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LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936) : Introducción
LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936) : Introducción
Curso 2020-2021
En ese mismo día, Niceto Alcalá Zamora es nombrado Jefe de un Gobierno Provisional en el que se
unen las fuerzas democráticas que se habían vinculado en el Pacto de San Sebastián y en el que se
integran republicanos conservadores (Alcalá Zamora, Miguel Maura), radicales (Lerroux, Martínez
Barrio), radicales-socialistas (Marcelino Domingo), socialistas (Largo Caballero, Indalecio Prieto,
Fernando de los Ríos) miembros de Acción Republicana (Manuel Azaña) o nacionalistas (Casares
Quiroga, Nicolau d'Olwer), quedando fuera del gobierno los antiguos partidos dinásticos y las
tendencias más izquierdistas, como comunistas y anarquistas. Desde un primer momento el nuevo
gabinete anunció sus normas de actuación, dirigidas al establecimiento de instituciones democráticas
y que incluían el anuncio de convocatoria de elecciones a las Cortes Constituyentes llamadas a elaborar
el texto constitucional de la nueva República española.
Durante su medio año de actuación el Gobierno Provisional, procuró hacer una gestión equilibrada,
aunque pronto se decantó hacia el reformismo, con medidas como el decreto de términos municipales,
la ley de jurados mixtos, a manos del ugetista Largo Caballero, así como la modernización del ejército
o el pase a la reserva de los mandos militares que no prestaran juramento de fidelidad a la República
–sin pérdida de su masa salarial íntegra-, la reducción de las divisiones militares, de dieciséis a ocho o
la eliminación del Consejo Supremo de Justicia Militar, desde el ministerio de guerra dirigido por Azaña,
lo que, a pesar de todo, esto provocó un malestar en las fuerzas armadas. En cuanto a las reformas
educativas, impulsadas por Marcelino Domingo desde el convencimiento de necesidad de extender la
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educación y la cultura para conseguir la modernización del país, se preparó un ambicioso plan que
incluía la subida salarial de los maestros, la construcción de doce mil escuelas en el plan quinquenal o
la supresión de la enseñanza religiosa.
Estas medidas contribuyeron a enrarecer las relaciones con la Iglesia, liderada por una jerarquía
reaccionaria, encabezada por el cardenal primado Pedro Segura, y muy contrariada por la tímida
reacción gubernamental ante la ola de anticlericalismo que dio lugar a la quema de iglesias y conventos
en las principales ciudades; esta ola de anticlericalismo ocasionaba muchos católicos de base se
alejasen del sistema republicano. No fueron éstos los únicos conflictos de estos meses, en los que
abundaron las huelgas tanto en el medio rural, como en las urbes, destacando la huelga organizada
por la CNT en la Compañía Eléctrica, claro ejemplo de la radicalización del sindicato anarquista, o se
alcanzaba un punto de tensión con los nacionalismos, dada la proclamación por Macià de la República
Catalana, que hubo de rebajarse con el establecimiento de la Generalitat y la elaboración de un
estatuto autonómico.
La gran obra legislativa de la etapa fue la promulgación de una Constitución en las Cortes elegidas a
tal efecto en los comicios de 28 de junio, con una participación del 70%, sin contar con el voto
femenino, pero si candidatas que se presentarían, y en los que las fuerzas más votadas fueron el PSOE
(116 escaños) y el Partido Radical de Alejandro Lerroux (90). De modo general, las elecciones
mostraron un predominio de los partidos republicanos, un desplazamiento del electorado hacia la
izquierda, una notable presencia nacionalista y una clara fragmentación del panorama político español,
con escasa presencia de las fuerzas monárquicas y de derecha. Presididas por el socialista Julián
Besteiro, fueron las encargadas de aprobar el 9 de diciembre de 1931 el proyecto elaborado por una
comisión presidida por Jiménez de Asúa.
Inspirado en el modelo aprobado en la República de Weimar, el texto definía a España como una
República Democrática “de trabajadores de todas clases”, reconocía el sufragio femenino o la
expropiación de la propiedad privada por causas de utilidad pública, hacía una rotunda apuesta por el
pacifismo mediante a la renuncia a la guerra como instrumento de política internacional, e introducía
elementos marcadamente progresistas, como el matrimonio civil, el divorcio o el reconocimiento de
derechos colectivos como el trabajo, la salud, la vivienda o la educación, una estricta división de
poderes -el ejecutivo lo detentaba el Presidente de Gobierno, y la Jefatura del Estado, el Presidente de
la República; el legislativo, unas Cortes unicamerales; y, el judicial en manos de jueces independientes-
, además de establecer una nueva organización territorial que permitía a las distintas regiones
importantes márgenes de autogobierno y la aprobación de Estatutos autonómicos.
Falta de consenso social por tratarse de un texto marcadamente de izquierdas, mostraba una
concepción laica del Estado que se demostró claramente en sus artículos 26 y 27 que abordaban la
cuestión religiosa, lo que conllevaba la nula aportación económica del Estado a la Iglesia española. Una
vez aprobada, fue elegido de nuevo presidente Alcalá Zamora, quien encomendó a Manuel Azaña la
formación de gobierno.
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2. BIENIO REFORMISTA
En relación con la cuestión religiosa, la secularización del Estado pretende limitar la influencia de la
Iglesia en la sociedad, en sintonía con la nueva Constitución, con medidas como la disolución de la
Compañía de Jesús, las leyes de matrimonio civil y divorcio, la secularización de cementerios o la ley
de Confesiones y Congregaciones religiosas (1933), que regulaba el culto público, suprimía los
subsidios oficiales, nacionalizaba el patrimonio eclesiástico, decretaba el cierre de los centros de
enseñanza religiosos y vetaba a la Iglesia tanto el ejercicio de dicha enseñanza como el de cualquier
actividad comercial o industrial. La reacción de la cúpula de la Iglesia se evidencia en la Pastoral
colectiva de 1 de enero de 1932 en la que se condenaba la legislación antieclesiástica y se animaba a
los católicos a movilizarse para su revocación; esta actitud contó con el respaldo de la Santa Sede,
sobre todo a partir de que Pío XI publicase en junio de 1933 la encíclica “Dilectissima Nobis”, en la que
se condenaba el “espíritu anticristiano” del gobierno de Madrid.
En cuanto a la reforma militar, Manuel Azaña prosiguió la labor que en calidad de ministro de Guerra
había iniciado en el Gobierno Provisional, tendente a la racionalización, modernización y
democratización de las fuerzas armadas, ordenó el cierre de la Academia Militar de Zaragoza y creó la
Guardia de Asalto prosiguió con la simplificación de la organización territorial de la Fuerzas Armadas y
la posibilidad de enviar al retiro a militares en desacuerdo con el régimen (Ley de Retiro). El rechazo a
estas medidas se materializó en el intento de golde de Estado del general Sanjurjo el 10 de agosto de
1932 (la “Sanjurjada”), que, aunque fracasado, se considera precedente del posterior alzamiento de
julio de 1936.
Se mantuvieron también las reformas sociales y educativas. Largo Caballero procuró la mejora de las
condiciones laborales (Ley de Contrato de Trabajo y de Jurados Mixtos) e impulsó otras medidas en
favor de los trabajadores, como la ampliación de los seguros sociales, la reducción de la jornada
laboral, el reforzamiento del papel de los sindicatos en las contrataciones agrícolas, etc. En materia de
enseñanza el Estado quiso garantizar el derecho de los ciudadanos a la educación desde una
consideración de ésta como laica, mixta, obligatoria y gratuita en sus niveles iniciales; a pesar de las
dificultades económicas se aumentó en más de un 50% el presupuesto en educación, cantidades
dirigidas a la construcción de centros docentes, tal como había defendido el Gobierno Provisional, y la
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creación de bibliotecas ambulantes y de las misiones pedagógicas (por ejemplo, la Barraca impulsada
por García Lorca).
También se deseaba realizar una reforma agraria. La Ley de Bases se discutió en mayo de 1932 y
pretendía la desaparición de los latifundios y del absentismo, la reducción del paro agrícola, la
racionalización de los cultivos y el aprovechamiento de las tierras. La ley afectaba a las tierras de los
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"Grandes de España" que se expropiaban sin indemnización y, ya con indemnización, las mal
explotadas, las sistemáticamente arrendadas, las no puestas en riego ubicadas en zonas regables y los
latifundios de cultivadores directos a partir de unos límites máximos entre 100 y 750 has., según los
cultivos.
Buen número de estas medidas hirieron la sensibilidad e intereses de sectores destacados por su poder
económico y su influencia ideológica o se consideraron insuficientes por grupos a la izquierda de
quienes gobernaban el país. En el caso de las derechas, al margen de intentonas golpistas como la de
Sanjurjo, lo más significativo es la aparición de nuevos partidos, entre los que sobresale la CEDA; nacida
en la primavera de 1933 bajo el liderazgo de José Mª Gil Robles, se articuló en torno a un programa
político que proponía la rectificación de las medidas adoptadas por la izquierda, especialmente en
materia religiosa, la revisión constitucional y la paralización o reorientación de la reforma agraria; con
carácter más reaccionario encontramos otras organizaciones, como Renovación Española, dirigida por
José Calvo Sotelo, o Falange Española, de talante fascista y fundada en 1933 por José Antonio Primo
de Rivera, que un año después se fusionaría con las J.O.N.S. de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma.
Por la izquierda el desencanto de algunos sectores ante el alcance de las reformas se tradujo en graves
conflictos sociales impulsados por los comunistas o los anarquistas de la CNT y de la más radical FAI.
Problemas como los surgidos en Castilblanco, Arnedo, la cuenca del Llobregat y, sobre todo, los
incidentes de la gaditana Casas Viejas, saldados con veinticinco muertes, obligaron a una dura
actuación del gobierno, lo que a la postre le debilitó, como ya pudo comprobarse en las elecciones
municipales de abril de 1933. Poco después dimitía Azaña, convocándose elecciones generales para 19
de noviembre de 1933. Caracterizadas por la participación electoral femenina y por la amplia
abstención en las zonas de fuerte implantación anarquista, el escrutinio de las urnas favorece a la
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C.E.D.A. (115 escaños) y a los radicales (102), en un espectacular avance de la derecha beneficiada por
la disconformidad con la gestión gubernamental y la desunión de la izquierda.
3. BIENIO RADICAL-CEDISTA
3.1. Contrarrevolución
En la etapa del Bienio Radical-Cedista (septiembre de 1933-febrero de 1936), se impone una política
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conservadora que conduce a una creciente derechización y a la revisión de la mayor parte de las
reformas del bienio anterior; esto mejoró las relaciones del ejecutivo con el Ejército y la Iglesia, pero
incrementó las tensiones con los nacionalistas y el número de conflictos sociales. La presidencia del
gobierno la ejerce el radical Lerroux, con apoyo parlamentario de los cedistas, que defendían una serie
de las leyes contrarreformistas, en un contexto nacional e internacional de gran polarización entre los
dos bloques ideológicos. La paralización de la reforma agraria, la suspensión de la enseñanza mixta, las
diversas disposiciones para contentar a oficiales y altos mandos del ejército, los recortes en materia
laboral, la derogación de la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas de 1933 o los
enfrentamientos con el gobierno de la Generalitat, ahora presidido por Lluis Companys tras la muerte
de Macià, ejemplifican este estilo derechizador, aunque el desgaste de la acción de gobierno llevó a
Lerroux a exigir la participación directa de la CEDA en el Consejo de Ministros en octubre de 1934.
Precisamente la entrada en el ejecutivo de los cedistas, entre ellos el propio Gil Robles en la cartera de
Guerra, fue el detonante de la revolución de octubre, al estallar una huelga general impulsada por los
socialistas en octubre de 1934 ante el temor de la llegada de otro régimen totalitario como en el resto
de Europa, a los que se sumarían, con el visto bueno de la III Internacional, los comunistas y algunos
cenetistas disidentes. Sin coordinación, ni programa ni objetivos claros la huelga fracasa; los sucesos
más graves se dan en Barcelona, donde el general Batet acaba fácilmente con la revuelta, se decreta
la suspensión indefinida del Estatuto y acaban encarcelados los dirigentes de la Generalitat, y, sobre
todo, en las cuencas mineras de Asturias.
Allí, donde sí se implican los anarquistas, se proclama una Comuna revolucionaria, alzándose en armas
más de veinte mil obreros que establecen un nuevo orden desobedeciendo al gobierno central; éste
envió a las tropas de Marruecos mandadas por los generales Goded y Franco, controlando la situación
pero después de que hubieran fallecido 1200 rebeldes y 450 miembros del ejército y las fuerzas de
seguridad. La represión, encomendada a Franco, fue muy dura, si bien los principales dirigentes vieron
conmutadas las penas máximas a las que fueron condenados.
No obstante, a pesar del éxito el ejecutivo salió seriamente dañado. La derechización de los meses
siguientes -proyecto de reforma constitucional, derogación de la ley de divorcio, restricciones de las
concesiones autonómicas- corrió paralela al ascenso a muy altas responsabilidades de militares como
Franco, Fanjul, Goded y Mola que poco después encontraremos dirigiendo la sublevación de julio de
1936. En esta coyuntura el gobierno quedará afectado por una serie de escándalos de corrupción –
(caso estraperlo, en el que se destapa la concesión de licencias para casinos mediante el soborno a
distintos políticos lerrouxistas, y caso Nombela, apellido del inspector de colonias que intentó
oponerse a una malversación de fondos públicos en beneficio de una compañía naviera de la colonia
de Guinea Ecuatorial y que acabaría denunciando la situación, por lo que se formó una comisión
parlamentaria que encontró corruptelas que llegaban hasta el propio Lerroux) que provocan su
desprestigio y el hundimiento de la mayoría parlamentaria radical-cedista, con el distanciamiento del
Presidente de la República y Lerroux, que acabó abandonando el gobierno, aunque continuará como
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ministro de Estado en el nuevo ejecutivo presidido por Joaquín Chapaprieta, que se mantendría entre
finales de septiembre y el 14 de diciembre de 1935 al frente de un gobierno sostenido por agraristas y
cedistas. Alcalá Zamora, que teme por igual a una revolución de izquierdas o a una dictadura derechista
ante la petición de la presidencia del Gobierno para la CEDA, nombra jefe del gobierno a Portela
Valladares, quien convocó elecciones generales para el 16 de febrero de 1936.
4. EL FRENTE POPULAR
Se inicia así la etapa del Frente Popular (febrero-julio de 1936). En esta breve etapa un gobierno muy
debilitado en el que sólo se integran republicanos de izquierdas intentará retomar las reformas del
primer bienio. Sin embargo, desbordado pronto por la radicalización del movimiento obrero y por la
instigación de las derechas, partidarias de un golpe militar, no podrá evitar el deterioro creciente del
orden público, generándose un clima de enfrentamiento que abocará en la sublevación militar de julio
y, con ella, en la Guerra Civil. Azaña, tras la destitución de Alcalá Zamora, asume en mayo la presidencia
de la República y, ante la negativa del socialista Indalecio Prieto de participar en el gobierno, pone al
frente del gabinete a Santiago Casares Quiroga.
Aunque intenta aplicar el programa electoral, con la concesión de una amnistía a los detenidos por la
Revolución de Octubre de 1934, la aprobación de distintas medidas autonomistas, con la reposición
de la Generalitat catalana, y la reposición de la Ley de Reforma Agraria de 1932, derogando a la ley de
agosto de 1935, la convivencia nacional se deteriora rápidamente, tanto en la calle como en el propio
Parlamento; socialistas y comunistas se alejan cada vez más de sus posicionamientos de apoyo al
gobierno y comienzan a enfrentarse, sobre todo los miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas,
con los sectores más violentos de la derecha.
El clima general arrastra a la C.E.D.A., que, si bien se proclama favorable a la legalidad republicana, cae
en el boicot parlamentario; en la extrema derecha es palpable la oposición al orden constitucional. Las
acciones violentas de la minoritaria pero bien estructurada Falange Española y de las JONS la conducen
a la ilegalización y al encarcelamiento de sus principales responsables, incluido José Antonio Primo de
Rivera, acusados de haber instigado un atentado contra el diputado socialista Jiménez de Asúa en el
que, aunque salió ileso, falleció su escolta.
El deterioro del orden público se convierte en el problema más grave para el gobierno, a la vez que
favorece las aspiraciones golpistas de la derecha. Proliferan los incendios y asaltos de edificios
religiosos, las huelgas y manifestaciones violentas en las ciudades más importantes, las ocupaciones
ilegales de fincas y los asesinatos políticos y los enfrentamientos sangrientos. Los días 12 y 13 de julio
el clima de violencia alcanza en Madrid su mayor gravedad; pistoleros derechistas asesinan al teniente
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socialista de la Guardia de Asalto José del Castillo y en venganza compañeros suyos secuestran y
asesinan al líder de Renovación Española José Calvo Sotelo.
Desde el mismo triunfo del Frente Popular se fraguaba ya una conspiración en el seno del ejército,
instigada por la poco operativa U.M.E. (Unión Militar Española), de ideología antiizquierdista. Ya en el
mes de marzo una serie de altos mandos, preparan en Madrid un posible golpe si los revolucionarios
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alcanzaban el poder. En conocimiento de estos hechos el ejecutivo decide alejar de la capital a los
posibles golpistas. Así, por ejemplo, Franco es enviado a Canarias, Mola a Navarra o Goded a Baleares.
Coincidiendo con estas medidas los ilegalizados falangistas se preparan para la acción, mientras que
los tradicionalistas forman una Junta militar y los seguidores de Calvo Sotelo auspician una dictadura
de contenido militar. La preparación de la conspiración es lenta y complicada; en abril, bajo la dirección
de Mola, el golpe ya está organizado, sin participación de Calvo Sotelo, pero con el apoyo de la Falange.
Todo estaba preparado, aunque no se había fijado el momento de actuar; como hemos señalado, la
muerte de Calvo Sotelo acelera la sublevación y actúa como detonante de la rebelión militar. El 17 de
julio se alzan las guarniciones en Melilla (protectorado de Marruecos) y un día después distintas
unidades peninsulares, pero, al no producirse un levantamiento generalizado, estalla la Guerra Civil.