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Volver A Mí: Capítulo 13. Amante
Volver A Mí: Capítulo 13. Amante
capítulo 13
Amante
Los amantes abrazan lo que está entre ellos…
Khalil Gibran
–¡Amor! –la llamó. Ella no respondió. Lo que podía significar dos cosas:
estaba muy enojada o lo estaba esperando en su habitación deseosa de él.
Lo terrible de Manuel era que sostenía dos vidas con naturalidad. Además,
tenía una percepción de sí mismo muy distorsionada. Cuando estaba con
Raquel no pensaba en María Dolores y viceversa. Creía que su esposa se
sentía segura y protegida y que era un gran amante para ambas. Nada de eso
ocurría objetivamente. Los tres abrazaban una mentira. Sin embargo, él
:
estaba convencido de esas ideas al extremo de creérselas como una verdad
posible que justificaba sus acciones. Después de todo, además de no ser un
amante eximio, era un hombre egoísta que se colocaba en el foco de
atención. No le importaba que dos mujeres vivieran a diario en la zona de
vulnerabilidad de los que aman con desesperación, solo porque él sostenía la
fantasía de un amor sincero pero doble y en simultáneo.
Así de terrible era la situación. Una noche de tantas mientras hacían el amor,
Raquel había llorado al observar su alianza. Manuel se la había sacado y le
había prometido que nunca más la usaría con ella.
Al día siguiente, había comprado un nuevo par, diferente por supuesto para
poder distinguirlos y había ordenado grabar sus nombres con la fecha del día
que se habían conocido. Por la noche, durante una romántica cena, le dijo
que se casarían en privado. Que esos anillos significarían matrimonio para
ambos. Raquel había aceptado feliz y le había puesto como condición, hasta
que se divorciara, que cada vez que entrara en su casa debía quitarse la otra y
usar la de ambos, que era la que simbolizaba el compromiso verdadero.
Manuel había aceptado, pero en verdad nunca había pensado en dejar a
María Dolores.
Tenía treinta años, era joven, pero con un pasado amoroso muy desgraciado.
Su patrón de elección de hombres evidentemente no era el mejor. Ni delgada
ni gorda, ni hermosa ni fea. Una mujer cuya atracción radicaba en los
sentimientos que la definían y su debilidad, en esa necesidad eterna de ser
querida.
Manuel sentía que la amaba. Quería hacerla feliz, porque ella lo hacía feliz
también. Raquel había significado para él enfrentarlo a un hombre que no
conocía. Se sentía poderoso y sensual. Su virilidad alcanzaba ese momento
único donde sentía que la vida merecía ser vivida. Raquel era inquietante y
atrevida. María Dolores sumisa y tímida. Se complementaban. Entonces, él lo
tenía todo. La posibilidad de sentirse protector y único sumada a la
adrenalina de ser excitante y muy sexual.
Raquel sentía que en el mundo no había nada más importante que esas
palabras. En esos instantes de intimidad, olvidaba la realidad y la existencia
de la otra alianza, que estaba en el cenicero de la entrada. Allí, ella era su
esposa.
Manuel no fue capaz de contener su placer. Raquel, aún sin haber alcanzado
un orgasmo, se sentía plena. Cuando se aquietó su respiración, él la abrazó.
–Eso sucedió hace pocos días. No tiene nada que ver –refutó.
–¿Y yo? Yo también dependo de ti. Mi estado de ánimo depende de ti. Mi vida
entera gira entorno a lo que decidas hacer. Si es cierto que me amas, no tiene
ningún sentido que continúes casado con ella.
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–De verdad te amo.
–¿Entonces?
–No las generes entonces. Tienes que tomar una decisión. ¿Qué es lo que
sucede contigo?
El celular dejó de vibrar en el mismo instante en que Raquel le dio una fuerte
bofetada que le giró el rostro de lado. Sus dedos le quedaron marcados. Ella
abandonó la cama y se cubrió con su bata. Él tardó unos minutos en
reaccionar.
–No. Tú lo dijiste.
–¡Pero tú lo aceptaste!
–¿Te estás burlando? Acabas de decirme que nos amas a las dos y no quieres
discutir. Esto es absurdo. Vete –dijo entre sollozos. Estaba furiosa.
Manuel se acercó a ella y la abrazó fuerte. Entre ambos la realidad repetía sus
gritos mudos que se perdían contra la nada.
–No quise lastimarte, amor. Hablé sin pensar. Perdóname –pidió con dulzura.
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Ella quería salir de sus brazos, pero el sentimiento era más fuerte.
–¿La amas?
–No –mintió–. Sé que te amo a ti y que de algún modo voy a resolverlo, pero
por favor, no te enojes conmigo. Eres mi vida –agregó. La besó en la boca y
ella respondió al beso con provocación.
Las palabras dulces podían derretir el corazón, pero nunca tendrían sentido
en un razonamiento lógico. ¿Acaso era posible amar a dos mujeres y someter
a una de ellas a vivir en las sombras en nombre del “amor”?
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