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VALLE-INCLÁN. LORCA
El desarrollo de nuestro teatro en la primera mitad del siglo XX se ve condicionado por factores
externos a la creación: el público y el empresario teatral. Al público burgués -el público que acudía
preferentemente a las salas- no le interesan los problemas sociales o ideológicos ni las innovaciones
formales; y sin espectadores no hay dinero para montar obras. De ahí que los empresarios buscaran el
sostenimiento del espectáculo teatral haciendo concesiones a lo que el público pedía. Las obras de los
autores que no cumplieran sus requisitos no se representaban.
La consecuencia es la pobreza del teatro español en este período, entendido como espectáculo. Es un
teatro inmovilista, que da la espalda a los movimientos renovadores del teatro europeo y mundial. Algunos
autores menos conformistas tratarán de romper esta tendencia, rebelándose contra el teatro comercial.
Pero sus logros se localizan más en lo literario que en lo escénico. De esos años queda, por encima de todo,
la obra teatral de Valle-Inclán y García Lorca.
De esto se deriva la división del teatro del siglo XX en dos tendencias: el teatro comercial que triunfa, y
el teatro renovador que no llega a los escenarios.
Dentro del TEATRO COMERCIAL QUE TRIUNFA, se distinguen su vez varias corrientes:
■ Alta comedia burguesa. Su figura fundamental es el premio Nobel de 1922 Jacinto Benavente (1866-
1954), autor que tuvo un comienzo audaz con la obra El nido ajeno, sobre la situación opresiva de la mujer
casada en la sociedad burguesa. Pero esta obra crea malestar entre el público, por lo que Benavente opta
por amoldarse a los intereses del público, atemperando su carga crítica hasta límites tolerables para la
burguesía, a la que retrata con una dosis tolerable de hipocresía (La noche del sábado, Rosas de otoño).
Benavente se ve, así, alejado de la gran transformación del teatro europeo. Hará, salvo alguna escapada, la
misma sátira superficial, levemente moralizante. Entre esas escapadas están sus dos mayores éxitos: Los
intereses creados (1907), farsa en la que se sirve de los personajes y los ambientes de la “commedia
dell´arte” pero que encierra una crítica a los ideales burgueses, y La malquerida (1913), acerca de una
devastadora pasión incestuosa.
■ Teatro poético. Se caracteriza por el empleo de motivos propios del Posromanticismo, la ambientación
histórica y exótica, la ideología tradicionalista, la exuberante puesta en escena y el uso de un esmerado
lenguaje en verso de inspiración modernista. En cuanto a los temas, se evocan con nostalgia episodios de
un pasado glorioso. Autores de este tipo de teatro serán Francisco Villaespesa (Doña María de Padilla),
Eduardo Marquina (Las hijas del Cid, En Flandes se ha puesto el sol) o los hermanos Machado (Juan de
Mañara, La lola se va a los puertos).
■ El teatro cómico. Una línea teatral del teatro cómico son los sainetes, caracterizados por el ambiente
pintoresco de determinadas regiones españolas (Madrid, Andalucía), por los personajes típicos y por su
lenguaje humorístico.
Carlos Arniches, se especializó en el sainete de costumbres madrileñas, en el que destaca el habla
castiza (El santo de la Isidra, El milagro del jornal). También son relevantes sus “tragedias
grotescas”, un género en cuyas obras se funden lo risible y lo conmovedor, con una actitud crítica
ante las injusticias (La señorita de Trévelez, ¡Que viene mi marido!).
Por su parte, los hermanos Álvarez Quintero llevan a escena una Andalucía tópica y sin más
problemas que los sentimentales. Sus obras son cuadros de costumbres andaluzas, con una visión
optimista y risueña (El patio, El genio).
Por último, Pedro Muñoz Seca cultiva el género del astracán, con el que se busca arrancar la
carcajada a costa de la deformación abultada de la realidad, el disparate absurdo y el equívoco
permanente (Pastor y Borrego, La venganza de don Mendo).