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CAPITULO VII:

LA LIBERTAD.
A. LAS DIMENSIONES DE LA LIBERTAD
La conducta libre es la que está determinada por la propia
persona, constituyendo una expresión verdadera de la
autodeterminación del sujeto humano.

Tres tipos de «libertad»


1. Libertad de elección o libertad psicológica: cuando nuestra
conducta no es determinada ni obstaculizada desde el exterior.
2. Libertad de autodeterminación: significa ausencia de necesidad
interior para tomar o no tomar una decisión u otra, para
conducirnos a nosotros mismos hacia una meta u otra. Se puede
caracterizar positivamente con los conceptos de
• autodeterminación: implica dos ideas: soy yo el que decido y
decido por mí mismo (soy responsable de la decisión)
• voluntariedad: los bienes presentados por la inteligencia a la
voluntad no la determinan necesariamente: ningún bien finito (o
infinito, pero finitamente conocido) se conmensura
perfectamente con la inteligencia y la voluntad no da un
asentimiento necesario.
3. Libertad ontológica (como valor y tarea moral): es la dimensión
más profunda de la libertad, no considerada como una cualidad de
la voluntad, sino con el propio ser de la persona. Es la libertad que
toca mi ser. Cuando yo actúo libremente eso modifica mi ser, si
opto por el bien o por el mal, eso me hacer ser más bueno o más
malo. Es la libertad que modifica la persona. Por eso se presenta
como una tarea moral.
• El buen uso de la libertad
introduce un valor y el mal uso el
mundo de la negatividad.
• En este sentido la libertad es
objeto de elección y de conquista:
la libertad como tarea moral es la
liberación de la ignorancia y de
los impulsos desordenados, del
pecado y los malos hábitos.
• Constituye el perfeccionamiento
ético de la persona, su
consolidación en el bien. Este
perfeccionamiento es realizado
mediante la adquisición de
virtudes con las que se afianza en
el hombre la capacidad de hacer
buen uso de su libertad.
Para entender profundamente lo
que es la libertad, deberíamos decir
«libertad para», el para qué de la
libertad.
• Sin libertad, ningún bien es un
bien humano; sin bien, la
libertad es algo vacío.
La libertad es libertad de la
conducta, del conducirse a sí
mismo: la pregunta fundamental es
"hacia dónde".
El bien humano es el «del para
qué» de la libertad.
PARADOJA:
El esfuerzo de realizar el bien. vs o Vivir en libertad.

Porque hay una idea intuitiva de la libertad, como espontaneidad


(concepto de la modernidad).

La solución es práctica:
se da cuando la
afirmación del bien es
vivida como AMOR,
entonces la libertad se
vive con naturalidad.
4. Libertad y amor

AMOR = AFIRMACIÓN LIBRE DEL BIEN.

Es el acto primordial de la voluntad libre. En él tienen su


origen todos los demás actos de la voluntad.

Existen diversos grados o formas de amor:


• Amor de complacencia: dejarse atraer por lo que
se presenta como bueno.
• Amor de deseo o concupiscencia (no confundir
con la concupiscencia): deseo del bien no poseído.
• Amor de benevolencia: afirmación del bien por
propio su valor, consideración al margen del
beneficio al propio sujeto. Da lugar a la amistad.

La forma más alta de Amor: es la entrega de sí en la


completa donación de la propia persona: es la manifestación
por excelencia de la libertad.
Paradoja: saliendo de sí se logra la perfección personal.

En cuanto la persona ha sido creada a


imagen de Dios que es amor (pero no
deseo) la vocación específica del hombre
está en el amor que consiste en darse, lo
que supone su máximo enriquecimiento.
En la entrega quedan reunidos y
purificados, en un nivel superior, los
elementos del amor de concupiscencia y
de benevolencia.
Los grados del amor representan el
itinerario de la maduración y elevación
moral de la persona.
La ordenación moral de la libertad no
puede ser entendida como adhesión a
valores abstractos o ideales impersonales.

EL BUEN SAMARITANO
5. La libertad y el fin último

El fin último es el «para que» de la libertad. El asumir personalmente


el fin último es el acto más profundo de la libertad, es decir EL AMOR.
El acto libre que define la identidad de la persona.

Relación entre fin último e identidad personal. Cada fin


último concreto está correspondido con un género de vida. Es
una relación dinámica y se puede recorrer en dos direcciones:
• la elección del fin último llevará a conformar el género
de vida que se lleva.
• el género de vida que se lleva predispone al el fin
último que se ama.

Todos los hombres adoptan, de hecho, un género de vida, pero no


todos reflexionan acerca de cuál es el verdadero. Muchos lo hacen
irreflexivamente porque es más fácil vivir que pensar.
En ellos ¿que los determina? Las disposiciones del sujeto: "como
cada cual es, así le parece el fin" (Aristóteles).
Los hábitos morales de la persona desempeñan un papel de
primer orden a la hora de trazar un proyecto totalizante de vida:
conexión entre felicidad y virtud.
En la vida práctica son las particulares disposiciones que cada uno
tiene y se ha dado (pasiones y hábitos morales) las que
determinan la concepción del fin último. Quien tuviere como fin el
placer, honor, enriquecerse… no puede reconocer en la visión de
Dios su máximo bien.
En el plano de la reflexión filosófica es posible llegar mediante la
reflexión a advertir la necesidad de cambiar el estilo de vida que
uno lleva, pero esto no ocurre con facilidad, a no ser que se
presente un motivo que genere una crisis y haga revisar la propia
vida.
Además, la recta conformación ética de la afectividad y de la
voluntad es necesaria para que lo que teóricamente se ve como
recta solución pueda ser eficazmente operativa en el plano práctico
de la decisión y la conducta.

Las condiciones específicas de la vida humana hacen que no baste la


«opción fundamental»: la dirección de la vida se ejerce mediante
un proceso complejo de interacción recíproca entre reflexión y vida
práctica, así como entre la persona y su ambiente social en el que
tiene lugar una educación gradual de las tendencias y la formación
de hábitos morales que configuran la identidad personal.

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