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Resumen de la patria del criollo

La patria del criollo: es una interpretación de la realidad colonial guatemalteca" de


Severo Martínez Peláez Quetzaltenango 1925 Puebla 1998. Publicado
originalmente en 1970, es el mayor intento de interpretación social sobre
Guatemala hasta la fecha. Además, ha sido uno de los libros más leídos y que
más polémica ha causado. "La patria del criollo" se divide en siete capítulos: Los
criollos, Las dos Españas I y II, Tierra milagrosa, El indio, El mestizaje y las capas
medias, Pueblos de indios y La colonia y nosotros. A pesar de todos los enormes
esfuerzos hechos para ocultarlo, es cosa bien sabida que el problema primordial
de las sociedades centroamericanas es la mala distribución de la tierra, que se
haya concentrada en pocas manos, mientras carece de ella la gran mayoría de la
población. Esta realidad ha sido posible, en buena medida, por los principios que
orientan duramente la colonia la política agraria. Estos principios, son los
siguientes: Primero. El principio fundamental de la política indiana en lo relativo a
la tierra se encuentra en la teoría del señorío que ejercía el Rey de España, por
derecho de conquista, sobre las tierras conquistadas en su nombre. Este principio
es la expresión legal de la toma de posesión de la tierra y constituye el punto de
partida del régimen de tierra colonial. La conquista significó fundamentalmente una
apropiación que abolía automáticamente a los nativos sobre sus tierras.
Pero no se lo daba automáticamente a los conquistadores. Unos y otros,
conquistadores y conquistados, sólo podían recibir tierras de su verdadero
propietario, el rey, pues en su nombre habían venido los primeros a arrebatarle
sus dominios a los segundos. Inmediatamente después de consumada la
conquista, toda propiedad sobre la tierra provenía, directamente o indirectamente,
de una concesión real.
El reparto de tierras que hacían los capitanes entre sus soldados, lo hacían en
nombre del monarca y con autorización de él, y la plena propiedad de aquellos
repartos estaba sujeta a confirmación real. Consiguientemente, cualquier tierra
que el rey no hubiera cedido a un particular o a una comunidad, pueblo, convento,
etc., era tierra realenga, que pertenecía al rey y que no podía usarse sin incurrir en
delito de usurpación. El principio de señorío tiene dos vertientes: por un lado,
únicamente el rey cede la tierra y por otro, no hay tierra sin dueño; nadie puede
introducirse en tierra que el rey no le ha cedido. La corona cede tierra cuando y a
quien le conviene, y también la niega cuando ello le reporta algún beneficio.
Segundo. Con base en el principio anterior, España desarrolló un segundo
principio de su política agraria: el principio de la tierra como aliciente. La corona,
imposibilitada para sufragar las expediciones de conquista como empresa del
estado, las estimuló como empresas privadas con el aliciente de ofrecerles a los
conquistadores una serie de ventajas económicas en las provincias que
conquistasen. Ceder tierras e indios fue el principal aliciente empleado.
Para que ese estímulo diera los resultados apetecidos, la corona tenía que
mostrar mucha magnanimidad para ceder las tierras, pues hubiera sido desastroso
que se propagara la noticia de que los conquistadores no estaban siendo
debidamente premiados por su inversión, ni los primeros pobladores por su
decisión de trasladarse a las colonias recientes. Esto condiciona la brutalidad de la
primera etapa de la conquista y el principio del latifundio en las colonias: el rey
ofrecía y cedía una riqueza que no había poseído antes del momento de cederla.
Los conquistadores salían a conquistar unas tierras con autorización, en nombre y
bajo el control de la monarquía: y la monarquía los premiaba cediéndoles trozos
de esas mismas tierras y sus habitantes. Les pagaba, pues, con lo que ellos
arrebataban a los nativos y con los nativos mismos. Tercero. Ya afianzado el
imperio por obra de la colonización y de la toma efectiva del poder local por las
autoridades peninsulares, el principio político de la tierra como aliciente perdió su
sentido original y siguió actuando en forma atenuada. Una generación de
colonizadores españoles había echado raíces en las colonias: habían erigido
ciudades, tenían tierras en abundancia, disponían del trabajo forzado de los indios
-el nuevo repartimiento comenzaba a funcionar-, muchos de ellos tenían
encomiendas, habían fundado familias y tenían descendientes. A todo con esta
nueva situación, la monarquía se halló en condiciones de aplicar un nuevo
principio: la tierra como fuente de ingresos para las arcas reales, bajo el
procedimiento de la composición de tierras. La incitación del periodo anterior a
pedir y obtener tierras había dado lugar a muchas extralimitaciones. En aquel
periodo convenía tolerarlas, pero medio siglo más tarde se convirtió en motivo de
reclamaciones y de "composiciones": la corona comenzó a dictar órdenes
encaminadas a que todos los propietarios de tierras presentaran sus títulos. Las
propiedades rusticas serian medidas para comprobar si se ajustaban a las
dimensiones autorizadas en aquellos títulos. En todo caso en que comprobara que
había habido usurpación de tierras realengas, el rey se avenía a cederlas
legalmente, siempre que los usurpadores se avinieran a pagar una suma de dinero
por concepto de composición. En caso contrario, era preciso desalojarlas para que
el rey pudiera disponer de ellas. Dicho de otro modo, la usurpación de tierras se
practicó desde el siglo XVI con base en la libertad de las concesiones y en el
descontrol de la primera etapa de colonizadora. En la última década de ese siglo
fue un sistema de composiciones, que no vino a frenar la usurpación, sino a
convertirla en un procedimiento para adquirir tierras y ensanchar los latifundios
con desembolsos moderados. Al normar la composición, las leyes sistematizaron
la usurpación de tierras estuvo causándole ingresos a la Corana durante todo el
período colonial hasta el día anterior a la independencia. Cuarto. La legislación
colonial de tierras expresa, de manera insistente y clarísima, el interés de la
monarquía de que los pueblos de indios tuvieran tierras suficientes. Los pueblos
deben tener suficientes tierras comunes para sus siembras, deben tener sus ejidos
-territorios también comunes de pastoreo y para otros menesteres distintos de la
siembra-; a los indios que en lo particular quieran adquirir tierras por composición
debe dárseles trato preferencial, y en ningún caso debe admitirse a composición a
quien haya dado usurpado tierras de indios, se trate de tierras comunales -de
sementera y ejidos- o de propiedad de algunos indios en particular.
La preservación de las tierras de indios fue un principio básico de la política
agraria colonial. Y no es extraño, porque la organización del pueblo de indios,
como pieza clave de la estructura de la sociedad colonial, exigía la existencia de
unas tierras en que los indígenas pudieran trabajar para sustentarse, para tributar,
y para estar en condiciones de ir a trabajar en forma casi gratuita a las haciendas
y labores y a otras empresas de los grupos dominantes. Se trata, pues, de un
principio permanente y fundamental de la política agraria de la colonia, que lo fue
porque enraizaba en un interés económico también fundamental y permanente de
la monarquía. Para que los indios permanecieran en los pueblos, y fuera posible
controlarlos para la tributación, era indispensable que tuvieran allí unas tierras
suficientes; que no tuvieran que ir a buscarlas a otra parte. El quinto principio no
se desprende de las leyes, pero es conocido por hechos importantes consignados
en otros documentos: el bloqueo de los mestizos. Las leyes de las indias sobre la
tierra no hacen discriminación de la gente mestiza -las "castas", los ladinos-, sino
más bien ofrecen puntos de apoyo legal para que ellos también la puedan obtener.
Sin embargo, dado que los mestizos eran un contingente humano en crecimiento y
de escasos recursos económicos, era de esperarse que el gobierno colonial,
tomara provincias necesarias para proporcionarles tierras, considerándolos como
un grupo económicamente diferenciado y muy necesitado de aquel recurso
fundamental. Si los indios, como clase, vivían en sus pueblos, tenían sus tierras y
gozaban de un fuero especial, los mestizos, como grupo emergente en la sociedad
colonial, no ubicada y carente de medios de producción, debieron ser objeto de la
creación de centros especiales para ellos, dotados de tierras para trabajar. Esto,
que se hizo en otras colonias, y que los mestizos del reino de Guatemala
solicitaron en diversas formas, fue sistemáticamente evitado por las autoridades
del reino. La política de negación de tierras a los mestizos pobres en constante
aumento demográfico, fue un factor que estimulo el crecimiento de los latifundios,
porque la población mestiza o ladina pobre se vio obligada a desplazarse a las
haciendas y a vivir y trabajar en ellas a cambio de tierra en usufructo. Se volvieron
necesariamente arrendatarios. Al igual que con la tierra, para con los indígenas se
aplicaron un conjunto de principios y mecanismos de dominación que propiciaron
la, hasta el momento, inferioridad indígena. Entre esos principios y mecanismos
podemos señalar: La encomienda y el repartimiento, pese a que fueron
verdaderos ejes del sistema colonial, se conocen poco, y lo que de ellas se sabe
aparece generalmente en definiciones muertas. Repartimiento y encomienda
fueron instituciones que nacieron unidas, entrelazadas, y así permanecieron
durante su primera etapa. Las implantó Cristóbal Colon en las Antillas, y en su
forma primitiva pasaron al continente. El repartimiento tenía dos aspectos, pues
consistía en repartir tierras y también indios para trabajarlas; y como este segundo
aspecto se justificaba diciendo que los indígenas eran entregados para que el
favorecido velase por su cristianización -le eran encomendados para ello-, repartir
indios y encomendarlos fue, en esa primera etapa, una misma cosa. La
encomienda primitiva era en realidad un pretexto para repartirse los indios y
explotarlos y como ninguna instancia superior controlada lo que se hacía con ellos,
vinieron a estar, de hecho, esclavizados. Nos hayamos en la etapa primitiva de la
colonia. La corona de España no aprueba los vejámenes que se cometen en su
nombre, pero tiene que tolerarlos, porque la despiadada explotación de los
indígenas es el acicate de la conquista y el pago de la implantación del imperio. La
encomienda primitiva fue una manera de disminuir, bajo el pretexto de que se
entregaba a los indios para cristianizarlos, el hecho de que se los repartía para
explotarlos. La esclavitud que se escondía tras el repartimiento y la economía
primitivos no estaba legalmente autorizada, era esclavitud virtual. Sin embargo,
hubo también en este sangriento periodo, justo a la esclavitud virtual, una
esclavitud autorizada y legal. En su afán de enriquecerse a toda prisa, los
conquistadores se las arreglaron para obtener permiso de esclavizar, con base
legal, a aquellos indígenas que presentaran una tercera parte resistencia armada.
Este truco se complementó con el célebre Requerimiento de Palacios Rubios,
instrumento jurídico que bebía leerse a los indios para llamarlos a aceptar
pacíficamente la soberanía del monarca español. Se les explicaba en él la
existencia de los Papas como vicarios del Dios verdadero en la tierra, y que el
último Papa había donado los territorios indianos a los reyes de España. En tal
virtud, se invitaba -requería- a los indios a aceptar la nueva situación. Se les hacía
saber que, si rechazaban el requerimiento, "tomaremos vuestras personas, y a
vuestras mujeres e hijos, y los haremos esclavos, como tales venderemos, y
dispondremos de ellos…" Esta última amenaza era la verdadera razón de ser del
requerimiento, porque servía para justificar la esclavización de los indios y el robo
de sus bienes. El documento fue elaborado para que los indios lo aceptaran y
evitar así la guerra, sino precisamente contando con lo que no sería aceptado y
daría una base legal a la esclavitud de guerra y al despojo de los nativos. Así lo
prueba el uso de el se hizo. El requerimiento se convirtió en parte integrante del
equipo que todo conquistador había de llevar consigo a América. Acostumbrados
como estamos a pensar la conquista desde el lado de los conquistadores,
olvidamos reflexionar sobre la que realmente significó para los conquistados.
Imaginemos la sorpresa de los indios al recibir o escuchar el requerimiento: Unos
otros hombres venidos del otro lado del mundo, cubierto el rostro con abundante
pelambre y el cuerpo con amenazantes atavíos de guerra, precedidos denle
alarma y el terror de las matanzas y despojos que vienen realizando en su
recorrido, se plantan con un texto en la mano y con las armas y las bestias listas
para entrar en combate. Supongamos que se le traduce el documento a su idioma
y que se les da el plazo de cuatro o cinco días para deliberar y decidirse. En ese
plazo tendrían los indígenas, según las exigencias del requerimiento, que
abandonaran a sus divinidades y convencerse de que el Dios verdadero había
venido al mundo en tiempo remoto y en país desconocido, habría que echar por
tierra las creencias heredadas por siglos, y comenzar a rendirle culto a una
pequeña figura humana fijada sobre dos maderillas en cruzadas, que presentaba
además el aspecto de los propios conquistadores: tez pálida y luengas barbas. En
unos pocos días habrá que renunciar al dominio de las tierras y aceptar la
soberanía de un Rey desconocido y lejano. Y peor de todo: se sabe que se les
exige inmediatamente pago de pesados tributos, la entrega de metales preciosos,
y que todos los pueblos que quisieron ser pacíficos tuvieron que sublevarse a la
vuelta de poco. Los indios deben haber comprendido que el requerimiento era un
truco, y que todas esas loas de un Papa y un Rey repartiéndose el mundo no tiene
otra finalidad que provocar el rechaza, justificar la guerra y darle bases legales a la
esclavización y al despojo. Es difícil pensar que no lo entendieran.
La esclavitud y esta forma de encomienda fueron suprimidas con las Leyes
Nuevas, que convirtieron a los indios en vasallos libres, obligados a tributar al Rey.
Con estas Leyes, la encomienda pasa a ser una concesión liberadora por el rey a
un español con méritos de conquista o colonización, consistente en percibir los
tributos de un conglomerado indígena. Esa fue la encomienda que se prolongó
prácticamente durante toda la época de la colonia. Pero mucho más importante
que la nueva encomienda fue el nuevo repartimiento de indios: sistema que
obligaba a los nativos a trabajar por temporadas en las haciendas, retornando con
estricta regularidad a sus pueblos para trabajar en su propio sustento y en la
producción de atributos. Esta última institución fue la pieza clave para del sistema
económico de la colonia, y puede afirmarse que será imposible integrar una visión
científica de la sociedad colonial centroamericana (superando las limitaciones de
la tradicional "historia de hechos", así como el carácter fragmentario y des
articulador de las monografías históricas) mientras no se reconozca que la base
de aquella estructura social fue su régimen de trabajo: el repartimiento de indios,
el trabajo obligatorio de los nativos, el riguroso control de los indígenas en sus
pueblos, desde los cuales eran enviados periódicamente a trabajar a las
haciendas y labores de los españoles y de sus descendientes a lo largo de los tres
siglos coloniales. Ese régimen le imprimió desde las bases un determinado
carácter a la sociedad colonial centroamericana y condicionó de manera decisiva
las luchas sociales, las ideologías, las formas del trato social y demás
manifestaciones de la vida de aquella sociedad. Estos procesos de colonización
no hubieran sido posibles sin esa enorme labor que se llamó reducción de indios.
Éste fue, en definitiva, el remate de la gran transformación ocurrida en las colonias
a mediados del siglo XVI. Y los pueblos de indios, las reducciones de indios,
vinieron a ser el punto de apoyo de todo el sistema económico que se estructuro a
partir de aquel período. La reducción garantizo el cobro regular de los tributos de
los encomenderos y la disponibilidad de mana de obra para los terratenientes. La
esclavitud había causado una dispersión que era grave obstáculo para la
reorganización de la colonia. Muchos indios vivían en las haciendas de sus amos,
otros andaban huyendo, retirados en montañas y lugares remotos, y otros
permanecían en la sede de los antiguos poblados prehispánicos. Ese alto grado
de dispersión y desorganización fue resultado de una peculiar suma de factores: la
esclavitud arrastró indios a las haciendas y ahuyentó indios a los montes, pero
esto vino a operar sobre un cuadro de dispersión ya existente. Los indígenas,
antes de la conquista, no vivían predominantemente en centros de población, sino
en chozas y caseríos dispersos junto a los sembrados, constituyendo grandes
áreas poblados. Los centros urbanos de que dan noticia los conquistadores eran
solamente los núcleos de áreas habitadas mucho más amplias. A esos núcleos
concurría toda la población en días determinados, con fines comerciales,
religiosos y de administración, pero no eran la morada permanente de la gran
mayoría de la gran mayoría de la población. La dispersión anárquica adoptada por
los indios como recurso de defensa frente a la conquista, se desarrolló a partir de
un cuadro de dispersión orgánica existente con autoridad. Esta situación era
contraria al plan colonial de las Leyes Nuevas, que exigía, como requisito
indispensable, que los indios vinieran a vivir, todos sin excepción, en poblados
perfectamente organizados y estables. Los indígenas no podían pasar a ser
efectivamente vasallos tributarios del rey, ni este podría ceder parte de la
tributación (encomienda), ni sería posible suministrar a las haciendas
periódicamente mano de obra indígena (repartimiento), mientras no hubiera
centros de población perfectamente establecidos y controlados por autoridad. El
repartimiento va perdurar incluso después de la independencia, aunque con
distinto nombre. A medida que avanzaba la colonia, se llamo indistintamente
mandamiento y repartimiento al envío de indios a las labores y haciendas para
realizar trabajo obligatorio por semanas o temporadas. Sin embargo, puede
observarse la tendencia a llamar mandamiento al envió de indios a lugares lejanos
a sus pueblos y por temporadas mayores que una semana, reservando el nombre
de repartimiento al régimen de envíos para seis días a lugares cercanos. A eso se
debe, muy probablemente, que desde casi el mismo inicio de la Independencia
hasta mucho tiempo después, bajo las dictaduras cafetaleras (1871 - 1944) se
llamara mandamiento, y no repartimiento, el envío forzoso de indios a las fincas,
pues eran envíos desde grandes distancias y por temporadas largas. Así pues,
hablar de repartimiento y de mandamientos es hablar de un mecanismo de
explotación que ha permanecido hasta épocas muy recientes. Aún está fresca en
la memoria de algunos las silenciosas hileras de indios, escoltadas siempre,
atados a veces, que pasaban por pueblos y ciudades en su largo y forzoso
recorrido, a pie, desde sus pueblos hasta las fincas.
Comentario
En este libro se analizan los sorprendentes momentos donde se comprobarse que
ocurre uno de estos dos fenómenos: lo más frecuente es que este considerando a
los nativos, en su llana relación con los criollos, sino en sus relaciones con los
españoles y que la aparente defensa no sea otra cosa que la negación de la
negación que aquellos hacían del indio. Los indígenas no adoptaron plena y
exclusivamente las creencias de la doctrina católica, sino las combinaron con
creencias suyas y desarrollaron una religión mixta, fue observado por todos los
cronistas coloniales. Hay que buscar aquellas causas, por supuesto, en el bajo
nivel cultural en que fueron mantenidos los indígenas durante la colonia. Tiene que
haber sido un factor de primer orden, también la tendencia de los indios a
mantener vivas sus tradiciones: no por inercia, sino dentro de un esfuerzo
enderezado a no aceptar plena y pasivamente las creencias introducidas por sus
dominadores y enemigos de clase. Concluyamos, la supervivencia del paganismo
y el rechazo del catolicismo eran fenómenos derivados del odio que los indios
sentían hacia sus dominadores y explotadores. No podían éstos últimos, por lo
tanto, ver con tranquila indiferencia las pruebas de que la conciencia del indio no
estaba plenamente conquistada. La esencia de la Reforma de Guatemala, fue una
ampliación de la clase criolla en el poder, sobre todo la base de una ampliación de
la disponibilidad de los indios en situación de siervos, y una ampliación muy
notable del número de empresas agrícolas latifundistas.

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