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La dimensión oculta (Introducción)

Lo que está en juego en lo más íntimo del acto de enseñar:

Tanto en los contenidos que hay que enseñar como en las numerosas tareas impuestas por la
institución, sabes perfectamente que queda “un resto”. Una dimensión oculta, a la vez muy
personal y universal, que atañe a lo más profundo del “proyecto enseñar”. Con todo la
búsqueda de “algo” es lo que le da sentido a tal proyecto. Una especie de vibración particular
de la que son portadores los maestros. Y efectivamente, más allá de todas las evaluaciones
que hay que realizar, ser profesor es una forma particular de estar en el mundo. El profesor se
dedica a enseñar. Con una especie de rigidez constitutiva: como encorsetado en los
conocimientos que transmite y a los que ha jurado fidelidad. Pero, al mismo tiempo, con una
especie de pasión: como para participar, en su transmisión, en el propio movimiento mediante
el que estos conocimientos han surgido en la historia de los hombres. Y siempre con una
seriedad imperturbable. Todo esto es lo que hace al profesor.

El acto pedagógico se da de manera extraordinaria y es cuando en la clase se produce una


transmisión, no se puede conocer pero si reconocer. Los alumnos aprenden, comprenden,
progresan, cuando ya nadie lo esperaba. Nos damos cuenta de que hemos logrado lo que ni
siquiera las preparaciones más sofisticadas podían hacer esperar. Nos entusiasmamos. El
maestro halla tanto placer en enseñar como el alumno en aprender, se eliminan las cargas
cotidianas y todos los problemas institucionales. Se da en el acto pedagógico el sentimiento.
Ese fenómeno está prácticamente ausente en los escritos sobre oficio de enseñar y sobre la
escuela.

Entre el amor a los alumnos y el amor al saber, no tenemos por qué elegir. CAP 1

Se dice que esta fórmula lapidaria es de Jules Ferry: “Nos hacemos maestros porque nos
gustan los niños y profesores de matemáticas porque nos gustan las matemáticas”. No es
seguro que el ilustre fundador haya pronunciado esta frase pero, sin lugar a dudas, ha pensado
en ella lo bastante como para que se haya impuesto en nuestro imaginario social.

La opinión se resiste a la ida de que se trata de una misma ocupación y los estudiantes siempre
saben diferenciar entre una función que exigiría de entrada una buena dosis de psicología y,
complementariamente, algunos conocimientos disciplinares… y una función que reclama,
básicamente, un nivel excelente en el dominio de una disciplina y, complementariamente,
algunas nociones de pedagogía. El trabajo del profesor en primaria nos lleva a pensar en una
relación especial con la infancia, formada de paciencia y solicitud, mientras que el trabajo del
profesor de secundaria nos recuerda una relación privilegiada con el saber erudito, formada de
impaciencia y rectitud. En educación primaria nos inclinamos hacia el alumno al que
acompañamos lentamente, mientras que en educación secundaria exigimos que el alumno se
reforme, deje de eternizarse en la infancia y se someta a la disciplina que se le impone.
Diremos también que esta división se instala respecto a las propias decisiones que la
institución escolar otorga a sus profesores: en la escuela primaria enseñan todas las
asignaturas, mientras que en la secundaria el profesor se dedica plenamente a una…

Hay que superar la representación tradicional que pone en oposición a la enseñanza primaria y
la secundaria. En la escuela primaria hay contenidos rigurosos que exigen un conocimiento
profundo de lo que se va a enseñar y de los mecanismos mentales que esto supone poner en
marcha. Tan difícil es enseñar lectura en el primer curso de primaria como introducir a los
adolescentes del último curso de bachillerato a la poesía de Mallarme. El dominio de los
contenidos disciplinares, por más perfecto que sea, no da automáticamente las claves de su
transmisión.

Así que no se trataría de enfrentar una profesión “centrada en el alumno” que se dedica a
ayudarlo a comprender y a superar los obstáculos con los que se encuentra, con una profesión
“centrada en el saber”, que se contenta con transmitir los conocimientos a individuos a
quienes se anima a realizar una labor personal, esforzarse día a día y comprometerse con ella
de forma autónoma. En cualquier caso, el profesor debe permitir a cada alumno abordar un
saber que le sobrepasa y proporcionarle la ayuda necesaria para que lo interiorice. Al mismo
tiempo debe solicitar el compromiso de la persona y poner a su disposición los recursos sin los
cuales no podrá obtener buenos resultados en su aprendizaje. De hecho no habría que creer
que el seguimiento pedagógico de los alumnos consiste en prodigarles continuamente los
cuidados propios de una madre, una forma de ceder a sus caprichos, o dejarles abandonarse a
la comodidad. Igualmente, la confrontación con los conocimientos superiores no implica que
deba abandonarse a las personas con dificultades ante los obstáculos con los que se topan. Ni
cuidados maternales, ni abandono… la verdadera enseñanza a todos los niveles adopta a la vez
el carácter inquietante del encuentro con lo desconocido y el apoyo que aporta la tranquilidad
necesaria. No exime al alumno de tirarse a la pileta, de lanzarse a una aventura inédita para él,
pero le da algunos consejos para no ahogarse, le indica algunos movimientos para avanzar y
prevé el uso de una cuerda por si da un paso en falso.

En cada aprendizaje el alumno se enfrenta a algo que lo supera. Algo que requiere, de su
parte, un compromiso y una aceptación de riesgos que nadie puede asumir en su lugar, en
todo esto no hay nada fácil, requiere de un esfuerzo muy grande por parte del alumno. “El
aprendizaje consiste en correr riesgos difíciles que tenemos que apoyar”.

Por tanto, enseñar consiste siempre en saber y seguimiento. Ser profesor es asumir siempre a
la vez la presentación del saber y el seguimiento de su asimilación. Un saber exigente y un
seguimiento que permita a cada uno acceder a este saber utilizando los recursos de que se
dispone. Y todavía hay más, el saber y el seguimiento son, desde la perspectiva del profesor,
una sola cosa. No existe, por una parte, un saber disciplinario que el docente solamente tenga
que exponer o trasladar a los alumnos mientras que, por otra parte, debe estar atento a las
dificultades de la clase y proponer a cada uno ejercicios adaptados. En el propio movimiento
del saber enseñado aparecen, en sus recovecos más secretos, los obstáculos a su enseñanza
¿Acaso tienen que ver estos obstáculos con el saber o con los alumnos?
Para finalizar, no importa donde enseñes y cual sea el público, siempre enseñas algo a alguien.
No hay ningún profesor que no enseñe nada. El profesor no es un simple erudito o un simple
psicólogo, es un otro, es un alguien que tiene un proyecto propio.

Enseñamos para que los demás vivan la alegría de nuestros propios descubrimientos. CAP 2

Si actualmente sos profesor es porque un día conociste a algún otro profesor cuya voz todavía
resuena dentro de vos. Este encuentro es para vos un asunto íntimo, a partir de ese momento
empezaste a trabajar de otra manera, a mirar, a escuchar, a vivir de otra manera. Con la
sensación de que sucede algo importante que compromete tu corazón e inteligencia. Sucede
una forma de entrar en relación, mediante otro ser, con un objeto de saber que nos eleva y
nos ayuda a crecer. Probablemente una de las debilidades principales de nuestra condición
humana es la de necesitar, para llevar a cabo esta experiencia, la medición de un hombre o
mujer cuyo espíritu se ha adueñado, antes que nosotros, de un objeto de saber, y cuyas
palabras nos lo hacen asequible. Es este sentimiento, del recuerdo del carácter absolutamente
fabuloso del aprendizaje, del misterio infinitamente precioso, el que puede hacer que nos
decidamos a abrir, cuando nos toque, las puertas de lo desconocido a otros niños… todo esto
es lo que nos alienta a intentar que se produzca el “acto pedagógico”. A partir de ese
momento, no es de sorprender que consideremos nuestra labor como un medio de hacer vivir
a los demás la alegría de descubrir lo que nosotros mismos hemos vivido. En todo profesor
existe la nostalgia de una escena primitiva que es una extraordinaria fuente de energía. La
fidelidad a este acto creador nos sigue proporcionando un horizonte posible cuando las
condiciones de ejercicio del trabajo cambian, los programas evolucionan y todo lo que en la
escuela nos recordaba a nuestra propia escolaridad ha desaparecido y la mediocridad del
mundo se hace inevitable. Es por ello que todo profesor sueña en su labor con la transmisión
de tesoros fascinantes para sus discípulos.

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