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1. Introducción
1) Acción como elección entre diferentes opciones. La concepción moderna del acto
moral (y la que nos resulta más familiar) es la que lo concibe como una opción de la
libertad entre dos o más opciones, que serían buenas o malas por referencia a la ley, a
un modelo, a la “naturaleza”, a un cálculo de consecuencias positivas o negativas, etc.
En ella, la experiencia moral queda reducida a la experiencia del deber, que tiene lugar
en la conciencia, y que es extraña al dinamismo de la vida afectiva.
LEY
A
MODELO
Libertad CONSECUENCIAS
B NATURALEZA
3. Esta unión afectiva tiene una naturaleza dinámica y genera en el amante el deseo
de poseer el amado. El amante se ve impulsado a buscar a través de su acción la unión
real con el amado, la comunión que realice la promesa de plenitud entrevista.
4. Cuando el amante comprende lo que ha sucedido en sí mismo y elige libremente el
bien que lo ha impactado, aceptando y secundando el deseo, se pasa del amor como
pasión al amor como querer: “amar es querer para alguien un bien” (STh I-II q.26,
a.4).
Esta definición nos está diciendo que el único acto de querer tiene dos objetos:
el amado y el bien para el amado.
5. La persona amada es el fin último del acto de amor, ya que sólo la persona puede
ser amada simpliciter et per se. Ese amor se denomina “amor de amistad” (que no es
lo mismo que “amistad” a secas, que agrega la nota de reciprocidad), y constituye el
aspecto inter-subjetivo del amor. Se quiere el “bien de la persona”, no sólo en el
sentido de lo que de hecho es, sino la plenitud a la cual es llamada.
6. La citada definición implica asimismo que la comunión no puede realizarse de
modo puramente afectivo, sin la mediación objetiva de un bien (entendiendo por tal
un bien práctico, una acción en la cual la comunión se realiza, por ej., un diálogo, un
gesto de afecto, etc.). Se trata de los “bienes para la persona”, que se aman por su
conveniencia en relación con la persona amada (secundum quid et in alio), con un
amor que, por lo tanto, es distinto al de amistad, y se llama “amor de concupiscencia”.
Sin la mediación de estos bienes, el amor a la persona se convierte en un sentimiento
vacío. Cuando digo a otra persona “te amo” de un modo auténtico, no estoy
expresándole simplemente lo que siento, sino lo que elijo para ella, los bienes que
quiero para promoverla. El amor se convierte en principio directivo de mi conducta.
Toda acción lleva implícito un juicio racional, que procura establecer la conexión
entre:
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* el bien absoluto, el fin último del amor, que es el bien de la persona, amado con
amor de amistad,
* y el bien relativo, la mediación objetiva, que son los bienes para la persona, amados
con amor de concupiscencia.
Este juicio no es “racional” en el sentido de una pura racionalidad, porque en el juega
un rol fundamental la afectividad:
la presencia interior del amado en el amante genera en este último deseos
rectos, virtuosos, orientados a la comunión con aquél;
estos deseos producen una determinada reacción afectiva ante los bienes que
se le presentan al amante, en virtud de su conveniencia con aquellas
disposiciones, y en última instancia, con el bien de la persona amada.
La prudencia (que es la virtud que permite encontrar en las circunstancias
particulares los medios, es decir las acciones, que concretan los fines virtuosos)
elabora el juicio racional como un juicio “por connaturalidad” con la persona amada,
y con lo que es bueno para ella.
Se puede apreciar que los deseos rectos que el amado genera en el amante, y que
llamamos virtudes, no tienen una función meramente motriz, dando motivaciones
para realizar una acción que se decide sin ellos, sino que tienen una función directiva:
orientan la acción, señalan su contenido.
Además, nótese como las virtudes orientan a la comunión: no se trata de el mero
autoperfeccionamiento individual, sino de la perfección del hombre para el éxtasis de
sí en la comunión.
Estas mismas consideraciones sobre la dinámica del amor podemos llevarlas al plano
teologal.
trascend.
vertical
Toda experiencia de amor, es decir, de haber sido impactado por la realidad de una
persona, que adquiere una presencia interior en nuestra afectividad transformándola y
moviéndola, es mediación de una experiencia de amor anterior que es condición de
posibilidad de toda otra: la del amor de Dios.
El creyente va descubriendo progresivamente detrás de los amores humanos esa
presencia divina, que viene de Dios y dinamiza el deseo hacia Él. Pero se trata no de
una presencia meramente intencional, como en los amores humanos (el amado
permanece fuera de mí), sino de una presencia real del Espíritu Santo en persona,
transformándonos y dirigiéndonos a la unión real con el Padre.
Este deseo no puede ser saciado plenamente por ninguna persona humana. El
encuentro humano, aun el más logrado, y precisamente en cuanto logrado, muestra su
límite, y su ineludible referencia a algo que está más allá. La experiencia de comunión
humana esta abierta, por su misma estructura, a esta trascendencia: en la comunión
humana buscamos implícitamente la comunión con Dios.
Pero no se trata de una trascendencia horizontal, como si se tratara de buscar otro
sujeto en la misma línea, como si la persona amada fuera un simple medio para
alcanzar a Dios. Es una trascendencia vertical: la persona humana es amada en sí
misma, pero propter Deum: lo que se desea es la comunión con Dios para sí y para
el otro. Dicho en otras palabras: la causa por la cual (causa cuius gratia) amamos al
prójimo (por sí mismo) es la presencia de Dios en nuestro interior. El amor al prójimo
es nuestra respuesta al amor a Dios generado por su presencia en nosotros.
La unión afectiva con Dios, su presencia interior, es operada por el Espíritu Santo, y
gustada a través del don de la Sabiduría, que da al sujeto una connaturalidad con Dios
como fin último, y con los bienes que nos orientan hacia Él. Esta connaturalidad es el
llamado instinctus Spiritus Sancti. De esta manera, como hemos dicho acerca de las
virtudes, también la caridad tiene una función no sólo motriz, sino directiva de la
acción.
Conclusiones
En conclusión, la visión del acto moral que acabamos de exponer supera las tres
dificultades que señalamos respecto de la visión moderna:
1) frente al individualismo: la experiencia moral originaria no es la confrontación del
individuo, su libertad y sus deseos, con los límites impuestos por la ley, sino la
experiencia del amor interpersonal;
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