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PURA MAGIA

Iria Blake
1ª Edición: Septiembre 2015

©2015 by Iria Blake

©2015, de la presente edición en castellano para todo el mundo: Ediciones Coral (Coral Red)

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Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epílogo
Agradecimientos de la escritora
All I ever wanted
All I ever needed
Is here in my arms
Words are very unnecessary
They can only do harm
“Enjoy the silence, The Depeche Mode”
Prólogo

Todos estaban allí, todos la conocían. Fue una de las más conocidas del ambiente. Adorada, admirada y alguno, en silencio la amaba.
No faltaba nadie, absolutamente nadie. Su recuerdo, su experiencia, todo se enterraba bajo esa tumba, y lo que se quedaba era solo dolor.
Estaba acompañada de todos sus conocidos, “aprendices” los llamaba ella, pero lo que nadie sabía era que se fue sola, más sola de lo que podía suponer.
Su familia, estaba al fondo, semi escondida. Su madre miraba con firmeza, no tenía un atisbo de lágrimas en su cara, solo lanzaba miradas de odio hacia todo lo que
les rodeaba. Su padre en silla de ruedas, lloraba en silencio el dolor por la temprana pérdida, porque ella se hubiese ido antes que él, a pesar de lo enfermo que estaba. Y
entre los dos, una preciosa adolescente de cabello castaño que también languidecía de pena, como él mismo.
Había pagado con creces sus errores y en ese momento se fue vacía, y eso que él la acompañó, hasta el último minuto de su existencia. Él y nadie más.
Llevó con ella la pesada carga de su pena, de su dolor continuo y de las insoportables sesiones de quimioterapia que la dejaban destrozada y reducían su tamaño a la
mínima expresión.
Pero a su lado siempre estuvo él. Tan joven, tan guapo, con la chispa de la vida encendida en sus vivos ojos claros, iba a ser el Amo perfecto. Le enseñó todo lo que
pudo, le ayudó con sus dudas, y le adiestró como a ninguno porque sabía que estaba destinado a ser un Amo magistral. Su actitud lo demandaba. No era arrogante, pero
si descarado y llegado el momento, ese descaro llegaba a ser animal. Con él llegó a disfrutar de los orgasmos más desgarradores de su vida, y eso que la Ama era ella. Le
enseñó todo lo que sabía, y aunque él siempre quiso más, ella no pudo dárselo. Era un crío, y tenía un triste pasado detrás que ella no quiso contarle hasta que no tuvo
otro remedio. En su lecho de muerte ya no pudo más y se lo confesó.
− Te cuento esto, querido – dijo ella con su tono de voz cansado – porque quiero irme en paz, porque quiero descansar, porque tienes que recordar que hay que
aprovechar cada momento, cada minuto. No los desperdicies, mi mago.
− Joder Teresa, no lo hagas – contestó él apesadumbrado sabedor de lo que ya desencadenaba – y ahora, ¿por qué?
− Porque fui una irresponsable, y porque si hubiese hecho las cosas bien – paró un segundo para inspirar lo más fuerte que pudo – ahora no moriría sola.
− ¡No estás sola, maldita sea! — empezó a agitarse con impotencia – estoy yo, siempre estuve aquí, pero tú nunca quisiste verlo.
− Si te vi, querido – levantó su mano con torpeza y posó la palma en su mejilla – pero preferí no aceptarte por miedo a amar, y ahora ya ves, no te amo – él la miró con
dolor – pero te adoro, y ahora, ahora quiero que tú seas feliz. Que ames sin control, que cuando aparezca ella, que no tengas miedo a amar, que se convierta en lo más
grande, que la des todo de ti. Porque cielo – contuvo un sollozo que amenazaba con convertirse en lágrimas – tú amas desde dentro, despliegas de ti toda tu magia y
abrumas con tu pasión. Enfoca eso en la persona que te ame, dale todo, porque te lo mereces.
Él se torcía en lágrimas de dolor, sabía que se iba, llevó a sus labios la mano que tenía puesta en su mejilla y se la besó.
− M i adorable caballero escocés – su media sonrisa reapareció para despedirse de él – disfruta de todo lo que yo no te supe dar. ¡Hazlo! Porque si no, volveré desde el
otro mundo y te castigaré con mi fusta. — la irónica sonrisa de él hizo acto de presencia e iluminó el final de Teresa. — M i mago...
Falleció aquella misma noche, en el día de Saint Andrews, el patrón de Escocia, y él mismo, roto de dolor, fue quien recogió todas sus cosas. Poco a poco, fue
metiendo todas sus pertenencias en cajas. Donó lo que pudo y lo que no, estuvo a punto de tirarlo a la basura, pero no pudo, porque recogiendo los enseres que se
encontraban en una de las mesitas de su habitación encontró una carta. Esa carta marcó el comienzo de su nueva vida. Pero no por lo que ponía en sí, si no por lo
que para ella significaba.
Una carta escrita años atrás y que nunca se entregó. No había destinatario, así que, con mimo, la cogió y la guardó. Sabía que algún día la tendría que entregar, pero
al menos, se quedaría con un parte de ella. Así, cogió todo lo que contenían las cajas y lo dejó en un guardamuebles, a la espera, tal vez, de que alguien lo reclamase.
Tal vez su familia.
Su entierro fue casi una fiesta, algo que ella siempre quiso, ya que a pesar de lo que pensaba, no estaba sola. Todo el Club estaba allí y después de los oficios,
todos, incluido él se fueron de borrachera al barrio de Chueca. Su lugar favorito.
Se pasó diez días llorándole, diez días que nadie supo nada de él, salvo la botella de whisky, Laphroaig Triple Wood, el favorito de ella, que se convirtió en la suya,
y cuyo toque a vainilla hacía recordar el sabor de sus labios cuando lo bebía. Ya no lo haría más.
No se despertó de su pesadilla, porque no llegó a dormirse, tampoco estaba borracho, le gustaba estar sereno para regodearse en su dolor, hasta para eso se
comportaba como un señor. La botella seguía casi llena, su corazón vacío. Su Señora se había ido, ahora empezaba su camino, pero lo haría a su manera. Sin corazones
rotos y con la única promesa del placer. Utilizaría su don para obtener y dar felicidad, aunque esta tuviese fecha de caducidad.
“Es una actitud” se repetía así mismo. “Nunca prometeré nada, pero ofreceré toda la felicidad que pueda dar”.
“No sé si fue amor, pero te llevaste contigo la capacidad de amar”.
Decidió visitarla por última vez. Antes de reiniciar su rutina viajera. Se acercó al cementerio de la Almudena donde descansaban sus restos. Una lápida sin nombre y
donde se podía leer el siguiente epitafio:
“Aquí descansa el cuerpo de una Ama, porque su alma se fue cuando creyó que no podría amar. Nunca dejes de amar, porque el amor es lo que nos hace respirar”.
Tu hechicera, tu Ama.
“M e quitaste el aliento, ahora, ¿cómo voy a respirar?”, pensó él en su desesperación.
Le lanzó un último beso, contuvo las lágrimas y se despidió para siempre. Nunca volvería. Era una promesa.
Saliendo del lugar, ensimismado como iba y con la cabeza agachada, no se dio cuenta que de frente venía otra persona en igual o similares condiciones que él, por lo
que desafortunadamente chocaron, teniendo él que sujetarla porque, dada su envergadura, del empujón casi la derrumba, provocando en ambos una muesca de molestia
en sus rostros que casi les hizo obviar la disculpa.
− Perdón — dijo él en ese casi perfecto español, que en su tono bordeaba lo sexy.
− Disculpa – respondió ella por cortesía pero con indiferencia.
Apenas se miraron, pero él tuvo que soltarla de manera instintiva, porque sintió una extraña descarga que le paralizó por un segundo y provocó su huida inmediata.
¡Era la misma chica que estaba en el funeral de Teresa, junto a los padres de ella! Llevaba un vestido blanco ibicenco que hacía que sus ojos verdes resplandeciesen con
vida propia. Él se puso nervioso. Iba acompañada de la madre de Teresa, que ni se dirigió a él, tan solo le miró de soslayo con el mismo odio que en el funeral, mezclado
con una sensación de repugnancia, algo inexplicable, porque ni siquiera se conocían, y podía adivinar perfectamente sus sentimientos hacia él. La señora siguió
caminando como si no hubiese pasado nada.
Pero no fue así, porque él notó cómo una corriente magnética brotaba de su interior y le quitaba el aire; y la joven, ella empezaba a respirar entrecortadamente. Una
fuerte impresión martilleaba sus pechos que hacía que sus corazones no solo latiesen, sino que cabalgasen desbocados, con tal impulso que casi desplazó sus cuerpos
hacia atrás y les obligó a girarse y escapar con nerviosismo.
M ientras se alejaban el uno del otro, él no pudo evitar frotarse las manos con ansiedad, y en el fondo con miedo, como si le quemasen. Siguió avanzando, y en un
último impulso no pudo evitar echar la vista atrás y observarla de nuevo. Ella también lo hizo, sus miradas se cruzaron y se giraron para evitarse en décimas de segundo,
un momento de magia.
Salió del cementerio precipitadamente, como si tratase de escapar de algo, no sabía de qué, pero debía hacerlo. Esa sensación le era desconocida, y alarmantemente,
no solo le gustaba, si no que su cuerpo le pedía más. Sí, debía de huir, ¿cómo podía sentirse así por una total desconocida que, para colmo era una puñetera cría?
Sin darle más vueltas a su cabeza, se metió en su coche; y derrapando, salió disparado de allí, con la angustia trabada en la garganta, debido a la sensación de vacío
que se había instalado en su cuerpo de repente.
“¿Qué demonios me pasa?” se preguntó desesperado. “Cuando pierdes a alguien a quien se aprecia tanto, puede provocar extrañas reacciones con las demás
personas”. O tal vez no, pero se esforzó por no darle vueltas a una sensación que hasta ahora le había sido ajena.
Llegó al aeropuerto algo más calmado, pero con el efecto aún candente en su interior, y cuando se disponía a subir al avión, otro golpe en el pecho le hizo detenerse a
la entrada de la cabina.
“Ha sido algo mágico” y sonrió.
“Con el veneno sobre mi piel,
frente a las sombras de la pared,
miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos,
vuelvo hacia atrás y busco entre mis recuerdos.”
Entre mis recuerdos
Luz Casal
Capítulo 1

Como un halcón a su presa se dirigío a dónde ella con toda la intención de hacerla suya. No solía tener prejuicios a la hora de ir por una mujer que le gustase. Si lo
hacía iba a por ella hasta que la conseguía y después volvía a empezar. No le gustaba tener una sumisa habitual. Eran todas de una noche.
Desde que la vió tomando declaración a Declan, sabía que tenía que conseguirla a como diese lugar, así que sin más dilaciones, en cuanto se bajó de la ambulancia y
dejó a los tortolitos juntos, se acercó y la acechó, usando todas sus armas de seducción. Estaba deseando llevarla a su cama, atarla y follarla hasta que se rindiese a sus
pies.
- Disculpe agente, soy Alec Reid — estiró su mano para estrecharla con la suya y la miró fijamente a los ojos.
- Buenas tardes Señor Reid — contestó firme —, soy la agente Anice M itchell, ¿en qué puedo ayudarle, señor Reid? ¿Acaso no le hemos tomado ya declaración?
- Si pero a mí me gustaría tomar otra cosa, a ser posible en posición horizontal y que tenga como consecuencia que usted me suplique por su orgasmo.
Lo siguiente que pudo ver fue cómo su mano se acercaba a su cara para soltarle una tremenda bofetada por su grosería, pero es que ese día no se sentía nada
caballero, y tenía la necesidad de soltar toda la tensión que llevaba dentro acumulada desde hacía tiempo. Le dio el tiempo justo de sujetarla por la muñeca y acercarse lo
suficientemente a ella, para que sus labios se rozasen de una forma lasciva.
- Te garantizo que será una noche que jamás olvidarás — y en ese instante cerró los ojos porque un torbellino de recuerdos le envolvió y recordó la última noche que
pasó con ella en su memoria, a la última noche que estuvo con ella, por lo que sacudió su cabeza y volvió al presente — ¿te apuntas? Te prometo que será muy
complaciente para los dos.
Se la gané. Otra más para mi lista de conquistas.
Discretamente, quedamos un par de horas más tarde en el hotel Hillstone Lodge en Dunvegan, en la misma isla de Skye, que aunque era un sitio para quedar con la
mujer de tu vida, esa noche prometía y este era un capricho que me iba a dar, a pesar de que mi cabeza me insistiese que no.
Estaba esperando en mi habitación, cuando llamaron a la puerta. Abrí y allí estaba Anice, sin su uniforme de policía, aunque no me hubiese importado que lo llevara
puesto, porque cuando la conocí esta tarde, se me puso dura al verla con las esposas en la mano. Entró y cuando se quitó el abrigo casi me da un ataque al corazón al
comprobar que iba desnuda y solo llevaba los zapatos de tacón y un collar de perlas. Sonreí de medio lado y sin preámbulos, tiré de ella y la llevé a la cama.
- Espera — dijo mirando hacia el bolso que había dejado antes en la entrada — tengo mis esposas dentro, cógelas y átame.
La miré complacido, pero esa noche me había traído mi kit de supervivencia sexual, que incluía mi instrumento favorito, mi varita mágica, que no usaba desde que
estuve con ella. Y ésta noche iba a ser especial, por lo que debía de empezar a quitar fantasmas de mi cabeza.
- No se preocupe, agente, mi castigo por ser anticipada, seguro que le complacerá más — contesté con mi arrogancia habitual cuando una Sumisa se me adelantaba a mis
pensamientos.
Fui a por mi pequeño juguete y también cogí la fusta que utilicé con ella la última vez.
- Ahora, Sumisa, vas a agarrarte de los barrotes de la cama y no los vas a soltar aunque lo estés deseando — le ordené con severidad,— y solo vas a correrte cuando yo
lo ordene, no antes.
Y mi traidora memoria revivió el instante que viví con ella dónde le dije la misma frase que a Anice, cuando la tomé con lujuria y olvidé lo joven e inexperta Sumisa
que era. Pero a su vez fue el momento más feliz de mi vida, porque había logrado lo que nunca antes una Sumisa me había dado. El nexo total con ella. Los dos nos
acoplábamos a la perfección, en perfecta simbiosis mental. Sin palabras sabía lo que le exigía, y mi nivel de demanda era muy alto, y aún así ella respondía.
Pero, yo no pude evitar sentirme culpable, porque, aunque no era precisamente virgen, su juventud e inexperiencia en los actos de Dominación, acobardaron al Amo
que yo era. No huí de ella en ese instante, pero consideré que era mejor no volver a tocarla
M iré nuevamente a Anice y de repente su cara había cambiado. Ya no era rubia ni tenía ojos azules. Era una preciosa chica de cabello lacio castaño con cara de
inocente. M e miraba con sus dulces ojos verdes que lograban cegar mi control.
M i semblante cambió y como el animal en celo que yo era, arrojé al suelo lo que tenía en mis manos y me abalancé sobre ella con ansiedad. Tomé sus manos, se las
puse por encima de la cabeza y volví a olvidar quién era yo, quién era ella, dónde estaba y la penetré gritando su nombre.
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡M arta!!!!!!!!!!!!
M ovimientos descontrolados de mis caderas me llevaban a ella una y otra vez. Sentía que me ahogaba si la miraba y no veía sus ojos. Así que los cerré y la encontré
en mi cabeza de nuevo.
Estaba dentro de ella, la poseía con cada una de mis salvajes embestidas. M oría por el roce de su piel en mis manos. Era mía.
Gemidos sordos de placer brotaban de mi garganta y apaciguaban la angustia de saber que solo estaba en mi mente, o tal vez no, porque desde aquel momento que
estuve con ella, la había poseído en todas y cada una de las mujeres con las que he estado desde entonces, la había dominado. Era mía.
La embestí una, dos, tres veces, hasta que mi vista se nubló y ya no lograba distinguir la cara que tenía en frente. Solo unos ojos de gata que aparecían en mis sueños,
que me provocaban, que trastornaban mis sentidos y que me pedían más, algo que yo no podía dar.
- Voy a quitarte el aliento – y esa frase me dolió, porque sentí que la estaba traicionando. Porque esa frase era solo para ella, y al intentar disfrazarla de frialdad con
Anice, la convirtió en sucia, simple y sin sentimientos.
M e deshice de ella tan pronto como solté mi simiente. No me sentía satisfecho, ni completo ni nada. Tan solo era un despropósito más por intentar borrarla de mi
mente, ya que me había seducido y eso era ya un hecho irrefutable. Pero no, tenía que olvidarla, ella no era para mí, pero tampoco quería que fuese para nadie. ¡Bastardo
egoísta! Pensaba que con poseerla una noche me saciaría, pero temía lo malo de probar una vez su miel, imaginaba que no me bastaría, no sería suficiente, y así lo fue.
Tenía que evitar repetir la historia, porque el final siempre sería el mismo y yo a ella no quería verla sufrir. Ella era mi hechicera, había hecho magia conmigo pero no
lo sabía, y era lo mejor...
Quería salir de allí tan pronto como pudiese y borrar los restos de esta experiencia. Otra más, porque buscaba algo que nunca encontraría. Aunque me quedaba el
consuelo de saber que cada vez que estaba con otra, la poseía a ella. Siempre. Algo absurdo e infantil más propio de un adolescente que de un hombre de mi edad, pero
no podía evitarlo.
Fui al baño, me vestí y apunto estaba de salir por la puerta, cuando me arrepentí, me di la vuelta y me quedé mirando a Anice con arrepentimiento.
− Gracias, pero esto no se va a volver a repetir – afirmé certero.
− Gracias a ti, pero estoy segura de que se volverá a repetir hasta que sea mi nombre el que digas, y te lo haré decir.
Llevó su dedo índice a sus labios, lo chupó lascivamente, se lo pasó por un pezón y me lanzó un beso. No sentí nada, me di la media vuelta y me fui. ¿Otra muesca
más en mi cartuchera? No, ya no, era otro error.
M e senté en el coche y me puse a dar golpes al contra el volante de impotencia.
“¿Qué me has hecho?, ¿qué me has hecho?, ¿qué cojones me has hecho?” “déjame, por favor, sal de mi cabeza, no te quiero ahí”
Pero, por más que no estuviese en mi cabeza, había algo más profundo y peligroso que me impedía olvidarla, la llevaba grabada en el alma, y por algún motivo que
desconocía, cada vez que estaba lejos de ella, sentía como si mi alma se partiese en dos y solo se recomponía cada vez que la volvía a ver. Era como volver a respirar
después de estar bajo el agua, era recuperar el aliento, entonces me sentía completo.
- Joder, Alec, con los años te estás haciendo más rarito – me dije a mi mismo en un vano intento de calmarme – vamos a por un whisky y a celebrar que Declan y Henar
están bien.
Arranqué el coche y me fui a buscar a mis amigos, que aunque esa noche para ellos iba a ser especial, me habían mandado un mensaje pidiendo que me reuniese con
ellos en el piso de Declan, que, por lo visto el muy cabrón no se conformaba con los mimos de su chica, y le había entrado la nostalgia de amigo y me quería dar las
gracias. Las gracias se las iba a dar yo por el susto que me habían dado esos dos tortolitos. ¡Eso sí que era amor y no las estúpidas obsesiones que se pasaban por mi
cabeza!. Eso es lo que era, ¡una puta obsesión!
M e lancé a la carretera con ese convencimiento, a pesar de que sus ojos verdes eran los que iluminaban mi camino.
“Te necesito esta noche
Porque no voy a dormir
Hay algo acerca de ti chica
Que me hace sudar”
Need you tonight
INS X
Capítulo 2

M iró el despertador y eran las 5:20 de la madrugada. De nuevo se había vuelto a despertar soñando con él. Húmeda y caliente, podía sentir sus manos recorriendo
cada centímetro de su sonrosada piel a causa de sus impunes azotes. Estaba excitada, quería sus besos, quería su boca, lo quería a él. Era suyo.
Sus manos respondieron a la inercia del deseo y fueron bajando sigilosamente de los pechos a la pelvis. No quería hacerlo, pero todo le llevaba a él. Puso los dedos
en el vértice de su entre pierna y poco a poco empezó a tocarse tal y como lo hizo él aquella noche. Aquella maravillosa noche que se entregó a su magia, a su
dominación y que sacaron de ella la extrema lujuria que no se ha apaciguado desde entonces.
Aún podía recordar el momento en el que se encontraron en Edimburgo. Sabía que él estaría allí y fue con toda la intención de provocarle.
Llegó a la fiesta del Torture Garden Fetish Club ataviada como la perfecta Sumisa. Un mono en vinilo negro con aberturas de cremallera en los pechos y en la
entrepierna. Botas altas hasta la rodilla de tacón de doce centímetros y en su cuello, un collar de Sumisa puesto solo para él. Porque, era suya desde el instante en que
posó sus ojos en él cuando le conoció en el Darkness.
Se encontraba cerca del escenario donde había un increíble espectáculo de Sumisión absoluta entre una mujer y dos hombres, cuando cruzaron sus miradas. Y pasó.
Un impulso desgarrador los atrajo hasta quedarse a un suspiro el uno del otro. Sus cuerpos se rozaban lo justo para sentir cómo vibraban con ese leve contacto.
Nunca antes habían sentido nada igual. Alec respiraba de manera entrecortada y M arta podía sentir cómo el aire que salía de su boca tocaba su torturada piel haciendo
bullir la sangre de sus venas. No se decían nada, solo miradas. Verde contra azul y fuego alrededor. El cruce de miradas que hubo en el, Torture Garden se había
convertido en un volcán a punto de estallar, porque para Alec, saber que a ella le atraía realmente su mundo le supuso una revelación imposible de obviar, y más cuando
él se había sentido eclipsado por su aparente sumisión cuando la vio la primera vez.
Alec agachó su cabeza sosteniendo su mirada como queriendo absorber la energía que manaba de los ojos de M arta. M ás cerca, más intensidad, un poco más cerca, a
escasos milímetros de su boca. Un roce, y justo en el instante que M arta pensaba que iban a sellar sus labios, Alec, cogiéndola por sorpresa, la tomó por la cintura
aupándola sobre sus hombros, y avanzó con ella a cuestas mientras se dirigía a una de las salas privadas profiriendo por el camino palabras de lascivo castigo.
Esa noche solo fue la consecuencia definitiva de lo que se había fraguado en M adrid. Intercambio de miradas, proposiciones no confirmadas con palabras, pero que
los ojos decían todo lo que necesitaban saber. Pero nunca palabras. ¿Por qué? Siempre era Alec el que ponía las distancias, M arta en cambio se dejaba querer, porque lo
deseaba, como nunca antes había deseado a nadie.
M ientras sus manos llegaban a sus pliegues, podía sentir los dedos de Alec recorriendo el mismo camino, provocándola, pidiendo algo que nunca antes M arta había
dado a ningún hombre, y mucho menos a ningún Amo. Su alma.
- Hoy vas a hacer lo que yo quiera— le susurraba en el oído mientras la ponía de espaldas a él y apoyaba sus manos en el respaldo de una de las sillas de la sala – no
quería llegar a esto, pero tú me has lanzado el guante y lo voy a coger – sus dedos empezaban el castigo que M arta ansiaba obtener – solo hoy, porque esto no va a
volver a suceder.
- ¿Qué? – preguntó M arta alarmada, no entendía por qué le decía eso cuando ambos sabían que entre ellos había fuegos artificiales – pero nosotros…
- No hay un nosotros, esta noche…
Y continuó con sus caricias hasta que de repente, se separó de ella, sintiendo un escalofrío a su alrededor y la consiguiente sensación de vacío interior.
Giró su cabeza para comprobar cómo Alec se acercaba a una estantería tapada con unas cortinas de terciopelo rojo y extrajo unas esposas de piel negra
- ¿M e vas a atar? – preguntó intrigada y excitada al mismo tiempo.
- Calla. Una Sumisa solo habla cuando el Amo desea que lo haga, ¿acaso no lo sabías dada tu supuesta experiencia? – preguntó el con ironía.
M arta se sorprendió por la reacción de Alec, sabía de sobra lo que debía de hacer cuando estaba con un Amo, pero pensaba que con Alec sería distinto, porque él
siempre fue amable con ella, y porque supuso que la atracción que creía recíproca, provocara un tono más suave con ella, “era siempre todo un caballero” pensaba. No,
se equivocó.
Lo que no imaginaba, es que tras esa fachada de Amo duro que él trataba de representar, había un escudo protector hacia ella, solo por ella. Ella podía causar
estragos en algo más profundo que su corazón, y por eso utilizaba su aparente frialdad para evitar que M arta llegara a él, aunque a veces, no fuera suficiente.
Alec se acercó de nuevo a M arta, tuvo que tomar aire y cerrar los ojos para contenerse: Vació sus pulmones, abrió los ojos y la miró. Ahí estaba su chica, estaba
totalmente hechizado por ella, la iba a tomar y estaba emocionado. Pero, no quería que ella se diese cuenta. Iba a poseerla una vez, solo una vez y la apartaría de su lado
lo más lejos posible. No podía enamorarse de una niña como ella, no alguien como él, un Amo solitario.
- Te voy a atar con estas esposas, vas a cerrar tus preciosos ojos verdes y no los vas a abrir hasta que yo lo ordene – y es que si la miraba a los ojos, se perdería – si lo
haces, pararé y te castigaré. Recuerda que nunca más se volverá a repetir – eso casi se lo recordó a sí mismo, pero no pudo evitar hacerlo a pesar de la sombra de
decepción que atisbó en el gesto que ella le devolvió – te haré disfrutar como nunca nadie lo haya hecho antes, porque me darás todo de ti y me harás feliz.
¿Y él, le daría todo a ella?
Una vez la mantuvo firmemente sujeta a la silla, se irguió y expulsó el aire que sin darse cuenta llevaba contenido en sus pulmones. Una sensación de calma
repentina se apoderó de Alec, y en vez de actuar mecánicamente en sus impulsos de Amo, tomó aire de nuevo y se quedó mirándola desde atrás.
M arta estaba quieta en la silla de espaldas a él, sensualmente amarrada por las esposas y se moría de ganas por dominarla y hacerla suya por completo. Aunque
tenía que ser paciente, quería disfrutar de cada uno de los segundos que la tendría a su merced, pero debía mantener el control, y eso, por algún extraño motivo, con ella
era complicado.
Ella se revolvió en su postura dada la incertidumbre que le provocaba la inactividad de Alec. Giró su cabeza y le miró.
- Alec – su forma de pronunciar su nombre avivó la erección que le atormentaba en sus pantalones.
- Ahora no soy Alec, soy tu Amo, ¿me entiendes? – reaccionó de forma casi violenta para intentar paliar sus propias ansias de lanzarse sobre ella y besarla hasta
absorber sus labios.
M arta se quedó un poco decepcionada por su reacción, pero sabía que debía actuar con sumisión si quería obtener de Alec lo que venía buscando.
- M i Amo – volvió a utilizar ese tono que a Alec le diluía los sentidos – estoy preparada para ti— continuó M arta en un intento de provocarle.
- No me provoques, Sumisa mía, o serás castigada con mi tortura— pero era consciente de que con ella todos los castigos iban a tener el mismo fin – no seas impaciente,
porque esta noche, te voy a quitar hasta el aliento – le salió solo, no necesitó buscar las palabras que otras veces utilizaba para mantener firmes a sus chicas, esta vez
habló su alma.
Se removió inquieto, y tras una nueva pausa, se fue acercando a ella, poco a poco, igual que cuando una fiera está a punto de atacar a su presa, con sigilo, sabedor de
que la va alcanzar y devorar con el más absoluto placer. M arta se giró de nuevo y le miró a sus impresionantes ojos claros, los cuales que se habían vuelto más oscuros,
como si se estuviese desatando una tormenta en ellos. Ella contuvo el aliento y entonces se produjo ese instante de magia y conexión física que provocaba una burbuja a
su alrededor y les aislaba del mundo.
Alec se colocó a su espalda, respiró sobre el lóbulo de la oreja de M arta y ella se estremeció con delirio.
- Shhh , no te muevas – su respiración provocó otro estremecimiento en ella que la transportó a un orgasmo mental. Cerró los ojos e instintivamente acercó sus labios a
los de él porque anhelaba besarle, pero él la rechazó, a pesar de que se moría por comerle la boca – No, hechicera, mis labios no te los voy a dar hasta que me lo
supliques – M arta abrió los ojos sorprendida los cuales denotaban decepción – y ahora, por tu descaro, voy a castigarte.
Nada más que sus labios, eso le pedía su niña, pero él no se los podía dar tan pronto. Si lo hacía, perdería el control y la follaría hasta que perdiesen ambos el
conocimiento. Así que sacó al Amo, de donde demonios se hubiese escondido, y empezó con la tortura. Para los dos.
Alec acercó su mano derecha al tobillo, y poco a poco en camino ascendente, fue subiendo por la pantorrilla, rozando levemente la piel de M arta. Los gemidos de
placer de ella avivaban su deseo. Y, si solo eso, estaba provocando esa firmeza en su miembro, no sabía que podría pasar con lo que tenía pensado hacerle esa noche. Se
paró a la altura de sus nalgas, y con un azote seco, hizo que su piel se erizara y que tal y como suponía, soltó un gemido que le excitó todavía más.
Tenía un enorme poder sobre él.
Se recompuso y le asestó otro azote, y otro más y otro, mientras ella gemía del más maravilloso placer que él nunca pensó que podría sentir. Uno más cerca de sus
pliegues y M arta estuvo a punto de alcanzar su ansiado orgasmo. Paró, y ella sintió que le absorbía una mezcla de placer y dolor entre sus piernas. El calor que sentía
en sus nalgas se había propagado por el resto de su cuerpo. Necesitaba más, lo necesitaba a él dentro.
Alec sentía que por cada azote que le daba, iba perdiendo cada vez más el control. Que ella se apropiaba de su interior sin permiso. Decidió dejarse llevar por un
momento. No debía, pero ansiaba sentir esa sensación que una vez tuvo, la magia, el hechizo de la entrega y saberse correspondido. No eran dos personas, eran un solo
ser.
- Esta noche jamás la podrás olvidar – dijo en alto, pero más bien para sí mismo.
Se acercó a ella, tanto que M arta podía sentir perfectamente la dureza de su miembro presionando en su baja espalda y Alec continuó con la tortura de ambos.
- Ahora voy a poseerte y quiero que gimas en silencio hasta que yo te lo pida, no quiero oírte, porque si no te castigaré y no obtendrás tu deseado orgasmo hasta que yo
no quiera – y es que otra vez habló más para él, porque oírla oírle gemir le llegaba tan hondo que le atrapaba. — ¡Contesta! – dijo con más dureza de la que hubiese
deseado.
- Sí, mi Amo – y Alec en recompensa lamió su columna vertebral hasta sumirla en un estado de semi hipnosis que solo sus contenidos gemidos podían despertar. Pero,
no debía, su Amo se lo había dicho.
Su lengua rozaba con suaves toques la piel de M arta y la hacía estremecer hasta tragarse su propio aliento. Quería gritarle, decirle que acabase, que le diese su clímax,
pero no podía. Obedecería y gemiría en silencio, rogando por su cordura. Lo que no podía deducir, es que, él se sentía igual.
Un ruido a sus espaldas sacó a Alec de su utopía. M iró hacia atrás, y entre bambalinas pudo vislumbrar la sombra de una mujer menuda mirándoles, que al sentirse
descubierta salió despavorida. ¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¿Qué demonios estaba haciendo exponiendo a su mujer de esa forma? ¿Se había vuelto loco?
Pero la mujer había desaparecido y volvían a estar solos. Su cabeza era una constante de contradicciones donde solo cabía un fin. Acabar con esa locura que no debía
volverse a repetir, por más que su alma lo anhelase.
M arta…ella…su cuerpo le llamaba…
No se demoró mucho más. Con algo de violencia abrió a M arta de piernas y situó su boca a la altura de su placer. Se detuvo unos segundos y cerró los ojos. Era una
imagen que quería grabar en su memoria. Sus dulces y húmedos pliegues rogando por su atención, por él.
Y la devoró. Pasó su lengua por sus labios menores y M arta se estremeció de nuevo, pequeños roces de la punta de su lengua la estimulaban, estaba bailando en ella.
Se ayudó de sus dedos, que hasta cierto punto sirvieron de contención para no volverse loco del todo, y la poseyó con firmeza. No, no lo haría, no podía. Si entraba en
ella con su miembro, sabía que nunca querría salir. Así que la poseyó con su boca y sus dedos con toda la paciencia que su estúpida caballerosidad permitía. Su lengua
seguía danzando en ella, ahora los labios mayores y después el clítoris, con dulzura sí, pero con avaricia también. Ella contenía su gemido, era maravillosa, todo lo que
hubiese podido desear, pero que no debía tener. Cerró sus ojos y se recreó en el momento. Sus dedos acariciaban sus paredes vaginales con esmero. La iba a dar el mejor
orgasmo de su vida, pero lo que no sabía, era que con ese clímax una parte de ella se iba también con él.
- Shhhh – la silenció al darse cuenta de que ella empezaba a gemir.
Continuó con su infame tormento. En un impulso egoísta, quería que sintiera cada partícula de su piel, que no lo olvidase. Que cada vértebra, cada músculo, todo...
se impregnase de él. Su lengua se movía con codicia por su dulce tesoro. La devoró más y más hasta dejarla al límite. Su intención era dejarla ahí, pero no pudo parar, y
se lo dio. En M arta explotó el más devastador orgasmo que nunca antes había tenido. Directamente voló por los aires, como si cientos de fuegos artificiales anidasen en
su vientre, como si su cuerpo se desmembrase en millones de partículas de placer y se desperdigasen por toda la sala y gritó como nunca antes lo había hecho, y lo más
duro para él fue que lo hiciera con su nombre en los labios.
- ¡Alec, Alec, Alec…! – bramaba, con Alec desmoronado a sus espaldas — sigue, por favor…
Alec seguía agachado, en silencio, con los ojos cerrados. Esa conexión que había sentido con ella fue impresionante. Se asustó. No sabía cómo, pero con M arta sentía
algo que no era capaz de describir. Ella había roto sus defensas sin apenas esfuerzo y eso no lo podía consentir. Por lo que, se recompuso como pudo, se incorporó,
desató a M arta y con el gesto tan frío como pudo la miró.
- Esto es todo lo que vas a tener de mí, ¡vete!
- Pero..
- ¡Vete Sumisa!
Como ella no reaccionaba, fue él quién, como el cobarde que era, se dio la media vuelta dejándola desolada. Pero antes de que él atravesara los biombos, no pudo
evitar oír las últimas palabras de M arta.
- ¿A qué le tienes miedo?¿Por qué me tienes miedo?.
Alec giró la cabeza, la miró con frialdad y gruñó algo en inglés que M arta no logró entender. Salió y desapareció entre la gente.
Esa fue la última vez que lo vio hace ya meses. La que provocaba cada una de las noches de placer que ella misma se daba, rememorando ese momento. Añoraba su
tacto en sus manos, su lengua avasallándola sin descanso, sus dedos y su pasión. Entonces volvió al instante en el que él le obsequió con su clímax, él único que había
sentido a su lado, pero también el único que había provocado en ella todas las sensaciones que le quemaban en la piel. Continuó tocándose con los dedos desatada, con
furia, con anhelo. ¡Ojalá fuera él quién estuviera ahí y no sus propias manos! Y siguió, y por fin voló.
- ¡Alec, mi amo, mi señor, vuelve a mí! – gritó en medio del orgasmo.
Y finalizó con los ojos llorosos, mirando al techo de la habitación con un juramento en la cabeza.
- Serás mío.
“El amor y las almas,
juntos fueron creando el Universo.
Las almas fueron su metal.
El amor su mágico fuego.”
José Hierro
Capítulo 3

- ¡M arta!
Alguien llamaba a la puerta y eso hizo que M arta espabilase de repente.
- Vamos, puta vaga. ¡Arriba, que son las siete de la mañana!. Un avión nos espera…
Un avión, volver.
Después de lo sucedido en la fiesta había tomado dos decisiones en su vida. Una volver a Escocia, porque era un país que le había hechizado y quería saber más
sobre él, y la otra era obvia, él.
Sabía que viajaba mucho, pero había averiguado a través de Héctor, uno de los Amos del Darkness, que después de lo sucedido con Declan y Henar en Escocia se iba
a tomar unas vacaciones, así que tenía la excusa perfecta. Hacer un semestre del postgrado en la Universidad de Edimburgo, que tenía un excelente programa sobre
lingüismo y probar la lengua que más le apetecía y sí, era escocesa.
Llegaba algo tarde, pero se las había apañado para conseguir una plaza en una residencia de estudiantes en Hollyrood, Pollocks Halls, e iba acompañada de su
inseparable amiga Clara, así que se sentía más tranquila.
- Are you ready, honey? – le dijo Clara en inglés desde la puerta de su habitación.
M arta asintió con media sonrisa y cogió la maleta. Dentro iban muchas más cosas que unos planes universitarios y tenía miedo de que no se cumpliesen, pero iba
decidida a intentarlo.
Una última llamada de despedida, si no lo hacía sabía que la iban a estrangular. No tenían muy buena relación, pero debía hacerlo. Solo se tenían la una a la otra.
Al segundo tono cogió.
- Abu, ¿estabas al lado del teléfono? – preguntó M arta extrañada a su abuela.
- Hija, lo llevo en el bolso de la bata, sabía que me llamarías antes de irte.
- Ahh, claro – ya le parecía a ella. Su abuela siempre intentaba controlar cada paso que daba, y aunque, ella creía que sí, en el fondo no era así – Te llamo para decirte
que ya me voy al aeropuerto, que te llamaré en cuanto esté instalada allí.
- Llámame, por favor y si te pasa algo, vuelve. Vete tú a saber la de cosas que te pueden pasar allí o lo que te pueden hacer…
“Si tú supieras lo que yo quiero que me hagan abuelita querida, alguien en especial, me encerrabas en el trastero…” pensó pícara M arta.
- Bueno, tú llama, siempre que puedas – contestó la abuela preocupada – estos meses van a ser un sinvivir. No me gusta este viaje, como dices tú “me da mal rollo”.
M arta soltó una sonora carcajada, pero quiso calmarla. No pretendía dejarla nerviosa, pero ella ya tenía veinticuatro años y necesitaba volar un poco más alto.
- Abu, no sigas por ahí – se puso un poco seria, aunque en el fondo le daba pena como se sentía – Sabes que sé protegerme muy bien y tengo a Clara conmigo que me
apoya en todo.
- Ese es el problema, que la loca esa te apoya en todo y no te hace entrar en razón. M ira que yo soy moderna – “¿moderna tú?” pensó M arta — pero es que esa chica
es una descalabrada.
“Si Clara era una descalabrada, ¿qué pensaría de ella si supiese…?”, mejor borró esa idea de su cabeza antes de que le pesara no poder contar a su abuela nada
sobre su vida íntima.
- Abu, déjalo, ya es tarde para intentar hacerme cambiar de idea. Solo te llamaba para decirte que salgo al aeropuerto. Que te quiero y que te prometo portarme bien.
- Ayyy hija, si tu abuelo levantara la cabeza…
- Se volvía a morir del susto que le darías con tanta protección sobre mí. Te quiero abu…y recuerda…sé buena tú también, no me traigas los ligues a casa – se despidió
M arta bromeando para calmar el ambiente. – Te quiero mucho.
- Te quiero, hija mía – la abuela se despidió con una lágrima en los ojos.
- Te quiero.
Tras esa despedida, hubo un corto silencio a ambos lados de la línea, como si quedaran cosas por decir en el aire, pero colgaron.
Llegaron a al aeropuerto Adolfo Suárez en el metro. Transporte rápido, cómodo y sobre todo barato. Había dejado todos sus ahorros para gastarlo en Escocia. Todo
lo que había ganado esos meses en el Darkness, lo había ido guardando religiosamente para poder disponer de él allí. Antes de irse, habló con Héctor, que era la persona
que la contrató y él le prometió que a su vuelta su puesto de trabajo la estaría esperando.
- Chica, eres muy valiosa – le sonrió con picardía – y con tu cara de Sumisa buena has dejado mucha pasta extra aquí.
Si Héctor supiera que había dejado algo más que dinero extra dentro del Darkness, posiblemente la hubiese atado a la cruz de San Andrés y azotado hasta que él
mismo se hubiese corrido. Ella había roto la norma más importante del local, liarse con un miembro del Club, y no solo eso, se había enamorado de él. Doble delito.
No le gustaba viajar en avión. Paradojas de la vida. El hombre de su vida era piloto.
- No te lo quería preguntar de esta forma – Clara se acercó a M arta que miraba por la ventanilla del avión mientras éste despegaba, agarrada al asiento muerta de miedo –
y menos ahora, pero…¿no será que estás obsesionada con él porque no pudiste conseguir lo que querías?
M arta se giró y la miró con una sonrisa triste reflejada en el rostro.
- Espero que me hagas esa pregunta para mantenerme distraída de este agobio, porque si no es así, te juro que abriré la puerta del avión y te tiro en marcha – M arta hizo
el amago de girarse y mirar de nuevo hacia la ventana, para volver a mirarla y sonreír — ¡Picaste! – dijo señalándola con el dedo índice – no estoy tan loca, bueno algo sí,
pero no tanto, bueno por él sí – confirmó titubeando.
De repente se puso seria y miró hacia abajo, pensando.
- No sabría cómo explicártelo Clara – se quedó pensativa de nuevo llevándose los dedos a los ojos y frotándoselos con un halo de desesperación – es extraño, es…joder
cuando le conocí sentí algo muy potente por él, fue como sentir la fusión de un reactor nuclear dentro de mí. M e ahogaba, tenía que tocarlo, me hizo revivir de una
forma extraña. Como si hubiese estado muerta casi toda mi vida y él me la hubiese devuelto. No sé, pues sí, tal vez debas pensar que estoy como un cencerro, pero
tengo que vivirlo, porque estoy segura de que él siente lo mismo, pero por algún motivo se lo niega, y yo..yo…
- Tú estás colada por un viejo que todavía no te la ha metido, a lo mejor es un fraude…— y ambas se rieron a carcajadas por la broma de Clara.
- ¿Conoces la sensación que se tiene cuando te sientes sujeta, no te puedes mover, pero eso te excita? ¿Cómo cuándo te sientes atrapada y no quieres que te suelten?
- No — respondió Clara escuetamente.
- El día que lo sientas, entenderás lo que quiero decir – M arta miró por la ventanilla del avión comprobando que el aparato ya surcaba los cielos desde hacía rato y se
volvió a girar hacia Clara – no es amor, no es obsesión, no es sentir que le perteneces; es más, es sentirse la prolongación del otro, y quiero averiguar por qué es así con
él y confirmar si él siente lo mismo.
- Ojalá sienta yo algún día lo mismo por un hombre amiga, ojalá.
Y ambas, se quedaron en silencio durante el resto del trayecto, sin más pensamientos en la cabeza que el no saber qué les depararía los próximos meses Edimburgo,
la cuidad mágica.
Un vuelo corto, de los que le gustaban a M arta. El avión aterrizó y volvió a respirar. No lo podía soportar. Los aviones y ella eran incompatibles, pero por él,
merecía la pena la tortura. Su piloto. No podía evitar reírse de lo absurdo de la cuestión.
El avión paró frente a la entrada del finger de acceso a la terminal, y todo el mundo empezó a sacar sus cosas y prepararse para desembarcar. Los pasajeros
avanzaban apresuradamente como queriendo salir escopetados. ¿Qué solo ella tenía miedo a volar? A pocos les gustaba volar. Clara y ella se dirigieron a la salida,
cuando de repente M arta se quedó parada junto a los primeros asientos.
- Hey…M arta. ¿qué haces?.
Se revolvió sobre sí misma y siguió avanzando.
- Nada, nada, vamos…
Clara se giró y miró hacia la cabina del piloto. Allí había un hombre alto y moreno que estaba de espaldas. Sonrió con burla y volvió a mirar a M arta.
- Lo dicho, obsesionada – y tiró de ella sacándola del avión.
Tomaron el autobús que las dejaba en el centro de Edimburgo, al final de Princess St., luego tendrían que andar un trecho con las maletas hasta la residencia de
estudiantes que estaba cerca del Palacio de Verano de la reina Elisabeth, Hollyrood.
M arta iba mirando todo a su alrededor como si fuese una niña. Ya había estado antes, sí, pero la percepción de entonces era distinta a la de este viaje. Las gotas de
ilusión y miedo se mezclaban con la incertidumbre del no saber si ese plan funcionaría. Además miraba a su alrededor como si todo lo viese por primera vez. Esas casas
de inconfundible estilo británico, el gris del cielo, el verde de las vistas, los coches de policía que veía por la tele, era como ver una serie en pleno directo.
- Cuando lleguemos a la residencia, dejamos las cosas y nos piramos, he quedado – le dijo Clara sacándola de su ensoñación.
- ¿Cómo? – se giró M arta rápidamente saliendo de su sobresalto – ¿acabamos de llegar y ya conoces a alguien? M e dejas pasmada.
- Sí, bueno, no. A través de gente de M adrid, conseguí un contacto con unos estudiantes de aquí que nos van a llevar a conocer la ciudad y enseñarnos a andar por aquí,
y bueno, nada mejor para conocerse que en un local nocturno, ¿no? – sonrió y arqueó las cejas para intentar convencerla – además, no creo que te venga nada mal
conocer gente chica.
M arta miró hacia arriba poniendo los ojos en blanco y suspiró.
- Está bien, pesada, iremos y lo pasaremos genial, pero – y la señaló con el dedo índice – tenemos que volver temprano, mañana tengo una entrevista a las ocho de las
mañana con mi tutor del postgrado y no quiero llegar tarde.
- Aguafiestas, volveremos pronto…
Bajaron en la última parada del autobús que las dejaba bastante lejos de donde tenían la residencia de estudiantes, pero no les quedaba de otra que ir andando o coger
un taxi, y lo del taxi estaba descartado porque les saldría un dineral, así que utilizaron el método más antiguo de transporte que había, los pies.
Llegaron a su alojamiento y dejaron las cosas tiradas por el suelo. Se cambiaron de ropa y se dirigieron a Opal Lounge, en George St., el local donde Clara había
quedado con su contacto allí en Edimburgo.
Llegaron en taxi y se bajaron justo en la entrada. Y como si ambas fuesen estrellas de cine, todo el mundo se les quedó mirando.
- ¡Qué raro! Las españolas dando la nota – dijo un atractivo chico pelirrojo de ojos claros acercándose a ellas.
Clara y M arta se miraron entre ellas desconcertadas e intentaron avanzar cuando el chico pelirrojo les cortó el paso.
- Hey, tranquilas…¿eres Claire? – dijo mirando a M arta – soy M ac, el amigo de Julia, la chica que te puso en contacto con nosotros.
Se volvieron a mirar entre ellas y relajaron la postura, estaban bromeando con ellas.
- No, yo soy M arta – dijo alargando la mano para presentarse – Clara – puntualizó en perfecto castellano para remarcar el nombre de Clara y luego la señaló – es ella.
M ac se sintió un poco avergonzado por la confusión y sin darse cuenta, retiró la mano a M arta sin haberla saludado y se apresuró a dársela a Clara.
- Disculpa Claire, digo Clara, soy M ac.
- Llámame Claire, en tus labios suena precioso – contestó ella con coquetería.
- ¡Clara, ya empiezas! – le amonestó en español M arta dándole un pequeño codazo.
- Ay, hija, por alguno habrá que empezar, y este pelirrojo podría ser el aperitivo – susurró al oído de M arta y luego se giró hacia M ac, para guiñarle un ojo pícara –
además, yo no estoy en cuaresma como tú, hasta que aparezca mi príncipe azul.
M arta le lanzó una mirada fulminándola, pero su buena amiga, como la conocía de sobra se rió de su reacción.
- Anda, no seas remilgada y diviértete. Tu caballero escocés no te va a castigar si eres mala.
Si Clara supiera…
- Perdonad chicas – interrumpió M ac rascándose la cabeza – pero es que…
- Ayyy, sí perdona guapo, ¿nos presentas al resto del grupo? – y le tomó del brazo sin vergüenza alguna y se dirigieron al grupo de chicos y chicas que acompañaban a
M ac.
M arta la siguió un poco descolocada por la repentina actitud de Clara, pero decidió seguirle la corriente a su inesperada libertina amiga.
- Hey chicos – gritó M ac alertando de su presencia a sus amigos – os presento a M arta y Claire, las españolas – dijo señalando a las chicas — Preciosas, estos son
Conrad, Helena, Josh y Dan.
Todos saludaron con la mano algo tímidos, pero Clara rebajó un poco el tono de pudor con su deslumbrante sonrisa, por lo que M arta no pudo evitarlo de nuevo y
se adaptó al ambiente. No tenía la intención de parecer la aburrida del grupo. Les miró a todos y saludó con un desinterés disimulado, lo que no le permitió darse cuenta
de la intensa mirada de uno de ellos.
Ayy, por fin chicas en el grupo – suspiró aliviada Helena – vamos guapas, dejemos a estos hablar de fútbol, y vayamos dentro.
Helena las agarró a ambas y se dirigieron al pub.
Se trataba de un sitio muy popular entre los estudiantes de la ciudad, que aunque era un poco caro, su ambiente y la música, invitaban a sentarse en sus elegantes
sofás que bien podían ser solo para parejas como para ir en grupo. Era conocido por tener una barra exclusiva solo para ofrecer una conocida marca de champán, donde
las botellas se mostraban en las paredes de insinuantes colores, y todo regado de una tenue luz que se extendía por todo el club. Al final había una pequeña pista de baile
con otra barra donde los mejores Dj de Europa se acercaban los viernes por la noche a animar el local en las Buddha Nights.
El local estaba abarrotado y M arta se encontraba algo cansada, pero sabía que una copa la podría animar un poco y salir a moverse a la pequeña pista de baile.
Bailaban animadamente, con sensualidad, envueltas por la música de David Guetta y su Play Hard. M arta giraba sobre sí misma con los ojos medio cerrados, riendo,
divirtiéndose, hasta que en un uno de sus giros le pareció ver a alguien. Volvió a girar y empezó a mirar a sus alrededor una y otra vez hasta que lo localizó.
Repentinamente dejó de bailar y la copa que llevaba en la mano cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos, pero sin lograr llamar la atención de nadie dado lo atestado
que estaba de gente el bar.
Se llevó la mano al pecho empezando a respirar con dificultad y sus piernas se convirtieron en gelatina, tanto que se agarró sin darse cuenta a la primera persona que
sus brazos atinaron a encontrar.
Una corriente de aire atravesó su espalda su cuerpo se empezó a agitar con incontenibles espasmos, cerró los ojos y los volvió a abrir pensando que solo sería un
sueño, o tal vez una pesadilla. Los abrió y volvió a mirar conteniendo el aire en sus pulmones, pero no, lo había visto perfectamente, era él, sentado en un taburete en la
barra.
Besando apasionadamente a otra.
En ese momento, su corazón se rompió en mil pedazos.
“Por la noche me despierto con las sábanas empapadas
y un tren de carga que atraviesa
la mitad de mi cabeza
Sólo tú puedes refrescar mi deseo”
I´m on fire
Bruce S pringsteen
Capítulo 4

Alec besaba a Anice con furia, la propia de alguien que quería olvidar algo y que no tenía otra opción que agarrarse a un clavo ardiendo. Tal y como había vaticinado
Anice, volvió a quedar con ella.
Y si lo hizo, fue porque había vuelto a soñar con su hechicera, con su preciosa melena castaña entre sus dedos, con la ansiedad de algo inacabado, y comprobó que la
rubia policía era lo más opuesto a su niña y evitar pensar en ella, tal vez inevitable, pero lo iba a intentar.
Pero lo que sus ojos no imaginaron encontrarse, unos metros más allá, era una mirada a punto de estallar en lágrimas, un instante lleno de decepción, un segundo de
angustia, pero no la de ella, si no la suya propia.
La besaba, introducía su lengua con deseo, imaginando de nuevo otro rostro, apretando sus cuerpos más si cabía, y entonces vio su cara, y pensó que era un sueño,
por lo que profundizó el beso arrancando su gemido y ella le seguía mirando, pero su mirada no era de anhelo ni de amor. Era de desilusión. Rápidamente se apartó de
Anice y se le quedó mirando.
- Joder, ¿qué coño hace aquí? – pensó Alec en alto sin darse cuenta.
- ¿Qué... qué pasa? – preguntó Anice desconcertada.
Pero Alec ya no escuchaba nada, solo tenía ojos para ella.
Se levantó del taburete y como si tuviese un imán que lo atraía traicionero, se acercó a ella, despacio, cerró sus ojos de nuevo y los volvió a abrir, por si acaso era el
sueño en el que estaba sumergido mientras besaba a otra. Pero no, era su niña. Paró frente a ella y ladeó la cabeza mirándola, cada vez más cerca, alargó el brazo y tocó
su suave mejilla. Y solo ese ligero contacto, despertó tal turbación en ambos, que sus respiraciones se ahogaron en un suspiro y en ese momento todo se volatilizó a su
alrededor. Ya no existía nada más.
- ¿Qué haces aquí hechicera? – la seguía mirando como si no fuese real pero era consciente de que allí estaba.
- Alec, yo, yo…—M arta era incapaz de responder, al shock de verle allí con otra, se unió el desconcierto en la actitud de él— ¿Y tú? ¿Por qué me tocas así si no quieres
nada conmigo? – su forma de tocarla la hizo sentir como un sensible jarrón chino a punto de romperse.
- No deberías estar aquí — continuó Alec haciendo caso omiso de las palabras de ella y mirándola con absoluta adoración – tú eres…
Sus labios se fueron acercando peligrosamente a los de ella sin poder evitarlo. Un roce, una chispa. Alec le acarició con el pulgar la mejilla como si la estuviese
venerando, como un verdadero Amo lo hacía con su Sumisa.
- M ío – dijo M arta casi en un susurro.
Entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo y despertó de su maravilloso sueño para darse de golpe con la cruda realidad.
La soltó, y una espantosa angustia se apoderó de él.
“Joder, ¿qué me pasa con ella?”, pensó.
- No soy de nadie, y menos tuyo, como has podido ver – dijo girándose hacia Anice que había desaparecido de escena al ver la reacción de Alec. Pero nada más decir
esas palabras otro sentimiento, esta vez de culpa le volvió a engullir — No soy para ti, chiquilla. Cuando tú te vayas, volveré a por ella, y si no es con ella, será con
otra, pero no contigo. No soy un hombre para ti. Soy un Amo.
- Eres mi Amo – replicó M arta.
- Nunca jamás vuelvas a decir eso. No tienes ni idea de lo que eso supone, para ti es un juego, para mí es más y no serías capaz de llegar donde yo voy con una Sumisa
y tú no podrías serlo. Eres demasiado dulce – eso lo dijo como excusa porque temía pensar que realmente no sería así con ella.
- Quiero ser más que eso…
- Pobre chiquilla – la interrumpió Alec más que nada porque no quería escuchar lo que estaba seguro que ella era capaz de decir — ¿dónde vas a ir tú con un hombre
como yo?
- No pienses por mí – contestó M arta ofendida – soy perfectamente capaz de saber lo que quiero para mí.
- Pues busca alguien más adecuado – contestó Alec apartando su mano – yo solo te haré daño.
- ¿Tú? – M arta miró al techo y después le devolvió la mirada con tristeza – tú, mi perfecto caballero escocés, no lo harías.
- Sí, mi hechicera, yo. Porque de perfecto no tengo nada, si acaso imperfecto, caballero puede, porque contigo lo he sido.
- Porque has querido, y al final dejaste algo pendiente entre tú yo – dijo M arta desafiándole con la mirada.
Alec se sentía frustrado. Pensó que tal vez si aquella noche hubiese acabado con ella, no se sentiría como lo hacía desde entonces. Pero no quiso ceder.
- Lo que pasó entre tú y yo es lo más lejos que vamos a ir. Tienes que buscar otro tipo de Amo – al decir esas palabras, sintió una punzada en el corazón que le hirió
más allá de lo que imaginaba – alguien que te de lo que necesita, alguien como tú.
- ¿Y tú quién eres para juzgar lo que yo necesito, Alec?
Escuchar su nombre de sus labios fue una provocación para su miembro, que se endureció con tan solo oírlo salir de su boca. Se acercó a ella de nuevo, tan cerca que,
sus labios permitieron arrancar un gemido de ella. Se agachó, la tomó de la barbilla e hizo un amago de acercarse más. Entonces, él inspiró profundamente e intentó
recomponer sus fuerzas.
- Lo que sucede, chiquilla, es que tú no eres lo que yo necesito, necesito una mujer y tú eres una niña, así que si no te importa, voy a ir a buscar a la dama que he dejado
a medias.
Alec la soltó, dio media vuelta y se fue a la salida tras los pasos de Anice, algo que destrozó el corazón de M arta y que diluyó sus esperanzas.
Se sintió traicionada, rota, desconsolada y humillada. Se sentía tan mal que hizo lo único que no esperaba de sí misma. Se dio la media vuelta y besó al primer chico
que estaba cerca. Lo besó con furia, con desamor, llorando, desolada y caliente, tal y como Alec la había dejado.
Le agarró de la mano y tiró de él hacia la salida.
- Perdona, ¿tú no estabas con el viejo ese? – preguntó el chico desconcertado.
- Yo estoy con quien quiero – contestó ella firme.
Llevaba tal enfado, que al salir no se dio cuenta que Alec estaba en la acera andando de un lado a otro como un león enjaulado y al verla salir con otro, sintió que el
suelo se hundía a sus pies. Le dieron ganas de ir tras ella, llevarla a su casa y azotarla en su precioso culo hasta que él se corriese por su insolencia. Pero su voz interior
le devolvió a su realidad.
“Es lo mejor para los dos, mi hechicera”, pensó
Y se giró marchándose escarmentado en dirección a su casa.
Llegaba a la puerta de casa y sonó su teléfono. Hastiado como se sentía, se sintió tentado de no cogerlo pensando que era Anice, pero ver el nombre de Declan y
recordar que había quedado en el Opal con él y con Henar, le hizo sentir que le debía una disculpa a su amigo, por haberlo dejado tirado, así que contestó la llamada.
- Vuelve.
- ¿Qué?
- Que vuelvas, la busques y arregles la bobada que acabas de hacer.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque Henar y yo nos hemos visto toda la escena al llegar.
- No.
Entonces sintió un ruido, como si ambos se estuviesen peleando por el teléfono, hasta que se volvió a retomar la comunicación.
- ¿Por qué la alejas de ti, Alec? – era su querida Henar, que mostraba su enorme enfado.
- No la alejo, solo la protejo.
- Pues haciéndola llorar y lanzarla a los brazos de otro, no creo que sea la mejor forma.
- Es mi vida y hago lo que quiero.
- Esa respuesta no me suena al Alec que yo conozco — contestó Henar en un tono más suave – me suena a un Alec acojonado y no entiendo por qué.
- Yo no tengo miedo, soy mayorcito ya – respondió Alec como si fuese un niño pequeño.
Se hizo un corto silencio en la línea que delató la incomodidad del momento. Silencio que Henar rompió.
- Anda, ven dentro que te estamos esperando para consolarte.
- No hay nada qué consolar – rebatió él a la defensiva.
- Sí, ya…
Henar le colgó el teléfono y Alec se dirigió al interior del local con una desazón que recorría todo su cuerpo y no lograba entender qué era.
Porque ver a M arta salir de la mano de otro le causó un ardor interior que nada tenía que ver con el alivio, al contrario, un gran peso se colocó encima sus hombros
desde entonces. Ella con otro.
M arta llevaba al chico de la mano como si le diese igual todo. Entraron en otro bar y empezaron a beber y reírse de todo. Ella con las lágrimas contenidas en los ojos
y la decepción de ver que, tal vez, ese viaje había sido en vano. No llegaba entender los motivos por los que Alec la rechazaba, a pesar de la enorme atracción que los
subyugaba a ambos.
Recordó por un segundo el momento en que la tocó estando en el Opal, su forma de tocarla, las sensaciones transmitidas, y un repentino pánico se apoderó de ella al
darse cuenta que no podría estar con él.
- Bésame – le pidió al chico con tono exasperado.
Tiró de él acercándolo a su cuerpo y le besó con ahínco, con desesperación y rabia, introdujo su lengua y le poseyó. Soltó en ese beso toda su frustración por los
futuros negados de por Alec. Se puso de puntillas y le agarró firmemente de la cabeza, tirando de su pelo con ira. Sus dientes chocaban, sus lenguas se rozaban rabiosas.
Entonces se arrimó más a él y sintió la erección que amenazaba los pantalones, y sin más preámbulos se separó y le miró con deseo, uno que Alec le había despertado y
que necesitaba apaciguar desesperadamente.
- ¿Vamos?
- ¿Qué? – preguntó él desconcertado.
- ¿Tú qué crees?
- No sé yo si será correcto, apenas hemos hablado y…
M arta le cortó con otro beso lleno de falso deseo y alcohol, y él, ignorante del verdadero anhelo de ella, se lo devolvió con fervor.
- Vamos – ésa vez fue él quien se animó a continuar.
La tomó de la mano y juntos salieron del local donde se encontraban. M arta avanzaba a torpes pasos debido al exceso de alcohol en su cuerpo.
- M i casa no está muy lejos, y allí podremos acabar lo que empezamos.
Llegaron a su casa y él la empezó a atacar con un reguero de besos, que a M arta le pareció inusualmente brusco. Tal vez lo que buscaba no lo iba a encontrar en ese
chico, pero siguió.
Por un instante, se apartó de él para poder respirar de su agarre y quizás para alargar un poco más la situación.
- Perdona, pero no recuerdo como te llamabas – le dijo con interés fingido.
- Dan, era Dan.
Y él prosiguió con las caricias, que seguía sintiendo como si fuesen ajenas a ella. Los besos, sus besos: Cerró los ojos y vio unos ojos claros que la acechaban, e
intentó devorar a Dan con más fruición. Intentaba abarcarle, pero sus manos no reconocían el cuerpo. En cambio, él seguía con sus atenciones intentando agasajarla con
torpeza.
Con pasos desacertados fueron acercándose a los pies de la cama y Dan la tumbó de espaldas. Pero al colocarla en ella, lo hizo con un movimiento de cabeza , que a
M arta le pareció brusco, hizo que se mareara.. Le vinieron unas náuseas y se revolvió.
- Espera, espera, suéltame, necesito ir al…
Se colocó la mano en la boca, empujó a Dan y buscó el baño. Él le señaló con el dedo dónde debía dirigirse y entró dando un empujón a la puerta.
Con la cabeza en el inodoro, comenzó a expulsar no solo la cantidad de alcohol que había ingerido, sino también el dolor causado por el rechazo de Alec y la
frustración de saberse perdedora.
Entonces, “¿no siente nada por mí?”, pensó. Y otra náusea le sobrevino y siguió vomitando hasta que su estómago protestó también por el esfuerzo.
Se incorporó y fue hacia el lavabo donde se enjuagó la boca y se calmó.
Levantó su cabeza y vio la tristeza instaurada en su rostro reflejada en el espejo, pero sin pensarlo, se dio la media vuelta y volvió con su amante casual.
- Perdona el repentino desastre – dijo pasándose la muñeca por la cara para acabar de limpiarse — ¿seguimos?
- ¿Estás segura? – preguntó él dubitativo.
- Segura – contestó ella sin pensar, porque si lo hacía seguro que la respuesta habría sido otra.
Se acercó de nuevo a la cama y se sentó a horcajadas sobre él y lo besó. Prefería llevar ella el control. Y con el corazón en un puño, y con la voluntad por los suelos,
continuó lo que habían empezado, intentando esconder todo el dolor que sentía por todo lo acontecido.
Las primeras luces de la mañana la despertaron. Abrió los ojos y empezó a mirar a su alrededor. Estaba sola en la cama, semidesnuda y con un dolor de cabeza de
mil demonios. Se tapó con las sábanas instintivamente al recordar dónde estaba y entonces su cabeza le recordó todo lo que con lo que había sucedido la noche anterior.
Y entonces, la sombra del arrepentimiento apareció en ella.
- M ierda, mierda, pero ¿qué coño he hecho? Soy idiota, ¡¡¡¡idiota!!!!
Se levantó de la cama, apremiada por la vergüenza, buscó su ropa por toda la habitación y comprobó que estaba perfectamente doblada en una silla. Quería huir de
ahí antes de que Dan apareciese.
Al ir a coger la ropa, un papel cayó al suelo. Era una nota. Con miedo, la desdobló y la leyó.
“Disculpa, si te he dejado sola, pero tenía que acudir a preparar la presentación del nuevo alumnado, te espero en el campus,
Tu tutor,
Dan Oakley”
Y en ese momento, quiso que se la tragara la tierra. ¡Se había acostado con su tutor de postgrado! Si con lo de Alec se habían reducido sus motivos para quedarse, en
ese instante, eran casi nulos.
Cogió sus cosas y salió huyendo de allí despavorida.
“Puse un hechizo en ti
Porque eres mío”
I Put a spell on you
Anny Lennox
Capítulo 5

Llegó a la residencia de estudiantes con el tiempo justo para ducharse y cambiarse de ropa.
La vergüenza la consumía por dentro y no tenía ni idea de lo que pasaría una vez llegase a la universidad. ¡Su tutor de postgrado! Ella solía ser más racional que todo
eso, pero Alec le había hecho perder el norte. Le provocaba tales sentimientos que no hacía más que cometer estupideces una y otra vez, y esa era la mayor estupidez
que había cometido jamás. Acostarse con un desconocido por despecho.
Estaba tan sumida en sus pensamientos, que no oyó entrar en la habitación a Clara, hasta que escuchó el portazo al cerrar la puerta.
- ¡Buenos días golfilla! – saludó Clara con sorna.
- ¿Golfilla?, ¿golfilla dices? – se levantó de la silla — ¿Por qué no me avisaste con quién me iba?
- Porque me habría perdido la historia que me vas a contar ahora – se burló de nuevo Clara.
- ¿Sabes que se me puede caer el pelo por haberme…— se lo pensó dos veces antes de continuar.
- ¿Por haberte follado a tu tutor?
- ¡Joder Clara! – se llevó los dedos a las sienes con desesperación – Aunque no te lo creas, el postgrado me importa, es algo que siempre quise hacer y me ha costado
mucho convencer a Regina para que soltase las riendas.
- Tu abuela está loca y te sobreprotege, pero a pesar de todo, no te quejes que tú, al final, haces con tu vida lo que te da la gana, así que ahora no la uses de escudo,
porque como se entere de que trabajas en M adrid en un club de BDSM , y que encima lo practicas, a lo mejor la da un infarto — la miró levantando una ceja – esto no es
nada comparado con aquello.
M arta sabía que en el fondo Clara tenía razón. Si su abuela supiese que es lo que hacía con su vida social, a pesar de tener veinticuatro años, la encerraría en un
convento de clausura. El concepto que Regina tenía sobre ese tipo de vida sexual era arcaico y equivocado, pero a esas alturas era muy difícil hacerla cambiar de idea, y
además, después de todo, era su vida sexual y no era plan ir dando explicaciones a su abuela sobre ella. ¿O tal vez sí?
- Da igual Clara, tú no lo entiendes, es complicado de explicar. Ella nunca lo entendería – miro a Clara con un profundo pesar reflejado en su cara.
- Ahora me vas a decir que la Regi piensa que eres poco menos que virginal – la ironía de esas palabras se podrían haber quedado en eso de no ser por el gesto que M arta
la devolvió — ¡No jodas! ¿Piensa que eres virgen?
M arta negó con la cabeza y cerró los ojos rindiéndose.
- Déjalo Clarita, es mejor que no te lo cuente, y menos ahora que llegamos tarde a la presentación – se fue quitando la ropa en dirección a la ducha – y si encima,
después de lo de anoche, hoy no llego a la hora, vamos, ¡menudo concepto debe tener de mí ese hombre!
- Uyyyy, ¿acaso te preocupa lo que el Profesor Oakley pueda pensar de ti? – preguntó Clara intrigada.
- No es eso, chica, es que todo lo llevas al mismo terreno – respondió M arta desde el baño – es que no quiero que piensen que no me lo tomo esto en serio, porque a
pesar de lo que pienses tú misma, sí lo hago.
- Si yo lo digo por ver si así reaccionas y olvidas de una buena vez a tu caballero…
M arta le lanzó la toalla desde la puerta del baño en señal de protesta.
- ¿Tú crees que después de lo que pasó anoche me queda alguna oportunidad con él? – la miró poniendo los brazos en alto.
- M ira guapa, no pretendo darte esperanzas con esto – se acercó a ella y dándole golpecitos con el dedo índice en el pecho, continuó diciendo– pero visto desde mi
perspectiva, que gracias a dios es más nítida que la tuya, solo te puedo decir que ese tipo, anoche te comía con los ojos. Y que si anoche no te llevó con él al séptimo
cielo fue porque tiene una voluntad que vaya usted a saber de dónde la saca – la miró a los ojos tomando aire – no lo sé, sus razones tendrá, cuestión que tú misma
tendrás que averiguar, pero ese tío está loco por ti.
M arta de repente soltó todo el aire que sin darse cuenta había estado reteniendo en sus pulmones y sonrió. Clara le puso las manos en las mejillas y la miró.
- Ahora, cuando os liéis de nuevo, no le cuentes lo de esta noche, porque a lo mejor agarra a tu tutor y le lleva a una de esas mazmorras vuestras, y no para jugar de la
manera que tú crees precisamente – le dijo sarcástica.
- Vete a la mierda – M arta se soltó de su amarre y se metió en la ducha.
- Sí, tu ríe, pero como se entere, no me gustaría estar en el pellejo de Dan— se giró en dirección a la puerta, y como era habitual en ella, no dijo ni adiós y se fue
dejándola sola con sus pensamientos y dándole vueltas a lo que había sucedido con su tutor la noche anterior.
¿Cómo iba a reaccionar cuando se viesen de nuevo? ¿Afectaría a su relación profesional? ¿Querría él seguir con la relación, o al igual que ella solo fue un polvo de una
noche? Y lo más importante, ¿qué pasó anoche que no recordaba nada de lo que hicieron?
A eso último casi le tuvo que dar las gracias, porque hubiese preferido que entre ellos no hubiese pasado nada. Pero lo hecho, hecho estaba y ya no había marcha
atrás.
Al final no llegó tan tarde, y eso que la universidad no estaba cerca precisamente de la residencia de estudiantes, pero eso le daba la oportunidad de ir conociendo la
ciudad y ver el encanto que Edimburgo desplegaba también de día. El contraste del Old Town con la parte nueva, la gente por las calles, los gaiteros entonando el
Scotland the Brave para los miles de turistas que visitaban la ciudad y el ritmo de una pequeña ciudad que siempre miraba hacia la colina del castillo de Edimburgo con
pleitesía.
Así era Edimburgo, una ciudad que hechizaba. Como él.
Entró en el campus buscando a su alrededor algún panel que le avisara de cómo llegar al punto de encuentro con su tutor y el resto de compañeros del curso. Lo
localizó y nerviosa, se dirigió al aula donde se encontraban. La puerta estaba cerrada, tomó aire y su corazón empezó a latir con fuerza.
“Idiota, ¿cómo se te ocurre liarte con tu tutor? ¿Qué coño va a pensar de ti?” pensó con arrepentimiento por lo sucedido la noche anterior.
Puso su mano en el pomo de la puerta y lo giró para abrirla y entrar. Entonces, el grupo de personas que reía en círculo, sentados encima de los pupitres, calló
repentinamente y se giró, entre ellos Daniel Oakley, su tutor, su ¿amante?, que la recibió con una preciosa sonrisa reflejada en el rostro.
- Dia duit ar maidin!!!! – le dijo dándole los buenos días en gaélico.
- Awrite!!!! – ¿qué tal? , respondió ella también en gaélico – lo siento, pero eso es lo máximo que puedo decir, mi gaélico no da para mucho más.
- Bueno, para eso estás aquí – le dijo Dan levantándose de su asiento y dirigiéndose a ella –para aprender.
Se acercó a ella y le tendió la mano.
- Bienvenida.
M arta se la devolvió con una mezcla de timidez y vergüenza porque se sentía totalmente observada por todos.
- Gracias.
La mañana avanzó entre presentaciones de sus compañeros que ya llevaban algunas semanas de adelanto e intentar ponerse al día con todo lo que llevaban avanzado.
No tuvo tiempo ni de pensar en la persona que tenía en frente la cual actuaba como si nada hubiese pasado entre ellos. Y Así hasta el final de la clase, donde todos
recogieron sus cosas y se fueron yendo.
- M arta, ¿te animas a tomar unas cervezas con nosotros? – dijo un compañero mirándola levantarse de su asiento.
- No, gracias, tengo mil cosas que hacer y una de ellas es ponerme al día de todo esto – contestó señalando el grosor de los apuntes pendientes que tenía su mesa.
- Bueno pues otra vez será – comentó saliendo ya por la puerta.
Se dirigía ya a la salida, cuando se lo pensó dos veces y se giró hacia el tutor, quería darle una explicación por lo pasado la noche anterior y de paso dejarle
claras sus intenciones para evitar malentendidos, que entre otras cuestiones, no quería que perjudicasen su estancia en la universidad.
- Daniel, ¿te puedo robar un minuto de tu tiempo? – preguntó acercándose a la mesa del profesor.
- Dan, me puedes llamar Dan – la miró con una dulzura que a ella le partió un poco el alma – Y si me vienes a dar explicaciones por lo de ayer, no te preocupes, no lo
voy a tener en cuenta, además siempre podemos volver a intentarlo.
“¿Intentarlo? ¡Nooooo!”
- Perdona, Dan, es que eso es lo que te quería decir – se quedó pensativa por un momento repitiendo en su cabeza las palabras del tutor, la resaca hacía funcionar a su
cerebro con lentitud — ¿Intentarlo?
- Te quedaste dormida. No lo recuerdas, ¿verdad? – la miró elevando un poco la comisura del labio derecho intentado contener la risa.
- Pero yo te besé y me desperté en tu cama…
- Preciosa — ese calificativo a ella no le llegó tan adentro como él hubiera deseado – después de tu escapada al baño, volviste a la cama – se levantó y se acercó a ella
todo lo que pudo para hablarle al oído –te subiste a ahorcajadas encima de mí, y cuando te giré para tumbarte de espaldas, ya estabas profundamente dormida – se
apartó y la miró a los ojos agarrándola de la barbilla –si llego a hacer algo en ese instante, habría sido violación, briaga. – el gaélico en su boca no sonaba tan bien como
en la de su Amo.
Se apartó bruscamente de Dan y sonrió con desgana pero enormemente aliviada de saber que no había pasado nada entre ellos dos.
- M e alegro – le salió sin pensarlo, y avergonzada intentó quitarle importancia — quiero decir... que me alegra saber que no te propasaste de una pobre borracha y que
eso no afecte a nuestra futura relación, profesional – añadió esa última palabra para evitar futuros intentos de conquista por parte de él.
- No te preocupes…nuestra relación académica quedará intacta, pero eso no va evitar que quiera que tomes una cerveza conmigo alguna vez, ¿no? Además me lo debes.
- Será en otro momento – tenía que evitar volver a salir con él de nuevo, no quería que albergase esperanzas respecto a ella, a pesar de que sabía que todo era su culpa –
estos días tengo que estudiar todo esto que me habéis pasado para ponerme al día.
- Bueno, no perderé la esperanza. Además, tu amiga y tú, necesitaréis un guía que os enseñe la ciudad, ¿no? Pronto será la noche de Brujas y me gustaría que conocieses
el hechizo de Edimburgo.
Ella ya conocía el hechizo de Edimburgo, de hecho lo llevaba corriendo por sus venas como una droga.
- Sí, bueno, lo pensaré – contestó girándose para irse – de momento solo tengo tiempo para esto – y señaló los papeles de que portaba en un su brazo – pero gracias de
todos modos, muy amable.
Salió por la puerta soltando un suspiro de alivio contenido en sus pulmones. Saber que nada había pasado entre ellos le supuso quitarse un peso de encima, y no
porque sintiese que se tenía que guardar para su Amo ni mucho menos, sino más bien por no estaba por la labor de dar falsas esperanzas a alguien por quien no sentía
nada.
Dejó la facultad, y cruzó la calle para acercarse irse a la residencia de estudiantes. Pero de repente, sintió un extraño estremecimiento que recorrió su cuerpo de arriba
abajo. M iró a su alrededor asustada, pero comprobó que no había nada más que estudiantes a su alrededor, nada extraño.
“Ayyy M arta, ya empiezas con cosas raras en la cabeza, el puto alcohol que todavía no se te ha ido del cuerpo…”, sacudió su cabeza para eliminar los
pensamientos extraños y siguió caminando.
Él estaba ensimismado mirándola. No lo pudo evitar. Después de lo que pasó la noche anterior hizo unas llamadas a M adrid y averiguó lo que ella hacía allí. Se
sentía como un puto adolescente yendo detrás de una chica. Pero es que era verla y perdía los sentidos.
“¿Esto es amor?” se preguntó a sí mismo, pero se sacudió esos extraños pensamientos de la cabeza y continuó su camino con la cabeza agachada. Hasta que sonó su
teléfono que lo sacó de su ensimismamiento.
- Joder, tío, siempre me llamas en los momentos más oportunos – contestó algo molesto.
- Si te fastidia que te llame a la una del mediodía es porque no estarás haciendo nada bueno – le contestó con sorna Declan al otro lado del teléfono.
- M ejor no te lo digo…— sonrió irónico sacudiendo levemente la cabeza – dime colega, ¿para qué soy bueno? ¿Necesitas que le dé algo a tu mujer que tú no puedes?
Porque yo encantado.
- Vete al carajo, capullo, si tocas a mi mujer, te corto los huevos por más amigo mío que seas – le contestó medio en broma medio en serio – Ahora en serio, ha llegado
una carta del tribunal. El lunes que viene tenemos que ir a declarar.
- Entonces, si me llamas es porque…déjame pensar, estás preocupado por Henar – Alec era totalmente consciente de los sentimientos que Declan albergaba por Henar,
y se preocupaba, en ocasiones demasiado por su chica, Henar no era tan débil, pero los instintos de protección de su amigo se despertaban en todo su esplendor, y
Alec, lo entendía. Intentando quitarle hierro a sus preocupaciones, le respondió como siempre – M ira, Declan, no sé cuántas veces tengo que repetirte que ella es una tía
fuerte, a lo mejor el que necesita un pañuelito para llorar eres tú, mi adorada damisela.
- Calla, gilipollas, porque eres mi mejor amigo, si no te habría colgado el teléfono – respondió con fastidio Declan, aunque de sobra se sabía las bromas del inefable
humorista de su amigo, las utilizaba para relajar el ambiente – te llamaba porque deberías mirar tu buzón, lo más seguro es que también haya una cartita para ti.
- Pues no he mirado el correo aún, pero seguro – se quedó pensativo un momento y preguntó sin más rodeos — ¿Estáis bien?
- M ira, amigo. Lo único que quiero es que todo este drama termine y hagamos nuestras vidas — se hizo otro silencio, pero esta vez en el otro lado de la línea – Sé de
sobra, que a pesar de tus impertinencias, que ella es fuerte – sonrió soltando un suspiro – Henar tiene la capacidad de asumir los problemas sin que creas que está mal,
pero yo sé que en cuanto todo esto acabe, volveré a ver el brillo que ahora mismo no tiene en sus preciosos ojos marrones. Y cuanto antes empiece el maldito juicio,
antes lo veré.
- ¡Qué asco dais con vuestro puto amor! Sois tan novelescos que me provocáis náuseas, de no ser porque eres mi amigo, te colgaría ahora mismo el teléfono – le
respondió con la misma broma que Declan antes.
- Habló el burro de orejas… — contestó Declan casi en un susurro que Alec escuchó perfectamente.
- Perdona yo…
- Tú, ¿qué? – le replicó Declan con sarcasmo – M ira cuando quieras hablar de lo tonto que eres, me avisas, pero no solo te he llamado por eso.
- Entonces, además de para insultarme, ¿Para qué me has llamado, amorrrrr?
- ¿Quieres saber quién es su abogado asesor de España?
- Sorpréndeme.
- Alejandro – tercer silencio, pero ésta vez en ambos lados, que no era sinónimo de sorpresa, sino más bien de confusión – ¿noto la misma reacción que tuve yo cuando
me enteré?
- ¿Alejandro Suárez? ¿Su supuesto novio? – preguntó Alec ofuscado — hay cosas que se escapan de mi entendimiento. Lo deja tirado y la defiende. Creo que me voy a
dejar humillar por una mujer, a ver si así consigo un polvo memorable.
- ¿El Amo Alec dejando su cuerpo a expensas de una mujer? El día que lo vean mis ojos me flagelo…
- Te voy a colgar antes de que te llegue la onda expansiva del puñetazo que te voy a dar a través de la línea telefónica.
Y le colgó el teléfono sin decir adiós, porque sabía que en menos de dos segundos se volvería a poner en contacto con él. Esta vez en forma de mensaje.
“¿Nos vemos, tomamos unas cervezas y planificamos la visita al juzgado?”
La respuesta de Alec no se hizo esperar.
“¿En el Elephant House en quince minutos?”
“Vale perfecto, pero ¿qué coño haces tú en la zona universitaria?”
“Mejor no te lo cuento…”
“No, mejor me lo cuentas en cuanto nos veamos”
“Te espero con dos Tennents en la mesa, hasta ahora…”
Se guardó el teléfono sin esperar la respuesta de Declan y se dirigió hacia la cafetería.
Se paró en la acera antes de cruzar la carretera, se giró, miró hacia donde ella se había marchado y suspiró.
“M i hechicera… mo draoidh”.
“Me estoy entregando
al fantasma del amor,
Y las sombras
dan el primer paso en devoción”
Bittersweet
Apocalyptica
Capítulo 6

Hay sentimientos que uno no puede controlar, y a Alec, los suyos, le estaban llevando a terrenos más profundos de los que él hubiera imaginado.
En el fondo tenía miedo de plantearse lo que realmente sentía y aferrarse a ello le daba un pavor espantoso, solo él sabía por qué.
Todos esos planteamientos se los hacía yendo camino al bar dónde había quedado con Declan, pero quedarían relegados en lo más hondo de su mente en cuanto
entrara por la puerta, o al menos, lo intentaría.
Abrió el portón marrón de entrada al famoso local, vio a Declan sentado en uno de los taburetes que daban a la pared, y se dirigió hacia él con una de sus letales
sonrisas que derritieron la ropa interior de más de una de las mujeres que estaban allí tranquilamente tomando su café.
- ¡Qué asco das! – le saludó Declan con un deje de humor.
- M e encantan tus recibimientos…yo también te quiero…te quiero ver atado por Henar y que te azote hasta que yo me parta de risa.
- Joder tío, es que quedar contigo, e ir con la fregona por detrás para recoger el rastro de babas que todas las tías van dejando al pasar su lado.
La carcajada de Alec se oyó por todo el establecimiento, y si ya antes, las mujeres miraban, al escuchar su risa, el lugar se convirtió en un derroche de hormonas
femeninas descontroladas que clamaban por su atención.
- ¿Ves a la pelirroja que está en la ventana? – preguntó Alec señalando sin disimulo a la chica – Acaba de tener un orgasmo con solo verte. Si Henar la ve, pon barro en el
centro de la cafetería, tendrás una pelea por la que pagaría cualquiera.
Esta vez la risa de Declan fue la que provocó el suspiro de las mujeres.
Así era siempre.
- Bueno, cuéntame todo – dijo Alec acercando uno de los taburetes libres y sentándose.
- Ha llegado una orden del juzgado para ir a declarar, otra vez – afirmó Declan con pesar – Espero que esta pesadilla acabe pronto y que podamos volver a nuestras
vidas.
- ¿Y lo de Alejandro? – preguntó Alec curioso – me has dejado alucinando, no pensé que, con todo lo que ha pasado, tendría ganas de acercarse a ella.
- M ira, no lo sé — Declan, se llevó la mano a la mejilla y se refregó en ella con preocupación – a lo mejor le ha pagado una pasta por el asesoramiento. Alejandro
pertenece a uno de los mejores bufetes de M adrid, yo qué sé…
- Y Henar, ¿ya lo sabe? — inquirió con inquietud Alec.
- Sabes que a mi chica ya no le puedo ocultar nada aunque quisiera – respondió mirando hacia la puerta de entrada, reaccionando como si hubiese saltado un alarma
emocional en su interior que adivinase que Henar entraba por la puerta – Con todo lo que ha pasado entre nosotros, me cortaría la mano derecha antes de no decirle las
cosas a la primera.
- Hablando de la reina de Roma…— dijo Alec girándose también hacia la puerta – ahí viene la mujer de tu vida, y casi de la mía, de no ser porque tuviste la suerte de que
ella se enamorase de ti.
Alec se levantó como un resorte de la silla y se acercó galante a Henar para darla la bienvenida.
- Hola, cielo – la dio un beso en la mejilla y varias mujeres suspiraron resignadas a su alrededor.
- Ahora mismo, soy la mujer más envidiada de todo Edimburgo – afirmó Henar en forma de saludo, solícita con Alec pero mirando con fervor a Declan.
- Si miras a ese petardo mientras me saludas, me pondré muy celoso — bromeó Alec tomando a Henar entre sus brazos y dándola un fuerte abrazo.
Declan se levantó de su asiento, se acercó a Henar para besarla, de una forma tan sutil, dulce y a la vez posesiva, que despertó todas las terminaciones nerviosas de
ella y se produjo ese halo irrespirable de atracción, que se producía siempre que estaban juntos.
- ¿Vamos a sentarnos antes de que necesitéis un hotel? – dijo Alec con sorna para intentar romperles el momento, pero sabía que eso era algo imposible entre ellos.
No les dio tiempo a responder, cuando unas risas desde el exterior llegaron a sus oídos. En ese instante, el imán que se había percibido entre Henar y Declan, se
activó por instinto en Alec. Su corazón empezó a martillearle en el pecho, su respiración más pesarosa. El aire se cargó de adrenalina, pero esta vez era la suya.
Alec se paró en seco mirando hacia la puerta. Henar y Declan, al ver su repentina reacción hicieron lo mismo, y entonces comprobaron por qué.
M arta entraba en el Elephant House acompañada de un grupo de chicas y chicos riendo desenfadadamente, y pudieron comprobar con sus propios ojos el respingo
de ella al encontrarse a Alec allí.
Si el aire estaba cargado de sensualidad con la llegada de Henar, M arta lo había transformado en irrespirable. Una electrizante aureola invisible se había situado en
torno a ellos dos. Los corazones de ambos latían desbocados. Se tocaban sin hacerlo, se besaban sin rozarse, estaban a punto de saltar el uno sobre el otro y llevar a
cabo sus más íntimas fantasías. Aquellas que recorrían sus mentes noche tras noche y que estaban solo eso, en sueños, expectantes y latentes. A la espera de un
chasquido de sus dedos, para romper con todo, salir de sus pensamientos y convertirse en hechos. Una burbuja les aisló de todo y, de repente, nadie estaba a su
alrededor, solo ellos, solo sus ojos enfrentándose a un deseo que ninguno deseaba controlar, una sensación que les mantenía atrapados en un mar de sensaciones infinitas
y que flotaban entre sus cuerpos. Era total y absoluta magia.
Habían pasado cuanto, ¿dos minutos desde la llegada de M arta? ¿Cinco? Parecían horas porque ninguno de los dos era capaz de quitar la mirada del otro. M arta en
la puerta y él, al fondo, tan cerca y tan lejos como su imaginación lo quiso en ese momento.
Un instante que Declan se encargó de romper.
- Ahora entiendo lo que hacías tú en la zona universitaria… – sus palabras le valieron un codazo en el estómago por parte de Henar, que entendía a la perfección lo que
estaba sucediendo en ese momento.
Las palabras de Declan provocaron el respingo de de Alec que, sin quererlo, deshizo el intercambio de miradas con ella. Le devolvió a su amigo una mirada furiosa
por haberle sacado de su particular trance.
- M e gustaría que tú vieses lo mismo que yo desde este lado, Alec — le dijo Henar tocándole el brazo compresiva – te recordaría algunas de las cosas que me dijiste
sobre Declan en su momento.
- No tiene nada que ver, querida amiga – respondió a la defensiva – esto no tiene nada que ver, sigamos con lo que habíamos venido a hablar – y se giró brusco de nuevo
para sentarse de espaldas a M arta.
- Ya, claro — replicó Henar con sorna – si no te importa, voy a saludar, yo sí reconozco que me hace ilusión encontrarme con M arta aquí.
Henar se alejó de los chicos para acercarse donde M arta que se había quedado parada en la puerta y con cara de decepción al comprobar que Alec, con solo una
mirada, la había vuelto a rechazar.
- M arta, cielo, ¿qué haces por Edimburgo? – Henar se acercó más a ella para darle dos besos.
M arta estaba en ese momento tan alterada que no era capaz de reaccionar a las palabras de Henar.
- Ho..hola Henar, esto…estoy haciendo un Postgrado aquí – agachó sus ojos al comprobar que Alec ya no la miraba, se revolvió sobre sí misma e intentó recuperar la
seguridad en sí misma que con el encuentro con su impertinente caballero escocés, se había volatilizado. Llevó su mano a la mejilla para intentar relajarse y continuó
hablando — ¿cómo estás? ¿Cómo os va todo? Ya veo que las cosas con Declan van sobre ruedas. Supe lo que pasó con Charo, ya lo siento – decía frase sobre frase
atropelladamente, de lo nerviosa que se había puesto, mientras le lanzaba miradas furtivas a Alec.
- Gracias cielo – Henar le tocó el brazo para intentar calmarla al comprobar su estado de nervios – todo acabará pronto con el tema de Charo, y así ese hombretón que
está allí y yo podremos retomar nuestras vidas.
- Ojalá, y que sea pronto – volvió a mirar a Alec y después le devolvió la mirada a Henar con una dulce sonrisa que derritió el alma del hombre que estaba a tan solo
unos metros más allá y que de vez en cuando la miraba de reojo para desesperación de Declan – Espero que nos podamos encontrar en Edimburgo alguna vez para
tomar algo.
- ¿Hasta cuando estás? – le preguntó Henar en un vano intento de ser discreta en sus averiguaciones.
- Si todo sale como espero, este semestre.
- Espero que todo salga como deseas, de veras – le animó Henar utilizando el doble sentido de lo que decía al darse cuenta de que no hacía más que mirar a Alec
disimuladamente – además vienes en una excelente época. Llámame, por favor, algún día y quedamos – abrió su bolso y le dio una tarjeta con su teléfono y se dispuso a
darle un abrazo para despedirse de ella cuando M arta se apartó.
- Un momento, que te hago una perdida y así grabas mi número – M arta sacó su teléfono y le hizo una llamada perdida al número de la tarjeta – ya está. Ahora sí, para
que no quede en un compromiso.
- No quedará, te lo aseguro – la miró arqueando las cejas para enfatizar bien su doble intención.
Se despidieron con un abrazo final y con una promesa dada. M ás para Henar, que tenía una idea rondándole la cabeza, pero primero quiso asegurarse de que no se
equivocaba en sus elucubraciones.
Se alejó de M arta al tiempo que ella se sentó con los amigos con los que había venido al local. Cogió una silla y se sentó de espaldas a Alec, mejor, porque el
ambiente estaba ya lo suficientemente cargado estando ambos en un mismo sitio, como para que encima lo tuviese de frente y no pudiese evitar mirarle una y otra vez
como una estúpida adolescente enamorada.
Y a pesar de eso, la electricidad fluía en el entorno. Eran como dos imanes que atraían el uno al otro sin remedio. Notaban la presencia del otro sin mirarse, los
movimientos inquietos en sus sillas de cada uno. Nunca antes habían sentido algo similar por alguien. Una irresistible atracción que les quitaba el aliento, pero que les
hacía sentir más vivos que nunca.
Conversaciones que se daban a su alrededor y que ellos no escuchaban, solo se buscaban.
- ¿Has escuchado Alec? – se dirigió directamente Declan a él, que se había percatado de su ausencia.
- Alec está a unos metros de aquí, cariño, no nos escucharía ni aunque le pusieras un altavoz en la oreja – contestó Henar irónica al percatarse también de lo mismo.
Alec les miró con falso desdén y les prestó la atención que sus amigos le reclamaban.
- Os he escuchado perfectamente, además seguramente que yo también tenga una citación del juzgado para acudir a declarar – giró por un segundo su cabeza para
observarla. Era innegable que no podía evitarlo.
- ¿Por qué no vas a saludarla? – le incitó Henar – seguro que le hace ilusión.
- A ver, Celestina, que ya la vi ayer y la saludé – se giró de nuevo pero esa vez sin disimulo – me pregunto qué coño hace ella aquí sola, ¿no ve que la puede pasar algo?
- Joder Alec, el protector. ¡Qué no es ninguna niña! ¡sabe cuidarse solita! Te recuerdo que vive en M adrid, una ciudad mucho más grande que esta. Y ha venido con una
amiga — replicó Henar provocándole todavía más.
- Sí claro, la loca esa – no tardó ni un segundo más en levantarse de su asiento y acercarse a ella, hostigado por las palabras de una embaucadora Henar.
- Déjale, no le provoques… — la sermoneó Declan.
- Necesita un empujoncito y además, se lo debemos.
- Alec no es como yo – Henar le miró interrogante – joder, nena. No es tan visceral.
- M e gusta mi hombre visceral – Henar se acercó peligrosamente a Declan incitándole.
- Nena…él es más sentimental.
- Será que tú eres un bloque de hielo, no te digo.
- Henar, va en serio, él tiene no sé qué rollos emocionales en su cabeza. No cederá a lo que sienta por esa chica, solo busca una Sumisa y ella busca otra cosa.
- Eso ya lo veremos…
Y ambos dirigieron sus miradas a los pasos de Alec.
- ¿No crees que es mejor que te sientes como una adulta en la silla? – actuar como un padre le valía como defensa a lo que en ese momento veían sus ojos, y es que
M arta estaba sentada a horcajadas apoyada en el respaldo de la silla, en una posición aparentemente inocente para el resto del mundo, pero de lo más insinuante para él.
M arta se giró y le miró a la cara desde abajo. Trató de ser fría, pero de poco le valió cuando le tuvo de frente. Respiró, se levantó y le plantó cara.
- Alec, no necesito un padre – le dijo casi susurrando para que solo él la oyese – busco otra cosa, cuando te decidas me avisas.
Se iba a dar la vuelta y volver a sentarse, pero Alec le agarró del codo y la retuvo.
- ¿Es que no ves que todos los hombres te miran?
- ¿Tú también?
- No digas idioteces, yo solo quiero protegerte.
- No necesito que me protejas, yo solo quiero una cosa y lo sabes – dijo ella enardecida
- Pues yo no te la puedo dar – la miró a los ojos y sin darse cuenta se acercó a sus labios, casi apenas se rozaban, pero en su mente ya se estaban comiendo los labios –
Eres una cría y no sabes lo que dices cuando hablas de eso. Te crees que porque trabajas en el Darkness sabes de lo que hablas, pero haber ido a una fiesta con famosos,
todo es glamuroso y divertido, pero no entiendes que eso es mucho más.
- Lo llamas eso como si te diese vergüenza reconocer lo que haces – Alec la miró desconcertado – porque a mí ninguna…
- No es vergüenza, niña, es discreción, cosa que por lo que veo tú no sabes lo que es – en su cara mostraba enfado, pero lo que en el fondo contenía su gesto era una
increíble contención, hasta casi miedo, pavor a lo que estaba sintiendo en ese momento.
- M ira guapo, por si no lo sabías te lo explico, antes de conocerte ya tenía vida y todo, y te puedo asegurar que conozco tu mundo mejor de lo que crees.
Alec no pudo evitar sentir una punzada de celos al escucharla, ¿qué ya conocía el mundo del BDSM antes de conocerla? Tragó saliva para aguantar la rabia que de
repente le sobrevino, la bilis se le subió a la garganta, sus ojos estaban encendidos en una mezcla de deseo incontrolado y furia desmedida. La acercó más a él en actitud
posesiva. El Amo de repente salió a la luz, pero también algo que no supo reconocer, el alma, o tal vez, no se paró a pensarlo. Abrió un poco la boca, pegó sus labios a
los de ella y la mordió el labio inferior. M arta podía sentir los dientes de Alec en su carne y su lengua rozándoselos. Un mordisco delirante que despertó un deseo
desbordante en ella. Cerró los ojos y solo pudo sentir. El roce llegaba a fibras más sensibles de su cuerpo, más allá de la boca. Alec tiraba despacio y ella se limitó a
disfrutar ese leve dolor que le causó un instintivo placer. Un suave gemido se escapó de su boca y las llamas prendieron en sus entrañas.
Alec abrió los ojos, que sin darse cuenta tenía cerrados y la miró. Sus miradas se encontraron y se vio reflejado en los ojos de ella. Se asustó y súbitamente la soltó.
Se recompuso como pudo, carraspeando, se puso la mano en la frente y miró a su alrededor para comprobar cómo todo el mundo les miraba expectantes,
impresionados por lo acababan de ver, y no era el espectáculo en sí, fue lo que sin querer habrían desprendido en torno a ellos. Por cómo la gente les miraba, no pudo
evitar sino sentir otra cosa que vergüenza. Estaba a punto de darse la vuelta e irse, cuando esa vez fue ella quién le retuvo.
- ¿Hablabas de esta discreción? — preguntó M arta con ironía.
Alec negó con la cabeza dándose la vuelta y se alejó hacia sus amigos, dejándola plantada.
- ¿Podemos ir a hablar a otro sitio? – Pidió Alec sin mirarles mientras recogía su abrigo.
- ¿Qué coño ha sido eso? – preguntó Declan atónito por lo que acababa de presenciar.
- Nada — contestó Alec intentando no reflejar lo que estaba sintiendo en ese instante
- Hostias, Alec, ¿me tomas el pelo? Eso ha sido…
- ¡Vámonos ya, joder! – tiró de su abrigo tan fuerte que el taburete se tambaleó y casi cae al suelo.
Alec se apresuró hacia la puerta dejando a sus amigos atrás, mientras Declan y Henar se miraban el uno al otro desconcertados. M arta, desde su distancia también lo
miraba perpleja, pero consciente de que le estaba ganando una batalla. Se sentó con sus compañeros que la miraban interrogantes. Preguntas que ella no iba a responder.
- Dime que has sentido eso – dijo Declan a Henar todavía conmocionado.
- El qué, ¿la tensión sexual? ¿La atracción? La sensación de que el resto de los que estábamos aquí ¿sobrábamos? – respondió ella admitiendo lo que había percibido.
- Nena, era algo más, era conexión pura — la agarró de la mano y tiró de ella para alcanzar a Alec en la calle – todavía no lo entiendes, porque llevas poco tiempo en
esto, pero ¿recuerdas lo que sentiste cuando viste en el columpio a aquella pareja en la fiesta del Torture Garden?
Ella asintió perpleja.
- Pues, era eso elevado a la enésima potencia – se paró en la puerta y le agarró los hombros con la devoción que siempre le caracterizaba hacia ella – pero no entiendo
por qué se lo niega. Si Alec no es capaz de ver lo que una cafetería llena de gente ha percibido, es porque hay algo más, no es tan estúpido.
- Pues habrá que ayudarlo, se lo debemos – contestó Henar arqueando las cejas risueña.
- ¡Vais a tardar mucho en daros un puto arrumaco! ¡hace frío!— las palabras de Alec apremiándoles desde el exterior les puso en guardia y salieron del local.
- Ay chico que sensible estás, cualquiera diría que has visto un ángel.
- ¡Que te den, Deco! Ahora vamos a mi apartamento y veamos si yo tengo la citación, porque si esto es en unos días, tendremos que preparar nuestra declaración para
dejar entre rejas durante muchos años a la zorra de Charo – estaba claro que estaba eludiendo totalmente lo que había sucedido dentro del Elephant House, y sus amigos
le darían una tregua, pero no demasiado larga.
- Lo que no logro comprender es la intervención de Alejandro en todo esto – manifestó Henar desconcertada.
- Yo tampoco, pero bueno, quién sabe, a lo mejor le ha pagado una buena suma por el asesoramiento legal a sus abogados escoceses, él cree conocerla muy bien y eso es
un punto a su favor para poder reducir la condena – alegó Declan, sabedor de la situación que rodeaba a Charo.
- No sé, quién sabe – pensó Henar en alto – no me preocupa que esté rodeada de un buen equipo legal, sé dónde va a acabar. Lo que me preocupa – se quedó parada
entre los dos y lanzó un fuerte suspiro – es la repercusión pública que ella le quiere dar a todo esto, buscando notoriedad y con ello airear nuestras vidas. No me gusta,
no quiero que nadie sepa nada de mí.
- Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que eso no suceda, ¿de acuerdo, cielo? – Alec la miró mostrando todo el cariño que sentía por ella. La acarició la
mejilla y la sonrió.
- ¡Quitaaaaaaaaaaaaa, que es mi mujer!!!!!! – bromeó Declan dándole un suave empujón con la mano – eso se lo debo de decir yo, tú ya tienes a la de la cafetería para ti
solo, y ya sabes que yo no comparto.
- Serás gilipollas…
Henar les tomó a los dos por el brazo y los tres comenzaron a andar riéndose a carcajadas, mientras M arta les observaba a través del cristal de la cafetería, con una
idea rondándole en su cabeza.
“Yo voy a exponer todos mis secretos
Todos mis secretos expuestos”
S ecret
One Republic
Capítulo 7

Comisaría Central de la policía de Edimburgo en Fettes Avenue, días después…


M arta no volvió a ver a Alec, no podía evitarlo, pero le echaba de menos. Estaban en la misma ciudad, tan lejos y tan cerca, a la vez. Se moría por volver a tocarle.
Estaba en la sala de espera de la comisaría esperando a que la llamasen a declarar, no entendía por qué, ella apenas conocía a Charo. Solo de algunos encuentros en el
Darkness en M adrid y de la noche de la fiesta del Torture Garden, que le aconsejó que se apartara de Alec, consejo al que, por supuesto no le hizo el menor caso, y
menos a ella. Había algo en Charo que nunca le gustó, y por lo visto no se equivocó.
Recibió la citación en casa de su abuela, a la que casi le dio un infarto cuando M arta le explicó de qué se trataba.
- Hija, ¿qué me dices? – preguntó la abuela alarmada — ¿Conoces a una asesina? ¿De qué la conoces? ¿Con qué clase de gente te relacionas? Porque eso no es como
conocer al panadero de la esquina que ha engañado a su mujer con otra y mira la que se ha liado.
- Ayyy, abu – la cortó antes de que se enrollase con la historia del bendito panadero y al final no pudiese ni siquiera explicarse sino que la dejó aún más alarmada – es
clienta del bar dónde trabajo y por lo visto nos entrevistan a todo el mundo que la ha visto alguna vez, pero eso no significa que la conozca.
- No debí haberte dejado ir a ese país, están todos locos.
- Abu, Charo es española, pero el delito lo cometió aquí y como yo estoy aquí, pues quieren hablar conmigo, pero probablemente me habrían buscado en M adrid
también.
- M ás motivos para no dejarte ir – le replicó Regina – esas personas no son buenas para ti.
- Abuelaaaaaaa – esa era otra razón por la que quiso poner tierra y mar por medio. Alejarse un tiempo de la influencia de Regina era también bueno para su salud mental
– no sigas por ahí.
- ¿M arta Santiago?
La llamada de uno de los agentes de policía escoceses la sacó de los recuerdos de la llamada del día anterior de su abuela.
- La esperan para declarar. Diríjase a la sala 3 – le indicó el agente con la mano.
Se levantó de su asiento para dirigirse a la sala de interrogatorios cuando otra voz, esta vez mucho más conocida la detuvo.
- ¿Qué coño haces aquí? – preguntó un Alec asustado.
- ¿Qué pasa que cada vez que nos vemos solo sabes preguntarme eso? – M arta se encaró a él. Ese día no estaba para aguantar otro sermón más. No quería una madre, ya
tenía a su abuela, no quería un padre, de él buscaba algo y no paternal precisamente – me han llamado para declarar sobre Charo.
- ¿A ti? ¿Por qué? – ni se molestó es responder a la pregunta de ella. La sujetó del codo al ver que ella se daba la vuelta para avanzar — ¿has traído un abogado?
- No necesita abogado – respondió una voz a sus espaldas — solamente queremos que nos hable de Charo. Y si necesita que alguien la apoye, yo la puedo asesorar.
Ambos se giraron en dirección a la persona que había hablado y Alec le miró con absoluto desprecio.
- ¿Apoyar tú, Alejandro? ¿Tú que estás defendiendo a una loca asesina?
- No lo entenderías ni aunque te lo pusieran grabado en la frente, Alec – respondió el abogado a la defensiva – ella se merece tener una buena defensa. Lo que hizo
estuvo mal, pero no es una mala persona.
- Te la follaste, Alejandro, pero qué poco la conoces – giró la cabeza en dirección a M arta, a la cual seguía sujetando en un acto de firme posesión – y a ti, te acompaño,
tú no vas sola.
- No puedes acompañarla, no eres abogado.
M arta les miraba a uno y a otro, comprobando la tensión que había en el ambiente como en una inusitada lucha de machos cabríos.
- No soy su abogado, pero soy su…
- Eso Alec, ¿tú qué eres? – le cortó M arta intencionadamente y le miró a los ojos, algo que convirtió la pelea de machos en una contienda entre ellos dos, donde el
ambiente de repente se cargó de otra cosa diferente a la furia. Entonces M arta percibió el contacto de Alec en ella. De sus dedos apretando, no con fuerza, sino más bien
marcando territorio. No se había percatado al principio, pero sin darse cuenta, se había acercado cada vez más y más a él y casi se rozaban, casi, pero Alec, se revolvió
sobre sí mismo y la soltó como si ella fuese un clavo ardiendo, dejándola desprotegida.
- Amigo, soy su amigo – M arta le miró sorprendida arqueando las cejas hacía arriba – y la voy a acompañar.
Se giraba para seguir los pasos de M arta, pero el abogado le frenó.
- Ahí dentro tiene que entrar sola o acompañada por un abogado, y me temo que tú no cumples ese requisito – le dijo con sarcasmo – ven M arta, te acompañaré. Eres
testigo de la defensa y es mi responsabilidad.
Alejandro tomó el brazo de M arta, mano de la que ella se soltó mirando de reojo a Alec, y ambos se dirigieron a la sala de interrogatorios.
M arta estuvo dentro casi una hora, tiempo que a Alec se le hizo eterno. Estaba por entrar y lanzar tres maldiciones escocesas al abogado, una por ser el abogado
asesor de Charo, otra por idiota y la última por mezclar a su hechicera en ese embrollo, que ni le iba ni le venía.
Su niña…
Cuando la vio aparecer por la puerta de nuevo, soltó todo el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta. Un resoplido que sonó bastante fuerte, porque
M arta, que salía con la cabeza agachada, le miró.
Alec se levantó de la silla y fue donde ella.
- ¿Todo bien? ¿Estás bien? – la tocó la mejilla derecha con la mano y M arta se derritió como la mantequilla, ya empezaba otra vez con sus malditas y confusas
atenciones. Era agotador.
- No puedo hablar de lo que me han preguntado, pero no te preocupes, no puedo decir nada en contra ni a favor de ella, no la conozco tan bien – la mano de Alec la
acariciaba lentamente y con una suavidad tal, que por un segundo se olvidó dónde se encontraban – Alec, creo que tú y yo debemos hablar de esto.
- ¿De qué? – preguntó Alec casi ignorando lo que decía mientras la miraba con fascinación y su mano seguía tocándola.
- De nosotros Alec, quiero proponerte algo.
- ¿Qué quieres proponerme, niña? – la miraba con ternura, con media sonrisa puesta en su cara, no podía evitarlo.
- Esta noche, los dos, podemos quedar en algún sitio y hablamos de ello.
Tenía que quitarle esa idea de la cabeza. quería que entendiese que ese estilo de vida no era para ella. Era dulce, bella, era su hechicera. Quiso asustarla un poco y así
apartarla de su mundo, así que le propuso algo todavía con la mano en su mejilla.
- ¿Conoces la Maison de Debauch?
- No, ¿qué es? – contestó M arta con curiosidad.
- Es un conocido Club de BDSM aquí en Edimburgo – quitó la mano de su mejilla y la miró con sus ojos oscurecidos por una extraña mezcla de deseo y enfado – ve allí
esta noche, en la entrada solo tienes que decir M arilyn — metió la mano en su bolsillo, cogió la cartera y de ella sacó una pequeña tarjeta en forma de diamante color
púrpura y se la dio – ella es una de las Dominatrix residentes, te acompañará hasta que yo llegue y así vas conociendo un poco el local.
- ¿Es una especie de visita guiada? – dijo bromeando.
- Sí, por decirlo así, sí – se le quedó mirando con las manos dentro de los bolsillos – lo único que no debes hacer, es separarte de ella. No lo hagas. Si ven que estás con
ella, nadie se acercará a ti.
- No te preocupes, no me van a comer, sé de qué va esto mejor de lo que crees.
- Lo dudo – la respuesta irónica de Alec hizo que M arta alzase su ceja derecha interrogante.
La tocó de nuevo la mejilla de esa forma que solo M arta podía percibir. Su tacto, su olor, todo se conjugaba en ese toque. No había nada en el mundo más sensual
que el roce de los dedos de Alec en su cara, pero tampoco existía una sensación tan grande de dominación sobre ella. Agachó la cabeza y puso sus labios la altura de los
de ella. Sus miradas se conjugaron en una sola y entonces sucedió de nuevo, no hacían falta palabras. Esa sensación que solo sucedía cuando estaban juntos. Necesidad,
lujuria, ansiedad, deseo, un todo en uno. Pero había algo más, algo que les costaba dilucidar, era algo más profundo.
No le pidió permiso, porque ya sabía lo que M arta quería. La besó, sin más. Pero no fue un beso salvaje, ni profundo. Solo una breve caricia de sus labios, lo justo
para que se uniesen, para que les costase despegarse el uno del otro. Y se quedaron ahí, mirándose a los ojos, sus labios unidos y solo ellos, sin nadie más alrededor.
- ¿Solo sabes hacerle eso? – la pregunta de Alejandro cortó el momento.
Se separaron el uno del otro como si sus cuerpos quemasen y Alec le miró con desprecio.
- Es mejor que te calles, Alejandro – soltó a M arta y sonrió – nos vemos esta noche.
Y con una fugaz caricia en el brazo izquierdo que a M arta le hizo temblar se despidió y entró Alec a declarar. No sin antes acercarse al abogado y susurrarle una
amenaza.
- Si le pones una mano encima, te las verás conmigo.
- ¿A qué le temes, Alec? – se miraban fijamente a la cara con furia en los ojos – Si fuese mía, ya la habría mostrado lo que es ser un verdadero Amo.
Alec se acercó más a él y levantó el puño para intimidarle, lo que hizo que M arta se sobresaltara.
- No me tientes, Alejandro, no me conoces – Alec se giró y en dos zancadas se alejó de ellos.
M arta también se dio la media vuelta para marcharse cuando Alejandro la detuvo sujetándole del codo.
- M arta, si lo que buscas es un Amo, Alec no es el adecuado para ti – miró a M arta con una media sonrisa atronadora pero que contenía destellos de malicia – conozco a
alguien que te puede enseñar este mundo.
- ¿Por qué os empeñáis todos en creer que yo no conozco este mundo? – M arta negó con la cabeza y continuó — ¿por qué creéis que soy una chiquilla inocente?
Se soltó de su agarre y se fue indignada. Todos eran unos estúpidos, incluido su adorado Amo, todos pensaban que era cándida e ingenua. Ninguno la conocía en
realidad.
Se dirigió a la residencia de estudiantes cabreada. Estaba más que harta de sentirse como una niña al lado de los “supuestos expertos” en el arte de la dominación y
sumisión erótica. Pero además, lo que ninguno entendía, es que ella buscaba en ello algo más que un Amo. Buscaba su alma gemela, porque solo a esa persona le podría
dar todo lo que le pidiese.
Centrada en sus pensamientos, no se fijó que alguien se ponía a su altura. Por lo que cuando le habló, se asustó.
- Hola española – Dan le ofreció una preciosa sonrisa al saludarla, que desapareció en cuanto vio la cara de M arta – Disculpa si te asusté.
M arta se vio obligada a cambiar la cara al verle, no se merecía su mal genio actual.
- Hola escocés – una pequeña sonrisa que no le llegaba a los ojos disimuló su verdadero estado de ánimo verdadero.
- ¿Te vienes esta noche al Why Not con nosotros? – preguntó esperanzado por volver a estar con ella a solas.
El Why Not era un conocido night club para los estudiantes donde sentados en grandes sillones de piel te servían exclusivas copas. A M arta le apetecía, pero cuando
recordó su cita nocturna, declinó la oferta de Dan, sería en otro momento, tal vez acompañada de su Amo, nadie lo sabía.
- Sería genial, Dan – el chico no pudo evitar su cara de decepción – hoy tengo un compromiso ineludible. Tendrá que ser en otro momento.
- ¿Acabas de llegar y ya tienes compromisos en Edimburgo? – la sombra de los celos se cernía sobre la pregunta, pero la vergüenza se apoderó de sus palabras en cuanto
las pronunció – perdona mi indiscreción M arta, es que se me ha extrañado. Supongo…
- No te preocupes, Dan – M arta le miró con pena disimulada con su espectacular sonrisa – te prometo que la próxima vez iré.
- Te tomo la palabra entonces – la miró con la esperanza reflejada en su rostro – te dejo, que tengo que corregir algunos ejercicios de los alumnos antes de salir – se iba
alejando en su despedida – pero no te olvides de nuestro compromiso, ¿de acuerdo?
- No lo haré, te lo prometo – se despidió M arta alzando la voz dado que él ya se alejaba.
Le despidió con la mano y siguió su camino. De repente se dio cuenta de que podría estar dando Dan falsas ilusiones y eso no se lo podía permitir, entre otras
cosas, porque su corazón ya estaba más que ocupado, y porque tenía claro, que aunque fuese un cielo de chico, Dan no le podría dar lo que ella necesitaba, y eso era
algo que solo alguien como Alec podía proporcionárselo.
Por un segundo vino a su mente todo lo que podría pasar con él esa noche en el club, y se le erizó el pelo de la nuca. Podía saborear todos y cada uno de esos
instantes con él y eso que todavía no los había vivido. Deseaba con ansiedad que él la poseyera de una buena vez, luego, a lo mejor se le pasaría ese desasosiego por él,
o tal vez no. De momento solo tenía claro que había algo a medias entre los dos y que debían solucionarlo. Si él se atrevía claro.
Esa noche, a lo mejor, tendría respuestas a sus preguntas.
Continuó andando y metió las manos en los bolsillos de la chaqueta. En el derecho, había guardado la tarjeta en forma de diamante, sonrió y la acarició con
esperanza.
“Esta noche serás mío”.
“Pero no puedo dejar de
Pensar .. pensar en nosotros”
Can´t Stop
One Republic
Capítulo 8

Paredes oscuras, taburetes tapizados en rojo, gemidos, personas que la miraban, más gritos, súplicas, luz tenue y una mujer que la llevaba del brazo.
Una mezcla de miedo y curiosidad se apoderó de ella. No había rastro de Alec por ningún lado, y no llevar un collar de sumisa alrededor de su cuello le producía una
enorme inseguridad. Hombres y mujeres la observaban con curiosidad y deseo. Se tocó el cuello, tragó saliva inquieta. ¿Dónde estaba él? Pero no, intentó calmarse,
porque la idea de que él la viese en ese estado, implicaría que había ganado una batalla a su favor.
Era complicado estar en esa posición, si lo pensaba desde esa perspectiva, en el Darkness siempre era la camarera que podía observar a los clientes y tomar a uno
por una noche. Había estado en otros clubs de BDSM , pero ninguno como este. Ninguno tan extravagante y obsceno.
M arilyn la sujetaba firmemente de su brazo en señal de protección, pero sabía que en el fondo estaba sola, y cualquier Amo podría intentar reclamarla. Sería un
panorama difícil de asumir, teniendo en cuenta que ella solo quería pertenecer a uno y no estaba allí en ese instante.
Atravesaron juntas el recinto lleno de estrechos pasillos y habitaciones cerradas hasta llegar a un pequeño salón central. El estilo gótico que mostraba daba sentido a
todo lo que estaba pasando por su cabeza cuando entró. Paredes envejecidas, cortinas rojas, candelabros pintorescos con formas fálicas y un sinfín de objetos sexuales y
de sadomasoquismo inundaban el entorno. Instrumentos quirúrgicos asomaban de los cajones utilizados como armas de dolor. Dildos de todas formas y colores, palas,
fustas, cuerdas…
Giró a su alrededor y se envolvió de todo ello con pavor. ¿Qué buscaba Alec mostrándole eso? ¿Asustarla? Él no haría nada que la asustase, ¿o sí?
- Hay Amos a los que les gusta lo más duro, niña – le soltó con franqueza Lady M arilyn antes de soltarla y dejarla sola en la habitación.
Pero sus dudas se disiparon al sentir su presencia. Entonces su inseguridad se transformó en anhelo, en paz interior, necesidad y algo más que no supo describir.
No, entre ellos había más.
Se tocó de nuevo el cuello para recordar el motivo por el que realmente estaba allí.
- ¿Te sientes capaz de probar todo lo que ves? – le dijo con voz sensual a sus espaldas.
Se iba a dar la media vuelta, pero él se lo prohibió.
- No, no, no…— la sujetó de los hombros firmemente, acercó la boca al lóbulo de su oreja y le lanzó un suave soplido de aire que le provocó un temblor — ¿qué buscas
aquí? Dime qué es lo que realmente buscas y yo te daré las respuestas que necesitas.
M arta se quedó pensando la respuesta, porque tenía la sensación de que no le iban a gustar sus respuestas, así que sin enrollarse en exceso le dijo qué era lo que
buscaba exactamente.
- Busco a mi Amo – tomó aire para continuar, porque con tan solo sentir su tacto, le hacía tener sensaciones difíciles de procesar – la única persona que puede obtener
de mí todo lo que deseo, la única que me hace sentir y necesitar esto – y señaló a su alrededor mostrando todo la habitación.
- ¿Y no crees que eres una cría para saber lo que realmente deseas? – Alec la quería provocar, pero no sabía hacerlo sin provocarse así mismo.
- No soy tan inocente como tú crees, Amo – y se giró sobre sí misma para enfrentarse a él cara a cara.
- ¿Estás segura de lo que dices? – Alec la miraba con furia. El deseo estaba flotando en el ambiente. M arta lo podía leer perfectamente en sus ojos, completamente
oscurecidos, anhelantes.
- Estoy segura, y si no lo puedes ver, es porque la venda que tienes ahora mismo, no te permite vislumbrar lo que siento, lo que necesito.
- ¿Y qué crees que es lo que realmente necesitas, hechicera? – las palabras le salían solas, no podía contenerlas, no lo podía evitar, como tampoco podía evitar acercarse
cada vez más a ella hasta que sus respiraciones eran prácticamente solo una. Él amagó un acercamiento a sus labios, pero se echó a atrás en el último segundo.
M arta le provocó de nuevo acercando sus labios a su cuello, soltando su aliento lo justo para que el miembro de Alec se sacudiese. Ella tuvo que apretar sus
muslos para contener el deseo que lloraba entre sus piernas.
Sabían lo que venía a continuación.
- ¿Tienes una palabra de seguridad? – preguntó Alec probándola.
- Siempre la he tenido – Alec la miró celoso de saber que ya la pudo haber utilizado antes.
- ¿Cuál es?
Por algún motivo ella lo pensó dos veces antes de decirla, por algún motivo sabía que él se extrañaría.
- Amor.
Tal y como ella dedujo, así fue, Alec la miró extrañado y pensativo.
- ¿Amor?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque es una palabra que se debería de utilizar cuando se sienta de verdad, no a la ligera.
- Buena apreciación – eso le recordó las palabras de alguien a quien conoció años atrás.
La llevó junto a la cruz de San Andrés que había en una pared del fondo y la pegó a ella sin atarla, tan solo simuló hacerlo. Suavemente tomó su brazo derecho y lo
fue subiendo hasta que lo dejó a la altura de las esposas de cuero.
- No te muevas – le susurró al oído.
Cogió el otro brazo y repitió la operación dejándolo también suspendido en el aire junto a las esposas. Después, con ambas manos, fue bajando por sus cuerpo,
tocándola insinuadamente pero sin llegar a rozar sus partes más sensibles. Se acercó a las cumbres de sus pechos, pero no los tocó, M arta gimió, pasó sus manos por el
abdomen y bajó a la pelvis y ella volvió a gemir. Se quedó alucinado de saber que si estando ella vestida, le provocaba esas sensaciones, se moría por volver a ver cómo
reaccionaría tocando su cuerpo totalmente desnuda, sin corpiños, ni nada que ocultase su piel. La quería totalmente desnuda ante él.
- Dime la verdad M arta, ¿qué es lo que quieres? – le preguntó a la vez que se puso a la altura de su monte de Venus y suspiró.
- Un Amo – contestó ella segura.
- ¿Y cómo sabes que yo soy el adecuado?
- Porque eres imperfecto para mí.
Y Alec sonrió por la forma en que ella lo dijo.
- No lo sé, lo tengo que pensar — y le dio un beso en la pelvis que hizo que ella se retorciese levemente – yo te propongo algo más, pero no te tienes que mover.
M arta se alertó al imaginar su propuesta, porque algo más podría significar tener además una relación con él, y eso sería la mejor noticia que le podría dar, pero con
él, nunca se sabía.
- ¿Y qué me propones? – le miró desde su posición, viendo como él alzaba una ceja, mientras levantaba un poco el bajo de su camiseta y le soplaba en el ombligo,
provocando un nuevo gemido en ella.
- Shhhh, quieta, hechicera – con su lengua lamió la piel expuesta mientras M arta contenía su placer.
- Te propongo esto – de su bolsillo extrajo un collar de iniciación de Sumisa, uno estrecho, como marcaban las reglas del BDSM , eso significaba algo y M arta no pudo
evitar reaccionar.
- ¿Eso significa que serás mi maestro? – una mezcla de esperanza y decepción se juntaban en su mente, ella quería algo más que sus lecciones, pero por algo tenía que
empezar.
- Esto significa que podría serlo – le dijo mostrándole el collar – si aceptas mis normas.
Un movimiento dentro de la sala les alertó de la presencia de una tercera persona en ella.
- ¿De veras crees que él te puede dar todo lo que necesitas, pequeña Sumisa?
Alec se incorporó para darse la media vuelta y encontrarse con la cara de Alejandro de frente, acompañado de Anice.
- M íralo, es un cobarde – Alec cerró los puños a sus costados porque estaba a punto de estampar su bonita cara contra la pared – nunca serás suya M arta, nunca te
permitirá entrar en nuestro mundo.
No le dio tiempo a bajar los brazos cuando vio cómo el puño de Alec volaba en dirección del abogado. Ni Anice pudo pararle.
Alejandro acabó en el suelo con su mano limpiando los restos de sangre que le salían del labio, Alec se fue sin mirar lo que dejaba atrás.
- No le sigas chiquilla, él siempre huirá – dijo Anice al ver que M arta se disponía a salir a tras él.
- No lo sabes, no le conoces.
- Tú tampoco.
- Te hará daño y luego te arrepentirás – señaló Alejandro mientras se levantaba del suelo — ¿por qué te empeñas en algo que nunca va a suceder? Él nunca te va a dar lo
que necesitas.
- ¿Y lo vas a hacer tú, Alejandro? – rebatió ella con ironía.
- Tal vez – Alejandro se acercó a ella mirándola a los ojos y la acarició la mejilla con los dedos que tenía manchados de sangre.
M arta le miró asqueada y se fue en dirección a la salida, donde se quedó parada por un momento y miró hacia atrás, al suelo, donde se había quedado el collar de
Sumisa tirado cuando Alec pegó al abogado. Retrocedió, lo cogió y salió corriendo.
Bajó las escaleras atropelladamente aterrada de pensar que tal vez él ya habría desaparecido. Pero se llevó una sorpresa al salir por la puerta cuando se lo encontró
apoyado en la verja de entrada. Sinceramente, no se lo esperaba.
- Lo siento – manifestó apesadumbrado – nunca suelo reaccionar así – y menos con ella delante – no soy de meterme en peleas callejeras, pero te juro que Alejandro me
saca de mis casillas. Es un…
- No pasa nada – M arta se acercó a él, elevó su mirada a su altura y le dio un breve beso en los labios – pero la próxima vez procura no dejarme tirada a las primeras de
cambio.
- No habrá próxima vez – ella le miró sorprendida, se llevó las manos a la cabeza mientras negaba – él tiene razón, soy un cobarde. Yo no puedo arrastrarte a este tipo
de vida.
- ¿A este tipo de vida? – le miró confusa — ¿pero qué concepción tienes de esto, tú? ¿Acaso piensas que es depravado? ¿Tú?
- No se trata de eso — Alec se apartó de ella y empezó a andar de un lado a otro agobiado – no pienso que este estilo de vida sea depravado, ni mucho menos por dios,
no soy tan arcaico — se acercó de nuevo a ella y la miró con ternura, le acarició el rostro y no pudo evitar las ganas de besarla de nuevo, pero se las contuvo – mírate,
eres una niña, apenas has vivido y yo, yo sería un puto egoísta si te arrastrara a mí.
- ¿Arrastrarme? – ahora estaba atónita —¿Y dices que no eres arcaico? Pero, ¿de qué maldita cueva has salido?
Se disponía darse la media vuelta y salir corriendo, cuando Alec la sujetó del brazo. Y eso, solo eso bastó para que la electricidad que siempre emergía entre ellos
volviese en forma de descarga brutal. Era algo inaudito para ambos. Nunca antes habían sentido por nadie lo que estaban sintiendo en ese instante. Ninguno lograba
entender ese sentimiento que se les escapaba de las manos. Podían tocar el cielo cada vez que se miraban. ¿Qué les estaba pasando?
M arta suspiró mientas Alec gruñía con desesperación. Era como no quisiera ceder a esa emoción que emergía cada que estaba a su lado.
- Dime que esto que está pasando ahora mismo no lo sientes, Alec — le rogó M arta en un susurro – ríndete ya, como yo lo estoy haciendo.
Se quedó pensativo, bajó la mirada al suelo y después la llevó al cielo. Suspiró y volvió a mirarla a ella con cara de derrota.
- Tienes razón, pequeña, es mejor que me rinda – M arta le miró con gesto confuso – esto no puede ser, no puede. Él tiene razón, no soy para ti.
No le dio tiempo a replicar. De nuevo la dejaba tirada y se prohibía lo que estaba claro que ambos sentían.
“¿Por qué?” se preguntaba ella.
Alec huía calle adelante apesadumbrado, no iba a mirar atrás, no debía hacerlo, pero en un impulso inexplicable, lo hizo, se dio la vuelta y la miró.
“Por última vez” se dijo así mismo.
No podía permitirse esos sentimientos hacia ella. No debía, eso era un lujo para él. Alguien en la vida se lo enseñó perfectamente. Ella no cabía en su modo de vida,
era una niña que debía vivir, no atarse a un hombre maduro como él que no podía ofrecerle nada de lo que ella acabaría necesitando.
- ¡Alec, espera! – le gritó ella mientras veía que se alejaba – por favor…— su último ruego casi le partió el alma, pero se contuvo, una vez más, lo hizo.
“¿Qué haces tú con una niña?, ¿La harás feliz?" otra reflexión más que se hizo así mismo y que le convenció para no echarse atrás.
- ¡Alec! Recuerda mi proposición, porque yo no olvidaré la tuya…
Sus palabras quedaron en el aire, como el trato que estaban a punto de iniciar. M iró a M arta por última vez y comprobó que llevaba en su mano derecha el collar de
iniciación que estuvo a punto de ofrecerle. Se tentó de ir a quitárselo porque era un collar que para él tenía mucho valor sentimental, pero sabía que si retrocedía, sería
para quedarse, así que optó por no hacerlo. Lo perdería, pero daba igual, ya se sentía perdido y no era por el collar.
Se dio la vuelta y siguió calle adelante tratando de no escuchar los gritos de M arta, tratando de no escuchar lo que su propio interior le decía. No quería escuchar
nada. Se iba para no volver a verla más.
M arta se quedó parada en el mismo lugar que lo encontró. Las lágrimas empezaron a hacer aparición en sus ojos. No lograba entender nada. Lo tenía a sus pies, y
unas simples palabras absurdas de alguien como Alejandro lo echaron todo por la borda.
Levantó su mano izquierda para observar el collar de cuero viejo que Alec le estaba ofreciendo. Lo miró con pesar. Y entonces vio algo que había escrito en el
interior del collar y que antes no había logrado percibir. Cogió el collar con ambas manos y lo tocó. Estaba claro que era un collar que tenía muchos años, usado, con
tachuelas de plata incrustadas en el exterior y cierre en plata en forma de clip, para ser quitado con facilidad. Lo acarició y le dio la vuelta para leer la dedicatoria que
había en el reverso. Estaba algo borrosa por el uso, pero pudo descifrar el mensaje.
“Tú eres mi hechicera”, firmado con una A mayúscula y algo más que no pudo descifrar.
- Así me llama, a mí, hechicera – pensó en alto alucinada por lo que acababa de leer.
Se llevó las manos a la cabeza y resopló. No entendía nada. ¿Hubo otra mujer en su vida?, ¿le hizo tanto daño que por eso estaba tan cerrado a otra relación?, ¿quién
fue ella? Todas esa preguntas se agolparon en su cabeza mientras le veía marchar.
- Nunca será tuyo – le dijo una voz femenina a sus espaldas – nunca será de nadie. Ya tiene dueña y seguro no somos ni tú ni yo.
Su rotunda afirmación la llegó muy adentro, se asustó y le volvió a mirar, ya a lo lejos.
- ¿Y tú como lo sabes, Anice? – preguntó M arta desconsolada.
- Porque cuando folla con otras, la nombra.
A M arta se le descompuso el rostro al darse cuenta que eso era porque Anice ya lo había tenido, y que era reciente, porque a la agente de policía la conoció cuando
sucedió lo de Charo.
Las tripas se le revolvieron. Los celos anidaron en su alma. Las dañinas palabras de Anice solo contenían veneno, o tal vez solo la verdad. Él no era para ella.
- ¿Duele, verdad? – Anice la miró con frialdad – a todas nos duele saberlo, mejor que lo sepas ahora y no cuando se corra dentro de ti.
- ¡Déjala Anice! – gritó Alejandro a sus espaldas – ya ha tenido bastante realidad por hoy – se acercó a M arta y la miró con lástima – si alguna vez, buscas a Amo de
verdad, ya sabes dónde buscarme – dijo señalando su cabeza hacia la M aison que estaba a sus espaldas.
- Yo no necesito nada – respondió ella alejándose en dirección opuesta a la que Alec se había marchado con las lágrimas desbordándose por sus mejillas.
Salió con paso acelerado, pero progresivamente fue acelerando su velocidad para acabar corriendo por las calles. Corría más y más, mientras con su mano izquierda
apretaba fuertemente el collar que sujetaba. Dolor, pena, tristeza y con una pregunta que no hacía más que darle vueltas en su cabeza.
¿Quién era la mujer que Alec no podía olvidar?, ¿Por qué la seguía nombrando cuando estaba con otras?, ¿la seguía amando? Preguntas sin respuesta que prefería no
conocer por miedo a que rompiesen definitivamente su corazón.
De repente se paró en medio de la calle, no sabía dónde se encontraba, pero un impulso hizo que mirara el interior del collar que llevaba en su mano, leyó de nuevo la
dedicatoria, y eso le provocó una enorme nausea que la hizo vomitar en la misma acera. Ansiedad, eso era lo que sentía ahora, una crisis de ansiedad al reconocer que él
nunca sería suyo.
Pero, ¿Por qué cada vez que estaban juntos todo era tan…mágico?
Pero eso era algo que ya nunca lo podría saber.
“¿Cuántas veces podemos ganar o perder?
¿Cuántas veces podemos romper las reglas entre nosotros?
Solamente lágrimas.
¿Cuántas veces tenemos que pelear?
¿Cuántas veces hasta que nos entendamos?
Solamente lágrimas”
“Emmilie de Forest
Only Teardrops”
Capítulo 9

Alec llegó a casa destrozado, y no por que hubiese andado mucho, estaba desarmado por dentro, con el corazón roto, por segunda vez.
Le había entregado algo muy personal para él, algo que nunca antes había entregado a otra. Su joya más importante, su collar y no se lo había quitado cuando se fue.
Deseaba que ella lo tuviese, con todas sus fuerzas. Deseaba poseerla como nunca antes lo había sentido con nadie. Era algo que no podía describir porque ni él mismo lo
entendía.
Entró por la puerta, lanzó la chaqueta al suelo y se fue directamente a por el whisky. Agarró la botella, hizo un brindis al aire y bebió directamente de ella.
- Por ti hechicera, por todas las noches que no te voy a tener.
No bebía tanto desde aquella vez, la única que casi se emborrachó, pero es que estaba hastiado y desesperado por segunda vez en su vida.
Fue a su cuarto y se sentó en el banco que tenía a los pies de la cama. Se miró al espejo que tenía en frente mientras se desnudaba, pensando en cómo sería si ella
estuviese desnudándose frente al espejo para él. Cómo sería ver sus menudas manos tocándose, tocándole. Se excitó solo de imaginarlo.
Se quitó la ropa torpemente mientras en su espejo se reflejaba ella. Se mordió el labio con deseo. Se tocó su erección con lujuria. Pero en un momento de lucidez, la
poca que el alcohol le dejaba, sacudió su cabeza y se dio cuenta de la estupidez que estaba haciendo.
- Pareces un puto adolescente, Alec, joder.
Dejó de hacerlo y se dirigió al baño para darse una ducha y aclarar sus difusas ideas antes de irse a dormir. Abrió la ducha y se sumergió en el agua fría para calmar
su calentura, pero de poco sirvió, porque ella volvió a su cabeza otra vez. Ella desnuda, ella atada al cabecero de su cama, con los ojos tapados, con las piernas
inmovilizadas y expuesta a su placer.
Entonces su mano obró por él y empezó a masturbarse vencido a los encantos que su sirena hechicera mostraba en su mente. Su mano bajaba y subía por el tronco
imaginando que era ella, deseando que fuera ella la que maniobraba con destreza y obedecía su orden. Imaginaba su lengua posándose en la punta y absorbiendo la
primera gota de placer, que en realidad ya resbalaba entre sus dedos.
- Hazlo Sumisa, métela entera en tu boca – dijo a su imaginación ocupada por su imagen.
Y M arta la metió entera en su boca, acatando la orden con devoción, lamiendo con su lengua el tronco desde la base hasta el rosado glande. Y de sobra mientras le
miraba, no apartaba sus ojos de él. Alec la enredó su melena en el puño y tiró de ella hasta que divisó sus pechos. La hizo ponerse en pie y la pegó a la pared de la
ducha. Se relamió de ver tan solo cómo el agua le golpeaba y estuvo a punto de perder el control y penetrarla de una sola estoca para tomarla, pero no, la dejó apoyada
en la pared y retrocedió un poco para admirarla.
Y su mano seguía trabajando su erección, y su imaginación se seguía desbordando.
- No te muevas – su mente volvió a hablar y su boca se perdió en uno de sus pezones. Lo mordió y lamió mientras ella contenía sus gemidos – no gimas, grita.
Y ella gritó su nombre, y él se tocó una y otra vez hasta que su simiente se regó en el vientre de ella.
Y Alec se agachó en el suelo de la ducha, llevando sus manos la cara apesadumbrado, arrepentido por su infantil actitud, pero algo desahogado porque ella, sin
saberlo, lo había poseído, como todas las noches desde que la conoció en la barra del Darkness. Cuando sus ojos se apoderaron de él, de su alma, como nunca antes, ni
siquiera con Teresa, había sucedido.
Salió de la ducha y se puso una toalla alrededor de la cintura. Se dirigió totalmente mojado a la cama y se durmió pensando en una salida a ese temor que lo dominaba
desde hacía años. Era consciente de que no podía darle todo, pero tenía que encontrar el modo de poseerla y así sacarla de su organismo sin que doliese demasiado.
Iluso…
M arta no llegó mucho mejor a casa. No podía olvidar la cara de derrota de Alec al mirarla.
- ¿Por qué, maldito seas, por qué?
Era una pregunta a la que no encontraba una respuesta lógica. Ambos eran conscientes la atracción mutua, del deseo al que estaban sometidos, de esa magia que los
poseía cuando estaban juntos aún sin tocarse. Entonces, ¿por qué se lo negaba? Por otra parte, saber que nombraba a otra, que pensaba en otra cuando estaba con una
mujer, eso no podría soportarlo. Sería desolador escucharle.
Le dolía, tanto que no podía respirar. Se tumbó temblando y no por el frío, sino porque la ansiedad todavía anidaba en su mente. Tenía que olvidarle, debía hacerlo.
No podía volver a verle nunca más. Pero, ¿cómo hacerlo en Edimburgo, cuando casi seguro que frecuentarían los mismos lugares?
Dolor, más dolor en su pecho, un nudo en el estómago y finalmente sueño.
Lunes por la mañana en Edimburgo, dos personas que se asoman a la ventana y respiran un nuevo día. Anhelo, añoranza, ¿tan pronto?
Alec tenía que volver a trabajar. Las semanas de descanso no le habían servido para olvidar. Tenía que volver a los mandos de su avión y coger las riendas de su vida
de nuevo. Se dirigió a su armario y cogió el traje. Se agachó a por los zapatos y la cabeza le recordó las copas de más de la noche anterior. No podía volar en esas
condiciones, si le encontraban un gramo de alcohol en sangre le costaría su empleo.
- Ay hechicera, me nublas la razón…
Llamó a Declan y le pidió el favor de un cambio de turno y cogió el turno de tarde.
- ¿Borracho tú? – se mofó Declan a través de la línea – no te creo…
- Gracias simpático, ¿me cambias o no? – le dijo cabreado.
- Te cambio, pero que conste que le tendrás que dar explicaciones a Henar y si tienen nombre de mujer, serán muchas, ya sabes…
- Ya veremos – y colgó el teléfono sin decir adiós.
Fue de nuevo al armario y se puso un pantalón corto, camiseta que marcaba sus pectorales y zapatillas. Salió a correr para sudar el alcohol de su cuerpo y a lo mejor
intentar sacar un poco de M arta de él. Cuestión algo difícil.
Recorría su calle, George St. como si fuese detrás de algo, huyendo. Instintivamente y sin razón aparente, cambió el camino habitual y se fue hacia la zona
universitaria. Llevaba la cabeza agachada, pero por casualidad, de repente la alzó. No se había percatado, pero llevaba un imán interior que lo llevaba una y otra vez
cerca de ella. Era un maldito sinvivir, corría más y más, escapando, o eso pensaba.
Llegó a la universidad, se paró y, agotado puso las manos en las rodillas. Respiraba con dificultad, ya fuese por el cansancio físico como por el emocional. Se pasó la
mano derecha por la cara con desesperación, y entonces empezó a patear el suelo de forma infantil.
- M ierda, mierda, joder, joder – maldecía pateando el suelo una y otra vez — ¿qué cojones me pasa? – y seguía dando patadas como un niño con una pataleta.
De repente se dio cuenta de que la gente que pasaba a su lado se le quedaba mirando y se detuvo, llevándose las manos a la cabeza.
- Lo que me faltaba, hacer el gilipollas en público, ¿alguna idiotez más, Alec? – se preguntó a sí mismo en alto, lo que provocó de nuevo la mirada de los transeúntes y
su consecuente resoplido de frustración.
Se dio la media vuelta para irse cuando entre un pequeño grupo de personas la divisó. Reía pero su sonrisa no le llegaba a los ojos. Estaba hermosa. Llevaba una
minúscula minifalda vaquera que, en esos momentos para Alec, era más bien un cinturón ancho. M arcaba sus caderas con total sensualidad, botas altas de tacón, que
despertaron su insolente imaginación, viéndola desnuda solo con ellas puestas. Se relamió, no pudo evitarlo.
Se moría por acercarse a ella y besarla hasta devolverle la sonrisa que tenía hasta hace unos días. Hasta ayer sin ir más lejos.
“¿Dónde está tu verdadera sonrisa, hechicera? ¿M e la quedé yo?” pensó apesadumbrado.
Estaba embobado mirándola, tragando saliva con dificultad y deseando acercarse a ella y tocarla. Hacerla suya de una buena vez. Pero todos esos deseos se
transformaron en ira, cuando vio que Dan se acercaba a ella y la acariciaba la mejilla con dulzura.
- Quítale tus putas manos de encima – otra vez su mente le jugó una mala pasada y lanzó sus pensamientos en alto, cuestión que le hizo reaccionar y volver a la realidad
– joder, será mejor que me pire de aquí antes de que me vuelva loco y cometa más estupideces, parezco un jodido adolescente…
Y cuando se iba a girar para irse, como si el destino la hubiese invocado, M arta volteó su cabeza y le vio. Podría decirse que sus miradas se encontraron, pero no.
Por un momento, además de las miradas, dos almas se juntaron y se hicieron solo una, otra vez; como siempre cuando se veían. Los dos se quedaron inmóviles,
mirándose a lo lejos, a pesar de que en realidad, estaban pegados el uno al otro. No había un condenado milímetro de separación entre ambos. Tragaron con dificultad a
la vez, les faltaba el aire. Les consumía ese algo que ninguno podía describir. ¿Deseo? ¿Ansiedad?
“Esto es un capítulo inacabado…” pensaron ambos a la vez sin saberlo.
Pero, M arta sacudió su cabeza para eliminar esos pensamientos que despertaban sus esperanzas y rompió el momento. Cambió su mirada por una melancólica y
después la apartó.
- No te rindas ahora, nena, ahora no.
Pero ella no volvió a mirar y Alec se dio la media vuelta para irse, abatido por la idea de que al final se había salido con la suya.
“¿No querías alejarla de ti?, pues ya lo has conseguido. Ahora no te quejes”.
Avanzó en su camino comenzando de nuevo a correr, cada paso con más intensidad, pero no con la misma que sentía cuando la miraba. Esa nunca la volvería a
conseguir. Solo con ella.
Cuando M arta le vio marcharse corriendo se le rompió el corazón en los pocos pedazos que le quedaban. Definitivamente le quedó claro que no quería nada con ella,
y no sabía si le dolía más la certeza de saberlo o pensarse engañada por las caricias que él le había profesado.
Había llegado a Edimburgo a dos misiones. Una estaba claro que había finalizado y la otra, que era hacer el postgrado, estaba en marcha y no pensaba fracasar en
ella. Esa la iba a disfrutar.
Se dejó acariciar de nuevo por Dan, él si parecía tener claro lo que quería con ella, pero M arta buscaba algo más que simple sexo en una relación. Le iba a proponer
una visita a la M aison, ¿sería capaz de aceptarla?
- Estás muy pensativa, ¿sucede algo? – preguntó con curiosidad mientras la tocaba con el dorso de su mano en la mejilla.
- No, bueno, sí – se quedó pensando por un momento y cambió de opinión – había pensado que, tal vez mañana, podríamos ir a ese pub que me dijiste y tomamos algo,
¿te parece?
Una sonrisa de esperanza emergió en los ojos de Dan, una oportunidad para conquistarla. Contestó rápido antes de que ella se echara de nuevo atrás.
- ¡Perfecto! ¿M añana a las seis te parece bien?
¡Ayyy Escocia y sus horarios de merienda!
- Vale genial, mañana nos vemos Dan.
- M añana tenemos una cita – contestó un ilusionado Dan, deseoso de volver a probar su boca.
Se despidió de él con la mano alejándose de sus intenciones por darle un beso en la mejilla. Dio media vuelta y se alejó pensando en citas, pero con otro.
Llegó a la residencia de estudiantes y se tumbó en la cama cansada. M ás agotamiento mental que otra cosa. Cogió su teléfono y marcó el número de su abuela para
dar señales de vida. Llevaban días sin hablar y sabía que estaba a punto de recibir la regañina de su vida por ello.
- Abu…
- ¡Niña! ¿Es que ya no tienes abuela! – un resoplido a través de la línea le llegó a M arta como una bofetada – lo que no tienes es vergüenza. Te has olvidado de tu abuela
estando en ese sitio.
- Abuela no es eso, sabes que aquí tengo muchas cosas que hacer.
- ¿Y no puedes llamarme aunque sea cinco minutos? ¿Saber si estás bien?...¿Has conocido a alguien?
Esa última pregunta de su abuela la sorprendió. Estando en M adrid nunca se lo había dicho, bueno le había sacado la información de otra forma, pero no tan directa.
- Sí abuela, a mucha gente –nada mejor que responder de forma ambigua – y Clara me acompaña a todas partes – añadió antes de que se lo preguntase.
- ¡No seas maleducada, niña!
- No lo soy Regina – la estaba empezando a exasperar – ayyy abuela no empieces. Si lo sé no te llamo.
- Eres tú la que respondes a la defensiva, parece que escondes algo.
- Abuela, no te escondo nada, ¡y ya vale! – estaba a punto de perder los nervios con ella, era agobiante con su perpetuo acoso, por eso no la llamaba.
- Voy a aprender a llamar a ese condenado país y así tendremos contacto todos los días.
M enos mal que Regina era una negada para cuestiones tecnológicas y ni internet sabía usar, porque entonces sería como si no se hubiese ido.
- Abuela, no es necesario, te llamaré siempre que pueda y te contaré todo lo que hago, que no es mucho. Ir de la universidad a casa y al revés, poco más.
- Sí claro, y yo me chupo el dedo, ¿acaso no recuerdas que antes de cuidarte a ti, cuidé a tu madre?
- Regina, dejémoslo, por favor. No empecemos con esto – una vez llegadas a ese punto, M arta prefería cortar la conversación que escuchar a su abuela criticando a su
madre una vez más — M ira abuela, cree lo que consideres oportuno, yo te voy a colgar y te llamaré en otro momento, cuando estés más calmada.
- ¿No me irás a colgar y dejarme tirada como a un perro? – preguntó Regina utilizando de nuevo su mayor arma, la guerra emocional.
- No abuela, no te voy a colgar – pensó por un momento en ceder, pero se arrepentiría de hacerlo, porque a Regina le dabas la mano y te acababa cogiendo el brazo – te
voy a mandar un beso de despedida – le lanzó un sonoro beso a través del auricular – te voy a decir adiós y ahora sí que voy a cortar la llamada, te quiero abu, mucho
más de lo que piensas…
Regina resopló a través de la línea y simplemente se calló. No quería que se enfadara y la abandonase como hizo su hija en su momento.
- Adiós, hija – se escuchó su sollozo a través de la línea – cuídate mucho, no hagas nada malo, no te juntes con gente mala. Pero sé feliz.
- Lo intentaré abuela.
“Sé feliz”, eso era imposible en ese instante. Pensar en Alec la entristecía, la apagaba. Pero eso no lo podía consentir. Él lo quería así, pues de ese modo iba a ser.
Pensaría en su cita con Dan Oakley, porque parecía que ese sí que estaba realmente interesado en ella.
Una cita, con Dan. Una oportunidad de empezar de borrar de su piel a Alec.
Se llevó las manos a la cabeza y suspiró desesperada.
“Tal vez, cuando a las ranas les salgan pelo”.
Pero debía hacerlo, él le había dejado más que claro que lo suyo era imposible.
“Nombraba a otra mujer durante el sexo”. Eso sería muy doloroso para ella, la rompería el alma escucharlo, y eso no podía permitirlo.
“Céntrate en Oakley, Dan Oakley, perfecto para ti”.
- Perfecto para mí…
“El sol brilla de mis manos
os puede quemar, os puede reflejar
cuando sale de los puños
se tumba caliente sobre el rostro
esta noche no se acostará
y el mundo cuenta hasta diez en voz alta”
S oone
Rammmstein
Capítulo 10

Ruido, música alta, más ruido, gente por todas partes. Risas, gritos…
- Pensaba que me ibas a llevar al Why Not, como no pudimos ir el otro día…
- M e pareció divertido traerte a un sitio distinto y encima comer algo, en vez de solo beber, para variar. Además, aquí preparan un pollo picante que te va a encantar.
- ¿Cómo sabes que me gusta el picante, Dan?
Dan la miró divertido y agarrándola de la mano la llevó hasta la mesa que había reservado para los dos.
- Si te sientas, te lo cuento – le dijo mientras caballerosamente le mostraba la silla para que se sentase.
M ientras se sentaba, M arta le miró con curiosidad. Estaba sorprendida porque se dio cuenta de que la había escuchado cuando hablaban entre todos en el almuerzo.
- Lo cierto, es que tenía muchas ganas de venir a Jekyll & Hyde, soy un poco friki – afirmó agachando la cabeza un tanto avergonzada.
- Entonces tenemos que hacer la ruta de los fantasmas en la Noche de Brujas, seguro que te encanta.
- Ese era otro de mis retos cuando llegué aquí – de repente se mordió la lengua porque no quería hablar de ello, suponía decir mucho de ella, y no es porque le importase
contar su vida, pero había cosas de las que prefería no hablar, y el porqué del viaje a Edimburgo era una de ellas.
- ¿Y qué más retos te habías propuesto?
- Por supuesto el Postgrado – respuesta lógica inmediata para intentar cortar el tema – estaba muy interesada en las lenguas antiguas y la universidad de Edimburgo
ofrecía esa posibilidad que en España es complicada.
Llegó el camarero con la carta y entonces a M arta se le ocurrió por dónde desviar la conversación y así evitar hablar de por qué estaba ella allí.
- M e prestas atención cuando hablo – le dijo M arta cogiendo la carta al camarero.
- Te presté atención desde la noche en que te vi por primera vez
“M ierda, conversación errónea”
- Siento lo que pasó aquella noche, yo no quise que todo pasara así – le dijo avergonzada.
- Yo también siento no haber acabado lo que empezamos…
- Ohhh, no. No me has comprendido – M arta sintió cómo se le calentaban las mejillas y empezaba a ruborizarse – lo que he querido decir es que estaba muy bebida e
hice cosas que no debí haber hecho. Yo..yo…
Dan se percató del motivo del bochorno de M arta e intentó calmarla para que de momento, no adivinase sus verdaderas intenciones. M eterse entre sus piernas.
- No tranquila, yo quise decir que vomitaste y que bueno, para ti tuvo que ser muy incómodo todo eso, ya sabes…
Sí claro, ya sabía. Dan se pensaba que M arta era una inocente damisela que no sabía cómo reaccionaban los hombres cuando les atraía una chica, bueno no todos.
“M ierda Alec, sal de mi cabeza”
Estaba claro que Dan la había oído hablar sobre sus gustos culinarios, pero desconocía completamente a la verdadera M arta. Una que, a pesar de su juventud, estaba
claro que había recorrido un camino mucho más extenso que cualquier otra mujer que Dan hubiese conocido antes. ¿Le podría ofrecer Dan lo que ella necesitaba?
Por un momento lo pensó y prefirió no haberlo hecho, porque el resultado era de lo más desolador.
Optó por desviar de nuevo la conversación.
- M e gusta este sitio, es muy…yo
Dan se rió al escuchar esa extraña descripción de sí misma. ¿Una chica con doble personalidad?
- No te asustes, soy un poco rarita…un poco Jekyll y Hyde, como este lugar.
Pues sí, se sentía a gusto en ese pub estilo siglo XIX. Parecía la biblioteca del Doctor Hyde. Dos niveles diferenciaban un área de otra, mesas y reservados con
cómodos sofás acolchados. Y todo lleno de libros y extrañas pócimas a su alrededor. Camareros terroríficamente caracterizados y esa ambientación decimonónica que lo
mismo embrujaba que asustaba.
- Te gusta este sitio – Dan no preguntó, afirmó, viéndola absorta en sus pensamientos.
- M e encanta, soy muy friki, ¿sabes? – le dijo arrugando el entrecejo con simpatía.
- No te veo así, te veo un poco bruja.
M arta se atragantó con la cerveza que estaba bebiendo. Empezó a toser y Dan la empezó a dar pequeños golpecitos en la espalda.
“Bruja, hechicera, joder…”pensó.
- ¿Estás bien? – le dijo preocupado mientras se acercaba a ella con disimulo.
- Sí, es solo que me fue por mal sitio, disculpa – M arta viendo sus intenciones se alejó de él estratégicamente, pero lo justo para que ya no la rozase. No sabía por qué,
pero la hacía sentir incómoda.
Dan al notar su molestia, optó por desviar su atención a otras cuestiones.
- Se acerca la Noche de Brujas, ya sabes que aquí es muy especial, y como tú eres un poco friki de los temas oscuros – la miró guiñándole un ojo — ¿qué te parece si
vienes a la ruta que hemos organizado esa noche por Edimburgo con la gente de la facultad?
M arta tenía intención de hacerlo igualmente con Clara, así que, ¿por qué no hacerlo con todos? Sería una forma de divertirse y ocupar su mente con algo distinto que
no fuesen ni libros ni, por supuesto, Alec.
Alec…pensar en él la hizo suspirar, cosa que Dan, ignorándolo, pensó que era por su propuesta.
- Veo que mi propuesta te ha encantado.
M arta sacudió sus pensamientos de la cabeza lo justo para responder.
- Sí, perfecto. Nos apuntamos Clara y yo a la fiesta.
M arta empezó a preguntar a Dan sobre el programa universitario, cómo empezó a ser tutor que le llevó a hacerlo y temas en los que él se sentía muy cómodo.
Quería darse la oportunidad a sí misma de conocer a otra persona, intentar olvidar lo que sentía por Alec por un momento, algo bastante difícil.
Poco a poco la conversación la hizo centrarse más en Dan, sin darse cuenta, él de nuevo se había acercado a ella hasta estar pierna con pierna. La charla se hizo más
íntima y Dan se envalentonó lo justo para tomarse más confianzas.
- ¿Qué te parece si salimos y damos una vuelta por la ciudad? – su mirada hablaba de algo más que de una vuelta, pero M arta se prohibió así misma negarse –
Edimburgo de noche es preciosa.
- Genial, vamos.
No le había dado tiempo a Dan a levantarse cuando M arta ya estaba poniéndose la chaqueta. Dejaron unas libras encima de la mesa y salieron.
Había refrescado bastante, por lo que M arta relacionó su escalofrío con la bajada de temperaturas. Dan, al verla, puso su brazo por encima del hombro para
reconfortarla un poco. Algo que ella no rechazó, pero la hizo sentir incómoda.
- Hace frío — la apretó un poco con el brazo.
- No, lo que sucede es que en el local hacía demasiado calor y el contraste me ha dejado destemplada – la volvió a apretar pero ella esa vez se revolvió un poco de su
agarre.
Volvió a temblar.
- A lo mejor estas nerviosa – Dan le dio media vuelta y la puso de frente poniéndole la mano en la mejilla.
- No, tampoco. Es frío, seguro – contestó ella algo cortante.
Agachó la mirada al comprobar que dan se iba acercando a sus labios peligrosamente. Dan no quiso insistir, pero sí dejó el resto del beso en su mejilla libre, aunque
tardó un poco más de lo necesario.
- Estaré esperando a que dejes de rechazarme.
- Dan, yo…ahora no puedo.
- Un día me volverás a besar y será de verdad – la miró con ternura y después la abrazó.
M arta le devolvió el abrazo con mucho cariño. Sabía que con Dan, tal vez podría conseguir la estabilidad que en ese instante no tenía. Él era bueno, amable, cariñoso,
dulce, soso, sí un poco soso, pero tal vez era lo que ella necesitaba. Necesitar…
Le abrazó fuerte. Como si necesitase de su fuerza para poder continuar, y Dan, al sentirlo, imprimió más fuerza en ese abrazo. M arta cerró los ojos y entonces
sintió que eran otros brazos los que apretaban, otros ojos los que la miraban. Abrió de repente los ojos para salir de ese sueño que, por primera vez parecía como si la
atormentase y miró al frente. Y de nuevo pensó que estaba soñando. Porque entre las luces de la noche, pudo vislumbrar una figura masculina que avanzaba por la otra
acera de la calle. Había distancia, pero reconocería esa espalda aunque todo estuviese a oscuras, aunque hubiese cientos de personas a su alrededor. Iba encorvado, como
si tuviese frío, la cabeza agachada y pensativo, arropado por su abrigo de piloto, que le daba un porte impresionante dada su espectacular altura. Pero iba triste,
apagado, a paso lento, casi forzado. Entonces , M arta le apretó más fuerte y al oír el gemido, se dio percató a quien abrazaba y le soltó de repente.
- Joder, perdona Daniel, no me di cuenta
- No tranquila, no pasa nada…
- M ira yo – y mientras hablada seguía mirando la figura del hombre que se alejaba por la otra acera – me acabo de dar cuenta que no avisé a Clara y tal vez esté
preocupada por mí. Dejé el móvil en la residencia y casi es mejor que vuelva.
- ¿Quieres que te acompañe? Está un poco lejos – contestó Dan desconcertado por su repentina reacción.
- No, tranquilo, tengo algo de prisa – le dio un apresurado beso en la mejilla y se despidió con la mano – hasta mañana Dan.
- Hasta mañana – respondió confuso.
La miró marcharse apremiada pero no pudo evitar darse cuenta que ella partía en dirección contraria a donde vivía.
- M arta, la residencia no es en esa dirección …— iba a señalar con el dedo cuando se percató de que ella ya no estaba – desde luego no hay quien entienda a las mujeres.
Lo que Dan no sabía es que M arta no iba a su casa. Salió disparada en dirección contraria buscándolo a él.
Avanzó calle adelante con rapidez, mirando su espalda. Cambió de acera y con las prisas no se había fijado que casi estaba a su altura. Frenó, no supo por qué, y
esperó a que él se adelantase un poco.
“¿Le estás siguiendo M arta?”, se preguntó a sí misma sintiéndose gilipollas.
Pero no pudo evitarlo. Debería acercarse a él y saludarle, ¡dios estaba guapísimo con su uniforme de trabajo! Un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba abajo. Pero
no, optó por actuar como una adolescente y le siguió para saber dónde iba.
Alec avanzaba como si no tuviese rumbo. M arta, al contrario iba directa a su destino. Uno detrás del otro, pero más unidos de lo que nunca hubieran podido
imaginar.
Por un segundo, Alec, paró. Sintió algo extraño y miró hacia atrás. Ella tuvo el tiempo suficiente para esconderse detrás de un coche, pero lo hizo tan acelerada, que
casi se estampa contra el suelo al tropezarse con el borde de la acera.
- M ierda Alec, encima de que pasas de mí, todavía me rompo una pierna por perseguirte como una gilipollas – siseó enfadada consigo misma –Seré idiota por seguirle.
Pero continuó siguiendo sus pasos hasta que lo vio entrar en un edificio. M iró de nuevo hacia atrás y sus miradas, esta vez, se encontraron en la penumbra. Alec no
la veía, pero sus ojos estaban ahí. Agitó su cabeza para sacudir sus pensamientos y entró, dejando atrás una mujer que por primera vez se sintió derrotada. Una lágrima
se resbaló por su mejilla y la devolvió a su realidad.
- Pero, ¿qué diablos estás haciendo M arta? – se riñó así misma en un susurro – él no quiere nada contigo.
Se dio la vuelta y se marchó triste, con un deseo enorme por subir esas escaleras y enfrentarle. Decirle que era un cobarde, pedirle que no amara a otra.
Lo que M arta no supo, es que él si la vio. Abrazando a otro, besando a otro. Y que si llevaba la cabeza agachada era para que no se viesen sus propias lágrimas.
Alec subió las escaleras de su casa como si sus pies pesaran dos toneladas.
Acababa de llegar de su turno de ocho horas volando y estaba cansado, pero a pesar de todo, siempre recorría su calle andando, en plan paseo liberador. Lo que no
esperaba fue encontrar a ella en brazos de otro.
Las luces de la noche no le permitieron fijar bien la vista, pero juraría que la estaba besando. A ella, a su hechicera.
- Eso es lo que debe hacer, conocer a otros hombres que le puedan dar lo que yo no…
O tal vez, sí. A lo mejor si podía dárselo. Podía guiarla. Ser su amo, poseer su cuerpo. Hacerla suya, y así, podría desengancharse de ella y seguir su vida. Ella
conocería a otro y haría una vida normal. ¿Acaso con él la vida no podía ser normal?
- Joder, eres un abuelo para ella, Alec…
Entró en su casa y se fue directo a por la botella de whisky, cogió su guitarra, la que hacía años que no tocaba, muchos, quizá demasiados, se sentó con ella en el
sofá y empezó a entonar los acordes de More than words de Extreme que hacía años tocó para ella.
Diciendo "te quiero",
no son las palabras que quiero escuchar de ti.
No es que quiera que no me lo digas,
pero si supieras
cómo de fácil sería
mostrarme cómo te sientes.
Más que palabras (hacer algo más que hablar),
es todo lo que tienes que hacer
para convertirlo en realidad,
entonces no tendrías que decir
que me quieres,
porque yo ya lo sabría.
¿ Qué harías si mi corazón
estuviera partido en dos?
Más que palabras para mostrar que sientes
que tu amor por mí es real.
¿ Qué dirías si
me llevase esas palabras?
Entonces no podrías empezar de nuevo
con solo decir "te quiero"
Más que palabras...
Ahora que he intentado hablar contigo
y hacértelo entender,
todo lo que tienes que hacer es cerrar los ojos
y extender tus manos,
y acariciarme,
abrazarme fuerte,
nunca dejarme ir.
Más que palabras
es todo lo que siempre necesité que mostraras.
Entonces no tendrías que decir
que me quieres,
porque yo ya lo sabría.
¿ Qué harías si mi corazón
estuviera partido en dos?
Más que palabras para mostrar que sientes
que tu amor por mí es real.
¿ Qué dirías si
me llevase esas palabras?
Entonces no podrías empezar de nuevo
con solo decir "te quiero".
Saying "I love you"
Is not the words I want to hear from you
It's not that I want you not to say
But if you only knew
How easy it would be
To show me how you feel
More than words
Is all you have to do
To make it real
Then you wouldn't have to say
That you love me
Because I'd already know
What would you do
If my heart was torn in two?
More than words to show you feel
That your love for me is real
What would you say
If I took those words away?
Then you couldn't make things new
Just by saying "I love you"
More than words...
Now that I've tried to talk to you
And make you understand
All you have to do is close your eyes
And just reach out your hands
And touch me
Hold me close
Don't ever let me go
More than words
Is all I ever needed you to show
Then you wouldn't have to say
That you love me
Because I'd already know
What would you do
If my heart was torn in two?
More than words to show you feel
That your love for me is real
What would you say
If I took those words away?
Then you couldn't make things new
Just by saying "I love you"
Con la guitarra en la mano y dos copas extra de su Laphroaig avainillado, se quedó dormido en el sofá soñando con ella en brazos de otro. Y eso no solo no le gustó,
sino que lo detestó enormemente, porque ella era suya, porque se pertenecían el uno al otro, aunque, en el fondo, ninguno de los dos lo supiese.

M arta no durmió mucho mejor, no porque soñara con él, en su caso, ni siquiera podía dormir. Lo intentaba, pero cada vez que cerraba los ojos, los de Alec se
aparecían en la penumbra, mirándola, tristes, ¿la habría visto? Hizo la estupidez de seguirle porque no pudo evitarlo. Se daba contra la pared una y otra y otra vez, pero
no podía pararlo.
Entre sueños pensó que a lo mejor, en algún momento podría olvidarlo, a lo mejor…
“Abrázame hasta que muramos, soy tuya y tú eres mío
Soy tuya, eres mío, soy tuya, eres mío”.
You are mine
Lea Michele
Capítulo 11

Se acercaba la famosa Noche de Brujas en Edimburgo. Habían pasado varias semanas desde que le había visto por última vez. Era lo mejor para su salud mental. No
volver a verlo. Pero por alguna incomprensible razón, en ocasiones lo sentía cerca. Como si estuviese vigilándola. Era una bobada, pero a veces, cuando iba por la calle,
su cuerpo vibraba y miraba a su alrededor por si acaso se encontraba con él. Después, se sentía idiota al pensar que él pudiese estar pensando en hacer algo tan infantil
como eso.
Estaba tumbada en la cama, y Clara a su lado dormida como un tronco. Era domingo y no le apetecía hacer nada salvo holgazanear. Además, Clara había tomado la
rutina de salir todas y cada una de las noches desde que había llegado, y menos estudiar, estaba haciendo cualquier otra cosa. Apenas se veían durante el día porque
M arta sí acudía a la universidad, pero es que en la noche menos.
Clara llevaba días acosándola con que la llevase a un local “de esos que a ella le gustaban”, pero para M arta eso era un tema mucho más profundo que algo como dar
unos azotitos. Se lo trató de hacer entender a Clara, pero ella solo veía lo sórdido y pornográfico en ello, pero aún así, le dijo que sentía curiosidad por ello.
Se levantó de la cama y se acercó a la ventana desde donde tenía unas estupendas vistas al parque real de Holyrood. Se subió a la mesa que estaba pegada al ventanal
y se quedó pensativa un rato, hasta que el ruido proveniente del servicio de mensajes de su teléfono móvil la sacó de sus pensamientos.
“¿Preparada para la noche de Brujas? Tenemos un plan estupendo”
Sonrió al ver al remitente del mensaje. Dan seguía insistiendo en volver a quedar desde aquella primera cita. Pero M arta tenía claro que el cándido Dan no era para
ella. Además, cada vez lo veía más como un amigo que como alguien por quien albergar otro tipo de sentimientos. Aun así, seguía quedando con él y sus amigos casi
todos los días después de clase. Iban a tomar algo y en ocasiones, la llevaban de turismo a conocer la ciudad embrujada. La noche de Brujas se planteaba interesante.
Un segundo mensaje le llegó, pensando que era Dan, a punto estuvo de responderle con un “no seas pesado que sí que me apunto”, hasta que comprobó de quien
provenía.
“Tú y yo tenemos una cita pendiente, ¿nos vemos hoy?”
Cuando se vieron en el Elephant House e intercambiaron los teléfonos, pensó que Henar lo habría hecho por compromiso, pero parecía ser que no. De todos modos,
le apetecía conocer mejor a la chica que robó el corazón y el alma de Declan Grayson, y de paso sacarle algo de información sobre su imperfecto caballero, o mejor...
¿No?.
- Ayyy, no insistas más en hacerte daño a ti misma M arta…
Pero eso no quitaba para conocerla mejor. Tal vez, hasta podrían hacerse amigas.
“Perfecto, ¿dónde nos vemos?”
“¿Sabes dónde está el Café Andaluz?”
“No, pero lo busco, tranquila”
“Tranquila, es fácil es en George St”
M aldita sea, era la calle donde vio a Alec por última vez. ¿Y si se tropezaba con él?. No le apetecía lo más mínimo. O... ¿ sí?.
- Joder, M arta, no creo que esté allí esperándote. Esa calle es enorme.
¿Y si era cerca de la casa donde le vio entrar?
Agitó su cabeza para eliminar todos sus absurdos pensamientos adolescentes y contestó el mensaje de Henar.
“Genial, entonces allí nos vemos. Por cierto, ¿puedo llevar a mi amiga conmigo?”
La respuesta tardó en llegar un poco más que las anteriores.
“Pues entonces, noche de chicas, nos vemos allí a las 8”
“¡¡¡A las 8 nos vemos!!!!”
Clara se estaba desperezando cuando M arta acabó la conversación.
- Levanta vaga, que hoy tenemos plan juntas.
- ¿Noche de chicas? – despertó automáticamente Clara.
- Noche de chicas.
- ¿Y me llevarás a un sitio de esos que a ti te molan? – preguntó ansiosa.
- Ya veremos…¡anda espabila, que contigo siempre se hace tarde!
Tal y como M arta vaticinó, el día se pasó volando. Llegaron al conocido café español un poco tarde, pero listas para verse con Henar.
Entrar en él le causó curiosidad, porque era un local con una decoración muy del sur de España. Tenía dos niveles, el superior parecía un balcón típico andaluz,
paredes rodeadas de botijos de porcelana y azulejo. Una bóveda enorme de cristal permitía que hubiese luz natural, lo que le daba al café mucha luminosidad. Clara,
también mirando todo alrededor, se acercó con ella a uno de los preciosos bancos de madera tallada donde las esperaba una Henar ansiosa.
- ¡¡¡Hola chicas!!! – Henar se levantó del asiento para saludar a ambas y darles dos besos – estoy encantada de veros aquí.
- Lo cierto es que se agradece ver a alguien de casa por aquí – respondió Clara con ironía – tanto escocés, agota un poco.
- Bueno, depende qué escocés ¿verdad M arta? – contestó Henar con sarcasmo mirando a M arta.
- Joder cómo atacamos y acabamos de llegar… — dijo Clara mirando también a M arta.
- Bueno, ¿qué podemos pedir en un bar español? – preguntó M arta en un intento de cambiar de tema — ¿una tapa?
- No sé, pero llevo aquí varias semanas y echo en falta la tortilla de patata – afirmó Clara.
- Pues tortilla de patata entonces…
Pidieron el tan ansiado manjar y estuvieron hablando de cuestiones triviales durante un rato. Se notaba la química que había entre M arta y Henar, y que a ambas les
unían muchas cosas a parte de su gusto por un tipo de sexo en particular. La música, cine, o la lectura formaba parte de sus aficiones en común. Por lo que, tal y como
vaticinó en su momento Henar, podrían llegar a ser grandes amigas. Clara no fue menos, era la guinda del pastel de aquel trío de mujeres, y además era la que menos
vergüenza tenía a la hora de poner las cartas sobre la mesa en determinados asuntos.
- Bueno – dijo Clara observando a ambas – ahora que ya hay un poco de confianza, Henar — ¿qué opinas del imperfecto? – M arta la fulminó con la mirada
- ¿Imperfecto? – contestó Henar sin entender a quién se refería.
- Sí, ella – afirmó señalando a M arta – le llama su imperfecto caballero escocés. Esta colada por el maduro macizo.
Henar soltó una carcajada por la ocurrencia de Clara, pero lo que vio en M arta no fue precisamente lo mismo.
- ¡Hey! – miró a M arta con afecto – no te pongas así, tal vez va siendo hora de que pongamos las pilas al “imperfecto caballero escocés” – dijo marcando las comillas
con los dedos índice y corazón.
M arta le devolvió la sonrisa y el ambiente se volvió a relajar.
- M ira Henar, no quiero volverte loca con mis tribulaciones personales –miró hacia un lado y resopló para tomar fuerzas – pero no le entiendo. A veces parece que va a
comerme, y luego de repente, huye despavorido. Luego va y me dice Anice…
- ¿Anice? , ¿qué pinta la sargento en esto?
- La vi hace unas semanas en la M aison con el abogado de Charo…
Henar se llevó las manos a la cabeza en señal de agobio.
- Lo siento, Henar, olvidé que no es precisamente un tema que quieras recordar, lo siento yo…pero es que justo…
Henar agitó su mano derecha en el aire intentando quitar importancia a sus palabras.
- No es eso cielo, no me agobio por eso, es que parece que nuestras vidas giran en torno a Charo – dijo nombrando despectivamente a su vieja amiga – A lo que íbamos,
¿qué te dijo Anice?
M arta la miró con amargura en sus ojos al recordar las palabras de la policía.
- Ella me dijo – paró un segundo a pensar en las palabras que iba a pronunciar y las hizo juntarse a las tres para poder decirlo en voz baja – que cuando tiene relaciones
con las mujeres dice el nombre… — se mordió el labio avergonzada – de otra, y claro luego me hace eso de huir, y yo…
- M arta, querida, ¿en algún momento Anice dijo el nombre de la afortunada? – Henar ladeó su cabeza y la miró arqueando sus cejas.
- No pero…
- No hay pero que valgan – la interrumpió Clara – ¿te estás comiendo la cabeza por lo que te dijo esa zorra despechada?
- ¡Clara!!!!
- Ni Clara ni leches, M arta – añadió Henar – por desgracia, conozco a las mujeres como ella, ¿Te has planteado la posibilidad de que a la mujer que nombra seas tú?
- No, no puedo ser yo…
- ¿Pero has visto cómo te mira Alec? – preguntó Henar testigo de sus miradas – joder M arta, sois conexión pura.
- ¡No me confundáis entre las dos! ¡Él no quiere nada conmigo! ¡Ya me lo ha confirmado!
- Ayyyy, tan joven y tan inocente – se burló Henar.
- Ayy, M arta chica, mucha experiencia en el sexo ese raro que practicas — Henar miró a otro lado en un intento de ignorar las palabras de Clara pero esta la descubrió
— ¿tú también? la señaló Clara con dedo acusador — ¿pero yo que me estoy perdiendo?
Las tres empezaron a reírse a carcajadas por la ocurrencia de Clara.
- Lo dicho, ya me podéis llevar para probar – contestó Clara cada vez más intrigada en el tema.
- Clara, el BDSM es mucho más que latigazos y sexo desenfrenado. Implica mucho para las personas que lo practicamos – las palabras de M arta dejaron un momento
de silencio entre las tres, y para Henar implicaron mucho, puesto que entendía a la perfección lo que significaban.
Justo durante ese silencio, sonó le móvil de Henar que, imaginando quién era, respondió al instante.
- Disculpad chicas, pero tengo que atender.
Henar se levantó para responder la llamada y dejó a Clara y a M arta solas.
- A veces me asustas.
- ¿Qué te asusto? – preguntó M arta sorprendida por la afirmación de su amiga.
- Sí, cuando hablas del tema.
- No es un juego Clara, es más mucho más. Si te lo tomas realmente en serio y encuentras a la persona adecuada, puede ser muy intenso.
- ¿Cómo Alec y tú?
M arta se quedó pensativa ante la afirmación de Clara.
- ¿Realmente nos ves así, a pesar de las pocas veces que nos has visto juntos?
- M arta, de veras, ojalá pudieseis veros desde este lado, desde mi perspectiva. Tenías razón, el día que os vi en ese garito nada más llegar a Edimburgo. Sois energía.
M ira, no sé qué coño le pasa a ese tipo contigo, pero que siente algo por ti, seguro. A partir de ahí, tendrás que pararte tu solita a averiguarlo.
En ese instante, Henar volvió de su conversación y se juntó de nuevo con ellas.
- Hola de nuevo. Perdonad que os haya dejado así, pero es que era Declan.
- Lo entendemos Henar.
Se las quedó mirando a ambas, y entonces una idea se le pasó por la cabeza.
- Clara, ¿tú no querías conocer un poco de nuestro mundo?
- Sí, ¿por? – respondió Clara intrigada.
- Bueno, verás, mi chico me ha propuesto una cita en un club.
Las chicas la miraron con asombro.
- Hey, Henar que a mí no me gusta mirar – reaccionó M arta poniendo cara de estupefacción.
- ¡No! No se trata de eso – Henar soltó una carcajada por la insinuación de M arta – quiero decir que, ya que yo no me puedo negar a la petición que me acaba de hacer
Declan, ¿qué os parece si os acercáis conmigo y tú, M arta, le enseñas un poco de este mundo a Clara? Así tendrá la oportunidad de averiguar si le puede atraer o no.
- Bueno es una opción…
- Ya sé cielo, pero no estaréis solas. Héctor está aquí, ha venido a un tema por el juicio de…bueno de ella y se va a quedar a conocer la ciudad unos días. Venga, ¿no os
apetece? – Henar levantó sus cejas instigándolas a acceder.
- Si Héctor nos acompaña, vale acepto. ¿Qué opinas Clara? – la miró M arta por si mostraba alguna objeción.
- Yo voy donde me lleven, pero – y entonces le llegaron los recelos – no me dejéis sola, ¿eh?
- No lo haremos – respondieron ambas al unísono.
Se levantaron del asiento, pagaron la cuenta y se dirigieron al Club. La M aison y la Ama M arilyn las recibieron con los brazos abiertos. M arta y Henar entraron con
un gesto ya reconocido por ambas, expectación. Pero Clara estaba alucinada por lo que veía a su alrededor. Todo lo que se había imaginado o M arta le había contado, se
quedaba a la altura del barro después de tenerlo frente a sus ojos. Todo lo que imaginó, nada tenía que ver con la realidad
- Bienvenidas queridas.
Henar les dio un beso y se despidió de ellas temporalmente. Una más que inolvidable sesión con su Amo le esperaba en una de las salas privadas. Pero no se fue sin
antes haberlas dejado en las manos de Héctor para protegerlas.
- Chicas, os dejo en buenas manos.
La cara de Clara era un poema cuando vio a Héctor. Alto, moreno, unos cuarenta años, músculos que ni siquiera sabía que hubiesen salido en los libros de anatomía,
unos ojos marrones que parecía que se la comía con la mirada y unas manos, que Clara solo pensar en lo que esas manos podrían hacer en su diminuto cuerpo...
- Clara, espabila…
- Ho..ho..hola – le miró como si Héctor fuese un extraterrestre y M arta les miró a ambos entusiasmada – soy…
- Es Clara y él, Héctor – M arta cogió su mano y se la acercó a la de Héctor para que reaccionase y lo saludase.
- Encantado de conocerte – Héctor tomó la mano de Clara y besó sus nudillos rozando su lengua levemente contra su piel. Clara se retorció de placer solo con ese
contacto – venid a la barra conmigo. Yo os protegeré de los moscones.
“Que me proteja de mi misma” pensó Clara.
- Ahora creo que entiendo lo que quieres decir – le susurró a M arta dejándola desconcertada.
No habían acabado de llegar al bar cuando una mano agarró por detrás a M arta y la giró, dándola un susto de muerte.
- Pero, ¿qué demonios….
Y las palabras se quedaron a medias cuando comprobó de quién eran esas manos que con firmeza la sujetaban y que derritieron sus sentidos en cuanto sus ojos se
encontraron.
- Eso digo yo, que demonios haces tú aquí.
- ¿Y tú Alec?
- Yo puedo estar aquí solo, tú no.
- No estoy sola. Héctor y Clara me acompañan
- Estás sola, no estás con tu Amo.
- Yo no tengo Amo.
- Sí lo tienes.
- No…
No le dio tiempo a rebatir su respuesta, porque Alec tomó sus labios como una fiera salvaje agarrándola del cuello con una suavidad y posesión que la cortó la
respiración. Se apoderó de su boca e introdujo su lengua violentamente. Arrebato que M arta aceptó con gusto y le devolvió con la misma vehemencia. Una batalla que
fue fulminante para los dos. Alec la apretó más contra él hasta que sus cuerpos se fundieron en uno. Una mano en sus nalgas y otra en la cintura. M arta solo tuvo que
acercar las suyas a la cara de Alec y le acarició con pasión. Ni se habían dado cuenta que les estaban observando. Como si no les importase que el mundo seguía girando
a su alrededor. Estaban desatados. No respiraban por sí mismos. El aire que compartían en ese instante les bastaba para respirar. En ningún momento habían cerrado los
ojos. Se miraban el uno al otro como si quisieran aprenderse. Aunque posiblemente se conocían mucho más de lo que ninguno de los dos pudiese imaginar. Alec seguía
apretándola con saña como si tuviese miedo de dejarla ir y M arta lo aceptó sin remilgos. Era su Amo y estaba dispuesta a entregarle su alma si fuese necesario.
Pero en un impulso de estúpida locura, porque eso es lo que era. Alec se apartó, dejándola en absoluto desamparo.
- ¿Qué haces? – preguntó M arta desesperada por volver a sentir su cuerpo pegado al de ella.
- Besarte para que piensen que tienes dueño.
M arta no lo preguntaba precisamente para obtener esa respuesta. Ella quería más.
- No lo digo por eso y lo sabes.
- No puedes estar aquí sin un collar que confirme que tienes dueño.
- Tengo un puto collar Alec, joder.
- Pero ese no es para ti.
- ¡Vete a la mierda!
Cogió el collar del bolsillo de la chaqueta donde lo llevaba guardado desde que Alec se lo había ofrecido y se lo tiró a la cara.
En esta ocasión fue ella la que se marchó dejando a un atónito Alec tirado en medio de la sala y a Clara persiguiéndola preocupación.
- ¿Qué ha sido eso, Alec? – le preguntó Héctor que se había quedado tan pasmado como él por la reacción de M arta.
- Un desafío – respondió Alec con media sonrisa.
- Pues ya te veo persiguiéndola, eso se merece un sensual castigo.
- Ya lo estoy haciendo.
- ¿El qué? ¿Perseguirla? No jodas…
Alec le dejó con la palabra en la boca y se fue. Pensaba que iba a estar deshecho, pero se sentía más vivo que nunca.
M arta atravesó la calle a toda velocidad para desaparecer de la vista de Alec, pero Clara la había perseguido lo más rápido que pudo hasta alcanzarla.
- ¿Qué ha sido eso M arta?
Esta vez M arta si supo a lo que Clara se refería y sonrió.
- Un desafío, amiga, un tremendo desafío.
Agarró a Clara del hombro para llevársela consigo y se fue sonriendo. Ese órdago lo iba a pagar caro, muy caro.
Varias noches sin dormir para ninguno de los dos, pensando en cuándo y cómo.
Pero lo que M arta no sabía es que Alec ya empezaba a tenerlo más claro.
“Pasaremos la noche de brujas y la navidad
Y en la noche desearemos que esto nunca termine
Desearemos que esto nunca termine”
I miss you
Blink
Capítulo 12

Llegó la Noche de Brujas, y sí parecía como si esa noche tuviese realmente magia.
M arta había quedado con Dan y sus compañeros de postgrado para hacer la ruta que tanta fama tenía. La cita comenzaba en el conocido callejón de M ary King´s
Close, donde iban a escuchar las escalofriantes leyendas de terror que supuestamente habían acontecido en ese oscuro callejón a lo largo de la historia, y luego iban a ir
recorriendo los lugares más lúgubres de la ciudad,, acorde con la noche en la que se encontraban.
No era necesario ir vestido de ninguna forma, pero tanto M arta como Clara escogieron una vestimenta de lo más adecuada para la noche. Se disfrazaron de brujas.
Lo que M arta no se imaginaba, era que había escogido el atuendo perfecto para ella. Se trataba de un vestido de hechicera medieval en raso negro, mangas
acampanadas y escote en v que marcaba más de lo normal sus pechos, con los bordes ribeteados en plata y el corpiño acordonado al frente en vez de a la espalda. Le
acompañaba una capucha, también ribeteada en los bordes.
Se miró al espejo y hasta ella misma se sorprendió de cómo se sentía con ese vestido. Por algún motivo inexplicable, un halo de excitación se apoderó de ella por un
segundo, y Alec apareció en sus pensamientos como si hubiese sido llamado.
- Guauuuuu M arta, estás bestial – le confesó Clara poco acostumbrada a verla vestida así – dan ganas de echarte un polvo.
M arta se rió a carcajadas y con una pose sexy se giró a su alrededor.
- Gracias guapa, me siento sexy con esta prenda, no me digas por qué.
- Lo jodes con las Converse puestas, pero por hoy, pasa.
- Chica, vamos a patear las calles de Edimburgo, no me voy a poner tacones.
- Bueno, tú misma. Imagina que te ve tu Amo, se le caerán los calzoncillos cuando te vea, pero cuando descubra tus Converse...
El sonido del teléfono de M arta alertó a ambas de que Dan ya las estaba esperando abajo.
Al salir del portal, cuando Dan la vio, M arta se pudo dar cuenta de lo increíble que iba cuando este la saludó sin dejar de mirarla de arriba abajo, sobre todo el escote.
- Hola Daniel – le saludó dándole los típicos dos besos españoles.
Dan seguía sin habla, pero en su fuero interno renacieron las esperanzas de intentar de nuevo algo con ella. Así que tomó la determinación de no apartarse de su lado
en toda la noche.
La miraba de tal forma que parecía que se la iba a devorar, algo que a ella le incomodó ligeramente.
- Bueno, ¿nos vamos? – habló Clara para cortar con ese momento de incómodo silencio.
- ¡Vamos! – contestó Dan agarrando del brazo de M arta.
Los tres se dirigieron al célebre callejón dónde se encontraba el resto y comenzaron con la divertida noche.
M arta se empezaba a encontrar algo irritada por las excesivas atenciones de Dan, que no dejaba de toquetearla. Hecho que, sin ella saberlo, estaba siendo observado
en la lejanía por alguien que estaba empezando a enfurecerse.
La vio de espaldas, casi se le cortó la respiración al comprobar que era ella. Decir que estaba hermosa era un insulto a su propia belleza. Y como no, disfrazada de
hechicera medieval, muy propio de la Noche de Brujas, muy propio de ella, su hechicera. Estaba acompañada de un grupo de amigos y también vio al estúpido de Dan,
que desde que llegó a Edimburgo no se apartaba de ella ni a sol ni a sombra.
- Joder con el puto tutor – dijo entredientes en un repentino ataque de celos – le voy a tener que romper los dientes si se acerca un poco más.
Se sintió un cerdo egoísta, pero ya había tomado la decisión y no se iba a echar a atrás ahora.
Cuando se percató de que M arta se alejaba un poco del grupo, se acercó sigilosamente, con pasos taimados, en modo depredador, como él sabía hacerlo, solo que en
ese instante su corazón latía a mil por hora y eso solo le sucedía con ella.
Lo sintió, no necesitó darse la vuelta para saber que la sombra que se cernía sobre ella por detrás era Alec. Era como si su sola presencia llenase el vacío que sentía
cuando no estaba a su lado. Una salvaje tromba de deseo que la dejaba sin aliento. Era él, pero aún así, no pudo evitar sobresaltarse cuando la sujetó por los brazos y la
habló al oído.
- Está bien, tú ganas – le susurró suavemente y M arta pasó del sobresalto al estremecimiento en mini segundos – no puedo alejarte de mí ni tampoco ver que otros te
enseñan lo que yo quiero hacerte.
- No lo hagas y hazlo, mi Amo – esas dos últimas palabras le provocaron una sacudida en su miembro cercana al orgasmo.
Se asustaba del poder que ella tenía sobre él. Cerró los ojos, se recompuso y con toda la fuerza que pudo, la arrastró, alejándola hasta uno de los callejones que
daban a la Royal M ile.
Estaba semi oscuro, apenas funcionaban dos de las farolas, por lo que esa misma penumbra le dio valentía para confesar aunque fuese solo una milésima parte de lo
que realmente sentía.
- Soñé contigo – le dijo mirándola a los ojos con fiereza.
La agarró de las manos y se las puso por encima de la cabeza, acercándose todo lo que pudo a sus labios para susurrarla.
- Soñé contigo – repitió – y no me gustó lo que soñé — paró para rozar sus labios con los de ella y así absorber algo del aire que salía de su boca – Estabas entregándote
al imbécil ese… — dijo señalando con la cabeza al grupo que estaba fuera.
- ¿Qué imbécil? – respondió M arta extrañada.
- Oakley, ese imbécil – se estaba empezando a enfadar y no quería hacerlo con ella, porque estaba enfadado consigo mismo.
- Dan no es imbécil, es un amigo.
- Ese no es amigo tuyo. Ese quiere hacerte lo que me corresponde a mí, y yo no te comparto ni en sueños, que te quede claro – su instinto de posesión se despertó
como un animal furioso y no quería ser tan explícito, pero no era capaz de no serlo.
Posó sus labios en los de ella y se quedó quieto un instante, cerró los ojos y se recreó en las sensaciones que le provocaba. M arta no sabía qué hacer. Si comerle la
boca o esperar su siguiente movimiento, dudó, pero esperó.
- Cuando te vi por primera vez en el Darkness, fue como sentir la fusión de un reactor nuclear dentro de mí – le susurró todavía en sus labios.
M arta no pudo evitar sonreír por la coincidencia de sus palabras.
- ¿No me digas? – preguntó ella todavía con la sonrisa en la boca.
Alec la miró desconcertado y se apartó para mirarla bien a los ojos.
- ¿Por qué te ríes? – preguntó enarcando una ceja — ¿no te estarás burlando de mí ahora?.
- En absoluto, mi Amo – M arta tiró de él y lo acercó de nuevo – entonces, ¿esto significa que aceptas mi proposición?
- No — M arta le miró confusa – esto significa que tú aceptas la mía.
Y atacó sus labios con la lujuria que ya estaba despierta en ellos desde hacía tiempo, y que pugnaba con salir y quemarles desde el día que se conocieron en M adrid,
y que quedó agazapada la noche que Alec la dejó en The Caves.
Era irrefrenable, una sensación que por alguna extraña razón solo reconocían cuando estaban juntos. Algo que solo sucedía cuando dos imanes como ellos se unían.
Eran solo uno, se diluían el uno en el otro.
Sus bocas vibraban, sus lenguas bailaban. No podían despegarse, era como si sus cuerpos se hubiesen integrado el uno en el otro. No lo podían parar.
Era más que sexo, era piel.
De repente una voz que se escuchó a lo lejos llamando a M arta los despertó de su hechizo y se separaron bruscamente, como si sus cuerpos quemasen.
- ¿Cuándo vamos a empezar? Porque estoy deseando atarte a mi cama y ponerte el collar – de repente le apremiaba la idea de verla atada a su cama y tenerla bajo su
control.
- ¡¡¡M arta!!!...— se volvió a escuchar a lo lejos y ambos miraron en la dirección donde se escuchaban los gritos.
Estaban alterados, se miraron de nuevo en la penumbra. Respiraban entrecortadamente y el deseo les estaba empezando a consumir.
M arta miró de nuevo al exterior de callejón, le devolvió la mirada a Alec y tomó aire.
- ¿No me vas a responder? – insistió Alec ansioso.
- ¡Ahora! – gritó ella recogiéndose el vestido y saliendo disparada hacia la entrada al callejón.
- ¿Qué? – preguntó el confuso.
M arta se paró, dio la media vuelta y sonrió.
- ¡Ahora mi Amo! – y se giró continuando con su particular carrera hacia los juegos que iba a empezar con Alec.
Corrió cuesta abajo por la Royal M ile dirigiéndose hacia South Brigde con Alec corriendo detrás de ella. Ambos riéndose del momento, de la sensación de libertad
que les provocaba saber lo que podían vivir juntos, lo que tenían intención de compartir cada noche. M arta siguió corriendo más y más hasta llegar a las catacumbas. Se
paró en la entrada y tomó aire, pero miró de nuevo hacia atrás y Alec venía a por ella. Tenía la intención de seguir jugando al gato y al ratón con él esa noche, por lo que
entró en las catacumbas y se escondió en el subterráneo del antiguo Edimburgo con toda la intención de provocarle.
- ¿Dónde estás pequeña hechicera? – canturreó Alec buscándola.

M arta sintió que se acercaba, pero no porque lo viese, sino más bien porque se estremeció, lo que confirmaba su sospecha, y se empezó a mover entre las
subterráneas calles.
- Estás cerca, lo sé, te siento – dijo Alec con un tono de voz sensualmente ronco.

M arta volvió a sentir otro temblor, lo tenía detrás de ella.


- Hay escalofríos que pertenecen a muy pocas manos, y los tuyos son míos pequeña…
Y la atrapó…
- Ahora que te he atrapado, no creas que te voy a soltar tan fácilmente – afirmó Alec sediento de deseo.
- ¿Y quién te ha dicho que yo quiera huir?
La tenía sujeta por detrás. La abarcaba casi por completo. Con sus manos lanzó fulminantes caricias que fueron yendo de sus hombros, por sus brazos hasta llegar a
sus caderas. Ahí se quedó.
Entonces entró en acción con la boca. Su lengua lanzó un suave lamentó en el cuello de M arta, que de pura anticipación gimió más alto de lo debido. Las manos de
Alec fueron recogiendo el vestido hasta ponérselo a la altura de los muslos, y sin decir nada sus dedos se fueron colando por debajo.
- ¡No Alec, aquí no, nos pueden ver!
Tiró de ella y la arrastró hacia una de las callejuelas sin salida de las catapultas, semiescondida y apartada de las vías principales. Tan solo estaba iluminada por una
tenue luz que apenas iluminaba sus rostros. La puso de frente y se agachó, lanzándola una mirada que a M arta la derritió las entrañas.
- Esta será la última vez que me ordenes algo mientras te follo – le aseguró mientras le iba subiendo la falda del vestido de nuevo – porque a partir de ahora mando yo.
¿Has entendido sumisa?
- Sí, Alec – respondió ella totalmente rendida.
- Sí, ¿qué? – preguntó con una fingida arrogancia mientras le iba tocando las piernas con sibilina provocación.
- Se..se..señor – dijo titubeante cegada por las caricias de su Amo.
- ¿Sabes cuál a va ser mi primera orden?
- No sería tu primera orden, ya habíamos empezado esto antes – afirmó ella provocándole.
- Hechicera descarada, te voy a castigar por tu insolencia – mientras sus dedos seguían avanzando por sus nalgas, deteniéndose justo ahí dándole pequeños roces
circulares a la sensible piel de M arta para su delirio.
- Amo…
- M i primera orden – se quedó un segundo en silencio y la miró a los ojos. Asustado de su propio deseo, a punto estuvo de parar, pero, a pesar de lo que creía, ya no
mandaba su cabeza. Tomó aire disimuladamente y continuó— mi primera orden es que, debes contenerte. No podrás gemir. Solo quiero oírte respirar.
M arta se tragó justo un suspiro en ese instante porque el patán de Alec la acababa de poner a prueba pasando uno de sus dedos por su humedad.
- ¿M e has oído, sumisa?
M arta no respondía obedeciendo la orden, pero Alec, anhelaba su respuesta.
- ¿Te lo tengo que repetir?
- M e dijiste que no hablase, Amo.
Alec agachó la cabeza y sonrió por su desfachatez. La adoraba.
- Esto se merece diez azotes aquí – y volvió a pasar los dedos por su humedad y ella tuvo que absorber de nuevo su placer.
- Sí, Amo…
Ya no pudo más, atacó con la boca su centro con ansia, Y M arta no pudo hacer otra cosa que agarrarse a la tela del vestido porque estaba a punto de desbordarse
solo con el primer lengüetazo. Tal vez, era la espera lo que le había estado consumiendo. Y saber que ahora estaba ahí, absorbiendo su necesidad, era demasiado para
ella.
Se mordía el labio para no gemir mientras Alec tocaba su clítoris con la lengua. Un toque y después la repasaba con la lengua. Otro toque y repetía la operación. Su
imperfecto caballero la estaba llevando a las nubes y ella solo quería gritar, pero no podía.
Alec jugaba con sus dedos con el mismo fervor que con la lengua. Poco a poco se fueron colando por su hendidura hasta llegar al calor de su interior, como si una
brújula los hubiese guiado dentro. Alec sabía lo que quería M arta, y ella, era conocedora de su próximo paso. Una conexión que desconocían que tenían pero que se
insinuaba automáticamente. Como si fuesen sus cuerpos los que hablasen.
Primero el dedo corazón, luego el índice. Tersos roces que llevaban a M arta a una silenciosa locura y a Alec le puso duro hasta el alma. Verla así, sometida a él, le
estaba transportando a un lugar que ya no recordaba que existía.
Continuó con su dulce tortura y siguió lamiendo su humedad con entrega. No quería perderse ni un solo rincón. Quería marcar cada parte de su sedoso deseo y que
quedase asolada por él. Era suya, pero lo que M arta no debía saber, de momento, es que él era suyo por completo.
M arta se retorcía por completo sobre sí misma. No había nada en el mundo como estar así con él. Estaba a su merced y él lo sabía.
Alec introdujo lengua en la cavidad de M arta acompañando a sus dedos, y M arta tuvo que morderse el labio, porque a punto estuvo de soltar un alarido de placer
que le removió las entrañas. La tenía en el límite, a punto. Iba a sujetar su cabeza para sujetarlo firmemente contra ella, cuando Alec se apartó y se levantó para admirar
su obra.
- M i señor, por favor…
- Shhhh, te dije silencio – le ordenó con ese tono de voz ronco y enloquecedor.
La miró de arriba abajo, comiéndosela con la mirada. M etió su pulgar en la boca y empezó a mordisquearse así mismo pensativo, decidiendo sobre su siguiente paso.
La miraba con una arrogancia que no tenía, pero le gustaba que ella lo viese así. Ladeó su cabeza, y la sonrió con malicia. M arta con la falda recogida hasta la cadera, con
el deseo pintado en su cara, era lo más cautivador que había visto en su vida. Esa mujer tenía un poder inmenso sobre él.
Sacó algo que llevaba en el bolsillo del pantalón y lo mantuvo dentro de su puño cerrado. Lo puso frente a M arta y ella se le quedó mirando interrogante.
- Dime que lo quieres – no fue una pregunta fue una orden.
- ¿Qué si quiero el qué?
- Solo di si lo quieres o no.
M arta se quedó observando la mano cerrada de Alec. No sabía lo que contenía y jugaba con desventaja, como siempre con él. Pero algo en su interior le dijo que
debía decir que sí. Además, estaba excitada y lujuriosa y quería acabar con ese juego de una buena vez, para que Alec volviese a ella.
- Sí – afirmó con seguridad.
Entonces Alec abrió su mano y en ella apareció el collar de Sumisa de iniciación que él le había ofrecido. La gargantilla de cuero desgastado pero que estaba segura
que para él, era algo más que un simple collar. No quiso demostrar lo que realmente sentía al ver ese gesto de su Amo, pero intuyó que era un gran paso.
Alec se volvió a acercar a ella con sinuosa sensualidad hasta quedar casi pegados. M arta gimió por el contacto, y su sexo palpitante tembló con anhelo.
Acercó la boca a su oído y su aliento la desestabilizó de tal forma, que Alec la tuvo que sujetar por las caderas. Cuando la mantuvo firme, subió sus manos a la altura
de cuello de M arta y le colocó el collar. Como sabía cuál iba a ser su reacción, se adelantó para advertirla.
- Te dije que silencio, hechicera.
M arta se tragó su gemido escondiéndose en el pecho de Alec y tan solo escuchó el clic del cierre del collar.
- Ahora sí, ya tienes un Amo, y soy yo.
Sin más preámbulos, se bajo la cremallera, y con más nervios de los que hubiese preferido demostrar, cogió un preservativo de su cartera y se lo puso. Entonces, la
cogió de las piernas, la levantó hasta ponerla a la altura de sus caderas.
M arta observó todos sus pasos, y se relamió cuando le vio deslizar el preservativo en su miembro. Se sentía como una niña frente al escaparate de una heladería.
Elevó su cabeza, y comprobó que Alec ya estaba devorándola con la mirada. Cogió el miembro de Alec en su mano y lo introdujo en su caliente interior.
- Shhhh, silencio, te pueden oír, hechicera.
M ientras Alec entraba en M arta, lentamente, en una embestida suave y cruelmente dulce, se miraron a los ojos y descubrieron que algo muy profundo se estaba
desatando dentro de esas catacumbas.
Lo que ninguno de los dos, en su delirio, se pudo imaginar, es que unos ojos marrones les acechaban en la semi oscuridad, unos ojos llenos de odio.
- Tú enséñala para cuando sea mía – susurró casi para sus adentros, y se fue dejándolos sumergidos en plenitud de la pasión.
“I belong to you
And you
You belong to me too
You make my life complete
You make me feel so sweet
I belong to you
Lenny Kravitz”
Capítulo 13

Entraba en ella con delicadeza, absorbiendo el placer que le estaba consumiendo. Ni en sus mejores sueños pensó que estar dentro de ella sería así.
Se quedó dentro, quieto. Aun sabiendo que se encontraban en un sitio público, decidió ir lentamente. Se propuso volverla tan loca como él lo estaba. Tantos meses
imaginando qué se sentiría estar en su interior, y la realidad no solo era mejor que la perspectiva, sino que la estaba superando con creces.
Volvió a salir de ella y volvió a entrar mordiéndose el labio. M antener el control suponía una deliciosa tortura. Otra vez más, y una sensación compartida les
recorrió el cuerpo de tal forma que parecía como si se estuviese transportando a través de los dos. Eran un cúmulo de energía brutal que podría dar luz a una ciudad.
M arta se llevó los dedos a la boca y se mordió. No tuvo que decir nada, sus miradas bastaron para saber lo que buscaban del otro.
- Joder… — susurró Alec
M arta, con la prohibición de Alec, solo podía cerrar los ojos y aguantarse las ganas de gritar como una loca, aunque estuviese medio Edimburgo mirando. Alec lo
adivinó y para atormentarla más, la sujetó de la barbilla y levantó su cabeza.
- M írame a los ojos, hechicera.
Ella los abrió y le miró. Entonces, un cúmulo de sensaciones anhelantes se despertó en ambos y Alec aumentó el ritmo. Arremetió con dureza en su interior, sabedor
de que había entrado tanto que ella se quedó sin aliento. M arta abrió sus ojos de la sorpresa por la acometida e intentó en vano agachar la cabeza para digerir el placer,
pero Alec no se lo permitió y la volvió a poner frente a él. M irándola, aprendiendo cada gesto que con su sexo le proporcionaba.
Se acercó a ella lo suficiente como para hablarla al oído. Le puso la mano en la nuca y le lamió el lóbulo de la oreja con la punta de la lengua.
- Te voy a quitar el aliento.
“Ya lo has hecho” pensó M arta.
Al fondo se escuchaban voces, pero ellos, cegados a la lujuria del momento, las ignoraron.
Otra dura embestida y M arta se quedó al borde del orgasmo. Alec se detuvo y ella gruñó por la impotencia.
- Shhhh, silencio. No desesperes, mi niña. Porque te aseguro que cuando te corras, toda esa contención que te estoy pidiendo, la vas a soltar en tu orgasmo, y me lo
acabarás agradeciendo.
- Cretino – susurró ella desesperada.
- Otro insulto más y te quedas sin postre.
- M e las pagarás.
- Pero no será hoy. Silencio.
Y con una nueva embestida la llevó de nuevo al borde. Se paró. La volvió a mirar y confirmó la súplica en sus ojos.
Si ella supiera que él estaba igual o peor que ella…
Un movimiento circular de sus caderas, le robó de nuevo el aire a M arta. Se estaba ahogando de placer. No podía más, o se corría o acabaría desmayada de la
ansiedad.
Alec paró, M arta resopló desesperada. Se miraron, M arta le agarró de los hombros y le atrajo del todo hacia ella para besarle. Y como si la propia Noche de Brujas
se hubiese puesto de acuerdo con ellos en ese momento, se desató la magia y Alec la embistió más y más rápido mientras sus lenguas chocaban entre ellas en sus bocas.
M arta le mordió el labio en el mismo instante que él la embistió en una acometida desgarradora. Se podía ver cómo fluía la electricidad desde su boca a sus sexos. El
ímpetu de sus movimientos les coordinó de tal forma, que un increíble orgasmo conjunto les asoló, hasta obligar a Alec a ponerse de rodillas con M arta en sus brazos.
- Ha sido la hostia nena – M arta le miró y sonrió por la contundencia de sus palabras.
- ¿Ahora puedo hablar, señor?
- Ahora puedes pedirme lo que quieras.
- Pues quiero repetirlo.
- ¿Lo dices en serio?
M arta le miró comprobando cómo su respiración mostraba su agotamiento.
- Sí, abuelo.
- No estoy cansado
- Ya claro – le contestó con ironía
Y era cierto, no estaba cansado. Se sentía más bien desconcertado por todo lo que acababa de suceder, pero su cuerpo también le pedía más.
- Tú no sabes, hechicera, de lo que soy capaz.
- Vanidoso.
Entonces, Alec la soltó y la dejó en el suelo. Se quitó el preservativo y lo tiró en una de las papeleras que había en la pared. La cogió de la mano y tiró de ella.
- ¿Qué haces? – preguntó M arta preocupada por su reacción.
- Demostrarte que estoy en forma y que la que mañana no podrá andar ni sentarse serás tú.
Y M arta soltó una carcajada llena de felicidad y expectativa por lo que estaba a punto de suceder. Se llevó la mano al cuello para confirmar que el collar seguía ahí,
aún no se podía creer que se lo hubiese puesto, y le siguió.
Salieron de las catacumbas deprisa. Alec tiraba de ella ansioso y no se daba cuenta de que la llevaba arrastrando.
- ¡Alec espera que cada paso tuyo vale por dos míos!
Él miró hacia atrás y se rió. La atrajo hacia él, la cogió en brazos y la cargó al hombro.
- ¡Espera que no seas cromañón! – se quejó M arta riéndose — ¡puedo andar sola!
- Te estoy demostrando lo cansado que estoy.
- Idiota – dijo con la risa todavía en su cara.
- Sí, idiota, pero te pone, como a mí me pone tener tu culito cerca de mi cara.
Y a carcajadas y contentos se fueron alejando de la zona buscando un taxi, cuando a M arta le sonó el teléfono.
- Déjame contestar.
- No, que esperen.
- Alec, déjame coger el teléfono.
- ¿Dónde lo llevas?
- En el bolsillo que hay en el interior del vestido en el lado derecho, abuelo.
- Abuelo,¿ por?
- Porque lo tienes casi pegado a tu oreja.
Entonces Alec se detuvo para buscar el teléfono dentro de la falda de M arta, mientras aprovechaba para meterla mano, cosa que provocó que ella se revolviese y que
Alec perdiera el equilibrio y casi se caen, por lo que él se tomó la libertad de contestar el teléfono y tomarse la absurda revancha.
- ¡Alec no, dámelo!
Y le dio a la tecla de responder sin mirar la pantalla.
- M arta, ¿dónde estás? ¡Desapareciste! – contestó una voz femenina al otro lado de la línea.
Alec, deduciendo que se trataba de su amiga Clara contestó sin nada de vergüenza.
- Está conmigo, me la voy a quedar toda la noche, así que no la esperes despierta.
- ¡Alec…! – le reprendió M arta
- ¿Y tú quién eres? – le preguntó la chica al otro lado de la línea
- Soy su Amo y ella es mi hechicera — y colgó.
- ¿Estás loco? ¿Cómo puedes decir eso? – le dijo M arta enfadada, pero emocionada de oír esas palabras de su boca.
Le devolvió el móvil y ella tuvo el tiempo justo de mandar un mensaje a Clara, pero cuando fue a hacerlo recibió uno de ella.
“Puta afortunada, lo conseguiste”
“No lo conseguí todavía, pero lo haré”
Y se guardó el teléfono como pudo hasta que Alec se paró porque habían encontrado un taxi.
Llegaron al apartamento de Alec y a M arta no le dio tiempo ni a mirar la casa. Porque tal y como llegó, la llevó a su habitación y la plantó a los pies de su cama.
- ¿Quieres ser mi sumisa? Pues hoy te voy a mostrar algo que nunca podrás olvidar.
La tomó por la nuca y la besó con desgarro, con la misma pasión que hacía un momento, pero en esta ocasión el Amo estaba en todo su esplendor.
M ordió su labio inferior salvajemente, con ansiedad. Una vez que la boca de M arta quedó abierta, introdujo su lengua lo suficiente como para hacerla chocar con la
de ella. Se la succionó como si fuese un dulce caramelo, para después explorarle la boca con la suya. La saboreó, una y otra vez, hasta que comprobó que estaba rendida
a su lascivia. Dejó de besarla, se apartó un poco de ella y la miró, tocándole la mejilla con delicadeza, una caricia totalmente fuera de lugar en una situación como aquella.
Alec se recompuso y el amo volvió a salir.
- Desnúdate y quédate solo con las bragas y el collar. Sube a la cama y quédate de rodillas sobre ella.
- Sí, Amo.
Esa respuesta le conmovió de una forma que ni él mismo esperaba, pero trató de mantener la compostura de nuevo.
- Hazlo. Yo ahora vuelvo.
Alec se dio medio vuelta y desapareció tras una puerta que estaba al fondo de la habitación. Por lo que M arta, comenzó a desnudarse.
M ientras lo hacía se puso a mirar a su alrededor y le echó un vistazo a la habitación.
Paredes claras la rodeaban y frente a ella un enorme espejo gótico en gris plateado reflejaba su cuerpo semi desnudo. Se miró en él tocándose la gargantilla y sonrió.
Subió encima de la cama con dosel negro y se le ocurrió desplegar las preciosas cortinas blancas que colgaban de él y cubrir la cama. Quería sorprenderle y lo hizo, vaya
si lo hizo. Se colocó de rodillas justo en el instante que Alec volvió a entrar.
De repente, a través de lo que parecía el hilo musical, la voz de Lenny Kravitz comenzó a entonar I belong to you.
You are the flame in my heart
You light my way in the dark
You are the ultimate star
You lift me from up above
Your unconditional love
Takes me to paradise
I belong to you
And you
You belong to me too
You make my life complete
You make me feel so sweet
You make me feel so divine
Your soul and mind are entwined
Before you I was blind
But since I've opened my eyes
And with you there's no disguise
So I could open up my mind
I always loved you from the start
But I could not figure out
That I had to do it everyday
So I put away the fight
Now I'm gonna live my life
Giving you the most in every way
I belong to you
And you
You belong to me too
You make my life complete
You make me feel so sweet
Oh I belong to you
I belong to you
And you, you
You belong to me too
You make my life complete
You make me feel so sweet
Oh I belong to you
I belong to you
And you, you
You belong to me too
You make my life complete
You make my life complete
You make me feel so sweet
Oh I belong to you
I belong to you
And you, and you
You belong to me too
You make my life complete
You make my life complete
You make me feel so sweet
tú eres la llama de mi corazón
tú iluminas mi camino en la oscuridad
tú eres mi última estrella
tú me elevas desde el cielo
tu amor incondicional
me lleva hacia el paraíso
te pertenezco a ti
y tú
me perteneces a mi
tú haces que mi vida sea completa
tú me haces sentir tan bien
tú me haces sentir tan divino
tu alma y la mía están combinadas
antes de ti yo estaba ciego
pero desde que abrí los ojos
y contigo allí y no hubo ningún disfraz
así que pude abrir los ojos
siempre te amé desde el inicio
pero no podría darme cuenta
que debía hacerlo todos los días
así que dejé a un lado la lucha
ahora voy a vivir mi vida
dándote a ti lo mejor
te pertenezco a ti
y tú
me perteneces a mí también
tú haces que mi vida sea completa
tú me haces sentir tan bien
oh yo te pertenezco
te pertenezco
y tú, tú
me perteneces también
tú haces que mi vida sea completa
tú me haces sentir tan bien
oh yo te pertenezco
te pertenezco
y tú, tú
me perteneces también
tú haces que mi vida sea completa
tú haces que mi vida sea completa
tú me haces sentir tan bien
oh yo te pertenezco
te pertenezco
y tú, tú
me perteneces también
tú haces que mi vida sea completa
tú haces que mi vida sea completa
tú me haces sentir tan bien
Se quedó de piedra en medio de la habitación. Ver la imagen de M arta desnuda, de rodillas en la cama, de espaldas a él entre las cortinas, casi hizo que se le parase el
corazón. Era la imagen más sexy que jamás sus ojos habían visto. Sintió cómo su miembro se endurecía y su cuerpo se calentaba.
Se sentía en el paraíso erótico. Estiró su mano como si quisiera tocarla, pero lo único que alcanzó fue tocar las cortinas con la misma delicadeza que tocaría su piel.
Avanzó alrededor de la cama moviendo las cortinas y mirando a M arta embobado.
M arta giró la cabeza en dirección a los pasos de Alec y sonrió. El miembro de Alec se sacudió dando la bienvenida a la sonrisa de ella.
Abrió la cortina por uno de los laterales y se embebió de su cuerpo. Notaba cómo se le había secado la boca nada más verla. Sediento de ella.
M arta se humedeció cuando lo percibió su presencia. Había girado su cabeza con toda la intención de provocarle, pero la jugada le salió mal, porque cuando le vio,
casi cayó desmayada hacia atrás. Estaba ilegalmente guapo. Se había cambiado de ropa, y en vez de llevar el típico pantalón de cuero, se había puesto una versión
moderna del tradicional kilt en color marrón oscuro y nada encima. Tuvo que respirar hondo para tranquilizarse y no lanzarse a su cuello.
Como le estaba mirando fascinada, no se había dado cuenta de que en la mano derecha llevaba dos cosas. Un antifaz del mismo cuero que el kilt, y un precioso collar
de perlas. La sola idea de pensar lo que iba a hacer con aquello la enardeció todavía más.
Alec se subió a la cama y se puso detrás de ella. Dejó las perlas encima de la cama y se quedó con el antifaz.
- M írame, hechicera – ella giró la cabeza y le miró atendiendo su orden – solo quiero que sientas lo mismo que yo cuando no estás cerca y no puedo tocarte. – y le dio
un pequeño beso en la comisura del labio.
M arta suspiró y cerró los ojos. Alec le colocó la máscara y se la ató por detrás con suavidad pero firmemente, para que ella no tuviese la posibilidad de ver nada.
M arta notó que se trataba de cuero sedoso, de tela fina para que no la pudiese dañar. Su imperfecto caballero pensaba en su seguridad y eso la encantaba.
- ¿Tu palabra de seguridad?
- ¿Quieres que sea la misma? – preguntó M arta recordando el primer intento.
- No – a Alec no le hizo ninguna gracia aquella palabra y prefería que no fuese.
- Imperfecto.
- ¿Imperfecto? – arqueó sus cejas incrédulo, una vez más le sorprendía y no pudo evitar preguntar — Y eso... ¿Por?
- Porque hay personas que pueden parecer perfectas y en ocasiones no lo son – si supiese que lo decía por él, pero aún así, lo quería a su lado.
- Imperfecto entonces.
- Como tú… – susurró en español en un murmullo casi inaudible.
- ¿Qué has dicho?
- He dicho que empecemos.
- Eso no lo puedes decir tú, hechicera, pero empecemos.
- Sí, mi amo.
Alec se emocionó al escuchar esas palabras de la boca de M arta. “Su amo”.
“Sí señor, su amo y ella la tuya…”
- Pon las manos hacia atrás y junta las muñecas.
M arta hizo lo que le pidió y Alec procedió a atarla con el collar de perlas que había traído junto con el antifaz. Notó el clic del cierre y empezaba a dar vueltas
alrededor de sus muñecas con él todo lo que daba de sí hasta que lo volvió a cerrar.
Se levantó de la cama y la observó desde la distancia. La imagen le hechizó. Le entraron unas ganas tremendas de follársela sin más y acabar con el juego, pero sabía
que al final se quedaría insatisfecho y seguramente ella también. Así que, aunque su miembro le imploraba estar dentro de ella, se contuvo y siguió observándola como si
se tratase una aparición.
No iba a hacerlo, no debía, sabía que era algo infantil y nada apropiado, pero salió de la habitación y volvió con el móvil para hacerle una foto. Quería poder recordar
cada minuto de aquella noche el resto de su vida, por si acaso.
M arta escuchó el ruido de la cámara y se asustó, pero Alec se acercó a ella para tranquilizarla.
- Calma, nunca haría nada que te hiciese daño. Te he hecho una foto de tu precioso cuerpo a mi merced, luego te la enseño y si quieres la borro.
Ella tan solo asintió. No podía hacer nada más en ese momento. Le daría su vida si se lo pidiese y no sabía por qué.
Alec dejó el móvil dentro del cajón de la mesita de noche y volvió a subirse a la cama.
M ientras Lenny Kravitz, y con la canción en modo repetición, les contaba lo que sentían el uno por el otro, porque sí, no solo eran el uno del otro sino más bien
eran la prolongación de sí mismos, pero eso lo tendrían que averiguar ellos solos.
“Nos agarramos, encadenamos en vano nuestros corazones,
saltamos, sin preguntar nunca por qué.
Nos besamos, caí bajo tu encantamiento,
un amor que nadie podría rechazar”
Wrecking ball
Miley Cyrus
Capítulo 14

Su mano rozó el cuello de M arta, y con impune sensualidad fue bajando poco a poco hasta el final de su espalda. Ella tembló, no pudo evitarlo, pero no por su
tacto, eso solo era la gota que colmaba el vaso. Era su presencia, sentirlo cerca, como siempre. No había nada más erótico para M arta que sentir su presencia a cerca.
Todavía a sus espaldas, la rodeó con sus brazos hasta que sus manos abarcaron sus excitados pechos. Le encantaba poder abarcarlos con ellas. Con los pulgares
acariciaba los pezones, mientras que su lengua la torturaba desde el cuello hasta el lóbulo de la oreja. Así era como quería estar, con ella en sus brazos.
Suaves besos la siguieron marcando, mientras ella jadeaba sin remisión. Sus labios la estaban atormentando, pero más duro era sentir cómo su sexo se humedecía de
excitación y lo tenía abandonado a traición.
Sabía que no la tocaría ahí hasta que escuchara su súplica. Sabía que eso sería una muestra más de su rendición a él, pero ella también era lista y se haría de rogar,
porque en ese instante, tenía claro que él se moría de deseo por ella. Solo le aterraba un miedo escondido en las sombras, que él pronunciara otro nombre en medio de la
pasión. El de otra mujer.
Pero de momento solo era ella.
Poco a poco sus manos fueron bajando por su ombligo, la pelvis, en el interior de los muslos. Rozaba pero no se quedaba en su centro y ella quería más.
Y Lenny Kravitz volvía a cantar…
Alec se apartó un momento y cogió un objeto que había debajo del colchón. De repente, sintió como algo que parecía una pluma bajaba por su espalda acariciándola,
lo que la provocó un cosquilleo entre las piernas, que a su vez temblaron.
- Agáchate – le ordenó él con delicadeza.
Y M arta lo hizo ayudada por él. La sujetó de los brazos para que ella apoyara la cabeza en la almohada, que previamente él había acomodado, y luego siguió con la
tortura de la pluma por sus nalgas, acercándose peligrosamente de nuevo a su hendidura.
Ella resopló anhelante de sus caricias, suplicando por más contacto. Y Alec sonrió por su pequeña victoria, aunque sabía que ese era tan solo un pequeño paso en
todo lo que tenía pensado hacerle. M uchas cosas y todas muy indignas de un caballero. Su pene se volvió a sacudir solo de pensarlo.
En un arranque de erótica maldad, con su lengua, comenzó un sinuoso camino desde su tobillo hasta la cadera, mientras que con la varilla de pluma jugaba con su
húmedo sexo, tentándolo. Ella se removía buscando más, pero él se lo negaba conscientemente.
- M i amo, quiero más, por favor.
Él volvió a sonreír de medio lado y continuó el viaje de su lengua por la espalda, por un costado hasta casi tocar sus pechos, pero solo casi. M arta volvió a suspirar,
y él avanzó hacia arriba, llegando al hombro, después a la nuca y por último al lóbulo de la oreja.
Las plumas de la varilla ya estabas mojadas por el contacto con el sexo de ella y decidió dejarla a un lado para tentar su entrada con la punta del dedo corazón. Solo
tentarla, jugando alrededor de la entrada sin tocar nada más.
- Tan expuesta, tan bella – dijo él al verla en esa posición.
- Alec…mi amo…— suplicó M arta en medio de su sensual tormento.
- No.
Y para reafirmar su negación la castigó con un azote allí mismo donde acababa de acariciarle con el dedo. M arta gritó y su clítoris palpitó y se endureció. Alec lo
miró mordiéndose el labio inferior. Se moría por poner su lengua en él y hacerla correrse en su boca, pero quería ver su entera rendición, aunque ello supusiera su propia
tortura.
Otro azote, otro más y los gritos de M arta se fueron convirtiendo en gemidos. No pudo evitarlo y tuvo que pasar la lengua por la humedad de M arta para calmar su
sed.
- M i señor…
M arta no sabía lo que acababa de decir. Eso era toda una provocación para Alec, para su control. Otro lametón y después un azote. La dejó en el límite.
Pero entonces se apartó de ella y se levantó de la cama. Se fue a un lado de la cama y la volvió a mirar a través de las cortinas.
“Si con solo una vez bastara…”, pensó. Pero era consciente de que no iba a ser así.
Rodeó la cama y salió de la habitación.
Ella por un fugaz instante se sintió abandonada. Anhelaba su contacto. Aunque no le dio a tiempo a sentirlo lejos por mucho más tiempo porque él volvió. Otra vez,
con algo en la mano.
Se sentó a su lado y la incorporó. Cogió sus pechos y los amasó suavemente para calmarlos. M arta gemía sin recato ante su contacto. Empezaba a tener nublado el
sentido, empezaba a sentir que ya no estaba encima de la cama, estaba dentro de él.
- Alec…
Un azote en los pechos.
- M i nombre, un azote…ahora llámame Amo.
M ás caricias en sus pechos y otra provocación de M arta.
- Alec…
Escuchar su nombre de los labios de su hechicera era un regalo del cielo. Pero, no era tonto, sabía que lo provocaba para que le diese más. Y esta vez se lo daría y
porque además, quería dejarla dolorida para lo que venía a continuación.
Otro azote, otro gemido y de nuevo su nombre.
- Alec, más…
Un nuevo azote, pero el castigo fue en su nalga. Se quejó, pero más por la sorpresa que por el dolor.
- M i señor…. – un lamento que se convirtió en súplica cuando el calor por el dolor dio paso al deseo.
Un pellizco en los pezones confirmó su sospecha, lo que la dejó expectante sobre lo que seguiría. Otro pellizco más en el otro y un respiro de alivio. Estaba de
rodillas en la cama y sus pechos erguidos reclamaban más atención, la cual, Alec, al menos de momento no le iba a dar, salvo una suave caricia que le regaló para
calmarlos un poco.
Y así, solo de esa forma, se deleitó con la vista que ella le ofrecía de nuevo. Estaba frente a ella, la miraba a la cara aunque, aún tenía tapados los ojos, pero ambos
eran conscientes de la mirada del otro. Ya no se tocaban, pero se notaba la vibración de sus cuerpos en el otro. M arta podía percibir los movimientos de Alec, sus
manos cerca de su piel, que sin tocarla, acariciaban cada centímetro de su figura.
Una sensación más y por un instante pensaron que llegaban al orgasmo sin tocarse, solo por la agitación que emanaban.
Alec estaba dispuesto a hacerla sufrir un poco más, y de paso también él.
De rodillas, con sus pechos erguidos se atrevió a rozarla con las yemas de sus dedos. Delirantes toques que despertaron de nuevo los gemidos de M arta. Lo que ella
no podía ver, era que Alec estaba al borde de perder el control que tenía y tumbarla para penetrarla sin descanso.
Respiraciones entrecortadas y…la súplica esperada.
- Por favor…mi señor…
- ¿Por favor, qué?
- Fóllame Alec…
Y todo el poder de Alec se fulminó con esas palabras. La tumbó boca abajo, apoyando con toda la suavidad que pudo la cabeza en la almohada. Volvió a mirar su
húmeda hendidura, cogió un preservativo y se lo puso con los dedos temblorosos y la penetró.
- Joder, esto es la hostia.
Se quedó quieto dentro de ella, no porque fuera a correrse, sino más bien para disfrutar del momento de placer que sentirse totalmente en su interior le ocasionaba.
M arta se sentía llena, Alec extasiado.
Un beso en la espalda, un leve movimiento, otro beso, otra suave penetración.
Gemidos entrecortados de los dos, y entonces sucedió lo que ambos en el fondo buscaban. La conexión.
Alec comenzó a moverse dentro de ella con la certeza de saber que sabía lo que ella quería, buscaba y necesitaba. No sabía por qué y tampoco quiso preguntárselo
en ese momento. Solo se dejó llevar, por primera vez.
M arta respondía a sus embates. Supo cómo moverse, lo recibía y lo provocaba sin necesidad de preguntar. Primero suave y lento, ella podía sentir en su interior
cómo entraba y salía estimulando todos y cada uno de sus nervios.
- M aravillosa – confesó Alec en su delirio – eres mía y te poseo como quiero.
“Soy tuyo y me posees completamente”, pensó para adentro por miedo a confesar en alto lo que realmente sentía.
- Alec…
Zas…
- Un azote por decir mi nombre.
- M i amo…
Zas…
- Otro azote por excitarme al decirlo con ese tono de voz.
Sí, porque su tono era embriagador. Tóxicamente dulce.
Otra embestida más y casi provoca el orgasmo de M arta, pero no, ella le estaba esperando y él lo sabía, aunque Alec no quería acabar, solo quería estar dentro de
ella. Siempre.
Se retiró hacia atrás, casi salió de ella, cerró sus ojos, inspiró, y en ese corto lapso de tiempo escuchó la respiración de M arta, entrecortada, enardecida y necesitada.
Entonces, una explosión de deseo lo colapsó, de tal modo que su siguiente embestida fue brutal y profunda, dando paso a movimientos más duros. M arta, sin hablar, se
lo había pedido. Él, lo había sentido así, no hubo necesidad de palabras. Estaban conectados a un nivel inimaginable y eso, en cierto modo, le asustó. Apretó más sus
ojos e intentó no pensar en lo que sentía y se ciñó solo al deseo y la volvió a embestir. Esta vez con más furia. Una, dos, tres…
- M i hechicera salvaje…eres digna de mí.
Se mordió el labio porque a punto estaba de ir más allá.
M ovieron las caderas al unísono, en círculo, incitándose. Hasta sus gemidos eran uno solo.
M arta tenía sus ojos tapados, pero sentía a Alec como si lo estuviese mirando a la cara.
Alec la incorporó y de un suave tirón le quitó las pinzas de los pezones arrancando un gemido de dolor a M arta, que poco a poco se convirtió en placer.
- ¿Te duele?
M arta asintió con la cabeza.
- Por provocadora…
Una infame mentira de sus labios que escondía su propio anhelo.
Alec no se resistió más, y empezó su castigo. Embates dignos del amo que iba por sus venas. La profundidad que alcanzaba arrancó las lágrimas de placer M arta.
Nunca imaginó que algo tan intenso pudiera ser tan bello, y no paró.
Ninguno de los dos pensaron jamás que el contacto de sus sexos les podría catapultar a ese éxtasis.
“Si esto sucede ahora, ¿qué pasaría si fuera piel con piel?”
El mismo pensamiento se cruzó en sus cabezas.
Una embestida más, y otra. Respiraciones aceleradas al ritmo de la penetración.
- Alec, quiero verte.
- No.
Una negativa firme y cortante para intentar diluir el momento.
- No.
M ejor que no le viese, porque se haría ilusiones.
Las manos de Alec alcanzaron su hinchado botón, acariciándolo con más ternura de la esperada, teniendo en cuenta sus embates. Un toque, una caricia. Un beso en
la nuca y por último un giro magistral de sus caderas y el colapso final.
- ¡¡¡M arta!!!!, ¡¡¡M arta!!!! M arta…
Ambos descargaron su orgasmo conjunto en un instante que fue más allá del simple placer. Alec cayó sobre la espalda de M arta y no pudo evitar besarla con mimo,
propio de él. Cuando se percató del descuido, salió de su cuerpo, tal vez más bruscamente de lo deseado y la soltó el collar de perlas de sus muñecas. Destapó sus ojos
y le dio la vuelta, para en esta ocasión, sí la tumbó con suavidad de nuevo.
M arta entreabrió sus ojos, fue a restregárselos para intentar recuperar la visibilidad perdida y se miraron. Sus respiraciones se contuvieron, un segundo de debilidad
de Alec que M arta aprovechó para besarle. Un beso contenido sí, pero que ofrecía más de lo que guardaba.
Alec deshizo el beso, rompió el momento y se tumbó de espaldas en la cama.
- M uchas gracias por lo que me has dado sumisa. Ahora será mejor que descanses, te esperan unos duros días de aprendizaje – dijo Alec con un aparente toque de
frialdad que no sentía.
“M i nombre, ha dicho mi nombre cuando…” dejó ese pensamiento en el aire, mejor no pensar de momento.
Se dio la media vuelta y se dispuso a dormir. Algo que no sucedió hasta bien entrada la noche, cuando el caballero se quitó su armadura invisible y la abrazó. Algo
que hicieron toda la noche.
La mañana se acercó demasiado pronto al sueño de M arta, que a pesar de que no había dormido más de cinco horas, se sentía como si hubiese dormido todo un día.
Ya no estaba en brazos de Alec, pero no pudo evitar sonreír cuando miró a su derecha y le vio dormido profundamente. No se lo podía negar a sí misma, era feliz.
De repente se acordó de lo que llevaba en el cuello y rápidamente se lo tocó para certificar que seguía ahí. El collar de aprendiz continuaba alrededor de su cuello.
- Sí, te conseguí escocés…—susurró para sí misma.
Quiso soltar una carcajada de felicidad pero se contuvo porque él seguía dormido, y lo cierto es que se moría de ganas de mirarle mientras dormía.
Su rictus, habitualmente fruncido, lucía relajado y tranquilo. Tuvo la tentación de morderle la barbilla, en la que ya empezaba a asomar esa barba de tres días que le
daba un aspecto más juvenil y aniñado. Pero no se atrevió a tanto y tan solo acercó la mano para acariciarle la mejilla. Alec se revolvió y ella se detuvo por miedo a
despertarle, quería seguir disfrutándole más, a pesar de que se moría por ver sus preciosos ojos claros, unos que a veces lucían azules, otra verdes pero siempre
encantadores.
“Estoy enamorada de este hombre”, confesó en su interior.
Se quedó dormida de nuevo mirándole, y cuando volvió a abrir los ojos, había otros claros mirándola fijamente.
“Joder creo que estoy enamorado de esta mujer”
- Será mejor que nos levantemos y nos duchemos. Tengo tres días de vuelos y tú tienes clase.
Alec se levantó de la cama y se dirigió a la ducha dejando a M arta por un lado desolada por sus frías palabras y por otro, aturdida por la visión del cuerpo desnudo
de Alec.
Lo que no se imaginó es que Alec volvería sobre sus pasos y la cogería en brazos para arrastrarla a la ducha con él. Ahí, sí que se quedó totalmente alucinada.
- ¡Vamos vaga, hay que irse!
Y la puso sobre su hombro derecho y ambos se metieron en la ducha entre risas.
Algo se estaba empezando a gestar en esa casa y una persona todavía no se había dado cuenta.
“Quiero estar contigo sobre una montaña,
Quiero bañarme contigo en el mar,
Quiero permanecer así para siempre,
Hasta que el cielo caiga sobre mí.
Truly, madly, deeply
S avage Garden”
Capítulo 15

Una ducha, un beso.


Solo un baño de paz donde no hubo sexo, solo miradas, algo parecido al safe care que el amo hace a la sumisa después de una buena azotaina, solo que esa vez no la
hubo. Tan solo era ¿caballerosidad?
La limpió como quien limpia una joya. Con cuidado. Con calma. Sin prisa. Intercambio de miradas y una gran dosis de algo que se cernía sobre ambos.
La dejó en la entrada de la residencia de estudiantes, aún vestida de hechicera, pero ahora era ella la hechizada.
Alec se metió en el coche y la miró a través de la ventanilla con una sonrisa. No dejó de mirarle hasta que le perdió de vista y fue entonces cuando entró.
Se dirigió a su habitación, se tumbó en la cama, y empezó a soñar de nuevo, pero esta vez despierta.
- Toda la noche contigo, mi caballero, toda la noche…
Recordó cada segundo de la noche pasado con él. Cada provocación, el contacto de su piel, pudo sentirlo en cada movimiento, a pesar de que no lo podía ver. Se
sentía cansada, exultante y feliz.
- Esto ha sido el primer paso, pero llegaré hasta ti – se dijo a sí misma tocándose de nuevo el collar de cuero.
M iró a su derecha y vio que Clara aún no había regresado, por lo que empezó a quitarse la ropa para intentar dormir un poco antes de ir a la facultad. Pero mientras
se desvestía, le sonó el móvil. Lo cogió y en la pantalla encontró un mensaje de Alec.
“Te espero en el pozo cuando vuelva de mi viaje”
- ¿Cómo puede ser tan paternal y tan romántico a la vez?, ¿será así con todas? – se preguntó a sí misma desconcertada.
No se atrevía a contestar, porque en el fondo no sabía que decir, pero dijo que la esperaba en el pozo, ¿el pozo?
“¿El pozo?” – preguntó curiosa
“Sí, donde van todas las brujas por hechizar a encantadores caballeros como yo”
No sabía de qué le hablaba, ¿le había hechizado? Otro golpe de esperanza se instaló en su alma. Pero por si acaso le siguió provocando.
“¿He sido mala? ¿me vas a castigar?, Lo siento pero no sé que es el pozo”.
No obtuvo respuesta, lo cual le preocupó. Se incorporó en la cama e iba a llamar cuando el teléfono empezó a sonar. Era él.
- ¿De veras no sabes qué es Whitches Well, El pozo de las Brujas? –preguntó Alec en inglés sin decir ni hola y después en español.
- No – respondió divertida M arta al darse cuenta de que solo le llamaba para eso – explícamelo.
- Parece mentira que una hechicera como tú, no sepa dónde fueron castigadas un montón de brujas.
La carcajada de M arta retumbó por toda la habitación. No solo, por lo que le había dicho, sino por la llamada en sí. Se comportaban como una pareja “normal”,
cuando en realidad no lo eran, ¿o sí?
- Ahora mi castigo será mayor.
- ¿M e vas a castigar por no saber qué es el Pozo de las Brujas? – preguntó con tono provocador.
- También – le dijo riendo
- ¿También? – le estaba empezando a gustar conversación, porque parecía más — ¿Y por qué más me vas a castigar?
- Ya te lo he dicho, ¿no me escuchas? – le dijo con tono firme y serio, pero solo en apariencia – Eso se merece una castigo ejemplar.
- Señor... – la sensación de anticipación la estaba excitando. No podía imaginarse qué era lo que la preparaba.
- M i dulce sumisa, tú vas a pagar un castigo muy alto por embrujarme.
M arta dejó de respirar por un instante. Se hizo el silencio y ninguno de los dos hablaron, pero no fue incómodo, fue algo extremadamente sexy.
- ¿Te dejé sin aliento, hechicera? – preguntó Alec con su ronca voz.
M arta no respondía, porque era tal y como él había dicho, pero tampoco le dio tiempo a reaccionar por Alec la volvió a provocar.
- Pues deja un poco para esta noche, porque entonces sí que te voy a quitar la respiración, y suplicarás que te la devuelva con mi boca.
- Alec… — tan solo pudo responder diciendo su nombre, pero su cuerpo ya estaba reaccionando a sus palabras. Llevó la mano a su entrepierna y sintió la humedad.
- ¡No te toques! — ¿le había leído el pensamiento? – si lo haces antes de que vuelva, lo sabré y te castigaré más todavía.
M arta iba a consentir lo justo su repentina arrogancia, pero sabía que si quería ser suya para siempre, una parte de ella tendría que someterse. Aún así, no pudo
evitar seguir retándole.
- ¿Y cómo sería el castigo, mi amo hechizado?
Alec se quedó pensando, pero no la respuesta que le iba a dar, no. Es que lo estaba volviendo loco, y si seguía en esa conversación con ella, lo mandaría todo a la
mierda y se iría a buscarla para atarla a su cama y no soltarla nunca más. Así que sacó al dom y escondió al hombre.
- Este jueguecito te va a costar que no te puedas sentar en unos días, que lo sepas.
Y la humedad se convirtió en deseo por tenerle a su lado, y el deseo en sumisión. Se acabó el juego.
- No lo haré, mi señor. Esperaré a tu llegada.
- Y te poseeré de tal forma que no volverás a ser la misma – “y yo tampoco”, pensó a su vez.
Y colgó el teléfono con el aliento contenido de nuevo, y con la esperanza de que él cumpliese su propósito.
- la próxima vez que intentes masturbarte en mi presencia, lo grabo…
La voz de Clara la sacó de su erótica fantasía.
- Joder, tía, ¡qué susto me has dado!
- Oye guapa, que el susto me lo he llevado yo cuando te he oído gemir – respondió Clara con sorna.
- ¿Gemir? Pero si no he llegado a…
- Tocarte nena, tocártelas ..., pero casi, te tenías que haber escuchado.
Pensó que si había despertado a Clara con sus gemidos, ¿qué pensaría Alec al oírla y no decir nada?
- Vaya, lo siento – se disculpó avergonzada – no pensé que…
- Anda, calla idiota, que me lo puedo imaginar – dijo en tono burlón – ese madurito tiene que ser una bomba. Que te toquen esas manos…¿tiene todo tan grande como
las manos? – elevó las cejas hacia arriba y hacia abajo curiosa.
- ¡Clara! – la gritó riéndose.
- ¿Qué?, quiero saberlo – se acercó a ella y se sentó en su cama — ¿la tiene o no?
- Clara…— M arta agachó la cabeza enfadada y la levantó con una pícara sonrisa – demasiadooooo, Clara.
Estallaron en una sonora carcajada y M arta le narró casi todo lo que sucedió la pasada noche.
- Bueno será mejor que nos duchemos y te enfríes un poco – se levantó de la cama y la miró a los ojos – en otro momento me contarás que más te hizo, ¿acaso crees que
soy tonta?
M arta la miró sorprendida pero prefirió esperar a contarle todo en otro momento.
- Ya te contaré más cosas cuando nos veamos en unos días de nuevo.
- ¿Os vais a volver a ver?. Qué callado te lo tenías zorra…
- Espero poder convencerle de que entre nosotros hay algo más que una relación Amo – sumisa, Clara.
- Y yo espero que no te equivoques y no te hagas daño cielo – Clara la miró con cariño y algo apenada, pues temía que todas las esperanzas que M arta tenía, se fueran
al traste con un hombre como Alec.
- Joder, Clara, ni que Alec fuese el diablo – se quejó M arta defendiéndole.
- Es un hombre con mucha experiencia nena, y sabría bien cómo hacer daño si se lo propusiera.
- Ni que le conocieses…
- No le conozco a él, pero sí, a ti, y tú estás enamorada, pero a lo mejor para él solo eres una más – le advirtió Clara preocupada por ella.
M arta se quedó pensativa, recordó las palabras de Anice, “Alec pronuncia el nombre de una mujer en sus relaciones”…y se dio cuenta que con ella había
pronunciado el suyo.
- ¿Le estaré haciendo olvidar a esa mujer? – susurró para sí, aunque Clara la oyó.
- ¿Qué decías…?
- Nada, nada…cosas mías.
Se turnaron en la ducha, se prepararon y fueron a la facultad. Llegaban tarde a las clases de ese día. Pero es que después de la noche de ambas, estaban agotadas.
Iban camino de la universidad cuando M arta se dio cuenta de algo.
- Por cierto, ¿y tú? ¿Cómo acabaste la noche?
Clara se quedó pensativa por un instante porque no sabía qué responderla, pero era consciente de que más tarde o más temprano se lo tendría que decir.
- Estuve con un hombre.
- ¿Tú? ¿Con alguien del posgrado?
- No.
M arta no se imaginaba a Clara haciendo ese tipo de locuras. Le gustaba la marcha, pero eso de irse con un desconocido, en una ciudad extraña le cortaba.
- ¿Y?...— Clara la miró avergonzada— ¡Cuenta!
- Es español. M oreno, alto, muy alto, con una tableta de chocolate que me la hubiese comido entera y besa muy bien, solo que…
- ¿Está casado?
- ¡Nooo! Bueno, creo que no, al menos eso me dijo.
- ¿Y te lo tiraste?
- Sí y no…bueno…
- Clara cielo, a un tío te lo tiras o no, no hay medias tintas…
- Bueno es que jugamos, me besó, le besé, nos metimos mano…y justo en el momento en que le pedí más paró y me dejó a medias.
- Vaya…— dijo M arta recordando algo parecido con Alec no hacía tanto tiempo.
- Sí, vaya. M e dijo que no estaba preparada para alguien como él – el tono de voz de Clara cada vez se apagaba más, acongojada – y cogió y se fue, sin más.
- Joder…
- Nunca había conocido a alguien como Héctor…
- ¿Héctor?
- Sí, Héctor, ¿qué pasa? ¿Le conoces?
- Creo que sé de quién hablas…creo — la agarró del brazo y tiró de ella para que avanzase más rápido— Vamos, que creo que le volverás a ver.
- ¿Y eso, cómo lo sabes? – Clara se paró y la miró extrañada.
M arta volvió a tirar de ella.
- Porque sé dónde encontrarle.
Y continuaron su camino a clase.
El día se pasó volando, pero M arta estaba agotada. Además, durante toda la tutoría, Dan apenas la dirigió la palabra, tal vez molesto porque les dejó tirados. O más
bien, porque a él le había dejado en la estacada por otro. Prefirió dejarlo pasar y hablarlo con él en otro momento.
Tampoco es que le importase demasiado. No pretendía hacerle daño, pero ella tenía muy claro lo que quería y no era a Daniel Oakley precisamente. Solo pensaba en
su amo.
Acabó el día y se fueron de vuelta a la residencia. Esa noche no tenían intención de salir, y además, M arta quería estar bien descansada para su próxima sesión con
Alec.
Le vino a la cabeza la conversación que había tenido con Clara, ¿sería posible que fuese su Héctor el que conoció? Recordó la reacción de Alec con ella y tenía
bastante que ver con la de él. Se rió pensando que en el fondo todos los hombres eran parecidos, bueno al menos los amos, que en cuanto veían que una mujer podría
atraparlos, se asustaban como cachorros. En el fondo todos los hombres se parecían en sus reacciones, pero ella atraparía al suyo, lo tenía claro.
Alec…
Quién lo diría. Él que se consideraba un amo libre, un hombre que solo buscaba dar y obtener placer de las mujeres, tenía un nudo en el pecho desde que la conoció.
Sentía como si fuese de toda la vida. Y comprobar la entrega de M arta, no estaba facilitando las cosas, pero por algún motivo que desconocía, se estaba dejando llevar, y
encima le gustaba. Pero, lo más intrigante de todo, es que sentía que se estaba llenando un vacío del que no sabía su existencia. Era como completar un círculo. Aun así
se negaba una evidencia más tangible de lo que pensaba, pero no quería trabajar con esa evidencia en su cabeza, al menos hasta comprobar qué era lo que ella buscaba en
él.
Lo constataría en la Noche de las Hogueras…
Una noche, que podría marcar un antes y un después en su relación.
- ¿Piensas en ella? – le preguntó Declan cuando ya habían alcanzado la altura de crucero y habían puesto el piloto automático.
- Pienso en ti, cielito – respondió Alec en su habitual tono burlón.
- A mí no me engañas.
- ¿Tan bien crees que me conoces? – le dijo a la defensiva
- No es eso, gilipollas.
- Entonces, ¿qué es?
- Es que yo estaba igual al principio con Henar.
Alec se giró para mirarle curioso arqueando una ceja.
- ¿M uerto de deseo? Eso ya lo sabía.
- No, muerto de dudas. Pero se pasa, te aseguro, que se pasa.
Y el avión siguió su camino y su cabeza en las nubes…
“Siente que el mundo está a tus pies,
Siente que hoy todo puede ser.
Hoy será, sabes que hoy será,
Las penas son de ayer.
Sabes que hoy todo puede ser”
Antonio Orozco
Hoy S erá
Capítulo 16

Era de esos días en los que aterrizar se le hizo eterno. Casi no dio tiempo ni a esperar a que los pasajeros bajasen. Cogió la chaqueta y salió del avión como alma que
lleva el diablo.
En el camino a casa recordó los cientos de mensajes que se habían mandado durante la separación temporal. Se miró en el espejo retrovisor y viendo su sonrisa, se
sintió como un estúpido adolescente, pero no le importó.
M arta estaba nerviosa, saber que iba a volver a verle la tenía excitada desde hacía horas.
Se levantó de la cama con más fuerzas que nunca y puso la radio para bailar y bailar como una loca en la habitación. Antonio Orozco con su “Hoy Será” leyó su
pensamiento:
No estemos serios aquí no pasa nada
hoy es el día, no puede haber más ganas
está llegando te dije que esperaras
la vida está llamando, quien dijo que mañana
Hoy Será, sabes Hoy Será
se trata de lo nuestro, se trata de empezar
y Hoy Será, sabes que Hoy Será
la suerte está cambiando, hoy vamos a ganar
Siente que el mundo está a tus pies
siente que todo puede ser
Hoy Será, sabes que Hoy Será
las penas son de ayer
sabes que todo puede ser
No queda tiempo, sujeta bien las alas
hoy despegamos, lo de ayer no pesan nada
tus manos son las venas, tus pies serán dos balas
estamos ready, que mando no manda nada
Hoy Será, sabes Hoy Será
se trata de lo nuestro, se trata de empezar
y Hoy Será, sabes que Hoy Será
la suerte está cambiando, volvamos a empezar
Siente que el mundo está a tus pies
siente que todo puede ser
Hoy Será, sabes que Hoy Será
las penas son de ayer
sabes que todo puede ser
No sintió el toc, toc de la puerta y mientras ella bailaba, una mirada no se apartaba de su cuerpo.
Se la comía con los ojos. Sus sensuales movimientos estaban haciendo mella en su control. M ás que nada porque solo había venido a verla para concretar la cita de
esa noche. Pero fue verla y se puso como loco. Estiró la mano en un amago de tocarla, pero se contuvo, prefirió seguir mirándola.
Pero, M arta reconoció la reacción de su cuerpo al tenerlo cerca. Era como si tuviese un radar para reconocerle en cuanto apareciese. Sabía que la estaba mirando
mientras bailaba, por lo que sus caderas empezaron a realizar giros más sensuales y provocativos.
Entrando en combustión sería la expresión adecuada, pero no, en ese cuarto estaba sucediendo algo más.
M arta se giró para mirarle y fue ella quien se acercó y se lanzó a sus brazos empujándole hacia la puerta del impulso y le dio un beso que a él no le dio tiempo y no
quiso a rechazar. Se abrazaron como si hacía años que no se hubiesen visto. Giraron sobre sí mismos. M arta trepó sobre él hasta poner las piernas en sus caderas y
pegarse a Alec.
- Hola, mi señor. ¡M enuda sorpresa!
Alec se apartó un poco de su cara, lo justo para mirarla a los ojos mientras le hablaba. Le apartó un mechón detrás de la oreja y le tocó la mejilla. Se sentía en casa.
- Hola hechicera, sorpresa la mía verte bailar así – sacó su lengua y se la pasó por el labio inferior insinuante — ¿siempre mueves las caderas así?
- Tendrás que averiguarlo…
Y sin pensárselo dos veces le plantó un beso desgarrador. La cogió por la nuca y le dio la vuelta para ponerla contra la pared. M etió su lengua y exploró en su boca
como deseaba desde hacía días. La recorrió entera por dentro mientras su mano izquierda vagaba en sus caderas. Era como si estuviese poseído. Jamás en su vida antes
había reaccionado con tanta lujuria con una mujer. Se apartó con pesar de su boca y la miró a los ojos con la mano todavía sujetándole la nuca.
- No sé qué demonios me haces, chiquilla, pero cada vez que te veo me vuelvo loco.
- Pues ya somos dos, mi amo.
Y volvió a besarla con descaro, poseyendo su boca como deseaba hacer con todo su cuerpo.
Un carraspeo interrumpió el momento.
- Buenos días.
Se separaron bruscamente el uno del otro como si fuesen dos niños a los que les habían pillado haciendo travesuras.
M arta bajó al suelo y miró hacia el hombre que estaba en la puerta.
- ¿M arta Santiago?
- Sí, soy yo.
El hombre estiró su brazo mostrándole un papel.
- Tenemos una citación judicial para usted para que se presente el 29 de noviembre en el High Court of Justiciary, en la Corte Suprema, en juicio el de Rosario Sanz.
- ¿Yo?
La cara de Alec era un poema, ¿qué demonios quería Charo de M arta?
- Pero si yo apenas conozco a Charo…
- Disculpe señorita, pero yo soy un mandado – la miró el hombre encogiendo los hombros — yo tan solo traigo la orden judicial, si la conoce o no, no es mi problema.
Y se dio la media vuelta y se fue tal como entró, en silencio y sin decir ni adiós.
- Alec, yo te juro que no sé nada de Charo – le miró con cara de súplica por miedo a que no la creyese. En el fondo le aterraba su reacción.
- Tranquila pequeña – le dijo tomándola en sus brazos y acariciándola le mejilla — dame eso para que lo leamos, pero me apuesto a que yo también tengo una en mi
buzón.
- Ya pero tú la conoces, hasta te has acostado con ella – contestó ella con tono de reproche, cosa que Alec no le gustó nada , demostrándoselo con su cara de enfado..
- Eso se merece unos azotes – le quitó la orden judicial para leerla – y esta noche los tendrás.
- Lo sé, lo siento – respondió con una falsa mirada de arrepentimiento.
- Y ese falso arrepentimiento dos azotes más.
M arta le miraba embobada mientras Alec acababa de leer el documento.
Terminó y la miró.
- Tú no te preocupes por nada porque yo estaré contigo – M arta le miró extrañada por su reacción — Te espero esta noche en la fuente— Se agachó para tomar su boca
como si no hubiese mañana, y se apartó dejándola vacía.
Así era él, tan pronto la besaba como se iba sin decirle adiós. Estaba desconcertada con sus acciones, pero tenía claro que ella era algo más para Alec que una
aprendiz.
El día pasó lento para ella. Estaba deseando que llegase la noche para volver a verle. Su visita matutina le había sorprendido. No se lo esperaba. De nuevo esa actitud
contradictoria que no lograba entender. Una idea que se estaba repitiendo muchas veces en su cabeza.
Pero verle allí cuando se dio la vuelta mientras bailaba fue como ver la luz, le dio un vuelco el corazón. Una sensación completamente indescriptible. Alec, su amo,
su hombre.
Estaba a punto de salir por la puerta, cuando por la misma entró Clara acompañada de Henar.
- M ira a quién me he encontrado en la entrada — dijo Clara señalando con la cabeza.
- Vengo a echarte una mano.
- Pero tú, ¿cómo sabes que…?
- Cielo, Alec es mi confidente – la miró arqueando las cejas – y yo soy el suyo. Ahora mismo creo que sé más cosas de su vida que Declan.
Las tres se rieron a carcajadas y Henar la miró con cariño.
“Eres perfecta para él”, pensó ella.
- Además, creo que te puedo dar unas pistas de lo que puede pasar esta noche si sigues mis consejos.
- Henar ya sabes que yo conozco este modo de vida de hace mucho tiempo, pero bueno, los consejos siempre son bien recibidos.
- No me refiero al BDSM , querida – la tomó de los hombros y la miró fijamente — me refiero Alec. De los demás, prefiero no saber nada – la guiñó un ojo con picardía
– de momento…— se giró sobre sus pasos, miró a Clara, quién la sonrió con complicidad y sacó algo que llevaba dentro de la bolsa – por ahora , te voy regalar algo que,
a los hombres en general y a estos en concreto, les vuelve locos si te ven solo con ellos puestos.
Estuvieron charlando durante un largo rato, y tanto Clara como Henar le ayudaron a maquillarse. No cabía duda, de que entre esas cuatro paredes, se estaba
empezando a forjar una gran amistad.
Se marcharon un par de horas antes de su cita. Se despidieron con besos y abrazos y unas palabras al oído de Henar.
- No te preocupes por nada del juicio, Alec me lo ha dicho.
- Yo te juro que…
Henar se apartó de ella y se puso el dedo índice en los labios en señal de silencio.
- Shhh, gracias…
Y se fue dejando a M arta pensando sobre la gran mujer que era Henar y la suerte de tenerla a su lado.
Antes de vestirse, indagó en Google sobre el Pozo de las Brujas.
Se empezó a preparar para la noche. Estaba claro que él la iba a sorprender, pero ella también quería hacerlo y dejarle con la boca abierta. Así que escogió uno de sus
vestidos. Uno blanco con escote palabra de honor, desenfadado pero a la vez sexy, de minifalda corta y semitransparente, abrochado por una sola cremallera por detrás,
y, se calzó los peep toes de diez centímetros en negro, que Henar le había regalado para esa noche. Para finalizar, no podía faltar un detalle de su personalidad, una
chaqueta de cuero desgastada y el toque del collar de aprendiz de sumisa. Se miró al pequeño espejo de la habitación y sonrió coqueta.
“Esta noche, Alec Reid, te voy a conquistar y nunca querrás separarte de mí”
Salió por la puerta y se subió a un taxi que le llevó hasta el lugar de su cita.
Era la Noche de las Hogueras, festividad que se celebraba en Edimburgo días después a La Noche de Brujas. A pesar de la oscuridad, toda la ciudad estaba iluminada
por las hogueras que los vecinos realizaban para conmemorar un complot religioso contra el Gobierno hacía más de cuatrocientos años.
Llegó al rincón de la explanada del castillo donde se encontraba la fuente, colocada como homenaje a las más de trescientas ejecuciones por brujería. M arta se acercó
todo lo que pudo a ella, dado que estaba vallada y observó los grabados que simbolizaban la dualidad entre el bien y el mal. Edimburgo era una ciudad con mágicas
tradiciones y esa noche lo sería también para ella.
- Dice la historia – la voz de Alec sonó en la penumbra – que había dos requisitos fundamentales para declararte bruja – M arta se dio la vuelta para mirarle, pero él
estaba entre los árboles y no lograba verle – uno ser pelirrojo.
- Cómo puedes ver, ese requisito no lo cumplo – M arta se tocó un mechón del pelo haciéndolo girar sobre su dedo índice, y movió la cabeza con coquetería.
- Otro era tener un tercer pezón.
- Algo interesante, pero que me parece algo repulsivo y no lo cumplo, mi señor…así que – se adelantó unos pasos para acercarse más a la voz de Alec – creo que no soy
su bruja.
Alec la pudo ver con más detenimiento y casi se quedó sin voz al verla con el vestido blanco. Fue como un dejà vú, como si hubiese vivido esa situación antes.
Cerró sus ojos y tuvo que tomar aire para poder continuar.
Los volvió a abrir y allí seguía su hechicera, iluminada tan solo por las tenues luces de las hogueras, como si fuese una aparición. El pulso se le aceleró, y a pesar de
ser noviembre, pequeñas gotas de sudor le empezaron a caer por la espalda. Se puso nervioso, y por un segundo quiso huir, pero la atracción que ella le provocaba, lo
detuvo.
- Todavía no he acabado, pequeña. — M arta sonrió y continuó avanzando hacia él – tú tienes un lunar, uno pequeño – se fue acercando a M arta y estiró su brazo para
tocarla – aquí, detrás de la oreja – y le rozó sutilmente justo en ese punto, a lo que M arta reaccionó con un suave gemido – uno que me vuelve loco.
- Alec…
- ¿Acaso es o no es brujería?
Y atacó la zona con sus labios hasta que M arta sintió que se le doblaban las rodillas y Alec tuvo que sujetarla para que no cayese. Se apartó de ella para mirarla
mientras aún se retorcía de placer y se detuvo en sus labios.
- Bruja…voy a hacer que ardas.
En ese instante, tiró de ella y la arrastró entre los árboles.
Entregados en un segundo de lujuria, Alec la puso frente uno de los árboles, la agarró por la cintura y se acercó a su oído, rozándola con sus labios el lóbulo de la
oreja y bajando al cuello para besar el collar.
- Aquí está – con su lengua chupó el lunar provocando el estremecimiento de M arta – pidiéndome a gritos que lo atrape – repitió la operación y M arta contuvo un
gemido. – Así es, pequeña, en silencio.
La oscuridad ocultaba la escena que estaba sucediendo entre los árboles. La gente pasaba por la fuente sin saber que a pocos metros, el deseo se desencadenaba como
una hoguera en plena ebullición.
- Ahora – las manos de Alec reptaban por las desnudas piernas de M arta – vamos a empezar con tu primer castigo, así que, y dado que estamos en un lugar público –
M arta no podía ver que en ese instante Alec la miraba con picardía – haga lo que haga, no te puedes correr – y una de sus manos se acercaron al collar de sumisa que
rodeaba el cuello de su hechicera.
- Sí, señor – contestó entregada.
De no ser por eso mismo que dijo, que estaban en un lugar público, ese signo de entrega le habría valido un premio más valioso que el que le iba a dar, pero estaba
seguro de que iba a merecer la pena la espera. Además, era su maestro, ¿verdad?
“No te engañes”.
- Quédate frente al tronco y no te muevas.
- Sí, mi Amo.
Una sacudida de su miembro, le recordó que ella le hacía perder el control una y otra vez.
- Esta noche, no la vas a olvidar.
“ Y yo tampoco”.
“Me tienes en tus manos
Y me lees lo mismo que un libro.
Sabes lo que yo ignoro y me dices las cosas
que no me digo”
Jaime S abines
Capítulo 17

Alec se quedó pegado a la espalda de M arta y se agachó. Poco a poco e intentado emplear sus mejores dotes de conquistador nato, puso sus manos en los tobillos
de ella y empezó a subir lentamente por sus piernas. M arta gimió, pero no por el contacto en sí; más bien por la certeza de saber lo que estaba a punto de pasar. Era
como si se conociesen de toda la vida. Sus cuerpos reaccionaban a la perfección al contacto del otro. Asustaba y a la vez impactaba.
Las manos de Alec continuaron su ascenso a la cima. Las metió por el interior del vestido hasta que llegó a sus caderas. Se incorporó, manteniendo las manos en ella
y cerró los ojos para intentar controlar el instinto animal que ella le despertaba.
Acercó su boca a la oreja de M arta y volvió a succionar ese lunar que le traía loco. M arta volvió a gemir.
- Esto solo es el principio, nena – sus manos se movieron hacia el pubis y se lo rozó con los dedos – porque la próxima vez que vuelva a estar dentro de ti, suplicarás
porque no pare, y no lo haré hasta que me harte, y te aseguro que no me voy a cansar de ti. ¿Lo has comprendido?
M arta afirmó con la cabeza ante la incapacidad de hablar.
- Contesta.
M arta tomó aire para poder soltar las palabras.
- Sí, mi señor – dijo casi susurrando – lo he comprendido.
- Si piensas que te voy a premiar por esto, te equivocas. Todavía te mereces un castigo.
Las manos de Alec comenzaron a explorar la entrepierna de M arta , arrancándole otro gemido. No tenía compasión alguna, tan solo exploraba y amenazaba su
hendidura desesperándola.
Un dedo paseó por sus labios menores, tocando su botón y con la lengua comenzó un trazo húmedo del cuello hasta la clavícula.
- Alec…
Escuchar su nombre de boca de M arta le exaltó. Aunque , fue por todo. Por decirlo, la forma de hacerlo, la situación en la que lo hacía. Injustificable. Fuera como
fuese, escuchar su voz era como acudir a la a la llamada del canto de una sirena. Pura atracción.
Sus manos continuaron jugando y M arta sentía las piernas como gelatina. Estaba a punto de estallar.
Un sollozo y después un temblor fueron la prueba que Alec necesitó para detener la dulce tortura.
- ¿Te vas a correr hechicera? – preguntó con su sensual y ronco tono de voz – te recuerdo que te ordené que no podías hacerlo, ese es mi castigo.
- M i señor, por favor — la súplica sonó más alta de lo debido, por lo que Alec reaccionó consecuentemente.
Apartó su mano y la dejó justo al borde de la cima. Le dio un último beso en su lunar y con un pesar que se negó a demostrar, se apartó.
- Ahora, empieza tu castigo.
Agarró su mano con firmeza y tiró de ella. Avanzó entre los árboles con rapidez y la llevó hasta un coche con chófer que estaba aparcado cerca.
- Entra sumisa – le ordenó
M arta entró en el coche y Alec detrás. Le dio unas indicaciones al conductor y el vehículo arrancó.
El coche avanzaba por la ciudad mientras ambos se miraban a los ojos casi lanzándose un desafío.
- Eres una jodida provocadora y vas a pagar por tu arrogancia.
Alec se incorporó un poco para coger una bolsa que había en el suelo. De ella sacó una gabardina de charol negro con cierre frontal de corchetes y cinturón. Se la
mostró a M arta señalándola.
- Desnúdate, quédate solo con las braguitas y ponte esto. Solo te quiero ver con esto.
M arta titubeó un poco al darse cuenta de que tendría que hacerlo con el chófer presente. Alec se dio cuenta de su indecisión y apretando un botón de la puerta,
accionó un mecanismo que subía la luna que separaba la parte delantera del coche de la trasera.
- Jamás dejaría que nadie te viese salvo yo.
M arta suspiró aliviada lo que provocó una pícara sonrisa en él. Era un granuja, le encantaba hacerla sufrir de ese modo aunque fuera un poco.
M arta empezó a desnudarse, pero como sabía lo que quería, se fue quitando el vestido blanco poco a poco sin apartar la vista de los ojos de Alec. En cambio él, era
incapaz de apartar la vista de su cuerpo.
M ientras lo hacía, su lengua se deslizó con apetito entre sus cerrados labios. Se la quería comer entera, pero como amo que era, su deber era contenerse, aunque a
veces le parecía imposible con ella.
La observó mientras que se quitaba el vestido, que por algún motivo que no lograba entender, supuso un pequeño alivio. Ese vestido despertaba en él una extraña
sensación, pero no se pondría a analizarla en ese instante, dado que se moría por verla desnuda a sus pies.
“A mis pies”
- Ven aquí y agáchate – tiró de su mano y la puso de rodillas frente a él – creo que no te tengo que explicar lo que tienes que hacer.
M arta elevó su ceja derecha en señal de entendimiento y con sus manos comenzó a bajar la cremallera del pantalón.
A pesar de lo que ella podría pensar, Alec, nunca antes había pedido algo así a una sumisa, pero otra vez con ella le ganaba la lujuria.
M arta, incitándole de nuevo, paseó la palma de su mano por encima de su miembro, sobre el calzoncillo, que no solo estaba ya hinchado, sino que hacía rato que su
erección le apretaba dentro del pantalón. Pero quería jugar con ella y quería cómo su miembro se deslizaba dentro de la boca de su hechicera.
- No dejes de mirarme mientras lo haces – le ordenó al tiempo que le dio un azote en su nalga izquierda sorprendiéndola — ahora dame placer.
M arta sacó su lengua y recorrió el tronco con suavidad, dejando un rastro húmedo que se mezcló con el líquido preseminal una vez llegó a su punta. Sonrió
internamente al comprobar que el cuerpo de Alec se tensaba y un ronco gemido salía de su garganta.
Pero lo mejor de todo para su amo era saber lo que quería de ella sin pedírselo, ya que con tan solo una mirada, supo lo que le pedía. Así que prolongó su agonía
poniendo su boca en forma de O y exprimiendo su miembro con avidez. Le estaba volviendo loco y lo sabía, pero también ella misma se avivaba su propio deseo. Era
un juego en el que ambos podían ganar.
De nuevo él se sintió fascinado al comprobar que ella de nuevo se estaba adelantando a su petición, y es que M arta le miró, y tan solo tuvo que mantenerle la mirada
para saberlo. Quería más. Y con ese más se quedó y empezó a succionar con ardor, con hambre. Alec no pudo hacer otra cosa más que coger su pelo en un puño y
acompañarla en las embestidas. La felicidad de su sonrisa lo decía todo.
- Si sigues así, pequeña, tendrás tu collar definitivo de sumisa antes de lo que imaginas.
Eso a ella le llenó de orgullo saberlo, pero más el saber que ese collar iba a venir de las manos de él. Aunque en el fondo ella también quisiera algo más de que ese
collar. Lo quería todo de él.
- Ohhh, nena, nunca antes me habían hecho sentir así – se le escapó a Alec en un instante de debilidad carnal que le había nublado la razón.
Y con esa confesión M arta aceleró el ritmo, más y más profundo. Hasta sentir su punta casi en la garganta. Le sintió endurecerse tanto que podía sentir el palpitar
de sus venas entre sus labios.
- No, espera – Alec no quería correrse en su boca todavía – ahora no.
Pero M arta le ignoró y continuó con la dulce tortura. Su boca seguía haciendo estragos en el cuerpo de Alec mientras su mano derecha jugaba febrilmente con su
tronco y con sus testículos después.
Era tan experta que a Alec le dio miedo saber cómo lo había aprendido. Otra cosa que prefirió no pensar.
Pero debía pararla, aunque no podía. Estaba en el puto cielo.
- Para – aunque su cabeza no deseaba que lo hiciese – para…
Y no le dio tiempo a volver a decirlo porque un torrente salió por la punta de su miembro que le provocó el orgasmo más salvaje que jamás había sentido con el sexo
oral. Esta mujer estaba minando su fortaleza de amo. Era como si su alma saliese de su cuerpo cada vez que ella le tocaba. Le tenía completamente hechizado.
Paradojas de la vida, el final de su orgasmo llegó mientras el coche se paraba en su destino.
Alec tiró del pelo de M arta para poder salir de su boca haciéndola algo de daño. Acción de la que se arrepintió al segundo de hacerlo, pero que no evitó que la mirase
con enfado, a pesar de la satisfacción interna.
- Esto no se va a volver a repetir – la miró con el rostro encendido por la furia de saber que ella era capaz de subyugarle.
“Se repetirá, Alec, lo estás deseando” pensó en realidad.
Se incorporó de su asiento y se recolocó la ropa.
- Como castigo debería pasearte desnuda, pero no lo puedo permitir.
M arta agachó la cabeza y se rió internamente satisfecha, pero Alec le tomó de la barbilla enfrentándola a él.
- Jamás, te repito, jamás te sientas satisfecha por desobedecerme – le dijo a un milímetro de sus labios. Se moría por besarla – pagarás por tu comportamiento.
Y no se contuvo y la besó. Con furia, con anhelo, con todo el alma puesto en ese beso que demostraba más de lo que debía.
Alec se separó de ella bruscamente, pero dado a su espíritu caballeroso, no pudo evitar ayudarla a ponerse la gabardina, para luego abrirle la puerta del coche y con
una señal invitarla a salir. Inspiró hondo, y salió detrás de ella dándole otro azote en el trasero.
“Es que estaría azotándole ese precioso culo todo el día. No veo la hora de tomarla por detrás y darle lo que se merece”.
Cuando salió del coche, se puso a su lado y puso la mano en su cintura en señal de absoluta posesión.
M arta no se había dado cuenta a dónde habían llegado hasta que alzó la cabeza. Estaban en la Maison de Debauch, un lugar que, de momento no le traía gratos
recuerdos.
- Yo pondré mejores recuerdos en su lugar – M arta se giró para mirarle asombrada, ¿le había leído el pensamiento?
Avanzaron hacia las escaleras de acceso al recinto, y en la puerta ya les estaba esperando la ama M arilyn con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Conocía a
Alec muy bien desde hacía años y conocía su forma de tratar a las sumisas, pero nunca antes le había visto el brillo en los ojos que mostraba en ese instante. Por fin una
mujer le había cazado, y eso le alegraba mucho, porque sabía su historia y merecía ser feliz.
- Buenas noches Amo Alec – se acercó a él y le dio un breve beso en los labios mirando a M arta de reojo, a sabiendas de que iba a encontrarse con una mirada de
desprecio por su parte – te he preparado la suite especial tal y como me pediste.
Les invitó a entrar con un gesto de su mano y pasó tras ellos cerrando la puerta con pestillo.
Se acercó a M arta por detrás acercándose lo suficientemente a ella como para hablarle al oído.
- Tienes suerte sumisa, lo cazaste – le susurró sobresaltando a M arta que se giró para mirarla.
- ¿Qué sucede M ary? – preguntó Alec extrañado.
- Nada, amo Alec, solo le decía a tu sumisa que se prepare para su castigo – dijo guiñándole un ojo a M arta para después retirarse por una puerta lateral.
Avanzaron hacia la suite en un cómodo silencio. Alec la miraba de reojo perdiéndose en su cuerpo. La sola idea de pensar en volver a poseerla le puso duro de
nuevo.
“Joder, como siga así me va a matar”.
A punto estaban de llegar a la habitación cuando M arta vio al fondo del pasillo a Alejandro, que al reconocerla al lado de Alec, se apresuró a acercarse a ellos. Junto
a él, Anice.
- ¡M arta que sorpresa! – se acercó a ella para darle dos besos cuando Alec intervino.
- ¿Tengo que recordarte dónde estamos Alejandro? – le miró con una amenaza velada.
El abogado le devolvió la mirada con fingido arrepentimiento.
- Disculpa Alec, me acerqué a M arta para saludarla y no te vi – respondió Alejandro con desdén.
“M e viste perfectamente, gilipollas” pensó Alec dado que no podía decirle nada así en un lugar como ese, se saltaría la norma de respeto, a pesar de que sabía que
Alejandro lo había hecho para provocarle.
- Pues, por si acaso, y para que no lo olvides, te lo voy a decir ahora. No toques a mi mujer, ni aquí dentro ni fuera, o te parto la cara.
M arta se giró para mirar a Alec sorprendida por su arrebato, ¿su mujer?
- Ha quedado claro – sus miradas se tornaron violentas y desafiantes – ya nos veremos en el juicio, M arta.
Hizo un intento de despedirse con un beso pero al ver la cara de Alec, se reprimió.
- Sumisa, vámonos – le dijo a Anice que lanzó a M arta una mirada de desprecio y a Alec con deseo frustrado.
Alec le cogió de la muñeca a M arta con rudeza y la puso de frente.
- Jamás te va a tocar nadie que no sea yo, te lo repito, jamás.– y tomó su boca mordiéndole el labio inferior con brusquedad – y menos ese.
Y abrió la puerta de la suite para continuar su castigo. Su dulce y maravilloso castigo.
“Tenerte en mis brazos,
yo solo quiero tenerte
en mis brazos”.
S tarlight
Muse
Capítulo 18

La habitación estaba casi a oscuras. Tan solo se podía vislumbrar una lámpara de techo de tres luces con acabado en metálico y cuero, que iluminaba la Cruz de San
Andrés de madera que estaba justo debajo. Era de cuero acolchado, con autosoporte, con lo que podía estar apoyada en el suelo en vez de ir colgada a la pared. De cada
perfila de la cruz colgaban argollas plateadas. Y según se iban acercando a ella, M arta pudo ver lo que ponía en el pie de madera en letras también plateadas. Casi se
desmaya al leerlo.
“Alec y Marta”
Se detuvieron frente a la cruz y Alec la miró.
- Ponte de espaldas a la cruz y levanta las manos por encima de la cabeza.
Impactada todavía por la visión de la inscripción en la base de la madera, M arta se llevó la mano automáticamente a su cuello y se tocó el collar, como si quisiera
comprobar que seguía ahí, y sí, lo estaba.
- M i señor, yo…— decía entrecortadamente – yo…no tengo palabras para expresar mi gratitud por este regalo.
Alec reprimió un gemido de satisfacción al verla así. Se moría por abrazarla y tomarla sin más, pero se había propuesto controlarse y lo haría, bueno al menos lo
intentaría.
- Te he dicho que te pongas de espaldas a la cruz y todavía no lo has hecho – la reprendió con una falsa firmeza.
M arta hizo lo que le pidió y Alec se puso detrás de ella para ir poco a poco desabrochando la gabardina casi sin tocarla. Ella se desesperaba por su contacto, pero él
solo le permitía sentir su aliento en la nuca.
Y de nuevo, como si supiese lo que pensaba, M arta bajó sus brazos para que le quitase las mangas. Los volvió a subir, y en un gesto de sinuosa provocación, arqueó
su espalda y le mostró sus nalgas, a lo que Alec le respondió con un azote en la entrepierna, estimulando su humedad.
- Recuerda pequeña, esto va a ser un castigo.
La sola idea de un castigo de Alec la excitó más. Sentirse en sus manos, era algo más fuerte de lo que podía imaginar. Era la gran prueba donde le podía demostrar que
eran el uno para el otro.
Ató sus muñecas a los extremos superiores de la cruz y los tobillos a los inferiores.
- Pon la cabeza de lado, que pueda ver tus labios – M arta asintió y se puso de lado, momento justo que Alec aprovechó para morder su labio inferior con saña y poder
sentir el sabor metálico de su sangre.
- Señor…
- Shhhh – se llevó el índice a los labios para hacerla callar – ni una sola señal de queja.
Y así, comenzó su castigo.
De un solo tirón rasgó sus bragas y se las llevó al bolsillo. Empezó a dar vueltas alrededor de ella como si estuviese cavilando qué hacerla, cuando en el fondo tenía
muy claro lo que quería.
“Si eres capaz de superar todo lo que pase esta noche, te haré mía”.
“Soy tuya haz conmigo lo que quieras”.
Sus pensamientos reflejaban lo que se querían decir.
Atada a la cruz, M arta se sintió vulnerable, pero no por miedo a él, sino por su propia reacción a lo que iba a suceder. Lo que sentía por Alec empezaba a ser
incontenible.
- ¿Sabes por qué no te tapo los ojos, hechicera? – M arta negó con la cabeza — ¡contesta!
Y el primer zas en su nalga desnuda inició el castigo.
- No señor.
- Porque quiero que veas con la suficiente anticipación lo que te voy a hacer, por si te arrepientes… — le dijo Alec con una arrogancia, que en el fondo no era más que
una máscara al miedo de que ella se echara para atrás.
M arta vio cómo Alec se acercaba a una cómoda de madera envejecida que estaba en un rincón en la semioscuridad. De ella sacó una fusta eléctrica de unos 30
centímetros, con palo de cuero negro, que M arta conocía a la perfección, era para castigar sus genitales. Pero en su otra mano, portaba otra fusta de spanking, también
de cuero y con la pala en forma de corazón.
Se excitó y a la vez se asustó al ver a Alec accionar la fusta electrónica, pero sabía que esa noche podría cambiar todo y tenía que ser fuerte para él.
Alec colocó las fustas cada una a un lado de ella y volvió de nuevo al cajón, de dónde extrajo unas pinzas para pezones regulables, también en cuero y de las que
colgaban dos preciosas mariposas en plata con unas plumas al final de las alas.
- Dos mariposas para mi hada. — Alec la tomó por la cintura y la separó de la cruz.
Se acercó a su oído, apartó su pelo para lamer el lunar que le volvía loco.
- Ahora – con la mano derecha empezó a acariciar su pezón con ternura – te voy a castigar – de repente notó cómo el clic de la pinza se lo oprimía con dureza, lo que la
provocó un grito.
- M i señor…
- Shhh – Alec la hizo callar con un suave toque en el otro pezón y otro clic que esta vez la hizo estremecer.
Bajó las manos hacia sus caderas y la apretó firmemente sobre su pelvis. Estaba duro, y excitado como ella.
- ¿Ves lo que provocas en mí con tan solo verte desnuda y atada? – sus manos avanzaban con peligro por el interior de sus muslos.
Alec se agachó para coger las fustas y volvió a incorporarse, dándole pequeños mordiscos a cada parte de su cuerpo mientras lo hacía.
Alcanzó su hombro y en vez de morderla, la besó. Un inocente beso que acabó con la lengua rozando su piel.
Un azote con la fusta de corazón, dos, tres, cuatro…dolor.
Las manos de Alec se colocaron sobre el dolorido carmesí y la acariciaron. Una caricia y después un beso. Su lengua dibujó un húmedo mapa sobre las marcas hechas
por la fusta, mientras la fusta eléctrica se acercaba peligrosamente sobre su sexo.
¡Zas!
Un golpe seco sobre su sexo la hizo temblar, primero de dolor por la descarga y luego por la humedad que le había inducido.
¡Zas!
Otro golpe eléctrico más, pero el dedo índice de Alec sirvió de bálsamo a la dulce tortura.
- M i señor…— suplicaba sin saber qué M arta.
¡Zas, zas!
Dos golpes más que por inercia provocaron que M arta se retorciera para buscar el castigo. Alec tuvo que cerrar los ojos para poder absorber todo lo que le hacía
sentir.
¡Zas!
- Alec…mi señor…— otro gemido rogando más.
Alec se estaba deshaciendo de placer.
Una vez más su dedo jugó con la empapada hendidura torturándola.
- Este castigo nunca lo vamos a olvidar – afirmó sin darse cuenta de lo que acababa de admitir.
La empujó un poco sobre el acolchado de la cruz y M arta sintió como sus pezones se oprimían doblemente por la presión de las pinzas y la cruz. Era una locura.
Alec adivinó cómo se sentía y continuó con la presión hasta casi el dolor. Entonces paró. Aflojó la presión y continuó su particular martirio.
Los toques con la fusta electrónica llevaban a M arta al precipicio. Conocía ese juguete, pero en manos de Alec era un arma. Un arma de placer que la transportaba al
mismo abismo.
Las pinzas comenzaban a pesarle. Sentía los pechos como bolas de billar. Necesitaban las manos de su amo que se negaba a tocarlos. Otro toque más que la derritió
en un quejido de placer y a Alec en uno de satisfacción.
- No entiendo por qué gimes, te dije que esto era un castigo – susurró pícaro en su oído con una sonrisa instalada en sus labios.
“Será bastardo” pensó M arta en medio del éxtasis.
- No pienses cosas malas de mí, hechicera, esto es tu castigo – respondió Alec a los pensamientos de ella que se quedó atónita al oírle.
- ¿Cómo sabes lo que estoy pensando?
- Porque tus ojos me hablan, bruja.
Y con otro latigazo más entre sus piernas, casi la llevó al orgasmo. Ese contenido que se acercaba y alejaba en sus entrañas y que suplicaba por estallar.
- No te corras – le ordenó Alec con el abultado pene pegado a sus caderas – como lo hagas te quedarás sin collar, ¿o no puedes aguantar más?
- Puedo aguantar, mi señor.
- M entirosa.
- Capullo.
- M enos mal, al menos ahora lo dices en alto, lo que me obliga a aumentar tu castigo por ofender a tu amo – y volvió a sonreír con esa suficiencia que le daba su
posición.
M ás estimulación, pero en esta ocasión con sus dedos, que infames entraron en ella sin compasión, de golpe.
- ¡Alec!
- Repítelo.
- ¿Qué? – preguntó M arta desconcertada al borde del abismo.
- M i nombre, repítelo – escuchar su nombre de la boca de M arta era como tener un orgasmo.
No se tuvo que hacer de rogar, ella accedió a su petición deseosa de que con eso la dejara finalizar.
- ¡Alec, Alec, Alec!
- Perfecto pequeña.
Pero Alec en vez de dejarla seguir, sacó los dedos de su interior y se los llevó a la boca, saboreando la esencia más deliciosa que jamás había tenido entre sus dedos y
viendo como ella le miraba con frustración.
- ¿Pensabas que te lo iba a poner tan fácil? Pues, te equivocas conmigo nena.
Con las mismas, se dio la vuelta y desapareció en la semi oscuridad.
M arta apenas podía verlo, tan solo la sombra que se movía por la habitación azuzando su deseo, motivando la anticipación, y por algún motivo que se escapaba de
su entendimiento, sabiendo lo que iba a pasar.
Alec regresó completamente desnudo.
“¡Ay mi señor…!”
Ver su cuerpo desnudo y no poder tocarlo era el peor castigo que pudiese tener, por encima de cualquier orgasmo. Necesitaba tocarle.
- ¿Te mueres por tocarme verdad? Pues sabes que no lo harás.
“Yo también me muero porque me toques”
- Tú también te mueres porque te toque, mi señor – dijo ella con arrogancia.
- Tu impertinencia te costará esto.
Se acercó a ella con una sonda de electroestimulacíón en la mano. Casi se le corta la respiración al verla. Sabía que Alec no la haría daño, pero estaba decidido a
llevarla al límite de su resistencia.
El ruido de la sonda llegó a sus oídos casi como una amenaza, pero a la vez aumentó en ella su excitación. Alec era capaz de llevarla muy lejos y ya empezaba a
darse cuenta.
Acercó la sonda a su entrepierna y la fue deslizando desde sus nalgas a su rendido clítoris. Un ligero toque en él provocó su sobresalto y la consiguiente sonrisa de
victoria de Alec.
- ¿Quieres tu collar definitivo?
Ella asintió con la cabeza ya que no le salían las palabras.
- Pues gánatelo.
Volvió a apuntar en su botón provocándola otro respingo y las primeras gotas de sudor ya comenzaban a brillar en su frente.
Empezaba a sentir como su piel cada vez estaba más sensible y ella más agotada. Inmovilizada, altamente estimulada y sin llegar a un fin. Ese era su castigo, no los
azotes.
La sonda se coló en su interior, y Alec en su infinita maldad, una que M arta desconocía, iba subiendo su intensidad progresivamente. Sus gemidos ya se parecían
más a los gritos. Una mezcla de placer y dolor que la estaba dejando rendida.
- Eso es, ríndete, suplica.
- Alec..— echó su cabeza hacia atrás buscándole, pidiendo consuelo, reclamando sus labios, los necesitaba, y él lo sabía.
¿Y cómo negar un caballero un beso a una dama? Por lo que atrapó su boca con voracidad, mientras la sonda seguía atormentándola. Alec la besó con saña. Tomó sus
labios tan hambriento como ella. Introdujo la lengua y acarició con ella cada centímetro de su boca, provocándola, dándole y quitándole. Y para darle más angustia si
podía, con su mano libre jugó con su botón de placer hasta desquiciarla. Era una muñeca a sus pies. Pero, él estaba sometido a ella de igual forma. Se moría por poseerla,
por estar dentro de ella.
- Entra en mí, por favor, mi señor.
Esa respuesta solo tenía una palabra, conexión. Algo muy complicado de lograr en una pareja, y mucho menos en una de BDSM. Pero, en realidad, lo que había entre
los dos, ya no tenía calificativo válido. Era más.
Pero debía retardar el momento, no podía ceder a sus pretensiones. Debía castigarla por su forma de ser con él. Así que sacó la sonda de su interior, soltó sus
amarres y la dio la media vuelta.
M arta asombrada por su reacción le miró confusa, pero vio a Alec coger de nuevo la fusta y ponerse frente a ella. Estaba exhausta, estaba excitada, estaba enamorada
de ese hombre.
- Jamás digas lo que tengo que hacerte – le dijo con el ceño fruncido y la mirada voraz – Ahora, ábrete de piernas.
Lo hizo y al instante sintió la fusta entre ellas, arrancándola un grito de dolor que más tarde se convirtió en placer. Otro más que la obligo a agarrarse a la cruz. El
tercero fue un gemido desgarrador que a Alec le hizo temblar, y con el cuarto, Alec tiró la fusta al suelo, se dirigió donde ella estaba, la tomó entre sus brazos y perdió el
control. La colocó de espaldas a la pared, puso las piernas alrededor de sus caderas y la penetró con una dura embestida que casi provoca el orgasmo de él.
- No te corras, no lo hagas…
M arta se obligó a morderse el labio para contenerse. Por fin, fue consciente de que cuando llegase el orgasmo iba a ser demoledor, pero con la sola idea de saberlo,
reprimió su final.
- Esto – una embestida – va –otra – a ser –otra más – muy fuerte – y la tomó de la barbilla para mirarla a los ojos – para los dos.
M arta refrenó un sollozo de emoción al saber que él se encontraba igual. Pero una lágrima reveló lo que sentía en ese instante.
- Eso es, llora mi bruja – dijo él cerrando los ojos para recuperar sus fuerzas, las emociones empezaban a fluir entre ambos – por todas las lágrimas de felicidad que te
daré.
En ese instante prefirió no pensar lo que acababa de decir, y decidió seguir embistiéndola con saña, furia, sensualidad, sin dejar de mirarla a los ojos. Entonces, de
repente paró. Se quedó dentro de ella y la miró con la cabeza ladeada.
- ¿Lo deseas?
- Sí, mi señor – respondió ella consciente de a qué se refería.
- Pues dámelo.
Y de una sonora acometida despertó en M arta, y en él, un orgasmo conjunto que los dejó sin habla, solo gemidos de placer que los llevaron al cielo a los dos. Jamás
en su vida se habían sentido igual. Era lo más parecido a tocar el paraíso con los dedos y caer de él como si estuvieran en una montaña rusa. A Alec le temblaron las
rodillas, a M arta todo el cuerpo. Las sensaciones les tomaron tan de sorpresa que solo podían mirarse y decirse todo con la mirada. Como si un haz de luz atravesara
sus cuerpos y los estuviese iluminando por dentro. Sus sentidos se agudizaron de tal forma que solo podían escuchar sus corazones galopando descontrolados, pero al
unísono, juntos.
M iradas, aliento y final.
Poco a poco sus respiraciones se acompasaron y comprendieron lo que allí había pasado. Un beso de Alec selló el pacto sin palabras. M arta sacó a Alec de su
interior, se descolgó de sus caderas y se deslizó de sus brazos en silencio.
Al hacerlo, no se dio cuenta de la debilidad de sus piernas, y de no ser por la habilidad y la rapidez de Alec para recogerla, casi se cae al suelo.
La tomó de nuevo en sus brazos y M arta resguardó la cabeza en su cuello. Llegaron al baño que estaba en la misma habitación, y sin soltarla, Alec abrió el grifo para
llenar la bañera, puso sales de baño y la introdujo con suma delicadeza.
Ella tenía los ojos cerrados, y él se aprovechó de la situación para admirarla. Había superado con creces la sesión, era una valiente.
Era la persona que necesitaba en su vida, era perfecta para él.
“Tengo el corazón hecho para ti”
Heart made up for you
R5
Capítulo 19

Hacía mucho que nadie había practicado el safecare con ella. Después de una dura sesión, se había empezado a habituar a amos que no cuidasen de ella. Acababan y
se iban.
Con Alec era distinto. Era un amo de los de verdad e iba a acabar todo el ceremonial de una sesión como mandaban los cánones.
“Es más que eso y lo sabes”
- M e encanta saber que me vas a mimar ahora, mi señor.
- ¿Nunca te han mimado después de una sesión? – se arrepintió de la pregunta al segundo del haberla hecho. Los celos acamparon a sus anchas en ese instante – déjalo,
prefiero no saberlo.
M arta miró a un lado y sonrió satisfecha. Por otra parte, Alec también, porque en el fondo, saber que él era el primero en eso, le henchía de orgullo.
“Cabrón posesivo” ese pensamiento lo tuvieron los dos a la vez. Reflexión que hizo que ambos se mirasen y provocara su risa al imaginar lo que estaban pensando.
De repente M arta se llevó las manos a la cabeza asustada.
- Dios mío Alec, no nos hemos protegido, joder…
Alec la miró como si no le importase lo que acababa de suceder.
- Alec, ¿me escuchas? – M arta se incorporó de la bañera para mirarle más cerca, mientras Alec se mantenía en silencio – ¡Alec, Joder! – le zarandeó por los hombros.
M arta se revolvió para salir de la tina enfadada al comprobar que Alec no reaccionaba. M ojada, se dirigió de nuevo a la habitación para buscar su ropa. Alec la siguió
con tranquilidad. M arta no entendía su reacción. Se giró para mirarle furiosa.
- ¿M e quieres responder, Alec? – le dijo señalándole amenazante.
- No lo haré hasta que te calmes.
- Ohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, serás…
- M arta no te pases, cálmate.
M arta recorría la habitación como un león enjaulado, enfadada con él y consigo misma por haber permitido el sexo sin protección.
- ¿Por qué? ¿Por qué?
Entonces se detuvo en medio de la habitación, se giró le miró y el enfado aumentó.
- ¿Cómo coño has sabido que tomo la píldora, Sherlock?
Alec la miró con suficiencia levantando una ceja. Se fue acercando a ella como un león a su presa, desnudo, excitado de nuevo y mordiéndose el labio.
- Tengo mis recursos, nena.
- No te acerques, Satán – dijo ella apuntándole con los dedos en cruz – confiesa antes de que me hagas caer en tus redes.
- ¿Vas a caer igual? Entonces para qué responder si en dos minutos voy a estar dentro de ti de nuevo. Estamos perdiendo el tiempo.
- ¡Contesta, capullo engreído!
- Está bien – dijo él poniendo los brazos en señal de rendición y poniéndose a su altura – te las vi en la mesita de noche el día que fui a tu residencia. Hablo español,
¿recuerdas? Además, yo no tengo la culpa de que en un momento de lujuria, ¡tú, pedazo de bruja! – la apuntó con el dedo – me hagas perder el control.
Se quedó sin palabras, bueno casi, porque no podía dejarle ganar sin más.
- ¿Y qué hay de las enfermedades de transmisión sexual? Tú que te has follado a media Escocia – le devolvió ella la acusación con el dedo.
- Y mi niña es una santa.
M arta entrecerró los ojos furiosa y con ganas de soltarle la bofetada de su vida. Aunque tuviese razón, no se la iba a dar.
- Cretino.
- Hechicera.
No la dio tiempo a más, la tomó de la nuca y la comió la boca como si no lo hubiese hecho en años. No quería hacerlo, pero quiso que ella estuviese tranquila, y tenía
muy claro que quería estar dentro de ella de nuevo piel con piel. Se apartó desganado y la miró a los ojos.
- Estoy limpio, muy limpio y estoy seguro de que tú también. Pero si te quedas más tranquila, nos hacemos la prueba y punto.
- Y punto.
La cogió de nuevo en brazos y la tumbó en el suelo. Esta vez no fue una sesión. Simplemente la hizo el amor. Algo que no hacía desde mucho tiempo atrás. O tal
vez nunca.
M arta se despertó con los besos de Alec por su cuerpo. Sonrió y miró hacia abajo. Él se dio cuenta de que se había despertado y la miró con la sonrisa más
deslumbrante que le había visto nunca.
- Hola caballero.
- Hola bruja. ¿M e acompañas a desayunar?
- ¿Desayunar? – M arta intentó incorporarse pero Alec no la dejó — ¿qué hora es?
- Hora de besarte.
Sin dejarla reaccionar directamente tomó sus labios, de nuevo como si no hubiese mañana. La pasión les desbordaba y Alec le mordió el labio inferior de tal forma
como si quisiera marcarla. M arta se diluía entre sus brazos, pero un golpe de realidad la despertó del sueño.
- Espera, espera – miró su reloj y se alarmó – ¡maldita sea! Es tardísimo, tengo que entregar hoy un trabajo del posgrado o me echarán.
- No lo creo eres muy inteligente – Alec intentó empujarla sobre el suelo pero M arta no se dejó.
- Alec, de verdad, no puedo – se soltó de sus brazos de mala gana y se levantó – llegué a posgrado fuera de fecha y si lo quiero continuar tengo que entregar este trabajo
o mi tutor me matará.
- Tu tutor quiere otra cosa de ti, y no es precisamente tu trabajo — Alec se levantó del suelo malhumorado y se fue, con toda su esplendorosa desnudez, directamente
al baño.
M arta no pudo evitar hacer otra cosa sino reírse. Se acercó al baño, donde Alec se encontraba apoyado de frente al lavabo y mirando a la nada. Ella se fue acercando
y le abrazó por la espalda.
- ¿M i caballero celoso?
- Sí – esa respuesta tan directa le sorprendió tanto a M arta como al propio Alec, que se giró sobre sí mismo para mirarla a los ojos tomándole de las mejillas –me pudre
la idea de saber que ese tipejo te desea, y como te toque un pelo, le junto el pecho con la espalda de un golpe.
- Bestia – le reprendió dándole a su vez un golpe en las costillas – no serás capaz – Alec la miró con la ceja enarcada – además yo no te permitiría nunca dejar que te
comportes como un cavernícola por unos estúpidos e irracionales celos.
- ¿Tú? ¿Tan pequeña? Lo dudo.
Y con el mínimo esfuerzo la cogió en brazos y la colocó en su hombro como el cavernícola que era para meterla en la ducha con él. M arta se revolvía inútilmente
sobre él riéndose a carcajadas.
- Bájame capullo, tengo que irme.
- M e temo, pequeña – la fue deslizando sobre su cuerpo mientras sus miradas se enganchaban – que vas a llegar tarde.
Entonces encendió la ducha de repente y un chorro de agua fría la hizo gritar por la sorpresa. Enroscó los brazos alrededor de su cuello y le besó, y ya no hubo nada
más a su alrededor que ellos dos.
Alec le acercó a la residencia en su coche. Parecía un adolescente llevando a su chica a casa. No recordaba haberse sentido antes así. Era algo completamente nuevo,
pero se sentía fenomenal. Paró el coche cerca de la puerta y se quedaron mirando el uno al otro.
- Bueno, será mejor que me vaya – dijo M arta titubeante sin saber cómo despedirse.
- Preferiría que no te fueses – llevó su mano a la mejilla de M arta y la fue bajando hasta llevarla al collar – preferiría llevarte a mi cama, atarte y darte lecciones hasta que
no puedas andar.
M arta puso los ojos como platos alucinada. Otra vez la volvía sorprender.
- M i señor…
- Alec, no estamos en una sesión. Aquí soy Alec – M arta no pudo ni pasar la saliva de la garganta de la emoción por sus palabras.
Sin contención alguna, Alec tiró del collar y la acercó a él lo justo para que sus labios se rozasen, ambos entrasen en la tensión justa como para que el deseo
emergiese de sus cuerpos.
- Pero – Alec se humedeció los labios lo justo para que su lengua se rozase con los de M arta – te tienes que ir, señorita.
Le dio un beso fugaz y se apartó de ella. M arta agachó la cabeza y negó sonriendo mientras llevaba su mano a la puerta para abrirla. Pero Alec la detuvo.
- M añana he quedado con Declan y Henar para tomar algo, ¿te apetece venir con nosotros? – por un momento se arrepintió de habérselo preguntado, pero al ver la cara
de satisfacción de M arta, se le borraron las dudas de golpe.
- M e parece estupendo – y ahora fue M arta la quién le sorprendió con el beso fugaz y salió por la puerta.
Avanzó hacia la entrada del edificio prometiéndose que no miraría atrás. No quería que viese su rostro lleno de felicidad, pero no pudo evitarlo, se giró y descubrió
que él seguía allí mirándola con la misma cara de idiota que ella. Intercambiaron una sonrisa y M arta siguió su camino.
Entraba ya en su habitación cuando le llegó un mensaje al móvil.
“Huiste de mí tan rápido que no me dio tiempo a decirte la hora ni el sitio, pero he pensado que mejor te paso a buscar. A las 6, y no tardes o mi mano se irá
directamente a ese precioso trasero y te lo pondré muy colorado”
Su respuesta no se hizo esperar.
“Entonces tardaré”
Su sonrisa de satisfacción se podía vislumbrar desde el mismísimo puerto de Edimburgo.
“Sumisa impertinente”
Y M arta, en un arranque de atrevimiento mayor no le respondió. Sabía de sobra, que eso acabaría en un dulce castigo.
- Zorra y malagradecida compañera – el insulto por saludo que le profirió Clara le sacó de su burbuja — ¿has estado follando toda la noche con el madurito?
- Sí loca – M arta la miraba con una sonrisa en los labios – bueno, no toda la noche, pero casi. Para su edad está muy en forma.
- Pues ya puedes quitar esa cara de bien follada y volar, es tarde y el profesor Oakley espera ansioso tu trabajo – M arta entendió a la perfección el doble sentido de sus
palabras – aunque creo que ese hombre no es para ti.
M arta la miró extrañada por su afirmación.
- Si supiese lo que te gusta que te hagan en la cama, lo espantarías.
- No hago nada malo Clara, solo son gustos distintos – M arta la miró con el ceño fruncido.
- No me refiero a eso. Creo que eres demasiado mujer para él — la apuntó con el dedo en el pecho – y ese es un gatito, creo que le va lo simple.
Ambas se rieron a carcajadas encaminándose a la universidad a toda prisa.
Entraron con todo el sigilo posible que pudieron en clase, pero fue inevitable que el profesor les lanzase una mirada de desaprobación.
- Llegan tarde, alumnas. ¿Demasiada fiesta en Edimburgo? – les dijo con una ceja arqueada.
- Opss, este está celoso – susurró Clara al oído de M arta.
- Calla boba, lo dudo.
- ¿Algo que deba saber? – Dan las interrumpió acercándose a ambas. – Espero que su trabajo sobre el desarrollo del gaélico en el siglo XV, señorita Santiago, sea tan
interesante como la conversación que ahora mantienen.
Dan se dio la media vuelta y continuó con la clase.
Clara se volvió a acercar a M arta.
- Joder celoso y cachondo, creo que se le ha puesto dura nada más verte, mírale.
Y M arta no pudo evitar reírse en un susurro.
La mañana avanzó y M arta pudo entregar su trabajo a un Dan que no tuvo ni una mirada amable con ella en todo el día. El chico simpático que había conocido la
noche que llegó a Edimburgo, se había transformado en un estúpido profesor al que solo le faltaban las gafas de pasta y la pajarita. Ella intentó no darle mayor
importancia, pero sabía que su cambio de actitud, algo tenía que ver con su caballero.
- He quedado con él mañana – le confesó M arta a Clara mientras salían de clase.
- ¿Otra vez? – la miró Clara alucinada – eso son clases intensivas, nenaaaa
- No es para una sesión, hemos quedado con Declan y Henar para tomar algo, ¿te vienes?
- Ay, no chata, no pienso ir de aguanta velas entre parejas de enamorados.
- No irás de aguanta velas, no nos hacemos arrumacos en público, ¿sabes? – de repente se acordó de la despedida matutina y se rió.
- Sí ya veo que no, tu cara lo dice todo. Paso, además – Clara se paró a medio camino – tengo planes.
- ¿Planes? ¿Con quién, con los chicos?
Clara la miró con una sonrisa inocente.
- No – se llevó la uña a la boca y se la empezó a morder nerviosa.
- ¿Con quién, entonces? – le dijo extrañada.
- Con Héctor – la miró con vergüenza al ver la cara de asombro de M arta – sí, ya sé, pero es que creo que me gusta el madurito…
- Clara, ten cuidado – cambió el gesto de sorpresa a preocupación – sabes lo que le gusta y Héctor es muy…no sé cómo decirlo, muy exigente y si no estás a su altura,
te dejará tirada y te acabará haciendo daño.
- Déjame intentarlo al menos, de momento es paciente conmigo – ahora la mirada era de falsa inocencia – además folla como una bestia.
- Ayy, Claire – le dijo con un acento escocés – que basta eres hija.
- Fue a hablar a la que le gusta que le azoten mientras la follan, menudo ejemplo chata.
Y ambas se fueron riendo, mientras una mirada las seguía los pasos sin que ellas lo percibiesen y escuchaba su conversación.
- Zorra calientabraguetas, serás mía y ese puto viejo se quedará solo de nuevo – susurró para que no le oyesen.
El día transcurrió en un continuo intercambio de mensajes entre Alec y M arta. Promesas de castigo por haberle dejado sin contestar la conversación de la mañana, se
teñían de palabras románticas que a M arta la dejaban sin respiración.
“Voy a masturbarme esta noche pensando en ti, hechicera, en todas las cosas que te voy a hacer cuando estemos de nuevo a solas. Te ordeno que tú lo hagas
también”
“No hace falta que me lo pidas, era algo que entraba en mis planes”
“Grosera”
“Mandón”
“Es más que un sentimiento
Cuando escucho esa vieja canción que ellos suelen tocar
Comienzo a soñar”
More than a feeling
Boston
Capítulo 20

Nunca antes Alec imaginó que las horas de un día pudiesen pasar tan lentas.
Sentimientos renovados fluían en su interior y pensaba que se podía comer el mundo. Que sí, que se estaba enamorando de su niña. No podía negarlo por más
tiempo, al menos así mismo, otra cuestión era a ella.
Confesar sentimientos era algo que no se le daba bien, pero también consideraba que todavía no era el momento propicio para hacerlo. Además, M arta, aunque era
transparente como el cristal de Bohemia, no le había hablado de los suyos, y al final, le pudo la duda de no saber si M arta le quería para algo más que unas lecciones de
sumisión. Tema que a él, más bien poco le importaba ya, porque no solo estaba dispuesto a enseñarle todo respecto a su mundo, si no que se pondría a sus pies si
hiciera falta, con tal de conservarla a su lado.
Iba dispuesto a ponerse uno de sus trajes italianos que le quedaban como un guante, pero al final optó por unos pantalones vaqueros y una camiseta negra de
botones en el cuello y la chamarra de cuero. Se miró al espejo que tan buenos recuerdos le estaba proporcionando, y salió por la puerta a por su reluciente Harley negra
que adoraba tanto o más que volar.
Llegó a la residencia de estudiantes y M arta ya le estaba esperando impaciente. Cuando le vio llegar en la moto, hubo un instante que dejó de respirar de la
impresión. Definitivamente, la expresión “te voy a quitar el aliento”, la llevaba a cabo hasta límites insospechados. Tenía la mandíbula por los suelos cuando paró la
moto frente a ella y bajó para saludarla convenientemente.
Se aceró a ella, la tomó por la cintura y se acercó a su oído.
- Vuelve a tu cuarto inmediatamente y quítate esa minifalda, antes de que te la quite yo.
- Estás loco – M arta le miró sorprendida por su actitud – ni borracha voy a consentir que me digas lo que me tengo que poner.
Alec sonrió, con la consiguiente excitación de M arta, y de nuevo se pegó a ella.
- No es eso tonta – le lamió el lóbulo de la oreja de tal forma que a M arta le temblaron las rodillas – ha sido verte y ponerme así – la apretó contra su pelvis para que
comprobase lo duro que ya estaba – no voy a poder concentrarme en toda la tarde si estoy pensando en tus piernas.
- Entonces he triunfado – se zafó de él y se dirigió con una falsa seguridad a la moto – te tengo donde quería.
- Entonces…— Alec se dirigió donde ella y la volvió a coger de la cintura – y esto es una orden de amo, quítate las bragas. Quiero sentir cómo te humedeces con el
movimiento de la moto – la miró con la firmeza que un amo manifiesta a su sumisa. Lo que ella no sabía es que estaba utilizando ese truco para llevarla a su terreno.
- Sí, mi amo – ella le miró con falsa obediencia y se dirigió a los matorrales que estaban detrás de la entrada para quitarse la ropa interior, dejando a Alec alucinando.
Volvió con las bragas escondidas en la mano y se las ofreció a Alec.
- Todas tuyas, mi señor – se las tendió en la mano y pasó de largo hacia la moto — ¿nos vamos?
- Insolente, eso serán tres azotes extras en nuestra próxima sesión.
“Lo estoy deseando, mi imperfecto caballero”
- No desees tanto algo que no sabes cuándo se va a cumplir, señorita.
¿La había leído el pensamiento? La sola idea de imaginar que era así, la excitó más si cabía.
Alec se montó en la moto y la invitó a subir. M arta subió rozándose contra él con un descaro tal, que él se tuvo que acomodar los pantalones. Era una diosa, y lo
más fuerte de todo es que lo sabía, era consciente de su sensualidad.
Como pudo, le ofreció un casco y arrancó la moto con toda la calma que sacó de su interior y salieron camino a su cita con Declan y Henar.
M arta se sorprendió al ver que salían de la ciudad y tomaban rumbo al norte.
- ¿Dónde vamos? – preguntó M arta curiosa.
- Es una sorpresa – en un gesto de cariño Alec apretó una de las manos con las que M arta le agarraba por la cintura.
Alec aceleró y condujeron casi cerca de tres horas para llegar a Aberdeen, una ciudad que M arta no conocía pero que gracias a Alec, ese día lo iba a hacer. Pararon
frente a una taberna antigua situada en un edificio de piedra y Alec la invitó a bajar de la moto.
- ¿Qué hacemos aquí? ¿No era más fácil quedar con ellos en Edimburgo?
- Hoy no – Alec alargó su mano para tomar la de M arta y entrar juntos a la taberna.
Abrió la puerta del local y le puso la mano en la cintura para que entrase.
- Bienvenida a Ma Cameron´s, un local de más de 300 años con la esencia pura escocesa y…—entonces señaló al interior donde Declan y Henar les esperaban junto a
una tarta de cumpleaños – una íntima fiesta de cumpleaños.
- ¿Fiesta de cumpleaños? ¿De quién?
Alec la miró risueño al ver su cara de inocente que en algunos momentos claves la caracterizaba, como en ese instante. Así que la miró y se señaló así mismo.
- Pues de quién va a ser, el mío.
M arta se llevó la mano al pecho por la sorpresa y también por sentirse una privilegiada al ver cómo Alec contaba con ella para algo tan personal. Se lanzó a sus
brazos y metió la cabeza en su cuello para aspirar su aroma.
- Oh, gracias, mi señor, me siento tan feliz.
- Aquí soy Alec, no eres mi sumisa las veinticuatro horas del día. Aquí hemos venido a divertirnos.
M arta se puso frente a él y le miró con deseo.
- M e refiero a otro tipo de diversión – la agarró de la cintura y la acercó a él todo lo que pudo – la otra parte la dejo para la noche y para la habitación que he reservado
aquí mismo.
- Alec, yo…
- ¿Qué? ¿Acaso tu amo no se merece una celebración también? – la apretó a ella más contra su miembro que ya insinuaba algo más que una simple excitación. M arta le
miró con los ojos entrecerrados y llenos de lujuria contenida.
- Se lo merece – se acercó a él, se puso de puntillas y le lamió el cuello – mi señor – le susurró al oído.
La magia del momento fue interrumpida por un divertido Declan que se acercó a ellos de la mano de Henar que, a su vez, estaba emocionada por ver a su buen amigo
tan feliz.
- Chicos, chicos, dejemos los juegos para la noche, que hay mujeres inocentes mirando – dijo Declan intentando tapar los ojos a Henar que de un empujón le apartó,
pero solo lo justo para que él la agarrase con más posesión si cabía.
- Habló el burro de orejas – respondió Alec mirando a Henar que negaba sonriente con la cabeza – Amigos, no sé si os acordáis de…
- ¡M arta! — gritaron ambos al unísono.
- Perfectamente – respondió Henar mirándolos con total aprobación – hola M arta – se lanzó a ella para darle dos besos y un sentido abrazo de cariño – Por fin cazaste a
mi indómito caballero – le susurró al oído solo para que ella la escuchase.
- Bueno eso ya lo veremos…
- Lo tienes en el bote, que te lo digo yo — se apartó de ella y le guiñó un ojo.
- ¿Qué trama mi dulce Henar? – Alec la atrapó antes de que volviese con Declan y la dio un abrazo.
- ¿Yo? Nada…capullo.
- Vaya…Declan además de enseñarte su mundo, también te está haciendo mal hablada…
M arta seguía la conversación con facilidad. Comprobó la enorme complicidad entre aquellos tres, y le gustaba sentirse parte de ello.
- Bueno – interrumpió M arta a los tres – tengo curiosidad por saber el motivo por el que estamos celebrando aquí tu cumpleaños, señor Reid.
Alec la miró con complicidad. La abrazó por la espalda y le señaló los escudos que había a su alrededor.
- Quería enseñarte algo que pocos conocen de mí – la abrazó con mayor intensidad y la miró de lado – mis orígenes. Bienvenida a la ciudad del clan Reid. Ese – le señaló
con el dedo un tartán verde de cuadros con un pequeño escudo amarillo y azul en la esquina inferior – es el tartán del clan Reid, y hace muchos años lo encontré aquí, y
decidí que celebraría aquí todos y cada uno de mis cumpleaños.
M arta se soltó de sus brazos y se acercó al tartán. Lágrimas de emoción amenazaban por caer por sus mejillas al darse cuenta de lo que Alec acababa de hacer con
ella. Con sus dedos, acarició el tartán y contuvo el aliento, una vez más, como siempre con él.
- Alec, yo…no tengo palabras…
Él se acercó a ella y la cogió de la barbilla.
- ¿Ni siquiera para felicitarme por mi cumpleaños?
M arta se percató de su olvido y se abalanzó sobre él.
- Feliz cumpleaños, mi señor – le susurró al oído.
- Gracias…me debes un regalo de cumpleaños y esta noche lo pienso recibir.
Alec soltó a M arta y se dirigieron a la mesa que tenían reservada para los cuatro. No soltó su mano en ni un momento, detalle que Henar percibió al instante.
Avanzada la tarde y parte de la noche Alec y Declan se levantaron, momento que Henar aprovechó para acercarse a M arta.
- Ainssssssss, qué bonito – M arta la miró feliz – sabía que este pedazo de cabrón estaba loco por ti.
- Bueno Henar, con calma, de momento somos amantes y compañeros de sesiones, no sé hasta dónde puede llegar esto.
- M ira cielo, llegará hasta dónde tú quieras que llegue – Henar tomó su mano y se la apretó con afecto – conozco a Alec lo suficiente como para decirte que nunca lleva a
alguien que no le importe a nuestras fiestas familiares, y cuando digo familiares, me refiero a acontecimientos como este, así que, solo puedo añadir que lo tienes
completamente hechizado por ti.
M arta echó a reír a carcajadas por la afirmación de Henar.
- ¿De qué te ríes? Es cierto, lo tienes loco.
- No es eso Henar – M arta contuvo la risa para poder continuar – es que Alec me ha dicho lo mismo, que lo tengo hechizado y me ha hecho gracia la coincidencia.
- ¿Alec confesando algún sentimiento más allá del “oh me voy a correr nena”? – le preguntó estupefacta – entonces cariño, ese hombre es tuyo, no lo dudes.
Justo en el instante que Henar se lo dijo, los hombres de sus vidas aparecieron como llamados por las feromonas. Porque ambos se sentaron al lado de sus chicas y
les plantaron un beso que las dejó a las dos temblando y con ganas de más.
Alec y M arta se miraban a los ojos con el corazón al galope. Un deseo sordo se había despertado en su interior y querían calmarlo. Pero Alec, con más voluntad que
M arta, lo refrenó.
- Bueno, Declan, ¿tu única neurona ha recordado traerme aunque sea mi tarta de cumpleaños?
- M i única neurona, amigo, se ha acordado de eso y hasta de hacerte un regalito este año.
Henar les cortó la conversación.
- No te asustes M arta, a pesar de sus bonitas palabras, se aman como amantes de medianoche, ¿no ves que han ido juntos al baño como dos mujercitas?
Declan la miró con una cara de falso enfado y se acercó a susurrarle algo al oído.
- Esta noche, te voy a demostrar lo mujercita que soy.
- Joder Declan, que te he escuchado, y la idea de verte encima de mi amiga me pone los pelos de punta. Todavía no sé cómo te soporta –Declan miró a Henar con
devoción apretándola contra sí.
- Yo tampoco lo sé. – contestó Declan.
- Será porque le das lo que necesita – interrumpió M arta con una frase que decía más de lo que parecía.
- Será…— respondió Alec meditando lo que M arta acababa de decir.
La noche transcurrió entre charlas divertidas, intercambio de consejos femeninos y alcohol. Eran cerca de las dos de la madrugada, cuando Alec se levantó de la mesa
para poner orden.
- Bueno, amigos – se puso en pie – va siendo hora de que este anciano se retire y descanse. M añana por la tarde empiezo de nuevo mi jornada laboral y me gustaría
aprovechar el tiempo libre que me queda al máximo – dijo mirando a M arta con una pícara sonrisa.
Declan y Henar también se levantaron y miraron a M arta.
- Creo que nos está echando, querida – dijo Henar bromeando – te quiere para él solito.
- Declan, colega, ¿Por qué no pones un bonito bozal a tu mujer? – dijo Alec mirando a Henar con gesto adusto.
- Alec, ¿te molesta que diga la verdad? M írate en un espejo y me respondes, gilipollas.
Alec carraspeó inquieto y se dirigió a M arta para ayudarla a levantarse.
- Vamos nena, dejemos a estos dos tirados aquí y que se busquen la vida para dormir – afirmó guiñándola un ojo.
M arta se levantó para despedirse de la pareja, cuando Alec la sorprendió tomándola por la cintura posesivamente.
Declan y Alec se dieron un cariñoso abrazo de despedida.
- Nos vemos en la corte en unos días – le miró Declan a su amigo con algo de preocupación por la cercanía de la fecha del juicio de Charo.
- Ya sabes que yo también estoy citado para declarar, pero aunque no lo estuviese, no faltaría. Además, M arta también tiene que ir y quiero estar a su lado – estas
últimas palabras las pronunció mirando a M arta con cariño, a lo que ella reaccionó apretando el abrazo y conmovida por su actitud hacia ella.
- Nena, un babero para el viejo – bromeó Declan.
- Verás mi puño en tu bonita cara antes de salir de este bar – respondió Alec sin dejar de mirar a M arta.
Henar se rió y M arta la siguió, empezando a comprender lo que eran las bromas entre estos grandes amigos.
- Bueno, será mejor que nos retiremos los cuatro a descansar. Hasta mañana — Henar se despidió de M arta con dos besos y un intento de abrazo, dado que Alec no la
soltaba ni a sol ni a sombra – está loco por ti – la susurró al oído.
Los cuatro se dirigieron a sus respectivos cuartos. Alec caminaba pensativo abrazando a M arta como si fuese el oxígeno que necesitaba para respirar. A decir
verdad, ni él se esperaba esas reacciones de sí mismo, a lo que M arta respondía encantada.
- ¿Este sitio es un hostal también? – preguntó M arta curiosa.
- No, pero llevamos viniendo desde hace unos años, y siempre que lo hacemos nos prestan una habitación para dormir la borrachera.
- Ósea que ya has venido aquí antes con otras mujeres.
Alec se paró frente a la puerta de la habitación y agarró a M arta de los hombros.
- No, M arta, esta es la primera vez que traigo a una mujer aquí – abrió la puerta y la invitó a pasar – y de eso quería hablar contigo precisamente, pero antes – la abrazó
por la espalda y comenzó a besarla en el cuello – quiero hacerte el amor.
Alec cerró la puerta de un puntapié y arrastró a M arta hasta la cama.
“Gira el mundo gira
en el espacio infinito
con amores que comienzan
con ahoras que se han ido
con las penas y alegrías
de la gente como yo”
El Mundo
S ergio Dalma
Capítulo 21

Una cama de madera con la colcha blanca en una habitación antigua. Dos miradas que se perdían mientras el mundo giraba y ellos no se daban cuenta.
Alec agarró por las mejillas a M arta y, por primera vez, fue capaz de mirar en su interior. Sin miedo, emocionado y enfrentando sus sentimientos.
La besó. Puso sus labios en los de ella con suavidad. Tomó su boca con un suave roce, queriendo saborearla con calma, saciando su hambre con pequeños bocados y
sensaciones infinitas que buscaban marcar ese momento.
Se separó de ella por un instante y tocó sus labios con la yema de los dedos, delineando su sonrisa con ellos. Poco a poco se fue deshaciendo de su ropa, que tan
lejos le dejaba del contacto con su tersa piel. No tenía manos suficientes para atrapar el cuerpo de su pequeña. Lo hacía con delicadeza, pero apremiado por el deseo que
había estado escondiendo y que ahora salía desbordado.
M arta estaba en éxtasis. Era incapaz de apartar la mirada de él por miedo a que fuese un sueño. Alec la animó a desnudarle, cosa que hizo con algo de torpeza, pero
no por inexperiencia, sino por la anticipación de saber lo que iba a suceder en esa habitación.
- Esta noche no va a haber una sesión – le dijo él adivinando sus pensamientos — esta noche, te voy a hacer el amor.
Y en ese instante no hubo más que dos cuerpos desnudos que ponían sus almas al descubierto.
Alec la tumbó en la cama e inició un reguero de caricias que adentraron a M arta en otro nivel. Él, acuciado por la necesidad de su contacto, tomó las manos de M arta
y las puso debajo de las suyas, para que las manos de ellas siguieran el mismo camino que las de él. Un paseo por su cuerpo que le encendió más allá de lo permitido y
que elevó sus emociones a lo más alto. Definitivamente no era una sesión de sexo desenfrenado, era el más puro e infinito amor.
A la devoción de sus cuerpos, le siguió la de sus bocas. Besos que los entrelazaban en pequeños instantes de pasión. Sus lenguas jugaban a buscarse, a huir, a
encontrarse. Y a cada paso que lo hacían, el deseo les apremiaba más y más.
M arta podía sentir como la erección de Alec se intentaba abrir camino. Uno que parecía ya conocer a la perfección y que entonces solo reclamaba su espacio. La
reclamaba a ella.
La cogió por las rodillas y elevó sus piernas lo suficiente como para poder acceder a su interior. Entonces se fue encaminando torturándola dulcemente, despacio,
entrando en ella con la misma delicadeza que se trata un objeto de cristal. Disfrutando de la agonía de pensar que podría ser un salvaje y entrar en ella de forma bestial,
pero no. Quiso disfrutar de la sensación que le provocaba estar piel con piel, tocando sus paredes y haciéndola estremecer a cada ínfimo paso que avanzaba. Llegando a
lo más profundo de su interior sabiendo que estaba poseyendo cada centímetro de su ser.
Una vez que no pudo avanzar más, se paró. Puso las manos en sus mejillas, la miró a los ojos y entonces ambos lo supieron. Conexión.
Alec empezó sus suaves acometidas acompañado de los movimientos de cadera de M arta. No dejaban de mirarse a los ojos. Temían dejar de hacerlo por si todo se
desvanecía.
Alec bajó sus manos a las caderas de ella para acompasar las acciones de ambos. Empezaron a bailar. Una danza que poca música tenía, pero que los dos conocían la
melodía a la perfección.
- Dios mío, nena – Alec gimió en su oído y M arta se diluyó.
Un primer orgasmo la asoló con tal furia, que solo los sentimientos que la absorbían hasta hacerla desvanecer, eran capaces de sacar lo que llevaban dentro. Gimió
como nunca antes lo había hecho. Gritos sordos que rodeaban la habitación de un ambiente de placer y los aislaba en una burbuja de desoladora pasión.
- Alec, no puedo, no puedo…
- ¿No puedes qué? ¿Sentir esto? – una embestida aún más suave hizo emulsionar el cuerpo de M arta – lo siento nena, pero quiero ver tu cara de nuevo mientras hago
que te corras.
- Vas a destrozarme.
- Hechicera, tú ya lo has hecho conmigo – la mirada que se intercambiaron lo decía todo.
Alec realizó un suave giró sus caderas que puso a M arta al borde del abismo. Su pelvis la rozaba de tal forma que el segundo orgasmo la rondaba y se desvanecía de
la misma forma una y otra vez.
- M aldito escocés, muévete más.
Alec soltó una carcajada que hizo que todo su cuerpo temblase, lo que no ayudó en nada al inminente orgasmo de M arta. Cuando él dejó de reírse, este volvió a
desvanecerse. M arta se rozó aún más con él para volver a buscarlo. Alec la retuvo.
- Shhhh, quieta. Quiero disfrutar esto – acercó la boca a su oído – yo estoy igual que tú, pero quiero disfrutarlo – le confesó en un susurro que acabó con un infame
mordisco en el lóbulo de su oreja.
- Alec, por favor, mi señor.
- Ahora no soy tu señor, tramposa – otro giro más de sus caderas y M arta se sentía desvanecer – no te ganarás tu collar con esto, pero sí mi corazón, mi amor.
Esa afirmación la pilló a M arta de improviso. No esperaba esa confesión de Alec, y mucho menos esa noche.
La emoción que le embargó, provocó que una lágrima se escapase por su mejilla. Alec estaba enamorado de ella y eso la conmovió. Alec atrapó la lágrima con un
beso. Pero entonces, hubo algo de lo que M arta no se había percatado, y es que Alec también estaba llorando, a lo que ella respondió haciendo lo mismo con su lágrima.
Ahí, Alec reaccionó, y como obsequio a su detalle, comenzó a embestirla con mayor fiereza. Los gemidos del uno y el otro se fueron intercalando. Alec acercó su
mano hacia el preciado botón de M arta y tiró de él para despertar en ella el orgasmo más demoledor que nunca antes le había provocado.
- ¡Alec! ¡Alec! ¡Alec!
Él la acompañó un segundo después derramándose de tal forma, que muchos de sus demonios huyeron con él.
- ¡Oh, M arta! ¡M arta! ¡M arta!
M arta le miró con los ojos cargados de lágrimas y rota por la emoción. Había dicho su nombre, ¡el suyo! Eso era mucho más de lo que nunca había esperado de él.
Acabaron como empezaron, juntos. Alec salió de ella y se colocó de espaldas. Se limpió las gotas de sudor que caían por su frente y resopló. La miró, sonrió y
como a una muñeca, la cogió por la cintura y la puso a horcajadas encima de él. Se incorporó y se puso a su altura. Apoyó las manos en el colchón para equilibrarse y
tomó aire de nuevo. Para él era muy difícil hablar de sentimientos. M arta miraba hacia un lado.
- M arta, mírame – la tomó de la barbilla para que lo mirase – para mí es muy difícil decirte esto. Nunca, jamás, antes lo he dicho, pero es algo que tengo muy claro y no
puedo hacer otra cosa más que intentarlo.
- ¿Qué quieres decir que tanto te cuesta? – inquirió ella con miedo
- Una vez finalice tu adiestramiento…— paró un segundo para buscar las palabras adecuadas a lo que su mismo corazón era capaz de soportar – quiero continuar
contigo, quiero más.
M arta le miró con una mezcla de sentimientos, decepción, esperanza…
- Tal vez no sean estas las palabras que esperabas de mí, pero ahora mismo es más de lo que esperaba darte – la tomó de las mejillas y se las acarició con suavidad –
solo sé que te quiero a mi lado, y no sé lo que tú buscas en mí, pero déjame.
- Sí – le contestó M arta interrumpiéndole – sí Alec, investiguemos que hay entre nosotros – le miró con una sonrisa que Alec le devolvió con absoluta devoción.
No hicieron falta más palabras, con la mirada se bastaron para cerrar un contrato que estaba más que sellado desde hacía mucho tiempo, más del que se pudieran
imaginar.
Alec se tumbó de nuevo en la cama y se rozó contra ella. Algo de nuevo se había despertado y buscaba más acción.
“Esta chiquilla me va a matar de placer”
Tomó su erección y la encaminó de nuevo hacia su lugar favorito. M arta, por supuesto, no le rechazó. No lo haría por nada del mundo. Estaba dispuesta a sacar de
su boca las palabras que tanto deseaba y lo iba a pelear, con uñas y dientes.
El alba los despertó a la vez. Que amaneciese a las cinco de la mañana no ayudaba al sueño, como tampoco lo hacía la erección de Alec que le estaba dando los
buenos días a M arta desde hacía rato.
- Buenos días, hechicera – la abrazaba por la espalda, por lo que pudo robarle un beso en su ansiado lunar.
- Tomas viagra, abuelo.
- ¿Qué? – Alec la giró para ponerla frente a él y la miró indignado — ¿Yo, qué? Por favor, nena solo tengo 40…
- Es broma – M arta se rió por haberle engañado — ¿Cómo es posible que estés así después de la sesión nocturna? – le señaló su erección asombrada.
- Chiquilla, aparte de que la erección matutina es algo completamente habitual en los hombres – se giró y se puso sobre ella – yo tengo viagra natural contigo a todas
horas. ¡Tú me pones así desde que te conocí! – le llevó la mano hasta su pene para darle afirmar lo dicho.
M arta la cogió y la guió hasta su cavidad. Ya no necesitaron más. Otro juego con mayor intensidad que la noche pasada.
- Vamos dormilona, el viejo soy yo y tú duermes más – tiró de ella para subirla a su hombro, costumbre adquirida desde la fiesta del Torture Garden hacía ya meses y
comenzó a reír – conozco muchas formas de tortura y todas ellas te llevan al orgasmo.
M arta apretó sus muslos de la sensación que le produjeron esas palabras. La voz de Alec era como un interruptor que activaba su deseo de forma descontrolada.
La ducha y los juegos. Eran niños practicando juegos de adultos.
Salieron del baño entre risas y bromas. Estaban pegados como lapas, no podían dejar de tocarse. Se buscaban y provocaban. Habían liberado sus sentimientos y ya
nada los podría esconder de nuevo. O al menos eso creían.
Se estaban vistiendo para volver a Edimburgo, sin dejar de mirarse el uno al otro. Comiéndose con la mirada, era algo adictivo.
- Nena, ¿has visto mi cartera?
M arta miró a su alrededor negando.
- No, espera que te ayudo a buscarla.
- Joder, espero no haberla perdido. Tengo guardado el cuadrante de este mes y si no lo encuentro voy a tener que llamar a oficinas para preguntar y necesito cambiar el
día 29 urgentemente para el juicio.
- ¿No recuerdas tus días libres, abuelo?
Alec la miró con una falsa mirada de molestia.
- Sí los recuerdo, bruja, pero tengo que mirar con qué compañeros puedo cambiar ese día, porque necesito el día entero, y mi compañero de cambio habitual, por
desgracia va a estar ese día, en el mismo lugar que nosotros – se acercó a ella y la abrazó – porque ahora, ¿iremos juntos verdad?
Ella le sonrió feliz al saber que ya contaba con ella para cuestiones ajenas al sexo compartido.
- Sí, iremos juntos, aunque Clara nos acompañará, quiere estar ahí.
- Normal, nena, es tu amiga.
- Además, si mi abuela se entera de que ese día no fui acompañada por ella empezará a hacer preguntas…
- ¿Tu abuela? – preguntó Alec sorprendido.
- Sí, ella es la que me cuidó desde que era una bebé y claro, las explicaciones se las tengo que dar a ella.
- ¿No tienes padres?
- No yo…
En ese instante, el sonido del teléfono de Alec interrumpió la conversación. Llamaban del trabajo y Alec debía responder.
- Espera un segundo, nena— cogió el teléfono y contestó – Soy Reid, dime…sí…gracias Sean, perfecto...sí espera que creo que acabo de localizar algo que buscaba –
apartó el móvil de su oreja y miró a M arta – cielo, ¿me puedes acercar la cartera que está en el suelo casi debajo de la cama?
M arta asintió con la cabeza y se agachó a recoger la cartera, con tan mala suerte que al cogerla, la cartera se abrió y se cayó parte del contenido por el suelo.
- Nena, tengo una hoja azul en la billetera, pásamela, por favor.
Al recoger las cosas del suelo y rebuscar en la cartera, encontró una foto de Alec en la que estaba guapísimo. Tenía unos años menos, pero lucía la misma sonrisa que
tanto le cautivaba a M arta. Estaba acompañado por otra persona, y cuando se fijó bien en ella, sintió que una gota de sudor frío le bajaba por la frente y se quedó
inmóvil, helada. Alec la miró extrañado.
- M arta, ¿te encuentras bien?
M arta se fue acercando a él con la fotografía en la mano y en absoluto silencio. Le miraba a él y miraba de nuevo la foto incrédula.
- M arta, nena – dejó colgado en el teléfono a su compañero y se acercó a ella hasta ponerse a su altura, fue a tocarla la mejilla pero ella se apartó – M arta…
- Tú…tú…– se frotó la frente con la mano libre — ¿de qué conoces a esta mujer?
Alec miró la vieja foto y una sonrisa apenada apareció en su rostro.
- No es nadie, nena. Ella falleció hace muchos años y…
- Lo sé.
La miró desconcertado por su respuesta, no entendía lo que quería decir.
- ¿Cómo que lo sabes? No entiendo.
- Sé que esta mujer está muerta.
- ¿Y por qué crees saberlo? – preguntó negando por lo absurdo de su afirmación.
- Porque era mi madre.
Alec se quedó petrificado con lo que acababa de oír, no se lo podía creer. Tenía que haber alguna confusión, él conocía muy bien a Teresa.
- Eso es imposible, Teresa no tenía hijos.
A M arta se le hizo un nudo en la garganta. No podía ni tragar saliva. Teresa. Hacía muchos años que no oía a nadie pronunciar el nombre de su madre.
- Teresa Bisset Santiago – M arta nombró el nombre y apellido de su madre para continuar con su historia — hija de Jean Bisset y Regina Santiago. Tuvo una hija a los
25 años de edad fruto de una relación BDSM no consentida con un amo. Nada más nacer, la abandonó con sus abuelos y desapareció hundida en la vergüenza de saber
que sus padres la rechazaban porque pensaban que era una depravada. A los 39 años murió de cáncer de páncreas…
Alec se llevó las manos a la cabeza y comenzó a pasear por la habitación horrorizado.
- No, no, no puede ser ella me lo habría dicho y tú…tienes…
- 24 años Alec, y la mujer de la foto es mi madre. Yo soy M arta Santiago. Tomé el apellido de mi abuela porque ella lo quiso. Intentó esconderme de ella, pero yo
siempre lo supe todo. Bueno, casi todo, por lo visto.
- Tiene que haber un error, tienes que equivocarte. ¡Joder no te pareces en nada a ella!
Esas palabras casi se las tuvo que tragar porque si lo pensaba bien, la personalidad de M arta era clavada a la de Teresa.
Siguió mesándose la cabeza con las manos, mientras la desesperación le iba ahogando. No podía ser, eso no, ¿era posible que se hubiese enamorado de la hija de
Teresa? ¿Enamorado de la madre y de la hija? Imposible.
M arta se dirigió a la silla donde se encontraban sus pertenencias y cogió su bolso. De él extrajo una vieja foto, arrugada y se la mostró a Alec.
- Esta foto fue lo único que pude rescatar de las cosas que mi abuela tiró de ella a la basura.
Alec tomó la vieja fotografía de una Teresa rebosante de felicidad. Recién graduada en la universidad y con un brillo en los ojos que él nunca vio. Pero era ella, sin
duda era ella. Nunca podría olvidar esa sonrisa.
Un nausea le sobrevino repentina. Un recuerdo que rescató de su memoria y que al mirar a M arta se hizo más vivo que nunca. El día que se despidió de Teresa en el
cementerio de la Almudena.
- Tú eras la niña con la que me tropecé…
También el recordatorio de algo tenía escondido en su alma.
“No tengo permiso para amar, porque todo lo que amo se destruye”.
“Te extraño, como todos los días
Quiero estar contigo,
pero estás lejos
Dije que te extraño,
te extraño tanto
Pero si te tuviera,
¿Sería lo mismo?”
I Miss you
Beyoncé
Capítulo 22

Realizaron la vuelta a Edimburgo en silencio. Alec se negó en redondo a hablar después del descubrimiento. Se quedó frío, distante. Ya no era el hombre que le había
declarado una parte de sus sentimientos, y le había hecho el amor con devoción apenas unas horas antes.
El ruido de la Harley se convirtió en la única compañera de viaje de M arta. No lograba entender la reacción de Alec al saber que Teresa era su madre. Ni siquiera le
dio la oportunidad de explicar sus propios sentimientos al enterarse ella misma. Se había enamorado de su madre, ¡Alec había tenido una relación con su madre! Era casi
novelesco. Tenían que hablar de ello, le iba a dejar pensar un poco, pero hablarían. Esa historia no podía quedarse así. No con él, no con el amor de su vida.
¿Sería el nombre de su madre el que pronunciaba cuando estaba con otras mujeres? ¿la amó? Un montón de preguntas se agolparon en su mente. Pero debía esperar.
Llegaron a Edimburgo y Alec se fue directamente a la residencia de estudiantes sin preguntar. Se bajó de la moto y apenas se despidió de ella con un “hablamos”. A
M arta se le cayó el alma a los pies.
Alec arrancó la moto y salió acelerando al máximo.
“No puede ser, no puede ser. No ella no. Joder”, se lió a golpes con el manillar de la moto para desahogarse.
“Tenía todo en mi contra. Sabía que esto no iba a funcionar, ella es una cría y encima ahora esto. Nada es para siempre joder, nada”. La rabia se apoderó de él de tal
forma, que en vez de tomar el camino a casa, salió con la moto fuera de la ciudad sin camino definido.
M arta subió a su habitación entre lágrimas sin todavía creer todo lo que había pasado, y lo peor, sin saber qué era lo que iba a pasar a partir de entonces. Entró por
la puerta, la cerró de un portazo y se echó a la cama a llorar. Clara, que estaba sentada en su escritorio trabajando, se fue sobre ella al verla llegar en ese estado.
- ¡Hey! – M arta estaba boca abajo y Clara la intentó poner de cara — ¿qué pasó? ¿Te han hecho algo malo?
M arta negó con la cabeza, pero continuó llorando.
- ¿Ha sido ese escocés?
Fue nombrarle y M arta se puso a llorar con más fuerza.
- ¿Qué te ha hecho ese cabrón? – Clara la zarandeó para que reaccionase – joder voy a ir a por él y le voy a meter un palo por ese culo escocés.
- ¡No! – sin entender por qué salió a defenderle – nada, no me ha hecho nada, al menos de momento. Es solo que…
M arta se dio la vuelta en la cama y con un brazo apoyado en su frente, le comenzó a narrar los hechos. Clara no daba crédito a lo que estaba escuchando, casi se
quedó tan blanca como ella cuando vio la foto.
- Joder M arta, ¡qué fuerte! Te has liado con el amante de tu madre.
- Clara, por favor…
- Joder es que es el amante de tu difunta madre.
M arta la miró con reprobación y se puso a llorar de nuevo.
- Nunca lo imaginé. Yo le conozco desde hace tiempo, pero nunca habíamos hablado de nosotros.
- Disculpa que te interrumpa, nena – escuchar ese apelativo cariñoso le puso a M arta los pelos de punta – tú follabas con el madurito, lo que ha venido después tiene
apenas unos días. ¡Joder os estabais empezando a conocer!
- M ierda Clara – entonces, como si de una iluminación divina se tratase, M arta fue consciente de la realidad – Alec ha estado con las dos. ¡ mi madre era su gran amor!
- Estás loca, se la folló y punto.
- No lo entiendes Clara. Sé por Henar, que él tuvo un gran amor del que nunca habla. ¡M aldita sea, tenía una foto juntos en su cartera! ¡Era ella!
Ser consecuente con ese hecho, no hizo otra cosa que empeorar la situación.
- ¿Y qué si estuvo enamorado de tu madre? Él no sabía que tú eras su hija – Clara realizó un aspaviento con sus manos – y no me vengas ahora con la locura esa de que
él se fijó en ti porque te pareces a ella, porque para empezar no os parecéis ni en el blanco de los ojos.
- Clara, no sé qué pensar.
- No pienses y habla con él
- Él no parece muy dispuesto a hacerlo, de momento – dijo mirándola con resignación.
- Normal, él también se habrá llevado un gran susto – se acercó a ella y la acarició la cara para calmarla – pero cuando procese toda la información, ya verás como todo
se calma y habláis. Joder, ¡si es un puto afortunado! ¿cuántos pueden decir que se han tirado a la madre y a la hija? – la broma le hizo reír a M arta – ese tipo tiene que
tener la polla de oro.
Las risas continuaron, pero en el fondo, había algo en M arta que le decía que algo no cuadraba en esa ecuación. Detrás del tema de su madre, había algo más, y eso la
estaba sacando de quicio. Tenía miedo de perder a Alec ahora que lo tenía, y la forma de huir de él, no ayudaba a minimizar la preocupación.
Alec había huido y eso era un hecho irrefutable.
Con las risas y los llantos, M arta se fue a la cama. M ientras al otro lado de la ciudad, su imperfecto caballero miraba una antigua fotografía y volvía a recordar los
motivos por los que no debía enamorarse, y menos de la hija de Teresa.
“No puedes amar, porque todo se acaba antes o después”.
Pero mucho se temía, que para él ya era demasiado tarde. Y también para M arta, una mujer casi prohibida para él. Tenía que resolver el problema cuanto antes para
no causar daño, y menos a ella, a su hechicera, a su niña, a su mujer.
“¡No, joder, no!”.
El instinto le llevó a su botella de whisky favorita y con ella recordar el pasado. Un pasado que volvía a él sin buscarlo. Un pasado que no quería olvidar, pero
prefería dejarlo atrás. La botella y los recuerdos le sumieron en un agridulce sueño, en el que M arta intentaba acercarse a él, mientras él se alejaba en la oscuridad.
Los ruidos de la ciudad hicieron eco en su cabeza. Casi amanecía y Alec se había quedado dormido en la cama que había compartido con M arta, acompañado de la
foto con Teresa. La miró con añoranza. Teresa fue una mujer increíble que le enseñó muchas cosas, fue su ama.
Se levantó y fue directo a coger el teléfono móvil. No tenía mensajes, pero sí dos llamadas perdidas de Declan, que seguro debía responder, porque el día del juicio se
acercaba y su amigo lo necesitaba.
Dos tonos de llamada y su amigo respondió.
- ¿Dónde te has metido, maldito follador?
Alec rememoró por un segundo la noche pasada con M arta y sus manos tocaron el aire como si la estuviesen acariciando a ella. Sacudió su cabeza para intentar
eliminar ese recuerdo de su mente, pero lo tenía ya grabado con sangre.
- Te puedo asegurar que he estado haciendo de todo menos follar, idiota.
- Te imaginaba dándole nuevas lecciones a tu chica.
- No es mi chica –“sí lo es gilipollas”, pensó –es solo una sumisa a la que estoy adiestrando.
- Pues tu actitud la otra noche no decía eso.
- Solo trato de cuidarla, es una niña.
- Una niña a la que si alguien la toca, estoy seguro de que tu puño saldría de paseo – se burló Declan de la absurda negación de Alec.
- No es mi chica, pero tengo que protegerla — “de ti Alec, de ti”, le volvió a recordar su cabeza.
- M ira tío, no sé qué coño mosca te ha picado, pero a mí no me engañas. Si no quieres admitir lo que sientes, es tu problema, pero cuanto antes lo asumas, antes podrás
disfrutar de ello.
- No me jodas, Declan.
- No seas cerdo, yo solo jodo a mi mujer.
- No bromeo – respondió Alec en un tono más serio de lo normal en él – ella no es nadie.
- Tú verás lo que piensas, cuánto más te lo niegues, peor será para ti.
- Es la hija de Teresa – la información le salió sin querer. Al otro lado de la línea también se produjo un silencio.
Declan soltó un resoplido sorprendido.
- Teresa, ¿tu Teresa?
Ahora era Alec el que se mantuvo en silencio.
- Sí, mi Teresa.
No se demoró mucho más en ponerle al día. Según iba contando las noticias, Alec se iba desmoronando poco a poco, y Declan ya se había quedado sin habla de
nuevo.
- Es una casualidad Alec, o tal vez el destino, quién sabe. No te mortifiques por ello, amigo – Declan intentó tranquilizarle – Es estupenda y te mereces una mujer como
ella.
- Soy muy mayor para ella. Temo que ella sufra o incluso yo si después se cansa de mí – afirmaba Alec apesadumbrado.
- Eso no lo puedes saber Alec. No pienses ahora en el que pasaría si…
- No digas eso Declan, tío.
- ¿No me jodas que estás traumatizado?
- Vete a la mierda, yo no tengo ningún puto trauma. No me psicoanalices – negó Alec enfadado.
- Ya veo que no es un trauma, es algo peor, es miedo.
- Bueno será mejor que dejemos esta conversación y hablemos de temas importantes como el juicio que se avecina – interrumpió Alec para desviar el tema – el otro día
no hablamos de ello, ¿cómo lo lleva nuestra chica?
Finalmente, tal y como buscó Alec el tema derivó al contra Charo. Henar era una mujer muy valiente y afrontaba las cosas con un arresto impropio en un caso así.
Declan estaba muy orgulloso de ella y así lo manifestó. Hablaron cerca de una hora más, hasta que decidieron que lo mejor era quedar y compartir inquietudes con una
cerveza en la mano. Y así fue.
Quedaron en Last Drop justo allí mismo donde Declan vivía, en el Grassmarket, un local perfecto donde tomar una buena cerveza y contar historias, tantas o más
como las que tenía el propio local.
Por supuesto, cuando Alec llegó, Declan ya le estaba esperando con dos cervezas muy frías en la mesa de la terraza. Y justo a la vez, también llegaba Henar, tan
deslumbrante como siempre.
Se saludaron efusivamente y se sentaron.
Hablaron largo y tendido de los duros días que se avecinaban. De la loca de Charo, que les culpaba a ellos de sus desdichas, al saber que tenía todo en contra suyo.
De la inesperada ayuda de Alejandro, su abogado, amante y extraño amigo que tan mala espina les daba y por fin llegaron al espinoso tema que Henar tenía tantas ganas
de tocar y que Alec no quería.
- ¿Te recuerdo cuántos años tienes, cielo? – le reprochó Henar con esa voz a la que Alec nunca le negaba nada.
- No hace falta, Henar cariño, lo tengo muy claro – contestó Alec con ironía.
- Pues si tan claro lo tienes, espabila. Eres peor que un maldito adolescente. ¡M adura Alec Reid!
- Tu claridad me abruma “amiga” – dijo señalando las comillas en la palabra amiga con los dedos.
- Si quieres que sea más clara, prueba una bofetada mía y verás que cristalino te lo pongo. – dijo mirándole con los ojos entrecerrados.
- Joder, es este mundo todo se pega menos la hermosura, ya hablas como Declan.
No les dio tiempo a decir más. Alec supo quién se acercaba a ellos con tan solo ver la cara de Henar. Su sonrisa la delataba, pero algo más también se lo había dicho.
Una impetuosa fuerza le hizo darse la vuelta, porque sin verla, sabía que ella estaba allí.
Pero no venía sola. M arta estaba acompañada de sus compañeros de la facultad, y cómo no, de su condenado tutor. Le empezó a hervir la sangre solo con verlos
juntos riendo.
M arta los vio y se acercó a saludar a un Alec que ya se levantaba de su silla.
- ¡Hola! – Alec vio en ella una reacción que no esperaba. A pesar de lo que sabía que les unía, le abrazó como si no hubiese mañana, pero al intentar darle un beso, Alec
se apartó y los labios de M arta fueron a parar a la mejilla. Ella lo miró desconcertada.
- Hola, M arta — la miró con cara de enfado — ¿qué haces con ese?
¡Vaya! Parecía que ser su reacción y sus sentimientos no querían ponerse de acuerdo.
- Estamos celebrando las buenas notas por los trabajos presentados.
- Ya veo, ya. ¿Le estás dando las gracias por ponerte un 10?
- No te pases Alec, no busques algo donde no lo hay.
Alec se revolvió sobre sí mismo para soltarse de los brazos de M arta que tanto ardor le despertaban, y que no le dejaban pensar si ella le tocaba y volvió la vista a
Declan y Henar.
- M irad chicos, será mejor que me vaya. Creo que hoy no es mi día
- Alec…—M arta le buscó con la mirada, quería ver en sus ojos lo que no era capaz de sacarle de los labios.
Henar la miró negando.
- Está bien, ¿te veré a la noche? – preguntó M arta deseosa de verse de nuevo en sus brazos.
- No, hoy no puedo – los tres le miraron extrañados – mañana vuelo temprano y no quiero desvelarme.
M arta agachó la cabeza apenada tocándose el collar de sumisa que no se había quitado, como si quisiera aferrarse a él de algún modo.
- Está bien, ya hablaremos entonces cuando vuelvas.
- Sí ya hablaremos cuando vuelva. Yo te llamo para la próxima sesión – la hablaba sin mirarla a los ojos – el juicio se acerca y tengo que acompañar a mis amigos – dijo
señalando a Henar y Declan.
Henar le lanzó una mirada de reproche y de sus labios pudo leer perfectamente cómo salía la palabra “cobarde”.
- Bueno chicos, me tengo que ir – se despidió M arta con pesar.
Se estiró levemente para darle a Alec un fugaz beso en la boca, pero lo que no esperaba era que su caballero, la tomó en sus brazos y la besó de tal forma, que tuvo
que sujetarse a él para no caer desfallecida. Fue un beso desgarrador, ansioso, uno de esos que hacían que todo desapareciese a su alrededor, que tan solo el halo que
provocaban, formase una burbuja que los aislase del mundo exterior, pero también era un beso con toques amargos, con sabor a despedida y eso a M arta le provocó una
punzada en el pecho. Pero por si acaso, se dejó llevar.
Alec se separó bruscamente de ella y tuvo el valor de mirarla a los ojos antes de irse.
- No te quiero cerca de ese…
- Viva la Edad M edia… — se oyó a Henar susurrar, a lo que Alec respondió con una mirada de recriminación.
El último beso en su adorado lunar, casi hace que M arta se derritiese. Un adiós con la mano a sus amigos y Alec desapareció entre los cientos de turistas que se
acumulaban en la famosa plaza.
- Dale tiempo – se dirigió Henar a M arta – es inmaduro, pero no es tonto.
- ¿Os lo ha contado? – preguntó M arta algo descorazonada – es todo complicado, lo sé, pero no es nada que no se pueda solucionar hablando.
- Eres una excelente persona M arta, y él lo sabe – Henar se levantó de su silla para abrazarla.
- Sí, pero el peso del pasado es muy duro. Además, una vez en mi casa sepan con quién estoy…
- ¿Acaso en tu casa tienes que contar tus intimidades? – le dijo Henar riñéndola.
- M e refiero a que cuando sepa mi abuela quién es…
- Cariño — M arta la acarició los antebrazos para calmarla – tú con tu vida haces lo que te venga en gana, y eso tu abuela lo tendrá que comprender más tarde o más
temprano.
M arta la sonrió con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
- Ten fe en lo vuestro, cielo. Estáis hechos el uno para el otro.
- ¿Y tú como lo sabes, Henar?
- Porque cuando estáis juntos, a vuestro alrededor se produce un fenómeno de la naturaleza, sois pura magia – contestó Declan desde su asiento.
En esta ocasión M arta le devolvió una sonrisa esperanzadora y la dio un fuerte abrazo.
- Gracias, chicos.
- A ti, amiga – respondió Henar.
M arta se agachó para darle un beso en la mejilla a Declan de agradecimiento y volvió con sus amigos, que la estaban esperando en el pub de al lado.
Cuando se reunió con ellos, todos empezaron a bromear con ella y a lanzarle vítores. La miraban sorprendidos por su conquista, pero especialmente Dan, que había
observado la escena con más atención que los demás.
“Corre y dile a todos los ángeles
Esto podría tomar toda la noche
Pienso que necesito un diablo
para ayudarme a hacer las cosas bien”
Learn to fly
Foo Fighters
Capítulo 23

Los días pasaron y M arta apenas tuvo noticias de Alec. Tan solo un intercambio frío de mensajes, excepto cuando el tutor salía a colación. Era como el perro del
hortelano, y eso entristecía y enfurecía a M arta de igual forma.
Debían solucionar ese tema cuanto antes, no podían quedar las cosas así. Alec se negaba a hablar del tema de Teresa, y en cierto modo lo comprendía, pero hablar de
ellos era algo que no podían retrasar más.
Cada mañana se despertaba angustiada y tocándose el collar para verificar que aún seguía ahí. Y es que no era la primera noche que soñaba que Teresa venía a por
ella a arrebatárselo.
Era la mañana del 29 de noviembre, el día del juicio. M arta se miró al espejo del baño. Unas ojeras de impresión asomaban bajo sus preciosos ojos. Aquellos que
Alec, hasta hacía unos días, miraba con devoción. Le extrañaba tanto.
Alec al final no vino a buscarla, se excusó diciendo que justo llegaba a los juzgados proveniente de un vuelo e iba a llegar con el tiempo justo. Pero M arta no era tan
inocente como él creía, no quiso acompañarla y punto, por lo que Clara se presentó voluntaria para la labor.
Llegaron al bullicio del tribunal unos minutos antes del comienzo de la sesión, pero pudo acercarse a Declan y Henar para desearles suerte. Con ellos estaba cuando
vio llegar a Alec, vestido con un traje gris marengo, con chaqueta de una sola abotonadura. Estaba tan guapo, que medio tribunal se giró para admirarlo. La misma M arta
se tuvo que sujetar a la pared de la impresión que le causó verlo. Estaba perdidamente enamorada de ese hombre.
Alec llegó con ese porte que tan bien le caracterizaba. Caminaba aparentemente con seguridad, lo que nadie sabía era que, la sola idea de ver de nuevo a M arta le
torturaba por dentro, pero una vez que la atisbó entre la gente, su corazón se le salía del pecho. Sentía ahogarse. Era su diosa de cabello castaño, y por más que intentase
olvidarla, su presencia allí no ayudaba mucho, y vestida con esa falda de tubo, que marcaba esas caderas que tanto ansiaba volver a acariciar, menos.
Se acercó a ella y la saludó con un frío beso en la mejilla.
- Hola, M arta. ¿qué tal estás?
“¿Te acercas a mí para preguntarme solo qué tal estoy? Serás cretino”.
No le dio tiempo a responder cuando, por detrás de Alec, vio acercarse a la estúpida de Anice que le rozó, no con poco disimulo precisamente, la nuca.
“Encima de gilipollas, poco profesional” pensó M arta con ganas de darle una patada en el culo a la policía.
Iba a soltarle una fresca a la rubia, cuando Alejandro se acercó a los tres para saludar a M arta con un beso en la mejilla más largo de lo esperado por todos, sobre
todo por Alec, que le miró con ganas de reventarle la cara.
No hubo tiempo para más palabras. El secretario llamó a la sala.
Empezó el juicio, y eso más que un tribunal, parecía un reality show. Cruce de acusaciones y palabras malsonantes volaban por la sala. El juez tuvo que llamar al
orden varias veces, sobre todo a la desquiciada de Charo, que parecía no haber aprendido nada en sus días en la cárcel. Hasta que el juez, harto de tanta escena
lacrimógena, hizo un receso.
Alec y M arta se observaban desde la distancia, parecía que ninguno de los dos se decidía por un acercamiento que tanta falta les hacía.
M arta se moría por sus brazos y Alec hizo amago de varias veces de ir donde ella y besarla hasta dejarla sin aliento. En una de esas estaba cuando Anice hizo
aparición.
- M e debes una noche, comandante – le susurró para que nadie lo oyese, pero lo hizo de tal forma, que M arta pudo leer perfectamente las intenciones de la sargento de
policía.
- ¿Desde cuándo una sumisa pone las normas? – la miró Alec con falso deseo, gesto que M arta percibió, sintiendo un puñal en su corazón – eso se merece un castigo.
- Lo estoy esperando…— contestó Anice con tono sensual.
Y la policía se marchó, mirando a M arta con una sonrisa triunfal y dejándola peor, si cabía. Alec, en cambio, fue incapaz de mirarla. Esa tontería que acababa de
hacer, pesaba en su conciencia.
Pero la vida da muchas vueltas, y del mismo modo que M arta sintió celos, Alec pagó su estupidez cuando vio aparecer a Dan, el tutor, por la puerta del edificio. La
bilis se le subió a la garganta cuando se acercó a M arta y la abrazó con efusividad.
- Hacerlo no importa tanto, pero que te lo hagan jode, ¿verdad amigo? – le dijo Declan que se acercó a Alec al ver la escena.
- Vete a la mierda.
Alec se acercó a M arta más rápido de lo esperado y menos de lo deseado, pero lo justo para sujetarla del brazo en un gesto de absurda posesión y que a ella le
provocó una serie de desconcertantes reacciones. Alegría, enfado, gozo…
- Te llevo a casa.
- No es necesario Alec – se soltó de su agarre ofendida, no le había hecho caso en toda la mañana, y ahora que venía Dan, se creía con derechos – Dan ha venido a
buscarme y me voy con él.
M arta se fue con Dan hacia la salida, dejando a Alec con los celos revolviéndole el estómago.
Declan se acercó por detrás y le susurró al oído.
- Donde las dan las toman, amigo.
- Gilipollas.
- Perdona, creo que aquí solo hay un gilipollas. Hasta mañana, colega. Yo me voy a consolar a mi chica, haciéndole el amor hasta que olvide el día de hoy, y tú vete a tu
casa a consolarte con la botella de Laphoraig.
Le dio una palmada en la espalda y se fue dejándole solo en medio del pasillo.
M arta caminaba acompañada por Dan y Clara camino de la residencia. Ver a Alec haciendo el imbécil con Anice había sido peor que tragarse ese estúpido juicio. Iba
ensimismada mirando las fotos que con el móvil le hizo a Alec, mientras dormía, la noche que estuvieron en Aberdeen, cuando sintió un tirón hacia atrás.
- Por dios, M arta. Ten más cuidado – Clara acababa de evitar que un coche casi la atropellase por no mirar cuando iban a cruzar la carretera – un día de estos me vas a
dar un disgusto por ir hablando por el puto móvil por la calle.
- Joder, ya me vale – respondió M arta tratando de recomponerse del susto – lo siento.
- No lo sientas y presta más atención para otra vez – le dijo arrancándole el móvil de las manos – y deja ya ese puto móvil. Por más que le mires la foto, no vas a
resolver el tema.
- ¿Qué tema? – preguntó Dan curioso.
- Ninguno – respondió M arta con una mirada de advertencia a Clara – cosas de chicas.
Dan se quedó con la mosca detrás de la oreja, pero prefirió no insistir. Si alguien tenía que hablar, esa era M arta, y mucho se temía, para su satisfacción, que algo
tenía que ver con el piloto con el que rondaba últimamente y que había alejado sus posibilidades, por el momento.
- Bueno, ¿qué os parece si vamos a tomar unas cervezas para olvidar este día? – preguntó Dan
- M e parece estupendo – por obvias razones, M arta estaba deseando que el día acabase.
Se acercaron al local que se había convertido en favorito de Clara, cuestión que M arta estaba deseando saber por qué. Se tomaron las suficientes cervezas como para
que M arta pudiese aparcar los peores pensamientos de su cabeza, aunque no olvidar. Estaba deseando ir a casa de Alec y que la hiciese el amor.
Una idea se pasó por su cabeza. Una locura, lo sabía. Pero sin darle más vueltas a la cabeza, se despidió de sus compañeros y tomó camino a casa de Alec. El bar no
estaba muy lejos de la casa de su caballero y no tardaría más de diez minutos en plantarse en la puerta de su casa.
“Te voy a plantar cara, Alec Reid, se acabó el huir. De esta, o acabo en tu cama o acabo con el corazón destrozado, pero así no puedo seguir”. Y de nuevo se tocó el
collar con las manos para asegurar que seguía ahí. Sintió como si el fantasma de su madre la estuviese acechando.
Según se acercaba al edificio de Alec, su corazón se iba acelerando más y más. Pensaba que se le iba a salir del pecho, pero ella siempre tuvo valor para enfrentar los
problemas y entonces no iba a ser menos. Estaba decidida a luchar por el amor de Alec a toda costa. Pero lo que no se esperaba, era que al llegar, se encontraría a Anice
saliendo por la puerta de la casa de su caballero. Despidiéndose de él con un cariñoso abrazo y un amargo beso en los labios. La borrachera se le bajó de golpe.
M arta creyó morir. Se fue acercando cada vez a paso más lento a las escaleras y fue observando el panorama con estupor.
Jamás pensó que Alec le haría eso, jamás pensó que su corazón se podría romper en pedazos tan pequeños al observar algo tan indigno de él, como la traición.
Su mundo se vino abajo en décimas de segundo.
Pero en vez de salir corriendo a llorar a su casa, hizo algo que podría entrar dentro del masoquismo puro. Se paró junto a las escaleras y esperó a que Alec la viese.
En el fondo, quería conocer cuál iba a ser su reacción.
Y eso le hizo más daño que la traición de Alec en sí misma.
Anice bajó las escaleras sin descubrirla. Se fue justo del lado contrario por el que M arta venía. Alec la miró, agachó la cabeza y entró en casa sin decirle nada. Sin una
maldita explicación, sin excusas vanas que tal vez podrían haberla consolado. Nada, simplemente entró en la casa y la dejó tirada ahí.
No hace más daño el que quiere, sino el que puede. Y Alec le acababa de robar el alma de un tirón.
Dio media vuelta, y sin una sola lágrima en los ojos, como cuando murió su madre, tomó rumbo a la residencia, donde llegó, se tumbó en la cama sin desnudarse, y
entonces sí empezó a llorar hasta que la venció el sueño.
- ¡M arta, despierta! – unas manos agitándola en la cama intentaban arrancarla de su sueño. Ella en brazos de Alec — ¡M arta, coño despierta! Abajo preguntan por ti.
Se giró en la cama para colocarse boca arriba y se restregó los ojos para intentar despertarse.
- ¿Quién coño me busca a estas horas? – refunfuño ella más enfadada porque la hubiesen sacado del sueño que porque la hubiesen despertado en sí.
- ¿Estas horas? – Clara la miró alucinando – pues si estas horas lo llamas a las doce del mediodía, no sé lo que será para ti levantarse tarde. Joder, ha venido a buscarte
no sé qué abogado con la policía porque hoy tienes que declarar en el juicio de la loca esa.
- ¡Coño, es verdad!
Se incorporó como un resorte de la cama, saliendo de la habitación para hablar con las personas que la esperaban. Alejandro era el abogado.
- M arta, ¡qué te ha pasado? ¿Acaso no deseas testificar? – le censuró Alejandro.
“Ni que la pirada esa me importase un comino”, pensó.
- No, perdona – se alisó la ropa y se apartó el pelo de la cara para intentar mejorar su aspecto – lo siento, me quedé dormida. Espérame diez minutos que me doy una
ducha rápida y me cambio.
- Tienes cinco. Testificas en media hora.
M arta le sonrió avergonzada y se fue a cambiar de ropa.
Llegaron a la segunda sesión del juicio atropellados. M arta todavía recolocándose el pelo con Alejandro agarrándola del codo para acompañarla.
Cuando Alec los vio entrar juntos, casi sufrió un síncope del ataque de celos que le dio. Parecía ser que él había olvidado lo sucedido la noche anterior, cosa que
M arta, aún conservaba muy presente, demasiado. El dolor en el pecho retornó sin pedir permiso.
Todo el mundo entró en la sala excepto M arta, que todavía acompañada por Alejandro, debía esperar a ser llamada a declarar. Alec estuvo en la tentativa de
quedarse con ella, pero sus prejuicios y el absurdo miedo que sobrevolaba su cabeza, lo detuvieron.
La segunda sesión del juicio continuó y llamaron a M arta a declarar como testigo de la defensa. Casi le daba risa que la preguntasen por Charo. Apenas la conocía y
pocas cosas podía decir de ella, salvo que era una buena cliente del Darkness. Poco a su favor y una pérdida de tiempo para ella, que pocas ganas tenía de estar allí y
menos de encontrarse con Alec, al que de buena gana le habría soltado una bofetada.
El dolor se iba transformando en ira. Y no había nada peor que una mujer enfadada.
Su colaboración finalizó y decidió largarse de allí cuanto antes. Dan y Clara ya la estaban esperando a la salida de los juzgados. Se estaba encaminando hacia la
puerta, cuando Alejandro la llamó.
- Quería darte las gracias por tu ayuda – la tendió la mano para estrechársela, pero ella no se la devolvió – recuerda que si me necesitas, estaré por aquí – y le entregó
una tarjeta con sus datos, algo que ella no iba a aceptar, pero al ver que Alec los estaba mirando, la cogió.
Pudo vislumbrar la cólera en los ojos de Alec, lo que provocó la incomprensión de M arta, y más desde lo que había visto la noche anterior.
“Imbécil”.
Se despidió de Alejandro con dos besos en las mejillas y salió del edificio.
Por un momento, sintió la necesidad de mirar hacia atrás, pero se contuvo las ganas. No iba a darle el gusto de que Alec supiese lo mucho que le necesitaba, no
cuando estaba claro que a él le importaba más bien poco.
Llegó a la residencia y se encerró a realizar el proyecto de posgrado en el que estaba. Una buena dosis de historia sobre lenguas en peligro de extinción la harían
centrarse en algo más que su caballero.
“Caballero…capullo tal vez”.
Una lágrima amenazó con escaparse, pero la retuvo con la rabia que llevaba dentro. No lloró ni por su madre, mucho menos lo iba a seguir haciendo por él.
Él.
La había sacado de su vida a lo bestia, poco o nada normal en él. Alec se sentía mal, pero no por haberla dejado, era lo mejor para ambos, más bien por la forma de
hacerlo. Ser tan ruin no iba con él, pero saber quién era M arta, fue la puntilla a un titubeo que no hacía más que martillearle en la cabeza desde el principio. Esa mujer no
era para él. M ás joven, con toda una vida por recorrer, otras historias, otro tipo de hombres.
Una gota de sudor le cayó por la frente al pensar eso. La sola idea de verla con otro le enfermaba. Le daban ganas de romper con todo lo que tenía a su paso, pero no
podía hacerle eso a ella. Vivir con alguien que no era para ella. Y encima estaba el lastre de ser la hija de Teresa.
“M e dijiste que rehiciese mi vida, y vas y me metes a tu hija por medio. Inteligente hasta en eso, mi ama…”
Esa última palabra le dejó un vacío que no recordaba haber tenido antes. Algo había cambiado en él sin darse cuenta.
Una noche de lluvia con tormenta, dos personas que se despiertan de repente con un escalofrío y ya no se pueden volver a dormir.
La noche dio para pensar mucho.
La tormenta dio paso a un huracán interno. Uno que nunca olvidarían.
“Voy a volar como un pájaro a través de la noche,
sentir mis lágrimas mientras se secan.”
Chandelier
S ía
Capítulo 24

Se acercaba el final del juicio de Charo y con ello la Navidad. Y sin noticas de Alec, ni rastro, solo en las audiencias del tribunal, donde apenas la miraba, o al menos
eso creía ella.
M arta llevaba semanas sin llamar a su abuela Regina, lo que suponía bronca segura. Algo que no le apetecía en absoluto. No estaba para sus reproches, pero tenía
que dar señales de vida si no quería que la amargase las fiestas. Además, se encontraba con la suficiente serenidad como para intentar hacer algunas preguntas a su
abuela.
- Hola abuela.
- Vergüenza te debía de dar. Llevas más de un mes sin llamarme. Sin saber nada de ti. Como la golfa de tu…
Ya empezaba, no decía ni hola, tan solo le recordaba lo mucho que se parecía a Teresa en sus forma de actuar. Tal vez ahora entendía a Teresa un poco, pero debía
reconocer que en esta ocasión ella misma se lo había buscado.
- Abuela, lo siento – intentaba ser obediente pero con Regina era complicado – es que he estado muy ocupada en la universidad – y pensando en Alec – lo siento de
veras, no te enfades conmigo. Soy un desastre.
- Al menos en M adrid sé por dónde andas – “si realmente lo supieras me habrías puesto un GPS” – pero en ese país. Alguien podría hacerte algo y yo sin enterarme.
- Abuela, las malas noticias son las primeras en saberse.
- Dios no lo quiera – Regina se santiguó para alejar los malos espíritus — ¿qué día vuelves? ¿Por qué pasarás la Navidad en casa, no?
M arta no tenía muy claro qué es lo que quería hacer. Por un lado necesitaba volver a casa para alejarse un poco del entorno que la rodeaba, pero sabía que con su
abuela cerca, apenas podría mover un pie sin tener que dar las pertinentes explicaciones, porque estaba claro que si iba a M adrid a pasar la Navidad, Regina la pediría
que se quedase con ella y no podría ir a su apartamento.
- No lo sé, abuela. Las vacaciones escolares en Escocia no son como las de allá. Cuando sepa algo, te aviso— tenía más que claro cuáles eran sus vacaciones pero no se
lo quiso decir, porque eso supondría más presión para que volviese a casa.
- Está bien – refunfuñó la señora – tú avisa y te mando dinero para el viaje.
- Abuela, ya sabes que no necesito dinero – tenía ahorrado más que de sobra con lo que había ganado en el Darkness. Además, y solo en caso de extrema urgencia,
siempre podría recurrir al dinero de la herencia de su abuelo, que nunca había necesitado tocar.
- Bueno tú avisa – un silencio se hizo a través de la línea como si ambas tuviesen miedo de preguntar – y dime hija, ¿cómo anda todo por allá? ¿cómo te tratan en ese
país?
- Bien abuela, muy bien.
“M e gustaría contarte que me enamoré de un hombre que me ha roto el corazón, pero tú alegarías que eso me pasa por juntarme con hombres que no son adecuados
para mí, y yo no tendría otro remedio que darte la razón en esta ocasión”.
- Cuando vuelvas te voy a presentar al hijo…
- Regina, no empieces. No quiero conocer a nadie – “y menos ahora”, pensó.
- Pero hija, es un chico encantador y que apenas ha salido con chicas…
- Lo que me faltaba, un monje, abuela…— se estaba empezando a enfadar. Regina siempre intentaba dirigir su vida amorosa, cuando en el fondo, no sabía la realidad que
la rodeaba. Y que se parecía a Teresa, mucho más de lo que ella misma hubiese deseado en ese momento.
De repente, tuvo una iluminación. Sabía que difícilmente la iba a sacar información, pero debía intentarlo. Tomó aire y se dispuso a preguntar y a arriesgarse a una
violenta respuesta.
- Abuela, ¿te puedo hacer una pregunta?
- Dime, hija.
- Tú..tú…¿llegaste a conocer a alguna de las parejas de Teresa?
Regina se alarmó tanto, que tuvo que sentarse en una silla para abanicarse. ¿A qué venía ahora esa pregunta?
- ¿A qué viene hablar ahora de ella, hija?
- Solo quería saber algo de ella, nunca hemos hablado del tema.
- Es mejor no hablar de los muertos, hija – le recordó la frase que tantas veces le había repetido siendo niña – pero si quieres que te diga algo, Teresa solo andaba con
hombres depravados que la llevaron por el mal camino. Lo único bueno de esas relaciones fuiste tú.
- No creo que fuese tan horrible, abuela era una forma de vida tan respetable como otra…
- ¿Forma de vida, dices? ¿Hacer esas depravaciones con los hombres? Por dios hija mía…
Si supiera que ella llevaba el mismo camino de su madre, le daría un síncope.
- Pero, a decir verdad – Regina la sacó de sus pensamientos con algo que ella no se esperaba – en el final de sus días, estuvo con un solo hombre. Creo que fue el que la
acompañó hasta el final. Un chico joven, muy guapo, con unos preciosos ojos claros, pero otro depravado como ella, supongo.
Alec.
M arta comenzó a respirar con dificultad. La angustia la quebró el alma, y entonces recordó el día que fue al cementerio a despedirse de su madre. El hombre con el
que se tropezó y que ese mismo día le hizo vibrar era él.
“Joder”, se llevó las manos a los ojos para frotárselos. Estaba impactada. Siempre fue él.
- Abuela, será mejor que descanse. M añana tengo un examen y quiero estar despejada – tenía ya ganas de colgar, su alma estaba en los pies – prometo llamarte pasado
mañana.
- Promesas, promesas…siempre estás igual y luego no lo haces.
- Te lo prometo, de verdad – la promesa iba en serio, tenía aún muchas preguntas que resolver. – Un beso nana.
Se lanzaron un beso a través del auricular y colgaron.
Tenía muchas preguntas en su cabeza aún sin resolver y seguiría indagando, sin duda, pero una cosa le había quedado muy claro, Alec fue una persona muy
importante en la vida de su madre, demasiado.
Llegó el último día del juicio de Charo y estaban todos esperando en el pasillo del tribunal. A punto de dictar sentencia, la tensión se podía palpar en el aire. Tanto
por la cuestión que allí se iba a resolver, como por las personas involucradas. Dos de ellas en particular, se vigilaban el uno al otro, pensando que nadie los veía.
- Tal vez si hablases con ella, podríais llegar a resolverlo. No es tan complicado Alec – le dijo Declan al oído.
- Deja de meterte donde nadie te llama – contestó con brusquedad.
- Y tú deja esa actitud de viejo acabado y vive la vida de una puta vez. Te queda mucho por vivir y te lo estás perdiendo – Henar se unió a la conversación intentando
hacer entrar en razón a su buen amigo.
- ¿Tú también? Vaya dos…— les miró con cara de resignación.
- Nos ayudaste un vez – Henar le acarició el brazo con cariño – estamos haciendo lo mismo por ti, amigo.
Una vez se lo dijo, miró en dirección a M arta con una apenada sonrisa.
M arta no pudo evitar mirar en dirección a Alec, y en un impulso se acercó a él. Al ver sus intenciones intentó huir, pero Henar le detuvo a tiempo, el justo para que
M arta se acercara a él lo suficiente y peligrosamente cerca.
De repente, la tensión inicial entre los dos, se transformó en algo más intenso. Tanto, que eran capaces de transmitirlo entre las personas que se encontraban a su
alrededor. Un choque de electricidad carnal mezclado con toneladas de pasión, deseo y ansiedad..
- Si aquí no hay algo más que sexo, por favor que baje Teresa y lo vea – susurró Declan a Henar que presenciaban atónitos el espectáculo— son una bomba de relojería.
La llamada a la sala rompió con el momento, pero M arta no quiso quedarse con las ganas de preguntarle algo antes de entrar.
- Alec.
- Nos llaman, nena – la última palabra le salió sin pensar y ni se molestó en corregir.
- ¿Tan fuerte fue lo que sentiste por ella?
Una respuesta que debía ser clara y obvia, se convirtió en otro interrogante para el propio Alec no supo dar otra respuesta.
- Fue distinto, M arta – contestó dándose la vuelta para volver a la sala – será mejor que entremos.
“Distinto”, ese pensamiento revoloteó en sus cabezas en diferente sentido para los dos.
La escena en la sala del tribunal era de película. Todos sentados excepto la acusada, sus abogados y el asesor español, Alejandro, de pie. El clima se enrareció. Por un
momento, Alec tuvo la tentación de ir donde M arta y agarrarla de la mano.
La sentencia para Charo no pudo ser peor. De diez a quince años en prisión por doble tentativa de asesinato, más servicios a la comunidad una vez que saliera.
El alarido de horror de Charo se oyó por toda la sala. La cara de alivio de Declan y Henar, demostraban la satisfacción por el fallo del tribunal. Alejandro les miraba
con rencor.
M arta salió de la sala lo más rápido que pudo. Allí no pintaba ya nada, pero antes se quiso despedir de Declan y Henar.
- Felicidades chicos, siento no haber aportado mucho a todo esto, pero me alegro por vosotros – dijo dándoles un sentido abrazo a cada uno.
- Ahora vamos a celebrarlo, ¿nos acompañas? – preguntó Declan animándola a seguir.
Ella vio que Alec se acercaba a ellos e intentó despedirse con mayor rapidez para no encontrarse con él.
- No, gracias – señaló hacia la puerta donde Dan la estaba esperando – me esperan fuera.
- Vaya por lo que veo el imbécil no pierde el tiempo – ironizó enfadado Alec mientras se acercaba.
M arta lo fulminó con la miraba.
- El imbécil, a diferencia de otros, es todo un caballero – se giró sobre sus pasos en dirección a la puerta – hasta luego chicos – se despidió con una sonrisa que no le
llegaba a los ojos.
Alec la vio alejarse con los celos comiéndole por dentro.
- Esto lo has provocado tú solito, Alec – le reprochó Henar – ahora te lo comes. Si hubieses hablado con ella, tal vez no te hubiese dejado.
- Ella no me dejó.
- ¿Cómo? – le preguntaron los dos alarmados
- M e vio con Anice, digamos, en una situación comprometida y todo se fue a la mierda.
- ¿Qué hiciste qué? – volvieron a decir los dos al unísono.
- No seáis loros, por dios.
Henar le miró negando la cabeza y con gesto de desilusión.
- No puedo creer que tú hayas hecho eso a una mujer y menos a ella.
Se quedaron mirándose el uno al otro, la decepción de Henar pudo más que la mentira que le apartó de su chica.
- No lo hice – Declan le miró enarcando una ceja – eso es lo que ella supuso, pero yo no hice nada.
- Entonces, ¿por qué no se lo has explicado? – preguntó Henar confundida por su actitud.
- Porque es lo mejor para los dos.
- Lo dicho, aquí hay un imbécil, pero eres tú, Alec – Henar se marchó dejándolos a los dos plantados en el pasillo.
Alec la vio alejarse sin decir nada. Estaba irreconocible.
- ¿Por qué te haces esto, Alec? – preguntó Declan muy preocupado por la actitud de su amigo.
- Porque un día, se hartará de estar de un hombre como yo, y se irá y me dejará con el corazón destrozado, y no quiero que vuelva a pasar de nuevo. Y joder, ¡es su hija!
- Lo dices como si tuviese una enfermedad contagiosa que no te permitiese acercarte a ella. ¿No te das cuenta que ahora mismo ya estás sufriendo? – Declan miró al
suelo negando con la cabeza – espabila colega, aprovecha el momento, porque cada minuto que no estés con ella, será un minuto perdido. Yo te aprecio mucho, amigo,
pero ahora mismo estás actuando como un puto crío.
Alec se quedó pensativo mirando a la nada. Declan insistió.
- Piénsatelo, colega – le palmeó la espalda y se dirigió a la salida para encontrarse con Henar que afuera le esperaba hecha una furia por culpa de Alec.
“Bravo, Alec, las dos mujeres de tu vida, ahora mismo te odian”, se llevó las manos a la cabeza y se refregó agobiado.
Una mano tocó su espalda y se le acercó al oído.
- Yo puedo consolarte, ¿te vienes conmigo?
En otro acto de estupidez encadenada, Alec miró a Anice y se fue con ella.
Al salir vio como a lo lejos M arta se alejaba con Dan agarrándola por el brazo cariñosamente y él decidió tomar el camino contrario, prefería no verlos.
M arta no escuchaba nada de lo que Dan le decía, estaba triste y pensando en las palabras de Alec.
“¿Por qué esos absurdos celos si era él quien la había dejado tirada’”, pensó.
- M arta – le dijo Dan parándola en medio de la calle y sacándola de sus pensamientos — ¿me escuchas? Te llama ese hombre – le advirtió señalando a Alejandro que
venía hacia ellos.
- ¡M arta! – Alejandro se acercó a ella y le dio dos inesperados besos que a M arta la descolocaron – solo quería darte las gracias por la ayuda e invitarte a una copa.
- Yo no hice nada, poco podía, apenas conocía a Charo – le miró con cara de rendición — ¿vais a apelar a la Corte Suprema del Reino Unido?
- No, no podemos, las leyes escocesas descartan esa opción, pero intentaremos otras vías. Charo es una mujer enferma y tiene que curarse.
M arta le miró con escepticismo, Charo estaba como una cabra, no tenía solución.
- Pues suerte, solo te puedo decir eso.
- Entonces, ¿me aceptas esa copa? – Alejandro miró a Dan pidiéndole permiso, M arta a su vez se sintió comprometida con Dan.
- Tranquila, M arta, ve si quieres con él – miró a M arta resignado, si no era un hombre, era otro quien se metía por medio – llámame cuando acabéis y quedamos,
mientras paso a recoger a Clara.
Ella asintió con la cabeza no muy convencida, pero Alejandro la miró insistente y prefirió zanjar el asunto con él.
- De acuerdo, una copa. S olo una y me voy. Tengo ganas de descansar.
Alejandro la sonrió y tomándola del brazo se fueron juntos en dirección al coche.
- ¿Dónde vamos?
- A un sitio que conoces y al menos te sentirás más relajada – contestó lanzándola una amable sonrisa.
M arta miraba por la ventana a la nada, iba pensativa. Y cuando llegaron, se dio cuenta de a dónde la había llevado. Estaban a las puertas en la M aison de Debauch.
- ¿Por qué me traes aquí, Alejandro? Íbamos a tomar una copa. Te aseguro que no estoy para fiestas.
- Y una copa vamos a tomar, también tienen un bar. Aunque tu apreciado Alec no se haya molestado en enseñártelo.
- Para tomar algo, hay miles de tabernas en Edimburgo, no hace falta venir aquí.
- Vamos, ¿me vas a decir ahora que eres una cobarde?
¿Cobarde ella? Bueno, tal vez un poco. Pero, tampoco tenía que huir de los sitios donde había estado con él.
- Está bien, vamos. Pero solo una copa.
- Aún llevas tu collar de sumisa, nadie te tocará.
M arta se llevó la mano al cuello. No se había dado cuenta de que aún lo llevaba el collar de Alec. Iba a quitárselo, pero cambió de idea al darse cuenta de dónde
entraban.
“M e lo quitaré cuando salgamos”.
Como ya era habitual, la ama M arilyn les abrió la puerta. Saludó a M arta con un beso en la mejilla y a Alejandro con una reverencia.
En vez de tomar el camino hacia las suites, cogieron la dirección contraria donde se encontraba una barra de bar.
Había poca gente, cuatro o cinco personas al final de la barra. Llevaba la cabeza agachada, pero no por sumisión, sino más bien por estado de ánimo. Alejandro
agachó la cabeza para ponerse a su altura y la tomó de la barbilla.
- Si te sientes incómoda nos vamos, pero me gustaría que antes vieses algo.
La giró en dirección al pequeño escenario que había en el centro.
Se le revolvió el estómago con lo que vio. La impotencia y el dolor se agolparon en su pecho. Un alarido de dolor salió de su garganta sin querer.
Alec, acompañado de un hombre caracterizado de amo y con Anice de sumisa; aún vestido con el traje que llevaba en el tribunal, portaba un látigo de tres colas, que
seguro iba a utilizar con ella.
El mundo se derrumbaba a sus pies.
“Y puse tus recuerdos a remojo
y flotan porque el agua esta salada,
salada porque brotan de mis ojos
lagrimas desordenadas”.
Lágrimas desordenadas
Melendi
Capítulo 25

Alec oyó el grito y se giró hacia la barra. Su cara de sorpresa le hizo solar el látigo y bajar del escenario de un salto. Para entonces, M arta ya salía corriendo del local.
- ¡M arta! – la gritó desesperado.
No le dio tiempo a alcanzar la puerta, cuando Alejandro tiró de su brazo y le puso frente a él.
- Ni para ti, ni para mí.
- M aldito hijo de puta – el puño de Alec sin incrustó en la mandíbula del abogado en décimas de segundo. No pudo rematar la faena porque marchó disparado en busca
de su hechicera.
Bajó a la puerta del local, miró a un lado y a otro de la calle, pero estaba desierta. Ni rastro de M arta.
- ¡Joder!
Cogió su teléfono móvil y marcó el de M arta desesperado. Ella no contestaba. La llamó siete veces, hasta que en la última llamada, estaba apagado.
- No, esto no, no puede quedarle este recuerdo de mí. ¡Joder!
En un momento de angustia, marcó el teléfono de la única persona que le podría escuchar en ese instante.
Al sonar dos tonos, Henar contestó.
- Creo que la he jodido del todo.
- Alec…¿qué has hecho ahora?
Al salir de la M aison, M arta encontró un taxi y se subió a él. No quería hacerlo, pero las lágrimas se las apañaron solas por salir. No podía con el alma. De un tirón,
se arrancó el viejo collar de sumisa haciéndolo añicos en su mano. Estaba rota y hundida, y para colmo, Alec no hacía más que llamarla.
- ¿Para qué? ¿Para qué le devolviera el collar y se lo diese a Anice?
Llegó a la residencia y subió las escaleras dándose de frente con Dan y Clara que justo salían. Al verla en ese estado, corrieron tras ella, pero no pudieron ni
preguntar. M arta iba tan rápido que entró en el cuarto y se encerró en el baño.
Se sentó en el suelo y entonces sí que empezó a llorar desgarradamente.
No solo la había dejado tirada, se había buscado una sustituta con una rapidez pasmosa, y encima la compartía.
“¡Qué asco!”, pensó desolada.
Clara y Dan comenzaron a aporrear la puerta. Estaban muy preocupados por el estado en el que la habían visto llegar. Y Clara más. La conocía desde hacía muchos
años y nunca antes la había visto así
- M arta, coño, ¿Qué ha sucedido?
- ¿Ese tipo te hizo algo? – añadió Dan alarmado.
- ¡Dejadme sola, por favor! – suplicó M arta con el llanto descontrolado.
- M arta, por favor, déjame acompañarte.
- ¡No, iros!
- ¡M arta, joder!
Se quedó pensativa. No quería dejarlos preocupados y mucho menos a Clara, así que se levantó del suelo y entreabrió la puerta. Dan y Clara estaban pegados a ella
al otro lado.
- Por favor, dadme unos minutos. Clara – se dirigió a su fiel amiga – ahora salgo, pero por favor Dan, vete de aquí, ya te llamaré – Dan le imploró con la mirada – no
quiero que me veas así, por favor. No te puedo pedir que te vayas tranquilo, pero déjame a solas con Clara.
Dan, entendiendo que ella no iba a ceder, asintió con la cabeza y con un cariñoso apretón en la mano, se fue apenado. Al verlo salir, M arta salió del baño y se tumbó
en su cama.
- ¿Qué te ha hecho ahora ese capullo?´— preguntó Clara enfurecida.
- ¿Cómo sabes que ha sido Alec?
- Porque solo ese gilipollas es capaz de hacerte sentir así, es tu debilidad.
M arta resopló y le contó a Clara lo sucedido. Según iba avanzando en la historia, la cara de Clara iba cambiando del rojo enfadado al azul furiosa.
- ¿Y me dices que te llevó el abogado? – preguntó Clara extrañada.
- Sí, quería tomar una copa.
- ¿Justo allí? Será porque en Escocia no hay bares. Aquí hay gato encerrado, nena.
Escuchar ese "nena", le trajo amargos recuerdos que le devolvieron las lágrimas.
- No le des más vueltas, Clara. El caso es que Alec estaba allí con otra y punto. Ha jugado conmigo.
Clara negó con la cabeza recelosa.
- Eso es cierto, pero, ¿no te parece extraño que Alejandro hubiese insistido para llevarte? – reiteró su amiga.
- Ahora mismo, Clara, no veo nada más que a Alec con un látigo en la mano utilizándolo con otra.
- Chica, tal y como lo dices, suena hasta mal.
- Bueno, tú sabes lo que quiero decir – respondió M arta.
- Sí, pero esto no intentes explicárselo a Dan, porque puede pensar cualquier cosa, y ninguna sexual – contestó intentando arañar una sonrisa de M arta.
Algo que a duras penas logró, pero al menos pudo calmar un poco los ánimos.
Una noche muy larga para dos personas que tal vez no estaban destinadas a permanecer juntas. Pero estaba claro que alguien había logrado su objetivo, separarlas
definitivamente.
En la barra de la Maison, el abogado, con una copa en la mano, aún se dolía del golpe en la mandíbula, pero sonreía satisfecho.
- ¿Por qué lo has hecho? – le dijo Anice por la espalda.
- Por venganza, por pura y simple venganza – contestó Alejandro dándole un sorbo a su bebida.
- Nunca iba a ser tuya, se aman.
- Pues ahora, tampoco de él.
Y se bajó del taburete tirando a la policía de la mano para llevarla a una habitación.
- Ahora vas a saber lo que es un amo de verdad y no un muñeco.
Anice se soltó de su agarre.
- No gracias, ya tengo amo – dijo señalando a Héctor que la esperaba a lo lejos – tú no les llegas a ellos ni a la suela del zapato.
La policía se marchó dejándole solo en la barra del bar y de la cólera que le entró, lanzó violentamente la copa al suelo. Rompiéndola en mil pedazos. Algo que los
miembros de seguridad ya no aguantaron, dado que era el segundo espectáculo que presenciaban suyo en el día, por lo que le invitaron a marcharse amablemente.
Alec llegó a casa de Declan desolado. Sus amigos le estaban esperando preocupados desde su llamada. Henar le abrió la puerta y nada más hacerlo, le soltó una
bofetada.
- Joder, Henar – protestó llevándose la mano a la mejilla.
- Esta es por gilipollas, y debería darte una segunda por imbécil – ese apelativo se estaba convirtiendo en habitual, para molestia de Alec — ¿cómo has podido?
- No he hecho nada.
- Si a nada le llamas estar con Anice en una situación comprometida…— interrumpió Declan con un hielo en mano para que Alec se lo pusiera en la zona dónde Henar
le acababa de golpear.
- Joder, que no he hecho nada. Solo estaba ayudando a Héctor con el adiestramiento a Anice, me lo pidió ella.
- ¿Desde cuándo Héctor ha necesitado ayuda? – le reprendió Declan conocedor de la maestría del amo.
Alec se llevó los dedos a las sienes para intentar aliviar el dolor de cabeza que estaba empezando a tener, y no por el alcohol ingerido precisamente.
- Llámala, ¡ya! – le ordenó Henar ofuscada.
- No me coge el teléfono.
- Espera cielo – interrumpió Declan – será mejor que la dejes descansar, pero mañana, te queremos ver arrodillándote donde ella suplicándole por su perdón.
- Yo no hago esas gilipolleces de críos.
- Tu comportamiento no me dice nada sobre que te hayas comportado como un adulto hasta ahora.
- Yo no la llevé, apareció con el abogado. Joder, solo se rodea de impresentables.
- En eso te voy a dar la razón – le echó en cara Declan.
- ¿Dices que apareció acompañada de Alejandro? ¡Qué extraño! – Henar se tocó la barbilla pensativa.
Henar cogió su teléfono y envió un mensaje, tenía la mosca detrás de la oreja.
“¿Lo sabes?”, le dijo al receptor del mensaje.
“Todo”, contestó la otra persona.
“Aquí hay gato encerrado”
“Eso mismo pensé yo”
“Hablamos”
Y cortó la comunicación acercándose a Alec, quién al verla llegar, se tapó la cabeza a la defensiva.
- Si te quisiera pegar de nuevo, ya lo habría hecho – ironizó Henar enarcando una ceja.
- Contigo cualquiera sabe.
- No me pongas a prueba –contestó amenazante.
- Será mejor que esta noche duermas aquí— Declan le lanzó una manta y unos cojines al sofá invitándole a tumbarse – en tu estado hoy no llegas a casa.
- No seas cabrón, no tengo quince años – hizo un amago de levantarse pero Henar lo retuvo.
- Será mejor que no te vuelva a oír eso, estoy por ponerte un pañal, cagón – le respondió Declan.
- Vete a la mier…
Henar le miró mal y Alec se calló de inmediato.
Le dieron las buenas noches y se iban a retirar, cuando Henar se giró en la puerta del salón.
- ¿Te puedo hacer una pregunta?
- Dispara, la harás igual – contestó Alec con resignación.
- Si ya no querías estar con ella, ¿por qué te afecta tanto lo que piense de ti?
- Yo no he dicho que no quiera estar ella, he dicho que para ella es mejor que no estemos juntos. Y como ves, es obvio que me afecta.
- Entonces, ¿por qué permites todo este dolor? – continuó Henar intentado indagar más.
- Eso son dos preguntas – contestó Alec evitando la respuesta.
- Por miedo – respondió Declan por detrás dejando a ambos sorprendidos – este cuarentón está acojonado. Vamos déjale dormir y que se regodee en su miedo. Tal vez,
cuando se dé cuenta de que está perdiendo el tiempo, sea demasiado tarde.
Y la pareja se fue a su habitación, dejando a Alec tal y como Declan predijo, regocijándose en su miedo.
La noche larga dio paso a unos días más largos aún. M arta se negaba en redondo a seguir hablando del tema y decidida estaba a olvidar a su imperfecto caballero, otra
cosa era que pudiese. Tenía que comenzar de cero, y tenerlo cerca no una era una opción. Todo el mundo trató de convencerla de lo contrario, pero ella ya había tomado
una decisión. Se iba a pasar la Navidad a M adrid. Lejos de todo lo que la pudiera causar dolor.
Faltaban dos días para Nochebuena, su avión salía ese mismo día por la mañana, así que, en ese tiempo, preparó los trabajos que debía entregar después de las
fiestas, así adelantaría el suficiente trabajo para poder acabar el posgrado a tiempo ese mismo año y no tener que alargar su estancia en Escocia ni un día de más.
- Bueno, puesto que nos piramos pasado mañana, ¿qué tal una fiesta de despedida?
- Volvemos en una semana, Clara.
- Vamossss, una fiesta. Así recargas pilas para poder soportar a Regina…
- Clara, ahora mismo, solo soy capaz de soportar a dos personas. A Regina y a ti.
Clara sonrió satisfecha por sentirse incluida en ese exclusivo grupo.
- Por eso mismo, salgamos a celebrarlo por las dos. ¡Vamos!
- Además, estarán los chicos. Y esos, todavía, no están integrados en el grupo de “apestados por M arta” – señaló entrecomillando con los dedos lo último, dado que
desde el funesto encuentro con Alec, se había negado a hablar con Henar también.
- Serás…
- Venga, ¡vamos! – insistió Clara – si no te gusta lo que ves, nos volvemos.
M arta tenía más ganas de meterse en la cama a llorar que de salir, pero dada la obstinación de su amiga, cedió a sus súplicas.
- Vale, vamos, pero solo un rato.
- Vamos, pero, por favor – le imploró su amiga – ponte destructora. Quiero ver cómo rompes corazones esta noche.
De eso prefería no hablar, porque con uno roto bastaba y era el suyo.
Pero siguiendo el consejo de su buena amiga, abrió su armario, cogió el vestido blanco que tanto le gustaba, a pesar de que le traía amargos recuerdos, unos zapatos
de tacón rojos y la chaqueta de cuero.
Cuando acabó de prepararse, se miró al espejo y le gustó lo que vio. Una mujer vestida para matar.
No iba a permitir que nadie viese que su interior estaba hecho pedazos, pero por fuera mostraría todas sus armas de mujer, porque aunque fuera todo fachada,
necesitaba verse bonita y rompedora. Necesitaba olvidar, aunque fuera por una noche, al hombre que la había enamorado, y que aunque trataba de negárselo a sí misma,
difícilmente le podría olvidar.
Por un instante, recordó el día que se conocieron, hace diez años atrás.
¿Y si Teresa lo puso en su camino?
“Pues como otras tantas cosas, madre, aquí también la fastidiaste”, pensó apesadumbrada.
- Joder, M arta, cuando te vea quién yo me sé, te va a entregar sus calzoncillos como ofrenda – bromeó Clara.
- No me interesa que Dan me entregue sus calzoncillos ni nada – contestó M arta poniendo los ojos en blanco.
“¿Quién habló de Dan?”, pensó Clara gesticulando con picardía.
- Vamos a enseñar a estos escoceses, lo que vale una madrileña – Clara agarró a M arta del brazo y tiró de ella en dirección a la calle.
Una noche que todos sabían cómo empezaría, pero nadie imaginaba cómo iba a acabar.
“Tengo otra confesión que hacer
Soy tu tonto”.
Best of you
Foo Fighters
Capítulo 26

Llovía a mares en Edimburgo, por lo que optaron por tomar un taxi que les llevara al Opal Lounge, otro lugar que le traía amargos recuerdos pero, que por no hacer
enfadar a Clara, había aceptado ir.
Llegaron al local que estaba atestado de gente. M uchos de ellos ya celebrando las ya inminentes fiestas y otros celebrando sin más. M arta se quitó la chaqueta y la
dejó en uno de los sillones que Clara había reservado para esa noche. Quería que todo fuese especial.
Fue a pedir a la barra un par de cervezas y se sentó en uno de los taburetes a esperar, cuando alguien se le acercó.
- ¿Ya te has olvidado de los amigos?
M arta se sobresaltó al escuchar a Henar a sus espaldas, pero el corazón le dio un vuelco al darse la vuelta y ver a tan solo unos pasos a Declan acompañado de un
guapísimo Alec, enfundado en su chamarra de cuero marrón, lo que provocó que tuviese que apretar los muslos de la excitación que le embargó desde las manos hasta las
puntas de los pies.
Henar no fue inmune a lo que estaba viendo y se dirigió a M arta de nuevo.
- Os debéis unas palabras. Sois pura magia.
Alec lanzó a Henar una mirada de desaprobación. Le habían metido en una encerrona y no estaba dispuesto a caer en la trampa. ¿O sí?
- Demasiado tarde, Henar. Él lo quiso así, y así será.
Cogió las cervezas y se marchó, dejando a Henar con la palabra en la boca. Al pasar junto a Declan y Alec, tuvo la mala intención de rozarse con él, necesitaba
sentirle una vez más, y lo hizo, vaya si lo hizo.
Ese simple contacto les erizó la piel a los dos. De nuevo esa corriente eléctrica que les absorbía estaba ahí, con ellos. Ninguno de los puedo evitar un gemido con el
contacto. Era irracionalmente sobrenatural, algo extraordinario.
- Y los dos estáis dispuestos a dejarlo pasar – afirmó Henar como si les hubiese leído el pensamiento o hubiese sentido lo que pasaba entre ellos.
M arta volvió a la pequeña pista del local. La suave luz que la iluminaba ayudaba en el ambiente perfecto que les envolvía desde que se encontraron. Pero eran
incapaces de acercarse el uno al otro.
M arta le dio la espalda a Alec para evitar mirarle, cosa que él hacía de continuo, y más cuando Dan apareció por la puerta y se unió a las dos amigas. M omento que
M arta aprovechó para bailar con él animosamente, bueno, tal vez más de lo normal. Acción que a Alec le supo a rayos y que hizo que sus celos pasaran a nivel uno.
Le ardía la sangre verlos bailar. M ientras Beyoncé entonaba su sensual Halo, las caderas de M arta se movían al son que entonaban las manos de Dan. Alec resopló.
Se dio la media vuelta y casi se bebió de un trago su cerveza.
Era eso, o ir a la pista a moler a puñetazos al tutor, y de paso poner a M arta sobre sus rodillas y darle azotes hasta que se corriese.
“Joder, Alec, deja de pensar esas cosas”.
Pero nada, los celos le pudieron más y no pudo evitar volver a mirarlos. Clara, testigo en primera fila de los hechos, se reía al verle sufrir de ese modo, pero se
burlaba más de M arta por comportarse como una cría.
“Vaya dos”, pensó.
M arta continuó haciendo movimientos sensuales en la pista y Alec casi se atragantó mirándola. Tuvo que tragar saliva varias veces para intentar tranquilizarse,
porque la erección de sus pantalones, reclamaba justicia.
“M aldita niña inconsciente y provocadora”, pensó Alec en su tortura personal.
Entonces M arta se tomó la libertad de agarrar a Dan por la cintura y empezar a tocarle. Ahí Alec pensó que iba a entrar en combustión espontánea, por lo que dejó
la botella en la barra, si no lo hacía se la estamparía a alguien en la cabeza, y para regocijo de sus amigos, se fue como una rayo a la pista.
- Es un cavernícola, Declan – afirmó Henar entre risas.
Alec le dio un toque a la espalda de Dan que hizo que se girase.
- Como no quites tus manazas de mi mujer ahora mismo, te meto tal hostia, que te dejo de objeto decorativo en la pared – le amenazó Alec con el puño levantado.
- Eres un imbécil Alec – contestó M arta furiosa – déjanos en paz.
- Tú – le indicó señalándola con el dedo — te vienes conmigo, tenemos que hablar.
- ¿Hablar? ¿Ahora quieres hablar? Vete a la mierda Alec – inquirió M arta girándose para seguir bailando.
Alec la cogió del hombro y la puso frente a él. Dan al ver la escena intervino.
- Disculpe, señor. Pero si ella ha dicho que no quiere hablar con usted, será mejor que la deje…
- Y tú. Como me vuelvas a tratar de usted, la única que lo hace es ella — dijo señalando a M arta – y es cuando me la estoy follando – Dan le miró extrañado – repito,
como me vuelvas a tratar de usted, esta noche duermes en urgencias.
- Puto cavernícola – contestó M arta soltándole una bofetada – me jodiste como quisiste en su momento, pero tú quisiste que se acabara. Ahora te jodes.
- M arta… — la llamó frotándose aún la cara de la bofetada.
- M e largo…— dijo dándose la media vuelta e irse en dirección a la puerta.
- ¡M arta! – la llamaron los tres al unísono. Llamada a la que no hizo el menor caso y solo la hizo correr más.
Seguía lloviendo a mares y no había un solo taxi libre. En un acto de locura, se quitó los zapatos y se fue corriendo en dirección a la residencia de estudiantes.
No tenía intención de seguirla, pero cuando sintió su mirada en él, se dio cuenta del error que había cometido.
La había humillado al verle con Anice, la había destrozado, pero lo que más pavor le dio, fue ver la decepción en su precioso rostro de hada.
La bofetada le dejó congelado, de tal forma que no le dio tiempo a reaccionar y solo pudo verla irse. Sin palabras, sin poder dar explicaciones, se sentó en el suelo,
llevó las manos a la cabeza y fue justo cuando llegaron las lamentaciones.
De repente reaccionó y fue en su busca, cogió un taxi y fue al único sitio que pensó que la encontraría.
Llegó a la residencia y subió las escaleras que daban a las habitaciones de dos en dos. Se plantó frente a su puerta y la abrió de golpe. Y allí estaba ella, asustada por
su acción, mojada por la lluvia y semi desnuda. Se quedó parado frente a la puerta para observarla, ladeó la cabeza y la inspeccionó de arriba abajo. Verla así, solo
empeoró la excitación que llevaba desde que la vio bailando.
“Joder Alec, contente. Tenéis que hablar”.
Pero no se contuvo. M arta se fue en dirección a la ducha y él la siguió. La miró entrar en ella en toda su desnudez, y no tuvo otra brillante idea que meterse tras ella
vestido.
M arta abrió el grifo de la ducha, que fría les sorprendió a ambos. Todavía no la había rozado y ya podía sentirla. La agarró por la espalda y la apretó contra su
erección. Ella gimió, pero estaba enfadada con él y se dio la vuelta para echarle de la ducha. Error. Porque fue enfrentarle, y como si de un imán se tratara, sus bocas se
unieron sin permiso. Un beso que desnudaba sus almas, que avaricioso de más, provocó que sus manos reclamaran sus cuerpos como si hubiesen pasado años, pero con
la certeza de saberse como si se conocieran de toda la vida.
No toda, pero casi.
- Nena…
Ese apelativo le supo a gloria.
- Alec…
Escuchar su nombre de la boca de M arta le elevó a las nubes.
- Eres demasiado grande para esta ducha – le dijo mientras peleaban en el minúsculo espacio por tocarse.
- Y tú estás demasiado buena como para que no haga el esfuerzo de entrar contigo y follarte hasta que te desmayes.
Alec tenía la ropa pegada al cuerpo y le costaba desnudarse con facilidad, así que M arta no dudó en solidarizarse y ayudarle.
El deseo les consumía. Si en algún momento, M arta dudó de lo que iba a suceder, cuando sintió su torso desnudo bajo sus manos, todos los recelos quedaron
guardados en un cajón a la espera de ser revisados más tarde. Porque en ese instante, todas sus dudas se disiparon en forma de lujuria animal y pasión desenfrenada. La
chaqueta y la camisa volaron por encima de la mampara de la ducha. M arta se agachó y soltó el cinturón con la boca mientras le desabrochaba la cremallera de la
bragueta con las manos. De un tirón cayeron el pantalón y los calzoncillos, y M arta se quedó mirando lo que tenía ante ella.
Su miembro se mostró en todo su esplendor, vívido de excitación, lo que provocó que M arta se relamiera esperando por su dulce favorito, a la vez que cruzaba su
lasciva mirada con Alec. La punta de su lengua lamió la vena más gruesa desde la empuñadura hasta el glande, y Alec se tuvo que sujetar a la pared para no desfallecer.
- M arta, nena – un gemido ronco salió de su garganta, a la vez que echaba la cabeza hacia atrás.
Ella siguió lamiendo el miembro de Alec con sutileza, probando las primeras gotas de su esencia y relamiéndose obscenamente, retando su excitación.
Alec ya no podía más, y en un impulso, agarró a M arta por las axilas y la levantó. La apoyó contra la pared, y sacó el animal sexual que llevaba encerrado desde
hacía días.
- Ahora mando yo — afirmó con rotundidad.
A M arta le caían las gotas de agua por la cara, algo que a Alec le agitó hasta las entrañas. Lamió todas, una a una, buscando saciarse con el agua el deseo que le
consumía. Fue bajando por su cuello y clavícula hasta llegar a los senos y rematar el carnal festín que estaba decidido a darse.
La mordía con descaro, con ansia, la misma que sentía cuando deseaba tomar algo con tanta fuerza, que al hacerlo pensaba que era un sueño. Un dulce sueño que
ambos deseaban que se prolongase fuera de esas cuatro paredes húmedas, pero que se guardaron para ellos. Porque en ese instante no había problemas, prejuicios, ni
miedos. Tan solo ganas de poseerse y pertenecerse. El resto quedaba en el aire.
Alec fue bajando con su boca hasta el M onte de Venus, y mientras el agua seguía cayendo sobre sus cabezas, llegó a sus húmedos pliegues, mojados sí, pero no por
el efecto del agua, sino por el anhelo que él la despertaba. Algo que no lograba sofocar, sino era con sus caricias, y que aún así, le era complicado apaciguar.
La lengua de Alec jugaba con ella sacando alaridos de placer y buscando su clímax. Lametones estudiados para enloquecerla. Localizando todos sus puntos sensibles
que rodeaban el clítoris, y dominándolos con absoluta precisión. Era la pericia de Alec para turbarla de placer, la estaba haciendo desvariar. Solo quería finalizar y gritar
todo lo alto que pudiese su nombre.
Pero justo en el instante que su libido la iba a partir en dos y hacerla explotar, Alec paró sus caricias, se levantó y mirándola a los ojos intensamente, la besó.
Paso a paso repitió con destreza lo mismo que acababa de hacer entre sus piernas, pero esta vez añadió el acecho a sus pechos con las manos, permitiendo que el
placer que estaba consiguiendo antes, se reactivase sin apenas sentir la diferencia. Alec y sus artes amatorias prolongaban a la perfección su gozo, y sabía que la única
manera de pararlo era dejándola llegar al orgasmo.
Pero estaba claro, que él, en su infinita sabiduría erótica, y como amo que era, solo se lo permitiría cuando él quisiera, a sabiendas que la satisfacción final sería
demoledora para ella.
Así que tal y como supuso, Alec frenó de nuevo su pasional ataque, para tomarle de las piernas y asirlas alrededor de sus caderas, y en un impulso brutal,
acompañado de un despiadado beso, la embistió duramente hasta encontrar su fondo, y fue ahí, cuando el orgasmo de marta hizo su aparición enfervorizado, y
otorgándola el mayor placer que nunca antes había obtenido.
Pero lo que ella no sabía, es que para Alec, esa entrega no solo había supuesto sucumbir al orgasmo que él le ofrecía, para él era ponerle su alma en bandeja y
entregar su corazón para siempre.
- Nena yo…— se detuvo un segundo antes de continuar las embestidas y la miró de nuevo a los ojos.
- Te quiero – respondió M arta la frase que él no había sido capaz de finalizar.
- M i hechicera…
Y continuó sus embestidas, sujetando una de sus piernas hasta que Alec llegó a su rendición.
Entre las gotas de agua, las lágrimas de M arta hicieron su aparición.
Extenuados por el placer, Alec intentó secar sus lágrimas con besos, pero ella se los negó.
- Suéltame – le pidió M arta con él todavía en su interior.
No se hizo suplicar, porque él la soltó al momento y M arta salió de la ducha en busca de una toalla. Él fue detrás.
- M arta, espera.
- Lárgate, Alec.
- M arta – Alec la sujetó del brazo y la giró frente a él – escúchame. No pasó nada.
M arta se soltó de su agarre y continuó hacia la puerta.
- Vístete y vete. No quiero volver a verte – le pidió enfadada, pero más consigo misma por haber cedido a sus encantos, que con él.
- M e acabas de decir que me quieres.
- M e estabas follando, podía haberte pedido un millón de libras.
Alec sonrió con ironía. M iró hacia el baño y le devolvió la mirada.
- M i ropa está mojada.
- Te jodes.
- M ientras se seca, ¿podemos hablar? – le dijo acercándose a ella peligrosamente.
Cerca y desnudo, mala combinación.
Intentó serenarse, tomó aire y le miró a los ojos.
- Esto no va a volver a pasar. Tómalo como la despedida que no tuvimos. M e humillaste – le dijo con lágrimas en los ojos – no quisiste hablar conmigo por cobarde, y
ahora, que me ves con otro, pretendes que te escuche. Eres un cerdo egoísta, Alec.
Enfurecido, Alec fue el baño y se puso como pudo la ropa. Fue a salir por la puerta, pero antes se giró frente a ella.
- Sé que no lo hice bien, sé que me asusté como un crío, pero te juro que entre Anice y yo no pasó nada. No hubiese podido tocarla aunque quisiera. Déjame explicarte.
- Ya es demasiado tarde. Ahora la que no quiere hablar soy yo.
Y Alec salió por la puerta dando un portazo. Enfadado, angustiado y con la certeza de saber que por cobarde no había sido capaz de decirla que la amaba. Seguía con
el freno puesto y eso le estaba empezando a ahogar.
“¿Por qué me haces esto, Teresa?”.
Llegó a su casa empapado y con la firme decisión de no volver a intentar hablar con ella más. Era lo mejor para los dos. No podían estar juntos.
Entró por la puerta de su casa y dejó las llaves y el móvil en la cómoda de entrada. El destello de la pantalla del teléfono reflejaba seis llamadas perdidas. Dos de
Declan, y una de un número que no conocía.
Devolvió la llamada a su amigo, porque si no sabía que se presentaría en su casa sin contemplaciones.
- Cuenta – contestó Henar al otro lado de la línea.
- No tengo nada que contar. Follamos y me echó de su vida. Cosa que por otra parte es normal, ¿qué coño pinta con un viejo como yo?
- M ira cariño – le dijo Henar con sorna – parece que no espabilas. No entiendes nada, tienes que aprovechar cada maldito minuto de tu vida como si fuese el último. ¿El
futuro?¿Quién sabe? No lo podemos adivinar, si no, yo te aseguro que no estaba con Declan.
- Déjalo, Henar. No puedo, no puedo…
- No puedes nada, cobarde. ¿A qué le temes? ¿A qué se vaya como hizo Teresa?
- Soy mucho más mayor que ella, joder, puede vivir todo esto al lado de alguien de su edad y que pase a su lado todos los años que le resten.
- ¿Y realmente estas dispuesto a verla al lado de otro hombre, cuando deberías ser tú quién ocupe ese lugar? – preguntó Henar para hacerle reaccionar— Carpe diem,
amigo.
- Henar, por favor.
- Piénsalo bien, te quiero amigo.
Henar colgó el teléfono sin dejarle responder. Alec, con el móvil todavía en la mano se quedó pensando.
“Carpe diem” , eso le hizo recordar a Teresa.
En un momento de iluminación divina, fue al armario de su habitación y cogió una pequeña caja que llevaba cerrada diez años. De ella sacó un sobre que estaba
amarillento y extrajo la carta que escribió Teresa de su puño y letra.
“No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca y del insoportable que yo soy sin ti.”
Jaime S abines
Capítulo 27

“El día que leas esta carta será porque yo ya no estoy.


No tengo otra cosa que decirte más que pedir perdón por todo el daño que te he causado. No tengo palabras. Fui cobarde sí, pero no contigo, fui cobarde con la
vida, por no ser capaz de defender mi vida. Por ceder a los prejuicios que me rodeaban y que se impusieron a lo que yo creía. No te defendí y ahora ya no me queda
nada más que esperar al final.
No puedo decir lo que siento hacia ti, porque en realidad no lo sé, apenas te conozco. Solo tuvimos unos segundos en los que nos dimos todo lo que pudimos y
desde luego que fueron mágicos. Me enseñaron que no podemos perder el tiempo y anclarnos en el pasado, que tenemos que aprovechar el momento que nos llega y
estrujarlo en nuestras manos.
Ahora estoy segura de que las decisiones que he tomado en mi vida, y que no siempre fueron las adecuadas tenían un por qué. Pero ya no es el momento para
llorarlas, es el momento de echar hacia adelante y descargar las culpas de los demás, pero sobre todo soltar las nuestras propias.
No te pido que me perdones por irme así, pero te pido que pase lo que pase, a partir de ahora no dejes escapar todo lo que te venga, no lo sueltes, no hagas la
mismas estupideces que hice yo al dejarte ir. Carpe Diem"
Alec dobló la carta y la dejó en la mesita de noche. Se llevó la mano a la cara y a la mente le vinieron los días aciagos de la muerte de Teresa. Todo el dolor pasado,
había aparcado en el olvido aquellas palabras.
Esa carta tenía dos destinatarios, y se acababa de dar cuenta de ello.
Él y su hija, M arta.
Si hubiese conocido antes la existencia de su hija, tal vez las cosas hubiesen sido de otro modo. Por otra parte, que el destino le hubiese puesto a M arta en su
camino, tenía una simbología especial.
Estaban destinados a estar juntos.
Necesitaba masticar bien todo lo que se le acababa de descubrir, así que, en vez de ir donde M arta, aporrear su puerta hasta echarla abajo, besarla y contarla todo, en
su cabeza había tal desorden que no sabía por dónde iba a empezar. Decidió descansar y tomarse las cosas con calma. Reflexionar sobre su estupidez y al día siguiente,
ya echaría la puerta de M arta abajo para decirla que la amaba más que a nada en este mundo.
“¡Joder, la amo!”
Descansar y dormir, a veces no tienen por qué ir acompañados, y más cuando hay dos almas que anhelan estar juntas, y por designios del azar, más bien por
cobardía de algunos, no lo estaban.
Pero dormir durmieron, Alec con la esperanza de recuperarla y M arta con los ojos empañados de lágrimas, por orgullo.
El sonido del móvil les despertó a ambos.
- ¿Qué pasa? – contestó M arta adormilada todavía sin mirar quién era.
- M e gustaría disculparme contigo por lo que sucedió la otra noche. Sé que no debí actuar así, pero tenías que saber quién era él realmente.
- ¿Alejandro?
- Sí, cielo.
- Perdona, pero no estoy para nadie.
Iba a colgar, pero el abogado insistió.
- Por favor, M arta. Un café, una disculpa y tal vez lleguemos a ser amigos. Además, sabes que él no te merece.
- M ira yo…
- Por favor..
- Está bien, un café – accedió con tal de quitarse al pesado del abogado de encima. No estaba bien y menos para aguantar a ese pelmazo que no había hecho más que
entrometerse en su vida desde que había llegado a Escocia.
- Perfecto, nos vemos en una hora en el Elephant House.
- Dame dos, estoy despertándome.
- Ok.
M arta se levantó de la cama para meterse en la ducha y espabilarse, pero a punto estuvo de no hacerlo, cuando recordó lo sucedido la noche anterior en ella.
- ¡M ierda!
No tuvo tiempo de llegar a ella, cuando el teléfono le volvió a sonar. Esta vez, sí miró quién era y no pudo rechazar la llamada.
- Henar…
- No pasó nada entre ellos.
- ¿Qué?
- Pues eso, que no pasó nada – insistió Henar.
- ¿Tú le crees?
- Le conozco, es idiota, pero es fiel y caballero. Jamás haría eso a una mujer, y menos a la que ama.
M arta negó con la cabeza.
- Ese no sabe lo que quiere.
- Lo sabe, pero todavía no se ha dado cuenta.
- Pues como no le dé un sartenazo, no creo que espabile – bromeó M arta en medio del enfado.
- Eso déjamelo a mí, te aseguro que lo haré con mucho gusto.
- Está bien, por el momento hablaré con él. Luego, ya veremos.
Ambas se quedaron en silencio a través de la línea antes de despedirse.
- Henar, ¿Por qué lo haces?
- Porque una vez, él me hizo tener fe en Declan cuando yo no la tenía, y se lo debo – contestó Henar con sinceridad.
- Es alguien muy importante para ti.
- Es mi mejor amigo.
Se despidieron prometiéndose contar lo que pasara. Henar le deseó suerte y colgaron.
- ¿Dónde vas? – le preguntó Clara que justo entraba por la puerta de la habitación.
- M e ha llamado Alejandro, quiere solucionar conmigo no sé qué cuestión. He quedado con él ahora.
- Ten cuidado, M arta, no me gusta ese tipo – le advirtió.
- Lo tendré, pero ese es inofensivo.
- Por si acaso, cuídate de él, no me fío de él.
M arta la tranquilizó con una sonrisa y Clara se la devolvió.
Se metió en la ducha y salió para reunirse con Alejandro y zanjar ese tema de una vez por todas.
M ientras, Alec recibió a su vez un mensaje del abogado en el móvil.
“Porque todo tiene que tener un final, lo siento”.
- ¿Qué coño?...
Con la mosca detrás de la oreja, llamó a M arta, confiando en que le contestase el teléfono a la primera, cosa que no hizo. Un extraño presentimiento le hizo insistir.
A la segunda, M arta cogió el teléfono.
- ¿Qué quieres Alec? Estoy ocupada.
- Nena – otra vez ese apelativo — ¿dónde estás?
- He quedado con alguien.
- ¿Dónde y con quién? – reiteró él más alterado.
- ¿A qué viene ahora esto?
Alec se ofuscaba más por momentos y se llevó las manos a la cabeza inquieto.
- Por favor, nena – resopló – es que he recibido un mensaje de Alejandro que me ha alarmado un poco y…
- Pues he quedado con él para decirme algo.
- ¡No vayas! – cogió las llaves de su moto y salió corriendo de casa.
- Alec, ¿qué pasa? – preguntó M arta extrañada.
- Por favor, no vayas. Espera a que yo llegue.
- ¿M e puedes explicar qué coño pasa? Además, ya es tarde, estoy entrando en el Elephant House.
Alec colgó el teléfono sin decir adiós y arrancó su moto. Atravesó medio Edimburgo saltándose todos los semáforos. M ientras, M arta se reunía con el abogado.
- Alejandro, ¡Hola! – se dirigió dónde estaba sentado y le dio dos besos. Parecía nervioso e incómodo, pero no le quiso dar importancia.
- Hola, yo solo quería disculparme contigo. Quería dejar las cosas zanjadas antes de irme.
- ¿Disculparte conmigo? No entiendo – le miró sorprendida.
- M ira – no hacía más que mirar hacia la entrada cada vez más nervioso – lo que pasó en la M aison con Alec, fue una trampa mía para separaros.
M arta abrió los ojos como platos con la revelación.
- Alejandro, explícame eso, por favor.
- Anice me contó que le había pedido a Alec que le presentara a un amo que la ayudase, dado que él ya no estaba disponible – entonces M arta recordó el día que vio a
Anice salir de casa de Alec — me dijo que habían quedado en la M aison para darle unas instrucciones, y como yo estaba muy mal por todo lo sucedido con Charo,
quise vengarme de ellos. Lo que te incluía a ti, claro.
M arta no se podía creer lo que estaba escuchando. Había sido víctima de una cruel venganza.
- ¡M aldito seas Alejandro! M i relación con Alec ya era de por sí complicada y tú…
- Le puse el camino fácil a Alec. Te quería dejar y, en cierto modo casi le ayudé a hacerlo.
Ella pensó que cuando Alec se lo fue a explicar, ella no quiso escucharle. Jaque mate.
Se levantó de la silla y miró a Alejandro con desprecio.
- ¿Y por qué lo dices ahora? ¿Qué buscas?
Alejandro agachó la cabeza e inspiró para coger fuerzas.
- Porque no me quería despedir con remordimientos de conciencia. En un principio hasta pensé que conquistarte sería una buena venganza – se rió con ironía – pero al
ver que estabas tan colada por él, opté por el otro camino. Pero ahora…
- ¿Ahora qué?
- Ahora ya no sirve de nada…
- M ira Alejandro, déjalo. Ya no sirve de nada que te lamentes, el mal ya está hecho. Si esto es un intento por redimirte, solo puedo decirte que aunque lo que dices sea
verdad, Alec y yo nunca podremos estar juntos.
- ¿Por qué? – la miró desconcertado.
- Porque sus prejuicios son mayores que lo que siente por mí. Pero eso a ti ni te importa.
El ruido de una moto derrapando interrumpió la conversación. M iraron hacia el exterior del local, y vieron cómo un Alec fuera de sí, se acercaba a la cafetería. M arta
salió en su busca.
- No era necesario que vinieses Alec, él solo quería pedirme disculpas.
Alec se dirigió al abogado que también salió del local.
- No te acerques a ella – le asestó un puñetazo en la mejilla que lo tumbó al suelo. M omento en el que Alec pudo vislumbrar un arma de pequeño calibre en el interior de
su chaqueta. – joder llevas un arma, ¡ lleva un arma! – gritó para alertar a la policía.
Los dos hombres miraron a M arta que se estaba acercando a ellos.
- ¡M arta, vete! – le puso la mano en alto para que retrocediese, tiempo que Alejandro aprovechó para levantarse del suelo y sacar el arma – Ibas a matarla, hijo de puta.
- Te equivocas, yo no iba a hacerle nada, Alec.
- Entonces, ¿para qué quieres ese arma?
El sonido de las sirenas de la policía indicaba que se estaban acercando al lugar. Alec miró hacia la carretera para asegurarse, y Alejandro, sigilosamente se fue
acercando a M arta, atrapándola por la espalda y apuntándola con el arma.
- ¡Suéltala!
- Yo, yo no le voy a hacer nada. Solo quiero irme.
- ¡Suéltala, entonces!
Los gritos de la gente en la calle y los ruidos de los coches de policía derrapando los distrajeron. Fue el momento en el que Alejandro vio la oportunidad de escapar
por una calle adyacente, llevándose con él a M arta. Una vez que vio la oportunidad de huir, soltó a M arta en medio de la calle y desapareció entre los coches, con el
infortunio de que al soltarla, M arta cayó al suelo en medio de la calle y fue arrollada por un vehículo que circulaba en ese momento.
Alec solo pudo ver cómo el cuerpo de M arta golpeaba contra el parachoques del coche, y su cuerpo salía disparado unos metros más allá cayendo inerte en el suelo.
- ¡¡¡¡M arta!!!!!! – Alec corrió hacia donde ella y se agachó para cogerla en brazos — ¡Una ambulancia! ¡Qué alguien llame a una maldita ambulancia!
Se sentó con ella en brazos y la acarició la mejilla con los ojos encharcados en lágrimas. M arta estaba inconsciente con un fuerte golpe en la cabeza.
- No. Tú no, mi niña – lloraba mientras la acariciaba una y otra vez intentando despertarla – tú no – la acunaba en sus brazos, roto en dolor, mientras e l personal del
servicio de emergencias se acercaba a ellos – todavía te debo un collar, mi hechicera – la seguía acariciando con desesperación – Joder – miró al cielo suplicante – Teresa,
no te la lleves…
Se la quitaron de los brazos y la metieron en una ambulancia medicalizada. Alec solo podía escuchar los gritos de los médicos. Vio cómo la entubaban, la ponían un
collarín en el cuello y la intentaban reanimar. Lo último que escuchó, fue el pi de la máquina que controlaba su corazón y el desfibrilador en manos de un paramédico. Se
tapó la cara con las manos y sintió que alguien le sujetaba por el hombro.
Su mundo se venía abajo. Ahora más que nunca, entendía el significado de las palabras de Teresa.
Había perdido el tiempo pensando en el miedo que le daba perder a M arta y el dolor que sentiría, y no se había dado cuenta que si hubiese estado con ella, en ese
instante no se estaría lamentando.
Ya era demasiado tarde.
Ella se iba y él nunca le dijo que la amaba.
Un fuerte dolor en el pecho le devolvió a la realidad, y cayó de rodillas al suelo. Las lágrimas no bastaban. Solo quería retroceder en el tiempo y volver a empezar.
- No te vayas, nena…no te vayas…
A veces es destino nos juega malas pasadas. A Alec se la había jugado dos veces.
“Cierra tus ojos
Déjame decirte porque, tú eres la única
Por ti, la única que nos saca adelante
Siempre haces lo que tienes que hacer
Eres la única”.
Close your eyes
Michael Bublé
Capítulo 28

Royal Infirmary Hospital, Edimburgo. Dos días después

- ¡M i hija!, ¿dónde está mi hija? – Regina llegaba en un alto estado de alteración acompañada de Clara.
Una enfermera se acercó a ella al verla así, pero no comprendía nada de lo que decía.
- Pregunta por su nieta, M arta Santiago – tradujo Clara a la enfermera en un perfecto inglés – ella es su única pariente cercana, dijo mirando a Alec con pena que llevaba
allí desde que ingresó, pero sin poder acercarse a ella.
La enfermera le dijo que debía hablar con el cirujano que la estaba tratando, y que él le explicaría la situación en su despacho.
En la caída, M arta había sufrido un fuerte traumatismo en la cabeza provocándole un coágulo que si no se disolvía por sí solo, habría que operarla, pero ese mismo
proceso la había inducido al coma. Con lo cual, había que esperar.
Regina tuvo un ataque de ansiedad al saberlo. No podía creer que la historia se volviese a repetir. No podía ser que ahora fuese su nieta la que se fuese antes que ella.
- M i niña, mi hija. ¡Noooo! – se llevó las manos a la cara con desesperación mientras las lágrimas brotaban sin control.
Las enfermeras le administraron un calmante, y cuando reaccionó, le acompañaron de nuevo a la sala de espera.
Una vez se sentó en la sala, miró a su alrededor y vio, como personas que no conocía, la miraban apenados. Allí se encontraban, Dan, Henar, Declan, un
compungido Alec y hasta el mismísimo Héctor. Ella les devolvió una mirada de desprecio.
- ¿Quién es el desgraciado que le ha hecho esto? – preguntó mirando al suelo.
Alec que la escuchó, se acercó a ella para explicarle cómo había sucedido todo y en qué situación estaban las cosas. Regina, al ver que se acercaba levantó la cabeza
para mirarle. Pero según se aproximaba a ella, reconoció el rostro de un hombre que había visto años atrás.
- ¿Tú? ¿Tú, otra vez? – le dijo apuntándole con el dedo acusador — ¿Tú qué hacías con mi nieta, depravado?
Al sentirse descubierto, Alec intentó calmarla para poder explicarse.
- Señora, yo…
Regina volvió a mirar a su alrededor y entró en cólera.
- Vosotros, panda de depravados, ¿qué le habéis hecho a mi hija? ¡M alditos seáis todos! M e robasteis a mi Teresa y ahora queréis robarme a mi nieta. ¡Fuera todos de
aquí, malditos! – la ira de Teresa se escuchó por toda la unidad de cuidados intensivos, de tal forma, que los servicios de seguridad del hospital se acercaron alarmados.
- ¿Qué sucede aquí?
Alec intervino para intentar calmar los ánimos, unos que ni el mismo tenía.
- Nada agente, que la señora está muy preocupada por su nieta y se siente impotente – dijo mirando a Clara para que intentase silenciar a Regina.
- No sé qué estarás diciéndole a ese policía, desgraciado, pero te quiero lejos de mi niña inmediatamente.
Él se quedó mirando a Regina y aspiró aire para soltar su respuesta.
- No puedo hacer eso, señora.
- ¿No crees que ya has causado bastante daño a esta familia?
- Yo nunca le hice daño a Teresa, yo estuve con ella hasta el final cuando usted la dejó tirada.
Esas palabras le calaron duro a Regina porque en el fondo sabía que tenía razón.
- Te quiero lejos de mi nieta – insistió Regina.
- Le repito que no puedo hacer eso.
- ¿Por qué?
- Porque la amo, y ni usted ni nadie va a impedir que yo esté aquí cuando despierte.
La confesión de Alec la tomó por sorpresa, se quedó sin palabras. Se acababa de dar cuenta que su nieta le había escondido una parte de su vida, y en parte entendía
por qué, aunque de ningún modo lo aceptase.
Alec dio media vuelta y se sentó en una silla al lado de Declan. M iró hacia el techo y estiró el cuello. Estaba allí desde que ingresaron a M arta y el cansancio
comenzaba a hacer mella en él.
- Cuando M arta se despierte, te va a matar con sus propias manos por tratar así a su abuela – le reprendió Declan.
- Cuando mi niña despierte, la voy a llevar lo más lejos que pueda de esa vieja loca – contestó Alec cerrando los ojos esperanzado de que eso se cumpliese.
- No te callas ni debajo del agua, guapo – le recriminó Henar.
- Si tú no quieres ser la próxima en recibir, te ruego que no digas nada.
Declan le miró mal y Alec se disculpó en silencio.
No hubo más intercambios de palabras entre Alec y Regina. No se soportaban el uno al otro, pero por M arta, toleraban su presencia mutua en el hospital.
Los días iban pasando y M arta no despertaba. Los médicos se agarraban a que el coágulo se disolviese con medicación y así ella despertara, pero no les daban
demasiadas esperanzas.
Alec estuvo pegado a su habitación durante casi dos semanas, y pudo entrar a verla casi a escondidas de Regina, hasta que por fin le convencieron de que fuese a su
casa a descansar. No lo hizo por ganas, fue casi forzado por Declan que amenazó con sacarle con seguridad si no lo hacía.
De vez en cuando, la policía aparecía por el hospital para informar de las últimas noticias sobre Alejandro, que había desaparecido aquella aciaga tarde y se
encontraba en paradero desconocido y en búsqueda y captura.
Nadie se atrevía a nombrarla, pero la sombra de Charo, pululaba por allí inconscientemente. La policía ya la había interrogado, y ella alegaba que no tenía nada qué
decir al respecto, que bastante cruz llevaba a cuesta con su condena.
Alec estaba desesperado, el dolor le estaba consumiendo poco a poco, y su aspecto era poco más o menos que el de un indigente que deambulaba por el hospital.
Llegó a su casa y empezó a recorrerla palmo a palmo, buscando restos del olor de ella para impregnarlos en su memoria. ¿Resignación? Tal vez. Ella seguía en coma
y no daba señales de volver a despertar. Le atenazó el miedo y sintió cómo se le revolvía el estómago.
Su salón, la habitación, la cama dónde sintió su clímax en varias ocasiones. el pasillo. Sintió su olor al pasar por él. Lo aspiró de igual forma que cuando rozaba su
piel. La quería grabar a fuego. Se detuvo en el baño y le vino a la mente la última noche que la tuvo en sus brazos, la mini ducha en la residencia, dónde la recordó de
nuevo que era suya, aunque más que eso, sintió a M arta como una prolongación de él mismo.
Buscó su perfume en cada recuerdo. Tomó aire y caminó hacia el salón de nuevo, pero al entrar en él, se dio de frente con la guitarra acústica que tenía apoyada en la
pared. No estaba seguro de lo que se le pasaba por la cabeza. Se acercó a ella y la cogió.
“Una idiotez”, pensó.
Pero tenía que hacerlo para, al menos despedirse de ella. O tal vez como el último resquicio de esperanza usando esa supuesta magia que todos decía que había entre
ellos.
No lo pensó más, y con el paso ligero se dirigió al hospital. Estaba nervioso, titubeante, pero dejando a un lado la vergüenza a la que estaba dispuesto a exponerse
por ella.
“Nena, si esto hace que te despiertes, valdrá la pena”
Entró por urgencias para llegar más rápido a cuidados intensivos, y en la sala de espera seguían tanto Henar, como Clara, Declan, y el pesado del tutor. Por
supuesto Regina estaba al acecho.
Le vieron cómo entraba y pasaba de largo casi sin mirarles, por lo que sus amigos, salieron tras él. Regina se levantó de asiento y le fulminó con la mirada.
- Alec, ¿qué haces? – le preguntó Declan extrañado al verle con una guitarra en la mano.
No respondió. Siguió su camino como si nadie se hubiese dirigido a él.
- Alec, colega – insistió — ¿dónde vas con esa guitarra en la mano?
Alec se detuvo y le miró.
- A estamparte con ella en la cabeza si lo vuelves a preguntar — dio media vuelta y continuó con su objetivo.
Al llegar a la puerta de la habitación de M arta, tomó el pomo y se giró de nuevo hacia su amigo.
- Solo te voy a pedir una cosa— dijo devolviéndole la mirada de rencor a la abuela de M arta.
- Lo que tú quieras amigo – le contestó Declan mirándole compasivo, dado que estaba entendiendo qué era lo que iba a hacer.
- Que no nos moleste nadie, y menos la señora esa, mientras esté aquí con ella – Declan asintió con la cabeza, y Alec entró en la habitación cerrando la puerta a sus
espaldas.
Declan y Henar se acercaron a la ventana que daba a la habitación y observaron a Alec mientras tomaba una silla y se sentaba al lado de M arta. Regina, en un
silencio impropio en ella, hizo lo mismo.
Alec cogió el estuche de la guitarra y lo abrió. M iró el instrumento con una media sonrisa y volvió la cabeza hacia la cama donde yacía su hechicera dormida.
- M ás te vale que funcione, nena. Porque no pienso hacer el ridículo por ti ni una vez más – y sonrió pensando en las veces que lo repetiría por ella.
Tomó la guitarra entre sus manos y rozó las cuerdas con suavidad, haciéndola sonar.
No la tocaba desde aquella noche de borrachera, algo que le hubiese gustado enseñarle a ella.
“Lo haré cuando despiertes, preciosa”.
Empezó a tocar los acordes de una melodía que conocía muy bien y que tanto significaba para él. Paró un momento para carraspear e intentar afinar su ronca voz y
empezó de nuevo.
Vacilante y lento sonaba “More than words” de Extreme en sus labios, y con cada estrofa, poco a poco se le iba rompiendo el corazón y las lágrimas amenazaron
con escaparse.
Saying I love you
Is not the word I want to hear from you
It's not that I want you
Not to say, but, if you only knew
How easy, it would be to show me how you feel
More than words, is all you have to do to make it real
Then you wouldn't have to say, that you love me
Cos I'd already know
Tragando con dificultad, intentaba entonar la canción que tanto significaba para él. El valor real de sus sentimientos, porque un te quiero para ellos siempre serían
solo palabras, cuando en realidad, lo suyo era mágico, era más que amor.
M ientras, a través de la ventanilla de la habitación, todos, incluida una sorprendida Regina, observaban su dolor y comprendían perfectamente lo que estaba
sucediendo ahí dentro. El ruido de la guitarra llenaba toda la planta al son de una melodía de amor, de toda una declaración de amor.
Nadie se atrevió a entrar a interrumpirle, incluso las enfermeras, que alertadas por el revuelo se acercaron, fueron capaces de romper el momento.
Acabó la canción y se levantó. Se acercó a la cama para decirle algo al oído a su niña.
- Ni aun estando a mi lado, dejaré de pensarte, porque solo puedo respirar cuando pienso en ti. Quiero que desnudes todos mis miedos en mi cama, quiero despertarme
a tu lado todas las mañanas de mi vida, así que por favor, despierta.
La dio un beso en la frente y otro en sus labios. Cogió de nuevo la guitarra y salió de la habitación sin mirar atrás. Salió del hospital y se subió en la moto y se largó
de allí. Necesitaba pensar en todo lo que había sucedido y reflexionar.
Condujo varias horas su Harley sin ninguna dirección aparente, pero el destino quiso que volviera a Aberdeen, el lugar donde se supone que iba a empezar todo,
pero que al final fue donde se masticó la tragedia.
Pidió permiso a los dueños del Ma Cameron´s para subir a la habitación que había compartido con ella.
Cogió una botella de su whisky favorito y acabó con ella en unas pocas horas. De madrugada, estaba tirado en la cama y con la mayor borrachera que jamás había
tenido.
- Hasta en esto me haces perder el control, nena. ¡Eres la hostia! – se rió amargamente de su propia ironía.
Sumergido en su propia desdicha y en los litros de alcohol que llevaba dentro, tardó en escuchar los pitidos de su teléfono móvil. Se arrastró como pudo hasta él y
comprobó quién le llamaba. Cómo no, era Declan, que preocupado por su repentina desaparición, comenzó a buscarle.
- Joder tío, ¡qué susto nos has dado!¡Has desaparecido de repente! ¿Dónde cojones estás? – le dijo colérico.
- Shhhh, no hace falta que grites, vas..a despertarrrr a mi niña – contestó con las palabras aturulladas en la boca, propio de la cogorza que llevaba.
- ¿Estás borracho? ¿Tú?
- No me molestes, tooodaviaaaa noooo he llegadooo al puuunto de la inconsciejnsdoa, de la inconsciencia, coño. Así que no lo estoy. Soloooo estooooy ordenando mis
ideasssss.
- ¿Dónde estás, gilipollas, que paso a buscarte?
- Jjjjodido estás, creo que llegueee ayer a Aberdeennnn – contestó con su lengua de trapo.
- Pues ya estás haciendo un esquema de tus ideas. Espabila, date una ducha y vuelve. Han encontrado el cuerpo de Alejandro muerto en un hotel cerca de la cárcel de
Charo. Parece ser que se ha suicidado.
A Alec se le bajó la borrachera de repente. Sacudió su cabeza cerrando los ojos porque no estaba seguro de lo que acababa de escuchar.
- ¿Cómo?
- Lo que oyes. La policía quiere hablar contigo. Dejó una nota de suicidio grabada en el móvil. Y ha dicho la policía que te nombra. No han dicho más, solo que te
presentes en la comisaría de Leonard´s Street lo antes posible.
- Está bien, déjame darme una ducha, descansar un poco y voy para allá.
- ¿De verdad no necesitas que vaya a buscarte?
- Dame unas horas, tengo que serenarme, pero no hace falta que vengas.
- De acuerdo, amigo, pero ve con cuidado. No quiero teneros a los dos juntos en la misma planta de hospital.
- M arta me necesita, no cometeré otra estupidez más.
Como era habitual en él, colgó el teléfono sin decir adiós. Sacudió de nuevo su cabeza y se fue a la ducha.
Quería ir volando a Edimburgo para averiguar qué demonios había sucedido con Alejandro, ¿suicidio? No entendía nada, pero lo averiguaría.
“Volver a verte otra vez,
Con los ojitos empapados en ayer,
Con la dulzura de un amor que nadie ve,
Con la promesa de aquel ultimo café,
Con un montón de sueños rotos”.
S ueños rotos
La quinta estación
Capítulo 29

Con la promesa en firme hecha a Declan, volvió a Edimburgo con la mayor calma que pudo. Fue a su casa para cambiarse de ropa y adecentarse antes de ir a la
comisaría de policía.
Llegó y nada más entrar por la puerta la policía le llevó a una sala para hablar con el agente al cargo de la investigación.
A los pocos minutos, el policía, seguido de una afectada Anice, entraron en la sala.
- Gracias por acercarse señor Reid – dijo el agente sentándose en una de las sillas – comprendemos por el momento por el que está pasando, pero estamos en la
obligación de comunicarle el motivo de su requerimiento.
- Dígame agente.
- El cuerpo del señor Alejandro Díez fue encontrado ayer a las ocho de la tarde en el hotel Dalmore Lodge Guest House, cerca de la Prisión Saughton. Se había
suicidado.
- ¿Suicidado? – preguntó con sarcasmo – le comerían los remordimientos de conciencia por intentar matar a mi mujer.
- Se equivoca, señor Reid – Alec le miró extrañado – revisando sus pertenencias para localizar pruebas, encontramos una nota de voz en su móvil dirigida a usted y a la
señorita Santiago que nos gustaría que escuchase.
El agente encendió la pantalla del portátil que se hallaba en la mesa y abrió un archivo que contenía la grabación. M iró a Alec para pedirle permiso y este asintió.
Tras él oyó el suspiro de Anice que a punto estaba de llorar de pena.
La voz de Alejandro se empezó a escuchar.

“Paradojas de la vida, os jodí sin querer. Quería separaros, pero en ningún momento se me pasó por la cabeza matar a nadie, no estoy tan loco como mi querida
Charo. Solo buscaba despedirme, porque a mí ya no me queda nada. Los últimos acontecimientos han resquebrajado la poca voluntad que me quedaba.
Confirmar la sospecha de la culpabilidad de Charo, me ha sumido en un pozo sin fondo del que ya no quiero salir. No sé si me entiendes Reid, pero Charo era mi
norte, y sin ella estoy perdido. Cada vez que pienso en las ironías de la vida, pienso en ella. Una mujer que pudo tener lo que quiso, y que una absurda obsesión la
llevó al intento de asesinato. Jamás tuve una oportunidad. En cuanto pudo, me apartó como un desecho. Sin ella estoy perdido, pero ella no me ama. Me lo volvió a
repetir con todo el desprecio del mundo después de la sentencia, solo me utilizó como a todos para su beneficio, pero yo no puedo seguir sin mi ama, no puedo”

Después de esas palabras, la comunicación se cortó y solo se oyó el disparo de un arma. Alec se sobresaltó en la silla y el agente paró el mensaje.
- Encontramos su cuerpo con un disparo en la cabeza. Nosotros solamente le avisamos, porque dado que fue testigo de la supuesta agresión, queríamos indicarle que el
accidente de la señorita Santiago fue producto de la casualidad, el señor Díez no intento matarla.
Alec se llevó las manos a la cabeza incrédulo, y no porque no creyese al agente, sino porque el destino se la estaba jugando, y esta vez con la persona que más había
amado. Porque lo que sintió por Teresa fue admiración, pero por M arta era el más profundo amor que jamás pudo soñar. Y ella también iba a dejarle.
Era una maldita pesadilla.
Se quedó unos minutos pensativo y Anice se acercó a él. El agente los dejó solos.
- ¿Siempre fue ella, verdad? – Alec la miró sin entender – la mujer que nombrabas cuando estabas con otra. Era ella, M arta.
- Siempre fue ella – Anice le estrechó las manos con compasión y se despidió apenada.
Antes de salir por la puerta se dirigió de nuevo a él.
- Es una afortunada – sonrió con tristeza – se lleva a todo un caballero.
Anice salió por la puerta y le dejó a solas en la sala.
- ¡Vaya mierda de mes! – juró en alto – ¡Vaya mierda de vida! Y yo perdiendo el tiempo…
Se levantó de la silla y abandonó la comisaría en dirección al hospital, donde todos seguían allí como si los hubiesen clavado cual postes.
Henar fue la primera en verlo llegar y se acercó a él.
- ¡Hey, chico guapo! – le dio un fuerte abrazo y se agarró a él para acompañarle.
Regina le seguía con la mirada.
- Joder la vieja ésta seguro que me ha echado una maldición o algo así – ironizó al verla la cara.
- No seas bruto. Ella está tan mal como tú. Aunque te parezca extraño, vuestras vidas son paralelas.
Alec se estremeció con solo pensarlo.
- No bromees con estas cosas, Henar.
- No lo hago, piénsalo bien. De algún modo u otro, vuestros caminos siempre ha estado unidos. Y encima vais a ser familia – Alec puso los ojos en blanco.
- Henar, querida. No creo que a esa señora, que por otra parte piensa que soy un depravado, le haga gracia que yo forme parte de su familia – se paró un segundo al ver
la reacción de Henar a sus palabras – pero te puedo asegurar, que nada ni nadie, me va a separar de ella. Ni el ese tutor que no sé qué cojones hace aquí todavía – dijo
señalando al pobre de Dan que tampoco había dejado el hospital.
- Es un amigo de M arta – le reprendió Henar.
- Se quiere tirar a mi mujer, es el enemigo.
Henar no pudo evitar reírse con su comentario. Hasta en momentos como este, era capaz de sacar al cavernícola que llevaba dentro.
Declan, al escucharles, se unió a la conversación, que por fin, después de muchos días, empezó a ser distendida. Poco a poco se fue uniendo Clara y después hasta
un temeroso Dan, que fueron contando anécdotas de M arta, de su forma de ser, sus inquietudes y hasta Alec llegó a admitir lo mucho que la personalidad de M arta se
parecía a su madre. Las dos eran unas mujeres con mucho carácter. Comentarios que no pasaron desapercibidos para una solitaria Regina, que en la distancia escuchaba
hablar con admiración tanto de su hija como de su nieta.
Pero una mujer como ella, no se acercaría donde ese grupo de degenerados. Todos unos libidinosos que le habían robado a su hija, y para su pesar, parecía que
habían arrastrado a su nieta. No se podía creer que la historia se repitiese, cuando ella pocas cosas le contó de su madre y la intentó mantener, lo más alejada posible, de
ese mundo de degradación humana en el que Teresa vivió.
Pero aun así, no pudo evitar mirarles con amargura y en fondo envidia, al darse cuenta, que esos extraños, conocían mejor a su familia que ella.
A pesar de eso, siguió observando desde su posición, e intentando escuchar lo que decían.
Los siguientes días, las visitas al hospital acompañado de guitarra en mano se convirtieron en una rutina. Era una forma de estar cerca de ella y alejar los malos
pensamientos que le sobrevenían.
El coágulo se iba desvaneciendo, pero ella no despertaba. Sus peores miedos se estaban confirmando, pero era algo que prefería no pensar y él la siguió cantando,
eso sí, con los ojos vigilantes de Regina a sus espaldas.
Ese día tocaba Too lost, de Sugar Babes.
You look into my eyes
I go out of my mind
I can't see anything
Cos this love's got me blind
I can't help myself
I can't break the spell
I can't even try
I'm in over my head
You got under my skin
I got no strength at all
In the state that I'm in
And my knees are weak
And my mouth can't speak
Fell too far this time…

Tú me miras a los ojos


y yo pierdo la cabeza
no puedo ver nada
porque este amor me tiene ciega
no puedo ayudarme a mi misma
no puedo romper el hechizo
ni siquiera puedo intentarlo
estoy fuera de mi cabeza
tú te metiste bajo mi piel
ya no me quedan fuerzas
en el estado en el que me encuentro
y mis rodillas están débiles
y mi boca no puede hablar
me siento demasiado lejos ahora…
- Déjalo…
Se oyó un susurro como fondo mientras cantaba…
Alec miró a M arta que intentaba hablar, pero no podía porque tenía colocada la respiración artificial. Dejó la guitarra en el suelo y se acercó a su chica. Se movía
inquieta y Alec la intentó tranquilizar.
- Tranquila, nena. Espera que llamo a una enfermera.
Una vez se supo que M arta había despertado, el trasiego del ir y venir de médicos fue una locura. M andaron salir a Alec de la habitación y tuvo que esperar fuera,
acompañado de una Regina que no entendía nada. Alec, en un gesto de buena voluntad, le indicó lo que pasaba, y realizó las labores de traductor circunstancial.
Una vez que los médicos dieron todas sus explicaciones. Regina quiso entrar a estar con su nieta dado que era familiar directo, a lo que Alec no se pudo negar, por lo
que la abuela, con el pose más altivo que nunca, entró a ver a su nieta.
Alec se quedó fuera y comenzó a realizar llamadas para avisar a los amigos, los cuales, dado que las circunstancias parecían no mejorar, intentaron seguir con sus
vidas y venían de visita todas las mañanas, pero ya no permanecían allí, incluido su odiado Dan Oakley.
- Ha despertado – dijo Alec a un Declan que se encontraba en M adrid.
- ¡No me digas, amigo! ¡Qué alegría! ¿ya has avisado a Henar? Así, ella se puede acercar – Declan se rió al otro lado de la línea— No sabes cuánto me alegro. Joder Alec,
no sabes cuánto.
Le explicó todos los pormenores de su reanimación, y Declan, felicitándole por la buena noticia, se despidió de él, citándose en el hospital para verla en cuanto su
trabajo lo permitiese.
Alec colgó el teléfono y se dirigió al baño para refrescarse. Se estaba lavando las manos, cuando, de repente se miró al espejo y se percató de la realidad de lo que le
estaba sucediendo. ¡M arta se había despertado!
Se llevó las manos a la cabeza y se apoyó en la pared. Poco a poco se fue deslizando en ella hasta sentarse en el frío suelo. Las lágrimas le empezaron a caer por las
mejillas y un quejido salió de su garganta.
Lloró como un niño, por todo el dolor que se había acumulado durante todas esas semanas, por lo que sentía, porque por primera vez en mucho tiempo, el nudo que
tenía en el pecho se estaba deshaciendo. Por M arta, porque su chica era una valiente y se merecía todo el amor del mundo, incluido el suyo, el de un hombre inseguro de
la vida, que no supo entender hasta que casi era tarde, que el amor, cuando llega, había que aprovecharlo, que no se podía medir el tiempo que iba durar, que había que
aprovechar cada segundo como si fuese el último. Y por Teresa, porque hacía diez años le había transmitido el mejor mensaje del mundo, y que la traducción la tuvo
cuando aprendió lo que realmente significaba amar. Ese concepto universal relativo a la afinidad de los seres, pero que en ellos, se traducía en algo más que afecto o amor
romántico. Para ellos era una emoción extremadamente poderosa que abarcaba algo más que su mente y su alma. Eran solo uno.
Tuvo que esperar diez años percibirlo, aunque desde aquel entonces ya estuviera en su interior.
Continuó llorando durante un largo rato. Ese desahogo le permitió liberarse también de algún que otro miedo que todavía pululaba por ahí. M arta era lo más grande
que le había sucedido y no iba a permitir que nada le hiciese dudar de lo que sentía por ella.
Salió del baño y se encontró con Regina en el pasillo, que ya había salido de la habitación y esperaba fuera.
- M uy a mi pesar, ella quiere verte — le miró disgustada
No se molestó en responderla, entró directamente en la habitación, y entonces sintió como si una luz iluminase su alma. Ese intercambio de miradas les causó
turbación, de nuevo todo a su alrededor se volatilizaba como si no existiese nada más que ellos dos.
Se miraron a los ojos y sonrieron, pero vio en M arta una sombra de duda que quiso disipar el instante. Se acercó a ella y la dio un suave beso en los labios, que no
fue más intenso por las circunstancias, pero no por falta de ganas.
- Que te quede claro – la miró aparentemente serio – que nada, ni nadie me van a apartar de ti. ¿Te queda claro?
- M ira Reid – le habló con la voz rasposa propia de la situación. A Alec le hizo gracia que le llamara por el apellido – ahora no puedo hablar. Pero te aseguro que en
unos días me vas a escuchar.
“¡Bien por mi mujer, ha vuelto”, pensó Alec con alegría a pesar de que sabía lo que se le venía encima. “M e da igual, ella acabará debajo de mí de todos modos” se
rió para sí mismo, pero M arta vio su sonrisa.
- ¿De qué se ríe mi amo? – “convaleciente y jugando”, otra sonrisa más de él.
- Nada, bueno, de que creo que soy un cavernícola.
- Como buen escocés, eso nunca lo dudé, mi imperfecto caballero.
Alec soltó una carcajada por el calificativo. Solo ella era capaz de hacerle reír así.
“Gracias, Teresa”, pensó Alec.
- Tienes que descansar, porque tenemos mucho que hablar, mi hechicera – la acarició la mejilla y recostó la cabeza en su cama.
Así se quedaron ambos dormidos.
“Cada aliento que tomes,
cada movimiento que hagas,
cada atadura que rompas, cada paso que des,
te estaré vigilando.”
Every breath you take
The Police
Capítulo 30

Un beso.
Una caricia.
Todas las mañanas Alec la despertaba de la misma forma desde que salió del coma. No se apartaba de su lado, pero para su desdicha, Regina tampoco.
Era una pelea continua porque ambos querían ocuparse de ella, ambos buscaban su atención, y M arta ya estaba empezando a cansarse.
- Hija, estoy deseando que te den el alta y que volvamos a casa – le confesó Regina aprovechando un momento en el que Alec no estaba.
M arta no supo qué contestar. Volver a M adrid suponía acercarse demasiado a Regina y alejarse de Alec. No es que no quisiera a su abuela, pero ella estaba decidida
a hacer su vida y no iba a consentir que, con chantajes emocionales, su abuela se entrometiese como hizo con su madre.
- Abuela, de eso quería hablar contigo…
- ¿No me digas que quieres abandonarme como tu madre? – le reprochó Regina.
- Abu, una vez me recupere, me gustaría hablar de Alec…
- ¡Ese depravado está haciendo lo mismo contigo que con tu madre! – gritó Regina encolerizada.
- Abuela, ese depravado ha cuidado de mí igual que lo hizo de Teresa, es un buen hombre – respondió M arta, echándole en cara la actitud de Regina hacia su madre.
Regina agachó la cabeza avergonzada por lo que su propia nieta acababa de decir, pero a pesar de eso no estaba dispuesta a ceder, sus prejuicios por el tipo de vida
de Teresa podían más.
- No voy a consentir que vayas con ese hombre – le amenazó.
- Regina, y yo no voy a consentir que intentes manejar mi vida, como lo hiciste con la de mi madre – otro reproche más que llevó la paciencia de Regina al límite.
La entrada en la habitación de Alec interrumpió la conversación. La sonrisa con la que entró la hizo olvidar temporalmente el enfrentamiento con Regina, pero a ella
no.
- En cuanto le den el alta a mi nieta, nos volvemos a M adrid – anunció mirándole a él.
Alec se acercó a la señora y desplegó toda la artillería diplomática que su paciencia le permitió.
- Buenos días, señora — inclinó la cabeza para devolver el saludo no realizado – Siento decirle que ni usted, ni yo tenemos en nuestras manos la decisión final de M arta.
Pero haré todo cuanto esté en mis manos para estar con ella el resto de mis días. Sea aquí, en M adrid o en Filipinas.
M arta se emocionó al escucharle. Por primera vez, hablaba de su relación a largo plazo con los demás. Eso la hizo muy feliz, pero también era consciente de que
tenían una conversación pendiente. Regina en cambio, no se sentía igual.
- Eso ya lo veremos – contestó resentida.
Regina salió de la habitación. No soportaba la idea de estar al lado de aquel hombre.
- Eres un patán, mi señor – se burló de él.
- Un patán con suerte de tenerte…
- Alec, con respecto a eso, tenemos una conversación pendiente tú y yo.
Alec se sentó al borde de la cama, cogió sus manos y aspiró para tomar fuerzas.
- No voy a tratar de justificar todo lo que hice. No lo hice bien, eso está claro. A veces intentamos huir de nuestros miedos apartando a las personas que amamos,
pensando que así no les haremos daño, y que no nos haremos daño a nosotros mismos, cuando en realidad es todo lo contrario. El perjuicio final es peor, nos engañamos
a nosotros mismos.
>> M e enamoré de ti hace diez años sin saberlo. Fue a primera vista. Apareciste en mi vida como una luz. Tal vez te envió Teresa, no lo sé, eso se escapa a mi
entendimiento. Solo puedo decir que si tú entraste en mi vida fue para despertarme de mi letargo, y pienso aprovechar cada minuto del día que estemos juntos e
intentar hacerte feliz. No soy idiota, hay una cosa que tengo muy claro, tienes una familia a la que no puedes dejar atrás, por lo que quiero dejarte claro algo. No te
quiero para mí, te quiero conmigo, que es diferente. No te prometo una vida maravillosa, pero lucharé porque funcione. Pero me tienes que echar una mano. Aquí
donde me ves, soy un inmaduro emocional y necesito de alguien fuerte como tú que me marque el camino. Sé que no va a ser fácil, pero te prometo que estaré a tu
lado y no volveré a huir, pero todavía tengo miedo, y sé que en algún momento necesitaré que me espabiles <<.
M arta se llevó una mano a las mejillas para secarse las lágrimas que empezaba a derramar. Su imperfecto caballero, confesaba sus miedos.
- Alec…— susurró conmovida.
Las sorpresas no acabaron ahí. Alec extrajo una bolsa de terciopelo del interior de su chaqueta.
- Sé que rompiste el collar cuando me viste con Anice – chasqueó con la boca y la miró – pero en cualquier caso creo que ese collar no era el adecuado para ti, tan simple
porque no era el tuyo— metió la mano en la bolsa y sacó un collar de cuero marrón con el símbolo del triskel de plata en el centro – este sí es para ti. Feliz Navidad.
- Eso fue hace más de un mes, Alec…— sonrió emocionada.
- Pero no has tenido tu regalo – respondió divertido.
Le mostró el collar y M arta arrancó a llorar al verlo. No solo por el regalo en sí. No era como el que usaban las aprendices de sumisa, que eran más delgados, no. Se
trataba de uno más grueso, solo el que usaban las sumisas que habían alcanzado la formación, uno que solo se podía obtener ganándoselo. Era el collar definitivo de
esclava.
- Alec, yo no acabé la formación, no me lo he ganado…
- Has sido la mujer más valiente del mundo, mi pequeña bruja. Te lo has ganado de sobra.
Con toda la dulzura del mundo, Alec tomó el collar por los extremos. Se acercó a M arta y se lo puso. M arta se llevó la mano al cuello y suspiró. Se acercó a sus
labios y la besó tiernamente.
- Ejem…— carraspeó Clara entrando sin llamar e interrumpiendo el momento — ¿molesto?
M arta se separó y miró a Clara con una sonrisa de felicidad, Alec no tanto.
- Por supuesto que no molestas, pasa – contestó M arta.
- Venía para comprobar si estabas bien, pero ya veo que estás estupendamente – afirmó mordaz mirando a Alec.
- Llevabas mucho sin aparecer por aquí, así que muy preocupada no estabas – la reprendió M arta con falsa ofensa.
- He estado un poco ocupada – la miró con una sonrisa ladina
- Damas, será mejor que las deje hablar a solas – Alec se incorporó de la cama, besó a M arta en la frente y se dirigió a la puerta – pero no hagáis nada que yo no hiciera.
- No sin ti – contestó M arta guiñándole un ojo.
La lanzó un beso y salió de la habitación. No había ni cerrado la puerta cuando M arta inició el interrogatorio.
- Habla, bellaca – inquirió ansiosa.
- No tengo mucho qué decir, al menos de momento, solo sé que estos días he estado averiguando cosas de mí misma que no pensaba que me gustasen, y…
- ¿Y?
- He descubierto que me gustan – la miró apenada.
- ¿Entonces? ¿Qué sucede?
- Que la persona que me está introduciendo en este mundo…
- Héctor – la cortó M arta a sabiendas de quién se trataba.
- Héctor – confirmó Clara – no busca una sumisa en exclusiva, tiene varias, y yo no sé si puedo acceder a eso.
- Héctor es así, de hecho, también está con Anice, ¿no es cierto?
- Sí, así es – contestó Clara suspirando.
M arta la miró de nuevo, la examinó su cara con detenimiento y de repente abrió los ojos como platos, llevándose las manos a la cara.
- ¡No! ¡No es posible! – gritó espantada — ¿te estás enamorando de Héctor? Joder te lo dije Clara, que tuviese cuidado con él…
Un nuevo toque en la puerta, las interrumpió.
- Vaya, parece que hoy es día de visitas – afirmó Clara, sintiéndose liberada de la regañina que seguro le iba a caer de M arta – será mejor que me vaya.
- ¿Puedo pasar? – la cara de Dan se asomó por la puerta con su preciosa sonrisa, M arta asintió con la cabeza.
- Bueno, yo ya me voy – le dijo a M arta arqueando las cejas.
- Tú no te vas a librar de tener una conversación conmigo.
- Será en otro día y en otro lugar, por el momento – se incorporó de la silla para abrazarla y darle un beso – te dejo en buena compañía – se acercó a su oído para
susurrarle – pero dale puerta pronto que como tu caballero le vea por aquí, seguro que pierde las formas.
M arta no pudo evitar soltar una carcajada, gesto que Dan, gracias al cielo, no entendió.
- No lo dudes, amiga.
- No lo hago – contestó Clara mientras desaparecía por la puerta.
Dan se acercó a ella para darle un beso. La miró con absoluta devoción.
- Tiene suerte – alegó con tristeza.
Ella sabía perfectamente a quién se refería.
- Te puedo asegurar que es un maldito afortunado – confirmó M arta entre risas.
Se quedaron mirando el uno al otro hasta que M arta se atrevió a decir lo que le rondaba en la cabeza hace tiempo.
- A veces pienso que me llegaste a odiar por cómo te traté.
- He de admitir que en el fondo me sentí utilizado – posó la mano derecha encima de la de M arta – incluso hubo un instante que me sentí fatal, pero por más que lo
hubiese intentado, estabas enamorada de él. Era una pérdida de tiempo.
“Pérdida de tiempo…mi señor”, pensó en Alec que había utilizado esa misma expresión, pero para lo contrario que Dan.
- Ya sé que suena a tópico, pero, me gustaría que fuésemos amigos – Dan la miró con una apenada sonrisa.
- No voy ser tu amigo — M arta no le pilló por sorpresa su negativa – voy a ser tu tutor, y cuando te recuperes, te quiero ver en clase hincando los codos como loca.
M arta le dio un cariñoso abrazo, que decía más que las palabras que no se habían dicho.
- No te quiero molestar mucho, sé que todavía no estás bien, pero quiero que sepas, que si algún día te aburres de él, yo estaré por aquí.
- Gracias Daniel.
- Gracias a ti por ser tan maravillosa. Repito. Es un afortunado.
Se marchó por la puerta, dejando a M arta sola en la habitación pensando. Alec volvió a entrar.
- He visto salir al…
- Dan, Alec, tiene nombre y es una gran persona.
- Dan – contestó con desagrado.
- Eres un cavernícola, mi señor.
- Sí, pero un cavernícola enamorado – se acercó de nuevo al borde de la cama y sentó lo más cerca que pudo de ella— porque no sé si te lo había dicho, mi hechicera,
pero por si acaso, tengo que decirte que te quiero.
- No lo habías hecho, caradura – le reprochó M arta sonriente.
- Pues te quiero.
Y la volvió a besar, y esa vez fue un beso que comenzó lento, con una leve exploración de sus bocas. Rozaban sus labios como si el hechizo que los unía se fuese a
romper. Pero poco a poco se fue despertando el anhelo, y con él la fuerza del beso, éste dio paso a la lujuria y ya sus manos empezaron a tocar terrenos más
inhóspitos, alejados de la cara. Sus corazones empezaron a latir desbocados, y la química, física o lo que fuera que los rodeaba, hizo estallar en pequeñas partículas la
pasión acumulada esos días.
Alec se obligó a reprimir su deseo y se separó de ella, lo que no implicó que la magia desapareciese, solo se quedó en el aire, flotando, como siempre que estaban
juntos.
- Estoy deseando que salgas de aquí y llevarte a casa.
- Pronto, muy pronto – se abrazó a él se resguardó en su cuello.
Unos días antes de San Valentín, la dieron el alta. Al haber sido un accidente de tal gravedad, los médicos le desaconsejaron que viajase, al menos temporalmente,
por lo que M arta acabó en casa de Alec de invitada, pero para su desdicha, eso también implicaba que Regina la acompañaría.
La convivencia se tornó insoportable entre los tres. Regina y Alec, siempre que coincidían en casa, se pasaban todo el día discutiendo. No había forma de hacerles
llegar a un mínimo entendimiento, y claro, M arta estaba en medio, haciendo de árbitro, pero era como arbitrar en el infierno. Al final, siempre, la última perjudicada era
ella, porque acababa enfadada con uno u otro.
Hasta que un día, harta de sentirse así, optó por tomar una drástica decisión, pero si quería hacer su vida, debía hacerlo, por el bien de todos.
Regina estaba en la cocina intentando hacer una tortilla de patata. Fue hacia la encimera y se puso a su lado.
- Hola abu.
- Hola mi niña – la saludó con un sonoro beso en la cara.
- ¿Podemos hablar un momento?
- Sí mi hija, ya estaba acabando de hacer la comida, y como hoy, gracias a dios vamos a estar solas – la sonrió con malicia – he hecho una tortilla de patata para mi niña.
- Ven vamos.
La cogió de la mano y se dirigió con ella al sofá del salón. Se sentaron una junto a la otra y M arta le tomó de las manos.
- ¿Sabes que voy a quedarme con él aquí, verdad?
Regina tragó saliva con dificultad y cerró los ojos a punto de llorar.
- Abuela, mírame.
- ¿Por qué él? Hay cientos de hombres buenos en este mundo y tuviste que escoger a un hombre con esa vida como la suya.
- Y como la mía – se atrevió a confesar de una buena vez.
Regina cerró los ojos imaginando que no había escuchado las palabras de su nieta.
- No puedo entender esa clase de vida.
- No pretendo que lo entiendas, abuela. Pero espero que lo respetes. Solo quedamos nosotras dos en la familia, nos tenemos que cuidar la una a la otra, pero no me
obligues a escoger entre los dos, porque, aunque me duela en el alma, ya sabes la respuesta. Es mi vida y debes respetarla – le rogó con lágrimas en los ojos.
- Eres consciente de que nunca le aceptaré, ¿verdad?
- Nunca es mucho tiempo. Es un buen hombre y te lo voy a demostrar.
- Promete que vendrás a verme y me llamarás, no me dejes sola hija
- Te lo prometo – dijo abrazándola.
Regina se marchó a M adrid unas semanas más tarde. No llegó a despedirse de Alec ni a agradecerle todo lo que hizo por su hija y por su nieta. Era terca como una
mula.
Llegó a su casa y se dispuso a deshacer la maleta. Cuando lo hizo, encontró un sobre encima de la ropa.
Dentro de él había una llave y un papel escrito a mano. Un mensaje de Alec. Se puso las gafas y lo leyó.
“En un guardamuebles de Chueca, están guardadas, desde hace diez años, las pertenencias de Teresa. Esta es la llave. Son todas suyas”.
Al final del mensaje se encontraba la dirección exacta del guardamuebles. Dobló de nuevo la carta y lloró por todos los años que se había guardado las lágrimas.
“Porque estaré a tu lado a través de los años
Solo llorarás lágrimas de felicidad
Y aunque cometa errores
Nunca romperé tu corazón”.
I swear
All 4 One
Capítulo 31

Llevaban ya demasiado tiempo con el tema pendiente.


Alec no quiso hablar del suicidio de Alejandro durante la recuperación de M arta, pero sabía que era un tema que no podía dejar atrás sin hablarlo con ella.
No quiso hacerlo en Edimburgo, así que, utilizó como excusa llevarla a conocer Escocia y realizar la ruta de los Castillos en Aberdeenshire, la zona dónde él nació.
La llevó en moto por la una de las rutas más famosas de Escocia. Juntos recorrieron los dieciocho castillos que componen la ruta y parte de la historia del país. Unos
todavía en pie, y otros en los que solo quedaban las paredes, M arta se sintió impresionada por los conocimientos en historia de Alec. Una razón más para amarle.
- ¿Dónde vamos ahora?
- Te voy a llevar al lugar con mucha magia.
Alec condujo hacia las afueras de Aberdeen y se paró en Castlehill, junto a un bloque de apartamentos.
M arta se bajó de la moto y miró hacia el edificio. Se quedó extrañada porque no sintió ninguna magia a su alrededor.
- Quédate ahí y mírame — Alec aparcó la moto y se dirigió donde ella se encontraba, se acercó a ella y la abrazó por la espalda para que siguiera mirando el edificio – en
el lugar donde ves ahora un bloque de apartamentos, en el siglo XIII se levantaba el Castillo de Aberdeen. fue un castillo donde se reunían los clanes de la zona.
Asambleas y grandes fastos se oficiaban en el interior del castillo. Es muy representativo saber, que parte de la historia de Escocia, un sitio por el que pasó el
mismísimo William Wallace, esté ahora ocupado por un edificio de apartamentos. Pero si miras más allá, verás a una parte de los hombres y mujeres que ayudaron a
forjar la historia de este país. Y como yo quiero seguir formando parte de ella – giró a M arta en sus brazos y la puso frente a él — me gustaría hacerte una proposición.
¿M e dejas unir nuestro amor con una ceremonia oficial de entrega del collar?
Le miró alucinada. Se esperaba muchas cosas, pero eso no. La ceremonia del collar, aunque no tenía ningún valor “oficial”, para las personas que se tomaban muy en
serio el BSDM , la ceremonia del collar, era equiparable a los votos matrimoniales. Dar y tomar el collar en esa ceremonia, contenía muchas responsabilidades, y debía
ser visto como un compromiso serio.
- Vaya, ¿te he dejado sin palabras, sumisa? No me lo creo – se burló Alec para intentar relajar el momento. No tenía muy claro que ella aceptase.
- Alec, eso es…es como…como pedirme que me case contigo. Pocas parejas del entorno de la dominación y sumisión lo hacen porque supone un compromiso de por
vida.
- ¿Eso significa que no aceptas? – preguntó Alec con preocupación.
- Eso significa que para ti es un paso muy grande, que…
- No te voy a decir que esto es un compromiso de por vida. No tengo la bola de cristal que me diga que esto va a ser para siempre, pero no voy a dejar de intentarlo
todos y cada uno de los días que estemos juntos. Una vez leí que el amor es el alma que habita en dos cuerpos, pero que un corazón habita en dos almas, y así me siento
yo contigo, y eso es algo que no me pienso perder ni loco. Cuando estabas en coma te dije algo y te lo voy a repetir despierta, quiero despertar contigo todas las
mañanas de mi vida, quiero que lo creas, porque te amo.
M arta comenzó a creer que sí que había magia en ese lugar.
- Pues vas a tener un problema – Alec la miró confundido y M arta le abrazó con toda la fuerza que pudo – porque yo no te voy a dejar dormir por las noches.
Y entre lágrimas de felicidad, ambos estallaron en una sonora carcajada.
- Entonces eso significa que…
- Significa que acepto amo Alec…
Acercó sus labios a los de M arta y se los devoró con tal frenesí, que el arrebato de pasión fue aplaudido por todos los que pasaban junto a ellos.
M arta llegó a la conclusión de que ese lugar sí que conservaba parte de su magia, y si no era así, ellos acababan de lograrla.
La llevó a cenar de nuevo a Ma Cameron´s, ese lugar tenía demasiados buenos recuerdos para él, y quiso acabar con lo que iniciaron la noche de su cumpleaños,
donde en su opinión, algo se quedó a medias entre los dos.
Cenaron en la misma mesa, donde claro, al estar solos, en vez de conversar, se estuvieron metiendo mano como dos adolescentes en celo. No podían dejar de tocarse,
era como si cada vez que no lo hacían, un vacío se apoderase de ellos que les dejaba en un semi estado de ansiedad.
Al acabar, subieron a la habitación que ambos compartieron, y en todo lo que recordó, Alec repitió el mismo ritual de besos y caricias que aquel día. M arta estaba
asombrada por los detalles. A la mañana siguiente, Alec reprodujo paso a paso, la escena de la cartera en el suelo, solo que en esta ocasión, había dentro algo más que
una foto del pasado.
- Ábrela, sin miedo – la apremió Alec – y por favor coge el papel que está en su interior, necesito recordar algo.
Nerviosa, M arta miró en el interior de la cartera y extrajo dos papeles que no encontró la mañana aquella. Uno era una carta antigua y el otro una foto de ellos dos
sonriendo. M arta le miró impresionada.
- Necesitaba limpiar la cartera. Tenía demasiadas cosas que ya no debían estar ahí.
- ¿No me digas que tiraste la foto? Te mato…
Alec sonrió admirado.
- Ni loco, pero no debía de estar ahí. La he enmarcado y la he puesto en la repisa de la sala donde iremos poniendo todas nuestras fotos importantes. Y claro, ella lo fue,
y mucho, y debe de estar ahí.
- ¿Y esto otro?
Lo otro era la carta que Teresa escribió hacía diez años. Alec creyó conveniente que M arta leyese esa carta para comprender a su madre. No tenía claro que cerrase
todas las heridas, pero al menos ayudaría. Eso y unas cuantas charlas con Regina, que por el momento no se habían dado, y M arta estaba en su derecho de tener. Era la
única forma de avanzar.
- Y ahora hablemos de lo que pasó con Alejandro.
Hablaron largo y tendido sobre el día del accidente. M arta ya sabía que lo que Alejandro buscaba era despedirse y alejar fantasmas y rencores antes de suicidarse,
pero quisieron dejar las cosas claras entre los dos para evitar futuros reproches y salidas de tono. Alec tenía claro que ese día iban a empezar de cero, y cerrar heridas
sangrantes era la forma perfecta. Con la cicatriz que le había quedado en la cabeza a M arta, tenían suficiente.
Esa noche hicieron el amor como nunca antes lo habían sentido.
Alec la llevó a la cama y empezó con su tortura.
Sus enormes manos lo abarcaban todo. Subían desde el tobillo al muslo casi sin rozarla, con sutileza, pero marcando el territorio. Poco a poco llegaron a sus caderas
y de un tirón la pegó a su pelvis. El miembro de Alec amenazaba con salir por la cinturilla entreabierta del pantalón y sin disimulo alguno, M arta acercó sus dedos a la
punta que derramaba sus primeras gotas de lujuria. Después se los llevó a la boca y lamió su salada esencia. Él gimió, ella también, y todo se desencadenó.
Sus caderas empezaron a acompasarse amenazando con provocar el orgasmo solo con el contacto.
El sentimiento de pertenencia floreció del interior de M arta y subió las manos hasta la cabeza de Alec para sujetarle por las mejillas. Le miró fijamente a los ojos y
sonrió pícara.
- Eres mío – acercó sus labios a los de Alec y los tomó con sutileza.
Alec sonrió de medio lado, y con un brusco giro, movió sus caderas para provocarla más, hasta que ella rodeó las caderas de Alec con sus piernas, y así unieron sus
centros de placer. Tocándose de tal modo, que la fricción de sus cuerpos, a punto estuvo de nuevo de transportarlos hacia el orgasmo.
Alec resopló y M arta gimió. El ambiente era tan denso, que se podían palpar los destellos de magia que levitaban en el aire, porque juntos eran justamente eso, pura
magia.
- Nena – susurró Alec en medio de un suspiro .te deseo tanto que siento que a veces no puedo respirar si no te toco.
- Alec, yo siento lo mismo. Creo que…
Alec se bajó los pantalones hasta la rodilla, y de una sola estocada la penetró.
- Creo que te voy a quitar el aliento.
Y juntos comenzaron el baile de placer que los llevó al clímax.
De la emoción por el momento, ambos derramaron sinceras lágrimas de emoción. Por fin eran conscientes del camino real que les había llevado hasta ese día. Nunca
antes habrían imaginado, que su futuro era ese. Ni mucho menos, la noche que por primera vez jugaron en aquella fiesta.
Entrada la madrugada, M arta se despertó, y como boba, se quedó vigilando el sueño de Alec. Dormía profundamente. Su suave ronquido lo atestiguaba. M arta se rió
por ello. Cuando le contase al día siguiente que roncaba, soltaría mil pestes, pero esta vez, y como acto de defensa, lo achacaría a la edad. El muy maldito siempre tenía
una respuesta para todo, por muy absurda que esta fuese.
Se levantó de la cama y fue hacia la repisa de la ventana donde se sentó con la carta de Teresa en sus manos. Leyó la carta despacio, intentando aprovechar cada
minuto de lo más cerca de su madre que antes pudo estar.
Acabó de leerla y la volvió a guardar en la cartera de Alec, era suya, bueno era de los dos. Pero Alec debería seguir siendo su guardián.
Un reguero de lágrimas rodaron por sus mejillas. Después de todo, Teresa tuvo mucho que ver en esa relación, bueno ella y el destino.
- Gracias mamá…—susurró en medio de la noche.
Alec, que al no sentirla en la cama se había despertado, siguió todos sus pasos en silencio. Cuando la escuchó dar las gracias, se volvió a dormir.
“Ahora sí” pensó feliz.
Epílogo

A pesar de ser toda una profesional en la organización de eventos, Henar no estaba acostumbrada a celebrar ese tipo de ceremonias. Cuando Alec se lo pidió, ella
solo pudo decir que sí.
- Pero. ¿cómo lo hago? Yo sé muy poco de las ceremonias BDSM.
- Búscate la vida, amiga. Confío plenamente en ti.
Y el muy caradura, se cogió a M arta y desaparecieron unos días, justo antes de la ceremonia oficial de entrega del collar de sumisa.
Lo celebraron en la playa, junto a las ruinas del castillo de Kildonan, en la isla de Arran. Sus románticas ruinas eran el entorno ideal para celebrar una ceremonia de
esa índole.
Llegaron juntos del brazo y sujetos por unas esposas, cómo no. M arta lleva un precioso vestido blanco en corte de sirena, cuyo significado nada tenía que ver con la
pureza, sino más bien para recordar el verdadero día que se conocieron, hacía ya once años. Alec, en su línea tradicional, vestía un kilt con los colores del clan Reid,
sporran incluido, donde llevaba el collar de sumisa que ese día le iba a colocar de manera oficial. En vez de la formal camisa, una camiseta blanca con botones en la parte
superior y sin la típica boina escocesa.
Se acercaron al altar donde les esperaba Héctor, todo un experto en celebrar este tipo de actos, y que no tuvo ningún problema en aceptar cuando Henar se lo
propuso.
Estaban rodeados de todos sus amigos. Henar, Declan, Clara y hasta un sorprendido Dan, que curioso, acudió con ganas de saber más de ese mundo tan particular.
Llegaron a la altura de Héctor, que le dio permiso para sacar el collar y un papel del sporran y le autorizó a hablar e iniciar sus votos.
M iró a su alrededor y se topó con la risa socarrona de Declan que él le devolvió musitando un “graciosillo” entre dientes. Lo cierto era que Declan nunca se imaginó
a Alec en esta tesitura. Verle caer a los pies de una mujer, era para él todo un acontecimiento.
Alec fijó de nuevo su mirada en M arta, que le sonrió cómplice. Se recompuso tanto como sus nervios se lo permitieron y comenzó a leer.
- Nos hemos reunido hoy, para adquirir un compromiso que no está bajo las leyes de ningún estado. Este compromiso no tiene final, fondo, profundidad, ni peso. No
puede ser medido, no puede ser visto, sentido ni tocado por nadie más que nosotros mismos. Está encerrado en nuestros corazones, mentes, espíritus y almas. Nos
fortalece y nos hace uno. Te conocí por el azar de la vida, pero estábamos destinados a estar juntos. M e ofreciste tu sumisión y la recibo con agradecimiento y aprecio.
Como mi amor, eres querida más allá de todas las cosas, y te doy las gracias por el regalo que me ofreces y por completarme. Eres la pieza que le faltaba a mi vida. El
compromiso que adquirimos juntos en este instante, no es más que otro paso en el largo camino que nos queda por andar. Lo llevamos desde el corazón y eso va más
allá de nosotros mismos, está en el alma.
Cogió el collar y se lo puso, ya sí, de manera oficial a M arta.
- Al ponerte este collar y ser aceptado por ti, prometo hacer todo cuanto esté en mi mano para ser digno de ti. ¿Lo aceptas?
M arta asintió con la cabeza, se tocó el collar y pronunció sus votos.
- Con este collar expreso el final de mi compromiso con mi amo. La entrega de mi cuerpo y mi pasión. Será símbolo sólido de la confianza en ti sin miedo. Por mi deseo
de complacerte y no por temor al castigo. Seré tuya todos los días que mi vida alcancen. Te ruego que uses esto como símbolo externo de tu dominio sexual sobre mí,
donde todos puedan verlo, pero solo unos pocos sabrán lo que realmente significa. Un círculo infinito de cuerdas entrelazadas para hacerte sentir la fuerza de mi
compromiso contigo.
No era lo normal, pero Alec no pudo evitar sellar el compromiso con un beso. En realidad no era la ceremonia en sí, era más por lo que representaba para ellos dos.
Tomó su boca con esa lujuria animal a la que M arta ya se había acostumbrado. Y es que, era tomarla en sus brazos, y todo el mundo se evaporaba a su alrededor.
Parecían capaces de crear electricidad tan solo por el influjo de ese simple acto. Era como crear luz de la nada, un pequeño milagro.
De la mano se acercaron a la playa y empezaron a pasear por la orilla, dejando a sus amigos aplaudiendo por detrás.
Se acercó a ella y la lamió en su adorado lunar. Se quedó un segundo quieto para susurrarle.
- Aquel día supe que eras tú…
Y M arta sonrió.
M ientras, a casi dos mil kilómetros de distancia, una mujer lloraba liberada a la puerta de un viejo guardamuebles. El círculo se había cerrado.
Hay muchas maneras de amar y otras tantas de tener un compromiso. Ellos tal vez no escogieron la forma más ortodoxa o socialmente aceptada de hacerlo, pero era
la suya. Lo único que querían era vivir el momento, no pensar en qué sucedería mañana. Devorar cada instante que el tiempo les regalase, porque eso era una relación, un
regalo, y lo iban a aprovechar. Se amaban y punto. Y eso era universal.

FIN
El juramento del compromiso y así como algunas de las fases de la relación BDSM , han sido tomadas con respeto del blog de dominación y sumisión
keyrasolyluna.blogspot.com.es
Agradecimientos de la escritora

Es difícil finalizar algo que no quieres que acabe. Pero lo es más, cuando tienes algo que agradecer a muchas personas y no sabes por dónde empezar.
Primero quiero dar las gracias a mi grupo de lectura Las Insumisas de Iria Blake. Ellas nacieron gracias a Declan, pero Alec se lo debe todo a ellas. No pensé que esta
historia viese la luz de no ser por vuestra insistencia.
Agradecer a Susana Zabala toda su aportación en mi personal adiestramiento en el mundo del BDSM . Ella fue quién desde el inicio, y en un montón de charlas, me
puso al día de este mundo, tan particular y especial. Gracias también por dejarme nombrarla, Pura M agia no sería lo mismo sin ella.
A mis padres, por su infinito apoyo desde el primer día que decidí a lanzarme en esta locura. Esta historia en el fondo es en parte para ellos, por creer que su
chiflada hija podía hacerlo. Gracias aita y ama.
A mi lectora cero favorita, Amaia Bermúdez, por todas las noches que hemos compartido con Alec y por tu maravillosa amistad.
A M aitane, por su paciencia infinita conmigo, por su cariño incondicional y por su amistad.
No puedo cerrar este círculo sin nombrar a una persona que, en parte ha sido una pequeña inspiración, y que me ha transmitido que la magia sí que existe en el amor.
Gracias Irantzu Arrieta, porque ser como eres, por tu naturalidad, por tu sinceridad y por permitirme entrar en tu vida. Es un honor.
Y por último a Ediciones Coral y en especial a Verónica M artínez, mi editora. Una gran profesional que ha depositado una enorme confianza en una novata como
yo. Ella me devolvió la ilusión.
¡Gracias a todos!
Nos veremos en la próxima historia.
¡M il besos!

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