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INTRODUCCION

Uno de los temas más trascendentales del proceso, qué duda cabe, es el derecho
probatorio, la ciencia que estudia la prueba en sus diversos aspectos y que no se limita al
conocimiento de la prueba de carácter judicial sino que abarca también a la extraprocesal.
Desde otro punto de vista es concebido también como la actividad procesal destinada a
convencer al magistrado respecto de las afirmaciones expresadas por las partes en los
autos postulatorios en relación con los hechos que sustentan sus respectivas
pretensiones.
Por lo general siempre encontramos definiciones que tienden a señalar que su finalidad es
la demostración o comprobación de los hechos afirmados por las partes en los actos
postulatorios del proceso, buscando producir convencimiento en el juez sobre los hechos,
de manera que pueda así sustentar su decisión final. Se advierte dos aspectos muy
importantes relativos a quienes intervienen en el proceso: de un lado, las partes que
tienen la facultad y el deber de poner en consideración del juez todo aquel material que
sustenten sus hechos alegados en los actos postulatorios del proceso; y de otro lado, al
juez, quien se encuentra en la obligación de sustentar su decisión en esos medios de
prueba que han propuesto las partes en el proceso y han sido actuados por este, además
de aquellos medios de prueba que de oficio haya incorporado al iter procesal
El derecho probatorio, la prueba y los medios probatorios, constituyen aspectos que
debemos definir bien para no tratarlos como si fueran lo mismo. De un lado, ya hemos
hecho referencia al derecho probatorio como la ciencia del derecho procesal que estudia
la prueba. De otro lado, la prueba es concebida como el conjunto de razones que
conducen al magistrado a adquirir certeza sobre los hechos propuestos por las partes en
los actos postulatorios; y, finalmente, los medios probatorios constituyen los instrumentos
del que hacen uso las partes o dispone el magistrado para lograr convencimiento a la
decisión del juez.
La Apelación constituye el mas importante recurso de los ordinarios, teniendo por fin la
revisión por el órgano judicial superior de la sentencia o auto del inferior.
A partir del momento en que la función de administrar justicia comenzó a ser entendida
como una actividad humana, antes que obra de los dioses y sacrosantos monarcas, el
reconocimiento de la existencia de un más o menos relevante margen de error en el
resultado de los procedimientos judiciales, se constituyó en una preocupación constante
para la inmensa mayoría de los ordenamientos procesales.
Es claro que la regulación de los recursos y en especial el de la apelación, sufrió distintas
transformaciones en el tiempo, vinculadas con sus efectos, con el órgano competente
para entender de ella, con los vicios o defectos contra los que se la autorizaba, con el
número de veces que podía deducirse en un mismo juicio y a las consecuencias
patrimoniales y personales muchas veces exorbitantes que se derivaban de su
desestimación por el apelante derrotado.

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