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Maestría en

Psicología Clínica

4o
y de la Salud

Coordinación y
Dirección de Grupos
Terapéuticos

Cuatrimestre Carelsis Gómez Pérez


Mauricio Albores Arguello

Clave de la Materia: MPCS 10M


Análisis de las lecturas “Del diván al círculo” y “Del grupo a la institución”.

Hoy en día han crecido las maneras de afrontar las diversas problemáticas de salud mental
en la población. Como bien dice Guimón, durante los últimos años se han impuesto en el
campo de la salud mental enfoques eclécticos o “genéricos” y de duración frecuentemente
limitada. La más conocida ha sido la psicoterapia individual, en la que se trabaja con la
sintomatología particular en el paciente para reestructurar maneras de afrontar su
condición emocional individual y que, a la vez, han utilizado diversas corrientes y enfoques
para abordarlo.

Una de las más utilizadas es la terapia de grupo. Pero ha sido complejo que pudiera llegar
a establecerse como una de las maneras de actuación frente al conflicto de la psique del
individuo. El mismo Freud desde la técnica psicoanalítica recomendó tener sumo cuidado
en permanecer al margen de los métodos sugestivos y, en principio, de los tratamientos
grupales; sin embargo, tiempo después abrió la posibilidad a tomarlo en cuenta. Esto se
refuerza con los alcances de las dos guerras mundiales, las cuales llevaron a poner
especial atención a ciertas técnicas hasta entonces consideradas poco adecuadas, que
incluían el trabajo psicoterapéutico en grupo e intervenciones más globales llevadas a
cabo en ciertas instituciones. Aquí en particular, podemos observar cómo es que las
maneras de abordar problemáticas, mismas que incluso tienen que ver con la cantidad de
la población afectada y con sintomatología generalizada, forja las necesidades de abordar
de otra manera la salud mental.

Dentro de esta construcción de conocimiento acerca de cómo manejar conflictos


individuales, pero en grupo (tras esta necesidad poblacional), se observa la confusión y
vacilación de los mismos pioneros de la psicoterapia al hablar de ciertos fenómenos
precisos que surgían en las masas. Por ejemplo, la disminución de los aspectos
conscientes y el paso a primer plano de fenómenos inconscientes y contagio masivo de
afectos en los individuos que componen la masa. Es evidente que llevar a cabo un
constructo para trabajar con grupos requeriría que no se trabajara solamente bajo los
principios del psicoanálisis. De hecho, se tiene como ejemplo a Bostoh, quien en 1905 -y
después de inaugurar su clínica destinada a tratar enfermos tuberculosos- utilizó
formalmente por primera vez con ellos, un enfoque de grupo en el tratamiento de ciertos
trastornos físicos. lo cual generó que numerosos médicos no psiquiatras se interesaron
más tarde por estas técnicas. De ahí se desprenden los comienzos de la psicoeducación;
y con ello sabemos perfectamente que se requiere uniformizar el “problema” y las
soluciones que puedan ser de utilidad a varias personas a la vez.

Tenemos otro ejemplo con Maxwell Jones (en 1968) con los trabajos sobre “comunidades
terapéuticas”, quien sentó las bases de la terapia del medio actual donde, en esencia, se
realizaba terapia de grupo. O con el psiquiatra Mira y Lopeí quien formó grupos al principio
de la Guerra Civil Española e hizo todo lo posible para que los 1,300 pacientes del hospital
San Baudilio se organizaran practicando la autogestión, lo que hizo de él un precursor de
las comunidades terapéuticas. Pero en 1943, Slavson adapta el modelo psicoanalítico a
grupos de niños e implementa todas las técnicas grupales activas que hoy en día
conocemos.

Lo anterior genera enorme base para lo que después se constituyó como el despliegue de
terapias familiares como las realizadas por Ackermann, en 1946, o Paul Schilder, en 1936.

Es importante mencionar que el éxito de los grupos terapéuticos se acentúa en esta


capacidad que el paciente desarrolla de atmósfera social, de acompañamiento, de
igualdad y de apoyo mutuo. La necesidad de ser entendido por los demás desata un
componente único: sentirse entendido por alguien al que le pasa y que siente algo
parecido y que ambos buscan una solución u objetivos parecidos. Encontrarse frente al
terapeuta en ocasiones puede generar un efecto contrario por el motivo de no encontrarse
en una condición similar. Por ejemplo, personas que han perdido un miembro de su
cuerpo, que están pasando una condición de salud compleja o la pérdida de un ser
querido. El aliciente es, en ocasiones, el sentimiento de igualdad y de no sentirse único
con el sufrimiento internalizado en él, aislado.

Como bien nos dice el autor, si lo vemos desde la parte técnica, los participantes son
sujetos que poseen un Yo fuerte y a menudo se conocen de antemano. Se busca, ante
todo, incrementar el contacto interpersonal, mejorar la percepción interpersonal y
aumentar el nivel de autoconciencia, así como la autenticidad de la experiencia vivida. El
coordinador siempre va a facilitar la comunicación y la interacción entre los miembros.
Creo que es sumamente complejo llevar a todos a ritmo, pero lo básico necesario que se
debe lograr es hablar a la gente, y, en medio de este acompañamiento y ejercicio de
externalización, precisar los sentimientos, buscar lo que se siente y no “por qué” se siente.

Es importante expresar los sentimientos en primera persona, interviniendo de forma


didáctica, intentando enriquecer la percepción personal (gracias al modelaje, al role
playing, y otras técnicas muy socorridas) y generando una lluvia de ideas de
comportamientos alternativos.

Dentro de las lecturas correspondientes se menciona el recorrido que tuvo la terapia grupal
hacia la institucionalización de la misma. Los estragos de la guerra, generaron que se
agilizaran los servicios de salud mental para atender una considerable cantidad de
afectados; por casos de ansiedad, síntomas histéricos, trastornos antisociales de la
personalidad y psicosis, psicosis maníaco-depresivas, epilepsias y problemas somáticos,
como la enuresis, por ejemplo. En general, menciona el autor, lo que caracterizó la terapia
comunitaria fue la consideración de la institución como una totalidad; la capacidad de
negociar con la jerarquía la introducción de cambios; la práctica del trabajo en grupos
grandes; y el hecho de aceptar que los pacientes son a veces capaces de ayudarse más
los unos a los otros que lo que pueden hacer los profesionales de la salud.

Aun en la actualidad, parece la terapia grupal una herramienta subestimada, suelen verla
como una receta para lograr atender "más pacientes en menos tiempo, con menos
profesionales”. Creo que es una herramienta de la que debe saberse servir. Conocer si un
paciente tiene las características para poder trabajar en un grupo es indispensable. A
muchos pacientes les puede beneficiar más que a otros, siendo que su participación puede
verse demasiado pasiva y no beneficiarse de ella. Por otro lado, estoy de acuerdo con el
autor en que es importante apuntar que, cuando el programa a trabajar en terapia grupal
es bueno, la participación y el compromiso son mejores. Es por lo tanto indispensable
mejorar los programas terapéuticos y las habilidades de los facilitadores.

Referencia.

Guimón José (2003). Manual de Terapias de Grupo. Tipos, modelos y programas. Edit. Biblioteca
Nueva, Madrid. Pp. 399.

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