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Visión de conjunto
Conviene recordar las particulares circunstancias que rodean al género teatral en el
periodo que estamos viendo. Como espectáculo, en efecto, pesan sobre él unos
condicionamientos comerciales muy fuertes: predominan los locales privados, cuyos
empresarios han de tener muy en cuenta los gustos del público de la sala.
Esto tiene consecuencias en dos terrenos. En lo ideológico, son escasas las
posibilidades de un teatro que vaya más allá de donde puede llegar la capacidad de autocrítica
del público. En lo estético, habrá fuertes resistencias a las experiencias que se salgan de las
formas tradicionales: a las nuevas tendencias les será mucho más difícil llegar a los
escenarios. Por ello, los autores que no respondan a las condiciones imperantes, se verán ante
un dilema: claudicar ante las condiciones o resignarse a que su producción quede relegada a
una lectura minoritaria.
Así se explica que el teatro español del primer tercio del siglo XX se reparta en dos
frentes:
1. El teatro que triunfa, continuador del que imperaba a finales del siglo XIX. En esta
línea se sitúan:
- Una comedia burguesa, con Benavente y sus seguidores, en la que hay
atisbo de crítica social.
- Un teatro verso, neorromántico y con aportaciones formales del
Modernismo. Destacan: Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa y los
hermanos Machado.
- Un teatro cómico, con predominio de un costumbrismo tradicional.
2. El teatro que pretende innovar, sea aportando nuevas técnicas, sea adoptando
nuevos enfoques ideológicos, o ambas cosas a la vez. En esa dirección se hallan:
- En la primera generación, las experiencias teatrales de algunos
noventayochistas o coetáneos. Caso especial es el de Valle-Inclán.
- Mas tarde, nuevos impulsos renovadores, debidos a las vanguardias y a la
generación del 27. La obra de Lorca será síntesis y cima de las inquietudes
teatrales del momento.
El teatro en verso
Lo que a principios de siglo se llamaba “teatro poético” combinaba resabios
posrománticos con rasgos de estilo modernista.
Todo allí iba asociado a una ideología tradicionalista que responde exaltando los
ideales nobiliarios y los grandes hechos del pasado. Incluso formalmente hay cierta voluntad de
emular el teatro del Siglo de Oro, aunque hoy nos parezca más cercano al de Zorrilla.
De esta línea destacan:
Francisco Villaespesa (1877-1936). Sus dramas son ejemplo de una mirada a
las glorias pasadas; basta citar títulos como Doña María de Padilla, La leona de
Castilla, Aben-Humeya ...
Eduardo Marquina (1879-1946) alternó también la lírica y el teatro. Cosechó
grandes éxitos de público con inevitables dramas históricos, como Las hijas del Cid, En
Flandes se ha puesto el sol o Teresa de Jesús, etc.
Dentro del teatro en verso cabe situar las obras escritas en colaboración por los
hermanos Machado. También se inspiraron en personajes históricos como en Juan de
Mariana, sobre el famoso “donjuán” sevillano que se convirtió en riguroso asceta. Otras obras
son de tema moderno, como La Lola se va a los puertos, su título más estimable, sobre una
bella cantaora, que desdeña a los señoritos y le entrega su amor a un guitarrista que simboliza
al pueblo.
El teatro cómico
En las primeras décadas del siglo XX predominó el género cómico, con frecuencia
acompañado de elementos líricos (música, canto y baile). Su finalidad básica fue el
entretenimiento del público.
El teatro cómico se divide en los siguientes géneros:
-Obras con música: la opereta, la revista y el vodevil.
-Obras sin música: el juguete cómico, el sainete y el astracán.
Entre los géneros que alcanzaron éxito de público destacamos el sainete. Los tipos y
ambientes castizos, que habían inspirado a Don Ramón de la Cruz, en el siglo XVIII, o el
“género chico” del XIX, los encontramos ahora en las obras de los Quintero o Arniches.
Los hermanos Álvarez Quintero, Serafín (1871-1938) y Joaquín (1873-1944), nacidos
en Utrera, llevan a escena una Andalucía tópica y sin más problemas que los sentimentales.
Para ellos todo el mundo es bueno y reina la gracia salerosa. De su extensa producción,
sobresalen los sainetes y “juguetes cómicos en un acto” o ciertas comedias que vienen a ser
“sainetes en tres actos”. Ligereza y diálogo intrascendente son los rasgos de obras como El
patio, El genio alegre , Las de Caín , etc.
Carlos Arniches (1866-1943) ha merecido mayor interés de la crítica. Su producción
presenta dos sectores. De una parte, los sainetes de ambiente madrileño, interesantes por un
habla castiza en parte creada por el autor y en la que se basa la gracia del diálogo. Algunos
títulos: El santo de la Isidra, Los milagros del jornal, La chica del gato o Don Quintín el
amargao, entre muchos.
Su otra vertiente, dominante a partir de 1916, es lo que el llamó “comedia grotesca”,
tímido pero interesante intento de un género nuevo. Son obras en las que se funden lo risible y
lo conmovedor, con una observación de costumbres más profunda y una actitud crítica ante las
injusticias. Ejemplo de ello es La señorita de Trévelez, sobre una sangrante broma de unos
señoritos provincianos. La visión social alcanza cierta agudeza en Los caciques.
En un nivel inferior de calidad situemos el género cómico “astracán”, cuyo creador es
Pedro Muñoz Seca. Son piezas descabelladas, sin más objetivo que arrancar la carcajada,
pero no puede olvidarse un título como La venganza de Don Mendo, hilarante parodia de
dramas románticos y, de rechazo, del teatro en verso de aquellos años.
6.2.- El teatro renovador: tendencias. Federico García Lorca.
Introducción
El desarrollo del teatro español durante el primer tercio de siglo ofrece una clara dicotomía. De
una parte, un teatro que triunfa porque goza del favor del público burgués y de unos
empresarios atentos a sus gustos. De otra parte, repetidos intentos de renovación que, con
muy contadas excepciones, se estrellan contra las barreras comerciales o con el gusto
establecido. Valle-Inclán y Lorca, síntesis y ejemplos máximos de estas últimas inquietudes, se
alzan como las dos cumbres indiscutidas.
Visión de conjunto
Conviene recordar las particulares circunstancias que rodean al género teatral en el
periodo que estamos viendo. Como espectáculo, en efecto, pesan sobre él unos
condicionamientos comerciales muy fuertes: predominan los locales privados, cuyos
empresarios han de tener muy en cuenta los gustos del público de la sala.
Esto tiene consecuencias en dos terrenos. En lo ideológico, son escasas las
posibilidades de un teatro que vaya más allá de donde puede llegar la capacidad de autocrítica
del público. En lo estético, habrá fuertes resistencias a las experiencias que se salgan de las
formas tradicionales: a las nuevas tendencias les será mucho más difícil llegar a los
escenarios. Por ello, los autores que no respondan a las condiciones imperantes, se verán ante
un dilema: claudicar ante las condiciones o resignarse a que su producción quede relegada a
una lectura minoritaria.
Así se explica que el teatro español del primer tercio del siglo XX se reparta en dos
frentes:
1. El teatro que triunfa, continuador del que imperaba a finales del siglo XIX. En esta
línea se sitúan:
- Una comedia burguesa, con Benavente y sus seguidores,
- Un teatro verso, neorromántico y con aportaciones del Modernismo.
Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa y los hermanos Machado.
- Un teatro cómico, con predominio de un costumbrismo tradicional. Los
hermanos Quintero y Arniches.
2. El teatro que pretende innovar, (y que vamos a analizar) sea aportando nuevas
técnicas, sea adoptando nuevos enfoques ideológicos, o ambas cosas a la vez. En
esa dirección se hallan:
- En la primera generación, las experiencias teatrales de algunos
noventayochistas o coetáneos. Caso especial es el de Valle-Inclán.
- Más tarde, nuevos impulsos renovadores, debidos a las Vanguardias y a la
generación del 27. La obra de Lorca será síntesis y cima de las inquietudes
teatrales del momento.
Rafael Alberti había estrenado antes de la guerra dos obras muy distintas. Una, El
hombre deshabitado, de tipo surrealista, trata de la misma crisis que le inspiró Sobre los
ángeles y nos presenta a un hombre perdido frente a un Dios absurdo. La otra obra, Fermín
Galán, sobre un héroe republicano fusilado, representa, en cambio, su giro hacia una literatura
comprometida, como en Noche de guerra en el Museo del Prado (1956), de valores teatrales
indiscutibles.
Alejandro Casona (1903-1965) es un dramaturgo puro. Se reveló con el premio “Lope
de Vega” otorgado en 1934, a La sirena varada, ingeniosa y poética, a la que sigue Otra vez el
diablo (1935), en la que se confirma su personal combinación de humor y lirismo. Continuó su
producción en el exilio: La barca sin pescador, Los árboles mueren de pie y La dama del
alba... La última es acaso la mejor. Destacan en Casona la habilidad constructiva y la
equilibrada combinación de realidad y fantasía.
Max Aub (1903-1972) novelista e importante dramaturgo. Entre 1923 y 1935 escribe,
como él dice, “comedias de vanguardia impropias para los teatros españoles”. Fue un pionero
de la frustrada revolución escénica. Su tema central es la incapacidad del hombre para
comprenderse, para comprender la realidad y para comunicarse: obras como Una botella o
Narciso, lo reflejan.
Federico García Lorca y el espectáculo total. Lorca creó el verdadero teatro poético.
En él, además de la palabra, cobran importancia otros componentes como la música, la danza
y la escenografía, configurando así un espectáculo total. Su producción dramática expresa de
manera profunda los problemas de la vida y de la historia, a través de un lenguaje cargado de
connotaciones.
La creación dramática tuvo para él interés permanente. Además de autor fue director
de La Barraca, autor de bocetos para decorados y figurines, e incluso actor. Escribió obras
teatrales, desde su juventud hasta su muerte, en las que intentó llevar a los textos sus anhelos
de renovación del teatro español.
En sus primeros textos emparentados con el estilo modernista: El maleficio de la
mariposa (sigue las pautas del teatro simbolista) y Mariana Pineda, se advierte ya la búsqueda
de un nuevo lenguaje directamente relacionado con su poesía lírica. Pero en su búsqueda de
nuevas fórmulas teatrales, Lorca acaba por separarse de los moldes dramáticos dominantes
con su teatro de marionetas, al que dio la denominación de Los títeres de Cachiporra. A este
estilo pertenecen La tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita y El retablillo de don
Cristóbal. En estas farsas guiñolescas, se condena la figura que encarna la autoridad. La
influencia del teatro de marionetas llegó al teatro en general y así muchos de los personajes de
Valle y algunos de los de Lorca acaban por gesticular y comportarse ellos mismos como
muñecos. Es lo que ocurre en sus farsas para personas: La zapatera prodigiosa y Don
Perlimplín con Belisa en su jardín. En las que aborda del tema literario de “el viejo y la niña”.
En los años treinta, el deseo de continua experimentación lo conduce por dos
caminos distintos: el teatro vanguardista, próximo al Surrealismo, y el teatro que aprovecha
moldes dramáticos que aseguran su representación en la escena española del momento. El
teatro vanguardista incluye tres obras, llamadas composiciones imposibles por el autor: Así
que pasen cinco años, El público y Comedia sin título, en las que se observa la influencia del
Surrealismo. Se trata de un teatro que anticipa la ruptura de la lógica espacio-temporal, el
desdoblamiento de la personalidad y la posibilidad de varias interpretaciones. Se trata de un
teatro difícil y hermético que expresaba su esperanza en la resurrección del teatro de la mano
de los grandes cambios sociales que se avecinan, convertido entonces en medio educativo que
liberaría a los pueblos de la ignorancia.
Además de este teatro irrepresentable, Lorca escribe durante los años treinta, como
hemos dicho, otras obras teatrales que sí alcanzan el éxito comercial; las tragedias y dramas:
Bodas de sangre, Yerma, Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores y La casa de
Bernarda Alba. Todas ellas tienen en común el protagonismo de las mujeres y el tema de su
marginación social. Lorca aprovecha el modelo del teatro rural modernista de Eduardo
Marquina y algunos elementos del drama rural de Benavente pero innova desdibujando los
perfiles del espacio y del tiempo dramáticos. Las tragedias lorquianas se desarrollan en un
ambiente rural, salvo Doña Rosita, en el que las fuerzas naturales imponen un destino trágico.
CUESTIÓN 5ª
(Bodas de Sangre y Yerma son dos tragedias del más puro aire clásico, en las que Lorca
mezcla la prosa y el verso, utiliza coros como en la tragedia griega para comentar la acción y
maneja elementos simbólicos y alegóricos que les dan cierta trascendencia mítica. En ambas
se abordan temas muy lorquianos; en Bodas de Sangre reaparecen el amor, la violencia, la
muerte y las normas sociales que reprimen los instintos, (En esta tragedia la fatalidad se cierne
sobre la huida amorosa de Leonardo y la Novia, porque ella acaba de casarse y él ya está
casado. La obra termina con la muerte ambos hombres y la soledad de las mujeres) y en
Yerma aborda la esterilidad, el anhelo de realización que choca con la moral tradicional, la
opresión de la mujer (La protagoniza una mujer que no quiere renunciar a ser madre, porque
cree que no serlo es una humillación y una injusticia. Aunque su marido se preocupa por ella y
no le importa no tener hijos, el rencor que Yerma siente hacia él crece hasta llegar a matarlo).
Doña Rosita la soltera es un drama urbano, también en prosa y verso, que trata de las
señoritas solteras de provincias condenadas a esperar inútilmente el amor en un medio
burgués mediocre que ahoga sus deseos de felicidad.
La casa de Bernarda Alba es otra de las cumbres del arte dramático de García Lorca.
Prescinde ahora por completo del verso, pero el realismo argumental y la sobriedad
escenográfica no impiden la presencia de elementos simbólicos (el agua, el calor, el blanco y el
negro, el trigo, el caballo) que llevan la obra al universo temático lorquiano más característico:
la libertad frente a la autoridad, las pulsiones eróticas y los instintos naturales enfrentados a las
normas sociales y morales, la frustración vital, la condición sometida de la mujer, la crítica
social, etc. Pero es, sobre todo, una reflexión sobre el poder, sobre cómo se interiorizan los
mecanismos de poder en la vida privada. (Escribió esta obra en 1936 poco antes de su muerte.
Bernarda Alba impone ocho años de luto y de encierro a sus hijas, quienes tienen anhelos de
pasión y libertad.
El estilo y el lenguaje de esta obra, pese a su aparente sencillez, está sabiamente elaborado: el
registro coloquial con numerosas frases exclamativas o interrogativas, alterna con parlamentos
más literarios en los que no son infrecuentes las metáforas, hipérboles, paralelismos,…
Igualmente cuidada está su estructura: las intervenciones de personajes secundarios que
comentan la acción al modo del coro de las tragedias griegas, la intercalación de canciones
populares como en el teatro de Lope de Vega, el carácter simbólico de los elementos
escénicos, de los nombres de los personajes…)
Se trata por tanto de tres tragedias inspiradas en el mundo rural, que reflejan el enfrentamiento
entre las convenciones y la libertad y la pasión.
6.3.- La trayectoria dramática de Ramón María del Valle-Inclán.
El primer esperpento
Es la primera obra a la que Valle da ese nombre y además contiene una teoría del
nuevo “género” (sobre todo en la famosa escena XII).
En unas declaraciones hechas por Valle en una entrevista en 1928, decía que “hay
tres modos de ver el mundo artística o estéticamente; de rodillas, en pie o levantado en el aire”.
Sintetizando, diremos que, cuando el autor mira desde abajo, la realidad aparece enaltecida y
los personajes se ven como héroes superiores (como en la epopeya o en la tragedia clásica).
Si se mira al mismo nivel, los personajes son como “nuestros hermanos”. Por último, si
miramos desde arriba, resultarán como muñecos o peleles: “Los dioses se convierten en
personajes de sainete”. Y concluye: “Esta consideración es la que me movió a dar un cambio
en mi literatura y a escribir los esperpentos.”
Algunos críticos han señalado un entronque entre la estética esperpéntica y el
expresionismo europeo. Valle se situaría en una línea de ruptura con el realismo que llevan a
cabo las vanguardias del momento. Debe advertirse que el autor hace referencia a
antecedentes bien españoles. Cita a Quevedo, y en Luces afirma que el esperpentismo lo ha
inventado Goya.
Génesis y tema
Una primera versión de Luces de Bohemia aparece en el semanario “España” en
1920. En 1924, se publica un libro, con tres escenas añadidas, son la II, la VI y la XI de la
versión definitiva.
La obra cuenta la última noche de la vida de Max Estrella, poeta miserable y ciego.
Como punto de partida, Valle se inspiró en la figura y muerte del novelista Alejandro Sawa, el
mismo que inspiró a Baroja el Villasús de El árbol de la ciencia.
A partir de esa figura real, Luces de Bohemia cobra unas dimensiones que
trascienden ampliamente la anécdota del fracaso y la muerte de un escritor mediocre. La obra
va a convertirse en una parábola trágica y grotesca de la imposibilidad de vivir en una España
deforme, injusta, opresiva, absurda; una España donde, según Valle, no encuentran sitio la
pureza, la honestidad o el arte noble.
La peregrinación de Max Estrella es un “viaje al fondo de la noche”. Max desciende
a los abismos de la ignominia, de la injusticia, de las miserias de toda índole. Y no sabemos si
lo que lo mata es el frío, el hambre, el alcohol, o si es el dolor por el espectáculo que tiene en
torno.
Varios críticos han coincidido en ver la obra como un descenso a los infiernos,
parodia de la Divina Comedia. En su peregrinación, Max va acompañado por Don Latino como
Dante iba acompañado de Virgilio.
Estructura
Luces de Bohemia prescinde de la división en actos y se compone de 15 escenas.
En un principio, parecen como sucesivas calas, relativamente inconexas, en diversos
ambientes. Hay ciertos elementos que confieren unidad al conjunto: así, la presencia de la
muerte desde la escena I que anticipa el final de la obra; o la cuestión del billete de lotería,
última esperanza de escapar a la miseria y que saldrá premiado tras la muerte de Max.
Pero un análisis atento descubre que la sucesión de escenas responde a una
meditada estructura.
Separemos, ante todo, las tres últimas escenas que constituyen, con toda
evidencia, un epílogo. Se reparten las escenas I-XII del modo siguiente:
- Un “preludio”: La escena I (Max en su casa: anhelo de morir).
- El “cuerpo central” de la obra o la peregrinación de Max por la noche
madrileña. Son las escenas II-XII, que se repartirían en dos etapas:
1. Escenas II-VII: hasta la estancia de Max en el calabozo con el
obrero catalán.
2. Escenas VII-XI: desde su salida de la cárcel hasta la muerte del
obrero catalán.
- El final de la peregrinación: Escena XII. Es la escena en la que se expone
la “teoría del esperpento”.
- El “epílogo”: Escenas XIII a XV. Se lleva a cabo el suicidio anunciado al
principio de la obra.
Personajes y fantoches
Más de 50 personajes pueblan la obra. Algunos de ellos se inspiran en seres
reales.
De los personajes, dijo Valle: “Son enanos o patizambos que juegan una tragedia”.
Algunos de ellos escapan a la condición de peleles y cobran una considerable talla humana.
Como, sobre todo, Max Estrella, o el obrero catalán o la madre del niño muerto.
Max Estrella es un personaje completo y espléndido. Dista de ser una figura noble,
pero alcanza momentos de grandeza. En él se mezclan el humor y la queja, la dignidad y la
indignidad. Junto a su orgullo, tiene amarga conciencia de su mediocridad. Su resentimiento de
fracasado resulta ora ridículo, ora patético. Sus réplicas vivísimas son, unas veces, de una
mordacidad acerada, y otras, de singular profundidad. Destaca su creciente furia contra la
sociedad. Y a la par, su sentimiento de fraternidad hacia los oprimidos o la ternura que muestra
ante la muchachita prostituida. En él Valle volcó muchos rasgos de su personalidad.
Don Latino, en cambio, es un gran fantoche. Ese “perro” que acompaña a Max es
una caricatura de la bohemia y, a la vez, un tipo miserable por su deslealtad y su
encanallamiento, tal como se ve, sobre todo, en las últimas escenas.
Los demás fantoches del esperpento forman diversos grupos. Especialmente
mordaz es la caricatura de los “burgueses” (el librero Zaratustra, el tabernero de Pica Lagartos,
algunos defensores del orden de la escena XI) o la de los Policías (el capitán Pitito, Serafín el
Bonito, los “guindillas”...), junto a los que ha de ponerse la caricatura del Ministro. No menos
ridiculizados quedan los pedantes como Don Gay, el periodista Don Filiberto, Basilio Soulinake,
etc., pero especialmente los “epígonos del Modernismo”. Esperpentizados quedan también
personajes populares: la Pisa-Bien (con matices de simpatía), el “Rey de Portugal”, la portera,
las prostitutas (aunque la ternura apunta en el caso de la Lunares, casi una niña) o los
sepultureros, parodia de los de Hamlet.
Muchos más son los personajes que aparecen, a veces de manera fugacísima. Los
que intervienen en la impresionante escena XI, por ejemplo, son como un coro en torno a la
madre.
Caso especial serían las figuras de Rubén Darío y Bradomín, contrapunto de vida y
literatura refinadas dentro del esperpento.
La técnica de caracterización de los personajes es magistral. Aparte de sus actos,
se basa –ante todo- en su habla (en seguida insistiremos sobre ello); pero, además, merecen
especial atención las acotaciones, en las que –con pinceladas rápidas e insuperables- se
dibuja a los personajes o se comentan sus actitudes.
Espejo de España
Ya hemos hecho hincapié en la honda disconformidad y la áspera crítica que
encierran los esperpentos. Con Luces de Bohemia, Valle pone sus espejos deformantes ante
los más variados aspectos de la realidad española.
Aparte de algunas alusiones al pasado imperial (Felipe II, El Escorial...), una amplia
zona de la historia contemporánea sirve de marco cronológico a la trama. En efecto, gracias al
intencionado uso de anacronismos, se hace referencia a las colonias españolas de América, a
la Semana Trágica (1909), a la revolución rusa (1917) y a los violentos acontecimientos
posteriores a la crisis española de 1917, llegando así al tiempo mismo en que se escribe la
obra. De este modo, Valle nos ofrece, como en escorzo, una visión de los conflictos que urden
la vida de su España.
Tal visión incluye zarpazos a políticos de diverso signo: Cautelar, Romanotes y,
especialmente, el conservador Maura y el liberal García Prieto. Tampoco el rey Alfonso XIII se
libra de las ironías. Se arremete de diversos modos contra el mal gobierno (así, se habla del
Ministerio de la “Desgobernación”) y contra la corrupción (ante un policía furioso de que a un
ministro se le equipare con un golfo, Max replica: “Usted desconoce la Historia Moderna”). Y
ahondando más, se fustiga al capitalismo y al conformismo burgués. Y se presenta, en
contraste, el hambre y las miserias del pueblo, pero sin idealizarlo con enfoques “populistas”,
sino mostrando también su embrutecimiento, su ignorancia, su degradación moral.
De especial fuerza es la protesta ante la represión policial. Y junto a ka
ridiculización de la policía o las imprecaciones a sus “colaboradores” derechistas (los “polis
honorarios” de Acción Ciudadana), esa protesta se hace grito furioso en caso en esos
momentos de intensidad sumo que son la escena VI (Max ante el obrero catalán, condenado a
morir en aplicación de la “ley de fugas”) y la escena XI (la muerte de un niño a consecuencia de
la represión callejera.
Otros aspectos que merecen señalarse son la crítica de una religiosidad tradicional
y vacía (escena II) y la crítica de figuras, escuelas o instituciones literarias. En este último
sector entran las burlas de la Real Academia, del Modernismo tardío y vacuo o las pullas contra
escritores concretos: Galdós (Don Benito el Garbancero), Villaespesa, los hermanos Quintero,
etc.
Conclusión
En su tiempo, la lección estética y humana de Luces de Bohemia no pudo
impartirse desde los escenarios. Más tarde, la obra obtiene un éxito de resonancias mundiales
al ser montada en 1963, en el “Théâtre Nacional Populaire” de Paris. En la temporada 1969-
1970, es posible verla en España, gracias al montaje de José Tamayo. Queda entonces
probada su “teatralidad”, sin excluir ciertos sesgos de arte cinematográfico, que entroncan
admirablemente con muy actuales concepciones del espectáculo teatral.
Su vigencia no se detiene ahí. Su hondura y carga crítica siguen sacudiendo
profundamente al espectador. Un nuevo montaje teatral de la obra (1984) y una paralela
versión cinematográfica han corroborado su vigencia.
Múltiples son, pues, las razones que hacen de Luces de Bohemia una lección
inigualable.