • Imaginerías desde la siesta


> Estupor

Entramos riendo. Nuestros cuerpos gritaban exultantes, ávidos de


caricias. Ese lugar fue testigo de nuestra prisa. Como hojas arrancadas
por el viento nuestra ropa quedó esparcida en la sala.

Nos conocíamos desde niños. Crecimos en la plaza del barrio. Sus


árboles fueron testigos de confidencias y de nuestras acrobacias para
trepar hasta el límite de sus copas. La bici, la rayuela, los cumpleaños;
las tardes de verano en el club…
Luego, cada uno siguió su camino. A mí me atrapó la música, a vos
los seres del más allá.

Reencuentro. Sonreíste y tu sonrisa me invadió. Tu rostro se


multiplicó en mis ojos. Mi sangre burbujeó. La inocencia, los juegos,
la niñez, se ocultaban lejos.
Ahora éramos otros. Instintivamente tomé el violín. Toqué exta-
siada. ¿Qué mejor muestra de mí misma?
Abrí los ojos como después de un sueño esperando encontrar los
tuyos… Pero no, ¡ya no estabas! Te llamé y busqué desesperadamente
por la casa… Tu voz, tus caricias, tu mirada, me cercaban aún.

Salí… Una gran nube negra se elevaba en el cielo limpio del atar-
decer. Grité tu nombre.
Silencio… La nube se elevó hasta desaparecer…
Nunca más volví a verte.

Alba Rosa MORANDINI DÍAZ • 99


iños
> Sueñan los n
y las escuelas…
Fui el primer hijo y el primer nieto. Cuentan mi madre y mis tías
que era muy inquieto: trepaba apenas empecé a caminar, disfrutaba
saltando en los charcos y jugando de igual a igual con mi perro. El
triciclo y la bici fueron mis aliados y los bloques mis preferidos. Me-
sas, sillas, juegos de la plaza salían de mis manos hábilmente. Pero…
las palabras fueron siempre mis enemigas. Los cantos de las mujeres
de mi familia se repetían incansablemente esperando escuchar mi
vocecita, mas era una misión imposible. Finalmente hablé, aunque la
búsqueda de las palabras adecuadas se interponía muchas veces en
mi comunicación con los otros.
Mis padres, ilusionados con un futuro ambicioso, me inscribieron
en una escuela bilingüe. En vano mi madre intentaba hacerme repetir
esas estrafalarias palabras en inglés.
El despertador, ¡otro enemigo!
—Juan, vamos, vamos son las siete, ¡a la escuela! ¡Llegarás tarde!
¡Arriba, vamos! ¡No te lo repito!
Otra vez siento dolor de estómago, ganas de vomitar…
—Mamá, me siento mal…No quiero, no quiero ir a la escuela. Te lo
pido por favor, mamá.
—Tus descomposturas son una excusa para faltar a clase…Vamos,
apúrate, el desayuno está listo.
—No quiero la leche, estoy mareado.
—Dame el cuaderno de comunicaciones… Ayer no lo vi.
—Está en mi mochila.
La madre lo busca inquieta.
—Se habrá quedado en la escuela.
—Espero que no me ocultes nada.
Sí, ayer me escapé de la clase en la hora de Lectura. No soporto la
burla de mis compañeros ni la impaciencia de mi maestra. Hoy, sí o sí
mi mamá me llevará a la escuela.
—¡Vamos, muévete Juan!
Tomo la mochila y mis figuritas.
Bajo del auto rápidamente y paso a la formación. En un momento
entramos al aula.
—Abran el cuaderno de Lengua. Dictado: ”Una gran idea”

10 0 • Imaginerías desde la siesta


ños
> Sueñan los nias…
y las escuel

“Había una vez una gata…Y la gata empezó a correr, se encontró


con una coneja y una ardilla. Hicieron un tobogán, se tiraron hasta
cansarse…Después nadaron en el río.
—Juan, dame el cuaderno para corregirte —la voz de la maestra me
trajo a la realdad.
Otra vez el dolor de estómago, las manos mojadas…
—Pero sólo escribiste tres palabras con horrores de ortografía.
¡No se entiende nada!
—Leé, Juan…Por favor leé; a ver si vos entendés lo que escribiste.
—A l, j..a, ja, ta; ga..ta…
Transpiro, mis compañeros se ríen, siempre pasa lo mismo cuando
intento leer. Me pongo rojo de bronca, las lágrimas corren por mi cara…
Quisiera golpear a mi compañero de banco, pero sé que será peor. La
seño me sacaría al patio y de allí a la dirección hay un solo paso.
—Esto no puede seguir así —dijo la maestra—. Traé el cuaderno de comu-
nicaciones. Mañana no entrás si no venís acompañado de tus padres.
El cuaderno no aparece, lo escondí en mi escritorio…
—Ya veo, no hiciste firmar la nota y no trajiste el cuaderno…
¡Además eres mentiroso!

Ese año reprobé el curso nuevamente. Fui despedido del colegio.


Allí no había lugar para un alumno que no aprendía a leer y a escribir
como todos. Esas fueron las palabras de la directora.
En vano mis padres insistieron en que me esmeraba en hacer y
rehacer las tareas, que era muy habilidoso para dibujar, arreglar arte-
factos, armar con bloques muebles y edificios…
Pero la directora repitió que no leo ni escribo como un niño de mi edad,
por lo cual “deberán buscar una institución especial preparada para casos
como el suyo”. Volvimos a la casa en silencio, muy apesadumbrados…Mi
familia no sabía a quién acudir para encontrar una solución.
Yo estaba muy enojado con mis maestros y compañeros. Me en-
cerré en mi cuarto y mientras les daba de comer a los peces se me
ocurrió una idea genial. ¿Qué pasaría si se fabricara un chip que me
permitiera aprender a leer y escribir como lo hacen los otros chicos?
Fui corriendo a contárselo a mi papá que es ingeniero en informática.
—Tu idea es muy buena, hijo. Veremos si la podemos llevar a la
práctica. Sé lo que sientes, yo también tuve las mismas dificultades…

Alba Rosa MORANDINI DÍAZ • 101


ños
> Sueñan los ni …
y las es cu el as

solo que encontré un maestro que me ayudó a resolver ese problema,


pero no fue sencillo.

Y con muchas expectativas convoca a su equipo de la Fundación


científica en la que investiga, compuesto por neurólogos, neurociru-
janos, lingüistas, terapeutas del lenguaje, fonoaudiólogos y maestros
para llevar a cabo este ambicioso proyecto.
Luego de intensas horas de estudio y experimentos, el neurochip
para los trastornos de la lecto-escritura estuvo listo.
Llegó el día de la operación. Juan estaba ansioso aunque confiaba
en su padre y colaboradores. Además, a su amigo Lucas, le habían rea-
lizado una operación en el oído y ahora podía escuchar. ¿Por qué no
habría de ser una solución para él el neuro-chip de la lecto-escritura?

La operación duró largas horas… Luego de varios días en terapia


intensiva Juan abrió los ojos…Sonrió a sus padres y familiares y pidió
su libro de lectura…
El silencio fue intenso. Las dudas y la angustia se percibían en los
rostros. Los corazones palpitaban intensamente. La madre le entregó
el libro. Juan lo abrió al azar.
“ PALOMI..TA BLAN..CA
PALOMI..TA BLAN..CA
RE..BLANCA, RE..BLANCA.
DOON..DE ESSSTÁ TU NIDO,
REE..NIDO, REENIDO.”

Las lágrimas, las risas y los abrazos llenaron la sala. El neuro-chip


para los trastornos de la lectoescritura había resultado un éxito.
La noticia del descubrimiento fue difundida por los medios de
comunicación de todo el mundo.

Ingresé en otra escuela. Por fin, no más burlas ni agresiones. Ahora


soy un niño como todos… ¡Estoy feliz! ¡Cuántas aventuras podré cono-
cer en los libros porque ya no les tengo miedo!

102 • Imaginerías desde la siesta


ar icar men
M
PELAYES

s
las ciencia
it é e l c a mino de la
Trans rtil. Semil
. Terreno fé
na t u r a le s Agua que
s d e germinar.
con g a n a descubro
u t r ie n tes. Hoy
moviliza
n tras.
n d e ro . E l de las Le
se
un nuevo activan la
u ja s d e luz que ras. Las
B u r b
. Ju e g o con palab
ión an
imaginac e n a n fr a ses, palpit
encad
enhebro, ir a n. Caen p
or su
es , re s p
emocion educen,
S acuden, s
propio p e s o . s verdes
s t im a n o besan lo
la
cautivan, a. Ha em
pezado
d e t u a lm
brotes trarnos
v e n t u r a de encon
la a ágico.
niverso m
en este u
> El enigma toria
detrás de la his
Cuando Sebastián abre el sobre que le entrega el cartero, algo
parecido a una grata sorpresa se le dibuja en el rostro. ¡Eliana lo
invita a su casamiento!
Esa joven de veinte años y hermosos ojos verdes, hoy apreciada
amiga, que él tanto amara años atrás sin ser correspondido como lo
hubiera deseado. Recuerda el peso de una desdibujada sombra inter-
puesta entre ambos que no le permitía a ella brindarse a la calidez de
su abrazo. También, la presencia de un tenue pero persistente tormen-
to que parecía aquejarla pero nunca pudo descubrir indicios fehacien-
tes que echaran luz sobre sus intuiciones… Por fin, Eliana hoy parecía
poder entregarse al amor de un hombre.
No duda en felicitarla por teléfono. Ella le expresa estar enamorada
y por primera vez haber encontrado la paz tan ansiada para su alma. Él
se alegra, sintiendo que bien se lo merece. También se comunica con la
madre, deseándole felicidades por la boda de su hija. Muy emocionada
la señora por tan grato evento no puede, sin embargo, dejar de mos-
trarle su profunda tristeza por la muerte de su marido acaecida tan
solo seis meses atrás. Ella quedaría, por lo pronto, en compañía de su
hijo de quince años, todavía de corta edad, como le aclara. Demasiado
corta, piensa él, más para una madre rondando los setenta. ¿Ya los se-
tenta? se queda meditando al cortar. También se extraña de que Eliana
no le hubiera comentado sobre el deceso de su padre.
De pronto, otros recuerdos lo asaltan. En el tiempo en que él la cor-
tejaba, ella cursaba la universidad lejos de su familia y hablaba todos
los días por teléfono con ellos, especialmente con su hermano menor
por el que tenía una adoración muy especial. Hoy él con quince años,…
Eliana con treinta… Evoca lo que le había expresado entre líneas acer-
ca de llevárselo a vivir con ella y su futuro esposo. También brotan en
su mente, cual maleza invasora, hechos aislados que le trae la memo-
ria. Los momentos de encuentro familiar, la imagen de un padre hosco
y la de una madre rellenando silencios a toda costa, en medio de un
cotidiano clima ácido.
Al hilvanar lo que está pasando con los atropellados recuerdos
que lo asedian, no puede creer la trama insospechada que han tejido
sus pensamientos.

10 4 • Imaginerías desde la siesta


> El enigma
detr ás de la historia

Pestilencia.
Hedor.
Repugnancia.

Su insight, el darse cuenta, lo cachetea con crueldad y le apuñala


el corazón.

Maricarmen PELAYES • 105


Hombre s del norte
>

El crepúsculo avanzado cierne sus sombras sobre el pueblo.

El jefe da la orden y el ataque de los vikingos no se hace esperar.


Derriban las pesadas puertas e irrumpen en el Monasterio. Los mon-
jes no ofrecen resistencia ante el saqueo de las posesiones, a pesar de
vivir la herejía como un ataque a su Dios. Invaden todos los rincones,
incluso el sagrado recinto en el que varias mujeres se han reunido
para ofrecer oraciones. No dudan en secuestrarlas para que formen
parte de su botín, abriéndose paso entre sorpresivas espadas que arre-
meten furiosas para defenderlas. Son las de los soldados del imperio
carolingio, con los que se enfrentan en su huida. La embestida es
cruenta mientras se escabullen: violencia y sangre dibujan sus huellas
en el suelo de la impotencia. Costearán luego la ribera del Loira para
dirigirse a la isla junto a su desembocadura. Allí han establecido un
asentamiento, base de operaciones de sus devastadoras incursiones.
Infructuosos han sido los intentos del mismo Carlomagno de armar
una flota para proteger costas, fortificar puertos y puentes evitando
que avanzaran tierra adentro.
Los llamados bárbaros suben a los barcos cinco rehenes, calladas
y asustadas. Las embarcaciones de poco calado que les permiten na-
vegar incluso por ríos no muy profundos les otorgan maniobrabilidad
y ligereza para huir como expertos navegantes. Se hacen a la mar en
sus vaivenes de madera con dragones, desplegando impecable técnica
naval a través de la carretera de aletas y escamas multicolores. Llegan
a la isla y ubican a las mujeres en improvisados calabozos, en los que
abrazan frío y hambre cual fieles compañeros. Al otro día, dos guar-
dias entran atemorizantes y a empujones las derivan a realizar tareas
de cocina, limpieza y cuidado de enfermos. A una de ellas la toman
de sus largos cabellos y a la rastra la llevan a una gran sala. Un indi-
viduo con vestimenta diferente le hace señas para que lo ayude en la
curación de heridos. La joven intenta sobreponerse al maltrato y los
atiende con esmero. Una mirada sobre sus espaldas le hace voltear la
cabeza. Ve al hombre dolorido, apoyado sobre una saliente del muro,
con el brazo desangrándose. No duda en tomar un trapo limpio y apli-
car un torniquete para detener el vómito de sus venas liberado por es-
tiletes bélicos. Lo percibe débil y lo recuesta, dedicándose así a curarle

106 • Imaginerías desde la siesta


l norte
> Hombres de

otras heridas bañadas en chorros púrpura. Él tarda algún tiempo en


recuperarse, mientras ella continúa su tarea improvisada.
A los días, la sacan en forma intempestiva de la celda y la llevan a
una elegante casa. Se sorprende ver al hombre que la espera con una
sonrisa. El caballero rubio y de gran porte le tiende la mano y, al tomar
la suya, la besa con agradecimiento. Lo reconoce de inmediato. La in-
vita a sentarse en el amplio jardín y con sentidos ademanes le expresa
la calidez que brota de su cofre de emociones. Con el correr de las
noches, sus ojos claros le ofrecen ternura, devenida luego pasión des-
bordante a la que ella responde con creces, pues siente que la estam-
pa varonil, fuerte y sincera, ha logrado cautivar su corazón. Él, Ivar.
Ella, Embla. Juntos emprenden un camino nuevo de proyectos y amor
compartido. A pesar de su rol de concubina, el hombre le otorga pleno
poder para el manejo de la casa. Pasados los tres años, ella se convier-
te en forma automática en su esposa y entonces sí decide colgarse el
manojo de llaves en su cinturón, como distintivo de la mujer libre en
que se ha transformado. Se hace cargo de la granja gobernando casa
y propiedades sobre todo cuando su marido está ausente por motivos
guerreros o comercializando cuero y marfil de las morsas que caza.
Un triste día la casa con remos de Ivar regresa sin él. Muy malhe-
rido en una de las batallas, al poco tiempo traen su cuerpo sin vida.
La congoja invade el corazón de Embla. El vikingo no es nadie sin su
barco, por eso su hermano Erik, pariente más cercano, lo deposita
para inhumarlo en su nave, la que incendia para que desaparezca
mar adentro. Todos los familiares beben en su honor a modo de des-
pedida. Embla lo llora con desconsuelo y siente su vida desgarrada
con la pérdida del amado compañero.

Pasan los días y las noches con lentitud para ella, como si el tiem-
po se negara a continuar su rumbo, como si el compás de minutos y
segundos hubiera perdido el ritmo en el laberinto de desesperación y
tristeza que anida su alma.
En octubre ya es invierno y la despensa debe estar abastecida de
carne salada, pescado ahumado y cerveza. Hay poca actividad y es
momento de hacer reuniones, cantar y recitar poemas. Para la fies-
ta conocida como Jol fabrican una cerveza especial. Durante la cena,

Maricarmen PELAYES • 107


l norte
> Hombres de

mientras consumen la carne del cerdo sacrificado, Erik le dice a Embla


que no quiere que salga de su familia porque la considera excelente
mujer. Ella lo escucha y siente que esa arenosa voz acaricia con ter-
nura su fuelle de latidos. Disfruta su mirada penetrante de azabache
lucero, su juvenil pero recia estampa. Este hombre de gran atractivo
provoca en ella una rara inquietud. Erik le toma la mano entre las
suyas y se la aprieta con viril energía. La fogosidad del contacto la
perturba, hasta sentir desbocado el palpitar en su pecho. No quiero
perderte, le susurra él al oído. Ella se estremece.

El corazón del invierno acelera sus latidos con mayor fuerza. Es el


momento de la larga noche, de tallar y esculpir madera. De orar para
que el sol llegue de nuevo y acabe la oscuridad. Embla sabe que su
corazón no se resiste a seguir tallando la ilusión de recibir un nuevo
rayo de luz en su vida.
El mejor forjador de la zona, artesano de gran especialización, aca-
ba de terminar la creación de lo que él bien considera su obra maestra
de los últimos tiempos: un anillo labrado. Se lo han encargado y esa
noche lo pasarán a recoger.
La lejanía silencia el descontrolado tronar de estampidos que fogo-
nean el cielo de las azules aguas. Pocos barcos podrán regresar.

El crepúsculo avanzado cierne sus sombras sobre el mar.

108 • Imaginerías desde la siesta


> La bailarina

Da vueltas y vueltas, el tutú y sus zapatillas de bailarina coqueta


girando, con esa música tan rítmica, tan vibrante. Érika la mira melan-
cólica mientras baila. Regalo de sus padres, le han puesto la cajita mu-
sical sobre la mesa de luz. Es lo único alegre y amistoso en esa oscura
y lúgubre habitación del hospital en la que se encuentra. Sin brillo, sin
color, con aroma a desesperanza, con olor a desencanto.
Érika extraña la calidez de su casa. Cierra los ojos en un vano
intento de descansar.

Los sonidos mágicos comienzan a envolverla en su misterio. Atrapan


sus ansias de seguir bailando. Intuye el brillo de las luces de las candilejas
del teatro, a los músicos afinando sus instrumentos. Vive la ansiedad del
estreno. Ella ha ensayado durante meses junto a sus compañeros para que
todos puedan lucirse, pero como primera bailarina sabe que brillará en
forma especial esa noche. Lo presiente y así lo desea con mucho ardor.
Palpita cómo la sala empieza a llenarse de público. A la hora estipula-
da y con todas las butacas ocupadas, se cierran las puertas y comienza la
función. La orquesta en vivo apenas se deja ver, ubicada en el foso delante
del escenario, sobresaliendo la silueta del director que arremete con los
primeros acordes. Sobre las tablas, las damas con su vestimenta danzante
colorean el clima escénico. Los elegantes caballeros se les unen acompa-
sadamente. Intrépidos, desafiantes, inician el baile como invitando a los
bailarines principales. Aparece Érika de la mano de su partenaire, con el
tutú y sus zapatillas de bailarina coqueta. Primero cadenciosos, saborean-
do cada compás de la melodía; luego, con giros interminables y movimien-
tos brillantes, siempre con impecable destreza.
El público aplaude con vehemencia a los bailarines. Al subirse de
nuevo el telón, no dudan en ponerse de pie para seguir aplaudiendo.
Todo es ovación y alegría. Érika siente que es una gran artista, satisfe-
cha, totalmente satisfecha. Su sueño se ha cumplido: agradece a la vida.
Cuando sale de su camarín busca a sus padres y se extraña de
no encontrarlos.

En la oscura habitación del hospital una joven bailarina ha de-


jado de girar.
La noche languidece.

Maricarmen PELAYES • 109


De arpía s y feminismo
>

De forma definitiva este hombre me tiene harta. Entro a la cueva


y lo encuentro tallando la décima piedra del día. Claro, estamos en
la Edad de Piedra y le hace honor a ella. Pero me querés decir para
qué tantas. Si al final solo se va a hacer cosas para él. Otra arma, otro
arpón, otro punzón. No se da cuenta este cavernícola de que quedaría
muy bien con su mujercita -que vengo a ser yo- sorprendiéndola con
una peineta para adornar la cabellera, o con un collar de valvas que
resalte mi belleza. Y te digo más, me conformaría con un cuchillo, de
esos bien afilados que cortan hasta los suspiros. Porque cuando mi
marido aparece con los pescados, vaya y pase, me las puedo arreglar.
Pero cuando me trae esos animales salvajes que caza, el señorito pre-
tende que despilfarre todo mi ingenio en saber cómo descuartizarlos
y encima espera que se lo convierta en comida exquisita.
Menos mal que ya se descubrió el fuego. Se le prendió la lamparita
al que vio el rayo encender la hierba seca. Algo así como al fulano que
se dará cuenta de no sé qué de la física mientras se baña. (Qué poca
vergüenza salir corriendo desnudo por la calle, con ese Eureka a los
gritos como si el descubrimiento lo mereciera. Menos mal que no se
ahogará en la bañera mientras sube el agua). Ahora sí, siguiendo con
lo nuestro y hablando de agua y fuego, la tan mentada futura Petrona
hará roncha imitando mis sabrosos platos, aunque sea por telepatía a
través de ondas que atraviesen la máquina del tiempo. ¡Ah! Tendría
que haber nacido yo en esa época. Un fosforito y listo. Nada de frotar
el sílex y la pirita de hierro. En fin, tengo que ir a buscar más tintes de
moluscos y hojas de vegetales para macerarlos y seguir con mis pintu-
ras en las paredes y de paso retocarme las uñas. No hay duda que soy
una artista. ¡Cada día pinto mejor! Merezco un regalo, y hasta te diría
un súper regalo. Que no se descuide entonces este troglodita, porque
en cualquier momento me enojo y le saco la piel de animal que lleva
cubriendo su lindo cuerpito. Pavada de piel que empilcha, ¡y que se
embrome si empieza a estornudar!
Aunque debo decir que lo que ha quedado con las últimas lluvias no
es frío: es tremenda humedad, que dicho sea de paso, también me tie-
ne harta. Es más, yo diría agobiada, desganada, pegoteada. Esto rima
bien. Pegajosa, transpirosa. Esto también. Transpiro. Transpiro, trans-
piro, para seguir transpirando. Y ni una brisita que corra. No digo que

110 • Imaginerías desde la siesta


minismo
> De arpías y fe

galope pero que se deje sentir. ¡No doy más! Dentro de esta caverna
está insoportable. ¡Ah! Ya se me ocurre qué hacer. Voy a invitar a mi
vieja amiga el águila arpía (¿o harpía? La ortografía no es mi fuerte)
para que venga a ventilarla. Que se mande unas cuantas aleteadas y
me contás después si refrescan las ciento cincuenta revoluciones por
segundo. ¡Creo que inventé mi Eureka! Mi amiguita tiene alas anchas y
no tan largas que le permiten volar bárbaro dentro de las copas densas
del bosque. Cómo no se las va a arreglar acá en la caverna, entrando y
saliendo como pancha por su casa.
Sonamos. ¡Alguien está llamando! ¿Habrá llegado el águila? Se-
guro que vino volando. Pero qué digo, si todavía tengo que invi-
tarla. ¡Ah no! Es la vieja de la otra caverna que viene de nuevo a
sacarme de quicio. Claro que no le cuesta mucho. Se viste con ese
taparrabo tan cortito, con lo piernuda que es la guacha. Se cree
que como ya cumplió los dieciocho puede seducir a cualquier hijo
de vecina. ¡O al papito de su vecina! Desubicada. Vieja arpía. (¿O
harpía?) Monstruo delirante, maligna, mentirosa, manipuladora,
dañina, inescrupulosa, malintencionada, deschavada, maléfica,
humanoide. Y perversa. Histérica perversa. ¡Ahhhhhhhhhhh!
Qué bien se siente uno cuando larga la bronca para afuera y se
descarga así. No le voy a dar ni cinco de bolilla cuando le abra la
puerta. Bueno, puerta, lo que se dice puerta… Cuando corra las ra-
mas de juncos, la voy a atender con un: “¿Qué necesita, vecina? No,
no tengo nada para convidarle, vecina. ¡Que le vaya bien, vecina!”
En fin, voy a tener que ir nomás a preguntarle qué quiere. “Hola,
vecina…”: ¡No puedo creerlo! Como no salió mi marido a atenderla,
se fue corriendo la zorra y sin decirme nada.
¡A ver! Cómo le hago entender a mi querido maridito lo que le he
comunicado mil veces con gestos, con gruñidos, con chillidos, con se-
ñas, con… Esta mujer es una arpía. (¿O harpía?) Le voy a dejar a él aho-
ra mismo un mensaje pintado en la pared. Espero que lo vea cuando
regrese. Acá dibujo la silueta de un hombre, la de él. La de una mujer,
la mía. Y más allá, bien lejitos, la de la otra: la vecina. A esta la voy a
hacer fea, bien fea. No. Más bien la dibujo con horrendo rostro de mu-
jer y cuerpo de ave de rapiña con sus asquerosas garras. ¡Siempre dije
que la mitología era lo mío! ¡Harpía!

Maricarmen PELAYES • 111


minismo
> De arpías y fe

No sé qué va a apreciar este hombre cavernario de mi arte rupes-


tre. Pero que le va a impactar, le va a impactar. ¡Mmmm!, ahí viene.
Entra y lo mira. Menos mal que está quieto, porque si camina no
puede pensar. ¿Y ahora? ¿Por qué toma mis pinturas? …Dibuja otra
águila que se acerca a la vecina y después las dos se van volando
juntas, mientras tacha mi silueta… ¡Este no entendió nada o entendió
demasiado! Le voy a dar ya el diploma de nómade sin que tenga nin-
guna materia aprobada, porque no le va a quedar ni siquiera la gris
del cerebro. Pero mejor, lo mato. ¡Yo lo mato! Juro que le tiraría con
el Aconcagua. Lo cierto es que le voy a pasar por encima este tronco
cortado y lo voy a bolillar hasta dejarlo estampillado en el suelo.
¡¡¡De esta no te salvás, troglodita machista!!!
¡Y que me cuente el que venga a decir que inventó la rueda!

11 2 • Imaginerías desde la siesta


os
> Caracterizad

17:45
Fogonazos caóticos flashean la pantalla del video, con su cóctel
de estampidos intermitentes. José, adueñado del comando, ha empe-
zado a jugar a modo de ensayo, pues espera para el encuentro bélico
final a tres de sus amigos adolescentes. La cita ha sido pactada para
las dieciocho en el cyber como todos los viernes, con la autorización
de los papás. Ellos han percibido que no solo están entretenidos en
saludable contacto con sus compañeros, sino que han aumentado la
rapidez de reflejos y toma de decisiones, la capacidad de atención y
alerta y mejorado la coordinación perceptiva y motriz. La consigna
para este día fue la de concurrir con casco de astronauta, y así lo ha-
cen a medida que van llegando.

18:00
El videojuego se inicia. Los cuatro jugadores no dudan en desplegar
toda su destreza manejando los controles. Las naves espaciales dan
cuenta de la batalla, disputando su permanencia. El halo competitivo
invade las siluetas y se infiltra en la pantalla cargada de explosiones,
metralla de disparos, figuras que desaparecen, caen o continúan con
su ritmo alocado en la furiosa guerra galáctica.
Continúan combatiendo mientras los puntos se suman con el
anhelo de completar el juego con éxito. Entretenidos, sin embargo,
se percatan de que se ha hecho la hora de retornar a los hogares.
Para la próxima cita la consigna a tener en cuenta será aparecer
caracterizado con la vestimenta de piloto de nave espacial. José traerá
el traje de astronauta con el que participará el domingo en una obra
de teatro de la escuela. Santiago le dirá a su mamá que le acondicione
uno que usó en los días de carnaval. Mario le pedirá a un primo que le
preste el suyo y Ale es el que menos se preocupa del asunto.

20:00
Se despiden y regresan a sus casas, salvo Ale que se dirige al cam-
po. Sonríe. “Qué manera práctica y divertida elegí para entretenerme
con mis amigos Ni en broma me perdería el próximo encuentro”.
Sube a la nave espacial que lo está esperando y se pierde en el cielo.

Maricarmen PELAYES • 113


ión
> Transformac

Entro a la aeronave luego de constatar que afuera todo está en or-


den. Me acomodo frente a los comandos y continúo el circuito orien-
tado a la constelación Ara de la Vía Láctea, la misma galaxia de la que
forma parte la Tierra. Falta menos para regresar a ella, pienso, si todo
marcha bien y puedo resolver en forma satisfactoria las tareas progra-
madas. Aunque no sé si tenga ganas de volver…
Un fuerte sacudón de la nave me sobresalta. Los movimientos con-
tinúan, cada vez más bruscos, con mayor violencia. Las luces titilan
y las del tablero se prenden y apagan en forma caótica. La máquina
pierde estabilidad y pierdo su dirección, se escapa a mis controles. En
segundos todo está oscuro y la nave se acelera a extrema velocidad
como en un vórtice atrapado por una fuerza misteriosa. Sospecho que
ha entrado en el área de atracción de un agujero negro, producto de
una estrella en la que sus átomos se aplastan y colapsará al perder la
energía. Succión al vacío ¿Me pasará esto a mí? Fuerza de atracción
poderosa que atrapa cualquier partícula material hasta la misma luz
¿Me atrapará también a mí? Resultado final de la acción de la gravedad
extrema. ¿Será mi final? Cientos de preguntas agujerean descompagi-
nadas mi mente, libándome la energía como un parásito succionador.
Aunque un suave bamboleo todavía persiste, la nave se aquieta. Me
incorporo de mi asiento. A tientas y no con poco esfuerzo destrabo la
puerta y salgo con mi linterna. Todo es oscuridad. La vasta dimensión
me avasalla. Estoy raro, la sangre en ebullición, los latidos al galope,
entrecortada la respiración y la piel chorreando sudor debajo de la
escafandra. Con dificultad regreso a la nave y trato de tranquilizar-
me. Los segundos se vuelven eternos. Salgo de nuevo para investigar
en qué lugar me encuentro, cuando una fuerza arremolinada arrebata
de mis manos la linterna. Quedo inmóvil y, al reaccionar, empiezo a
buscarla. Me desplazo como puedo y, de pronto, luces en movimien-
to surgen por todos lados, desde más acá, desde allá, en un delirante
zigzagueo infernal que ametralla mi entorno. Se reúnen en espirales
centrífugas y perdiendo energía desaparecen en la vastedad.
Intento recuperarme, pero entonces me atrapan imágenes. Son
más apacibles que las luces y en ellas transcurren sucesos que parecen
ser de mi vida. ¡No puedo creerlo! Me veo aceptando este trabajo de
meses en el espacio para huir de mi realidad, la reciente separación

114 • Imaginerías desde la siesta


ión
> Transformac

de mi esposa, el alejamiento de mis dos hijos, la pérdida de bienes.


Percibo detrás de la imagen de mi rostro al hombre deprimido, nos-
tálgico, con sentimiento de impotencia y derrota. Las imágenes se
detienen. Me cuesta entender, todo es confuso. Me pregunto ¿Cómo
sigue esto? Trato de continuar explorando, en una dirección y en otra.
Pero todo es oscuridad. Las imágenes continúan detenidas. La situa-
ción me resulta muy extraña y esta incertidumbre me paraliza. ¿Cómo
superarla?... Tengo que pensar, me digo, pensar en positivo para cam-
biar lo que siento. Derrotado, ¡no! Triunfante. Me pienso con poder,
para sentirme poderoso y actuar así. ¿Paralizado? Me visualizo activo.
Confío que funcione lo de “Si yo cambio, todo cambia”. ¡Las imágenes
vuelven!... pero se van de nuevo. Me repito, entonces: “Estoy seguro
que lo lograré. ¡Tengo la certeza!” Pero ¿Qué ocurre? ¡Mi linterna! La
he encontrado y la prendo. Empieza a iluminarse mi entorno. También
mis ideas.
Encuentro el “horizonte de sucesos”, la zona que separa el aguje-
ro negro del resto del universo. Creo con vehemencia que estoy del
lado en el que no seré atrapado. Finjo que puedo, que me alejo, que
ya estoy llegando a la nave, que… Pero mis piernas no me respon-
den, todavía no empiezo siquiera a moverme. No importa, lo sigo
intentando. Doy un paso, luego otro y otro más. De reojo veo que
han vuelto las imágenes. Sigo y sigo. Llego a la nave y los controles
ya funcionan, puedo arrancar. Al moverme doy una última mirada a
las imágenes y veo a mis tres hijos, esperándome.

Despierto agitado del sueño intenso, movilizador. Necesito dia-


logar con la que fue mi esposa. La llamo. Nos citamos en nuestro
café de siempre. La recibo con un tierno beso en la mejilla. Me
muestra su pancita y me da la gran noticia. Está embarazada de
nuestro tercer hijo. ¡Otra oportunidad!

Maricarmen PELAYES • 115


L a f lecha del tiempo
>

Cuando niño persiguió las ondulaciones del viento, corretean-


do detrás de ovillados fardos amarillentos que jugueteaban a cam-
po traviesa.
De joven desenrolló el hilo de Ariadna, a medida que transitaba el
laberinto de su mente buscando la luz de la sabiduría.
Cuando niño subió inclinadas laderas. Contempló la cima del co-
loso, esculpida nívea con lágrimas del cielo congeladas. Al entibiarse
y devenir en zigzagueante silueta de arroyo, supo acompañarlo para
arrobarse en sus descansos y refrescarse los pies.
De joven subió los peldaños del conocimiento, ganando laureles.
Admiró a los maestros de la vida y bebió sus mieles.
De niño persiguió alados, comandó naves, lideró aventuras y se
adentró en selvas desentrañando misterios.
De joven piloteó autos y barcas, combatió la ausencia de valores y
descifró los enigmas de la existencia mientras crecía como profesio-
nal, esposo y padre de familia.
Siempre estuvo un paso más adelante que los otros, queriendo be-
ber el elixir de la perfección. Su cuerpo dio cuenta de tal exigencia.
Finalmente cosechó honores.

Un día, sin embargo, toma conciencia de la insatisfacción que lo


embarga. Mil interrogantes asedian sus pensamientos picoteando, pá-
jaro tenaz, las agotadas neuronas. Pero solo se escucha el ruido del si-
lencio. Entonces, decidido, encara a la vida y la interpela con un: “¿Más
todavía? ¿Qué más?” y esta, inmutable, le responde: ”Sigue buscando”.
Sin dudarlo, le juega un partido de naipes a su inconsciente y al ga-
narle, manda al mazo la mayoría de sus creencias. Otras, las repiensa.
Arroja la máscara de eficiente y tira la cadena. Con una regla mide la
distancia entre el “qué soy” y el “qué me gustaría ser” y compra una
goma para borrarla. Se deja despeinar por el viento y sus sombríos
pensamientos, ya patas arriba y revueltos, huyen despavoridos a pa-
rasitar otra cabeza. Corta las ataduras del “Sí, pero” y se viste con el
traje del “¿Por qué no?” Se prueba lentes de colores y desde esa nueva
óptica, cambia la mirada.
Pero sigue percibiéndose insatisfecho. Y ya con mucha bron-
ca, vuelve a increpar a la vida: “¡Préstame atención! Los talentos

116 • Imaginerías desde la siesta


l tiempo
> La flecha de

que recibí los multipliqué. ¿Qué hago, ahora? ¿Qué tengo que hacer
para sentirme satisfecho?”
La vida le responde con una sonrisa: “No pienses qué hacer: renace”.

Comprende, entonces.
Vuelve a saborear. Prueba nuevas comidas, escucha melodías di-
ferentes, alimenta su curiosidad, disfruta lo que tiene, contempla la
Naturaleza con deleite. Lo invitan a pintar murales y se descubre ar-
tista de pincel (ya no le importa ser perfecto, ni siquiera muy bueno).
Empapela su casa con relojes sin pila, borronea el pasado y no espera
el futuro. Disfruta el momento.
Entre osado y alocado, se atreve. Se atreve a reinventarse. Recupe-
ra la frescura mental y reaviva el humor. Con una sonrisa imborrable,
se dedica a jugar. Hace jugando. Piensa jugando.
Y jugando… juega a ser niño otra vez.

Maricarmen PELAYES • 117


Neblina en el pueblo
>

En un día opaco, niebla baja y espesa borronea la insulsa luz de


la mañana invernal dificultando ver. La noche anterior un intrépido
viento arremetió ensuciando paciencia, pisos y muebles por demás.
Elsa termina de limpiar su casa. Ordena ropa y zapatos. Toma las botas
usadas por su marido y antes de guardarlas cepilla la tierra de su cue-
ro. Lo que no puede resolver con facilidad es desprenderles un extra-
ño pegoteo adherido a suela y bordes. De pronto las campanadas del
reloj le avisan de lo avanzada de la hora. Guarda la máquina de cortar
césped sin haberla usado y decide que será el jardinero el que termi-
ne la tarea iniciada por él semanas atrás, que aunque breve, no logró
concluir. Aquel día, recuerda, lo dejó trabajando mientras un cuadro
febril de Pablo, su hijo mayor, la obligó a llevarlo urgente al hospital.
Al regresar, su otro hijo Guillermo, que había quedado durmiendo, le
avisó que el jardinero terminaría después la tarea. Pero nunca más
volvió. Elsa sigue despotricando en su camino a la cocina a preparar el
almuerzo. “Ya me va a escuchar cuando hable con él. No se imagina lo
que puedo llegar a decirle”.
Tampoco ella se imagina cuánto pueden sorprender a veces las
personas.
Sazona una carne con papas y la mete al horno. Mientras prepara
la ensalada, prende el televisor y una noticia de último momento la
sorprende: “Fieles de la iglesia del pueblo se alertaron en la víspera al
no aparecer el cura párroco para dar la habitual misa vespertina. Dos
jóvenes fueron a buscarlo a su casa, hallando un principio de incen-
dio que ya combatían los bomberos convocados por los vecinos. Se
planteó la posibilidad de un accidente doméstico, pero al encontrar al
sacerdote muerto y maniatado, se pensó en algo más grave. Se está a
la espera del informe de los peritos para saber la verdadera causa de
lo acontecido”.
Elsa se queda pensando en la impactante noticia. Al reaccionar,
sin embargo, siente que por un buen rato ha tapado, aunque en forma
momentánea y superficial, los horrendos pensamientos que la tienen
atormentada en las últimas semanas.
Ya es la tarde. Elsa lleva a su hijo Guillermo, de cinco años, a ver a
su amigo Daniel. El Licenciado Daniel Mayorga es psicólogo de niños
y lo atiende hace algunas sesiones. Él la alienta diciéndole que han to-

118 • Imaginerías desde la siesta


pueblo
> Neblina en el

mado el problema a tiempo al percatarse de sus cambios de conducta


y que Guillermo está respondiendo muy bien a la terapia. Reconoce
que no ha sido fácil para ella ni para su marido, como papás, aceptar la
situación que le tocó vivir al niño. Tan terrible, tan lamentable, de ver-
se asediado por un pervertido. Elsa se percibe reconfortada, pero a la
vez siente que la confusión que la opaca borronea la escasa lucidez que
emerge de la telaraña de pensamientos que tiene atrapada su mente.
Mientras espera a Guillermo, Elsa cruza al bar de enfrente del con-
sultorio y pide un café. La voz del locutor del noticiero en la televisión
sacude de nuevo su ensimismamiento. Se muestra al ama de llaves
del cura párroco, hablando de la jornada del día anterior: “Durante la
mañana me ocupé de la casa y luego de hacer el almuerzo y preparar
alfajores para los chicos de la parroquia, me retiré alrededor de las
dieciséis horas”.
Elsa mira el reloj y presurosa se levanta y busca a su hijo. Mientras
le indica que suba al auto, Daniel la detiene con una pregunta.
—Si bien vos acompañás a Guillermo a todas sus actividades y lo
esperás, ¿cuáles son las veces que últimamente lo dejaste y volviste
luego a buscarlo?
—Ya me lo preguntaste, Daniel, y te dije que en dos ocasiones lo
dejé en los cumple de sus compañeros de escuela. Sus mamás son ami-
gas mías y quedó a cargo de ellas.
—¿Y hubo alguna vez más? —insistió.
—Sí, la que te conté del día de la neblina cuando casi suspenden un
partido de fútbol entre el curso de Pablo y el de otro colegio, que com-
petían en la cancha de la parroquia. Pero al final lo jugaron. Lo dejé
sentado a Guillermo en la tribuna y al rato volví a quedarme con él.
—¿Tu otro hijo jugaba? —le vuelve a preguntar.
—Sí —le responde.
Con una sonrisa amable se despiden.

Es noche avanzada. Los niños duermen. Elsa espera a su marido. Su


mente sigue entretejiendo los intrincados pensamientos que la acechan.
“Los alfajores se hacen con dulce de leche”, se dice, “que se pegotea
entre los dedos y también si cae al piso. Pero entonces…”
Elsa se aferra al mármol de la cocina, para no caer.

Maricarmen PELAYES • 119


> Fui payaso

Piruetas, vueltas carnero, acrobacias sobre caballos, pantomimas


varias, baldes llenos de espuma, de gestos sorpresivos arrancando car-
cajadas y emociones en un público que ovaciona, que se divierte ante
la comicidad desplegada en la pista.
Los payasos se retiran: su actuación ha terminado. También en
esa ciudad. El circo se trasladará en breve al pueblo vecino para seguir
dibujando sonrisas y aplausos.

En el camarín me digo satisfecho: Negro, ¡Función Cumplida!


Me saco el atuendo de payaso, borro los colores del rostro y vuelvo
a mi nariz habitual.
Ya estamos partiendo a otra provincia, conocida por mí y de la
que guardo hermosos recuerdos. Allí la visito a ella. Sigue igual de
linda, con sus bellos ojos pardos. Pero no me recibe sola. Me presenta
a Adrián, su hijo de ocho años y me aclara: nuestro hijo. No puedo
creerlo. Nunca me lo hiciste saber, le reclamo. No quise cortar tus ganas
de aventura ni la autonomía que tanto proclamabas. Pero hoy has venido a
verme y es tiempo que lo sepas, afirma.
En los días siguientes, la ternura del niño me atrapa y también su
invitación a jugar a la pelota, a la lucha, a los corsarios. Me quedo pen-
sando que es cierto lo que su madre dijo. Pero también lo es el sentir
que ya es hora de dejar la vida nómade, que me seduce la idea de insta-
larme en un lugar definitivo y mucho más para armar una verdadera
familia. Decido entonces elegir este lugar.
Pasan los años y no me ha resultado fácil acostumbrarme a una
vida más disciplinada, a conseguir trabajos tan diferentes del que
tenía y, sobre todo, a sentir que tengo seres a quienes proteger. Pero
sigo eligiendo el bienestar de ellos y pretendo hacer de mi hijo un
hombre de bien. Trabajo ahora vendiendo calzado en una zapatería y
arreglo zapatos en mi taller en las horas libres. Le he hecho creer que
comparto la sociedad con el dueño de la zapatería y que estoy cre-
ciendo como empresario, para hacerme grande ante sus ojos y los de
sus compañeros de la Facultad, para que pueda estar orgulloso de su
padre. Lo que él no sabe es que sigo trabajando de payaso en fiestas
a las que me llaman. Necesito ganar el dinero indispensable para que
mi hijo termine su carrera.

120 • Imaginerías desde la siesta


> Fui payaso

Hoy subo al autobús con un paquete y me ubico en un asiento de


dos. En uno acomodo mi gordura, ganada con los años al dejar la acro-
bacia en el circo. En el otro pongo el paquete. Sube un viejo mal ges-
tado, amanerado, con muchos collares, las uñas pintadas y amaga con
sentarse a mi lado intempestivamente. ¡Espere! ¿Se va a sentar arriba
del paquete? ¿Acaso no lo está viendo?, le digo frenándolo. ¿Con qué
derecho usted ocupa dos asientos en vez de uno solo? me increpa con
voz aguda. No le respondo. Saco el paquete y le dejo el lugar libre, pero
el hombre me tira encima unos diarios junto con su enojo y se despla-
za al fondo del autobús. Doy por finalizado el entredicho. Hoy es un
día muy especial, me digo, para arruinarlo discutiendo. Me acomodo
en el cuello la corbata de hombre elegante que estoy estrenando y bajo
en la siguiente cuadra, camino varias hacia el norte y al sentirme per-
dido, me detengo frente a un banco y solicito al primero que pasa que
me oriente. Finalmente llego.
Entro a la Facultad de Abogacía y me dirijo, según me indican,
al primer piso. Al intentar subir las escaleras un tropel de jóvenes me
atropella bajando. Veo a mi hijo, me sonríe y me contagia su alegría,
con un ¡Aprobé la última materia, papá! Nos fundimos en un sentido
abrazo. Los sigo a todos hasta el patio y me engancho con la algarabía.
Abro el paquete y vuelan los huevos que contiene hasta impactar en
la camisa de mi hijo, celebrando su victoria, nuestra victoria. Siento
que con cada uno de ellos, al estilo de un payaso que hace reír con sus
picardías, le estampo un beso y sé que hoy me toca arrancarle a este
viejo emocionado y muy feliz, todas las sonrisas juntas.
Profundamente satisfecho me digo: Función Cumplida y agrego:
Negro, Misión Cumplida.

Maricarmen PELAYES • 121


Tirza

primeros
s p e r t ar de los
Al d e cribí a la
r a m ie ntos le es
enam o oso
n d o e n mí, al esp
ie
vida crec a los
e n c a da viaje,
ausen t e ivencia
re t o ñ o s. Cada v
pequeño
s s que
a d e t ím idas letra
do r
fue porta s para mo
strar lo
e s p a c io Me
abrieron s im ple vista…
v e ía a
que no se fue. Hoy
p ir a r y e l regocijo
dejé ins por escrib
ir
y la pasión
la o s a d ía rec tan
ie n
s in s p ir a dos se ac
sentire o. El gozo
to a moment
mo m e n mparto,
b le . F eliz lo co
es inev it a amasté.
t r a s c e n dente. N
místico y
pecabezas colgante
> El rom

José es un “hombre-niño” que, sin ser autista, vive como tal. Sus
días transcurren de invento en invento; tan prolífero y versátil es que
a todos sorprende con esas manifestaciones de su ser genial.

En una oportunidad, sus familiares, una hermana soltera y su


padre añoso, se fueron de vacaciones. Aprovechó ese tiempo para
transformar el living de su casa en un laboratorio de ensayos.

Se le ocurrió, entonces, inventar un gran rompecabezas en forma


de esfera colgante, cuya última pieza a colocar estaría en el centro
de la misma.

Comenzó a diseñar cada parte con retazos de cartón de colores; las


texturas y tamaños diferentes le permitieron avanzar en su obra hasta
que el conjunto se tornó armonioso. Finalmente, la gran pieza geomé-
trica penduló del techo como un holograma fantástico. Observable
desde diferentes ángulos, el extraño diseño, un puzzle tridimensional,
en definitiva era una proyección de sí mismo.

A punto de concluirlo, cuando faltaba la última pieza central, su


mente se percató de que el espacio era tan diminuto y poco relevante
que terminaba desvirtuando el conjunto. La figura oscilante apenas
dejaba ver un hueco y una cuerda desde donde pendía la esfera. El
centro donde se alojaría su corazón era minúsculo… insignificante...

Se sintió apesadumbrado, frustrado, dando vueltas y vueltas alre-


dedor del “holograma tridimensional”, a medida que este giraba sin
cesar. La tristeza irrumpió en él; su ser entero se desplomó. Lloró…
lloró…como niño, sin consuelo…

Luego de la crisis, comprendió que pasaba mucho tiempo fanta-


seando y creyéndose un genio, que todo estaba bien en él; sin embar-
go, no era así. Se había convertido en un iceberg, errático, esquivo: un
necio a la deriva. La frialdad de sus días de aislamiento lo había alejado
de sus seres queridos. ¡Y ese rompecabezas sin corazón! ¡Oh, Dios!
¡Qué solo estaba!

124 • Imaginerías desde la siesta


zas colgante
> El rompecabe

Inesperadamente, rompió toda su obra. Más relajado, se entregó al


sueño profundo de días en la oscuridad de su cuarto.

Una mañana despertó al sentir su rostro entibiado por el sol. Tuvo


una extraña sensación de plenitud cuando se vio acompañado por su
padre y hermana quienes le sostenían sus manos con ternura.

Ese cálido gesto de contención logró sacarlo de su letargo emo-


cional de años.

Tirza • 125
> El secreto

Desde la loma se divisa la antigua escuela de frontera. Es fin de año


y los pobladores junto a sus hijos festejan allí hasta la medianoche.

Entre los fuegos artificiales que rodean el lugar y lo iluminan se


disimula un pequeño incendio en el techo de paja de un depósito de
leña. Nadie sospecha que en poco tiempo todo arderá en llamas.

Frente al viejo edificio, un ciego arma su lecho de cartones y vie-


jas frazadas, donde duerme cada noche. Como si fuesen serenos bien
remunerados, él y su perro se mantienen firmes en su puesto. Pasado
un tiempo breve perciben ambos que algo anda mal. La algarabía se
transforma en gritos desesperados, lamentos y corridas. La atmósfera
se enrarece y es difícil respirar por el gran siniestro que derrumba la
vieja escuela poco a poco.

Tomado a la cuerda que sujeta a su perro, el ciego se mueve con pron-


titud y abandonan el pueblo. Su rostro se moja de lágrimas de impotencia
y acongojado se retira perdiéndose en la densidad de un monte cercano.

Pasado un año, el ciego y su perro regresan. Camina decidido con


su amigo inseparable. Llegan a la explanada donde se encontraba la
escuela. Se da cuenta de que el terreno está limpio al mover su bastón,
aunque tropieza de tanto en tanto con restos de madera.

Con movimientos inteligentes guiados por su olfato agudo, el perro


lo jala de la cuerda en esa aparente búsqueda de algo. Va de un lado a
otro con ritmo ágil. De pronto, llega a un sitio donde la tierra es blan-
da. Se detienen ambos. El ciego percibe que el perro horada el suelo
con sus patas delanteras sin descanso. Se acerca al animal y lo alien-
ta diciéndole: “¡Vamos! Avanza, buen perro, ¡tú sabes cómo hacerlo!”
Luego, se arrodilla y juntos se afanan en continuar excavando.

Al fin, una caja de madera queda al descubierto y de ella saca el


ciego un paquete cubierto por varias capas de polietileno transparente
que lo preservan de la humedad.

126 • Imaginerías desde la siesta


> El secreto

Suspirando, exclama: “¡El blanco y preciado paquete vuelve a su


dueño!”. El perro lo mira impaciente. Parece que activa su antiguo
oficio.

Su amo murmulla: “Tranquilo, no desesperes, ya tendrás tu “vi-


tamina”. Muchos trabajos juntos nos aguardan…”

Tirza • 127
a
> La escondid

La Escondida…Su nombre dice todo de este paraje intermedio entre


las altas cumbres y valles abajo, morada de lobos y zorros salvajes guar-
dianes nocturnos del lugar. El refugio, que lleva su nombre, cobija a es-
caladores sin mayores pretensiones de hábitat que buscan reparo en no-
ches de ventiscas de nieve. Los que allí llegan antes del anochecer, entre
tragos fuertes y comidas suculentas, cuentan historias: vanas glorias de
hazañas inconclusas, deseos reprimidos en soledad. Esas noches toda
aventura se adormece en bolsas acolchadas pegadas a leños ardientes.

David, el refugiero, cada jornada permanece alerta a algún llamado


del radio móvil por servicios de traslado, emergencias u otras necesi-
dades de sus clientes que, con su desvencijada 4x4, trata de cubrir sin
riesgo alguno. A pesar de sus esfuerzos, tales servicios poco dinero
retornan y suelen complicar su subsistencia demasiado austera. A me-
nudo, la providencia divina activa la magia y “el Dios provee”, adopta-
do por él y su pareja Ema, trae dinero extra o algún canje.
El amor incondicional de su compañera soslaya ausencias de días.
Él llega, iluminado por chistes livianos y rudas caricias, para fran-
quear la puerta que rechina soledad y desamor. Así se devela esa
relación hoy.

Dormidos, aletargados por el cansancio, yacen ambos en su cuarto


escaleras arriba alejados de los huéspedes en planta baja.
El radio comienza a sonar de madrugada.
— Sí… ¿Quién habla?— contesta ella, mientras David le hace señas
y asiente con la cabeza.
— ¿Dónde? ¿Está nevando mucho allá? No escucho. ¡Hable fuerte!
— En el tercer refugio de piedras. ¡Vengan pronto por favor!
— ¿Está bien?
— No. Tengo un esguince en el pie, creo. Camino poco.
— Ok. En media hora estamos en el cruce. Tranquilo.
— Vamos David. ¿Escuchaste? Debes llevarlo al hospital cercano.
Es un viaje largo, buena plata. ¡Dale!
— Después no te quejes mujer si me desaparezco.
— Siempre tienes excusas para esfumarte. Te aguanto… ¡No sé
hasta cuándo!

128 • Imaginerías desde la siesta


a
> La escondid

Esta noche, los lobos y tu pasión estuvieron ausentes, como en tan-


tas otras las lunas llenas.
— Bueno, no reclames mujer. Calla…, que mis regresos son alegres.
Tan mal no la pasamos, de tanto en tanto…

Partió David y dejó su radio. Ema no se dio cuenta hasta la noche,


cuando el aparato llamó de vuelta.
— Hola, hola. Soy Ana. ¡David! Te estoy esperando desde ayer. ¿No
pudiste zafar? No demores que el avión parte a las 20:00.

Ema escuchó, quedó en silencio, sin lograr reaccionar. Tenía sos-


pecha de aquella pasajera tan amistosa cuando se había alojado en
el refugio el año anterior. De inmediato, silenció el radio de David y
activó el suyo.

— ¿Luis…, Luis?
— Ema… Me pareció verte en la camioneta. ¡Iban tres! ¿Qué sucede?
— Nada. Nada. Después te llamo.

Llamó al refugio del otro lado de la villa.

— ¿Rodo…, Rodo? ¿Pasó David a cargar gasoil?


— Sí. Rápido. Iba con un accidentado y una mujer… ¿No eras vos?
¿Necesitas algo?
— No.

Ema calló. Varios días calló. Desconectó el radio. No llamó a nadie.


No esperaba a nadie.
Pasó un mes. Aquella noche… los lobos no aullaban.
La luna llena conjuró a Ema a unirse a la noche estrellada.
Salió con su cuerpo casi desnudo a sentir la frialdad de la nieve
en sus pies.
Se sintió fuerte para continuar.

Tirza • 129
> Lucila

Lucila Zúñiga ha perdido toda esperanza de volver a ver: en di-


ciembre quedará ciega, según diagnóstico médico. Día a día, practica
caminar con vendas en los ojos para aprender a percibir el mundo
desde la oscuridad; así me lo adelantó por mail.

Días pasados, le envié un mail confidencial a sus colegas del Ate-


lier. Solo contestó Daniel por Whatsapp, diciendo: “Debemos reunir-
nos urgente. Tenemos el Congreso de Arte Moderno en Venezuela
para fin de año. ¡Ella es la figura de relieve que todos esperan! ¿Qué
haremos? Todos recibimos la noticia de su ceguera paulatina. Estamos
en julio y nada. No contesta los mensajes, los mails…”.
Los días pasan, no sé nada de ella. Vuelvo a insistir: “¿alguien del grupo
tiene novedades?” Daniel responde: “Lucila llamó y enfatizó que estaba
bien, viajando a Perú para visitar a su chamán. Desde allí se comunicará”.

Mientras la espera se eterniza, vienen a mí recuerdos de cuando


era mi alumna en la universidad: ese vuelo impredecible y trascen-
dente en las pinturas. Sus colores: solo ella los complementa de esa
forma irreverente que la caracteriza.
¡Cuánto lo siento Lucila!... ¿Si pudiéramos charlar y estar juntos
otra vez? Esos malditos pigmentos que usas últimamente, preparados
de hierbas y combinaciones raras que tan mal olor despiden. Tus eter-
nos secretos allá en Perú con el chamán que compartes conmigo. Nun-
ca te confesé que temí por tu salud mental. Sin embargo, tu personali-
dad firme y alegre te sostiene íntegra como una diva de la pintura. Tus
óleos tienen musicalidad, movimiento, pasión…Eres muy envidiada.
Fuiste a un médico cualquiera, me contaste. ¡Qué poco te importa
tu salud! Una bacteria provoca tu ceguera. Y te ríes de la vida andan-
do a ciegas con los ojos vendados para experimentar ¿qué? ¿Desde las
sombras sigues jugando con tus tintes caseros? Tus obras no mueren,
son como tu ser entero. ¿Qué esperas para pedir ayuda? Emulas a
Frida con sus locuras.
¡Lucila!... ¿Será que esa oscuridad te enceguece de luz interior, cual
caleidoscopio? En esa dimensión sigues pintando lo abstracto, te co-
nozco. Permanecías largos momentos a ojos cerrados creando sutile-
zas hasta que las plasmabas en tus lienzos. Claro que serás célebre…

130 • Imaginerías desde la siesta


> Lucila

¡Lucila, contesta por favor!

Estos y más pensamientos perturbaban mis días.


Ella se tomó su tiempo hasta que llegó un mail escueto, que definía
el carácter y la voluntad de Lucila, afirmando:
“Estaré con ustedes en Venezuela, con mis ojos vendados. ¡Es nove-
doso! Ahora entiendo por qué todo debe ser así. Beethoven, desde su
sordera, dio a luz a su más bella sinfonía. Lleven todas mis obras por
favor; las recuerdo en detalle como si las hubiera pintado ayer, cada
pincelada y color se perpetúan en mi memoria.
No he de fallarles.
Lucila.”

Tirza • 131
Nada e s lo que parece
>

Tratábase de un bus de larga distancia clase ejecutiva de dos pisos.


La zona vip se encontraba en la parte alta. La de abajo, una zona más
privada exclusiva para business: un mini bar con sillones de pana mar-
fil, bronce en lámparas y adornos, una pintura afamada, pantalla plana
de proyecciones según las necesidades de las reuniones, alfombra de
color borgoña que acentuaba el ambiente elegante y relajado.
Aquel día daba comienzo un tour por una zona costera aristocráti-
ca. En la parte superior se distinguía un pasajero: Antonio del Prado,
un poco obeso, que mostraba importantes dificultades para despla-
zarse y mantenerse relajado en su asiento. En apariencia, no se sentía
a gusto en su butaca y, con disimulo, movía sus piernas de manera
permanente. Su inquietud era muy evidente y no escapaba a la mirada
indiscreta de los que se encontraban cercanos a él.
Un niño travieso, Javier, atraído por su apariencia y la boina que
usaba, pasaba a menudo por su lado. Antonio permitía que la boina
se deslizara hasta su frente para que el niño no le perturbara el sueño
cuando intentaba dormir un poco. Sin embargo, el peso de los escu-
ditos la hacía caer de tanto en tanto al piso, dándole la oportunidad
al pequeño de tomarla y salir corriendo bus hacia el fondo del bus
haciendo muecas graciosas.
Antonio, con renovada paciencia, toleraba sus juegos, mientras ob-
servaba que sus padres no intervenían y tan solo exclamaban: “Es tan
tierno y divertido este chico…” Él asentía con una sonrisa sencilla y
lograba recuperar la boina que tanto le gustaba al picarón.
Así pasaron ambos un par de horas forjando una amistad especial.
El enojo inicial, muy disimulado por Antonio, se desvaneció al com-
prender que su amigo tenía una característica: a pesar de sus 7 años,
su habla era lenta y trabada. Eso le impedía ser demostrativo y, cada
vez que le devolvía la boina, le daba pellizcos sutiles en la barriga. Su
instinto lo guiaba a tocarlo justo en los puntos que le provocaban cos-
quillas. Esos jugueteos pasaron a ser divertidos: contacto inocente y
comunicación fresca.
Llegó el momento de una parada prevista en la zona portuaria;
bajaron todos para caminar, sacar fotos y degustar platillos con
frutos de mar.
Antes de retomar el viaje, vieron que Javier no estaba con sus padres.

132 • Imaginerías desde la siesta


e parece
> Nada es lo qu

Comenzaron a buscarlo. Antonio se mostró muy desesperado. Su


intensa exploración no fue en vano hasta que lo divisó, delante de una
embarcación pequeña, frente a un desconocido vestido de marinero.
Por lo que se podía apreciar a distancia, ambos sostenían un diálogo
muy ameno. Javier afirmaba con su cabecita todo el tiempo y se son-
reían con amigabilidad.
Antonio se preguntó: ¿De qué hablarán? Despacio, se fue acer-
cando hasta que descubrió cómo habían logrado comunicarse tan
pronto: entre señas, balbuceos y palabras entrecortadas dialogaban
de buen ánimo.
Ambos compartían la misma dificultad lingüística.

Tirza • 133
ura
> Lo bello no d

Un paisaje luminoso: interminables playas, arena suave, panorama


delicado, muy cuidado por las manos de un pintor sublime. Las aves
trinan melodías armoniosas que propician y estimulan un descanso
intenso. Cualquier humano anhelaría unas vacaciones largamente es-
peradas en un lugar así.
Como dos adolescentes, un hombre y una mujer corren al encuentro y
se abrazan con afecto. Luego de un corto peregrinar, alborotados, casi no
se dan tiempo al momento de relatar sus historias y arremeten con prisa…

¿Vaya uno a saber por qué tienen tanto apuro en hablar estos dos?
Divagan hasta que se calman y el diálogo fluye:

—Anduve largo tiempo tratando de afinar autos que sumaban adre-


nalina a mi vida. Vos ya me conocés. El rating generoso provenía de mi
look de metrosexual. Solía tener muchas fans en todo el mundo. Tan
mal no lo pasé. Pero el diablo metió la cola: un incendio me afectó el
rostro. De plástica en plástica me recuperé. Y, gracias a Dios, hoy me
tienes aquí, feliz. ¿Y vos?
—Mi experiencia de pasarelas fue algo similar. Retoques por aquí
por allá, los años crueles pasaron y llegó un quirófano fatal: casi me
muero. Pero, estoy aquí, como vos, feliz. Nos queda nada más que el
disfrute. ¿No te parece?
—Tal cual. ¿Sabes que quizás no nos volvamos a encontrar? Tan
buenos momentos juntos. ¿Te acordás? Aunque ahora es diferente:
somos más bellos que entonces y sin tanto trajín.
—Así es…

¡Ah! Les toca otra reunión a estos locos del embellecimiento. Los voy a
tener que mover de este escenario.

—¡Eh, ustedes dos, escuchen! Les llegó la hora de partir hacia otro
disfrute… el otro gran encuentro…después de la Vida.

134 • Imaginerías desde la siesta


Condicionamiento
>

Y pensar que mi padre me dijo una y otra vez: “Cuídate…, no me


gusta ese fulano. Aunque es muy prolijo en su aspecto y aparenta ser
culto, son todas fachadas: algo esconde…”
Y casi a diario, al despertar, me lamento no haber soltado amarras…

Voy a trabajar: una rutina feliz, después de todo. Soy otra persona
allí; me desdoblo.
Ida y vuelta a casa desde la oficina, mi mente va y viene, no
descansa: ¿por qué… por qué… por qué? Todos lo veían holgazán,
desatento, tacaño. Y yo me decía: “No importa… tengo un buen
sueldo, donde come uno comen dos”. Los rumores del vecindario
llegaban a mis oídos: “Es un trasnochador, malviviente, fullero. Si
ella se diera cuenta a tiempo…”

Todo el entorno hacía suponer que abortaría la relación. Y lo hice.


¿Por qué…, por qué…, por qué?

Y aquí me encuentro como una sierva... Olvidé ponerle condimen-


tos a la carne asada y ya se me hace tarde.
—¡Ya va, ya va! Te dejo una buena ración para todo el día.
—¿Cuándo me vas a sacar de acá?
—Nunca papito. Por algo te abandonó mi madre. ¡Me jodiste la vida,
mugriento!

Tirza • 135
> La azotea

Tratamos de entender qué hace un loco tirado en el piso de la


azotea. Un espejo boca arriba a su lado. Lo mira, y después, enfo-
cando el cielo estrellado mueve piernas y brazos un largo rato, como
si caminara al revés.
—¿Qué le pasará a ese tipo en aquella azotea?
—No sé. Me intriga pero no me quita el sueño.
—Parece que hace gym. Dejame que calcule sus movimientos.
—Es creativo, me gusta.
—Analicemos…
—Tu análisis y tu cálculo no alcanzan. Aquí hay algo más profundo.
—Las estrellas se están yendo y sigue ahí.
—¡Te olvidaste algo!
—¿Qué?
—¡No hicimos el amor!

136 • Imaginerías desde la siesta


tual
> La guerra vir

Tanto se le metió la guerra a Pedro por el dolor concentrado en sus


huesos que ya casi no camina. Su debilidad es tal que su estado general
es deplorable. Perdió la autonomía y es un adicto de la fantasía y com-
bate entre minas a punto de estallar segundo a segundo.
¡Qué difícil es vivir así!, pensé más de una vez al verlo sufrir.
La afición por los juegos violentos se le ha metido en el cuerpo
como un implante alienígeno. Ese mundo relativo le carcome su exis-
tencia. Invierte todo lo que tiene en el cíber, de la mañana a la noche.

Hoy le dije al fin:


—Pedro, reaccioná. Tomá el control remoto de tu vida de una bue-
na vez. Buscá una mina de verdad y salí a otro campo de batalla a
divertirte un poco, hombre.
—Y qué querés que haga si casi todas las mujeres se han vuelto
lesbis o se comportan como hombres. Algunas me dicen: “Macho
cambiá la cara, sos un pájaro raro, andá perfumate un poco”. ¡Me
maltratan!
—¿Qué te puedo decir, hermano? Seguí en la tuya y te vas a quedar
solo… mucho jueguito…y con las chicas, nada.
—Sandra, pará… ¿cuándo te veo de vuelta?
—¡Cuando te hagás hombre, Loco!

Tirza • 137
> Piña colada

Inestable espera,
da vueltas y vueltas.
Se ríe a carcajadas.

Dulzona…
Mi negra me espera.
Sabrosona,
y mansa borrachera.

La mona es contrera.
Es enojona.
Se altera,
se encabrona.

Aun así…
en mi cama se apoltrona,
mimosona y
entera.
¡Es mi negra!

138 • Imaginerías desde la siesta


Un nuevo día avanza
>

Nadie escucha
Silencio de sordos.
El mágico despertar aguardan.
Ni acción ni reacción.
Aletargados

El guardián de años
errabundea en pensamientos.
La respuesta no llega.
Calles solitarias.
Se inquieta su pulso.
Busca y espera al mismo tiempo.
¡Cuánta desazón!

Niños, mujeres, ancianos…


¿Dónde están?
Los hombres partieron.
Todos aquellos …solos quedaron…

Lejos muy lejos están


los sueños de muchos.
Esperanza perdida.
Batallas sin banderas.

Naturaleza nívea.
Desiertos insondables.
Duro y oscuro manto.

Un día nuevo avanza.

De su letargo sale el hombre


Las multitudes se afanan por manifestar.
Atrás dejan las nubes del tiempo
lo que no es ni será.

Tirza • 139
a avanza
> Un nuevo dí

Rojo rubí resplandece.


No más desaliento.
Lo incognoscible aguarda.
¿Irrefutable?
¿Avasallador?

El hombre de su letargo sale.

14 0 • Imaginerías desde la siesta


V ivencia s cotidianas
>

I - Curiosa escena

Desde la ventana entreabierta alguien observa. No se sabe qué hace


allí en silencio. Sin embargo, no pierde detalle de lo que en el interior
de ese cuarto sucede.

La noche se acaba. Sábanas lavanda envuelven y retuercen un


cuerpo sensual. Se acaricia, se toca sutil y gime entre suspiros e in-
terminables sacudidas de su cuerpo. El reloj cae al piso. Desliza su
mano por la almohada. Nada. Se estremece. Se levanta y tambaleante
va hacia la ventana. A ciegas avanza titubeante. Es tarde en apariencia.
Va a la cocina. De la heladera toma un jugo. Se dirige al baño, abre la
ducha. Regresa a la cocina. Mira un calendario. Corta la ducha. Vuelve
a la cama. Esta vez, la desnudez es mejor, se entrega, se relaja. Suspira,
se estira. Se toca, se acaricia. Toma otra vez la almohada, la abraza.
Gimotea. El sopor llega, un suave ronquido adormece la escena.

Quien observa no se atreve… Recorre todo con sus ojos. Añora


estar allí entre sus brazos…Llegó tarde a la cita…No se atreve…

II - Amanece

A ojos cerrados la imaginación se entibia.

Esplendente, dorado, promisorio se presenta. La inspiración se


torna profunda. Amenaza el andar febril que desvanece ese frágil
ensueño.
Decido extender ese instante; atesorarlo un poco más. No es senci-
llo. La visión se aclara, el oído también; la piel es tibia aún.
Tomo más aire, me reanimo.

Tirza • 141
tidia nas
> Vivencias co

A pies descalzos hago contacto con la realidad. Camino torpe-


mente; me deslizo al fin.
Hace frío, ha llovido. Mi cuerpo reclama otra lluvia, cálida y
perfumada. Lo escucho y juntos la disfrutamos.
Un pájaro en el viejo sauce canta; feliz se enseñorea por ser el
primero en salir de su nido. Es mágico. El todo dice que es bueno
avanzar.

Esplendente, dorado, promisorio se presenta. Avanza el día con


prisa y lo acompaño.

14 2 • Imaginerías desde la siesta


> Índice

5> A modo de prólogo

7> Agradecimientos

9> Guillermo BARÓN CABUT

10> Iniciación
12> ¿Siberia?
13> Un esquimal engaña a una maestra
15> El cazador
17> Calistenia
19> Invierno
20> Dilema nutricional
21> La manzana
22> Contrapendiente
24> Bersa
25> ¡En caso de incendio!
27> Acosador…a
29> Tras el encuentro

31> Nené LÓPEZ NIELSEN

32> El jefe
33> Límbico
34> Cuadro viviente
36> Etapas
37> La jaula
38> Pajaritas de papel
39> Soy
40> Roja luna

Índice • 143
> Índice

41> Cuántica
42> Batman
43> Amores de piedra
45> Luchas
46> Mujer de blanco
47> Zapatos sentenciados
49> Presiones
50> Bella
52> Parque de diversiones

53> Nora MARA

54> Almafuerte
55> Amigas
57> Blanco Negro
59> Claroscuro
60> Él y yo
61> Tu presencia
62> Eso
63> Hoy
64> La hoja de papel
65> La humedad
66> Así de simple

69> Marcelo MIGLIORE SALICE

70> Equilibril
73> Isabella
74> Jacinta
76> La cita
78> Las violetas

14 4 • Imaginerías desde la siesta


79> Pedro y el dibujante
80> Bullying
82> Escenario vacío

85> Alba Rosa MORANDINI DÍAZ

86> Como el hornero


87> Bajobomba
88> Instintos
89> Carta abierta a la máquina inteligente
90> El bosque
92> El reloj
94> Derecho a releer esos textos
95> El volcán
97> Encuentro
98> Membrillos
99> Estupor
100> Sueñan los niños y las escuelas…

103> Maricarmen PELAYES

104> El enigma detrás de la historia


106> Hombres del norte
109> La bailarina
110> De arpías y feminismo
113> Caracterizados
114> Transformación
116> La flecha del tiempo
118> Neblina en el pueblo
120> Fui payaso

Índice • 145
> Índice

123> TIRZA

124> El rompecabezas colgante


126> El secreto
128> La escondida
130> Lucila
132> Nada es lo que parece
134> Lo bello no dura
135> Condicionamiento
136> La azotea
137> La guerra virtual
138> Piña colada
139> Un nuevo día avanza
141> Vivencias cotidianas

146 • Imaginerías desde la siesta


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