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Ante todo lo que hemos visto anteriormente, existe un otro lado de esa moneda.
Puede que vivamos nuestras emociones de manera desbordante, de una forma que
escapa a nuestro control, lo que podemos conocer como “a flor de piel”. Cuando vivimos
nuestras emociones así puede que experimentemos dos posibles situaciones: la primera
es que creamos que nuestros sentimientos son la verdad absoluta y que por eso
debemos de ser fieles a ellos siempre. La segunda es que podemos avergonzarnos de
nuestras emociones y de cómo las experimentamos. De todos modos es importante que
entendamos que nuestras emociones son reales y válidas pero, tal vez no siempre sean
proporcionales a lo que estamos viviendo.
Puede que reaccionemos de manera no correspondente a lo que nos ocurre
porque tenemos la memoria inconsciente que en una situación pasada la misma
reacción fue útil y tuvo sentido o que los eventos pasados han hecho que nuestra
alarma emocional se volviera ultrasensible, de tal forma que respondemos de manera
abrumadora ante cualquier señal mínimamente similar a lo que nos haya ocurrido en el
pasado.
Pues bien, si vivimos todo el día, o parte de él con las emociones a flor de piel lo
primero es conectarnos a nuestras emociones, pero no para hacerlas más fuertes, el
objetivo es saber cuando están empezando a crecer dentro de nosotros, avaliar si es
coherente con la situación en la que estamos y así calmarlas. De esta manera
tendremos la oportunidad de entender qué es lo que sentimos, porque lo sentimos y
para que nos sería útil.
Así pues, tenemos que asumir que las emociones juegan un papel muy
importante en nuestra vida y por eso tenemos que aprender a conectarnos con ellas, sin
embargo no podemos permitir que ellas nos dominen y se regulen sin que participemos
del proceso. El regularse emocionalmente se trata de hacer consciente nuestros
sentimientos para que así podamos ajustarlos a diferentes situaciones y a nosotros
mismos.
Tamara Fonseca
Psicología