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EL TIEMPO DOMESTICADO
Entretejer el pasado en un relato del tiempo presente es un artificio milenario que nos ha
permitido advertir a través de millares de disímiles ventanitas las cosas que pasaron para
que pasaran las que pasan ahora, para conocer a nuestros padres y los padres de ellos, para
elongar nuestra existencia en redondas digresiones de horas, o años, que, de ser
únicamente rectilínea sería terriblemente aburrida. La Odisea es un campo fértil para la
construcción de estas ventanitas, siendo una obra que se narra a partir de recortes de
tiempo pretérito.
Entre las numerosas formas que quizá existan para crear estos desdoblamientos del tiempo,
una de las más recurrentes en La Odisea es la composición anular, una de las más antiguas
formas de narración existentes, presente ciertamente en los poemas homéricos, pero
también en obras literarias de gran peso como La Biblia hebrea (Douglas, 2007, págs. 1, 2).
Muy propicia para insertar “anillos” dentro de narraciones que también pueden ser parte
de anillos más grandes.
Es momento de advertir al lector que no podremos ser tan específicos como quisiéramos
por falta de tiempo. Sin embargo, la lectura que ha sido benévola con nosotros nos ha
permitido avistar dos partes del anillo importantes en esta parte del libro, así que durante
el desarrollo de las ideas estaremos, de manera general refiriéndonos al pasaje de El
Lavatorio (Odisea, XIX. 51-604), y de manera particular a los versos 386-472 que enmarcan
el clímax del Lavatorio: la anagnórisis de Euriclea y la escena retrospectiva de la juventud
de Odiseo, que además podría ser el turning-point.
A pesar de no tener la estructura del anillo delimitada en totalidad, queremos añadir este
curioso descubrimiento: antes del lavatorio Penélope le pregunta al huésped por la
indumentaria de Odiseo, a modo de señal para determinar si efectivamente el desconocido
dice la verdad. Ella quiere oír un hecho revelatorio del pasado.
Si en verdad como huésped tuviste en tu casa a mi esposo
con sus hombres divinos, tal como aseguras que hiciste,
dime qué vestiduras llevaba en su cuerpo y cómo eran,
y cómo era él también y los hombres que lo acompañaban.
Mientras que después del lavatorio, ella lo inquiere nuevamente pero esta vez para
preguntarle por un sueño que ha tenido “Pero, vamos, escucha, interprétame un sueño que
tuve (…)”. (Odisea, XIX. 535-553). Ella busca en el desconocido otro hecho revelatorio, pero
ahora del futuro con la interpretación de su sueño, cuando extrañamente él no ha dado
muestras de habilidad en esta práctica. Queremos únicamente enunciarlo y dejarlo como
materia de discusión futura, ya que es otro asunto el que nos ocupa con mayor inquietud.
Y acaba en:
resonó el bronce así y se inclinó la caldera hacia un lado
y se fue, toda el agua que había, vertiendo en el suelo.
El elemento en común que nos invita a elaborar esta conjetura ciertamente es la acción de
Euriclea con el agua: llenar la caldera y luego, accidentalmente, vaciarla. Son precisamente
esas dos acciones las que delimitan la escena retrospectiva. Más adelante veremos que el
toque de las manos de la anciana también hace parte de los fragmentos de apertura y cierre,
pero para realizar una enunciación general, los puntos clave son los que involucran el agua.
En Hartog (1999:30) leemos que “el poema termina por tropezar con el tiempo”, las
digresiones propuestas por Homero son pequeños sacos de tiempo que se suman a las
jornadas enunciadas en la obra, para el caso a revisar la inserción de este saquillo ocurre de
manera casi inadvertida en un primer momento por la agilidad con la que es situada ante
nuestros ojos, tan pronto Euriclea nota la cicatriz se reproduce la escena cuando Odiseo la
adquirió:
Se acercó ella a su amo y se puso a lavarlo y vio al punto
la señal que dejó un jabalí con su blanco colmillo
una vez que el Parnaso corrió [con los hijos de Autólico,
de quien la madre de él era hija, y este héroe brillaba
En dos versos nos reubican: de Ítaca al Parnaso, y nos dicen que es otro momento porque
es otra la acción: correr con los hijos de Autólico, es decir, con los tíos de Odiseo, quienes
nunca han sido nombrados pero el pasaje se presta para inferir que ello hace parte de una
juventud casi remota de nuestro héroe. La transición entre los tiempos no debe demorar,
esa marca es un recuerdo y todos somos memoria, sabemos cómo ocurre: los recuerdos
son fulminantes.
Una vez nos han llevado al otro tiempo de manera pronta y eficaz, el narrador debe
retenernos allá y opta por un truco ya explorado, una herramienta de fiar en la narrativa de
la época: la genealogía, no podemos dudar del tiempo que ha sido recorrido por las
generaciones anteriores
una vez que el Parnaso corrió [con los hijos de Autólico,
de quien la madre de él era hija, y este héroe brillaba
en hurtar y jurar, dones estos a él dados por Hermes,
El gancho que nos hala hacia sucesos anteriores es precisamente Autólico, padre de
Anticlea, madre de Odiseo; cabe apuntar que todos estos nombres ya nos han sido
nombrados y por tanto estamos ante una mención segura: conocemos a los personajes y es
fácil para el lector seguir la pista. Encontramos que en este recuerdo Euriclea aparece como
un personaje más, es decir que no “estamos dentro de su cabeza” y que este momento es
tan sólo el contexto anterior de la verdadera historia, una ventanita dentro de otra.
1
Aunque en este fragmento habría técnicamente cuatro “quién”, a saber: Autólico, Anticlea, Euriclea y
Odiseo; el personaje principal y por quién empieza la narración es el abuelo.
2
Me atrevo a situar el “cuándo” acá, porque podemos calcular irresponsablemente que hace, por lo menos,
cuarenta años esto ocurrió.
Recordemos los versos que inician este viaje: “la señal que dejó un jabalí con su blanco
colmillo / una vez que el Parnaso corrió [con los hijos de Autólico,” Odisea, XIX. 393-394.
Efectivamente es la parte más cerrada del anillo, por tanto se puede tratar muy
seguramente del turning-point, desde donde el resto del pasaje se empieza a construir
espejando la primera parte.
Y su padre y su madre alegráronse al verlo de vuelta
y quisieron saber qué accidente produjo la herida
y él minuciosamente contó lo que había ocurrido
cuando lo acometió un jabalí con su blanco colmillo,
yendo por el Parnaso a cazar con los hijos de Autólico.
Finalmente tenemos cómo volver al presente, es un ruido el que nos trae de regreso y nos
indica que la anciana está conmocionada, no pudo ni siquiera comenzar el acto del lavado
(recordemos que en el presente, apenas había llenado la caldera con agua) y suelta el pie
de Odiseo, quien confiado en ella no reacciona a tiempo para sostenerlo, sino que cae
libremente, derramando el agua recién vertida.
Así, pues, al palparlo la anciana con las manos planas
la lesión conoció y soltó el pie que cayó en el caldero;
resonó el bronce así y se inclinó la caldera hacia un lado
y se fue, toda el agua que había, vertiendo en el suelo.
¿Cómo viviríamos entonces sin poder recordar? Sería imposible, así que el arte imita a la
realidad y se presta para este increíble y mágico ejercicio de viajar en el tiempo, en el
espacio: la rapidez de la llegada del recuerdo, el nivel de detalle y familiaridad que nos
puede suscitar y, un estrepitoso regreso al presente son las sencillas herramientas que
Homero ha tenido a bien para meter mundos dentro de otros. Quisiéramos concluir la
reflexión con este pasaje que nos habla precisamente del escurridizo concepto del tiempo:
“Para la concepción arcaica el tiempo se volvía efectivo en las cosas
sucedidas: era la fuerza que todo conducía, en cierto modo el viento que arrastraba
los eventos hacia nosotros. Por eso estaba siempre, como Píndaro bien lo dice,
viniendo; era tiempo tardío o futuro. Pero en la concepción clásica el tiempo
también está con nosotros, los vivientes; está también en nuestros pasos, cuando
avanzamos hacia los sucesos y los atravesamos” (Hernández Aparicio, 2018).
El arte tiene la tarea de mostrarnos que las cosas siempre pueden ser de otro modo, a través
de artificios como estas digresiones en forma de anillos. Julio Cortázar (2016:56) dice que
el desdoblamiento del tiempo es el desdoblamiento del personaje, también sabemos que
toda identidad comporta dualidad, por tanto este ir y venir del tiempo no sólo nos está
ayudando con el dinamismo y la economía de una historia, que de lo contrario debería
narrarse desde los abuelos de Odiseo; sino que nos está mostrando al Odiseo otro: al recién
nacido cuyo sino fue marcado por el nombre y al joven que era irreflexivo e impetuoso.
Tenemos entonces dos tipos de tiempo, el salvaje, que es el que nos envuelve a diario en
su bruma y no nos permite ver con claridad lo que ocurre, porque todo siempre está
ocurriendo y no hay cómo impedirlo; y el tiempo domesticado, aquel que hemos amasado
y acostumbrado a nuestras palabras, a la escritura, ese que está recogido en bolsas, como
la de Eolo, más pequeñas que sus contenidos; llenas de detalles, escenarios y situaciones
específicas para destaparlas, ciertamente no por los mismos motivos, y que nos lleven a ese
sitio donde fuimos otros.
Referencias
Douglas, M. (2007). Thinking in Circles: An Essay on Ring Composition. New Haven: Yale University
Press.
Hernández Aparicio, S. (2018). Tiempo trágico: estructura anular y esquemas mistéricos en los
cantos corales de Antígona de Sófocles (parte i). Argos.
Homero. (2015). Odisea. (F. Gutiérrez, Trad.) Bogotá: Penguin Random House.