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Durante este periodo se conforman las tradiciones étnica, clásica y bíblica para realizar esta
“validación” sobre los acontecimientos del pasado. La tradición bíblica, fundamento de la fe
cristiana fue el hogar de la historia eclesiástica, se ocupó de aclarar las controversias
religiosas despertadas después de la reforma, fortaleció el rigor en la búsqueda y
divulgación de fuentes, es el primer momento cuando se empieza a escribir historia sobre
la historia, y permitió la creación de diversas instituciones, influyendo en el desarrollo de la
filosofía, la ciencia y la literatura.
Pomian finaliza el recorrido medieval en el siglo XVIII cuando acaba el tiempo de la fe como
objeto de conocimiento, afirmando que la historia es una proporcionalidad de la descripción
y la dignidad de lo descrito. Es decir, aunque ya el concepto del tiempo es conocido y
funcional en occidente, y su naturaleza teleológica ya ha sido comprobada y aceptada, el
estudio y compilación de la historia sigue tratándose de una tarea vaga, orientada por
predilecciones y maleable ante quien tenga un lugar de enunciación privilegiado.
El autor concluye señalando que el tiempo histórico no es fijo ni absoluto, sino que está en
constante evolución y cambio. Es fundamental recordar que nuestra comprensión del
pasado viene determinada por nuestros contextos y, a medida que éstos cambian, también
lo hacen nuestros valores y creencias, por ende también lo hará nuestra concepción del
tiempo histórico. Además, la historia debe ser considerar a partir de sus tres dimensiones
para ser compilada, leída e interpretada: como ciencia que establece los hechos, como arte
que presenta los hechos, y como filosofía que intenta comprenderlos.