Está en la página 1de 7

1

TEOLOGÍA MORAL FUNDAMENTAL


“Síntesis trinitaria de Moral Fundamental”

(III) EN EL ESPÍRITU SANTO

1. Introducción

a) Ubicación sistemática de esta parte del curso

Lo primero es tratar de visualizar el lugar que corresponde a esta reflexión en la


estructura del curso de Moral Fundamental.
La primera parte del curso (“al Padre”) es una reflexión que busca vincular la
reflexión moral a la dogmática (el fundamento trinitario), presentando al hombre
como imagen y semejanza de Dios llamado a ser hijo en el Hijo. Las dos partes
siguientes, son ya de carácter moral, aunque desde diferentes perspectivas.
La segunda parte (“por Cristo”) aborda el tema de Cristo como ley o modelo para el
hombre, y el concepto correlativo de conciencia (instancia que proclama y aplica la
ley), estudiado a la luz del Misterio de Cristo.
La tercera parte, por fin, está referida al obrar concreto del sujeto y a los principios
que originan, construyen y guían la acción. Aquí se estudia el modo en que el Espíritu
Santo influye en el obrar humano desde dentro, asumiéndolo y transformándolo desde
sus principios, como ley interior del obrar.

al Padre SER dogmático ¿quién soy? Cristo: el Hijo


por Cristo Moral (2º): ¿qué es lo que Cristo: la Ley,
Ley-conciencia está bien? el Modelo
OBRAR ¿qué debo
hacer?
en el Espíritu Moral (1º): ¿cómo obro el Cristo, Ley
La acción y sus bien? interior en el
principios Espíritu

La segunda parte, en cuanto referida a la ley exterior y a la conciencia, constituye una


perspectiva subordinada o secundaria con relación a la tercera parte, que está en la
perspectiva del sujeto que obra y, por tanto, de la experiencia moral en la cual aquella
ley debe ser interiorizada y puesta en práctica.
b) Objetivos
Se trata de comprender:
1. el carácter interior de la vida en Cristo por obra del Espíritu;
2

2. la articulación de los dinamismos morales naturales y sobrenaturales en el


organismo virtuoso cristiano;
3. cómo el Espíritu Santo guía la vida cristiana en su última concreción: decidir
y obrar.

El amor interpersonal como fuente y fin del obrar moral

Concepciones de la acción moral

1) Acción como elección entre diferentes opciones. La concepción moderna del acto
moral (y la que nos resulta más familiar) es la que lo concibe como una opción de la
libertad entre dos o más opciones, que serían buenas o malas por referencia a la ley, a
un modelo, a la “naturaleza”, a un cálculo de consecuencias positivas o negativas, etc.
En ella, la experiencia moral queda reducida a la experiencia del deber, que tiene lugar
en la conciencia, y que es extraña al dinamismo de la vida afectiva.

LEY
A
MODELO
Libertad CONSECUENCIAS
B NATURALEZA

Esta perspectiva la denominamos perspectiva de la tercera persona, porque esto es lo


que vemos cuando consideramos la acción “desde fuera” (como lo haría un juez , un
legislador, o un expectador).

Límites de esta visión:

1. Individualismo: el sujeto es concebido como un individuo aislado, cuyo obrar se


origina exclusivamente en su libertad y decisión; la relación con los demás no tiene
ninguna función esencial en el ejercicio de su libertad.
2. Legalismo: el bien y el mal son exteriores al sujeto, no se definen por referencia a
él, de modo que frente a ellos el sujeto permanece básicamente indiferente: de aquí
nace la contraposición entre el sujeto (libertad) y la ley, que caracteriza la mentalidad
legalista.
3. Extrinsecismo: la vida de la gracia, las virtudes teologales, los dones del Espíritu,
sólo pueden ocupar en este esquema un lugar secundario y exterior, como meras
3

“motivaciones” que “facilitan” el obrar bueno; se produce así la separación tendencial


entre la fe y la moral.

2) Acción en el dinamismo del amor inter-personal

“amans amato bonum vellit”


DON: comunión (contra Gentiles III, 90)
como promesa

PERSONA BIEN OPERABLE PERSONA


AMANTE AMADA

unión afectiva unión real


(comunión)

La acción no es entendida aquí como ejercicio de la libertad indiferente por parte de


un individuo aislado, sino como respuesta a un fin que ha suscitado en el sujeto una
pasión: el amor.
La experiencia del amor es reconocida, pues, como la experiencia moral originaria.:
en la raíz del obrar, antes de toda conciencia y de toda decisión por parte del sujeto,
se encuentra la experiencia del amor. La acción voluntaria recién es entendida y
valorada adecuadamente cuando es colocada en su contexto interpersonal.
Puede ser que, considerando una acción en abstracto, la vea como algo que no tiene que ver
con el amor a otros: tomo un helado, lavo mi ropa, salgo a correr. Pero si considero estas
acciones en concreto, su sentido, su “para qué”, no pueden ser comprendidos sin referencia a
un contexto interpersonal, que con mi acción acepto o rechazo. Tomo un helado a solas para
descansar y volver con los otros, o para escaparles; quiero estar presentable o quiero estar
sano para no tener que recurrir a nadie, o en orden a la comunión con otros, etc.
Podemos describir entonces esta experiencia originaria de la siguiente forma:
1. Antes de cualquier ejercicio de la libertad, el sujeto experimenta el amor como
pasión: se siente afectado por una realidad (la persona amada) que impacta en su
afectividad, y es percibida por él como una promesa de comunión.
2. La persona amada se hace presente en el amante de un modo íntimo,
transformándolo de alguna manera a semejanza suya y moviéndolo hacia ella. El
amante se ve así enriquecido por una especie de connaturalidad con el amado. Esta
presencia personal e interior del amado en el amante es la llamada unión afectiva.
4

3. Esta unión afectiva tiene una naturaleza dinámica y genera en el amante el deseo
de poseer el amado. El amante se ve impulsado a buscar a través de su acción la unión
real con el amado, la comunión que realice la promesa de plenitud entrevista.
4. Cuando el amante comprende lo que ha sucedido en sí mismo y elige libremente el
bien que lo ha impactado, aceptando y secundando el deseo, se pasa del amor como
pasión al amor como querer: “amar es querer para alguien un bien” (STh I-II q.26,
a.4).
Esta definición nos está diciendo que el único acto de querer tiene dos objetos:
el amado y el bien para el amado.
5. La persona amada es el fin último del acto de amor, ya que sólo la persona puede
ser amada simpliciter et per se. Ese amor se denomina “amor de amistad” (que no es
lo mismo que “amistad” a secas, que agrega la nota de reciprocidad), y constituye el
aspecto inter-subjetivo del amor. Se quiere el “bien de la persona”, no sólo en el
sentido de lo que de hecho es, sino la plenitud a la cual es llamada.
6. La citada definición implica asimismo que la comunión no puede realizarse de
modo puramente afectivo, sin la mediación objetiva de un bien (entendiendo por tal
un bien práctico, una acción en la cual la comunión se realiza, por ej., un diálogo, un
gesto de afecto, etc.). Se trata de los “bienes para la persona”, que se aman por su
conveniencia en relación con la persona amada (secundum quid et in alio), con un
amor que, por lo tanto, es distinto al de amistad, y se llama “amor de concupiscencia”.
Sin la mediación de estos bienes, el amor a la persona se convierte en un sentimiento
vacío. Cuando digo a otra persona “te amo” de un modo auténtico, no estoy
expresándole simplemente lo que siento, sino lo que elijo para ella, los bienes que
quiero para promoverla. El amor se convierte en principio directivo de mi conducta.

como pasión Unión afectiva


PERSONA Fin Amor de
amistad
aspecto
inter-subjetivo
AMOR como elección
BIEN Mediación Amor de
objetiva concupiscencia
(práctico =acción)
aspecto objetivo

Juicio racional como juicio por connaturalidad

Toda acción lleva implícito un juicio racional, que procura establecer la conexión
entre:
5

* el bien absoluto, el fin último del amor, que es el bien de la persona, amado con
amor de amistad,
* y el bien relativo, la mediación objetiva, que son los bienes para la persona, amados
con amor de concupiscencia.
Este juicio no es “racional” en el sentido de una pura racionalidad, porque en el juega
un rol fundamental la afectividad:
 la presencia interior del amado en el amante genera en este último deseos
rectos, virtuosos, orientados a la comunión con aquél;
 estos deseos producen una determinada reacción afectiva ante los bienes que
se le presentan al amante, en virtud de su conveniencia con aquellas
disposiciones, y en última instancia, con el bien de la persona amada.
La prudencia (que es la virtud que permite encontrar en las circunstancias
particulares los medios, es decir las acciones, que concretan los fines virtuosos)
elabora el juicio racional como un juicio “por connaturalidad” con la persona amada,
y con lo que es bueno para ella.
Se puede apreciar que los deseos rectos que el amado genera en el amante, y que
llamamos virtudes, no tienen una función meramente motriz, dando motivaciones
para realizar una acción que se decide sin ellos, sino que tienen una función directiva:
orientan la acción, señalan su contenido.
Además, nótese como las virtudes orientan a la comunión: no se trata de el mero
autoperfeccionamiento individual, sino de la perfección del hombre para el éxtasis de
sí en la comunión.

Relevancia en la articulación entre orden natural y sobrenatural

Estas mismas consideraciones sobre la dinámica del amor podemos llevarlas al plano
teologal.

DON: CARIDAD DIOS

trascend.
vertical

AMANTE BIEN OPERABLE703 AMADO

presencia del querido propter


Espíritu Santo Deum
6

Toda experiencia de amor, es decir, de haber sido impactado por la realidad de una
persona, que adquiere una presencia interior en nuestra afectividad transformándola y
moviéndola, es mediación de una experiencia de amor anterior que es condición de
posibilidad de toda otra: la del amor de Dios.
El creyente va descubriendo progresivamente detrás de los amores humanos esa
presencia divina, que viene de Dios y dinamiza el deseo hacia Él. Pero se trata no de
una presencia meramente intencional, como en los amores humanos (el amado
permanece fuera de mí), sino de una presencia real del Espíritu Santo en persona,
transformándonos y dirigiéndonos a la unión real con el Padre.
Este deseo no puede ser saciado plenamente por ninguna persona humana. El
encuentro humano, aun el más logrado, y precisamente en cuanto logrado, muestra su
límite, y su ineludible referencia a algo que está más allá. La experiencia de comunión
humana esta abierta, por su misma estructura, a esta trascendencia: en la comunión
humana buscamos implícitamente la comunión con Dios.
Pero no se trata de una trascendencia horizontal, como si se tratara de buscar otro
sujeto en la misma línea, como si la persona amada fuera un simple medio para
alcanzar a Dios. Es una trascendencia vertical: la persona humana es amada en sí
misma, pero propter Deum: lo que se desea es la comunión con Dios para sí y para
el otro. Dicho en otras palabras: la causa por la cual (causa cuius gratia) amamos al
prójimo (por sí mismo) es la presencia de Dios en nuestro interior. El amor al prójimo
es nuestra respuesta al amor a Dios generado por su presencia en nosotros.
La unión afectiva con Dios, su presencia interior, es operada por el Espíritu Santo, y
gustada a través del don de la Sabiduría, que da al sujeto una connaturalidad con Dios
como fin último, y con los bienes que nos orientan hacia Él. Esta connaturalidad es el
llamado instinctus Spiritus Sancti. De esta manera, como hemos dicho acerca de las
virtudes, también la caridad tiene una función no sólo motriz, sino directiva de la
acción.

Conclusiones

En conclusión, la visión del acto moral que acabamos de exponer supera las tres
dificultades que señalamos respecto de la visión moderna:
1) frente al individualismo: la experiencia moral originaria no es la confrontación del
individuo, su libertad y sus deseos, con los límites impuestos por la ley, sino la
experiencia del amor interpersonal;
7

2) frente al legalismo: el bien o el mal tienen una medida interior, a saber, la


conveniencia de la acción elegida con el deseo recto (lo que Aristóteles llamaba la
“verdad práctica”);
3) frente al extrinsecismo: la acción del Espíritu santo puede ser comprendida como
acción verdaderamente interior, que se despliega en el dinamismo del amor que hemos
descripto.

La consideración de la acción a partir del contexto del amor interpersonal nos ha


puesto de manifiesto el estrecho vínculo que se da en el juicio prudencial y en el obrar
mismo entre la dimensión racional-volitiva y la afectividad. En los dos capítulos
siguientes tenemos que estudiar la acción moral desde estas dos perspectivas, lo que
nos permitirá comprender la convergencia entre ambas, y el modo como se concilia
en la misma la objetividad y la subjetividad: la objetividad moral es la verdad de la
subjetividad. El bien moral no está frente al sujeto como algo que en cierto modo
limita su libertad, sino que constituye la expresión de su misterio íntimo.

También podría gustarte