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TERAPIAS PSICOLÓGICAS I

Terapias sistémicas. La TBCS.

La terapia breve
centrada en soluciones

Introducción
Todas las escuelas surgidas dentro de la tradición sistémica tienen una ciudad relacionada
con sus orígenes o primeros trabajos, y en este caso esa ciudad des Milwaukee, en el estado de
Wisconsin. Allí se fundó el Brief Family Therapy Center a finales de los 70. Eran seguidores del
grupo de Palo Alto, que a la sazón había fascinado e inspirado a muchos terapeutas que buscaban
respuestas a problemas parecidos. Imsoo Kim Berg fue una de las fundadoras del grupo, al que se
unió más tarde Steve de Shazer, que ha terminado siendo el representante más conocido de la
Terapia Breve Centrada en Soluciones (en adelante TBCS). Ambos (que además son pareja) han
sido los principales contribuyentes a la difusión de esta forma de entender los problemas
humanos y de hacer terapia. Sin duda, dentro de la familia de las terapias sistémicas, es la que más
se ha extendido, seguramente por su versatilidad y adaptabilidad a contextos diversos: el trabajo
social, la psicología de las organizaciones, la intervención escolar, incluso hay movimientos de
aplicación de los principios de la terapia breve a la enfermería. También muchos profesionales de
la consultoría psicológica, o el moderno coaching, se basan en premisas de terapia breve. Y por
supuesto, hay una gran cantidad de psicólogos clínicos, psiquiatras y psicoterapeutas que trabajan
desde este modelo.

El constructivismo
Todas las terapias sistémicas se encuadran en una epistemología constructivista. De hecho,
uno de los autores más influyentes del grupo de Palo Alto, el filósofo Paul Watzlawick, es también
un reconocido teórico del constructivismo. Pero en particular la terapia breve (y la terapia
narrativa, estrechamente emparentada con ella y sobre la que se habla más adelante) están
imbuidas de esta forma de entender el mundo psíquico, lo cual hace necesario conocer los
principios del constructivismo.

En psicoterapia, la realidad no se descubre, sino que se construye. En general, el


constructivismo como teoría del conocimiento (epistemología) dice que todo aquello que
conocemos no es el reflejo de una supuesta realidad ahí fuera, sino que es el resultado de una
interacción entre el observador y la cosa observada. Es decir, lo que comúnmente entendemos por

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“realidad” ni es objetiva, ni estaba ahí antes de que alguien llegara para conocerla. Esto puede ser
difícil de entender cuando hablamos de entidades físicas (la mesa, el árbol), pero no puede ser de
otra manera cuando se trata de las “realidades” con las que se enfrenta un psicoterapeuta. “Ya no
amo a mi marido” o “el niño no para quieto ni un momento” o “siento pánico a pasar por un túnel”
son realidades construidas. Sobre todo, cuando entran en juego significados (interpretaciones,
representaciones, lo que determinada cosa significa para una persona) estamos hablando de
procesos de construcción de la realidad. Un mismo acontecimiento puede significar cosas muy
diversas para personas diferentes.

Por lo tanto, la realidad que traen los consultantes cuando acuden a terapia es una realidad
construida (no hay que buscar en algún lado la “depresión” o la “anorexia” para descubrirla, como
harían los profesionales partidarios de los manuales diagnósticos), y, lo que es más importante, la
propia terapia es sí misma un proceso de construcción de una realidad nueva, en la que el
terapeuta aporta su ayuda.

Así pues, una de las características particularmente constructivistas de la TBCS es que no


dedican nada de tiempo en describir ni entender el problema (que trae a las personas a consultar),
puesto que desde una perspectiva constructivista no hay un tal problema como entidad que
descubrir. Van directamente a buscar soluciones. Es una de las razones por la que la terapia
resulta breve. Se ahorran todo lo relacionado con dar vueltas al problema.

De esta forma constructivista de entender las cosas derivan otras características de la TBCS,
Una de ellas es el rechazo del concepto de patología y de las categorías diagnósticas al uso. No
aportan nada, aparte de que, desde un punto de vista constructivista, resulta absurdo que alguien
(alguna autoridad de la APA o de las agencias de salud pública) quiera determinar lo que es
patológico y lo que no lo es. No existe esa diferenciación. Y mucho menos existe un patrón “sano”
al que se deba encaminar la vida de las personas. Cada cual hace lo que puede con lo que le ha
tocado vivir. No se trata de retornar a una línea base sobre la que determinados test psicológicos
digan que eso es lo “normal”.

Otra característica es que es el terapeuta quien debe adaptarse al consultante, y no al revés.


El consultante tiene los significados (qué es esto para mí), los conocimientos (qué me pasa) y los
recursos (qué puedo hacer), y la labor del terapeuta, no por ello más fácil (más bien al contrario)
es ajustarse al consultante y aprovechar al máximo sus posibilidades. En ningún modo el
terapeuta está ahí para suplir ninguna carencia ni para aportar conocimientos o habilidades que
el consultante no tenga.

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No centrarse en el problema sino en la solución


La TBCS lleva el apellido “centrada en soluciones” por una presunción también basada en el
constructivismo, y es que problema y solución son categorías discontinuas. No hace falta conocer
el problema para solucionarlo. Por eso no es necesario buscarlo, definirlo ni dar vueltas sobre él.
No solamente es para ahorrar tiempo, es que es innecesario, cuando no contraproducente.

Tenemos en la psicoterapia muchas escuelas centradas en el problema. El psicoanálisis por


ejemplo. Todo el psicoanálisis es una lucha por encontrar conflictos y fijaciones, descubrirlos y
sacarlos de dónde están. Pero dentro de la rama sistémica también hay opciones centradas en el
problema. La terapia estratégica del MRI, o la del grupo de Milán por ejemplo (aunque ambas son
más pragmáticas que el psicoanálisis, naturalmente, y buscan también soluciones). La TBCS por
el contrario deja de lado las quejas (o los motivos que traen a las personas a consultar) y también
la historia del problema. Usan la metáfora del ajedrez. No es necesario saber cómo los jugadores
han llegado a un determinado momento de la partida, basta con mirar el tablero para saber cuál
puede ser el mejor movimiento siguiente.

La TBCS va incluso más allá. No solamente sostienen que el problema no es relevante, sino
que el problema solamente puede definirse (o conocerse) a través de la solución. Imagina un
problema: estás angustiada porque te gustaría salir este fin de semana pero también tienes que
estudiar para un examen. Para un terapeuta breve, la decisión que tomes será lo que permita
entender cuál era el problema. No era el mismo si finalmente decides quedarte en casa o si
arriesgas un suspenso por salir. Un terapeuta tradicional intentaría entender el dilema, las causas
antiguas más o menos profundas, los sentimientos de culpa, las implicaciones en otros aspectos
de la vida… el terapeuta breve intentará directamente ayudarte ver cuál es la mejor opción de las
que se te presentan y a dar los pasos necesarios para decidirte.

Hay una razón más para no centrarse en el problema: el fenómeno conocido con profecía
autocumplida o efecto Rosenthal. Básicamente dice que las expectativas influyen de forma
decisiva en los resultados. Pero no las expectativas propias, sino las ajena. Conocerás el
experimento de Rosenthal en la escuela. Hay otro muy interesante con ratas, el de Burhnam de
1966. Se trataba de un experimento clásico de ratas en laberinto. La mitad de ellas estaban
lesionadas y el grupo de control había sufrido solo las lesiones quirúrgicas superficiales (para
homogeneizar las condiciones experimentales en ambos grupos). El desempeño de las ratas no
dependió de si sus cerebros estaban lesionados o ilesos, sino de la información que recibían al
respecto que los encargados de conducir los experimentos. Esa información era independiente de
la condición de la rata (o sea, se mentía a los experimentadores respecto a si la rata estaba
lesionada o intacta). Pues bien, las ratas de las que se suponía que lo iban a hacer bien, lo hicieron

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mejor, y las que se suponía que iban a hacerlo mal, lo hicieron peor, independientemente de sus
lesiones. Incluso en los laboratorios la realidad es una construcción conjunta.

No hace falta explicar que, según esto, en terapia las cosas saldrán bien si el terapeuta
mantiene una perspectiva optimista respecto a los resultados.

Principios de terapia breve:


Además de todo esto, no hay que olvidar que se trata de una terapia sistémica, de modo que
siempre mantienen en el punto de mira a la familia (o el sistema de personas cercanas que sea)
trabajan, a ser posible, en equipo con un espejo unidireccional o circuito cerrado de TV, que suelen
hacer una pausa antes de terminar la sesión para recopilar y pensar qué decir a los consultantes
al final, y que siempre mandan tareas para casa. También es habitual de las sesiones estén
distanciadas. Dos o tres semanas, incluso un mes entre medias es habitual.

Se diferencian de otras escuelas sistémicas sobre todo en lo que ya hemos apuntado antes:
la sistémica clásica considera a la familia más bien la fuente de los problemas, mientras que la
TBCS la usa como recurso para la solución: si los invitan a participar e la terapia no es porque se
consideren parte del problema, sino porque se consideran parte de la solución. Pero se diferencia
sobre todo en el concepto de homeostasis. La sistémica clásica dice que los patrones
disfuncionales en una familia pueden estar manteniéndose por una tendencia a la homeostasis, es
decir, para que todo siga igual. El ejemplo más sencillo sería el del hijo que no se emancipa para el
equilibrio entre los padres no se rompa. Por el contrario (y esto es muy importante), los
terapeutas breves entienden que el cambio siempre se está dando. El cambio es constante e
inevitable. No existe una tendencia a la homeostasis sino todo lo contrario. Esto es lo que el
terapeuta aprovecha para ir dando pequeños pasos en la dirección deseada.

De aquí se sigue otro principio de la terapia breve (aunque pueda parecer contradictorio):
hay que ir despacio. Los cambios que hay que buscar son pequeños. Las acciones que se proponen
(las prescripciones o tareas para casa, por ejemplo) no deben suponer saltos grandes, sino lo justo
cada vez, como cuando se cruza un río de piedra en piedra. A veces un paso muy pequeño puede
llevar a mejorías muy grandes.

Otro principio importante, del que ya se habló antes, es que el terapeuta trabaja desde la
confianza en los recursos del consultante. Es quien se adapta y acepta el mundo del consultante,
y nunca al revés. Los clientes son quienes definen los objetivos y los que tienen los recursos. No
se enseñan cosas nuevas.

Por lo demás, los axiomas que guían el trabajo del terapeuta son estos:

 Si algo no está roto, no lo arregles

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 Si algo funciona, hazlo más.


 Si algo no funciona, deja de hacerlo y haz otra cosa,

Técnicas y procedimientos de terapia breve


Definir la demanda y los objetivos. Lo primero que se hace al comenzar una terapia es
definir de forma explícita tanto la demanda con la que el consultante llega a terapia como qué es
lo que se quiere conseguir finalmente con la ella. Esto no siempre es fácil, pues muchas veces las
personas tienen ellas mismas dificultades para saber hacia dónde van, y no pocas veces la
respuesta a la pregunta “¿en qué puedo ayudarle?” es “no lo sé” o “no sé muy bien lo que me pasa”.
Cuando lo que se persigue es hallar soluciones esto no basta. Las metas deben estar formuladas
de una forma concreta, alcanzable y positiva. No valen las metas difusas o abstractas (“sentirme
mejor” no vale), y tampoco vale que están formuladas en términos negativos (que algo deje de
ocurrir o que algo deje de estar presente). Deben ser cosas que ocurran, o que empiecen a estar.
Por ejemplo, la meta de la terapia no puede ser “dejar de discutir con mi hermana”. Sí puede serlo
la respuesta a la pregunta: “y cuándo deje de discutir con su hermana, ¿qué ha a hacer en su lugar?”
o, “¿qué será lo más probable que ocurra cuando deje de discutir con su hermana?”
Aprovechando esto, otro elemento importante de la TBCS es que las preguntas, y el lenguaje
en general, se formulan siempre dando por hecho que los cambios van a suceder, es decir, no se
usa el condicional (no se pregunta “¿qué sería más probable que ocurriera si usted dejara de
discutir con su hermana?”).

Como no podría ser de otra manera tratándose de sistémica, las metas se enuncian también
en términos de varias personas. Se da por hecho que los cambios afectarán a una serie de personas
y también que otras personas estarán implicadas en los procesos de cambio.

Pregunta del milagro. Las técnicas de interrogación ideadas por la TBCS se suman a las del
grupo de Milán, que también consideran herramientas básicas. El trabajo del terapeuta consiste
en definitiva en saber qué preguntar y cómo hacerlo. La más conocida es pregunta por el milagro.
Su uso principal es precisamente ayudar a la definición de esos objetivos, y por ello suele
plantearse en la primera sesión de terapia. Pero sus utilidades van mucho más allá. Es también
una buena forma de empezar a construir ese relato alternativo de lo que está ocurriendo, y para
saber cuál será el final de la narración. Por otro lado, ayuda enormemente a la persona a situarse
en el lugar en el que está y a ver más claro al que quiere llegar, y es muy frecuente que con el
planteamiento de esa pregunta el propio consultante tenga ideas sobre qué cosas puede hacer
para llegar conseguirlo. La pregunta tiene este aspecto:

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Imagine que esta noche, mientras duerme, ocurre un milagro y el problema que le ha traído a
consultar se soluciona, no como en la vida real, con esfuerzo y pequeños pasos, sino repentinamente.
Usted no lo sabe porque estaba durmiendo, pero lo cierto es que por la mañana cuando se despierta,
el problema ya no existe. ¿Qué será diferente?

La pregunta por el milagro no es una pregunta suelta, sino toda una conversación que se
inicia con ella. El terapeuta debe insistir para recabar mucha información, sobre quién y en qué
momento va a notar qué cosas diferentes. Al explorar todas las áreas posibles, la persona y
también el terapeuta, pueden hacerse una imagen muy rica de todas las cosas que contendrá ese
futuro sin el problema. Como se puede deducir, esa conversación es un primer intento de
construcción de un futuro sin el problema, que consiste en imaginárselo. Si en ese ejercicio de
imaginación la terapeuta no usa subjuntivos ni condicionales, estará contribuyendo a la atribución
de control. Lo cual abre caminos variados en el viaje de consecución de las metas.

Las preguntas sobre las diferencias, también llamadas preguntas de escala o escalas de
avance, sirven para medir y definir el tránsito hacia ese mundo que nos ha dibujado la pregunta
por el milagro. Son preguntas también aparentemente sencillas, pero que derivan en
conversaciones que pueden ser largas y complejas, y que consisten en que el consultante estima
en una escala de 0 a 10 la posición de alguna cuestión importante. La más básica de ellas es la
distancia a la que se encuentra de la solución del problema (de ahí “escala de avance”), que suele
plantearse siempre al comenzar cada nueva sesión. La utilidad de las preguntas de escala no se
limita a conocer el punto concreto en el que está una situación, o compararla con cómo estaba
antes. También constituyen una especie de “andamio” de las cosas que queramos hacer avanzar.
Pongamos por caso que hemos preguntado por la probabilidad de tener una nueva bronca con la
hermana. Podemos hacer una comparación entre cómo nos dice que está esa probabilidad hoy
(por ejemplo, cinco) y cómo estaba ayer, o en el momento de la última sesión (supongamos que
más alta, un seis). Ya sabemos que la cosa está algo mejor, pero ahora podemos averiguar qué
cosas han pasado para que exista esa variación. “¿Qué ha pasado para que la probabilidad de que
tengas una disputa con tu hermana haya bajado a cinco?”, o mejor aún (una no quita la otra):
“¿Cómo has conseguido que la probabilidad de discutir con tu hermana haya bajado un punto”?
La conversación puede hacer surgir cosas variadas que puede entrañar esa variación de seis a
cinco y que pueden ser útiles para seguir avanzando.

Las escalas pueden usarse para programar estrategias de mejoría. Supongamos que la meta
de hoy es que la probabilidad de discusión con la hermana baje de cinco a cuatro (como decíamos
antes, se persiguen siempre cambios pequeños). Una vez averiguado cómo bajo de seis a cinco, se
pueden planear los modos posibles para bajar un poco más. Cuantas más cosas y más originales,

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mejor. El consultante las pondrá en práctica si le parecen buenas ideas y si tiene ocasión de
hacerlo.

Trabajar con excepciones. Puesto que se busca utilizar los recursos que ya se tienen, esta
es la técnica central de la TBCS. Una excepción es una ocasión en la que previsiblemente ocurriría
el problema (los terapeutas breves prefieren llamarlo “motivo de consulta” o “motivo de queja”)
pero sin embargo no ocurrió. Esa tarde en la que salió el tema que hace discutir a las hermanas,
pero sorprendentemente no discutieron. Cuando se detecta una excepción, el terapeuta estudia la
situación y trabaja para intentar que se repita o que se amplíe.

No es una técnica delimitada, sino que se nutre de la pregunta del milagro (que prepara para
la búsqueda de excepciones), de las preguntas de escala (que permiten describir las cosas
concretas que marcan las diferencias entre estar en un punto y en otro) y en general de la
conversación. Hay excepciones actuales, las que van ocurriendo durante la terapia, pero también
las hay en el pasado. Todas las mejorías anteriores (periodos en el pasado en los que el problema,
o “los síntomas”, no ocurrían o estaban atenuados) se pueden considerar excepciones. Hay un tipo
muy particular de excepción, que son las mejorías pretratamiento. Los terapeutas del grupo de
Milwaukee descubrieron que la terapia no empieza con la primera sesión, sino antes, en el
momento en el que alguien telefonea para pedir una cita (incluso sin necesidad de que se haga
una ficha telefónica larga, como proponían los del grupo de Milán), y que es sorprendentemente
habitual que entre esa llamada y la primera sesión haya cambios.

Siempre es posible trabajar con excepciones porque son contantes. Por definición, los
problemas no ocurren siempre. Es una falacia pensarlo y contraproducente decirlo. Igualmente
útiles para trabajar son las excepciones parciales: momentos en los que el problema sí ocurrió
pero de forma más leve de lo esperado. Detectada la excepción, y previo exhaustivo análisis de
qué cosas pueden haber estado en relación con la misma, se programan acciones que puedan
llevar a ella. Para ello hay que buscar aquellas partes de sean factibles. Si la bronca con la hermana
ha sido más leve la última vez, y pensamos que fue porque llovía, lógicamente no se puede hacer
mucho, aunque en un clima húmedo podemos proponer que el próximo encuentro con la hermana
se produzca un día de lluvia. Si la lluvia ha podido o no tener alguna relevancia, es algo que sabe
muestro consultante, no el terapeuta ni el meteorólogo.

Ejemplos de intervenciones
Por último, y solamente con ánimo de ilustración, mencionaremos algunas prescripciones
típicas de la TBCS. Como ya se ha señalado con anterioridad, en cualquier terapia sistémica los
consultantes se van a casa siempre con tareas para hacer, que puede ser cualquier idea que haya

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surgido en terapia durante la conversación. También es propio de la sistémica en general que no


suele haber procedimientos estándar (existe una excepción, la de la “prescripción invariable del
grupo de Milán” pero no suele ser lo habitual). Con todo, sí hay algunas prescripciones que pueden
ser útiles sobre todo en las primeras sesiones, cuando todavía no se conoce mucho a los
consultantes y quizá no haya surgido ninguna idea mejor. Estas tres pueden servir como ejemplo:

Cosas que deseo que se repitan: “Desde hoy hasta a próxima vez nos veamos, fíjense en las
cosas que ocurren y que le gustaría que volvieran a ocurrir. Deben tomar notas y traerlo por
escrito la próxima sesión”. Esta prescripción sencilla tiene como objetivo extraer excepciones que
puedan servir para trabajar en la próxima sesión.

Simular el milagro. Si se ha formulado la pregunta del milagro y el consultante tiene la


impresión de tener una imagen clara de cómo sería ese futuro sin el problema, se le puede pedir
que haga “como si” el milagro hubiera sucedido. Al menos, las partes reproducibles. Un
complemente de esto, en el caso de que hayan venido a la sala de terapia más implicados (la pareja,
los padres, la hermana), entonces se le puede pedir al paciente índex que simule el milagro
solamente un día concreto, sin decir cuál, y el resto deben adivinar qué día fue. Nadie debe hablar
sobre el tema y cada cual debe traer sus impresiones por escrito la vez siguiente sobre qué día fue
el que se simuló el milagro y si los demás se dieron cuenta.

Intervenciones en la pauta. Son también muy típicas de la TBCS y tienen como objetivo
romper ciertos círculos viciosos, o lo que los estratégicos llamarían “dejar de hacer lo que no
funciona”. Un ejemplo típico seria pedirles a las dos hermanas que cuando discuten, lo hagan en
un lugar diferente al habitual, o que empiecen antes de lo que suelen empezar, o que hagan algo
que obstaculice la posibilidad de discutir. Por ejemplo, se les puede pedir que discutan sentadas
en el suelo, o de pie sobre una banqueta. Son medidas que parecen tonterías, pero que tienen la
virtud de bloquear un proceso que a su vez puede propiciar la aparición de algo nuevo que permita
otro pequeño avance.

La terapia narrativa
El ser humano es narrativo por naturaleza. Cualquier cosa sobre la que hablamos o sobre la
que pensamos tiene forma de narración, con su principio, su nudo y su desenlace. Nuestra
identidad es una narración (¿cómo contestas a la pregunta “quién eres”?). Las narraciones
ordenadas ponen orden a nuestra realidad. Cuando no entendemos bien algo es que faltan
elementos en la narración. Entonces damos vueltas hasta que encontramos la información
necesaria. “No entiendo cómo fulanita ha pensado que…” o “no entiendo cómo pudo ocurrir tal
cosa…” son relatos en los que falta algo. Nuestra necesidad de ordenar la realidad (construida, por

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supuesto) en forma de narraciones nos hace buscar elementos que encajen en la narración… o a
cambiarla por otra.

Uno de los problemas de se derivan de la naturaleza narrativa de nuestra vida psíquica es


que aceptaremos siempre una mala narración antes que la ausencia de narración. De ahí el
fenómeno de los bulos, tan de moda. No habrá bulos donde hay una narración alternativa
completa y convincente. Pero si no la hay, preferiremos una narración completa aunque sea falsa.

La naturaleza narrativa del ser humano ha llevado a algunos autores (el australiano Michael
White y el neozelandés David Epston son sus fundadores, aunque cada vez tiene más
simpatizantes) a plantearse la terapia como un ejercicio de narración. Lo que nos cuentan los
consultantes de sí mismos y de lo que les ocurre en sus vidas al empezar la terapia es un tipo de
relato lleno de problemas, de círculos viciosos, de callejones sin salida y de impotencia. La labor
del terapeuta es ayudar a construir un relato nuevo, más satisfactorio, que haga hincapié en partes
de la realidad que la narración original no contemplaba, que dé significados más útiles a los
acontecimientos, y que permita continuar la historia con un argumento diferente. Una narración
que abra puertas y posibilidades nuevas. Se trataría de construir realidades nuevas a través de
construir narraciones nuevas. La forma de hablar sobre algo determina cómo vivimos ese algo, y
por lo tanto modifica esa realidad que estamos construyendo.

La técnica por antonomasia de la terapia narrativa es la externalización. Su versatilidad y


eficacia han hecho que muchos terapeutas la incorporen en su repertorio. Consiste básicamente
en “sacar de la persona” el problema y tratarlo como algo que está fuera de ella. Como bien dice la
TBCS, la persona nunca es el problema: solo el problema es el problema. La externalización es una
forma de trabajar eso.

Los pasos que se dan para llevar a cabo una externalización son, en primer lugar, definir el
problema junto con el consultante, sin profundizar ni escudriñarlo, solo de un modo general y que
permita darle un nombre: “el insomnio”, “la tristeza”, “los cigarrillos” o como quiera llamarlo el
interesado. A continuación, la persona abandona su identidad y actúa “como si” ella fuera el
problema externalizado. El terapeuta le hace preguntas como si de un individuo con voluntad e
historia propias se tratara. Por ejemplo: “Tristeza, ¿cuándo apareciste por primera vez en la vida
de X”? La conversación puede llevar por derroteros muy reveladores, y generalmente las personas
tienen la sensación de haber entendido o descubierto cosas relevantes que antes ignoraban.

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