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Historia de España. IES El Tablero (Córdoba).

Curso 2020-2021

12. LA CRISIS DEL SISTEMA DE LA RESTAURACIÓN (II): LA DICTADURA DE


PRIMO DE RIVERA Y LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1923-1931)
INTRODUCCIÓN

Con la dictadura primorriverista culminó la quiebra del sistema liberal; su implantación se inscribía
dentro de la reacción antiliberal que propiciaría distintas dictaduras en la Europa de los 20’ y 30’ del
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siglo XX y, a pesar de ciertos éxitos en el ámbito económico o en la resolución del problema marroquí,
acabó fracasando por razones como el rechazo creciente a su estilo de gobierno o su incapacidad para
afrontar los más graves problemas estructurales. Además, su caída acarreó también la de la monarquía
borbónica que la había respaldado.

2. LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA

1.1. El golpe de Estado: ideología y apoyos

El golpe de Estado liderado por Primo de Rivera es, por una parte, una respuesta a la crisis del sistema
canovista cada vez más patente desde 1917 y, por otra, un rechazo concreto del ejército al gobierno
vigente en el verano de 1923 y su política en el tema de Marruecos. Militares, Corona y amplias capas
sociales apoyarán un cambio de gobierno de talante autoritario, con bases ideológicas muy
conservadoras que, bajo la dirección del militar jerezano, buscaba un Estado fuerte, centralista y
defensor del orden público. Miguel Primo de Rivera y Orbaneja ocupaba desde mayo de 1922 la
Capitanía General de Barcelona, en un momento de enorme inestabilidad social tanto en el conjunto
del país como en la propia Ciudad Condal; el 13 de septiembre de 1923 proclamaba el estado de guerra
en Barcelona, asumiendo todos los poderes, aunque sin poner en duda en ningún momento la forma
monárquica del Estado. El pronunciamiento fue aceptado por la mayoría de los españoles, con el único
rechazo de anarquistas y comunistas y contadas excepciones entre la intelectualidad del país. Dos días
después Alfonso XIII, se le confería a Primo de Rivera el cargo de presidente de un Directorio Militar,
aunque obligándole a presentar cualquier resolución la firma real.

¿Qué causas internas justifican tanto el pronunciamiento de 1923 como su éxito inmediato? Hay que
buscarlas en la descomposición del sistema de la Restauración y los fallidos intentos por evitarla de los
gobiernos de concentración que se sucedían desde la crisis de 1917. Al malestar social y la lacra
terrorista se sumaron en aquellos años el miedo de la burguesía a las repercusiones en nuestro país de
la revolución bolchevique, la extensión de los movimientos huelguistas –con hitos como la huelga de
“La Canadiense” en Barcelona-, el pistolerismo, las protestas del campesinado en el Sur y las derrotas
militares en Marruecos. El asesinato en atentado del propio presidente del gobierno, el conservador
Eduardo Dato, en 1921 es ejemplo de la agitada vida de aquel año, que también veía nacer al Partido
Comunista de España o que se conmocionaba por las derrotas de Annual y Monte Arruit, en las que la
imprudente actuación del general Fernández Silvestre supuso la muerte de más de doce mil españoles.
Estos hechos motivaron fuertes críticas al estamento militar y la apertura de una investigación
parlamentaria (Informe Picasso), mientras que seguían proliferando huelgas, manifestaciones y
atentados que en 1923 alcanzaban su clímax con las muertes del sindicalista Salvador Seguí y del
arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevila.

En esta España, que se debatía en un caos al que los políticos restauracionistas no encontraban
remedio en plena crisis de los propios partidos dinásticos, no es de extrañar la reacción de militares
que, por otra parte, recelaban del creciente auge de los movimientos nacionalistas, en los que
apreciaban el atisbo de una futura desmembración de la patria. Otras circunstancias del exterior
avalaban a los golpistas, tales como la crisis de las democracias occidentales tras la Primera Guerra
Mundial y su incapacidad para evitarla, la constatación del intento de extender la revolución
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bolchevique más allá de las fronteras rusas con la aparición de los Partidos comunistas, el temor de la
burguesía a una posible toma del poder por parte del movimiento obrero o el triunfo de los primeros
movimientos totalitarios, en especial del Fascismo italiano, del que muchos elementos serían imitados
en la Dictadura española.

Es en este clima nacional e internacional en el que se produce el golpe de Primo de Rivera, un


levantamiento que en realidad no estaba fundamentado en unas sólidas bases ideológicas, limitadas
al lema "Patria, Religión y Monarquía", impregnadas en la mentalidad jerárquica propia de los militares
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y alentadas por el rechazo a los políticos profesionales y la defensa de conceptos como patriotismo,
tradicionalismo y catolicismo. Será después de que los golpistas se adueñen del poder cuando se inicie
un proceso de institucionalización, al tiempo que la actividad gubernamental y los discursos políticos
van conformando una doctrina basada en el antiliberalismo y la defensa de un Estado fuerte e
intervencionista, monárquico, conservador y con una orientación de índole católica-social.

1.2. El Directorio militar (septiembre de 1923-diciembre de 1925)

El 15 de septiembre de 1923 un Real Decreto entregaba las funciones del poder ejecutivo a un
Directorio Militar, encabezado por Miguel Primo de Rivera e integrado por ocho generales de brigada,
uno por cada Capitanía general, más el almirante Antonio Magaz. Aunque Primo de Rivera se presentó
al país, a través de un manifiesto, con un proyecto de regeneración, un «paréntesis de curación» de
los males del país, las primeras medidas se encaminaron a establecer una férrea dictadura militar.
Primo de Rivera se convirtió en ministro único, asesorado por un Directorio Militar. Se declaró el estado
de guerra en todo el país y los mandos militares se hicieron cargo de los gobiernos civiles. Se decretó
la suspensión de las garantías constitucionales y se disolvieron las Cortes, al tiempo que se establecía
una rígida censura de prensa. Quedaron terminantemente prohibidas la crítica a la Dictadura y
cualquier información no oficial sobre la guerra de Marruecos. El régimen constitucional había sido
eliminado.

Pese a todo ello, en los primeros meses el dictador tuvo bastante respaldo popular. Apenas había
habido oposición al golpe, y los sindicatos y los partidos de la izquierda se mantuvieron a la expectativa.
Primo de Rivera había acabado con los viejos partidos y el Parlamento. Pero la Dictadura no tocó la
base real del sistema: la oligarquía de terratenientes e industriales, que siguió dominando la vida
económica y social.

Esta “derechización” se apreciará con nitidez en la postura hacia los nacionalismos, considerados como
antiespañolismos artificiales a los que se prohibió cualquier cauce de expresión; la actitud de prudente
espera de los catalanistas más moderados se modificó ante medidas como la supresión del catalán en
los actos oficiales o la persecución de la prensa nacionalista. Respecto a Cataluña, Primo de Rivera
prohibió el uso del himno y de la bandera catalanas, y restringió el uso del catalán al ámbito privado y
se reprimieron las manifestaciones culturales y políticas del catalanismo. Así, las posturas se
radicalizarán hacia actitudes más extremas, como las auspiciadas por el exiliado Francesc Macià;
igualmente, en el País Vasco y Galicia, donde afloraba un nacionalismo incipiente, Primo de Rivera
siguió una política similar procurando el colaboracionismo del regionalismo más moderado y
persiguiendo cualquier manifestación radical.

Medida importante para la institucionalización del régimen fue la fundación en 1924 de la Unión
Patriótica, una fuerza política al servicio del dictador que había de sustituir a los partidos tradicionales.
Era una formación circunstancial, un partido único y oficialista, a semejanza del modelo italiano,
imbuido de las ideas de Primo de Rivera -rechazo de los valores democráticos, centralismo, defensa
del catolicismo, anticomunismo, etc…-, pero condenado a desaparecer cuando cayera el Régimen y su
creador.
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El orden público fue otra de las obsesiones de Primo de Rivera, para quien el movimiento obrero y la
delincuencia eran una misma cosa. Se dictaron instrucciones terminantes a los gobiernos civiles para
reprimir cualquier tipo de manifestación o protesta. Pero, sin duda, el gran éxito del Directorio Militar
fue poner fin a la guerra de Marruecos. tanto en su vertiente política -resolución del expediente Picasso
para delimitar las responsabilidades en los desastres anteriores- como militar; a pesar que Primo de
Rivera al comienzo tuvo claras intenciones de abandonar este territorio, en este sentido se impuso la
línea de los denominados generales africanistas (Millán Astray, Sanjurjo, Franco, Queipo de Llano),
partidarios de una ofensiva global contra Abd-el-Krim que se hizo posible, tras el acuerdo franco-
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español plasmado en el desembarco de Alhucemas (IX-1925), inicio de un victorioso avance que
acabaría concluyendo con la derrota total de los rifeños. A mediados de 1926 Abd el-Krim se entregó
a los franceses. La guerra había terminado, y la victoria colocaba a Primo de Rivera en la cumbre de su
popularidad, al tiempo que le reconciliaba con los militares.

Estos éxitos militares, la mayor calma social, ciertos aires de recuperación económica en el contexto
internacional de los “felices veinte”, las buenas relaciones internacionales o el claro acercamiento a
los países de América Latina -que se ejemplificará pocos años después con su participación masiva en
la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929- animaron al dictador a considerar la continuidad de
su régimen, a pesar de haberlo planteado inicialmente como una solución transitoria. Consolidado por
todas estas circunstancias, Primo de Rivera decidió la sustitución del Directorio Militar por otro Civil.

1.3. El Directorio civil (diciembre de 1925-enero de 1930)

1.3.1. Institucionalización del régimen. Medidas económicas y laborales

En estos años se acalla la oposición política a la vez que se institucionaliza el sistema de partido único
en torno a la Unión Patriótica; el 3 de diciembre 1925 el Rey firmaba la creación de un Directorio Civil
(diciembre de 1925-enero de 1930), en el que se reducía lógicamente el peso de los militares -
aunque, por ejemplo, el general Severiano Martínez Anido ocupaba la cartera de Gobernación-,
incluyéndose políticos civiles, como Eduardo Callejo en Instrucción Pública o José Calvo Sotelo en
Hacienda, que no procedían del antiguo sistema de la Restauración.

En materia política destaca en esta etapa la convocatoria en 1927 de una especie de órgano
parlamentario, la Asamblea Nacional Consultiva, cuyos miembros no eran elegidos por la vía
democrática y a la que se encomendó la deliberación sobre un proyecto de Constitución que nunca
llegó a ver la luz; organizaba un Estado sin soberanía nacional ni división de poderes y muy autoritario.
Al final, tanto la Asamblea Nacional como la Unión Patriótica demostraron ser un fracaso: ni obtuvieron
respaldo popular ni podían dar una salida legal a la Dictadura.

Otro aspecto en el que la Dictadura imitó el modelo italiano fue la política social, por la que se
aprobaron una serie de leyes sobre contratos de trabajo, accidentes, subsidios para familias numerosas
y seguro de maternidad; también se puso en marcha la Organización Corporativa del Trabajo, una
especie de sindicato oficial que pretendía regular la negociación de los convenios. Primo de Rivera
incluso invitó a Largo Caballero, líder de la UGT, a integrarse en el Consejo de Estado.

En cuanto a la política económica, se vertebra en función de un intervencionismo estatal de inspiración


regeneracionista cuyo principal objetivo será el impulso productivo y la modernización de las
infraestructuras. Desde 1924 se advierte el crecimiento de sectores industriales como la siderurgia, la
construcción o la energía eléctrica, apareciendo ese mismo año el Consejo de Economía Nacional como
organismo encargado de la regulación estatal de la industria; en estos años se decreta el monopolio
de petróleos para lo que se crea la CAMPSA en 1927, en esta misma línea de fomento del monopolio
la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) quedaría bajo control del capital estadounidense a
través de la Standard-ITT; y, se ponen en marcha proyectos de mejora de recursos y comunicaciones
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(establecimiento de las Confederaciones Hidrográficas, ampliación de carreteras a través del Circuito


Nacional de Firmes Especiales, funcionamiento del Consejo Superior de Ferrocarriles); como las
inversiones en infraestructuras originaron el lógico déficit presupuestario fue preciso adoptar medidas
como la venta de monopolios o el decreto contra la Ocultación de la Riqueza Territorial y el Registro
de Arrendamiento y Fincas que pretendía combatir el fraude fiscal, aunque fueron decisiones
insuficientes para remediar la situación de las finanzas del Estado.

El nacionalismo económico influyó en la política laboral, con el deseo de organizar e integrar a los
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obreros en un sistema productivo tutelado por el Estado como una prueba más del carácter
paternalista del primorriverismo, evidente en medidas populistas como la protección de familias
numerosas, el retiro obrero o la construcción de viviendas de protección oficial. El Código de Trabajo,
impulsado por el ministro Eduardo Aunós y promulgado en 1926, responde, siguiendo el modelo
italiano, a una organización corporativa, en la que el Estado aparece como mediador entre patronos y
obreros, integrados a través de los comités paritarios, las comisiones mixtas provinciales y, por último,
los consejos de corporación por oficios; aunque contrario a los tradicionales sindicatos de clase y
criticado por no satisfacer las principales reivindicaciones obreras, al menos contribuyó, junto al
autoritarismo gubernamental, a la disminución de las huelgas y la mejora de la paz social.

Un problema añadido fue el aumento constante de la población activa, en consonancia con el ritmo de
crecimiento demográfico (entre 1920 y 1930 la población pasa de 21,3 a 23,5 millones de habitantes),
estableciéndose modificaciones en los porcentajes de ocupación por sectores, disminuyendo el
centrado en el primario, y subiendo el secundario; los grandes favorecidos por la política económica
de la Dictadura serán otra vez más los terratenientes, a los que se les sigue permitiendo abonar salarios
muy bajos, y la alta burguesía, que incrementa sus ingresos con la concentración empresarial.

1.3.2. Las fuerzas de oposición. El fin de la Dictadura

A medida que discurría la Dictadura se iba ampliando y organizando la oposición al Régimen. Los
grupos políticos monárquicos y los liberales conservadores del viejo turnismo, que se sienten
desplazados por Primo de Rivera, intentan influir en Alfonso XIII para que le retire su confianza, sobre
todo tras la formación de la Asamblea Nacional Consultiva.

Los socialistas se dividen entre los seguidores de Largo Caballero, partidarios de aprovechar las
oportunidades que el sistema propiciaba, y los intransigentes con la Dictadura encabezados por
Fernando de los Ríos e Indalecio Prieto. Por otra parte, destaca en 1926 la fundación de la Alianza
Republicana, que esperaba el momento de pasar a la acción en la creencia de que el debilitamiento
del Régimen conllevaría el de la Corona, idea compartida por personajes como Manuel Azaña –Acción
Republicana-, Marcelino Domingo o Alejandro Lerroux, mientras que los catalanistas de Acció Catalana
también se organizaban bajo el liderato de Francesc Macià, con un ideario secesionista.

En cuanto al obrerismo, el régimen actuaba con especial dureza contra los anarquistas (CNT), sobre
todo tras la aparición de la FAI en 1927 y, en contra de lo que pudiera parecer más lógico, algunas
organizaciones patronales, si bien habían apoyado el corporativismo, iniciaban un distanciamiento del
gobierno por considerarlo excesivamente permisivo con reivindicaciones obreras contrarias a sus
intereses.

Incluso el apoyo del ejército tampoco era monolítico, encontrando incidentes como los promovidos en
1926 por los oficiales del Arma de Artillería, disuelta temporalmente por los disturbios acaecidos a
resultas de su rechazo a las normas reguladoras del sistema de ascensos, o como muestra sobre todo
la conspiración de 1926 conocida como la “Sanjuanada”, en la que participan junto a prestigiosos
generales políticos de gran disparidad ideológica, desde el monárquico conservador Romanones hasta
Marcelino Domingo, fundador tres años más tarde del Partido Radical-Socialista.
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Para cerrar esta lista de rechazos al primorriverismo, uno de los más evidentes es el de la Universidad
y la intelectualidad española, con ejemplos como las protestas organizadas por la FUE, que agrupaba
a estudiantes de izquierda, o la oposición a la muy conservadora Ley de Reforma Universitaria de 1929,
en la que los universitarios contaron con el apoyo de docentes como Unamuno y Ortega y Gasset. Entre
los intelectuales la actitud generalizada de prudente espera con la que acogieron la Dictadura fue
modificándose, hasta que una gran mayoría repudió a unos gobiernos que abusaban del decreto y de
la censura y que se inclinaban por unos comportamientos políticos dictatoriales y teatralmente
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populistas.

Entre 1928 y 1929 se acrecentó la oposición a Primo de Rivera, en un ambiente de conflictividad; el


29 de enero de 1929 José Sánchez Guerra se convirtió en la cabeza visible de un intento de golpe de
estado republicano, fallido por la indecisión de buena parte de los militares implicados en él. Con el
régimen ya tambaleándose, en octubre se desencadenó el crack de la Bolsa de Wall Street, lo que
suponía el comienzo de la crisis de 1929, que ya a finales de año, mediante una oleada de huelgas
sacudió al país, al tiempo que la peseta se derrumbaba. El progresivo enfriamiento de las relaciones
entre monarca y dictador pondría fin al régimen; el 26-de enero 1930, sin conocimiento de Alfonso XIII,
Primo de Rivera envía una circular a los Capitanes Generales para confirmar su lealtad. Lo tímido de
las respuestas, el aumento generalizado de la oposición y el enfrentamiento con el soberano
ocasionan que pronto presente su dimisión. Autoexiliado en París, fallecería el 16 de marzo de aquel
mismo año como consecuencia de las complicaciones derivadas de la diabetes que padecía.

3. LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA

2.1. El gobierno Berenguer

A pesar de sus intentos, Alfonso XIII fue incapaz, una vez caída la Dictadura de Primo de Rivera, de
dirigir un proyecto político liberal. Así, aunque los suavizó, el gobierno del general Dámaso Berenguer
mantuvo los aires autoritarios de la etapa anterior, si bien dará los primeros pasos en busca de una
legitimidad democrática dentro de la monarquía.

La vuelta a la normalidad constitucional previa a 1923 es el gran encargo que Alfonso XIII hace al nuevo
presidente del gobierno, para lo que adopta medidas como la disolución de la Asamblea Nacional
Consultiva o la concesión de una amnistía que permitió el reingreso en la universidad de los profesores
represaliados en la etapa anterior, incluyendo el retorno de Unamuno de su exilio. Aunque
terratenientes y conservadores monárquicos apoyarán el proyecto la implicación de la Corona en los
años de la Dictadura ya había convertido en republicanos a muchos elementos liberales y nacionalistas,
a una buena parte de la intelectualidad, a las organizaciones obreras anarquistas y socialistas, a
bastantes militares e, incluso, a algunos políticos que en etapas anteriores habían defendido la
monarquía como Melquíades Álvarez o Niceto Alcalá Zamora.

La indefinición de Berenguer a la hora de mantener la apariencia del régimen anterior más suavizado
-la "dictablanda"- y sus titubeos en la organización de las necesarias elecciones a Cortes constituyentes
provocan la alianza de los distintos sectores de la oposición republicana, socialistas y catalanistas de
izquierdas, que firman en agosto de 1930 el Pacto de San Sebastián para colaborar en la finalización
de la Monarquía. También por entonces se organizaban la Asociación Republicana Militar y la
Agrupación al Servicio de la República, integrada por intelectuales de la talla de Ortega y Gasset o
Gregorio Marañón, que propugnaron en un manifiesto el establecimiento de un nuevo régimen
político.

La conflictividad se intensifica en los últimos meses de 1930, tanto por las huelgas masivas convocadas
por la CNT en Barcelona y la UGT en Madrid, como por intentonas golpistas protagonizadas por el
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ejército, como la del aeródromo de Cuatro Vientos o, sobre todo, la sublevación de Jaca, en la que un
grupo de oficiales al mando de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández proclamaban la
República el 12 de diciembre; el pronunciamiento fue controlado y sus cabecillas inmediatamente
fusilados.

2.2. El gobierno Aznar

La huelga estudiantil de enero de 1931, la cárcel de los políticos del Comité revolucionario, los
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perjuicios de la crisis económica internacional que ya se advertían en España y la imagen cada vez más
despótica que proyectaba Berenguer hacen que el Rey lo destituya en febrero de 1931. Tras un
brevísimo gobierno de concentración -sólo cuatro días- presidido por Sánchez Guerra, accedía a la
máxima responsabilidad el almirante Juan Bautista Aznar, para muchos un hombre de paja de
Romanones. El nuevo gabinete, un gobierno de concentración con presencia mayoritaria de
personalidades de los antiguos partidos dinásticos, tiene un programa bien definido: elecciones a
Cortes Constituyentes y municipales y concesión de la autonomía a Cataluña, lo que permite a Macià
el regreso del exilio integrándose con sus seguidores en Esquerra Republicana.

Pero el intento de salvar la monarquía fue inútil; las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 se
realizaron sin incidentes y sus resultados fueron contundentes; aunque la mayoría de los votos son
para las opciones monárquicas, dado su claro predominio en las áreas rurales, los candidatos
republicanos consiguen excelentes resultados, ganando prácticamente la totalidad de las capitales de
provincia y en las ciudades importantes, donde el sufragio era más abierto y limpio y no llegaba la
sombra del caciquismo. La abstención, muy elevada, se había producido en el campo, en las zonas
monárquicas en las que el bando republicano había decidido expresamente no participar. Los
partidarios de la República consideran los comicios como un plebiscito y estos resultados
desencadenaron en pocas horas. Dos días después, tras optar Alfonso XIII por el exilio y en medio del
entusiasmo popular, se proclamaba la II República española.

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