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RELATO AUTOBIOGRÁFICO

El hecho que se da a conocer transcurre en el año 2013, en la Escuela Normal de la


localidad de San Salvador, Jujuy.

Cuando estaba en 4to año del secundario durante la primera hora de Psicología, la
docente encargada de la materia, cuestionó a una compañera porque había estado
conversando con otras compañeras. La docente se acercó a la estudiante,
obligándola a que se levantara del asiento y advirtiéndole sobre su comportamiento
durante las clases, ya que, muchas veces interrumpía, llegaba tarde o no
completaba las tareas que se pactaban con antelación para realizarlas en la casa.
La profesora agredió verbalmente a mi compañera, exclamando que nunca iba a
llegar a nada, que “no iba a ser nadie” por su pésima conducta. La manera en que
había sido tratada, le generó angustia, entonces, sin mediar más palabras, la
profesora le pidió que se retirara.

Esto trajo como consecuencia la deserción escolar. Mi compañera desde ese día no
volvió a asistir a la escuela. Este incidente me marcó a nivel personal, y lo recuerdo
cada vez que ocurre un suceso similar. Yo conocía la situación familiar de mi
compañera; tenía una familia disfuncional, su madre era adicta, y tuvo que hacerse
responsable tanto de sí misma como del cuidado de su madre, de ocuparse de los
quehaceres del hogar, y demás tareas que normalmente los adolescentes no
estamos acostumbrados a realizar. Debido al contexto particular en el que vivía, fue
obligada a madurar tempranamente.

El accionar docente no fue correcto. La profesora había desacreditado como


persona a mi compañera, sin antes haber interactuado con ella, sin averiguar la
razón de sus faltas, sin preguntarle por qué llegaba tarde a clases, si entendía o no
los temas enseñados. No hubo una relación docente-alumno adecuada y funcional
que pudiera eludir desenlaces lamentables como este. Cabe resaltar, que el
preceptor era tío de mi compañera y tampoco fue capaz de dar una respuesta o
solución a la situación. Incluso muchos profesores, desde el incidente, jamás
indagaron sobre la ausencia de mi compañera, hasta podría asegurar que ni lo
notaban.

Es un hecho desconsolador porque, quizás, en la escuela, ella hubiera podido


encontrar la contención y sostén necesarios que no tuvo la oportunidad de tener en
su núcleo familiar. En aquel momento, en mi posición de alumna, quedé sin palabras
y bastante sorprendida por el accionar desinteresado adoptado por los directivos.
Intentando saber un poco más de la situación, había logrado entablar una
conversación con la psicopedagoga de la institución, quién me había informado que
la docente en cuestión, la única consecuencia que tuvo fue un llamado de atención.
En efecto, me gustaría destacar que con otros docentes y miembros de la
comunidad estudiantil mantuve una buena relación, tratos dignos y respetuosos de
manera recíproca.

Mi ingreso a la facultad me permitió cuestionar esta deplorable experiencia,


poniendo en eje el abuso de autoridad que, muchos como estudiantes, recibimos
por parte de trabajadores administrativos y/o educativos de la institución. La relación
asimétrica entre docente-alumno, donde el enseñante es aquel que “posee todo el
saber”, las injusticias y el desarraigo de la posición ética docente.

Dicho vínculo no solo implica enseñar o guiar a los alumnos en sus procesos de
aprendizaje, sino que también contribuye al fortalecimiento de las aptitudes
personales. Es decir, que la importancia de la relación docente-alumno, va mucho
más allá de un vínculo educativo; debido a que para el alumnado habitualmente esa
relación no se ve limitada solo a lo académico, también es afectiva. El
comportamiento, actitud y expresiones utilizadas por un docente pueden impactar
significativamente a su alumno por años e incluso para toda su vida.

El acontecimiento me enseñó a cómo no debo actuar y ser como futura docente, de


velar por el buen trato del otro, en general, de alumnos y de usuarios de la salud
mental.

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