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2. Teatro en verso
Los principales representantes son Eduardo Marquina (Las hijas del Cid o El Gran
Capitán) y Francisco Villaespesa (El alcázar de las perlas o Doña María de Padilla).
Los hermanos Antonio y Manuel Machado destacaron en este género con obras
como La Lola se va a los puertos (1929) y El hombre que murió en la guerra, finalizada
en 1935 y cuyo estreno, a cargo de Manuel, fue en 1941, ya fallecido Antonio.
3. Teatro cómico
Pedro Muñoz Seca fuer el creador del astracán, obras cómicas descabelladas cuyo
único fin de provocar la carcajada, recurriendo al chiste fácil y a continuos retruécanos,
entre otros juegos de palabras: La venganza de don Mendo.
El teatro innovador
En las dos primeras décadas del siglo XX cabe destacar a Gregorio Martínez Sierra,
autor que cultivó todos los géneros con tendencias modernistas y de la Generación del
14 y que destacó principalmente por su teatro. Además, de autor, fue impulsor de
interesantes iniciativas, acompañado por su mujer, María de la O Lejárraga, quien
escribió varias obras con él y algunas de las que él firmó en solitario. Ambos pusieron
en marcha, en 1916, el Teatro del arte, que congregó no sólo a escritores, sino a
pintores y músicos, como Manuel Falla, y en el que se representaros obras de los
grandes clásicos y de los autores más actuales, como García Lorca, Grau o el propio
Martínez Sierra.
Entre los intentos renovadores del teatro hay que destacar a dos autores de carácter
vanguardista. Por un lado, Jacinto Grau, una de las voces que más abiertamente
muestra su disconformidad con el teatro de su tiempo. En su escasa producción cultivó
la tragedia y la farsa. Su obra maestra es El señor de Pigmalión. Por otro lado, Ramón
Gómez de la Serna, cuyo teatro es importante por sus intentos de romper con las
fórmulas asentadas. Sus primeras obras tratan temas como el erotismo y la crítica a
los convencionalismos sociales. Cabe destacar El drama del palacio deshabitado y
Los medios seres.
En la Generación del 27, además de Lorca, destacan Rafael Alberti con un teatro
político (Noche de guerra en el Museo del Prado) y Alejandro Casona, autor que
triunfará después de la guerra, con obras hábilmente construidas y una equilibrada
combinación de realidad y fantasía: Los árboles mueren de pie. Otros autores de esta
época que destacarán son Pedro Salinas (El dictador), Miguel Hernández (Quién te
ha visto y quién te ve) y Max Aub (Morir por cerrar los ojos). Ignacio Sánchez Mejías,
famoso torero de esta Generación, fue autor de obras como Sinrazón.
En estos años en los que los autores de la Generación del 27 también hacen teatro,
hay que destacar a Enrique Jardiel Poncela, cuya mayor producción literaria se
produce después de la Guerra Civil. Sin embargo, ya escribe obras desde 1919, con
títulos como El príncipe Raudhick, Una noche de primavera sin sueño (1927) o Usted
tiene ojos de mujer fatal (1933). Su estilo inicia un nuevo tipo de teatro: el teatro de lo
inverosímil, que presenta una caricatura de la sociedad de la época y en el que se
mezcla los sublime y lo alocado.
Considerado el gran renovador del teatro a principios del siglo XX con la creación del
“esperpento”. Es un autor muy prolífico. Escribe novelas, cuentos, poesía, teatro.
Podemos clasificar su obra en cuatro ciclos. El primero de ellos –el ciclo modernista-
lo componen dramas decadentistas como El marqués de Bradomín (1906) o El yermo
de las almas (1908). En torno a estos años escribirá Las comedias bárbaras, trilogía
formada por Águila de Blasón (1907), Romance de lobos (1908) y Cara de plata
(1922). Son obras dramáticas localizadas en la Galicia rural, donde aparece la miseria
de este mundo y donde se mueven personajes extraños, violentos, tarados, con
pasiones de fuerza alucinante. Estas obras forman parte del que se conoce como
ciclo mítico del autor, que completan Divinas palabras (1920) y El embrujado (1913).
El ciclo de la farsa lo forman, entre otras obras, Farsa infantil de la cabeza de dragón
(1909) o Farsa italiana de la enamorada del rey (1920). En esta etapa Valle-Inclán
contrapone lo sentimental y lo grotesco para afrontar de otra manera la realidad y
desmitificar la sociedad tradicional con un lenguaje cada vez más esperpéntico.
Por último, hay que destacar el ciclo del esperpento. En 1922 publica Luces de
Bohemia. En la escena XII de esta obra resume su teoría del “esperpento”:
- Mezcla de lo trágico y lo burlesco con una estética que quiere ser la superación
del dolor y la risa.
- Deformación, distorsión sistemática de la realidad.
- Degradación de los personajes.
- Empleo de contrastes.
- Humor mordaz, risa agria.
- Lenguaje muy rico, con variedad de registros, al servicio de la parodia con
intención crítica. Arte del diálogo.
- Importancia de las acotaciones, amplias y detalladas.
Después escribirá Martes de Carnaval, que reúne tres esperpentos: Los cuernos de
don Friolera (1921), Las galas del difunto (1926) y La hija del capitán (1927), última
obra del autor que aborda de forma grotesca la literatura militar.
Valle-Inclán también escribió melodramas para marionetas (La cabeza del Bautista)
y autos para siluetas (Ligazón, que viene a ser una mezcla de todos sus ciclos)
Cree en la función educativa del teatro, como lo demuestra la creación del grupo La
Barraca, que durante los años de la República recorrió los pueblos españoles
representando a nuestros clásicos.
En sus obras dramáticas combina el verso y la prosa y destaca la riqueza del lenguaje
poético lleno de connotaciones, metáforas, imágenes, símbolos y todo tipo de recursos
literarios.
Podemos dividir su obra teatral en tres grandes etapas. Su primera etapa tiene una
influencia del modernismo en verso. Caben destacar: El maleficio de la mariposa
(1919) y Mariana Pineda (1923).
Además de estas obras, a principios de los 30, escribirá dos obras donde va a explorar
nuevas técnicas, caracterizadas por un gran simbolismo que han sido etiquetadas
como “criptodramas”, comedias imposibles o “teatro surrealista”: El público (1930)
y Así que pasen cinco años (1931).
A pesar de que cultiva varios subgéneros dramáticos –comedia, farsa, drama, tragedia
– es este último en el que alcanza más difusión con sus obras capitales: Bodas de
sangre (1932), Yerma (1934), Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (1935)
y la Casa de Bernarda Alba (1936). Estas cuatro obras constituyen la tercera etapa, la
de madurez. Su teatro es cada vez más desnudo y más esencialmente humano. Los
dos primeros títulos son tragedias rurales y las otras dos, dramas. En las cuatro
piezas, de protagonismo femenino, se denuncia la opresión de la mujer en la sociedad.